Poemas de Roberto Sosa

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POEMAS DE ROBERTO SOSA

ESTA LUZ QUE SUSCRIBO


Pueden
Esto que suscribo nace
destruir el aire como aves furiosas,
de mis viajes a las inmovilidades del pasado.
nublar el sol.
De la seducción
que me causa la ondulación del fuego
Pero desconociendo sus tesoros
igual
entran y salen por espejos de sangre;
que a los primeros hombres que lo vieron y lo
caminan y mueren despacio.
sometieron
a la mansedumbre de una lámpara. De la
Por eso
fuente
es imposible olvidarlos.
en donde la muerte encontró el secreto de su
eterna juventud.
De conmoverme MALDITOS BAILARINES SIN CABEZA
por los cortísimos gritos decapitados
que emiten los animales endebles a medio Aquellos de nosotros
morir. que siendo hijos y nietos
Del amor consumado. de honestísimos hombres de campo,
desde la misma lástima, me viene. cien veces
Del hielo que circula por las oscuridades negaron sus orígenes
que ciertas personas echan por la boca sobre antes y después
mi nombre. Del centro del canto de los gallos.
del escarnio y de la indignación. Desde la Aquellos de nosotros
circunstancia que aprendieron de los lobos
de mi gran compromiso, vive como es posible las vueltas
esta luz que suscribo. sombrías
del aullido y el acecho,
y que a las crueldades adquiridas
LOS POBRES agregaron
los refinamientos de la perversidad
Los pobres son muchos extraídos
y por eso de las cavidades de los lamentos.
es imposible olvidarlos. Y aquellos de nosotros
que compartieron (y comparten)
Seguramente la mesa
ven y el lecho
en los amaneceres con heladas bestias velludas destructoras
múltiples edificios de la imagen de la patria, y que mintieron o
donde ellos callaron
quisieran habitar con sus hijos. a la hora de la verdad, vosotros,
Pueden -solamente vosotros, malignos bailarines sin
llevar en hombros cabeza-
el féretro de una estrella. un día valdréis menos que una botella
quebrada

1
arrojada facilísimo.
al fondo de un cráter de la Luna.
Lo difícil
es darle dimensión
BAJO UN ÁRBOL de un hombre verdadero.
Este hombre sin pan, ese sin luces y aquel sin
voz
LA ETERNIDAD Y UN DÍA
equivalen al cuerpo de la patria,
a la herida y su sangre abotonada. Se hace tarde, cada vez más tarde.
Ni el viento pasa por aquí y hasta la Muerte
Contemplen el despojo: es parte
nada nos pertenece y hasta nuestro pasado se del paisaje.
llevaron.
Bajo su estrella fija Tegucigalpa es una
Pero aquí viviremos. ratonera.

Con la linterna mágica del hijo que no ha Matar podría ahora y en la hora en que
vuelto ruedan sin amor las palabras.
abriremos de par en par la noche.
De la nostalgia por lo que perdimos Solo el dolor llamea
iremos construyendo un sueño a piedra y en este instante que dura ya la eternidad
lodo. y un día.

Guardamos, los vencidos, ese sabor del polvo ¿Qué hacer?


que mordimos. ¿Qué hacer?

Junto a esto Alguien que siente y sabe de qué habla


que a veces es algo menos que triste, exclama, por mejor decir, musita - hagamos
bajo un árbol, algo pronto,
desnudos si es preciso, moriremos. hermanos míos, por favor muy pronto.

DE NIÑO A HOMBRE LOS CLAUSTROS

Es fácil dejar a un niño Nuestros cazadores


a merced de los pájaros. —casi nuestros amigos—
nos han enseñado, sin equivocarse jamás,
Mirarle sin asombro los diferentes ritmos
los ojos de luces indefensas. que conducen al miedo.

Dejarle dando voces entre una multitud. Nos han amaestrado con sutileza.

No entender el idioma Hablamos,


claro de su medialengua. leemos y escribimos sobre la claridad.

