La Tentacion de Becca
La Tentacion de Becca
La Tentacion de Becca
Mi plan para estas vacaciones es reírme mucho y hacer muchas cosas que
nos distraigan, claro, pero, de buenas a primeras, subir los seis a un
remolque inflable con asientos de espuma y remolcados por una lancha, tal
vez sea mear demasiado alto.
—Pensaba que íbamos a ir en motos de agua —le digo a Axel que se
sienta a mi lado en el remolque.
Él parece un niño con un juguete nuevo. Está emocionado.
—Queríamos alquilar tres motos, pero ahora las tienen otros clientes, y
solo les quedan dos disponibles — me explica—. En dos motos no podemos
ir los seis. Jackson y James nos han ofrecido…
—¿Quiénes son Jackson y James?
—Tienen nombre de bufete de abogados —Eli está intentando supervisar
las sujeciones de las que disponemos en la atracción, que son como
sujetamanos típicos de los coches—. Oye, aquí hay poco a lo que
agarrarse…
—No seas cagona —dice mi hermana. Carla siempre ha sido muy
atrevida para todo. Porque como es abogada sabe que, si le pasa algo, los
otros pagan—. ¿Vas a gritar, Eli?
—Como una loca —contesta mi mejor amiga.
—Jackson y James son los chicos que conducen la lancha —me contesta
Axel—. Nos han dicho que es una atracción que están probando desde hace
unos días, y que va a ser inolvidable para nosotros. Que el truco está en
agarrarse a lo que uno pueda.
—Bueno, no creo que sea para tanto —digo incrédula—. No pueden
poner en riesgo la salud de los clientes. Será como el típico churro de las
playas de la Costa Brava o de Benidorm. Unas risitas y ya está —Estoy
hasta emocionada.
—Sí, sí… seguro —murmura Axel.
—Bueno, tú, por si acaso, me agarras bien.
Axel me rodea la cintura con un brazo, me da un beso y me dice:
—Yo te agarro cuando quieras, Minimoy pelirrojo.
—Ay, Genio —oigo que susurra Faina con muchas expectativas— que
nos van a hacer un tour en esta cosa, como los barquitos de turistas de
Tenerife.
Sin embargo, si de alguien me tengo que fiar es de Genio. Porque no está
muy feliz. Tiene los nudillos rojos por la fuerza a la que se agarra a las
sujeciones, y no deja de tragar saliva compulsivamente.
—Yo solo os digo una cosa —dice alzando la voz—. Me he operado la
cara. Como esto me desabotone las orejas, vamos listos.
—¿Y por qué iba a pasarte nada, amor? —Faina no entiende su miedo—.
Nada nos va a pasar aquí. Esto es solo un paseíto. Como en la Gua Gua.
Yo frunzo el ceño. ¿Sabéis esa sensación de que algo no te convence del
todo, pero no sabes por qué? Pues así estoy yo. Como cuando intuí que mi
abuela tenía dentadura postiza y lo confirmé el día de Noche Buena cuando
al cantar un villancico, los dientes fueran a parar al turrón de piedra. Luego
aquello parecía Excalibur. Solo el Rey Arturo podía desincrustarla de ahí.
—¡Bros! —exclama no sé si Jackson o James. Parecen gemelos. Tienen
trencitas en el pelo y de lejos no les veo bien la cara—. Alzad el pulgar si
estáis preparados — nos piden.
Los seis nos colocamos lo mejor que podemos. Estamos listos. O eso
creo.
—¡Arranca! —les ordena Axel.
Y de repente… aquello da un arreón que nos deja tiritando y con la cara
como salida de un lifting.
Es inesperado, frenético y temo por mi vida. Sí, lo digo.
Jackson y James se ríen y alzan el pulgar como si todo estuviera bien y
aquella fuerza y velocidad fueran normales.
Pero mis cojones, hablando mal.
Axel parece que se está aguantando la risa, y me tiene bien sujeta y
anclada, aunque sus piernas y las mías estén jugando al Twister.
Y a más velocidad, ese remolque inflable se convierte en el Infierno.
Y se suceden los acontecimientos a cual más histriónico que el otro.
Faina solo hace que gritar.
—¡Así no se puede ver nada! ¡Nos vamos a dar un talegaso,
maricóóóóón!
A mi hermana se le están saliendo las tetas del bikini y muerta de la risa,
le está gritando a Eli que haga el favor de ponérselas en su sitio.
Genio mira hacia sus tetas, se pone rojo como un tomate y exclama:
—¡Por Dios! —justo en ese instante la boca se le llena de agua y empieza
a ahogarse.
Faina bota sobre el remolque y rueda como una croqueta por encima de
nosotros, y es como un rodillo de amasar pizza. Yo creo que va a salir
volando.
—¡Que me mato! —me grita a la cara. Pero si se cree que la veo, lo tiene
claro. Mi pelo está en mi cara y creo que tengo unos centímetros en la
garganta como si fuera un alga —. ¡Me mato, hijo de puta el Jackson! —su
cuerpo vuelve a rodar, y acaba con el bikini medio bajado y el culo
descubierto encima de la cara de Genio, que a esas alturas, entre que ha
tragado agua, y le escuecen los ojos, se está muriendo por falta de oxígeno
—. ¡Que son becarios!
—¡Que Genio se muere, Axel! —le grito a mi guardaespaldas que no
para de reírse, pero está a la expectativa vigilando que yo no salga
disparada y me vaya al espacio exterior.
Eli intenta ponerle los pechos dentro de la parte superior del bikini a mi
hermana, y eso da un derrape, gira de dirección, y la abogada acaba sentada
encima de nosotros, y mi hermana como Mama Chicho. Yo empiezo a
reírme de los nervios. ¿Cuándo una atracción de agua se ha convertido en
un atentado contra nuestra vida?
—¡Que se me ve el chocho! —grita ordinariamente, presa de la
estupefacción. Faina está abandonada a su destino, deslizándose de un lado
al otro.
—¡Vamos a morir! —grita Eli intentando sujetarse a todo lo que pilla
como puede.
Carla se empieza a deslizar hacia abajo y Eli la agarra con las piernas y la
salva de salir disparada.
Genio intenta cubrir la medio desnudez de Faina como le es
humanamente posible, con una mano, pero como no ve, pone la mano sobre
la teta de Carla.
—¡Genio, esa es mi teta! —le grita Carla dándole un manotazo—. ¡Eli,
no se te ocurra soltarme! —le suplica.
—¡Qué bajbaguidá! —digo yo, ahogándome con mis propios rizos,
haciéndome cruces de todo lo que está pasando.
Y entonces Faina vuelve a pasar como un rodillo por encima nuestro, y
entre todos intentamos agarrarla como podemos. Genio se recupera de su
asfixia y la sujeta por el collar de calambres. Faina está que se muere de la
risa, pero también del susto, y entonces sucede: en ese momento de máxima
tensión, a mi amiga le da un Fujitsu.
El collar electrocuta a Genio y también a Faina, y el de Cangas pierde la
fuerza en su única sujeción, y ambos, en un nuevo giro, salen disparados,
como sale una pelota de un estadio en un Home Run.
Axel hace señales para que detengan la lancha y recoger a los caídos,
pero esos dos no miran. Jackson y James van a lo suyo.
En una nueva sacudida, Carla y Eli salen disparadas por el lateral del
remolque y pasan por encima de nosotros.
Axel me agarra bien y me dice al oído:
—¡Quedamos solo tú y yo, Minimoy! ¡Solo puede quedar uno!
—¡Axel, esto es peor que el Shambala de Port Aventura!
—¡Agárrate que viene un nuevo derrape!
Lo intentamos. Intentamos por todos los medios permanecer en el
remolque y ser los Reyes del Trono. Pero entre risas, estrés y nervios, no sé
cómo ni por qué, acabamos volando igual que el resto de nuestros amigos.
Y cuando caemos al agua, me doy un planchazo con toda la cara. No nos
han puesto chalecos porque los seis sabemos nadar, pero esta experiencia
está lejos de ser un plácido paseo en churro.
Por Dios, ha sido una locura.
Capítulo 5
Horas después
El pequeño accidente acuático ha sido un trauma, pero el shock de la oferta
de Fede y la aventura de ir a la Isla del Pecado ha sido mayor, fortuito e
igualmente impresionante.
Hoy tenemos mucho que celebrar. Y también mucho por lo que temer,
aunque nadie quiera pensar en eso o ni siquiera lo intuya.
No es mi primer programa, ya lo sabéis. Mi voz salía en Gran Hermano
como psicóloga de los concursantes, me desvirgué con mi propio reality en
el Diván, y ahora, voy a presentar algo que sé que va a reventar todos los
índices de audiencia, como hace su máxima competidora: La Isla de las
Tentaciones.
Después de mi secuestro en Estados Unidos, será un bombazo grabar esto
para que se emita unos meses más adelante. Nadie me espera tan pronto en
una cadena y menos con un reality así. No obstante, Smart nunca me
prohibió poder hacer otras cosas para televisión fuera de Estados Unidos.
El ambiente en la cena del Resort es muy distraído.
La verdad es que están todos de celebración, como si les hubiese tocado
la lotería. Y puede que así sea. Es mucho dinero por encerrarse dos
semanas, separados de sus parejas, y jugando a todo lo que se proponga en
el concurso con los tentadores y tentadoras. El precio será caro o barato
dependiendo de cómo se superen esas dos semanas y eso es algo que ya
creen superado todos. Y no va a ser fácil. Nada lo es. Nos creemos que
tenemos el amor asegurado, que las personas son nuestras y las damos por
sentadas muchas veces, cuando en realidad, pueden hacer que te vayas a
Sevilla y que seas tú quien pierdas tu silla. Es una analogía extraña, pero así
es.
La cena Gourmet nos ha congregado en el restaurante principal. En El
Patio, especializado en comida mejicana. Es que a todos nos va lo latino, la
verdad, y dado que la noche tiene este aire de fiesta, aquí es donde mejor
vamos a comer y a beber. El agua de las piscinas que rodea el restaurante
tiene ese brillo nítido y azulado que provocan los leds sumergibles. La
noche está llena de estrellas, y la música de Thalía de Amor a la mexicana,
está sonando en estos momentos, mientras brindamos con nuestros mojitos
de frambuesa. Menos Axel y Genio que beben cerveza.
Me sigue llamando la atención cómo los hombres miran a Eli y a Carla,
ajenos o no a que sean pareja. Con qué descaro, vayan o no acompañados
de sus mujeres… A mí no me miran, porque Axel, con su presencia, lo haga
a propósoito o no, les espanta. Pero a ellas… a veces es embarazoso.
Sé que mi hermana y mi mejor amiga son conscientes de ello, y que a
veces les molesta y a veces no. Y esta noche, vestidas con esos vestidos tan
cortitos, aunque presientan esos repasos y perciban los escaneos, hacen
como que no existe nadie más en el mundo que no sean ellas mismas.
Hemos comido de todo: fajitas, enchiladas, burritos, frijoles, nachos,
tequeños… De todo y todo delicioso. Y los postres han sido puro pecado.
Axel sigue robándome comida, y a mí me cabrea. Pero, estoy trabajando en
ello, y creo que se lo permito solo a él.
Y ahora, bajo el influjo de la música, Genio y Faina, que sigue con el
collarín —con los dos, el ortopédico y el de las descargas— bailan otra de
Thalía. Desde esa noche. Me pasa que cada vez que pienso en Thalía, me
viene a la cabeza el … «Me sienteeeen, me escuchaaaannn». Y no se me va.
Carla y Eli también están bailando, y Axel, que es un excelente bailarín,
se ha levantado de la silla y de un tirón ha hecho que pegue mi cuerpo al
suyo. Y así, también nos movemos al ritmo de esa canción… Que nos
recuerda a la noche en la que bailamos por primera vez, con Mágico de
fondo. Creo que Axel siempre me gustó, pero me enamoré de él y caí como
una mosca esa noche, cuando bailó primero con Faina para darle una
lección al ex prepotente de mi amiga. Y después, bailó conmigo.
Y creo que, desde entonces, ambos seguimos bailando, encerrados en ese
instante que ya es eterno.
Sus ojos verdes, sus pestañas tupidas, largas y negras, sus perfectas cejas
arqueadas… Y luego cómo se mueve. Es una combinación perfecta que
hace que segregue oxitocina. Y me hace estúpidamente feliz.
—Sé que estás nerviosa, Minimoy —me dice al oído, pasando sus manos
por mis caderas hasta posarlas en la parte baja de mi espalda, casi en el
nacimientodeltrasero—. Y sé que estás preocupada por ellos.
A veces, me asusta lo mucho que me conoce.
—Conmigo no tienes que hacer que puedes controlarlo todo, por muy
capaz que seas.
—No hago eso. Solo estoy a la expectativa. Esto ha sido muy rápido —
reconozco, dejando que él pose su barbilla en mi sien. Es tan tierno…—.
Hemos tenido que tomar una decisión por Fede, y acabamos de interrumpir
nuestras vacaciones porque…
—Porque van a cobrar mucha pasta —resume Axel.
—¿A cambio de qué? —me pregunto—. El dinero ayuda, pero el dinero
sin estabilidad es una mierda. Y no quiero que, por ayudarme y por
participar conmigo en la Isla del Pecado, ellos…
—No hagas eso —me reprende Axel.
—¿El qué?
—No cargues con el peso de la responsabilidad de las decisiones de los
demás. Son todos adultos. Todos. Yo también voy —me recuerda—. Pase lo
que pase, salga como salga esta aventura, todos deben asumir las
consecuencias. No es un reality fácil, aunque ellos se lo tomen a cachondeo.
—Ya sé que no. Por eso me preocupa…
—Mira —me besa la sien y después roza sus labios contra mi mejilla.
Tiene esa extraña facilidad de calentarme y sosegarme con su tacto y el tono
de su voz—, son adultos. Todos lo somos. Y vamos a asumir lo que tenga
que pasar ahí. Será una experiencia que nos hará crecer a todos.
—Sí, o hacer volar las relaciones en pedazos —contesto contrariada—.
Les pasó a parejas que parecían muy sólidas.
—Esa es la clave, pequeña loquera sexi —musita mordiéndome el lóbulo
de la oreja—. No es lo mismo ser sólido que parecer sólido. Y no es lo
mismo decir de esta agua no beberé, que estar sediento frente a esa agua y
mantener la misma convicción.
—¿Qué quieres decir?
—Que hay que probarse. Hay que ver cómo de sólida es una relación y
cómo de sinceros somos todos con las personas que queremos y de las que
decimos que estamos enamorados. Hay que ponerse frente al toro.
—Axel… —con el mordisquito se me ha erizado toda la piel, a la que le
ha dado bastante el sol—. No me hagas esto… Ya sabes que…
—¿El qué? ¿Esto? —esta vez, desciende los labios por el lateral de mi
cuello y clava suavemente sus blancos dientes en mi carne. Y es como una
pequeña explosión en mi interior.
Yo retiro el rostro y lo miro con mis ojos azules muy encendidos. Ya está.
Ya tengo el motor en marcha y a ver ahora quién me para.
Axel se ríe al verme así. Sabe qué tecla ha presionado, y a mí me vuelve
loca cuando actúa como un pirata.
Alzo una de mis cejas rojas y le digo:
—Sácame de aquí.
Él ni siquiera se despide de los demás. Hacemos un ghosting . Me agarra
de la mano, tira de mí, y nos dirigimos a la velocidad de Flash, a nuestro
precioso apartamento. Por el camino, visitamos los rincones de una
palmera, un macetero, y también una sombrilla de paja oscura.
No sé ni cómo hemos llegado a la habitación. Pero aquí estamos.
Y nos sobra la ropa.
Capítulo 8
A la mañana siguiente
En República Dominicana se puede viajar entre islas mediante grandes
catamaranes. Pero un catamarán y un imprevisible huracán propiciaron hace
dos días el accidente de parte del equipo de la Isla del Pecado. Como
nosotros vamos a sustituir parcialmente a ese equipo, y como no queremos
sorpresas, Fede ha enviado unos vehículos para que nos lleven de Punta
Cana a Samaná.
Y en una hora y media hemos llegado.
Samaná es una península en República Dominicana. Y poco tiene que ver
con Punta Cana y sus clichés. Samaná, por lo que he visto durante el
trayecto en coche, es un lugar digno de explorar, más auténtico, rural y
salvaje, con un entorno natural indescriptible y lleno de tesoros por
descubrir, y mucho menos masificado que Punta Cana.
Repleta de contrastes, he visto zonas espesas verdes y selváticas
combinadas con playas de arena amarilla de indescriptible belleza.
Espero tener tiempo en estas dos semanas para visitar bien este lugar,
porque merece mucho la pena.
Los coches se han internado en Las Terrenas. Una zona de villas de lujo
donde van a hospedarse los concursantes y los tentadores.
Las dos casas están en la misma zona, a unos dos kilómetros de distancia.
Pero hay una tercera, donde vamos a hospedarnos todos los que estaremos
detrás de las cámaras, ayudando a que el programa salga adelante. Esa no
es, ni mucho menos, el casoplón que van a tener los participantes, pero,
igualmente, está de lujo.
A Faina, Genio, Carla y Eli les he dado las directrices pertinentes y les he
explicado lo que tienen que hacer. Por ahora ellos se hospedan en una
casita, aún juntos. En ese lugar no están las tentadoras ni los demás
concursantes, porque no pueden verse ni tener contacto unos con otros. Eli
y Carla se hospedarán juntas igualmente.
En unas horas, nos reencontraremos en la presentación oficial, que será el
primer día de grabación del programa, y después, nos organizaremos para
poder vernos.
Es surrealista. Van a salir en un programa, y sé que van a ser auténticas y
que lo van a dar todo. Carla va a tentar, y Faina y Genio van a probar que su
amor es a prueba de bombas. Mientras tanto, Eli va a ayudar a todos los que
se vean emocionalmente sobrepasados por la situación. Pero, en el fondo,
todos, a su manera, también van a probar si su relación es resistente. Incluso
Axel y yo, que no participamos directamente, vamos a trabajar de nuevo
juntos y a apoyarnos y a ser plenamente sinceros esta vez como no fuimos
en El Diván. También hay cosas que tratar entre nosotros. Él tiene
inseguridades y yo también, porque todas las personas las tenemos. Por
muy fuertes que queramos aparentar. Yo hace mucho que dejé de hacerme
la indestructible, de hecho, soy bastante vulnerable, pero siempre acabo
saliendo de los hoyos en los que me meto. El Diván me enseñó eso sobre mí
misma. Soy difícil de triturar.
Vivo, disfruto y ayudo en lo que puedo, y afronto que puedo tener crisis,
fobias y ansiedades de la mejor de las maneras. Todos deberíamos poder
aceptar eso.
Sobre todo, en el amor, porque las mayores inseguridades vienen con el
amor. Y puede que, a través de las experiencias de los demás, Axel y yo
podamos exponerlas y limarlas. Porque no estamos en el mismo punto que
al principio, pero después de que él me salvase la vida en Estados Unidos,
las máscaras se cayeron y nos mostramos como somos, con todos los claros
y oscuros. Con todo nuestro amor y la locura que sentimos el uno por el
otro, pero con el pasado y los traumas a cuestas que nos han hecho ser
quienes somos hoy. Y hay trabajo por delante.
No os penséis que no tengo información del resto de parejas. La tengo.
Junto a Faina y a Genio, participarán tres parejas más. Serán un total de
cuatro.
Faina y Genio, a quienes ya conocéis por completo.
Una pareja de Madrid, Adán y Julia. Guapísimos los dos. Llevan un año
juntos. Julia trabaja como relaciones públicas de un bar de copas muy
famoso de Madrid. Adán es representante de deportistas.
Otra de Gijón. Carlos y Martina. Martina es un rollo muy parecido a
Amy Winehouse pero sin tupés, con un aire más dulce y unos rasgos más
armónicos, además tiene ojos verdes y muy claros. Ella es monitora de
Fitness de un gimnasio. Carlos es carne de gimnasio, y está tan tatuado
como ella. Y es un hombre que me recuerda mucho a Paul Walker. Sí,
tremendo. Además, es creador de aplicaciones y, según parece, le va muy
bien.
Y una de Málaga. Macarena y Juanjo. Macarena parece superbuena nena.
