La Tentacion de Becca

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Primera edición: noviembre 2021

Título: La tentación de Becca Saga: El Diván de Becca


Diseño de la colección: Editorial Vanir
Corrección morfosintáctica y estilística: Editorial Vanir
De la imagen de la cubierta y la contracubierta: Shutterstock
Del diseño de la cubierta: ©Lena Valenti, 2021
Del texto: ©Lena Valenti, 2021
De esta edición: © Editorial Vanir, 2021
ISBN: 978-84-17932-35-0
Bajo las sanciones establecidas por las leyes quedan rigurosamente
prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la
reproducción total o parcial de esta obra por medio o procedimiento
mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la
difusión a través de internet— y la distribución de ejemplares de esta
edición y futuras mediante alquiler o préstamo público.
No voy a caer en la tentación. Pero, si me empujas...
Para mi perrita Duna, experta en pedos y besos babosos, y maestra
en amar incondicionalmente.
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 1

Preguntas existenciales: ¿Cuánto puede cambiarnos la vida? ¿Cómo de


rápido puede hacerlo? ¿Tanto como en un parpadeo? ¿Tan veloz y caduco
como en un suspiro? ¿De manera volátil y expansiva como en un beso lento
y bien dado?
Es en lo único en lo que pienso desde que me he subido al avión.
Ha pasado un mes desde que, Vendetta, un loco llamado Nico, disfrazado
de Bitelchús, intentase acabar conmigo en las montañas estadounidenses de
Catskills, durante la grabación del episodio del El Diván, versión
americana.
Estuve 36 horas desaparecida en manos de ese psicópata, y gracias a la
intervención heroica de Axel, yo aún sigo viva y lo puedo contar.
Axel, mi camarógrafo, barra expolicía, guardaespaldas casi a tiempo
completo, actual dueño de los derechos del Diván a nivel mundial y del
Chantilly de Madrid, además de dueño de mi corazón, es el hombre de
quien estoy enamorada. Y siempre lo estaré.
Sí, lo digo con la bocaza enorme que tengo. No lo puedo negar ni obviar.
Hay amores que son para siempre, y este, que no está exento de imprevistos
y trabas, sé que está marcado con el infinito. Y eso que, llevamos muy poco
tiempo juntos, pero he de decir, que no ha sido ningún impedimento para
que nos volvamos locos el uno por el otro. Él ha tenido el mismo efecto en
mí que unos zapatos Louis Vuitton. Que los ves en el escaparate, y los
quieres inmediatamente, incluso a riesgo de que te hagan daño o de que el
precio a pagar sea caro.
En el amor, con este hombre, he sido así. He querido exclusividad y
calidad.
Mi morenazo de ojos verdes y aspecto entre militar y modelo, es esa
persona con la que quiero compartir mi vida, aunque aún estemos lidiando
con asuntillos personales que sé, que aún no están limados del todo.
Encontrarnos fue una sorpresa para los dos. Vale sí, intensita y traumática
en muchos aspectos, en tantos que hoy por hoy, sé que tengo que trabajar en
mis miedos y en mis inseguridades más que nunca, por mucho que él se
erija en mi máximo valedor y protector. Pero vivir lo que viví, lo que ambos
vivimos, pone el foco en tus propias carencias, en todo lo que no
controlamos y en las pocas herramientas de las que disponemos para
enfrentarnos a imprevistos de alto riesgo.
Por ejemplo: Nico era un compañero de Axel que estaba enamorado de la
famosísima y ya fallecida Tori Santana. Un día, Nico, que trabajaba con
Axel en la seguridad privada, le pidió que lo acompañara para ofrecer sus
servicios a Tori.
Mi actual novio, entonces, aún no me había conocido y claro, se enamoró
un poco de Tori, porque todo el mundo estaba loco por esa mujer.
Con tan mala suerte que Tori resultó ser una golfa maquiavélica que
jugaría con él durante tres años y que se acostaría con su padre, el
poderosísimo magnate de los medios de comunicación, Alejandro Montes,
también ya fallecido, y hasta con Fede, con el mismísimo Súper, hermano
de Axel. Se ve que a la chica le encantaba el sexo en grupo y algunas
prácticas muy libertinas para mí, que me estresan las multitudes.
La historia no acabó nada bien para ninguno de los dos. Axel terminó
anímicamente y emocionalmente desquiciado. Tori murió en un accidente
de coche en el que también iba su compañero Nico. Pero no fue un
accidente. Nico la mató muerto de celos y cansado de llamar su atención sin
demasiado éxito.
Axel estuvo mucho tiempo torturándose y culpándose de la muerte de su
expareja, y ese problema originó muchas discusiones entre lo que estaba
naciendo entre nosotros. Hasta que Nico, que resultó ser mi acosador
Vendetta que me hizo la vida imposible durante el Diván, volvió a aparecer
en ese programa piloto en Catskills y Axel lo consiguió interceptar y
vencer. Al final, Nico murió por culpa de las minas que él mismo fabricaba
y que había colocado alrededor de mi caravana.
Fuera como fuese, esa historia rocambolesca y de telenovela negra, es
hoy por hoy, vox pópuli, aunque la verdadera información y el fondo de
todo permanezca bajo sumario. La trama sigue llenando horas de tertulias
en programas rosas, amarillistas y en otros más serios y de debate. En
Twitter continúan piando y no hay un solo día que yo no sea tendencia.
Mi popularidad se ha disparado, y si os soy sincera, estoy afectada y
tengo estrés post traumático. Todo esto me ha sobrepasado. Me da un poco
de miedo salir a la calle, quedarme sola y, al mismo tiempo, estar con
mucha gente.
No es agradable tener siempre a paparazzis alrededor de mi loft de Sant
Andreu, esperando una declaración mía. Me preguntan que cómo estoy. Y
yo tengo ganas de meterles el micro por la boca y decirles como la exreina
de las Maras que soy: «¿cómo crees que estoy, gilipollas?». Menos mal que
los míos siempre me acompañan.
Después de aquel episodio en Estados Unidos, volvimos inmediatamente
a Barcelona.
El Diván ha quedado temporalmente suspendido hasta que yo me
recupere de todo el shock, aunque su grabación sigue en pie para cuando yo
esté disponible y recuperada. La productora Smart se siente responsable de
todo lo que he pasado y se fustigan por la falta de seguridad en las
grabaciones, así que hacen todo lo que yo les digo, y si les pido tiempo, me
darán todo el que necesite.
Y lo retomaré. Retomaré mi Diván. Pero lo primero es mi estabilidad y
mi salud. No dejan de lloverme ofertones para hacer otras cosas para otras
cadenas. Pero las declino porque, sencillamente, este tiempo es y debe ser
para mí.
Es para mí, y también para mi gente. Y, por supuesto, es para que Axel y
yo estemos juntos de verdad. Sin presiones ni nada raro alrededor, sin
cámaras de por medio, sin persecuciones y sin secretos, que ha habido
muchos entre nosotros.
Y es por esa razón por la que estoy ahora subida en un jet privado que ha
facilitado Smart, la productora que me contrató del Diván, junto a las
personas con las que más me apetece estar, y nos dirigimos a Punta Cana,
para compartir juntos unos días y alejarnos de todo el estrés mediático. El
destino puede ser típico o común, pero solo quiero playas paradisiacas, sol
y daikiris.
Y para ello, no me puedo sentir mejor acompañada.
—Eh, bicho palo. Vamos a gastos pagados, ¿verdad? —dice Faina—. Lo
digo porque voy a pedirme todo el catálogo de bebidas del resort. ¿A que sí,
G?
Frente a mí, Faina y Genio están sentados el uno al lado del otro, como
una pareja de adorables tortolitos.
La ancha y larga camisa amarilla de flores estampadas le da al rostro de
Faina mucha más alegría de la que ya tiene. Con esos mofletes mullidos y
rojos, y sus ojazos azules y su sempiterna sonrisa, Faina es un rayito de luz.
Ese collar que da calambres y que se parece a la correa de lujo de un perro,
detecta cuándo hace uno de sus famosos Fujitsus, e inmediatamente le da
una descarga para que no se quede dormida. Faina es una tinerfeña que fue
paciente de mi Diván en España, y me pidió ayuda para luchar contra su
miedo a su propia narcolepsia y a todas sus inseguridades con los hombres.
Al igual que Genio, su pareja.
Genio es un hombre lleno de humor, propietario de un hotel restaurante
en Cangas de Onís, aquejado de labio leporino y en conjunto poco
agraciado físicamente. Como es normal, desarrolló miedo social y fobia a
que se metieran con él y a los insultos y agresiones que había sufrido a lo
largo de su vida, y yo le ayudé a que se liberase de ese miedo, a que se
aceptase, y también le eché una mano con una pequeña intervención para
arreglar ese labio que, por su tradición judía, sus padres no le habían
permitido solucionar. A Viggo Mortensen y a Joaquín Phoenix sí, pero al
pobre Genio nadie le ayudó.
Excepto Axel, que facilitó los contactos para que yo buscara a un
cirujano plástico para él.
Y ahí están los dos, acaramelados y sonrientes. Me gustaría saber cómo
les va, pero, en este caso, una imagen vale más que mil palabras.
Genio asiente y acaricia el dorso de la mano de Faina con su dedo pulgar.
—Por supuesto, gordita mía —contesta el de Cangas.
A Genio siempre le han gustado las mujeres grandes, y la gordura le
parece sexi. Cuando vio a Faina fue para él como amor a primera vista. Y
me alegra que entre los dos sientan esa atracción y esa complicidad porque,
para empezar, la base de su relación debe arraigar en algo real. Y es
evidente que se gustan mucho.
Me apetece tanto saber cómo les va y que me cuenten lo que ellos
quieran, pero, por lo pronto, a simple vista yo les veo bien. Aunque ya
sabemos que las apariencias pueden engañar muchas veces.
A mí me sucedió con Axel. No suelo prejuzgar, solo analizo y espero a
que los demás me expliquen qué es eso que los tiene tan mal, pero este
hombre me dejó descolocada, porque con tíos como él, nada es lo que
parece ser nunca y su historia, la de fondo, era mucho más sorprendente de
lo que yo esperaba, y desgarradora, y descorazonadora. Por eso valoro tanto
lo valiente que está siendo en abrirse cada día, en elegirme y en quererme
como está aprendiendo a hacer. Axel da pasitos cada día, y está dispuesto a
cambiar esos mecanismos que, durante años, lo pusieron tan a la defensiva,
y eso es lo que más me enamora de él.
Estoy loca por este señor. No lo voy a negar. Me pierden sus ojos verdes
y su sonrisa, y su humor más macarra. Y esa pasión que enciende en mí con
solo un susurro, o una caricia. Pero lo que más me prende es lo protector
que es, y lo cuidadoso y considerado que es con todos los que le importan.
Sé que nos queda un largo camino por delante, pero lo bueno es que lo
queremos caminar juntos.
En las otras dos butacas del jet, tengo a mis Supremas. Lisensiada
abogada Carla y Lisensiada terapeuta de parejas Eli. La primera es mi
hermana pibón, morenaza y de ojos claros, abogada familiar y madre del
niño de mis ojos, mi sobrino Iván. Una valiente madre soltera que
recientemente ha descubierto que puede sentir amor y pasión también por
una mujer. Y esa mujer no es otra que mi mejor amiga Eli, la rubia nórdica
de ojos negros y sexi a rabiar que se dedica a mediar con las parejas en
crisis y a hacer terapia con ellas.
Y si las vierais, por las tonterías que todos tenemos sobre los
estereotipos, nunca diríais que son pareja. Pero solo hay que ser observador
y darse cuenta de cómo se miran y de la energía que transmiten. Y de lo que
habla su lenguaje corporal, siempre cerca la una de la otra, siempre en
contacto. Sé lo mucho que se cortan delante de mí, y no sé por qué, porque
a mí me da igual que se besen y se quieran, porque es fascinante verlas así
de felices.
Ellas aman correctamente. Lo veo, lo percibo en cómo se hablan y en
cómo se apoyan. Y sé que, en el fondo, a veces sienten vergüenza de ser
ellas mismas, porque aún no se lo creen, porque su amor les explotó en la
cara, como a todos. Pero cuando acepten quiénes son y se experimenten
más, y dejen de temer a hacerse daño la una a la otra, todas sus
posibilidades se expandirán. Y yo estaré ahí para ayudarlas como sea.
Porque Eli y Carla se quieren como hay que quererse, ni una encima ni la
otra debajo. Ellas están caminando juntas, en la misma dirección, la una a la
vera de la otra. Y es precioso verlas andar.
Es maravilloso para mí aprender del amor con ellas, viéndolas. Nunca me
hubiera imaginado que se enamorarían, fue un shock alucinante descubrirlo.
A las dos las avasallaban los tíos, nunca tuvieron problemas en ligar y
habían catado lo que tenían que catar. Sé que les gustan los hombres, pero
tengo la plena certeza de que, hoy por hoy, ellas se gustan más. Y me parece
genial.
El amor es estar despierto, con los ojos abiertos y encontrarlo en los
lugares y en las personas más inesperadas. El amor es estar accesible, sin
miedos a «y sis…», o a «peros», porque en él nos descubrimos muchas
veces y, si no nos lanzamos, nunca sabremos quiénes somos realmente. Por
eso ellas han sido tan valientes. Les ha dado igual ser mujeres, sentían algo,
y han querido descubrir qué era. Y resulta que era eso: amor. Seguramente
también estén pasando por su fase de aclimatación. Porque puede que haya
cosas con las que aún les cueste lidiar, pero si se quieren de verdad, sea lo
que sea, seguirán adelante.
Axel se acaba de sentar a mi lado. Ha preparado una copa para mí y otra
para él, y cada vez que se mueve a mi alrededor, me coloco con su colonia y
con esa fragancia tan suya. ¿No os pasa? ¿No os pasa que os encanta cómo
huele vuestra persona favorita? Tiene que ser así, porque la atracción
responde a esos olores.
Pero yo respondo a cualquier cosa suya, por nimia que sea. A una
mirada, a un roce intencionado, aunque él diga que no… estamos en ese
momento en el que todo es nuevo, todo es emocionante, y cada día nos
gustamos más y nos deseamos más. Con el paso del tiempo, esas
necesidades se relajarán, pero lo que ambos queremos, es llegar algún día a
lo otro. A ser. Ser de verdad, el uno para el otro, el apoyo del otro, la muleta
en la que apoyarse si tenemos un esguince emocional. Creo que eso es a lo
que todos deberíamos aspirar. El sexo es bien, es increíble si la pareja en
cuestión se entiende, y todo es lujurioso y muy porno… y Axel me está
enseñando a dejarme ir en eso y a apreciarlo todo. No le ha costado mucho,
dado que mi mente es pervertida de por sí. Pero si en ese cóctel metes las
emociones y ese amor que nace y que sabes que va a hacerte explotar,
entonces la realidad sentimental que anhelas y que puedes tener en el
futuro, se hace más nítida… y piensas: «Que este hombre me haga lo que
quiera, que me haga gritar, gemir y llorar del gusto, porque soy suya para
toda la vida». Y también porque, al final del día, o en cualquier momento,
tendrás su mano entrelazada a la tuya, y un abrazo cálido que te cobije por
la noche en la cama.
Eso es el amor. Eso es Axel. Y sé que es demasiadas cosas… pero no me
voy a hacer caca solo por aceptar que lo amo.
Y es lo que ambos aprendemos día a día, aún con nuestras reservas, mi
estrés y nuestros miedos.
Los miedos nunca desaparecen, pero se hacen más pequeños con la
confianza y con saber que, aunque los tengas, no dejas de enfrentarlos, y no
dejas de ser tú ni de hacer lo que quieres hacer solo porque temas.
Él me ofrece la copa llena de margarita y me mira de arriba abajo con
esos ojos verdes descomunales que solo él tiene. Siempre me deja sin
palabras. Es un hombre morenito de piel —no es mulato—, alto y fuerte, y
con el pelo muy cortito como un militar —porque él siempre va a tener algo
de eso— y, sin embargo, no es nada de eso lo que me pone tan tonta. Es su
sonrisa. Sus sonrisas de verdad. Ya sabéis que hay gente que sonríe de
mentira, o que el gesto no cambia la expresión de sus ojos ni los ilumina.
En Axel se nota mucho cuando él se ríe auténticamente.
Seguro que mi pelo rojo se ha alisado, porque sé muy bien qué dicen sus
ojos, y es algo muy caliente y muy nuestro.
Como nos vamos a Punta Cana llevo una camisa playera larga y
estampada que me llega hasta los muslos. Y un bikini debajo. En el jet hay
mantas por si tenemos frío, pero es que yo soy de las que baja del avión y si
puede se va directa a la playa.
—Oye, rizos —me dice haciendo chocar su copa contra la mía—, ¿has
entrado al baño?
Bueno, es que es matemático. La sangre colorea mis mejillas y Axel se
echa a reír.
—Axel, no empieces —digo entre dientes y en voz baja.
—El lavamanos tiene la altura perfecta —dice bebiéndose la copa
lentamente, mientras me mira de reojo—. Una vez tuviste un sueño
conmigo en un…
—Axel —me sale la risita nerviosa—… frena.
—No, rizos. No freno —asegura él dejando la copa sobre la mesita—.
Quiero hacértelo ahora mismo.
—No. Mi hermana se va a dar cuenta y no quiero.
Y Eli… y Faina. O sea, no.
Axel resopla y mira al techo del avión con algo de decepción.
—Ellos están a lo suyo. Eli y Carla miran casas.
—¿Cómo que casas? —pregunto anonadada. Él asiente con firmeza.
—Sí. Casas en Barcelona.
Eso me deja a cuadros. ¿Que se van a vivir juntas y no me han dicho
nada?
—¿Casas de alquiler o de compra? —pregunto en voz baja con el dedo
alzado.
Axel se ríe.
—No he llegado a ver tanto.
—Madre mía… Me tienen que explicar muchas cosas.
—Y Faina le está enseñando unas bolas chinas de Amazon a Genio.
Dejo ir una risita. Eso no me sorprende tanto como lo otro. De Faina no
me sorprende nada. Es altamente extrovertida en todos los ámbitos de la
vida.
—Por Dios… Cómo le gusta probar cosas nuevas…
—Es una valiente de la vida. ¿A ti no te gusta probar cosas nuevas? —me
pregunta alzando una de sus cejas negras que tanto contraste hacen con sus
ojos de color verde.
Me sorprende que me lo pregunte. Llevamos un mes juntos desde que me
salvó de perder la vida a manos de Vendetta, y este tiempo, aunque muy
ajetreado y demasiado mediático para mí, ha sido precioso, porque lo he
tenido cerca, excepto cuando él tenía que viajar a Madrid para hacerse con
las riendas del Chantilly y también para estudiar lo que son lo derechos
audiovisuales de algo con tanto éxito como mi Diván. Mi guardaespaldas se
ha convertido en un hombre empresario de éxito, y a mí me encanta verlo
sumido entre contratos y papeleos, pero más adoro verlo en plan salvaje y
luchador. Axel es de estos que «me pone» en el plan que sea.
—A mí sí —contesto con sinceridad—. Pero en los lugares adecuados,
guapo.
—Mira, Bec… —Axel se acerca a mí, me sujeta la mano y se la coloca
sobre su munición. Va cargadito—. No es bueno volar así. Es como tener
silicona en los huevos —Yo vuelvo a reír y le acaricio por encima de la tela
de las bermudas militares que lleva—. Es doloroso. Como ves, nadie aquí
está pendiente de nosotros… —me asegura sonriendo como el satánico que
es—. Podemos ir al baño, loquera, y jugar a los doctores.
—Axel… —lo reprendo.
—Tú la llevas. Cinco minutos. Si no vienes antes de cinco minutos, es
que eres una rajada. —Se levanta de golpe, y se dirige al baño con toda la
parsimonia del mundo. Me lanza una mirada llena de advertencia, y yo no
sé qué hacer ni dónde meterme.
Me pasa que, cuando voy a hacer algo a escondidas, pienso que todos me
leen y que lo tengo grabado en la frente.
Pero siempre he dicho que la vida es para valientes, y hacerlo en el baño
de un avión es una de las muchas fantasías que me gustaría cumplir con
Axel.
Así que, dejo mi copa en la mesita, me levanto con cuidado, me aliso la
parte baja de la camisa larga y atizo mis rizos rojos.
No estoy mirando a nadie. No lo pienso hacer. No quiero caer en juegos
de miraditas con ninguna de ellas, porque sé lo que va a pasar. Y no quiero
cortarme.
Así que retiro la cortinita que separa el baño del compartimento de lujo
en el que viajamos, y abro la puerta.
Axel estira el brazo y me mete dentro de un tirón.
Capítulo 2

En realidad, Axel va y viene. En estas cuatro semanas, nos hemos


encontrado siempre en Sant Andreu, en mi loft. Y hemos pasado juntos
todo el tiempo que hemos podido, que no ha sido mucho. Por eso este viaje
nos va tan bien a los dos.
Porque le echo de menos y quiero estar con él. Porque nos han pasado
muchas cosas juntos, pero después de la más gorda, la vida nos ha
mantenido un poco a distancia.
Hasta hoy. Hoy empiezan nuestras vacaciones juntos. Nuestro viaje. Y
quiero que sea inolvidable.
Para mí. Y para él. Quiero que nos alejemos de todo el ruido, de los
conflictos y los acosadores y que seamos solo él y yo, y nuestro círculo.
Y sé que él quiere lo mismo, por el modo en que me mira en ese espacio
reducido del jet.
Me toma de la cintura y me pega a su cuerpo. Yo puedo ver nuestro
reflejo en el espejo y es algo que siempre me va a turbar, por lo diferentes
que somos. Mi tez es pálida, tengo unas pocas pequitas en el puente de la
nariz y los ojos azules y grandes, y mis labios casi siempre están rojos,
como mi pelo curly a lo loco.
Axel es de tez más bien morena, ojos claros y muy verdes, mirada
penetrante, mucho más alto y más fuerte que yo y de pelo negro y rasurado
al uno. Es que está muy bueno, no lo puedo negar.
Sé que le gusto, por cómo me mira. Tiene ese aspecto de hombre con
modales pero que en el fondo es el Tarzán de Greystoke y que en cualquier
momento se puede golpear el pecho.
—No podemos hacer ruido —le digo rodeando su nuca con mis manos.
—Pues ya sabes —me dice él levantándome por el culo—. No hagas
ruido.
Se da la vuelta y me coloca sobre el lavamanos.
—Tampoco podemos estar mucho rato… —le recuerdo.
—Cuánta presión, señorita.
Él se hace sitio entre mis piernas. Cuela las manos por debajo de mi larga
camisa y arrastra mis braguitas del bikini amarillo por mis muslos hasta
sacármelo por los tobillos.
—Uy, qué buena tienes que estar con el bikini… pero esto ahora no me
sirve.
—Ya, bueno… Qué vergüenza —susurro—. Seguro que saben lo que
estamos haciendo.
—Becca, podemos estar haciendo muchas cosas. Por ejemplo —dice
dejando las braguitas sobre el dispensador de papel.
—Sí, ya, hemos ido a comprar al súper… —murmuro con ironía.
—No —sonríe—. Pero sí hemos podido ir a visitar la cabina del piloto, o
a abrir las neveras, o a hablar con la camarera para pedirle algo especial…
—Resoplo y cierro los ojos muerta de gusto cuando él besa mi garganta—.
Necesito estar más tiempo contigo —gruñe—. No me gusta esto de estar
viajando. Menos mal que ya se ha acabado.
—Eres un hombre de negocios… un magnate. Axel dice que no y me
desabotona la camisa hawaiana para abarcar uno de mis pechos con una
mano.
—Tengo ganas de hacértelo bien. De tener más espacio… para nosotros.
Me gustaría un lugar más amplio, más nuestro, para ti y para mí…
Me pasa que, cuando me habla así, mi mente más pervertida se pone a
tono rápido y empieza a elucubrar con un montón de posturas que aún no
hemos probado. Y me caliento sin más. Pero está en lo cierto.
La noche anterior no dormimos juntos. Él se dirigió al aeropuerto para
encontrarse ahí conmigo, porque venía de hablar con su hermano Fede en
Madrid. La última vez que Axel y yo lo hicimos, fue hace una semana.
Pero hasta hoy, me he refugiado en mi familia y en mis amigos, para
sentirme mejor y quitarme el susto del cuerpo, mientras él ha estado
cerrando contratos y haciéndose cargo de sus nuevas responsabilidades.
—Tendremos espacio en Punta Cana… Y tiempo. Te he echado de menos
—le acaricio el cuello con las manos.
Axel parece que va a decir algo más, pero se distrae con mi pezón y lo
acaricia por debajo de la tela.
—Sí… tiempo para nosotros —murmura desabrochándose los pantalones
—. Tiempo para centrarme en ti —asume con ojos brillantes llenos de
advertencia.
Le voy a decir que sí, pero al instante tengo sus labios sobre los míos y su
lengua en mi boca, frotándose dulcemente contra la mía.
Y es como si tuviera demencia momentánea. Me olvido de todo y de
todos, y me concentro solo en él.
En sus manos que no dejan de marcarme la piel, en sus besos, y en su
modo de sujetarme por el trasero antes de frotar su verga contra mi sexo.
Es que es muy erótico todo lo suyo. Para mí, Axel es de esos hombres
que no te esperas, que crees que solo están entre las sombras y las páginas
de las mejores novelas románticas, las más pervertidas y suculentas, y con
personajes memorables. Y resulta que es para mí. Y sé que es el adecuado,
que solo él puede expandir esas feromonas a su alrededor, porque yo me
excito con facilidad. Ya estoy lista, y él lo sabe.
Cuando me penetra, lo hace lentamente pero certero, hasta el fondo. Me
muerdo el labio inferior con fuerza y él me recuerda al oído:
—Calla. No grites.
—Sí, claro, qué fácil…
Él ahoga una carcajada, me aprieta contra él y empieza a moverse como
el taladro que es. Y simplemente dejo que me invada, que conquiste todo el
territorio.
Una vez tuve una fantasía con él en el avión. Aún no estábamos juntos,
no sabíamos dónde nos iba a llevar esa aventura ni lo que nos iba a deparar
el destino. Y hoy por hoy seguimos sin saberlo, pero lo único que tengo
claro es que estoy enamorada de él y quiero estar con él. Y Axel, por ahora,
y por todo lo que me ha demostrado hasta la fecha, también me quiere y
quiere estar conmigo.
—Becca… —susurra abrazándome fuerte contra él.
Una de las cosas que más adoro, es cómo pronuncia mi nombre cuando
se corre y llega al orgasmo. Me encanta, y casi siempre acabo sonriendo en
secreto, porque lo único que cruza mi mente en ese instante explosivo de
placer es: «Me quiere. Y este hombre es mío».
Cuando nos corremos, al no poder gritar, tengo la sensación de que me ha
subido la tensión y de que me va a explotar el cerebro del gusto que recorre
cada célula de mi cuerpo.
Axel tiene las mejillas un poco sonrojadas del sofocón y está guapísimo.
Le ayudo a limpiarse, yo hago lo mismo y tiramos de la cadena. Nos
vestimos entre los dos, entre sonrisas y besitos dulces y pícaros.
Cuando salimos, creemos que estamos frescos como una rosa y que nadie
se va a pensar que en diez minutos hemos echado un polvo rápido en el
avión.
Nos sentamos con total disimulo y dice Axel:
—Las vistas desde la cabina son geniales, ¿verdad, rizos?
Yo sonrío de oreja a oreja y asiento como una trolera, mirando a todos de
reojo. Dios me castigará por mentir.
Al instante, recibo un mensaje de WhatsApp de Faina. Estamos
conectados todos al wifi del avión.
Cuando lo leo, me quiero morir:
De Fai:
Bicho palo, ¿limpiaste el sable a tu novio? Marrrrrrana.
Capítulo 3

Punta Cana Secrets Cap Cana


No me gusta abusar. Tampoco me gustó que la productora Smart se
flagelara tanto por lo que pasó en el episodio piloto de El Diván de Estados
Unidos. No fue culpa de ellos, en realidad. Estaban ante un terrorista y un
acosador muy versado y un programa así nunca imaginó que alguien como
yo pudiera ser objetivo de un individuo como ese.
Pero lo que pasó, pasó de verdad. Y aunque no he querido ahondar
mucho en las consecuencias de haber estado secuestrada un día y medio a
manos de Nico y de lo mediático que fue mi caso, sí he querido aceptar las
disculpas de Smart y también su no indemnización. La llamo así porque,
oficialmente, no me han indemnizado, aunque podrían si yo les denunciase
por falta de seguridad. Pero lo arreglamos en los despachos. Mejor dicho: lo
arregló Axel. Y no sé qué les dijo porque yo no estuve ahí cuando tuvieron
la reunión, pero tuvo que ponerles a todos los huevos por corbata, hablando
mal. Axel no solo sacó una bonificación económica por mis lesiones —
golpes, quemaduras y shock—, sino que les metió tanta caña que salió de
ellos hacernos este regalo para mí y los míos, con el objetivo de que
recuperase el equilibrio y la paz mental perdida. Y me preguntaron y yo
elegí Punta Cana como destino.
Ellos se encargaron de contratar el Secrets Cap Cana con todos sus
servicios.
Y ojo, que este sitio tiene de todo lo que nos gusta. Un lugar perfecto
para echarnos unas risas, beber y disfrutar de las personas que quiero y que
espero que también sepan disfrutar entre ellas. Sigo siendo una negada en
las redes sociales. No pienso decirle a nadie dónde voy a estar, porque con
tanta persecución y acoso ya me he vuelto un poco paranoica. Seguramente
necesitaré yo también una terapia de choque para dejar de tener miedo a que
me hagan daño. Aunque lo mío, después de todo, es completamente natural.
Cuando llegamos al hotel, nos damos cuenta de que todo es alto standing
y de que Punta Cana es maravillosa, paradisíaca y todo lo idílica que parece
en las fotos.
El sol nos ha dado la bienvenida, hace un calor terrible, aunque nos ha
dicho el guía que nos ha pasado a recoger al aeropuerto y que es del hotel,
que ayer tuvieron uno de los peores huracanes de los últimos tiempos, y que
se sabía que las islas de alrededor habían tenido algún accidente y
problemilla logístico.
Pero ellos no.
Ellos lo habían solventado todo bien. Están acostumbrados a las
inclemencias del tiempo y a los caprichos del Dios del Viento.
Somos huéspedes considerados Vip, y tenemos un trato muy delicado por
parte del hotel. Además, mi rostro es lamentablemente conocido ya a nivel
internacional y soy una especie de símbolo de resistencia.
Y no hice nada para serlo. Lo único que hice fue dormir por las drogas a
manos de Nico. Pero nada más. Y, aun así, muchos me reconocen, aunque
Axel hace todo lo posible por mantenerme protegida y bien cubierta.
Hemos llegado a nuestros apartamentos. Genio y Faina tienen uno, Eli y
Carla otro y nosotros dos el nuestro. Y son casitas colindantes la una a la
otra, como si fuera Melrose Place. Lo sé, soy una melancólica.
—Esto es una maravilla, lisensiada —admite Carla frente a su hermosa
choza del amor—. Sé que queda mal, pero qué bien que Bitelchús quiso
llevarte con él…
Eli se echa a reír, se quita sus gafas de sol y mira con sus ojos negros la
fachada blanca e ibicenca y después la piscina central que, como una playa
natural, llega hasta las entradas de cada una de las casitas. Y tiene ese agua
azul y cristalina, y las palmeras por el medio, y los puentecitos de madera…
Sí, ya me veo relajándome perfectamente en este sitio.
Lo bueno es que no hay mucha gente y que, la que hay, es de ese perfil
elitista que no hace mucho ruido de puertas afuera pero que en sus casas se
meten rayas kilométricas sobre el mármol de la mesa de la cocina.
—Este lugar es genial. Es una buena elección — contesta Eli sonriendo a
Carla de esa manera que cada vez veo más bonita y tierna entre ellas.
—Pero, oigan —dice Faina—. Dejamos las maletas y nos vamos a hacer
actividades acuáticas, que me muero por subir al churro ese de agua…
Genio se ríe nervioso, aunque la observa con adoración. Joder, es que
están muy enamorados. Y me hace tanto bien ver que dos personas tan
buenas se han encontrado…
—No creo que sea buena idea que nos subamos al churro —dice Genio
—. Pero si eso es lo que quiere la Reina…
—Faina, llevas un collar que te da descargas para que no te duermas. Ya
sé que es acuático y que se puede mojar porque Murdock es un hacha —
explica Axel—… Pero una descarga en el agua puede ser…
—Soy como un perro. Me van a salir callos en el cuello, pero seguiré
ladrando… No voy a ahogarme. Además, ya tengo quien me haga el boca a
boca, y no eres tú, traidor.
Yo miro de soslayo a Axel y no puedo evitar reírme. Faina se mete con él
y bromea con el hecho de que no se casara con ella. Le gusta interpretar el
papel de la amante ofendida.
—No te perdonaré que eligieses a la Bicho palo, por guapa que sea.
—Yo sí —dice Genio—. Te perdono, Axel —pasa su brazo larguirucho
por encima de los hombros de Faina y ella se deja achuchar y querer. Son
dos osos amorosos.
—Bueno, como sea. Propongo entrar a nuestras casitas, dejar nuestros
equipajes e irnos a la playa a beber mojitos, margaritas y todo lo que se
atrevan a servirnos y se pueda tomar aquí. ¿Os parece?
Todos asienten y se movilizan para entrar en sus departamentos. Yo
suspiro, me lleno los pulmones del aire caribeño y sonrío mirando al cielo y
apoyando mi cabeza en el pecho de Axel.
—Mira, guardaespaldas… es el paraíso.
Axel sonríe, agacha la cabeza y me da un besito en la nariz.
—El paraíso eres tú.
Ah, es que me tiene loca. No me acostumbro a esa honestidad y esa
sencillez. Pero la amo.
Axel me da un cachete en el culo y me dice:
—Andando, Minimoy. Quiero verte en bikini.
—Me parece un buen plan —asiento.
Los dos entramos a nuestra casita, y lo hacemos como una pareja normal
y corriente. Y no os imagináis cómo agradezco sentirme así con él y no tan
en guardia por circunstancias externas.
Me permite soñar con un futuro como el de cualquiera. Y hasta hace
poco no creía que pudiera tenerlo.
Media hora después, nos encontramos en la playa de arena blanca, en
Juanillo Beach, bajo las sombrillas de esparto oscuro, en nuestro reservado.
Axel y Genio se han ido a hablar con los de las motos acuáticas, porque
quieren ver si podemos hacer una ruta libre.
Nosotras cuatro estamos tumbadas en nuestras hamacas, cubiertas por la
sombra de nuestros parasoles, y cada una con un cóctel hecho a medida.
Yo estoy poniéndome crema como si no hubiera un mañana, porque corro
el riesgo de mutar a gambón, y no me apetece. Ninguna de las cuatro
hacemos topless, porque esto no es España, pero sé que mi hermana se está
quedando con las ganas de liberar las tetas, porque odia las marcas.
—Bueno, chachas, cuéntenme… ¿Qué es de sus vidas? ¿Cómo lleva
Mama Tina que vosotras dos seáis costureras? —señala a Eli y a Carla.
—¿Costureras? —Mi hermana está boca abajo en la hamaca y la está
mirando sin comprender.
—O patronistas —Faina hace el movimiento de las tijeras con los dedos.
A mí se me escapa el cóctel de la boca como si fuera una manguera, y
casi lo saco por la nariz.
—¡Faina! —exclamo muerta de la risa. Tiene la mala costumbre de no
avisar cuando suelta una de esas.
Eli está poniéndole crema a Carla en la espalda. Se encoge de hombros y
hace un mohín de resignación.
—Tina tiene sus tiempos. Todos tenemos nuestros tiempos.
Escucho a Eli con atención. Hay algo en el tono de mi amiga que no
acaba de convencerme. Y no sé si habla solo por mi madre o también por
ella misma, o por mi hermana. Mmm… no sé. No me convence.
—Se lo está tomando como puede —asegura Carla—. Acostumbrada a
traerle trípodes a casa…
—Perdedores —susurra Eli.
—Y ahora tiene a la rubia como yerna. La llama así en cachondeo —
apunta mi hermana.
—¿Es tu mamá machista?
—No. Creo que igual que a muchas como ellas, les ha faltado mucha
educación, a todos los niveles.
—No es progre —sentencio yo—. Mamá es de las de un hombre para
toda la vida y un hombre para ser una verdadera mujer. Ya sabéis…
—Bueno, a mis padres tampoco les gusta que yo salga con Shrek —dice
Faina dando un sorbo superlargo de su mojito—. Pero tampoco se han dado
cuenta de que yo no soy un ángel de Victoria’s. Estoy buena, vale — aclara
pasándose la mano por las curvas—, pero no soy avariciosa. Dejo para las
demás.
Me gusta mucho eso de Faina. Lo valiente que es, lo mucho que se ha
aprendido a querer y lo fuerte y segura que la veo. Es fascinante, porque
solo ella sabe lo mal que en realidad lo ha pasado, pero oírla hablar, con ese
collar de diamantes pegado al cuello, que, básicamente, la electrocuta
cuando va a hacer uno de sus Fujitsus, da un subidón de moral a cualquiera.
—¿Y qué tal el sexo?
Carla deja ir una carcajada y Eli entorna los ojos.
—No voy lo suficientemente borracha como para hablar de eso —dice la
terapeuta de parejas.
—Bah, qué aburridas… Yo les puedo asegurar que mi Genio tiene el
pene de un ogro.
—No quiero saber nada —me tapo los oídos.
—Yo nunca imaginé ver eso, chacho. Es como otra pierna… La primera
vez pensé que me añurgaba, ¿sabes?
—Es suficiente… —digo nerviosa. A Carla y a Eli en cambio les parece
superentretenido.
—¿Qué es añurgar? —pregunta Eli entre risas.
—Cuando te atoras, rubia. Cuando te atragantas… pero yo me atraganté
por abajo.
—Madre de Dios… ¡hala, venga! —exclamo. No quiero ver a Genio
como un semental.
—Dios, no —aclara Faina—. Cuando se la vi por primera vez le dije:
¿qué ha hecho Sauron contigo?
—¡Pffff! —Eli y Carla no dejan de reírse.
—¿Y el collar? —indago con todo el tacto que puedo—. Cuando os
acostáis… ¿te dan Fujitsus?
—¡Ah, bueno! —Faina deja ir una carcajada—. El otro día tuve un
orgasmo mientras el collar me daba una descarga. Me tenían que ver… —
mira al cielo—. Parecía la niña del exorcista.
Ahí ya no puedo más y me empieza a dar la risa imaginándomela.
—Por poco me quedo vegetal, medio machanga — Faina nos mira
divertida—. ¿Qué? ¿Se ríen? Se me saltó un empaste —me señala un diente
que ya está en su sitio—. Tuve que ir al día siguiente al dentista porque
parecía Bob Esponja, con dos paletas. Pero estamos bien, gracias. Eli le da
una cachetada en la nalga a Carla y le dice:
—Ya estás.
—¿Quieres que te ponga crema? —pregunta mi hermana alzando una
ceja negra.
Eli oculta una sonrisa y contesta:
—No. Gracias. Ya me he puesto en la habitación. Eso me da a mí que es
una especie de código de lesbianas, para leer entre líneas, porque se miran
de ese modo que dice mucho, aunque hablen muy poco.
—¿Cómo lo lleva mi hombrecito? —pregunto con interés, haciendo
referencia a mi sobrino Iván—. ¿Ya entiende que sois novias?
Eli se sienta a los pies de la tumbona de Carla y sujeta su piña colada. Es
mi hermana quien responde:
—Iván adora a Eli. La ama. Pero no lleva bien que el amor de su vida
esté jugando a las médicas con su mamá —guiña un ojo a Eli—. Es un
acaparador, la quiere toda para él.
—Tu hijo es mío —responde Eli provocándola—. Pero, aunque a mí me
encanta todo lo que tenga que ver con el deporte y las series que le gustan, y
somos muy amigos y tenemos mucha comunicación, es cierto que Iván aún
espera una figura masculina cerca.
—Para eso tiene a Axel —Mi hermana Carla me lanza un hielo de su
mojito—. Lo tiene en el bote.
—¿Quién a quién? —replico—. Creo que es mutuo. Cuando hemos
salido por ahí he tenido que detenerlo para que no comprase jugueterías
enteras.
—¿Es niñero el tío bueno? —pregunta Faina tumbándose atravesada en
la hamaca.
¿Es niñero Axel? Me atrevería a decir que sí lo es. Y que disfruta de la
compañía de Iván cuando lo ha visto. Además, conecta muy bien con él. Y
eso hace que me pregunte muchas cosas de las que aún no hemos hablado.
Porque vamos con cuidado, como si atravesáramos territorios minados
que nos han hecho daño y nos han asustado y no queremos volver a pasar
por ahí.
Axel creyó que el hijo de Victoria era de él y durante un tiempo siempre
pensó que su hijo había muerto en ese accidente de coche que, en realidad,
no fue. Sé que aún tiene sentimientos encontrados al respecto, pero tenemos
tiempo para hablar de ello con calma, porque cuando quieres a alguien y ese
alguien te quiere, necesitas saber todo lo que puedas sobre esa persona.
Porque no quieres volver a hacerle daño con las mismas cosas que lo
hirieron en el pasado.
—Es niñero y está cañón —enumera Faina—. Dime que tiene defectos.
—Los tiene —aseguro— como yo. Como todos, que no somos perfectos.
Es excesivamente reservado y protector, y necesita que todo lo que
concierne a las personas que le importan, pase por su visto bueno antes. Es
un toc —les explico—, provocado por todo lo que no pudo controlar en el
pasado. Y fueron muchas cosas. Todo demasiado intenso… pero nada que
unas buenas vacaciones no puedan poner en su lugar.
—¿Y tú, hermanita? —me dice Carla poniéndose sus gafas de sol—.
¿Cómo estás tú? Eres famosa. Te secuestraron. Te iban a matar…
—¿Cómo te sientes, Becca? —incide Eli—. ¿Hay algo con lo que estés
lidiando desde lo que te pasó en Estados Unidos?
Me paso las manos por los rizos rojos y largos y al final, me coloco mis
gafas como diadema. Suspiro mientras observo a Axel hablar con el de las
motos de agua. Es una pregunta difícil de responder.
—Hago terapias de choque para las fobias y ansiedades —comento
familiarizándole con mi nuevo estado—. Pero tengo que hacerme mi propia
terapia. Porque es verdad que no me siento todo lo segura que me gustaría
sentirme, y no quiero que mi estabilidad dependa de si Axel está cerca o no
—mis amigas me escuchan en silencio—. No duermo demasiado bien,
excepto las noches en las que Axel se ha quedado conmigo. Y tengo miedo
de que me persigan y de que alguien quiera hacerme daño a mí o a las
personas que quiero solo porque se haya obsesionado conmigo, o porque
soy mediática y popular. No quiero ser la culpable del posible desequilibrio
de los demás. Y, ante todo, no quiero sentir que todo lo bueno que tengo
ahora pueda ser efímero, porque pueda desaparecer de un momento a otro.
Eli asiente, como si comprendiera lo que estoy revelando. Algo entiende,
porque es terapeuta.
—Estás en tu momento, Becca —me dice mi amiga—. Y da miedo. Pero,
en realidad, todo asusta. Porque en esta vida, de lo único de lo que puedes
estar seguro es de que no tienes nada por seguro. Y el miedo a perderlo todo
o a causar dolor indirecto a las personas que queremos siempre va a estar. Y
es humano sentirlo. Y más tú, después de todo el estrés vivido. Pero como
siempre has dicho: lo valiente es hacerlo, a pesar del miedo.
—Becca —Faina posa su mano sobre la mía y me mira muy seriamente
—. Tú nos equilibras. Me has equilibrado a mí, a Genio, a todos los que
necesitan tu ayuda… pero te mereces sentirte así. Estás en tu derecho. Yo
solo te puedo decir que todo saldrá bien, y que no tienes que temer por
nada. Toda esta ansiedad que sientes… desaparecerá.
Resoplo y me rio un poco de ellas.
—Seríais buenas terapeutas.
—Todas hemos aprendido de la mejor —confirma mi hermana dándome
golpecitos cariñosos en la rodilla—. Ahora relajémonos y disfrutemos del
maravilloso placer de no hacer nada.
Cuando Axel llega hasta nosotras, el brillo del sol delinea su increíble
cuerpo esculpido por Satanás y su séquito para que las humanas pierdan la
cabeza. Lleva un bañador rojo tipo pantalón de los que quedan ajustados.
Me humedezco los labios y sonrió como una mujer salida. Pero puedo estar
un poco salida, que no lo niego, sin embargo, estoy más enamorada.
—Señoritas —nos saluda con una media sonrisa—. ¿Cuántos de esos os
tenéis que beber —señala a nuestras copas— para subiros al churro?
—¿A qué churro, guapo? —pregunta Faina mirándolo de arriba abajo.
—Te lo he puesto a huevos —le replica Axel entrando en el juego de la
tinerfeña—. No os apalanquéis, que en media hora nos subimos.
Axel se sienta en mi hamaca, me roba mi mojito y bebe de él dándole su
aprobación.
Estoy convencida de que quiere asegurarse de que no hay nada raro en la
bebida.
—¿Está todo correcto, guardaespaldas? —bromeo.
—Correctísimo —dice él tumbándose a mi lado y devolviéndome el
mojito.
Axel me pasa un brazo por debajo del cuello y nos quedamos los dos
abrazados en la tumbona.
Y pienso que, no es nada difícil acostumbrarme a esto, a él, a sus
cuidados… y a todos esos besos que nos debemos.
Capítulo 4

Mi plan para estas vacaciones es reírme mucho y hacer muchas cosas que
nos distraigan, claro, pero, de buenas a primeras, subir los seis a un
remolque inflable con asientos de espuma y remolcados por una lancha, tal
vez sea mear demasiado alto.
—Pensaba que íbamos a ir en motos de agua —le digo a Axel que se
sienta a mi lado en el remolque.
Él parece un niño con un juguete nuevo. Está emocionado.
—Queríamos alquilar tres motos, pero ahora las tienen otros clientes, y
solo les quedan dos disponibles — me explica—. En dos motos no podemos
ir los seis. Jackson y James nos han ofrecido…
—¿Quiénes son Jackson y James?
—Tienen nombre de bufete de abogados —Eli está intentando supervisar
las sujeciones de las que disponemos en la atracción, que son como
sujetamanos típicos de los coches—. Oye, aquí hay poco a lo que
agarrarse…
—No seas cagona —dice mi hermana. Carla siempre ha sido muy
atrevida para todo. Porque como es abogada sabe que, si le pasa algo, los
otros pagan—. ¿Vas a gritar, Eli?
—Como una loca —contesta mi mejor amiga.
—Jackson y James son los chicos que conducen la lancha —me contesta
Axel—. Nos han dicho que es una atracción que están probando desde hace
unos días, y que va a ser inolvidable para nosotros. Que el truco está en
agarrarse a lo que uno pueda.
—Bueno, no creo que sea para tanto —digo incrédula—. No pueden
poner en riesgo la salud de los clientes. Será como el típico churro de las
playas de la Costa Brava o de Benidorm. Unas risitas y ya está —Estoy
hasta emocionada.
—Sí, sí… seguro —murmura Axel.
—Bueno, tú, por si acaso, me agarras bien.
Axel me rodea la cintura con un brazo, me da un beso y me dice:
—Yo te agarro cuando quieras, Minimoy pelirrojo.
—Ay, Genio —oigo que susurra Faina con muchas expectativas— que
nos van a hacer un tour en esta cosa, como los barquitos de turistas de
Tenerife.
Sin embargo, si de alguien me tengo que fiar es de Genio. Porque no está
muy feliz. Tiene los nudillos rojos por la fuerza a la que se agarra a las
sujeciones, y no deja de tragar saliva compulsivamente.
—Yo solo os digo una cosa —dice alzando la voz—. Me he operado la
cara. Como esto me desabotone las orejas, vamos listos.
—¿Y por qué iba a pasarte nada, amor? —Faina no entiende su miedo—.
Nada nos va a pasar aquí. Esto es solo un paseíto. Como en la Gua Gua.
Yo frunzo el ceño. ¿Sabéis esa sensación de que algo no te convence del
todo, pero no sabes por qué? Pues así estoy yo. Como cuando intuí que mi
abuela tenía dentadura postiza y lo confirmé el día de Noche Buena cuando
al cantar un villancico, los dientes fueran a parar al turrón de piedra. Luego
aquello parecía Excalibur. Solo el Rey Arturo podía desincrustarla de ahí.
—¡Bros! —exclama no sé si Jackson o James. Parecen gemelos. Tienen
trencitas en el pelo y de lejos no les veo bien la cara—. Alzad el pulgar si
estáis preparados — nos piden.
Los seis nos colocamos lo mejor que podemos. Estamos listos. O eso
creo.
—¡Arranca! —les ordena Axel.
Y de repente… aquello da un arreón que nos deja tiritando y con la cara
como salida de un lifting.
Es inesperado, frenético y temo por mi vida. Sí, lo digo.
Jackson y James se ríen y alzan el pulgar como si todo estuviera bien y
aquella fuerza y velocidad fueran normales.
Pero mis cojones, hablando mal.
Axel parece que se está aguantando la risa, y me tiene bien sujeta y
anclada, aunque sus piernas y las mías estén jugando al Twister.
Y a más velocidad, ese remolque inflable se convierte en el Infierno.
Y se suceden los acontecimientos a cual más histriónico que el otro.
Faina solo hace que gritar.
—¡Así no se puede ver nada! ¡Nos vamos a dar un talegaso,
maricóóóóón!
A mi hermana se le están saliendo las tetas del bikini y muerta de la risa,
le está gritando a Eli que haga el favor de ponérselas en su sitio.
Genio mira hacia sus tetas, se pone rojo como un tomate y exclama:
—¡Por Dios! —justo en ese instante la boca se le llena de agua y empieza
a ahogarse.
Faina bota sobre el remolque y rueda como una croqueta por encima de
nosotros, y es como un rodillo de amasar pizza. Yo creo que va a salir
volando.
—¡Que me mato! —me grita a la cara. Pero si se cree que la veo, lo tiene
claro. Mi pelo está en mi cara y creo que tengo unos centímetros en la
garganta como si fuera un alga —. ¡Me mato, hijo de puta el Jackson! —su
cuerpo vuelve a rodar, y acaba con el bikini medio bajado y el culo
descubierto encima de la cara de Genio, que a esas alturas, entre que ha
tragado agua, y le escuecen los ojos, se está muriendo por falta de oxígeno
—. ¡Que son becarios!
—¡Que Genio se muere, Axel! —le grito a mi guardaespaldas que no
para de reírse, pero está a la expectativa vigilando que yo no salga
disparada y me vaya al espacio exterior.
Eli intenta ponerle los pechos dentro de la parte superior del bikini a mi
hermana, y eso da un derrape, gira de dirección, y la abogada acaba sentada
encima de nosotros, y mi hermana como Mama Chicho. Yo empiezo a
reírme de los nervios. ¿Cuándo una atracción de agua se ha convertido en
un atentado contra nuestra vida?
—¡Que se me ve el chocho! —grita ordinariamente, presa de la
estupefacción. Faina está abandonada a su destino, deslizándose de un lado
al otro.
—¡Vamos a morir! —grita Eli intentando sujetarse a todo lo que pilla
como puede.
Carla se empieza a deslizar hacia abajo y Eli la agarra con las piernas y la
salva de salir disparada.
Genio intenta cubrir la medio desnudez de Faina como le es
humanamente posible, con una mano, pero como no ve, pone la mano sobre
la teta de Carla.
—¡Genio, esa es mi teta! —le grita Carla dándole un manotazo—. ¡Eli,
no se te ocurra soltarme! —le suplica.
—¡Qué bajbaguidá! —digo yo, ahogándome con mis propios rizos,
haciéndome cruces de todo lo que está pasando.
Y entonces Faina vuelve a pasar como un rodillo por encima nuestro, y
entre todos intentamos agarrarla como podemos. Genio se recupera de su
asfixia y la sujeta por el collar de calambres. Faina está que se muere de la
risa, pero también del susto, y entonces sucede: en ese momento de máxima
tensión, a mi amiga le da un Fujitsu.
El collar electrocuta a Genio y también a Faina, y el de Cangas pierde la
fuerza en su única sujeción, y ambos, en un nuevo giro, salen disparados,
como sale una pelota de un estadio en un Home Run.
Axel hace señales para que detengan la lancha y recoger a los caídos,
pero esos dos no miran. Jackson y James van a lo suyo.
En una nueva sacudida, Carla y Eli salen disparadas por el lateral del
remolque y pasan por encima de nosotros.
Axel me agarra bien y me dice al oído:
—¡Quedamos solo tú y yo, Minimoy! ¡Solo puede quedar uno!
—¡Axel, esto es peor que el Shambala de Port Aventura!
—¡Agárrate que viene un nuevo derrape!
Lo intentamos. Intentamos por todos los medios permanecer en el
remolque y ser los Reyes del Trono. Pero entre risas, estrés y nervios, no sé
cómo ni por qué, acabamos volando igual que el resto de nuestros amigos.
Y cuando caemos al agua, me doy un planchazo con toda la cara. No nos
han puesto chalecos porque los seis sabemos nadar, pero esta experiencia
está lejos de ser un plácido paseo en churro.
Por Dios, ha sido una locura.
Capítulo 5

Hemos acabado en la enfermería. Lo sé, es ridículo. Pero es que ha sido así.


