Discurso Diputado Patricio Melero Martes 15 de Marzo

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Discurso asunción Presidencia de la Cámara

Patricio Melero Abaroa

Asumo la presidencia de la Cámara de Diputados después de una vida


dedicada al servicio público, primero desde la dirigencia estudiantil y
juvenil, luego en la alcaldía de Pudahuel y por ultimo en este Parlamento
durante las últimas dos décadas. Lo hago con la frente en alto, lleno de
entusiasmo y motivación en el período que se cumplirán doscientos años
desde nuestra fundación. Inicio, así, mi labor consciente de que este
Bicentenario nos ofrece una oportunidad inmejorable para reflexionar,
en conjunto, no sólo acerca de nuestro pasado, sino también sobre
nuestro presente y nuestro futuro.

Señoras y señores Diputados, quisiera compartir con ustedes mi deseo


de poner nuestra mirada hacia adelante sin dejar de tener presente los
doscientos años de historia que ha recorrido esta institución y del papel
central que desempeñamos, como diputados, en la vida republicana de
nuestro país.

Han sido muchos los que han dejado su impronta como diputados a lo
largo de este bicentenario. Junto conmigo, la diputada Angélica Cristi,
los diputados Sergio Aguiló, René Manuel García, Carlos Montes, Sergio
Ojeda, José Miguel Ortiz y Jorge Ulloa, hemos sido partícipes
privilegiados de una décima parte del camino recorrido por esta Cámara,
y hoy son ustedes, las nuevas generaciones, los que están dejando su
propia huella en la consolidación democrática del país, en su desarrollo y
en su porvenir. Por eso, vaya mi reconocimiento, a los que han estado
tantos años entregados a la labor legislativa y a todos ustedes, a
quienes comparten mi pensamiento político y a quienes, como
adversarios en el terreno de las ideas, comparten y han compartido
siempre la vocación por el bien común de todos los chilenos.

Al iniciar mi labor, quiero asegurarle a mi partido y a la bancada de la


UDI, de RN, del PRI e independientes que el privilegio de haber sido
nominado y de llegar a representarlos en esta mesa conlleva una
enorme responsabilidad que tengo y tendré, cada día, presente y que
espero no defraudar.

A mi distrito, a las comunas de Pudahuel, Quilicura, Colina, Lampa,


Batuco y Tiltil a sus alcaldes y gobernadora, concejales, CORES y a su
gente que me ha acompañado durante tantos años y por la que siento
profunda admiración y gratitud: gracias por estar aquí y por permitirme
representarlos. Espero no defraudarlos ni a ustedes ni a la palabra
empeñada cuando asumí el compromiso de traer su voz a esta Cámara.

Para mi familia, mi mujer Alejandrina, mis hijos y nuera , mis hermanos


y mis amigos, a los que, con muchísimo orgullo veo acompañándome
hoy con la misma incondicionalidad con que han estado siempre, a ellos
quiero decirles que nada de lo que he logrado hasta el momento hubiese
sido posible sin el apoyo que me dan día a día.

Honorable Cámara de Diputados, el 4 de julio de 1811 los fundadores de


la Patria, aquellos hombres valientes que comprometieron su vida con la
independencia, pusieron su sentido de lealtad y sus sueños de libertad
en la constitución de un Congreso Nacional, donde, al igual que hoy día,
se asegurara la representación de los habitantes repartidos por las
distintas zonas del país, para crear de ese modo “una República libre,
justa, soberana y fraterna”, como señalara el Primer Presidente, don
Juan Martínez de Rosas.

Fray Camilo Henríquez, en el discurso de instalación, hace ya 200 años,


les recordó a esos 36 primeros hombres ilustres elegidos diputados,
predecesores nuestros, que “Hay deberes recíprocos entre los individuos
del Estado de Chile y los de su Congreso Nacional, sin cuya observancia
no puede alcanzarse la libertad y felicidad pública. Los primeros están
obligados a la obediencia; los segundos al amor de la patria, que inspira
el acierto y todas las virtudes sociales”.