Tiene el pelo liso, con flequillo, los ojos enormes, inocentes y de un color
marrón y claro, y es muy bonita y también sencilla. Trabaja desde casa en
su página web de cosméticos naturales. Y él es un latin lover extraño. Un
mazas de pelo negro engominado, ojos oscuros con gafas de ver, y con un
gusto muy exquisito por la ropa cara. Es bróker.
Ya estoy emocionada. Va a ser muy intenso.
Dos semanas. Cuatro parejas. Diez tentadores y tentadoras en cada casa a
cuál más explosivo.
Unas casas alucinantes llenas de lujos y comodidades. Cientos de
actividades que pondrán al límite la voluntad de los concursantes y mucha
música y alcohol nocturno.
Para mí, demasiado reguetón. Pero es lo que hay. Y aquí hemos venido a
sufrir y también a gosar.
Cuando Axel y yo llegamos a la villa del equipo, no podemos hacer otra
cosa que admirar la villa.
Salimos con las maletas y allí los del coche cargan con nuestro equipaje.
Esa casa es alucinante.
Inmediatamente, una mujer con pelo a lo afro, una cinta roja que cubre el
nacimiento de su pelo, y más blanquita ella que la tiza, nos recibe con los
brazos abiertos y cara de haber visto a Dios.
—¡Por Dios! ¡Qué ganas tenía de veros y de conoceros! Nos estáis
salvando el culo, literalmente. Soy Matilde.
—Becca y Axel —dice mi novio.
—Lo sé. Soy la Directora del programa, y a punto de ser la líder
espiritual de un suicidio en masa. —Nos sujeta las manos y las agita
presentándose con brío. Su sonrisa parece un tanto loca. Pero me cae bien
—. Bienvenidos al Infierno. Becca Ferrer, eres toda una celebridad. No es
que la Pedroche no lo fuera, pero quedó mal parada en el catamarán, como
casi todos los que viajaban en él — Uf, habla rapidísimo y se nota que está
muy estresada—. Y Axel, tienes muchísima más experiencia de la que tenía
nuestro jefe de cámara, hiciste un trabajo increíble en El Diván y eres
infinitamente más guapo —asegura guiñándole el ojo—. Pero el pobre Olfo
tiene dos vértebras herniadas por culpa del accidente, y no podemos echar
de menos a ninguno de los que ya no están. Al menos, no tenemos que
decir, que en paz descansen —mira al cielo. Tiene un deje andaluz. Seguro
que es del sur, pero no se le nota demasiado—. Siguen vivos y eso es lo
mejor. El Catamarán fue zarandeado y dicen que dio varias vueltas de
campana —mueve el índice dando círculos y silba— mientras sonaba el
«Mayonesa». Lo sé, el destino es cruel y la radio una mala puta. Ha sido
traumático para todos. En fin, el grupo que vais a ver aquí y que os vais a
encontrar en este momento —nos anima a seguirla—, somos profesionales,
que conste, pero nos estamos dando a la bebida porque veíamos el percal,
pensábamos que nos dejaban tirados y sin ingresos y además con un
programa fallido de estas características. Estamos completamente
sobrepasados por la situación —ríe nerviosa—. Pero gracias a vosotros nos
vamos a sobreponer. Nada que no cure una buena dosis de vitamina C para
la resaca. Más o menos está todo en su sitio, pero hemos ido a ciegas y han
sido horas de angustia eternas.
—¿Tan mal está todo? —dice Axel admirando la casaza en la que vamos
a estar.
—Nah… está peor. Becca, sé que eres experta en situaciones de ansiedad
y mucho estrés. Igual te pedimos cita todos a la noche.
—Mejor no —digo entre dientes.
—Es broma —me da un suave manotazo en el brazo. Mmm… me parece
que es tocona y pegona—. Bueno, nos vamos a llevar muy bien. No te voy
a dirigir. Solo quiero programar las actividades y asegurarme de que todo va
con el guion previsto. Como sabes, los comportamientos, reacciones y
demás de los concursantes deben ser espontáneos, y tus frases y ocurrencias
también. Fede me ha dicho que, en todo caso, te dé una guía de todo lo que
podrías preguntarles a los chicos y chicas y que tú decidas qué es lo mejor.
Mira, y yo encantada. Porque esto era el fin del mundo y estoy a un Orfidal
cada ocho horas, alcohol y Red Bull. Así que me parece bien delegar en ti
tus propias charlas.
—Genial —apuntillo—, entonces, de aquí solo pueden salir dos cosas: o
un desastre que hunda la cadena o una genialidad.
Matilde abre las puertas de la casa y se detiene para mirarme muy seria.
Entonces se echa a reír por mi ocurrencia y añade:
—También puede ser que me salga una úlcera estomacal.
—También, también —asumo.
—Este es el plan —dice Matilde—. Lo tengo todo más o menos
preparado, sé lo que vas a tener que hacer todos los días y te pasaré el
calendario y el guion. No te preocupes —agita la mano—, eso lo iremos
preparando sobre la marcha. Ahora comeremos, os presentaré a todo el
equipo. Axel tú te apoderarás de las cámaras y del equipo de camarógrafos
y Becca, a ti te maquillaremos, y nos iremos a la bahía, donde grabaremos
la presentación de las parejas. Después de eso, se separarán, cada uno se irá
a su villa, y empezará el juego. ¿Entendido? La terapeuta de parejas se
incorpora después tengo entendido, ¿no?
—Sí —contesto.
Axel se toca el estómago plano y dice sin más:
—Alto y claro. Ahora a comer y después a trabajar —Axel me mira y me
sonríe con toda la calma del mundo.
—Esa es la actitud —sonríe abiertamente—. ¿Puede ser el mayor fracaso
de nuestras carreras profesionales? —pregunta Matilde en voz alta y con
naturalidad—. Sí, por supuesto. ¿Nos va a echar atrás el saber que podemos
ser el hazmerreír histórico de la cadena durante lo que nos queda de vida?
Pues no —levanta la barbilla—. Porque, como decía mi abuela: valiente es
aquel que, sabiendo que está con diarrea, se anima a tirarse un pedo. Y
nosotros —se golpea el pecho—, estamos descompuestos.
El discurso tiene el tono de Gladiator, pero interpretado por Paquita
Salas. Y me ha parecido brillante.
Creo que Matilde podría ser una gran humorista.
—Vamos, Minimoy —me susurra Axel agarrándome el trasero con
disimulo sin que nadie lo vea y pellizcándomelo—. A la guerra.
¿Cómo puede ser? Olvidaba que es inalterable y un hombre de acción. Y
yo veo tanto estrés y tanta locura y descontrol a mi alrededor que me están
empezando a sudar las manos.
Es una locura. Un día eres joven y te comes el mundo, y al otro tienes un
tic ocular.
Así estamos.
Capítulo 10
Horas después
Hemos comido todo el equipo juntos. Somos un total de quince. Y todos
tenemos una habitación suite en esa villa de lujo. Que tiene un total de
once, aunque algunos comparten las suites. Eli no está aquí porque ha
querido pasar el poco rato que le quedaba compartiendo habitación con
Carla. Pero ella también tendrá su suite en la misma planta que nosotros.
Axel y yo tenemos nuestras suites pegadas la una al lado de la otra. Y no
es casualidad. Ha sido una orden de Axel a Fede. No podemos estar juntos
porque no es profesional y porque no queremos dar que hablar. Eso es algo
que hemos pactado. No vamos a provocar chismes a nuestro alrededor,
porque alguien se puede ir de la lengua y, aunque han firmado contratos de
confidencialidad, luego son cosas que se acaban sabiendo. Pero si nuestras
suites son vecinas, los vecinos sí se pueden visitar.
En fin, que somos quince, como he dicho. Las villas están todas
preparadas con cámaras como las de GH, a las que monitorearán el equipo
de 5 cámaras que va a liderar Axel. En cambio, Axel irá conmigo y siempre
me acompañará cuando tenga que ir a ver a las parejas. Será mi sombra,
como lo llaman aquí.
Hay uno de iluminación, otro de sonido, la directora, Eli como terapeuta,
yo como presentadora, una chica que se encarga de suplir cualquier
necesidad del grupo y a la que llamamos «la recadera», menos sexo, claro;
dos chicos para atrezzo y dos chicas para maquillaje. Quince. Y creo que
vamos a llevarnos bien. Son personas trabajadoras a las que las
circunstancias los han tomado desprevenidos, y después de comer —tras
asumir que se iban a quedar sin trabajo y sin remuneración por no poder
grabar un programa que había sido dado de baja por falta de efectivos—, lo
que están haciendo es hincharse a café para despertar y ponerse manos a la
obra.
Axel quiere ver los tráileres desde donde se va a seguir las grabaciones
de las cámaras de dentro de las villas. Hay una ubicada en cada casa, en el
exterior.
Y mientras él está haciendo eso, yo estoy revisando el esquema del día de
hoy y más o menos lo que tengo que decir. Estoy con mi iPad, abriendo el
PDF que me ha pasado Matilde, y tumbada en una mecedora empapándome
de toda la información. No es nada que deba memorizar, porque son
preguntas más o menos naturales. Pero si se me olvidase algo, Matilde me
lo chivaría por el pinganillo. Un pinganillo que también compartirá con
Axel. Será como tener voces en mi cabeza.
En esta zona de Samaná, las villas son todas de lujo, a cual más
espectacular. Y son muy amplias, con lo que no es difícil encontrar un lugar
en el que estar solo.
Eso hará que nos sintamos menos agobiados. Esta posee cincuenta
metros de playa natural para nosotros, y tiene mil metros construidos. Es
una locura. Tienen piscina, yacuzzi, chillout, varios porches, un solárium,
una cocina industrial gigantesca, una sala de discoteca, otra de cine, una
biblioteca, un gimnasio, varias zonas de descanso, un bar completo, una
zona de barbacoa al aire libre, once baños y grandes extensiones de jardín
que rodean toda la monumental mansión. Dicen que la mayoría de casas de
lujo pertenecen a rusos y que las alquilan por millonadas. La casa en la que
estamos cuesta tres millones de euros.
Pero las casas en las que van a estar los concursantes son más grandes, y
mucho más caras.
Estoy deseando plantarme ya en La Bahía, un lugar preparado para la
presentación, frente al mar, en la playa Cosón, mirar a la cara a todos y
empezar a elucubrar qué puede pasar entre ellos, quiénes van a entrar en el
juego rápido y quiénes no. No tengo fichas de ellos como sí tengo de mis
pacientes. Así que debo agudizar mi intuición, porque es posible que no
tenga que hacer terapia a nadie y que solo deba presentar el reality sin
inmiscuirme demasiado. Pero Fede sabe que yo me inmiscuyo, por mi
empatía, y porque no sé no hacerlo. Y sin ser la terapeuta, encontraré un
modo de echar un cable.
Eli ha caído de pie en el grupo. Ha llegado hace media hora, la ha traído
un Evoque que ha pedido la que se encarga de todos los gastos que necesite
el grupo. La recadera se llama Socorro. Y es una mulata que me recuerda a
la de Guardianes de la Galaxia. Y también a una azafata del Un, Dos,
Tres… a mi madre le encantaba ese programa. Y ahora, la rubia está
comiendo todo lo que puede, porque en nada empezaremos a grabar. Y está
triste y melancólica. Porque se ha separado de Carla y siente nervios por lo
que sea que pueda pasar.
Carla no va a hacer nada. Es imposible que ella haga algo, eso es lo que
asumo conociéndola. Pero, bueno, estoy en un punto de mi vida en el que
me he tragado tantas veces mis palabras que podría cagar un libro. Y no
pienso pujar ni prejuzgar a ninguna de las dos. Que sea lo que tenga que ser
y que acaben casadas, gracias.
Ahora seguro que Eli querría estar sola.
Pero a Eli le sucede un poco lo que a mí. Nos ven accesibles rápidamente
y confiables, y como sabemos escuchar, enseguida empiezan a contarnos las
cosas. Y Eli ya se está enterando de muchas intimidades del resto. Por eso y
porque, mi mejor amiga nórdica —como siempre le digo bromeando—, es
guapa y llama la atención. Y sé que muchos de los que están aquí, ya le
están tirando la caña.
Si supieran que es mi hermana quien le ha robado el corazón… No
desistirían tampoco. Los hombres siempre creen que pueden convertir a una
lesbiana o a una bisexual o heteroflexible, lo que se considere ella, en una
hetero. Así de presuntuosos son.
Pues se iban a dar de morros.
Capítulo 11
La Bahía Presentación
Estoy más nerviosa que un sordo en un dictado. Aquí va todo a mucha
velocidad y está claro que el equipo aún sufre parte del estrés sufrido desde
hace dos días. Y nosotros, que somos los nuevos, tenemos que acoplarnos.
Y, sin embargo, a pesar de la celeridad, la crispación y la tensión, hay
orden. Un orden muy bien orquestado por Matilde que, atiborrada de
orfidales y una dudosa mezcla de alcohol y abandono, está a punto de
ordenar la grabación del programa.
Y la verdad es que, miro a mi alrededor y podría ser intimidante porque
nunca había trabajado con tantísimas personas, menos en GH, aunque allí
yo solo era una voz.
Nos encontramos en la bahía. Yo estoy sentada sobre un taburete alto de
mimbre. Frente a mí, hay una grada con taburetes más altos y otros más
bajos, que van a ser ocupados por los concursantes del Reality . En la
cámara principal, que es la que tengo frente a mí, a varios metros, está
Axel. Verlo me da tranquilidad y me recuerda lo nerviosa que me puse
cuando grababa el Diván con él.
¿A quién quiero engañar? Sigo poniéndome muy nerviosa. Él me guiña
uno de sus ojazos verdes y me levanta el dedo pulgar. Y al hacer eso, me
veo volando en el remolque hinchable y se me escapa la risa.
Pero no pasa nada. Lo voy a controlar.
—Entramos en un minuto. Todos a vuestros puestos —dice Matilde por
el pinganillo.
Está detrás de Axel, con un iPad en mano, pasando el dedo por la
pantalla como quien ve Tik Tok.
—Estás guapísima, Becca —me dice Matilde—. Me fío de ti y de que te
sabes el guión.
—No lo diré al pie de la letra —le aseguro—. Pero sí, sé lo que tengo que
hacer.
—Esa es mi chica. Te doy otra vez las gracias porque gracias a ti ya sé
que hoy no voy a la cola del paro.
—De nada —contesto mirándola como si estuviera loca.
—Eh, Bec —dice Axel con esa voz que solo él sabe poner para que se
me ponga el vello de punta—. Mucha mierda, preciosa. Lo vas a hacer
genial.
Yo sonrío y me humedezco los labios. Me han puesto un vestido de color
azul claro alucinante, con unos zuecos con plataforma que son comodísimos
y maravillosos. Llevo mi pelo suelto, rebelde y emocionado como yo estoy.
Tengo un look muy natural, ojos pintados, pero no mucho y un lip gloss
rojito que creo que me favorece bastante.
Eli está sentada al lado de la cámara de Axel, en su costado izquierdo. Se
ha puesto cómoda. Unos tejanos cortos y deshilachados, una camiseta
negra, unas Crock de verano y sus gafas de profesora y de montura
metálica.
Tiene una libreta en mano y un boli preparado para apuntar cualquier
cosa que vea sobre los concursantes. Y se ha recogido el pelo rubio en lo
alto de la cabeza. Se va a tomar su labor como terapeuta muy en serio, y yo
sé que de aquí va a nacer una estrella, porque es buenísima en lo que hace.
Antes de empezar, suplico y rezo para que estas dos semanas vayan bien,
y para que a mis amigos esta aventura no les pase ningún tipo de factura
emocional, y si les sucede, que siempre sea para bien.
Los coches han traído a todos los participantes, y están aparcados cerca
de nuestra villa. Nuestra casa tiene playa privada, y una hermosa carpa de
madera en la que vamos a grabar el programa. Los concursantes están
ocultos detrás de la carpa. Yo aún no los he visto, pero sé que están ahí
porque las maquilladoras han entrado y salido de ese lugar un montón de
veces.
—Y… —dice Matilde con mucha tranquilidad—.
Empezamos.
Tomo aire, sonrío a cámara y digo:
—¿Confías en tu pareja al cien por cien? ¿Crees que tu relación es
sólida? ¿Qué pasaría si durante dos semanas, esas parejas se separasen y
conviviesen con hombres y mujeres con sus mismos gustos y muchas cosas
en común con ellos? ¿Se resentiría la pareja? ¿Se olvidarían de que tienen
pareja al otro lado de la Isla? —En realidad no es al otro lado. Es a un
kilómetro y medio de distancia. Pero ellos no lo saben—. Cupido ha puesto
su mirada en la Isla de Samaná, donde cuatro parejas van a poner a prueba
la solidez de su relación, y donde muchos otros solteros y solteras están más
que dispuestos a enamorarse. Bienvenidos —vuelvo a sonreír a cámara— a
la Isla del Pecado. Que entren las cuatro parejas.
Y entran.
Estoy ansiosa por conocerlos a todos, pero también por ver a Faina y a
Genio. Y a Carla. Espero que no me dé un ataque de risa cuando se
presente.
La primera en entrar es:
—Se llaman Julia y Adán. Llevan un año juntos. — Él es muy atractivo.
Rubio, con el pelo largo y liso, y una cara masculina a lo Brad Pitt en
Leyendas de Pasión. Este, además, tiene unos labios sonrosados así muy
coquetos y es de esos hombres a los que se les suele poner las mejillas
rojas. Eso siempre me ha parecido muy tierno. Me gusta. Ella es una belleza
de pelo largo y ondulado y de ojos grandes y negros. Y es blanquita de piel.
Oye, pues también se parece a la actriz de Leyendas de Pasión, Julia
Ormond. O eso, o yo tengo obsesión por esa película. Además, es muy
elegante vistiendo. Me gusta también. Así, a simple vista, es de esas parejas
que quieren ser discretos y que no buscan llamar la atención ni sobresalir
uno por encima del otro, pero atraen miradas igualmente. Los veo
equilibrados.
—Bienvenidos, chicos. ¿Cómo estáis? —les pregunto.
—Hola, Becca —me saludan nerviosos—. Estamos hechos un flan —me
aclara ella—. Y, por otro lado, con ganas de que esto empiece y acabe como
ha empezado.
—¿Y cómo ha empezado?
Él alza su mano entrelazada y sonríe contrito y también orgulloso.
—Juntos —contesta sin más.
Yo no reacciono, porque tiene una voz alucinante, y creo que a todas nos
ha encantado. Ha reverberado en cada célula femenina o gay. Eso seguro.
—Madre mía. Qué cachondísima me he puesto — me susurra Matilde
por el pinganillo.
Asiento y sonrío haciéndome la loca. Como esto vaya a ser así con ella,
vamos a tener un problema.
—Adán y Julia, hace un año que os conocéis y hace tres meses que estáis
viviendo juntos, ¿verdad?
—Así es —contesta Adán.
—Vivís en Madrid. Tú, Julia, eres relaciones públicas de un club muy
famoso de la capital. Y Adán es agente de deportistas.
Los dos asienten como niños buenos.
—¿Y por qué estáis aquí? ¿Adán?
—Porque queremos probarnos. Nunca nos hemos desafiado y no nos
conocemos en circunstancias como estas, en las que tienes el pecado tan a
mano. Quiero demostrarle a Julia que puede confiar en mí a ciegas. Y que
para mí es la mujer de mi vida.
Julia mira al suelo y esconde una sonrisa vergonzosa pero llena de
ilusión. Creo que sí confían el uno en el otro y están muy seguros de lo que
sienten.
—Yo pienso como él. Trabajo en un lugar en el que conoces a mucha
gente y hay muchos hombres. Sé que Adán se ha podido sentir un poco
inseguro al respecto. Pero yo siempre le he dicho que él es el único para mí.
Y vengo a probárselo aquí.
—¿No vienes a probarte a ti misma? —le pregunto.
Ella dice que no con la cabeza, con una seguridad aplastante.
—No. Yo sé cómo me siento y qué es lo que quiero. Quiero que vea
cómo soy. Porque soy así siempre, y a mí no me interesa el roneo. Cuando
me enamoro, me enamoro de verdad, y ya no hay nadie más.
Cómo me gusta esta chica.
—¿Estáis preparados para la separación, disfrutar las citas y jugar a las
pruebas en equipo?
Ellos afirman con la cabeza.