Y ahora, gracias a Dios, cada uno estamos reposando en nuestras casitas
playeras.
El diagnóstico ha sido el siguiente: Faina tiene un esguince cervical, y a
Genio se le han hinchado los labios del golpe que se ha dado contra el agua.
Carla y Eli tienen cada una el lado derecho del muslo con un hematoma
importante por el impacto.
Y a mí se me han hinchado los ojos, porque he aterrizado con la cara.
El único que está bien es Axel, porque claro, él está hecho de esa
sustancia con la que se hace a los superhéroes y a los Madelman.
Pero lo tengo aquí a mi lado, no sin antes haber tenido una charla con los
del remolque sobre velocidad. Además, ha hablado con el director del hotel
para ponerle en advertencia y amenazarle con una reclamación por lesiones.
Esto es inaudito.
Sé que James y Jackson no lo han hecho a propósito, pero era la primera
vez que probaban el remolque con la lancha y tendrían que haber calculado
mejor la velocidad y las consecuencias de un impacto a esa potencia.
Salimos disparados todos como muñecos de trapo.
Pero una vez se nos ha pasado el susto, ahora me lo tomo con filosofía y
pienso: al menos estamos vivos.
Conozco a mi novio y sé que está peleando contra las ganas de reírse.
Porque Axel es muy serio y borde si le caes mal, como yo le caía al
principio. Pero luego es un guasón. Por eso sé que está pensando en la
experiencia y en cómo un remolque inflable ha jugado con nosotros hasta el
punto de convertirse en una catapulta de humanos.
Me estoy poniendo el vendaje frío que me ha facilitado la enfermera del
hotel en los ojos para descongestionarlos.
Soy un cuadro. Podría haber cerrado los ojos al caer al agua, pero no. Yo
ahí con los ojos abiertos como un muñeco Bebé Llorón.
Axel se sienta en la cama mi lado y me alza la barbilla con dos de sus
dedos.
—¿Cómo estás, loquera? ¿Te duele?
—Un poco —admito—. ¿Los tengo muy hinchados? Los noto como si
tuviera los ojos de un bulldog.
Axel me da un beso y dice que no con la cabeza.
—Solo están rojos. Pero ya has oído lo que te ha dicho la enfermera.
Mañana ya estarás bien. Faina tendrá que llevar el collarín un par de días, y
lo de Eli y tu hermana se irá con el tiempo. No ha sido nada, al final —
reconoce—. No sabía que iban a conducir como Vin Diesel en A todo gas.
Me echo a reír y me muerdo el labio inferior con incredulidad.
—Ha sido el puto infierno. Por un momento creí que nos matábamos.
Axel se ríe y se encoge de hombros.
—Bueno, ya sabemos lo que no tenemos que hacer aquí. Nada de
remolques hinchables —sus ojos verdes chispean y me miran con ternura.
—Nada de remolques.
Me tumbo en la cama y él me mira de arriba abajo. Me lloran los ojos,
pero le veo bien.
—¿Qué estás haciendo, bribón?
—Chequeo que todo tu cuerpo esté en perfecto estado —se tumba a mi
lado y se apoya en un codo sin dejar de mirarme—. ¿Sabes qué?
—¿Qué? —alzo mi mano y acuno su mejilla rasposa.
—He estado pensando mucho estas semanas en las que he estado
viajando…
Los dedos de su mano se deslizan por mi garganta, mi clavícula y el
canalillo de mis pechos…
—¿Ah, sí? ¿Y qué has pensado?
—En nosotros…
—Igual no lo notas, porque tengo los ojos como bolas de billar, pero te
estoy mirando con suspicacia.
A él se le eleva la comisura de los labios, pero continúa concentrado en el
sendero de sus dedos, que ahora juegan pasando por encima de mi ombligo
hasta que toda su mano abierta reposa sobre mi vientre.
—¿En nosotros en qué, Axel? —insisto. Cuando se pone así de contrito y
pensativo me pone un poco nerviosa.
—No sé —se encoge de hombros—. En nuestra situación.
—¿Qué quieres decir con…?
Rata inmunda Animal rastrero Escoria de la vida Adefesiooooo mal
hecho…
Mierda.
Los dos miramos mi móvil, y sabemos perfectamente de quién se trata y
a quién le he adjudicado ese tono de llamada.
Es Fede. El Súper. Hermano de Axel. Y Lucifer a tiempo completo. Sabe
que estamos de vacaciones y que no queremos que nos molesten. Pero,
precisamente, como se cuida mucho de obedecernos de un tiempo hasta
aquí, la llamada es inquietante y nos sorprende.
—¿Qué hago? ¿Se lo cojo? —le pregunto a Axel.
Él se deja caer en la cama, tan largo y con tanto músculo como tiene y
parece un ángel caído. Fija su mirada verde en el techo de la habitación y
dice dejando ir una larga exhalación:
—Cógeselo. A ver qué quiere.
—Está bien —murmuro. Se lo iba a coger igualmente. Pienso que, si me
llaman en mis vacaciones, es para alguna urgencia, o porque ha pasado
algo, aunque después cuando descuelgo, no suele ser nada importante.
—¿Hola? —saludo a Fede.
—Becca Ferrer —dice aliviado—. Menos mal que me coges el teléfono.
Percibo un tono muy angustiado en su voz.
—¿Por qué llamas? Sabes que estoy de vacaciones.
¿Es que ha pasado algo?
—Llamo porque eres mi cuñada. Y eres la que mejor me cae.
—No cuela. Soy tu única cuñada —resoplo mirando a Axel—. ¿Qué
pasa, Fede?
Él se queda en silencio unos segundos, hasta que, de repente, lo vomita
todo con una ansiedad que yo desconocía en él, hasta este preciso momento.
—Sé que me pedisteis que no os molestara y que queríais estar alejados
del mundanal ruido. Pero, créeme, no te molestaría si esto no fuera algo
muy serio.
—Me estás asustando. ¿Estás bien? ¿Estás enfermo?
—Estoy bien, pero a punto de sufrir un ataque al corazón y con crisis de
ansiedad, Becca. Y me tienes que ayudar.
—¿Qué pasa? —digo preocupada.
—Pasa que estoy muy jodido como productor. Que el proyecto que tenía
que lanzar en dos meses para contrarrestar el programa de mayor audiencia
de nuestra cadena enemiga, se acaba de ir al garete y que teníamos dos
semanas de plazo por delante para grabar toda la temporada, y resulta que
no podemos hacerlo porque medio equipo ha sufrido un accidente cuando
iban al set de grabación.
Axel me pide que ponga el manos libres. Yo lo hago, coloco el vendaje
frío de nuevo sobre mis ojos y me concentro en lo que me está contando.
—Vaya… lo siento mucho, Fede. ¿Qué necesitas de mí? ¿Terapia
telefónica?
—No, Becca. No quiero terapia telefónica —contesta apremiante—.
Necesito una jodida heroína ahora mismo. Te necesito para que me salves
de esta y estaré en deuda contigo toda la vida. Ya lo estoy, por haberme
ayudado a medio recuperar a ese novio tuyo belga y arisco que tengo como
hermano y que, seguro que está ahí, como el vigilante psicópata que es,
escuchando toda la conversación.
—Te conoce —le digo a Axel bromeando.
—¿Qué quieres, Fede? —pregunta Axel en voz alta.
—Pues nunca pensé que diría esto. Pero os necesito para que me salvéis
el culo directamente. Así os lo digo, sin paños calientes.
—No sé cómo podemos ayudarte.
—He perdido a medio equipo antes de empezar a grabar La Isla del
pecado. Queríamos que compitiera con La isla de las Tentaciones, íbamos a
estar en Prime Time y os juro que íbamos a reventarlo. Pero ayer hubo un
huracán terrible que golpeó de lleno a parte del equipo y a los participantes
del programa.
—Un momento, Fede… —digo. Estoy empezando a sentir un martilleo
en las sienes—. Es que sigo sin entender para qué me llamas.
—Tengo de baja a tres participantes, al editor y al cámara jefe, a la
presentadora y a la terapeuta. Hemos pagado mucho dinero por esto, y hay
mucho en juego. Mi reputación, sobre todo. Tengo pactado este lanzamiento
con la cadena y hay varios países pendientes de los derechos audiovisuales.
Me juego el cuello. Y no puedo permitirme el lujo de detener el proyecto.
Esto tiene que salir sí o sí en las fechas pactadas. Me dijiste que Smart os
pagó un viaje a Punta Cana. Estamos rodando en la Isla de Samaná, que
está, casualmente, en Punta Cana. Os pago lo que me pidáis, os firmo el
contrato que necesitéis, Becca —me suplica realmente desesperado—, y le
doy a mi hermano lo que le pertoca de herencia de papá, aunque él no la
quiera, a cambio de que tú, Axel, y los que van con vosotros, que sé que
Faina y Genio están ahí y nos servirían también como pareja mediática,
porque ya son conocidos del Diván, vayáis a suplir las bajas y os hagáis
cargo del formato del programa.
—¿Qué? —digo sin dar crédito. ¿Qué está diciendo este hombre? ¿Le ha
dado un aire?
—Que te necesito en Samaná. Os necesito en Samaná —reconoce por
primera vez en un tono humilde que me suena completamente desconocido
en él—. Para que arregléis el desastre en el que se ha convertido mi
proyecto y me ayudéis a salvarlo. Os necesito en el programa. Os suplico
que me echéis un cable porque no tengo a nadie a quien pueda recurrir.
Absolutamente a nadie en tan poco tiempo.
Axel se queda sentado en el colchón y mira al frente muy serio. Sé que
no quiere nada de su padre, pero también sé que Fede le ha estado ayudando
mucho en todo lo que es la comprensión de los derechos audiovisuales del
Diván, y con todo lo del Chantilly… Y bueno, de algún modo, sé que no
puede estar enfadado con Fede porque, gracias a él, él y yo estamos juntos.
Pero no sé qué está valorando esa cabecita pasional, pero a veces fría y
metódica como la de un sicario.
A mí me sudan las manos. Me he quedado bloqueada. Es lo último que
me hubiera esperado de Fede.
—Por favor… —repite Fede—. Sé que es precipitado, que es una locura,
pero no tengo ninguna duda de que Becca Ferrer se hará con el formato en
una hora. Y que no estarás sola. Estarás acompañada de tus amigos, y
también de Axel.
—Yo no voy a obligar a nadie a que haga nada — replico.
—Pero ayúdame a convencerlos. Te juro que el cheque que os voy a dar
os va a alegrar la vida.
—No todo es el dinero, Fede.
—No, pero ayuda a que todo sea mejor.
—Pero ¿qué quieres que haga? ¿Que haga de Sandra Barneda? ¡Nadie
puede hacer de Sandra Barneda!
—Es un reality sobre parejas, y sobre infidelidades, deseos y tentaciones.
Es el competidor de la Isla, joder — dice frustrado— el formato es igual,
aunque con matices. Tú eres empática y sabrás conectar con la
desesperación y los miedos y las inseguridades de todos.
—Fede… —digo medio murmurando—. Estoy especializada en Toc,
Tags y otros derivados… no soy terapeuta de pareja.
—Coño, ni Mónica ni Sandra lo son y están ahí. Te necesito como
presentadora. Eres un rostro conocido, la gente te adora, eres famosa y no
conozco a nadie mejor que tú para que sepa sobrellevar esto en tan poco
tiempo y que no se vuelva loca en el intento.
—Fede, siempre estás tocando los huevos —dice Axel.
—Sí, no te voy a replicar —asume Fede—. Sí a todo.
Pero ayudadme. Somos familia. Un poco desestructurada, sí —rectifica
—, pero familia, al fin y al cabo. Axel, no tengo a nadie más. Somos solo tú
y yo. Y Becca. Échame una mano. Invertid estas dos semanas en mí y os
daré pasta suficiente como para que os toméis años de vacaciones si os
apetece. A vosotros y a vuestros amigos.
Lo más tentador de la oferta es saber que, si accedo y los demás ven bien
la aventura, se alegrarán mucho por cobrar lo que van a cobrar. Pero salir en
televisión, en un reality , solo para salvar el pellejo a Fede, también puede
tener consecuencias para todos.
Yo estoy lidiando con la popularidad. Una popularidad que no pedí, y no
sé si me llevo bien con ella.
—A mí no me digas nada —dice Axel—. Todo pasa por las manos de
Becca. Ella tiene la última palabra. Si ella quiere ayudarte, yo estoy dentro.
Pero es ella quien tiene que verlo bien.
—¿Lo harías, Axel? —le pregunto sorprendida.
—Yo voy contigo donde me necesites, nena. Ya deberías saberlo.
Axel me acaba de contestar a una de mis dudas. No estaba segura de si él
iba a querer estar ahí o no. Pero me acaba de afirmar que sí, que me
acompaña donde sea, y es tan bonito oírle hablar con esa sinceridad que,
cuando cuelgue, posiblemente, lo desnude.
Pero antes de eso… ¿Y yo? ¿Yo qué quiero hacer realmente? Está en mi
código, que cuando alguien me pide ayuda y está en mi mano ayudarle,
pues siento la necesidad de darle eso que me pide. Y me siento mejor
cuando lo hago, pero eso no quiere decir que deba ayudar a todo el mundo.
El problema es que Fede no es todo el mundo, es familia ahora. Y sé las
dificultades por las que han pasado él y Axel, y creo que es bueno poder
echarle una mano. Y también es bueno para mí sentirme bien trabajando y
sin ansiedad porque alguien pueda ir tras mis pasos. Un reality sobre la isla
no tiene nada que ver con el Diván, pero sí sobre el amor y sobre el miedo a
perder ese amor o a traicionarlo. Y yo, como terapeuta especializada que
soy, debo aprender a trabajar con cualquier ansiedad humana, y afrontarla
en cualquier situación como lo que es: miedo. Porque en las relaciones
sentimentales también hay fobias e inseguridades.
—Antes de responderte, déjame hablarlo con el grupo —respondo a
Fede. Mis palabras no sorprenden a Axel. Eso es porque sabía que no iba a
decirle que no—. Y prepárame un contrato que les pueda enseñar con lo
que les vas a pagar por estar dos semanas ahí. Estos programas suelen
cambiar la vida a sus participantes, y no sé qué rol van a tener que tomar,
pero es justo que les diga lo que me has dicho y que valoren si son capaces
o no de exponerse así. Ellos tendrán la última palabra.
—¿Cuándo tendré una respuesta?
—Esta noche —contesto mirando a Axel.
—Está bien, ahora te mando lo que me pides, Becca. Ojalá me digas que
sí. Puede que no me lo merezca. Pero me harás muy feliz. Me haréis muy
feliz los dos —dice en voz más alta para que lo oiga Axel.
Axel se levanta de la cama y se dirige a la ventana para mirar al exterior,
a la zona privada de la casa.
—En cuanto tenga la respuesta de todos, te llamamos.
—Gracias, chicos.
Cuando cuelgo, aún no sé muy bien qué decir o hacer después de recibir
una llamada así. Pero sé, perfectamente, que no es nada de lo que esperaba
de nuestro viaje.
Pero que no sea nada de lo que esperaba no tiene por qué significar que
sea peor. En todo caso, será diferente.
Me acerco a Axel y él sin decirme nada, me pasa un brazo por encima y
me abraza con fuerza contra él.
—Haremos lo que tú digas, Minimoy. Lo que decidas, estará bien.
—Nunca había oído a Fede hablar así.
—Los tiene por corbata… —asegura también impresionado por el tono
de su hermano.
—Creo que quiero ayudarle. Pero, solo si los demás dicen que también se
apuntan a esta locura… Hemos venido aquí con ellos. No quiero dejarles
atrás.
Axel besa mi cabeza y ambos, yo todavía con el móvil caliente en la
mano por la llamada y él, seguro de que diga lo que diga, va a estar ahí, nos
quedamos abrazados y en silencio.
Porque tenemos un nuevo desafío ante nosotros, y este es totalmente
fortuito.
Casi como nuestro accidente en el remolque inflable.
Capítulo 6

Les he pedido a todos que se reúnan en nuestro apartamento. Creo que es


algo que debemos hablar, y creo que es lícito que ellos sepan de la
propuesta de Fede. Podría ser egoísta, y por miedo a que ellos sufrieran o a
sufrir yo, podría haberme callado y haber cortado de raíz la proposición de
Federico. Podría haberle dicho que no. Pero la propuesta no solo es para mí.
Hay mucho dinero en juego para todos.
Él sabe quién viene conmigo. No solo Axel, que es un excelente
camarógrafo y editor. También están en el grupo Faina que fue Trending
Topic durante muchos días por sus Fujitsus y la gente le tomó mucho
cariño. O Genio, con su carisma, y su vulnerabilidad disfrazada de humor.
Y sé, porque no tengo ninguna duda, que si Carla y Eli estuvieran en un
reality , lo petarían. Porque las Supremas somos así. Sabiendo eso, y a
riesgo de que no quiero que esto les provoque ansiedad o les haga algún
tipo de daño a la larga, debo comunicarles lo que nos han ofrecido.
Somos un pack. Yo voy si ellos van.
Nos hemos reunido en la mesa del salón. La verdad es que el Resort es
increíble y los apartamentos tienen de todo. Son amplios, muy luminosos y
huelen a paraje tropical, a relajación y a vacaciones, que es justo lo que
intuyo que ya no voy a tener y que tendré que demorar de nuevo.
Les he dejado el iPad abierto con el contrato que les ofrece Fede a cada
uno de ellos solo por estar dos semanas en el programa y jugar sus roles. Se
van a caer de la silla. Fede debe estar en un nivel de desesperación máxima.
Mis amigos lucen como tienen que lucir cuatro personas que han sido
lanzados contra el agua a una velocidad de cien kilómetros por hora.
Eli y Carla llevan los albornoces del hotel, y Faina y Genio siguen con
ropa de playa, pero Faina además lleva un collarín que acarrea con dignidad
y su sonrisa sempiterna.
Esta mujer siempre sonríe, le pase lo que le pase. Seguramente, porque la
vida ha sido muy puta con ella, y ya está de vuelta de todo. ¿Qué tiene de
importancia un pequeño esguince cervical después de todos los porrazos
que se ha dado tras sus fujitsus?
—Chicos, esto es una reunión de urgencia —les digo invitándoles a que
se sienten en la mesa.
—Pues yo tengo hambre —dice Faina—. Apiádense de mí, que soy
inválida. Si vamos a hablar de cosas serias pedimos cena al servicio.
—¿Vamos a hablar de cómo matamos a esos dos psicópatas que
conducían la lancha? —pregunta Genio cuidando de Faina en todo
momento—. Porque poco se habla del agua que he tragado. Y eso que ya
tengo el labio cosido, doy gracias a Dios.
—Jackson y James deberían estar encerrados. Son el Isis —susurra Carla
sentándose con toda la delicadeza de la que es capaz. Le duele el muslo,
pero se le pasará—. Bueno, ¿qué pasa? —exige saber.
—Bien. Sé que tenemos una semana por delante en la que vamos a estar
en Punta Cana sin hacer nada o mucho, depende de por dónde se mire —
aclaro—. Pero me acaba de llamar Fede y me ha propuesto algo. Me ha
pedido ayuda desesperadamente como nunca lo ha hecho.
Carla se cruza de brazos y Eli se sienta en el apoyabrazos de su silla.
Ambas me miran inquisitivas.
—Bueno y qué te ha pedido…
Axel y yo nos miramos con nerviosismo.
—Ayer, en los vientos huracanados, perdió a medio equipo y se
lesionaron. Perdió a la presentadora, a la terapeuta, a una pareja
participante, al cámara jefe, al editor y a un par de tentadoras…
Cuando pronuncio esa palabra, Faina se levanta de la silla con rostro
emocionado e incrédulo por la noticia.
—¿Cómo que tentadoras? ¿Me estás diciendo que está grabando La Isla
de las Tentaciones? ¡Es mi programa favorito, gorda!
Yo intento calmar a Faina.
—No es la Isla… La productora de Fede va a competir con la Isla con un
programa parecido. La Isla del Pecado. Pero han sufrido un percance muy
gordo, tienen dos semanas para grabar el programa, y les falta el personal
profesional que ahora está de baja. Por eso necesitan nuestra ayuda. Para
suplirlos.
—¿Y esto dónde es? —quiere saber Carla.
—Lo están grabando en la isla de Samaná —contesta mi guapísimo
novio.
—Aquí en Punta Cana —comprende Eli entretenida con la emoción de la
tinerfeña que no deja de dar palmas y saltitos—. ¿Y para qué nos quiere a
nosotros? — insiste Eli.
—Pues yo voy a ir de presentadora —les cuento.
—Becca Naranjo —dice Faina alzando el puño—.
¡Sí!
—Tú, Eli, vas a ir de terapeuta de parejas.
—¿Qué dices? —replica Eli.
—Va a haber una terapeuta haciendo sesión con las parejas en algunos
momentos y analizando sus reacciones —narro con naturalidad.
—¡Eli! —exclama mi hermana feliz por su pareja. Se levanta y la abraza
con fuerza—. ¿No quieres hacerlo?
Eli la observa algo insegura.
—¿Y de qué iría Carla? —me pregunta.
—De tentadora en la casa de los chicos —cuento.
—No me jodas… —susurra Eli.
—¡No me jodas! —exclama Carla con un tono completamente opuesto al
de Eli—. ¿En serio?
—¿Y nosotros? —Faina se planta delante de mí con sus ojos azules muy
abiertos y brillantes llenos de emoción.
—Genio y tú sois una de las parejas participantes.
Faina se da la vuelta, mira a Genio y lo agarra por las manos.
—G… es mi sueño. Es mi programa fetiche. Vamos.
Vamos, por favor… sabes que nunca haría nada malo y que te quiero
muchísimo. Pero vamos, amor.
Genio no sabe lo que hacer. Sé que siente algo de zozobra por mezclarse
con tíos que, seguramente, no estén nada mal. Y seguro que no le gusta la
idea de que Faina esté rodeada de buenorros salidos. Pero sé, por el modo
en que la mira, qué haría lo que fuera por ella. Y sé que va a decir que sí,
porque eso la hace feliz.
Sin embargo, Eli y Carla son harina de otro costal.
Mi mejor amiga no las tiene todas consigo.
—Creo que no estáis analizando lo que va a pasar una vez estéis en el
programa —les habla con esa voz que hipnotiza y que hace que todo el
mundo la escuche—. Se trata de que vais a tener cámaras las 24 horas del
día, y que ya no seréis anónimos.
—Nosotros ya no lo somos —aclara Faina.
—Cierto —apunta Eli—. Pero esos programas son muy estresantes y
tensan mucho la cuerda de la pareja. Pocas salen con vínculos más fuertes
que cuando entraron. Es un desafío al amor, a la confianza y a lo que de
verdad se siente… ¿lo entendéis? —sus ojos oscuros miran a todos los
presentes—. ¿Estáis dispuestos a arriesgarlo todo?
—Sí —Faina asiente sonriente—. No voy a perder a Genio. Pero nos lo
vamos a pasar muy bien.
—¿Y como terapeuta yo tengo que salir ante las cámaras? —me pregunta
—. ¿No puedo ser una voz en off? —yo hago que no con la cabeza—. Yo
ya tengo un trabajo, una consulta, no sé si este tipo de publicidad es
beneficiosa para mí o si me va a convertir en una friqui víctima de los
medios.
—Eh, rubia… —Carla la rodea con un brazo y la sienta sobre sus piernas
—. Yo no tengo ninguna duda de que tú vas a quedar increíble en televisión.
Y no eres friqui de nada.
—Carla… —musita un tanto incómoda—. ¿Y tú estás segura? ¿De
verdad quieres ir?
—A mí también me da reparo… pero, por otro lado, creo que es algo
único y especial que podemos vivir todos. Además, estoy segura que
podremos tener nuestros momentos juntos y fuera de cámara, ¿no?
Yo asiento. Está en una de las cláusulas de las condiciones del contrato.
Queremos tener nuestros momentos de compartir la experiencia fuera de
cámara, y nos veremos cuando sea necesario con nuestros propios métodos.
—Es de esas cosas en las que no veo que salgamos ganando en nada —
espeta Eli retirándose el pelo rubio de la cara.
—Y ahora es cuando os enseño esto —tomo el iPad y lo planto en frente
de los cuatro—. Fede va a tirar la casa por la ventana. Nos necesita. Y está
dispuesto a pagar esto a cada uno de nosotros.
—Hostia… —dice Carla mirando la pantalla anonadada—. Eli mira el
maldito cheque, ¡por Dios! Es mucha pasta. ¿Y solo son dos semanas?
—La grabación del programa entero —contesto.
—Con este dinero se puede empezar de nuevo donde uno quiera —
asegura Genio.
—Podrías montar otro restaurante en Madrid —sugiere Faina—. O
comprar un terreno y hacer una casa… es mucho dinero. Es… Es…
¡nosotros vamos! ¿Dónde hay que firmar?
—¿Estás segura, Faina? —le pregunta Genio.
—¿Tú confías en mí?
—Plenamente.
—Yo también en ti, cari —Faina me mira con determinación—. Vamos.
Nosotros vamos.
Sonrío y vuelco toda mi atención en Eli y en Carla.
Solo me faltan ellas.
—Es mucho dinero —sentencia Carla—. No ganaré eso en mi vida como
abogada de divorcios —alza su barbilla respingona, toma aire, me mira y
dice—: Estoy dentro.
—Pensaba que lo íbamos a hablar —replica Eli un poco decepcionada.
—Mira todos esos ceros, Eli. No hay nada que hablar —contesta—. Son
solo dos semanas, haremos el paripé y listos. Y después —la abraza—, a
disfrutar dónde y cómo queramos.
A Eli la respuesta de Carla le pone nerviosa. De todos, es la menos
predispuesta a decir que sí y eso que, laboralmente, es la que más tiene que
ganar, porque se haría famosa en nada y eso le iría muy bien a su consulta,
que ya de por sí no le va nada mal. Pero todos tenemos miedos, a ganar
mucho y también a perder. Y Eli tiene miedo de perder a mi hermana. Estoy
segura que es eso, porque lo leo entre líneas. Porque parece que, de las dos,
la que más apuesta por ellas en este momento es Eli. O esa es la sensación
que tengo.
Eso me hace pensar que sus cimientos no son sólidos. Y es normal,
porque hay demasiadas cosas nuevas en ellas, en sus vidas. Y deben tomar
muchas decisiones y, por ahora, de las dos, veo más comprometida a una
que a otra. Y eso me preocupa.
—¿Eli?
Ella se despega un poco de mi hermana, exhala y mueve la cabeza
afirmativamente.
—Está bien. Son solo dos semanas, ¿no? Grabamos y nos vamos.
—Sí. Pero debéis asumir que tras el paso por este programa exprés que
debemos grabar, cabe la posibilidad de que vuestras vidas cambien. Seríais
caras conocidas.
¿Estáis preparados?
—Nadie está preparado para eso —arguye Axel—. Pero siempre podéis
tomar la decisión de, una vez acabado esto, permanecer alejados de los
focos y seguir con vuestra vida recuperando la normalidad poco a poco.
Como hizo él, pienso. Que se mantiene en el anonimato, con su identidad
oculta como hijo de Alejandro Montes y expareja de Tori Santana. No sé
cómo reaccionaría Axel si en algún momento, la protección que le da la
invisibilidad, se viera alterada y toda su tapadera volara por los aires. Y no
quiero descubrirlo tampoco.
—Carla, ¿tú quieres? —le pregunta Eli cerciorándose de qué es lo que
realmente quiere hacer su novia.
—Claro que sí —dice ella—. Quiero verte en acción, en pantalla —
entrelaza los dedos de su mano con los de ella—. Va a ser divertido.
Además, no vamos como pareja. Solo vamos a divertirnos y a dar juego,
¿no? Te prometo que voy a hacer que los concursantes masculinos tengan
que ir mucho a hablar contigo —bromeo.
—Sí, morena, lo que tú digas —espeta Faina provocándola—. Pero a mi
Genio no lo huelas.
—Los amigos están prohibidos —Carla alza la mano como si ofreciera
una vehemente promesa— juguemos, Eli —le pide—. Y en dos semanas,
volveremos a casa con mucho más dinero del que imaginábamos tener y
podremos hacer lo que queramos —le pone ojitos de cordero degollado.
Eli sonríe tiernamente, y cede por completo a la súplica de mi hermana.
Es que está loquísima por ella.
—Está bien. Yo también estoy dentro —Eli es la última en aceptar la
oferta—. Seguro que pasan los días muy rápidamente.
Yo exhalo y los miro a todos con mucho agradecimiento. Quiero ayudar a
Fede, y sé que Axel en el fondo también.
—Bien. Tengo que avisar a Fede de vuestra decisión —les explico—.
Debéis firmar el contrato. Hay uno para cada uno en el iPad. Y supongo que
no habéis deshecho las maletas. Pero conociendo a Fede, querrá que
salgamos de aquí mañana mismo. Así que, en cuanto firméis, se lo enviaré
y esperaré sus directrices.
No voy a mentir.
Me inquieta exponer a mi familia así, y no me gustaría que un reality de
este tipo desembocara en algo fatal. Pero, por otro lado, la vida de por sí es
un reality , y esta vez, en un juego televisado, pasará lo que tenga que pasar.
Preparado o no, forzado o no… hay parejas muy reales en todo este
tinglado, y van a tener que batallar con cosas que desconocen de sí mismos.
Uno nunca sabe cómo va a responder o cómo va a actuar bajo presión.
Capítulo 7

Horas después
El pequeño accidente acuático ha sido un trauma, pero el shock de la oferta
de Fede y la aventura de ir a la Isla del Pecado ha sido mayor, fortuito e
igualmente impresionante.
Hoy tenemos mucho que celebrar. Y también mucho por lo que temer,
aunque nadie quiera pensar en eso o ni siquiera lo intuya.
No es mi primer programa, ya lo sabéis. Mi voz salía en Gran Hermano
como psicóloga de los concursantes, me desvirgué con mi propio reality en
el Diván, y ahora, voy a presentar algo que sé que va a reventar todos los
índices de audiencia, como hace su máxima competidora: La Isla de las
Tentaciones.
Después de mi secuestro en Estados Unidos, será un bombazo grabar esto
para que se emita unos meses más adelante. Nadie me espera tan pronto en
una cadena y menos con un reality así. No obstante, Smart nunca me
prohibió poder hacer otras cosas para televisión fuera de Estados Unidos.
El ambiente en la cena del Resort es muy distraído.
La verdad es que están todos de celebración, como si les hubiese tocado
la lotería. Y puede que así sea. Es mucho dinero por encerrarse dos
semanas, separados de sus parejas, y jugando a todo lo que se proponga en
el concurso con los tentadores y tentadoras. El precio será caro o barato
dependiendo de cómo se superen esas dos semanas y eso es algo que ya
creen superado todos. Y no va a ser fácil. Nada lo es. Nos creemos que
tenemos el amor asegurado, que las personas son nuestras y las damos por
sentadas muchas veces, cuando en realidad, pueden hacer que te vayas a
Sevilla y que seas tú quien pierdas tu silla. Es una analogía extraña, pero así
es.
La cena Gourmet nos ha congregado en el restaurante principal. En El
Patio, especializado en comida mejicana. Es que a todos nos va lo latino, la
verdad, y dado que la noche tiene este aire de fiesta, aquí es donde mejor
vamos a comer y a beber. El agua de las piscinas que rodea el restaurante
tiene ese brillo nítido y azulado que provocan los leds sumergibles. La
noche está llena de estrellas, y la música de Thalía de Amor a la mexicana,
está sonando en estos momentos, mientras brindamos con nuestros mojitos
de frambuesa. Menos Axel y Genio que beben cerveza.
Me sigue llamando la atención cómo los hombres miran a Eli y a Carla,
ajenos o no a que sean pareja. Con qué descaro, vayan o no acompañados
de sus mujeres… A mí no me miran, porque Axel, con su presencia, lo haga
a propósoito o no, les espanta. Pero a ellas… a veces es embarazoso.
Sé que mi hermana y mi mejor amiga son conscientes de ello, y que a
veces les molesta y a veces no. Y esta noche, vestidas con esos vestidos tan
cortitos, aunque presientan esos repasos y perciban los escaneos, hacen
como que no existe nadie más en el mundo que no sean ellas mismas.
Hemos comido de todo: fajitas, enchiladas, burritos, frijoles, nachos,
tequeños… De todo y todo delicioso. Y los postres han sido puro pecado.
Axel sigue robándome comida, y a mí me cabrea. Pero, estoy trabajando en
ello, y creo que se lo permito solo a él.
Y ahora, bajo el influjo de la música, Genio y Faina, que sigue con el
collarín —con los dos, el ortopédico y el de las descargas— bailan otra de
Thalía. Desde esa noche. Me pasa que cada vez que pienso en Thalía, me
viene a la cabeza el … «Me sienteeeen, me escuchaaaannn». Y no se me va.
Carla y Eli también están bailando, y Axel, que es un excelente bailarín,
se ha levantado de la silla y de un tirón ha hecho que pegue mi cuerpo al
suyo. Y así, también nos movemos al ritmo de esa canción… Que nos
recuerda a la noche en la que bailamos por primera vez, con Mágico de
fondo. Creo que Axel siempre me gustó, pero me enamoré de él y caí como
una mosca esa noche, cuando bailó primero con Faina para darle una
lección al ex prepotente de mi amiga. Y después, bailó conmigo.
Y creo que, desde entonces, ambos seguimos bailando, encerrados en ese
instante que ya es eterno.
Sus ojos verdes, sus pestañas tupidas, largas y negras, sus perfectas cejas
arqueadas… Y luego cómo se mueve. Es una combinación perfecta que
hace que segregue oxitocina. Y me hace estúpidamente feliz.
—Sé que estás nerviosa, Minimoy —me dice al oído, pasando sus manos
por mis caderas hasta posarlas en la parte baja de mi espalda, casi en el
nacimientodeltrasero—. Y sé que estás preocupada por ellos.
A veces, me asusta lo mucho que me conoce.
—Conmigo no tienes que hacer que puedes controlarlo todo, por muy
capaz que seas.
—No hago eso. Solo estoy a la expectativa. Esto ha sido muy rápido —
reconozco, dejando que él pose su barbilla en mi sien. Es tan tierno…—.
Hemos tenido que tomar una decisión por Fede, y acabamos de interrumpir
nuestras vacaciones porque…
—Porque van a cobrar mucha pasta —resume Axel.
—¿A cambio de qué? —me pregunto—. El dinero ayuda, pero el dinero
sin estabilidad es una mierda. Y no quiero que, por ayudarme y por
participar conmigo en la Isla del Pecado, ellos…
—No hagas eso —me reprende Axel.
—¿El qué?
—No cargues con el peso de la responsabilidad de las decisiones de los
demás. Son todos adultos. Todos. Yo también voy —me recuerda—. Pase lo
que pase, salga como salga esta aventura, todos deben asumir las
consecuencias. No es un reality fácil, aunque ellos se lo tomen a cachondeo.
—Ya sé que no. Por eso me preocupa…
—Mira —me besa la sien y después roza sus labios contra mi mejilla.
Tiene esa extraña facilidad de calentarme y sosegarme con su tacto y el tono
de su voz—, son adultos. Todos lo somos. Y vamos a asumir lo que tenga
que pasar ahí. Será una experiencia que nos hará crecer a todos.
—Sí, o hacer volar las relaciones en pedazos —contesto contrariada—.
Les pasó a parejas que parecían muy sólidas.
—Esa es la clave, pequeña loquera sexi —musita mordiéndome el lóbulo
de la oreja—. No es lo mismo ser sólido que parecer sólido. Y no es lo
mismo decir de esta agua no beberé, que estar sediento frente a esa agua y
mantener la misma convicción.
—¿Qué quieres decir?
—Que hay que probarse. Hay que ver cómo de sólida es una relación y
cómo de sinceros somos todos con las personas que queremos y de las que
decimos que estamos enamorados. Hay que ponerse frente al toro.
—Axel… —con el mordisquito se me ha erizado toda la piel, a la que le
ha dado bastante el sol—. No me hagas esto… Ya sabes que…
—¿El qué? ¿Esto? —esta vez, desciende los labios por el lateral de mi
cuello y clava suavemente sus blancos dientes en mi carne. Y es como una
pequeña explosión en mi interior.
Yo retiro el rostro y lo miro con mis ojos azules muy encendidos. Ya está.
Ya tengo el motor en marcha y a ver ahora quién me para.
Axel se ríe al verme así. Sabe qué tecla ha presionado, y a mí me vuelve
loca cuando actúa como un pirata.
Alzo una de mis cejas rojas y le digo:
—Sácame de aquí.
Él ni siquiera se despide de los demás. Hacemos un ghosting . Me agarra
de la mano, tira de mí, y nos dirigimos a la velocidad de Flash, a nuestro
precioso apartamento. Por el camino, visitamos los rincones de una
palmera, un macetero, y también una sombrilla de paja oscura.
No sé ni cómo hemos llegado a la habitación. Pero aquí estamos.
Y nos sobra la ropa.
Capítulo 8

Axel me lleva hasta la habitación. Y digo que me lleva porque yo no veo


nada, y camino de espaldas como los cangrejos.
Y una vez ahí, nuestras manos mapean el cuerpo del uno y del otro y
tocan donde tienen que tocar para hacernos arder.
Axel me agarra del trasero, me sube la falda corta que llevo y pone sus
manazas en mis nalgas.
El amor y el sexo pueden ser muy carnales, muy viscerales y muy
emocionales, todo al mismo tiempo, como una buena cápsula de vitaminas.
Y eso somos él y yo. Un cóctel.
Axel me besa como si quisiera absorberme, y yo me dejo, permito que su
lengua baile un tango con la mía, mientras mis manos se van a su bragueta.
Y pienso que tenemos que aprovechar. Tenemos que aprovechar porque,
no vamos a estar de vacaciones, sino que volvemos al ruedo, a trabajar codo
con codo, y el tiempo que necesitaba y quería a su lado para disfrutarlo,
Fede nos lo ha arrebatado en una llamada.
—Axel…
—Becca… Déjame que te baje las bragas.
Estamos ansiosos el uno del otro. Nos miramos con ganas y nos besamos
con ansia. Él me quita las braguitas, pero yo consigo desabrocharle el
pantalón y bajarle los calzoncillos.
Y antes de que él me haga nada, le doy la vuelta, hago que se siente en la
cama y me arrodillo entre sus piernas abiertas. Sujeto sus pantalones por los
muslos y se los quito junto a los calzoncillos negros.
Ya sabe lo que va a pasar y lo que voy a hacerle. Y a mí me encanta darle
ese placer. Me gusta hacérselo, porque adoro ver cómo disfruta y el gusto
que le provoca mi boca.
Axel se quita la camiseta de manga corta de color blanco nuclear, la tira
al suelo y muestra su alucinante torso. Está sudando. Ambos tenemos calor.
Entonces, retira mis rizos de mi cara y sujeta mi pelo con una mano, con
amabilidad.
—Me tienes loco, Becca —susurra.
Yo sonrío, me humedezco los labios y sujeto con una mano el pene erecto
y orgulloso que hay ante mí. Me gusta su tacto y lo cálido que es. Agacho la
cabeza y, mientras lo presiono con los dedos, lo voy engullendo lentamente.
Él se muerde el labio inferior, y lo oigo gemir. Y a mí, oírlo gemir me
enloquece y me pone muy cachonda.
Con la otra mano libre, acaricio sus testículos, pero no mucho, porque sé
que, si lo hago, él acaba enseguida y no le gusta acabar en mi boca.
Me siento tan poderosa. Me gusta saber que tengo el poder, que lo que le
hago provoca que eche la cabeza hacia atrás y cierre los ojos como si se
abandonara a las sensaciones y a las emociones más oscuras que los dos
enarbolamos cuando hacemos el amor.
Podría estar así más tiempo, pero Axel no me deja. Me levanta por las
axilas y me sienta a horcajadas encima de él.
—Déjame ver… —musita contra mi boca. Cuela su manaza entre
nuestros cuerpos y entonces, desliza dos de sus dedos entre mis labios
externos—. Dios… —gruñe.
Sé que adora sentirme tan mojada después de haberle dado placer.
Cuando me toca, me noto hinchada y muy resbaladiza.
Él quiere comerme, pero necesito tenerlo adentro.
—Axel, no —le digo—. Te necesito ya.
Veo sus ojos verdes oscurecerse peligrosamente. Y me parece el
depredador más maravilloso de todos los tiempos.
Sus abdominales se marcan a través de la mágica claridad nocturna, y la
luz de la mesita de noche… puedo apreciar sus recortes, sus valles, su
perfección anatómica. Sería un Dios en otros tiempos. Pero en la actualidad,
Axel es mi novio. Es mío.
Él cuela dos dedos en mi interior. Poco a poco, de ese modo que hace que
palpite y que empiece a sentir el gusto de un orgasmo creciendo detrás de
mi ombligo. Me moldea, me dilata y yo le beso, porque eso también es
hacer el amor.
Y después de trabajarme con los dedos y de acariciarme con la palma de
la mano, yo ya no puedo más. No quiero más dedos.
—Cariño, ya… —le pido.
—¿Cuánto me necesitas?
—Mucho.
—Entonces deja que te desnude por completo. Me gusta sentirte piel con
piel.
Ese es mi éxito más personal y demoledor. Haber ayudado a Axel a que,
poco a poco, me diga qué le gusta y qué necesita, a que confíe en mí y a que
baje la guardia conmigo. Me quita la blusa por la cabeza y me libera del
sujetador. Y después, me coloca de un modo en el que yo solo tengo que
dejarme caer para ser penetrada por su poderosa verga.
Y cuando se desliza en mi interior, él me rodea la cintura con los brazos,
y es como si, por fin, el vacío que siento se llene con él, con Axel.
Y empezamos a hacer el amor. Regalándonos besos y caricias mientras él
me posee y yo le poseo a él.
Sin condón, sin miedos. Solo carne con carne y corazón contra corazón.
—Prométeme —me dice deteniéndose de golpe— que, si te sientes muy
agobiada durante la grabación del programa, vas a venir a mi encuentro y
vas a dejar que te ayude.
Yo frunzo el ceño, e intento mover las caderas, pero sus manos me
mantienen inmóvil.
—¿Qué?
—Becca, lo que oyes. Quiero que entiendas que estoy a tu lado. Por y
para ti. Y quiero que cuentes conmigo. Sé lo que has pasado con el Diván, y
no somos de piedra. Nadie lo es. Así que, Minimoy —une su frente a la mía
—. Dime que vas a contar conmigo. Que no vas a pretender cargar con
todos los problemas y solucionar lo que no se pueda solucionar. Debemos
confiar el uno en el otro.
Alzo mis manos y sujeto el rostro de Axel con ternura. Está preocupado
por nosotros, por mí, tanto como yo lo he estado por él.
—A ver, guardaespaldas, no vamos a participar como concursantes…
—Lo sé. Pero eres empática, Becca. Te involucras mucho. Y vas a hacer
tuyo el sufrimiento de los demás. Tienes que ser fuerte y no dejarte llevar.
Yo cierro los ojos y nos quedamos en silencio, con nuestras frentes
unidas, como si pudiéramos hablarnos a nivel telepático. Pero no hacemos
nada de eso. Solo nos leemos y nos imantamos.
—Voy a llevar lo mejor que pueda este programa.
—Bien. Y yo voy a cuidar de ti. Y no hay más que hablar.
Me sale reírme. Como si fuera capaz ahora de rebatirle nada.
Axel me vuelve a besar, y yo le devuelvo el beso con la misma
intensidad. Y entonces, vuelve a hacerme el amor, a moverse en mi interior,
y a bombear con toda su pasión.
Y cuando empiezo a correrme, él también lo hace.
Es maravilloso tener esos puntos de sincronía.
Y es maravillosa esta pasión. Pero la pasión sin amor no es nada.
Y yo estoy tan enamorada de él que he encontrado poder en mi
vulnerabilidad. Una vez leí que la pasión era energía. Y que todos debíamos
ser capaces de sentir el poder que emana de lo que más nos emociona.
Por suerte, tengo muchas pasiones. Pero, de todas ellas, Axel es como
una bobina llena de energía para mí. Es mi emoción crónica.
Y ambos vamos a intentar cuidar el uno del otro en la Isla del Pecado.
Porque sería un Pecado terrible no hacerlo.
Capítulo 9

