1880 Otto Weininger

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OTTO WEININGER (1880) Viena

Este libro está dedicado a estudiar la relación de los sexos desde un punto de vista
nuevo y concluyente. No se trata de ordenar uno tras otro la mayor cantidad posible
de caracteres, ni de resumir los resultados obtenidos hasta ahora por mediciones y
experimentos científicos; nuestro objeto es recopilar todas las contraposiciones
entre el hombre y la mujer en un solo y único principio, y en esto se diferencia este
libro de los restantes del tipo. No se detiene en este o en aquel idilio, sino que
penetra hasta su fondo; no amontona indiscriminadamente observaciones sobre
observaciones, sino que dispone las diferencias espirituales de los sexos en un
sistema; no se dirige a las mujeres, sino a la mujer simplemente. El punto de
partida sería siempre un algo superficial, un suceso cotidiano, pero este
acontecimiento básico nos servirá para interpretar todas y cada una de las
experiencias concretas. No haremos «metafísica inductiva», sino progresivas
tentativas psicológicas. Nuestra investigación no se refiere a temas especiales, sino
que es conducida más bien por los principios; no desdeña el laboratorio, aun
cuando la ayuda que éste puede prestar es muy limitada frente al profundo
problema del autoanálisis. También el artista, cuando representa a un ser femenino,
puede expresar las cualidades típicas de éste sin que previamente hayan sido
legitimadas sus aptitudes por un tribunal de especialistas. El artista no desprecia la
experiencia; por el contrario, considera que su deber es conseguirla; sin embargo,
para el artista la experiencia tan sólo es el punto de partida para ensimismarse,
para hundirse en sí mismo, y esta autoexploración significa en el arte rastrear el
mundo. La psicología que ha de servirnos en este estudio es absolutamente
filosófica, aun cuando sus métodos característicos, tan sólo justificados por la
particularidad del tema, sigan partiendo de los acontecimientos más triviales. La
tarea del filósofo se diferencia de la del artista sólo por la forma. Lo que para éste
es símbolo, para aquél es concepto. El arte y la filosofía guardan entre sí la misma
relación que existe entre expresión y contenido. El artista inspira el mundo y luego
lo expresa; para el filósofo el mundo ha sido expresado ya y él debe inspirarlo de
nuevo. Todas las teorías siempre tienen algo de presuntuoso; y el contenido mismo
que en el arte parece natural, en el sistema filosófico aparece como la afirmación
resumida de un concepto general, como una tesis, que comprende el motivo de la
causalidad y aporta la demostración, actuando dé un modo rudo y casi ofensivo.
Aquellas partes de 2 este libro que resultan antifeministas —y puede decirse que lo
son casi todas— no serán del agrado de los hombres, quienes no prestarán su
completa conformidad, pues su egoísmo sexual les hace ver siempre a la mujer
mejor de lo que es, tal como ellos quisieran que fuera, tal como ellos querrían
amarla. ¿Cómo no voy a suponer la respuesta que darán las mujeres al juicio que
he formado sobre su sexo? Poco valdrá al autor para rehabilitarlo a los ojos del
sexo femenino, que al fin de cuentas su estudio va contra los hombres, a quienes
se atribuye la mayor y más esencial responsabilidad, pues el profundo sentido de
su trabajo excede a lo que incluso piensan las propias feministas. El análisis
alcanza el problema de la culpa, porque, partiendo de los fenómenos más
cercanos, se eleva hasta un plano en el cual no sólo se presenta una visión de la
naturaleza de la mujer y de su importancia en el mundo, sino que también aparecen
sus relaciones con la humanidad y con las más elevadas tareas de ésta. Desde ese
plano es posible tomar posición frente a los problemas de la cultura y estimar las
funciones de la feminidad en el conjunto de los fines ideales. Allí donde el problema
de la cultura y de la humanidad coinciden, podrá llegarse no sólo a una explicación
sino también a una valoración, pues en ese terreno la explicación y la valoración se
funden. La investigación alcanza obligadamente esa altura sin que desde el
principio nos lo propongamos. De los mismos fundamentos psicológico-empíricos
irá resaltando poco a poco la insuficiencia de toda la filosofía empírico-psicológica.