Por mi parte, en 1978 cuando asumí la responsabilidad del cargo de


Vicepresidente de la Fecech en la Universidad de Chile, comencé a
recorrer un camino que ha marcado no sólo mi vocación, sino mi vida.
Me cautivó el sueño y los ideales de servir a la patria a través del
trabajo público que me inculcó Jaime Guzmán. Elección de servidor
público, que años más tarde me llevó a prestar juramento por primera
vez como diputado de esta República en 1990. Llegué lleno de
entusiasmo y pasión, convencido del papel central y privilegiado que
desempeñaríamos en la transición hacia la democracia, hacia el
fortalecimiento de las instituciones, dando vida al mandato
constitucional de garantizar, a través de nuestra labor, los principios
fundamentales de justicia, libertad, igualdad y respeto por la persona y
su dignidad.
En estos 21 años, quienes hemos integrado esta Cámara hemos sido
testigos de una exitosa transición democrática encabezada por los
gobiernos de la Concertación, en la que todos los actores políticos y
sociales hemos sido artífices cardinales de este paso en la vida de la
Nación. La transición, observada con interés y admiración por el
mundo entero, no habría sido posible sin la voluntad de alcanzar
consensos. Camino que ha permitido sellar acuerdos
trascendentales para nuestro país. Hoy, los conmino a
profundizar esa senda, los chilenos esperan que entre nosotros
se privilegien más los acuerdos que las diferencias y el
entendimiento más que el enfrentamiento. Con mayor razón hoy
la ciudadanía reclama de nuestra parte esa voluntad y capacidad
de ponernos de acuerdo frente a los grandes desafíos que el país
presenta. Con toda certeza, podemos decir hoy que integramos un
Chile con firme e inalterable vocación democrática, vocación que nos
permite aspirar a nuevos y grandes pasos, que permitan avanzar a otra
etapa: asegurar mayor inclusión y mejores oportunidades, impulsar un
acercamiento por medio del diálogo con nuestros pueblos originarios,
estrechar lazos y constituir una agenda de cooperación con nuestros
vecinos, y muy especialmente, generar un mayor compromiso de la
sociedad con los valores, con la familia, con la honestidad y la
solidaridad.

Mi propuesta y mi compromiso durante el año del Bicentenario


de este foro del debate público nacional, será convocarlos a
ustedes y al país, a tomar conciencia y a reflexionar sobre el tipo
de desarrollo que queremos, ha detectar y avanzar en superar
nuestras falencias y a promover las leyes que nos falten en el
camino hacia un progreso integral, estable y más justo. Esta
preocupación y todos mis esfuerzos como presidente de la
Cámara, se enfocarán principalmente en el rescate de la persona
humana y su ubicación en el centro de la actividad
parlamentaria.

Permítanme una pequeña reflexión sobre el Chile de hoy. Tres


elementos marcan a nuestra patria en el inicio del siglo XXI: Primero, un
país que encontró su modelo de desarrollo en la economía social de
mercado; su modelo de gobierno en la democracia representativa propia
de occidente; y su modelo de organización jurídica en el Estado
Constitucional de Derecho, que garantiza el respeto a los derechos
fundamentales de cada habitante de esta tierra.

En un pasado que no está lejano, precisamente los desacuerdos sobre


estos puntos nos llevaron al enfrentamiento entre hermanos, esa época
está superada, pues todos los sectores políticos nos hemos encontrado
en valores comunes que, sin agotar las legítimas diferencias que nos
separan en el debate político, nos permiten encontrarnos a todos en una
senda compartida. En el Chile de hoy es impensable el discurso del odio
propio de la llamada lucha de clases, es impensable el que se
pretendiera cuestionar derechos fundamentales como la propiedad, el de
los padres a educar a los hijos, el de la libertad de expresión, el respeto
a los poderes del Estado; es impensable que alguien pretendiera
justificar cualquier violación a los derechos humanos.

Son muy pocos los países que pueden exhibir este nivel de madurez y
son, precisamente, los países desarrollados a quienes miramos desde
hace décadas con admiración y a quienes hoy nos acercamos a pasos
agigantados.

En segundo lugar, somos un país con alternancia en el poder, en el que


dos coaliciones políticas han dado muestras del sentido de Estado que se
requiere para reconocer la derrota por estrecha que esta sea. Después
de 20 años en el poder, el gobierno de la Concertación reconoció el
triunfo del Presidente Piñera antes del fin de la tarde. Ese es un motivo
de orgullo para los dirigentes y militantes de esa coalición, así como es
un motivo de orgullo para todos los chilenos. Al celebrar el Bicentenario,
el Presidente Piñera hizo partícipe de los actos de celebración a los ex
Presidentes de la República y así Chile y el mundo pudieron ver a un
Presidente y a cuatro ex Presidentes juntos levantando la bandera
nacional. Soy un convencido que, como país, no reflexionamos lo
suficiente sobre estas cualidades cívicas y republicanas de nuestra clase
política.

En tercer lugar, somos un país que ha desterrado la violencia como


método de acción política. El terrorismo que ha destruido a otras
naciones, y que también en algún momento nos asoló, está fuera de
nuestra sociedad; así como estamos a salvo de mafias organizadas
alrededor del narcotráfico y de la corrupción generalizada del Estado. En
pocas palabras tenemos instituciones sólidas y las hemos construido
sobre la base del respeto a los derechos de las personas. Pocos en este
continente pueden exhibir semejante resultado.