O decirle a alguien: Admiramos sus sombras


es suyo para siempre. que aparecen de pronto.
Es fácil,
2
Oímos Antes,
los sonidos de los cuernos de esto hace ya muchísimo,
mezclados fingía un tigre manso deslizándose blanco
con los ruidos suplicantes del océano. entre mujeres bellas.

Sin embargo Hoy por hoy


sabemos que somos los animales el noble bruto envejece dignamente y sin
con guirnaldas de horror en el cuerpo; prisa
los cercenados a sangre fría; los que se han hasta la consumación de los siglos... y le
dormido salen
en un museo de cera de puertas y ventanas
vigilado florecillas del campo.
por maniquíes de metal violento.

EL AIRE QUE NOS QUEDA


LAS SALES ENIGMÁTICAS Sobre las salas y ventanas sombreadas de
Los Generales compran, interpretan y abandono.
reparten Sobre la huida de la primavera, ayer mismo
la palabra y el silencio. ahogada
en un vaso de agua.
Son rígidos y firmes Sobre la viejísima melancolía (tejida
como las negras alturas pavorosas. Sus y destejida largamente) hija
mansiones de las grandes traiciones hechas a nuestros
ocupan padres y abuelos:
dos terceras partes de sangre y una de estamos solos.
soledad,
y desde allí, sin hacer movimientos, Sobre las sensaciones de vacío bajo los pies.
gobiernan Sobre los pasadizos inclinados que el miedo y
los hilos la duda edifican.
anudados a sensibilísimos mastines Sobre la tierra de nadie de la Historia:
con dentaduras de oro y humana apariencia, y estamos solos
combinan, sin mundo,
nadie lo ignora, las sales enigmáticas
de la orden superior, mientras se hinchan desnudo al rojo vivo el barro que nos cubre,
sus inaudibles anillos poderosos. estrecho
Los Generales son dueños y señores en sus dos lados el aire que nos queda
de códigos, vidas y haciendas, y miembros todavía.
respetados
de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y
LA CASA DE LA JUSTICIA
Romana.
Entre
En la Casa de justicia
EL VIEJO PONTIAC De mi país
A la altura de su propia medida el viejo Y comprobé
Pontiac es un jardín que se abre. Que es un templo
De encantadores de serpientes.

3
Dentro Por eso se alejaba
Se está (de música orillado)
Como en espera Hacia donde se astillan crepúsculo y velero.
De alguien
Que no existe. Miradle, si, miradle
Que trae para el hijo
Temibles Gaviota
Abogados Y redes de aire.
Perfeccionan el día y su azul dentellada.
Mi puerta toca y dice: buenos días.
Jueces sombríos: Miradle, si, miradle
Hablan de pureza Que viene ensangrentado.
Con palabras
Que han adquirido Después
El brillo Los hospitales
De un arma blanca. Y médicos inmensos vigilando la escarcha.
Su traje y desamparo combatiendo el espanto.
Las victimas-en contenido espacio-miden el Sus pulmones azules,
terror de un solo golpe. La poesía
Y mi nada.
Y todo se consuma bajo esa sensación de Un día sin principio cayó en absurda yerba.
ternura que produce el dinero.

Su brazo campesino
MI PADRE Borro espejos
I Y rostros
De allá de Cuscatlán de sur anclado Y chozas
Vino mi padre Y comarcas;
Con despeñados lagos en los dedos. Y los trenes del tiempo
En humo inalcanzable se llevaron su nombre.
El conoció lo dulce del límite que llama.
Nueve le dimos tierra.
Amaba los inviernos,
Aún algo nos pasó
La mañana,
De asfalto,
Las olas.
Ruina y viento.
Las campanas huyendo
Trabajó sin palabras
Y el golpe de la caja que derribó el ocaso.
Por darnos pan y libros
Y así jugó a los naipes vacilantes del hambre.
Yo no hubiera querido regresarme
Y dejarle inmensamente solo.
No sé cómo en su pecho
Se sostenía un astro
Frente al agua del agua.
Ni como lo cuidó de las pedradas.
Padre mío.
¿Qué límites te llaman?
Solo sé que esta tierra
Constructora de pinos Mi niño bueno, dime.
Le humilló simplemente. ¿Qué mano puede hacerlo?