Y yo pienso: «Qué valientes. No saben dónde se están metiendo y ojalá
no se separen».
Vuelvo a mirar a cámara e introduzco a la siguiente pareja. El formato es
fácil, no depende solo de mí y de mis ocurrencias como con él Diván, ni
tampoco viviremos situaciones tan extremas, y no me siento para nada
exigida ni tan responsable de la calidad y de lo que pueda pasar, así que me
siento cómoda.
—Vamos a presentar a la segunda pareja. Carlos y Martina, adelante.
Carlos y Martina son, sin duda, otra pareja despampanante. Debo decir
que entiendo que en un programa donde se intenta seducir a la audiencia y
enganchar a gente joven, todos los concursantes sean más o menos
atractivos. Sé que la sociedad debe ser más inclusiva. Pero a las cadenas no
les interesa eso, solo la audiencia y el share . Así que, como son los que
pagan y saben lo que más se ve, hacen lo que quieren con su dinero y con
sus castings. Faina y Genio serán la pareja de feos. Y no porque yo lo
piense, pero sabiendo los arquetipos que tiene arraigados la sociedad, es
obvio que así los van a catalogar. Y sí. Apesta. Pero también es una realidad
arquetípica ahora. En otros tiempos, a lo mejor, los hombres altos y con
nariz grande eran considerados atractivos y poderosos, como las mujeres
bajitas y con sobrepeso eran consideradas hermosas. Y así era en otra
época. Hoy no. Hoy todos sabemos lo que la moda, los anuncios, y el sexo,
que está en todo, consideran que es atractivo.
Yo siempre digo que la belleza depende de los ojos de quién mira y de
cómo se mira. Lo que tengo claro es que la audiencia no está preparada para
el desenfado y la autenticidad de Faina y de Genio. Y eso sí que va a ser
una buena bofetada para todos.
Pero la pareja que tengo ante mí, obvio que es sexi y hermosa y va a
gustar a los televidentes.
Carlos y Martina son una pareja cañón. Ella tiene la actitud de Amy
Winehouse y también su estilo, aunque de cara es más bonita y dulce. Y
tiene un lunar sobre el pómulo, además de muchos tattoos Old School y un
cuerpo atlético y trabajado. Lleva un vestido rosa transparente y debajo
ropa interior del mismo color, y su sonrisa es blanca como la nieve.
Él es un clon de ella, con una camiseta que va a reventar, brazos tatuados
y un pantalón ajustado que le marca mucho el culo. Es rubio, con el pelo
rasurado, con cejas gruesas, ojos azules, un hoyuelo alucinante en la
barbilla, la mandíbula cuadrada y más músculos que Hulk. Sí. Arroz y pollo
los dos.
—Bienvenidos, Carlos y Martina. ¿Qué tal?
—Genial —contesta ella sonriente. Él también.
—Bien, vosotros venís de Gijón. Lleváis tres años juntos. Martina es
monitora de Fitness y Carlos —lo miro y él asiente con timidez—, es
creador de aplicaciones, y tengo entendido que le va muy bien.
—Sí, yo pongo a los tíos como toros —añade Martina enseñando los
bíceps de su novio—. Como a él. ¿Ves qué obra de arte?
A mí es que esos comentarios no me gustan mucho, me sobran, pero finjo
divertirme con ello y asiento como si estuviera de acuerdo.
—Y ahora esos músculos los van a disfrutar otras durante dos semanas
—digo sin poderme morder la lengua. Es que soy una bocazas.
—Toma. El zasca se ha oído hasta en Pekín — apunta Matilde muy
divertida.
Martina sonríe como si comiera limones, y se echa el pelazo negro hacia
atrás.
—No… —dice segura—. Él no se atreverá.
—Vaya —digo impactada—. Carlos, tu novia tiene muy claro que no vas
a hacer nada.
Él sonríe. Lo veo un poco cohibido. Y es extraño en un hombre con ese
cuerpo y esa apariencia.
Martina lo mira fijamente, como si supiera perfectamente lo que él va a
contestar.
—No hay nadie más que ella, Becca —contesta.
Arqueo mis cejas rojas. Interesante. Ella se queda satisfecha y le acaricia
la espalda con una mano. Le falta decirle: «Buen chico». Después le da un
beso y él se deshace.
—¿Y tú, Martina? ¿Tienes claro que no hay nadie más que él?
—Por supuesto. Lo único que quiero es que, al salir de aquí, nuestra
relación sea más fuerte que nunca. Y casarnos. Eso quiero.
—¿Sí salís juntos de aquí os casaréis?
—Claro —contesta sin dudarlo ni un ápice.
—¿Y estáis preparados para que la Isla os ponga a prueba y ponga en
riesgo esa certeza manifiesta del uno sobre el otro? ¿Estáis listos para
dejaros conocer por otros y permitir que otros se os acerquen?
—Sí, lo estamos —contestan.
—Entonces, bienvenidos a la Isla, chicos, y espero que esta experiencia
os ayude y refuerce vuestra relación, o la destruya para siempre —una risa
sardónica y maléfica suena en mi cabeza. Y me veo como Angelina Jolie de
repente, con sus cuernos y todo. Es que soy muy gráfica.
—Demos paso a la tercera pareja.
Y viene el tercer pase de modelos, de la mano de una pareja que me
llama bastante la atención.
No los psicoanalizo, ni mucho menos. Esa no es hoy mi labor, aunque lo
haga sin querer. La cuestión es que el lenguaje corporal de las personas dice
mucho.
—Ellos son Macarena y Juanjo.
Macarena es pequeñita pero súperdulce y muy bonita. Es de esas bellezas
clásicas que apetece mimar y cuidar. Tiene el pelo largo, liso, con flequillo,
ojos marrón claro que brillan desde dentro, es morenita de piel y lleva un
vestido largo de flores. Él la protege mucho, sujeta su mano escondiéndola
entre las de él, y cuando toman asiento, él espera a que ella se siente
primero como un caballero.
Juanjo es mucho más alto, y es todo un gentleman, un latin lover de esos
que arrancan suspiros, moreno, de pelo rizado y bien engominado, ojos
igualmente oscuros y labios gruesos. Mira sin titubeos a través de sus gafas
de ver de aviador, de frente y ya se ha ganado a todos los del grupo con su
educación y su simpatía.
—Hermano —lo saluda Carlos dándose el puño.
—¿Qué pasa, tíos?
Es que no lo soporto. No aguanto esa jerga y esa manera de hablar.
«Hermano», como si la familiaridad y la confianza y la hermandad se
regalase por una noche o dos de copas, o una experiencia en un reality . Y
menos, tan pronto. Qué fácil todo.
Carraspeo. Y fijo mi atención en ellos dos.
—¿Qué tal, chicos?
—Muy bien.
—Todos estáis bien, por ahora —sonrío.
Ellos me devuelven la sonrisa y se miran los unos a los otros expectantes.
—Macarena y Juanjo son de Málaga, y llevan un año y medio juntos.
Macarena trabaja desde su casa en su página web de cosméticos naturales y
Juanjo es bróker.
¿Por qué estáis aquí?
—Becca… me pones muy caliente con ese vestido —oigo a Axel
susurrar a través de mi pinganillo. Yo solo espero que las líneas no se
solapen—. Y con esa actitud de sabionda.
Espero que esto no me lo haga mucho o vamos apañados.
No pongo voz de sabionda. Pero en este tiempo me he dado cuenta de
que Axel tiene una mente sucia y perversa. Y muy activa sexualmente.
—Estamos aquí —dice Juanjo— por la misma razón que todos, supongo.
Estamos enamorados de nuestras parejas y queremos pasar esta prueba por
ellas y por nosotros. Para que cesen los celos de todos, las inseguridades,
los miedos… para que ellas vean que pueden confiar en nosotros y nosotros
en ellas.
Vaya, qué gran orador está hecho. No tengo nada que objetar a lo que
dice.
—¿Eres celoso, Juanjo? —quiero saber.
—No soy celoso. Confío en ella.
No digo nada más, pero mis ojos lo dicen todo.
Centro mi vista en Macarena.
—¿Macarena? ¿Es Juanjo celoso?
—N-no… N-no lo es —contesta mordiéndose el labio inferior.
Macarena tartamudea porque está nerviosa. Él sujeta bien su mano y le
besa el dorso.
—Está hecha gelatina, la pobre —me explica Juanjo—. Tranquila, amor.
No pasa nada… Habla tranquila.
Ella se peina el pelo con los dedos, y vuelve a tomar impulso.
—No. J-Juanjo no es celoso.
—¿Lo eres tú?
Ella tarda unos segundos en contestar.
—N-no.
—Un poquito sí, cariño —le dice él en tono de broma.
—Bueno… —no lo dice muy convencida y mira al suelo.
—¿Entonces venís a probar en este reality si sois o no las personas fieles
que decís que sois a vuestras parejas o a vosotros mismos? ¿Venís a probar
si vuestro amor es verdadero?
—Sí, así es —contesta Juanjo—. Todos venimos a eso.
—Porque esta Isla es la prueba de fuego y porque si no caéis aquí,
entonces no caéis en ningún otro lugar, entiendo… —cavilo en voz alta—.
Sois unos valientes — reconozco. Ellos reciben mi halago de buen grado.
Yo no querría ese tipo de valentía, pero si todos fueran como yo, no habría
realities de este tipo—. Mi admiración hacia todos —Y lo digo de corazón
—. Y Macarena y Juanjo, como a los demás, os deseo mucha suerte.
Ellos me dan las gracias y vuelven a acaramelarse. Tengo a las tres
parejas a un lado, sentados en su grada. Pero me falta la última. El plato
gordo, el discordante, la magia y lo inesperado. Así es como veo yo a Faina
y a Genio.
—Y ahora toca que conozcamos a la cuarta pareja. Faina y Genio, ella es
de Tenerife, bailarina de salsa profesional —Sí, ella ha exigido que digamos
que es eso. Y yo la voy a respetar—, y él es el regente de un restaurante
Gourmet de Gijón. Hace unos meses que se conocieron en El Diván, el
programa de esta misma casa que yo presenté. Y están muy enamorados.
Y allí vienen mis amigos. Genio sujeta la mano a Faina que se ha puesto
el vestido más llamativo de todos los que tenía, con volantes por las piernas
y de colores que lampan de lejos. Y parece que va a sacar unas maracas y a
cantar que el único fruto del amor es la banana.
Me fijo en el resto de concursantes, y no me gusta cómo los miran, como
si se riesen de ellos. Porque no entran dentro de sus cánones de belleza.
Menos mal que en personalidad les ganan por goleada. A ver quiénes de los
que están aquí tolerarían vivir con las desconexiones con las que vive Faina
o con las deformidades y los complejos que Genio tuvo el resto de su vida.
Los guapos suelen tener la vida más fácil. A los feos la vida les pone trabas
siempre y dificultades, pero también los curte y los hace fuertes. Hasta el
punto de convertirlos en invencibles.
Ellos dos lo son y se van a ganar a la audiencia en un periquete. Y
también al resto de concursantes.
Faina me mira, sonríe, le dice hola a la cámara antes de llegar a su grada,
y justo cuando está a punto de tomar asiento, empieza a tener un tic ocular,
una rodilla le cede un poco, pero parece que se recompone.
La miro inquieta. Genio alza una ceja y la sujeta lo mejor que puede. Ella
vuelve a abrir bien el ojo, me sonríe y me vuelve a guiñar el ojo. Pero no
me lo está guiñando. Ha cerrado los dos y se ha desplomado sobre las
piernas de Carlos, dándole tal bofetada sin querer a Martina que le ha
movido el recogido.
Le iba a dar un Fujitsu y su collar le ha dado una descarga. Por Dios, un
día la va a matar.
—¿Faina?
Abre los ojos de golpe y se da cuenta de que está encima de las piernas
de Carlos.
—Perdona, mi niño —se disculpa. Después observa el pelo de Martina y
le dice por lo bajini como la buena persona que es—. Mi cielo, deberías
mirarte el recogido. Te lo han dejado torcido.
Oigo a Axel morirse de la risa por el pinganillo y a Matilde espetar.
—Con dos cojones. Le ha dado un mamporro, la ha despeinado y dice
que la han peinado mal. Soy fan.
Genio la levanta de nuevo como si no hubiese sucedido nada.
Yo agacho la cabeza porque sé que mi estoicismo está ahora bastante
débil. Así que me muerdo el interior de los carrillos y me obligo a ser una
mujer recién operada de la cara. Inexpresiva.
—¿Estás bien, Faina? —pregunto.
—Claro, Becca. Solo he tropezado —Faina se pasa las manos por el
volante del vestido y se sienta. Genio hace lo mismo. Ella posa su mano
sobre su rodilla y él la cubre con la suya.
—Ha sido una entrada triunfal —reconozco. Martina sigue peinándose.
Creo que hasta ha perdido un pendiente del sopapo que se ha comido. Pero
ha sido muy educada y no ha reaccionado mal. Un punto para ella.
—Gracias. La he ensayado mucho —eso hace que los compañeros se
rían, y yo también.
—Bueno, chicos. Contadme. ¿A qué venís a la Isla?
¿Qué queréis probaros el uno al otro?
—Ah —Genio y ella se miran muy compenetrados. Él se encoge de
hombros y le da el dudoso honor de ser ella la que responda primero—. Tú
primero, gordita.
—Yo he venido por el lugar y las vacaciones, la verdad —la naturalidad
de Faina nos deja sin palabras a todos—. Y por los cubatas. Me dijeron que
aquí se dormía muy bien y que podía estar dos semanas en el Caribe sin
hacer el huevo, y aquí me tenéis —cruza una pierna sobre la otra y se hace
la interesante.
—Ah… —Qué cabrona es—. ¿No vienes a probar tu amor?
—Yo ya he probado a mi amor, y está buenísimo. Si estas dos semanas
aquí nos sirven para reivindicarnos, perfecto. Y si sirve para darnos cuenta
de que no somos el uno para el otro, pues también. Con nosotros no creo
que vaya a haber dramas.
—¿Tú qué dices, Genio? —pregunto al chef—. ¿Tienes la misma opinión
que Faina?
—Yo no tengo duda de que la quiero y de que la amo. Y espero salir de
aquí con ella. Pero pensaba que esto era un concurso de feos y estaba
convencido de que iba a ganar. Llego a saber que es de Mister y Miss
España y me pongo otra ropa.
Es que lo amo. Son geniales los dos, por eso hacen tan buena pareja. Los
chicos los aplauden por sus salidas y sus respuestas, y todo el equipo se ríe
con ellos.
Pero debo proseguir con el guión.
—Una Isla del Pecado no tendría sentido sin tentaciones y pecadores.
¿Os parece si conocemos a los tentadores?
Capítulo 12
Y llegan las tentadoras y los tentadores como los Jinetes del Apocalipsis,
dispuestos a hacer arder el mundo y la seguridad sentimental de los
concursantes.
Hombres y mujeres dispuestos a salir por la televisión, a ser elegidos, a
poder mostrar sus dotes de interpretación y a demostrar a todo el mundo
que son los más guapos y los que más ligan.
Muchos de ellos estarán ahí para disfrutar de unas vacaciones y mostrar
palmito en nombre de sus agencias de representación y de modelos. Y solo
unos pocos irán con la intención de hacer amigos, portarse bien y encontrar
el amor. Pero, en principio, todos, querrán ser el objeto de deseo de los
participantes y nos les importará dinamitar la relación que puedan tener al
entrar al programa.
Una vez pensé que las parejas que asistían a estos programas tenían un
guion pactado. Hoy puedo asegurar que Faina y Genio no tienen ningún
guión y que, por lo que sé y sabemos todo el equipo, tampoco las demás
parejas tienen nada preparado ni ninguna trama a seguir.
Eso hace que este programa sea auténtico y que yo no me sienta una
farsante con la audiencia. Me quisieron por El Diván, porque ahí todo fue
de verdad. Y espero que me quieran también aquí, ayudando en lo que sea a
que el amor no se le rompa a ninguno, menos si merece ser roto. Que, de
esos, siempre hay.
Cuando veo a las chicas alineadas como en un ejército, y observo a Carla
entre ellas, solo puedo admirarla y aceptar que mi hermana es tremenda.
Lleva un top rojo acompañado de una falda larga, sedosa y del mismo color.
Todas las chicas están vestidas por marcas que colaboran con el programa y
que ayudan a patrocinarlo. Y hay algunos conjuntos más bonitos que otros,
como todo en la vida. Pero a mi hermana es de las que todo les queda bien.
Carla, que lleva el pelo suelto, negro y liso, mira al frente, y sonríe como
todas, y me siento orgullosa. Porque Carla no ha tenido suerte en el amor,
hasta que ella y Eli aceptaron que se gustaban. Pero también tengo claro
que va a jugar, porque las tentadoras tienen que dar juego, y no va a ser la
que pase más desapercibida de todas. Eso seguro. Porque nunca ha sido así.
Entre las diez tentadoras que veo, además de mi hermana, hay tres que
llaman bastante la atención.
De todas ellas también tengo fichas para estudiar después, desde la
comodidad de mi habitación, pero me he quedado con el nombre de estas
tres chicas. Una mulata llamada Rosario, una rubia monísima llamada
Edurne y otra chica más muy tatuada, que me recuerda un poco a Angelina
Jolie y que se llama Jennifer.
Y sé, por los comentarios de los chicos y también de lo que dicen detrás
de cámara, que ellas 4 son las que más llaman la atención a los
concursantes. Saber que mi hermana está en ese pack ha hecho sonreír a Eli,
como quien sabe que una se puede mirar, pero no se puede tocar.
—Estas son las tentadoras que vienen a la isla con ganas de encontrar el
amor. —Y acto seguido, todas las cámaras enfocan a las beldades que han
venido a juguetear.
Las nombro una a una y ellas dan un paso al frente, miran a cámara, y
dicen de memoria su frase de guerra, a cuál más cutre y ridícula. No sé de
qué libros las han sacado, pero me han dado vergüenza ajena, menos la de
mi hermana y la de Edurne, que han sido las más acertadas y ocurrentes.
Mi hermana ha dicho algo como: «Si el amor ha llamado alguna vez a mi
puerta, yo estaba paseando al perro. Por suerte, en esta isla no he traído a mi
perro».
Y Edurne, con una sonrisa de oreja a oreja ha dicho algo así como que le
encantaría encontrar un amor que sea como la chancla de su madre. Que lo
vea venir y se le acelere el corazón.
Siempre es mejor ganarse a la gente con sentido del humor. Faina ha
aplaudido a Carla y a Edurne, como si fuera fan de ellas. Debo recordarle a
mi querida Fai que tiene que ver a las tentadoras como rivales, no como
futuras mejores amigas.
Pero cuando ha llegado el momento de que ellas eligieran a los solteros
que más les gustaban, ha habido algún movimiento inesperado.
Genio se ha llevado casi todas las flores. Aquí se dan flores, no coronas.
Y Faina ha hecho el sonido de las serpientes varias veces, como si quisiera
ahuyentar a las tentadoras.
Mi hermana, en vez de elegir a Genio, ha elegido a Carlos. Madre mía,
que se ha ido a por el de la de Fitness. A Martina no le ha hecho ninguna
gracia. Y le ha echado una mirada asesina a Carla que mi hermana ha
sabido devolver con altivez.
Sé que la decisión de Carla ha tomado por sorpresa a Eli, pues todas
creíamos que iba a elegir a Genio. Pero no ha sido así. Además de la flor de
mi hermana, Carlos ha recibido otra de Lupe, una mexicana cañón.
Edurne, de Albacete y licenciada en Derecho, se ha ido a por Adán, que
recibió una flor más de Alison, una estadounidense que vive en Cádiz desde
hace cinco años y que es modelo. A por Juanjo han ido Jennifer, madrileña
diseñadora de ropa interior, y Sarine, una gallega especializada en books
fotográficos.
Y, como os he dicho, Genio se ha llevado la de Rosario, la mulata de
Valencia cuyo sueño es tener un centro propio de cirugía plástica y las tres
flores del resto de tentadoras.
—Genio —le digo mirándolo expectante, entre el orgullo y la sorpresa—
… eres el que más flores ha recibido. ¿Te lo esperabas? ¿Qué opinas?
—Me las han dado a mí por ser el feo. Se creen que tengo más
posibilidades de enamorarme de ellas por eso.
Abro la boca de par en par.
