La Falsa Prometida Del Duque - Madison Davis

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©MADISON DAVIS
Título original –  La falsa prometida del duque
Primera edición, octubre 2022
Publicaciones Ricardo
 
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Índice
 
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3

Capítulo 4
Capítulo 5

Capítulo 6
Capítulo 7

Capítulo 8
Capítulo 9

Capítulo 10
Capítulo 11

Epílogo
Capítulo 1
 
 
 
 

C
entenares de velas alumbraban el magnífico salón de
baile, dando la sensación de un cielo plagado de estrellas

que brillaban solo para ellos. El remolino de música se


sentía tan lejano que si había otras personas alrededor, ella

no podía verlas por la belleza del hombre que la abrazaba.


La risa de él hizo que se le erizara la piel y se le cortara la respiración.

La emoción de sus cálidos ojos marrones sobre ella hizo que su pulso se

acelerara en sus oídos.


Ella podía sentir la presión de sus manos en su cintura incluso a través

del vestido. El calor de su tacto era abrasador y la dejaba con un cosquilleo


en cualquier lugar donde sus manos la rozaban. Sus labios se separaron y

ella trató de decir alguna palabra, pero no lo consiguió.

Su Excelencia, el duque de Stanford, le sonrió mientras bailaban.

Evelyn podía sentir el calor que desprendían las velas en la estancia cerrada.
Pero sobre todo, podía sentir el calor que emanaba de su interior y que le

quemaba cada fibra de su cuerpo.


Llevaba tanto tiempo deseando estar cerca del duque, siempre viéndolo

de lejos, pero sin hablarle nunca, que no podía creer que ahora estuviera

entre sus brazos. ¿Cuántas veces lo había visto en eventos sociales y nunca

se había acercado a la distancia de una habitación de él? Su aliento al fin

escapó de sus labios, las palabras se liberaron y pudo hablar.


—No creí que me conocieras.

El duque se inclinó ligeramente hacia ella, su alta y musculosa silueta se

inclinó para que ella, a su delicada altura, pudiera escuchar el susurro de su

voz.

—Siempre te he conocido.
Olía a secretos, que ella haría cualquier cosa por descubrir. Evelyn se

acercó a él con un abandono impotente. Estaba segura de que él la besaría,

pero sus ojos parpadearon un momento después, rompiendo el hechizo.

Evelyn gimió ante la sensación de pérdida. Los golpes en la puerta que

la habían hecho despertar cesaron cuando Agnes entró en la habitación.

—¿Está despierta? Su madre y su padre la esperan para desayunar.

Tienen un anuncio que hacer e insisten en que llegue a tiempo.


Los labios de Agnes se apretaron en una línea mientras miraba a

Evelyn. Por un momento, esta pensó en fingir que estaba muerta, pero las

posibilidades de que eso funcionara eran escasas. Con un suspiro, se

incorporó.
—Estoy despierta. Estoy despierta.

Se estiró como si así pudiera quitarse el sueño. Agnes se acercó a la

ropa de Evelyn, que había sido preparada la noche anterior.

—Vaya a refrescarse y procure no tardar mucho. Ya sabe lo impaciente

que está su padre por las mañanas.

Evelyn se deslizó fuera de la cama y se dirigió a la palangana donde la


esperaba el agua caliente, recién traída por Agnes. El sueño hacía que sus

piernas se sintieran inútiles y el cuerpo le pesara. La primera salpicadura de

agua en la cara la hizo sentirse mucho mejor.

—¿Sabes de qué trata ese anuncio, Agnes?

Agnes levantó los hombros como si no le preocuparan tanto el motivo

de lo que hacían sus señores.

—Usted sabe que no, señorita.

Evelyn suspiró y se dirigió hacia donde esperaba Agnes, la joven

sirvienta.

El vestido azul marino estaba cubierto por un delantal blanco que


Evelyn sabía que a menudo contenía los dulces que hacía la abuela de

Agnes. Agnes había estado al servicio de Evelyn desde que esta tenía edad

suficiente para tener una doncella. Las dos habían crecido prácticamente

juntas, convirtiendo a Agnes en una de las mejores amigas de Evelyn.


Agnes se puso las manos en las caderas mientras esperaba a que Evelyn

se tranquilizara y dejara de moverse. Mientras, Evelyn observaba el cabello

rubio de la joven doncella, que sin lugar a dudas le resultaba a Evelyn más
bonito que sus propias hebras castañas. Era una pena que Agnes tuviera que

cubrir esos mechones con la cofia con volantes que formaba parte de su

uniforme en la finca.

Evelyn se entregó a los cuidados de Agnes, que hizo un rápido trabajo

para vestirla. Los ágiles dedos de Agnes ataron y domaron la figura de

Evelyn en los confines del corsé. Las amplias curvas de Evelyn no siempre

eran las más fáciles de controlar, y su cabello era una batalla más, pero

Agnes siempre insistía en que el cabello caoba de Evelyn era encantador.

Cuando Agnes terminó su trabajo, dio un paso atrás para admirar lo que

había logrado.

—Ya está. —Agnes sonrió a Evelyn—. Intente no llegar tarde, Evie.

Evelyn le devolvió la sonrisa ante el apodo de la infancia.

—Te prometo que bajaré pronto. Solo necesito encontrar mis modales.

Creo que los dejé por aquí en alguna parte.

Agnes reprimió una carcajada mientras dejaba a Evelyn ordenar sus

pensamientos. Cuando la sirvienta se fue, la habitación se llenó de una

quietud que se apoderó de Evelyn. Su sueño revoloteaba en los bordes de su


mente.
Evelyn se admiró en el espejo que colgaba sobre su tocador. Echó los

hombros hacia atrás y enderezó la columna vertebral. Imitando la voz de su

madre, Evelyn entonó:

—No dobles la espalda como un granjero sin modales. Eres la hija del

conde Barney de Southaven.

Dejó caer los hombros. Le sacó la lengua a su reflejo para hacerle saber

que lady Evelyn Barney no aceptaba órdenes de nadie, incluida ella misma.

Pasando una mano cautelosa por sus mechones caoba, Evelyn suspiró

cuando las ondas de su cabello se escaparon de las horquillas que Agnes

había colocado para contener su grosor.


Evelyn dejó que sus mechones se movieran con libertad. Admiraba su

tenacidad. Suspirando, se levantó, ya que no era necesario seguir aplazando

la tortura que le esperaba.

En el comedor, su familia ya la esperaba. Estaban todos allí, puntuales y

sin duda juzgando a Evelyn por haberles hecho esperar. Evelyn hizo una

inclinación de cabeza a su madre y a su padre mientras tomaba asiento junto

a su hermana.

Aunque Evelyn y Elizabeth eran gemelas idénticas, no podían ser más

diferentes. Su complexión, su coloración y su estatura eran flagrantes

engaños porque, en el fondo, Evelyn sabía que eran como el fuego y el


agua. Elizabeth le dedicó a Evelyn una pequeña sonrisa, una sutil mueca en

la boca que la hacía parecer tan recatada.

Elizabeth era la hija buena. Siempre estudiaba bien sus lecciones y se

acordaba de comportarse correctamente. En los labios de Elizabeth había

siempre una sonrisa pacífica que Evelyn no podía entender.

Evelyn creía en la diversión, y a menudo gastaba bromas a su refinada

hermana. Elizabeth podía ser obediente todo lo que quisiera, pero Evelyn

elegía vivir. Siempre parecía que Elizabeth solo esperaba el permiso para

respirar.

Su padre, el conde Barney de Southaven, una figura imponente de

temperamento ardiente, miraba a sus hijas mientras tomaba su taza de té

matutina. Evelyn sospechaba que su padre añadía una buena dosis de su

licor favorito a la bebida, pero nunca le vio hacerlo. La voz del conde

retumbó en el comedor.

—Mis queridas hijas, ¡vuestra madre y yo tenemos una afortunada

noticia!

A pesar de ello, Evelyn se dio cuenta de que incluso se inclinaba

ligeramente hacia delante por la emoción. ¿Qué era lo que sus padres
habían planeado para ellas? ¿Era por fin ese viaje a la casa ancestral de su

madre en el que Evelyn había insistido tanto?


El conde miró a su mujer con una calidez que Evelyn daba por sentada.

¿Acaso no se miraban así todos los padres? Lady Barney le devolvió la

sonrisa a su marido antes de indicarle con un gesto que continuara.

El conde Barney aplaudió con sus manos del tamaño de un oso a la vez

que miraba a sus hijas.

—Como ambas sabéis, ya estáis en edad de casaros. Siendo Elizabeth la

mayor...

—Por apenas unos minutos —interrumpió Evelyn mientras golpeaba la


palma de la mano contra la mesa.

El pecho de lady Barney se hinchó con un suspiro al oír a Evelyn.


—Esa impetuosidad tuya es exactamente la razón por la que elegimos

primero un buen partido para Elizabeth.


Evelyn quiso protestar, pero se contuvo. La mirada de su madre le decía

exactamente lo que pasaría si no cuidaba sus modales. Elizabeth, por su


parte, se quedó muy quieta, como si volviera a contener el aliento

esperando el permiso para exhalarlo.


El conde Barney se aclaró la garganta mientras se ajustaba el chaleco.

—Como estaba diciendo, Elizabeth, tu madre y yo creemos que hemos


conseguido el marido perfecto para ti. Se trata de lord Harley, el duque de
Stanford.
Evelyn abrió la boca y volvió a cerrarla, como un pez que se esfuerza
por tragar agua. Quería gritar. En su mente, tiró el plato al suelo salpicando

el delicado azulejo, mientras gritaba lo injusto que le parecía esa elección.


En realidad, se quedó sentada sin poder hacer nada.

Elizabeth, por su parte, no dijo nada que Evelyn pudiera oír. Solo vio
que la cabeza de su hermana se movía arriba y abajo en señal de aceptación

de las palabras que su padre había pronunciado. ¿Por qué no se alegraba


Elizabeth? ¿Acaso no sabía que el duque era el hombre más guapo de
Londres, es más, de toda Inglaterra?

Su padre y su madre miraron a Evelyn, expectantes. Ella se volvió hacia


su hermana. Solo entonces, Evelyn se sintió culpable. ¿No debería estar

feliz por su hermana?


—Eso es maravilloso para ti, Elizabeth. Haré todo lo que pueda para

ayudar con los preparativos. —Las palabras fueron difíciles de decir, pero
Evelyn se sintió mejor después de decirlas.

Elizabeth le dedicó otra pequeña sonrisa.


—Gracias, Evie. Agradezco tu ayuda.

Evelyn guardó silencio mientras Elizabeth y su madre hablaban del


matrimonio concertado. Mirando el plato de fruta que tenía delante, su

mente se remontó a la última vez que había visto al duque. Ella y Elizabeth
habían asistido a un baile en la finca de un lord cuyo nombre Evelyn apenas
podía pronunciar.

Lo recordaba muy bien, porque había visto al duque a pocos metros de


distancia. Era tan guapo... Ingenuamente, ella había puesto su corazón en él.

Lady Foreman, la hija del conde de Mowbray, había estado con él


aquella noche. Evelyn aún podía sentir el fuego en su interior por la forma

en que lady Foreman se había inclinado hacia el duque. Le pasó las manos
por el brazo de la forma más obscena, con los labios entreabiertos y

haciendo gestos de invitación.


Evelyn había visto con gran alegría cómo el duque rechazaba sus

avances. Era suyo, y ¿cómo se atrevía lady Foreman a intentar algo así con
su duque? Sus palabras a la mujer habían llegado hasta Evelyn, mientras

trataba de parecer interesada en el dobladillo de su vestido.


—Lady Foreman, creo que debo decirle que no estoy, ni estaré nunca,

interesado en un matrimonio entre nosotros.


Si las palabras del hombre habían sido frías, la forma en que él se apartó
de lady Foreman había sido un desprecio salvaje. Evelyn se habría puesto

en contra de un hombre tan bruto si no fuera por lo que le había oído hablar
al duque con su amigo después del incidente con lady Foreman esa misma

noche.
Ella se había acercado a escuchar mientras tomaba una limonada como

refrigerio.
—No me agrada tener que hacer esto, Harry, pero creo que es necesario.

La honestidad está por encima del reproche. —La voz del duque era
profunda y tan suave como la miel que llevaba su nombre.

El Harry con el que él hablaba era Harry Steel, conde de Ranson.


Evelyn había sido presentada brevemente al hombre y le había parecido una
persona encantadora. Lord Steel enganchó los pulgares en su levita y

continuó hablando.
—No es la honestidad lo que se cuestiona, amigo. Sino tu

comportamiento tan deplorable con una dama.


—La verdad es que ruego que se me perdone por haber sido demasiado

duro con ella, pero prefiero eso a dejar una pizca de incertidumbre sobre el
asunto. —El duque respiró hondo como si sopesara su propia culpa.

Más tarde, Evelyn se enteró de que lady Foreman tenía el corazón tan
roto que se había retirado de los dos bailes siguientes por el dolor que él le

produjo. Por mucho que lo intentara, Evelyn no podía sentir mucha simpatía
por la mujer a la que consideraba una rival.

Sin embargo, aquí estaba ella ahora. Su propia hermana no solo era su
rival, sino la vencedora del afecto del duque. Por supuesto, Evelyn sabía por

qué ella había acabado en esta posición. Elizabeth podía parecerse a ella,
pero era una dama de porte impecable, mientras que Evelyn iría corriendo

en bata si su madre se lo permitiera.


Todas aquellas lecciones que Evelyn había dejado de aprender habían

vuelto a perseguirla, como su madre y sus tutores hacían a menudo. No


sabía la forma correcta de efectuar una reverencia si el hombre era un conde

menor o un primo del propio rey. Sin embargo, Elizabeth sí lo sabía.


Elizabeth sabía cómo conducirse, cómo hablar, y Evelyn era solo una cosa

salvaje en comparación con ella.


 

Harry apareció ante el escritorio de James Harley, duque de Stanford, de


forma sigilosa y sin haber llamado ni siquiera a la puerta. Por suerte para el
intrépido Harry, James era su mejor amigo desde la infancia, por lo que solo

tuvo una pequeña reprimenda.


—¡Por el amor de Dios, Harry!, ¿tienes que acercarte sigilosamente a

mí?
—No protestes, amigo, llamé a la puerta, pero debías de estar tan

absorto en tus papeles que no me oíste.


Harry se dejó caer en uno de los sillones de cuero frente al escritorio de

James. Se sentía cómodo ante su presencia, al verle más como a un


hermano que como a un duque. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Harry,
que le conocía bien y sabía que lo estaba importunando.

James no necesitaba escuchar las palabras para saber lo que Harry


estaba a punto de decir. Lo conocía demasiado bien, y era una de las pocas
personas que podía llamarlo por su nombre, olvidándose de su título.

—Adelante entonces, y dime lo tonto que soy.


—¿Un tonto? No. No te considero un tonto, que es precisamente por lo

que he venido en cuanto me he enterado de la noticia. Lo que espero es que


no te hayas vuelto loco. —Harry arqueó una ceja esperando que James se

defendiera.
James dejó la pluma en el escritorio y miró a su amigo con firme

tolerancia.
—Mi cerebro está bastante sano. Simplemente me cansa todo esto.

—¿Mi amigo, que vive para el romance, acaba de decir que está
cansado de todo este tema? No me lo creo. —Harry se inclinó hacia delante

como si estuviera ansioso y susurró—: ¿Fue tu madre?


La suposición de Harry no estaba para nada desorientada, pues, de

hecho, sus padres habían estado insistiendo últimamente. El ducado


necesitaba herederos, y al final, los matrimonios concertados eran seguros.

O por lo menos eso le repetían día tras día, hasta que James al final claudicó
y se dejó convencer por ellos.
—No me atrevo a repetir todo lo que mis padres me han reiterado
continuamente, pues supongo que los tuyos han hecho lo mismo. El

matrimonio es un medio para un fin, Harry.


—Si creyeras eso, entonces habrías compartido con lady Foreman esa

felicidad conyugal —le recordó Harry.


James soltó una bocanada de aire como si así pudiera alejar el nombre

de la dama.
—Quiero una esposa, no una amante. Lady Foreman se comporta más

como una concubina y no como una noble que aspira a ser duquesa. Te lo
digo, no solo por su comportamiento poco apropiado conmigo, sino por la

certeza de los hombres que han estado a solas con ella durante alguna
velada.

La cara de Harry se torció en desaprobación.


—No sabía eso de ella.
—Ni tú ni casi nadie de nuestro entorno social, pero puedo asegurarte
que se parece más a una gata en celo que a una dama.

Tras escucharle, Harry trató de contener la risa. Para conseguirlo, se


mordió la lengua y se puso rojo, hasta que James, al mirarle y ver su cara
cómica, se rio con ganas. Esto hizo que finalmente su amigo también
rompiera a reír a carcajadas, mientras daba una palmada en el brazo del

sillón de cuero.
—Lo hecho, hecho está, Harry.
James estaba en paz con su decisión en su mayor parte. Había visto a

Elizabeth Barney, y la mujer era una gran belleza. Se manejaba con la


gracia de una reina. Aunque solo habían sido presentados formalmente de
manera muy breve, tenía suficiente conocimiento de ella como para no
fruncir el ceño ante la gentil sugerencia de matrimonio de su madre.
Harry hizo un ruido en su garganta como si se estuviera ahogando.

—Espero que no te arrepientas de tu decisión.


—Hablando de decisiones, ¿qué hay de ti, amigo? —James se alegraba
de desviar la conversación de su inminente matrimonio para que no
afloraran sus reservas.

Harry hizo una mueca al oír sus palabras y se pasó las manos por sus
mechones indómitos. El pelo de Harry siempre parecía tener una mente
propia, lo que encajaba muy bien con la personalidad de su dueño.
—Me gustaría no pensar en el matrimonio en absoluto, porque significa

que no alcanzaré mis objetivos de ver primero el mundo. Sabes que me será
imposible salir a trotar una vez que surjan los niños y todo eso.
—Los niños no pasan por el altar, Harry —le recordó James a su amigo
con una sonrisa—. Tal vez deberías apuntar a una dama que también tenga

tus fascinaciones.
Los ojos de Harry giraron en su cabeza de tal manera que James pensó
que estaba a punto de caerse al suelo.

—Las jóvenes damas solo hablan de los niños y de la familia.


—Bueno, eso es lo que la mayoría querría. No es culpa suya si les
enseñan desde muy pequeñas que ese debe ser su único objetivo en la vida.
—James frunció el ceño ante sus propias palabras—. Yo solo quiero una

esposa que me quiera, o que lo intente. Una que esté llena de vida y de
risas. Mi mayor temor es que Elizabeth no sea ninguna de esas cosas.
La simpatía floreció en el rostro de Harry.
—Creo que es normal que tengas estas reservas cuando apenas conoces

a tu prometida y la fecha de tu boda esté tan próxima. Aun así, es como un


poema épico, ¿no? Solo has visto a la dama de lejos.
—Si crees que meter a lord Byron en esto me hará estar más tranquilo,
entonces te equivocas. —James tiró del corbatín que de repente sintió que
lo ahogaba.

Harry rompió a sonreír.


—Me alegra ver que no eres tan complaciente con todo este asunto del
matrimonio como pareces. Eso demuestra que tienes el cerebro bien puesto
en tu cráneo.

James lanzó un gran suspiro. Era inútil tratar de fingir ante Harry. Su
amigo acabaría por darse cuenta, y ya era bastante cansado tener que
hacerlo para todos los demás.

—Barney, ¿dijiste? —El ceño de Harry se frunció—. Me presentaron,


aunque brevemente, a una tal lady Evelyn Barney.
James se rio.
—Esa sería su hermana. Se supone que tiene una gemela.
—Oh, vaya —se rio Harry—. Espero que no las confundas, querido

amigo. —Miró a su amigo de soslayo—. ¿Por qué me molesto en contarte


nada?
—Probablemente porque soy el único que aguanta tus tonterías —le
informó Harry—. ¿Tomamos una copa mientras discutimos estos funestos

asuntos?
James guardó el papel en el que había estado trabajando.
—Tal vez el agua te convenga más.
Harry balbuceó.

—Eres un vil bribón al decirme semejante cosa. —Sonrió y se levantó


para servir él mismo las bebidas—. Entonces, ¿cuándo os casaréis tú y la
afortunada dama?
Oyó el tintineo de las copas cuando Harry las acercó a su mesa. La

mano de Harry sosteniendo una copa de brandy apareció frente a su cara.


James tomó la copa de brandy con un suspiro.
—Un mes y una semana fue lo que se acordó. Por lo visto, las damas

tienen que prepararse mucho más arduamente para la boda que los hombres.
—Tendrán que coser el vestido y toda esa tela que llevan debajo —
sugirió Harry. Hizo girar su copa de brandy mientras se colocaba a un lado
del escritorio de James.

Este miró a su amigo.


—Por cierto, ¿cómo está tu madre?
—Está volviendo loco al personal. —Harry sonrió—. Me atrevo a decir
que ha echado a mi padre de la casa.

James resopló, divertido.


—¿De verdad? Seguro que no está tan mal. ¿Qué dijo el médico?
—Oh, ella solo se hizo una torcedura en el tobillo. Sin embargo, apuesto
a que le sacará el máximo partido.
Harry asintió con la cabeza lentamente, con los ojos entrecerrados como

si lo estuviera pensando en profundidad.


Harry señaló con el dedo a James como si estuviera a punto de acusarle
de algún gran error.
—Entonces, ¿cuándo podré conocer formalmente a esta muchacha tuya?

—Después de la boda —respondió James con humor—. Tengo que ir a


ver lo de la licencia de boda mañana. ¿Estarás libre para reunirte conmigo
en el club para comer?
La promesa de una copa en el club aguzó los oídos de Harry, a pesar de

que el hombre ya estaba dando un sorbo a un brandy.


—Todavía no he dejado pasar una copa y un poco de asado, y no quiero
empezar ahora. —La cabeza de Harry se inclinó hacia delante y levantó su
copa como si estuviera bendiciendo a James con un brindis.

—Oh, siéntate, antes de que derrames el brandy como lo hiciste una


vez. Las criadas lo pasaron fatal limpiándolo. —James le hizo un gesto a su
amigo para que se sentara en su asiento original, al que el hombre se volvió
con una sonrisa en la cara.

—Nunca quise hacer trabajar tanto a las chicas. El vaso estaba mojado y
se me escurrió de los dedos.
—Creo que era más bien que tus dedos estaban gruesos y tontos por la
bebida —contraatacó James.

Harry hizo una pausa, considerando las palabras, y examinó el vaso que
ahora sostenía como si fuera aquella ofensiva copa.
—Eso también podría ser cierto. Dejémoslo en el terreno de lo
misterioso y no profundicemos en ello.