4
Dejadle. De no haber recibido
Así dejadle: que nadie ya le toque. La rosa diaria
que él tejía con su hilo más tierno?
II
Quien creó la existencia
Vienen a mi memoria
Calculó la medida del sepulcro.
Sin que pueda evitarlo
Quien hizo la fortuna hizo la ruina.
Las ciudadelas que recorríamos juntos;
Quien anudó los lazos del amor
El griterío de la gente
Dispuso las espinas.
Ante la pólvora y sus golpes en el aire;
Los iconos custodiados de cerca
El astro no descubre su destello.
Por la astucia de los frailes de pueblo.
Ignora el pez el círculo del astro.
O los sucesos de aquel puerto:
Se halla solo el viajero
el mar, me acuerdo,
En su deseo
Vestido de negro, abandonó la orilla.
De llegar a la cruz del horizonte.
Al fondo
Se erguía la presentación del hielo,
Es lenta la partida y el sendero lento martillo en alto;
La luz En ese entonces,
Se borra en la extensión padre padeciste en tu carne
Y el universo en lo que no se sabe. El dolor del planeta.

Caen las rotas hojas de los árboles. El agua


El hombre –maniatado en sus orígenes – Ha dispuesto
Se encamina Sus muebles de lujo en el césped.
Hacia un claustro sin llave ni salida. Los frutos están bajos para todas las bocas.
El estaría ahora tratando de alcanzarlos
Mi padre Reflejados en el río. O vendrían a buscarme
Tenía la delgadez en sombra Y me diría -no me dejes. Soy un viejo ya.
Del cristal en el pecho; Tienes que volver a mi lado. Ayer
Cuando hablan, a la hora de la espesura, Escribí una carta a tu madre. Sabes,
Se volvían sus labios inmortales. Cuando oiga los gritos
De los pájaros del lugar,
Sin su decidida bondad Ciento que algo
No existiría Me une más a ella-.
Para mí esa calma y su ojo de pájaro en
reposo.
Caminaba
La pobreza sería una divinidad indigna.
-doy mi testimonio- del brazo de fantasmas
Alegrare lo triste de los días. Que lo llevaron a ninguna parte.
Seré un grano de arena o una yerba.
Saludaré
Caía
Como antes
Abandonado abajo, cada vez más abajo,
Las arenas de luces que cuelgan de la esfera
Más abajo.
Todo ello
Con ayes sin sonido,
Para sacar sus hombros
Repitiendo ruidos no aprendidos,
Porque,
Buscando continuamente
¿Qué hubiera sido de mí, niño como era,

5
El encuentro con los arrullos dentro de la Rezan cabizbajas.
apariencia.
Lejos
Queda el eco en el mundo. Se oyen
Subsisten Las voces
Los aullidos del ultrajado. De un coro que no existe.
La sangre del cordero
Ni la limpia el curso de la fuente: Me llevas de la mano
Se adhiere en la piel de los verdugos, Como lo hacías antes.
Y cuando ellos abren sus roperos, Encontramos la única casa
Surge su mano nunca concluida. Que ha quedado en pie
Después de la destrucción del día.
No. Cruzamos avenidas
Para ellos no abra quietud posible. Que conducen a un mundo derrumbado.
El humo de las hogueras apagadas Creemos escuchar una canción.
Eleva sus copas acusadoras. Volvemos: tu alto y yo pequeño,
Pequeñito, para no hacerte daño.
En sus refugios hallarán un tiempo de duda:
En sus lechos Señalas la distancia.
Estará esperándoles Te quitas el pan de la boca
La rapidez del áspid. Para salvarme un poco.
No. Padre,
Para ustedes Ya pienso que vives todavía.
No habrá tregua
Ni perdón. De aquí partió y reposa bajo tierra.
Hoy me duele el esfuerzo último de sus
En este mismo sitio me habló de la ventisca brazos.
Que azota sin descanso los asilos,
De su amor a los árboles en medio del
silencio. LOS INDIOS
Los indios
Hoy Bajan
Que no vamos juntos Por continuos laberintos
Me siento entre desconocidos Con su vacío a cuestas.
Que esquivan la mirada.
En el pasado
Hoy Fueron guerreros sobre todas las cosas.
Que no está en mi mesa Levantaron columnas al fuego
Compartiendo mí turbio vaso de agua Y a las lluvias de puños negros
Debe estar más solo de lo que imagino. Que someten los frutos a la tierra.
En los teatros de sus ciudades de colores
Lucieron vestiduras
La lluvia en el cementerio Y diademas
Se convierte Y máscaras doradas
En una catedral extraída de la plata. Traídas de lejanos imperios enemigos.
Dentro, en los altares,
Viudas de blanco