«Ese es mi chico», asiente Axel por el pinganillo.
—¿Y tienes más posibilidades de enamorarte de ellas por no tener sus…
rasgos?
—No voy a enamorarme de ninguna —responde con mucha naturalidad
—. Soy feo, sí. Pero no ciego. Que se esfuercen lo que quieran, que sé muy
bien lo que he venido a hacer aquí. He venido a demostrar a Faina que para
mí ella es y será siempre la más guapa.
Faina le dirige una mirada brillantemente apasionada y veo cómo se le
llena el pecho de orgullo.
Yo apostaría todo al rojo por ellos.
Tras esto, ha llegado el turno de los tentadores. A cualquiera se le irían
los ojos al verlos.
Pero como con el grupo de las tentadoras, yo también tengo a los
favoritos y a los que más me han llamado la atención.
Y hay tres hombres que me parecen muy especiales.
Quentin, un boriqua súper sexi, con un cuerpo muy modelado y una
sonrisa que derrite el Polo Norte entero. Es profesor de bachata.
Nene, sí, tal cual. Nene. Valenciano de la Albufera, y propietario de dos
locales de Cross Fit en la capital. Moreno de rayos uva, ojos claros y pelo
rasurado, con muchos tatuajes en el cuerpo y un brillante en la oreja.
Naim, de Barcelona. Es diseñador gráfico, y de todos es el que más cara
niño tiene. Pelo castaño oscuro, dulcemente despeinado, y aspecto así
desenfadado, pero tiene unos ojos pícaros que no se los quita nadie.
Debo decir que son todos atractivos, algunos más que otros, dependerá de
los gustos, pero todos entran en los arquetipos deseados de la opinión
general.
Aquí, ha sucedido lo mismo que con los chicos.
Faina se ha llevado 4 flores, entre ellas la de Nene.
Naim y Alberto se han ido a por Julia. Quentin y un chico de pelo
plateado llamado Rodri se han ido a por la tímida y nerviosa Macarena, y
Sisco, nutricionista y preparador físico y Joao, un portugués muy sonriente,
a por Martina.
¿Cómo reaccionan hombres y mujeres cuando sus parejas están siendo
cortejadas y aduladas por otros en frente de sus narices?
Yo veo claramente dos comportamientos. El de Julia y Faina, que se lo
están tomando medianamente con deportividad y sentido del humor. Y el de
Martina, que parece que quiera cortar cabezas. En cambio, Macarena,
parece perdida en todo ese espectáculo, y dudo de que ella haya querido
estar en este programa desde el principio.
Los hombres son más déspotas y más territoriales, y se sienten más
amenazados. Son como gallitos. La actitud de Juanjo es la más soberbia y
no deja de mirar las reacciones de Macarena hacia el despliegue de
atenciones de los otros. Genio sonríe porque, según él, a Faina siempre le
han quedado bien las flores. Adán está incómodo, pero no quiere montar
numeritos y lo acepta todo con naturalidad. Y después está Carlos, que sí
parece el más nervioso al ver a la guapa Martina con dos flores en las
manos.
De lo que sí estoy segura es de que el pellizco de los celos lo tienen
todos, pero algunos de manera más llevadera que otros.
Yo no me imagino a Axel en una tesitura como esta. Porque él jamás se
prestaría a algo así, pero creo que yo tampoco sabría muy bien cómo
reaccionar ante un tonteo tan descarado y expuesto como ese. No soy
celosa, hasta que lo soy. Y con Axel me he visto en muchas, y ahora lo que
quiero es que disfrutemos de la normalidad o de la poca tranquilidad que
podamos tener. Así que no: no querría verlo con otras chicas, y menos
recibiendo flores.
Después de reafirmar cuáles son las preferencias de los tentadores, ha
llegado el momento de despedirse.
Al menos, de la bahía. Porque aquí, por hoy, yo ya he dejado de grabar.
Las parejas tendrán que decirse adiós y cada uno tendrá una localización
para hacerlo. Eso se lo dejo a Axel.
Espero que me lo enseñe después, cuando me muestre todo lo que han
grabado las cámaras. Por ahora, la presentación del programa ya está hecha.
Después de esto, ellos y ellas se irán a sus villas respectivamente, a pasar
la primera noche todos mezcladitos y a ver qué se cuece, y mañana
recibirán mi primera visita.
Este programa no tiene una dinámica como la de la Isla de las
Tentaciones. Aquí, hay que hacer otras cosas y se puede interactuar de otros
modos. Hay pruebas en pareja que les reportará dinero de más, Eli y yo
tendremos más interacción y podremos hablarles y visitarles, y podrán pedir
reuniones de urgencia, cara a cara, o una opción que se llama Operación
Rescate, que tiene más que ver con una crisis de ansiedad experimentada
por un concursante y en cómo, Eli y yo, como profesionales, podemos
ayudarle. Pero eso es algo que les explicaré mañana a ellos y a ellas.
Este es un programa nuevo, aunque tenga connotaciones parecidas, pero
aquí, aunque hay confrontaciones, también se puede pedir otros comodines
que pueden dejar en fuera de juego a más de uno.
Capítulo 13
Al día siguiente
Axel me ha asegurado que lo de ayer noche en las villas había sido un
fiestón por todo lo alto, y que debía ver las mejores jugadas que habían
recopilado las cámaras.
Así que me ha dejado ver con su portátil, y os prometo que estoy con los
ojos abiertos como platos. No sé, no sabría juzgar, pero tengo claro que, en
Villa Chicos, a un par se les ha ido de las manos. Y que en Villa Chicas hay
también una reina que se ha encargado de emborrachar a todo Dios. Es
Faina, y que ha habido alguna que otra conducta sospechosa.
Sea como sea, me va bien saber esto de antemano porque mañana por la
noche es la primera noche de cine de ambos, donde nos reuniremos y
veremos en una pantalla gigante en nuestra Bahía, lo que unos y otros han
hecho en esas más de 60 horas que habrán pasado separados.
Veo conductas de todo tipo. Las veo en ellas y en ellos. Y podría
analizarlas, porque conozco los miedos y las inseguridades de las personas,
pero quien más sabe de eso es Eli, y cuando le toque entrar, va a dejar a más
de uno boquiabierto, porque tampoco va con paños calientes.
Axel acaba de salir de la ducha, y mientras, yo he estado apuntando
algunas cosas que he ido viendo y de lo que no me quiero olvidar cuando
hagamos la primera sesión.
Cuando sale del baño, lleva una toalla blanca alrededor de su cintura. Me
sonríe y me dice:
—¿Los has visto?
—Dios, sí —contesto. Me quito las gafas y lo observo anonadada—.
¿Todo eso es fruto del alcohol?
—Y de las feromonas entre hombres y mujeres de la misma especie.
—Alucino… yo lo máximo que hice borracha fue subirme a un taxi y
decirle al señor que me llevase a casa. Pero resultó que no era un taxi y que
había un bebé en el asiento de atrás.
Él se pone los calzoncillos blancos y estrechos, y después deja sus manos
sobre sus caderas.
—Becca Ferrer, yo necesito verte muy borracha algún día.
—Bueno, no es difícil.
Él medio sonríe, se inclina hacia mí y me da un beso en los labios. Parece
que tiene prisa.
—¿No desayunamos juntos? —Qué decepción.
—No puedo. Quiero asegurarme de que están haciendo todo como quiero
que lo hagan. Si nos organizamos bien, podemos tener los recortes al día y
sin demasiada edición. Las cámaras están tan bien ubicadas y el zoom es
tan bueno que solo tenemos que ser listos y marcar el tiempo y la cámara de
la que hay que extraer los planos y las secuencias. Y después, todo es
montaje.
—Y a mí que me pone caliente cuando hablas de tecnicismos… —
susurro y apoyo mi espalda en las enormes almohadas de la cama gigante
talla Rey.
—A mí me pones tú, pelirroja, y me fastidia no poder disfrutar de esto tú
y yo a solas y tener que compartirlo con cámaras y un equipo de seres
humanos a nuestro alrededor.
Axel sería feliz con la humanidad extinguida y el mundo para nosotros
solos.
—Bueno, querido Alexander Gael, tendrás que acostumbrarte al hecho de
que vive más gente en este planeta —me encojo de hombros—, ¿qué le
vamos a hacer?
—Pues nada, jodernos.
Me da la risa, porque lo dice malhumorado.
Como sea, tengo la extraña sensación que mencioné ayer noche y no se
me va. Es como si él emitiera unas ondas, una vibración que puedo captar y
que me dice que hay algo que le incomoda.
—Axel —me tapo con la sábana y de rodillas camino por el colchón
hasta quedarme en frente de él—.
¿Hay algo de lo que quieras hablar?
Axel frunce el ceño y me mira como si se me hubiera puesto el pelo lila.
—¿Qué dices, loquera?
—No sé… te noto agobiado. Y no pasaría nada si lo estás. Es normal. Yo
lo estoy un poco también.
—¿Qué dices? ¿A qué viene esto? —me mira como si dijera tonterías.
—Percibí que me querías decir algo antes de que Fede nos llamara. Y
desde ayer noche noto que hay algo que ahora ya no me quieres decir.
¿Estás bien?
—Es el trabajo, Minimoy adivino. Ya sabes cómo me pongo cuando me
siento responsable de algún proyecto. Y en este momento, soy responsable
de este.
—¿Seguro? ¿Seguro que es solo eso?
—Claro que sí —contesta dirigiéndome una mirada tranquilizadora—.
Quiero que todo salga perfecto, porque estás tú. Y no quiero que nada me
desconcentre de mi labor, pero estás tú —asume como si no tuviera otro
remedio—. ¿Crees que soy bipolar, loquera? Porque es una putada
maravillosa.
Cuando habla así lo estaría abrazando todo el día.
—Bueno, a ver… —Axel se acaba de poner la bermuda de color canela,
y la camiseta blanca de manga corta. Yo cuelo mis dedos entre la cinturilla
del pantalón y tiro de él hasta que puedo sujetarle el rostro con mis manos
—. Si es solo eso, entonces déjame decirte que pasaba lo mismo con el
Diván. Y creo que salió muy bien. Mira si salió bien que compraron los
derechos para todo el mundo.
—Con El Diván no tenías competencia. Aquí tienes un gigante que se
come todo el share y que va a ir con todo cuando vean que sale un
homónimo a desafiarlo. Y es difícil hacerlo mejor que ellos. Así que hay
que hacerlo diferente. Y de eso me encargo yo. Y también tú con tus
ocurrencias, tus comentarios y demás vas a tener que dar lo mejor.
—Sí, daré lo mejor. Pero, además, no olvides que ellos no tienen lo que
tenemos nosotros. No tienen a Eli. No tienen a una terapeuta en directo y no
sabes lo que es mi amiga ni cómo puede ayudar a las parejas en conflicto.
Ni tampoco tienen a Faina ni a mi hermana. Y visto lo visto —señalo el
ordenador de Axel—, el casting está muy bien elegido y va a haber mucho
drama y puterío, que es lo que le gusta a la audiencia que sigue estos
realities.
—Cierto —contesta un poco más sosegado.
—¿Nos veremos a la hora de la comida o cuando te pongas detrás de la
cámara en las villas? Estaría bien que comiéramos juntos —le pido
pasándole las manos por ese culo prieto que tiene.
Él pone cara de gusto, y me mira como si le costase un mundo alejarse de
mí. Pero lo hace, el truhán.
—En las villas. Y comeremos juntos en la comida, bonita —me da un
beso rápido en los labios y se aparta de mí a regañadientes.
—Huye, cobarde —murmuro.
Cuando Axel me deja sola en la habitación, también deja un regusto
extraño en mi intuición, pero he decidido creerle. Y si él me dice que está
bien y que no le pasa nada, voy a asumir que así es, aunque sepa que Axel
es experto en ocultar cosas o en omitirlas.
No obstante, no tengo por qué dudarlo: esta vez no es mi guardaespaldas,
no me persigue nadie y, además, estamos en un lugar paradisiaco e ideal
para desconectar y pasarlo bien, aunque sea trabajando.
Con esa idea que hace que me sienta más liviana, me meto en el baño a
darme una ducha.
Hoy va a ser un día largo y estoy deseando ver qué me van a poner para
hacer las visitas a las villas. Tengo ganas. El trabajo me está sentando bien y
estar alejada del mundanal ruido y de todo lo mediático y el acoso de los
paparazzis hace que me centre y sienta que recupero un poco el control.
Capítulo 15
Villa Chicos
Antes de que empiece a grabar, tengo que poner en orden las lista de los
tentadores que han elegido las chicas.
Julia ha elegido a Naim, un chico maravilloso de pelo negro y despeinado
y ojos azules con una sonrisa de pilluelo que incluso a mí se me subían los
colores. Ayer noche se les vio hablando a menudo, y riéndose un montón.
Pero lo cierto es que Julia habla con todos, es natural y se le nota su
extroversión y su buen hacer con la gente. Ha elegido a Naim porque se han
caído muy bien. Él es diseñador gráfico de Barcelona.
Martina ha elegido a Sisco. Estaba entre él y el portugués Joao. Pero ha
elegido a Sisco porque es de músculos gigantescos y además tiene un centro
de nutrición. Y con lo obsesionada que está esta chica con la comida y el
deporte seguro que tienen mucho de lo que hablar.
Macarena ha elegido a Quentin, un boriqua tremendo y morenito, un
mulato despampanante que es profesor de bachata y profesor de Taekwondo
para niños. Matilda ha dicho algo tremendo por el pinganillo parecido a
«Anda, y parecía tontita. Pues di que sí, chica, a mí que me mate el otro si
quiere, pero yo a este me lo como».
Y Faina ha elegido a Nene, el valenciano de la Albufera, de pelo rubio
que tiene dos centros de Crossfit.
Mañana por la mañana hay una prueba en grupo. Las pruebas tienen
remuneración por parejas y, si ganan, es su oportunidad de ir haciendo caja
en estas dos semanas. La productora creyó que era bueno despertarles la
competitividad para que se viera la verdadera naturaleza de todos. Y creo
que va a ser un éxito.
Después de eso, el coche nos ha llevado al resto del equipo a Villa
Chicos.
Otra casa de infarto, con un gran terreno verde, piscina, un montón de
balcones y habitaciones, grandes espacios, chillout y gigantescos porches en
los que zorrear y celebrar fiestas.
Cuando llego, me sorprendo por tres cosas. La primera, que hay uno de
los emparejados, Juanjo, bicheando con Jennifer. Y no es la primera vez. La
Segunda: que Genio tiene una resaca que no se aguanta de pie. Está
tumbado en el sofá, rodeado de Amazonas que le hacen cosquillitas por las
piernas y los brazos, y con las gafas de sol puestas.
Y la tercera, y es la que menos me gusta, pero lo entiendo: que las
tentadoras miran a Axel continuamente y sin disimulo. Sobre todo, una:
Jennifer. Y eso que está con Juanjo.
No puedo hacer nada al respecto: mi novio es demasiado atractivo por su
propio bien. Así que me tengo que tragar lo que pienso, me muerdo la
lengua y llego al porche donde están los cuatros concursantes y el harén al
que le encantaría que Axel participara. Pero se van a quedar con las ganas.
Nadie sabe allí que él y yo somos pareja. Ni siquiera nuestro equipo.
Creen que Axel es un trabajador más, pero desconocen su verdadera
identidad, y también la naturaleza de nuestra relación. Trabajamos juntos en
el Diván y ahora volvemos a trabajar en este programa, eso es lo único que
sabe el equipo. Y si nos vemos por la noche, lo hacemos a escondidas y nos
levantamos antes que nadie para que no nos vean. Igual que si nos besamos
o nos tocamos. Y esto es así porque Axel y yo tenemos un pacto: que
cuando estemos preparados —sobre todo él— podremos hablar de lo
nuestro a todo el mundo. Pero, para entonces, él también tiene que estar
listo para que la gente sepa que es hijo del difunto Alejandro Montes y
hermano de Federico Montes, un monstruo de la televisión de
entretenimiento.
Sin embargo, ese momento no ha llegado aún, y seguimos con nuestra
relación a escondidas de todos aquellos que no son de nuestro círculo.
—Hola a todos —sonrío a todo el grupo.
—Hola —contestan ellos removiéndose nerviosos. Juanjo se aparta
rápidamente de Jennifer. Como si no hubiera cámaras que grabaran en todo
momento sus movimientos.
—Tengo un lugar —me dice Axel por el pinganillo—. En esta casa y en
la de las chicas. Y en nuestra Villa. No hay cámaras. Estoy deseando
secuestrarte y llevarte a uno de esos escondites para comerte todo el…
—Chicas —rio con algo de nervios. Voy a ignorar lo que el salvaje del
altavoz me está diciendo, o no podré seguir grabando. Mi mensaje es para
las tentadoras—, necesito que me dejéis a solas con los chicos.
Las tentadoras se van. Me doy cuenta de que Jennifer mira fijamente y
con mucha intensidad a Axel, y no me hace gracia. Me extraña mucho.
Esta vez soy yo la que trae las manzanas. Las dejo sobre la mesa de
centro y tomo asiento en mi silla, frente a ellos.
—Esta noche, en Villa Chicas ha habido dos pecados —les explico—.
¿Sabéis quiénes han podido pecar?
Carlos, la pareja de Martina, está poniéndose las botas comiendo helado.
Disfrutando como un niño pequeño. Parece que sufre de ansiedad. También
lo vi beber bastante la noche anterior. Él ni siquiera me responde, como si
su pareja de verdad fuera ese helado de vainilla y chocolate y no la mujer
que hay al otro lado de la Villa. Curioso.
Espero paciente las respuestas de los chicos, hasta que empiezan a abrirse
uno a uno y a contarme sus pareceres. Está claro que ninguno duda de sus
chicas. Carlos se relame y cuando acaba, por fin, se digna a participar:
—No creo que haya sido Martina. Ella es una chica muy difícil. Me costó
mucho que aceptara a salir conmigo —me explica— dudo que una noche la
convierta en alguien que no es.
—Ya, claro… —digo con la boca pequeña.
—Macarena no ha podido ser. Porque sabe que nadie la va a querer como
yo la quiero.
Esa suposición de Juanjo no me ha gustado nada.
—¿Qué quieres decir con eso? —sé que no debería, pero le replico—.
¿Que nadie puede enamorarse de ella y cuidarla tan bien como tú?
—Como yo la quiero, no. Nadie —sentencia con sus ojos negros y
brillante con un toque de desafío—. Sé que no ha sido ella. Sabe que eso
sería muy feo y estropearía todas las cosas bonitas que tenemos.
Debo suponer que su relación es fantástica e idílica, porque, de lo
contrario, estaría ante unas afirmaciones que suenan a advertencia. Y de
repente, Juanjo se emociona y se le aguan los ojos pensando en que su chica
se esté comportando como él no quiere que se comporte. A todos les
enternece, y seguro que a las chicas que ya tiene en el bote, también.
Pero a mí hay algo que no me convence. Y no me gusta. Ya está. Ya
tengo la primera cruz.
Genio mira a Juanjo y frunce el ceño. Sé que está pensando casi lo
mismo que yo: «menudo notas y vaya gilipollas». Bueno, más o menos.
—¿Y vosotros, Genio y Adán?
Adán, que es de todos, creo, que el más atractivo, se ha recogido el pelo
rubio con una coleta que hace que sus mechones platino enmarquen su cara.
Y yo solo me imagino a Brad Pitt a caballo. Es demencial.
Sus ojos azules medio sonríen, aunque están un poco angustiados.
—No creo que sea Julia. Ella tiene una conversación muy rica y puede
interactuar con todos porque vale para eso, se dedica a eso, a que todos se
sientan bien y estén a gusto. Y estoy seguro de que llamará la atención de
más de uno. Porque le pasa. Le pasa siempre —asume como si no tuviera
remedio—. Pero no creo que haga nada. Porque nos queremos. Confío en
ella.
Un discurso muy largo de autoconvencimiento. Espero que le sirva.
Aunque me temo que sí se siente más inseguro que ella de él.
—¿Y tú, Genio?
Él exhala, se cruza las manos detrás del cuello y sin quitarse las gafas
contesta:
—Podría ser mi melocotón. Podría ser ella —repite meditabundo—.