A la mañana siguiente
En República Dominicana se puede viajar entre islas mediante grandes
catamaranes. Pero un catamarán y un imprevisible huracán propiciaron hace
dos días el accidente de parte del equipo de la Isla del Pecado. Como
nosotros vamos a sustituir parcialmente a ese equipo, y como no queremos
sorpresas, Fede ha enviado unos vehículos para que nos lleven de Punta
Cana a Samaná.
Y en una hora y media hemos llegado.
Samaná es una península en República Dominicana. Y poco tiene que ver
con Punta Cana y sus clichés. Samaná, por lo que he visto durante el
trayecto en coche, es un lugar digno de explorar, más auténtico, rural y
salvaje, con un entorno natural indescriptible y lleno de tesoros por
descubrir, y mucho menos masificado que Punta Cana.
Repleta de contrastes, he visto zonas espesas verdes y selváticas
combinadas con playas de arena amarilla de indescriptible belleza.
Espero tener tiempo en estas dos semanas para visitar bien este lugar,
porque merece mucho la pena.
Los coches se han internado en Las Terrenas. Una zona de villas de lujo
donde van a hospedarse los concursantes y los tentadores.
Las dos casas están en la misma zona, a unos dos kilómetros de distancia.
Pero hay una tercera, donde vamos a hospedarnos todos los que estaremos
detrás de las cámaras, ayudando a que el programa salga adelante. Esa no
es, ni mucho menos, el casoplón que van a tener los participantes, pero,
igualmente, está de lujo.
A Faina, Genio, Carla y Eli les he dado las directrices pertinentes y les he
explicado lo que tienen que hacer. Por ahora ellos se hospedan en una
casita, aún juntos. En ese lugar no están las tentadoras ni los demás
concursantes, porque no pueden verse ni tener contacto unos con otros. Eli
y Carla se hospedarán juntas igualmente.
En unas horas, nos reencontraremos en la presentación oficial, que será el
primer día de grabación del programa, y después, nos organizaremos para
poder vernos.
Es surrealista. Van a salir en un programa, y sé que van a ser auténticas y
que lo van a dar todo. Carla va a tentar, y Faina y Genio van a probar que su
amor es a prueba de bombas. Mientras tanto, Eli va a ayudar a todos los que
se vean emocionalmente sobrepasados por la situación. Pero, en el fondo,
todos, a su manera, también van a probar si su relación es resistente. Incluso
Axel y yo, que no participamos directamente, vamos a trabajar de nuevo
juntos y a apoyarnos y a ser plenamente sinceros esta vez como no fuimos
en El Diván. También hay cosas que tratar entre nosotros. Él tiene
inseguridades y yo también, porque todas las personas las tenemos. Por
muy fuertes que queramos aparentar. Yo hace mucho que dejé de hacerme
la indestructible, de hecho, soy bastante vulnerable, pero siempre acabo
saliendo de los hoyos en los que me meto. El Diván me enseñó eso sobre mí
misma. Soy difícil de triturar.
Vivo, disfruto y ayudo en lo que puedo, y afronto que puedo tener crisis,
fobias y ansiedades de la mejor de las maneras. Todos deberíamos poder
aceptar eso.
Sobre todo, en el amor, porque las mayores inseguridades vienen con el
amor. Y puede que, a través de las experiencias de los demás, Axel y yo
podamos exponerlas y limarlas. Porque no estamos en el mismo punto que
al principio, pero después de que él me salvase la vida en Estados Unidos,
las máscaras se cayeron y nos mostramos como somos, con todos los claros
y oscuros. Con todo nuestro amor y la locura que sentimos el uno por el
otro, pero con el pasado y los traumas a cuestas que nos han hecho ser
quienes somos hoy. Y hay trabajo por delante.
No os penséis que no tengo información del resto de parejas. La tengo.
Junto a Faina y a Genio, participarán tres parejas más. Serán un total de
cuatro.
Faina y Genio, a quienes ya conocéis por completo.
Una pareja de Madrid, Adán y Julia. Guapísimos los dos. Llevan un año
juntos. Julia trabaja como relaciones públicas de un bar de copas muy
famoso de Madrid. Adán es representante de deportistas.
Otra de Gijón. Carlos y Martina. Martina es un rollo muy parecido a
Amy Winehouse pero sin tupés, con un aire más dulce y unos rasgos más
armónicos, además tiene ojos verdes y muy claros. Ella es monitora de
Fitness de un gimnasio. Carlos es carne de gimnasio, y está tan tatuado
como ella. Y es un hombre que me recuerda mucho a Paul Walker. Sí,
tremendo. Además, es creador de aplicaciones y, según parece, le va muy
bien.
Y una de Málaga. Macarena y Juanjo. Macarena parece superbuena nena.
Tiene el pelo liso, con flequillo, los ojos enormes, inocentes y de un color
marrón y claro, y es muy bonita y también sencilla. Trabaja desde casa en
su página web de cosméticos naturales. Y él es un latin lover extraño. Un
mazas de pelo negro engominado, ojos oscuros con gafas de ver, y con un
gusto muy exquisito por la ropa cara. Es bróker.
Ya estoy emocionada. Va a ser muy intenso.
Dos semanas. Cuatro parejas. Diez tentadores y tentadoras en cada casa a
cuál más explosivo.
Unas casas alucinantes llenas de lujos y comodidades. Cientos de
actividades que pondrán al límite la voluntad de los concursantes y mucha
música y alcohol nocturno.
Para mí, demasiado reguetón. Pero es lo que hay. Y aquí hemos venido a
sufrir y también a gosar.
Cuando Axel y yo llegamos a la villa del equipo, no podemos hacer otra
cosa que admirar la villa.
Salimos con las maletas y allí los del coche cargan con nuestro equipaje.
Esa casa es alucinante.
Inmediatamente, una mujer con pelo a lo afro, una cinta roja que cubre el
nacimiento de su pelo, y más blanquita ella que la tiza, nos recibe con los
brazos abiertos y cara de haber visto a Dios.
—¡Por Dios! ¡Qué ganas tenía de veros y de conoceros! Nos estáis
salvando el culo, literalmente. Soy Matilde.
—Becca y Axel —dice mi novio.
—Lo sé. Soy la Directora del programa, y a punto de ser la líder
espiritual de un suicidio en masa. —Nos sujeta las manos y las agita
presentándose con brío. Su sonrisa parece un tanto loca. Pero me cae bien
—. Bienvenidos al Infierno. Becca Ferrer, eres toda una celebridad. No es
que la Pedroche no lo fuera, pero quedó mal parada en el catamarán, como
casi todos los que viajaban en él — Uf, habla rapidísimo y se nota que está
muy estresada—. Y Axel, tienes muchísima más experiencia de la que tenía
nuestro jefe de cámara, hiciste un trabajo increíble en El Diván y eres
infinitamente más guapo —asegura guiñándole el ojo—. Pero el pobre Olfo
tiene dos vértebras herniadas por culpa del accidente, y no podemos echar
de menos a ninguno de los que ya no están. Al menos, no tenemos que
decir, que en paz descansen —mira al cielo. Tiene un deje andaluz. Seguro
que es del sur, pero no se le nota demasiado—. Siguen vivos y eso es lo
mejor. El Catamarán fue zarandeado y dicen que dio varias vueltas de
campana —mueve el índice dando círculos y silba— mientras sonaba el
«Mayonesa». Lo sé, el destino es cruel y la radio una mala puta. Ha sido
traumático para todos. En fin, el grupo que vais a ver aquí y que os vais a
encontrar en este momento —nos anima a seguirla—, somos profesionales,
que conste, pero nos estamos dando a la bebida porque veíamos el percal,
pensábamos que nos dejaban tirados y sin ingresos y además con un
programa fallido de estas características. Estamos completamente
sobrepasados por la situación —ríe nerviosa—. Pero gracias a vosotros nos
vamos a sobreponer. Nada que no cure una buena dosis de vitamina C para
la resaca. Más o menos está todo en su sitio, pero hemos ido a ciegas y han
sido horas de angustia eternas.
—¿Tan mal está todo? —dice Axel admirando la casaza en la que vamos
a estar.
—Nah… está peor. Becca, sé que eres experta en situaciones de ansiedad
y mucho estrés. Igual te pedimos cita todos a la noche.
—Mejor no —digo entre dientes.
—Es broma —me da un suave manotazo en el brazo. Mmm… me parece
que es tocona y pegona—. Bueno, nos vamos a llevar muy bien. No te voy
a dirigir. Solo quiero programar las actividades y asegurarme de que todo va
con el guion previsto. Como sabes, los comportamientos, reacciones y
demás de los concursantes deben ser espontáneos, y tus frases y ocurrencias
también. Fede me ha dicho que, en todo caso, te dé una guía de todo lo que
podrías preguntarles a los chicos y chicas y que tú decidas qué es lo mejor.
Mira, y yo encantada. Porque esto era el fin del mundo y estoy a un Orfidal
cada ocho horas, alcohol y Red Bull. Así que me parece bien delegar en ti
tus propias charlas.
—Genial —apuntillo—, entonces, de aquí solo pueden salir dos cosas: o
un desastre que hunda la cadena o una genialidad.
Matilde abre las puertas de la casa y se detiene para mirarme muy seria.
Entonces se echa a reír por mi ocurrencia y añade:
—También puede ser que me salga una úlcera estomacal.
—También, también —asumo.
—Este es el plan —dice Matilde—. Lo tengo todo más o menos
preparado, sé lo que vas a tener que hacer todos los días y te pasaré el
calendario y el guion. No te preocupes —agita la mano—, eso lo iremos
preparando sobre la marcha. Ahora comeremos, os presentaré a todo el
equipo. Axel tú te apoderarás de las cámaras y del equipo de camarógrafos
y Becca, a ti te maquillaremos, y nos iremos a la bahía, donde grabaremos
la presentación de las parejas. Después de eso, se separarán, cada uno se irá
a su villa, y empezará el juego. ¿Entendido? La terapeuta de parejas se
incorpora después tengo entendido, ¿no?
—Sí —contesto.
Axel se toca el estómago plano y dice sin más:
—Alto y claro. Ahora a comer y después a trabajar —Axel me mira y me
sonríe con toda la calma del mundo.
—Esa es la actitud —sonríe abiertamente—. ¿Puede ser el mayor fracaso
de nuestras carreras profesionales? —pregunta Matilde en voz alta y con
naturalidad—. Sí, por supuesto. ¿Nos va a echar atrás el saber que podemos
ser el hazmerreír histórico de la cadena durante lo que nos queda de vida?
Pues no —levanta la barbilla—. Porque, como decía mi abuela: valiente es
aquel que, sabiendo que está con diarrea, se anima a tirarse un pedo. Y
nosotros —se golpea el pecho—, estamos descompuestos.
El discurso tiene el tono de Gladiator, pero interpretado por Paquita
Salas. Y me ha parecido brillante.
Creo que Matilde podría ser una gran humorista.
—Vamos, Minimoy —me susurra Axel agarrándome el trasero con
disimulo sin que nadie lo vea y pellizcándomelo—. A la guerra.
¿Cómo puede ser? Olvidaba que es inalterable y un hombre de acción. Y
yo veo tanto estrés y tanta locura y descontrol a mi alrededor que me están
empezando a sudar las manos.
Es una locura. Un día eres joven y te comes el mundo, y al otro tienes un
tic ocular.
Así estamos.
Capítulo 10

Horas después
Hemos comido todo el equipo juntos. Somos un total de quince. Y todos
tenemos una habitación suite en esa villa de lujo. Que tiene un total de
once, aunque algunos comparten las suites. Eli no está aquí porque ha
querido pasar el poco rato que le quedaba compartiendo habitación con
Carla. Pero ella también tendrá su suite en la misma planta que nosotros.
Axel y yo tenemos nuestras suites pegadas la una al lado de la otra. Y no
es casualidad. Ha sido una orden de Axel a Fede. No podemos estar juntos
porque no es profesional y porque no queremos dar que hablar. Eso es algo
que hemos pactado. No vamos a provocar chismes a nuestro alrededor,
porque alguien se puede ir de la lengua y, aunque han firmado contratos de
confidencialidad, luego son cosas que se acaban sabiendo. Pero si nuestras
suites son vecinas, los vecinos sí se pueden visitar.
En fin, que somos quince, como he dicho. Las villas están todas
preparadas con cámaras como las de GH, a las que monitorearán el equipo
de 5 cámaras que va a liderar Axel. En cambio, Axel irá conmigo y siempre
me acompañará cuando tenga que ir a ver a las parejas. Será mi sombra,
como lo llaman aquí.
Hay uno de iluminación, otro de sonido, la directora, Eli como terapeuta,
yo como presentadora, una chica que se encarga de suplir cualquier
necesidad del grupo y a la que llamamos «la recadera», menos sexo, claro;
dos chicos para atrezzo y dos chicas para maquillaje. Quince. Y creo que
vamos a llevarnos bien. Son personas trabajadoras a las que las
circunstancias los han tomado desprevenidos, y después de comer —tras
asumir que se iban a quedar sin trabajo y sin remuneración por no poder
grabar un programa que había sido dado de baja por falta de efectivos—, lo
que están haciendo es hincharse a café para despertar y ponerse manos a la
obra.
Axel quiere ver los tráileres desde donde se va a seguir las grabaciones
de las cámaras de dentro de las villas. Hay una ubicada en cada casa, en el
exterior.
Y mientras él está haciendo eso, yo estoy revisando el esquema del día de
hoy y más o menos lo que tengo que decir. Estoy con mi iPad, abriendo el
PDF que me ha pasado Matilde, y tumbada en una mecedora empapándome
de toda la información. No es nada que deba memorizar, porque son
preguntas más o menos naturales. Pero si se me olvidase algo, Matilde me
lo chivaría por el pinganillo. Un pinganillo que también compartirá con
Axel. Será como tener voces en mi cabeza.
En esta zona de Samaná, las villas son todas de lujo, a cual más
espectacular. Y son muy amplias, con lo que no es difícil encontrar un lugar
en el que estar solo.
Eso hará que nos sintamos menos agobiados. Esta posee cincuenta
metros de playa natural para nosotros, y tiene mil metros construidos. Es
una locura. Tienen piscina, yacuzzi, chillout, varios porches, un solárium,
una cocina industrial gigantesca, una sala de discoteca, otra de cine, una
biblioteca, un gimnasio, varias zonas de descanso, un bar completo, una
zona de barbacoa al aire libre, once baños y grandes extensiones de jardín
que rodean toda la monumental mansión. Dicen que la mayoría de casas de
lujo pertenecen a rusos y que las alquilan por millonadas. La casa en la que
estamos cuesta tres millones de euros.
Pero las casas en las que van a estar los concursantes son más grandes, y
mucho más caras.
Estoy deseando plantarme ya en La Bahía, un lugar preparado para la
presentación, frente al mar, en la playa Cosón, mirar a la cara a todos y
empezar a elucubrar qué puede pasar entre ellos, quiénes van a entrar en el
juego rápido y quiénes no. No tengo fichas de ellos como sí tengo de mis
pacientes. Así que debo agudizar mi intuición, porque es posible que no
tenga que hacer terapia a nadie y que solo deba presentar el reality sin
inmiscuirme demasiado. Pero Fede sabe que yo me inmiscuyo, por mi
empatía, y porque no sé no hacerlo. Y sin ser la terapeuta, encontraré un
modo de echar un cable.
Eli ha caído de pie en el grupo. Ha llegado hace media hora, la ha traído
un Evoque que ha pedido la que se encarga de todos los gastos que necesite
el grupo. La recadera se llama Socorro. Y es una mulata que me recuerda a
la de Guardianes de la Galaxia. Y también a una azafata del Un, Dos,
Tres… a mi madre le encantaba ese programa. Y ahora, la rubia está
comiendo todo lo que puede, porque en nada empezaremos a grabar. Y está
triste y melancólica. Porque se ha separado de Carla y siente nervios por lo
que sea que pueda pasar.
Carla no va a hacer nada. Es imposible que ella haga algo, eso es lo que
asumo conociéndola. Pero, bueno, estoy en un punto de mi vida en el que
me he tragado tantas veces mis palabras que podría cagar un libro. Y no
pienso pujar ni prejuzgar a ninguna de las dos. Que sea lo que tenga que ser
y que acaben casadas, gracias.
Ahora seguro que Eli querría estar sola.
Pero a Eli le sucede un poco lo que a mí. Nos ven accesibles rápidamente
y confiables, y como sabemos escuchar, enseguida empiezan a contarnos las
cosas. Y Eli ya se está enterando de muchas intimidades del resto. Por eso y
porque, mi mejor amiga nórdica —como siempre le digo bromeando—, es
guapa y llama la atención. Y sé que muchos de los que están aquí, ya le
están tirando la caña.
Si supieran que es mi hermana quien le ha robado el corazón… No
desistirían tampoco. Los hombres siempre creen que pueden convertir a una
lesbiana o a una bisexual o heteroflexible, lo que se considere ella, en una
hetero. Así de presuntuosos son.
Pues se iban a dar de morros.
Capítulo 11

La Bahía Presentación
Estoy más nerviosa que un sordo en un dictado. Aquí va todo a mucha
velocidad y está claro que el equipo aún sufre parte del estrés sufrido desde
hace dos días. Y nosotros, que somos los nuevos, tenemos que acoplarnos.
Y, sin embargo, a pesar de la celeridad, la crispación y la tensión, hay
orden. Un orden muy bien orquestado por Matilde que, atiborrada de
orfidales y una dudosa mezcla de alcohol y abandono, está a punto de
ordenar la grabación del programa.
Y la verdad es que, miro a mi alrededor y podría ser intimidante porque
nunca había trabajado con tantísimas personas, menos en GH, aunque allí
yo solo era una voz.
Nos encontramos en la bahía. Yo estoy sentada sobre un taburete alto de
mimbre. Frente a mí, hay una grada con taburetes más altos y otros más
bajos, que van a ser ocupados por los concursantes del Reality . En la
cámara principal, que es la que tengo frente a mí, a varios metros, está
Axel. Verlo me da tranquilidad y me recuerda lo nerviosa que me puse
cuando grababa el Diván con él.
¿A quién quiero engañar? Sigo poniéndome muy nerviosa. Él me guiña
uno de sus ojazos verdes y me levanta el dedo pulgar. Y al hacer eso, me
veo volando en el remolque hinchable y se me escapa la risa.
Pero no pasa nada. Lo voy a controlar.
—Entramos en un minuto. Todos a vuestros puestos —dice Matilde por
el pinganillo.
Está detrás de Axel, con un iPad en mano, pasando el dedo por la
pantalla como quien ve Tik Tok.
—Estás guapísima, Becca —me dice Matilde—. Me fío de ti y de que te
sabes el guión.
—No lo diré al pie de la letra —le aseguro—. Pero sí, sé lo que tengo que
hacer.
—Esa es mi chica. Te doy otra vez las gracias porque gracias a ti ya sé
que hoy no voy a la cola del paro.
—De nada —contesto mirándola como si estuviera loca.
—Eh, Bec —dice Axel con esa voz que solo él sabe poner para que se
me ponga el vello de punta—. Mucha mierda, preciosa. Lo vas a hacer
genial.
Yo sonrío y me humedezco los labios. Me han puesto un vestido de color
azul claro alucinante, con unos zuecos con plataforma que son comodísimos
y maravillosos. Llevo mi pelo suelto, rebelde y emocionado como yo estoy.
Tengo un look muy natural, ojos pintados, pero no mucho y un lip gloss
rojito que creo que me favorece bastante.
Eli está sentada al lado de la cámara de Axel, en su costado izquierdo. Se
ha puesto cómoda. Unos tejanos cortos y deshilachados, una camiseta
negra, unas Crock de verano y sus gafas de profesora y de montura
metálica.
Tiene una libreta en mano y un boli preparado para apuntar cualquier
cosa que vea sobre los concursantes. Y se ha recogido el pelo rubio en lo
alto de la cabeza. Se va a tomar su labor como terapeuta muy en serio, y yo
sé que de aquí va a nacer una estrella, porque es buenísima en lo que hace.
Antes de empezar, suplico y rezo para que estas dos semanas vayan bien,
y para que a mis amigos esta aventura no les pase ningún tipo de factura
emocional, y si les sucede, que siempre sea para bien.
Los coches han traído a todos los participantes, y están aparcados cerca
de nuestra villa. Nuestra casa tiene playa privada, y una hermosa carpa de
madera en la que vamos a grabar el programa. Los concursantes están
ocultos detrás de la carpa. Yo aún no los he visto, pero sé que están ahí
porque las maquilladoras han entrado y salido de ese lugar un montón de
veces.
—Y… —dice Matilde con mucha tranquilidad—.
Empezamos.
Tomo aire, sonrío a cámara y digo:
—¿Confías en tu pareja al cien por cien? ¿Crees que tu relación es
sólida? ¿Qué pasaría si durante dos semanas, esas parejas se separasen y
conviviesen con hombres y mujeres con sus mismos gustos y muchas cosas
en común con ellos? ¿Se resentiría la pareja? ¿Se olvidarían de que tienen
pareja al otro lado de la Isla? —En realidad no es al otro lado. Es a un
kilómetro y medio de distancia. Pero ellos no lo saben—. Cupido ha puesto
su mirada en la Isla de Samaná, donde cuatro parejas van a poner a prueba
la solidez de su relación, y donde muchos otros solteros y solteras están más
que dispuestos a enamorarse. Bienvenidos —vuelvo a sonreír a cámara— a
la Isla del Pecado. Que entren las cuatro parejas.
Y entran.
Estoy ansiosa por conocerlos a todos, pero también por ver a Faina y a
Genio. Y a Carla. Espero que no me dé un ataque de risa cuando se
presente.
La primera en entrar es:
—Se llaman Julia y Adán. Llevan un año juntos. — Él es muy atractivo.
Rubio, con el pelo largo y liso, y una cara masculina a lo Brad Pitt en
Leyendas de Pasión. Este, además, tiene unos labios sonrosados así muy
coquetos y es de esos hombres a los que se les suele poner las mejillas
rojas. Eso siempre me ha parecido muy tierno. Me gusta. Ella es una belleza
de pelo largo y ondulado y de ojos grandes y negros. Y es blanquita de piel.
Oye, pues también se parece a la actriz de Leyendas de Pasión, Julia
Ormond. O eso, o yo tengo obsesión por esa película. Además, es muy
elegante vistiendo. Me gusta también. Así, a simple vista, es de esas parejas
que quieren ser discretos y que no buscan llamar la atención ni sobresalir
uno por encima del otro, pero atraen miradas igualmente. Los veo
equilibrados.
—Bienvenidos, chicos. ¿Cómo estáis? —les pregunto.
—Hola, Becca —me saludan nerviosos—. Estamos hechos un flan —me
aclara ella—. Y, por otro lado, con ganas de que esto empiece y acabe como
ha empezado.
—¿Y cómo ha empezado?
Él alza su mano entrelazada y sonríe contrito y también orgulloso.
—Juntos —contesta sin más.
Yo no reacciono, porque tiene una voz alucinante, y creo que a todas nos
ha encantado. Ha reverberado en cada célula femenina o gay. Eso seguro.
—Madre mía. Qué cachondísima me he puesto — me susurra Matilde
por el pinganillo.
Asiento y sonrío haciéndome la loca. Como esto vaya a ser así con ella,
vamos a tener un problema.
—Adán y Julia, hace un año que os conocéis y hace tres meses que estáis
viviendo juntos, ¿verdad?
—Así es —contesta Adán.
—Vivís en Madrid. Tú, Julia, eres relaciones públicas de un club muy
famoso de la capital. Y Adán es agente de deportistas.
Los dos asienten como niños buenos.
—¿Y por qué estáis aquí? ¿Adán?
—Porque queremos probarnos. Nunca nos hemos desafiado y no nos
conocemos en circunstancias como estas, en las que tienes el pecado tan a
mano. Quiero demostrarle a Julia que puede confiar en mí a ciegas. Y que
para mí es la mujer de mi vida.
Julia mira al suelo y esconde una sonrisa vergonzosa pero llena de
ilusión. Creo que sí confían el uno en el otro y están muy seguros de lo que
sienten.
—Yo pienso como él. Trabajo en un lugar en el que conoces a mucha
gente y hay muchos hombres. Sé que Adán se ha podido sentir un poco
inseguro al respecto. Pero yo siempre le he dicho que él es el único para mí.
Y vengo a probárselo aquí.
—¿No vienes a probarte a ti misma? —le pregunto.
Ella dice que no con la cabeza, con una seguridad aplastante.
—No. Yo sé cómo me siento y qué es lo que quiero. Quiero que vea
cómo soy. Porque soy así siempre, y a mí no me interesa el roneo. Cuando
me enamoro, me enamoro de verdad, y ya no hay nadie más.
Cómo me gusta esta chica.
—¿Estáis preparados para la separación, disfrutar las citas y jugar a las
pruebas en equipo?
Ellos afirman con la cabeza.
Y yo pienso: «Qué valientes. No saben dónde se están metiendo y ojalá
no se separen».
Vuelvo a mirar a cámara e introduzco a la siguiente pareja. El formato es
fácil, no depende solo de mí y de mis ocurrencias como con él Diván, ni
tampoco viviremos situaciones tan extremas, y no me siento para nada
exigida ni tan responsable de la calidad y de lo que pueda pasar, así que me
siento cómoda.
—Vamos a presentar a la segunda pareja. Carlos y Martina, adelante.
Carlos y Martina son, sin duda, otra pareja despampanante. Debo decir
que entiendo que en un programa donde se intenta seducir a la audiencia y
enganchar a gente joven, todos los concursantes sean más o menos
atractivos. Sé que la sociedad debe ser más inclusiva. Pero a las cadenas no
les interesa eso, solo la audiencia y el share . Así que, como son los que
pagan y saben lo que más se ve, hacen lo que quieren con su dinero y con
sus castings. Faina y Genio serán la pareja de feos. Y no porque yo lo
piense, pero sabiendo los arquetipos que tiene arraigados la sociedad, es
obvio que así los van a catalogar. Y sí. Apesta. Pero también es una realidad
arquetípica ahora. En otros tiempos, a lo mejor, los hombres altos y con
nariz grande eran considerados atractivos y poderosos, como las mujeres
bajitas y con sobrepeso eran consideradas hermosas. Y así era en otra
época. Hoy no. Hoy todos sabemos lo que la moda, los anuncios, y el sexo,
que está en todo, consideran que es atractivo.
Yo siempre digo que la belleza depende de los ojos de quién mira y de
cómo se mira. Lo que tengo claro es que la audiencia no está preparada para
el desenfado y la autenticidad de Faina y de Genio. Y eso sí que va a ser
una buena bofetada para todos.
Pero la pareja que tengo ante mí, obvio que es sexi y hermosa y va a
gustar a los televidentes.
Carlos y Martina son una pareja cañón. Ella tiene la actitud de Amy
Winehouse y también su estilo, aunque de cara es más bonita y dulce. Y
tiene un lunar sobre el pómulo, además de muchos tattoos Old School y un
cuerpo atlético y trabajado. Lleva un vestido rosa transparente y debajo
ropa interior del mismo color, y su sonrisa es blanca como la nieve.
Él es un clon de ella, con una camiseta que va a reventar, brazos tatuados
y un pantalón ajustado que le marca mucho el culo. Es rubio, con el pelo
rasurado, con cejas gruesas, ojos azules, un hoyuelo alucinante en la
barbilla, la mandíbula cuadrada y más músculos que Hulk. Sí. Arroz y pollo
los dos.
—Bienvenidos, Carlos y Martina. ¿Qué tal?
—Genial —contesta ella sonriente. Él también.
—Bien, vosotros venís de Gijón. Lleváis tres años juntos. Martina es
monitora de Fitness y Carlos —lo miro y él asiente con timidez—, es
creador de aplicaciones, y tengo entendido que le va muy bien.
—Sí, yo pongo a los tíos como toros —añade Martina enseñando los
bíceps de su novio—. Como a él. ¿Ves qué obra de arte?
A mí es que esos comentarios no me gustan mucho, me sobran, pero finjo
divertirme con ello y asiento como si estuviera de acuerdo.
—Y ahora esos músculos los van a disfrutar otras durante dos semanas
—digo sin poderme morder la lengua. Es que soy una bocazas.
—Toma. El zasca se ha oído hasta en Pekín — apunta Matilde muy
divertida.
Martina sonríe como si comiera limones, y se echa el pelazo negro hacia
atrás.
—No… —dice segura—. Él no se atreverá.
—Vaya —digo impactada—. Carlos, tu novia tiene muy claro que no vas
a hacer nada.
Él sonríe. Lo veo un poco cohibido. Y es extraño en un hombre con ese
cuerpo y esa apariencia.
Martina lo mira fijamente, como si supiera perfectamente lo que él va a
contestar.
—No hay nadie más que ella, Becca —contesta.
Arqueo mis cejas rojas. Interesante. Ella se queda satisfecha y le acaricia
la espalda con una mano. Le falta decirle: «Buen chico». Después le da un
beso y él se deshace.
—¿Y tú, Martina? ¿Tienes claro que no hay nadie más que él?
—Por supuesto. Lo único que quiero es que, al salir de aquí, nuestra
relación sea más fuerte que nunca. Y casarnos. Eso quiero.
—¿Sí salís juntos de aquí os casaréis?
—Claro —contesta sin dudarlo ni un ápice.
—¿Y estáis preparados para que la Isla os ponga a prueba y ponga en
riesgo esa certeza manifiesta del uno sobre el otro? ¿Estáis listos para
dejaros conocer por otros y permitir que otros se os acerquen?
—Sí, lo estamos —contestan.
—Entonces, bienvenidos a la Isla, chicos, y espero que esta experiencia
os ayude y refuerce vuestra relación, o la destruya para siempre —una risa
sardónica y maléfica suena en mi cabeza. Y me veo como Angelina Jolie de
repente, con sus cuernos y todo. Es que soy muy gráfica.
—Demos paso a la tercera pareja.
Y viene el tercer pase de modelos, de la mano de una pareja que me
llama bastante la atención.
No los psicoanalizo, ni mucho menos. Esa no es hoy mi labor, aunque lo
haga sin querer. La cuestión es que el lenguaje corporal de las personas dice
mucho.
—Ellos son Macarena y Juanjo.
Macarena es pequeñita pero súperdulce y muy bonita. Es de esas bellezas
clásicas que apetece mimar y cuidar. Tiene el pelo largo, liso, con flequillo,
ojos marrón claro que brillan desde dentro, es morenita de piel y lleva un
vestido largo de flores. Él la protege mucho, sujeta su mano escondiéndola
entre las de él, y cuando toman asiento, él espera a que ella se siente
primero como un caballero.
Juanjo es mucho más alto, y es todo un gentleman, un latin lover de esos
que arrancan suspiros, moreno, de pelo rizado y bien engominado, ojos
igualmente oscuros y labios gruesos. Mira sin titubeos a través de sus gafas
de ver de aviador, de frente y ya se ha ganado a todos los del grupo con su
educación y su simpatía.
—Hermano —lo saluda Carlos dándose el puño.
—¿Qué pasa, tíos?
Es que no lo soporto. No aguanto esa jerga y esa manera de hablar.
«Hermano», como si la familiaridad y la confianza y la hermandad se
regalase por una noche o dos de copas, o una experiencia en un reality . Y
menos, tan pronto. Qué fácil todo.
Carraspeo. Y fijo mi atención en ellos dos.
—¿Qué tal, chicos?
—Muy bien.
—Todos estáis bien, por ahora —sonrío.
Ellos me devuelven la sonrisa y se miran los unos a los otros expectantes.
—Macarena y Juanjo son de Málaga, y llevan un año y medio juntos.
Macarena trabaja desde su casa en su página web de cosméticos naturales y
Juanjo es bróker.
¿Por qué estáis aquí?
—Becca… me pones muy caliente con ese vestido —oigo a Axel
susurrar a través de mi pinganillo. Yo solo espero que las líneas no se
solapen—. Y con esa actitud de sabionda.
Espero que esto no me lo haga mucho o vamos apañados.
No pongo voz de sabionda. Pero en este tiempo me he dado cuenta de
que Axel tiene una mente sucia y perversa. Y muy activa sexualmente.
—Estamos aquí —dice Juanjo— por la misma razón que todos, supongo.
Estamos enamorados de nuestras parejas y queremos pasar esta prueba por
ellas y por nosotros. Para que cesen los celos de todos, las inseguridades,
los miedos… para que ellas vean que pueden confiar en nosotros y nosotros
en ellas.
Vaya, qué gran orador está hecho. No tengo nada que objetar a lo que
dice.
—¿Eres celoso, Juanjo? —quiero saber.
—No soy celoso. Confío en ella.
No digo nada más, pero mis ojos lo dicen todo.
Centro mi vista en Macarena.
—¿Macarena? ¿Es Juanjo celoso?
—N-no… N-no lo es —contesta mordiéndose el labio inferior.
Macarena tartamudea porque está nerviosa. Él sujeta bien su mano y le
besa el dorso.
—Está hecha gelatina, la pobre —me explica Juanjo—. Tranquila, amor.
No pasa nada… Habla tranquila.
Ella se peina el pelo con los dedos, y vuelve a tomar impulso.
—No. J-Juanjo no es celoso.
—¿Lo eres tú?
Ella tarda unos segundos en contestar.
—N-no.
—Un poquito sí, cariño —le dice él en tono de broma.
—Bueno… —no lo dice muy convencida y mira al suelo.
—¿Entonces venís a probar en este reality si sois o no las personas fieles
que decís que sois a vuestras parejas o a vosotros mismos? ¿Venís a probar
si vuestro amor es verdadero?
—Sí, así es —contesta Juanjo—. Todos venimos a eso.
—Porque esta Isla es la prueba de fuego y porque si no caéis aquí,
entonces no caéis en ningún otro lugar, entiendo… —cavilo en voz alta—.
Sois unos valientes — reconozco. Ellos reciben mi halago de buen grado.
Yo no querría ese tipo de valentía, pero si todos fueran como yo, no habría
realities de este tipo—. Mi admiración hacia todos —Y lo digo de corazón
—. Y Macarena y Juanjo, como a los demás, os deseo mucha suerte.
Ellos me dan las gracias y vuelven a acaramelarse. Tengo a las tres
parejas a un lado, sentados en su grada. Pero me falta la última. El plato
gordo, el discordante, la magia y lo inesperado. Así es como veo yo a Faina
y a Genio.
—Y ahora toca que conozcamos a la cuarta pareja. Faina y Genio, ella es
de Tenerife, bailarina de salsa profesional —Sí, ella ha exigido que digamos
que es eso. Y yo la voy a respetar—, y él es el regente de un restaurante
Gourmet de Gijón. Hace unos meses que se conocieron en El Diván, el
programa de esta misma casa que yo presenté. Y están muy enamorados.
Y allí vienen mis amigos. Genio sujeta la mano a Faina que se ha puesto
el vestido más llamativo de todos los que tenía, con volantes por las piernas
y de colores que lampan de lejos. Y parece que va a sacar unas maracas y a
cantar que el único fruto del amor es la banana.
Me fijo en el resto de concursantes, y no me gusta cómo los miran, como
si se riesen de ellos. Porque no entran dentro de sus cánones de belleza.
Menos mal que en personalidad les ganan por goleada. A ver quiénes de los
que están aquí tolerarían vivir con las desconexiones con las que vive Faina
o con las deformidades y los complejos que Genio tuvo el resto de su vida.
Los guapos suelen tener la vida más fácil. A los feos la vida les pone trabas
siempre y dificultades, pero también los curte y los hace fuertes. Hasta el
punto de convertirlos en invencibles.
Ellos dos lo son y se van a ganar a la audiencia en un periquete. Y
también al resto de concursantes.
Faina me mira, sonríe, le dice hola a la cámara antes de llegar a su grada,
y justo cuando está a punto de tomar asiento, empieza a tener un tic ocular,
una rodilla le cede un poco, pero parece que se recompone.
La miro inquieta. Genio alza una ceja y la sujeta lo mejor que puede. Ella
vuelve a abrir bien el ojo, me sonríe y me vuelve a guiñar el ojo. Pero no
me lo está guiñando. Ha cerrado los dos y se ha desplomado sobre las
piernas de Carlos, dándole tal bofetada sin querer a Martina que le ha
movido el recogido.
Le iba a dar un Fujitsu y su collar le ha dado una descarga. Por Dios, un
día la va a matar.
—¿Faina?
Abre los ojos de golpe y se da cuenta de que está encima de las piernas
de Carlos.
—Perdona, mi niño —se disculpa. Después observa el pelo de Martina y
le dice por lo bajini como la buena persona que es—. Mi cielo, deberías
mirarte el recogido. Te lo han dejado torcido.
Oigo a Axel morirse de la risa por el pinganillo y a Matilde espetar.
—Con dos cojones. Le ha dado un mamporro, la ha despeinado y dice
que la han peinado mal. Soy fan.
Genio la levanta de nuevo como si no hubiese sucedido nada.
Yo agacho la cabeza porque sé que mi estoicismo está ahora bastante
débil. Así que me muerdo el interior de los carrillos y me obligo a ser una
mujer recién operada de la cara. Inexpresiva.
—¿Estás bien, Faina? —pregunto.
—Claro, Becca. Solo he tropezado —Faina se pasa las manos por el
volante del vestido y se sienta. Genio hace lo mismo. Ella posa su mano
sobre su rodilla y él la cubre con la suya.
—Ha sido una entrada triunfal —reconozco. Martina sigue peinándose.
Creo que hasta ha perdido un pendiente del sopapo que se ha comido. Pero
ha sido muy educada y no ha reaccionado mal. Un punto para ella.
—Gracias. La he ensayado mucho —eso hace que los compañeros se
rían, y yo también.
—Bueno, chicos. Contadme. ¿A qué venís a la Isla?
¿Qué queréis probaros el uno al otro?
—Ah —Genio y ella se miran muy compenetrados. Él se encoge de
hombros y le da el dudoso honor de ser ella la que responda primero—. Tú
primero, gordita.
—Yo he venido por el lugar y las vacaciones, la verdad —la naturalidad
de Faina nos deja sin palabras a todos—. Y por los cubatas. Me dijeron que
aquí se dormía muy bien y que podía estar dos semanas en el Caribe sin
hacer el huevo, y aquí me tenéis —cruza una pierna sobre la otra y se hace
la interesante.
—Ah… —Qué cabrona es—. ¿No vienes a probar tu amor?
—Yo ya he probado a mi amor, y está buenísimo. Si estas dos semanas
aquí nos sirven para reivindicarnos, perfecto. Y si sirve para darnos cuenta
de que no somos el uno para el otro, pues también. Con nosotros no creo
que vaya a haber dramas.
—¿Tú qué dices, Genio? —pregunto al chef—. ¿Tienes la misma opinión
que Faina?
—Yo no tengo duda de que la quiero y de que la amo. Y espero salir de
aquí con ella. Pero pensaba que esto era un concurso de feos y estaba
convencido de que iba a ganar. Llego a saber que es de Mister y Miss
España y me pongo otra ropa.
Es que lo amo. Son geniales los dos, por eso hacen tan buena pareja. Los
chicos los aplauden por sus salidas y sus respuestas, y todo el equipo se ríe
con ellos.
Pero debo proseguir con el guión.
—Una Isla del Pecado no tendría sentido sin tentaciones y pecadores.
¿Os parece si conocemos a los tentadores?
Capítulo 12

Y llegan las tentadoras y los tentadores como los Jinetes del Apocalipsis,
dispuestos a hacer arder el mundo y la seguridad sentimental de los
concursantes.
Hombres y mujeres dispuestos a salir por la televisión, a ser elegidos, a
poder mostrar sus dotes de interpretación y a demostrar a todo el mundo
que son los más guapos y los que más ligan.
Muchos de ellos estarán ahí para disfrutar de unas vacaciones y mostrar
palmito en nombre de sus agencias de representación y de modelos. Y solo
unos pocos irán con la intención de hacer amigos, portarse bien y encontrar
el amor. Pero, en principio, todos, querrán ser el objeto de deseo de los
participantes y nos les importará dinamitar la relación que puedan tener al
entrar al programa.
Una vez pensé que las parejas que asistían a estos programas tenían un
guion pactado. Hoy puedo asegurar que Faina y Genio no tienen ningún
guión y que, por lo que sé y sabemos todo el equipo, tampoco las demás
parejas tienen nada preparado ni ninguna trama a seguir.
Eso hace que este programa sea auténtico y que yo no me sienta una
farsante con la audiencia. Me quisieron por El Diván, porque ahí todo fue
de verdad. Y espero que me quieran también aquí, ayudando en lo que sea a
que el amor no se le rompa a ninguno, menos si merece ser roto. Que, de
esos, siempre hay.
Cuando veo a las chicas alineadas como en un ejército, y observo a Carla
entre ellas, solo puedo admirarla y aceptar que mi hermana es tremenda.
Lleva un top rojo acompañado de una falda larga, sedosa y del mismo color.
Todas las chicas están vestidas por marcas que colaboran con el programa y
que ayudan a patrocinarlo. Y hay algunos conjuntos más bonitos que otros,
como todo en la vida. Pero a mi hermana es de las que todo les queda bien.
Carla, que lleva el pelo suelto, negro y liso, mira al frente, y sonríe como
todas, y me siento orgullosa. Porque Carla no ha tenido suerte en el amor,
hasta que ella y Eli aceptaron que se gustaban. Pero también tengo claro
que va a jugar, porque las tentadoras tienen que dar juego, y no va a ser la
que pase más desapercibida de todas. Eso seguro. Porque nunca ha sido así.
Entre las diez tentadoras que veo, además de mi hermana, hay tres que
llaman bastante la atención.
De todas ellas también tengo fichas para estudiar después, desde la
comodidad de mi habitación, pero me he quedado con el nombre de estas
tres chicas. Una mulata llamada Rosario, una rubia monísima llamada
Edurne y otra chica más muy tatuada, que me recuerda un poco a Angelina
Jolie y que se llama Jennifer.
Y sé, por los comentarios de los chicos y también de lo que dicen detrás
de cámara, que ellas 4 son las que más llaman la atención a los
concursantes. Saber que mi hermana está en ese pack ha hecho sonreír a Eli,
como quien sabe que una se puede mirar, pero no se puede tocar.
—Estas son las tentadoras que vienen a la isla con ganas de encontrar el
amor. —Y acto seguido, todas las cámaras enfocan a las beldades que han
venido a juguetear.
Las nombro una a una y ellas dan un paso al frente, miran a cámara, y
dicen de memoria su frase de guerra, a cuál más cutre y ridícula. No sé de
qué libros las han sacado, pero me han dado vergüenza ajena, menos la de
mi hermana y la de Edurne, que han sido las más acertadas y ocurrentes.
Mi hermana ha dicho algo como: «Si el amor ha llamado alguna vez a mi
puerta, yo estaba paseando al perro. Por suerte, en esta isla no he traído a mi
perro».
Y Edurne, con una sonrisa de oreja a oreja ha dicho algo así como que le
encantaría encontrar un amor que sea como la chancla de su madre. Que lo
vea venir y se le acelere el corazón.
Siempre es mejor ganarse a la gente con sentido del humor. Faina ha
aplaudido a Carla y a Edurne, como si fuera fan de ellas. Debo recordarle a
mi querida Fai que tiene que ver a las tentadoras como rivales, no como
futuras mejores amigas.
Pero cuando ha llegado el momento de que ellas eligieran a los solteros
que más les gustaban, ha habido algún movimiento inesperado.
Genio se ha llevado casi todas las flores. Aquí se dan flores, no coronas.
Y Faina ha hecho el sonido de las serpientes varias veces, como si quisiera
ahuyentar a las tentadoras.
Mi hermana, en vez de elegir a Genio, ha elegido a Carlos. Madre mía,
que se ha ido a por el de la de Fitness. A Martina no le ha hecho ninguna
gracia. Y le ha echado una mirada asesina a Carla que mi hermana ha
sabido devolver con altivez.
Sé que la decisión de Carla ha tomado por sorpresa a Eli, pues todas
creíamos que iba a elegir a Genio. Pero no ha sido así. Además de la flor de
mi hermana, Carlos ha recibido otra de Lupe, una mexicana cañón.
Edurne, de Albacete y licenciada en Derecho, se ha ido a por Adán, que
recibió una flor más de Alison, una estadounidense que vive en Cádiz desde
hace cinco años y que es modelo. A por Juanjo han ido Jennifer, madrileña
diseñadora de ropa interior, y Sarine, una gallega especializada en books
fotográficos.
Y, como os he dicho, Genio se ha llevado la de Rosario, la mulata de
Valencia cuyo sueño es tener un centro propio de cirugía plástica y las tres
flores del resto de tentadoras.
—Genio —le digo mirándolo expectante, entre el orgullo y la sorpresa—
… eres el que más flores ha recibido. ¿Te lo esperabas? ¿Qué opinas?
—Me las han dado a mí por ser el feo. Se creen que tengo más
posibilidades de enamorarme de ellas por eso.
Abro la boca de par en par.
«Ese es mi chico», asiente Axel por el pinganillo.
—¿Y tienes más posibilidades de enamorarte de ellas por no tener sus…
rasgos?
—No voy a enamorarme de ninguna —responde con mucha naturalidad
—. Soy feo, sí. Pero no ciego. Que se esfuercen lo que quieran, que sé muy
bien lo que he venido a hacer aquí. He venido a demostrar a Faina que para
mí ella es y será siempre la más guapa.
Faina le dirige una mirada brillantemente apasionada y veo cómo se le
llena el pecho de orgullo.
Yo apostaría todo al rojo por ellos.
Tras esto, ha llegado el turno de los tentadores. A cualquiera se le irían
los ojos al verlos.
Pero como con el grupo de las tentadoras, yo también tengo a los
favoritos y a los que más me han llamado la atención.
Y hay tres hombres que me parecen muy especiales.
Quentin, un boriqua súper sexi, con un cuerpo muy modelado y una
sonrisa que derrite el Polo Norte entero. Es profesor de bachata.
Nene, sí, tal cual. Nene. Valenciano de la Albufera, y propietario de dos
locales de Cross Fit en la capital. Moreno de rayos uva, ojos claros y pelo
rasurado, con muchos tatuajes en el cuerpo y un brillante en la oreja.
Naim, de Barcelona. Es diseñador gráfico, y de todos es el que más cara
niño tiene. Pelo castaño oscuro, dulcemente despeinado, y aspecto así
desenfadado, pero tiene unos ojos pícaros que no se los quita nadie.
Debo decir que son todos atractivos, algunos más que otros, dependerá de
los gustos, pero todos entran en los arquetipos deseados de la opinión
general.
Aquí, ha sucedido lo mismo que con los chicos.
Faina se ha llevado 4 flores, entre ellas la de Nene.
Naim y Alberto se han ido a por Julia. Quentin y un chico de pelo
plateado llamado Rodri se han ido a por la tímida y nerviosa Macarena, y
Sisco, nutricionista y preparador físico y Joao, un portugués muy sonriente,
a por Martina.
¿Cómo reaccionan hombres y mujeres cuando sus parejas están siendo
cortejadas y aduladas por otros en frente de sus narices?
Yo veo claramente dos comportamientos. El de Julia y Faina, que se lo
están tomando medianamente con deportividad y sentido del humor. Y el de
Martina, que parece que quiera cortar cabezas. En cambio, Macarena,
parece perdida en todo ese espectáculo, y dudo de que ella haya querido
estar en este programa desde el principio.
Los hombres son más déspotas y más territoriales, y se sienten más
amenazados. Son como gallitos. La actitud de Juanjo es la más soberbia y
no deja de mirar las reacciones de Macarena hacia el despliegue de
atenciones de los otros. Genio sonríe porque, según él, a Faina siempre le
han quedado bien las flores. Adán está incómodo, pero no quiere montar
numeritos y lo acepta todo con naturalidad. Y después está Carlos, que sí
parece el más nervioso al ver a la guapa Martina con dos flores en las
manos.
De lo que sí estoy segura es de que el pellizco de los celos lo tienen
todos, pero algunos de manera más llevadera que otros.
Yo no me imagino a Axel en una tesitura como esta. Porque él jamás se
prestaría a algo así, pero creo que yo tampoco sabría muy bien cómo
reaccionar ante un tonteo tan descarado y expuesto como ese. No soy
celosa, hasta que lo soy. Y con Axel me he visto en muchas, y ahora lo que
quiero es que disfrutemos de la normalidad o de la poca tranquilidad que
podamos tener. Así que no: no querría verlo con otras chicas, y menos
recibiendo flores.
Después de reafirmar cuáles son las preferencias de los tentadores, ha
llegado el momento de despedirse.
Al menos, de la bahía. Porque aquí, por hoy, yo ya he dejado de grabar.
Las parejas tendrán que decirse adiós y cada uno tendrá una localización
para hacerlo. Eso se lo dejo a Axel.
Espero que me lo enseñe después, cuando me muestre todo lo que han
grabado las cámaras. Por ahora, la presentación del programa ya está hecha.
Después de esto, ellos y ellas se irán a sus villas respectivamente, a pasar
la primera noche todos mezcladitos y a ver qué se cuece, y mañana
recibirán mi primera visita.
Este programa no tiene una dinámica como la de la Isla de las
Tentaciones. Aquí, hay que hacer otras cosas y se puede interactuar de otros
modos. Hay pruebas en pareja que les reportará dinero de más, Eli y yo
tendremos más interacción y podremos hablarles y visitarles, y podrán pedir
reuniones de urgencia, cara a cara, o una opción que se llama Operación
Rescate, que tiene más que ver con una crisis de ansiedad experimentada
por un concursante y en cómo, Eli y yo, como profesionales, podemos
ayudarle. Pero eso es algo que les explicaré mañana a ellos y a ellas.
Este es un programa nuevo, aunque tenga connotaciones parecidas, pero
aquí, aunque hay confrontaciones, también se puede pedir otros comodines
que pueden dejar en fuera de juego a más de uno.
Capítulo 13

