El Documento Q
El Documento Q
El Documento Q
Teología bíblica
Q deriva de la palabra «Quelle» (fuente, en alemán). Constituye el primer Evangelio,
escrito antes del año 70 d. de C. El Documento Q nos permite acceder a la forma en
que Jesús se presentó y definió a sí mismo. «Hijo del hombre», era el mesías, pero no
cualquier mesías, sino un mesías como el descrito según los cantos isaíanos del ... más
El Documento Q - César Vidal
El Documento Q, se trata de una fuente escrita, compuesta en su mayor parte por
dichos de Jesús aunque también contiene algún relato de sus hechos, que constituye el primer
Evangelio del que tenemos noticia con certeza y que fue utilizada por los evangelistas Mateo
y Lucas para la redacción de sus respectivos evangelios canónicos. El término Q deriva de
la palabra «Quelle» (fuente, en alemán). El primero en referirse asía este documento fue
Johannes Weiss en 1890. Aunque Q es un Evangelio, su forma no es la del «Evangelio
narrativo», como los Evangelios del Nuevo Testamento, sino la del «Evangelio de dichos»,
como es el caso del Evangelio de Tomás, los primeros cristianos transmitieron en forma oral
muchas tradiciones acerca de Jesús, pero Q parece haber sido un documento escrito. Fue
escrito antes del año 70 d. de C, fecha crucial porque en ella tuvo lugar la toma de
Jerusalén por las tropas romanas de Tito y la destrucción del Templo. Q es anterior a
Marcos se escribió entre el 50 y el 70 d. de C, aunque existen muchas probabilidades
de que sea incluso anterior. Su origen geográfico es el norte de Galilea pues
recoge bastante material relacionado con esta área, mientras que Jerusalén sólo es
mencionada en Q 4,9 y 13, 34; y la región cerca del Jordán, una en Q 3, 3. Adolf
Harnack lo consideró un conjunto de las enseñanzas de Jesús durante su ministerio galileo
recogidas sin ningún tipo de prejuicio por un compilador. A. Jülicher señaló que en este
documento aparecían los dichos de Jesús «en forma auténtica», tal y como Jesús los había
pronunciado. Naturalmente, no todos los críticos se mostraron tan optimistas en
sus apreciaciones. El Documento Q nos permite acceder a la forma en que Jesús se presentó y
definió a símismo. Atribuye en diversas ocasiones a Jesús el título de «siervo». En Q 22,
27 Jesús se define a sí mismo como «el que sirve» y en Q 14, 16-24, se presenta a sí mismo
bajo la figura del «siervo» enviado por el señor (Dios) que da un banquete para llamar a la gente
a entrar en él. El título de «Siervo» es una traducción del hebreo «Ebed Yahveh» (siervo de
Yahveh) al que se hace referencia en los cantos de Isaías 42, 1 4; 49, 17; 50, 411 y 52,13-53,
12. Este siervo, cuya muerte tenía un significado sacrificial y expiatorio, ya había sido
identificado con el Mesías antes del nacimiento de Jesús y se había afirmado incluso
que su muerte sería en favor de los impíos. El Enoc etíope, una obra pseudoepigráfica
del período, identificaba al «Siervo de Yahveh» con el «Hijo del hombre» (13, 32 7; 14, 9;
13,26 con Isaías 49, 2) el «Siervo» era una figura que los contemporáneos de Jesús no sólo
asociaban con humildad, sino con un mesías cuyas características eran muy específicas:
pacífico, sufriente, justo, no resistente y muriendo en expiación por el pecado de otros.
Talidea aparece luego en el Nuevo Testamento (Hebreos 9 11; I Pedro 1, 18 ss; 2,24 5;3,18;
Romanos 4, 25; II Corintios 5, 21; Filipenses 2, 7, etc). En el mismo, se repite que
Jesús murió como víctima inocente pagando con su muerte por los pecados de la
Humanidad. Lo importante, sin embargo, aquí, es que el Documento Q sitúa esa
identificación ya en vida de Jesús. Él tenía conciencia de que era el Siervo y, lógicamente, de lo
que eso iba a implicar en su futuro inmediato.