Lo anterior no significa que hemos alcanzado la meta que todos


aspiramos, de un país sin pobreza, justo, solidario y con verdadera
igualdad de oportunidades. Por eso subsisten entre nosotros -y en
buena hora- diferencias de ideario político, pues discrepamos acerca de
los mejores instrumentos para materializar esas aspiraciones. Esas son
las diferencias que se expresan y se arbitran en esta corporación, por
eso a partir de hoy, sin renunciar a mi ideario personal, asumo el
compromiso de representarlos a cada uno de ustedes en el gobierno de
una cámara política que no es, ni más ni menos, que el gobierno de la
diversidad, el debate, el acuerdo o, finalmente, el arbitrio racional del
disenso sobre las bases de las reglas comunes de consenso.
La democracia se origina junto con los parlamentos, no hay democracia
sin parlamento, pues en la medida que para las sociedades se volvieron
inaceptables gobiernos fundados en la voluntad arbitraria de un
monarca que legislaba, administraba e impartía justicia, surgió la
necesidad de la separación de poderes y junto con ello el control del
poder de aquel que gobernaba. Así surgió la democracia y la institución
parlamentaria, como una forma de control del poderoso, naciendo de
esa manera aquello que llamamos el gobierno de la ley. Por tanto,
esta Cámara política no puede resignar nunca su función de
órgano de control del poder. Jamás debemos olvidar la
importancia y la vigencia de la función parlamentaria, ya que
aquí está radicada la labor fiscalizadora institucional, ante
nosotros responde políticamente el gobierno y, por ello quiero
expresar aquí mi voluntad más profunda de ser fiel a esta labor
de control, pues en ello va la vida de nuestra democracia y la
solidez de nuestras instituciones republicanas.

Cada generación tiene un desafío que le toca enfrentar, y estoy


convencido que el nuestro es llevar a Chile a traspasar las puertas del
desarrollo, a cuyo umbral nos encontramos parados. Este es un desafío
que, sin duda corresponde encabezar al actual gobierno de la Coalición
por el Cambio y a los futuros que vengan, pero en el que todos tenemos
la obligación de contribuir, y a esta Cámara le cabe un rol insustituible
que desplegar. Una sociedad desarrollada es una sociedad más justa,
más libre y por supuesto más rica. Queremos el desarrollo, pero por
cierto no queremos cualquier desarrollo. Queremos uno en que la
dignidad del ser humano se reconoce y valora en cualquier
circunstancia, en que la persona es el centro y el fin del Estado.

Hay países que se alejan de esta meta, otros que están estancados y
otros como nosotros que estamos en franca transición. La invitación,
entonces, señoras y señores diputados, y que extiendo también
públicamente, es a reflexionar en torno a esta nueva transición hacia el
desarrollo, a enfocarnos no sólo en lo material, sino también en lo
espiritual, y a poner todos nuestros esfuerzos, tanto legislativos, como
fiscalizadores y, primordialmente, de representación, al servicio de las
personas y de los valores y principios que las engrandecen, cuidando,
especialmente, primero, de no dejar atrás a aquellas que históricamente
se han visto postergadas y que requieren de mayor apoyo, como los
sectores más pobres; segundo, de velar por que existan y se respeten
los mecanismos especiales de reconocimiento y participación de
nuestros pueblos originarios; tercero, de no aislar a nuestros adultos
mayores, permitiéndoles seguir participando activamente en la
sociedad; y, finalmente, de no rendirnos ante la siempre tentadora
inmediatez del asistencialismo y el populismo, que termina impidiendo
que los esfuerzos se centren en que los individuos y los grupos
intermedios que ellos mismos conforman, alcancen la plenitud material y
espiritual a través de su propia perseverancia y empeño, apoyados por
instituciones que no asfixian, sino que brindan los espacios y
herramientas necesarios para el verdadero logro del desarrollo.

Quisiera así, que los ejes de este nuevo año legislativo, mirando
al desarrollo, se centraran en la persona y su felicidad, con toda
su complejidad y diversidad, en la riqueza del alma, en incentivar
a hombres y mujeres que destacan por su valentía, de esfuerzo,
de unión familiar, de superación de las dificultades y de
conciencia social. Asimismo, quisiera rescatar las convicciones de ese
Jaime Guzmán que despertó y guió mi amor por la política, por el
servicio a la patria y cuyas palabras inspiradoras están hoy más vigentes
que nunca: “Amamos profundamente a Chile y por eso queremos seguir
construyendo una nación sólidamente afirmada en los valores morales y
espirituales propios de nuestras raíces cristianas. Amamos
entrañablemente a nuestra familia y por eso queremos forjar una
sociedad que siempre la respete y la fortalezca. Amamos
intransablemente nuestra libertad y por eso queremos afianzar un
sistema político y económico-social que combine democracia y progreso.
Que ofrezca a cada hijo de esta tierra mayores y mejores
oportunidades”.