6
Calcularon el tiempo El sitio de la intimidad. El cielo aterroriza
Con precisión numérica. Con sus cuencas vacías. Los pájaros pueden
Dieron de beber oro líquido alojar la delgadez
A sus conquistadores. De la violencia entre patas y pico. La guerra
Y entendieron el cielo fría tiende su mano azul y mata.
Como una flor pequeña.
La niñez, aquella de los cuidados cabellos de
En nuestros días
vidrio,
Aran y siembran el suelo
Lo mismo que en las edades primitivas. No la hemos conocido. Nosotros nunca
Sus mujeres modelan las piedras del campo hemos sido niños.
Y el barro, o tejen
Mientras el viento
Desordena sus duras cabelleras de diosas. EL HORROR

Los he visto sin zapatos y casi desnudos, Asumió su papel de padre frío. Conocemos su
En grupos, fuerza
Al cuidado de voces tendidas como látigo,
Con lentitud de asfixia. Conocemos su rostro
O borrachos balanceándose con los charcos
del ocaso Línea por línea,
O de regreso a sus cabañas
Situadas en el fin de los olvidos. Gesto por gesto,
Cólera por cólera.
Les he hablado en sus refugios
Allá en los montes protegidos por ídolos Y aunque desde las colinas admiramos el mar
Donde ellos son alegres como siervos
Tendido en la maleza, adolescente el blanco
Pero quietos y hondos
oleaje,
Como los prisioneros.
Nuestra niñez se destrozó en la trampa
He sentido sus rostros
Golpearme los ojos hasta la última luz, Que prepararon nuestros mayores.
Y he descubierto así
Que mi poder no tiene Hace ya muchos años
Ni validez ni fuerza. La alegría
Se quebró el pie derecho y un hombro,
Junto a sus pies Y posible ya no se levante,
Destruidos por todos los caminos, La pobre.
Dejo mi sangre
Escrita en un oscuro ramo. Miradla,
Miradla cuidadosamente.
LOS ELEGIDOS DE LA VIOLENCIA
MALIGNOS BAILARINES SIN CABEZA
No es fácil reconocer la alegría
Después de contener el llanto mucho tiempo Aquellos de nosotros
Que siendo hijos y nietos
El sonido de los balazos De honestísimos hombres del campo.
Puede encontrar de súbito