Porque ella enamora a todos. Y, además, los sabe emborrachar a la
perfección. Es experta en eso. Sea lo que sea lo que pasó, estoy seguro de
que no fue ella. Es que es irresistible, seguro que algún tentadorcillo quiso
robarle un beso.
Agacho la cabeza y me muerdo el labio inferior porque no quiero reírme
como de verdad me apetece. Genio está enamorado como lo tiene que estar
un hombre, pensando que su mujer es la más hermosa y una sex symbol de
pies a cabeza. Pero su chica es el demonio de la perversión, una fiestera…
ya verá las imágenes.
Les digo lo mismo que a ellas. Que mañana por la noche verán imágenes
de sus parejas con sus tentaciones en el cine nocturno.
Y acto seguido, pido que entren las tentadoras. Y es obvio a quiénes van
a elegir, porque se ponen cerquita de ellos. Y entonces veo entrar a Carla,
que se ubica cerca de Carlos, y que, además, le trae cariñosamente una piña
colada gigante solo para él. Me quedo a cuadros, y veo a Eli achicando la
mirada hacia ella.
Y la tensión… Dios, la tensión… qué poco me gusta.
En fin.
Sé cómo se van a elegir. Sé lo que van a hacer, y me alegra ser tan
intuitiva.
—Carlos —pregunto—. ¿A quién eliges?
El rubio que se parece a Paul Walker con el doble de músculos, toma de
la mano a mi hermana y dice:
—A Carla. La elijo a ella. Carla sonríe y le guiña un ojo.
—¿Por qué? —quiero saber.
—Porque nos llevamos muy bien y creo que nos entendemos. Y porque
me hace unas piñas coladas riquísimas.
Se trasca la magedia. Eli no era celosa, decía. Hasta que un día lo es. Y
ese día, me parece a mí que ha llegado.
Me parece que esta noche va a haber corralillo de emergencia.
—Y tú, ¿Juanjo?
Mi mente dice: a Jennifer.
—A Jennifer —contesta—. Tenemos cosas en común y seguro que nos lo
podemos pasar muy bien.
Jennifer le acaricia el pelo y le sonríe. Y después, de un modo más
taimado, vuelve a mirar hacia Axel. Se las cazo todas a la chica esta. Y ya
he dicho que no me gusta. No lo veo ni medio normal.
—Muy bien —hablo entre dientes y con la mosca detrás de la oreja—.
¿Adán? ¿Qué tentadora vas a elegir?
—Edurne. Es una tía supermaja y muy divertida, y quiere dedicarse al
pádel. A lo mejor puedo ser su representante.
La rubia Edurne se echa a reír y le da un beso en la mejilla.
—Por supuesto que me puedes representar, señorito.
Debo admitirlo. Hacen buena pareja. Pero Adán también hace muy buena
pareja con Julia. Me temo que todo esto los va a sacudir un poco. Y Julia
me cae muy bien. También Edurne. Pero lo cierto es que creo que esta
pareja se quiere mucho y de verdad, y me daría pena que saliese mal.
Y llega el turno de Genio.
—Bueno, Genio. De las cuatro tentadoras que querían conocerte, ¿con
quién te vas a quedar para tu cita?
—Con Rosario —contesta muy resuelto.
Rosario es una cubana con cuerpo de modelo que es profesora de salsa.
Vaya con Genio…
—¿Por qué has elegido a Rosario?
—Porque bailo como un pato. Y Faina baila de maravilla. Quiero que
Rosario me enseñe a bailar igual de bien para que Faina quiera ir a sus
convenciones conmigo. Así puedo lucirla delante de todos.
Es que me lo como. Genio lo hace todo pensando en los dos. Y seguro
que a Faina le va a encantar la idea. Dicho esto, me levanto de la silla y les
recuerdo que mañana empieza la primera cita y que recuerden que en este
programa todo va a ser sorprendente e inesperado.
Sí, mejor que se preparen, porque les va a tocar, no solo conocerse y
abrirse a otros, sino también competir para ir haciendo hucha.
Y no van a ser pruebas fáciles.
Pues como el amor, que tampoco lo es.
Cuando salgo de la villa, paso de largo a Eli, que está ofuscada con lo
que está viendo de mi hermana. Pero hablaré con ella luego. Ahora quiero
hablar con Axel.
No quiero parecer paranoica, pero he visto algo raro y quiero asegurarme
de que todo está bien.
Él ya no está tras la cámara, no sé ni cuándo se ha ido, y los de sonido me
dicen que se fue al tráiler para asegurarse de que todo el material está bien
grabado.
Pues allá que voy.
Capítulo 18
Axel y yo hemos dormido toda la noche abrazados. Creo que no hay nada
que me guste más que dormir con él. Y eso que es enorme y que le encanta
pegarse a mí y busca siempre contacto. Adoro eso de él.
Y esta mañana se ha ido muy temprano a controlar las cámaras y las
grabaciones. Me preocupa, porque sé que no duerme demasiado. Le pasa a
menudo cuando tiene tanto trabajo. Aunque también le gusta mantenerse
ocupado y además le apasiona lo que hace. Supongo que, cuando te gusta
tanto aquello a lo que te dedicas, deja de ser una amargura madrugar.
A mí me sucede lo mismo. Me gusta ayudar, me gusta tratar con mis
pacientes y tener mi propia consulta y mi espacio para escucharles. Me
gusta mi Diván, y ahora, esto también me entretiene, porque hace que
piense en otros dramas que no sean los míos.
Pero odio madrugar. Es que lo odio.
Sin embargo, hoy por la mañana, cuando me levanto, me doy cuenta de
que no puedo alargar más una de las cosas que me están preocupando desde
hace días. Porque ya hace demasiados días. Y no es normal en mí.
Os lo voy a decir: la verdad es que me tendría que haber bajado la regla
hace una semana.
Sí.
Pero mi amiga comunista no lo ha hecho.
No le he dicho nada a Axel, porque no creo que sea nada serio, y porque
planteármelo, es demasiado increíble incluso para mí. Pero hoy, al
despertarme, después de la noche que hemos pasado, lo primero que me ha
venido a la cabeza es que podría estar embarazada. Podría ser una
posibilidad. Axel y yo tenemos relaciones sin preservativo, yo me tomo la
píldora. Pero todos sabemos que, a veces, no es todo lo protectora que
quisiéramos.
Así que he llamado a Eli, la he ido a buscar a su habitación y antes
incluso de ir a desayunar, le he pedido que me acompañase a una farmacia
de Samaná.
La pobre Eli está hecha polvo. Sé que lo está pasando muy mal por culpa
de mi hermana. Así que sale de la habitación con las gafas de sol puestas,
un sencillo vestido de algodón negro, corto y de tirantes que deja ver el
tipazo que tiene y su pelo rubio suelto y me dice:
—¿Has visto el vídeo de Carla y Carlos en la habitación?
—No he visto nada todavía —contesto.
—¿No te ha enseñado Axel nada?
—No. —Hemos aprovechado el tiempo haciendo otras cosas, pienso.
Eli resopla un poco compungida.
—He pasado una noche de mierda. Así que dime qué es tan urgente y
adónde vamos tan temprano y sin tomarme un café.
—Hace una semana que no me baja la regla.
Eli cierra la puerta tras ella, abre la boca y no dice ni mú, hasta que
pasado unos segundos comenta:
—Estás de coña.
—Te juro que no —mi cara lo tiene que decir todo.
—¿Una semana?
—Sí.
—Pero si tú eres un reloj —parece una figura de piedra.
—Eso mismo pienso yo.
—Joder, Devo.
—Joder, Vane —la agarro del antebrazo y tiro de ella para bajar por las
escaleras y salir de la casa—. Vámonos.
Algunos del equipo están preparando los burros con la ropa que tengo
que ponerme, han venido los del catering a traer el desayuno. Nos lo traen
todo: desayuno, merienda y cena. Todo recién cocinado. Y se encargan de
llenar la despensa para que no falte de nada en una mansión con quince
personas.
También tenemos servicio de habitaciones, pero vienen un poco más
tarde y nos dejan todo como en el primer día.
Matilde no está en el salón. Y los cámaras tampoco, porque muchos de
ellos se quedan haciendo horas en los tráileres controlando todos los
monitores. No está pagado lo que hacen.
El chófer nos espera en la salida de la Villa. Cuando nos subimos, Eli me
mira y me dice:
—A ver, puede ser una falsa alarma.
—Por eso me voy a comprar un test de embarazo.
Para comprobarlo.
—Joder —susurra incrédula—. ¿Y lo sabe Axel?
—Qué va. No le he dicho nada. No es algo en lo que haya estado
pensando. He tenido la cabeza como un bombo estas semanas, Eli. Mucho
estrés. Igual no es nada.
—O igual sí lo es —se muerde el pulgar solo para atenuar los nervios—.
¿Y si estás embarazada?
Es que con solo oír la palabra se me congela el pecho de los nervios. Es
una sensación muy extraña y angustiosa.
—No digas eso, por Dios. No he pensado en eso. No ahora… He estado
tomando la píldora para que eso no pase —cuanto más hablo de esto, más
nerviosa me pongo.
Eli me toma la mano y me tranquiliza:
—Está bien. No pasa nada. No te preocupes. Hagámonos el test y a ver
qué sale. Vamos a tranquilizarnos.
Me quedo mirando el paisaje por la ventana del Evoque negro que nos
lleva a todas partes. La posibilidad de estar embarazada de Axel me da un
vértigo que me deja tiritando. Aunque, también, hay algo en mí que me
inspira ternura e ilusión. Y sé que no es el momento, sé que hay mucho en
lo que tenemos que mediar y trabajar ambos, pero un churumbel moreno y
de ojos verdes me provoca dulzura en el corazón. Y es una tontería, ya lo
sé. Pero solo pensar en que puede ser una posibilidad, hace que me plantee
lo de tener hijos, y me doy cuenta de que puede que sea algo que sí quiera
para nosotros en un futuro o cuando venga.
Llegamos a la farmacia llamada Giselle. En Santa Bárbara número tres.
Y nos atiende una señora de unos cincuenta, con el pelo trenzado, unas
caderas generosas y la piel de ese color moreno azulado que me parece tan
bonito. Lleva unas gafas de montura metálica de color rosa.
—Buenos días —entramos con prisa.
—Buenos días. ¿Qué necesitan?
—Quiero un test de embarazo.
La señora se echa a reír y niega con la cabeza.
—Ya me han venido varias pidiendo lo mismo. La República
Dominicana es una incubadora de bebés —sacude el dedo índice ante
nosotras—. Tengan cuidado.
Eli y yo sonreímos, aunque estoy tensa. Nunca me hubiera imaginado
comprando un test en Samaná para ver si estoy preñada. Esto es muy fuerte.
Porque cuanto más lo pienso más real me parece.
La señora se va adentro y sale al cabo de un par de minutos con una
cajita.
—Solo me quedan de estos.
—Ah —miro la caja—. ¿Y son fiables? Ella se echa a reír y dice:
—Si apuntaron bien, sí.
Eli abre los ojos sorprendida, pero a la farmacéutica le importa muy poco
lo que piensen los demás. Debe estar harta de ver casos como estos.
—Me lo llevo —decido con una sonrisa tímida.
—Me piden mucho el test. También la pastilla del día después y algunos
condones con sabor a Ibuprofeno. Estoy sacando la tarjeta para pagar,
cuando mi cerebro registra sus últimas palabras. Me detengo y la miro con
una ceja levantada suspicazmente.
—¿Es en serio?
—Sí, señorita —asiente—. Me piden condones con sabor Ibuprofeno
para cuando a ella le duele la cabeza.
Lo dice tan en serio que no sé si reírme. Pero Eli lo hace por mí.
—Eso no puede ser verdad —murmura mi amiga.
—No subestimen la inteligencia humana. Un niño vino preguntando si
teníamos Saliva de Madre.
—¿Qué? —estoy hipnotizada con el rictus de esta mujer y su manera
inexpresiva de contar las cosas.
—Sí, porque decía que servía para todo. Para los golpes, las heridas, para
peinar cejas y pelo y quitar manchas de la cara. Que era un todo en uno.
—Tiene usted para un libro —digo esperando a que me pase el datáfono.
Cuando lo hace, ella me asegura que solo es el principio. Que tendría
para una saga.
Cuando acabo de pagar, guardo el test en mi capazo y me doy la vuelta.
Y las dos nos damos de bruces con un señor bajito que se parece a Will
Smith en Hitch en su ataque de alergia, con la cara inflamada hasta las
orejas. Impactante.
Pero antes de salir de allí, nos da tiempo a escuchar la conversación del
mostrador.
La farmacéutica le dice:
—No me lo diga: antihistamínico.
—No, vengo a por un trifásico, si le parece.
Eli y yo salimos de allí mirando el nombre de la farmacia, y riéndonos de
la situación.
Una vez en el coche, ella lee el prospecto y me dice:
—En ayunas. Es mejor en ayunas. Perfecto, no comeremos hasta que nos
lo hagamos.
—Eli, el test es para mí, lo sabes, ¿no? Ella alza la barbilla y dice:
—Soy la madrina de ese posible garbancito. Y es tan tuyo como mío —
se golpea el pecho con una mano—. Y no hay más que hablar.
Quiero a Elisabet por muchos motivos. Porque siempre ha estado a mi
lado en todas las cosas buenas que me han pasado, pero nunca tuve que
pedirle que estuviera en las malas, porque venía sin necesidad de que yo la
reclamara.
Solo espero, por el bien de todas y de nuestro grupo de Supremas de
Móstoles, que mi hermana y lo que sea que le pase, no joda lo bonito que
tenemos.
No lo soportaría.
Estoy sentada en la cama. Esperando pacientemente el resultado del test.
Dice que hay que esperar unos minutos.
Y para que la espera se me haga más llevadera, Eli me ha enseñado el
vídeo de la secuencia de mi hermana Carla y Carlos en su habitación.
Se ha hartado de verlo muchas veces.
Yo no. Pero me quedo abducida por la escena. Es invasivo mirar qué
hacen por una mirilla, pero verlo en pantalla es aún más incursivo.
Carla y Carlos están los dos tumbados en la cama. No hacen nada, no se
tocan, pero Carlos está mirando al techo, abriéndose a Carla como si ella
fuera su psicoanalista.
—Es imposible que yo pueda hacer nada de lo que hago aquí estando
afuera —explica él mirando a mi hermana.
—¿A qué te refieres?
—Martina es muy estricta conmigo. Es una obsesa de la alimentación y
la definición. No puedo tomarme nada con ella, no puedo salir a comer si
no es con tuppers, no puedo comer según qué alimentos, y nada de tener
amigas. Las amigas son el demonio. Solo ella puede estar cerca de mí —
Carlos habla de ello con una claudicación que hasta a él le sorprende.
Carla sonríe y hace que no con la cabeza.
—No entiendo por qué querrías tener una relación con esas cláusulas.
Todo son prohibiciones. Espero que, al menos, disfrutéis del sexo.
Carlos permanece en silencio. Carla lo mira de reojo y susurra:
—Vale, ya veo que eso tampoco.
Sus ojos azules miran a la nada. Da la impresión de que se está dando
cuenta de que es un miserable y de que su chica ha tenido demasiado poder
sobre él.
—Cuando nos conocimos en el gimnasio, yo era un chico que estaba
bien, me cuidaba y ella era un cañón. Era el cañonazo del Gym, ¿sabes lo
que te digo? La mujer por la que todos suspiraban y a la que todas se
querían parecer. Martina no tiene cuerpo de culturista. Pero está definida
donde tiene que estar, y sus pechos están muy bien operados, así que tiene
cuerpazo, pero se lo trabaja.
Cuando se fijó en mí, no me lo podía creer —reconoce.
—¿Por qué no? Eres un chico muy guapo, Carlos.
Y simpático. ¿Por qué no se iba a fijar en ti?
—Porque ella es mucho mejor que yo.
Les pasa a muchos. El complejo de inferioridad con su pareja. Hay un rol
tóxico en el que uno siempre pretende estar por encima del otro porque cree
que así será más atractivo. Para crear sombra y oscurecer a lo demás que
tenga alrededor. En este caso, es Martina quien siempre ha querido estar por
encima de Carlos.
—Creo que te ves de menos, Carlos. Tu pareja debe valorarte y debe
hacerte brillar. Y no opacarte.
Carlos se la queda mirando fijamente.
—Debes de ser la mejor pareja del mundo.
—¿Yo? —se echa a reír—. Qué va.
—¿Y por qué una mujer como tú está en un programa como este? Tú
tienes que ligar un montón. Debes tener una fila de tíos detrás.
La cara de mi hermana es de chiste. Supongo que está pensando: «y
también tengo una mujer que los espanta a todos». Pero eso no se lo puede
decir.
—Mi historia con los hombres es complicada. No he tenido suerte y no
he elegido bien —reconoce con algún que otro pesar—. Los hombres que
me gustaban resultaban ser gandules y niños que esperaban ser mantenidos.
Pero eso lo descubría cuando ya era tarde.
—Uff… conozco a unos cuantos de esos. Pero ¿sabes qué, morena? Ellos
se lo pierden —le da un golpecito en la nariz—. No está hecho el caviar
para los cerdos.
—Tampoco hay corral para tantos —Carlos se ríe del comentario—. No
sé. Creo que no he tenido suerte. Pero también te digo que mi ex, que es un
despropósito, me dejó lo más bonito de mi vida. A Iván. Mi hijo.
Carlos se queda sentado de golpe en la cama y la mira con una sonrisa de
oreja a oreja.
—¿Tienes un crío?
—Sí —contesta ella bostezando—. Mi hombrecito.
—Yo quiero ser padre. Quiero ser papá algún día, pero Martina no quiere
quedarse embarazada por lo que supone para su cuerpo. ¿Cuántos años
tiene tu hijo?
—Cinco.
—Yo me llevo superbien con los niños.
A ella le agrada que diga eso. Lo mira con cariño y algo más.
—¿Cómo es ser madre soltera?
—Es duro. Pero muy gratificante. Además, siempre he tenido la mejor
ayuda. De mi hermana y de mi… de mi amiga. Y mi madre.
—¿Pues sabes qué creo?
—Que puede que todavía no te haya llegado el hombre adecuado.
—¿Y quién es el hombre adecuado, Carlos? —Ahí está jugando.
—Uno que debe quererte a ti y a tu hijo por encima incluso de sí mismo.
Para mí la familia y la fidelidad es sagrada. Porque es una mierda crecer sin
padre. Te lo digo yo que he crecido solo con mi madre.
Es la cara de Carla. Es su expresión la que me dice que esa suposición la
ha trastornado. Y Eli también se ha dado cuenta de eso, por eso está tan
triste y nerviosa. En los ojos claros de mi hermana hay una pregunta
abierta: ¿y si hay un hombre para mí? ¿Y si Eli es solo fruto de haberme
rendido con los hombres?
Es todo muy confuso. Las imágenes no lo dicen todo y nadie está dentro
de la mente del otro para presuponer así. Pero entiendo que a Eli el juego la
esté superando.
Porque ella no tiene esas dudas.
El vídeo se para ahí, y yo me quedo dándole al play a ver si puedo ver
más.
Eli, que está apoyada en la puerta del baño con su estado de ánimo
reflejado en su bello rostro me dice:
—No hay más. Después de eso, Carla se queda frita y Carlos también.
Han dormido juntos. No revueltos, pero sí juntos.
—¿Han dormido juntos en la misma cama?
—Sí —responde Eli sin bajarme la mirada—. Es lo que hay.
—Bueno, no han hecho nada. Todo está bien.
—No. Nada está bien. Carla me prometió que no entraría al trapo con
ninguno. Pero Carlos está ahí. Presentándose como el hombre que ella
siempre quiso para sí misma —se pasa las manos por la cara y después da
media vuelta para internarse en el baño—. Intento mantener la cabeza fría
—me asegura—. Pero me estoy volviendo un poco loca—se queda unos
segundos callada—: Becca, ven.
—¿Qué? —me levanto de la cama y voy hacia allá.
—Ha salido algo, pero no sé qué significa. Cuando entro en el gigantesco
baño que tiene jacuzzi y las paredes y el suelo son de porcelana beis, Eli
mantiene su mirada concentrada en el test.
Tomo el test con las manos y veo una línea muy tenue. Hemos esperado
quince minutos.
La línea es rosa pero muy flojita.
—¿Esto qué es? —pregunto—. La línea debe ser muy roja y no así…
—No sé, ¿igual quiere decir que tienes medio garbancito?
