Antonio Cisneros

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Poema sobre Jonás y los desalienados

Si los hombres viven en la barriga de una ballena


sólo pueden sentir frío y hablar
de las manadas periódicas de peces y de murallas
oscuras como una boca abierta y de manadas
periódicas de peces y de murallas
oscuras como una boca abierta y sentir mucho frío.
Pero si los hombres no quieren hablar siempre de lo mismo
tratarán de construir un periscopio para saber
cómo se desordenan las islas y el mar
y las demás ballenas -si es que existe todo eso.
Y el aparato ha de fabricarse con las cosas
que tenemos a la mano y entonces se producen
las molestias, por ejemplo
si a nuestra casa le arrancamos una costilla
perderemos para siempre su amistad
y si el hígado o las barbas es capaz de matarnos.
Y estoy por creer que vivo en la barriga de alguna ballena
con mi mujer y Diego y todos mis abuelos.

Din volumul Canto ceremonial contra un oso hormiguero, 1969

La araña cuelga demasiado lejos de la tierra

La araña cuelga demasiado lejos de la tierra,


tiene ocho patas peludas y rápidas como las mías
y tiene mal humor y puede ser grosera como yo
y tiene un sexo y una hembra -o macho, es difícil
saberlo en las arañas- y dos o tres amigos,
desde hace algunos años
almuerza todo lo que se enreda en su tela
y su apetito es casi como el mío, aunque yo pelo
los animales antes de morderlos y soy desordenado,
la araña cuelga demasiado lejos de la tierra
y ha de morir en su redonda casa de saliva,
y yo cuelgo demasiado lejos de la tierra
pero eso me preocupa: quisiera caminar alegremente
unos cuantos kilómetros sobre los gordos pastos
antes de que me entierren,
y ésa será mi habilidad.

Din volumul Canto ceremonial contra un oso hormiguero, 1969

Domingo en Santa Cristina de Budapest y frutería al lado

Llueve entre los duraznos y las peras,


las cáscaras brillantes bajo el río
como cascos romanos en sus jabas.
Llueve entre el ronquido de todas las resacas
y las grúas de hierro. El sacerdote
lleva el verde de Adviento y un micrófono.
Ignoro su lenguaje como ignoro
el siglo en que fundaron este templo.
Pero sé que el Señor está en su boca:
para mí las vihuelas, el más gordo becerro,
la túnica más rica, las sandalias,
porque estuve perdido
más que un grano de arena en Punta Negra,
más que el agua de lluvia entre las aguas
del Danubio revuelto.
Porque fui muerto y soy resucitado.

Llueve entre los duraznos y las peras,


frutas de estación cuyos nombres ignoro, pero sé
de su gusto y su aroma, su color
que cambia con los tiempos.
Ignoro las costumbres y el rostro del frutero
-su nombre es un cartel-
pero sé que estas fiestas y la cebada res
lo esperan al final del laberinto
como a todas las aves
cansadas de remar contra los vientos.
Porque fui muerto y soy resucitado,
Loado sea el nombre del Señor,
Sea el nombre que sea bajo esta lluvia buena.

Din volumul El libro de dios y los húngaros (1978)

Las Salinas

Yo nunca vi la nieve y sin embargo he vivido entre la nieve toda mi juventud.


En las Salinas, adonde el mar no terminaba nunca y las olas eran dunas de sal
en las salinas, adonde el mar no moja pero pinta.
Nieve de mi juventud prometedora como un árbol de mango.
Veinte varas de sal para cada familia de cristianos. Y aún más.
Sal que los arrieros nos cambiaban por el agua de lluvia. Y aún más.
Ni sólidos ni líquidos los blanquísimos bordes de ese mar.
Bajo el sol de febrero destellaban más que el flanco de plata del lenguado.
(Y quemaban las niñas de los ojos.)
A veces las mareas -hora del sol, hora de la luna- se alzaban como
lomos de caballo.
Mas siempre se volvían.
Hasta que un mal verano y un invierno las aguas afincaron para tiempos
y ni rezos ni llantos pudieron apartarlas de los campos de sal.
Y el mar levantó techo.
Ahora que ya enterré a mi padre y a mi hermano mayor y mis hijos están
prontos a enterrarme,
han vuelto las Salinas altas y deslumbrantes bajo el sol.
Hay también unas grúas y unas torres que separan los ácidos del cloro.
(Ya nada es del común.)
Y yo salgo muy poco pero Luis -el hijo de Julián me cuenta que los
perros no dejan acercarse.
Si parece mentira.
Mala leche tuvieron los hijos de los hijos de la sal.
Puta madre.
Qué de perros habrá para cuidar los blanquísimos campos donde el mar
no termina y la tierra tampoco.
Qué de perros, Señor, qué oscuridad.