Pero también debemos mirar el ejemplo de vida de hombres como don


Edgardo Boeninger, que desde su concepción laica de la vida y su opción
política de centroizquierda fue un ejemplo de racionalidad, de diálogo y
de capacidad de alcanzar acuerdos aquí en este mismo parlamento. Un
servidor público que se ganó un lugar de privilegio en la historia de
Chile. O de nuestro querido y recordado ex colega Juan Bustos, de quien
se podía discrepar, pero imposible dejar de respetar su seriedad
analítica, su calidad humana y profesional.

Es así como nuestra activa labor legislativa, cumplida con


responsabilidad y eficacia, debe estar marcada por la producción de
normas que den respuesta real y oportuna a los cambios sociales y a la
necesidad de fomentar los valores de ese ser humano mirado de manera
integral. Hay que recordar, entonces, que nuestra tarea diaria
representa una doble función: una que es conservadora, pues debe
propender al mantenimiento de los valores y principios que le son
natural e históricamente propios a la Nación, y otra que es
transformadora de la sociedad, que conduce los cambios necesarios en
favor de los intereses sociales que, de acuerdo a nuestra percepción del
bien común, deberán ser tutelados por la ley, buscando coordinar las
circunstancias concretas del tiempo presente con esos principios
inspiradores, para el bien de la Patria y de todos los ciudadanos.

La responsabilidad, en este sentido, es grande, pero constituye


un desafío que nos sitúa en un punto de inflexión histórico y,
espero, fecundo, porque es aquí, justamente aquí, donde la
sociedad debe buscar el diálogo y afianzar esa voluntad de
cooperación que permita la integración de todas las fuerzas
políticas de la sociedad chilena. Es en esta cámara donde se
tiene que ver representada, de verdad, la diversidad social, pero,
principalmente, donde debe primar el debate de la razón, aquel
que es capaz de superar las diferencias, para buscar esos puntos
en común que miran al bien de cada habitante de esta Nación.
La prosperidad material y espiritual que debemos asegurar en la
consecución del desarrollo social, cultural y económico, por tanto, debe
ser nuestro objetivo. No debemos proponernos la aprobación de
una gran cantidad de leyes que pueden, muchas veces, estar
desprovistas de contenido, sino que debemos enfocarnos en su
trascendencia, en la coherencia con el resto del ordenamiento y
en el logro de los fines propuestos, de manera comprometida con
los valores que sustentan a nuestro país.

Como sabemos, la política se convierte en un arte; un arte consistente


en escoger los medios más eficaces e idóneos para lograr sus fines,
orientando el comportamiento humano por medio de leyes justas y
decisiones que fijen un horizonte de significado en aquello que
corresponde a cada cual.

Junto con el debate en torno a la transición al desarrollo, la elaboración


de la agenda legislativa priorizada y coherente es fundamental. Una
adecuada planificación incidirá en la promoción de los procesos
deliberativos que permitan encontrar consensos, articulándose así la
labor de los diversos poderes del Estado, fortaleciéndose el trabajo
eficaz de las diversas instituciones puestas al servicio de la persona.

Señoras y señores, colegas Parlamentarios, en este año legislativo que


estamos iniciando, cada uno de nosotros guardaremos la Constitución
Política, desempeñaremos fiel y legalmente el cargo que nos ha confiado
la Nación, consultaremos en el ejercicio de nuestras funciones sus
verdaderos intereses y guardaremos sigilo acerca de lo que se trate en
sesiones secretas. En una palabra cumpliremos con el juramento con el
que solemnemente asumimos la alta función pública que desempeñamos
y en ese cometido, desde la presidencia de esta honorable corporación,
pondré mis mejores esfuerzos al servicio de cada uno de ustedes, pero
ante todo al servicio de Chile, esta patria noble y generosa que nos ha
convocado a cada uno de nosotros a su servicio y a cuyo desarrollo
contribuimos aportando nuestras visiones, nuestras diferencias y sobre
todo nuestra común vocación.

Hace 21 años la voluntad de Dios y del pueblo me condujeron por


primera vez a esta sala, y hoy asumo esta responsabilidad sin otro
compromiso que el de servir el mejor interés de Chile y cada uno de los
chilenos.

Muchas gracias.

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