La expresión preferida de Jesús para referirse a sí mismo era Hijo del hombre,
llamaba a la gente a seguirlo (aunque él mismo no tenía nada) y advertía de que ese seguimiento
implicaría críticas y mofas. No había, sin embargo, alternativa. Sólo aquellos que lo
hubieran reconocido en público, serían reconocidos por Él delante de Dios, cuando él regresara.
Pero, antes, tenía que padecer mucho y ser rechazado por aquella generación. Para algunos
autores, el término «Hijo del hombre» no tenía ningún significado especial sino que se trataba
meramente de una circunlocución aramea equivalente, aproximadamente, a «hombre» o a «yo
mismo». «Hijo del hombre» es un título que aparece por primera vez en Daniel 7, 13.
Escritos judíos de la época de Jesús, como el Enoc etíope o Esdras identificaban, dada
la estructura del pasaje, al «Hijo del hombre» con el mesías. Este «Hijo del hombre» es
«aquel al que el Altísimo ha estado guardando durante muchos tiempos, el que salvará
personalmente Su creación» (4 Esdras , 13, 26),aquel al que Dios llama «mi hijo» (4 Esdras
13, 32, 37 y 52) y vencerá a los enemigos de Dios (4 Esdras 13, 33 ss). Así mismo, el «Hijo
del hombre» es identificado con el siervo isaíano de Dios (13, 32 37; 14, 9), al que se
preserva (13, 26 con Isaías 49, 2). No sólo en este escrito aparecen unidas las ideas de
«Hijo del hombre», «Hijo de Dios», «Siervo» y «Mesías».«Hijo del hombre», era el
mesías, pero no cualquier mesías, sino un mesías como el descrito según los cantos isaíanos del
siervo, un mesías que concluiría la historia atrayendo hacia sí no sólo a los judíos, sino
también a los no judíos. Jesús se estaba proclamando mesías, pero con unas características
que no serían del agrado de todo el mundo. Lejos de presentarse como un dirigente político o un
guerrero, Jesús se veía como el mesías descrito en la visión de Isaías acerca del Siervo.
Humilde, pacífico, inocente, moriría por los pecados del pueblo (padecería y sería rechazado,
según sus palabras en Q17, 20 ss), pero, finalmente, regresaría como vencedor (al igual que
anunciaba la profecía de Isaías 53) y llevaría a su consumación un reino indestructible que, como
veremos, ya había comenzado. Precisamente porque él era Hijo del Hombre exigía, desde ahora,
quela gente se definiera sobre él, porque sólo los que lo siguieran serían bien recibidos por Dios
(Q 12, 10 ss).La expresión Hijo De Dios aparece en Q 3, 22, como palabras pronunciadas por
Dios con ocasión del bautismo de Jesús. Es Dios el que llama Hijo a Jesús. ¿Se consideró
éste «Hijo de Dios»? Si aceptamos como históricas sus palabras, tal y como aparecen
en el Documento Q: Sí. La primera referencia la constituye el pasaje de Q 10, 21 22. En
estos
versículos, Jesús se reconoce como «Hijo» de Dios, al que llama Padre. El texto nos
habla de que sólo existe un Padre (Dios) y el Hijo (Jesús). De hecho, este Hijo conoce al
Padre y es el único que, realmente, puede decir que es así. En cuanto al Hijo, sólo es conocido
por el Padre. En Q 22, 29, vuelve a insistirse en esta circunstancia, Dios es, según
Jesús, «mi Padre» y eso implica que lo es en un sentido especial que no admite comparaciones ni
paralelos con otra persona. ¿Qué quiso decir Jesús con esa expresión?. El judaísmo de la
época nos sirve de poca ayuda porque «Hijo de Dios» es un título referido al mesías de manera
especial, pero no contiene ejemplos de nadie que considerara a Dios como Padre en el mismo
sentido profundo que lo dijo Jesús. Sí debemos mencionar que el Midrash sobre I Samuel 16, 1,
relaciona el título de «Hijo de Dios» con el canto del siervo de Isaías 53. El Midrash
asocia también con la persona del mesías los textos de Éxodo 4, 22 (donde se habla del Hijo de