James volvió a coger el lápiz con una sonrisa. A Harry siempre le había
gustado beber, pero era un hombre sensato la mayor parte del tiempo que
sabía mantener controlado este gusto por la bebida.
Habían crecido juntos como amigos, pero se habían convertido en
verdaderos aliados en el internado. Harry era un buen tipo y daba buenos
consejos, a menos que se tratara de una cuestión de amor.
—¿Estás escribiendo a ese fanfarrón de George? —Harry sentía una

fuerte aversión por lord George Hyrst, conde de Salisbar, la cual provenía
sobre todo de una rivalidad infantil entre ambos.
James asintió con la cabeza mientras escribía.
—Así es. De verdad, Harry, él ha madurado y tú también deberías

hacerlo. Creo que va siendo hora de que dejes atrás tu animadversión por
ese hombre.
—Madurar y olvidar que ese canalla intentó volarme la cabeza es una
cosa completamente distinta, amigo —se burló Harry.
Los labios de James se torcieron, a pesar de que intentaba mantenerse

firme ante el lenguaje soez de Harry.


—Vamos, Harry, todos fuimos cómplices en esa batalla. Era un juego, y
no tenía mucha puntería.
—Apuntó lo bastante bien como para dejarme una cicatriz —se quejó

Harry mientras se frotaba la pequeña marca que apenas se veía en la línea


del cabello.
James terminó la carta y la dobló con cuidado.
—Las cicatrices dan lugar a buenas historias y a valientes héroes.
Deberías agradecer que no tuviste que ir a la guerra para ganar una.
James pudo ver, por la mirada de Harry mientras se llevaba el vaso a los
labios, que ninguna palabra le haría cambiar de opinión. Con un

encogimiento de hombros, James sacó un sobre del cajón de su escritorio y


lacre para sellar.
—El hecho es que el hombre tiene una buena reputación y necesito sus
barcos.

—Tratos con el diablo… —murmuró Harry.


Sus hombros se alzaron en un encogimiento de hombros impotente.
—Ha sido honesto en su trato conmigo, y eso es todo lo que pido
realmente.

 
Capítulo 2
 
 
 

L
a semana que siguió al anuncio de su compromiso y su
inminente matrimonio con el duque de Stanford no fue más

que un cúmulo de emociones con las que Elizabeth no pudo


lidiar y mantener la compostura. Evelyn cumplió lo

prometido y permaneció a su lado, siempre dispuesta a ayudar o a dar una


palabra de consuelo. Sin embargo, Elizabeth pensó que lo mejor era

aguantarse todas esas dudas que sentía.


¿De qué serviría decirlas en voz alta? Solo daría un nombre al miedo.

Ella quería que Evelyn viera lo importante que era ser fiel y adecuada a su

crianza, pero deseaba poder ser como ella.


Ser libre para ser uno mismo y explorar realmente el mundo era todo lo

que Elizabeth quería. Había sido obediente y había aprendido todo lo que se

le había planteado, pero casarse con un completo desconocido era llevarla


demasiado lejos. Sin embargo, tenía que hacer lo que sus padres le pedían.

—Deberíamos llevar a nuestras doncellas y mirar las telas —dijo

Evelyn con voz emocionada.


Elizabeth miró a su hermana. No había esperado que Evelyn estuviera

tan involucrada en la boda y que se sintiera realmente entusiasmada por

ella.

—Supongo que deberíamos. Se necesita tiempo para elegir las cosas y

ser comedido, pero no me siento como si pudiera hacerlo hoy. Los últimos
días hemos encargado las flores y probado los pasteles. Oh, Evie, hoy no

puedo soportar nada más.

Se sentaron fuera, en el jardín, con el sol entrando por el techo del

cenador donde descansaban perezosamente. Evelyn frunció el ceño.

—Normalmente, con lo que la novia más se emociona es con el vestido.


—No soy como la mayoría de las novias, y estoy cansada. —Elizabeth

se encogió ligeramente de hombros. Se relajó contra los asientos de madera,

con los suaves cojines que las doncellas habían colocado a su alrededor

para mayor comodidad, consiguiendo con ello que el lugar fuera demasiado

cálido.

Evelyn balanceó sus pies en el aire mientras miraba a Elizabeth.

—¿Crees que el duque vendrá a visitarte?


Elizabeth sacudió la cabeza, con sus mechones cuidadosamente

domados rebotando en sus ondas contra la frente.

—Es posible, pero no lo espero. Es un hombre ocupado por lo que ha

dicho mamá.
—Imagino que un hombre de su posición suele estar ocupado. —Evelyn

no parecía tan preocupada por ello.

Elizabeth miró sus propios pies, tan parecidos a los de Evelyn, pero

vestidos con suaves botas, en lugar de las zapatillas con las que Evie era tan

propensa a retozar como si fuera un espíritu de la naturaleza que solo

pretendía estar enjaulado en forma humana.


—Supongo que tienes razón.

—¿Te decepciona que no vayas a hablar mucho con él antes de la boda?

—Evelyn se inclinó hacia delante mientras hablaba, con las manos sobre el

asiento de madera que tenía a su lado, como si estuviera esperando para

lanzarse al aire.

Elizabeth frunció el ceño.

—No creo que importe realmente si lo conozco o no. Va a ser mi marido

a pesar de todo.

—Deberías sonar más feliz. Te dejas llevar por los nervios, Elizabeth.

—Evelyn le sonrió—. Pronto te verás envuelta en los brazos del duque, y


estoy segura de que eso te hará sonreír de nuevo.

A pesar de sus recelos, Elizabeth sonrió a su hermana.

—Haces que suene como una de esas novelas románticas que tanto le

gustaban a nuestra institutriz, Evie.

Evelyn sonrió.
—¿Recuerdas a los gallardos pícaros de esas novelas?

Elizabeth negó con la cabeza.

—Recuerdo que nos metimos en problemas por leer esas novelas


cuando mamá se enteró. Regañó a la señorita Peterson con bastante dureza

por eso.

—El romance vale todos los riesgos —aseguró Evelyn a Elizabeth con

una sonrisa atrevida—. Sinceramente, deberías saberlo.

Elizabeth se burló, abanicándose ya que el calor del día hacía que su

vestido de satén fuera un poco incómodo.

—Tonterías. Tú eras la que siempre tenía que ser apartada de los libros

de poesía. Una dama debe ser práctica, fue una de las primeras cosas que

nos enseñaron.

—Y aquí estamos. —Evelyn sonrió—. Damas prácticas, razonables y

encantadoras... discutiendo sobre su matrimonio. El amor no tiene que estar

prohibido en esa conversación.

Con un gesto de la mano para ahuyentar la inminente charla sobre el

amor romántico de Evelyn, Elizabeth respondió:

—Hay muchas variantes de amor, querida hermana. Yo solo espero

alcanzar la calidez del respeto y la adoración.

—Apuntas demasiado bajo, hermana. —Evelyn se cruzó de brazos con


una mirada de desaprobación—. Te casas con el mismísimo duque de
Stanford, ¿y solo deseas eso?

Elizabeth puso los ojos en blanco. Había oído todas las historias sobre el

atractivo del duque, sobre su fortuna y sobre todas las damas que deseaban

ocupar su lugar.

—¿Y si es un monstruo? ¿Y si es el mismísimo Hades?

—¿No encontró Perséfone el amor con Hades? —Evelyn soltó una

sonrisa que Elizabeth no pudo evitar devolver.

—Es cierto. —Elizabeth se levantó—. Realmente hace un calor inusual

para la temporada, ¿no es así?

—Creo que es más bien que eliges vestirte con demasiadas capas
cuando solo estamos en el jardín —replicó Evelyn mientras se levantaba

también.

Elizabeth chasqueó la lengua mientras movía un mechón de pelo

rebelde de Evelyn detrás de su oreja. El mismo pelo, los mismos ojos y, sin

embargo, eran diferentes, ¿no?

—No sé qué haría sin ti, Evie.

—No tendrás que preocuparte por eso. —Evelyn la rodeó con sus

brazos.

—¡Oh, hace demasiado calor para abrazos! —Elizabeth se rio mientras

esquivaba a Evelyn que vio un juego y fue tras ella rápidamente—. ¡Evie!
—Elizabeth se levantó las faldas y corrió tan rápido como pudo alejándose

de su hermana que la perseguía.

—¡Es una pena que hoy no se haya puesto las sandalias y la muselina,

hermana! —Evelyn se lanzó a lo largo de las hileras de flores.

La estruendosa voz de su padre sonó por el jardín haciendo que Evelyn

chillara.

—¡Venid aquí, ahora!

Las dos volvieron a caminar hacia el patio de piedra donde estaba su

padre. Elizabeth bajó la vista cuando él la miró, pero Evelyn no parecía

avergonzada en lo más mínimo.

—Lo siento, padre. —Elizabeth no ofreció ninguna excusa por sus

acciones. No se le ocurrió ninguna.

La voz de Evelyn sonó a su lado.

—Solo nos estábamos divirtiendo un poco. Es estresante casarse, y

pensé que a Elizabeth le vendría bien un poco de diversión.

—Dejando las buenas intenciones aparte, ¿qué pasaría si alguna de las

dos os lesionarais con juegos para las que sois demasiado mayores,

Evelyn?. —Elizabeth levantó la vista para encontrarse con la severa mirada


de su padre. Él las miró de nuevo antes de darse la vuelta y volver a entrar.

Siguieron su estela, y su momentánea alegría se convirtió en un solemne

arrepentimiento. Él informaría a su madre, y eso sería otra reprimenda que


tendrían que soportar. Elizabeth miró a Evelyn, que parecía estar de acuerdo

con ello.

Elizabeth ciertamente deseaba que no le importara que la regañaran

tanto como Evelyn parecía desestimarlo. ¿No había nada en el mundo que

Evelyn no pudiera conquistar con una firmeza en su mandíbula? Elizabeth

cuadró los hombros y se dirigió hacia su destino junto a su hermana.

—Realmente me gusta la iglesia. —Era algo obvio, pero Evelyn sintió


que tenía que decir algo. Habían estado en el lugar donde se celebraría la

boda con su madre, que insistía en poder opinar sobre dónde se colocarían
las flores y demás. Su hermana permaneció en silencio en el carruaje

mientras volvían a la finca para almorzar antes de salir de nuevo a las


tiendas.

—Sí. —La respuesta de una sola palabra de Elizabeth era lo habitual.


La mayoría de las veces había asentido a su madre mientras se exponían los
planes de la boda.

Evelyn puso los ojos en blanco ante su hermana.


—¿Qué te pasa?
—¿Qué quieres decir? —Elizabeth pasó sus delgados dedos por la
sedosa tela de su vestido como si estuviera alisando arrugas donde no las

había.
Evelyn se arriesgó a sufrir una lesión para pasar al asiento del carruaje

que estaba a su lado. Su madre había viajado sola en un carruaje porque


tenía que asistir a un almuerzo para unas damas de sociedad. Al menos eso

fue lo que Evelyn pensó que había dicho. Apenas había escuchado, ya que
la vida social de su madre no le interesaba.
—Apenas has dicho nada, y llevamos todo el día hablando de tu boda.

—Evelyn golpeó a su hermana con el codo—. Vamos, ¿qué te molesta


tanto?

Elizabeth cruzó las manos sobre las rodillas. Era un movimiento tan
delicado, pero tan molesto que Evelyn sabía que su hermana estaba muy

incómoda por la pregunta.


—No me pasa nada. Es mi boda y lo entiendo. Sé lo que debo decir y

cuándo debo decirlo. Solo quiero hablar de algo... de cualquier otra cosa.
—¿Podríamos hablar del duque? —Evelyn hizo la oferta con una

sonrisa, pero se encontró con la línea firmemente apretada de los labios de


Elizabeth.

Evelyn se echó hacia atrás en el asiento con gran frustración.


—¿Por qué no quieres hablar de tu futuro marido?
La cabeza de Elizabeth fue de un lado a otro con una sacudida que
seguramente debería haber avergonzado a Evelyn, pero no lo hizo.

—Son meras especulaciones. Sabemos poco más de él que su llamativa


figura y los rumores.

—Oh, al diablo con los rumores, hablemos del hombre —se burló
Evelyn mientras volvía a dar un codazo a su hermana.

Las comisuras de la boca de Elizabeth se curvaron en una sonrisa de


mala gana.

—Puedes hablar de todos los rasgos del duque si lo deseas. Estoy


cansada de que me arrastren de aquí para allá para que me pinchen.

—Todavía no te han probado el vestido de novia. —Evelyn sonrió a su


hermana—. Eso te hará sentir como estar sobre un cojín de alfileres, diría

yo.
Elizabeth entrecerró los ojos hacia Evelyn.

—Eso no ayuda, hermana.


—¡Solo bromeo! —Evelyn agarró la mano de Elizabeth, estrechándola
como si acunara a un niño—. Mi dulce Elizabeth, ¿no sabes que eres la

mujer más afortunada del mundo?


Con una ligera risa, Elizabeth se liberó del agarre de Evelyn.

—Me cambiaría contigo si pudiera.


Evelyn miró a su hermana, sorprendida por sus palabras.
—No quieres decir eso. Es simplemente que te asusta el gran paso que

estás a punto de dar, querida Elizabeth. Es un camino difícil de recorrer para


una dama.

Los hombros de Elizabeth presentaban una caída que Evelyn no había


visto antes y que la perturbó mucho. Su hermana miró a Evelyn, sus ojos

verdes coincidían con los de ella.


—Tienes razón. Soy una tonta. Creo que son todos esos años de dar
prioridad a las lecciones.

—¿Por qué debería esto atormentarte tanto? Te ha hecho ganar una vida
maravillosa. Me temo que me arrepiento de mi absentismo. —Evelyn se

resistía a admitir que tal vez su hermana había tenido razón todo el tiempo,
pero si eso ayudaba a Elizabeth a superar esos nervios suyos, entonces valía

la pena.
Elizabeth agarró la mano de Evelyn y le dio un apretón.

—La verdad es que temo que todo el mundo que pueda ver sean las
paredes de una casa o un salón dorado.

—Creía que habías renunciado a tu sueño de valiente exploradora. —


Evelyn recordó cuando eran muy pequeñas cómo Elizabeth hablaba de

navegar por los mares, de encontrar nuevos lugares. Hacía años que no
pensaba en eso, pero podía ver por qué surgiría algo así ante la perspectiva

del matrimonio.
Elizabeth asintió con la cabeza.

—Lo hice. Era lo más responsable.


—Supongo que es natural que en estos momentos tengas

remordimientos o dudas sobre esas cosas. —Evelyn frunció el ceño. Podía


entender el punto de vista de Elizabeth al respecto, pero había ganado un

buen partido—. Seguramente, podrías convencer al duque para viajar.


Elizabeth desplegó el abanico en su muñeca y se abanicó.

—¿No fuiste tú quien aseguró lo ocupado que estaba un hombre como


el duque? Difícilmente parece que quiera viajar.

—El amor tiene una forma de hacer que las cosas funcionen, hermana.
—Las palabras de Evelyn se encontraron con una risa brillante de

Elizabeth. Ella miró a su hermana con desconcierto—. No tenía ni idea de


que tuviera tanto sentido del humor.

Elizabeth la reprendió.
—Oh, Evie, el amor es un cuento de hadas. Ambas sabemos que el
objetivo de una mujer en este mundo es simplemente obtener seguridad

para ella y sus hijos. Carezco incluso del poder de elegir a mi propio
marido.

Evelyn quería luchar por el amor, pero a la luz de la verdad, las palabras
de su hermana eran más puras.
—Supongo que aún espero que tal vez el amor y el deber puedan
coexistir.

—No es algo inaudito —admitió Elizabeth, con su abanico aún


soplando aire sobre su cuello, levantando la ondas rojas que caían sobre su
rostro hacia arriba.

El aire del abanico de Elizabeth también golpeó a Evelyn y lo


agradeció. El hecho de tener que llevar hoy todas las apropiadas capas de

ropa le recordó a Evelyn lo cálida que se había vuelto la temperatura.


Evelyn siempre había despreciado que el hecho de ser una dama adecuada

conllevara el alto precio de tener que soportar tal incomodidad en aras de la


modestia.

Las hermanas se sumieron en el silencio. Evelyn miró por las ventanas


del carruaje y reflexionó sobre las próximas nupcias. Estaba emocionada

por su hermana y con no poca envidia.


A Evelyn solo le molestaba lo desafiante que parecía Elizabeth por todo

aquello. Nunca había visto a su hermana echarse atrás en sus deberes, y sin
embargo Elizabeth parecía tener dificultades para tragarse su nerviosismo.

—Se te pasará, ¿sabes? Estoy segura de que, una vez que estés en la
iglesia, te encontrarás invadida por la alegría.

Elizabeth giró la cabeza hacia Evelyn. La única respuesta que le dio


Elizabeth fue una sonrisa tensa que hablaba más de una cortesía forzada que
de una creencia real en sus palabras. Evelyn suspiró ante su hermana.
Las cosas irían mejor. Comerían un poco e irían a buscar las telas

perfectas para el vestido. Tal vez Elizabeth estaba simplemente fuera de sí


debido a que apenas había desayunado.

Las esperanzas de Evelyn de que el estado de ánimo de Elizabeth


mejoraría con un bocado de comida pronto se demostraron vacías. Elizabeth

actuó con una anormal hosquedad y se mantuvo callada durante la comida


en la finca. Cuando se prepararon para ir a las tiendas una vez más,

Elizabeth no parecía tener ninguna prisa, incluso cuando Evelyn la


acompañaba hasta el carruaje.

Ayudar a su hermana fue sin duda más difícil de lo que Evelyn


esperaba. En la tienda, Evelyn hizo un gran alarde de mirar todas las

hermosas telas.
—¿No es esta una maravilla? Mira lo suave que es. —Evelyn
prácticamente empujó la tela en la mano de Elizabeth.
Elizabeth palpó obedientemente el material.

—Es bastante bonito contra la piel, pero el color no me gusta.


—Es de color crema. ¿Cómo se puede objetar un color crema? —
Evelyn soltó una carcajada—. Hermana, creo que le gritarías al mismo sol
por brillar hoy.

Con un encogimiento de hombros, Elizabeth suspiró.


—Quizás deberíamos esperar hasta mañana para elegir la tela de mi
vestido…

—Ya lo hemos pospuesto tres veces. Madre ha dicho que si no


volvemos hoy con la tela, nos cortará el cuello. —Evelyn puso las manos en
las caderas—. ¡En serio, Elizabeth!
Elizabeth frunció el ceño y se alejó para mirar otro rollo de tela. Evelyn
estaba a punto de seguir a su hermana cuando se fijó en dos señoras que

estaban de pie junto a los escaparates. Reconoció a lady Foreman, y Evelyn


se esforzó por ignorar a las dos mujeres.
—¿Crees que esto servirá? —dijo lady Foreman—. Tengo a alguien que
quiero impresionar, y necesito un vestido especial, Alice.

—Creo que podrías encantar a una serpiente con ese vestido, Rachel —
respondió Alice con una sonrisa socarrona—. ¿Quién es el caballero que te
fascina tanto? —Lady Foreman se limitó a dedicar a Alice una sonrisa
tortuosa, como si la mujer ya supiera la respuesta.

Aunque Evelyn no tenía motivos para pensar que las mujeres estaban
hablando del duque de Stanford, su instinto le susurró que su conspiración
se centraba, efectivamente, en su duque. Evelyn se corrigió: era el duque de
su hermana. Agradeció que las dos mujeres no se hubieran fijado en ella y

en Elizabeth.
Se alejó rápidamente de las damas y se dirigió hacia donde Elizabeth
había doblado la esquina entre unos grandes expositores de telas y vestidos.

Evelyn no consideró correcto estresar aún más a Elizabeth por un


presentimiento, así que se guardó lo que había escuchado.
—¿Has encontrado algo?
Los hombros de Elizabeth se desplomaron cuando se volvió para

encontrar la mirada de Evelyn.


—Si se supone que casarse con alguien debe traer tanta alegría,
entonces, ¿por qué siento que está tan mal? No puedo superarlo, Evie. Esto
está mal.

—Son solo los nervios —aseguró Evelyn a su hermana. Tomó las


manos de Elizabeth entre las suyas—. Por favor, no te desesperes. Solo sé
que el duque será un marido maravilloso para ti. —La mirada de Elizabeth
derribó la última resistencia de Evelyn a la idea de que su hermana pudiera
tener razón. ¿Quizás la boda no debería celebrarse si le estaba causando tal

confusión?
Evelyn consoló a Elizabeth lo mejor que pudo. Escogió una tela para
salvarlas de la ira de su madre, y se marcharon después de encargar que el
sastre fuera a su casa para hacer las pruebas, ya que Elizabeth no se sentía

bien. Mientras se dirigían al carruaje, Evelyn le susurró a Elizabeth:


—Le diré a mamá que estás enferma y que te has ido a acostar para que

tengas un poco de paz.


—Gracias. —La voz de Elizabeth era tenue y apagada en comparación
con sus habitual tono vivaz. Evelyn dejó que su hermana se sumiera en el
silencio.
En la casa, Elizabeth se retiró rápidamente y Evelyn fue a informar a su

madre de lo que habían conseguido. Llamó a la puerta del salón y se


anunció:
—Madre, soy Evelyn.
—Adelante —respondió lady Barney.

Evelyn entró en el salón. Sonrió al encontrarse con los ojos de su madre.


—Ya hemos elegido la tela, y el sastre pasará por aquí mañana para
hacer todas las pruebas.
—¿Por qué no las ha hecho hoy? —Lady Barney arqueó una ceja

mientras miraba a Evelyn con ojos afilados.


Esta se encogió de hombros.
—Elizabeth se sentía un poco abrumada por todo, y pensé que era mejor
que descansara. El sastre nos aseguró que estaría aquí puntualmente mañana

por la mañana, así que no hemos perdido mucho tiempo.


Lady Barney asintió mientras se acercaba a verter un poco más de té en
su taza.
—Me sorprendes, Evelyn. Realmente has estado a la altura de ser la

dama de honor de tu hermana.


Evelyn sonrió ante los elogios de su madre. Rara vez recibía alguno, por
lo que le provocó un cálido rubor en las mejillas.
—Gracias, madre.

—Ciertamente, me siento aliviada al saber que ya está todo solucionado


—continuó lady Barney—. Mantenme informada del progreso.
Evelyn hizo una reverencia.
—Por supuesto, madre. —Reconocía una despedida cuando la oía, y

enseguida se marchó.
Casi subió corriendo las escaleras. Evelyn no prestó atención a las
escenas de la campiña francesa pintadas en los revestimientos de las
paredes. Las había visto tantas veces que habían perdido su encanto para
ella.

Al entrar en su habitación, Agnes levantó la vista.


—Ah, está de vuelta.
—Sí, aquí estoy. Ya hemos elegido la tela, o supongo que debería decir
que yo lo hice. —Evelyn tiró su chal sobre la cama—. Sácame de la

pesadilla de este vestido de lana.