—Me acabo de hacer una prueba y sigo sin saber si estoy o no estoy. No
entiendo nada. La línea es muy tenue.
—Se lo preguntaremos a la farmacéutica —me dice Eli—. A lo mejor
tenemos que hacernos otro. Esto no es nada concluyente. La línea del
positivo tiene que verse clara y no se ve, parece muy difuminada.
Resoplo, guardo el test en la caja y lo lanzo en la basura del baño. Este
no me va a valer. Cuando pueda, iré a hacerme otro. Hoy va a ser imposible
porque ya tengo todo el día ocupado con grabaciones.
—Tengo hambre, estoy depresiva —asegura Eli—, no sé qué le está
pasando a mi chica y tampoco sé si tenemos un bebé o no. Ahora mismo, sé
menos de la vida que un cavernícola de ingeniería. Por favor, vamos a
desayunar ya.
Asiento cien por cien de acuerdo con ella. Yo también tengo hambre y
esto me ha abierto más el estómago. Sigo igual que cuando me he
despertado. Estoy haciendo un Sócrates en toda regla: Solo sé que no sé
nada.
Capítulo 23
Después del episodio con Macarena, hemos vuelto a rodar. Pero nos hemos
tomado nuestro tiempo. Maca ha vuelto con los chicos, mucho más
calmada. A la noche, la volveré a ver en la sesión de cine, y me aseguraré
de que esté lo mejor posible.
Quentin ha colmado a Maca de todas las atenciones del mundo. Él la
mira como hay que mirar a alguien delicado. Le transmite confianza y le
está ofreciendo una amistad sincera. El boriqua se la ha ganado con su
encanto y su sinceridad.
Antes de que todos se fueran, Faina me ha dirigido una mirada que venía
a decirme que Maca necesitaba ayuda y protección. Las dos estamos de
acuerdo. Y también Eli. Cuando hemos salido del escondite de las
palmeras, he estado hablando un rato con ella, que lo ha visto y oído todo al
lado de Axel.
—¿Qué opinas, Eli? —le he preguntado, mientras ambas mirábamos
cómo Maca volvía con el grupo y aceptaba sus atenciones.
Eli se ha cruzado de brazos y ha movido la cabeza haciendo negaciones.
—No pinta bien.
—¿Crees que Juanjo…?
Eli arquea sus maravillosas cejas rubias y asiente.
—No tengo ninguna prueba, pero tampoco ninguna duda. Esto es un
marrón, porque siendo la profesional que soy y sabiendo que estamos en un
reality , no puedo permitir que esa chica salga de aquí con él.
Axel lo escucha todo y se acerca hasta nosotras con la cámara al hombro
y la frente un poco sudada de aguantar el peso.
Me mira de esa manera que me hace sonreír y entonces interviene en
nuestra conversación.
—Primero, eres un animal televisivo y has estado soberbia —dice muy
orgulloso de mí—. Y segundo, no querría tampoco que esa chica vuelva con
ese energúmeno. No me cae bien. Juanjo es el típico que quiere caer bien a
todo el mundo, que sabe cómo manipularlos sin que nadie sospeche nada.
Por eso en su villa lo adoran. Pero es así porque no quiere que nadie adivine
jamás cuál es su verdadera cara y el monstruo que es con su chica. No
debemos permitir que salgan de aquí juntos.
—No podemos hacer nada —contesta Eli—. No podemos intervenir. La
única que puede decidir es Maca. Nosotros solo podemos aconsejarla y
ayudarla a que vea lo que le está pasando, como tan bien ha hecho Becca,
pero no debemos cruzar los límites.
Me frustro al escuchar eso, porque sé que tiene razón. Axel aprieta los
dientes rabiosamente y entonces exclama:
—Maca cree que lo quiere y que está enamorada. Seguramente, Juanjo le
habrá hecho muchas putadas a lo largo de su relación, pero eso no le hace
tanto daño como la ofensa de sentir que la está engañando con otra. Hay
mujeres que solo reaccionan a eso, a la infidelidad. A verlos con otras. Para
las que no pasan por esas cosas, es humillante y sin sentido ver a otra
reaccionar así y comportarse así, sin orgullo, sin dignidad… pero son
consecuencias de estar con un hombre de ese tipo. Las destruye. No
reaccionan nunca a los golpes o las humillaciones, por eso aguantan tanto.
Pero si ese hombre que tanto repite que las quiere está con otra… ahí otro
gallo canta.
Ojalá sea así, pienso. Ojalá Maca se dé cuenta de eso y vea lo que tiene
que ver. Está pasando por algo terrible, y su novio la está maltratando de
muchas maneras. Esta noche tiene la oportunidad de darse cuenta de con
quién está.
Después de esa pequeña charla, cuando vuelvo con el equipo para
prepararnos para las pruebas con los chicos y sus tentadoras, Matilde se
coloca a mi lado y me mira de arriba abajo aprobándome con sus ojos
sabios.
—Eres muy buena. Sabía que lo eras en lo tuyo, pero verte en acción y
escucharte… es muy inspirador.
—Gracias, Matilde. ¿Crees que es ético que esas imágenes que ha
grabado Axel se emitan?
—Es posible que tu charla ayude a reconocerse a muchas mujeres —
apaga el cigarro eléctrico que huele a María—. Pero que sea ético o no no
importa. A los jefes solo les interesa la audiencia. Y eso va a hacer mucha.
—No quiero traicionar la confianza de Macarena.
—No estás traicionando nada, Becca —me habla como si no tuviera
remedio—. Maca sabe dónde se ha metido: está en un reality y todo se va a
grabar.
—Lo sé.
—Tengo una pregunta —me mira de manera circunspecta—. ¿querrías
ser mi terapeuta? Ahora estoy con dos. Se llaman Jack y Daniels. No me va
mal —se ríe de su propio chiste y yo me rio con ella. Y seguro que es hasta
verdad—. Pero nunca me replican y no me gusta que me den la razón como
a las locas.
—Cuando acabemos el reality , siempre podrás venir a verme a la
consulta de Barcelona —le guiño un ojo, porque confío en poder seguir
haciendo lo que más me gusta—. ¿Pero hay algo a lo que le tenga fobia una
tía como tú?
—¿Te parece poco a la vida? —su ceja derecha negra se eleva y me mira
de refilón—. Es imposible estar cuerdo e intentar comprenderla. Por eso la
mayoría no quiere ni pensar en ella y se limita a hacer todos los días lo que
cree que sabe hacer. Hacemos locuras por amor, por dinero, por fama…
pero la locura mayor es vivir esto siguiendo las reglas. A mí, a veces, me
gustaría poner una bomba y… —sonríe como una desquiciada—, ¡boom!
Pero no lo hago. Por ejemplo, nos enseñan a reciclar, pero no en qué
contenedor tirar a los gilipollas.
—Los caminos del señor son inescrutables ¿no dicen eso? —digo
siguiendo su tono tragicómico.
—Eres un pozo de sabiduría, muchacha —bromea—. Ahora ve con
maquillaje —corta el tema de golpe—, que te den un par de retoques antes
de grabar la segunda tanda del toro.
Y me va a costar estar en el mismo lugar que el hombre que ha logrado
reducir a una chica como Macarena hasta convertirla en la sombra de sí
misma.
Pero soy una profesional. Y aunque me repatee el estómago, voy a hacer
lo posible para que no se me note lo evidente: que es el que menos me gusta
de todos.
Capítulo 26
Noche de cine
En la bahía está todo listo. Hay nervios en el equipo. Sabemos que es una
noche que puede ser fatídica para algunos, y que después de lo que vayan a
ver, más de uno tendrá ansiedad y pedirá algún tranquilizante.
Porque a muchos les cuesta gestionar los conflictos del corazón y la
dependencia emocional.
Rebe está acabando de maquillarme, y me acaba de poner brillo de
labios, y cuando acaba conmigo se centra en Eli, que está a mi lado sentada,
ya que, como psicóloga, puede que deba intervenir para tranquilizar a los
participantes y frenar la velocidad con la que sus cerebros se montan
películas y ven cosas que no son. Eli se encargará de analizar esos
comportamientos y mostrarles cómo parece que son en pareja y qué podrían
hacer para sentirse mejor.
No la veo nerviosa, además, Rebe le está diciendo alguna cosa que la
hace reír.
Eli va de negro y yo de morado. Eli lleva un mono pantalón que la hace
sexi y la muestra como una mujer con mucho poder y seguridad en sí
misma. Yo llevo un mono pantalón largo, parecido al de ella, aunque el mío
tiene encajes por el torso y se transparenta la piel. Antes, al vernos, nos
hemos reído. Parecemos Mérida y Aurora que se van de Karaoke.
La carpa de la bahía está lista con una grada en la que las chicas se van a
sentar frente a una pantalla gigante. Eli y yo estamos sentadas en nuestros
taburetes de mimbre, alejadas de ellas, pero también frente a la pantalla.
Rebe se va, y nos quedamos ella y yo con el foco lejano que nos ilumina
y a Axel alzando el pulgar.
—Vamos, nena. Lo vas a hacer muy bien —me anima. Está en la misma
línea de Matilde.
—¿He oído nena? —exclama Matilde de repente. Se ha dado cuenta—.
¿Nena a la una? ¿Nena a las dos?
¡Nena a las tres! ¡Adjudicado para el moreno de ojos verdes!
—Matilde, deja de fumar con esos aparatos electrónicos que te afectan al
oído —le pide Axel intentando disimular.
Yo carraspeo, no quiero conversaciones de este tipo por el pinganillo.
—Cuando digáis, dadme paso.
—Ya mismo —dice Matilde obligando a todos a ponerse en sus puestos y
mantenerse en silencio—. Los chicos entran… ¡ya!
Y dicho y hecho.
Los cuatro chicos aparecen en la hermosa carpa circular con techo,
bóveda y barandas de madera blanca, para presenciar el cine por primera
vez. Van muy acicalados y muy guapos los cuatro. Genio tiene buen gusto y
eso lo hace parecer más resultón, a pesar de ser muy alto y espigado y tener
la carita que tiene.
—Buenas noches a los cuatro.
—Hola, Becca —a todos se les van los ojos hacia Eli. Le suele pasar.
Siempre llama la atención. Yo lo hago por mi pelo, y ella porque está muy
buena.
—Ella es Elisabet. Está aquí en calidad de psicóloga —les explico con
calma—. Esta noche puede ser un tanto dura para algunos de vosotros, y es
posible que necesitéis escuchar las valoraciones que da Eli a vuestra
situación. Sus consejos serán valiosos para vosotros, para que conservéis la
calma. Lo que vamos a hacer es que vais a ir viendo imágenes de vuestras
parejas. Y después hablaremos de cómo os sentís y de lo que habéis visto.
Genio sonríe con sosiego, como el que sabe que nada de lo que vea le va
a afectar y asiente como un niño bueno. Juanjo se cruje el cuello a un lado,
Carlos parece muy nervioso y Adán es el más tranquilo de todos.
Y empieza la avalancha de imágenes. Las ponemos todas una detrás de
otra, para que vean lo que hacen en Villa Chicas. Y parece una película,
ciertamente.
Hay imágenes de bailoteo, de tonteo, de besos, de sobeteo, y de
confesiones en situaciones más o menos íntimas.
Es un poco violento ver cómo a ellos se les va cambiando la cara al ver a
sus novias hablar y jugar con otros con una confianza que en situaciones
normales no sería adecuada. O, al menos, eso creen ellos.
Pero advierto cómo varía la energía de unos y de otros y cómo se apoyan
y se compadecen.
Empiezo por Adán. Él se mantiene estoico. No hay muchas imágenes
comprometedoras de Julia, pero los de edición se han currado mucho los
vídeos para darle más hincapié a gestos como una caricia, un abrazo o un
beso en la mejilla.
—Adán —le sonrío con ternura—. ¿Qué te parece lo que has visto de
Julia?
El guapo representante de deportistas que tiene la barbilla partida por un
surco muy masculino, carraspea y se frota las manos dispuesto a contestar.
—Lo primero que tengo que decir es que está guapísima. Es hermosa, mi
chica —reconoce. Y sí, no se le puede quitar la razón. Porque Julia es un
mujerón—. Lo segundo es que… —sacude la cabeza, un poco contrariado
—, no me gusta lo del hielito. Pero es un juego y se lo están pasando bien y
no puedo decir que esté haciendo particularmente algo que me decepcione.
—¿Qué te parece la relación que tiene con Naim?
¿Crees que es su tipo? —le pregunto.
—Creo que su tipo soy yo —argumenta—. Pero Naim se ve un buen
chico y no sé si podría llegar a hacerle gracia si no estuviera conmigo —
responde con sinceridad—. Pero mentiría si dijera que no me molesta su
complicidad. Lo que pasa es que Julia es así —señala la pantalla—, entra
por los ojos, es simpática con todos y te acaba enamorando. Cuando estás
con ella, te hace sentir como si no hubiera nadie más. Y no sé si es
consciente de eso.
Ahí ya veo una grieta, y estoy segura que Eli también la ve.
—¿Insinúas que le gusta gustar y es coqueta?
—A todos nos gusta gustar —replica Adán—. Pero ella, por su trabajo, lo
hace innatamente…
—¿Habéis tenido algún problema por eso? ¿Porque Julia es una mujer
que gusta mucho a los hombres? — quiero saber.
—Es algo que hemos discutido alguna vez. En su club, en la zona en la
que vivimos, ella es muy conocida. Y siempre la requieren. Y… bueno —se
pasa las manos por el pelo rubio. Sabe que se está poniendo nervioso y que
lo que dice igual no es correcto—. Da igual.
—¿Te gustaría que Julia no fuera tan encantadora con todos?
—Lo que me gustaría es estar tranquilo y no verla rodeada siempre de
ricachones y moscardones que quieren otra cosa de ella.
—¿Y crees que ella no se da cuenta?
—No estoy seguro. A mí me molesta. Y aun así ella nunca ha cambiado
eso. Y para muestra un botón: ya tiene al tipo ese enamorado y comiendo de
su mano —resopla.
—Pero, Adán… ¿confías en ella? No me queda claro.
—Sí —contesta con la boca pequeña.
—Entonces… ¿estás así porque estás celoso? Adán mira al suelo con
frustración.
—No me gusta.
—¿Te gustaría escuchar la opinión de la psicóloga? —pregunto con
suavidad.
Él dice que sí.
—Creo que Adán se siente amenazado y cree que Julia le debe un respeto
—dice Eli con voz alta y clara, y una pierna cruzada sobre la otra—. No le
gusta ver a su novia cerca de otros y viendo que los demás la miran como la
mira él. Y se siente uno más, en vez del elegido. Pero Julia lo respeta. Ella
es así con todos. Sean hombres o mujeres, ¿me equivoco?
—Sí —dice.
—Julia es una hechicera. Es una figura de poder y una mujer que seduce
de un modo inconsciente. Pero no lo hace porque le guste hacerlo. Lo hace
porque es su manera de ser, forma parte de su personalidad ser encantadora.
Y a nivel profesional también lo es. Creo que tienes que trabajar la
seguridad en ella y en ti mismo, Adán. O puede suceder que ella se sienta
muy ofendida por tus dudas. Julia también tiene mucho temperamento. Las
mujeres poderosas lo tienen —le advierte—. ¿La ves capaz de serte infiel?
Adán se lo piensa unos segundos, que van a ser fatales para él. Lo sé
porque, en algún momento, le mostrarán a Julia esta precisa secuencia.
—No. Pero me gustaría que no fuera tan encantadora porque,
lamentablemente, habrá tíos que se crean que por ser así ella les está
abriendo la puerta. Y, a lo mejor, tanto va el cántaro a la fuente que este se
acaba rompiendo.
—¿Eso es un reflejo de lo que tú piensas? —le pregunto a Adán un poco
ofendida.
—No. Yo no pienso así —sentencia más afectado por el vídeo de lo que
le gustaría—. Pero soy un hombre. Y sé en qué piensan muchos hombres.
—Creo que Adán, para sentirte mejor hoy, debes pensar que Julia ha
tenido ese poder siempre, y nunca ha hecho nada que deba ofenderte. Es un
prejuicio tuyo y es algo en lo que se debe trabajar.
—¿En aceptar que le ronden los tíos?
—No —contesta Eli con una voz inflexible—. En el miedo que te da que
haya una posibilidad de que un día tú seas desbancado por otro.
Pfff. Madre mía. Lo va a hundir.
Adán se remueve en la grada, y entrelaza los dedos de sus manos de un
modo reflexivo.
—Pero, Adán, tienes algo muy bueno. Tienes mucha capacidad para
abrirte y para decir qué te gusta y lo que no. Y eso es valiente en una
relación. Porque no impones. Te expresas, pero no prohíbes, por poco que te
guste lo que ves. Eso es flexibilidad emocional.
Y ahora, Eli acaba de dorarle la pildorita. Y hace bien. No quiero que
Adán se quede reventado.
Después de él viene Genio, que está tranquilizando a Adán diciéndole
algo como: «tío, si no ha habido nada. No hay nada. Tranquilo».
Qué sabio es Genio.
Aún recuerdo las imágenes de Faina, y vistas así en cine, son
desternillantes.
—¿Cómo estás?
—Muy bien. Un poco quemado por el sol, pero bien.
Quemado por el sol, dice. Si parece un gambón mi querido amigo.
—Genio, ¿qué tienes que decir de lo que has visto de Faina?
Él se echa a reír y me mira sabedor de que ambos la conocemos a la
perfección.
—Que es ella. Que todo ese show, toda esa alegría de vivir, toda esa
fiesta y esas descargas eléctricas, es ella. Y a mí me hace feliz ver que es
ella misma siempre. Porque yo me he enamorado de ella así.
—¿No has visto nada de Faina que te pueda incomodar? ¿Nada de ella
con Nene, su tentador?
Genio niega afanadamente.
—Ahí no hay nada. Nene es un tío majo, pero no me gusta que insinúe
que puede ponerla a dieta cuando ella quiera. Faina es guapísima tal y como
está. Y ella lo sabe.
—¿No te intimidan sus tentadores?
—Faina baila salsa y en esas noches se rodea de hombres increíblemente
guapos, que es justo lo que yo no soy. Y nunca ha hecho nada con ellos. Esa
casa está repleta de guapos, pero Faina ha pasado esa fase de quedarse solo
en la coraza. Ella y yo hemos pasado mucho, y encontrarnos ha sido un
regalo del Diván. Y hemos superado muchas fobias juntos —aclara
emocionándome por su honestidad—. Con el tiempo, uno descubre que hay
una fobia real al verdadero amor cuando aún no se conoce. Pero cuando lo
encuentras, como nos ha pasado a mi gordita y a mí, decides que tienes que
vivirlo y que ya no hay nada que temer. Sé que voy a salir de aquí con ella.
Me aclaro la garganta porque tengo una pelusilla emocional que se me ha
hecho bola.
Miro a Eli, y como no soy capaz de hablar, ella es la que interviene.
—La relación de Genio y de Faina, es una relación forjada en la
supervivencia. Y es sólida. Es una roca. Encontrarse, como bien dice él, ha
sido un regalo. Y como la vida los trató tan mal, ahora saben reconocer
cuándo algo vale la pena o cuándo un regalo está hecho de corazón. Es una
relación que va más allá de la forma. Es espiritual. Y eso hace que Genio no
sienta celos al ver a otros cerca de su chica, porque está convencido de que
lo suyo es real, y que todo lo demás, es paja. Creo que está llevando muy
bien la separación —reconoce Eli—, y no veo comportamientos a tratar.
Aunque, sí le diría a Genio, que deje de creer que las demás chicas no
pueden estar verdaderamente interesadas en él. Porque siempre puede haber
alguien que vea más allá, y todos tenemos nuestro propio encanto.
—¿Crees que alguna se va a enamorar de mí? —se ríe abruptamente.
—Las tentadoras están aquí para vivir una experiencia como tú. Y, como
bien sabes, muchas pueden sentirse atraídas por una personalidad
arrolladora, compasiva y llena de humor como la tuya. Así que, vive
también la experiencia y no te cierres.
Las palabras de Eli han calado en Genio y le han hecho mucho bien.
Porque este hombre es puro amor y ha sido puro dolor, y no quiere volver a
pasar por situaciones que le hieran, por no esperar mucho de nadie, excepto
de Fai, y por ese motivo se protege con su humor y le quita hierro a todo.