Dios, que, evidentemente, se refiere en su redacción originaria al pueblo de Israel), de
Isaías 52, 13 y 42, correspondientes a los cantos del siervo; el Salmo 110, y una cita
relacionada con «el hijo del hombre que viene con las nubes del cielo». Incluso se menciona el
hecho de que Dios realizará un nuevo pacto. La conjunción no deja de ser muy interesante
porque muestra ligados aspectos que también aparecen en el cristianismo: el mesías es el
siervo, que es el Hijo de Dios, que es el Hijo del hombre, que realizará un Nuevo Pacto. Si
además se añadiera que ese personaje es Jesús tendríamos toda una confesión de
fe cristiana. «Por esto sus dirigentes ansiaban todavía más matarlo, porque no sólo abolía
el sábado, sino que además decía que Dios era su Padre, haciéndose igual a Dios» (Juan 5, 18).Q
6, 46, recoge unas palabras de Jesús en las que éste insiste en que de nada sirve llamarle
«Señor» si esa invocación no va unida a una obediencia de sus enseñanzas. En Q 9, 59 61, señala
cómo una persona que desea seguirlo se refiere a él con ese apelativo. Pero quizá los dichos más
interesantes de Jesús autodenominándose «Señor» sean aquellos relacionados con su
regreso y el juicio. Así, en Q 12, 35 38 y Q 12, 43 ss, Jesús se presenta como el Señor
que volverá y pedirá cuentas a sus siervos, y una enseñanza similar es la que aparece en la
parábola de las diez minas contenidas en Q 19, 12 26. Si bien Q 9, 59 61, puede indicar
meramente un tratamiento de cortesía, similar a nuestro «señor», lo cierto es que todos los
demás pasajes implican que Jesús se refiere a sí mismo como «el Señor». El título «Señor»
(«mar») ya aparecía aplicado a Dios en las partes arameas del Antiguo Testamento. Daniel 2, 47
llama a Dios «mare malkim» (Señor de los reyes) y en 5,23 encontramos la expresión «mare
shamaia» (Señor del cielo). En ambos casos, la traducción del Antiguo Testamento al griego,
conocida como Septuagintao Biblia de los Setenta, tradujo «mar» por la palabra griega
«kyrios» ("señor, maestro"). En los textos de Elefantina, «mar» vuelve a aparecer como
título divino (pps. 30 y 37). El Documento Q utiliza ese título para referirse a Dios pero
además, también aparece en el mismo aplicado a Jesús. Él mismo se había presentado a sí
mismo no sólo como siervo Hijo del hombre mesías, sino también como el Señor que volvería en
algún momento a juzgar y a pedir cuentas. Como en el caso de Hijo de Dios, Jesús
se aparece con unas pretensiones que van más allá de lo meramente humano. El Documento Q
recoge dos pasajes en los que Jesús se presenta a sí mismo como la «Sabiduría». En Q 7,
35, Jesús se lamenta de cómo sus contemporáneos rechazaron primero a Juan el Bautista,
para luego hacer lo mismo con él. Con todo, señala, él (la Sabiduría) ha quedado justificado
por sus hijos (u obras). El texto parece ser un eco de Eclesiástico 4, 11. En Q 11, 49 51, Jesús
vuelve a presentarse de nuevo como la Sabiduría que envía mensajeros a predicar el
Evangelio, encontrando éstos una terrible oposición. Jesús se estaba refiriendo a un
concepto muy conocido por sus contemporáneos y que no dejaría de resultarles familiar. En el
Antiguo Testamento se nos habla ya de la «Sabiduría» como una hipóstasis o manifestación de
Dios. En Proverbios 8,22 ss aparece como hijo amado de Dios, existente antes que todas
las criaturas, increado y artífice de la creación, expresándose de la siguiente manera:
«Yahveh me poseía ya en el principio, antes de sus más antiguas creaciones.» Eternamente
tuve el principado, desde el inicio, antes de que existiera la tierra. «Cuando formaba los
cielos, allí estaba yo,«cuando trazaba la esfera sobre la faz del abismo...». Con Él estaba yo
ordenándolo todo. Era su delicia día tras día y sin descanso me divertía en su presencia.»