Agnes se acercó a Evelyn para ayudar a rescatar a su ama de aquella
monstruosidad. Evelyn ya estaba intentando zafarse del vestido, y los
hábiles dedos de Agnes hicieron un rápido trabajo con los lazos que lo

mantenían ceñido. Al poco tiempo, Evelyn estaba liberada, y Agnes fue a


buscar uno de los vestidos de diario de muselina, los cuales Evelyn prefería.
—No ha hablado mucho sobre su duque últimamente. —Las palabras de
Agnes hicieron que la mirada de Evelyn se dirigiera a la doncella—. Desde

que se anunció que su hermana iba a casarse con el duque de Stanford, no


ha dicho ni una palabra. Tenía curiosidad por saber cómo lo llevaba.
Evelyn suspiró con fuerza y se hundió en la cama, con el vestido de
muselina amontonado a su alrededor.

—Fui una tonta por estar tan volcada en un hombre que ni siquiera
conozco. Quizá la historia que he tejido de él es lo que realmente adoraba.
Él no podía ser nada de eso.
—Entonces, ¿de verdad está feliz por su hermana? —Agnes se sentó

junto a Evelyn.
Esta frunció el ceño, pensativa.
—Queda poco por hacer, salvo tratar de concentrarse en la felicidad de
Elizabeth.

—Me alegro de que se sienta así. Odiaría pensar que suspira por un
hombre que está casado con su hermana.
Evelyn asintió a las palabras de Agnes. Tenía razón, por supuesto. No
podía salir nada bueno de tener esa fijación. Agnes le dio a Evelyn una
palmada en la pierna.
—Estoy segura de que el caballero perfecto para usted está ahí fuera
todavía.
—Seguro que sí —aceptó Evelyn con una sonrisa.

Agnes se levantó y se alisó la falda.


—¿Necesita algo más, señorita?
Evelyn respiró hondo.
—No. Estoy bien. Podría descansar hasta la cena.

—Muy bien. Me aseguraré de que no la molesten. —Agnes le dedicó a


Evelyn una última sonrisa antes de dejarla sola.
En la tranquilidad de la habitación vacía, Evelyn miró hacia su ventana.
Esta daba a los jardines de los que su madre estaba tan orgullosa. Lady
Barney solía decir que una casa sin jardín no era un verdadero hogar.

Evelyn se quedó mirando las rosas en flor, pero no vio las flores. Vio la
fuerte mandíbula del duque de Stanford y sus profundos ojos marrones.
Reprendiéndose a sí misma, Evelyn frunció el ceño. El duque de Stanford
era un cuento de hadas que ella había creado.

Le importaba su hermana y deseaba que la mujer pudiera ver al duque


como ella. Si Elizabeth pudiera vislumbrar la visión que Evelyn tenía del
duque, todos sus temores se desvanecerían. Por supuesto, era difícil ver
algo que podría no existir en absoluto.
—¿Eres un espejismo, mi duque, construido por mis sueños febriles? —
A Evelyn le dolía el corazón por lo bien que le sentaba llamarle su duque,
aunque no era suyo. Nunca lo había sido.
 
Capítulo 3
 
 
 

J
ames observó a su madre con una mirada aburrida. La mujer
caminaba tranquilamente de un lado a otro del césped del jardín.

Estaban fuera con el pretexto de jugar un partido de cricket,


pero era una excusa, en el mejor de los casos.

Solo el padre de James, lord Harley, parecía estar interesado en el juego.


James jugaba, pero su corazón no estaba en ello. Eso era más de lo que

podía decirse de la madre de James, que se contentaba con divagar mientras


sostenía su bate.

—No has hablado mucho de tus próximas nupcias, James. Realmente

no es apropiado para un hombre estar tan impasible. ¿No es tu esposa


encantadora? —Los ojos de su madre se clavaron en él, exigiendo una

respuesta.

James se subió el bate al hombro.


—Es bastante atractiva, y parece una joven perfectamente encantadora.

No hemos tenido el cortejo habitual, así que me temo que mi conocimiento

de sus virtudes es limitado, madre.


—Oh, ¿qué hay que saber? —dijo el padre de James añadiendo un

comentario, aunque nadie le hubiese preguntado—. Ella tiene buena crianza

y es lo bastante adecuada para ser tu esposa.

James luchó contra el impulso de poner los ojos en blanco.

—Sí —dijo y se aclaró la garganta—. Creo que ha ganado, padre. Bien


jugado.

La sonrisa en la cara de su padre era tan amplia como la de un escolar

en el último día de clase. Ni siquiera importaba que sus oponentes no lo

hubieran intentado realmente. La victoria era su propia recompensa.

—Creo que hacer deporte es un buen ejercicio para el cuerpo, pero le


cansa a uno mucho. —La madre de James se volvió en dirección a la casa y

dio una palmada para llamar al personal que había mantenido a la espera.

Las sirvientas se apresuraron a llevar bandejas con bebidas—. Perfecto —

dijo la madre de James como si sus oraciones hubieran sido respondidas por

un milagro, en lugar de su propia planificación.

—Efectivamente —aceptó James mientras dejaba a un lado su bate—.

Perdóname por salir corriendo, pero tengo que visitar a Harry esta tarde.
La madre de James sonrió.

—Oh, dile que le mandamos saludos.

—Lo haré. —James inclinó la cabeza hacia su madre mientras recogía

su abrigo del respaldo de una silla de jardín—. Padre, ¿me acompañas?


Este negó con la cabeza.

—No, no. Creo que me retiraré al club y veré si hay algún conocido por

allí. —Miró a la madre de James—. ¿Te parece bien, querida?

Ella, tumbaba en una de las sillas blancas que estaban dispuestas en el

césped, se rio ligeramente mientras daba un sorbo a la bebida que le había

traído el criado.
—No me molesta, querido. Ve a divertirte con tus amigos. Lady Easton

va a venir a enseñarme unos patrones preciosos para mis costuras.

James negó con la cabeza.

—Bueno, entonces si ustedes dos tienen la tarde planificada, yo me

ocuparé de la mía. —Con una última inclinación de cabeza hacia sus

padres, James se dirigió hacia la casa.

La casa londinense del ducado de Stanford era magnífica, pero James

prefería la finca del campo. Con suerte, sus visitas a Londres serían menos

frecuentes una vez que la boda y todas esas tonterías de la Temporada

quedaran atrás. Sería bueno volver nada más que para cumplir con sus
obligaciones en la Cámara de los Lores o para supervisar algún negocio.

James fue a buscar su caballo mientras intentaba decidir si la idea de ser

un duque solitario era posible con las expectativas sociales que su madre

tenía de él. Su esposa probablemente tendría una necesidad similar de

socializar. Respiró con insatisfacción.


El mozo de cuadra debió de ver venir a James, porque le llevó el caballo

ya ensillado.

—Gracias, Adam —dijo James con una sonrisa de satisfacción. El chico


sonrió ampliamente mientras James le lanzaba una moneda por el buen

servicio.

Londres durante la Temporada le parecía muy diferente a James. Las

calles se llenaban de damas y caballeros lujosamente vestidos, ya que todos

buscaban ser vistos o hacer contactos para sus hijos. James prefería los

restantes meses del año en Londres, donde las calles estaban menos

congestionadas con los carruajes de los ricos, aunque él fuera uno de ellos.

Su viaje a la finca de Harry no fue largo, afortunadamente. James se

quitó el sombrero ante el sirviente cuando subió los escalones. Finlay había

sido un empleado fijo en la puerta de la finca del conde durante los últimos

años, y James se había encariñado con el hombre mayor.

—Buenas tardes, Su Excelencia —dijo Finlay mientras apartaba la

puerta del camino de James.

—Igualmente, Finlay —respondió James—. ¿Está el conde en su

estudio?

—No, Su Excelencia. El conde está con lady Parris en el invernadero.

James asintió y se dirigió allí. Lady Parris era la madre de Harry. Desde
que Harry había heredado el título de conde de Ranson, sus padres habían
adoptado un apellido más antiguo. James seguía pensando en la mujer como

lady Steel la mayor parte del tiempo, pero ese nombre pasaría ahora a la

esposa de Harry. Eso si el hombre decidía casarse de una vez.

James dio un golpe con los nudillos al marco de la puerta, ya que solo

había un arco abierto en el invernadero. Harry, sentado cerca de su madre,

miró a su alrededor.

—¡Ah! ¡James! Entra —dijo Harry con quizá demasiado entusiasmo.

Atravesando el arco, James le dedicó a la dama una sonrisa y una

reverencia.

—Lady Parris, había oído que se sentía mal, pero no sabía que se
encontraba así.

Lady Parris estaba en una silla acolchada con la pierna derecha apoyada

en una mesa baja. Unas almohadas amortiguaban el tobillo de la mujer, que

estaba envuelto en lino como si estuviera roto y no solo torcido. Lady Parris

frunció el ceño y lanzó un suspiro.

—Lamento que tenga que verme de esta forma, Su Excelencia. El

médico dice que es solo un esguince, pero me duele tanto que creo que es

un charlatán.

James le dedicó a la mujer una sonrisa cortés.

—Estoy seguro de que con el descanso se pondrá bien muy pronto.

Espero que así sea, o podría perderse mi boda.


—Me arrastraría hasta allí si fuera necesario, Su Excelencia —aseguró

lady Parris, con tanta seriedad que James no dudó de que ella lo intentaría.

Con una risa, James se aventuró a decir:

—¿Puedo tomar prestado a su hijo un rato? Quería comentarle algunas

ideas.

—Desde luego. —Lady Parris miró a Harry—. Bueno, vete, Harry. No

hagas esperar al duque.

Harry, que consentía de buen grado en hacer lo que su madre le pedía,

lanzó una mirada de agradecimiento a James. Una vez que estuvieron fuera

del invernadero y lejos de los ojos de su madre, Harry susurró:

—Gracias por acordarte de venir.

—Llevas mucho tiempo aquí metido, ¿verdad? —James sonrió a Harry

mientras caminaban hacia el estudio del hombre.

Harry negó con la cabeza.

—No tienes ni idea.

Compartieron una risa mientras llegaban al estudio de Harry. Una vez

dentro, los dos se desplomaron en los sillones de cuero marrón y respiraron

aliviados por haber escapado.


—Bien, ¿para qué querías que viniera? ¿O era solo para asegurarme de

que no estuvieras atrincherado con tu madre toda la tarde?


—Admitiré que tenía la ligera sospecha de que mi padre podría

abandonarme a mi suerte, pero, sobre todo, quería ver si podía convencerte

para hacer una pequeña excursión antes de tu boda. —Harry se inclinó

hacia delante y juntó los dedos como si estuviera pensando en algún plan

travieso.

James se rio.

—En realidad tengo que hacer un viaje de negocios antes de la boda. —

Pensó en la sugerencia de Harry—. Veo que estás deseando liberarte de tu


casa por un tiempo, y nadie dice que no pueda tener algo de compañía en

mis viajes. Si deseas venir conmigo, yo estaré encantado.


—¿Qué tipo de viaje de negocios? —Harry se echó hacia atrás mientras

miraba a James con la cautela de un conejo en el campo.


James se encogió de hombros.

—Solo quiero planificar algunas reformas en la finca. Quiero que estén


en marcha antes de la boda, para que mi nueva esposa pueda ver el

progreso.
—Me gustaría estar fuera de Londres durante un tiempo —dijo Harry.

Apretó los labios y James observó cómo trabajaba la mente de su amigo—.


Muy bien, te acompañaré. ¿Qué tipo de reformas quieres hacer en la finca?
—Quiero diseñar una nueva adición a la casa principal y también un

nuevo puente sobre el río que bordea los campos —dijo James
encogiéndose de hombros—. Eso debería dar mucho trabajo a los artesanos
de la zona durante unos meses.

Harry asintió.
—Vas a alojar a tus padres en la nueva adición, ¿verdad?

—Solo si insisten. —James se rio—. Es sobre todo para ayudarnos a


repartirnos a medida que crecen las generaciones, aunque creo que mi

madre querrá quedarse en Londres la mayor parte del año. Le encantan las
fiestas.
—Mi madre dice que el aire del campo es bueno para sus dolores —

respondió Harry—. Eso suele significar que me quedo en Londres más de lo


necesario solo para no tener que escucharla.

James sonrió.
—Cuidado, podría oírte.

—¿Has sabido algo de tu futura esposa? —Harry miró a James con un


brillo curioso en los ojos.

James asintió lentamente.


—Le envié una carta y me respondió. Eso es todo lo que puedo decir.

Parece una joven dulce y encantadora.


—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —se quejó Harry.

Con un suspiro, James preguntó:


—¿Qué más puedo decir? Con mi partida y ella ocupada con los
preparativos, no nos conoceremos de verdad hasta después de la boda.

—Es una pena, pero no se puede evitar. Así son los matrimonios
concertados. —Harry frunció el ceño—. He estado pensando en el

matrimonio, y en si realmente sería mejor casarme. Mamá insiste en que el


matrimonio hace que el mundo sea más fácil de manejar, pero creo que su

perspectiva puede ser diferente a la de mi padre.


James estuvo de acuerdo en que lady Parris podría no ver el matrimonio

de la misma manera que ellos. Las mujeres necesitaban un marido para


tener seguridad, y en realidad no era esa la razón por la que un hombre

decidía casarse.
—A pesar de todas las razones y la lógica del matrimonio, Harry, creía

que un hombre de tu sensibilidad estaría al menos interesado en el amor.


Harry resopló.

—Hasta hace poco, eso mismo podría decir de ti, pero ahora, mírate.
Has renunciado al corazón y has puesto la racionalidad en su lugar.
—Lo dices como si la racionalidad y el amor no pudieran coexistir. —A

James no le gustaba la idea de que había que estar desprovisto de


emociones para ganar respetabilidad. Eso era nada menos que una

blasfemia.
Las cejas de Harry se alzaron mientras miraba a James.
—No soy yo quien se casa por razones distintas al amor, James.

—Todavía tengo la esperanza de que la calidez y el respeto puedan


florecer en amor —respondió James—. Quizá no de inmediato, pero mira a

tus padres. Se casaron después de un cortejo, y no pareces convencido de su


amor duradero, Harry.

Se mantuvieron en silencio durante un momento antes de que Harry


diera una palmada en el brazo de su silla.
—Al infierno con toda esta charla, o acabaré sumido en una profunda

depresión. Bebamos.
—Ya veo cómo será la vida de tu futura esposa —bromeó James—. Me

da pena la pobre mujer.


Harry se rio y apuntó su dedo hacia James.

—Podrías tener razón. Mejor ser prudente y no casarse.


—No creo que tu madre esté de acuerdo . —James miró a su amigo

mientras Harry servía dos generosas porciones de brandy en vasos de cristal


verde.

James no se resistió al brandy que Harry le tendió. Aceptó la copa con


gratitud y dio un sorbo tentativo.

—Entonces, ¿no has pensado realmente en ninguna de las jóvenes que


has conocido esta Temporada?
Harry se encogió de hombros y bebió un buen trago de su copa antes de

mirar directamente a James.


—La hermana de tu chica es una joven muy guapa.

—Como es idéntica a mi futura esposa, supongo que sí —respondió


James con diversión.

Harry le hizo un guiño a James.


—Aun así, al menos no parecía demasiado aburrida.

—Dijiste que hablaste con ella solo un momento —le recordó James a
su amigo.

Harry sonrió.
—En efecto, pero fue un momento mucho menos aburrido que otros.

—Tu nivel de exigencia debe de ser terriblemente bajo a estas alturas, si


ese es tu criterio para elegir a una novia —le reprendió James con una

carcajada.
Harry asintió con un movimiento de cabeza.
—Probablemente sí. ¿Cuándo nos embarcaremos en tu viaje?

James hizo un gesto de desprecio con la mano.


—No tengo prisa, pero podríamos irnos mañana si estás ansioso por

partir.
—Eres un rey entre los hombres, James —declaró Harry mientras

levantaba su vaso para brindar por James—. Mañana sería espléndido.


¿Estás seguro de que puedes salir tan rápido?
James dejó su vaso sobre el escritorio de Harry.

—Así es. Llevo planeando este viaje desde que se formalizó el


compromiso entre lady Barney y yo. Solo tengo que informar a mi padre y a
mi madre de mi itinerario.

—Entonces me reuniré contigo en la finca a primera hora de la mañana.


—Harry dejó su vaso junto al de James.

James le dio a Harry una palmada en el hombro.


—No me cabe duda de que estarás allí antes de que los pájaros estén

cantando.
—No me tientes, o puede que me vaya esta noche a dormir a tu finca.

—Harry se dirigió a la puerta del estudio para abrirla y luego ambos


caminaron hacia la entrada principal.

James no dudaba de que Harry probablemente podía hacer lo que decía.


—Dale a tu madre y a tu padre mis saludos —le dijo James a Harry,

como hacía siempre que salía de su casa.


—Lo haré —le aseguró Harry—. Buena suerte, James.
Capítulo 4
 
 
 

-N o puedo creer que por fin haya llegado el día —dijo Evelyn
con una sonrisa mientras miraba a su hermana. Por fin se habían

quedado solas para esperar hasta que las llamaran para ir al altar.
La cara de Elizabeth estaba un poco verde y Evelyn frunció el ceño ante

su hermana.
—¿Estás enferma, Elizabeth? Parece que estás comiendo esas verduras

que tanto odias para cenar.


—No puedo hacerlo —susurró Elizabeth—. Evie, no puedo casarme

con alguien que ni siquiera conozco.

Evelyn negó con la cabeza.


—Pero te ha enviado una carta preciosa.

—A la que tú respondiste porque yo no me atrevía —replicó Elizabeth

—. Tú eres la que debería llevar este vestido, no yo. Has mirado al duque
de Stanford con adoración desde el comienzo de la Temporada. Él es tu

duque, no el mío.
Evelyn apretó su pequeño ramo de flores contra su pecho. No podía

creer las palabras de Elizabeth. En cualquier momento tendrían que

atravesar esas puertas y enfrentarse al duque.

—¡Elizabeth, no puedes cancelar la boda!

—No quiero casarme —dijo Elizabeth, con la cara contorsionada por el


dolor—. Quiero que lo hagas tú en mi lugar.

Evelyn se quedó con la boca abierta.

—Te has vuelto loca. Sabía que estabas bajo mucho estrés, pero perder

la razón así…

—No estoy loca, Evie —susurró Elizabeth. Su voz era urgente por el
tiempo apremiante—. Por favor, escúchame. Sabes en tu corazón que esto

no está bien. Yo también lo sé.

Evelyn abrió y cerró la boca, sin saber qué decir o hacer. No había

lecciones para momentos como este.

—¿Pero qué pasa si nos descubren?

—¿Quién lo va a saber? Somos idénticas. —Elizabeth se dio la vuelta

—. Date prisa y desabróchame el vestido. Tenemos poco tiempo.


Evelyn obedeció las órdenes de su hermana sin estar segura de lo que

realmente estaba haciendo. Estaban en una sala de la inmensa iglesia donde

supuestamente la novia estaba dándose los últimos retoques.


Su madre ya se había marchado para ocupar su lugar y así no perderse

el recorrido de su hija hacia el altar. De fondo se escuchaba el ruido de las

múltiples conversaciones de los invitados.

No fue hasta que Evelyn se puso el vestido de novia de Elizabeth que la

situación la golpeó por completo. Estaban a punto de hacer una locura, pero

Elizabeth no parecía consciente de ello, sino que se afanaba en dejarla igual


que estaba ella y en ponerse el vestido verde de Evelyn.

Asustada, esta se enfrentó a su gemela.

—¿Estás segura de esto?

Como respuesta, Elizabeth asintió y le dirigió la sonrisa que durante

semanas había estado ausente.

—Estás preciosa —susurró Elizabeth.

—Elizabeth...

Elizabeth negó con la cabeza, queriendo dejar atrás las dudas.

—No tenemos tiempo. Solo ve a buscar a tu duque.

El órgano tocó la marcha nupcial y Evelyn supo que su tiempo se había


acabado. Ahora solo quedaba seguir adelante y rezar para que nadie se diera

cuenta.

Elizabeth le puso el gran ramo en las manos y luego la hicieron pasar

por la puerta. Su corazón se aceleró mientras mantenía los ojos bajos. No

quería pensar en qué sucedería cuando su marido se enterara del engaño.


Solo se le ocurrió que, si quería ser feliz con el hombre que amaba, no le

quedaba más remedio que fingir ser una persona que no era y rezar para que

nunca se descubriera su engaño.


Evelyn trató de imaginarse a sí misma como Elizabeth. Enderezó la

espalda y caminó como había visto hacer a su hermana tantas veces. Podía

ver a Elizabeth delante, fingiendo ser ella. Cuando esta se detuvo junto al

altar, le dedicó a Evelyn una sonrisa de ánimo.

La sorpresa de haber llegado hasta allí sin que su madre interrumpiera la

ceremonia, dio confianza a Evelyn. Algo así sería un escándalo, y su madre

no lo toleraría.

Fue un momento después cuando Evelyn permitió que sus ojos subieran

por primera vez y miraran en dirección al duque. Había bajado de la

plataforma elevada frente al altar. Su corazón dejó de latir y se le atascó en

la garganta.

Cómo no se desmayó en ese momento al verle era algo que escapaba a

la comprensión de Evelyn. La mano de él se extendió hacia ella, y Evelyn

sintió que se la devolvía, aunque no lo hubiera decidido conscientemente.

Él le sonrió mientras la ayudaba a subir a la plataforma frente al clérigo.

«Estoy mintiendo. Estoy mintiendo delante de Dios y del clero. Estoy

mintiendo al duque», se dijo a sí misma. Sus pensamientos eran un revoltijo


de confusión. Abrió la boca, pero la cerró de golpe. Miró a Elizabeth, que le

hizo una pequeña señal con la cabeza.

La ceremonia comenzó, y Evelyn repitió los votos como se esperaba

que hiciera. Había ayudado a Elizabeth a prepararse y conocía la ceremonia

tan bien como la futura novia. La voz del duque, cálida y profunda, hizo eco

de sus votos.

Era como si el tiempo se hubiera ralentizado y acelerado a la vez.

Evelyn tragó saliva cuando sus manos se juntaron. Las palabras del clérigo

sonaron con fuerza para que todos las oyeran.

—Es un gran honor para mí presentar al duque y a la duquesa de


Stanford. Puede besar a su novia, Su Excelencia.

La boca de Evelyn se movió como si fuera a protestar, pero entonces el

duque la miró con una sonrisa infantil. Había algo juguetón en la forma en

que se inclinaba hacia ella. Evelyn sintió el calor de sus labios contra los

suyos y sus ojos se cerraron.

Sus labios se sentían mucho mejor que en sus sueños. Era real y sólido

bajo sus dedos. «Su duque», susurró en su mente.

Luego el duque se apartó y Evelyn abrió los ojos. Había una sonrisa

divertida en los labios del duque.

—Encantado de conocerte por fin —dijo él en un murmullo.


—Yo también. —Fue todo lo que Evelyn pudo decir con la voz

entrecortada.