Horas más tarde


Villa del equipo
Estoy en mi habitación, repasando los historiales de las parejas del
concurso. He estado cenando con Eli, con el equipo, con Matilde y con las
maquilladoras, la guionista y los de vestuario.
Todos los demás, los cámaras y su jefe, mi Axel, están trabajando desde
sus traileres, revisando las cámaras de la casa. Nosotros tenemos en el salón
un conjunto de monitores que nos muestran lo que están haciendo unos y
otros en sus respectivas villas. Y entiendo por qué engancha tanto.
Recuerdo cómo es de hipnótico ver a los demás a través de una mirilla.
Pero no lo hago como voyeur , yo lo hago porque, en mi caso, los veo como
estudio de campo.
Y, aunque veo cómo está transcurriendo todo y sé que no les va a faltar
alcohol y comida en sus neveras industriales, también espero que nada se
les vaya de las manos. La productora les da facilidades para que se pillen
unas tajas de órdago, pero también les dicen que todo es bajo su
responsabilidad. Pero esto es un reality , y todo puede pasar.
Matilde me ha explicado cosas de su vida mientras cenábamos con Eli y
los demás. Mi amiga y yo nos hemos reído mucho de sus ocurrencias y de
sus experiencias. Tiene cuarenta y nueve años y nos ha contado que se ha
casado tres veces y que no tiene hijos de ninguno de sus errores, y gracias a
Dios. Que el amor y las relaciones están sobrevaloradas y que ella cree más
en estar con una persona, ser su compañera, pero no atarla ni encerrarla
entre tus mismas cuatro paredes. Es la única manera de que una relación sea
sana y longeva. Porque, según ella, así nadie carga con la mierda de nadie, y
el tiempo que os veis al día, es tiempo positivo y de provecho, y no te da
para odiar a nadie ni estar hasta el moño de sus manías.
Matilde habla así, es muy clara y muy sincera.
—¿Se diría que no creo en el amor? —se encogió de hombros mientras
nos miraba a Eli y a mí como Gandalf El Sabio—. Puede. Creo más en el
sexo y en la sinceridad. Si tienes esas dos cosas, nadie podrá tomarte nunca
el pelo y tú podrás ver venir cualquier cosa.
Y de eso estamos hablando ahora Eli y yo en mi habitación. En la terraza,
acompañadas de un vinito. Axel aún no ha venido, son la 1:00h de la
madrugada y es posible que acabe tarde de grabar. Por la mañana podrá
descansar porque todos sabemos que esta gente se levanta tarde y él podrá
dormir mientras su equipo sigue haciendo lo que les mande. Pero,
conociéndolo, querrá estar al tanto de cualquier detalle.
Eli y yo hemos estado hablando de lo que vamos a hacer con el dinero
del programa. Ella me ha dicho que le encantaría comprar un terreno y
hacerse una casa a su gusto y al de Carla e Iván. Y guardarse un pellizco
para el futuro centro de salud mental y emocional que ella y yo siempre
quisimos montar. Pero me queda claro que Eli piensa en tres.
Y yo le he dicho que no sé qué haré con eso, y que no estoy pensando en
el futuro. Solo en el presente.
—¿Cómo te sientes, Eli? —le pregunto mientras estamos las dos en las
mecedoras de mi terraza privada. Lo de esta casa es escandaloso. Lo tiene
todo. Puro lujo.
—¿Cómo me siento sobre qué? —me pregunta.
—Con mi hermana. Sobre lo que ha hecho.
Mi rubia amiga se pasa la mano por el pelo, cruza una pierna sobre la
otra mientras se mece suavemente y mira al cielo caribeño.
—No me gusta. No sé por qué lo ha hecho y me gustaría que me lo
explicase.
—Estás celosa —sonrío y la miro haciéndola rabiar.
—Pues un poco sí —ella nunca ha temido a reconocer sus emociones—.
¿Recuerdas cuando tú y yo nos jactábamos de no ser nada celosas y
decíamos que los celos eran para los inseguros enfermizos? Pues yo nunca
he sentido ese pellizco hasta que a tu hermana y a mí nos pasó lo que nos
pasó.
—Que os llegó el amor.
—Sí. Y me siento extraña. Y analizo mis emociones como la terapeuta
que soy, pero cuando me pasa a mí, me es difícil detectar el problema.
—¿No confías en ella? —esta vez mi tono es de preocupación.
—Becca… —suspira—. Confío, pero tu hermana aún tiene problemas
para aceptar que está enamorada de mí. Para mí no es ningún drama, pero
para ella sí, y soy igual de bisexual que ella. O no, a lo mejor soy más
bollera, yo qué sé —murmura alzando su copa de vino y divagando sobre
su mundo interior.
—No todos estamos preparados para aceptar que podemos ser más de lo
que nos imaginamos.
—Lo sé, me da miedo pensar que esto nos haga daño. Porque creo que tu
hermana aún es muy volátil con lo que siente, y me asusta pensar que
todavía tenga la necesidad de estar con un hombre para probar que a quien
quiere y de quien está enamorada es de mí. Y si necesita hacer eso, a mí me
va a destruir.
Me incorporo en la mecedora y miro a Eli de hito en hito.
—Eso no puede pasar, Eli. Mi hermana está dando los pasos que está
dando contigo a su ritmo, pero no la creo capaz de volver a catar rabos para
ver si le gusta más la zanahoria o el conejo. Además, lo que tenéis vosotras
es especial… No hay nadie mejor que la una para la otra.
—Eso es lo que yo creo. Pero no quiero estar proyectando lo que me
gustaría que pasara, en vez de ver la realidad. Carla ha hecho algo
inesperado. Pensábamos que iba a elegir a Eugenio, y se ha decantado por
Carlos.
—Lo ha hecho porque sabe que puede jugar más. Con genio se le
escaparía la risa todo el rato. Y se lo quiere pasar bien —intento dar
explicación a la decisión de mi hermana. Y conociéndola creo que lo ha
hecho porque sabe que para la audiencia va a ser más creíble lo suyo con
Carlos que nada que tenga que ver con Genio.
Eli sonríe y muerde su labio inferior. Sé cuánto la quiere. Y sé que,
cuanto más quieres a alguien, más miedo tienes a perderlo. A mí me ha
pasado con Axel, y todavía me pasa. Pero es algo en lo que estoy
trabajando. Y Eli, que es una mujer muy inteligente, sabe que también va a
tener que procesar toda esa información y esa prevención.
—Bueno, ¿estás lista para mañana? Mañana se deciden las primeras
citas. Y veremos si Carla va a estar ahí entre las elegidas.
—No tengo ninguna duda de que Carlos la va a elegir. Tu hermana sabe
encandilar.
—Es verdad —brindamos las dos por eso.
En este programa hay mucho que elegir y mucha tela que cortar, no es
solo la interacción y los líos amorosos o los desengaños de todos los que
participen. Se les va a poner a prueba y se les verá en muchos ámbitos. Es
lo que se les va a obligar a hacer.
—No tengo ninguna duda de que Carla va a estar. Se ha ganado a la
gente con lo del perro, la muy gamberra —murmujea entre sorbo y sorbo—.
En fin, querida lisensiada de Móstoles —se levanta de la mecedora y estira
los músculos de su cuerpo—. Te dejo, que en nada va a llegar tu amante, y
seguro que tiene mucho que contarte o que hacerte. Becca —se queda en la
puerta de la terraza, centrando el poder de su persuasión en mí—, ¿tú estás
bien?
—Sí. Todo lo bien que puedo estar después de todo lo que he vivido —
contesto mirándola con mis ojos entrecerrados.
Ella me devuelve la mirada y la entorna.
—¿Tienes ataques de pánico?
—Alguno he tenido —asevero sin darle más importancia de la que tiene.
Yo ya sé lo que me pasa, y solo necesito tiempo.
—Sabes que estoy aquí, ¿no? Que sigo siendo tu mejor amiga y que te
puedes apoyar en mí cuando sientas que te fallan las rodillas, ¿te acuerdas?
—No lo he olvidado nunca —confirmo sonriéndole con cariño. Valgo
más por los amigos que tengo que por lo que en realidad soy, no tengo
ninguna duda—. Anda, vete a dormir. Buenas noches, golfa.
—Bona nit —me manda un beso al aire y sale de mi habitación.
Allí, en el silencio de ese lugar increíble, con las estrellas sobre mi
cabeza, el olor a mar y a palmeras y el sonido de las olas, reconozco que mi
círculo es pequeño, pero es leal y cariñoso, y nunca me ha fallado.
No soy una persona de muchos amigos.
Siempre he pensado que la amistad, la verdadera, no va de tener a
personas a tu alrededor mucho tiempo. Va de esas personas que una vez se
cruzaron en tu camino y te dijeron: «No tirarás de mí todos los días, y
estaremos largas temporadas sin saber el uno del otro, pero voy a estar a tu
lado cuando me necesites».
Y de esos amigos sí tengo.
Y por eso —alzo mi copa a la luna—soy afortunada.
Ya estoy dormida, o casi dormida, cuando oigo la puerta abrirse. Me doy
la vuelta y espero a ver quién entra por la puerta de la suite.
Es Axel, son las tres de la madrugada.
Me incorporo en los codos, y abro un ojo para verlo bien. Le sonrío. Me
gusta pensar que necesita dormir conmigo. Podría haberse ido a su
habitación, pero no. Ha preferido venir a la mía para meterse en mi cama.
Axel se queda de pie a los pies de la cama, se quita la camiseta sin dejar
de mirarme y después se baja los pantalones y se queda desnudo ante mí.
—Hola, guapo —le digo deleitándome en los valles y las sombras de sus
delineados músculos.
Lo veo agotado y un tanto sombrío. Como si acabase de ver algo que no
le ha gustado en absoluto, y por eso me preocupo de inmediato.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
—No puedo hacer bien mi trabajo porque no puedo dejar de pensar en ti
—me reconoce con los ojos verdes brillando en la oscuridad.
Me pongo de rodillas en la cama y hablo en voz muy baja. No quiero
molestar a nadie.
Me gusta leer el mensaje del tatuaje que atraviesa la piel de Axel en su
torso. «Con los pies en el suelo, y la mirada en el cielo». Y me hace pensar
que soy una persona muy realista, pero, en cambio, con él, creo estar
levitando a menudo.
—Y eso es malísimo, claro… —me acerco a él sigilosamente y en cuanto
me tiene al alcance de sus manos, me quita el camisón que parece un
vestido corto de verano de la Pantera Rosa, y me deja solo con las
braguitas.
—No es malo —asegura él pasando sus manos por todo mi cuerpo. Me
imanta a su torso y me abraza de ese modo suyo que tanto me gusta y tan
deseada y cuidada me hace sentir—. Solo me pone nervioso.
Roza su pubis contra mi vientre y noto toda su erección contra mí.
—¿Y eso son tus nervios? —bromeo alzando mis cejas rojas.
Axel se ríe y me quita las braguitas en un suspiro. Me toma de las
caderas para retirarme un poco de él y contemplarme.
Exhala y dice entre dientes:
—Eres mi TOC, Becca.
Lo tomo del rostro y lo beso con la pasión que siento hacia él, que no
sería nada si no estuviera acompañada de un amor que hace que todo se
vuelva luminoso.
Nuestros cuerpos se enredan hasta que acabamos en la cama, en
horizontal, él encima de mí y entre mis piernas abiertas.
Axel me hace arder, pero esas llamas no impiden que vea que hay algo
raro, algo que no me cuenta y no sé qué es. Cuando está preocupado se le
hace una arruga entre esas cejas negras y perfectas que tiene y los ojos se le
oscurecen. Podría pensar que es su rictus ante el modo trabajo. Pero no. Sé
que hay algo más.
No obstante, no se lo voy a tener en cuenta. Estamos bajo presión, y yo
también estoy ocultándole algo.
Pero se me olvida en cuanto empezamos a hacer el amor. Y aunque es
algo que mucha gente hace todos los días, entre él y yo es pura conexión. Y
disfruto mucho de ello, porque no es algo que pase siempre, ni siquiera
entre dos personas que se aman.
Capítulo 14

Al día siguiente
Axel me ha asegurado que lo de ayer noche en las villas había sido un
fiestón por todo lo alto, y que debía ver las mejores jugadas que habían
recopilado las cámaras.
Así que me ha dejado ver con su portátil, y os prometo que estoy con los
ojos abiertos como platos. No sé, no sabría juzgar, pero tengo claro que, en
Villa Chicos, a un par se les ha ido de las manos. Y que en Villa Chicas hay
también una reina que se ha encargado de emborrachar a todo Dios. Es
Faina, y que ha habido alguna que otra conducta sospechosa.
Sea como sea, me va bien saber esto de antemano porque mañana por la
noche es la primera noche de cine de ambos, donde nos reuniremos y
veremos en una pantalla gigante en nuestra Bahía, lo que unos y otros han
hecho en esas más de 60 horas que habrán pasado separados.
Veo conductas de todo tipo. Las veo en ellas y en ellos. Y podría
analizarlas, porque conozco los miedos y las inseguridades de las personas,
pero quien más sabe de eso es Eli, y cuando le toque entrar, va a dejar a más
de uno boquiabierto, porque tampoco va con paños calientes.
Axel acaba de salir de la ducha, y mientras, yo he estado apuntando
algunas cosas que he ido viendo y de lo que no me quiero olvidar cuando
hagamos la primera sesión.
Cuando sale del baño, lleva una toalla blanca alrededor de su cintura. Me
sonríe y me dice:
—¿Los has visto?
—Dios, sí —contesto. Me quito las gafas y lo observo anonadada—.
¿Todo eso es fruto del alcohol?
—Y de las feromonas entre hombres y mujeres de la misma especie.
—Alucino… yo lo máximo que hice borracha fue subirme a un taxi y
decirle al señor que me llevase a casa. Pero resultó que no era un taxi y que
había un bebé en el asiento de atrás.
Él se pone los calzoncillos blancos y estrechos, y después deja sus manos
sobre sus caderas.
—Becca Ferrer, yo necesito verte muy borracha algún día.
—Bueno, no es difícil.
Él medio sonríe, se inclina hacia mí y me da un beso en los labios. Parece
que tiene prisa.
—¿No desayunamos juntos? —Qué decepción.
—No puedo. Quiero asegurarme de que están haciendo todo como quiero
que lo hagan. Si nos organizamos bien, podemos tener los recortes al día y
sin demasiada edición. Las cámaras están tan bien ubicadas y el zoom es
tan bueno que solo tenemos que ser listos y marcar el tiempo y la cámara de
la que hay que extraer los planos y las secuencias. Y después, todo es
montaje.
—Y a mí que me pone caliente cuando hablas de tecnicismos… —
susurro y apoyo mi espalda en las enormes almohadas de la cama gigante
talla Rey.
—A mí me pones tú, pelirroja, y me fastidia no poder disfrutar de esto tú
y yo a solas y tener que compartirlo con cámaras y un equipo de seres
humanos a nuestro alrededor.
Axel sería feliz con la humanidad extinguida y el mundo para nosotros
solos.
—Bueno, querido Alexander Gael, tendrás que acostumbrarte al hecho de
que vive más gente en este planeta —me encojo de hombros—, ¿qué le
vamos a hacer?
—Pues nada, jodernos.
Me da la risa, porque lo dice malhumorado.
Como sea, tengo la extraña sensación que mencioné ayer noche y no se
me va. Es como si él emitiera unas ondas, una vibración que puedo captar y
que me dice que hay algo que le incomoda.
—Axel —me tapo con la sábana y de rodillas camino por el colchón
hasta quedarme en frente de él—.
¿Hay algo de lo que quieras hablar?
Axel frunce el ceño y me mira como si se me hubiera puesto el pelo lila.
—¿Qué dices, loquera?
—No sé… te noto agobiado. Y no pasaría nada si lo estás. Es normal. Yo
lo estoy un poco también.
—¿Qué dices? ¿A qué viene esto? —me mira como si dijera tonterías.
—Percibí que me querías decir algo antes de que Fede nos llamara. Y
desde ayer noche noto que hay algo que ahora ya no me quieres decir.
¿Estás bien?
—Es el trabajo, Minimoy adivino. Ya sabes cómo me pongo cuando me
siento responsable de algún proyecto. Y en este momento, soy responsable
de este.
—¿Seguro? ¿Seguro que es solo eso?
—Claro que sí —contesta dirigiéndome una mirada tranquilizadora—.
Quiero que todo salga perfecto, porque estás tú. Y no quiero que nada me
desconcentre de mi labor, pero estás tú —asume como si no tuviera otro
remedio—. ¿Crees que soy bipolar, loquera? Porque es una putada
maravillosa.
Cuando habla así lo estaría abrazando todo el día.
—Bueno, a ver… —Axel se acaba de poner la bermuda de color canela,
y la camiseta blanca de manga corta. Yo cuelo mis dedos entre la cinturilla
del pantalón y tiro de él hasta que puedo sujetarle el rostro con mis manos
—. Si es solo eso, entonces déjame decirte que pasaba lo mismo con el
Diván. Y creo que salió muy bien. Mira si salió bien que compraron los
derechos para todo el mundo.
—Con El Diván no tenías competencia. Aquí tienes un gigante que se
come todo el share y que va a ir con todo cuando vean que sale un
homónimo a desafiarlo. Y es difícil hacerlo mejor que ellos. Así que hay
que hacerlo diferente. Y de eso me encargo yo. Y también tú con tus
ocurrencias, tus comentarios y demás vas a tener que dar lo mejor.
—Sí, daré lo mejor. Pero, además, no olvides que ellos no tienen lo que
tenemos nosotros. No tienen a Eli. No tienen a una terapeuta en directo y no
sabes lo que es mi amiga ni cómo puede ayudar a las parejas en conflicto.
Ni tampoco tienen a Faina ni a mi hermana. Y visto lo visto —señalo el
ordenador de Axel—, el casting está muy bien elegido y va a haber mucho
drama y puterío, que es lo que le gusta a la audiencia que sigue estos
realities.
—Cierto —contesta un poco más sosegado.
—¿Nos veremos a la hora de la comida o cuando te pongas detrás de la
cámara en las villas? Estaría bien que comiéramos juntos —le pido
pasándole las manos por ese culo prieto que tiene.
Él pone cara de gusto, y me mira como si le costase un mundo alejarse de
mí. Pero lo hace, el truhán.
—En las villas. Y comeremos juntos en la comida, bonita —me da un
beso rápido en los labios y se aparta de mí a regañadientes.
—Huye, cobarde —murmuro.
Cuando Axel me deja sola en la habitación, también deja un regusto
extraño en mi intuición, pero he decidido creerle. Y si él me dice que está
bien y que no le pasa nada, voy a asumir que así es, aunque sepa que Axel
es experto en ocultar cosas o en omitirlas.
No obstante, no tengo por qué dudarlo: esta vez no es mi guardaespaldas,
no me persigue nadie y, además, estamos en un lugar paradisiaco e ideal
para desconectar y pasarlo bien, aunque sea trabajando.
Con esa idea que hace que me sienta más liviana, me meto en el baño a
darme una ducha.
Hoy va a ser un día largo y estoy deseando ver qué me van a poner para
hacer las visitas a las villas. Tengo ganas. El trabajo me está sentando bien y
estar alejada del mundanal ruido y de todo lo mediático y el acoso de los
paparazzis hace que me centre y sienta que recupero un poco el control.
Capítulo 15

Vale. Os cuento un secreto. Antes de aceptar venir al concurso en pack


como hicimos, le exigimos a Fede que Carla y Faina tuvieran un móvil para
que pudiéramos comunicarnos y quedar en un lugar si ellas o nosotras lo
necesitáramos. Saldrían por un sitio que es un punto ciego para las cámaras
y nos encontraríamos en un chiringuito de copas muy acogedor pero
diminuto que hay entre villas, y que tiene unas vistas increíbles a la playa
de arena blanca de las Terrenas. En caso de que veamos que algo se va de
madre o si a ellas les urgiera, se escaparían de la casa y nos veríamos. No he
recibido ningún mensaje de mi hermana, con lo cual, entiendo que no están
mal y que, por ahora, no les urge salir de ahí.
Eli y yo hemos desayunado con el equipo, menos los cámaras, que
pobres, hacen vida en comuna y comen en los tráileres o con las cámaras a
cuestas, por si hay un «Estefaníaaaaa» y tienen que arrancar a correr. Tienen
que estar en forma.
Cuando salga de las villas les haré una visita y les traeré comida. Sobre
todo, a mi guardaespaldas. Ese cuerpo tiene que alimentarse.
He repasado el guion que tengo que seguir para las villas. Matilde me ha
dado un consejo: me pide que no juzgue ni sentencie a nadie explícitamente
a no ser que la necesidad sea flagrante. Que los concursantes no deben
sentirse incómodos de cara a la audiencia, porque si hacen cosas «malas» y
nadie les dice nada es como que no las han hecho, y después pueden fingir
sorpresa con la visión de los videos. Pero si la presentadora es la que les
pone los puntos sobre las íes, se ponen a la defensiva, aunque después
tengan muy bien aprendido su papel.
Y muchos de los que van a concursar a un reality así saben cómo
victimizarse, y si no lo saben, le ponen mucha cara, que también la tienen o
lloran, que eso siempre hace que parezca que, en el fondo, tienen buen
corazón.
No les voy a juzgar. Soy psicoterapeuta y no puedo juzgar a nadie si
vienen a hacer terapia conmigo. Lo que no soy es un muro, eso ya se lo he
avisado. Y supongo que asumen que puedo decir algo de vez en cuando.
Ayer noche ya vi cosas extrañas en los videos que me ha dejado visualizar
Axel. Cosas que no me parecen medio normales en personas que dicen que
están enamoradas.
Será cosa del alcohol, los cuerpazos y la fiesta, que confunde a la gente.
Pero tengo claro que, si me cojo una turca, a mí no se me olvida que amo a
Axel. Es más, en lo que estoy pensando es en él y en encontrarlo y en
empotrarlo.
Seré así de pánfila, qué le vamos a hacer.
Sea como sea, ya sabré qué tengo que decirles a todos ellos cuando sea el
momento.
Eli está visionando los videos de la noche anterior en el salón de los
monitores de la villa. Ella y las maquilladoras, y los de vestuario y también
Matilde, que se mueren de la risa y de la estupefacción con lo que están
observando.
Matilde tiene un termo metálico del que va bebiendo de vez en cuando y
hace noes con la cabeza.
Me coloco a su lado y cruzo los brazos mirando las imágenes que se
suceden una tras otra ante nosotras. El aroma de lo que está bebiendo activa
algo de mi mente que me deja un poco inestable.
—¿Qué bebes? —le pregunto sin darle más importancia.
Matilde mira el termo y se ríe.
—Es café a prueba de balas. Es lo único que me sirve para hacer ayuno.
Y me mantiene activa y despierta.
—Bulletproof coffee —digo con mi inglés de Chicago—. En Estados
Unidos hay muchos que lo toman. Ya lo sirven hasta en el Starbucks.
—Sí. ¿Quieres probarlo? —me lo ofrece—. Está delicioso.
—No, gracias. Ya lo probé allí. Justamente, la mañana que me
secuestraron me tomé uno.
Y es decir eso, y de repente vuelve esa sensación angustiosa de
inseguridad que abraza todo mi cuerpo y colapsa mi mente. Es una
microcrisis de ansiedad súbita, que logro controlar. Como logro controlar
todas las que me han ido sucediendo desde entonces, desde que Axel me
rescató. Y las controlo porque conozco los mecanismos del cerebro que se
activan y sé lo que le pasa a mi mente, pero me pongo en el lugar de todas
esas personas que no tienen herramientas como yo para enfrentar una crisis,
y las admiro aún más por seguir adelante.
Las palmas se me quedan frías, y un vacío incómodo se instaura en mi
estómago hasta dejar mi pecho frío. Controlo la respiración y me centro en
ella para dejar que las sensaciones y lo pensamientos angustiosos cesen.
Siempre digo: ya pasarán.
—Te está dando un chungo —dice Matilde sin darle más importancia.
—¿Qué eres? ¿Psicóloga? —entorno la mirada y lucho por aceptar la ola
de miedo que viene a por mí.
—No —deja ir una carcajada—. Dios me libre —se santigua—. No me
aguanto yo misma, para aguantar a los demás… Pero reconozco esa
expresión de terror… Ha tenido que ser muy difícil para ti todo esto —
asume Matilde con voz de experta—. Volver a la tele, ponerte frente a las
cámaras, estar en la cresta de la ola permanentemente… Y, seguramente, lo
siga siendo, ¿verdad?
La miro con curiosidad. Parece más inteligente emocionalmente de lo
que aparenta. Matilde es de esas mujeres que la ves y piensas que en el
fondo no le importa nada ni nadie, excepto vivir al día y que lo suyo salga
bien. Pero, como todo, nada es lo que aparenta ser.
—Sí, las cosas no pasan y ya está —respondo—. Se quedan, y se activan
en el recuerdo muchas veces, y es como si las volvieras a revivir.
—Sí —bufa y pone los ojos en blanco—. Sé lo que quieres decir. Es
como estar en una pesadilla de la que no puedes salir. Un día, ves a tu
primer marido acostarse con tu hermana y al otro se van a vivir juntos. Otro
día, tu segundo marido dice que eres la mujer de su vida, pero no sabes que
lo dice literalmente, porque resulta que le gustan los hombres. Y tu tercer
marido, que es tu gestor, un día se va a por tabaco…
—¿Y ya no vuelve? —digo con los ojos abiertos que se me ven hasta las
cuencas.
—No. Lo aplasta una ambulancia —se encoge de hombros—. Pero antes
de llorarlo, te enteras de que estaba jugando con tus ahorros para invertirlos
en un negocio piramidal.
—Madre mía… —susurro—. ¿Es en serio? ¿Es lo que te ha pasado a ti?
—Claro.
—Podrías escribir un libro.
—Uy, qué va… Se me da fatal. Por eso te digo, que todos salimos de la
mierda o aprendemos a convivir con ella. Si no, no estaríamos aquí —da un
sorbo al termo—. Tú no estás tan jodida como yo, Becca. Solo estás dañada
—me guiña un ojo—, y lo superarás.
Centrarme en lo que me ha explicado, me ha abstraído de la zozobra y ha
hecho que la crisis haya sido meramente pasajera. Todos cargamos con
nuestros propios miedos. Todos, no hay ni una persona en la tierra que no
sienta miedo de nada, porque todos tenemos miedo a perder algo.
—Esos sí que están jodidos —añade sin dejar de mirar las escenas de la
noche en las villas—. No hay nada como vivir en una mentira permanente.
Tan jóvenes, pensando que la vida está hecha para ellos, para su belleza… y
un día se levantarán y se darán cuenta de que no son nada de lo que creían
ser. Que son mayores, que tienen arrugas, y que aquello en lo que tanto se
apoyaban, en su físico, va pereciendo día tras día y perdiendo valor. ¿Y qué
les quedará?
—¿El botox?
Matilde se ríe de mi comentario.
—¿Crees que todos son así? —pregunto con curiosidad.
—Al final, todos los que se atreven a ir a un programa de televisión,
creen que merecen ser vistos y conocidos por algo. Tienen ego a su manera.
Quieren la fama.
¿Qué te puede aportar un programa como este si no es fama y populeo?
—No te digo que no, pero no todos tienen el mismo móvil—contesto—.
Algunos vendrán a probarse de verdad. Y algunos vienen aquí a cumplir su
sueño a su manera.
—Lo único que te puede probar de verdad es la vida. Tú lo sabes, Becca.
El día a día. Un escenario como este, en una villa de lujo, en un lugar como
Samana… — niega con la cabeza y mira al frente incrédula–, con música,
alcohol, hombres y mujeres guapísimos…, no, qué va, no es la vida real. Si
quieres saber de qué va el amor, trabájatelo en tu vida. Pero ¿si no sabes de
qué va la vida, cómo vas a saber de qué va el amor? Esto es ficción y
fantasía, no existe. El barrio en el que vivo es Mordor, no hay ni un hombre
como estos de los que están aquí. Ni uno. No bailan como bailan estos, que
parece que hayan nacido en Sodoma y Gomorra —los señala. Están
bailando el «Travesuras» de Nicky Jam. Y parece que todos bailan bien.
Pero como Axel ninguno—, y como mucho bailan Paquito el Chocolatero y
se ponen el palillo entre los dientes mientras te dicen guarradas.
Dejo ir una suave carcajada.
—Sí, sé lo que quieres decir. Hay de esos cerca de donde vivo también.
—¿Ves? Es una plaga. Pero una plaga real. Están por todos lados. Estos,
en cambio —mira a los tentadores y a los concursantes—, están hechos con
Photoshop.
Sigo riendo. Matilde me gusta. Me gusta su franqueza y que no te regala
los oídos. No hay nadie que sea más golpe de realidad que ella. Y lo ha
tenido que pasar realmente mal. Porque para hablar con esa fortaleza ahora,
ha tenido que estar muy hundida y muy herida, y ha nadado en la mierda, en
esa oscura y personal que todos tenemos, en los lodos del espíritu y en las
miserias del corazón. Y ha salido a flote.
—Vas a estar bien —me dice de un modo muy conciliador y que me hace
más bien que un orfidal—. Lo vas a estar. Ya verás. Date tiempo. Al final,
todo acaba pasando… y uno se agarra a lo más importante y es que, para
bien o para mal, estamos vivos, y vivir aquí, en este invento —mira a su
alrededor— es una jodida locura, pero es lo más valiente que hay. Así que,
sigamos. Sobreviviste a Bitelchús, ¿no? Eso no lo puede decir ni Wynona
Ryder.
—Totalmente cierto —respondo.
Carraspeo y asiento muy conforme con sus palabras. No puedo estar más
de acuerdo con ella. Y sí, me siento mucho mejor.
Nos quedamos la una al lado de la otra viendo todo lo que pasó anoche.
Y para ser la primera noche, algunos ya han mostrado sus cartas.
Hoy empieza el juego de verdad.
Eli está apuntando un montón de cosas en su libreta, y sé que está
disfrutando de ver todos esos comportamientos porque tiene mucho de lo
que sacar y analizar. Aunque mi hermana también está teniendo un
protagonismo bastante importante, y Eli va a tener que aprender a separar la
realidad del reality . Y lo emocional de lo profesional. O no lo va a pasar
bien.
—Menudo puterío —murmura Matilde divertida—. Y qué valientes son,
en realidad. Inconscientes también —apunta—, pero valientes a su manera.
Tengo ganas de ir a las villas a ver qué te cuentan después de lo de hoy.
—Y yo —aseguro con una sonrisa.
—Antes te he dicho que no les des mucha caña — me recuerda—, pero
visto lo visto… lo dejo todo en tus manos.
—Iremos paso a paso —contesto sintiéndome más segura en mi papel.
Es mucho mejor trabajar sin restricciones. Pero voy a medir mi
participación en esos encuentros, porque los protagonistas son los
concursantes, no yo.
Villa Chicas
Aquí no hay sirenas. El programa ha preferido anular los ruidos y después
de cada noche, dejarles esos pecados cometidos por sus parejas en forma de
regalo frutal. En la mesa de centro del gigantesco porche con tumbonas y
sofás en forma de L de mimbre, y cojines blancos y mullidos, han dejado
tres manzanas. Tres manzanas que simbolizan tres pecados. Un pecado es
igual a un acercamiento con beso hacia un tentador o tentadora. Ayer noche,
en Villa Chicos, hubo tres pecados. Si hay algo más caliente, las manzanas
aparecen mordidas. Estas tres están sin morder, pero porque no podemos
acceder a más imágenes, de lo contrario… Eso ya lo verán en la noche de
cine.
Las cuatro chicas me están esperando sentadas en el sofá como niñas
buenas. Ya han hecho muy buenas migas. No os quepa duda que de ahí la
gángster jefa es Faina, que se ha erigido en la protectora de la retraída
Macarena. Y siempre están juntas. De hecho, en los videos de la noche
anterior, era Faina que animaba a Macarena a pasárselo bien y a dejar de
pensar en Juanjo. Porque estaba convencida de que ella no haría nada que
hiciera sentir mal a su novio. Así que de nada servía esconderse y hacerse
un bicho bola. Estaba ahí para disfrutar de la experiencia, y disfrutar no
significaba propasarse con nadie ni interesarse por nadie. Aunque tuviera
que elegir a un tentador, porque ahí estaba para jugar.
Así que llego, con un iPad donde tengo mis cosas apuntadas sobre cada
una de ellas y sobre cosas que he visto de ellas y de sus comportamientos.
Hoy voy más casual. Este es un encuentro más relajado y no pueden
ponerme como una princesa nocturna. Pero me gusta lo que llevo. Un mono
corto de color negro y tirantes y unas sandalias planas con cordones de
cuero que me suben por las pantorrillas. Llevo las uñas de rojo y un
maquillaje soft y diurno.
Me han dejado el pelazo rojo suelto y al natural, y soy como Medusa,
pero bien peinada y sin soltar maldiciones. Por ahora.
Sonrío al equipo cuando entro en escena, y veo que Axel no está ahí. Me
quedo sorprendida ante el descubrimiento, pero asumo que estará en Villa
Chicos.
Y como no quiero montarme mis películas, lo que hago es concentrarme
en esas cuatro mujeres que bordaron la noche hace unas horas pero que,
ahora, a la luz del día, están destruidas.
Y no sé qué les da más respeto. Si yo, o esas tres manzanas que hay
encima de la mesa.
Capítulo 16

Y ahí las tengo a todas, juntitas. Ya se han duchado después de la juerga,


han comido y conversado abiertamente sobre lo que hicieron o dejaron de
hacer la noche anterior. Y yo lo sé todo y lo he visto todo. Soy como la
vieja del visillo.
Faina se ha puesto esa ropa que tanto le gusta. Una gorra de béisbol, una
camiseta de algodón con un zurullo de Arale y unos pantalones de algodón
grises. Y en los pies unas zapatillas de surf. De todas, es obvio que es la que
menos le importa acicalarse ni su aspecto. Pero es que Faina tiene una
belleza natural y una personalidad que arrolla sin necesidad de maquillarse.
Macarena está arropada por ella. Parece muy confundida y sumisa. Esa
sería la palabra para ella. No habla demasiado y es la que menos ha
interactuado con los chicos, por los vídeos que yo he podido ver. Parece
dulce y frágil. No acabo de verla encajar en un programa así y no sé por qué
ha decidido venir.
Julia es la que tiene la cara más fresca y mejor de todas. Realmente, es un
bellezón moreno y tiene mucha clase y elegancia. Incluso para vestir. Con
una sencilla blusa larga blanca y un cinturón por encima parece que salga
de la Fashion Week de Madrid. Normal que sea la imagen y la Relaciones
Públicas de ese club tan famoso de la capital, que no es el Chantilly, obvio.
Además, habla varios idiomas. Es una chica bien preparada y no la veo
capaz de hacer locuras. Tengo la sensación de que está bien asentada y de
que la relación con Adán es fuerte, aunque tenga sus temblores de vez en
cuando.
Y, por último, Martina. Martina es esa mujer con la que todas nos
sentiríamos amenazadas, por su carácter, por su arrojo y por su físico. Tiene
una personalidad muy fuerte y poderosa que, a veces, es exigentemente
dominante. Con todos esos tatuajes y muchas calaveras, lo refuerza con el
maquillaje gatuno exagerado y un rictus siempre altivo. Y con estas chicas
o te llevas muy bien, o las odias.
En el grupo, por ahora, no veo malos entendidos ni actitudes recelosas.
Pero sí diría que cada una se hace una opinión de la otra y hasta que no
pasen más días de convivencia no se sabrá realmente qué tipo de grupo
están creando. Todo podría ser más o menos llevadero con ellas, siempre y
cuando nadie coma del plato —léase, tentador— que elija comer la otra.
—Hola, chicas —me siento en la silla y tengo la sensación de que soy
como una invitada que quieres y no quieres tener en casa.
—Hola, Becca —contestan las cuatro.
Miro a Faina solo un instante y tiene esa cara de «tú y yo somos amigas y
hemos compartido de todo, pero tranquila que no diré ni mú». Pero no es
eso lo que me hace gracia de la situación. Le ha picado un mosquito en
plena punta de la nariz. Y la tiene hinchada, y ella lo sabe, pero no hay
nadie que acarree sus desgracias con más dignidad que mi amiga.
—Qué guapa —me dice Macarena con algo de vergüenza.
—Gracias —no se me da bien recibir halagos delante de televisión.
Además, olvido que para ellas yo soy un personaje público, algo así como
un referente, y tampoco llevo bien la admiración de los demás.
—Bueno, sabéis por qué estoy aquí —explico viendo por el rabillo del
ojo cómo se mueven las cámaras alrededor—. Vengo a hablar de esto —
señalo las manzanas rojas—. Y también vengo para que elijáis quién va a
ser el tentador al que queréis conocer y con quien tengáis la primera cita.
Las cuatro chicas asienten.
—Bien, sé que ayer tuvisteis una fiesta aquí. Como en Villa Chicos. Sé
que ha sido una noche larga y llena de emociones. Pero ahora habéis
amanecido con tres manzanas. Las manzanas pueden ser pecados de uno
solo o de los cuatro. ¿Quiénes creéis que han pecado?
—Seguro que es el mío —dice Martina apretando los dientes—… Porque
el mío es muy tonto y se deja toquetear mucho y no se da cuenta de que eso
no está bien y de que a mí me molesta. Siempre me dice que tener amigas
no es malo. Pero es un inocentón. ¿Ha sido él? —me pregunta con algo de
rabia y ansiedad.
Yo no muevo ni un solo músculo de la cara.
—Mañana por la noche hay cine, y mañana veréis cómo se están
comportando vuestras parejas. ¿Todas creéis que ha sido Carlos el que ha
caído?
Julia dice que no con mucha seguridad.
—Yo creo que no. Tampoco creo que haya sido Adán —aclara—. Pero
no veo a Carlos con la capacidad de lanzarse a por ninguna chica la primera
noche.
—Si no es que él se lance, él no sirve para eso —insiste Martina con
desdén—. Es que se le lancen a él.
—¿Macarena? —miro a la chica que se está retorciendo los dedos con
nervios—. ¿Estás bien?
—No quiero pensar en que haya sido Juanjo. Me hizo prometerle que no
hiciera nada que a él le pudiera molestar. Y eso hago.
—Pero… —intento hablarle con suavidad y empatía—. Tú tienes que
hacer lo que sientas. La isla tiene que probarte, pero debes atreverte a eso.
Si no esta aventura no tiene sentido.
—Lo sé. Es solo que no tengo necesidad de hacer nada, por ahora —
contesta recogiéndose las rodillas. Apoya su cara sobre estas y sus
hermosos ojos se cubren con los mechones de su flequillo. Y detecto una
fobia en ella. No estoy segura, pero reconozco algunos movimientos y
algunos tics que denotan cuando alguien está bajo presión o siente pavor
hacia algo. Pero como no quiero insistir más, la dejo tranquila.
—Pues alguien ha sido —espeta Faina—. Es evidente. Y puede que haya
sido Genio, que es torpe muchas veces y sin querer se tropieza y de repente
aparca la cara en las tetas de alguien. Suele ser en las mías, pero si el pobre
no ve, no voy a reprocharle nada. También se ha caído varias veces por la
calle y ha acabado de rodillas y con la cara en el paquete de un señor —se
encoge de hombros—, y siempre se levanta y yo le digo «sin pecado
concebido» —todas se mueren de la risa—. Es porque tiene los pies
supergrandes, como casi todo él… Sabiendo la de cosas que le pasan, pues
tres manzanas me parecen pocas.
Nos da la risa a todas, incluso a Matilde que no deja de sofocarse por el
pinganillo, pero yo soy la presentadora y tengo que mantener el control y la
dirección de la entrevista.
—Faina, ¿perdonarías a Genio si vieras una imagen de él con su cara en
los pechos de alguna tentadora?
—Hombre, lo perdonaría dependiendo del contexto. Sé cuándo se ha
tropezado y cuándo tiene hambre. Si es la primera, lo perdono a ciegas. Si
es la segunda, entonces no.
Su respuesta es tan clara y tiene tanto sentido que no se le puede rebatir
nada.
—Bien, la duda de las manzanas se resolverá mañana. ¿Y hay algo de lo
que os podáis arrepentir vosotras de esta noche y que mañana vayan a ver
vuestras parejas en el cine?
Las cuatro dicen que no.
Martina se pone el pelo negro por detrás de la oreja y dice:
—Todo lo que se ha hecho se ha hecho como juego.
—Ahá —musito mirando la pantalla de mi iPad. Tengo apuntado lo que
vi de Martina en la noche. Será divertido ver la noche de cine de los chicos
y presenciar la reacción de Carlos.
—Perfecto —añado—. Entonces, es momento de elegir a vuestros
tentadores para la primera cita. ¿Estáis listas? ¿Sí? ¡Pues que pasen los
tentadores!
Capítulo 17

Villa Chicos
Antes de que empiece a grabar, tengo que poner en orden las lista de los
tentadores que han elegido las chicas.
Julia ha elegido a Naim, un chico maravilloso de pelo negro y despeinado
y ojos azules con una sonrisa de pilluelo que incluso a mí se me subían los
colores. Ayer noche se les vio hablando a menudo, y riéndose un montón.
Pero lo cierto es que Julia habla con todos, es natural y se le nota su
extroversión y su buen hacer con la gente. Ha elegido a Naim porque se han
caído muy bien. Él es diseñador gráfico de Barcelona.
Martina ha elegido a Sisco. Estaba entre él y el portugués Joao. Pero ha
elegido a Sisco porque es de músculos gigantescos y además tiene un centro
de nutrición. Y con lo obsesionada que está esta chica con la comida y el
deporte seguro que tienen mucho de lo que hablar.
Macarena ha elegido a Quentin, un boriqua tremendo y morenito, un
mulato despampanante que es profesor de bachata y profesor de Taekwondo
para niños. Matilda ha dicho algo tremendo por el pinganillo parecido a
«Anda, y parecía tontita. Pues di que sí, chica, a mí que me mate el otro si
quiere, pero yo a este me lo como».
Y Faina ha elegido a Nene, el valenciano de la Albufera, de pelo rubio
que tiene dos centros de Crossfit.
Mañana por la mañana hay una prueba en grupo. Las pruebas tienen
remuneración por parejas y, si ganan, es su oportunidad de ir haciendo caja
en estas dos semanas. La productora creyó que era bueno despertarles la
competitividad para que se viera la verdadera naturaleza de todos. Y creo
que va a ser un éxito.
Después de eso, el coche nos ha llevado al resto del equipo a Villa
Chicos.
Otra casa de infarto, con un gran terreno verde, piscina, un montón de
balcones y habitaciones, grandes espacios, chillout y gigantescos porches en
los que zorrear y celebrar fiestas.
Cuando llego, me sorprendo por tres cosas. La primera, que hay uno de
los emparejados, Juanjo, bicheando con Jennifer. Y no es la primera vez. La
Segunda: que Genio tiene una resaca que no se aguanta de pie. Está
tumbado en el sofá, rodeado de Amazonas que le hacen cosquillitas por las
piernas y los brazos, y con las gafas de sol puestas.
Y la tercera, y es la que menos me gusta, pero lo entiendo: que las
tentadoras miran a Axel continuamente y sin disimulo. Sobre todo, una:
Jennifer. Y eso que está con Juanjo.
No puedo hacer nada al respecto: mi novio es demasiado atractivo por su
propio bien. Así que me tengo que tragar lo que pienso, me muerdo la
lengua y llego al porche donde están los cuatros concursantes y el harén al
que le encantaría que Axel participara. Pero se van a quedar con las ganas.
Nadie sabe allí que él y yo somos pareja. Ni siquiera nuestro equipo.
Creen que Axel es un trabajador más, pero desconocen su verdadera
identidad, y también la naturaleza de nuestra relación. Trabajamos juntos en
el Diván y ahora volvemos a trabajar en este programa, eso es lo único que
sabe el equipo. Y si nos vemos por la noche, lo hacemos a escondidas y nos
levantamos antes que nadie para que no nos vean. Igual que si nos besamos
o nos tocamos. Y esto es así porque Axel y yo tenemos un pacto: que
cuando estemos preparados —sobre todo él— podremos hablar de lo
nuestro a todo el mundo. Pero, para entonces, él también tiene que estar
listo para que la gente sepa que es hijo del difunto Alejandro Montes y
hermano de Federico Montes, un monstruo de la televisión de
entretenimiento.
Sin embargo, ese momento no ha llegado aún, y seguimos con nuestra
relación a escondidas de todos aquellos que no son de nuestro círculo.
—Hola a todos —sonrío a todo el grupo.
—Hola —contestan ellos removiéndose nerviosos. Juanjo se aparta
rápidamente de Jennifer. Como si no hubiera cámaras que grabaran en todo
momento sus movimientos.
—Tengo un lugar —me dice Axel por el pinganillo—. En esta casa y en
la de las chicas. Y en nuestra Villa. No hay cámaras. Estoy deseando
secuestrarte y llevarte a uno de esos escondites para comerte todo el…
—Chicas —rio con algo de nervios. Voy a ignorar lo que el salvaje del
altavoz me está diciendo, o no podré seguir grabando. Mi mensaje es para
las tentadoras—, necesito que me dejéis a solas con los chicos.
Las tentadoras se van. Me doy cuenta de que Jennifer mira fijamente y
con mucha intensidad a Axel, y no me hace gracia. Me extraña mucho.
Esta vez soy yo la que trae las manzanas. Las dejo sobre la mesa de
centro y tomo asiento en mi silla, frente a ellos.
—Esta noche, en Villa Chicas ha habido dos pecados —les explico—.
¿Sabéis quiénes han podido pecar?
Carlos, la pareja de Martina, está poniéndose las botas comiendo helado.
Disfrutando como un niño pequeño. Parece que sufre de ansiedad. También
lo vi beber bastante la noche anterior. Él ni siquiera me responde, como si
su pareja de verdad fuera ese helado de vainilla y chocolate y no la mujer
que hay al otro lado de la Villa. Curioso.
Espero paciente las respuestas de los chicos, hasta que empiezan a abrirse
uno a uno y a contarme sus pareceres. Está claro que ninguno duda de sus
chicas. Carlos se relame y cuando acaba, por fin, se digna a participar:
—No creo que haya sido Martina. Ella es una chica muy difícil. Me costó
mucho que aceptara a salir conmigo —me explica— dudo que una noche la
convierta en alguien que no es.
—Ya, claro… —digo con la boca pequeña.
—Macarena no ha podido ser. Porque sabe que nadie la va a querer como
yo la quiero.
Esa suposición de Juanjo no me ha gustado nada.
—¿Qué quieres decir con eso? —sé que no debería, pero le replico—.
¿Que nadie puede enamorarse de ella y cuidarla tan bien como tú?
—Como yo la quiero, no. Nadie —sentencia con sus ojos negros y
brillante con un toque de desafío—. Sé que no ha sido ella. Sabe que eso
sería muy feo y estropearía todas las cosas bonitas que tenemos.
Debo suponer que su relación es fantástica e idílica, porque, de lo
contrario, estaría ante unas afirmaciones que suenan a advertencia. Y de
repente, Juanjo se emociona y se le aguan los ojos pensando en que su chica
se esté comportando como él no quiere que se comporte. A todos les
enternece, y seguro que a las chicas que ya tiene en el bote, también.
Pero a mí hay algo que no me convence. Y no me gusta. Ya está. Ya
tengo la primera cruz.
Genio mira a Juanjo y frunce el ceño. Sé que está pensando casi lo
mismo que yo: «menudo notas y vaya gilipollas». Bueno, más o menos.
—¿Y vosotros, Genio y Adán?
Adán, que es de todos, creo, que el más atractivo, se ha recogido el pelo
rubio con una coleta que hace que sus mechones platino enmarquen su cara.
Y yo solo me imagino a Brad Pitt a caballo. Es demencial.
Sus ojos azules medio sonríen, aunque están un poco angustiados.
—No creo que sea Julia. Ella tiene una conversación muy rica y puede
interactuar con todos porque vale para eso, se dedica a eso, a que todos se
sientan bien y estén a gusto. Y estoy seguro de que llamará la atención de
más de uno. Porque le pasa. Le pasa siempre —asume como si no tuviera
remedio—. Pero no creo que haga nada. Porque nos queremos. Confío en
ella.
Un discurso muy largo de autoconvencimiento. Espero que le sirva.
Aunque me temo que sí se siente más inseguro que ella de él.
—¿Y tú, Genio?
Él exhala, se cruza las manos detrás del cuello y sin quitarse las gafas
contesta:
—Podría ser mi melocotón. Podría ser ella —repite meditabundo—.
Porque ella enamora a todos. Y, además, los sabe emborrachar a la
perfección. Es experta en eso. Sea lo que sea lo que pasó, estoy seguro de
que no fue ella. Es que es irresistible, seguro que algún tentadorcillo quiso
robarle un beso.
Agacho la cabeza y me muerdo el labio inferior porque no quiero reírme
como de verdad me apetece. Genio está enamorado como lo tiene que estar
un hombre, pensando que su mujer es la más hermosa y una sex symbol de
pies a cabeza. Pero su chica es el demonio de la perversión, una fiestera…
ya verá las imágenes.
Les digo lo mismo que a ellas. Que mañana por la noche verán imágenes
de sus parejas con sus tentaciones en el cine nocturno.
Y acto seguido, pido que entren las tentadoras. Y es obvio a quiénes van
a elegir, porque se ponen cerquita de ellos. Y entonces veo entrar a Carla,
que se ubica cerca de Carlos, y que, además, le trae cariñosamente una piña
colada gigante solo para él. Me quedo a cuadros, y veo a Eli achicando la
mirada hacia ella.
Y la tensión… Dios, la tensión… qué poco me gusta.
En fin.
Sé cómo se van a elegir. Sé lo que van a hacer, y me alegra ser tan
intuitiva.
—Carlos —pregunto—. ¿A quién eliges?
El rubio que se parece a Paul Walker con el doble de músculos, toma de
la mano a mi hermana y dice:
—A Carla. La elijo a ella. Carla sonríe y le guiña un ojo.
—¿Por qué? —quiero saber.
—Porque nos llevamos muy bien y creo que nos entendemos. Y porque
me hace unas piñas coladas riquísimas.
Se trasca la magedia. Eli no era celosa, decía. Hasta que un día lo es. Y
ese día, me parece a mí que ha llegado.
Me parece que esta noche va a haber corralillo de emergencia.
—Y tú, ¿Juanjo?
Mi mente dice: a Jennifer.
—A Jennifer —contesta—. Tenemos cosas en común y seguro que nos lo
podemos pasar muy bien.
Jennifer le acaricia el pelo y le sonríe. Y después, de un modo más
taimado, vuelve a mirar hacia Axel. Se las cazo todas a la chica esta. Y ya
he dicho que no me gusta. No lo veo ni medio normal.
—Muy bien —hablo entre dientes y con la mosca detrás de la oreja—.
¿Adán? ¿Qué tentadora vas a elegir?
—Edurne. Es una tía supermaja y muy divertida, y quiere dedicarse al
pádel. A lo mejor puedo ser su representante.
La rubia Edurne se echa a reír y le da un beso en la mejilla.
—Por supuesto que me puedes representar, señorito.
Debo admitirlo. Hacen buena pareja. Pero Adán también hace muy buena
pareja con Julia. Me temo que todo esto los va a sacudir un poco. Y Julia
me cae muy bien. También Edurne. Pero lo cierto es que creo que esta
pareja se quiere mucho y de verdad, y me daría pena que saliese mal.
Y llega el turno de Genio.
—Bueno, Genio. De las cuatro tentadoras que querían conocerte, ¿con
quién te vas a quedar para tu cita?
—Con Rosario —contesta muy resuelto.
Rosario es una cubana con cuerpo de modelo que es profesora de salsa.
Vaya con Genio…
—¿Por qué has elegido a Rosario?
—Porque bailo como un pato. Y Faina baila de maravilla. Quiero que
Rosario me enseñe a bailar igual de bien para que Faina quiera ir a sus
convenciones conmigo. Así puedo lucirla delante de todos.
Es que me lo como. Genio lo hace todo pensando en los dos. Y seguro
que a Faina le va a encantar la idea. Dicho esto, me levanto de la silla y les
recuerdo que mañana empieza la primera cita y que recuerden que en este
programa todo va a ser sorprendente e inesperado.
Sí, mejor que se preparen, porque les va a tocar, no solo conocerse y
abrirse a otros, sino también competir para ir haciendo hucha.
Y no van a ser pruebas fáciles.
Pues como el amor, que tampoco lo es.
Cuando salgo de la villa, paso de largo a Eli, que está ofuscada con lo
que está viendo de mi hermana. Pero hablaré con ella luego. Ahora quiero
hablar con Axel.
No quiero parecer paranoica, pero he visto algo raro y quiero asegurarme
de que todo está bien.
Él ya no está tras la cámara, no sé ni cuándo se ha ido, y los de sonido me
dicen que se fue al tráiler para asegurarse de que todo el material está bien
grabado.
Pues allá que voy.
Capítulo 18