Din volumul Crónica del Niño Jesús de Chilca, 1981

Naturaleza muerta en Innsbrucker Strasse

Ellos son (por excelencia) treintones y con fe en el futuro.


Mucha fe.
Al menos se deduce por sus compras
(a crédito y costosas).
Casaca de gamuza (natural),
Mercedes deportivo color de oro.
Para colmo (de mis males) se les ha dado además por ser eternos.
Corren todas las mañanas (bajo los tilos)
por la pista del parque y toman cosas sanas.
Es decir, legumbres crudas y sin sal,
arroz con cascarilla, agua minerales.
Cuando han consumido todo el oxigeno del barrio
(el suyo y el mío)
pasan por mi puerta (bellos y bronceados).
Me miran (si me ven)
como a un muerto
con el último cigarro entre los labios.

Din volumul Monólogo de la casta Susana y otros poemas (1986)

Requiem (3)

A las inmensas preguntas celestes


no tengo más respuesta
que comentarios simples y sin gracia
sobre las muchachas
que viven por mi casa
cerca del faro y el malecón Cisneros.
Y no pretendan ver
en la cháchara tonta esa humildad
de los antiguos griegos.
Ocurre apenas
que las inmensas preguntas celestes
sacan a flote
mi desencanto y mis aburrimientos.
Que a la larga
me tienen dando vueltas
como un zancudo al final de la tarde.
Haciendo tiempo,
mientras llega la hora de oficiar
mis pompas funerarias,
que no serán gran cosa
por supuesto.
En estos tiempos malos bastará
con una mula vieja
y un ánfora de palo
brillante y negra
como el lomo mojado de un delfín.
¡Ah las preguntas celestes!
Las inmensas.

Din volumul Las inmensas preguntas celestes, 1992

‘Karl Marx, died 1883 aged 65’

Todavía estoy a tiempo de recordar la casa de mi tía abuela y ese


par de grabados:
“Un caballero en la casa del sastre”, “Gran desfile militar en
Viena, 1902”.
Días en que ya nada malo podía ocurrir. Todos llevaban su pata
de conejo atada a la cintura.
También mi tía abuela -20 años y el sombrero de paja bajo el
sol, preocupándose apenas
por mantener la boca, las piernas bien cerradas.
Eran los hombres de buena voluntad y las orejas limpias.
Sólo en el music-hall los anarquistas, locos barbados y envueltos
en bufandas.
Qué otoños, qué veranos.
Eiffel hizo una torre que decía “hasta aquí llegó el hombre”. Otro
grabado:
“Virtud y amor y celo protegiendo a las buenas familias”.
Y eso que el viejo Marx aún no cumplía los 20 años de edad bajo
esta yerba
-gorda y erizada, conveniente a los campos de golf.
Las coronas de flores y el cajón tuvieron tres descansos al pie de
la colina
y después fue enterrado
junto a la tumba de Molly Redgrove “bombardeada por el enemigo
en 1940 y vuelta a construir”.
Ah el viejo Karl moliendo y derritiendo en la marmita los diversos metales
mientras sus hijos saltaban de las torres de Spiegel a las islas de Times
y su mujer hervía las cebollas y la cosa no iba y después sí y entonces
vino lo de la Plaza Vendôme y eso de Lenin y el montón de revueltas
y entonces
las damas temieron algo más que una mano en las nalgas y los
caballeros pudieron sospechar
que la locomotora a vapor ya no era más el rostro de la felicidad
universal.

“Así fue, y estoy en deuda contigo, viejo aguafiestas.”


Din volumul ¿? Anul?

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