Solo cuando el duque la giró hacia la multitud, se dio cuenta de que los

invitados aplaudían, y sus mejillas se sonrojaron. El ruido no la había

molestado antes, pero ahora le parecía demasiado. Apretó su ramo de flores

contra el pecho, a la defensiva.

Elizabeth fue hacia ella.

—Felicidades, Elizabeth —le dijo su hermana.

Evelyn le dio las gracias con torpeza. La profundidad del engaño que

había cometido se materializó de repente frente a Evelyn. Se había metido

en la vida de su hermana. Ella era Elizabeth, y Elizabeth era ella.

—Estás muy guapa —dijo su madre. Los ojos de la mujer se dirigieron

a Elizabeth y luego volvieron a Evelyn. Durante una fracción de segundo,

Evelyn vio el reconocimiento en el rostro de su madre. Lo sabía. Evelyn

contuvo la respiración hasta que la mirada de la mujer se dirigió al duque.

—Enhorabuena, Su Excelencia. Es un honor darle la bienvenida a

nuestra familia.

Lord Harley hizo una reverencia a la madre de Evelyn.


—Gracias por la amable bienvenida, lady Barney.

La presión de la mano del duque en su codo hizo que Evelyn levantara

los ojos para encontrarse con la mirada del hombre. Los invitados la
atosigaban, pero ella se sentía a un millón de kilómetros de distancia

cuando lo miraba a los ojos. Solo apartó la mirada de los cálidos ojos

marrones del duque cuando una voz chillona reclamó su atención.

—Su Excelencia, permítame ser la primera en darle la bienvenida a

nuestra familia. Soy la madre de James —dijo la mujer que estaba delante

de Evelyn mientras la dama ponía su mano en el brazo de Evelyn en un

cálido abrazo—. Eres tan encantadora como te recordaba en el baile de los

Templeton.
Evelyn no sabía qué decir, pero sonrió de todos modos. Quería dar las

gracias a la mujer como era debido, pero dudó. Evelyn susurró:


—Perdóneme, pero no sé cómo llamarla.

La madre de James se rio alegremente.


—Qué amable eres al considerarlo —le ronroneó a Evelyn—. Supongo

que el padre de James y yo probablemente adoptaremos un apellido para


evitar la confusión. Creo que hay suficientes Harleys por aquí. Por ahora,

llámame Eleanor.
—Siempre me ha gustado ese nombre —dijo Evelyn con sinceridad.

Eleanor sonrió y le dio un toque a James en el brazo—. Me gusta.


—Me alegro mucho, madre —dijo lord Harley, con evidente diversión.
Pronto, la presión de los buenos deseos hizo que incluso la madre del

duque se fuera corriendo, y Evelyn se vio abrumada por la avalancha de


felicitaciones. A la mayoría de las personas que le ofrecían abrazos o
sonrisas ni siquiera las conocía. Supuso que estaban allí como invitados del

duque.
Evelyn sabía que iba a haber una celebración en la residencia de este

después de la boda, pero no esperaba ser una de las invitadas de honor. La


acompañaron hasta un carruaje y perdió de vista a su familia. Evelyn supo

que por fin estaba sola; ahora era su vida.


El fuerte brazo del duque se flexionó bajo sus dedos y ella miró al
hombre. Su atención estaba puesta en el lacayo mientras este dejaba el

taburete para que Evelyn pudiera subir al carruaje.


—Cuidado con el dobladillo del vestido —susurró el duque mientras la

ayudaba a subir.
Evelyn se acomodó en el asiento del carruaje y miró al duque cuando él

también estuvo dentro. Al cerrarse la puerta, el mundo se encogió y se


quedaron solos.

—Realmente estás impresionante con ese vestido —dijo el duque.


Había un profundo temblor en su voz que hizo que Evelyn se estremeciera.

—Gracias —susurró ella—. Tu nombre de pila es James… —Era algo


incómodo de decir a alguien que acababa de casarse, pero era lo único que

se le ocurrió.
—Sí —dijo el duque, divertido—. ¿Decepcionada?
Evelyn negó con la cabeza.
—Nunca. Yo soy Eve… Elizabeth

Él le dirigió una mirada curiosa.


—¿A menudo olvidas tu propio nombre?

Con una risa nerviosa, Evelyn se encogió de hombros con impotencia.


—Mi hermana Evelyn me ha ayudado mucho con la boda; supongo que

estaba pensando en ella.


Él le sonrió y Evelyn se olvidó de respirar. Se sintió mareada por la falta

de aire, pero entonces él se inclinó hacia ella y Evelyn decidió que respirar
no era tan necesario. Sus labios en los suyos la hicieron exhalar el aliento

que había estado reteniendo.


James soltó una carcajada, cuyas vibraciones hicieron cosquillas en los

labios de Evelyn.
—¿Fue un suspiro de agrado o de desagrado?

Evelyn apretó los labios, que le hormigueaban.


—Fue agradable.
Las yemas de los dedos de él recorrieron su barbilla como si estuviera

probando si era sólida.


—No eres lo que esperaba.

—¿No? —El miedo atravesó a Evelyn, seguido de la culpa. Era una


falsa, y lo sabía. Tal vez incluso el duque podía ver que ella estaba
simplemente jugando a ser una dama.

El momento pasó, y su aprensión se esfumó cuando los labios de él


volvieron a estar sobre los de ella. Era como si hubieran acordado en

silencio besarse, incluso cuando estaban en medio de una conversación.


Evelyn decidió que besarse era una idea mucho mejor que hablar.

Con angustia, Evelyn se dio cuenta de que el viaje en carruaje ya había


terminado. ¿Cómo había sido tan corto? Debió de emitir un gemido, porque
James se rio.

La yema de su dedo le dio un golpecito en la nariz, y ella se rio del


gesto extrañamente entrañable.

—Es hora de ir a dar un espectáculo para toda la buena gente de la


sociedad —dijo con poco entusiasmo. A pesar de sus palabras, le dedicó

una brillante sonrisa y le ofreció el brazo—. ¿Preparada, Su Excelencia?


 

 
Elizabeth sintió un torrente de emociones al ver a su hermana y al duque

salir juntos de la iglesia. De todas las cosas que sintió, el alivio estaba en
primer lugar. Vio a su madre caminando hacia ella y se giró rápidamente

para escapar entre la multitud.


Chocó con otra persona y se excusó.
—Disculpe mi torpeza.

—La culpa fue totalmente mía —dijo una amable voz masculina.
Elizabeth miró la cara de la persona con la que había chocado y vio a un

hombre que le resultaba vagamente familiar. Su pelo era rizado y corría


desenfrenado sobre su suave rostro. Tenía cara de poeta, decidió Elizabeth.

Sabía que era amigo del duque, ya que el hombre había estado al lado de
este mientras ella estaba junto a Evelyn, pero su nombre se le escapaba.

—Es un placer verla de nuevo, lady Barney. —Elizabeth debió de


parecer confusa ante sus palabras, porque el hombre trató de aclararse—.

Nos presentaron en casa de lord Chesterton, pero tal vez lo haya olvidado
entre toda la cantidad de presentaciones de esta Temporada. Lord Steel, el

conde de Ranson —él dijo su nombre y su título a la vez que se ponía la


mano en el pecho.

Elizabeth asintió y se rio, nerviosa. Este era uno de los caballeros que le
habían presentado a Evelyn, y estaba haciendo el ridículo.
—Perdóneme, lord Steel. Mi mente estaba todavía en mi hermana.

—Ah, fue una ceremonia encantadora. —Para alivio de Elizabeth, lord


Steel pareció tomar por razonable la excusa que ella le dio.

Elizabeth tenía que estar de acuerdo con eso. Evelyn parecía tan
fascinada por el duque como él por ella. Ahora, si pudiera evitar que su

madre la acorralara y se diera cuenta de las cosas antes de tiempo, entonces


sí tendrían la oportunidad de realizar ese cambio imposible. Elizabeth miró
a su alrededor, pero su madre parecía distraída con un grupo de damas.

—Parece que está evitando a alguien —comentó lord Steel.


Elizabeth le dedicó una tímida sonrisa.
—¿Es realmente tan obvio?

—Tengo esa mirada cuando trato de evadir a mi madre y sus planes —


dijo él con un guiño que a Elizabeth le hizo reír.

Ella abrió el abanico. El aire fresco que proporcionaba era celestial en el


cálido aire de la tarde, más cálido aún por la multitud de personas que había

en la iglesia.
—¿Conoce bien a Su Gracia?

—Lord Harley es mi amigo. Sobrevivimos juntos a la infancia. —Lord


Steel se mantenía con un ánimo afable que Elizabeth encontró

reconfortante.
Elizabeth se aventuró a decir:

—¿Me acompañará a la salida, lord Steel? Me temo que he perdido a mi


grupo entre la multitud.

Él le extendió el brazo de buena gana, que Elizabeth tomó con un


suspiro de alivio. Se alejaría de su madre, pero aún así sería decoroso, al

estar rodeada de gente.


—¿Viaja a menudo, lord Steel?
Él la miró con un poco de sorpresa ante la pregunta.
—No tan a menudo como me gustaría, si soy sincero. No sabía que le

interesara explorar el mundo, lady Barney.


Elizabeth pensó en Evelyn, que el conde pensaba que era ella. Sí, ella

podía ver por qué el hombre pensaría eso. Evelyn, a pesar de su audacia,
nunca había querido mucho más que tener una familia y un hogar. De

hecho, Evie era más bien la hija que su padre y su madre querían, aunque
no lo demostraran nunca.

—Me atrevo a decir que últimamente he cambiado de opinión. He


decidido no permitir que la sociedad dicte lo que hago con mi tiempo —dijo

Elizabeth, y le dedicó al hombre la sonrisa más atrevida de que fue capaz.


Sus palabras eran atrevidas y pretendía cumplirlas.

La cara de lord Steel tenía una expresión de admiración. Ella bajó los
ojos, cohibida, al suelo. Él la guio a través de la multitud y hacia el frente.
Cuando salieron, Elizabeth vio a su padre.
—Ah, ahí está mi padre. Me ha salvado, lord Steel.

Él le dedicó una sonrisa que era dulce y traviesa a la vez, y ella no pudo
evitar devolvérsela.
—Espero verla en la celebración, lady Barney.
Su padre ya se había acercado.

—¡Evie, ahí estás! Tu madre fue a buscarte.


—Me tragó la multitud, pero afortunadamente para mí, lord Steel me
encontró y me ayudó a escapar. —Elizabeth hizo una reverencia a lord Steel

por su acto de cortesía hacia ella.


Lord Barney le tendió la mano a lord Steel. Los dos hombres se dieron
un fuerte apretón antes de que lord Barney dijera:
—Gracias por hacer que mi hija volviera sana y salva.
Lord Steel hizo caso omiso del agradecimiento.

—Soy yo quien está agradecido por haber estado en el lugar correcto en


el momento adecuado por una vez.
Elizabeth llamó la atención de lord Steel y le dedicó una sonrisa antes
de que este se despidiera de ellos para buscar su carruaje.

—Creí que habías dicho que era demasiado aburrido —se burló lord
Barney.
Elizabeth se encogió de hombros.
—Tengo derecho a revisar mis opiniones.

 
Capítulo 5
 
 
 

J
ames se volvió para no aceptar más saludos y felicitaciones.

Al hacerlo, su mirada fue captada por Evelyn mientras sonreía a


uno de los invitados. Los ojos de la joven se posaron en él y

James vio en ellos una profundidad que no había imaginado. Era


diferente de la mujer que había creído que era.

Elizabeth era vivaz, ingeniosa y llena de sorpresas. Era una mujer con la
que podría compartir toda una vida, quizá. No le costaba imaginar que se

enamoraría de ella, y ese había sido su mayor temor.

Evelyn apartó su mirada con la misma rapidez. El hecho de que George


se acercara a él para darle un apretón de manos, hizo que su atención se

desviara también de su mujer.

—Bien por ti —dijo George con una sonrisa—. Me alegra ver que has
dejado tu soltería para unirte al resto de nosotros. Ahora, si pudieras

convencer a Harry de hacer lo mismo…


—No creo que la mismísima Afrodita pudiera persuadir a Harry de

entregarse a la felicidad conyugal. —James miró entonces a su alrededor

para tratar de encontrar a su amigo, pero no pudo localizarlo entre la

multitud—. Puedes intentarlo, George, pero me temo que es una causa

perdida.
George negó con la cabeza y soltó una carcajada.

—Me atrevo a decir que ya tiene bastante con lo que le molesto.

James se rindió y le dio una palmada en el hombro. George tenía razón,

supuso. Sin duda, Harry no vería con mejores ojos los consejos de su

antigua némesis que los de James.


George se excusó para buscar a su propia esposa. James sintió un ligero

toque en su brazo y se giró para ver a Evelyn, que lo miraba con curiosidad.

—¿Estabas hablando de lord Steel?

James asintió con la cabeza.

—Sí. No sabía que os habían presentado antes de la boda.

—Oh, Evelyn me habló de él. Dijo que era un caballero muy agradable.

—La expresión de vergüenza en su rostro hizo que James se riera—. Creo


que eso ha sonado extraño.

—En absoluto —le aseguró James—. Mi amigo me dijo que le habían

presentado a tu hermana y que también la encontraba encantadora.


—Eso fue muy dulce de su parte; es un hombre amable —dijo Evelyn

con una sonrisa.

Él se rio.

—¿No crees que tu hermana es encantadora?

La mano de Evelyn golpeó suavemente su brazo.

—No es eso lo que quería decir. Aunque mi hermana es muy peculiar.


—¿Cómo es eso? —James estaba realmente intrigado, pero su

conversación se vio interrumpida una vez más cuando se les acercó otra

pareja con la intención de hacerles oír sus buenos deseos. Una vez que se

excusaron de las felicitaciones, James volvió a dirigirse a su mujer—.

Decías de tu hermana...

Evelyn ocultó una risa detrás de su mano. Su pelo rojo captaba la luz de

las velas mientras sus ojos centelleaban con diversión.

—Creo que estás más interesado en mi hermana que en mí.

—¡Nunca! —James rebatió la acusación con una sonrisa en los labios

—. Solo es que me parece probable que los gemelos sean similares. Así
que, si puedo aprender sobre tu hermana, entonces podré aprender más de

ti.

Evelyn agitó su dedo enguantado hacia él.

—Entonces, ese es tu tortuoso plan...


—¿Me frustras o me ayudas? —James disfrutó mucho de lo fácil que

era bromear con la mujer, los pequeños toques que ella le otorgaba

alimentaban su deseo de acercarse a ella. Sin embargo, lo único que


pudieron hacer en la celebración fue bromear.

Evelyn meditó sus palabras mientras se golpeaba la barbilla con el

mismo dedo acusador.

—Supongo que podría ser de ayuda. —Se inclinó un poco más y

susurró: —Evelyn no deseaba casarse. Prefería recorrer el mundo antes que

estar atrapada en una sala de estar.

—Se parece mucho a mi amigo —comentó James—. Está más

interesado en viajar.

Los ojos de Evelyn se posaron en los de él, y James no pudo evitar

devolverle la mirada a sus ojos verdes.

—¿Qué hay de ti, mi duque? ¿Deseas viajar?

—Apenas he tenido tiempo de pensar en ello —respondió James con

sinceridad—. Con todas mis obligaciones, solo esperaba tener tiempo para

pasarlo en la finca. Sé que puede no parecer emocionante, pero ese era mi

objetivo.

Evelyn rodeó su brazo con el de él.

—Me parece maravilloso. Yo tampoco he pensado nunca mucho en las


cosas. Supongo que debo parecer aburrida.
Aburrido no fue la palabra que a Evelyn le vino a la mente cuando

James la miró y le dedicó una brillante sonrisa.

—Encantadora —corrigió él.

Ella soltó esa risa tímida y jadeante que tenía cuando él la avergonzaba.

Era tan divertido sacar el lado tímido de la mujer que James se encontró

buscando maneras de hacer que el color subiera a sus mejillas.

—Excelencia —dijo una dulce y almibarada voz femenina. James

apartó de mala gana la mirada de su nueva esposa para fijarla en la recién

llegada. A lady Parris la empujaban en una de esas sillas de ruedas que los

médicos suelen recetar a los enfermos que no pueden desplazarse por sí


mismos.

—Lady Parris, he oído que su tobillo ha empeorado. ¿Realmente no está

mejor? —James se volvió hacia su esposa—. Elizabeth, permíteme

presentarte a lady Parris, la madre de mi buen amigo Harry.

Evelyn hizo una reverencia ante la mujer mayor.

—Es un placer conocerla. Siento que tengo que ponerme al día, después

de las prisas de nuestra boda.

—Oh, es una cosa preciosa —dijo lady Parris sonriendo a James—.

Debes traerla a casa alguna vez. ¿Dices que tiene una hermana?

Evelyn parecía muy divertida cuando lady Parris se inclinó más cerca de

James y susurró en voz muy alta:


—¿Crees que a su hermana le gustaría Harry?

James se aclaró la garganta.

—Eso lo tienen que decidir Harry y lady Barney. Dicho esto,

ciertamente pasaremos por allí una vez que nos hayamos instalado.

—Espléndido —dijo lady Parris con grandilocuencia mientras agitaba

su abanico como si estuviese ante un público adorador. James contuvo el

suspiro cuando el sirviente que empujaba a lady Parris se la llevó.

—Parece agradable —dijo Evelyn, pero James pudo ver la risa que

trataba de reprimir.

James resopló.

—Eres una mentirosa.

Después de que los invitados se hubieran marchado por la noche, los

pasillos se llenaron de los silenciosos murmullos de los sirvientes y del


traqueteo de las escobas mientras la limpieza se ponía en marcha. Evelyn

respiró hondo y esperó cerca de las escaleras a que James regresara.

Realmente lo había hecho. Se había casado con el duque de Stanford.

Evelyn se vio a sí misma en el reflejo de una ventana y miró a la extraña

mujer que veía reflejada en ella.


Elizabeth había tenido razón. Nadie lo sabía, al menos en la casa de los

Harley. Su mente se dirigió entonces a James, y la culpa se coló en sus

pensamientos.

Esto era lo que había soñado y, sin embargo, ahora que estaba aquí, se

sentía como si estuviera en una especie de pesadilla. Tarde o temprano, la

fachada se derrumbaría y se sentiría humillada. Evelyn prácticamente saltó

cuando James dobló la esquina.

Él se rio.
—No sabía que te iba a asustar. —Su expresión pasó de la diversión a la

preocupación cuando sus ojos se dirigieron a la forma en que ella se


sujetaba el pecho—. Realmente te he dado un susto. Toda esta excitación y

el estar en un lugar nuevo te ha perturbado.


Su voz era tranquilizadora, y a Evelyn no le costó asentir a lo que él le

decía mientras la guiaba escaleras arriba, con la mano en la espalda. Su


duque podía hacer que unas simples palabras fueran mágicas. Podía

conjurar un hechizo para robarle el aliento con solo una mirada de sus ojos
marrones.

Caminaron en silencio, pero fue un silencio confortable. La mano de él


acunaba su codo a la vez que apoyaba la otra en la parte baja de su espalda,
como si la protegiera. Evelyn se inclinó hacia él tanto como se atrevió.
Ella se sintió adormecida por su cercanía hasta que él se apartó para
abrir la puerta cuando se detuvieron y luego extendió el brazo para hacerla

entrar en la habitación.
—Espero que la encuentres cómoda.

Evelyn se deslizó junto a él con cautela hacia el dormitorio. Echó un


vistazo. Estaba claro que se trataba de un espacio que antes había ocupado

un hombre solo.
—Está muy oscuro —observó Evelyn.
James se rio.

—Supongo que no le vendría mal una nueva capa de pintura.


Evelyn volvió la cabeza hacia él con una sonrisa.

—Eres muy fácil de persuadir.


—¿No se supone que marido y mujer deben ser generosos el uno con el

otro? —James se tiró del corbatín y Evelyn le miró divertida. Una vez que
él deshizo el nudo, lo arrojó sobre una silla—. Me estaba ahogando.

Evelyn asintió y se acercó a mirar por la ventana. Había poca luna, y la


escasa luz se derramaba por las ventanas de la casa en el primer piso.

—¿Qué es lo que normalmente se ve por la ventana?


—Parte del jardín —respondió James mientras se acercaba a ella—.

Podrás verlo mejor por la mañana.


Sus palabras hicieron que a Evelyn se le pusiera la piel de gallina. Por la
mañana, después de haber pasado su primera noche juntos. Evelyn sintió

que la yema del dedo de él le apartaba un mechón de pelo de la mejilla.


Sus ojos se dirigieron a los de él, pero el miedo que sentía se desvaneció

cuando lo miró a los ojos. Sintió que debía decir algo, pero tenía la boca
seca y los labios gruesos y torpes. Tal vez había bebido demasiado vino

caliente, o tal vez era solo que el duque estaba insoportablemente cerca.
Él levantó la mano con curiosidad y le pasó los dedos por el cabello y

liberó las hebras castañas y oscuras del lazo que las sujetaba. La sensación
de los largos mechones del duque sobre las yemas de sus dedos le hizo

sonreír.
Él pareció pensar que había llegado el momento de devolverle el favor.

Evelyn emitió un chillido involuntario cuando él le arrancó un pasador del


pelo. Él se rio de su pequeño arrebato, y ella no pudo evitar reírse con él.

Pronto, Evelyn tuvo su largo cabello suelto.


—Es difícil de creer que este sea tu color natural, pero sé que lo es.
—Sería difícil igualar a mi hermana exprimiendo jugo de remolacha en

nuestras cabezas —respondió Evelyn con una sonrisa.


James aceptó con un movimiento de cabeza. Al momento siguiente la

estaba besando. No fue apresurado ni forzado, simplemente se inclinó hacia


ella y ella lo permitió.
La sensación de sus labios contra los suyos, de sus manos deslizándose

alrededor de su cintura, hizo que Evelyn flotase como en una nube. Había
soñado con este momento una docena de veces, pero nunca el beso había

sido tan dulce. Las caricias imaginadas de un amante de ensueño no eran


algo que pudiera compararse con la sensación real.

Evelyn nunca había sentido tales sentimientos porque, sencillamente,


nunca había hecho esto antes. Se dejó llevar por las emociones de la
experiencia, tanto como el duque atrapó su cuerpo entre sus brazos. Cuando

se separaron los labios, ella susurró:


—Lo he sabido siempre.

—Quizá en mil vidas —le susurró James. Evelyn no podía esperar una
respuesta así, y sin embargo había dicho lo justo.

Evelyn sonrió.
—¿Estoy soñando?

—Ciertamente espero que no. —James se inclinó hacia delante, y ella se


reunió con él en un dulce beso felizmente descarado, incluso cuando el

hombre la sostenía en sus brazos. Era su esposa. Era más que natural, era
perfecto.

Cerró los ojos para deleitarse con la sensación de todo aquello. Sus
labios se apartaron de los de ella y susurró:

—Elizabeth...
Fue en ese momento cuando la realidad golpeó a Evelyn. Ni siquiera

sabía su nombre. Pensó que era otra persona.