Las intuiciones no se explican. Se sienten, se perciben, se sospechan. Y yo


he sospechado algo con Jennifer y Axel, y sea lo que sea, no me gusta. No
me gusta porque Axel está como el Axel extraño e introvertido que me
encontré antes del Diván y quiero saber por qué es. Ya vuelve a ser como un
gato huidizo, y dijimos que no tendríamos secretos entre nosotros y que las
intrigas eran para las novelas.
Salgo de la villa a paso firme. El tráiler está aparcado en una calle a cien
metros de la entrada de la casa. No es muy grande, pero sí lo suficiente
como para tener en su interior un sofisticado sistema de cámaras remotas
que graben todo lo que sucede en la mansión del pecado.
Así que abro la puerta del tráiler y entro sin pedir permiso.
Axel está hablando por teléfono con alguien y, lo último que oigo es:
—Me da igual. Haz lo que tengas que hacer, pero quiero saber quién se
ha encargado del casting… No me toques los cojones. ¿Lo pediste a una
empresa de servicios externos? Pues localízame sus nombres. Lo quiero
saber todo. Quiero saber a quién más se ha metido aquí.
Cuando cuelga, Axel deja el iPhone de mala manera sobre la mesa de
control, y estira el cuello hacia un lado y al otro. Está tenso con una vara.
Y verlo así también me tensa a mí.
—¿Qué está pasando, Axel? —pregunto sin más. Él se da la vuelta y me
mira sorprendido.
—¿Qué haces aquí, rizos?
No le contesto. Cruzo los brazos por delante y espero. Es una manía que
tengo para protegerme, por eso de que, en la boca del estómago, en el
plexo, se agolpan las emociones, y quiero cuidar de ellas.
—¿Qué está pasando?
—Nada por lo que te debas preocupar. Yo me encargo.
Doy un paso hacia él, con menos certidumbre de la que me gustaría. No
me gusta discutir. Pero si tengo que hacerlo, lo haré, porque no huyo de las
broncas. Lo que sucede es que Axel y yo somos volcánicos cuando nos
peleamos, y tenemos que tener cuidado con lo que nos decimos.
—No. Me lo vas a contar, sea lo que sea. Necesito saberlo. ¿Con quién
hablabas? ¿Con Fede?
AAxel se le ensombrece la mirada. No le gustan las encerronas. Antes,
cuando teníamos problemas mientras grabábamos El Diván, él lo
solucionaba todo dándome la espalda, yéndose, huyendo de mí, o
tratándome mal para que fuera yo quien se alejase. Pero nada de eso
funcionó para que me diera media vuelta. Y ahora tampoco va a funcionar.
Quiero que él me cuente la verdad y que no me tenga en ascuas.
—¿Qué pasa con Jennifer?
—¿Qué pasa con ella? —responde crispado.
—No hagas que te lo pregunte dos veces —le ruego.
—No hay nada que explicar. No es importante. Y tú no necesitas saber
nada más de esto porque no es necesario y no quiero que te distraigas. Está
todo bien — Axel se acerca a mí y acuna mi rostro entre sus manos.
—Axel —me aparto de él y le dirijo una mirada azul hielo—. Te
conozco. Nos conocemos muy bien. Nos queremos. Y he visto algo que no
me gusta. Y sé que está pasando algo. ¿Conoces a Jennifer? ¿Por qué ella te
mira así?
—Me miran así todas —se encoge de hombros entre la diversión y el
aburrimiento—. No sé por qué es, pero así es. No tienes que preocuparte de
nada, no es nada.
Tomo aire por la boca y sacudo la cabeza.
—Es que no te creo. No me estás diciendo la verdad. Cuando mientes —
lo señalo— no se te mueve ni un solo músculo de la cara. Y es lo que te
pasa ahora. Pierdes expresión. ¿Me estás mintiendo?
Él frunce el ceño y me dice que no.
—No, preciosa —Estira los brazos, y más nervioso y con algo de
desesperación me abraza contra él—… No quiero que pienses cosas que no
son, por favor. Es solo que he llamado a Fede porque he visto algo extraño
en la casa de los chicos durante la noche, y quiero asegurarme de que todo
está bien. Pero necesito más información de todas las tentadoras y
tentadores, y no quiero que te metas en esto. Quiero que te limites a ser tú y
a convertir en oro todo lo que tocas —apoya su barbilla en mi cabeza y me
masajea la espalda con sus manos—. Ya lo pasaste muy mal en El Diván, te
sucedieron muchas cosas y, aunque no seas sincera conmigo y no me lo
cuentes, sé que lo estás pasando mal y que te ha dejado algunas secuelas.
Todo lo de Vendetta, lo de Tori, lo mío… No vas a pasar por eso otra vez, ni
yo lo voy a permitir.
Me intento apartar de él. Debería saber que a Axel no le puedo ocultar
nada, por mucho que lo intente. Pero él también debería saber lo mismo de
mí.
—No estamos hablando de mí —digo contra su pecho.
Axel alza mi barbilla con su mano y contesta con ojos más cálidos y
tiernos.
—Nena, siempre va sobre ti. Siempre voy a estar pendiente de ti y voy a
hacer mío lo tuyo. Solo quiero que sepas que puedes contar conmigo para
todo. Y que, si algún día tienes miedo o te sientes mal, que me lo digas. Voy
a hacer lo que considere necesario para protegerte y para que estés bien.
—Entonces, ¿no me vas a decir lo que está pasando? —Es que no me lo
puedo creer.
—No necesitas involucrarte en esto. No es importante, de verdad. Y no
quiero influenciarte en la opinión que puedas tener de los concursantes. Te
quiero mantener al margen.
—Has girado las tornas y has cambiado la dirección de la conversación
—lo reprendo—. Maldito ilusionista.
Él se ríe porque sabe que tengo razón.
—Deja que me encargue de estas cosas que no tienes por qué saber —me
da un besito en la nariz—. No hace falta, no es trascendente. Dame un beso.
—No —retiro la cara indignada.
—¿No?
—No —vuelvo a girar la cara hacia otro lado.
—Becca, sabes que no soporto que me gires la cara.
—No quiero darte ningún beso. Estoy enfadada.
—Bien —se ríe y me abraza con más fuerza—. Así es mejor y es más
divertido. Me gusta que te pongas guerrera.
Resoplo y justo cuando Axel está a punto de robarme un beso, abren la
puerta del tráiler, y entran Chivo, el asistente de jefe de cámara y Matilde.
Axel y yo nos apartamos como si tuviéramos la peste, tenemos práctica
en disimular, así que antes de que nos miren, hay un metro de distancia de
seguridad entre nosotros y estamos observando los monitores con atención,
repasando lo que acabamos de grabar.
—¿Qué te parece? ¿Te gusta este lado o el otro? — me pregunta Axel.
No se me va a olvidar nada de lo que me ha dicho, y conociéndome, no
voy a parar hasta saber lo que está pasando. Porque si es algo que incomoda
a Axel, también me incomoda a mí. Aun así, respondo siguiéndole el hilo.
—Me gusta este plano —señalo el monitor en el que salgo yo hablando
con los chicos y con dos manzanas en la mano.
—Sí, a mí también —dice Matilde admirando la pantalla—. Quedas de
maravilla en cámara, Becca. Tu pelo rojo y los ojos tan grandes y azules
llenan todo el plano. Parece que traspases la pantalla.
Chivo asiente y se retira los cascos de las orejas. Es pequeñito, con el
pelo a lo afro, americano, pero de habla hispana y habla muy rápido. Y es
muy eficiente en su trabajo. Además, es de los que siempre suma y propone
ideas.
—Queda muy bien, señorita Ferrer.
—Gracias —contesto. Es muy educado—. En fin — digo limpiándome la
humedad de las manos en la tela negra de mi pichi—. ¿Vais a estar pasando
las imágenes de las villas a la casa como ayer?
—Sí. Eso haremos —dice Axel—. Por ahora nos quedaremos aquí
revisando que todas las cámaras estén bien y dando directrices de
supervisión al resto del equipo.
Axel va a tener mucho trabajo. Nos va a costar que encontremos huecos
en los que poder vernos con tranquilidad, excepto cuando él se cuele en mi
habitación o yo en la suya. Y tengo que asumir que va a ser así. De todas
maneras, estoy intranquila. Sé que algo pasa y Axel no me quiere decir qué
es. Y me sienta fatal.
—Pues nada —fuerzo una sonrisa nerviosa—, entonces pido al coche que
me lleve a la villa, que hay mucho para ver. Matilde, ¿te vienes?
—Por supuesto. En cinco minutos salgo.
—Ok —me dirijo hacia la puerta, miro una última vez a Axel, pero él
está en su papel de no somos nada ni nos acostamos, así que me ignora y
fija todo el poder de su mirada verdosa en los monitores—. Nos vemos.
Cuando salgo del tráiler invoco a mi Reina interior de las Maras, porque
la necesito. Me ofende que Axel me esconda cosas, aunque diga que es por
mi propio bien. No quiero eso para nosotros. Sin embargo, también ha
tenido razón en algo: le estoy ocultando que, a veces, mi mente se activa de
más y tiene miedito. Y no me apoyo en él. No me apoyo en nadie para eso.
Porque con las fobias y los miedos, a pesar de que son muy incómodas y
que pueden aterrorizar y ser paralizantes, me sé desenvolver muy bien.
A veces pienso que incluso mejor que con el amor.
Capítulo 19

Noche del Martes


En la comida hemos estado haciendo nuestras porras. Tenemos una pizarra
blanca con las cuatro parejas y manzanas en cada pareja.
Cada uno tiene sus favoritos, pero coincidimos en que pronto,
seguramente, mañana por la noche, una de ellas empiece a volar por los
aires.
¿Y sabéis qué he hecho el resto del día?
Como la pirada obsesiva que soy, y como no le he visto el pelo a Axel,
esta tarde he estado con Eli mirando los monitores y ubicando a Jennifer
para ver cómo se comporta y quién es.
A mi amiga no le ha gustado nada lo que le he explicado. Ambas somos
inquisidoras, y no queremos sorpresas, así que a Eli le ha ayudado bastante
la distracción para dejar de pensar en mi hermana y en cómo está jugando
en Villamen.
Lo quiero saber todo de ella. Es estudiante de diseño de moda. Es cinco
años más joven que yo, y se le ve mucho desparpajo al interactuar con los
chicos. Pero su objetivo es Juanjo, que la colma de atenciones. No creo que
a ella le guste Juanjo de verdad, la veo mucho más despierta e inteligente y
estoy convencida de que está jugando un papel. Quiere protagonismo.
Quiere chupar cámara. Vale, sí. Cualquiera en un programa así quiere
chupar cámara. Pero hay maneras y maneras de hacerlo. Las demás
tentadoras pasan con discreción, puede que sea porque no han sido primeras
elecciones de los chicos, pero no quieren llamar la atención. Por ejemplo,
Edurne, que está pasándoselo bien con Adán y se están riendo mucho, es
mucho más guapa de lo que es Jennifer, más dulce y más natural, no busca
las cámaras. O mi hermana, mismo, que comparte su tiempo también con
Carlos, pero no urde tramas para que la enfoquen más. Rosario y Genio se
han pasado el día aprendiendo a bailar salsa y a hablar de recetas culinarias
de Cuba. Y eso a Genio le pirra, y a la cubana está claro que también le
gusta mucho hablar de su país, porque lo echa de menos.
Pero a Jennifer… le veo algo, una doble cara. Puede que esté
influenciada por la actitud que le he visto hacia Axel y porque sé que a mi
pareja algo le está incomodando del casting. Y si es ella, tendré que cortarle
la cabeza. Porque espero que, cuando descubra qué pasa en realidad, no
tenga que cortársela a él.
Y por la noche, todos estamos tan reventados y vemos tanta fiesta en los
monitores que nos cansamos solo de verlos. Este trabajo es duro. Todos
debemos estar pendientes de lo que sucede en las villas, para adelantarnos a
posibles acontecimientos, y para que los cámaras sepan a quiénes tienen
que vigilar a distancia. Por eso necesitamos estar al día de las tramas.
Pero en esta fiesta de indios y vaqueros que hay en Villa Chicos y Villa
Chicas ahora, hay tanto movimiento que los ojos se nos van a todos.
Vemos a Faina, con una diadema de plumas hiperlargas, enseñando a
hacer twerquing a Macarena, que está seguida muy de cerca por Quentin.
Incluso él le está enseñando a hacerlo. ¡Y cómo menea la colita el boriqua!
Y, por otro lado, Carla está bailando con Carlos, que parece más relajado
que cuando llegó, y muchísimo más feliz.
¿Cómo pueden ir las cosas tan rápido? Apenas hace cuarenta y ocho
horas que conviven juntos, y algunos parece que se conozcan de toda la
vida. Y sí, me molesta ver a Carla y a Carlos tan juntos. Mi hermana
siempre ha atraído a los hombres y tiene una sonrisa alucinante. Y, si me
molesta a mí ver que está encajando tan bien con Carlos, no me quiero ni
imaginar lo que debe hacer sentir a Eli.
Para mí, es indispensable hacer corralillo esta noche. Así que Eli y yo
hemos escrito a Carla y a Faina, a sus móviles, que guardan debajo de la
tapa del tanque del retrete, para que nadie lo vea.
Tenemos que hablar con ellas.
Tenemos acordado que revisen los móviles a las once de la noche, que es
cuando podríamos escribirles para vernos en la clandestinidad. Carla y
Faina han ido a sus habitaciones a esa hora para revisar los móviles. Carla
iba un poco perjudicada, aunque lo ha disimulado muy bien, menos cuando
se le cerraba un ojo. Y como Eli y yo la hemos visto salir de fiesta, sabemos
cuándo el alcohol le ha subido. Y es uno de esos momentos.
Faina ha visto el mensaje y ha alegado que se encontraba un poco mal.
Macarena le ha dicho que, si quería que la cuidase, el angelito, pero Faina
ha dicho que no era buena compañía cuando se encontraba mal. Sin
embargo, le ha prometido que mañana dormirían juntas.
Cuando Faina se ha metido en la cama a dormir, la cámara de su
habitación se ha apagado. Así que ya tiene luz verde para salir por la puerta
trasera de la casa que solo conocemos nosotras, y que está escondida. Las
dos villas tienen lo mismo, es como una puerta que hace esquina y a la que
el objetivo de las cámaras no llega a divisar.
No obstante, Carla ha subido a la habitación. Ha entrado en el baño y le
ha dado visto al mensaje. Es decir, lo ha leído. Estaba dispuesta a acostarse
para que su cámara se apagase cuando, ha entrado Carlos, alias Kinnikuman
liberado, y ha empezado a hablar con ella.
No os digo cómo nos hemos quedado Eli y yo viendo la escena. Mi
amiga estaba en tensión. Me da la sensación de que no conoce a esta Carla,
más libre, sin su hijo ni su madre cerca, y sin su inseparable pareja, que es
ella.
Eli se cruza de brazos viendo la escena, pero no osa a articular palabra.
Sus ojos negros no pierden de vista a Carla. Estudia todo; sus palabras, su
lenguaje no verbal, las expresiones de su cara… Mi hermana se ha puesto el
pijama para hacer el paripé y que su cámara se apague, tal y como
pactamos. Y ahora hay un hombre en su habitación, con un cubata en las
manos, que le dice que vuelva abajo a continuar con la fiesta.
—No puedo, Carlos —contesta acariciándole la mejilla—. Estoy cansada
y algo no me ha sentado bien. Voy a dormir.
—¿Hay algo que no te ha sentado bien? —pregunta muy preocupado—.
No te preocupes. Yo sé mucho de eso. Para hacer culturismo y quedar de los
primeros, he tenido que joderme el estómago muchas veces con dietas muy
estrictas que me preparaba mi novia —explica—. Puedo hacerte lo que
necesites. ¿Tienes ardores? —Carlos está genuinamente alarmado por Carla
—. Puedo bajar y prepararte el batido que quieras para el estómago. Lo que
te haga falta. Conozco mezclas para la resaca también. Martina no lo sabe
—dice contrito—, pero tengo prohibido salir muchas veces cuando estoy en
competición, y he salido igualmente y después me he tomado mis remedios
milagrosos.
Carla lo mira con cariño, se muerde el labio inferior y sonríe. Y entonces,
hace algo que no esperábamos.
—¿Necesitas hablar, Carlos?
—Si no estás, me aburro. Y me gusta mucho hablar contigo —contesta él
con mucha sinceridad.
Eli, que tiene el pelo rubio recogido, se cubre la cara con la mano, y
después abre un poco los dedos para ver entre ellos y entender qué más
sucede.
—¿Qué está haciendo? —dice entre dientes.
—Está actuando —contesto buscando la explicación más razonable—.
Ya sabes cómo es, no sabe decir que no a los desamparados —la miro de
reojo, molesta con Carla.
—Vamos a vernos. Deberíamos vernos. Sabe lo importante que es para
mí verla y saber que está bien y ¿se va a quedar con él en la habitación?
—Eli… no está pasando nada. No va a pasar nada —froto su espalda con
mi mano.
Ella inhala profundamente y cierra los ojos.
—Ve tú a encontrarte con Faina —me pide muy desanimada—. Quiero
verlo. Necesito ver qué pasa —me mira sin sosiego alguno y con los ojos
teñidos de algo que se parece mucho a la decepción. Y yo creo que está
anticipando hechos que no han sucedido y que suceden solo en su cabeza.
—Eli, tranquila. Mi hermana está enamorada de ti. Solo de ti. Es
imposible que vaya a hacer nada con este hombre.
—Ya… —murmujea desanimada—. Bueno, veremos qué pasa. Carla es
muy voluble, a veces, y puede hacer cosas de las que luego se arrepienta.
Solo espero — reconoce con pesar—, que yo no sea ese algo de lo que se
haya arrepentido.
¿Y lo dirá en serio que cree que Carla puede hacer algo con Carlos
cuando Eli y ella tienen una relación increíble y llena de amor? ¿Por qué iba
a hacer Carla algo así? No. Ni hablar. Me niego a creerlo.
El chiringuito del cielo
Entre Villas, en Las Terrenas, hay un chiringuito minúsculo pero lleno de
luces y con vistas a la playa con el mismo nombre. Es fácil de ubicar, por
ser el único entre ambas casas, y a mí me pilla justo en la entrada de la
bahía, así que no tardo nada en llegar.
El chiringuito es una cabañita de madera de color naranja, con una barra
y un par o tres de mesas de mimbre, que está rodeado de palmeras y donde
ponen habaneras.
Faina está en la barra, ha llegado antes que yo y está tomándose una
caipirinha con el dueño, un hombre dominicano, de pelo blanco y crespo y
al que le faltan cuatro dientes de delante.
—¡Bec! —me saluda.
—¡Fai!
Ella me da uno de esos abrazos de oso de los que tanto me gustan, y aún
sujetándose la diadema de plumas de indios que ni siquiera se había sacado
para acostarse, exclama:
—¡¿Pero tú has visto cuánto tío bueno por metro cuadrado?! ¡Es una
jodida locura, amiga! —se echa a reír—. ¿Qué tal lo estoy haciendo? ¿Lo
hago bien?
—Lo haces increíblemente bien, Faina —le reconozco–. Vas a tener otra
nueva legión de seguidores.
—Aish, pero no estoy haciendo nada que pueda molestar a mi feo, ¿a qué
no?
—Qué va. Todo está bien.
—Espero que luego no hagan montajes que puedan hacer dudar a Genio.
Así que dile a mi exmarido que no haga de las suyas y se porte bien.
Sonrío y asiento. Le pido un agua al señor del chiringuito, y me la sirve
inmediatamente. Normal, porque solo estamos Faina y yo en ese lugar.
—Bueno, cuéntame, bicho palo ¿qué tal todo? ¿Hay órdenes para mí?
—No, tú sigue siendo como eres y haciendo lo que haces, no cambies
nada. Genio se está portando muy bien —le aseguro.
—Ya lo sé. Pobre de él que no lo haga. Yo con Nene nada, eh. Es guapo y
simpático, pero no tiene mucho cerebro. Solo dice que me pondría en forma
en unos meses. Y a mí me encanta comer, y todo lo que no sea perder peso
a base de polvos no me interesa. Ya tú sabe.
—Sí —asiento sin poder quitarle la razón—. Ya sé.
—¿Y mis chicas? ¿Cómo están?
—Mmm… no estoy segura —explico—. Eli está nerviosa porque ve a
Carla más distraída de la cuenta con un tentador.
—No —dice rotunda—. Eso no puede ser.
—Eso digo yo. Pero Carla no ha venido hoy, precisamente, porque
Carlos está en su habitación y ella ha decidido quedarse con él, y eso tiene a
Eli loca y al borde de un ataque de nervios. Y la rubia está flagelándose
viéndolos en directo ahora mismo.
—Un drama.
—Total.
—Es que, Bec. Aquí te digo una cosa: la cabeza no deja de dar vueltas en
este lugar —me explica moviendo el índice haciendo círculos en su sien
derecha—, es bárbaro. Y solo haces que comerte la sesera, pensando en lo
que hace el otro. Y encima te adornan el paraíso con angelitos y barra libre,
entonse —remarca—, es muy normal que caigas en distracciones. Pero no
es real. Nada de esto lo es. Esto es Matrix —susurra con tono confidente—.
Carla no se va a olvidar de Eli. Conozco perfectamente a esa mujerona que
tienes como hermana, y no hay nadie más leal y buena que ella, aunque
asuste y parezca una comehombres. Eli tiene que controlar al demonio de
los celos. Esa chica tiene unos nervios de acero y seguro que no los va a
perder ni se va a dejar llevar por el miedo. Además, es la única que va a
domar a Carla. Carla no está hecha para los hombres, necesita a una mujer
de verdad.
—Eso mismo pienso yo. Solo espero que no haga tonterías —bebo de la
botella de agua y me quedo mirando la playa y cómo la suave brisa
nocturna mece las palmeras. Apenas hay oleaje y la habanera
«Guantanamera», me está haciendo sentir bien. Quería haber hablado con
mi hermana para que vigilase a esa tal Jennifer, a ver si podía averiguar algo
más de ella, pero como no ha venido, la estrategia se ha ido al traste.
—Me preocupa Macarena —Faina da un sorbo muy largo de su
caipirinha hasta que pone los ojos en blanco.
—¿Por qué?
—Hablo mucho con ella. Es un pajarillo y tengo la necesidad de cuidarla.
Esa niña es puro azúcar, Bec. Es tierna, inocente y cariñosa, pero… —
chasquea con la lengua—, no sé…
—¿Qué? ¿Qué opinas? ¿Has visto algo raro en ella?
—Sí he visto algo. Creo que tiene un problema. Y es uno gordo.
Mis sentidos se despiertan de golpe. A mí Macarena también me inspira
algo especial.
—¿Por qué dices eso? Faina se queda pensativa.
—No sé. Pero le he visto marcas en el cuerpo. Las marcas están muy
atenuadas, así que son de hace tiempo. Ella me ha dicho que hace escalada,
que es el único deporte que le gusta hacer, y que son golpes contra las rocas.
Pero no me convence… Creo que se autolesiona.
—¿Autolesionarse? Saldría en los informes psicológicos algo así. En un
casting de este calibre se valoran esos problemas mentales.
—Algo tiene que ser. Ella habla muy bien de su chico. Y cuando los vi en
la presentación, parecía que estaban de luna de miel… No hay nadie más
inofensivo y respetuoso que Juanjo.
—Yo nunca haría afirmaciones así. Jamás conoces a las personas del
todo. Y esa misma definición que has hecho se podría aplicar perfectamente
a un perfil mucho menos amable, porque se cuidan mucho de aparentar
justamente eso —Me quedo muy preocupada por lo que me ha contado—.
Faina, si ves algo más extraño en ella, ¿me lo dirás? Juanjo tampoco es
Santo de mi devoción, pero no me gusta pensar mal de las personas, y
menos sin pruebas concluyentes.
—¿Bec? ¿Tú de verdad crees que Juanjo sería capaz de…? —me mira
con asombro.
—No lo sé. Es una realidad que está mucho más cerca de lo que
pensamos, Faina. Y solo nos damos cuenta de ello cuando alguien como tú,
por ejemplo, observa y advierte esas cosas. Sea como sea, si descubrimos
algo que indica que sí, habrá que reaccionar. Hablaré con Axel para ver si
puede ayudar a averiguar si Macarena o Juanjo tienen alguna denuncia de
maltratos.
No me hubiera gustado acabar la conversación con Faina hablando de
algo tan desagradable como eso. Porque donde menos esperas encontrarte
algo así es en un concurso de estas características. Y, sin embargo, en
realities, se han visto cosas parecidas e igualmente nocivas.
Habrá que estar muy atenta.
Capítulo 20

Estoy entrando en nuestra villa. Tiene mucho terreno, no sé para qué


necesitarán tanto. Lo han aprovechado creando rincones de ensueño y
ubicando todo tipo de instalaciones que ayuden a los invitados a estar
mucho más cómodos. Las luces de la piscina están encendidas, y como es
gigante, tardo un rato en bordearla. Cuando lo consigo, paso por una zona
de cipreses que delimitan esa zona. Los grillos no dejan de cantar y la noche
es estrellada. Estoy a punto de dirigirme al porche por el que entraré en la
mansión, pero siento unas manos que me rodean por la cintura y me
levantan del suelo.
No tengo tiempo ni a pensar quién es o qué me está pasando, porque su
voz me tranquiliza inmediatamente.
—No grites. Soy yo, Minimoy.
«Yo» es él. Axel. No me gusta que me den esos sustos. Podría ser,
fácilmente, un activador para una crisis de ansiedad, pero mi cerebro no ha
reaccionado como esperaba, porque oír la voz de Axel lo relaja y lo hace
sentir a salvo. Y a mí también.
—¡Joder, Axel! —gruño con voz baja—. ¿Me quieres matar?
—Qué va —noto la risa ahogada en su voz—. Te llevo al huerto.
—¿A qué huerto? —mis pies están a cuatro palmos del suelo. Con lo alto
que es, es como mirar desde el balcón—. Bájame.
Axel me lleva a través de un caminito de cipreses por el que no habría
pasado en la vida, por no fijarme. Y después, atravesamos otra hilera más
del mismo árbol, cosa que tampoco habría hecho, porque a mí me gusta ir
por los senderos marcados y no atravesando paredes, llamadme loca. Y me
siento como en la serie de Los Bridgerton, escondiéndome en el laberinto
del amor para perder mi virtud. Ja. Qué risa.
Pero una vez pasamos a través de ellos, me encuentro en una plaza
circular, cuyo suelo está cubierto mitad de césped raso y mitad con láminas
de madera, con un buda de piedra en frente de nosotros, que lidera una
fuente en la que flotan flores de loto de ese color rosa palo algunas y lila
otras. El lugar está suavemente iluminado con luces led de color violeta.
Y me encanta, me siento bien allí.
—¿Este es uno de esos lugares ocultos de la villa de los que me
hablabas?
—Sí —contesta Axel dejándome en el suelo suavemente.
Yo me aparto y tomo distancia de él, para mirar a mi alrededor y observar
el buda que yace tranquilo y sereno ante nosotros. Posee una sonrisa y una
mirada entrecerrada que casi te obliga a que le copies el gesto.
—Los dueños de esta mansión hacen meditación.
Son muy espirituales —me explica Axel.
Sonrío con evidencia.
—¿Ya los has investigado?
—Desde el mismo momento en que decidimos venir aquí —contesta
como si no hubiera otra respuesta posible—. La Villa de los chicos y las
chicas también tiene lugares como este. Es típico de estas propiedades
guardar rincones para la intimidad absoluta. Pero tienes que buscar para
encontrarlos —Axel me mira fijamente.
Sabe que aún estoy enfadada y que me molesta que no me cuente las
cosas. Dice que no me competen, pero si él hace suyo lo mío, a mí también
me compete lo de él y al revés.
—¿Hay alguien del concurso o alguien del equipo que conozca estos
sitios escondidos?
—No. Y no hay cámaras en ninguno de ellos. Los conozco yo porque soy
intrépido y sé de las costumbres de los millonarios —sonríe sin tomarse
nada en serio.
—Lo eres —le lanzo a la cara.
—No. Nunca he vivido como uno de ellos —replica—. ¿Vas a seguir
hablándome así mucho tiempo?
Tiene razón. Estoy picada y a la defensiva.
—¿Por qué me has traído aquí? —pregunto pasando mis dedos por el
agua de la fuente.
—Porque quiero estar contigo, Becca. Al aire libre.
Y no solo encerrados en nuestras habitaciones.
Alzo la mirada, la fijo en él y luego vuelvo a distraerme con la hermosa
figura que tengo ante mí.
—¿De dónde venías, loquera?
—He hecho corralillo con Faina.
A Axel la idea no le ha gustado mucho.
—¿Por qué? No es bueno que salga, la pueden descubrir.
—Nadie la va a descubrir. Lo ha hecho muy bien hoy.
—Tampoco es bueno que salgas tú sola por ahí.
—Donde está el cuerpo está el peligro, Axel —asumo—. Me puede pasar
cualquier cosa incluso estando aquí contigo. Por eso no tiene sentido ir con
tanto cuidado.
A Axel no le ha gustado nada mi contestación.
—¿Por qué has querido ir a ver a Faina? ¿Tenéis algo de lo que hablar?
—La intención era reunirnos las cuatro. Que vinieran Carla y Eli
también, pero Carla se está tomando el papel de tentadora extrañamente en
serio. Y, no sé si es consciente, pero está poniendo nerviosa a Eli. Así que
no han ido ninguna de las dos.
—¿Y no querías hacer corralito por nada más? — insiste acercándose a
mí.
—¿Te parece poco intentar salvar la relación de mi mejor amiga y de mi
hermana? —callo unos segundos, me encojo de hombros y añado—: Y
puede que le fuera a pedir a Carla que me ayudase a investigar cosas sobre
Jennifer —me doy la vuelta y encaro a Axel sin ningún remordimiento.
—No me jodas. Te he dicho que no hay nada importante sobre ella —me
recuerda él con su expresión envuelta en enfado y frialdad—. ¿Por qué
tienes que hacer siempre lo que te da la gana? ¿Por qué no me haces caso?
—Una relación es un toma y daca al cincuenta por ciento, guapo. Si tú no
me cuentas lo que quiero saber, yo no tengo por qué hacer lo que me dices.
—Estás comportándote con inmadurez. No es propio de ti.
—Puede —camino hacia él—, pero casi me estás obligando a ello. No
me gustan los secretos y a ti tampoco. Y tú eres mucho más impetuoso
cuando sabes que hay algo que no te digo. Remueves cielo y tierra para
descubrirlo.
Él cierra los ojos y deja caer la cabeza hacia atrás con impotencia.
—Eres desesperante. En serio.
—No lo soy —replico—. Solo te digo una cosa: como descubra que me
estás ocultando algo que me pueda afectar de esa chica, vamos a tener un
problema tú y yo. Ya cubrí el cupo de secretos. No pienso pasar por más
cosas así contigo.
Axel, incómodo, da dos pasos y me atrapa entre sus brazos como un
jaguar a un cervatillo.
—Eres una cabezona. ¿Por qué no dejas que los demás cuidemos de ti?
¿Por qué tienes que meter siempre las narices en todo?
—Yo no meto las narices en ningún sitio, Axel — me defiendo—. Pero,
si fuera al revés, no imagino cómo estarías ahora conmigo. Como un miura,
seguro. Que nos conocemos y sabemos el Toc que tienes con controlarlo
todo.
Él aprieta la mandíbula y el movimiento hace que se le marquen más las
facciones divinas que tiene.
—Joder, Becca…
—No, joder no.
—Sí, joder sí. No sé por qué estoy tan loco por ti. Me pones los nervios
de punta. —Me abraza con más fuerza.
La declaración es hasta divertida de la frustración implícita que hay entre
líneas.
—Sigo enfadada —le recuerdo, haciéndole ver que las cosas no se
solucionan con palabras bonitas.
—Yo empiezo a estarlo —me advierte—. Pero… — está rabioso porque
sabe que es débil conmigo—, tengo muchas ganas de desnudarte, de besarte
y de hacerte el amor aquí mismo —reconoce rendido a la evidencia—. La
isla te sienta de maravilla. Cada vez que te veo me siento como un toro al
que mantean el capote rojo en sus narices.
Quiero estar seria. Pero se me escapa una risita rebelde a la que luego
pienso castigar sin salir.
Es cierto que me molesta que él no ceda a lo que le pido. Pero también es
cierto que le quiero y que siempre lo deseo. Y que cuando me habla así,
cuando es más sincero, es cuando más me deshago, y entonces todas esas
cosas por las que debería estar enfadada, me parecen menos importantes.
Aunque lo son.
Axel me sujeta de la nuca y acerca sus labios a los míos.
—Becca, no me apartes la boca otra vez —se cabrea—. Dame un beso.
—No me gusta estar a escondidas —le susurro alejando mi boca de sus
labios a propósito—. Tengo la sensación de que hacemos algo malo. Y lo
único que hago es quererte.
Él sonríe como si adorase oír esas palabras.
—Entonces, ¿me quieres un poquito?
Me doy cuenta de que, puede que se lo diga poco, adrede. Como si no
quisiera repetir viejos hábitos, para que tampoco repitamos patrones y
experiencias que me dejaron un mal sabor de boca hace meses.
—Solo un poco —contesto.
Axel se ríe y me abraza con más fuerza.
—Ya sé que no es lo más cómodo para nosotros, pero es lo más
conveniente. No queremos habladurías a nuestro alrededor, yo sigo siendo
anónimo y tú no. No quiero que nadie diga nada sobre nosotros y menos
grabando un programa como este. No necesitamos más presiones.
—A lo mejor no es tan mala idea que sepan quién eres, que por fin digas
que…
—No —me corta de repente—. No estoy listo aún para que me
relacionen con Alejandro ni para que remuevan la mierda. Mi vida es y ha
sido mía hasta ahora. Y quiero que siga siéndolo. Solo tú y mi hermano
sabéis todo de mí. No quiero estar en boca de nadie más.
—Está bien —admito—. Lo comprendo.
Él se humedece los labios y une su frente a la mía.
—Becca…
—Qué —arqueo mis cejas rojas y sonrío disfrutando de su necesidad de
mí. Yo también la siento hacia él.
—Bésame ya, bruja. Te echo de menos todo el día. Te grabo y pienso:
qué jodido afortunado soy por tenerla.
Y te veo tan guapa siempre que me apetece desnudarte a todas horas. Te
juro que cuando acabemos de grabar esto, no voy a dejar que te apartes de
mí ni un minuto.
—¿Ah, sí? Y ¿cómo piensas hacer eso, listillo?
—Algo se me ocurrirá —contesta muy críptico.
Axel deja caer su boca sobre la mía, y es todo tan familiar y tan rico, que
mi lengua decide ser muy hospitalaria con la de él.
Empezamos a besarnos poco a poco. Él me muerde los labios y tironea
de ellos, y cuando se cansa vuelve a besarme y a acariciarme con sus manos
y con todo su cuerpo.
Me desnuda con prisas. Porque Axel y yo siempre tenemos prisas por
quedarnos desnudos y pegarnos piel con piel. Y eso que nos conocemos,
que nos solemos ver y mirar, que nos comemos con los ojos, pero el
corazón y la pasión no entienden de tiempo ni de cuerpos que ya se saben.
Cuando el corazón quiere y la pasión acuerda, no hay nada que hacer ni
nada que pueda evitar el choque de trenes.
Le quito la ropa a Axel por completo y tan pronto como lo tengo en mis
manos, y tengo su miembro entre mis dedos, me arrodillo delante de él. Sé
que no es una posición que a él le guste, porque no quiere que nadie clave
las rodillas en su nombre, pero yo no lo hago en el suyo, lo hago en el mío,
porque deseo tocarlo y saborearlo así.
Él se tensa, sonrío y entonces le beso la vara erecta y lo masajeo de arriba
abajo.
Axel me retira el pelo de la cara y me la acaricia gentilmente mientras lo
empiezo a succionar como sé que le gusta.
Cierra los ojos y gime, poniendo todo su cuerpo en tensión y quedándose
muy quieto, mientras yo avanzo y engullo todo lo que puedo de él. Lo
acaricio, le araño los musculosos cuádriceps y veo cómo la piel se le pone
de gallina, mientras lo quiero con la boca. Pero él no acaba en mi boca,
nunca lo hacemos así. Dice que el semen no es un alimento, solo sirve para
crear vida, y usarlo como condimento en el amor no le va.
A mí tampoco. Ya sabéis lo que pienso de eso, y no me gusta ni el sabor
ni la textura ni la temperatura. Pero sí me gusta todo de Axel.
Él me ayuda a levantarme colocando sus manos de bajo de mis axilas. Y
mira alrededor.
—Te lo podría hacer sobre el césped.
—¿Y no me lo vas a hacer sobre él?
Axel niega con la cabeza, sonríe como un gamberro y entonces me
levanta y coloca mis piernas alrededor de sus caderas.
Estoy abierta por completo. Él solo tiene que ubicar bien mi entrada
húmeda. Y, como es un experto, la encuentra a la primera. Me penetra hasta
media asta, me quedo sin aire, y después vuelve a empujar sus caderas hasta
estar completamente en mi interior.
Me lo quedo mirando fijamente, robando oxígeno a aquel lugar oculto. A
Axel los ojos le brillan a pesar de ser de noche, y está tan apasionado como
yo.
Lo beso y nos quedamos muy quietos, compartiendo nuestro aliento y
nuestras bocas.
—Me quedaría aquí para siempre —susurra volviendo a introducir su
lengua en mi cavidad.
La hago bailar con la mía, y le acaricio la cabeza con los dedos. Me
encanta la textura que tiene, y me gusta que pinche.
Axel ha aprendido a abrirse y a confiar, y cada vez le es más fácil
declarar lo que siente en voz alta, hasta el punto de que a mí me sorprende.
Porque estamos en ese momento en el que ahora es él al que veo más
demandante. Yo estoy igual de enamorada y más que antes, pero me he
vuelto precavida con él, y lo he hecho inconscientemente, solo porque sé lo
mal que lo puedo pasar si me entrego toda. Así que me protejo.
Intento que él no se dé cuenta. Pero lo hago, me cobijo y a veces no digo
ni la mitad de lo que siento por miedo a darle a alguien tanto poder como
para destruirme. Como para sentirme frágil y vulnerable.
—Bec… —musita hundiendo su rostro en mi cuello. Empieza a
penetrarme y a hacerme el amor de un modo salvaje, del que no soy capaz
de escapar y ni mucho menos rechazar.
Porque es curioso que, aunque haya erigido un escudo no muy grueso
para cuidar de mí misma, cuando más viva me siento es cuando estoy con el
hombre que adoro y que tiene la llave para hacerme pedazos.
Pero en momentos como este, con él bombeando en mi interior tan
profundo que parece que quiera hacer una madriguera en mi interior, sé que
lo único que me va a hacer pedazos es el orgasmo que estoy a punto de
alcanzar.
—Axel, amor… —espeto, ansiosa por explotar—.
Haz que me corra —le pido.
Y cuando él lo consigue, el éxtasis me arrasa, cierro los ojos y lo abrazo
con tanta fuerza que hasta se me saltan las lágrimas del placer.
Mi historia de amor con Axel también me ha enseñado algo más allá de
una larga temporada con ansiedad y con mariposas en el estómago y varias
experiencias al límite de la vida y la muerte.
Que llorar da gusto y hace sentir a una mejor. Pero llorar del gusto es un
arte.
Y Axel para mí, es un artista de tomo y lomo.
Capítulo 21

—¿Estás preocupada por tu hermana?


Estamos tumbados en el césped. Para no coger frío, Axel me ha dejado su
camiseta, y él se ha puesto los calzoncillos.
Tengo mi cara apoyada en su pecho y él mira a las estrellas mientras me
acaricia los rizos rojos con los dedos.
—No me preocupa. Carla no es infiel. Solo está jugando. —Eso es lo que
quiero creer y lo que espero que esté haciendo en realidad—. Y también
está disfrutando de la experiencia. Pero el reality hace efecto invernadero,
los aísla. De repente, la persona con la que estás en contacto todos los días,
no está contigo en una experiencia en grupo destinada a seducir y a atraer.
Tampoco tiene sus rutinas, ni a Iván. Es como vivir una microvida dentro de
una realidad ficticia. No quiero que suene a excusa ni nada —repongo—
pero, supongo que ella no está pensando ahora en si lo que dice o hace
puede hacer daño o no a quien tiene fuera. Da por hecho que Eli está fuera.
Pero es posible que su novia, la cual es como una hermana para mí, no
estuviera preparada para esto. Y estoy sufriendo por ellas.
—Nadie está preparado para separarse de la persona que se supone que
más quiere ni para verla interactuar con otros en un contexto así. Además,
todos hemos aceptado nuestros roles solo por salvar el culo del tocahuevos
de mi hermano. Eso me fastidia —reconoce—, pensar que algo se pueda
estropear por estar mi hermano de por medio me angustia.
—Todos vamos a ser remunerados de un modo muy generoso, Axel. Han
dicho que sí por el sueldazo. Y es comprensible. Solo que, al igual, no se
han calculado bien las consecuencias.
—Tu hermana no ha hecho nada. Y dudo mucho que lo vaya a hacer.
Tenéis que estar tranquilas y confiar en ella.
—Yo también lo dudo. Pero nunca se sabe… Mira a Jennifer Aniston y
Brad Pitt. Eran para siempre, hasta que dejaron de serlo.
Él sonríe. Mis comparaciones siempre lo toman por sorpresa.
—Hemos aceptado suplir a un grupo de personas que vienen preparadas
desde el exterior desde hace tiempo —conviene Axel—. Y nosotros no
hemos tenido más que un día para pensarlo. Es lícito que Carla actúe como
actúa. Y también es lícito que a Eli la deje descolocada. No creo que haya
que preocuparse demasiado. Ni de Faina y Genio —añade oliendo mi pelo.
Le gusta hacerlo—. Esos son indestructibles.
Sonrío contra su pecho porque sus palabras hacen que me sienta mejor y
vea las cosas de otra manera.
—Ahora, hablemos de lo más importante. ¿Tú te encuentras bien,
pequeño Minimoy? —susurra con ternura—. Sabes que puedes contarme lo
que sea. Necesito que hables conmigo —reconoce.
Yo suspiro y froto mi nariz contra su pecho.
—Unas veces estoy mejor que otras. Lo estoy controlando —le explico
con sinceridad—. Tengo la gran suerte de que sé qué me está pasando y qué
activa mi ansiedad. Así que solo dejo que pase y no darle más poder. Sé que
mis miedos no van a regresar, solo persisten en mi cabeza. Pero ahora esas
sensaciones residuales de mis experiencias acuden a mí en oleadas. Estoy
trabajando en ello. Solo necesito normalidad y tiempo.
—Entiendo —continúa jugando con mis rizos—.
¿Hay algo que pueda hacer para hacerte todo más llevadero?
—Solo tienes que estar ahí —contesto acariciándole las abdominales
protuberantes que posee—. Y no ponérmelo más difícil. No me gusta estar
en boca de nadie ni tener a la prensa encima. La popularidad no va conmigo
y es una consecuencia colateral de este éxito y esta locura que no supe ver
venir. Y, además, me he enamorado de un hombre cuya identidad no puede
ser revelada. Es como estar con un fantasma —antes de que él diga nada ni
que se sienta mal, levanto la cabeza y cubro sus labios con tres de mis
dedos—. Pero no me quejo de eso. Tú eres lo mejor. Toda la locura a mi
alrededor tiene sentido por haberte conocido, Axel —reconozco—. Sé que
puedo ser un poco exagerada y que no soy fácil, pero tenme paciencia.
—Tú te mereces toda la paciencia del mundo, Bec. Has podido conmigo,
¿no? Y con toda mi mierda que aún arrastro… Yo te he metido en toda esta
mierda y me siento responsable de ti y de tu bienestar —dice afligido.
—Axel, soy grande. Estoy bien, no te preocupes. Todo lo que he pasado
contigo lo he pasado porque así lo he querido. Asumo que Vendetta no va a
regresar, y sé todo lo que tengo que saber sobre ti. Todo lo malo lo hemos
superado ya —le aclaro—. No puede haber nada peor ya.
—Tú lo sabes todo, amor. No tienes que dudar sobre mí ni pensar que te
pueda ocultar algo. Lo que hago es protegerte y alejarte de más dolores de
cabeza —Axel se coloca encima de mí y le hago hueco entre mis piernas. El
césped está fresquito y su cuerpo es muy caliente. Es como estar entre dos
mundos—. Voy a cuidar de ti en todo, Becca. Siempre —sus ojos verdes
estudian mi rostro y se quedan inmóviles en los míos—. Para cualquier cosa
puedes y podrás contar conmigo —Axel habla y me mira como si esperase
que le dijera algo más. Y eso me pone un poco nerviosa, porque no tengo
nada más que decirle, y lo que podría decirle lo estoy retrasando todo lo que
puedo por todo lo que antes he dicho: necesito hacerme fuerte—. Soy tu
hombre. Tu persona. Te conozco, pelirroja. Nunca dudes de mí.
—No… no dudo.
—Pues no lo hagas. En nada —resuelve como una sentencia. Eso me
deja un poco sorprendida, pero me callo—. Estaré aquí para lo que sea. No
me voy a volver a ir, nunca más.
Yo me muerdo mi labio inferior y me siento un poco culpable por haberlo
presionado.
—Axel… Perdóname por meterme a veces donde no me llaman. Sé que
tengo que confiar en ti y en lo que me dices. Pero es solo que —me encojo
de hombros como si aún no tuviera solución a estos miedos, porque no la
tengo—, en estos momentos estoy así y tengo la cabeza hecha un
batiburrillo de estrés. Pero todo pasará.
—No hay nada que perdonarte, nena. Nada en absoluto. Todo está bien.
Acaricio su rostro con la punta de mis dedos y solo quiero abrazarme a él
toda la noche. Odio discutirme con él y odio refugiarme.
—Pronto recuperaremos la normalidad cuando se pueda y disfrutaremos
el uno del otro —Alzo mi rostro y lo beso en los labios—. Y tendremos
tiempo para ti y para mí, sin interrupciones, sin compromisos, solos tú y yo
y todo lo que queramos para nuestro futuro.
Axel toma aire y besa mi frente. No dice nada más.
—Tenemos que subir a la habitación —sugiere en voz baja.
—¿Vas a dormir conmigo?
Él sonríe y afirma feliz de que se lo haya preguntado.
—Por supuesto, Minimoy. Por supuesto.
Capítulo 22