(Proverbios 8, 22-24, 27, 30.) Esta figura alcanzaría en el judaísmo posterior una importancia
innegable, conservando las características ya señaladas (Eclesiástico 1, 9 ss; 24, 3 ss). El
libro de la Sabiduría la describe a ésta como «soplo de la fuerza de Dios», «efusión pura del
fulgor del Todopoderoso» e «imagen de su bondad» (Sabiduría 7, 7-8, 16). Es «compañera de su
vida» (la de Dios) (Sabiduría 8: 3), compañera de Su trono (Sabiduría 9: 4), enviada bajo la
figura del Espíritu de Dios (Sabiduría 9 .10 y 7, 7) y actúa en la historia de Israel(Sabiduría 7:
27). Para Filón, esta sabiduría es «Hija de Dios» (Fuga 50 ss; Virt 62) e «Hija de Dios y madre
primogénita de todo» (Quaest. Gen 4, 97). Finalmente, algunos textos rabínicos
identificaron a esta Sabiduría preexistente con la Torah, «Hija de Dios», mediadora de la
creación e hipóstasis. Jesús, de acuerdo al Documento Q, se proclamó con un título que iba
más allá de una simple humanidad. Hijo de Dios-Señor Sabiduría era un tríptico demasiado
explosivo para algunos de sus contemporáneos y no es de extrañar que estas afirmaciones
quedaran limitadas al círculo de los discípulos más íntimos. Jesús estaba diciendo de sí
mismo cosas que sólo podían ser vistas como blasfemia y con ello ocasionarle la muerte. Jesús se
veía a sí mismo como mayor que Jonás y Salomón (Q 11,29-32), como Hijo del hombre,
mesías, Siervo, el Hijo de Dios, el Señor y la Sabiduría. El Documento Q nos muestra
que además prometió volver. Él sabía, como ya señalamos, que iba a ser despreciado y
rechazado. Considerándose el Siervo, debía tener presente a simismo la idea de su muerte, pero
tal visión no era el final de la historia. Volvería
y juzgaría a la Humanidad. Hay un mensaje de urgencia escatológica. Jesús regresaría,
como Hijo del hombre, en el momento más inesperado. Tal llegada sería una bendición para
aquellos que estuvieran preparados, Q 12, 35-38. La parábola de Q 12, 42 ss deja, por el
contrario, de manifiesto que, para los desprevenidos, sólo sería un desastre calamitoso.
En resumen: recompensa para los despiertos y condenación para los no preparados. Una
segunda referencia resulta también muy interesante y está ligada al destino futuro del pueblo
judío. El templo de Jerusalén iba a ser destruido (y,efectivamente, eso sucedió en el año 70 d.
de C.) como castigo al rechazo de los profetas y de los enviados, así como de los oídos sordos
prestados a la predicación de Jesús. Pero el día en que reconocieran a éste como mesías, se
produciría una manifestación clara de la gloria de Dios sobre el pueblo judío, Q 13, 34-5.
Jesús no daba por concluida la historia con su muerte futura. Al igual que el siervo de Yahveh
del que se narra en Isaías 53, él esperaba volver a ver luz tras la muerte y contemplar su
triunfo. Jesús pensó de sí mismo según los patrones de la cultura a la que pertenecía,
se contempló y entendió a sí mismo incardinado en conceptos del judaísmo de su época. Se vio
como Mesías, el descrito como el Siervo de Yahveh e Hijo del hombre. Esto tenía implicaciones
muy claras. Significaba que podía esperar la muerte y que esa muerte serviría para expiar los
pecados de los descarriados. Pero, al mismo tiempo, implicaba que, tras su muerte expiatoria,
vería «luz», «viviría» y vería el fruto de su acción. Es decir, a la muerte le seguiría la
resurrección y el triunfo. Como señalan los Evangelios, Jesús repite en varias ocasiones no sólo
que iba a morir sino que también esperaba resucitar. Jesús se veía como el Hijo del hombre,
esto no es extraño porque ambas figuras desde el inicio, antes de que existiera la tierra.