Su respeto profundo por la experiencia no sufrirá modificación, pues su significación
aumenta, en vez de disminuir, cuando el hombre aprecia en el fenómeno —
realmente lo único de que tiene experiencia— aquellos signos que le dan la
seguridad de que no sólo existe el simple fenómeno, sino también que éste ocupa
una posición superior. La existencia de esa fuente primitiva queda comprobada aun
cuando ningún ser viviente llegue a penetrar en ella. El propósito del presente libro
es conducirnos a los aledaños de esa fuente sin hacer un alto en la ruta. Los
estrechos caminos por los que hasta ahora se han movido las opiniones
contrapuestas acerca de la mujer y sus problemas no podrían llevarnos nunca al
objeto perseguido. Pero el problema es tal que se halla en relación directa con
todos los profundos enigmas de la existencia. Tan sólo bajo la guía segura de una
concepción universal podrá ser resuelto práctica y teóricamente, moral y
metafísicamente. La concepción universal —lo que merece este nombre— no
puede ser obstaculizada por los conocimientos particulares; antes bien, todos esos
conocimientos nos ayudan a hacer resaltar las verdades más profundas. Pero la
concepción universal es en sí creadora, y jamás puede ser obtenida sintéticamente,
como ha creído en todas las edades la ciencia puramente empírica, de la suma de
conocimientos especiales. Para tranquilidad del lector filósofo que se sienta
contrariado al observar que los problemas más decisivos y de mayor alcance
parecen puestos aquí al servicio de una cuestión especial, de una dignidad inferior,
debo precisar que yo participo de su opinión. Añadiré, sin embargo, que la cuestión
particular del contraste de los sexos constituye más que un fin, un punto de partida.
De su consideración se obtienen datos importantes para los problemas cardinales
de la lógica, de sus juicios y conceptos, así como de sus relaciones con los
axiomas del pensamiento, para la teoría de lo cómico, del amor, de la belleza y del
valor, para los problemas de la individualidad y de la ética, y de las relaciones entre
ellas, en fin, para los conceptos de genialidad, de deseo de inmortalidad y de
judaísmo. Es natural que tan amplias disquisiciones redunden en beneficio del
problema particular, que al ser tratado de tan diversos modos aumenta su esfera de
acción. Si estas consideraciones nos llevan a demostrar cuán escasas esperanzas
puede abrigar la cultura por la intervención de la mujer, si las deducciones que se
obtengan significan la completa desvalorización e incluso la negación de la
feminidad, esto no implicará que hayamos aniquilado todo cuanto existe, ni
despreciado todo cuanto tiene en sí un valor real. Tendría que horrorizarme de mí
mismo si realmente fuera sólo un destructor que nada dejara intacto. Las
afirmaciones de este libro son quizá menos poderosas, pero quien sea capaz de
oír, sabrá escucharlas. El presente trabajo se divide en dos partes: la primera, de
carácter psicológico- biológico, la segunda, filosófico-psicológica. Quizá alguien
pueda pensar que hubiera sido preferible hacer dos libros, uno puramente
naturalista y otro puramente introspectivo. Tan sólo liberándolo de la biología podría
ser totalmente psicológico. La segunda parte trata ciertos problemas del alma de un
modo bien diferente a como los hubiera tratado en la actualidad cualquier
naturalista, y estoy plenamente convencido de que de haber procedido del modo
indicado, hubiera puesto también en peligro la aceptación de la primera parte por
una gran mayoría del público. Esta 4 primera parte debe ser considerada y juzgada
en su totalidad con criterio naturalista, mientras que en la segunda, dirigida
especialmente a la experiencia interna, tal criterio sólo puede ser aplicable en
algunos puntos escasos. Como esta segunda parte surge de una concepción
universal no positivista, será considerada por algunos quizá como no científica (si
bien el positivismo encuentra en esas esferas una fuerte resistencia), pero estoy
dispuesto para recibir esas objeciones, convencido de haber dado a la biología la
parte que le corresponde y otorgado el derecho debido, que se conservará en todos
los tiempos, a una psicología no biológica ni fisiológica. Quizá pueda decirse que
ciertos puntos de este estudio no aportan suficientes demostraciones, más esto me
parece que es su menor defecto. ¿A qué podría llamarse «demostraciones» en este
campo? No se trata de matemáticas ni de teoría del conocimiento (de la última