7
Cien veces Anudados a sensibilísimos mastines
Negaron sus orígenes Con dentaduras de oro y humana apariencia y
Antes y después combinan,
Del canto de los gallos.
Nadie lo ignora, las sales enigmáticas
Aquellos de nosotros
Que aprendieron de los lobos De la orden superior mientras se hinchan
Las vueltas Sombrías Sus inaudibles anillos poderosos.
Del aullido y el acecho
Y que a las crueldades adquiridas Los generales son dueños y señores
Agregaron
De códigos, vidas y haciendas, y miembros
Los refinamientos de la perversidad respetados
Extraídos
De la santa iglesia católica, apostólica y
De las cavidades de los lamentos.
romana.
Y aquellos de nosotros
Que compartieron (y comparten)
La mesa y el lecho EL VÉRTICE MÁS ALTO
Con heladas bestias velludas destructoras No enseñaremos a las nuevas generaciones
De la imagen de la patria, y que mintieron o Que la luna
callaron Es una dama
A la hora de la verdad, vosotros, De boca casi adolescente.
-solamente vosotros, malignos bailarines sin
cabeza- No edificamos nuestra casa en la arena,
porque las lluvias
Un día valdréis menos que una botella
Y el ímpetu del viento, explican los textos
quebrada
antiguos,
Arrojada La desplomarán; de igual manera
Al fondo de un cráter de la luna. Desconfiaremos
De las palabras de los falsificadores del sentir
popular
LAS SALES ENIGMÁTICAS
Porque sus cantos de sirena
Los generales compran, interpretan y reparten
Nos conducirán
La palabra y el silencio.
A un dominio pleno de incesantes mortales.
Son rígidos y firmes No fabricaremos placer con el terror que
sufre el payaso
Como las negras alturas pavorosas. Sus
mansiones ocupan A causa
Dos terceras partes de sangre y una soledad, De las dificultades que para él representa
Y desde allí, sin hacer movimientos, Subir
gobiernan
Al vértice más alto del circo,
Los hilos

8
Porque la palidez que mal oculta el mástiles y escuadras de gaviotas, todas, todas,
maquillaje de su cara, excepto las alas de la espuma.
Quizá signifique Los trabajadores marítimos volvían al hogar
como ángeles fracasados. Yo tenía seis años y
El precio
el espanto era ya el espanto.
De la sonrisa de su hijo menor.
LOS PERROS
En público y en privado
Todos los días mi perro viene a mi encuentro.
Repudiaremos la amistad de los demonios Si algo me desespera, su cola —la angustia—
baila como una fuerza.
Y la delicadeza de sus emisarios y cabestros.
Durante las estaciones de lluvia y hambre se
acerca su tibieza en sucesivas olas y de sus
No nos bañaremos jamás en las aguas de la
ojos caen monedas y monedas. Yo fumo y
injusticia,
sueño.
Ni cambiaremos la libertad
Repetidas veces ascendemos por la escala de
Por todos los disfraces luminosos y la los estanques desde la cual contemplamos,
superficie sin fin de la calma bajo la luz de las abejas, sociedades
amorosas.
Que el oro promete.
Todo ello ocurre con admirable naturalidad
mientras la gente aparece y desaparece sin
Seremos impenetrablemente claros como los percibirnos siquiera, porque, no hay duda, en
ídolos de la venganza. medio de la transparencia derrumbada se cree
Por todo ello que somos perros.