«Cuando formaba los cielos, allí estaba yo, «cuando trazaba la esfera sobre la faz del
abismo...». Con Él estaba yo ordenándolo todo. Era su delicia día tras día y sin descanso me
divertía en su presencia.» (Proverbios 8, 22-24, 27, 30.) Esta figura alcanzaría en el
judaísmo posterior una importancia innegable, conservando las características ya señaladas
(Eclesiástico 1, 9 ss; 24, 3 ss). El libro de la Sabiduría la describe a ésta como «soplo de la
fuerza de Dios», «efusión pura del fulgor del Todopoderoso» e «imagen de su bondad»
(Sabiduría 7, 7-8, 16). Es «compañera de su vida» (la de Dios) (Sabiduría 8: 3), compañera de Su
trono (Sabiduría 9: 4), enviada bajo la figura del Espíritu de Dios (Sabiduría 9 .10 y 7, 7) y actúa
en la historia de Israel(Sabiduría 7: 27). Para Filón, esta sabiduría es «Hija de Dios» (Fuga 50
ss; Virt 62) e «Hija de Dios y madre primogénita de todo» (Quaest. Gen 4, 97).
Finalmente, algunos textos rabínicos identificaron a esta Sabiduría preexistente con la
Torah, «Hija de Dios»,mediadora de la creación e hipóstasis. Jesús, de acuerdo al Documento
Q, se proclamó con un título que iba más allá de una simple humanidad. Hijo de Dios-
Señor-Sabiduría era un tríptico demasiado explosivo para algunos de sus contemporáneos y no
es de extrañar que estas afirmaciones quedaran limitadas al círculo de los discípulos más
íntimos. Jesús estaba diciendo de sí mismo cosas que sólo podían ser vistas como blasfemia y
con ello ocasionarle la muerte. Jesús se veía a sí mismo como mayor que Jonás y Salomón (Q
11,29-32), como Hijo del hombre, mesías, Siervo, el Hijo de Dios, el Señor y la
Sabiduría. El Documento Q nos muestra que además prometió volver. Él sabía, como ya
señalamos, que iba a ser despreciado y rechazado. Considerándose el Siervo, debía tener
presente a si mismo la idea de su muerte, pero tal visión no era el final de la historia.
Volveríay juzgaría a la Humanidad. Hay un mensaje de urgencia escatológica. Jesús regr
esaría, como Hijo del hombre, en el momento más inesperado. Tal llegada sería una bendición
para aquellos que estuvieran preparados, Q 12, 35-38. La parábola de Q 12, 42 ss deja, por
el contrario, de manifiesto que, para los desprevenidos, sólo sería un desastre
calamitoso. En resumen: recompensa para los despiertos y condenación para los no
preparados. Una segunda referencia resulta también muy interesante y está ligada aldestino
futuro del pueblo judío. El templo de Jerusalén iba a ser destruido (y, efectivamente, eso
sucedió en el año 70 d. de C.) como castigo al rechazo de los profetas y de los enviados, así como
de los oídos sordos prestados a la predicación de Jesús. Pero el día en que reconocieran a éste
como mesías, se produciría una manifestación clara de la gloria de Dios sobre el pueblo
judío, Q 13, 34-5. Jesús no daba por concluida la historia con su muerte futura. Al igual que el
siervo de Yahveh del que se narra en Isaías 53, él esperaba volver a ver luz tras la muerte y
contemplar su triunfo. Jesús pensó de sí mismo según los patrones de la cultura a la que
pertenecía, se contempló y entendió a sí mismo incardinado en conceptos del judaísmo de su
época. Se vio como Mesías, el descrito como el Siervo de Yahveh e Hijo del hombre. Esto tenía
implicaciones muy claras. Significaba que podía esperar la muerte y que esa muerte serviría para
expiar los pecados de los descarriados. Pero, al mismo tiempo, implicaba que, tras su muerte
expiatoria, vería «luz», «viviría» y vería el fruto de su acción. Es decir, a la muerte le seguiría la
resurrección y el triunfo. Como señalan los Evangelios, Jesús repite en varias ocasiones no sólo
que iba a morir sino que también esperaba resucitar. Jesús se veía como el Hijo del hombre,
esto no es extraño porque ambas figuras aparecían en diversos medios de su época como títulos
del mesías. La mezcla era tan evidente que no es raro encontrar al mesías descrito con