Axel y yo hemos dormido toda la noche abrazados. Creo que no hay nada
que me guste más que dormir con él. Y eso que es enorme y que le encanta
pegarse a mí y busca siempre contacto. Adoro eso de él.
Y esta mañana se ha ido muy temprano a controlar las cámaras y las
grabaciones. Me preocupa, porque sé que no duerme demasiado. Le pasa a
menudo cuando tiene tanto trabajo. Aunque también le gusta mantenerse
ocupado y además le apasiona lo que hace. Supongo que, cuando te gusta
tanto aquello a lo que te dedicas, deja de ser una amargura madrugar.
A mí me sucede lo mismo. Me gusta ayudar, me gusta tratar con mis
pacientes y tener mi propia consulta y mi espacio para escucharles. Me
gusta mi Diván, y ahora, esto también me entretiene, porque hace que
piense en otros dramas que no sean los míos.
Pero odio madrugar. Es que lo odio.
Sin embargo, hoy por la mañana, cuando me levanto, me doy cuenta de
que no puedo alargar más una de las cosas que me están preocupando desde
hace días. Porque ya hace demasiados días. Y no es normal en mí.
Os lo voy a decir: la verdad es que me tendría que haber bajado la regla
hace una semana.
Sí.
Pero mi amiga comunista no lo ha hecho.
No le he dicho nada a Axel, porque no creo que sea nada serio, y porque
planteármelo, es demasiado increíble incluso para mí. Pero hoy, al
despertarme, después de la noche que hemos pasado, lo primero que me ha
venido a la cabeza es que podría estar embarazada. Podría ser una
posibilidad. Axel y yo tenemos relaciones sin preservativo, yo me tomo la
píldora. Pero todos sabemos que, a veces, no es todo lo protectora que
quisiéramos.
Así que he llamado a Eli, la he ido a buscar a su habitación y antes
incluso de ir a desayunar, le he pedido que me acompañase a una farmacia
de Samaná.
La pobre Eli está hecha polvo. Sé que lo está pasando muy mal por culpa
de mi hermana. Así que sale de la habitación con las gafas de sol puestas,
un sencillo vestido de algodón negro, corto y de tirantes que deja ver el
tipazo que tiene y su pelo rubio suelto y me dice:
—¿Has visto el vídeo de Carla y Carlos en la habitación?
—No he visto nada todavía —contesto.
—¿No te ha enseñado Axel nada?
—No. —Hemos aprovechado el tiempo haciendo otras cosas, pienso.
Eli resopla un poco compungida.
—He pasado una noche de mierda. Así que dime qué es tan urgente y
adónde vamos tan temprano y sin tomarme un café.
—Hace una semana que no me baja la regla.
Eli cierra la puerta tras ella, abre la boca y no dice ni mú, hasta que
pasado unos segundos comenta:
—Estás de coña.
—Te juro que no —mi cara lo tiene que decir todo.
—¿Una semana?
—Sí.
—Pero si tú eres un reloj —parece una figura de piedra.
—Eso mismo pienso yo.
—Joder, Devo.
—Joder, Vane —la agarro del antebrazo y tiro de ella para bajar por las
escaleras y salir de la casa—. Vámonos.
Algunos del equipo están preparando los burros con la ropa que tengo
que ponerme, han venido los del catering a traer el desayuno. Nos lo traen
todo: desayuno, merienda y cena. Todo recién cocinado. Y se encargan de
llenar la despensa para que no falte de nada en una mansión con quince
personas.
También tenemos servicio de habitaciones, pero vienen un poco más
tarde y nos dejan todo como en el primer día.
Matilde no está en el salón. Y los cámaras tampoco, porque muchos de
ellos se quedan haciendo horas en los tráileres controlando todos los
monitores. No está pagado lo que hacen.
El chófer nos espera en la salida de la Villa. Cuando nos subimos, Eli me
mira y me dice:
—A ver, puede ser una falsa alarma.
—Por eso me voy a comprar un test de embarazo.
Para comprobarlo.
—Joder —susurra incrédula—. ¿Y lo sabe Axel?
—Qué va. No le he dicho nada. No es algo en lo que haya estado
pensando. He tenido la cabeza como un bombo estas semanas, Eli. Mucho
estrés. Igual no es nada.
—O igual sí lo es —se muerde el pulgar solo para atenuar los nervios—.
¿Y si estás embarazada?
Es que con solo oír la palabra se me congela el pecho de los nervios. Es
una sensación muy extraña y angustiosa.
—No digas eso, por Dios. No he pensado en eso. No ahora… He estado
tomando la píldora para que eso no pase —cuanto más hablo de esto, más
nerviosa me pongo.
Eli me toma la mano y me tranquiliza:
—Está bien. No pasa nada. No te preocupes. Hagámonos el test y a ver
qué sale. Vamos a tranquilizarnos.
Me quedo mirando el paisaje por la ventana del Evoque negro que nos
lleva a todas partes. La posibilidad de estar embarazada de Axel me da un
vértigo que me deja tiritando. Aunque, también, hay algo en mí que me
inspira ternura e ilusión. Y sé que no es el momento, sé que hay mucho en
lo que tenemos que mediar y trabajar ambos, pero un churumbel moreno y
de ojos verdes me provoca dulzura en el corazón. Y es una tontería, ya lo
sé. Pero solo pensar en que puede ser una posibilidad, hace que me plantee
lo de tener hijos, y me doy cuenta de que puede que sea algo que sí quiera
para nosotros en un futuro o cuando venga.
Llegamos a la farmacia llamada Giselle. En Santa Bárbara número tres.
Y nos atiende una señora de unos cincuenta, con el pelo trenzado, unas
caderas generosas y la piel de ese color moreno azulado que me parece tan
bonito. Lleva unas gafas de montura metálica de color rosa.
—Buenos días —entramos con prisa.
—Buenos días. ¿Qué necesitan?
—Quiero un test de embarazo.
La señora se echa a reír y niega con la cabeza.
—Ya me han venido varias pidiendo lo mismo. La República
Dominicana es una incubadora de bebés —sacude el dedo índice ante
nosotras—. Tengan cuidado.
Eli y yo sonreímos, aunque estoy tensa. Nunca me hubiera imaginado
comprando un test en Samaná para ver si estoy preñada. Esto es muy fuerte.
Porque cuanto más lo pienso más real me parece.
La señora se va adentro y sale al cabo de un par de minutos con una
cajita.
—Solo me quedan de estos.
—Ah —miro la caja—. ¿Y son fiables? Ella se echa a reír y dice:
—Si apuntaron bien, sí.
Eli abre los ojos sorprendida, pero a la farmacéutica le importa muy poco
lo que piensen los demás. Debe estar harta de ver casos como estos.
—Me lo llevo —decido con una sonrisa tímida.
—Me piden mucho el test. También la pastilla del día después y algunos
condones con sabor a Ibuprofeno. Estoy sacando la tarjeta para pagar,
cuando mi cerebro registra sus últimas palabras. Me detengo y la miro con
una ceja levantada suspicazmente.
—¿Es en serio?
—Sí, señorita —asiente—. Me piden condones con sabor Ibuprofeno
para cuando a ella le duele la cabeza.
Lo dice tan en serio que no sé si reírme. Pero Eli lo hace por mí.
—Eso no puede ser verdad —murmura mi amiga.
—No subestimen la inteligencia humana. Un niño vino preguntando si
teníamos Saliva de Madre.
—¿Qué? —estoy hipnotizada con el rictus de esta mujer y su manera
inexpresiva de contar las cosas.
—Sí, porque decía que servía para todo. Para los golpes, las heridas, para
peinar cejas y pelo y quitar manchas de la cara. Que era un todo en uno.
—Tiene usted para un libro —digo esperando a que me pase el datáfono.
Cuando lo hace, ella me asegura que solo es el principio. Que tendría
para una saga.
Cuando acabo de pagar, guardo el test en mi capazo y me doy la vuelta.
Y las dos nos damos de bruces con un señor bajito que se parece a Will
Smith en Hitch en su ataque de alergia, con la cara inflamada hasta las
orejas. Impactante.
Pero antes de salir de allí, nos da tiempo a escuchar la conversación del
mostrador.
La farmacéutica le dice:
—No me lo diga: antihistamínico.
—No, vengo a por un trifásico, si le parece.
Eli y yo salimos de allí mirando el nombre de la farmacia, y riéndonos de
la situación.
Una vez en el coche, ella lee el prospecto y me dice:
—En ayunas. Es mejor en ayunas. Perfecto, no comeremos hasta que nos
lo hagamos.
—Eli, el test es para mí, lo sabes, ¿no? Ella alza la barbilla y dice:
—Soy la madrina de ese posible garbancito. Y es tan tuyo como mío —
se golpea el pecho con una mano—. Y no hay más que hablar.
Quiero a Elisabet por muchos motivos. Porque siempre ha estado a mi
lado en todas las cosas buenas que me han pasado, pero nunca tuve que
pedirle que estuviera en las malas, porque venía sin necesidad de que yo la
reclamara.
Solo espero, por el bien de todas y de nuestro grupo de Supremas de
Móstoles, que mi hermana y lo que sea que le pase, no joda lo bonito que
tenemos.
No lo soportaría.
Estoy sentada en la cama. Esperando pacientemente el resultado del test.
Dice que hay que esperar unos minutos.
Y para que la espera se me haga más llevadera, Eli me ha enseñado el
vídeo de la secuencia de mi hermana Carla y Carlos en su habitación.
Se ha hartado de verlo muchas veces.
Yo no. Pero me quedo abducida por la escena. Es invasivo mirar qué
hacen por una mirilla, pero verlo en pantalla es aún más incursivo.
Carla y Carlos están los dos tumbados en la cama. No hacen nada, no se
tocan, pero Carlos está mirando al techo, abriéndose a Carla como si ella
fuera su psicoanalista.
—Es imposible que yo pueda hacer nada de lo que hago aquí estando
afuera —explica él mirando a mi hermana.
—¿A qué te refieres?
—Martina es muy estricta conmigo. Es una obsesa de la alimentación y
la definición. No puedo tomarme nada con ella, no puedo salir a comer si
no es con tuppers, no puedo comer según qué alimentos, y nada de tener
amigas. Las amigas son el demonio. Solo ella puede estar cerca de mí —
Carlos habla de ello con una claudicación que hasta a él le sorprende.
Carla sonríe y hace que no con la cabeza.
—No entiendo por qué querrías tener una relación con esas cláusulas.
Todo son prohibiciones. Espero que, al menos, disfrutéis del sexo.
Carlos permanece en silencio. Carla lo mira de reojo y susurra:
—Vale, ya veo que eso tampoco.
Sus ojos azules miran a la nada. Da la impresión de que se está dando
cuenta de que es un miserable y de que su chica ha tenido demasiado poder
sobre él.
—Cuando nos conocimos en el gimnasio, yo era un chico que estaba
bien, me cuidaba y ella era un cañón. Era el cañonazo del Gym, ¿sabes lo
que te digo? La mujer por la que todos suspiraban y a la que todas se
querían parecer. Martina no tiene cuerpo de culturista. Pero está definida
donde tiene que estar, y sus pechos están muy bien operados, así que tiene
cuerpazo, pero se lo trabaja.
Cuando se fijó en mí, no me lo podía creer —reconoce.
—¿Por qué no? Eres un chico muy guapo, Carlos.
Y simpático. ¿Por qué no se iba a fijar en ti?
—Porque ella es mucho mejor que yo.
Les pasa a muchos. El complejo de inferioridad con su pareja. Hay un rol
tóxico en el que uno siempre pretende estar por encima del otro porque cree
que así será más atractivo. Para crear sombra y oscurecer a lo demás que
tenga alrededor. En este caso, es Martina quien siempre ha querido estar por
encima de Carlos.
—Creo que te ves de menos, Carlos. Tu pareja debe valorarte y debe
hacerte brillar. Y no opacarte.
Carlos se la queda mirando fijamente.
—Debes de ser la mejor pareja del mundo.
—¿Yo? —se echa a reír—. Qué va.
—¿Y por qué una mujer como tú está en un programa como este? Tú
tienes que ligar un montón. Debes tener una fila de tíos detrás.
La cara de mi hermana es de chiste. Supongo que está pensando: «y
también tengo una mujer que los espanta a todos». Pero eso no se lo puede
decir.
—Mi historia con los hombres es complicada. No he tenido suerte y no
he elegido bien —reconoce con algún que otro pesar—. Los hombres que
me gustaban resultaban ser gandules y niños que esperaban ser mantenidos.
Pero eso lo descubría cuando ya era tarde.
—Uff… conozco a unos cuantos de esos. Pero ¿sabes qué, morena? Ellos
se lo pierden —le da un golpecito en la nariz—. No está hecho el caviar
para los cerdos.
—Tampoco hay corral para tantos —Carlos se ríe del comentario—. No
sé. Creo que no he tenido suerte. Pero también te digo que mi ex, que es un
despropósito, me dejó lo más bonito de mi vida. A Iván. Mi hijo.
Carlos se queda sentado de golpe en la cama y la mira con una sonrisa de
oreja a oreja.
—¿Tienes un crío?
—Sí —contesta ella bostezando—. Mi hombrecito.
—Yo quiero ser padre. Quiero ser papá algún día, pero Martina no quiere
quedarse embarazada por lo que supone para su cuerpo. ¿Cuántos años
tiene tu hijo?
—Cinco.
—Yo me llevo superbien con los niños.
A ella le agrada que diga eso. Lo mira con cariño y algo más.
—¿Cómo es ser madre soltera?
—Es duro. Pero muy gratificante. Además, siempre he tenido la mejor
ayuda. De mi hermana y de mi… de mi amiga. Y mi madre.
—¿Pues sabes qué creo?
—Que puede que todavía no te haya llegado el hombre adecuado.
—¿Y quién es el hombre adecuado, Carlos? —Ahí está jugando.
—Uno que debe quererte a ti y a tu hijo por encima incluso de sí mismo.
Para mí la familia y la fidelidad es sagrada. Porque es una mierda crecer sin
padre. Te lo digo yo que he crecido solo con mi madre.
Es la cara de Carla. Es su expresión la que me dice que esa suposición la
ha trastornado. Y Eli también se ha dado cuenta de eso, por eso está tan
triste y nerviosa. En los ojos claros de mi hermana hay una pregunta
abierta: ¿y si hay un hombre para mí? ¿Y si Eli es solo fruto de haberme
rendido con los hombres?
Es todo muy confuso. Las imágenes no lo dicen todo y nadie está dentro
de la mente del otro para presuponer así. Pero entiendo que a Eli el juego la
esté superando.
Porque ella no tiene esas dudas.
El vídeo se para ahí, y yo me quedo dándole al play a ver si puedo ver
más.
Eli, que está apoyada en la puerta del baño con su estado de ánimo
reflejado en su bello rostro me dice:
—No hay más. Después de eso, Carla se queda frita y Carlos también.
Han dormido juntos. No revueltos, pero sí juntos.
—¿Han dormido juntos en la misma cama?
—Sí —responde Eli sin bajarme la mirada—. Es lo que hay.
—Bueno, no han hecho nada. Todo está bien.
—No. Nada está bien. Carla me prometió que no entraría al trapo con
ninguno. Pero Carlos está ahí. Presentándose como el hombre que ella
siempre quiso para sí misma —se pasa las manos por la cara y después da
media vuelta para internarse en el baño—. Intento mantener la cabeza fría
—me asegura—. Pero me estoy volviendo un poco loca—se queda unos
segundos callada—: Becca, ven.
—¿Qué? —me levanto de la cama y voy hacia allá.
—Ha salido algo, pero no sé qué significa. Cuando entro en el gigantesco
baño que tiene jacuzzi y las paredes y el suelo son de porcelana beis, Eli
mantiene su mirada concentrada en el test.
Tomo el test con las manos y veo una línea muy tenue. Hemos esperado
quince minutos.
La línea es rosa pero muy flojita.
—¿Esto qué es? —pregunto—. La línea debe ser muy roja y no así…
—No sé, ¿igual quiere decir que tienes medio garbancito?
—Me acabo de hacer una prueba y sigo sin saber si estoy o no estoy. No
entiendo nada. La línea es muy tenue.
—Se lo preguntaremos a la farmacéutica —me dice Eli—. A lo mejor
tenemos que hacernos otro. Esto no es nada concluyente. La línea del
positivo tiene que verse clara y no se ve, parece muy difuminada.
Resoplo, guardo el test en la caja y lo lanzo en la basura del baño. Este
no me va a valer. Cuando pueda, iré a hacerme otro. Hoy va a ser imposible
porque ya tengo todo el día ocupado con grabaciones.
—Tengo hambre, estoy depresiva —asegura Eli—, no sé qué le está
pasando a mi chica y tampoco sé si tenemos un bebé o no. Ahora mismo, sé
menos de la vida que un cavernícola de ingeniería. Por favor, vamos a
desayunar ya.
Asiento cien por cien de acuerdo con ella. Yo también tengo hambre y
esto me ha abierto más el estómago. Sigo igual que cuando me he
despertado. Estoy haciendo un Sócrates en toda regla: Solo sé que no sé
nada.
Capítulo 23

Playa las Terrenas


Si os digo que no estoy pensando en lo mío, miento. Tengo una rayita tenue
entre ceja y ceja y no dejo de verla en mi mente. Y, además, la mirada verde
e insondable de Axel, que se oculta detrás de la cámara principal, recae
sobre mi persona. Me está sonriendo ajeno a todo lo que está pasando por
mi cabeza y por mi cuerpo, y es difícil de gestionar. Porque, además, lo
acompaña con sus típicos comentarios picantes que me desconcentran y que
me hacen pensar en sudor y cuerpos pegajosos. Y me siento culpable de no
haberle comunicado nada ni de haberlo hecho partícipe. Pero no puedo
hacerle partícipe de ninguna sospecha ni de nada que es probable que no
exista. Porque sé lo que pasó Axel con el tema de Tory, de su embarazo, que
luego resultó que no era de él… y esas cosas marcan y pesan. Y como no
hemos hablado de eso ni de lo que queremos para nosotros e intentamos no
presionarnos, pues es justo lo que no quiero hacer con él.
Además, cuando grabas un trabajo bajo presión ya tienes más que
suficiente con lo que lidiar. Para colmo, tiene que grabarse en tiempo
récord. Si estás en esas condiciones en la playa las Terrenas a punto de
presenciar las primeras pruebas en parejas de los concursantes, bajo un sol y
un calor aplastante, con un vestido de gasa azul oscuro y transparente, un
bra del mismo color que te sube el pecho hasta el punto de que podría
ponerme un cubata sobre él y luces unas trenzas africanas que te estiran la
cara cual valquiria, todo es relativo.
El calor es relativo.
Las dudas son relativas. Las inseguridades también.
Y los miedos deben ser aparcados porque ahora, en este momento, solo
importan ellos: Los concursantes.
Ante mí tengo a las cuatro chicas de Villa Chicas con sus respectivos
tentadores.
Faina y Nene, que parece que se llevan muy bien. Y el de Albufera la
trata como a una princesa, y eso que mi amiga es más bruta que un arado.
Julia y Naim. A Naim, el guapote moreno de ojos azules que parece
distraído, pero es todo un Don Juan, ya se le empieza a ver una cara de
enamorado muy sospechosa. Pero es normal, porque Julia es una mujer que
entra por los ojos y conquista por su personalidad.
Martina y Sisco son la tercera pareja. La verdad es que parecen
superhéroes con esos cuerpos y esos portes. Y sí, yo diría que ambos se
gustan. Aunque son monotema: proteínas y glutaminas.
Y, por último: Macarena y el boriqua, que qué guapo es, por favor, y sería
la tentación de medio mundo. Quentin es dulce, es cariñoso y mira de esa
manera que no sabes si te está escuchando o te está follando con la mirada,
así hablando mal y en plata. Pone muy nerviosa a Macarena, y la chiquilla
ya no sabe ni cómo comportarse. Pobrecitos míos. No saben la que les
espera. Ni se imaginan de qué va la prueba de hoy ni qué van a tener que
pasar si quieren optar a embolsarse los primeros cinco mil euros.
El programa les ha pedido que se disfracen de camuflaje. Ante mí tengo
dos pruebas. Una es el toro mecánico, la otra está oculta detrás de una
cortina roja. No la pueden ver todavía.
Matilde lleva una pamela roja que le cubre la cabeza y parece una señora
millonaria harta del marido y con ganas de juerga. Es excéntrica, pero no se
le puede reprochar nada porque lleva el programa a las mil maravillas.
—Becca, te queda que ni pintado ese vestido.
—Gracias.
—Bueno, chicos, empezamos la segunda grabación en el infierno. Solo te
pido una cosa, Becca.
—Dime.
—En las pruebas, no intervengas, aunque parezca que se vayan a matar.
—¿Qué? —digo alarmada.
—Entras en tres, dos, uno…
Matilde siempre me la lía antes de cada grabación.
Le encanta dejarme desencajada.
—Bienvenidos a la playa Las Terrenas, chicos — digo yo como si nada
—. Como sabéis, en la Isla del Pecado, se deben realizar actividades
conjuntas antes de tener vuestra cita. Y en estas actividades, competís por
una gran cantidad de dinero a repartir entre la pareja que resulte ganadora.
La primera prueba es el toro mecánico. Las cuatro parejas tienen activado el
modo competición. Los chicos sobre todo, que quieren impresionar a las
mujeres.
Faina es competitiva y seguro que va a hacer lo que pueda por ganar,
porque la conozco.
—Bien, estas pruebas —les explico— también sirven para que conozcáis
otro lado de vuestros tentadores y al revés. No es lo mismo conocer solo la
cara amable de una persona en una cita, con todas las comodidades y
mostrando solo el mejor perfil, que verlos con la adrenalina por las nubes
actuando como mejor creen que saben. Así que, disfrutad de la experiencia.
En el toro os tenéis que subir en pareja —señalo la atracción. Es un búfalo
en realidad, y es enorme y tiene una cara de mosqueado muy conseguida.
—Menudos cuernos tiene el búfalo —dice Julia muy divertida con la
situación—. Espero que no vaya con segundas.
—¿Por qué, Julia? —le pregunto—. ¿Sospechas de que Adán esté
haciendo algo con lo que no estés de acuerdo?
—Adán no creo. Pero ayer trajiste tres manzanas. En la otra casa pecados
ha habido, y aún no sabemos quién se está coronando.
—Si Adán te está poniendo los cuernos, es gilipollas y no te merece —le
dice Naim colocándole un brazo por encima de los hombros. Le besa la
cabeza y le guiña un ojo. Julia lo acepta, porque irradia mucha seguridad en
lo que siente hacia su chico. Hacia Naim no siente nada, excepto una bonita
amistad.
Los miro con una sonrisa cómplice. Tengo mis favoritos y no quiero que
me fallen.
—Bien, solo deciros que las dos parejas que más aguanten, pasarán a la
final y harán la última prueba.
Todos han entendido mis directrices. La primera pareja a pasar por el
toro, es justamente Julia y Adán.
El guapo diseñador se sienta detrás y ayuda a sentarse a Julia delante de
él.
El resto de parejas se queda mirando alrededor y empieza a animarlos.
—Yo te sujeto —le dice Naim a Julia.
Y de repente eso empieza a funcionar. Al principio da vueltas que, más o
menos son fáciles de soportar, pero súbitamente, las patas traseras del
animal se empiezan a mover arriba y abajo, y Julia y Naim dan botes y se
mueven como si fueran muñecos desarticulados.
—Oye —les digo por el pinganillo—. ¿Esto es seguro?
Oigo a Axel reírse por el audífono.
—Creo que consiguieron el búfalo móvil en una tómbola —me aclara
Matilde—. Uy, que se van a descoyuntar.
—Es broma, ¿no?
—Tú relájate y mira el espectáculo —me ordena Axel muy divertido.
No duran ni treinta segundos, que para mí son larguísimos. Y salen
despedidos y se caen de lado en la arena, con la boca abierta.
—¡Vaya leche! —exclama Matilde.
—Se van a lesionar —les digo nerviosa hablando con los dientes
apretados.
Julia y Adán se levantan, y se abrazan felices por haber aguantado treinta
segundos. Se congratulan y vuelven a sus puestos.
Martina y Sisco son los que, seguramente, ganen la prueba. Tienen un
porte físico alucinante y están muy fuertes. Observo cómo se suben al toro.
Sisco va delante y Martina detrás. Ganan seguro.
El toro se enciende, da una vuelta y salen despedidos de una manera
insultante y ridícula.
Como en los dibujos animados.
Me quedo con la boca abierta y oigo que Matilde dice: cerca.
—Sa matao, Paco. Menos mal que están los médicos Dejo ir una risa
nerviosa al ver cómo Martina se levanta y reprende a Sisco.
—¡Sisco, tío! ¡Quedamos en que te agarrarías tú! Sisco se mira las manos
avergonzado y contesta:
—Joder, tenía las manos sudadas y no me he podido agarrar bien —
escupe arena porque se ha tragado un kilo al menos.
—¡Es que no se toma L-carnitina ni cafeína por la mañana! —rezonga
Martina muy disgustada por perder la prueba—. Es que es imposible que
nadie lo haga peor que nosotros. A ver si Macarena con lo pequeñita que es
—susurra en voz baja. Pero yo lo oigo todo—… no tendrá fuerza y se cae
antes. O si Faina con su peso se resbala. Me niego a que esas flojas me
ganen.
Aprieto la dentadura y le dirijo a Martina la mirada de la malvada de la
serie.
Julia empieza a animar a Faina. Me cae bien porque, si cuida de mi
amiga, es directamente amiga mía, pero como presentadora no puedo ser
partidista.
Y sorpresa. Que cuando sube Faina, se cruge los dedos y el cuello, como
si fuera luchadora profesional y le dice a Nene:
—Amigo, esto es nuestro. Yo quiero ir a la final.
—Yo también —dice Nene.
—Vale, yo voy detrás —sentencia Faina subiéndose al toro.
Nene se sube delante. Imaginad a un señor como Rafa Mora, subido a la
atracción y con Faina agarrada a él como si fuera un koala.
Y mira, lo que veo a continuación va mucho más allá de una película de
ficción.
El toro empieza a dar unos bandazos que eso parece el Apocalipsis.
Pasan diez segundos: y Nene tiene la risa desencajada, como Faina. Pasan
veinte, y los dos empiezan a estar de lado. Treinta segundos y Nene se
agarra al toro con las uñas y Faina a Nene solo con las piernas y por la
cintura, porque tiene medio cuerpo suelto por el toro y los brazos como
molinillos de un lado para el otro. Y pienso en su cervicalgia y creo que de
aquí sale en camilla.
—Que se mata, que se mata, por Dios, haced algo —les pido por el
pinganillo.
—Que no les pasa nada, tonta —me intenta tranquilizar Matilde con voz
de me he fumado un porro. La miro y sí: algo se está fumando. Pero ¿esto
qué diantre es? Cuarenta segundos y Faina tiene los muslos alrededor del
pecho de Nene, le ha roto la camiseta de camuflaje y a ella se le ha subido
la suya hasta mostrar el sujetador negro. Tiene una de sus manos en su cara,
agarrándose a ella como una boya solitaria en el mar. Nene está azul, medio
asfixiado pero con subidón. Están gritando los dos, pero no sé si ríen, lloran
o son solo los nervios.
Y pienso que, si llega a cincuenta segundos, arrancará la cabeza a Nene y
habrá un homicidio involuntario en el reality .
Pero no sucede nada de eso. Los dos salen despedidos como una piedra
de una catapulta y caen en la arena formando una nube de polvo alrededor.
—Madre mía. ¿Faina? ¿Nene? ¿Estáis bien? ¿Chicos?
—Iiiiiiiii —oigo que dice Nene—. ¡Hostia qué pasada! —exclama
orgulloso.
Faina se levanta de la arena y ayuda a su compañero a incorporarse. Y lo
felicita chocándole el puño.
—Bien hecho, maquinón. Eres el mejor.
Él sonríe feliz, sintiéndose muy satisfecho por su labor, que para mí ha
sido como ser la presa digna del cracken. Porque poco más podía hacer. El
toro era la vida. Faina era el fin del mundo. Ha luchado entre la vida y la
muerte y ha ganado.
Los dos caminan codo con codo hasta sus puestos, y Faina, que tiene el
pelo que está más enredado que una pelea de pulpos, y los ojos llenos de
arenilla, mira de reojo a Martina y le dice:
—Que aprendan los Terminator.
Tengo ganas de aplaudirla hasta con las orejas. Pero soy sueca. En un
programa así debo serlo.
Y para mi sorpresa y la de todos, pienso que en el toro va a llegar a la
final Faina y Julia. Pero no. Porque Macarena y Quentin, que parecen
compenetrarse a la perfección, hacen un concurso genial con el toro.
Macarena está muy concentrada, tiene aguante y parece mucho más fuerte
de lo que es. Y Quentin es su perfecto caballero, un compañero que haría lo
posible para que ella no se hiciera daño. Total, que se colocan segundos en
el toro.
Martina está reventada. No me cae mal, pero hay cosas que creo que
debería tratarse. Aunque no estoy aquí para hacer de psicóloga a nadie, sigo
pudiendo observar y valorar perfiles, que es mi especialidad.
Julia aplaude el concurso de Faina y Macarena y lamenta no estar en la
final. Pero es buena competidora y encaja bien las derrotas. Martina aún le
está reprochando al pobre Sisco el no haber desayunado pastillas de cafeína
y no sé qué más.
Aplaudo a los concursantes y ahora sí, me coloco al lado del telón rojo y
les pido a Faina, a Macarena y a sus tentadores que se acerquen. Les ordeno
a los chicos que cubran los ojos de sus chicas con una cinta negra que les
facilito. Ellos obedecen.
—Esta prueba va de valentía y comunicación. Faina y Macarena, vais a
tener que meter la mano dentro y coger la llave que hay en el fondo de la
caja. Y adivinar qué hay en la caja. Chicos, si veis la llave podréis guiarlas
hasta ella, pero antes deben adivinar qué hay en el interior de estas peceras.
—Esta también la ganamos —le dice Faina a Nene con los ojos vendados
mirando hacia el lado en el que Nene no está.
Cuando retiro el telón rojo, hay dos cajas de cristal transparentes con algo
en el interior. Algo que se mueve. En una hay serpientes negras. En la otra
hay pepinos de mar. Y son bastante grandes.
Anda que iba a meter la mano yo ahí adentro. Pero ni en una ni en la otra.
Ni por cinco mil.
—¿Estáis listos? —pregunto expectante. Macarena dice que sí y Faina
también.
—Faina vas a empezar tú. Así que a Macarena le vamos a poner los
cascos que anulan sonido, por favor, Quentin —le pido a su compañero que
se los ponga.
Cuando la chica ya tiene los oídos tapados, le pido a Faina que empiece.
Ahí está la loca de mi amiga, metiendo la mano como una valiente y
poniendo caras extrañas. Los pepinos de mar son negros y grandes,
realmente gruesos y algunos rugosos, aunque resbaladizos.
—Puaj… ¿Qué es esto, muyayo? Uy —sonríe—. A ver… Uy… en
serio… ¿qué es esto, maricón? —empieza muerta de la risa agarrando un
pepino de mar con una mano—. ¿Será verdad?
La conozco. Conozco sus expresiones y empiezo a ponerme nerviosa al
imaginarme lo que creo que va a poder soltar por la boca. Y va a ser una
catástrofe.
—Pero ¡bueno, bueno! ¡Buenooooo, buenoooo! — se ríe eufórica por
tocar lo que cree que está tocando—.
¡Que vienen los churros de chocolate!
Por favor, no.
—Pero… ¡qué me estás contando! —insiste.
—Faina —mi tono de voz es de advertencia. Y viene a ser como un:
cállate la puta boca y replantéate lo que tu mente enferma está pensando—.
A ver, Nene puedes decirle a Faina dos cosas sobre lo que está tocando.
Nene frunce el ceño. Yo creo que no sabe ni lo que es.
—A ver… es algo grande, y húmedo y oscuro.
Me cubro la cara. Cuánta elocuencia. Qué riqueza de vocabulario.
—Chacho, ¿sí? —Y de repente Faina coge aire y exclama—. ¡Esto es un
rabo como una casa! ¡Una polla! Es… —alza la barbilla con orgullo y
aprieta el pepino de mar entre sus dedos—. ¡Un pollón negro! Sí, sí, sí es —
dice satisfecha de sí misma y dirigiendo su cara de nuevo hacia el lado en el
que Nene no está. Alza el pulgar hacia nadie y repite—. ¡Vamo, lo que
viene siendo un sipote!
La madre que la parió qué a gusto se quedó. Todo el equipo está que se
troncha de la risa, los oigo perfectamente. Incluso Julia y Naim no se
aguantan.
—Eh, a ver, Faina, no. No —la corrijo, pasándome los dedos por las
cejas—. Saca la mano de la caja y suelta el pepino.
—¿Ves como es una polla? Un pepinazo, sí señor — dice feliz. Entonces
se quita la cinta de los ojos y mira hacia abajo y dice horrorizada—. ¡¿Que
me habéis hecho coger truños con las manos?! ¡Esto es caca! —replica
señalando los pepinos—. ¡Qué asco! Y yo aquí como una totufa diciendo
que son penes, y es mierda. De caballo —observa ofuscada.
—Faina, no, cálmate —le pido—. No es caca, ¿vale?
Son pepinos.
—Oye, yo sé lo que es un pepino y esto de aquí es un pino, que es
diferente.
Se me escapa la risa y me quiero morir al mismo tiempo.
—Son pepinos de mar. Animales que viven en los fondos de los mares de
todo el mundo. Pertenecen al filo de los erizos de mar y las estrellas de mar.
Faina me mira y después estudia los pepinos. Se siente estafada.
—Qué cosa más fea.
—Te puedes limpiar las manos. Al lado hay un dispensador de toallitas
húmedas. Gracias, Faina. Pero solo Macarena opta al premio ahora.
Faina no tarda ni dos segundos en tomar una toallita y frotarse los dedos
con fuerza. Acepta la derrota con deportividad.
—Nene, pensaba que era una tranca —susurra alejándose con Nene al
lado.
Nene le da unos golpecitos cariñosos en la espalda, aunque se ríe de todo
lo que ha dicho. Como para no hacerlo. Eso va a ser un gag fijo. O un
meme. O un Tik Tok challenge. Faina va a volver a triunfar por no tener
filtro. Aún escuchando las risas del equipo y sobre todo de Axel, llega el
turno de Macarena. Quentin le retira los cascos con delicadeza y la coloca
delante de la pecera de las serpientes.
—Adelante, Macarena.
La chica mete la mano dentro de la pecera. Y cuando sus manos tocan el
cuerpo de la serpiente, veo el preciso momento en el que toda ella se tensa y
su rostro palidece para decir:
—S-són s-serpientes.
Y, como soy especialista en fobias y en ataques de ansiedad, advierto el
preciso momento en el que se empieza a formar una nube negra sobre
Macarena. La chica hiperventila en directo y saca la mano con la suerte de
colar su meñique en el llavero de la llave.
Pero nada de eso le importa.
Macarena retira la mano, da dos pasos hacia atrás, se saca la cinta de los
ojos y, totalmente desorientada empieza a trastabillar hacia atrás y a correr,
luchando por coger aire y sin seguir ningún rumbo concreto.
Y a mí, Matilde me ha pedido que no intervenga, pero debo hacerlo
porque es mi obligación como terapeuta y forma parte de mi código ético.
Así que salgo corriendo detrás de Macarena, y Axel, con la cámara sobre
el hombro, acompañado de Eli, también me siguen a través de la zona
selvática de la playa de las Terrenas.
Capítulo 24

Un ataque de ansiedad es imprevisible. Se puede activar en cuestión de


segundos, en cuanto el cerebro relaciona algo de lo que te está pasando con
un trauma o con algún suceso que te ha aterrorizado y nunca has asumido.
Macarena está corriendo como si la persiguiera el demonio, con su
hermoso rostro descompuesto, vestida de militar y respirando tanto como el
pánico le permite.
—¡No te acerques mucho, Axel! —le pido por el pinganillo—. Y que no
venga nadie, mantenlos alejados.
—Voy a grabar, pero estaré escondido —me responde preocupado por la
joven—. Eli viene conmigo.
—Bien, que ella se quede cerca. Es posible que la necesite. ¡Macarena!
—la llamo con fuerza.
Madre mía, cómo corre. Yo siempre he creído estar en buena forma, pero
para ir tras ella debo quitarme el calzado que, si no es el adecuado para
caminar por la arena, mucho menos lo es para hacer un sprint. Así que,
cuando me lo quito, corro tras la joven con las zapatillas en la mano.
—¡Macarena, tienes que parar o me vas a matar! — le grito—. ¡Puedo
ayudarte ahora mismo! ¡Pero tienes que parar!
La alcanzo cuando creo que hemos recorrido unos trescientos metros y
estamos alejadas de la zona de Las Terrenas donde hemos montado todo el
decorado. Ella y yo solas. Bueno y Axel y Eli, que estarán escondidos
donde no los podemos ver.
Por el pinganillo, oigo que Matilde le dice a Axel:
—Graba todo lo que puedas, Axel. Lo estamos viendo en los monitores
portátiles.
—En ello estoy, Matilde —contesta tomando aire. Hemos acabado
internadas por un sendero de tierra que nos cobija en zona algo más
montañosa y tupida, aunque tengamos el mar justo al lado y la arena
blanquecina a unos metros.
Macarena mira a todos lados, como si buscase desesperada una salida.
Sus ojos marrones claros sienten miedo, pero no del ahora, sino de algo que
ha vivido y que le ha causado conmoción y pánico. Y estoy segura de que
todo lo que le está pasando tiene que ver con el juego que acaba de vivir.
—Necesito irme de aquí —dice sin aire—. Necesito irme, Becca. Sácame
—me ordena haciendo aspavientos con las manos y yendo de un lado al
otro.
—Maca… —le digo cariñosamente—. ¿Puedo llamarte Maca?
Ella exhala e inhala con tanta fuerza que se está sobreoxigenando y en
nada se mareará. Me escucha y asiente hecha un amasijo de nervios
descontrolados.
—Estás teniendo un ataque de pánico. —Me encuentro a solo dos metros
de ella, y para que la pueda ayudar tengo que estar más cerca y ella debe
permitirme que la toque. Pero no puedo ser invasiva. Ella debe darme el
permiso.
—¿Qué es esto? —se mira las manos y le tiemblan como si estuviera
tocando unas castañuelas—. ¿Qué me está pasando? No quiero sentirme así.
Tengo miedo… — arranca a llorar y apoya las manos en sus rodillas,
mientras inclina su cuerpo hacia adelante.
—¿Me dejas que te ayude?
—¿Qué…? —dice desorientada, sumida en sus propias sensaciones de
terror incomprensible—. Solo me quiero ir —se está ahogando mientras
llora.
—Maca, ¿qué grupo de música te gusta?
Ella frunce el ceño, y es en ese preciso momento donde sé que puedo
entrar, que entre la locura que es su mente ahora, deja un caminito para que
yo pase. Porque durante unos segundos ha dejado de pensar en lo que no le
está pasando y no conoce—. ¿Mi grupo de música?
—Sí.
—La Oreja de Van Gogh… —sacude la cabeza y vuelve a dejarse ir—.
Tengo que correr.
—No tienes que correr. Escucha —le toco el brazo y poso mi mano sobre
él—. A mí también me gusta. ¿Qué canción es tu favorita?
—Bufff… esto es absurdo. Dejadme irme de aquí — se agarra el pelo
con dos manos y cierra los ojos.
—Maca, ¿qué canción es la que más te gusta?
—Eh… Joder… Día cero —dice finalmente.
Me pongo a recordar el repertorio de La Oreja de Van Gogh. Y tarareo la
melodía en mi mente y después recuerdo la primera estrofa.
—Pues venga, canta conmigo —la animo cogiéndola de las manos—.
Que canto muy mal. Venga, Maca. El cielo se partió en Berlín, El tiro mas
preciso de mi vida fue a escogerte a ti. La vela se apagó, que tonta
discusión…
Maca me mira como si tuviera tres ojos y dos cabezas y un tripi en vena.
Pero ya ha dejado de hiperventilar, porque está en shock conmigo y no por
lo que sea que la ha desequilibrado. Y entonces, con algo de vergüenza
empieza a cantar y a acompañarme.
—Mirando las hojas caer, cosiendo el tiempo a lágrimas en el mantel,
me derrumbé. Crujió mi corazón. Nunca tuve razón. Y vivo sin vivir en
míiiiii… Y muero cada hora que se escapa sin saber de tiiiii. Lo siento tanto
tanto amoooor, me duele el corazón…
Y me muevo como si escuchara la música. Y sé el bien que le hago. Mi
Diván ayudó a mucha gente que pasa por esto a diario y más veces de las
que desearía. Creo que está bien sufrir, y que estar mal no es malo, pero no
siempre debe ser así, hay que facilitar herramientas y comprender de dónde
viene todo ese miedo y ansiedad. Casi siempre hay una razón, física o
emocional. Y esto es claramente emocional.
Maca canta con todas sus fuerzas, con lágrimas en los ojos y las pupilas
dilatadas por el miedo que poco a poco irá desapareciendo.
—¡El día cero se acabó y yo sigo sin tu absolucióoooon, esta madrugada
llueve en la ventana de mi habitación! ¡Esta madrugada llueve en la
ventana de mi habitación!
Soy un palomo estrangulado, pero me da igual. Maca tiene una voz muy
bonita. Como ella es. Dulce y sencilla, pero muy coartada. Quiero saber qué
le pasa.
Quiero ayudarla porque siento la necesidad de protegerla. Maca se
detiene y se me queda mirando como un cervatillo. Cantar y no pensar la ha
ayudado a salir de la oscuridad. Porque la oscuridad da miedo porque no se
comprende, no se disfruta y uno va a ciegas. Pero es exactamente igual que
la vida, solo hay que abrazar nuestros rincones sin luz. Porque también son
nuestros.
Sus labios forman pucheros y yo me muerdo mi labio inferior porque me
compadezco de ella y lamento que lo haya pasado tan mal.
Entonces ella se cubre el rostro con las manos y arranca a llorar.
Yo la abrazo y le acaricio el pelo, ayudándola a relajarse y a quedarme en
silencio. Necesita serenarse, pero también necesita hablar y que le hablen.
—Lo siento… —musita contra mi hombro—. Lo siento mucho. No sé
qué me ha pasado… Perdón…
—No tienes que pedir perdón.
Maca está muy asustada, algo le da mucho miedo y no lo quiere decir
porque pronunciarlo en voz alta es admitir que algo espantoso te está
pasando, y uno nunca quiere aceptar que no es tan fuerte como creía ser.
La sociedad y el mundo de fuertes y de no vulnerables que pretende crear
está destrozando a corazones sensibles como los de esta chica, y eso es lo
que hace que yo tenga tantas ganas de llorar.
—Has tenido un ataque de pánico. Le pasa a mucha gente, tómate tu
tiempo y tranquilízate.
No soy mucho más mayor que ella, pero la percibo como a una hermana
pequeña.
Axel no dice nada por el pinganillo. Nadie habla.
Todos escuchan.
Y es como si Maca y yo estuviéramos solas en el mundo.
Cuando veo que pasan los minutos y ella se tranquiliza, me dirijo a una
de las palmeras y nos sentamos, en su base, ella con la espalda apoyada en
su tronco y yo delante de ella, con el vestidazo sexi que llevo y con las
piernas cruzadas como una india.
La miro pacientemente y le limpio las lágrimas de las mejillas con los
pulgares. Se le ha corrido el maquillaje.
—¿Estás un poco mejor?
Sorbe por la nariz y con los dedos hace círculos en la arena más dura que
hay en esa zona de Las Terrenas.
—Me siento muy extraña. Y un poco mareada.
—Es normal. Los ataques de pánico generan un desajuste químico
importante en nuestro cerebro. ¿Sabes lo que te ha pasado?
Ella exhala y me mira con gesto derrotado.
—Ha sido al tocar las serpientes. Es que…
—Tranquila, habla cuando lo necesites. ¿Te dan miedo las serpientes?
—No me gustan. Pero… —Está muy nerviosa y no sabe si hablar de ello
o no—. Juanjo tiene un terrario en casa y tiene serpientes. Un día me gastó
una broma.
—¿Una broma?
—Sí, nos… nos enfadamos por una tontería y él me encerró en la
habitación del terrario con las serpientes sueltas. Pero no se acordó de que
me había encerrado, y se fue y no volvió hasta la noche.
—¿Perdón? —mi sorpresa es más que evidente—.
¿Que te dejó encerrada con las serpientes porque se enfadó?
—Sí, no se acordó de que me había encerrado —ella lo justifica y se
siente mal por él.
—¿Y cuántas horas estuviste encerrada si se puede saber?
—T-todo el día.
Parpadeo un par de veces y medito mucho y bien lo que debería decir
después de saber algo así. Pero no me fío de mi temperamento.
—¿Y era una broma que él decidió hacerte porque os enfadasteis, y te
encerró con algo que a ti te da miedo y después se olvidó de sacarte de ahí y
no volvió hasta la noche? —se lo repito para que lo oiga de boca de otro y
vea lo fuerte que suena.
—Bueno… —mira hacia todos lados con inseguridad.
—No va a venir nadie, Maca. Estamos solas tú y yo.
Tranquila —tomo su mano.
—Ese Juanjo es un mezquino —dice Axel lleno de rabia por el
pinganillo.
—¿Te has acordado de ese momento? ¿De las serpientes? —necesito
saberlo. Yo a eso no lo llamaría una broma. Creo que es un comportamiento
muy peligroso. Estoy recordando lo que me dijo Faina sobre lo de sus
marcas, y cada vez me cuadra más una teoría que no puedo decir en voz
alta. Debo estar segura de eso.
—¿Y ha pasado más veces, Maca?
—¿El qué? ¿Lo de las serpientes? —se abraza a sí misma—. No.
—Ya… —murmuro muy disgustada con su novio—. ¿Juanjo tiene ese
sentido del humor? Me refiero —me explico cuando veo que ella me mira
sintiéndose culpable de cosas de las que no tiene culpa— a que si, cuando
se enfada, decide encerrarte y hacer que pases miedo.
Maca se pasa las manos por el pelo aún aturdida e intranquila, pero sé por
qué está así. Está hablando en voz alta de cosas que le han pasado y que en
el fondo sabe que no están bien, pero nunca las ha exteriorizado.
—Él es muy bromista. Lo que hace no lo hace con mala intención. Es
que es así. Luego se siente muy mal y me pide perdón.
Y lo dice como quien compra algo y ya no tiene derecho a devolución.
Todos tenemos derecho a devolución si nos portamos mal.
—El problema es que esas bromas a ti te lo hacen pasar mal, Maca. Y
cuando algo te hace estar mal y en tensión, entonces —le paso el pelo por
detrás de la oreja— ya no es tan broma. ¿Te gasta a menudo bromas de
esas?
Tengo la sensación de que estamos hablando en clave y no claro como se
debería, pero con estos temas es todo muy delicado. Por ella, sobre todo.
—A veces, pero luego se disculpa. Él me quiere — aclara recuperando su
respiración con normalidad—. Sufre mucha tensión en el trabajo y puede
que yo no le ayude todo lo que él necesita y…
Alzo la mano y le digo que no quiero escuchar más. No paso por ahí.
Maca está pasando por algo muy difícil de gestionar, y habla como si fuera
la culpable de que Juanjo se comporte así con ella. No la quiero oír diciendo
eso.
Me humedezco los labios y le digo:
—No me voy a meter en tu relación —le aclaro—. No voy a juzgarte.
Pero tampoco voy a permitir que te eches tierra encima y te responsabilices
de las actitudes de Juanjo. Él es así porque él es así. No por tu culpa.
Macarena mira al suelo y se fija en la punta de sus pies desnudos. Parece
una cría desvalida y tengo ganas de abrazarla muy fuerte.
—¿Quieres hablarme de algo más? ¿Quieres contarme algo? —No voy a
presionarla. Si tiene que hablar de ello debe ser su decisión.
—Solo quiero estar un rato más aquí, contigo —contesta sin moverse.
Mira al frente—. Es fácil hablar contigo. Yo antes era de hablar mucho,
pero ahora me cuesta —reconoce.
No necesito oír más. A veces, no hace falta oír las palabras exactas, basta
con intuir lo que se dice entre líneas. Y esta chica está diciendo mucho, solo
hay que escucharla.
—Maca… —intento transmitirle toda mi confianza—. ¿Aceptas un
consejo?
Ella mueve la cabeza afirmativamente.
—Es muy difícil darse cuenta de cuándo te están apagando la luz cuando
estás dentro y te acostumbras a la oscuridad. Pero a veces hay que hacer
acopio de valor y de fuerzas, las que no tuviste para protestar y decir basta,
para pedir ayuda. Ahora estás aquí, tomando distancia de tu pareja, en una
isla con gente que quiere conocerte y que te hace reír. Disfruta la
experiencia todo lo que puedas y valora esto —miro alrededor—. Quiero
que sepas que Eli es terapeuta de parejas y está disponible para vosotros
siempre que queráis o necesitéis. Y yo también. Estoy dispuesta a
escucharte.
Macarena toma aire profundamente por la nariz, recoge sus rodillas y
apoya la frente sobre ellas.
—Vas a estar bien —le digo pasándole la mano por la espalda.
—Ahora solo tengo miedo. Miedo a la distancia. Miedo a los vídeos, a
las pruebas, a hablar… —reconoce.
—¿Por qué tienes tanto miedo?
Sé cuál es la respuesta. Tiene miedo de hacer o decir algo que a Juanjo no
le guste y tome alguna represalia para con ella. Eso tiene un nombre. Y
Maca sabe cuál es.
—A veces pienso que a todo —admite—. Pero tengo miedo a haberme
dejado perder tanto que ya nunca más me encuentre.
Sonrío con tristeza y le doy todo mi apoyo.
—Nunca te vas a perder. Porque eres consciente de que algo no va bien y
de que no te sientes como te tienes que sentir. Las personas que te quieren,
jamás te encerrarán ni te impedirán ser quien de verdad eres —arguyo—.
Nunca olvides eso. Seguro que tienes a mucha gente que te quiere y que
está dispuesta a ayudarte cuando lo requieras.
—A muchos los perdí por falta de contacto. A Juanjo le gusta mucho que
yo esté con él en casa.
Vaya con Juanjo. Tiene un comportamiento abusivo de libro. Y la tiene
absolutamente dominada. La tiene en sus manos porque la ha convencido
diciendo que todo lo hace por ella y porque la quiere, que nadie la va a
querer como él, y la pobre Macarena se lo cree.
Puede que esta noche Macarena abra los ojos. O puede que los siga
manteniendo cerrados, porque ha olvidado cómo ver más allá de la
oscuridad.
—Ellos siguen ahí. Solo les hace falta saber que les echas de menos.
Ella asiente y permanecemos en silencio, porque así se siente mejor.
Pero yo no. Mi cabeza hierve de indignación hacia Juanjo. Los hombres
como él tienen un nombre, uno que Macarena no se atreve a pronunciar
porque eso la pondría en un lugar muy vulnerable como víctima. Y nadie
quiere ser víctima.
Pero una víctima es una superviviente y es fuerte y valiente como pocas.
Si entendieran eso todas las personas que están con Juanjos, se animarían
más a dar el paso y a pedir ayuda.
Hoy Maca ha dado un paso con una desconocida como yo, y significa
mucho. Lo ha dado a su manera, sin reconocer nada abiertamente. Pero, en
ocasiones, se oye más alto lo que uno no habla que lo que se dice.
Y creo que la he oído alto y claro.
Capítulo 25

Después del episodio con Macarena, hemos vuelto a rodar. Pero nos hemos
tomado nuestro tiempo. Maca ha vuelto con los chicos, mucho más
calmada. A la noche, la volveré a ver en la sesión de cine, y me aseguraré
de que esté lo mejor posible.
Quentin ha colmado a Maca de todas las atenciones del mundo. Él la
mira como hay que mirar a alguien delicado. Le transmite confianza y le
está ofreciendo una amistad sincera. El boriqua se la ha ganado con su
encanto y su sinceridad.
Antes de que todos se fueran, Faina me ha dirigido una mirada que venía
a decirme que Maca necesitaba ayuda y protección. Las dos estamos de
acuerdo. Y también Eli. Cuando hemos salido del escondite de las
palmeras, he estado hablando un rato con ella, que lo ha visto y oído todo al
lado de Axel.
—¿Qué opinas, Eli? —le he preguntado, mientras ambas mirábamos
cómo Maca volvía con el grupo y aceptaba sus atenciones.
Eli se ha cruzado de brazos y ha movido la cabeza haciendo negaciones.
—No pinta bien.
—¿Crees que Juanjo…?
Eli arquea sus maravillosas cejas rubias y asiente.
—No tengo ninguna prueba, pero tampoco ninguna duda. Esto es un
marrón, porque siendo la profesional que soy y sabiendo que estamos en un
reality , no puedo permitir que esa chica salga de aquí con él.
Axel lo escucha todo y se acerca hasta nosotras con la cámara al hombro
y la frente un poco sudada de aguantar el peso.
Me mira de esa manera que me hace sonreír y entonces interviene en
nuestra conversación.
—Primero, eres un animal televisivo y has estado soberbia —dice muy
orgulloso de mí—. Y segundo, no querría tampoco que esa chica vuelva con
ese energúmeno. No me cae bien. Juanjo es el típico que quiere caer bien a
todo el mundo, que sabe cómo manipularlos sin que nadie sospeche nada.
Por eso en su villa lo adoran. Pero es así porque no quiere que nadie adivine
jamás cuál es su verdadera cara y el monstruo que es con su chica. No
debemos permitir que salgan de aquí juntos.
—No podemos hacer nada —contesta Eli—. No podemos intervenir. La
única que puede decidir es Maca. Nosotros solo podemos aconsejarla y
ayudarla a que vea lo que le está pasando, como tan bien ha hecho Becca,
pero no debemos cruzar los límites.
Me frustro al escuchar eso, porque sé que tiene razón. Axel aprieta los
dientes rabiosamente y entonces exclama:
—Maca cree que lo quiere y que está enamorada. Seguramente, Juanjo le
habrá hecho muchas putadas a lo largo de su relación, pero eso no le hace
tanto daño como la ofensa de sentir que la está engañando con otra. Hay
mujeres que solo reaccionan a eso, a la infidelidad. A verlos con otras. Para
las que no pasan por esas cosas, es humillante y sin sentido ver a otra
reaccionar así y comportarse así, sin orgullo, sin dignidad… pero son
consecuencias de estar con un hombre de ese tipo. Las destruye. No
reaccionan nunca a los golpes o las humillaciones, por eso aguantan tanto.
Pero si ese hombre que tanto repite que las quiere está con otra… ahí otro
gallo canta.
Ojalá sea así, pienso. Ojalá Maca se dé cuenta de eso y vea lo que tiene
que ver. Está pasando por algo terrible, y su novio la está maltratando de
muchas maneras. Esta noche tiene la oportunidad de darse cuenta de con
quién está.
Después de esa pequeña charla, cuando vuelvo con el equipo para
prepararnos para las pruebas con los chicos y sus tentadoras, Matilde se
coloca a mi lado y me mira de arriba abajo aprobándome con sus ojos
sabios.
—Eres muy buena. Sabía que lo eras en lo tuyo, pero verte en acción y
escucharte… es muy inspirador.
—Gracias, Matilde. ¿Crees que es ético que esas imágenes que ha
grabado Axel se emitan?
—Es posible que tu charla ayude a reconocerse a muchas mujeres —
apaga el cigarro eléctrico que huele a María—. Pero que sea ético o no no
importa. A los jefes solo les interesa la audiencia. Y eso va a hacer mucha.
—No quiero traicionar la confianza de Macarena.
—No estás traicionando nada, Becca —me habla como si no tuviera
remedio—. Maca sabe dónde se ha metido: está en un reality y todo se va a
grabar.
—Lo sé.
—Tengo una pregunta —me mira de manera circunspecta—. ¿querrías
ser mi terapeuta? Ahora estoy con dos. Se llaman Jack y Daniels. No me va
mal —se ríe de su propio chiste y yo me rio con ella. Y seguro que es hasta
verdad—. Pero nunca me replican y no me gusta que me den la razón como
a las locas.
—Cuando acabemos el reality , siempre podrás venir a verme a la
consulta de Barcelona —le guiño un ojo, porque confío en poder seguir
haciendo lo que más me gusta—. ¿Pero hay algo a lo que le tenga fobia una
tía como tú?
—¿Te parece poco a la vida? —su ceja derecha negra se eleva y me mira
de refilón—. Es imposible estar cuerdo e intentar comprenderla. Por eso la
mayoría no quiere ni pensar en ella y se limita a hacer todos los días lo que
cree que sabe hacer. Hacemos locuras por amor, por dinero, por fama…
pero la locura mayor es vivir esto siguiendo las reglas. A mí, a veces, me
gustaría poner una bomba y… —sonríe como una desquiciada—, ¡boom!
Pero no lo hago. Por ejemplo, nos enseñan a reciclar, pero no en qué
contenedor tirar a los gilipollas.
—Los caminos del señor son inescrutables ¿no dicen eso? —digo
siguiendo su tono tragicómico.
—Eres un pozo de sabiduría, muchacha —bromea—. Ahora ve con
maquillaje —corta el tema de golpe—, que te den un par de retoques antes
de grabar la segunda tanda del toro.
Y me va a costar estar en el mismo lugar que el hombre que ha logrado
reducir a una chica como Macarena hasta convertirla en la sombra de sí
misma.
Pero soy una profesional. Y aunque me repatee el estómago, voy a hacer
lo posible para que no se me note lo evidente: que es el que menos me gusta
de todos.
Capítulo 26