—¿Qué pasa? —James parecía preocupado—. Pareces alterada.

Evelyn le empujó en el pecho y él la dejó retirarse.


—Casi me olvido —susurró.

James enarcó las cejas.


—¿Casi te olvidas de qué?

Ella parpadeó hacia él.


—Casi me olvido de dónde estaba.

—Bueno, ahora lo recuerdas —dijo James con una sonrisa mientras la


atraía hacia él. Evelyn puso las manos en su pecho y James volvió a besarla.

Evelyn se avergonzaba de devolvérselos. Ansiaba caer con él sobre la


cama, pero aunque estaban casados, dudaba.

—No puedo. —Sus palabras fueron un escudo que le lanzó con


desesperación cuando él rompió el beso por un momento.
—Algo va mal —concluyó James mientras la miraba preocupado—.

Solo dime qué es, y te prometo que haré todo lo posible por arreglarlo.
Evelyn llevó su mano a la mejilla de él y sonrió al ver su mirada.

—No hay nada que arreglar. Es que no estoy acostumbrada a estar en un


nuevo hogar.
—¿De verdad que no he hecho nada para causar tu malestar? —James
puso su mano sobre la mano que ella había posado en su mejilla.

Evelyn negó con la cabeza.


—La única molestia que has causado es que mi corazón se acelere.
Querido James, no has hecho nada malo.

Él pareció tomarse sus palabras al pie de la letra.


—Supongo que la primera noche en un nueva casa se espera que sea un

poco inquietante. No hay prisa. Tenemos toda una vida, después de todo.
Ella podría haber llorado con la dulzura de su tranquilidad y

comprensión.
—Gracias —susurró.

Él la volvió a subir a la cama.


—¿Me permitirás abrazarte?

Evelyn asintió mientras se tumbaba a su lado. Acurrucada contra él y


acunada en sus brazos, Evelyn pensó que nunca podría dormirse con su

corazón latiendo tan fuerte en su pecho. Sin embargo, el sueño la venció


finalmente, y se durmió por primera vez en los brazos de su duque.
Capítulo 6
 
 
 

-H arriet, ¿qué significa esto? —Lord Barney estaba sentado

detrás de su escritorio, con el rostro hinchado en una expresión de


indignación.

Lady Barney cuadró los hombros e ignoró el enfado de su marido por su


irrupción en su estudio.

—Thomas, esto es importante. Tengo que decirte algo.


La frente de este se arrugó como lo hacía cuando sabía que se

avecinaban malas noticias.

—Déjame beberme este brandy. Cualquier cosa que quieras decirme el


día de la boda de nuestra hija no puede ser manejada sin brandy.

Lady Barney frunció el ceño ante su marido y cruzó los brazos sobre el

pecho. En cuanto él hubo bebido el último sorbo de su copa, ella preguntó:


—¿Puedo continuar?

—Por supuesto —dijo lord Barney, y respiró hondo mientras ponía las

manos encima de su escritorio.


Ella lo miró con una buena dosis de tolerancia, acumulada a lo largo de

más años de los que le importaba contar.

—Como es evidente que no has dicho nada, solo puedo deducir que no

te has dado cuenta de lo que han hecho tus hijas.

Los ojos de Thomas se entrecerraron para mirarla. Lady Barney suspiró


y dejó caer las manos a las caderas.

—Thomas, no fue Elizabeth la que se casó hoy con el duque. ¿Cómo no

puedes distinguir a tus hijas?

—Bueno, Harriet, se parecen un poco. —La bravata de humor de

Thomas solo duró una fracción de segundo, ya que fue todo el tiempo que
tardó en llegar a su cerebro la implicación de lo que su esposa había dicho

—. Que el Señor se apiade de nosotros. ¿Y si el duque se entera?

Lady Barney extendió una mano para calmar a su marido cuando este

comenzó a retorcerse las suyas.

—Estoy segura de que las chicas tenían algún motivo para hacer lo que

hicieron. No puedo descifrar lo que podría ser, pero tengo la intención de

llegar al fondo del asunto.


—No puedes querer sacar esto a la luz… —Lord Barney se quedó con

la boca abierta—. El escándalo podría dañar nuestra reputación sin remedio.

Lady Barney se acercó a su marido y le puso las manos sobre los

hombros.
—Cálmate, Thomas. Debemos mantener las apariencias, o la gente

podría sospechar. Sea cual sea la razón que tuvieran las chicas para urdir

este engaño, han hecho su cama y tendrán que dormir en ella.

—¿No podemos volver a intercambiarlas?

Lady Barney puso los ojos en blanco.

—Thomas, ¿crees que el duque podría darse cuenta de que la mujer que
ya ha llevado a su cama es de repente virgen de nuevo?

Lord Barney se cubrió la cara con sus grandes manos. Lady Barney se

encogió mientras él golpeaba después sobre el escritorio.

—¿Cómo se han atrevido a hacer esto Elizabeth y Evelyn? —Su voz

retumbó tan fuerte que lady Barney le hizo callar en el acto.

—Cariño, baja la voz. Los sirvientes tienen oídos y boca. —Lady

Barney frotó los hombros de su marido—. Resolveremos esto por orden,

primero Elizabeth, y luego su hermana.

El conde de Stanton y su esposa solían recibir visitas de buen grado. El

problema no estaba en ellos, sino con el propio James. Este descubrió que

no podía concentrarse en lo que el hombre decía, aunque normalmente le

interesara.
No, en lo único que James podía pensar era en su nueva esposa, que

estaba sentada a su lado. No ayudó que Elizabeth lo rozara con sus ligeros

dedos acariciando sus muñecas mientras buscaba llamar su atención para


que él le pasara alguna cosa.

No sabía si ella lo hacía deliberadamente o de forma ingenua. Solo sabía

que iba a perder la cabeza si ella no dejaba de tocarlo. Había sido una

tortura acostarse con ella cada noche desde su boda y no consumarla.

James sabía que las parejas debían consumar el matrimonio la primera

noche, pero no había querido forzar a Elizabeth a hacerlo. Había conocido

casos en los que sus esposas se alejaban de ellos después de tales

experiencias, y él no quería que eso ocurriera. Solo deseaba que ella se le

acercara por voluntad propia.

Él le dedicó una sonrisa. Ella se la devolvió sonrisa antes de que la

esposa del conde le preguntara a Evelyn:

—¿Cose, Su Excelencia?

—No la anime a hablar de su costura —advirtió el conde con una cálida

risa.

La esposa del conde le quitó importancia a su comentario.

—Solo está molesto porque preferiría estar en el patio corriendo como

un gamo.
—El médico dice que es bueno para la salud. ¿No está usted de acuerdo,

Su Excelencia? —El conde miró a James, recordándole que tenía que

volver a fingir interés.

James levantó los hombros.

—Me gusta un buen juego tanto como a cualquiera.

Todos hablaron brevemente de juegos, incluso las damas, pero, al fin, la

charla se apagó. James estaba a punto de declarar terminada la visita cuando

el conde derramó un poco de té sobre sí mismo. Su esposa se disculpó con

rapidez y sacó al conde de la habitación.

James se volvió hacia su mujer.


—Creo que esta es la parte más agradable de la visita hasta ahora.

Elizabeth suspiró y apoyó los codos en la mesa.

—Eso no es nada educado, Su Excelencia.

—Y sin embargo, no puedes negarlo. —James le hizo un pequeño

brindis con su delicada taza de té—. ¿No es esta la taza más pequeña que

has visto nunca?

El bufido de Elizabeth fue lo más divertido para James. Ella rio cuando

él la cogió por la cintura y la atrajo hacia él. Estaba tan desprevenida que ni

siquiera protestó cuando James la besó.

Elizabeth le miró atentamente tras apartarse.

—Tienes razón —susurró—. Esta es la mejor parte de la visita.


—Puedo volver a derramar té sobre él cuando vuelvan.

—No te atrevas —le reprendió Elizabeth, pero su sonrisa le dijo a James

que no se sentía realmente ofendida por la idea. Ella levantó la cabeza y

presionó sus labios contra los de él.

James estaba a punto de responder cuando oyó unos pasos. Tanto él

como Elizabeth volvieron enseguida a sus respectivas sillas. Elizabeth se

aclaró la garganta cuando el conde y la condesa regresaron.

A James le costó un gran esfuerzo no cumplir su oferta de volcar su té

sobre el conde, y apenas consiguieron aguantar el resto de la visita. Con

gran alivio la acompañó hasta el carruaje. Elizabeth también parecía muy

contenta de irse.

James se preguntaba si ella estaría ahora más dispuesta a estar con él,

pero no quería tentar demasiado a la suerte. En el carruaje, se sentaron

separados, pero los ojos de Elizabeth se dirigieron a él. El viaje de vuelta a

casa sería corto, así que mantuvo una actitud respetable permaneciendo en

su sitio.

Cuando llegaron a casa, James guio a Elizabeth hacia las escaleras con

el brazo alrededor de su cintura.


—Me alegro tanto de estar en casa… —susurró James.

Su objetivo era llevar a su esposa arriba, pero un sirviente le cortó el

paso.
—Su Excelencia, tiene una visita en su estudio.

James evitó gemir en voz alta y se aclaró la garganta.

—¿Tiene un nombre?

—Es lord Peterson, Su Excelencia. Dice que tiene que hablar con usted

sobre un asunto importante.

James puso los ojos en blanco. Probablemente lord Peterson quería

saber qué votaría James en la próxima sesión de la Cámara de los Lores. No

era un asunto tan importante como para venir sin avisar, pero tenía que
atenderlo.

—Me temo que lord Peterson es a veces un poco prolijo. Puede que
tengas que buscarte tus propias diversiones esta tarde —dijo James con

consternación a Elizabeth.
Esta le dedicó una dulce sonrisa y un beso en la barbilla.

—Encontraré algo para entretenerme. Tienes tus deberes, después de


todo.

—Es cierto, pero eso no significa que tengan que gustarme siempre. —
James le dio un beso en la frente—. Será mejor que me vaya. Peterson tiene

tendencia a ponerse de mal humor cuando se le hace esperar.


Dejó a Elizabeth en la base de la escalera mientras se dirigía a su
estudio. Su rostro se convirtió en un ceño fruncido mientras caminaba con

determinación hacia el hombre que había frustrado sus planes. James


conocía muy bien sus obligaciones, pero definitivamente no siempre tenían
que gustarle.

*
 

Para desagrado de Evelyn, la visita de James no era un hecho aislado. El


hombre parecía ser requerido constantemente en lugares que a menudo ella

no podía acompañarlo, así que empezó a ocupar su tiempo explorando su


nuevo hogar, sobre todo, para evitar tener que sentarse con la madre de

James en el salón. Su suegra le caía bien, pero estaba acostumbrada a tener


tiempo para sí misma. Todavía podía pasar las horas de las comidas

conversando con la madre de James, lo que parecía aplacar a la mujer lo


suficiente.

Hoy Evelyn iba a volver a revisar la biblioteca que había descubierto


unos días antes. Quería encontrar algo que leer para pasar el rato. Contuvo

el aliento mientras revisaba la biblioteca y lo soltó cuando la encontró


vacía.

La biblioteca tenía libros que llegaban hasta el techo y una escalera que
giraba alrededor de la habitación para permitir que cualquiera pudiera

alcanzar los de arriba. Evelyn miró los libros más cercanos a la puerta y los
encontró secos y científicos. Frunció el ceño y cruzó la sala hacia un gran
libro de cuentos de hadas.

Tal vez encontraría una lectura más ligera si buscase entre los cuentos
para niños. Estaba absorta en su búsqueda cuando oyó de pronto una voz

profunda.
—¿Buscando algo de inspiración?

Evelyn apretó el libro que sostenía contra su pecho y dio un gritito.


James rio mientras caminaba hacia ella. Parecía que acababa de

regresar.
—No quería asustarte. El mayordomo me dijo que te vio venir hacia

aquí.
—Me alegro de verte. —Ella le dedicó una cálida sonrisa. El abrigo gris

que él llevaba cuando viajaba enmarcaba perfectamente su cuerpo al


caminar—. Me alegra ver que has vuelto sano y salvo de tu visita.

James asintió y suspiró.


—Yo también. ¿Qué tienes ahí?
Evelyn se rio.

—Acabo de cogerlo, así que no estoy del todo segura.


—Ah, poesía —dedujo James al ver el nombre de lord Byron en la

encuadernación del libro.


Evelyn sintió que se sonrojaba.
—No me había dado cuenta de que era eso…

—No te avergüences; tiene una forma magistral de expresarse —dijo


James con una sonrisa.

Evelyn se apoyó en la librería que tenía detrás y miró a su marido con


curiosidad.

—Te gusta lord Byron, ¿verdad?


—He leído algunas de sus obras —admitió James encogiéndose de
hombros—. Me parecen interesantes, aunque nunca tuve mucho con qué

compararlas hasta ahora.


Ella negó con la cabeza.

—Quieres avergonzarme.
—Busco arrancar un beso de tus labios. —James apoyó una mano en la

estantería junto a su cabeza. La sonrisa de su rostro era juguetona y, aunque


Evelyn estaba segura de que estaba cansado por el viaje, no lo demostraba.

Contuvo la respiración cuando él se inclinó para rozar su boca con sus


labios cerrados. Ella no pudo evitar separar los suyos para pedirle que

volviera a besarla. Pero James no lo hizo.


En su lugar, la besó a lo largo de la barbilla. Ella respiró

entrecortadamente cuando sus labios encontraron su cuello. Sus párpados se


cerraron al sentir sus besos en su sensible cuello.

—Elizabeth —le susurró él.


El nombre fue como si le hubiera salpicado agua fría. Ella sacudió la

cabeza y le empujó en el pecho. Al principio, él no cedió, pero poco a poco


se fue apartando.

—Deberías comer y descansar, James. No querrás enfermar...


—No se me ocurren muchas cosas que me hagan sentir más saludable

que disfrutar de la luz de tus ojos —replicó James.


Evelyn rechazó sus palabras, pero él la agarró por la cintura y la atrajo

hacia sí. Ella podía sentir su dureza incluso a través de sus faldas y los
pantalones de él. James capturó su boca en un beso aplastante, que fue

contundente y glorioso.
Evelyn jadeó cuando él se aparó.

James —susurró ella.


—Me amas, ¿no es así? —preguntó James, como si estuviera

suplicando una respuesta.


Evelyn suspiró para liberarse.
—Te quiero —admitió en voz alta por primera vez.

—Entonces tienes que saber que yo siento lo mismo. Casarme contigo


ha sido lo mejor que me ha pasado. —James le acarició la cara con ternura

—. Quiero que seas feliz.


Evelyn anhelaba hacer desaparecer la incertidumbre de su rostro, pero

bajó la mirada. Ella le estaba mintiendo, no sobre sus sentimientos, sino


sobre algo mucho más importante. ¿Cómo podía amarla, si no la conocía de
verdad?

La mano de él abandonó su rostro y Evelyn fue consciente de que sus


dedos trazaban las líneas en su cuello y sus hombros antes de que se
dedicara a explorar sus pechos. La respiración se le atascó en la garganta

cuando él le cogió el pecho, lo acarició y lo amasó.


Evelyn cerró los ojos para no caer en sus cálidos ojos marrones. Era la

única defensa que tenía para no perderse por completo en el momento. Si se


entregaba a él ahora, ¿sería ella o la imagen de su hermana la que

compartiera su cama?
La mano de James había encontrado los lazos de su sencillo vestido de

muselina, y ella gimió mientras le apartaba la mano.


—James, estamos en la biblioteca.

—Tienes razón —respiró James contra su piel mientras se inclinaba


para besar su cuello. Ella no sabía si la había besado para hacerla obediente,

pero funcionó. Se quedó sin fuerzas bajo su efecto.


James estaba pasando sus manos por su cintura, por debajo de la falda.

Ella no tenía ánimos para resistirse, y se limitó a dejarle hacer lo que


quisiera.

Jadeó cuando sintió la mano de él deslizarse por debajo de la falda, a lo


largo del interior de su pierna.
—James —exhaló frenéticamente. A pesar de sus recelos, se encontró
esperando que sus dedos la encontraran.

Un ruido procedente del pasillo interrumpió el momento. James se


enderezó rápidamente y le bajó la falda. Evelyn respiró con suavidad

mientras se pasaba la mano por el pelo para asegurarse de que seguía bien
sujeto.

El padre de James entró unos momentos después.


—Ah, ahí estás, James. —Se fijó entonces en Evelyn y le dedicó una

sonrisa—. Siento interrumpir, Evelyn, pero necesito que James revise unos
papeles que acaban de llegar.

Evelyn se aclaró la garganta.


—Por supuesto. —Se sorprendió de que su voz sonara de algún modo

normal con la forma en que su corazón seguía golpeando su caja torácica.


Por suerte, su suegro no pareció darse cuenta y salió rápidamente de la
habitación en cuanto James le dijo que iría en breve. Luego se volvió hacia
ella con un suspiro.

—Deberíamos ir al campo.
—¿A cuál? —preguntó Evelyn con una sonrisa ante su broma.
Él se rio y movió un dedo.
—No me tiente, lady Harley. Podría secuestrarla y llevarla a alguna isla

donde nunca nos encuentren.


Evelyn negó con la cabeza a su marido.
—¿Y qué hay de tus deberes?

James la atrajo hacia él y ella se acercó de buena gana. James susurró:


—Al diablo con el deber, Elizabeth. Solo quiero que estemos juntos sin
interrupciones.
La punzada de culpabilidad al ser llamada por el nombre de su hermana
no impidió que Evelyn le devolviera la sonrisa.

—Entonces, ¿cuándo nos vamos al campo?


—Tan pronto como pueda conseguir una o dos semanas sin que sea
necesario que aparezcamos en algún sitio para que la gente nos vea. —
James suspiró con fuerza—. Es probable que sea en Navidad a este ritmo.

—Pero luego tenemos fiestas a las que asistir —le recordó ella.
—Es difícil conseguir herederos si uno nunca se queda solo —rio
James.
Evelyn se sonrojó, pero tuvo que aceptar.

—Ve con tu padre y mira por qué son tan importantes esos papeles.
Estaré aquí.
James le dio un ligero beso y se marchó para ir a atender los asuntos que
su padre tenía para él. Evelyn se apoyó en la estantería y suspiró. Por

mucho que quisiera disfrutar de los afectos de James, dudaba en permitirse


ceder a ellos. ¿Era a ella o a Elizabeth a quien él amaba de verdad?
 
Capítulo 7
 
 
 

P
hoebe estaba bastante satisfecha consigo misma por
haber conseguido una invitación para el picnic social que

celebraban lord Penton y su esposa. La Temporada ya estaba


avanzada, y la mayoría de las parejas ya se habían formado,

pero eso no le importaba a Phoebe.


Había quedado en una posición un poco escandalosa, pero estaba aquí

por una sola razón, y era recuperar al duque de Stanford. Había oído que él
se había ido después de su exhibición pública en la que le había dicho que

no estaba interesado en ella.

Podría no parecer tan extraño, pero Phoebe lo interpretó como que tal
vez el duque se sentía mal por cómo la había tratado. La había

malinterpretado, le había echado en cara sus sentimientos. Podía ser

rencorosa, pero eso no era lo que hacía el amor.


El amor perdona. Respiró hondo cuando se anunció el nombre de Su

Excelencia, el duque de Stanford. Se quedó con la boca abierta cuando,

junto con el duque, se anunció también el nombre de su esposa. ¿Mientras


ella estaba fuera de la sociedad reparando su corazón, el hombre se había

casado?

¿Cómo se atrevía? Alice apareció a su lado.

—¿Acaban de anunciar a una duquesa? —preguntó Alice.

—¿Me desprecia y luego se casa con otra? —Phoebe frunció el ceño


ante la pareja—. ¿Quién es esa?

—No lo sé. Puedo preguntar por ahí. —Alice miró a Phoebe, y tan

pronto como esta asintió con la cabeza, Alice se fue a usar su don de

cotilleo.

—Es una simple chica —murmuró Phoebe en voz baja.


Alice reapareció después de unos minutos.

—Su nombre es Elizabeth Barney, y parece que el duque y ella se han

casado hace apenas una semana.

—Bueno, espero que disfrute de su estancia en mi cama. Pronto

reclamaré el lugar que me corresponde. —Phoebe los miró cuando salieron

a la pista de baile. La forma en que el duque sostenía a su esposa hizo que

el corazón de Phoebe se encogiera. Debería ser ella quien bailase con él.
—Lady Foreman —dijo lord Steel mientras Phoebe se acercaba a ellos.

Esta puso una sonrisa en su rostro. Lord Steel había estado allí la noche

en que el duque la había rechazado. No le cabía duda de que él la estaba


abordando para impedir que ella interfiriese entre su amigo y su nueva

esposa.

—Lord Steel. —Phoebe hizo una reverencia al conde de Ranson.

Él le dedicó una cálida sonrisa.

—Solo quería venir a decirle que me alegro mucho de verla de nuevo en

sociedad. Sé que mi amigo se sintió muy mal por cómo terminaron las
cosas.

—Parece bastante recuperado —observó Phoebe mientras veía a lord

Harley bailar con Evelyn.

Lord Steel se volvió para seguir su mirada.

—Ha encontrado la felicidad, y le deseo lo mejor junto a su esposa.

Esperaba que usted pudiera hacer lo mismo.

—Por supuesto —le aseguró Phoebe—. Nunca haría nada que dañara a

lord Harley. Todavía lo quiero mucho. —Sus palabras eran ciertas. Si él

asumía que significaban que ella dejaría al duque en paz, no era su

problema.
Lord Steel asintió.

—Me alegra escuchar eso. Espero que tengan una velada encantadora,

lady Foreman y lady Mayer.

Alice hizo una reverencia. Una vez que lord Steel se hubo alejado,

susurró:
—Ha sido atrevido.

—Sí, bueno, el problema con gente como lord Steel y mi querido duque

es que asumen que pueden hacer lo que les plazca. —Phoebe soltó un
suspiro. Su hermoso vestido verde no le iba a servir de nada esta noche.

—¿Qué vas a hacer ahora? —Alice parecía curiosa. Podía permitirse el

lujo de estar solo ligeramente interesada en todas las tonterías de la

Temporada londinense. El padre de Alice ya le había conseguido un partido,

lo que la joven agradecía, ya que no le gustaba mucho mostrarse en estos

eventos.

Phoebe se mordió el labio mientras miraba a la pareja.

—Voy a escuchar —dijo al fin—. Todo el mundo tiene secretos, Alice.

Averiguaré cuáles son los de esta chica, y luego le mostraré al duque el

error de sus actos.

Las semanas posteriores a la boda se desarrollaron en un sinfín de


bailes, eventos sociales y visitas a diversos parientes o miembros

destacados de la sociedad. Evelyn estaba cada vez más cansada de los

constantes compromisos, pero al mismo tiempo, su mundo parecía abrirse.