Heredaremos el traje de un mendigo,


TEMPESTAD
Cuyo valor
Escrito sobre el agua está tu nombre. Nadie
Ninguno podrá pagar debe olvidarlo.
Transcurridos muchísimos años.
Oh tempestad levanta tu ternura, tu arma
quebrada, tu incendiado escudo. Penetra por
mi rostro y por mis venas, duras de soledad,
LOS ESTIBADORES
largas de espera.
Mensajero de ayer y cruz de escombro. Desde
Por ti destruí mi brújula y el mapa del aire
algún sitio se inventaban muros, muelles y
buques negros. Vagones que ocultaban la dibujante de barcos. Por ti yo he comprendido
mañana y estibadores ya sin estatura a causa quién soy y quién he sido. Entendí que los
de los bultos constituían ultrajes hasta el míos se pudren en abismos entre helados
cruceros sin sentido. Cierra tus puños y abre
hielo. Mensajero de ayer, mi padre fue uno de
ellos. las compuertas, inunda limpiamente,
dulcemente, oh tempestad levanta tu
Ola de atardecer vencida siempre y sin amargura.
embargo siempre en rebeldía. Todo me
parecía anochechido: viajero y pescador, Tu nombre está bajo la misma calma, oculto
en señales del rocío.
9
COMO UN ELOGIO unidos por un hilo irrompible oíamos
murmullo por murmullo, allá a lo lejos al pie
Día tras día por la tarde en punto recuerdo
de un firmamento color azul teatro, el
exactamente los grandes arco iris cruzados a
estruendo apagándose de una pelea a muerte.
tu paso, los golpecillos clave, las cuatro o
cinco frases llevadas en voz baja, los roces de En dónde estás, me digo, y qué haces con la
los lados y el desplome sin ruido: hacia arriba media noche en torno a un vaso de vino y
tu ombligo como el centro perpetuo de la quén besa tu espalda como la magia, blanca.
nieve.
Junta a esa estatua —mi amiga y tu doble—
Dentro de los espejos para siempre quedamos insisto como siempre con mi vieja pregunta:
boca a boca enlazados, acaso entredormidos, qué sería del frío de tu belleza si yo no lo
fuera de las desgracias y los tiempos. acunara de tarde en tarde en este parque, solo.
Han pasado muchísimas estrellas bajo los Tegucigalpa, 1987.
puentes de Tegucigalpa, ciudad condenada a
ser bella. No me deja, mujer, tu singular
manera de mirar a los ojos ni me suelta al EL PEQUEÑÍN
crepúsculo la fuerza de tu efigie.
A Juan Ramón Molina
(La Mariposa Negra suspensa en el espacio o
estática en el techo convoca sus poderes y Una y otra vez el pequeñín acertaba a decir a
despliega mezclados secretos y temores.) los que viajaban en aquel tren de carga —por
piedad señores páguenme el pan que me han
No. No hay descanso posible debajo de la quitado, por piedad— y aquellos seres,
piel enamorada: caen los granos últimos de dotados con formas humanas y sangre de
mi reloj de arena y mi sed no se apaga. gallo hasta el nivel del iris, flotaban a los
lados y reían para adentro. Llovía a cántaros,
Allí donde la Tierra parece que se une con el
con odio, rencorosamente llovía. El silbido
cielo quedaron nuestros nombres como un
del tren de carga era alto una y otra vez.
elogio.
Los sucesos de aquel puerto
Tegucigalpa, 1987.

A GIOVANNI PAPINI
EN ESTE PARQUE, SOLO
Su padre la llevaba en hombros y un
Así estabas: abandonada entre tus propias jovencillo en lágrimas partido, delante, izaba
cúspides. Ajena a la mujer que se paseaba una palma blanquísima bajo aquella tormenta
fuera de sí en la azotea aquella. Superior al cerrada. (La multitud armada de cirios
hechizo del rostro del asesino profesional que idénticos avanzaba y retrocedía en orden
miraba y admiraba tus muslos carceleros y el perfecto, demasiado perfecto, y allá arriba,
lirio de tus nalgas, inconcluso como un tigre alrededor de un cono truncado giraba un pez
enamorado. Tenías, a veces, el aire discreto y brillante mordiéndose la cola: El Infinito.)
melancólico de la flor que suele haber en los
hoteles. A imitación de la caída sensual de la
melancolía del pantano el padre echó la
De pie o acostada, desnuda o en traje blanco última paletada de tierra sobre el cuerpecito
la aguja flotante del miedo apuntaba de su hija Cristina alcanzando a graves penas
insistente contra el sitio más tierno que divide a decir Dios no existe, y, camino a su casa y
tu cuerpo, y así, con los nervios de punta y solo como el espacio para él murió su flor,

10
como si el jovencillo literalmente hablando,
no hubiera podido despertarse un año antes
de los sucesos de aquel puerto.

LLAMA DEL BOSQUE


Allí esperó inclinado el caballito dos días
incontables una señal de vida de su mamá
después del empujón terrible, fijos los ojos ya
en el techo del mundo. Iba y venía esa clase
de gente que poco o nada entiende de las
cosas propias de los caballos en paso de
peligro. Estuvo, así niñino, desnudo de dolor
por dentro junto a su yegua blanca
sosteniendo, intacto como la llama del
bosque, la más hermosa lección de
solidaridad dada entre el reino animal, en
espera conmigo, de que la madre muerta de
pronto describiera el signo del llamado del
corazón del monte, tonto de él y tonto de mí,
caballos.

11

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