ambos calificativos. El documento Q muestra cómo Jesús aplica al Hijo del hombre tanto la
idea de triunfo final(Daniel 7) como la de muerte previa. Jesús, no se vio solamente como un
hombre encargado de una misión salvadora. Él era la Sabiduría, el Señor y, muy especialmente,
el Hijo de Dios. Sólo él podía llamar Padre a Dios en el sentido que él lo hacía. Sólo él
conocía al Padre y a él, sólo el Padre podía conocerlo. Aquellos conceptos no eran nuevos en el
judaísmo, pero lo auténticamente provocativo es que Jesús se los aplicaba a sí mismo, y eso,
tarde o temprano, conllevaría el peligro de la muerte, una muerte que él vio cernirse en
su futuro. Desde el s. XIX, se ha insistido, de manera muchas más veces visceral que razonada,
en afirmar que los aspectos relacionados con la preexistencia y la Divinidad de Jesús
eran medularmente
antijudíos; que, por lo tanto, no podían haber sido sostenidos por susprimeros discípulos
judíos y que su introducción en el seno del cristianismo se debió a una influencia helenística que
cabría ligar a la persona de Pablo o incluso a comunidades anteriores al ministerio de éste. A la
luz de lo contenido en el Documento Q, todas esas afirmaciones son radicalmente
insostenibles. La visión que identifica al siervo sufriente de Isaías cuyo sacrificio es
visto ocasionalmente como expiatorio con el mesías y a éste con el Hijo del hombre es algo
que aparece en el judaísmo pre cristiano. Para absorber estos puntos de vista, el
cristianismo ni tuvo que dirigirse a las religiones paganas omistéricas ni tuvo que esperar a
Pablo. En realidad, se limitó a asimilar la propia visión de Jesús sobre sí mismo que, a su vez,
procedía de una interpretación de la Escritura ya existente. Cuando, durante los siglos III
y IV, algunos judíos de fe cristiana, según no sin forma el Talmud, deseaban convencer
a sus compatriotas de que Jesús no era sólo un hombre sino que en él se había encarnado el
Dios creador del Antiguo Testamento, recurrieron y seguirán recurriendo a pasajes de éste y
especialmente a aquellos que describen a Dios hablando en plural. Lejos de obtener sus
puntos de vista del paganismo (¡mucho menos del paulinismo!) aquellos judeo-cristianos de
Palestina habían seguido guardando fielmente la creencia enla divinidad de Jesús y ahondado en
el Antiguo Testamento para deducir aún más argumentos en favor de la misma. El uso de títulos
como «kyrios» o «Sabiduría» no proceden de un ámbito pagano ni tampoco de un cristianismo
helenizado. Los hallamos referidos a Dios en el judaísmo pre-cristiano e incluso en el
último caso, al igual que en el de la Sabiduría, ligados a una interpretación hipostática de los
mismos. Una vez más, al admitirlos en su interior, el cristianismo recibía las palabras de
Jesús, tal y como aparecen en Q, y éste se limitaba a aplicarse a sí mismo enseñanzas
comunes en el judaísmo de la época. Jesús aparece, pues, en el Documento Q como
sujeto de unas pretensiones queno podían dejar indiferentes a sus contemporáneos (y es
dudoso que pudieran causar diferente efecto en los nuestros). En el mismo paquete,
aparecía como el mesías que, mediante su muerte expiatoria, llevaba la carga de pecado de la
Humanidad y como Señor; como Sabiduría y como Siervo; como el Hijo de Dios y como el
que ha de venir a juzgar a la Humanidad, dotado de una autoridad incomparable. Es ese
«paquete» el que él exigía tomar o dejar. Pero no hubiera considerado lícito el que sólo se
aceptara una parte (la menos escandalosa para cada cual) o el que se usara su figura como capa
de otras formas de pensar. En ese sentido, Jesús fue de una radicalidad pasmosa, de una
negativa al compromiso inquebrantable y de una rigidez incondicional. Por ello, a la pregunta de
quién era, sólo se podía responder, desde su punto de vista, diciendo que era el Mesías, elHijo
de Dios (Mateo 16, 16), y actuar en consecuencia. En: El Primer Evangelio: El Documento Q.
César Vidal Manzanares.
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