No tomarse las cosas demasiado en serio hace que la vida sea más un juego
y se convierta en algo liviano. Pero el humor tiene que ser una fuga puntual,
no una constante ni un escudo.
Cuando le ha llegado el turno a Carlos, este estaba pálido. Porque
Martina, de todas, es la que más la ha liado. Y eso afecta también en Eli,
porque Carlos encontrará apoyo en mi hermana.
Con el juego de los hielos, Martina se desfasó, y aprovechó y metió
lengua a Sisco, y después, bailando con él, se frotó contra él como Aladdin
frotaba la lámpara. Carlos se pasa la mano por su cabeza rubia y rasurada y
hace «noes» con la cabeza.
—¿Carlos? —pregunto—. ¿Estás bien?
Él se encoge un poco y parece que se emociona.
¿Está llorando? Confirmamos. Está llorando.
—Carlos… ¿puedes hablar?
—¿Se ha besado con él? Yo he visto lengua.
Genio hace que sí con la cabeza y mira al frente muy digno.
—Ha habido filete —sentencia el de Cangas.
—Joder… —murmura Carlos—. Desde que salgo con ella, nunca
salimos separados. Nunca me ha dejado salir con mis colegas. A muchos,
los he perdido ya —reconoce—. Esta es la primera vez que la veo de noche,
sin mí —analiza—, y no sabía que podía tenerme tan poco respeto. Hacer
algo así, delante de las cámaras, con mis padres viéndolo todo… Me rompe
el corazón —dice acongojado.
—¿No te esperabas que Martina pudiera actuar así?
¿Que hiciera eso? —insisto.
—No. Me he esforzado mucho en ser lo que ella ha querido. Me he
puesto en sus manos física y emocionalmente. He aguantado sus broncas,
sus neuras, su carácter, sus celos… porque la quería. Y en un parpadeo, por
un tío que le come la oreja y le dice cosas bonitas, ¿veo que se besan? Eso
para mí ya es infidelidad.
—Coño, y para mí —apunta Genio muy disgustado por su amigo.
—Me siento devastado ahora mismo —asegura Carlos—. Es como si su
imagen se me rompiera en mil pedazos. Y después, esa manera de bailar…
Eso no es bailar. Eso es prefollar, casi —argumenta muy enfadado.
—Eli —miro a mi suprema, que tiene cara de «te voy a echar un cable
porque estás reventado, pero que sepas que estás intentando comer percebes
con mi novia, capullo»—. ¿Qué puedes decirle a Carlos?
Eli se reacomoda en el alto taburete y lo mira con algo de
condescendencia.
—Eres un admirador. Zasca.
Capítulo 28
A ver, que esto se nos va de las manos. Pero, nunca, nada, me ha gustado
más que se me fuera de las manos como esto. Ver a Macarena rebelarse y
abrir los ojos, aunque haya sido solo por saber que Juanjo se estaba
beneficiando a otra, es el primer paso para dejarlo. Y esa relación se tiene
que dejar. Porque no es una relación. Es un castigo permanente. Y no
importa que se libere por la razón que sea, lo único trascendente es que se
libere.
Al volver de la noche en los cines, Eli y yo viajamos con el Evoque, las
dos en la parte de atrás, satisfechas por Macarena. En silencio, pensando
cada una en nuestras cosas.
Eli me ha hecho meditar sobre los secretos. Sobre no hablar con la
persona que amamos de lo que nos preocupa, de lo que nos pasa, por miedo
a decepcionarla o a echarla atrás. Es posible que esté embarazada de Axel.
Y él aún no lo sabe.
Ni yo. Porque igual no lo estoy.
Y es terrible. Y también una bendición.
Pero, sea como sea, creo que debo decírselo. Y me asusta porque Axel
viene de una historia traumática, y este tiempo con él ha sido muy intenso y
no lo cambiaría por nada, pero que desemboque todo en un embarazo hace
que tema por lo nuestro, porque es fácil huir de las cosas que no han sido
preparadas. Y yo no soy de obligar a nadie a hacer nada.
Eli ha estado jugueteando con el índice y el pulgar, haciendo chocar sus
perfectas uñas, mientras su mirada oscura y turbulenta se centraba en el
exterior de la carretera que nos subía hasta nuestra villa. Lucha contra sus
propios demonios.
—Eli… ¿Estás bien?
—No. No contaba con esto —reconoce sin dejar de mirar al exterior—.
No contaba con esta sensación de tener miedo a que ella pueda enamorarse
de un hombre.
—¿Crees que a mi hermana le puede gustar Carlos?
—Tu hermana ha sido bizca para los hombres toda su vida —me contesta
un poco enfadada—. Solo ha estado con perdedores. Pero ese chico,
Carlos… no es un perdedor. Tiene oficio, tiene beneficio… Puede que le
haga recordar qué le gustaba tanto de los hombres para que desee volver a
estar con uno.
—A ti no te han dejado de gustar los hombres, ¿no?
—Me gustan. Claro que me gustan. Pero nunca me he enamorado de uno
—admite abiertamente— como me he enamorado de ella —tuerce el rostro
y me mira con la expresión desolada—. Y como me la juegue, te juro que
no me vuelve a ver el pelo más.
—Eli… —me pego a ella y la abrazo. Odio verla así. Porque pasan los
días, pasan las horas, y la posibilidad remota empieza a convertirse en
posibilidad real. Ojalá y mi hermana solo esté actuando—. Todo se va a
arreglar.
Axel ha sido el primero en recoger y adelantarse hacia la villa, porque
sabía que iba a ser una noche muy larga y convulsa, y quería estar, sobre
todo, en la villa de los chicos. Pero antes debía ir a buscar no sé qué cosa a
mi habitación que se dejó la pasada noche.
Así que, al llegar, todo el equipo, la directora, la guionista, los de
vestuario y las maquilladoras nos estamos congratulando por el programa
que estamos llevando a cabo, sin tiempo y con todas las catastróficas
desdichas posibles, pero es en ocasiones como estas cuando se mide la valía
de los mejores profesionales. Y lo hacemos lo mejor que sabemos, porque
creemos que podemos ayudar a otras personas que estén en las mismas
circunstancias que los concursantes, igual de viciados, intoxicados por
roles, confundidos, incluso maltratados. Y es bueno.
Ya no creo que este sea un programa superficial, porque dentro de cada
concursante, hay un humano, una persona que sufre y que teme, y que está
pasando por su propia etapa.
Hemos llegado tarde de los cines, y estamos cenando, pegados a los
monitores por donde vemos todo lo que pasa y cómo pasa. Nos han
preparado noodles con yakisoba, nos los han traído de un japo.
Y eso parece una noche de pijamas.
Los demás, los cámaras, incluido Axel, están trabajando, realizando una
labor titánica para que podamos disfrutar de un momento así, y para que los
telespectadores no puedan perderse nada en el veinticuatro horas.
En las villas, todo se ha revolucionado.
Están de fiesta, como si quisieran ponerse el mundo por montera. Es
evidente que los tentadores y las tentadoras creen que es su mejor
oportunidad para conseguir su objetivo de que las parejas caigan en la
tentación, porque todos parecen emocionalmente sacudidos, no solo por las
imágenes que han visto, sino por las palabras de Eli, que les está haciendo
pensar más de la cuenta.
En Villa chicos, Carlos está hablando con Carla, retirados de todo el
grupo, que están consolando a Juanjo, porque lo ven devastado y no saben
por qué.
Nosotras sí lo sabemos.
Pero, tanto Eli como yo, estamos pendientes del monitor en el que sale el
culturista y mi hermana. Ella está escuchando las palabras de Carlos, sobre
lo que ha visto de Martina. Carla no parece muy sorprendida.
—Pues no ha tardado nada —dice Carla bebiendo de su copa balón.
—Parece que lo esperabas —sugiere Carlos hundido.
Carla lo mira con compasión.
—Soy abogada. Sé ver a las personas.
—Ya… ¿y viste que mi novia le iba a meter la lengua a otro hasta el
hiato?
Ella se ríe y está a punto de escupir toda la bebida.
—No. Pero vi que tú eras muy bueno y ella muy egoísta.
—La psicóloga me ha dicho más o menos lo mismo. Que tengo que
pensar más en lo que quiero yo y no en lo que quieren los demás de mí.
Carla se remueve al oír esas palabras.
—¿Y qué tal la psicóloga?
—Pues es un pibón —reconoce—. Impone mucho.
Y tiene una voz muy sexi.
—La psicóloga está tremenda —exclama Genio con una botella de
chupitos en la mano, para que Carla lo oiga.
Carla mira al suelo.
—¿Ah, sí? —dice ella inocentemente.
—Sí —asegura Adán—. Es escandalosamente guapa.
Eli se acerca un poco al monitor y aguanta la respiración, como yo.
Los ojos de Carla se iluminan y sonríe dulcemente con la mirada un poco
perdida, como si la recordase.
—Le he dicho que me apetece seguir conociéndote —Carlos retoma la
conversación privada con ella—. Que tú me das confianza para ser yo
mismo —el rubio de Carlos está muy meloso.
—Mmmmmufasa —susurra Eli parafraseando a Faina—. Que le va a
echar la caña.
—Cállate —le digo muy concentrada en la conversación.
—Ah… ¿y no te ha dicho nada más? —pregunta de nuevo Carla.
—No, morenaza.
Ella se mantiene en silencio unos segundos, hasta que le dice a Carlos:
—Pues haz caso de lo que ella te ha dicho. Sé lo que quieras ser y
encuentra lo que te gusta. Aprovecha y conócete sin Martina, rubio.
Carlos sonríe, le roba la copa balón y con ojos risueños murmura:
—No sé por qué no te encontré antes.
Siento la energía de Eli crepitar a mi alrededor, y cómo deja el plato de
comida japonesa en el suelo, lo aparta malhumorada y dice:
—No quiero más putos noddles.
En ese momento, una de las cámaras de villa chicos se estropea. No sé
cuál es ni a qué enfoca, pero sea lo que sea, ya no se ve.
—No me digas… —dice Matilde que, aunque esté bebiendo, está al tanto
de todo. Borracha, pero atenta. Toma su móvil y se lo queda mirando con
dudas.
—¿Qué pasa? —pregunto mirando a la directora.
—Pues eso me gustaría saber… Pero no quiero llamar a Axel porque,
cuando yo llegué aquí la primera, él salía de la villa. Y estaba hecho una
furia.
Eso me llama la atención:
—¿Que salió de aquí hecho una furia? ¿Por qué?
—Pues no lo sé. No lo pregunté. Solo me dijo: «que no me molesten»,
con esa voz que hace que se te bajen las enaguas.
—Qué fina… —murmuro. Eso me deja preocupada. ¿Qué le ha pasado?
¿Por qué se ha enfadado?
—Lo voy a llamar, a riesgo de que me salga una llamarada por el
teléfono —asegura Matilde.
Me quedo intranquila. No sé qué está pasando, pero no me gusta que
Axel se cabree. Porque cuando se cabrea, arde Troya.
He pensado que cuando acabe de cenar, iré a verlo trabajar y a averiguar
qué le ha pasado. Siempre que habla conmigo se tranquiliza. Sé que no
debo, pero no pienso distraerlo, además, seguro que a mí no me aparta.
De camino a Villa Chicos
Cuando me he ido del hotel, había dejado Villa Chicos en lo alto de una
fiesta con mucho desfase. Son esponjas. No entiendo cómo pueden beber
tanto.
Juanjo parecía hundido, un poco contrariado y se notaba nervioso.
Adán bailaba una lenta con Edurne, explicando cómo se sentía después
de la sesión de cine.
Carlos y mi hermana se estaban pegando un baño en la piscina, y jugando
a guerra de caballos con Rosario y Genio.
Y en Villa Chicas, Julia estaba bebiendo despechada por las palabras de
Adán, herida por su desconfianza. Pero no bebía sola. Macarena se había
apuntado a la borrachera, y Faina lo hacía por compañerismo, porque:
—Si están jodidas, yo me jodo también —y se había bebido un tequila en
un vaso de Nocilla de 250 ml de golpe. Así, en un suspiro.
¿Y Martina? Martina buscaba consuelo de las no afrentas sufridas en
brazos de Sisco, perreando todo lo que se puede y más.
Eli no se ha querido venir conmigo porque me ha asegurado que, si llega
a Villa Chicos y ve algo en los monitores, es capaz de hacer un Tom Brusse
pero con Carla. Que su razón pende de un hilo en estos momentos.
Y no la puedo contradecir. El programa son subidones emocionales
continuos. Que nos afectan a todos.
A Axel hay algo que lo está inquietando, quiero saberlo, porque lo
mismo le sucedía en el Diván, y siempre acertaba con sus sospechas.
Y me quiero enterar. Porque soy la presentadora, pero también soy la
vecina del quinto que lo quiere saber todo. Y porque, quiero estar cerquita
de él si él me deja. Estoy hoy tontorrona y me apetece mucho verlo y
sentirlo cerca.
Llego a Villa Chicos y reconozco que, de noche, con las luces y las
estrellas de fondo, la mansión es igualmente impresionante que la de las
chicas y la nuestra. Es la una y media de la noche. Oigo la música del
interior, del jardín, y las risas y los chapuzones. Menos mal que cerca no
hay vecinos.
Las Terrenas es una zona de bien con auténticos casoplones, pero unos
distanciados de otros.
Cuando bajo del coche, veo el trailer en la acera de enfrente.
Me he cambiado.
Al llegar a la Villa, Eli y yo nos hemos quitado las ropas de gala de la
sesión de cine y nos hemos puesto ropa más cómoda. Llevo unos tejanos
muy cortos rotos, unas zapatillas playeras negras y una camiseta negra de
tirantes que transparenta un poco mi ropa interior. Y voy con el maquillaje
aún del programa y el pelo suelto porque me gusta cómo me lo han dejado
de la peluquería.
Doy tres toques con los nudillos en la puerta del gigantesco camión, y
abro la puerta para internarme en él. Y veo a Axel, sentado en la silla que
hay para controlar los monitores, frente a la mesa de sonido. Es serio y
diligente en su trabajo, y eso lo hace muy sexi. Su silueta está recortada por
la luz que sale de las pantallas.
—Me recuerdas al Doctor Gang, el antagonista de Inspector Gadget —
digo divertida—. Te falta el gato, y la mano de hierro —chasqueo con la
lengua.
Axel gira la cabeza hacia mí. Sé que soy una visita inesperada y que está
enfadado por algo, pero espero que no lo pague conmigo, porque la mirada
que me ha echado no me ha gustado.
Parece triste. Decepcionado.
Arrastro mis pies y me coloco tras él. Su olor me reconforta. Le masajeo
los hombros y me inclino para darle un beso en el cuello.
—Sé que no debería estar aquí —le susurro—. Pero hoy te he echado
mucho de menos. Solo tengo ganas de mimos. Más que de costumbre.
Axel se aparta, como si mis caricias le dieran asco, y hace que me sienta
muy sucia. Fatal.
—Oye, ¿qué pasa? —pregunto un poco incómoda—. Matilde me ha
dicho que te has ido de la casa cabreado por algo.
—Siete días —contesta con voz ronca. Frunzo el ceño.
—¿Es una adivinanza? —digo. Me echo los rizos hacia atrás y lo miro
extrañada—. ¿Siete días que qué?
—Siete días —se levanta y echa la silla hacia atrás de golpe. Esta choca
contra la otra pared del trailer, donde hay otra consola con otro tipo de
controladores que no sé qué son.
Me aparto asustada y él se cierne sobre mí.
—Axel, me estás asustando…
—¡¿Que yo te estoy asustando?! —me mira de arriba abajo con desprecio
—. Soy tu pareja. No soy de esos hombres que no se enteren de nada y que
no controlan los ciclos de su chica. ¡Yo lo controlo todo! —exclama dando
un golpe sobre la mesa. Cuando se enfada sus ojos parecen más claros—.
¡Siete días llevo esperando a que me digas algo! ¡Sé que no te está bajando
la regla! ¡Me doy cuenta de eso, no soy un zoquete!
Me quedo boquiabierta e intento acercarme a él.
—Espera…
—Hoy quería darte algo —me interrumpe—. Quería subir y darte una
cosa —se le está quebrando la voz—. Y he encontrado en la papelera un
test de embarazo que parece positivo, y no solo eso…
—No, no, un momento… —intento explicarme nerviosa.
—¡¿Un momento qué?! ¡No me has dicho nada! ¡Y no solo te lo has
callado! ¡Además, has decidido por los dos! ¡Porque te estás metiendo esta
mierda! —se saca del bolsillo una caja.
—¿El qué, Axel?
Yo veo sus movimientos a cámara lenta y tardo en comprender cada una
de sus palabras. ¿Qué es esto que está pasando? Axel está dolido y me mira
como a una desconocida. Y eso me está rompiendo a pedazos. Es que aún
no entiendo lo que está pasando.
—¡Esto! —me aplasta la caja en el pecho.
Yo la sujeto con las manos y me la quedo mirando sin parpadear.
—¿Y esto qué es? ¿De dónde lo has sacado? —mi voz está tan inestable
como yo.
—¡De la misma papelera del baño de tu habitación de donde he
encontrado el test! ¡No te hagas la inocente, que no te pega!
—¡Deja de gritarme! —le replico—. ¿Qué es? —pregunto zarandeando
la caja en su cara. Leo «Misoprostol» de 800 mct.
—¡Son pastillas para abortar, Becca! —me señala con el dedo—. ¡No me
cabrees!
—Bájame el dedo —le advierto—. ¿Y qué hacía esto en mi papelera? Yo
no las…
—¡Becca, basta! ¡Lárgate! —me señala la puerta del trailer—. No te
quiero ni ver —me da la espalda.
—¡Axel! —le lanzo la caja enrabietada y le da en la cabeza—. ¡Esto no
es mío!
—¡No te creo! ¡Deja de mentirme! Un test de embarazo positivo y estas
pastillas en la papelera de tu habitación. Venga, Becca —vuelve a mirarme
con desprecio—. No me jodas. Anda, lárgate. Estoy trabajando.
—No me pienso ir de aquí así —le advierto.
—¡Becca! ¡No quiero hablar contigo ahora! ¡No quiero verte ni estar
contigo! ¡Me has mentido, maldita seas! ¡Me ocultas tu embarazo y encima
te medicas para… para matar a mi chivo! —se le rompe la voz y a mí se me
rompe el corazón al ver que él me cree capaz de hacer algo así. Y me duele
como ha dicho «mi bebé». Con esa desesperación.
Me humedezco los labios con la lengua.
—Yo no me estoy tomando nada para abortar. Y el test no me ha dado
positivo. Es dudoso. Solo eso.
—Ya, claro. Por eso tanto secretismo. Por eso has estado tan rara y no
hablabas conmigo. ¡Si no querías eso de mí, si no puedes con un hijo mío,
deberías habérmelo dicho y no arrebatármelo así como así!
Me pongo a temblar y cierro los puños con fuerza a cada lado de mi
cuerpo.
—¡Axel! ¡Para ya! —le pido gritando.
Él da un paso hacia mí, y me siento amenazada. Sé que nunca me haría
daño, pero su actitud sí me lastima.
—Escúchame bien. Hoy no vamos a dormir juntos. Ni hoy ni mañana.
Esto no te lo voy a perdonar. Sabías lo mal que lo pasé con lo de Tory, y tú
me lo has vuelto a hacer.
—¡Eso no es verdad! Yo… ¡no sé si estoy embarazada! ¡Y te juro que no
me estoy tomando nada de eso!
—¿Pero es tuyo el test?
—Sí.
Se ríe con cinismo.
—Pero las pastillas no y están en la misma papelera, en tu baño, ¿es eso?
—¡Sí!
Él niega vehementemente.
—Pero ¡¿quién se va a creer eso?! No sabía que podías mentirme así,
Becca. No te creía capaz. Pensaba que me querías. Que querrías cualquier
cosa conmigo…
—Axel —murmuro muy asustada por la situación, porque no me cree—.
Claro que te quiero.
—¡Mentira!
—Lo único que te he ocultado es que llevo una semana de retraso. Y
también lo del test de hoy… pero…
—Que no me cuentes milongas —me corta de repente—. Que te quede
claro esto. No te lo voy a perdonar. No quiero estar contigo. Yo siempre me
remito a las pruebas. No hay que ser muy listo para sumar dos más dos —
sus ojos se ensombrecen—. Se acabó.