Ella y James se acercaban cada vez más, y si pudiera dejar de sufrir la

agonía de su culpa, las cosas serían perfectas.

Respiró hondo mientras asistía a otro baile. Evelyn ni siquiera recordaba

quién era el anfitrión del mismo, para ser sincera, y pensó que era mejor así.

Estaría en otro igual al día siguiente, sin duda.

—¡Elizabeth! —La estruendosa voz de su padre hizo que Evelyn mirara

a su alrededor.

Ella sonrió y recibió el aplastante abrazo del hombre con una aceptación

que solo se obtiene al tener un padre.

—Padre, me alegro mucho de verte. ¿Están mamá y Evelyn aquí


también? —Le pareció muy extraño preguntar por ella misma, pero tenía

que mantener la apariencia de normalidad.

—Sí. —Él asintió mientras daba un paso atrás. Había algo en la forma

en que la miraba que hizo que Evelyn sintiera que algo iba mal.

Ella frunció el ceño.

—¿Qué ocurre?

—¿Puedo hablar contigo un momento? —La voz de su padre adquirió

una calidad silenciosa que Evelyn ni siquiera era consciente de que él podía

tener.

Ella asintió lentamente.

—Por supuesto.
Su padre apenas la dejó terminar sus palabras antes de empujarla hacia

una puerta. No se detuvo hasta que salieron a un pequeño vestíbulo sobre

los jardines.

Cuando él se detuvo, se pasó la mano por el pelo.

—No hay necesidad de actuar, Evelyn. Sé la verdad.

Ella lo miró fijamente por un momento antes de reírse con energía

nerviosa.

—¿Qué clase de juego es este? ¿Alguien te ha contado algo?

Lord Barney negó con la cabeza.

—Esto no es un juego. No sé por qué habéis decidido hacer esto, pero,

como le dije a tu hermana, habéis tomado vuestra decisión, y ahora debéis

cumplirla por el bien de todos nosotros.

Evelyn negó con un gesto.

—¿Cómo lo has sabido?

—Por tu madre, siempre pudo distinguiros mejor que yo —admitió lord

Barney.

Ella suspiró.

—Estoy preocupada, padre. No sé si puedo seguir mintiendo a James.


—Evelyn se alejó un poco y miró las estrellas—. ¿Y qué hay de Elizabeth?

¿Es justo que tenga que fingir ser yo el resto de su vida por un momento de

pánico?
—Ella hizo su elección, Evie. —Él la miró con severidad—. Ambas

tomasteis la decisión de hacer una cosa tan tonta, y ahora debéis vivir con

ello por el bien de su familia.

Evelyn sabía que el escándalo sería peligroso para su familia, pero

pensó que tal vez una vida entera fingiendo que era otra persona podría ser

un castigo excesivo para sus crímenes.

—No sé si puedo hacerlo —admitió Evelyn.

—No tienes elección. —Lord Barney, a pesar de sus duras palabras, dio
un apretón en el hombro de Evelyn—. Me alegro de que te preocupes por

él, pero ¿crees que es justo arrastrarlo a un escándalo que él no se ha


buscado?

 
 

 
Phoebe estaba hablando con un caballero cuando los vio desaparecer
hacia el jardín. Era justo la cosa sospechosa que Phoebe había estado

esperando que sucediera. Necesitaba algo que le valiera para ir a ver al


duque.

Por supuesto, no tenía ni idea de que cuando siguió a los dos al jardín,
en lugar de conseguir una aventura, aterrizó en un escándalo aún más
extraño. La esposa del duque era en realidad su hermana, que se hacía pasar
por Elizabeth. Phoebe apenas podía creer su suerte.

El duque podría haber sido capaz de ignorar sus avances durante la


Temporada, incluso yendo tan lejos hasta romperle el corazón, pero no

había forma de que el hombre pudiera ignorar esto. Phoebe se escondió tras
una puerta cuando lady Harley y su padre salieron del jardín. Y sonrió.

Phoebe sabía cómo pensaban las chicas como lady Barney. Ella
anteponía su lealtad a su familia a su lealtad al duque. El duque de Stanford
valoraba la honestidad por encima de todo, lo que hacía que el engaño de su

nueva esposa fuera aún más gratificante.


Pero él no la creería a pies juntillas. Necesitaría pruebas claras, y ella

sabía cómo conseguirlas. Phoebe se frotó las manos. Había trabajo que
hacer, pero iba a merecer la pena.

Ella se complacería en recordarle lo mal que a él se le daba juzgar los


corazones de las mujeres. Por supuesto, no sería cruel al respecto. Phoebe

quería que el duque la mirara con nuevos ojos y viera que era ella quien
había sido leal todo el tiempo.

 
Elizabeth finalmente vio a Evelyn y fue a hablar con ella mientras
estaba sola.

—Elizabeth —dijo mientras se acercaba a Evelyn—. Estoy tan contenta


de haberte encontrado...

Evelyn miró a su alrededor y le indicó a Elizabeth que la acompañara, y


luego la condujo a los jardines.

—Supongo que estás aquí por padre.


—En realidad, estoy aquí porque quería decirte que me alegro mucho

por ti. Te ves verdadera y espléndidamente feliz, Evie. —Elizabeth abrazó a


su hermana—. No te preocupes por mí. Estoy dispuesta a seguir con la

treta. ¿Qué es un nombre, sino una tontería? Te quiero, Evie.


Evelyn sintió que las lágrimas le llenaban los ojos, y se las secó con un

pañuelo que llevaba guardado en el pequeño bolso atado a su muñeca.


—Elizabeth, esto no es justo para ti. Es más, no es justo para el duque.

Elizabeth negó con la cabeza.


—No quiero que pierdas tu sueño. Esto es lo que has querido siempre.
Agnes y yo tuvimos algunas conversaciones interesantes, especialmente

antes de que se diera cuenta de que yo no era tú.


Evelyn se rio y se sonrojó.

—Espero que no la hayas sobresaltado demasiado con la revelación.


—La verdad es que estaba bastante mareada. —Elizabeth se encogió de

hombros con una sonrisa—. Todos nos alegramos de que por fin hayas
encontrado tu sitio y estés contenta.

El sentimiento de culpa se apoderó de Evelyn.


—Aprecio tu disposición a hacer esto, Elizabeth, pero a medida que mis

sentimientos por el duque crecen, me he dado cuenta de que no todo es


pasión y romance. Él se merece mi honestidad, Elizabeth.
Elizabeth extendió la mano de Evelyn.

—Estaré contigo, no importa lo que elijas. No creo que mamá y papá se


sientan tan cómodos con ello, pero yo digo que hagas lo que te parezca

correcto, Evie.
Se aferró a la mano de su hermana. Elizabeth era la primera persona que

le decía que hiciera lo que sentía en su corazón. Al menos una persona la


entendía, y Evelyn se agarró a ese salvavidas.

Compartieron una sonrisa. Elizabeth susurró:


—Estás preciosa. El matrimonio te debe de sentar muy bien.

—Es maravilloso —coincidió Evelyn—. Pensé que acabaría siendo muy


distinto a la visión que tenía de él. En cierto modo, tenía razón. Es mucho

mejor.
Elizabeth le sonrió.

—Me haces desear ese tipo de conexión.


—Siempre está lord Steel —sugirió Evelyn con otra sonrisa.

Elizabeth pareció pensarlo un poco.


—Tal vez. Es un hombre encantador, aunque hice un poco el ridículo

cuando lo conocí. O debería decir, tú lo hiciste.


Evelyn le sacó la lengua a Elizabeth como solía hacer de niña.

—Me gustaría que pudieras casarte con él siendo tú misma. Realmente


complica demasiado las cosas fingir ser alguien que no eres.

—Ya veo —admitió Elizabeth—. Sin embargo, no estoy preparada para


casarme con nadie. Solo quiero esa conexión. Sería bueno saber que alguien

está ahí para ti.


Evelyn abrazó a su hermana.

—Estoy segura de que lo encontrarás. Lo creo con todo mi corazón.


Elizabeth le dio un apretón mientras se abrazaban.

—Tu corazón está lleno de romances y baladas, y no sé si eso tiene


sentido en el mundo en que vivimos.
Evelyn no se ofendió por las palabras de Elizabeth. Tal vez fuera cierto

que Evelyn no era la más lúcida con su amor por el duque coloreando de
rosa el mundo que la rodeaba.

—Lo encontrarás.
—¿Lo prometes? —preguntó Elizabeth haciéndose eco de un viejo

sentimiento de la infancia.
Evelyn sonrió.
—Lo prometo.
Capítulo 8
 
 
 

H
arry se afanaba en romper la corteza de un pastel de
carne en su club de caballeros favorito.

—¿Estás seguro de que algo no te está molestando?


James jugó con su pastel y suspiró.

—La verdad es que no lo sé, Harry. —Se inclinó hacia delante y bajó la
voz para que esta no llegara a las mesas vecinas—. Te dije que Elizabeth

estaba indecisa.
—¿Te sigue manteniendo a raya? —Harry se detuvo a medio camino de

su boca con un tenedor lleno de pastel.

James negó con la cabeza.


—Parece estar dispuesta, pero algo le preocupa. No puedo identificar la

expresión de su rostro. Es como si se sintiera mal.

—Tal vez eso es lo normal en las mujeres. Están tan presionadas para no
disfrutar de esas cosas que quizá sea una buena señal que ella lo sienta así.

—Harry se encogió de hombros—. ¿Qué piensas hacer al respecto?


James dejó el tenedor sobre su plato mientras desechaba la idea de

comer.

—En cuanto termine el próximo baile, pienso llevarla al campo. Creo

que estar lejos de todas las distracciones de aquí podría facilitar su

transición. Después de todo, no tuvimos una verdadera luna de miel.


—Es cierto. Quizá esté esperando la luna que le prometieron —dijo

Harry mientras asentía.

Con otro suspiro, James tuvo que darle la razón.

—Es posible. Debería haber planeado un cambio más tranquilo en esta

nueva vida. En cambio, ella ha recibido demasiado agitación, y creo que eso
la ha hecho resistirse.

—Entonces, una semana en el campo debería ser suficiente. —Harry

sonrió a James—. Relájate, amigo. Tendrás la casa llena de niños pelirrojos,

de eso no tengo duda.

James deseaba tener la confianza de Harry en el futuro. Adoraba a

Elizabeth, pero no podía evitar sentir que ella no le había permitido

conocerla de verdad. Siempre parecía reservada, como si estuviera


conteniendo la respiración y esperando.

—¿Crees que su hermana irá al próximo baile? —preguntó Harry

alrededor de un bocado de pastel, y James hizo una mueca a su amigo.


—Puede que te lo diga si prometes no comer así delante de ella —se

burló James.

—Lo siento —dijo Harry riendo mientras se limpiaba la boca con una

servilleta.

James negó con la cabeza.

—Creo que Elizabeth dijo que su hermana estaría en el baile mañana


por la noche. ¿Has puesto tus ojos en ella?

—Simplemente me parece una compañía agradable. —Harry dejó la

servilleta sobre la mesa y miró a James con fastidio—. Puedo ser amigo de

una mujer.

—Sí, puedes —aceptó James—, pero rara vez conversas con ellas, así

que es una rareza.

Harry cogió su tenedor y lo agitó hacia James.

—No empieces con tus teorías. Somos solo dos personas que se gustan

mutuamente.

—Oh, ahora le gusta tu compañía, ¿verdad? —James se rio ante la


mirada que le dirigió Harry—. Paz, amigo. No deseo ser apuñalado con un

tenedor. Solo estoy bromeando.

Harry refunfuñó.

—Bromeas de la misma manera que mi madre.


—¿Ya se ha recuperado? —A James le parecía divertida la aventura de

la mujer con su tobillo a medida que pasaban las semanas, pero podía ver

que a Harry claramente no le parecía así.


Este movió la cabeza, haciendo que su cabello rebelde se agitara.

—Eso sí, no está contenta, pero el médico le dijo que perdería la

circulación en el pie si no lo ejercitaba.

—No sé si ese es un consejo médicamente sólido, pero si eso la puso de

pie, entonces estoy de acuerdo con él —respondió James con una sonrisa.

Harry gruñó.

—Sí. Los sirvientes también están contentos de no tener que empujarla

a todas partes.

Evelyn estaba sentada frente a su escritorio. Llevaba una hora

escribiendo a Agnes o intentándolo. No sabía qué hacer y no tenía a nadie

en quien confiar.

Su familia necesitaba que fuera una hija leal, y ella quería protegerlos,

pero su amor por James crecía día a día. ¿Podría conformarse con un amor
construido sobre una mentira?
El corazón de Evelyn se debatía entre el amor de su familia y el de su

marido. ¿Por qué las dos lealtades tenían que estar enfrentadas? Evelyn

puso la cabeza entre las manos.

En cualquier momento de la ceremonia, Evelyn podría haber dicho la

verdad. Sin embargo, había permanecido en silencio porque, egoístamente,

había deseado tanto estar con el duque que eso le impidió ver lo

terriblemente mal que podía salir todo. Ahora que se enfrentaba a tener que

vivir como su hermana o traer perjuicios a su familia, Evelyn no sabía hacia

dónde soplaba el viento.

Agnes siempre había sido una buena amiga y una sabia consejera. Podía
darle a Evelyn sabiduría desde una perspectiva práctica, y Evelyn

necesitaba desesperadamente ver la situación desde una nuevo punto de

vista.

Echó un vistazo a su carta. Era incoherente y angustiosa, pero resumía

todo lo que había sucedido y pedía consejo. La enviaría tan rápido como

pudiera y, con suerte, para cuando llegara el último baile, tendría la

respuesta de Agnes.

Evelyn dobló la carta y la metió en un sobre. Se la daría a una criada

para que la enviara con las cartas del duque. Evelyn respiró un poco más

tranquila cuando dirigió el sobre a nombre de su hermana, teniendo cuidado

de escribir Evelyn en lugar de Elizabeth.


Tiró del cordón de su habitación para llamar a una sirvienta. Un par de

minutos después, una estaba en su puerta.

—¿Llamó, Su Excelencia?

Evelyn sonrió a la criada, cuyo nombre aún no había aprendido.

—Sí. Me gustaría enviar una carta. —Le tendió el sobre a la criada, que

lo cogió con un movimiento de cabeza casi nervioso—. Muchas gracias.

La criada hizo una reverencia y desapareció por la puerta antes de que

Evelyn pudiera decir nada más. Evelyn sacudió la cabeza. Y pensaba que

ella estaba nerviosa...

Se sentó en su escritorio y abrió el libro que había colocado allí cuando

había decidido empezar a escribir. Evelyn se sintió más tranquila, al menos

por el momento. Soltó un suspiro mientras se acomodaba en su escritorio.

Tenía su propio conjunto de habitaciones donde podía retirarse cuando

necesitaba tiempo a solas. Aunque se esperaba que durmiera en su cama

matrimonial por la noche, seguía teniendo su propia cama y sala de estar.

Evelyn había tardado una o dos semanas en sentirse lo bastante cómoda

como para estar en sus habitaciones sin preguntarse si estaba siendo

maleducada.
La verdad era que la mayor parte de la casa estaba lo suficientemente

ocupada durante el día como para que nadie se diese cuenta de su paradero.
Incluso su suegra salía la mayoría de los días a socializar. Evelyn agradeció

que la mujer aún no se hubiera hecho a la idea de llevarla a esas visitas.

Phoebe había recibido noticias de la criada de la finca de los Stanford a

la que había sobornado. El pequeño café donde se encontraba le recordaba


mucho a la vez que su madre la había llevado a París. Le gustaba venir y

sentarse en las mesas que el dueño había instalado en el exterior, bajo un


toldo.

Levantó la vista al oír el sonido de unas pisadas. La criada era una cosa
pequeña, pero más inteligente de lo que parecía. La chica se había puesto un

abrigo sobre su uniforme para no llamar la atención.


Phoebe levantó la vista y sonrió a la mujer.

—Annie, tienes buen aspecto. Confío en que me hayas hecho venir aquí
para darme buenas noticias.

Annie se sentó y miró nerviosa a su alrededor antes de sacar un sobre.


—Hice lo que me pidió y he estado atenta a cualquier correspondencia
que Su Excelencia enviara. Esta es la primera que he visto.

—Lo has hecho bien —dijo Phoebe con una sonrisa de satisfacción.
Cogió el sobre de la nerviosa chica. Rompió el sello de lacre con su cuchillo
de mantequilla y sacó la carta.
Phoebe solo tuvo que ojearla para saber que era exactamente lo que

necesitaba.
—Perfecto —susurró. La sirvienta seguía esperando, y Phoebe sacó

unas monedas de su monedero y las deslizó a través de la mesa hacia la


criada—. Mi más profunda gratitud, Annie. Mantenme informada si

averiguas algo más.


—Sí, señorita. Gracias, señorita. —Annie se embolsó rápidamente las
monedas y se marchó calle abajo. Phoebe no se ofendió por la rápida

despedida de la mujer. Sin duda, tenía que volver a sus deberes en la casa
Stanford.

Phoebe miró la carta que informaba de la usurpación de identidad de la


nueva duquesa de Stanford.

—Ya la tengo, duquesa —murmuró Phoebe con una sonrisa.


La noche siguiente se celebraba un baile y tenía la intención de ir a ver

al duque de Stanford, ahora que tenía pruebas y no solo su palabra de que la


duquesa mentía sobre quién era. Los días como duquesa de Elizabeth, o

Evelyn, estaban contados, aunque esta no fuera consciente de ello. Pronto,


Phoebe estaría justo en el lugar de la duquesa mentirosa.

 
 
—Ojalá pudiéramos ir juntos, pero, por desgracia, el deber nos llama

por última vez —dijo James sonriendo a Evelyn.


Esta suspiró.

—Bueno, supongo que no hay nada que pueda hacer al respecto. Tendré
que entretenerme hasta que llegues.

—No me pongas celoso —se burló James mientras la atraía hacia él.
Aunque se habían besado y tocado, aún no había conseguido que se

sometiera a ser su esposa por completo.


Evelyn se rio.

—¿Eres celoso?
—Normalmente no —confesó James—. Sin embargo, parece que sacas

de mí todo tipo de facetas que no tenía ni idea de que existían.


Evelyn le dio a su marido un dulce beso en la mejilla.

—Podría decir lo mismo.


—Por favor, no empieces, querida esposa, o ambos podemos faltar a
nuestras obligaciones. —La voz de James era suave y llena de picardía.

Evelyn confió en su autocontrol y le contestó con picardía.


—Usted nunca renunciaría a nuestros deberes, Su Excelencia, aunque se

lo rogara.
—Podrías ver un lado muy diferente de mí si realmente pidieras limosna

—dijo James con una risa.


Evelyn sintió que se sonrojaba, pero no le importó. A James parecía

gustarle mucho hacerla sonrojar. Lo que hacía feliz a su marido no podía ser
tan malo.

—Solo promete que llegarás en algún momento del baile —dijo Evelyn
mientras arreglaba el lazo del cuello de su marido.
James asintió.

—Oh, allí estaré.


—Solo rezo para poder decidir qué ponerme —dijo Evelyn con una

sonrisa.
James levantó los hombros.

—Cualquier cosa que te pongas te quedará de maravilla. Ahora, será


mejor que me vaya si quiero llegar al baile.

—Adelante entonces —dijo Evelyn con una sonrisa—. No tengo ningún


deseo de soportar un baile sin ti.

—Es agradable que te necesiten —respondió James. Le dio un beso


antes de suspirar. Evelyn le hizo un pequeño gesto con la mano, y James le

devolvió un guiño.
Evelyn se llevó las manos al pecho cuando él se marchó y suspiró

satisfecha. Podía dudar si debía decirle la verdad, pero nunca dudaba lo que
sentía por él. Ahora bien, si pudiera estar segura de que lo que él sentía era

solo por ella...


 

 
El baile estaba en pleno apogeo mientras Elizabeth estaba hablando con

su padre. Este parecía no separarse nunca de ella, y eso la frustraba


sobremanera. Sus padres habían sido cada vez más restrictivos con ella

como castigo por lo que consideraban su pecado.


—Si le dieras una oportunidad al hombre, tal vez lo encontrarías

amigable. —Lord Barney se mantenía erguido, con las manos en la espalda,


mientras observaba la pista de baile.

Elizabeth resopló. Sus padres habían tardado muy poco en presionarla


para que conociera a los pretendientes que ellos habían elegido. Ellos se
consideraban generosos al consultarle, pero lo único que tenían en cuenta

era su propia opinión.


A Elizabeth le pareció que sus pensamientos no importaban.

—Supongo que no es relevante si lo encuentro o no atractivo.


—Agotaste tus opciones cuando hiciste ese truco con tu hermana —

replicó lord Barney manteniendo la voz baja.


Elizabeth se acercó a su padre, con las manos en las caderas.
—¿Esa es tu respuesta para todo? ¿No se te ocurre que tú y mamá no
me preguntaron si quería casarme con el duque?

Lord Barney le dirigió una mirada de reprimenda.


—Baja tu voz.
Elizabeth apretó los dientes y susurró:

—No me casaré con él.


—Bien. Encontraré otro candidato. —El rostro de lord Barney parecía

impasible ante las palabras de su hija.


Elizabeth levantó las manos en el aire.

—¿Qué tengo que hacer para que lo entiendas? Quiero viajar, padre. Un
año no es tanto.

—¿Un año? Mejor el resto de tu vida —dijo lord Barney—. Esta es tu


cama, Elizabeth, y tienes que acostarte en ella.

Elizabeth montó en cólera. No le importaba dónde estaba ni quién la


escuchaba.

—¡Yo no quise casarse! No lo conocía, ¿cómo iba a quererlo? ¿Cómo


podría amarlo?

Lord Barney le dirigió una mirada de advertencia.


—Cuidado con lo que dices, Elizabeth.

Ella cerró la boca. No tenía necesidad de causar más daño, pero


controlar sus emociones era difícil cuando las había mantenido reprimidas
durante tanto tiempo. Se cruzó de brazos y apartó la mirada de su padre.
 

 
James acababa de entrar cuando vio a su suegro hablando con una de las

gemelas. Empezó a acercarse a ellos cuando sus voces se elevaron lo


suficiente como para que pudiera oír a la chica diciendo que no había

querido casarse. No fue hasta que su suegro le advirtió que tuviera cuidado
cuando se dio cuenta de que estaba hablando con Elizabeth.

Se sintió como si el aire se le hubiera escapado de los pulmones.


¿Elizabeth no había querido casarse con él? ¿Podría haber actuado

realmente como si lo amara?


James se giró a ciegas, sin saber a dónde ir, pero seguro de que no
quería hablar con su esposa en ese momento. Tal vez ese fuera su castigo

por haber herido a lady Foreman, por haber malinterpretado las intenciones
de la mujer. Ahora tenía que sentir ese sentimiento de traición de primera
mano.

Fue entonces cuando lady Foreman se acercó a él.