Villa del equipo Horas después


Estamos comiendo juntos en la Villa, viendo una y otra vez las pruebas del
toro. Y nos está dando la risa con los leñazos que se han dado.
El resumen del segundo grupo en las pruebas con juntas ha sido el
siguiente: un despropósito de competitividad y mal perder entre los chicos.
Juanjo ha recriminado a Jennifer que no se sujetara bien a él y ella le ha
contestado que se ha sujetado, pero han salido volando porque él no se ha
agarrado bien con las piernas. No ha sido una buena reacción de este chico.
Pero sabiendo lo que sé de él, nada me sorprende. Eso sí, luego se ha
echado la culpa delante de todos y ha querido quedar bien. Muy típico.
Adán y Edurne han hecho el mejor tiempo en el toro. La verdad es que
los dos se llevan muy bien, y quedan muy bien juntos. Así rubios, guapos y
nobles.
Lo de Genio y Rosario ha sido de juzgado de Guardia. La cubana ha
querido ponerse delante, y el toro ha dado un empujón hacia atrás que la
chica ha saltado por encima de Genio y ha dado una voltereta en el aire.
Genio pretendía sujetarla del pie, pero al intentarlo, se ha desequilibrado, el
toro ha dado una nueva sacudida muy violenta y Genio se ha dado un
cabezazo contra el cogote del animal. Se ha partido una paleta. ¡Una paleta!
Es muy fuerte esto que está pasando. Lo del toro no es normal. No nos
denuncian porque no quieren.
Carlos y mi hermana han quedado segundos con el mejor tiempo.
Eso los ha llevado a la final.
Y en la final, Adán ha dicho que los pepinos de mar eran babosas. Y
Carlos, que adora a las serpientes y que tiene tatuada una en el gemelo, ha
cogido la llave sin problema y ha reconocido al reptil inmediatamente.
Al saberse ganadores, se han abrazado eufóricos y Carlos le ha dado un
beso en la mejilla a Carla, y he podido percibir el vacío que se ha creado
alrededor de Eli, que sigue siendo una profesional y analiza por separado
los comportamientos de los concursantes.
Cuando Carla y todos los demás se han ido y han vuelto a sus villas, mi
hermana ha intentado buscar con la mirada a Eli, y ha querido tener
contacto, pero mi amiga la ha esquivado y ha hecho como que no se daba
cuenta. Esto va a ser un bollo drama. Lo veo.
Ahora estamos degustando unas ensaladas y comiendo cada uno el plato
típico de la República: la bandera dominicana. Arroz blanco, habichuelas,
carne de pollo o de res y aguacate, en mi caso. Necesitamos energía para
seguir rodando y tolerar todo el estrés generado por un programa así.
Axel acaba de llegar, y tal y como entra por la casa, y según leo su
expresión, sé que hay algo que no le gusta. Algo que no va bien.
—Oye, Becca —dice Matilde a mi lado bebiendo como una cosaca.
Aunque hable en voz baja—. ¿Y cómo has hecho para rodar con ese cámara
tan buenorro de ahí, y no tirártelo? —señala a Axel.
Admiro la espontaneidad de Matilde. No se va con tonterías. Eli está a
punto de ahogarse con el arroz.
—No me gusta mezclar el trabajo con el placer — miento. Soy una
trolera e iré al Infierno.
El problema de esta situación es que Axel y yo tenemos que fingir que
solo somos compañeros de trabajo. Y es duro, porque lo primero que haría
al verlo ahora mismo, sería plantarle un beso en toda la boca y darle de
comer.
Sí. Sí, así soy. Pero convenimos mantenerlo todo en secreto. Mantenemos
en secreto que venimos juntos de Punta Cana, que Axel es hermano de Fede
y que él y yo somos pareja.
Es como ser un agente doble y empiezo a tener complejo de James Bond.
—¿Pero te gustan los hombres?
—Sí, me gustan los hombres. Matilde se ríe al oír mi respuesta.
—Entonces, ¿tú y ella no os acostáis? —esta vez señala a Eli.
Eli deja ir una carcajada, aunque en el fondo la noto un poco hastiada de
la situación.
—¿Quién? ¿La psicóloga de parejas y yo? —es que no entiendo nada.
—No sé —Matilde se encoge de hombros y ataca a la carne de res de su
plato—. Veo un feeling raro entre vosotras.
Eso es porque es mi cuñada y se acuesta con mi hermana, pienso.
Aunque no lo digo en voz alta.
—Uy, no —contesta Eli—. A mí me gustan morenas y con ojos claros —
responde la rubia sin cortarse un pelo.
—¿Entonces tú sí eres bollera?
—A días —le guiña un ojo.
—Ah… ya. Entonces igual te gusta la de vestuario. Rebe —sentencia
Matilde—. Ella es bollera 365 y dice que estás muy buena. A lo mejor, en
esta villa también nace el amor. ¿Quién sabe?
Eli levanta la cabeza y se fija en Rebe, que ahora me doy cuenta de que
no para de lanzarle miraditas cada vez que bebe de su copa de vino.
Eli vuelve a prestar atención a su plato, haciendo oídos sordos de las
elucubraciones de nuestra directora amante de los excesos. Se excede en la
María, en los maridos, en el alcohol y en hablar de más.
Por el rabillo del ojo, veo que Axel sale del baño. Se acaba de asear y
lavar las manos. Y me hace un gesto con la cabeza que me dice que me
acerque a la cocina, donde él va a ir a recoger su plato.
—Voy a por pan —anuncio para levantarme de la mesa.
Cuando llego a la gigantesca cocina casi industrial, donde la del catering
sirve el plato a Axel, me coloco a su lado y le digo:
—¿Qué pasa? ¿Ha pasado algo? ¿Todo bien?
—No estoy seguro. He estado revisando el toro mecánico.
—Uf, madre mía. Qué locura. Para habernos matado. No entiendo cómo
han permitido legalmente un juego así. Podrían haberse hecho mucho daño.
Él asiente y me da la razón.
—El toro no iba bien porque alguien ha roto algo del sistema hidráulico.
—¿A qué te refieres con que alguien ha roto algo? Axel le da las gracias
a la cocinera y camina conmigo hasta la zona de la máquina de los
refrescos. Tenemos una llena para nosotros.
—Me he quedado revisando cómo desmontaban el toro. Tiene un motor
de giro de seis velocidades. Pero lo han dejado atascado en la sexta
velocidad, por eso el toro no tomaba fuerza gradualmente y su potencia se
activaba de golpe.
Me detengo y lo sujeto por el antebrazo.
—Para que lo entienda: ¿estás insinuando que alguien ha manipulado al
toro para que fuera peligroso para los concursantes?
Axel no contesta, solo asiente y se encoge de hombros.
—¿Quién?
—No sé. Pero hay que investigarlo. No queremos que haya nadie que
esté boicoteando las pruebas y ponga en riesgo la salud de todos. No sé con
qué motivo lo harían.
—¿Y vas a decírselo al equipo? —No me gusta pensar que haya alguien
que desee algo malo al programa. Los ojos verdes de Axel se centran en la
mesa. Inspeccionan uno a uno quiénes están ahí. Y acto seguido, con esa
voz que me pone los pelos de punta y la actitud de Gijoe que le he visto en
otras ocasiones, me contesta:
—No. Voy a investigar y ver qué está pasando. También estoy viendo
comportamientos extraños en Villa Chicos. Y, si te digo la verdad, ya hasta
sospecho del accidente del anterior equipo en el catamarán. A lo mejor
tampoco fue un accidente.
—¿Y por qué tú te das cuenta de esas cosas y yo no? —me digo
frustrada.
—Porque tú no estás hecha para dudar del mundo. Y yo sí. Además,
también estoy programado para cuidar de ti, Minimoy.
Se me calienta el alma cuando lo oigo hablar así.
—Pero no se lo digas a nadie, ¿vale, rizos? —me sonríe y con ojos más
encendidos espeta—: Tengo que investigar por mi cuenta —vuelve a
mirarme de arriba abajo—. Joder, Becca...
—¿Qué pasa?
—Nada… solo tengo ganas de que la noche de cine acabe y que llegue
nuestra noche —reconoce sin pudor—. Una noche porno —bromea—.
Quiero que sea una noche muy especial.
Yo me pongo roja hasta la raíz.
Y pienso en ello, y en volver a hacerlo en nuestro escondite secreto, y
todas las células de mi cuerpo se ponen a aplaudir.
Sin embargo, todos sabemos que esta noche va a ser larga y que, vamos a
intervenir en más de una ocasión. Porque una cosa es imaginar que tu pareja
está interactuando con un tentador o tentadora. Y otra muy distinta es ver el
tonteo en directo. Y la mente es cruel y juega con las emociones y hace que
veas cosas donde no las hay, aunque seguro que las va a haber de verdad.
Así que, esta noche, me espero lo mejor y lo peor de todos. Que es lo que
suele salir en situaciones límite.
Y esta lo va a ser.
Capítulo 27

Noche de cine
En la bahía está todo listo. Hay nervios en el equipo. Sabemos que es una
noche que puede ser fatídica para algunos, y que después de lo que vayan a
ver, más de uno tendrá ansiedad y pedirá algún tranquilizante.
Porque a muchos les cuesta gestionar los conflictos del corazón y la
dependencia emocional.
Rebe está acabando de maquillarme, y me acaba de poner brillo de
labios, y cuando acaba conmigo se centra en Eli, que está a mi lado sentada,
ya que, como psicóloga, puede que deba intervenir para tranquilizar a los
participantes y frenar la velocidad con la que sus cerebros se montan
películas y ven cosas que no son. Eli se encargará de analizar esos
comportamientos y mostrarles cómo parece que son en pareja y qué podrían
hacer para sentirse mejor.
No la veo nerviosa, además, Rebe le está diciendo alguna cosa que la
hace reír.
Eli va de negro y yo de morado. Eli lleva un mono pantalón que la hace
sexi y la muestra como una mujer con mucho poder y seguridad en sí
misma. Yo llevo un mono pantalón largo, parecido al de ella, aunque el mío
tiene encajes por el torso y se transparenta la piel. Antes, al vernos, nos
hemos reído. Parecemos Mérida y Aurora que se van de Karaoke.
La carpa de la bahía está lista con una grada en la que las chicas se van a
sentar frente a una pantalla gigante. Eli y yo estamos sentadas en nuestros
taburetes de mimbre, alejadas de ellas, pero también frente a la pantalla.
Rebe se va, y nos quedamos ella y yo con el foco lejano que nos ilumina
y a Axel alzando el pulgar.
—Vamos, nena. Lo vas a hacer muy bien —me anima. Está en la misma
línea de Matilde.
—¿He oído nena? —exclama Matilde de repente. Se ha dado cuenta—.
¿Nena a la una? ¿Nena a las dos?
¡Nena a las tres! ¡Adjudicado para el moreno de ojos verdes!
—Matilde, deja de fumar con esos aparatos electrónicos que te afectan al
oído —le pide Axel intentando disimular.
Yo carraspeo, no quiero conversaciones de este tipo por el pinganillo.
—Cuando digáis, dadme paso.
—Ya mismo —dice Matilde obligando a todos a ponerse en sus puestos y
mantenerse en silencio—. Los chicos entran… ¡ya!
Y dicho y hecho.
Los cuatro chicos aparecen en la hermosa carpa circular con techo,
bóveda y barandas de madera blanca, para presenciar el cine por primera
vez. Van muy acicalados y muy guapos los cuatro. Genio tiene buen gusto y
eso lo hace parecer más resultón, a pesar de ser muy alto y espigado y tener
la carita que tiene.
—Buenas noches a los cuatro.
—Hola, Becca —a todos se les van los ojos hacia Eli. Le suele pasar.
Siempre llama la atención. Yo lo hago por mi pelo, y ella porque está muy
buena.
—Ella es Elisabet. Está aquí en calidad de psicóloga —les explico con
calma—. Esta noche puede ser un tanto dura para algunos de vosotros, y es
posible que necesitéis escuchar las valoraciones que da Eli a vuestra
situación. Sus consejos serán valiosos para vosotros, para que conservéis la
calma. Lo que vamos a hacer es que vais a ir viendo imágenes de vuestras
parejas. Y después hablaremos de cómo os sentís y de lo que habéis visto.
Genio sonríe con sosiego, como el que sabe que nada de lo que vea le va
a afectar y asiente como un niño bueno. Juanjo se cruje el cuello a un lado,
Carlos parece muy nervioso y Adán es el más tranquilo de todos.
Y empieza la avalancha de imágenes. Las ponemos todas una detrás de
otra, para que vean lo que hacen en Villa Chicas. Y parece una película,
ciertamente.
Hay imágenes de bailoteo, de tonteo, de besos, de sobeteo, y de
confesiones en situaciones más o menos íntimas.
Es un poco violento ver cómo a ellos se les va cambiando la cara al ver a
sus novias hablar y jugar con otros con una confianza que en situaciones
normales no sería adecuada. O, al menos, eso creen ellos.
Pero advierto cómo varía la energía de unos y de otros y cómo se apoyan
y se compadecen.
Empiezo por Adán. Él se mantiene estoico. No hay muchas imágenes
comprometedoras de Julia, pero los de edición se han currado mucho los
vídeos para darle más hincapié a gestos como una caricia, un abrazo o un
beso en la mejilla.
—Adán —le sonrío con ternura—. ¿Qué te parece lo que has visto de
Julia?
El guapo representante de deportistas que tiene la barbilla partida por un
surco muy masculino, carraspea y se frota las manos dispuesto a contestar.
—Lo primero que tengo que decir es que está guapísima. Es hermosa, mi
chica —reconoce. Y sí, no se le puede quitar la razón. Porque Julia es un
mujerón—. Lo segundo es que… —sacude la cabeza, un poco contrariado
—, no me gusta lo del hielito. Pero es un juego y se lo están pasando bien y
no puedo decir que esté haciendo particularmente algo que me decepcione.
—¿Qué te parece la relación que tiene con Naim?
¿Crees que es su tipo? —le pregunto.
—Creo que su tipo soy yo —argumenta—. Pero Naim se ve un buen
chico y no sé si podría llegar a hacerle gracia si no estuviera conmigo —
responde con sinceridad—. Pero mentiría si dijera que no me molesta su
complicidad. Lo que pasa es que Julia es así —señala la pantalla—, entra
por los ojos, es simpática con todos y te acaba enamorando. Cuando estás
con ella, te hace sentir como si no hubiera nadie más. Y no sé si es
consciente de eso.
Ahí ya veo una grieta, y estoy segura que Eli también la ve.
—¿Insinúas que le gusta gustar y es coqueta?
—A todos nos gusta gustar —replica Adán—. Pero ella, por su trabajo, lo
hace innatamente…
—¿Habéis tenido algún problema por eso? ¿Porque Julia es una mujer
que gusta mucho a los hombres? — quiero saber.
—Es algo que hemos discutido alguna vez. En su club, en la zona en la
que vivimos, ella es muy conocida. Y siempre la requieren. Y… bueno —se
pasa las manos por el pelo rubio. Sabe que se está poniendo nervioso y que
lo que dice igual no es correcto—. Da igual.
—¿Te gustaría que Julia no fuera tan encantadora con todos?
—Lo que me gustaría es estar tranquilo y no verla rodeada siempre de
ricachones y moscardones que quieren otra cosa de ella.
—¿Y crees que ella no se da cuenta?
—No estoy seguro. A mí me molesta. Y aun así ella nunca ha cambiado
eso. Y para muestra un botón: ya tiene al tipo ese enamorado y comiendo de
su mano —resopla.
—Pero, Adán… ¿confías en ella? No me queda claro.
—Sí —contesta con la boca pequeña.
—Entonces… ¿estás así porque estás celoso? Adán mira al suelo con
frustración.
—No me gusta.
—¿Te gustaría escuchar la opinión de la psicóloga? —pregunto con
suavidad.
Él dice que sí.
—Creo que Adán se siente amenazado y cree que Julia le debe un respeto
—dice Eli con voz alta y clara, y una pierna cruzada sobre la otra—. No le
gusta ver a su novia cerca de otros y viendo que los demás la miran como la
mira él. Y se siente uno más, en vez del elegido. Pero Julia lo respeta. Ella
es así con todos. Sean hombres o mujeres, ¿me equivoco?
—Sí —dice.
—Julia es una hechicera. Es una figura de poder y una mujer que seduce
de un modo inconsciente. Pero no lo hace porque le guste hacerlo. Lo hace
porque es su manera de ser, forma parte de su personalidad ser encantadora.
Y a nivel profesional también lo es. Creo que tienes que trabajar la
seguridad en ella y en ti mismo, Adán. O puede suceder que ella se sienta
muy ofendida por tus dudas. Julia también tiene mucho temperamento. Las
mujeres poderosas lo tienen —le advierte—. ¿La ves capaz de serte infiel?
Adán se lo piensa unos segundos, que van a ser fatales para él. Lo sé
porque, en algún momento, le mostrarán a Julia esta precisa secuencia.
—No. Pero me gustaría que no fuera tan encantadora porque,
lamentablemente, habrá tíos que se crean que por ser así ella les está
abriendo la puerta. Y, a lo mejor, tanto va el cántaro a la fuente que este se
acaba rompiendo.
—¿Eso es un reflejo de lo que tú piensas? —le pregunto a Adán un poco
ofendida.
—No. Yo no pienso así —sentencia más afectado por el vídeo de lo que
le gustaría—. Pero soy un hombre. Y sé en qué piensan muchos hombres.
—Creo que Adán, para sentirte mejor hoy, debes pensar que Julia ha
tenido ese poder siempre, y nunca ha hecho nada que deba ofenderte. Es un
prejuicio tuyo y es algo en lo que se debe trabajar.
—¿En aceptar que le ronden los tíos?
—No —contesta Eli con una voz inflexible—. En el miedo que te da que
haya una posibilidad de que un día tú seas desbancado por otro.
Pfff. Madre mía. Lo va a hundir.
Adán se remueve en la grada, y entrelaza los dedos de sus manos de un
modo reflexivo.
—Pero, Adán, tienes algo muy bueno. Tienes mucha capacidad para
abrirte y para decir qué te gusta y lo que no. Y eso es valiente en una
relación. Porque no impones. Te expresas, pero no prohíbes, por poco que te
guste lo que ves. Eso es flexibilidad emocional.
Y ahora, Eli acaba de dorarle la pildorita. Y hace bien. No quiero que
Adán se quede reventado.
Después de él viene Genio, que está tranquilizando a Adán diciéndole
algo como: «tío, si no ha habido nada. No hay nada. Tranquilo».
Qué sabio es Genio.
Aún recuerdo las imágenes de Faina, y vistas así en cine, son
desternillantes.
—¿Cómo estás?
—Muy bien. Un poco quemado por el sol, pero bien.
Quemado por el sol, dice. Si parece un gambón mi querido amigo.
—Genio, ¿qué tienes que decir de lo que has visto de Faina?
Él se echa a reír y me mira sabedor de que ambos la conocemos a la
perfección.
—Que es ella. Que todo ese show, toda esa alegría de vivir, toda esa
fiesta y esas descargas eléctricas, es ella. Y a mí me hace feliz ver que es
ella misma siempre. Porque yo me he enamorado de ella así.
—¿No has visto nada de Faina que te pueda incomodar? ¿Nada de ella
con Nene, su tentador?
Genio niega afanadamente.
—Ahí no hay nada. Nene es un tío majo, pero no me gusta que insinúe
que puede ponerla a dieta cuando ella quiera. Faina es guapísima tal y como
está. Y ella lo sabe.
—¿No te intimidan sus tentadores?
—Faina baila salsa y en esas noches se rodea de hombres increíblemente
guapos, que es justo lo que yo no soy. Y nunca ha hecho nada con ellos. Esa
casa está repleta de guapos, pero Faina ha pasado esa fase de quedarse solo
en la coraza. Ella y yo hemos pasado mucho, y encontrarnos ha sido un
regalo del Diván. Y hemos superado muchas fobias juntos —aclara
emocionándome por su honestidad—. Con el tiempo, uno descubre que hay
una fobia real al verdadero amor cuando aún no se conoce. Pero cuando lo
encuentras, como nos ha pasado a mi gordita y a mí, decides que tienes que
vivirlo y que ya no hay nada que temer. Sé que voy a salir de aquí con ella.
Me aclaro la garganta porque tengo una pelusilla emocional que se me ha
hecho bola.
Miro a Eli, y como no soy capaz de hablar, ella es la que interviene.
—La relación de Genio y de Faina, es una relación forjada en la
supervivencia. Y es sólida. Es una roca. Encontrarse, como bien dice él, ha
sido un regalo. Y como la vida los trató tan mal, ahora saben reconocer
cuándo algo vale la pena o cuándo un regalo está hecho de corazón. Es una
relación que va más allá de la forma. Es espiritual. Y eso hace que Genio no
sienta celos al ver a otros cerca de su chica, porque está convencido de que
lo suyo es real, y que todo lo demás, es paja. Creo que está llevando muy
bien la separación —reconoce Eli—, y no veo comportamientos a tratar.
Aunque, sí le diría a Genio, que deje de creer que las demás chicas no
pueden estar verdaderamente interesadas en él. Porque siempre puede haber
alguien que vea más allá, y todos tenemos nuestro propio encanto.
—¿Crees que alguna se va a enamorar de mí? —se ríe abruptamente.
—Las tentadoras están aquí para vivir una experiencia como tú. Y, como
bien sabes, muchas pueden sentirse atraídas por una personalidad
arrolladora, compasiva y llena de humor como la tuya. Así que, vive
también la experiencia y no te cierres.
Las palabras de Eli han calado en Genio y le han hecho mucho bien.
Porque este hombre es puro amor y ha sido puro dolor, y no quiere volver a
pasar por situaciones que le hieran, por no esperar mucho de nadie, excepto
de Fai, y por ese motivo se protege con su humor y le quita hierro a todo.
No tomarse las cosas demasiado en serio hace que la vida sea más un juego
y se convierta en algo liviano. Pero el humor tiene que ser una fuga puntual,
no una constante ni un escudo.
Cuando le ha llegado el turno a Carlos, este estaba pálido. Porque
Martina, de todas, es la que más la ha liado. Y eso afecta también en Eli,
porque Carlos encontrará apoyo en mi hermana.
Con el juego de los hielos, Martina se desfasó, y aprovechó y metió
lengua a Sisco, y después, bailando con él, se frotó contra él como Aladdin
frotaba la lámpara. Carlos se pasa la mano por su cabeza rubia y rasurada y
hace «noes» con la cabeza.
—¿Carlos? —pregunto—. ¿Estás bien?
Él se encoge un poco y parece que se emociona.
¿Está llorando? Confirmamos. Está llorando.
—Carlos… ¿puedes hablar?
—¿Se ha besado con él? Yo he visto lengua.
Genio hace que sí con la cabeza y mira al frente muy digno.
—Ha habido filete —sentencia el de Cangas.
—Joder… —murmura Carlos—. Desde que salgo con ella, nunca
salimos separados. Nunca me ha dejado salir con mis colegas. A muchos,
los he perdido ya —reconoce—. Esta es la primera vez que la veo de noche,
sin mí —analiza—, y no sabía que podía tenerme tan poco respeto. Hacer
algo así, delante de las cámaras, con mis padres viéndolo todo… Me rompe
el corazón —dice acongojado.
—¿No te esperabas que Martina pudiera actuar así?
¿Que hiciera eso? —insisto.
—No. Me he esforzado mucho en ser lo que ella ha querido. Me he
puesto en sus manos física y emocionalmente. He aguantado sus broncas,
sus neuras, su carácter, sus celos… porque la quería. Y en un parpadeo, por
un tío que le come la oreja y le dice cosas bonitas, ¿veo que se besan? Eso
para mí ya es infidelidad.
—Coño, y para mí —apunta Genio muy disgustado por su amigo.
—Me siento devastado ahora mismo —asegura Carlos—. Es como si su
imagen se me rompiera en mil pedazos. Y después, esa manera de bailar…
Eso no es bailar. Eso es prefollar, casi —argumenta muy enfadado.
—Eli —miro a mi suprema, que tiene cara de «te voy a echar un cable
porque estás reventado, pero que sepas que estás intentando comer percebes
con mi novia, capullo»—. ¿Qué puedes decirle a Carlos?
Eli se reacomoda en el alto taburete y lo mira con algo de
condescendencia.
—Eres un admirador. Zasca.
Capítulo 28

—¿Qué? ¿A qué te refieres con que soy un admirador?


—Te enamoraste de Martina incluso antes de conocerla, porque en tu
mundo de fitness, ella era la diosa a la que adoraban todos los de tu
gimnasio. Y te cegó. A veces, nos enamoramos de nuestros mitos, de
nuestros héroes, de aquello que admiramos… por eso tuviste un amor
admirador. Y porque la venerabas, hiciste todo lo que te pedía.
—En realidad —se seca las lágrimas—, ella no se detuvo hasta que me
consiguió. Yo solo me…
—Te dejaste llevar —asume Eli comprendiendo el amor que tiene Carlos
hacia Martina—. Nos cegamos por nuestros héroes. ¿Cómo es tu relación
con ella, Carlos?
¿Cómo te sientes cuando estás con ella?
—Siempre me ha parecido todo bien. Hacía lo que tenía que hacer para
conseguir los resultados que necesitaba.
—¿Para gustarle? —replica Eli impresionada.
—Bueno, me ha hecho competir y necesito una disciplina que ella
conoce muy bien.
—Y entiendo que, para que estéis bien, tú tienes que seguir compitiendo
y ella debe… ayudarte.
—Para tener resultados sí.
—¿Y como pareja? ¿Qué resultados tienes como pareja?
—Pues… —está bastante perdido—, a tenor de lo que estoy viendo… No
parece que esté pensando en mí mucho. Vamos, meterle la lengua hasta la
tráquea a un tío varias veces, indica que no está pensando en mí.
Escucho a Carlos y sé qué tipo de persona es y qué comportamiento
puede tener en una relación con su ídolo. Es normal, muchos han podido
pasar por eso. A Carlos todo lo que le decía Martina le parecía bien y era lo
adecuado. Da igual si era una relación asfixiante, posesiva, celosa y
restrictiva. Todo estaba bien porque sabía que, si la obedecía y no le llevaba
la contraria, la tendría. Y a un fan no hay nada que le guste más que recibir
la atención de su ídolo. Es un amor groupie. Y es igual de tóxico que
cualquier amor que no tenga una base real en el respeto, la confianza y el
cuidado.
—¿Puedes perdonar lo que has visto de Martina? —pregunto.
—Sí, la perdonaría. Pero necesito explicaciones. No siente nada por
Sisco. Es imposible. Carla me lo preguntó ayer.
—¿Qué te preguntó? —quiere saber Eli por la cuenta que le trae.
—Si perdonaría una infidelidad. Yo jamás sería infiel. Si estoy con una
chica, estoy —aclara—. Para mí, un beso así son cuernitos. No me gustan.
Me duelen. Pero… no sé si podría dejarla…
Eli arquea las cejas incrédulamente, y yo me abstengo de realizar
cualquier gesto.
—Carlos, ¿cómo es tu relación con tu tentadora? — quiere saber Eli—.
Con Carla.
A él se le ilumina la cara, y sé que Eli quiere ir a morderle a la yugular.
—Carla es una mujer maravillosa. Es simpática, atenta, muy guapa…
Genio solo hace que asentir a todo, pero mira de reojo cómicamente a la
terapeuta de parejas, porque sabe que se va a liar gorda.
—¿Podría ser tu tipo?
—Sí —dice él sin ninguna duda—… Creo que Carla es el tipo de
muchos. Además, me está enseñando muchas cosas. A bailar —enumera—,
a disfrutar de la comida y de los placeres.
—¿Ah sí? —A Eli se le erizan las orejas—. ¿A disfrutar de los placeres?
—Sí. Me ha hecho ver que tengo una faja que no me deja ser libre. Que
estoy estreñido.
—Constreñido, quieres decir —lo corrige Eli.
—Sí. Eso. Aquí estoy comiendo y estoy disfrutando de todo lo que hay.
Con Martina es muy difícil comer y disfrutar de la comida. Y yo siempre he
sido de comer mucho, me he cuidado, pero no para competir. Hasta que la
conocí. Y… estoy un poco saturado de eso. Y después de ver el vídeo con
Sisco, creo que ese respeto no se lo debo.
—¿El de comer como ella te dice?
—Sí. Voy a comer lo que me venga en gana. Sí —se afianza en su
determinación—. Es justo lo que voy a seguir haciendo. Pasármelo bien —
retira una última lágrima de la comisura de su hermoso ojo izquierdo—. Si
Martina quiere seguir tonteando con Sisco, yo voy a seguir disfrutando de la
compañía de Carla. Sé cuál es mi lugar, pero me apetece seguir
conociéndola.
A Eli se le congela la sonrisa en la cara. No sé qué se le puede estar
pasando por la cabeza, pero nada bueno, seguro. Supongo que se le está
pasando una súper producción por la mente en la que Carla y Carlos son los
protagonistas de una película romántica.
—Recuerda que siempre tienes la oportunidad del cara a cara con
Martina para que aclaréis vuestras cosas y decidáis si seguir en la Isla o iros
—apunto.
Pero Carlos no está barajando eso. Creo que está disfrutando más de la
isla de lo que está dispuesto a admitir, porque comer es un verdadero placer.
Y, además, no se siente preparado para romper con Martina. O para que ella
lo deje.
—No. Se lo está pasando bien ella. Pues yo también —sentencia.
Eli tensa la espalda y echa los hombros hacia atrás.
—¿Tienes algo que puedas decirnos sobre por qué Carlos toma esa
decisión, Eli, a pesar del dolor?
La rubia se humedece los labios y su expresión es de resignación.
—Carlos está esperando a que Martina recule. No quiere creer lo que ha
visto. Todos tenemos derecho a conservar la esperanza y encauzar
situaciones que no controlamos o que se nos van de las manos. Y, al final,
ellos son los que mejor se conocen y saben qué límites pueden cruzar y
cuáles no. Carlos sabe cuál es su límite. Solo él puede tomar la decisión
más acertada.
Ahora se va a ocultar y a rezagar, porque va a entrar en negación. Eso es
lo que presumo. Porque todos lo hacemos. Cuando vemos algo que no nos
cuadra o no nos gusta, inmediatamente hacemos por negarlo o por
minimizarlo, hasta que un día no podemos más y nos explota en la cara.
Algunos reaccionan antes y otros más tarde. Pero de Carlos se espera una
reacción. Veremos cuál es.
¿Qué eso puede afectar y profundizar en la brecha que todo esto le está
causando a Eli? Posiblemente. Pero no pierdo la confianza en el buen gusto
de mi hermana ni tampoco en la paciencia de Eli. Que siempre ha sabido
tener mucha.
Y dejamos de lado a Carlos para centrarnos, por fin, en Juanjo. Nuestro
hated.
Si os digo la verdad, Juanjo parece sereno, pero hay algo en él, su manera
de mirar, de sonreír, de fingir que todo va bien, que me pone nerviosa. Nos
pone nerviosas a ambas, que nos sentimos como Las Vengadoras. Aunque,
esto es un programa de televisión y no podemos apalear ni juzgar
abiertamente a nadie públicamente, sí vamos a hacer lo posible por quitarle
la máscara.
Todos tenemos derecho a la presunción de inocencia, y es cierto que solo
tenemos la versión de los hechos de Macarena. Sin embargo, sé
perfectamente que una crisis de ansiedad no se finge y que solo puede ser
desencadenada por un trauma, un mal momento, un cúmulo de desgracias o
un miedo oculto y enterrado desde hace tiempo que, cuando sale, es como
una avalancha. No hay nadie capaz de mentir en esa situación porque el
cerebro no está lo suficientemente en orden y se siente exhausto como para
echar mano del sistema límbico. Macarena fue todo lo sincera que pudo en
un momento como ese.
Y quiero saber la verdad. Jamás me perdonaría haber hecho un programa
con un maltratador o un abusador sistemático y haberle dado visibilidad.
Pero no solo eso. Me frustra que los que han elegido el casting no hayan
visto indicios del tipo de relación que ambos tenían.
Yo no quiero eso en mi expediente, no quiero formar parte de algo así. Ni
Eli, que sabe muy bien lo que tiene que hacer y qué debe preguntar para
estudiar sus reacciones y hacer, al menos, una buena radiografía.
Es un hombre muy atractivo, viste con una camisa blanca y un pantalón
negro de pitillo, y lleva unos zapatos negros de estos de dandi de verano,
que brillan.
Se ha encargado de animar y ayudar a todos los compañeros y, como
digo, es de los más queridos del grupo. Nadie imaginaría nunca que un
hombre así sea capaz de maltratar o humillar a una chica como Macarena.
Pero ese es el disfraz principal de su perfil. Son vendehúmos.
—Juanjo —lo saludo con una sonrisa auténtica—.
¿Cómo estás?
—No estoy bien del todo. Me gustaría estar tranquilo, pero no lo estoy.
También son especialistas en marear la perdiz.
—¿Por qué? Parece que hayas visto a Macarena haciendo algo malo… —
insinúo—. ¿Es que ha habido algo?
Él aprieta la mandíbula. Es la primera señal de que está maquinando, de
que lo que se le pasa por la cabeza no es bueno y de que va a suavizar todo
lo que pueda sus palabras.
—La veo muy bien con ese tipo… el negrito —dice con tono de humor,
pero de forma despectiva.
¿El negrito? Vaya, a ver si va a ser también racista.
No sería incompatible con lo que es él.
—El negrito se llama Quentin —respondo yo muy seria.
—Sí. Con ese. La veo muy bien. Se deja… tocar mucho.
Eli y yo fruncimos el ceño a la vez. Ahí va otro meme.
—Es curioso que digas eso, justamente tú que no te has cortado un pelo
en las fiestas —señalo quedándome más ancha que pancha.
A él, esa observación no le gusta. Y no le gusta porque es algo que
hemos visto todos pero que sus compañeros, que tanto le idolatran, no
saben que hizo.
Nosotras sí. Nosotras somos diosas.
Ese video se lo enseñaremos a Macarena cuando acabe la sesión con
ellos.
—¿No tienes nada que decir sobre eso, Juanjo? — vuelvo a insistir.
—No he hecho nada. No hay nada.
No hay nada, y una mierda. El equipo lo sabe. El equipo lo ha oído y,
además, ha visto el lenguaje no verbal de los implicados. Por supuesto que
ha pasado algo. A Juanjo las ganas le perdieron.
Sus compañeros lo miran intrigado.
—¿Qué has hecho, tío? —pregunta Carlos aún con los ojos rojos—. Si
solo haces que hablar de lo mucho que quieres a Macarena y de lo mucho
que la cuidas.
—Yo no he hecho nada —Su expresión podría convencer a quienes no
ven más allá ni leen entre líneas. Sería creíble para aquellos a los que ya ha
manipulado con su simpatía y su cercanía interesada. Pero a los que lo
vemos desde la distancia, no. No obstante, él juega sus cartas, y no
podemos desvelar nada a los demás—. En cambio, mira a Macarena —Se
está justificando—. Abrazándose, rozándose con ese tío como una…
—¿Cómo una qué? —pregunto de golpe dispuesta a cerrarle la boca—.
¿Qué has visto en esas imágenes que tanto te ofenden? Si, de largo,
Macarena es la que menos está interactuando con los demás porque sigue
tus órdenes al pie de la letra.
Se me está calentando la boca. Juanjo me lanza una mirada de
advertencia y llena de reproches.
—Yo la conozco. Yo sé lo que puede hacer. Es dulce, va de niña bien,
pero también tiene otra cara. Mírala como maquina con la otra…
—¿Qué otra? —Dice Genio en voz alta, mirándolo de soslayo. Están
Adán y él sentados en la grada de arriba, y Juanjo y Carlos abajo.
—Con tu novia, que se encarga de emborrachar a todo el mundo —
replica Juanjo con tono virulento—. Tal y como está Faina, a ella le tarda en
subir el alcohol, pero a mi chica no le puedes dar nada porque…
—Un momento —Genio se ríe del comentario que acaba de oír—.
¿Cómo está Faina? ¿Acabas de llamarla gorda? ¿Como está gorda, el
alcohol no le sube? ¿Es eso lo que acabas de decir?
—No es eso —masculla.
—Sí, sí es eso. Admite que piensas así. No pasa nada. También te he oído
reírte con Carlos de Faina y diciendo que los tentadores tienen que tener
estómago para estar con ella.
—Yo nunca me he reído de Faina —apunta Carlos—. Y, además, le dije
que ese comentario no estaba bien.
—Eres muy superficial, Juanjo —lo reprende Genio—, y muy inseguro.
Vamos, Genio. Aplástalo, pienso.
—Pensaba que te alegrarías de que Macarena que, como nos has repetido
mil veces, sin ti no sería nada, porque es frágil y no sabe mucho de la vida,
tuviera un apoyo en Faina que la haga sentirse bien. Pero veo que no.
—No es eso lo que quiero decir, tío —rectifica Juanjo—. Estoy nervioso
porque lo veo venir. Veo venir lo que va a pasar…
Mierda, se está victimizando otra vez. Espero que los demás no le crean.
—¿Qué va a pasar? —quiero saber.
—Que se irá con otro. Macarena es muy manipulable. No sería la
primera vez que he tenido que pararle los pies a alguien.
Pues no sé cuándo, pienso. Porque la tienes encerrada en casa.
Mis ojos se entrecierran y me imagino a mi lengua salir hacia afuera
como la de una serpiente.
—Perdóname que te lo diga así, Juanjo, pero Maca se ha llenado la boca
de repetir que a ti no te gustan muchas cosas, y ella no las hace. ¿Y ahora
dices que, porque esté hablando con Quentin, o bailando un poco y no se
queda en una esquina quieta y sumisa, no te gusta cómo se está
comportando y que puede llegar a serte infiel?
¿Ella?
—No digas nada más —me pide Axel por el pinganillo—. Se va a sentir
acorralado y no sabemos cómo va a reaccionar.
—Mátalo, Becca —me ordena Matilde—. Es un machista y un arrogante.
Eli está oyendo lo que nos dicen por el pinganillo. Mi amiga gira la
cabeza hacia mí y me dice telepáticamente, el idioma de las mejores
amigas, que no, que me tranquilice. Que no es el momento.
—Eli, ¿tienes algún consejo para Juanjo? —le paso la patata y así me
calmo.
—Si él quiere escucharlos, yo le puedo dar algún consejo para que esté
tranquilo, porque le veo nervioso —lo mira como si fuera buena y
adoptando un perfil bajo que finge ante él, porque sabe que así es como
mejor responde ante una mujer.
Juanjo no está interesado en oír nada en absoluto.
Pero asiente y hace ver que puede ser accesible.
—Por favor, sí. No quiero pasar por lo mismo.
Pfff, menudo payaso. Es que le abría la cabeza con un coco.
—Las personas no se pueden controlar ni encerrar.
No se pueden programar —empieza Eli con todo el tacto del que puede
echar mano—. A veces, no se trata tanto de mirar hacia afuera y de vigilar
qué hace el otro, como de mirarse hacia adentro y darse cuenta de que,
igual, el problema lo tenemos nosotros. Tienes un miedo terrible a perder a
Macarena. Pero es peligroso, porque habéis ejercido una relación de control
en el que tú dominas y ella se somete, y no hablo de BDSM. Hablo de otra
cosa — aclara—. Hay comportamientos, roles y relaciones insanas y, a
veces, lo que creemos que es amor, no lo es. Por eso es bueno analizarse y
entender qué nos pasa y por qué reaccionamos mal ante cosas que no tienen
maldad ni subterfugios.
Juanjo frunce el ceño y mira de un modo poco amistoso a Eli. No le gusta
nada que le digan que está haciendo mal algo. Eli, que es una reina, levanta
su barbilla y ni siquiera pestañea mientras le aguanta la mirada.
—No sé qué has querido decir exactamente — aclara Juanjo—. Pero si
sufro y si veo cosas mal, son con conocimiento de causa. A veces, las
apariencias engañan.
—En eso, Juanjo —responde Eli—, te doy toda la razón. Solo te digo que
no hay nada en el vídeo que pueda despertarte algún tipo de inseguridad,
recelo o frustración hacia Macarena. Y, sin embargo, ella sí va a ver las
imágenes que tenemos.
Buaj. Es que mi lisensiada no da puntada sin hilo.
—¿Y nosotros no podemos ver las imágenes? — pregunta Genio. Alza la
mano con un poco de recochineo.
—Son imágenes reservadas para las chicas.
—No hay nada —continúa repitiendo Juanjo, fingiendo estar muy
tranquilo.
Él sabe dónde se ha metido y es listo y sabe dónde tiene que hacer las
cosas. Pero los micros están ahí, los sonidos, los ruidos, y las manchas
también.
Todo se verá.
Dicho esto, y como no queremos presionar más, damos por finalizada la
sesión de cine de los chicos.
Adán tiene que pensar y meditar en lo que sea que le afecta.
Genio es el jefe.
Carlos que llore cuanto quiera, pero va a tener que empezar a saber qué
quiere y cómo dejar de ser un muñeco en manos de otros. Y que no se
acerque mucho a mi hermana. Gracias.
Y Juanjo… A Juanjo hay que hacerle un seguimiento. Porque los
comportamientos de las personas como él son inesperados, pero muy
calculados. Así que no vamos a dejar de observarlo.
Sesión de cine de las chicas
Una hora después, me anuncian que las chicas están a punto de entrar en la
bahía. Eli y yo nos hemos quedado hablando sobre lo experimentado en esa
primera sesión de cine.
No hemos querido hablar mucho de Carlos y Carla, porque Eli dice que,
aunque hay cosas que le duelen, aún es pronto para decir nada. Que por
ahora solo está viéndolas venir. Que es lo mejor que puede hacer.
Pero las dos estamos de acuerdo en que el plato fuerte de la noche va a
ser Macarena. Y será violento.
Matilde ha venido a felicitarnos, porque hacemos un buen tándem y
porque dice que Eli está tremenda en cámara. Que va a ser un buen reclamo
para el programa.
Nos han vuelto a retocar un poquito y Rebe, que es cierto que es morena
y de ojos verdes pero que no tiene nada que ver con la fisionomía de Carla,
le ha dicho que la sombra de ojos le queda muy bien. Pero a Eli no le llama
la atención. De hecho, dudo que haya alguna mujer que le llame la atención
que no sea mi hermana.
No sé si es cosa de los morenos de ojos verdes. Porque me pasa
exactamente lo mismo con Axel.
Lo veo muy concentrado en revisar lo que ha grabado. Me gusta cómo
ordena al resto de cámaras, cómo los coloca y cómo les dice lo que tienen
que captar. Es un líder, un jefe. Y… seguro que sería un buen padre.
Dios mío… no sabe nada. No le he dicho nada aún de mi retraso. Pero
creo que hago lo mejor no diciéndoselo, porque no es algo con lo que esté
contando o que vaya a pasar. Es como si aún no quisiera creerlo, porque
también me da miedo pensar que hemos creado algo tan íntimo y vinculante
juntos. Y es precioso. Pero también aterrador.
—Becca —me dice Matilde por el pinganillo—. Las chicas entran en
tres, dos, uno…
—Grabando —dice Axel.
Y entran por el paseíto de antorchas, Faina cogida de la mano de
Macarena, y Julia y Martina la una al lado de la otra, pero sin tanta
sororidad. Y yo sé por qué. Porque en los vídeos vi a Julia diciéndole a
Martina si sabía lo que estaba haciendo cuando empezó a morrearse con
Sisco. A Martina no le gustó la intromisión y le vino a decir que se metiera
en sus asuntos. Y, desde entonces, Julia guarda las distancias con ella, pero
se lleva a las mil maravillas con Faina y Macarena.
Van con vestidos las cuatro. Faina lleva uno blanco que la hace parecer
una adorable nube de azúcar. Martina lleva uno negro que se le pega como
una segunda piel a su escultural cuerpo. Julia está despampanante con un
vestido rojo con volantes en las piernas y Macarena lleva uno de color rosa
palo que la hace ser el espíritu dulce, adorable y dañado, que en realidad es.
Después de darles la bienvenida y de presentarles a Eli, procedemos a ver
la sesión de cine con las espectaculares imágenes de sus novios en acción.
Y no hay tijeras para cortar tanta tela.
Capítulo 29