apenas en dos lugares), sino de fenómenos correspondientes a la experiencia
científica, y de los cuales basta decir que existen. Por otra parte, lo que se
denomina demostración es la simple coincidencia de las experiencias nuevas y las
antiguas, teniendo igual valor que el nuevo fenómeno haya sido provocado
experimentalmente por el investigador o que nos lo brinde la naturaleza. En estas
páginas se encuentran numerosas demostraciones de este último género. En
cuanto me sea posible juzgar este libro (en su parte principal) considero que no es
de aquellos que puedan comprenderse y asimilarse a través de una lectura
superficial. Para orientar al lector y para mi propia salvaguarda he de reconocerlo
así desde el principio. Todo pensamiento arranca de conceptos generales y se
desarrolla en dos direcciones: hacia conceptos cada vez más abstractos que
engloban caracteres comunes en número creciente y que se difunden por territorios
cada vez más amplios de la realidad, y hacia los puntos de convergencia de todas
las líneas conceptuales, hacia la complejidad concreta aislada, hacia el individuo,
que llegamos a representarnos mediante una serie interminable de determinaciones
restrictivas y que definimos añadiendo infinito número de cualidades específicas
diferentes al concepto general de «cosa» o «algo». La autoafirmación del espíritu
frente a las innumerables semejanzas y diferencias de la turbadora realidad ha sido
comparada con la lucha por la existencia que se entabla entre los seres. Nos
defendemos del mundo mediante nuestros conceptos. Ante un loco rabioso lo
primero que se hace es sujetarle de cualquier forma para disminuir el peligro, y una
vez conseguido esto, se van colocando ataduras entre los diferentes miembros
hasta completar la ligadura. Algo semejante ocurre cuando nuestro espíritu capta
los conceptos, actividad que se realiza progresiva y lentamente. Existen dos
conceptos cuyo origen se remonta a las épocas más antiguas de la humanidad, y
con los cuales ésta comienza a formar su vida psíquica. Se establecieron entre
ellos tenues relaciones, se creyó necesario una y otra vez separarlos con algunas
variantes, se añadió, se quitó, se establecieron limitaciones, para excluirse
después, como ocurre cuando la necesidad surgida posteriormente obliga a desatar
las trabas de alguna vieja ley coercitiva. Pero, en general, creo que, como en los
antiguos tiempos, se imponen los dos conceptos a que me refería: los conceptos de
hombre y de mujer. El afán por la estadística, característico de nuestra época
industrial y que la diferencia de las precedentes, se ha despertado por suponer que
—seguramente por su estrecho parentesco con las matemáticas— refuerza el
aspecto científico, pero en este caso, como en otros, ha paralizado el progreso
cognitivo. Se desea obtener el promedio, no el tipo. No se ha comprendido que en
un sistema de ciencia pura (no aplicada) sólo éste es el que interesa. El elemento
se denomina «sensación», «contenido de la sensación», o simplemente
«contenido» (tanto en la «percepción» como en la «reproducción»),
«representación», «impresión» o «idea», y en la vida cotidiana «objeto» o «cosa»;
lo mismo que exista o no una excitación externa de un órgano de los sentidos,
concepto que es muy importante y nuevo. Particularmente en sus comienzos todo
«elemento» aparece como en un fondo nebuloso, como una «rudis indigestaque
moles», mientras que la caracterización (que es más o menos el equivalente de la
acentuación del sentimiento) comprende ya vivamente en ese instante todo el
conjunto. En ese momento, el «elemento» y el «carácter» son absolutamente
indiferenciables. Cada nuevo pensamiento va precedido por ese mismo período de
prepensamiento, como podría llamársele, en el cual se forman y desvanecen
formas geométricas fluctuantes, fantasmas visuales, figuras vacilantes, cuadros
borrosos, máscaras misteriosas. Ese mismo proceso de clarificación se distribuye
en las diversas generaciones. Del mismo modo, los progresos del pensamiento
humano, incluso en la ciencia, descansan casi únicamente sobre una descripción y
establecimiento cada vez más perfecto de la misma cosa; es decir, el proceso de la
clarificación se extiende sobre toda la historia de la humanidad. Un hombre se
puede denominar genial cuando vive en relación consciente con el universo. Tan
sólo lo genial es lo verdaderamente divino que hay en el hombre.

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