—Su Excelencia, ¿puede concederme un momento de su tiempo?
Adormecido, James miró a la mujer.
—¿Qué es lo que quiere, lady Foreman? —Le pareció apropiado que la
mujer apareciera estando él en su punto más bajo para humillarlo.

—Su Gracia, a pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros, sentí que
debía advertirle. —Ella sostuvo un sobre—. Tengo pruebas de que su
esposa no es quien dice ser. No podía dejar que este engaño continuara.
James miró el sobre y a la mujer que lo sujetaba.
—No quiero leer eso ni oír nada más. Déjeme en paz.

—Su Gracia... —empezó a decir lady Foreman, pero James la cortó con
un gesto de la mano.
Se volvió a ciegas hacia la entrada y se fue. James no podía soportar
más esto. Tal vez se lo merecía, pero no era lo bastante fuerte como para

enfrentarse a ello en público.


Capítulo 9
 
 
 

E
velyn llegó al baile y vio a James. Le tendió la mano,
pero él pasó por delante de ella sin reconocerla. Evelyn lo

llamó, sin que James se volviera.


Confundida, vio a Elizabeth y corrió hacia su hermana.

—¿Qué le pasa a mi marido? ¿Qué has hecho?


El rostro de Elizabeth mantuvo una expresión de confusión ante las

palabras de Evelyn, que pronto fue sustituida por otra de horror.


—Oh, no. Debe de habernos escuchado.

Evelyn miró a su hermana.

—¿Escuchar qué?
La expresión mortificada de Elizabeth no sirvió para calmar los temores

de Evelyn.

—Padre me estaba presionando para que conociera a ese pretendiente


que había encontrado para mí.

—¿Y? —Evelyn nunca había visto que Elizabeth se fuese por las ramas.
Esta tiró de la manga del vestido de Evelyn, se dirigieron rápidamente a

un pasillo alejado de la multitud y le contó la charla con su padre.

—Lo siento mucho. Ni siquiera vi a James.

—Si papá te llamó Elizabeth, es probable que él piense que era yo quien

hablaba —dijo Evelyn mientras se cubría la cara—. No me extraña que se


haya ido sin mirarme. Pensó que yo era tú.

A Elizabeth se le llenaron los ojos de lágrimas. Evelyn negó con la

cabeza.

—¿En qué estaba pensando al meterme en este lío?

—Estabas pensando en el amor —le recordó Elizabeth a Evelyn—.


Además es culpa mía, no tuya.

—Podría haberme negado, Elizabeth. La culpa no es solo tuya. —

Evelyn no soportaría que Elizabeth cargara con todo esto sobre sus

hombros, ya que ambas eran responsables.

Elizabeth se secó una lágrima y suspiró.

—¿Qué hacemos ahora? Tendremos que decírselo a papá.

Evelyn sintió que el entumecimiento se apoderaba de ella. ¿Qué


importaba lo que hicieran ahora?

—Lo he perdido para siempre.

—No digas eso —la amonestó Elizabeth.

Evelyn se rio de esta locura.


—¿Por qué no? Es cierto. ¿Crees que me amará ahora?

—El amor no es racional, tú me lo enseñaste —le recordó Elizabeth.

Sea como fuere, Evelyn no podía sentir ninguna esperanza por la

situación. Ahora, él estaba herido, pero cuando la verdad saliera a la luz, y

sin duda lo haría, sobre el alcance total de la situación, entonces no solo

estaría furioso, sino que le repugnaría.


—Tendré que vivir con las consecuencias de esto, Elizabeth. Prefiero

acostumbrarme a eso que a vivir en una mentira.

—Deberíamos haber sido honestas desde el principio. Deberías haber

sido tú la que se emparejara con el duque, no yo. Tú estabas hecha para él y

él para ti. —Elizabeth negó con la cabeza—. A partir de este momento,

actuaremos con honestidad.

Evelyn asintió lentamente.

—Lo haremos —prometió Evelyn a su hermana—. Pase lo que pase, no

te culpo.

—Ni yo a ti —respondió Elizabeth.


Se abrazaron y lloraron un poco por su tontería mutua. Cuando se

separaron, Evelyn susurró:

—Siento haberte robado a tu marido.

—Siento haberlo perdido por ti —susurró Elizabeth. Dio un pisotón—.

No. No puedes rendirte.


—¿Qué puedo hacer? —Evelyn levantó las manos con impotencia—.

No sé me ocurre nada.

Elizabeth cuadró los hombros y movió su cabeza rojiza hacia atrás.


—Tal vez no haya nada que puedas hacer, pero juntas podemos hablar

con tu duque.

—¿Y hacer qué? ¿Acelerar la humillación de todo esto?

Elizabeth negó con un gesto.

—Lo amas, ¿no es así?

—Con todo mi corazón —susurró Evelyn.

Elizabeth le cogió la mano.

—Entonces, ¿a qué estamos esperando? Vayamos hacia él. Luchemos

por su amor. Si perdemos, que así sea, pero no nos someteremos

simplemente a la derrota. No es así como nos educaron.

Evelyn sonrió a su hermana.

—No sé si servirá de mucho, pero supongo que eso no hará mucho

daño.

Elizabeth pasó su brazo por el de Evelyn.

—Entonces, vamos juntas.

—Juntas —repitió Evelyn.

 
 

Evelyn y Elizabeth salieron de su carruaje con premura. El sirviente de

la finca las saludó con las cejas levantadas.

—Thomas —dijo Evelyn con familiaridad—. ¿Está mi marido? Salió

con prisa y me preocupó que estuviera enfermo.

Thomas asintió.

—Sí, Su Excelencia. Está en su estudio.

Elizabeth siguió a Evelyn y pensó que el título de duquesa le venía muy

bien. Su hermana asilvestrada había florecido definitivamente en el papel de

esposa. Se dirigieron hacia el estudio, pero frente a la puerta de este, Evelyn


dudó.

Miró a Elizabeth con miedo en los ojos. Elizabeth le hizo un gesto con

la cabeza para animarla.

—Adelante —le susurró—. Es mejor hacerlo rápido, como quitarte las

zarzas del pelo.

—Las zarzas duelen —le recordó Evelyn.

Elizabeth puso su mano en el hombro de Evelyn.

—El amor nunca está exento del riesgo del dolor. —Se acercó y llamó a

la puerta, ya que estaba claro que Evelyn no quería o no podía hacerlo.

Una voz masculina que no parecía la del duque respondió:

—¡El duque no desea ser molestado!


Elizabeth respiró profundamente y giró el pomo de la puerta. Entró

primero. Vio que lord Steel y el duque la miraron sorprendidos. El dolor en

los ojos del duque le hizo llorar.

—Creo que ha habido un malentendido —dijo Elizabeth suavemente—.

He traído a tu mujer. —Elizabeth empujó la puerta para que se abriera más

y tiró de Evelyn.

Las cejas del duque se juntaron mientras negaba con la cabeza.

—He oído a tu padre llamarte Elizabeth.

Elizabeth asintió.

—Es cierto. —Se dio la vuelta y cerró la puerta detrás de ella y de

Evelyn para mantener la conversación en privado—. Yo soy Elizabeth. Esta

—dijo Elizabeth mientras agitaba la mano hacia su hermana—, es Evelyn.

Lord Steel y el duque se miraron un momento.

—Ya lo sabemos —dijo al fin lord Steel.

—No, no es así. —Elizabeth negó con la cabeza—. Lo conocí en la

boda por primera vez, lord Steel. Por eso no me acordaba de usted.

El conde de Ranson se aclaró la garganta, pero fue el duque quien habló

a continuación.
—¿Qué significa todo esto? ¿Es un juego al que jugáis vosotras dos?

Evelyn se llevó las manos al pecho.


—No. Por supuesto que no. —Bajó la cabeza y habló en voz baja—. El

día que Elizabeth iba a casarse contigo, descubrió que no podía. Me rogó

que ocupara su lugar.

—Eres mi esposa —susurró lord Harley—. ¿Pero no eres Elizabeth?

Elizabeth asintió.

—Ahora empiezas a entenderlo. Todo sucedió tan rápido que no lo

pensamos bien.

Lord Steel abrió la boca y la volvió a cerrar. Entornó los ojos hacia
ellas.

—Ahora estoy confundido respecto a quién conozco en realidad.


—Te presentaron a Evelyn originalmente, pero es a mí a quien has

llegado a conocer. Te prometo que, aparte de nuestros nombres, somos las


mismas personas. —Elizabeth miró a lord Steel, suplicante.

Este extendió la mano hacia el duque como pidiéndole que esperara.


—Creo que ya lo comprendo —le dijo a Elizabeth—. No deseabas

casarte, así que conseguiste que tu hermana se casara con el duque en tu


lugar.

El duque de Stanford soltó una bocanada de aire mientras se levantaba y


se alejaba.
—Entonces, ¿no quería casarse conmigo? ¿Obligó a su hermana a

hacerlo? No me extraña que ella haya sido tan desgraciada.


—No —negó Evelyn, alzando la voz—. Eso no es cierto. No he sido
desgraciada. ¿Cómo puedes pensar eso?

El duque miró a Evelyn.


—¿Cómo puedo pensar otra cosa diferente?

Evelyn negó con la cabeza.


—Si lo piensas por nuestra falta de intimidad, te juro que mis

remordimientos por la situación me alejaron de ti, nada más. Sentía


horriblemente haberte mentido.
—Podrías habérmelo dicho —respondió el duque dando un paso atrás

hacia Evelyn, a la vez que ella caminaba hacia él. Elizabeth se acercó al
escritorio mientras Harry hacía lo mismo, deseoso de dejar que la pareja

resolviera las cosas por su cuenta.


Evelyn se limpió la cara mientras una lágrima bajaba por su mejilla.

—¿No habríamos llegado hasta aquí de todos modos?


El duque levantó los hombros con impotencia.

—No sé cómo arreglar esto. No sé qué hacer.


—Te amo, infinitamente, posiblemente en varias vidas. —Evelyn

rompió a sonreír a través de las lágrimas.


James alzó la mano y le acarició la mejilla.

—¿Cómo puedo estar seguro de que eres tú?


—Nunca he sido nadie más que yo —susurró Evelyn—. Solo que nunca
estuve segura de si me querías a mí o a la imagen de Elizabeth que tenías en

tu mente.
Él sacudió la cabeza hacia ella.

—Nunca conocí a Elizabeth. Solo te he conocido a ti.


—Y yo solo te he amado a ti. Por eso acepté el intercambio.

Cuando James miró a Evelyn, la vio realmente por primera vez. Había
pensado que su reticencia a estar con él plenamente se debía a que sus

sentimientos no eran tan profundos como los de él. De hecho, había sido
todo lo contrario, y descubrió que no podía echarle en cara eso.

Sin embargo, ella había mentido. Ella le había dejado con un enigma.
—Ambas me habéis metido en un gran embrollo.
Evelyn bajó la cabeza.

—Lo siento. Ojalá hubiera hablado antes.


—Las dos queríamos hacerlo —añadió Elizabeth.

James lanzó un suspiro cuando la puerta del estudio se abrió de pronto.


Lady Foreman entró como si fuera la dueña del lugar, seguida por Thomas,
que parecía agitado. La mujer se había colado sin darle la oportunidad a

impedírselo, ya que él temía que ella solo pretendía hacer un escándalo.


—Lo siento, Excelencia. No pude detenerla.

—No te preocupes, Thomas. Puedes marcharte.


Ante la intrusa, todos callaron y la observaron. Tras unos instantes de

confusión, James le dirigió las primeras palabras.


—Lady Foreman, ¿qué hace aquí sin avisar? Creí que le había dejado
claro que no me interesaba lo que me dijo.

—Vine porque sentía que debía hacerlo —dijo lady Foreman mientras
sus ojos se dirigían a James y Evelyn—. No sabe que eligió a la mujer

equivocada y tengo pruebas que lo demuestran.


James miró el sobre en la mano de la mujer.

—¿Intentaba hablarme de Evelyn y su hermana en el baile?


—Sí —admitió lady Foreman—. Había encontrado pruebas después de

notar que ocurría algo malo. No podía dejar las cosas como están.
James volvió a mirar a Evelyn. Phoebe había llegado demasiado tarde,

más aún cuando él había visto el amor que Evelyn sentía por él.
—Se equivoca, lady Foreman. No elegí a la mujer equivocada. Casarme

con Evelyn fue lo más correcto que he hecho.


Lady Foreman jadeó y se agarró las manos.

—¡Pero si le ha mentido!
James miró con compasión a lady Foreman.

—Espero que algún día pueda perdonarme por haberla herido tanto.
Ahora comprendo que simplemente malinterpreté sus intenciones. —James

tomó aire al sentir la fatiga de todas las emociones que le habían arrancado
en las últimas horas.

Lady Foreman frunció el ceño, enfadada.


—Es un necio.

—Probablemente lo sea, pero así es el amor. Espero que usted pueda


superar el daño que le hice y encontrar el verdadero amor, como yo he

encontrado a Evelyn. —James apartó la mirada de lady Foreman y volvió a


mirar a su esposa.

Evelyn susurró:
—¿Lo dices en serio?

—Sí —aceptó James con una sonrisa—. Te ha costado mucho ser


sincera conmigo y ahora quiero serlo yo. Te amo, y lo único que
verdaderamente me asustaba era que tú no me amaras.

—Entonces, no tienes nada de qué preocuparte.


Lady Foreman observó cómo se miraban y supo que había perdido.

Salió enfadada, pero James no le hizo mucho caso. En su lugar, se acercó a


su esposa viendo en sus ojos a la mujer que había estado a su lado desde el

día de su boda.
En el otro extremo de la habitación, Harry miró a Elizabeth.
—Creo que no nos han presentado correctamente.

Elizabeth se rio y extendió la mano al conde.


—Lady Elizabeth Barney, ¿y usted es?
—Lord Steel, conde de Ranson —respondió Harry con una exagerada

reverencia—. Ahora que hemos evitado que estos dos cometan un terrible
error, ¿damos un paseo para celebrarlo?

Elizabeth pasó su brazo por el brazo extendido de Harry.


—Creo que es una excelente historia —les dijo a James y a Evelyn

mientras Harry la acompañaba fuera de la habitación.


James miró a su mujer.

—Creo que esos dos podrían terminar casados.


—No me opondría a ello, siempre y cuando no nos confundáis. —

Evelyn le dirigió a su marido una sonrisa.


James la apuntó con el dedo.

—Eso no es gracioso.
Evelyn se puso de puntillas y apretó sus labios contra los suyos. Él se

dejó llevar por el beso, sintiendo que se ahogaba en el amor que brotaba de
su interior. Se apartó y le cogió la cara entre las manos con suavidad.

—Pensé que te había perdido.


—Yo también pensé que te había perdido. —Las lágrimas, cálidas y
húmedas, se deslizaron por sus mejillas hasta chocar con las manos de él.

James las secó y le dio un beso a Evelyn.


Levantó a su mujer, y ella rio con deleite mientras lo hacía.

—Ahora, ¿qué deberíamos hacer para celebrar nuestra primera noche


verdadera juntos?

—No lo sé, pero viendo que no estamos casados, probablemente


deberíamos dormir en habitaciones separadas. —Evelyn soltó una risita al

ver su cara.
James no había pensado en eso.

—Es cierto. No estamos casados, ¿verdad?


Evelyn sonrió.

—No lo estamos, pero nadie más lo sabe.


Él la dejó caer al suelo con una carcajada.
—Es solo un descuido que podemos rectificar rápidamente. Después de
todo, nunca consumé el matrimonio con tu hermana.

Con un resoplido de risa, Evelyn dijo:


—¿Ves? Así mantuve alejados los problemas.
James puso los ojos en blanco.
—Hubiera preferido los problemas.
—Yo también puedo ayudar con eso —le aseguró Evelyn mientras le
indicaba que la siguiera.

James estaba intrigado por esta faceta de Evelyn, y la siguió por la


puerta del estudio y por las escaleras. Cuando llegaron al dormitorio que
compartían, James la invitó a pasar como si estuvieran teniendo alguna cita
secreta.
En cuanto ella entró, James la atrajo hacia él. Esta vez no hubo

resistencia. Evelyn se echó en sus brazos de buena gana y dejó que él la


desnudara a su antojo. Parecía tan ansiosa por desvestirlo como él por
liberarla de sus capas de ropa.
Cuando ella se quedó sin nada, James se detuvo el tiempo suficiente

para quitarse su propia camisa debido a los insistentes tirones de Evelyn en


la tela. Cerró los ojos mientras ella le pasaba los dedos por el pecho.
Después de tanto rechazo, su necesidad por ella era dolorosa, pero podía
esperar un poco más.

Jugueteó con Evelyn y le besó el cuello mientras ella le acariciaba el


pecho lánguidamente. Ahora sí que tenían todo el tiempo del mundo. No
había ningún motivo para continuar negándose a sí mismos, pero la lenta
combustión se sentía bien.

La inclinó hacia atrás en la cama y ella abrió voluntariamente las


piernas. Él le acarició por el interior de los muslos. Ella se movió un poco
nerviosa.
James sintió y oyó su jadeo cuando rozó su abertura con las yemas.

Deslizó sus dedos dentro de ella, queriendo asegurarse de que estaba


preparada para él. Lo último que quería era asustarla.
Ella se calmó mientras se adaptaba a la sensación. Él observó cómo ella
le sonreía. Era lo que él había estado esperando. Dio un paso atrás y se

desnudó por completo.


Ella parecía fascinada por el tamaño de su miembro, y él se preguntó
qué haría si le diera la oportunidad de acariciar su dureza, pero ahora no era
el momento. Se posicionó y empujó la punta de su masculinidad contra su

abertura.
La boca de Evelyn se abrió con un gemido.
—¡Oh!
James se inclinó sobre su cuerpo y le dio un suave beso.
—Respira, amor —le susurró—. Te haré disfrutar de placer.

Evelyn levantó la vista hacia él, y James la miró fijamente mientras


empujaba con suavidad hacia dentro. Ella apretó los dientes y él se calmó
en su interior. Permanecieron así durante un largo rato hasta que,
finalmente, Evelyn empezó a retorcerse bajo él.

La penetró con toda la moderación que pudo. La respiración acelerada


de ella y la forma en que sus uñas se clavaban en su espalda lo impulsaron a
acelerar el ritmo. Evelyn le rodeó con las piernas para evitar que él sacara

su miembro del todo.


Ella lo incitó con avidez y suspiros.
—No sé lo que siento —jadeó.
—Todo lo que siento eres tú —susurró James con voz ronca.
Evelyn movió sus caderas para recibir sus embestidas. La sensación que

le produjo a James la puso al límite, y no pudo contenerse más. Cuando se


retiró de ella, Evelyn le dedicó una sonrisa cansada.
—¿Estás bien? —le preguntó James, a la vez que se acostaba junto a
ella y la rodeaba con sus brazos—. ¿Te he hecho daño?

Evelyn se acurrucó en él.


—Estoy perfectamente —susurró.
James le dio un beso en su pelo caoba. Estaba cansado y contento.
Mañana arreglarían los enredos de los matrimonios y demás, esta noche

solo la necesitaba entre sus brazos.


Capítulo 10
 
 
 

U
n golpe en la puerta de su habitación hizo que Evelyn
se despertara por completo. Había estado durmiendo la

siesta, y se dirigió a la puerta con dificultad.


—¿Quién es?

—Bueno, soy yo, por supuesto —dijo una voz familiar.


Evelyn sonrió ampliamente y abrió la puerta de golpe para encontrar a

Agnes.
—¡Estás aquí! —Evelyn abrazó a su amiga, y la chica le devolvió el

abrazo con la misma fuerza con la que Evelyn la abrazó a ella.

Agnes le sonrió cuando al fin se separaron.


—Estoy tan feliz de verla de nuevo, señorita... Ahora que todo se ha

solucionado, el duque me ha invitado a ser de nuevo su doncella personal.

Evelyn sacudió la cabeza.


—Pensé que se había olvidado de ello.

—Creo que solo quería sorprenderla. ¿Lo ha conseguido? —Los ojos de

Agnes brillaron con picardía.


Evelyn asintió y acompañó a la criada a su habitación.

—¡Estoy muy sorprendida y muy feliz de tenerte aquí por fin! —Se

hundió en la cama y Agnes se sentó a su lado—. El personal de aquí ha sido

maravilloso, pero no me sentía bien sin ti.

—Conozco la sensación. Cuando su hermana regresó de la boda, pensé


que había perdido la cabeza por la pena y que por eso se comportaba de una

forma tan extraña —dijo Agnes sacudiendo la cabeza.

—Traté de escribirte, pero alguien robó la carta. Lo siento mucho,

Agnes. Debe de haber sido como si me hubiera olvidado de ti. —A Evelyn

le dolió el corazón al pensar que su amiga se hubiese preguntado por qué


ella la había dejado atrás.

Agnes hizo caso omiso de la preocupación de Evelyn.

—Una vez que me enteré de lo que había pasado, entendí por qué las

cosas tenían que ser como eran. Habría sido un poco extraño que la criada

de Evelyn acompañase a Elizabeth en su vida de casada.

—Es cierto —aceptó Evelyn con una sonrisa—. No puedo creer que

todo se haya arreglado tan rápidamente. Este marido mío hace milagros.
—O casi, por lo que sé. —Agnes miró alrededor de la habitación—.

Esto es muy acogedor. ¿Son estas sus habitaciones privadas?

Evelyn asintió.

—Hay un dormitorio adjunto a este que puedes usar.


—Es muy amable de su parte. —Agnes suspiró—. Pensé que solo

estaría con el personal. —Evelyn se rio—. Nunca dejaría que eso sucediera.

Además, te ahorrará tiempo.

—Eso es cierto. Ahora, para empezar con mis deberes aquí, ¿quiere un

poco de té? —Agnes se levantó y se alisó la falda negra y el delantal.

Evelyn susurró:
—En realidad, ¿tienes alguno de esos caramelos que hace tu abuela?

Agnes metió la mano en su delantal y sacó un caramelo envuelto en

papel.

—Nunca voy a ningún sitio sin ellos. La abuela ha empezado a

enseñarme a hacerlos para que, cuando ella no esté, pueda seguir teniendo

mis dulces favoritos.

—No está enferma, ¿verdad? —Evelyn frunció el ceño al pensar en eso

mientras desenvolvía la cremosa golosina.

Agnes negó con la cabeza.

—Oh, no, ella está perfectamente bien. Solo es por precaución. Iré a por
el té. ¿Se lo traigo aquí?

Evelyn sacudió la cabeza mientras se levantaba y se miraba en el espejo

del tocador.

—Estaré abajo, en la biblioteca.

—Muy bien —dijo Agnes con una sonrisa antes de ir a buscar el té.
Evelyn se consideró lista y se dirigió rápidamente hacia la biblioteca.

Acababa de encontrar un buen libro cuando entró Agnes.

—Has encontrado la biblioteca —dijo Evelyn—. Enhorabuena.