Y vemos hipnotizadas todo. Yo necesitaría unas palomitas, pero estoy


nerviosa por ver cuáles van a ser las reacciones de todas ellas.
Faina está viendo cómo Genio baila con Rosario, cómo habla de lo que le
gustaría montar con Faina y cómo el bueno de su novio se mete en un
jacuzzi con ella, le da un amarillo y casi se ahoga de lo borracho que va. Es
Adán, que lo saca del jacuzzi y le salva la vida entre risas. Es Rosario quien
cuida de él por la noche y se preocupa por si necesita algo. Me temo que a
Faina algo de todo eso no le gusta, pero continúa viendo las imágenes con
una sonrisa fija en los labios y la mirada brillante y azul verdosa prendada
de Genio.
Después vemos a Carlos con mi hermana. A Eli todo eso le sienta como
una patada en la boca del estómago, porque ve que sí interactúa y sí parece
que Carlos interesa a mi hermana de algún modo que aún no sabe descifrar.
Y si es de un modo romántico o sexual, eso va a acabar con ellas. Carlos es
un libro abierto con Carla. Habla con ella de todo y le muestra su lado más
sensible. Y mi hermana es una proveedora de comida que le quita hierro a
las macros y le da todo el sentido al sabor y a la vida.
En las fiestas, Carlos trata a Carla como una princesa. Le va a buscar
cualquier cosa que ella necesite, y comen juntos en la mesa, con todos, pero
uno al lado de la otra.
Para colmo, están las imágenes de Carlos durmiendo con mi hermana y
hablando de sus sueños, sus ambiciones y sus deseos. Y Carlos habla
claramente de Martina y, aunque la quiere, sabe que Martina no quiere las
mismas cosas que él. Pero no contaba con cómo se abriría mi hermana y le
diría que siempre ha querido un hombre para su hijo. Que querría que Iván
tuviera una figura masculina en la que confiar, porque ella no había tenido
suerte con los hombres y no confiaba en ninguno. A lo que Carlos le ha
preguntado:
—¿Y crees en el amor y en la pasión? Martina me tiene épocas que no
me deja ni masturbarme porque dice que se me va toda la energía. ¿Sabes?
A los tíos que nos dedicamos a esto, la libido nos desaparece a menudo.
Pero a mí no. Porque yo soy súper pasional y no entiendo el amor sin el
deseo. Necesito contacto humano.
Y mi hermana ha contestado:
—Siempre voy a creer en el amor. Me encanta el contacto humano.
—¿Hay alguien fuera que te esté esperando, Carla? Carla ha sonreído de
ese modo que Eli y yo sabemos que está mintiendo y ha dicho:
—No quiero pensar en nada de afuera. Solo quiero vivir esto. Me está
viniendo muy bien para saber qué es lo que quiero y ver las cosas en
perspectiva —y el modo en que ambos se han mirado y se han chocado
hombro con hombro, ha parecido íntimo y muy de camaradería. A Martina
la cabeza le da vueltas como a la niña del exorcista. No sabe ni qué hacer ni
dónde meterse, pero ve las imágenes de Carlos y ya se nota que lo
menosprecia y que va a decir algo malo de él.
Después le ha tocado el turno a Julia. Y a mi favorita le ha hecho mucho
daño los comentarios que ha oído de Adán. No le ha visto hacer nada malo
con ninguna chica. Pero sí ha hablado con Edurne de ella. Y ha expresado
en voz alta algo que no sabíamos.
Al parecer, uno de los deportistas famosos que había representado Adán,
le dijo que Julia había tonteado con él y que habían tenido algo.
La cara de Julia es un poema. Sobre todo, al escuchar decirle a Adán que
eso le ha pesado todo ese tiempo estando con ella, y que puede que sea
verdad. Porque… es un tío millonario al que todas las mujeres le van detrás.
Julia traga compungida y sin dejar de mirar las imágenes se cubre media
cara con las manos. No se lo puede creer.
De Adán no hay mucho que sacar, excepto esos vídeos en los que se abre
con Edurne y expresa sus miedos y sus dudas sobre Julia.
Y después viene el momento de Juanjo. Macarena está atenta a todo lo
que ve, como un cervatillo asustado. Juanjo y Jennifer son calientes y
volcánicos. Y se atraen. Juanjo quiere sexo con ella. Se lo ha dicho en voz
baja, pensando que nadie lo oiría. Y haciendo el tonto, han ido a la
habitación de él con la excusa de que le ayudara a ponerse bien la cinta de
plumas de indio en la cabeza. Entran los dos en el baño de la habitación con
los cubatas en la mano. Y se están media hora. Y en esa media hora se oye
el sonido típico del sexo, de la carne contra la carne, los besos húmedos, y
algún que otro gemido que las manos no logran ahogar.
Después de esa media hora, Juanjo sale con la cinta de plumas bien
puesta, y Jennifer recolocándose la falda y riéndose, con cara de haber
tenido un orgasmo. Y él también. Se mira una última vez en el espejo de la
habitación, con sus cubatas en mano de nuevo, y salen de ella. Las cuatro
están con las bocas desencajadas, poniendo a Juanjo a parir y diciendo
barbaridades de él, que tienen una base correcta en las imágenes.
—Qué hijo de puta —le dice Faina a Macarena agarrándole la mano—.
Pero tú vas a estar bien, ¿me oyes? Vas a estar bien. Ya te lo digo yo.
Julia le apoya la mano en la espalda y le da un beso en el hombro.
—Ánimo, mi niña. No te merece.
Como sabemos que esos vídeos son los más fuertes, tenemos que
tranquilizarlas para seguir en orden y hablar una a una sobre lo que han
visto.
Faina lleva dos moños en la cabeza, un peinado muy anime.
Y está disgustada por lo que ha visto de Juanjo y lo que va a tener que
soportar Macarena.
—Ese vómito humano… ¡fus! ¡Qué sinvergüenza!
Eli y yo no decimos nada, pero al mismo tiempo le damos toda la razón.
—Faina, ¿quieres decir algo de lo que has visto de Genio? ¿Te gusta
cómo está actuando?
—Mi novio es un santo al lado del de Macarena —reconoce—. Estoy
contenta porque veo que es él mismo. Y me gusta Rosario, creo que está
respetando a Genio y él me está respetando a mí. Lo que no me gusta es
verlo bailar salsa con otra, porque conmigo no quiere porque le da
vergüenza. Pero ya veo que vergüenza con la cubana no tiene… —se queda
pensativa unos segundos—. Ya se lo explicaré cuando nos veamos.
—¿Qué sientes cuando los ves pasárselo así?
—Me da mucha felicidad, Becca —admite emocionada—. Yo lo quiero
tanto… y ha pasado por cosas tan duras. No ha tenido amigos —explica—.
Por su físico se han reído mucho de él, y verlo rodeado de gente,
interactuando con todos, hace que me siente bien. Porque lo quiero ver
feliz.
Eli también se siente bien al oírla hablar así, sin celos, sin envidias, solo
con amor. Es maravilloso.
—Creo que Faina tiene una relación con Genio basada en la confianza y
en el interior —explica Eli—. Y se quieren. Se quieren verdaderamente. Sin
embargo, han sufrido tanto los dos que ahora no le dan importancia a casi
nada. Y siempre puede haber algo que les moleste. Es importante la
comunicación y decirse las cosas buenas como las malas.
Faina hace un apunte mental con lo que dice la terapeuta de parejas, y le
guiña un ojo.
—Gracias, Doc. Prepáreme una receta.
Eli se ríe y yo también. Faina siempre acaba sacándonos una sonrisa.
Cuando llega el turno de Martina, la profesora y competidora de bikini
Fitness ya tiene la escopeta cargada.
—¿Martina? ¿Qué te parece lo que has visto de…?
—Primero: Carla lo está engordando a propósito.
¿Has visto que ya no tiene abdominales?
—Bueno, no es malo comer —replico.
—Pero él tiene que cuidarse. Se lo he dicho siempre. Estoy detrás de él
con comer limpio y contando calorías. Y ahora en tres días ha echado por
tierra el trabajo de meses. Le va a salir papada. Así se va a poner feo. Y
segundo: Carla es una chica que está muy bien, pero no es su tipo. A Carlos
le gusta que se lo den todo hecho. Necesita una mujer fuerte al lado. Es
como un niño.
—Ah, ya… —murmuro—. ¿Y crees que Carla no lo es?
—Carla es mamá. Y está claro que busca un papi para su niño —Eli
aprieta los dientes con rabia al oír eso—. Pero ella nunca le dará lo que él
necesita —sentencia Martina—. Sí, han ganado la prueba. Qué bien por
ellos —dice sin ganas—. Pero espero tener un cara a cara con él para
dejarle las cosas claras.
Eso me deja con la boca abierta.
—¿Quieres un cara a cara con él?
—Sí —dice con sus ojos claros rebosando rabia.
—¿Has visto algo ofensivo para que hayas tomado esa decisión? Curioso
que tu pidas un cara a cara sin haber visto nada de él con Carla, y él no haya
pedido uno después de verte besándote con Sisco.
—Yo al menos me beso porque me interesa. Pero sigo queriendo a
Carlos. Él sigue siendo mi novio. Pero es que encima él va a quedar de
bueno sin hacer nada. Me estoy dejando llevar para ver qué siento y él,
como siempre, como un pasmarote del que hay que tirar para que se atreva
a dar algún paso —cruza una larga pierna sobre la otra y se pone toda la
melena negra sobre un hombro con la dignidad de una soberana.
—Pareces enfadada —sugiero. Y lo está. Porque sabe que está quedando
mal.
—Lo estoy, quiero un cara a cara —sentencia muy exigente.
—Bien, se lo comunicaremos a Carlos y si accede, el sábado tendréis
vuestro cara a cara.
—Perfecto —dice malhumorada.
—¿Quieres escuchar lo que tiene que decirte Eli? Martina la mira con
desdén.
—Bueno —se encoge de hombros.
—Antes de nada —señala Eli—, yo no estoy aquí para atacar a nadie.
Solo os ayudo, como experta, a redirigir vuestras emociones en la dirección
correcta.
—¿Ves algo en Carlos y Martina que deban solucionar en su relación?
—Martina tiene un papel de madre y soberana con Carlos. No creo que
esté decepcionada con él porque él sea así, porque es justo lo que ella
busca. Busca un hombre que pueda dominar, porque le gusta el poder y le
encanta que las cosas se hagan como ella dice. Pero mi consejo para ti,
Martina, es que te fijes en lo que tú puedes mejorar y no obligues a nadie a
ser quien no es. Las personas no son trozos de barro que modelar. Ya tienen
sus formas, y está en nuestra mano que encajemos con ellas o no para
hacerlas más armónicas. El amor y la pareja hay que dejarla ser y aceptarlo
como es. No puedes obligar a un cubo a meterse en un hoyo con forma de
círculo. No encajaría.
Creo que, a Martina, este sabio consejo le entra por un oído y le sale por
el otro.
Ella se lo pierde. No he conocido a nadie que esté más perdida en la
forma de querer.
El momento con Julia no sorprende. Porque ha estado llorando en
silencio desde que ha visto las imágenes de Adán hablando con Edurne.
—Julia, ¿cómo estás?
La beldad morena no sabe muy bien qué decir.
—Estoy triste —dice haciendo pucheros y recibiendo el cariño de Faina y
Macarena inmediatamente.
—¿Por qué estás triste? ¿Te ha afectado lo que Adán ha dicho sobre ti?
Ella sorbe por la nariz y acepta el clínex que le da Macarena.
—Yo no sabía eso —nos cuenta muy afectada.
—¿Qué no sabías? ¿Lo que Adán piensa? Julia niega con la cabeza.
—No sabía que ese «jugador» le había contado esa mentira a Adán y que
él se la había creído y se había callado. Nunca me dijo nada.
Los hermosos rasgos de Julia se llenan de dolor.
—Aquí hay tomate —espeta Matilde por el audífono.
—¿Adán ha contado algo que no es verdad? —quiero saber.
—Es que eso no fue así. Ese jugador le mintió. Él intentó que yo tuviera
algo con él y siempre le di largas.
Un día intentó sobrepasarse conmigo en el club, en un reservado donde
yo les traía las botellas de champán como gesto de la casa. Y le pude parar
los pies. Había otro jugador famoso con él, cuyo nombre no voy a
pronunciar y que puede confirmar lo que digo. Pero la «estrellita» — aclara
refiriéndose al jugador— se ofendió, y no toleró que le dijese que no. Pero
no sabía que había tenido la cara de decirle algo así a Adán. Es mentira. Yo
jamás me he puesto en bandeja a nadie.
El relato de Julia nos afecta. A mí me afecta.
—Y Adán nunca te dijo nada de esto… —entiendo.
—No —le tiembla la barbilla—. Se lo ha callado todo este tiempo y ha
pensado que estaba con una… ¿con una qué? ¿Con una golfa? Ahora
entiendo sus reticencias y sus miedos —dice en shock—. Pero, en vez de
hablarlo conmigo, veo que habla de ello con Edurne, ahí con todo el
chispazo, frente a las cámaras… ¿No se da cuenta de en qué posición me
está dejando? Fui yo la que le dije a ese imbécil que no, y era un deportista
que representaba Adán. Y él ha ido con otra versión a mi novio. Y me tengo
que tragar que le dice a Edurne que me quiere tanto que no le importa que
haya podido serle infiel. Que está seguro que solo pasó una vez. Cuando no
ha pasado nunca, cuando no soy capaz de mirar a otro que no sea él. Es que
me estoy indignando… Me humilla esto —se levanta de la grada a punto de
irse. Y ya me veo haciendo estiramientos para ir tras ella. Pero no hace
falta. Macarena la sujeta por la muñeca y la mira con ojos suplicantes.
—No se te ocurra irte ahora. No me dejes sola. Tu novio no se ha tirado a
nadie. El mío sí. Y encima ha tenido los santos cojones de hacerlo en un
baño, donde nadie lo vea. No te vayas, Ju… —la está reclamado como
amiga. Y Julia, con lágrimas en los ojos, acaba cediendo y quedándose
sentada a su lado—. Esta noche os necesito.
—Julia —La observo con mi abierta y total admiración—. Eli creo que
tiene algo que decirte.
Mi amiga se vuelve a recolocar en el elegante taburete y la saluda con
calidez.
—Hola, Julia. Creo que aquí ha habido un problema de comunicación.
En las parejas los secretos se enquistan, hay que contar las cosas que nos
suceden y nos atormentan. Lo que te pasó tuvo que ser desagradable —
reconoce—. Entiendo que no le quisiste decir nada a Adán porque era su
cliente, ¿no?
—Sí, él estaba muy emocionado al poder representar a un jugador de la
élite. No quería estropearle la euforia.
—Pensaste en él, porque nunca nos imaginamos que nadie vaya a mentir
sobre nosotros ni que nos vayan a lastimar a propósito. Tú no le hablaste de
eso por no herirlo. Y Adán, seguramente, nunca quiso sacarte el tema de
que sabía la versión de su representado, porque decirlo y que hubiera una
confirmación de que fuese real, haría que todo se acabase. Y te quería
mucho. Y te sigue queriendo. Pero esa mentira ha hecho daño en la
relación.
—Peor me lo pones —rebate Julia—. ¿Me estás diciendo que nunca
quiso hablar conmigo por miedo a que le dijera que era verdad, que me
había entregado en bandeja a otro? No me jodas —gruñe mirando hacia
otro lado, y moviendo el pie arriba y abajo con mucho nerviosismo.
—Estaba dispuesto a aceptar que eso había pasado sin que nadie se lo
confirmase, porque le dolía menos. Pero más le dolía perderte. Por eso se lo
ha callado tanto tiempo.
—¿Y ahora qué debo hacer yo? ¿Cómo le miro? — pregunta con sus
lágrimas deslizándose por las mejillas—. ¿Cómo le miro sabiendo lo que sé
ahora? ¿Cómo le miro cuando sé lo que ha estado pensando todo este
tiempo de mí? Si ya lo dice él —señala la pantalla—. Que me encanta hacer
que todos se enamoren de mí. Sigue pensando que lo hago a propósito.
—Calma. Esta noche intenta pensar en que no os habéis querido hacer
daño con esto. Tú te lo callaste, y a él le contaron otra versión y prefirió
guardárselo. Pero la verdad es solo una.
—Iría ahora mismo a la villa y lo enviaría todo a freír espárragos —dice
vehementemente—. Esto me ha dejado muy fría. Estoy muy decepcionada
con él. Pensaba que me veía. Que sabía quién era. Que confiaba en mí —
sonríe y se muerde el labio inferior, porque no se cree lo que ha visto y
ahora se siente tonta.
Ojalá pudiera ayudarla mejor, pero el concurso es de ellas y ellas son las
que deben tomar sus decisiones. Yo soy como un árbitro.
Y entonces, llega el momento de Macarena. Y aún estoy con la resaca
emocional de Julia y que nadie esperaba, y viene el pajarillo con todo su
dolor.
—Maca guapa, te hemos dejado la última.
Ella parece serena. Llora, pero lo hace como una princesa. Nunca se pone
fea y siempre parece digna. Querría estar a su lado y sujetarle la mano, pero
ya lo hacen sus amigas por mí.
—Las imágenes de los vídeos son bastante evidentes… ¿cómo te sientes?
Maca toma aire por la nariz y se prepara para dar su veredicto.
—No he visto nada, pero no soy tonta. He pasado mucho con Juanjo, sé
cuándo gime. Sé lo que está haciendo —sorbe por la nariz—. Y ya no es lo
que está haciendo con Jennifer. Es lo que le ha dicho de mí a esa
desconocida que ahora se está tirando —arguye con mucha indignación—.
No me reconozco en la descripción que él da de mí. Le ha dicho a Jennifer
que no trabajo, que él me mantiene, que no tengo aficiones… Que soy, casi,
una mantenida que no puede vivir sin él. Pero es mentira. Trabajo a pesar de
él, pero tengo que hacerlo encerrada en casa —explica avergonada—. Son
muchas cosas las que se me pasan ahora por la cabeza… Creo que es con él
con quien yo ya no puedo vivir —dice de repente, más empoderada que
nunca—. Juanjo nunca me ha querido. Pensaba que sí, porque se hartaba de
repetírmelo. He aguantado mucho creyendo que lo suyo… que lo de él era
amor. Que de verdad me amaba —intenta explicar—. Pero una mentira no
se convierte en verdad por muchas veces que lo repitas.
—Y diciendo esto en voz alta —digo orgullosa de ella—, ¿qué vas a
hacer?
—Quiero un cara a cara. Para dejarlo e irme de aquí lo más lejos posible.
Lo más lejos posible de él.
Capítulo 30

A ver, que esto se nos va de las manos. Pero, nunca, nada, me ha gustado
más que se me fuera de las manos como esto. Ver a Macarena rebelarse y
abrir los ojos, aunque haya sido solo por saber que Juanjo se estaba
beneficiando a otra, es el primer paso para dejarlo. Y esa relación se tiene
que dejar. Porque no es una relación. Es un castigo permanente. Y no
importa que se libere por la razón que sea, lo único trascendente es que se
libere.
Al volver de la noche en los cines, Eli y yo viajamos con el Evoque, las
dos en la parte de atrás, satisfechas por Macarena. En silencio, pensando
cada una en nuestras cosas.
Eli me ha hecho meditar sobre los secretos. Sobre no hablar con la
persona que amamos de lo que nos preocupa, de lo que nos pasa, por miedo
a decepcionarla o a echarla atrás. Es posible que esté embarazada de Axel.
Y él aún no lo sabe.
Ni yo. Porque igual no lo estoy.
Y es terrible. Y también una bendición.
Pero, sea como sea, creo que debo decírselo. Y me asusta porque Axel
viene de una historia traumática, y este tiempo con él ha sido muy intenso y
no lo cambiaría por nada, pero que desemboque todo en un embarazo hace
que tema por lo nuestro, porque es fácil huir de las cosas que no han sido
preparadas. Y yo no soy de obligar a nadie a hacer nada.
Eli ha estado jugueteando con el índice y el pulgar, haciendo chocar sus
perfectas uñas, mientras su mirada oscura y turbulenta se centraba en el
exterior de la carretera que nos subía hasta nuestra villa. Lucha contra sus
propios demonios.
—Eli… ¿Estás bien?
—No. No contaba con esto —reconoce sin dejar de mirar al exterior—.
No contaba con esta sensación de tener miedo a que ella pueda enamorarse
de un hombre.
—¿Crees que a mi hermana le puede gustar Carlos?
—Tu hermana ha sido bizca para los hombres toda su vida —me contesta
un poco enfadada—. Solo ha estado con perdedores. Pero ese chico,
Carlos… no es un perdedor. Tiene oficio, tiene beneficio… Puede que le
haga recordar qué le gustaba tanto de los hombres para que desee volver a
estar con uno.
—A ti no te han dejado de gustar los hombres, ¿no?
—Me gustan. Claro que me gustan. Pero nunca me he enamorado de uno
—admite abiertamente— como me he enamorado de ella —tuerce el rostro
y me mira con la expresión desolada—. Y como me la juegue, te juro que
no me vuelve a ver el pelo más.
—Eli… —me pego a ella y la abrazo. Odio verla así. Porque pasan los
días, pasan las horas, y la posibilidad remota empieza a convertirse en
posibilidad real. Ojalá y mi hermana solo esté actuando—. Todo se va a
arreglar.
Axel ha sido el primero en recoger y adelantarse hacia la villa, porque
sabía que iba a ser una noche muy larga y convulsa, y quería estar, sobre
todo, en la villa de los chicos. Pero antes debía ir a buscar no sé qué cosa a
mi habitación que se dejó la pasada noche.
Así que, al llegar, todo el equipo, la directora, la guionista, los de
vestuario y las maquilladoras nos estamos congratulando por el programa
que estamos llevando a cabo, sin tiempo y con todas las catastróficas
desdichas posibles, pero es en ocasiones como estas cuando se mide la valía
de los mejores profesionales. Y lo hacemos lo mejor que sabemos, porque
creemos que podemos ayudar a otras personas que estén en las mismas
circunstancias que los concursantes, igual de viciados, intoxicados por
roles, confundidos, incluso maltratados. Y es bueno.
Ya no creo que este sea un programa superficial, porque dentro de cada
concursante, hay un humano, una persona que sufre y que teme, y que está
pasando por su propia etapa.
Hemos llegado tarde de los cines, y estamos cenando, pegados a los
monitores por donde vemos todo lo que pasa y cómo pasa. Nos han
preparado noodles con yakisoba, nos los han traído de un japo.
Y eso parece una noche de pijamas.
Los demás, los cámaras, incluido Axel, están trabajando, realizando una
labor titánica para que podamos disfrutar de un momento así, y para que los
telespectadores no puedan perderse nada en el veinticuatro horas.
En las villas, todo se ha revolucionado.
Están de fiesta, como si quisieran ponerse el mundo por montera. Es
evidente que los tentadores y las tentadoras creen que es su mejor
oportunidad para conseguir su objetivo de que las parejas caigan en la
tentación, porque todos parecen emocionalmente sacudidos, no solo por las
imágenes que han visto, sino por las palabras de Eli, que les está haciendo
pensar más de la cuenta.
En Villa chicos, Carlos está hablando con Carla, retirados de todo el
grupo, que están consolando a Juanjo, porque lo ven devastado y no saben
por qué.
Nosotras sí lo sabemos.
Pero, tanto Eli como yo, estamos pendientes del monitor en el que sale el
culturista y mi hermana. Ella está escuchando las palabras de Carlos, sobre
lo que ha visto de Martina. Carla no parece muy sorprendida.
—Pues no ha tardado nada —dice Carla bebiendo de su copa balón.
—Parece que lo esperabas —sugiere Carlos hundido.
Carla lo mira con compasión.
—Soy abogada. Sé ver a las personas.
—Ya… ¿y viste que mi novia le iba a meter la lengua a otro hasta el
hiato?
Ella se ríe y está a punto de escupir toda la bebida.
—No. Pero vi que tú eras muy bueno y ella muy egoísta.
—La psicóloga me ha dicho más o menos lo mismo. Que tengo que
pensar más en lo que quiero yo y no en lo que quieren los demás de mí.
Carla se remueve al oír esas palabras.
—¿Y qué tal la psicóloga?
—Pues es un pibón —reconoce—. Impone mucho.
Y tiene una voz muy sexi.
—La psicóloga está tremenda —exclama Genio con una botella de
chupitos en la mano, para que Carla lo oiga.
Carla mira al suelo.
—¿Ah, sí? —dice ella inocentemente.
—Sí —asegura Adán—. Es escandalosamente guapa.
Eli se acerca un poco al monitor y aguanta la respiración, como yo.
Los ojos de Carla se iluminan y sonríe dulcemente con la mirada un poco
perdida, como si la recordase.
—Le he dicho que me apetece seguir conociéndote —Carlos retoma la
conversación privada con ella—. Que tú me das confianza para ser yo
mismo —el rubio de Carlos está muy meloso.
—Mmmmmufasa —susurra Eli parafraseando a Faina—. Que le va a
echar la caña.
—Cállate —le digo muy concentrada en la conversación.
—Ah… ¿y no te ha dicho nada más? —pregunta de nuevo Carla.
—No, morenaza.
Ella se mantiene en silencio unos segundos, hasta que le dice a Carlos:
—Pues haz caso de lo que ella te ha dicho. Sé lo que quieras ser y
encuentra lo que te gusta. Aprovecha y conócete sin Martina, rubio.
Carlos sonríe, le roba la copa balón y con ojos risueños murmura:
—No sé por qué no te encontré antes.
Siento la energía de Eli crepitar a mi alrededor, y cómo deja el plato de
comida japonesa en el suelo, lo aparta malhumorada y dice:
—No quiero más putos noddles.
En ese momento, una de las cámaras de villa chicos se estropea. No sé
cuál es ni a qué enfoca, pero sea lo que sea, ya no se ve.
—No me digas… —dice Matilde que, aunque esté bebiendo, está al tanto
de todo. Borracha, pero atenta. Toma su móvil y se lo queda mirando con
dudas.
—¿Qué pasa? —pregunto mirando a la directora.
—Pues eso me gustaría saber… Pero no quiero llamar a Axel porque,
cuando yo llegué aquí la primera, él salía de la villa. Y estaba hecho una
furia.
Eso me llama la atención:
—¿Que salió de aquí hecho una furia? ¿Por qué?
—Pues no lo sé. No lo pregunté. Solo me dijo: «que no me molesten»,
con esa voz que hace que se te bajen las enaguas.
—Qué fina… —murmuro. Eso me deja preocupada. ¿Qué le ha pasado?
¿Por qué se ha enfadado?
—Lo voy a llamar, a riesgo de que me salga una llamarada por el
teléfono —asegura Matilde.
Me quedo intranquila. No sé qué está pasando, pero no me gusta que
Axel se cabree. Porque cuando se cabrea, arde Troya.
He pensado que cuando acabe de cenar, iré a verlo trabajar y a averiguar
qué le ha pasado. Siempre que habla conmigo se tranquiliza. Sé que no
debo, pero no pienso distraerlo, además, seguro que a mí no me aparta.
De camino a Villa Chicos
Cuando me he ido del hotel, había dejado Villa Chicos en lo alto de una
fiesta con mucho desfase. Son esponjas. No entiendo cómo pueden beber
tanto.
Juanjo parecía hundido, un poco contrariado y se notaba nervioso.
Adán bailaba una lenta con Edurne, explicando cómo se sentía después
de la sesión de cine.
Carlos y mi hermana se estaban pegando un baño en la piscina, y jugando
a guerra de caballos con Rosario y Genio.
Y en Villa Chicas, Julia estaba bebiendo despechada por las palabras de
Adán, herida por su desconfianza. Pero no bebía sola. Macarena se había
apuntado a la borrachera, y Faina lo hacía por compañerismo, porque:
—Si están jodidas, yo me jodo también —y se había bebido un tequila en
un vaso de Nocilla de 250 ml de golpe. Así, en un suspiro.
¿Y Martina? Martina buscaba consuelo de las no afrentas sufridas en
brazos de Sisco, perreando todo lo que se puede y más.
Eli no se ha querido venir conmigo porque me ha asegurado que, si llega
a Villa Chicos y ve algo en los monitores, es capaz de hacer un Tom Brusse
pero con Carla. Que su razón pende de un hilo en estos momentos.
Y no la puedo contradecir. El programa son subidones emocionales
continuos. Que nos afectan a todos.
A Axel hay algo que lo está inquietando, quiero saberlo, porque lo
mismo le sucedía en el Diván, y siempre acertaba con sus sospechas.
Y me quiero enterar. Porque soy la presentadora, pero también soy la
vecina del quinto que lo quiere saber todo. Y porque, quiero estar cerquita
de él si él me deja. Estoy hoy tontorrona y me apetece mucho verlo y
sentirlo cerca.
Llego a Villa Chicos y reconozco que, de noche, con las luces y las
estrellas de fondo, la mansión es igualmente impresionante que la de las
chicas y la nuestra. Es la una y media de la noche. Oigo la música del
interior, del jardín, y las risas y los chapuzones. Menos mal que cerca no
hay vecinos.
Las Terrenas es una zona de bien con auténticos casoplones, pero unos
distanciados de otros.
Cuando bajo del coche, veo el trailer en la acera de enfrente.
Me he cambiado.
Al llegar a la Villa, Eli y yo nos hemos quitado las ropas de gala de la
sesión de cine y nos hemos puesto ropa más cómoda. Llevo unos tejanos
muy cortos rotos, unas zapatillas playeras negras y una camiseta negra de
tirantes que transparenta un poco mi ropa interior. Y voy con el maquillaje
aún del programa y el pelo suelto porque me gusta cómo me lo han dejado
de la peluquería.
Doy tres toques con los nudillos en la puerta del gigantesco camión, y
abro la puerta para internarme en él. Y veo a Axel, sentado en la silla que
hay para controlar los monitores, frente a la mesa de sonido. Es serio y
diligente en su trabajo, y eso lo hace muy sexi. Su silueta está recortada por
la luz que sale de las pantallas.
—Me recuerdas al Doctor Gang, el antagonista de Inspector Gadget —
digo divertida—. Te falta el gato, y la mano de hierro —chasqueo con la
lengua.
Axel gira la cabeza hacia mí. Sé que soy una visita inesperada y que está
enfadado por algo, pero espero que no lo pague conmigo, porque la mirada
que me ha echado no me ha gustado.
Parece triste. Decepcionado.
Arrastro mis pies y me coloco tras él. Su olor me reconforta. Le masajeo
los hombros y me inclino para darle un beso en el cuello.
—Sé que no debería estar aquí —le susurro—. Pero hoy te he echado
mucho de menos. Solo tengo ganas de mimos. Más que de costumbre.
Axel se aparta, como si mis caricias le dieran asco, y hace que me sienta
muy sucia. Fatal.
—Oye, ¿qué pasa? —pregunto un poco incómoda—. Matilde me ha
dicho que te has ido de la casa cabreado por algo.
—Siete días —contesta con voz ronca. Frunzo el ceño.
—¿Es una adivinanza? —digo. Me echo los rizos hacia atrás y lo miro
extrañada—. ¿Siete días que qué?
—Siete días —se levanta y echa la silla hacia atrás de golpe. Esta choca
contra la otra pared del trailer, donde hay otra consola con otro tipo de
controladores que no sé qué son.
Me aparto asustada y él se cierne sobre mí.
—Axel, me estás asustando…
—¡¿Que yo te estoy asustando?! —me mira de arriba abajo con desprecio
—. Soy tu pareja. No soy de esos hombres que no se enteren de nada y que
no controlan los ciclos de su chica. ¡Yo lo controlo todo! —exclama dando
un golpe sobre la mesa. Cuando se enfada sus ojos parecen más claros—.
¡Siete días llevo esperando a que me digas algo! ¡Sé que no te está bajando
la regla! ¡Me doy cuenta de eso, no soy un zoquete!
Me quedo boquiabierta e intento acercarme a él.
—Espera…
—Hoy quería darte algo —me interrumpe—. Quería subir y darte una
cosa —se le está quebrando la voz—. Y he encontrado en la papelera un
test de embarazo que parece positivo, y no solo eso…
—No, no, un momento… —intento explicarme nerviosa.
—¡¿Un momento qué?! ¡No me has dicho nada! ¡Y no solo te lo has
callado! ¡Además, has decidido por los dos! ¡Porque te estás metiendo esta
mierda! —se saca del bolsillo una caja.
—¿El qué, Axel?
Yo veo sus movimientos a cámara lenta y tardo en comprender cada una
de sus palabras. ¿Qué es esto que está pasando? Axel está dolido y me mira
como a una desconocida. Y eso me está rompiendo a pedazos. Es que aún
no entiendo lo que está pasando.
—¡Esto! —me aplasta la caja en el pecho.
Yo la sujeto con las manos y me la quedo mirando sin parpadear.
—¿Y esto qué es? ¿De dónde lo has sacado? —mi voz está tan inestable
como yo.
—¡De la misma papelera del baño de tu habitación de donde he
encontrado el test! ¡No te hagas la inocente, que no te pega!
—¡Deja de gritarme! —le replico—. ¿Qué es? —pregunto zarandeando
la caja en su cara. Leo «Misoprostol» de 800 mct.
—¡Son pastillas para abortar, Becca! —me señala con el dedo—. ¡No me
cabrees!
—Bájame el dedo —le advierto—. ¿Y qué hacía esto en mi papelera? Yo
no las…
—¡Becca, basta! ¡Lárgate! —me señala la puerta del trailer—. No te
quiero ni ver —me da la espalda.
—¡Axel! —le lanzo la caja enrabietada y le da en la cabeza—. ¡Esto no
es mío!
—¡No te creo! ¡Deja de mentirme! Un test de embarazo positivo y estas
pastillas en la papelera de tu habitación. Venga, Becca —vuelve a mirarme
con desprecio—. No me jodas. Anda, lárgate. Estoy trabajando.
—No me pienso ir de aquí así —le advierto.
—¡Becca! ¡No quiero hablar contigo ahora! ¡No quiero verte ni estar
contigo! ¡Me has mentido, maldita seas! ¡Me ocultas tu embarazo y encima
te medicas para… para matar a mi chivo! —se le rompe la voz y a mí se me
rompe el corazón al ver que él me cree capaz de hacer algo así. Y me duele
como ha dicho «mi bebé». Con esa desesperación.
Me humedezco los labios con la lengua.
—Yo no me estoy tomando nada para abortar. Y el test no me ha dado
positivo. Es dudoso. Solo eso.
—Ya, claro. Por eso tanto secretismo. Por eso has estado tan rara y no
hablabas conmigo. ¡Si no querías eso de mí, si no puedes con un hijo mío,
deberías habérmelo dicho y no arrebatármelo así como así!
Me pongo a temblar y cierro los puños con fuerza a cada lado de mi
cuerpo.
—¡Axel! ¡Para ya! —le pido gritando.
Él da un paso hacia mí, y me siento amenazada. Sé que nunca me haría
daño, pero su actitud sí me lastima.
—Escúchame bien. Hoy no vamos a dormir juntos. Ni hoy ni mañana.
Esto no te lo voy a perdonar. Sabías lo mal que lo pasé con lo de Tory, y tú
me lo has vuelto a hacer.
—¡Eso no es verdad! Yo… ¡no sé si estoy embarazada! ¡Y te juro que no
me estoy tomando nada de eso!
—¿Pero es tuyo el test?
—Sí.
Se ríe con cinismo.
—Pero las pastillas no y están en la misma papelera, en tu baño, ¿es eso?
—¡Sí!
Él niega vehementemente.
—Pero ¡¿quién se va a creer eso?! No sabía que podías mentirme así,
Becca. No te creía capaz. Pensaba que me querías. Que querrías cualquier
cosa conmigo…
—Axel —murmuro muy asustada por la situación, porque no me cree—.
Claro que te quiero.
—¡Mentira!
—Lo único que te he ocultado es que llevo una semana de retraso. Y
también lo del test de hoy… pero…
—Que no me cuentes milongas —me corta de repente—. Que te quede
claro esto. No te lo voy a perdonar. No quiero estar contigo. Yo siempre me
remito a las pruebas. No hay que ser muy listo para sumar dos más dos —
sus ojos se ensombrecen—. Se acabó.
—¿Qué? —siento un nudo en el pecho terrible que me deja sin
respiración—. ¿Me estás dejando? Pero, Axel… te estoy diciendo la verdad.
—Claro, igual que me has dicho que te has ido a comprar un test o que
tenías un retraso, ¿no, Becca?
—¡Pero es que es la verdad! No te lo he dicho porque es muy pronto.
Puede ser un retraso ocasionado por el estrés… Pero no quería alarmarte
y… no estaba preparada —intento explicarme.
Axel se agacha y coge del suelo la caja de Misoprostol.
—Toma —me la vuelve a poner en el pecho—.
Acaba el trabajo, que para eso sí llevas días preparándote.
Y ahora vete de aquí —me señala la puerta.
—¡Axel! —se me caen las lágrimas por las mejillas y hacen una catarata
a partir de mi barbilla—. No me lo puedo creer.
—¡Que te vayas de una puta vez, no me hagas repetírtelo más veces!
En ese momento abre la puerta el bueno y menudo de Chivo. Lleva una
camisa hawaiana y bermudas de color crema, y unos cascos de audición con
un micro rodean su cabeza llena de rizos. Nos mira con gesto algo
zozobroso y con una disculpa dice:
—Axel, perdona que os moleste.
—No nos molestas. ¿Qué pasa? —contesta él muy duro.
—Hemos revisado la cámara que ha dejado de funcionar. Es de la puerta
de la entrada de la casa. Han cortado el cable.
—¿Quién coño ha sido?
—No lo sabemos —aduce Chivo—. Y otra cosa. Se trata de Juanjo.
—¿Qué pasa con él? —pregunto, entrando en la conversación, aún
temblorosa por la discusión que acabo de tener con Axel.
Él ni siquiera me mira, y se aparta para que no le roce.
—No está en la casa.
En ese momento se me pasan muchas cosas por la cabeza, pero lo que
más llama la atención de mi intuición es una posibilidad grotesca,
alarmante, pero no improbable.
Mi móvil suena. Es Faina.
—Becca.
—¿Qué pasa? —pregunto sin pronunciar su nombre. La noto muy
nerviosa. Y lo impresionante es que habla más o menos bien para todo lo
que la he visto beber.
—No sé, tía, pero te lo voy a decir. Hace un rato que busco a Macarena.
No está en su habitación. No está en ningún lado. Iba un poco bebida. Y me
ha dicho que no dudaba de que Juanjo pudiera ir a buscarla, si en su cabeza
ve cosas que no están pasando. Que él era de mantenerla encerrada o algo
así.
Palidezco y me llevo la mano al corazón. Ay, Dios.
Que no quiero que pase nada malo.
—Vamos para allá.
Cuando cuelgo, Axel me vuelve a mirar de un modo impersonal y sin
brillo en los ojos.
—¿Qué?
—Vamos a Villa Chicas. Es posible que Juanjo esté ahí —contesto.
—¿Para qué? ¿Por qué está ahí? —pregunta Chivo perdidísimo en la
trama.
Axel aprieta la mandíbula, y dice:
—Va a por Maca —dirige su mirada enfurecida a los monitores.
—¿Y nadie lo ha visto aparecer en las pantallas? — me extraña.
Axel se frota la barbilla y exclama:
—Es porque conoce los puntos ciegos de la Villa.
Las zonas sin cámara.
Sale del trailer como una exhalación, y empieza a correr ante la pasividad
y el asombro del segundo de cámara, que no sabe qué está pasando.
Axel no me espera.
Me quito las zapatillas y me pongo a correr descalza, como un autómata,
tras él, con el corazón helado, como un coyote que persiguiera al
correcaminos, como si se me deslizara la vida entre los dedos y se me
escapara las razones por las que era feliz.
La vida puede cambiar en un suspiro.
Espero que Juanjo no haga ninguna estupidez que haga que su vida y la
de Macarena también cambien para siempre.
Capítulo 31

Al cabo de quince minutos sin parar de correr, y con los pies muy doloridos
por seguirle el ritmo a Axel, llegamos por la puerta trasera a la villa de las
chicas.
Él sabe qué zonas de la casa no tienen cámaras. Y lo que me sorprende es
que Juanjo también lo sepa, y eso lo hace todo más turbio y más extraño.
Sin mediar palabra conmigo, vamos por la parte de atrás del terreno de la
villa, y me recuerda un poco a ese lugar secreto de la nuestra donde él y yo
hicimos el amor ayer por la noche. Cuando todo estaba bien y él me quería
cuidar y yo a él.
Ahora me odia. Y eso me devasta.
La zona está rodeada de árboles y también cipreses. Es como un pequeño
laberinto por el que nos internamos.
Entiendo que Axel ha estudiado las villas como buen camarógrafo de
exteriores y sabe cuáles son esos puntos ciegos.
Entonces, de la nada, oigo como una cachetada, y un gemido ahogado
que vienen de un lugar muy cercano.
—¡No puedes mirar a otro! ¡No puedes sonreír a otro! —está gritando un
hombre.
—No he hecho nada…
Se me congela el espíritu al oír la voz de Macarena.
—¡Me has humillado y me has faltado al respeto!
—¿Es Juanjo? ¡Es Juanjo!
—¡Corre Axel! —le pido alarmada.
Axel y yo llegamos al centro del laberinto, donde una desolada e
indefensa Macarena se está enfrentando a su agresor. Está en el suelo, de
rodillas y Juanjo alza la mano que sujeta un cinturón para azotarla con él.
La madre que lo parió.
—¡Hijo de Puta! —grita Axel.
Axel está completamente ido. Ha placado a Juanjo por la espalda y lo ha
tirado al suelo y yo creo que le ha roto una costilla o algo porque he oído un
crec.
Alza un puño y le da en la cara, y luego otro, y otra vez, y otro más…
—¿Pegas a las mujeres? ¿Te gusta golpear a las chicas? ¿A tu novia, rata
asquerosa? —la cara de Juanjo se está inflamando y tiene el labio partido y
una brecha sanguinolenta en la nariz y en el pómulo—. Venga, valiente —
Axel lo levanta del suelo de un tirón y lo deja de pie, tambaleándose, frente
a él—. Pégame a mí. Venga, pégame —lo provoca.
Yo socorro a Macarena y la levanto del suelo. Está llorando, muy
asustada.
—Me… me ha sacado de la casa por una salida que no conocía y me…
me ha traído aquí —dice en shock—. Le he dicho que quiero dejarle. Que
no le quiero ni vver… —me doy prisa en abrazarla y en darle calor. Está
empezando a temblar. Y mientras me encargo de ella, observo lo que sigue
pasando entre Axel y Juanjo.
Juanjo le golpea una vez en la cara, dos. Pero a Axel no lo despeina,
aunque seguro que alguna marca le va a dejar.
—Axel… —le pido—. Ten cuidado que…
—No te quiero ni oír —me dice aguerrido y seco—. Apartaos.
En otro momento me miraría. Pero ahora no. Ahora soy el demonio, una
traidora, una mentirosa para él.
Juanjo levanta los puños, no sin antes decirle:
—Esta zona no tiene cámaras. Lo sé —escupe sangre y mancha el suelo
marmóreo del centro del laberinto—. Y aquí nadie puede oírnos. Siempre
será vuestra p-palabra contra la mía. Y Maca nunca testificará en mi contra.
Yo la quiero y ella me quiere.
—Tú no quieres a nadie, desgraciado.
Axel coge aire por la boca y su musculoso pecho se hincha.
—Esta zona sí tiene cámaras. Yo se la puse, es una cámara suplementaria
que no está incluida en el circuito de monitores. La puse al ver que era un
punto ciego de posible uso común. Y lo que has hecho hoy con tu novia,
con Macarena, cómo la has pegado y la has insultado, está grabado. Y te
juro, por mi madre que es lo que más he querido, que yo sí te voy a
denunciar —Axel vio en el pasado palizas de su padre Alejandro a su madre
Ginebra. Las mismas palizas que propiciaba a Fede, y que el mismo Axel
recibía por protegerle. No quiero ni pensar lo que se le está removiendo en
estos momentos—. Eres un maltratador, Juanjo. No teníamos dudas. Pero
tampoco pruebas.
Y ahora ya las tenemos, cabrón.
Él golpea a Juanjo con tanta fuerza que lo vuelve a tirar al suelo. Se ha
quedado inconsciente. Tieso.
Macarena está hiperventilando otra vez.
Hay un banquito blanco resguardado entre la vegetación. La llevo hasta
allí y la ayudo a sentarse.
—¿Qué hacemos? —pregunto sin esperar respuesta.
—Todo está grabado. Voy a llevar el vídeo a las autoridades, y vamos a
hacer que Juanjo desaparezca del programa. Tendré que hablar con Matilde
y con Fede para ver si deciden emitir estas imágenes y justificar la ausencia
de Juanjo —contesta sin más, hablando como el soldado que una vez fue—.
Supongo que le darán la oportunidad a Macarena de decidir qué quiere
hacer. Si seguir o irse a su casa y buscar ayuda terapéutica para todo lo que
ha tenido que soportar.
—Maca —alzo la barbilla de la chica con suavidad.
No tiene marcas en la cara.
—Él nunca me golpea la cara —explica leyéndome la mente—. Siempre
me pega en partes del cuerpo que no voy a exponer.
Le miro los brazos y las piernas. Tiene marcas amarillentas de cardenales
que han debido ser muy oscuros.
—Estos moretones… —le toco el muslo—. Te los hizo él.
Maca asiente y se abraza a sí misma.
—Le gustan los cinturones. Y también los trapos húmedos.
—Qué deshecho humano —espeto. Sus marcas también me duelen a mí
—. ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres hablar con alguien? — le agarro la mano
—. ¿Quieres que te llevemos al hospital? Dime qué necesitas.
Macarena se limpia las lágrimas con el dorso de la mano y sus ojos
marrones irritados de llorar se clavan en los míos, impresionados por la
crueldad de la violencia machista, por el odio que puede tener un hombre
hacia una mujer materializado en golpes.
—Necesito decirlo —dice ella finalmente—. Llevo mucho tiempo
callada por miedo y por vergüenza. Mi familia no sabe nada. Y creo que
necesito hablar. No quiero hospitales.
—Pero…
—Estoy bien, solo le ha dado tiempo de darme un tirón de pelo, una
bofetada y una patada en el muslo. Pero no es nada. Estoy bien físicamente
—repite—. Pero sí me… me gustaría poder hablar con Eli y después, quiero
que me deis la posibilidad de poder regresar y estar en la villa con Faina y
con Julia. Esta era la experiencia de Juanjo —explica atribulada—. Él me
obligó a venir. Quería notoriedad y visibilidad para poder abrir más carteras
de clientes para sus negocios como bróker. Lo que no me imaginaba era que
estar alejada de él, sin su dominancia alrededor, podría llegar a hacer que
me planteara cosas. Así que, quiero que a él se le expulse, y lo voy a
denunciar, tenéis mi palabra.
—Juanjo no solo va a ser expulsado. Va a ir a la cárcel —anuncia Axel
enardecido—. Tardará más o menos, pero te doy mi palabra de que este
engendro, al menos mientras estemos aquí, va a pasar la noche en la cárcel.
Macarena asiente agradecida por el apoyo. Y yo también. Axel es todo
un hombre.
—Me gustaría pediros algo —Maca no alza mucho la voz—. Quiero
seguir disfrutando de esto, solo por el simple hecho de hacerlo y de tener el
derecho de vivirlo. Por poder decidir algo que hace mucho tiempo que me
ha sido negado. Si me voy, Juanjo habrá ganado otra vez. Y no quiero eso.
No quiero estigmatizarme.
Miro a Axel, pero él no me devuelve la mirada.
—Esto no debe saberse —le responde Axel—. Lo arreglaremos de otro
modo. Cuando se haga oficial lo sucedido y nos lo permita la ley, lo
mostraremos. Por ahora, es material codificado. El programa tiene que
seguir su curso con naturalidad. Cuando emitamos el programa, hablaré con
Matilde para que encontremos el modo de justificar que tú estés aquí y
Juanjo fuera. Y tú, por ahora, tendrás que dar la misma versión a todos los
de la villa.
¿Entendido?
—Sí —contesta Macarena serenándose poco a poco.
—¿Necesitas un tranquilizante? —le pregunto.
—Sí, mejor.
Axel se da la vuelta, y llama a Matilde por teléfono. Escucho con
atención las directrices que le da y lo que le ha explicado por encima. Le
pide que la acompañe Eli, y cuelga cuando ella le dice que viene
inmediatamente en coche con el chofer.
Axel se guarda el móvil en el bolsillo y se agacha para recoger a Juanjo y
cargárselo sobre el hombro.
—¿Qué haces? —le pregunto aún aturdida por todo.
—Quédate con Macarena. Voy a salir de la Villa sin que me vean y
esperaré a Matilde en la calle. Llevamos a Juanjo a la comisaría. Le diré a
Eli cómo llegar a este escondite.
—Axel —lo llamo una última vez para que él me mire por encima del
hombro—. No puede acabar así esto. Te estás equivocando —me refiero a
lo que ha descubierto y cree que he hecho—. En el pasado, yo siempre tuve
paciencia contigo y escuché tus explicaciones. Siempre te di la oportunidad
de explicarte. ¿No vas a hacer lo mismo conmigo? ¿No me lo merezco?
Él no me contesta. Se detiene un par de segundos como si valorase la
opción de escucharme, pero acto seguido, sale del laberinto, sin decirme
nada más.
Aunque sí ha dicho mucho.
El silencio habla a gritos y es ensordecedor para el alma. Y para mí
corazón también, que se acaba de apagar.
Capítulo 32

A la mañana siguiente
Aquí va todo muy rápido. Si os digo la verdad, creo que he dormido solo
dos horas. Eli llegó al centro del laberinto, y entre las dos estuvimos
atendiendo a Maca y hablando con ella largo y tendido. Y cuando pareció
que Maca asimilaba lo que acababa de vivir, y aun así continuaba queriendo
quedarse, Eli nos sacó del laberinto e invitó a Maca a que regresara a su
habitación sin hacer ruido. Le dijo que, si quería, podía ir con Faina, que
Maca se sentía segura con ella y que era bueno que durmiese acompañada.
Matilde había asegurado que esas imágenes se borrarían y no se emitirían
jamás. Eli y yo salimos de allí sin que nos vieran, como perfectas espías, tal
y como había hecho Axel, y una vez fuera, nos metimos en el Evoque que
nos estaba esperando desde hacía un par de horas.
Creo que me dormí a las cinco, después de contarle a Eli lo que me había
pasado con Axel. A mi amiga parecía que le iba a estallar la cabeza. Se
hacía cruces y no entendía nada.
—Tú jamás harías eso sin consenso.
—Lo sé. Pero Axel está convencido de que lo otro también es mío.
—Bueno, ¿y de quién coño es el Misoprostol? Soy la única, además de
Axel, que entra en esta habitación. Y mío no es —asegura.
—Ya sé que tuyo no es. Tal vez, las personas del servicio que vienen a
ordenar nuestras habitaciones… — meso mi pelo con desesperación—. Yo
qué sé. Estoy mal. Nos tumbamos en la cama y dormimos abrazadas, como
don gatas heridas, cada una a nuestra manera.
Y, a las ocho de la mañana, alguien está aporreando la puerta con mucho
nerviosismo.
Me levanto y cuando toco el suelo con los pies, advierto que me duelen
mucho las plantas y de que tengo alguna que otra herida. Gajes de correr
una maratón nocturna.
Voy a abrir la puerta, no sin sufrimiento.
Es Matilde, que entra como un huracán a mi suite. Eli sigue durmiendo,
pero con el ruido que hace la directora, abre un ojo y se medio incorpora al
ver a Matilde.
—¿Qué pasa? —pregunto aún con mucho sueño. Y un dolor de cabeza
descomunal.
Matilde sacude el iPad que tiene entre las manos y lo lanza sobre la
cama.
—Quiero que eches un vistazo a todo lo que sale en la prensa rosilla. Y
que me expliquéis cómo se ha colado toda esta información —exige muy
malhumorada—, confidencial a los medios. Nos van a joder.
Antes de que Eli coja el iPad, lo cojo yo.
La primera plana de la revista me deja muerta, y sin color en las mejillas
y todo lo rojo en el pelo.
Cuando leo el titular, me doy cuenta de que esa aventura en la isla va a
salir muy cara, porque no solo ha puesto en peligro mi relación, además,
también va a poner en peligro la seguridad del programa y el anonimato que
Axel siempre ha querido para él.
El titular reza con una foto de Axel de fondo:
«¿Es este hombre llamado Axel Gael, el hijo bastardo del difunto y poderoso Alejandro
Montes?».
Más abajo, otro titular con una foto mía reza:
«¿Está Becca Ferrer trabajando en un nuevo programa en la isla paradisiaca de
Samaná?».
Y, por último, lo más vergonzoso de todo:
«¿Tienen Becca Ferrer y el recién descubierto hijo secreto de Alejandro Montes, un
affaire?».
Y acompañan el titular con una fotografía aérea de Axel y yo en nuestro
lugar secreto de la Villa Equipo, tumbados en el suelo, yo con mi camiseta
y él con sus calzoncillos puestos, cuando hablábamos mirando al cielo y yo
estaba convencida de que él jamás pensaría algo así de mí como lo que
ahora piensa.
Y entonces, mi cabeza empieza a elucubrar posibilidades. No sé quién
nos ha grabado ni cómo, pero si tiene esas imágenes, es posible que tenga
otras más compremetedoras de los dos, haciendo el amor.
Madre mía que voy a tener un vídeo porno como la Kardashian. Uf, me
están entrando los sudores fríos y las taquicardias.
Pero ¿qué es esta pesadilla?
¿Por qué me está pasando esto?
Por si fuera poco, en ese precioso momento, me llama al móvil mi
hermana Carla.
Esto es absurdo. Le dije que no podía llamarme desde la villa. Espero
que, al menos, lo haga desde el baño.
Me alejo de la atención de Matilde con la excusa de: «lo tengo que
coger».
—¿Bec?
—Bec, no. ¿Por qué me estás llamando, loca?
—Porque es una urgencia —contesta mi hermana muy seria—. Te estoy
hablando lo más bajito que puedo desde el baño de mi suite.
—Pues espero que no tengas ahí a nadie más contigo.
Ella resopla, como si le enfadase el comentario.
—¿A qué viene ese comentario?
—No sé, tú sabrás —digo más seca de lo que quisiera ser con ella.
—No hay nadie conmigo. No seas tonta. Escúchame bien. Tengo algo
que creo que te conviene saber.
—¿Sobre qué? —exijo saber.
—Sobre qué no. Sobre quién.
—Estoy teniendo un día malísimo y me está viniendo la migraña —
frunzo el ceño y presiono mi tabique nasal—. Dímelo ya.
—Es sobre Axel y Jennifer.
Oír el nombre de Axel me hace daño en este momento, pero oírlo en la
misma frase que el nombre de Jennifer hace que me estallen los sesos y se
me encoja el corazón.
Y, sin saber por qué, me acongojo. Se me llenan los ojos de lágrimas,
porque sé que Axel también me ha engañado y me ha ocultado algo, y me
duele.
—Dímelo.
—No te lo voy a explicar. Te voy a pasar el vídeo que he grabado de
ellos, que es mucho mejor.
—¿Tienes un video?
—Me pediste que tuviera mil ojos, y es lo que estoy haciendo —se
excusa ella—. Vi cosas raras y decidí seguir mi intuición. Mira el video con
calma y no te precipites.
—Jessi… —murmuro con la voz rota. Uso ese nombre de los Morancos
para que Matilde no sospeche—. ¿Me va a doler? ¿Hay algo en ese video
que pueda hacer sentirme muy mal?
Carla mantiene el silencio unos segundos para después decirme:
—Las cosas que se omiten siempre duelen, hermanita. Te lo mando y lo
miras. Escúchalo bien.
—Vale —digo sorbiendo por la nariz. Un minuto después me llega el
video. Parafraseando a Mafalda:
Que paren el puto mundo, que me quiero bajar.
CONTINUARÁ...
ESCUCHA LAS CANCIONES DE
La Tentación de Becca
Table of Contents
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32

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