—¿Qué? —siento un nudo en el pecho terrible que me deja sin
respiración—. ¿Me estás dejando? Pero, Axel… te estoy diciendo la verdad.
—Claro, igual que me has dicho que te has ido a comprar un test o que
tenías un retraso, ¿no, Becca?
—¡Pero es que es la verdad! No te lo he dicho porque es muy pronto.
Puede ser un retraso ocasionado por el estrés… Pero no quería alarmarte
y… no estaba preparada —intento explicarme.
Axel se agacha y coge del suelo la caja de Misoprostol.
—Toma —me la vuelve a poner en el pecho—.
Acaba el trabajo, que para eso sí llevas días preparándote.
Y ahora vete de aquí —me señala la puerta.
—¡Axel! —se me caen las lágrimas por las mejillas y hacen una catarata
a partir de mi barbilla—. No me lo puedo creer.
—¡Que te vayas de una puta vez, no me hagas repetírtelo más veces!
En ese momento abre la puerta el bueno y menudo de Chivo. Lleva una
camisa hawaiana y bermudas de color crema, y unos cascos de audición con
un micro rodean su cabeza llena de rizos. Nos mira con gesto algo
zozobroso y con una disculpa dice:
—Axel, perdona que os moleste.
—No nos molestas. ¿Qué pasa? —contesta él muy duro.
—Hemos revisado la cámara que ha dejado de funcionar. Es de la puerta
de la entrada de la casa. Han cortado el cable.
—¿Quién coño ha sido?
—No lo sabemos —aduce Chivo—. Y otra cosa. Se trata de Juanjo.
—¿Qué pasa con él? —pregunto, entrando en la conversación, aún
temblorosa por la discusión que acabo de tener con Axel.
Él ni siquiera me mira, y se aparta para que no le roce.
—No está en la casa.
En ese momento se me pasan muchas cosas por la cabeza, pero lo que
más llama la atención de mi intuición es una posibilidad grotesca,
alarmante, pero no improbable.
Mi móvil suena. Es Faina.
—Becca.
—¿Qué pasa? —pregunto sin pronunciar su nombre. La noto muy
nerviosa. Y lo impresionante es que habla más o menos bien para todo lo
que la he visto beber.
—No sé, tía, pero te lo voy a decir. Hace un rato que busco a Macarena.
No está en su habitación. No está en ningún lado. Iba un poco bebida. Y me
ha dicho que no dudaba de que Juanjo pudiera ir a buscarla, si en su cabeza
ve cosas que no están pasando. Que él era de mantenerla encerrada o algo
así.
Palidezco y me llevo la mano al corazón. Ay, Dios.
Que no quiero que pase nada malo.
—Vamos para allá.
Cuando cuelgo, Axel me vuelve a mirar de un modo impersonal y sin
brillo en los ojos.
—¿Qué?
—Vamos a Villa Chicas. Es posible que Juanjo esté ahí —contesto.
—¿Para qué? ¿Por qué está ahí? —pregunta Chivo perdidísimo en la
trama.
Axel aprieta la mandíbula, y dice:
—Va a por Maca —dirige su mirada enfurecida a los monitores.
—¿Y nadie lo ha visto aparecer en las pantallas? — me extraña.
Axel se frota la barbilla y exclama:
—Es porque conoce los puntos ciegos de la Villa.
Las zonas sin cámara.
Sale del trailer como una exhalación, y empieza a correr ante la pasividad
y el asombro del segundo de cámara, que no sabe qué está pasando.
Axel no me espera.
Me quito las zapatillas y me pongo a correr descalza, como un autómata,
tras él, con el corazón helado, como un coyote que persiguiera al
correcaminos, como si se me deslizara la vida entre los dedos y se me
escapara las razones por las que era feliz.
La vida puede cambiar en un suspiro.
Espero que Juanjo no haga ninguna estupidez que haga que su vida y la
de Macarena también cambien para siempre.
Capítulo 31
Al cabo de quince minutos sin parar de correr, y con los pies muy doloridos
por seguirle el ritmo a Axel, llegamos por la puerta trasera a la villa de las
chicas.
Él sabe qué zonas de la casa no tienen cámaras. Y lo que me sorprende es
que Juanjo también lo sepa, y eso lo hace todo más turbio y más extraño.
Sin mediar palabra conmigo, vamos por la parte de atrás del terreno de la
villa, y me recuerda un poco a ese lugar secreto de la nuestra donde él y yo
hicimos el amor ayer por la noche. Cuando todo estaba bien y él me quería
cuidar y yo a él.
Ahora me odia. Y eso me devasta.
La zona está rodeada de árboles y también cipreses. Es como un pequeño
laberinto por el que nos internamos.
Entiendo que Axel ha estudiado las villas como buen camarógrafo de
exteriores y sabe cuáles son esos puntos ciegos.
Entonces, de la nada, oigo como una cachetada, y un gemido ahogado
que vienen de un lugar muy cercano.
—¡No puedes mirar a otro! ¡No puedes sonreír a otro! —está gritando un
hombre.
—No he hecho nada…
Se me congela el espíritu al oír la voz de Macarena.
—¡Me has humillado y me has faltado al respeto!
—¿Es Juanjo? ¡Es Juanjo!
—¡Corre Axel! —le pido alarmada.
Axel y yo llegamos al centro del laberinto, donde una desolada e
indefensa Macarena se está enfrentando a su agresor. Está en el suelo, de
rodillas y Juanjo alza la mano que sujeta un cinturón para azotarla con él.
La madre que lo parió.
—¡Hijo de Puta! —grita Axel.
Axel está completamente ido. Ha placado a Juanjo por la espalda y lo ha
tirado al suelo y yo creo que le ha roto una costilla o algo porque he oído un
crec.
Alza un puño y le da en la cara, y luego otro, y otra vez, y otro más…
—¿Pegas a las mujeres? ¿Te gusta golpear a las chicas? ¿A tu novia, rata
asquerosa? —la cara de Juanjo se está inflamando y tiene el labio partido y
una brecha sanguinolenta en la nariz y en el pómulo—. Venga, valiente —
Axel lo levanta del suelo de un tirón y lo deja de pie, tambaleándose, frente
a él—. Pégame a mí. Venga, pégame —lo provoca.
Yo socorro a Macarena y la levanto del suelo. Está llorando, muy
asustada.
—Me… me ha sacado de la casa por una salida que no conocía y me…
me ha traído aquí —dice en shock—. Le he dicho que quiero dejarle. Que
no le quiero ni vver… —me doy prisa en abrazarla y en darle calor. Está
empezando a temblar. Y mientras me encargo de ella, observo lo que sigue
pasando entre Axel y Juanjo.
Juanjo le golpea una vez en la cara, dos. Pero a Axel no lo despeina,
aunque seguro que alguna marca le va a dejar.
—Axel… —le pido—. Ten cuidado que…
—No te quiero ni oír —me dice aguerrido y seco—. Apartaos.
En otro momento me miraría. Pero ahora no. Ahora soy el demonio, una
traidora, una mentirosa para él.
Juanjo levanta los puños, no sin antes decirle:
—Esta zona no tiene cámaras. Lo sé —escupe sangre y mancha el suelo
marmóreo del centro del laberinto—. Y aquí nadie puede oírnos. Siempre
será vuestra p-palabra contra la mía. Y Maca nunca testificará en mi contra.
Yo la quiero y ella me quiere.
—Tú no quieres a nadie, desgraciado.
Axel coge aire por la boca y su musculoso pecho se hincha.
—Esta zona sí tiene cámaras. Yo se la puse, es una cámara suplementaria
que no está incluida en el circuito de monitores. La puse al ver que era un
punto ciego de posible uso común. Y lo que has hecho hoy con tu novia,
con Macarena, cómo la has pegado y la has insultado, está grabado. Y te
juro, por mi madre que es lo que más he querido, que yo sí te voy a
denunciar —Axel vio en el pasado palizas de su padre Alejandro a su madre
Ginebra. Las mismas palizas que propiciaba a Fede, y que el mismo Axel
recibía por protegerle. No quiero ni pensar lo que se le está removiendo en
estos momentos—. Eres un maltratador, Juanjo. No teníamos dudas. Pero
tampoco pruebas.
Y ahora ya las tenemos, cabrón.
Él golpea a Juanjo con tanta fuerza que lo vuelve a tirar al suelo. Se ha
quedado inconsciente. Tieso.
Macarena está hiperventilando otra vez.
Hay un banquito blanco resguardado entre la vegetación. La llevo hasta
allí y la ayudo a sentarse.
—¿Qué hacemos? —pregunto sin esperar respuesta.
—Todo está grabado. Voy a llevar el vídeo a las autoridades, y vamos a
hacer que Juanjo desaparezca del programa. Tendré que hablar con Matilde
y con Fede para ver si deciden emitir estas imágenes y justificar la ausencia
de Juanjo —contesta sin más, hablando como el soldado que una vez fue—.
Supongo que le darán la oportunidad a Macarena de decidir qué quiere
hacer. Si seguir o irse a su casa y buscar ayuda terapéutica para todo lo que
ha tenido que soportar.
—Maca —alzo la barbilla de la chica con suavidad.
No tiene marcas en la cara.
—Él nunca me golpea la cara —explica leyéndome la mente—. Siempre
me pega en partes del cuerpo que no voy a exponer.
Le miro los brazos y las piernas. Tiene marcas amarillentas de cardenales
que han debido ser muy oscuros.
—Estos moretones… —le toco el muslo—. Te los hizo él.
Maca asiente y se abraza a sí misma.
—Le gustan los cinturones. Y también los trapos húmedos.
—Qué deshecho humano —espeto. Sus marcas también me duelen a mí
—. ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres hablar con alguien? — le agarro la mano
—. ¿Quieres que te llevemos al hospital? Dime qué necesitas.
Macarena se limpia las lágrimas con el dorso de la mano y sus ojos
marrones irritados de llorar se clavan en los míos, impresionados por la
crueldad de la violencia machista, por el odio que puede tener un hombre
hacia una mujer materializado en golpes.
—Necesito decirlo —dice ella finalmente—. Llevo mucho tiempo
callada por miedo y por vergüenza. Mi familia no sabe nada. Y creo que
necesito hablar. No quiero hospitales.
—Pero…
—Estoy bien, solo le ha dado tiempo de darme un tirón de pelo, una
bofetada y una patada en el muslo. Pero no es nada. Estoy bien físicamente
—repite—. Pero sí me… me gustaría poder hablar con Eli y después, quiero
que me deis la posibilidad de poder regresar y estar en la villa con Faina y
con Julia. Esta era la experiencia de Juanjo —explica atribulada—. Él me
obligó a venir. Quería notoriedad y visibilidad para poder abrir más carteras
de clientes para sus negocios como bróker. Lo que no me imaginaba era que
estar alejada de él, sin su dominancia alrededor, podría llegar a hacer que
me planteara cosas. Así que, quiero que a él se le expulse, y lo voy a
denunciar, tenéis mi palabra.
—Juanjo no solo va a ser expulsado. Va a ir a la cárcel —anuncia Axel
enardecido—. Tardará más o menos, pero te doy mi palabra de que este
engendro, al menos mientras estemos aquí, va a pasar la noche en la cárcel.
Macarena asiente agradecida por el apoyo. Y yo también. Axel es todo
un hombre.
—Me gustaría pediros algo —Maca no alza mucho la voz—. Quiero
seguir disfrutando de esto, solo por el simple hecho de hacerlo y de tener el
derecho de vivirlo. Por poder decidir algo que hace mucho tiempo que me
ha sido negado. Si me voy, Juanjo habrá ganado otra vez. Y no quiero eso.
No quiero estigmatizarme.
Miro a Axel, pero él no me devuelve la mirada.
—Esto no debe saberse —le responde Axel—. Lo arreglaremos de otro
modo. Cuando se haga oficial lo sucedido y nos lo permita la ley, lo
mostraremos. Por ahora, es material codificado. El programa tiene que
seguir su curso con naturalidad. Cuando emitamos el programa, hablaré con
Matilde para que encontremos el modo de justificar que tú estés aquí y
Juanjo fuera. Y tú, por ahora, tendrás que dar la misma versión a todos los
de la villa.
¿Entendido?
—Sí —contesta Macarena serenándose poco a poco.
—¿Necesitas un tranquilizante? —le pregunto.
—Sí, mejor.
Axel se da la vuelta, y llama a Matilde por teléfono. Escucho con
atención las directrices que le da y lo que le ha explicado por encima. Le
pide que la acompañe Eli, y cuelga cuando ella le dice que viene
inmediatamente en coche con el chofer.
Axel se guarda el móvil en el bolsillo y se agacha para recoger a Juanjo y
cargárselo sobre el hombro.
—¿Qué haces? —le pregunto aún aturdida por todo.
—Quédate con Macarena. Voy a salir de la Villa sin que me vean y
esperaré a Matilde en la calle. Llevamos a Juanjo a la comisaría. Le diré a
Eli cómo llegar a este escondite.
—Axel —lo llamo una última vez para que él me mire por encima del
hombro—. No puede acabar así esto. Te estás equivocando —me refiero a
lo que ha descubierto y cree que he hecho—. En el pasado, yo siempre tuve
paciencia contigo y escuché tus explicaciones. Siempre te di la oportunidad
de explicarte. ¿No vas a hacer lo mismo conmigo? ¿No me lo merezco?
Él no me contesta. Se detiene un par de segundos como si valorase la
opción de escucharme, pero acto seguido, sale del laberinto, sin decirme
nada más.
Aunque sí ha dicho mucho.
El silencio habla a gritos y es ensordecedor para el alma. Y para mí
corazón también, que se acaba de apagar.
Capítulo 32
A la mañana siguiente
Aquí va todo muy rápido. Si os digo la verdad, creo que he dormido solo
dos horas. Eli llegó al centro del laberinto, y entre las dos estuvimos
atendiendo a Maca y hablando con ella largo y tendido. Y cuando pareció
que Maca asimilaba lo que acababa de vivir, y aun así continuaba queriendo
quedarse, Eli nos sacó del laberinto e invitó a Maca a que regresara a su
habitación sin hacer ruido. Le dijo que, si quería, podía ir con Faina, que
Maca se sentía segura con ella y que era bueno que durmiese acompañada.
Matilde había asegurado que esas imágenes se borrarían y no se emitirían
jamás. Eli y yo salimos de allí sin que nos vieran, como perfectas espías, tal
y como había hecho Axel, y una vez fuera, nos metimos en el Evoque que
nos estaba esperando desde hacía un par de horas.
Creo que me dormí a las cinco, después de contarle a Eli lo que me había
pasado con Axel. A mi amiga parecía que le iba a estallar la cabeza. Se
hacía cruces y no entendía nada.
—Tú jamás harías eso sin consenso.
—Lo sé. Pero Axel está convencido de que lo otro también es mío.
—Bueno, ¿y de quién coño es el Misoprostol? Soy la única, además de
Axel, que entra en esta habitación. Y mío no es —asegura.
—Ya sé que tuyo no es. Tal vez, las personas del servicio que vienen a
ordenar nuestras habitaciones… — meso mi pelo con desesperación—. Yo
qué sé. Estoy mal. Nos tumbamos en la cama y dormimos abrazadas, como
don gatas heridas, cada una a nuestra manera.
Y, a las ocho de la mañana, alguien está aporreando la puerta con mucho
nerviosismo.
Me levanto y cuando toco el suelo con los pies, advierto que me duelen
mucho las plantas y de que tengo alguna que otra herida. Gajes de correr
una maratón nocturna.
Voy a abrir la puerta, no sin sufrimiento.
Es Matilde, que entra como un huracán a mi suite. Eli sigue durmiendo,
pero con el ruido que hace la directora, abre un ojo y se medio incorpora al
ver a Matilde.
—¿Qué pasa? —pregunto aún con mucho sueño. Y un dolor de cabeza
descomunal.
Matilde sacude el iPad que tiene entre las manos y lo lanza sobre la
cama.
—Quiero que eches un vistazo a todo lo que sale en la prensa rosilla. Y
que me expliquéis cómo se ha colado toda esta información —exige muy
malhumorada—, confidencial a los medios. Nos van a joder.
Antes de que Eli coja el iPad, lo cojo yo.
La primera plana de la revista me deja muerta, y sin color en las mejillas
y todo lo rojo en el pelo.
Cuando leo el titular, me doy cuenta de que esa aventura en la isla va a
salir muy cara, porque no solo ha puesto en peligro mi relación, además,
también va a poner en peligro la seguridad del programa y el anonimato que
Axel siempre ha querido para él.
El titular reza con una foto de Axel de fondo:
«¿Es este hombre llamado Axel Gael, el hijo bastardo del difunto y poderoso Alejandro
Montes?».
Más abajo, otro titular con una foto mía reza:
«¿Está Becca Ferrer trabajando en un nuevo programa en la isla paradisiaca de
Samaná?».
Y, por último, lo más vergonzoso de todo:
«¿Tienen Becca Ferrer y el recién descubierto hijo secreto de Alejandro Montes, un
affaire?».
Y acompañan el titular con una fotografía aérea de Axel y yo en nuestro
lugar secreto de la Villa Equipo, tumbados en el suelo, yo con mi camiseta
y él con sus calzoncillos puestos, cuando hablábamos mirando al cielo y yo
estaba convencida de que él jamás pensaría algo así de mí como lo que
ahora piensa.
Y entonces, mi cabeza empieza a elucubrar posibilidades. No sé quién
nos ha grabado ni cómo, pero si tiene esas imágenes, es posible que tenga
otras más compremetedoras de los dos, haciendo el amor.
Madre mía que voy a tener un vídeo porno como la Kardashian. Uf, me
están entrando los sudores fríos y las taquicardias.
Pero ¿qué es esta pesadilla?
¿Por qué me está pasando esto?
Por si fuera poco, en ese precioso momento, me llama al móvil mi
hermana Carla.
Esto es absurdo. Le dije que no podía llamarme desde la villa. Espero
que, al menos, lo haga desde el baño.
Me alejo de la atención de Matilde con la excusa de: «lo tengo que
coger».
—¿Bec?
—Bec, no. ¿Por qué me estás llamando, loca?
—Porque es una urgencia —contesta mi hermana muy seria—. Te estoy
hablando lo más bajito que puedo desde el baño de mi suite.
—Pues espero que no tengas ahí a nadie más contigo.
Ella resopla, como si le enfadase el comentario.
—¿A qué viene ese comentario?
—No sé, tú sabrás —digo más seca de lo que quisiera ser con ella.
—No hay nadie conmigo. No seas tonta. Escúchame bien. Tengo algo
que creo que te conviene saber.
—¿Sobre qué? —exijo saber.
—Sobre qué no. Sobre quién.
—Estoy teniendo un día malísimo y me está viniendo la migraña —
frunzo el ceño y presiono mi tabique nasal—. Dímelo ya.
—Es sobre Axel y Jennifer.
Oír el nombre de Axel me hace daño en este momento, pero oírlo en la
misma frase que el nombre de Jennifer hace que me estallen los sesos y se
me encoja el corazón.
Y, sin saber por qué, me acongojo. Se me llenan los ojos de lágrimas,
porque sé que Axel también me ha engañado y me ha ocultado algo, y me
duele.
—Dímelo.
—No te lo voy a explicar. Te voy a pasar el vídeo que he grabado de
ellos, que es mucho mejor.
—¿Tienes un video?
—Me pediste que tuviera mil ojos, y es lo que estoy haciendo —se
excusa ella—. Vi cosas raras y decidí seguir mi intuición. Mira el video con
calma y no te precipites.
—Jessi… —murmuro con la voz rota. Uso ese nombre de los Morancos
para que Matilde no sospeche—. ¿Me va a doler? ¿Hay algo en ese video
que pueda hacer sentirme muy mal?
Carla mantiene el silencio unos segundos para después decirme:
—Las cosas que se omiten siempre duelen, hermanita. Te lo mando y lo
miras. Escúchalo bien.
—Vale —digo sorbiendo por la nariz. Un minuto después me llega el
video. Parafraseando a Mafalda:
Que paren el puto mundo, que me quiero bajar.
CONTINUARÁ...
ESCUCHA LAS CANCIONES DE
La Tentación de Becca
Table of Contents
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32