—No fue difícil de encontrar en absoluto —aseguró Agnes—. Si esto es

todo lo que necesita, creo que iré a explorar un poco para familiarizarme

con la casa y los terrenos.

—Está bien. Ve y diviértete. Hay un chico muy guapo en los establos

que supe que te gustaría desde el primer momento en que lo vi. Deberías ir

a echarle un vistazo. —Evelyn hizo un pequeño y sugerente movimiento de

cejas a su amiga.

Agnes soltó una risita.

—¿Cómo es que, cuando alguien se casa, al instante intenta que todos

los demás lo hagan también? —preguntó.

—No digo que tengas que casarte con él, pero es guapo. Se parece un

poco a ese lacayo del que estabas enamorada en Londres. —Evelyn se

encogió de hombros.

Agnes hizo una pausa mientras parecía pensar en la idea.

—Puede que me decida a mirar los caballos.

Evelyn sonrió y saludó a su amiga. Observó cómo Agnes salía de la

habitación y después cogió su taza de té. Su marido la había sorprendido


una vez más, como hacía a diario.
Parecía tan extraño ser ella misma, su verdadero yo... La familia del

duque fue fácilmente persuadida de seguir los deseos de James en el asunto.

Ella creía que iba a ser mucho más incómodo y que se produciría un

escándalo, pero apenas se oyeron comentarios al respecto.

Incluso lady Foreman no había resultado ser un problema. Había creído

que la dama volvería a atormentarles, pero al parecer, tenía su propia

reputación que mantener. Evelyn se enteró unos meses después de que lady

Foreman se había ido al extranjero con un familiar.

Así que, al fin, estaba casada con el duque como Evelyn y no como

Elizabeth. Se habló un poco de lo ocurrido, pero al final la gente pasó a


otros escándalos una vez que quedó claro que ellos solo eran una pareja

felizmente casada.

James entró en la biblioteca de la finca. Evelyn estaba rodeada de una

pila de libros amontonados en el suelo.

—Ah, ahí estás —dijo él—. Deberías haber venido a montar a caballo.

Hace un día maravilloso.

—Eso parece. ¿Dónde has perdido el abrigo esta vez? —Evelyn observó

que James llevaba las mangas de la camisa arremangadas.

Él se rio.

—Tuve que ayudar a mover algo de madera para la casa. Hace

demasiado calor fuera para llevar un abrigo.


—¿Entonces lo dejaste fuera? —Evelyn leyó entre líneas.

James se encogió de hombros.

—Probablemente lo hice. Alguien lo encontrará y lo llevará a mi

habitación.

—La gente hablará si sigues perdiendo la ropa —se burló Evelyn.

Él sonrió.

—Hablando de perder la ropa…

—¡Retrocede, bribón! —Evelyn ya se estaba riendo mientras se ponía

en pie.

Ella no hizo mucho por escapar. James la cogió rápidamente por la

cintura y la atrajo de espaldas hacia él. El trasero de Evelyn estaba situado

justo contra la dura longitud de él, y se le cortó la respiración cuando James

se frotó contra ella.

—¿Subimos a nuestra habitación? —le preguntó Evelyn por encima del

hombro.

James deslizó su mano libre a través del vestido de muselina, el fino

tejido no dejaba nada a la imaginación. Volvió a subir la mano por la pierna

de ella y le subió la falda. Ella conoció entonces su intención y no pudo


defenderse.

Evelyn le susurró:

—Deberíamos ser un poco más correctos.


—Lo tendré en cuenta —susurró James mientras le besaba la nuca.

Más tarde, Evelyn abrió los ojos y se desperezó. James la había llevado

a su cama después de hacer el amor. Debió de haberse quedado dormida.

Evelyn se dio la vuelta y encontró a su marido, dormido a su lado.

Su pelo rubio estaba extendido sobre la almohada, y Evelyn pasó la

mano por sus suaves mechones.

—¿Qué estás haciendo? —La voz de James estaba llena de sueño.


Evelyn apoyó la barbilla en las manos mientras se tumbaba bocabajo.

—Observándote.
—¿Soy tan fascinante? —James abrió un ojo para mirarla.

Ella le sonrió.
—Sí.

James estiró las manos sobre su cabeza.


—Tengo que ver a los obreros.

—No tendrías necesidad de comprobarlo, si no hubieras tenido de


repente el impulso de acostarte conmigo. —Evelyn le lanzó una almohada a

la cabeza que él rechazó.


James asintió con una carcajada:
—Es cierto. ¿Cómo voy a ser responsable con este calor y tu afición a

llevar esos vestidos tan finos?


—¿Debería asarme para no causarte ningún estrés indebido? —Evelyn
resopló—. Creo que deberías aprender a bañarte en el arroyo si te hierve la

sangre demasiado a menudo, cariño.


James suspiró.

—Un baño suena bien. Pensé que sería bueno despejar un espacio a lo
largo del arroyo. Se ha convertido en un lugar con mucha vegetación desde

que era un muchacho.


—¿Quieres un lugar para los picnics familiares? —Evelyn sabía que su
marido soñaba con una familia tanto como ella. Quizás algún día la

tendrían.
Él asintió con la cabeza.

—Creo que sería una buena idea. Sería estupendo tener un espacio para
que los pequeños jueguen sin la preocupación de que alguna bestia aceche

en la maleza.
Capítulo 11
 
 
 

U
n año después
 

La familia Barney había organizado un almuerzo


al aire libre bajo el cálido sol de primavera. Evelyn

disfrutaba de la sensación de la brisa cálida después


de los fríos días de invierno. Miró a James, y él le dirigió un guiño que la

hizo sonreír.
—Evelyn me ha estado hablando de la reforma que usted ha hecho en su

finca, Su Excelencia. —Lord Barney cogió su vaso de limonada y tomó un

sorbo—. Es una buena limonada.


Lady Barney sonrió a su marido.

—Creo que la cocinera se ha superado hoy —convino.

James se mostró de acuerdo con un gesto.


—Sí, comencé con las obras en la finca antes de la boda.

—¿Y aún no han terminado? —lord Barney parecía un poco

confundido, ya que había pasado casi un año desde la boda entre Evelyn y
el duque.

James se rio.

—Sí, han completado la ampliación inicial, pero Evelyn quería hacer

algunas modificaciones para cuando usted y su esposa la visiten.

Lady Barney puso su mano sobre su corazón.


—Es muy bonito que penséis en nosotros, pero no queremos ser una

imposición.

—Nunca podrías serlo —aseguró Evelyn a su madre—. Solo queríamos

asegurarnos de que cada uno tuviera su propia habitación para que

dispusieras de un lugar al que retirarte cuando necesitaras descansar.


Lady Barney pareció pensar en ello.

—Es una buena idea. ¿Nos acompañarán sus padres cuando visitemos la

finca? —le preguntó a James.

—Mis padres disfrutan del estilo de vida londinense, pero les gusta

venir en Navidad para disfrutar de las fiestas —respondió James mientras

dejaba el tenedor sobre el plato. Debo decir que estoy bastante lleno.

Lord Steel se unió a su comentario.


—Puede que tenga que volver al carruaje rodando.

Elizabeth soltó una risita.

—Bueno —dijo esta—. Antes de eso, me gustaría hacer un anuncio. —

Ella se encontró con los ojos de Evelyn—. Mi madre y mi padre han


accedido al fin a permitirme seguir mis sueños de viajar, con la condición

de mejorar mi educación mientras lo hago. Me iré a estudiar a París.

Evelyn sonrió y se levantó con rapidez. Prácticamente corrió alrededor

de la mesa para dar un abrazo a su hermana.

—¡Esto es maravilloso! ¿Por qué no me dijiste que se habían puesto de

acuerdo?
—Quería que fuera una sorpresa —dijo Elizabeth, como si eso debiera

ser obvio.

Evelyn lanzó una mirada maliciosa a James, que asintió con la cabeza.

—Hablando de sorpresas —dijo Evelyn misteriosamente mientras

colocaba su brazo sobre los hombros de su hermana—. Lord Harley y yo

tenemos otro anuncio que hacer.

—¡Oh, no es verdad! —Elizabeth ya la estaba abrazando—. ¡Oh, Evie,

soy tan feliz!

Lord Barney refunfuñó.

—¿Qué no es verdad? ¿Qué está pasando?


Evelyn miró a su padre.

—Estoy encinta, padre.

Lady Barney lanzó un grito de alegría.

—¡Voy a ser abuela! ¿Has oído eso, Thomas? —Lady Barney se levantó

con los brazos extendidos hacia Evelyn mientras esta reía entre su hermana
y su madre.

—Lo he oído, lo he oído —dijo lord Barney—. No creo que vuelva a oír

nada más con todos estos gritos.


James se rio y lord Barney le tendió la mano, que James estrechó con

fuerza. Lord Barney le dedicó una amplia sonrisa.

—Enhorabuena, Su Excelencia. Sospecho que será un buen chico.

—O chica —añadió Evelyn en medio de su abrazo.

James asintió con la cabeza.

—Cualquiera de las dos cosas me enorgullecerá.

Después de que Evelyn al fin escapara de su madre y su hermana, fue al

encuentro de James y suspiró llena de felicidad.

Lord Steel sacudió la cabeza.

—Todas estas sorpresas, y no tengo ninguna que ofrecer.

—Tú ya sabías nuestra sorpresa —le recordó James.

Lord Steel lo reconoció con un movimiento de cabeza.

—Cierto.

—¿Lo sabía y no me lo dijo? —preguntó Elizabeth mientras se sentaba

junto a lord Steel.

Él se encogió de hombros.

—Soy bueno guardando secretos y, al parecer, usted también.


—Bien. Estamos en paz —cedió Elizabeth con una sonrisa—. ¿No está

contento por mí?

—Por supuesto que sí —le aseguró lord Steel—. Ambos estaremos

fuera teniendo nuestras aventuras.

Elizabeth se apoyó en la mesa.

—Así es. Saldrá a navegar para ver mundo.

—Me hace bastante ilusión. Me gusta navegar. —Lord Steel enganchó

los pulgares en su abrigo y parecía bastante orgulloso de sí mismo.

Evelyn se rio.

—Solo has navegado una vez.


—Pero fue durante una semana —le recordó James.

—En aguas tranquilas —le recordó Evelyn.

—¿Me está deseando un mal viaje? —Lord Steel soltó una carcajada

mientras golpeaba la mesa—. Tu esposa me desea mal tiempo.

—Solo trata de moderar las expectativas de tu destreza en la

navegación. —James le dio un codazo a lord Steel en las costillas.

Lord Steel se frotó las costillas doloridas.

—De todos modos, ahora tendré que buscar algunos amuletos de buena

suerte para llevarlos conmigo.

Elizabeth soltó una risita.

—Estoy segura de que estará bien. Deberíamos escribirnos.


—Me parece una idea espléndida —aceptó lord Steel.

James y Evelyn compartieron una sonrisa, pero no dijeron nada

mientras los demás hacían sus planes. Después de la comida, lord Steel y

Elizabeth dieron un paseo y James se enredó en una conversación de

negocios con lord Barney.

Evelyn se acercó a sentarse junto a su madre en un banco con vistas al

jardín.

—Tienes buen aspecto, madre.

—Como tú, Evelyn —respondió lady Barney. Miró a su hija, y eso puso

nerviosa a Evelyn—. Realmente te has convertido en toda una duquesa.

Nunca lo hubiera pensado cuando te veía persiguiendo a tu hermana por

estos jardines.

Evelyn se rio.

—Supongo que entiendo lo que quieres decir.

—Mírate, toda una duquesa con un hijo en camino. No puedo estar más

orgullosa de ti, Evelyn.

Las palabras de su madre conmovieron a Evelyn, y negó con la cabeza.

—Hace un año, me casé con el marido de mi hermana.


—Y menos mal que lo hiciste. Es un buen hombre y, a pesar del gran lío

que las dos hicisteis, ha resultado ser lo mejor. —Lady Barney chasqueó la

lengua—. Apuesto a que desearás que tus hijos no hagan tales travesuras.
Su madre tenía razón. Evelyn sonrió.

—Ya estoy rezando todas las noches para pedir perdón.

Lady Barney sonrió también.

—Creo que serás una buena madre. Ciertamente, escucharás a tus hijos

mejor que yo.

—Oh, madre, deberíamos haber acudido a ti y darte la opción de

escucharnos. —Evelyn puso su mano sobre la de su madre en el banco—.

Creo que serás una abuela maravillosa, igual que lo fuiste como madre.
Epílogo
 
 
 

E
l regreso a Inglaterra había sido un poco brusco, pero
Elizabeth estaba tan ansiosa por ver a su familia y amigos

que dejó todo lo demás de lado. Tenía historias que contar y


gente a la que abrazar. Su madre y su padre estaban siendo

inusualmente indulgentes con ella y permitieron que Harry la acompañara a


visitar a Evelyn y su familia.

A lo largo de su correspondencia, Elizabeth había llegado a pensar en él


como Harry, y no solo como lord Steel. Era difícil pensar en alguien que

conocía tantos de sus pensamientos internos solo como un título cualquiera.

No, él se había convertido en Harry para ella, y ella se había convertido en


Elizabeth para él.

El cambio de opinión de Elizabeth había marcado un cambio en su

relación. Lo único que seguía molestando a Elizabeth era que Harry nunca
le había propuesto formalmente matrimonio ni le había pedido la mano al

padre de ella. La mayoría de la gente parecía suponer que estaban

comprometidos, ya que los hombres y las mujeres no intercambiaban


correspondencia como ellos lo hacían, a menos que estuvieran a punto de

casarse. Pero ese no era su caso.

Durante el trayecto a la finca londinense del duque, Harry mantuvo una

agradable, pero neutral conversación sobre conocidos y sucesos comunes.

La mayoría de las cosas de las que él habló, ella podría haberlas sabido con
facilidad a través de cualquier otra persona, pero se trataba de Harry, así que

se limitó a asentir.

Al llegar a la finca, él se mostró cortés, pero no exagerado. La ayudó a

bajar del carruaje y le ofreció el brazo. Ella lo aceptó y se aferró a él

estrechamente para darle la idea de que tal vez quería algo más íntimo de él.
Elizabeth suspiró cuando Harry pareció no captarlo. El sirviente les hizo

pasar y les dijo que la familia los esperaba en el jardín. Elizabeth dejó de

pensar en la idiotez de Harry en cuanto recordó que podía jugar con sus

sobrinos. Rara vez había podido verlos, pues sus estudios la mantenían

alejada de ellos, así que estaba ansiosa por ver a los chicos.

Evelyn los vio primero y los saludó alegremente.

—¡Elizabeth!
—¡Evie! —Elizabeth y Evelyn se adelantaron y se fundieron en un

abrazo tan fuerte que Elizabeth apenas podía respirar—. ¡Te he echado de

menos!
—¡Yo también te he echado de menos! Oh, ¡venid a ver a los niños! —

Evelyn tiró de Elizabeth para guiarla a donde el duque y los hijos gemelos

de la pareja estaban esperando.

Elizabeth dio una palmada mientras se inclinaba para sonreír a los

niños, cuyo pelo rojo brillaba a la luz del sol.

—Apuesto a que ni siquiera me recuerdan.


—¿Qué hay que recordar? Te pareces a mí. —Evelyn sonrió y se dejó

caer al lado de sus hijos—. Mira, William, Mowbray, es la tía Elizabeth.

Recordad que mamá os dijo que ella también tenía un gemelo.

Los niños apenas tenían edad para caminar con pasos temblorosos

mientras se aventuraban por la suave hierba del césped del jardín.

—Oh, benditos sean —arrulló Elizabeth a la vez que levantaba a

William, que llegó a ella primero—. Así es. Me parezco a tu madre.

—Espero que no se confundan demasiado —dijo el duque. Había una

sonrisa en su cara, así que Elizabeth no se ofendió.

—Bueno, me he cortado el pelo, por lo que quizá tengamos un aspecto


lo bastante distinto como para que no haya problema. —Elizabeth se

levantó el sombrero para mostrarle a Evelyn su pelo.

—Oh, es adorable. Me encanta. —Evelyn sonrió a Elizabeth.

Harry intervino.

—Mientras no copie usted el corte de pelo…


Elizabeth le sacó la lengua a Harry, quien se limitó a sonreír. Se sentó

en la hierba y dejó que William jugara con su hermano. Los niños no

tardaron en dar volteretas unos sobre otros.


—No puedo creer todavía que hayáis acabado con gemelos —declaró

lord Steel.

—Es cosa de familia —dijo el duque con una risa.

Evelyn le dio un codazo.

—Deberías haberme avisado de eso.

El duque golpeó la nariz de su esposa con la punta de un dedo.

Elizabeth sonrió a la juguetona pareja. Sus ojos se dirigieron a Harry. Tal

vez algún día pudiera tenerlo, pero, definitivamente, no sería en este siglo.

—Hice que la cocinera preparara unos sándwiches. Pensé que una

comida ligera sería mejor para jugar con los niños. —Evelyn señaló la mesa

que estaba dispuesta cerca con algunas bandejas.

Elizabeth se frotó las manos.

—Me muero de hambre.

—No la han alimentado durante todo el camino de vuelta desde París —

le dijo Harry al duque.

Los dos hombres compartieron una risa mientras Evelyn ponía los ojos

en blanco.
—Apuesto a que está ansiosa por alimentarse con una buena comida

inglesa. ¿Cómo era la comida en París?

—Era maravillosa, pero echo de menos un buen asado los domingos —

dijo Elizabeth con una sonrisa.

—Tendré un asado preparado con toda la guarnición la próxima vez que

vengas de visita —le aseguró Evelyn.

—Eres una delicia. —Elizabeth se sentó en la mesa y se sirvió un

sándwich y una taza de té—. Por favor, dime que alguien más va a comer.

El duque se acercó.

—Cuente conmigo. Evelyn me ha impedido comer para que no


desaparezca mi apetito.

Elizabeth se rio.

—Lo aprendió de nuestra madre.

—Eso he oído —coincidió el duque con una sonrisa hacia Evelyn.

Esta le dio una palmadita en el brazo.

—Deberías ser amable si quieres más niños algún día.

El duque le dio un beso en la mejilla.

—En esta y en cualquier otra vida.

—Sois tan dulces... —dijo Elizabeth con una sonrisa—. Me hace

sentirme sola nada más que con miraros.

Harry se sentó junto a ella.


—Me ofende que pueda sentirse sola conmigo aquí.

—Sabe muy bien lo que quiero decir, Harry. —Elizabeth tomó un sorbo

de su té—. Oh, el té de verdad es un placer. El té de frutas está de moda en

París ahora mismo.

Evelyn le dirigió una mirada de conmiseración.

—Tuve que beber té de frutas cuando estaba embarazada de los mellizos

—explicó esta—. La comadrona los llamaba tónicos. Al principio eran

bastante agradables, pero lo único que quería era una buena taza de té

fuerte. En cuanto nacieron, le dije a la cocinera que me trajera uno.

El duque asintió.

—Así fue.

—Eso es una tontería —dijo Elizabeth—. Todo el mundo sabe que el té

es un buen remedio para toda clase de problemas.

Evelyn dio un golpe en la mesa.

—Eso es lo que le dije, pero lo pasé fatal con el estómago y me ayudó

un poco.

Elizabeth frunció el ceño.

—¿Crees que yo también tendré gemelos?


—¿No deberías encontrar primero un marido? —Evelyn se rio—. No

creo que estar casada solo de nombre cuente para algo.


Elizabeth miró a Evelyn con el ceño fruncido, lo que provocó la risa de

su hermana.

—Hablo en serio, Evie.

—Supongo que sería una posibilidad, ya que hay gemelos en su familia

—añadió Harry.

Evelyn asintió junto a Harry.

—Mi comadrona dijo que no hay forma de saberlo hasta que te quedas

embarazada.
—Eso suena un poco aterrador —dijo Elizabeth con una risa.

El duque parecía estar de acuerdo por la expresión de su rostro. Evelyn


puso una mano sobre la de su esposo.

—Está poniendo nervioso a James.


Elizabeth sonrió a su cuñado.

—La probabilidad quizá baje con cada nacimiento.


—Yo creo que sí —aceptó Evelyn.

Harry se rio.
—Bueno, en este momento tan extraño... en realidad quería hacer esto

con Evelyn y James presentes. —Harry se levantó y Elizabeth lo miró con


curiosidad.
Él se arrodilló en la hierba junto a la mesa.
—Le he traído un pequeño regalo. ——Harry le ofreció una cajita a
Elizabeth.

Esta la abrió y encontró un pequeño relicario dentro.


—Oh, es precioso, Harry.

—He hablado con su padre en privado, pero quiero preguntarle


personalmente —dijo Harry en voz baja. Tomó una mano de Elizabeth entre

las suyas—. Lady Elizabeth Barney, ¿me hará el honor de casarse conmigo?
Elizabeth se quedó sentada un momento. Evelyn se inclinó sobre la
mesa y susurró:

—Di algo.
Elizabeth comenzó a reírse.

—Había renunciado a que me lo pidieras.


—Hace poco que has vuelto a Inglaterra —respondió Harry con una

sonrisa.
Elizabeth tuvo que admitir que eso era cierto. Le sonrió.

—Me encantaría casarme contigo, Harry.


Harry la rodeó con sus brazos y le dio el más breve de los besos, quizá

por la presencia del duque, que silbó ante la escena.


—Oh, déjalo, James —dijo Harry.

El duque soltó una carcajada. Los gemelos se acercaron a la mesa y el


duque y Evelyn los cogieron para sentarlos en el banco. Los niños no
tardaron en coger los bocadillos que aplastaban con los dedos y se metían
en la boca con sus puños regordetes.

Después de que Harry se sentara de nuevo a su lado, Elizabeth se dirigió


a Harry.

—¿Por qué querías preguntarme aquí, delante de Evelyn y su marido?


Harry le sonrió.

—Para asegurarme de que eras realmente tú.


—¡Harry Steel! —gritó Elizabeth mientras le lanzaba un sándwich.

Evelyn y el duque se rieron cuando Harry rechazó el ataque de


Elizabeth, lo que provocó que los gemelos también se echaran a reír.

Elizabeth suspiró y negó con la cabeza a su futuro marido.


—Tienes suerte de que te adore, Harry —dijo Elizabeth.

Él le dedicó una sonrisa. Elizabeth no podía enfadarse con él por su


broma. Por un lado, había habido un precedente. Decidió reírse junto con

los demás.
Evelyn la apartó a un lado cuando iban a marcharse.
—Estoy tan feliz por ti, Elizabeth.

Esta le devolvió el abrazo a su hermana.


—Un día tendremos una cena en la que vendrás a jugar con mis hijos.

—No puedo esperar a que eso ocurra —susurró Evelyn mientras se


abrazaban. Elizabeth se volvió y se despidió del duque y los chicos. Harry
la aguardaba junto a la puerta.

A pesar de todo lo que había sucedido, las cosas salieron como debían.
Quizá los cuentos de hadas sean reales a veces.

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