1 - Más Allá Del Sufrimiento

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SOBRE LA IDENTIFICACIÓN:

EL MISMO LAGO, UN BOTE DIFERENTE


Por Stephanie O. Hubach
Identificar: asociarse o afiliarse íntimamente con una persona o grupo
El Diccionario del Patrimonio Cultural Estadounidense
(AMERICAN HERITAGE DICTIONARY)
Pedaleaba con fuerza sobre mi bicicleta intentando subir una de las colinas más
empinadas del pueblo, con dificultad pude llegar a la seguridad de nuestra casa. El clima
estaba caliente, caliente, caliente. Era uno de esos días de verano donde el calor es tan
fuerte y el pavimento arde tanto que el ciclismo se torna muy difícil.
Cualquiera que me estuviera observando diría que simplemente estaba andando en
bicicleta, pero la verdad es que dentro de mí estaba huyendo. Tratando de escapar. Me
acababa de mudar de un ambiente muy estresante en una empresa de consultoría en
Washington, D.C., a un pequeño pueblo rural en Pensilvania. Después de trabajar
sesenta horas por semana e intentar terminar mi maestría, quería encontrar una forma
constructiva de llenar mi tiempo mientras conseguía un nuevo empleo. Quería bajar el
ritmo y llevar una vida más balanceada que incluyera más tiempo con mi esposo, otras
personas y menos tiempo con números y cálculos.
Ese día en particular yo había decidido visitar un hogar de cuidados personalizados. En
Pensilvania, los hogares de ese tipo proveen una casa para individuos que no necesitan
cuidados intensos, pero sí que se les asista por un sin número de razones. Esto significa
que a menudo estos hogares son para personas con muchas necesidades especiales,
incluyendo aquellos con discapacidades cognitivas1, enfermedades mentales2 o
discapacidades físicas. Sin embargo, yo no sabía nada del tema. Pensé que encontraría
unos cuantos ancianitos bien vestidos y bien despiertos que estarían sentados viendo la
televisión y que en secreto esperaban la oportunidad de entablar una buena conversación
o iniciar un juego de mesa.
Me asombró lo que encontré, lo que olí y lo que oí. Al abrir la puerta principal me dio la
bienvenida un pasillo largo, obscuro, sombrío, con olor a pañales sucios y sonidos de
quejidos humanos. Aunque percibí que yo había subestimado en lo que me estaba
metiendo, aun así caminé animadamente hacia la oficina del administrador y me ofrecí
para visitar a quien estuviera disponible. Después de mirarme extrañamente, una mujer
me dirigió por el pasillo hacia una sala que tenía un gran techo, allí me senté con un
hombre llamado Pablo y cuya esposa había muerto recientemente. El personal pensó que
quizá mi visita podría ayudarle a levantar el ánimo. Yo no tenía idea de qué decirle a este
hombre. Al sentarnos al centro de la habitación respondió mis preguntas por puro
compromiso. Estábamos rodeados de personas con varias discapacidades y que estaban
acostados en sillas reclinables, en sillas de ruedas o en sofás. Después de quince
minutos ya había torturado a Pablo lo suficiente con mis preguntas, por lo que intenté
retirarme sin que él se diera cuenta. Yo estaba muy consternada con lo que experimenté
adentro. Al salir del lugar todo parecía ser diferente. Tratando de sacudir mi perturbación
comencé a pedalear hacia la casa. Había intentado identificarme con personas fuera de
mi área de comodidad y decidí que eso no era para mí.
Tres años y medio después yo estaba en el hospital, era una tarde helada de enero y el
clima estaba helado, helado, helado. Francamente pensé que el parto sería tal y como lo
pintaban las revistas de bebés, lleno de expectativa, todos vestidos de blanco y todos muy
felices. En lugar de eso estaba allí con mi niño recién nacido internándolo por tercera vez
en tres semanas. Sí, todos estaban de blanco, pero no todo era felicidad. Esta vez una
insuficiencia cardíaca congestiva nos había traído al hospital de niños a una hora de
nuestra casa. Esa mañana, habían diagnosticado a Timmy con una condición cardiaca
muy seria y que se encuentra comúnmente en bebés con síndrome de Down. De acuerdo
con el cardiólogo, el caso de Timmy era “lo peor que podía esperarse” para esta anomalía
cardiaca en particular. El orificio en su corazón era extremadamente grande, la mitad del
tamaño de la pequeña bomba que mantenía su vida.
Aún impactados por la noticia tratamos de acomodarnos en el cuarto que se nos asignó y
que compartiríamos con otras tres familias durante los próximos cinco días. Una vez más
me asombró lo que vi, lo que olí y lo que oí. En medio del constante sonido de monitores
que hacían: “¡bip, bip, bip!”, estaba el incesante llanto de los bebés. Los cuales no solo
lloraban de hambre, sino porque a menudo se les hincaba con jeringas. Lo usual era que
una enfermera les colocara una intravenosa o les sacara sangre para el reporte del
laboratorio matutino. El bebé de nueve meses que estaba en la habitación frente a
nosotros había vivido ahí casi toda su corta vida. A una pequeña niña que deambulaba
por el pasillo le hacía falta casi la mitad del rostro. Los olores de la ropa de cama estéril
del hospital reemplazaban el agradable olor del suavizante que anhelaba oler en mi casa.
Pero esta vez no podía subirme a mi bicicleta y correr a la seguridad de mi hogar. Este
era mi mundo ahora. La identificación que una vez había elegido rechazar por elección
ahora me pertenecía por disposición divina.
Comodidad e Identificación
La mayoría de las personas no se sienten cómodas inmediatamente cuando están
rodeadas por personas con discapacidades, en especial con discapacidades cognitivas o
enfermedades mentales. Mientras que la generación de niños de hoy ha tenido mayor
exposición a los individuos afectados por discapacidades, la mayoría de los adultos aún
luchan con el factor “miedo” cuando quieren aprender a relacionarse con personas así.
Hay momentos en que el temor está basado en un estereotipo que se debe vencer. A
veces surge del sentido de incomodidad que llega cuando ya no sabemos qué hacer o
qué decir. En ciertas ocasiones, somos confrontados con la honesta verdad de que
miramos mal a los que tienen discapacidades como si fueran una parte anormal en un
mundo normal. En otras ocasiones la incomodidad viene de una débil percepción de que
la discapacidad es una condición con la que cualquiera de nosotros puede (y muchos lo
harán) encontrarse en algún punto de sus vidas. Por lo tanto, ese incómodo pensamiento
nos hace querer huir.
También hay un componente de la sociedad relacionado con la cultura fragmentada en
que vivimos, uno que está lleno de los diferentes grupos de presión. Comúnmente estos
grupos se comunican entre ellos, pero no con otros. Al grado que absorbemos
pasivamente corrientes postmodernas de pensamiento que imposibilitan la comunicación
entre los diferentes grupos de personas. Fracasamos hasta en nuestros intentos de
conectarnos con otros a quienes percibimos que son diferentes a nosotros. Cuando
hacemos esto aceptamos abiertamente el punto de vista de la sociedad acerca de la
“comunidad”, la cual no es un grupo de personas unidas por la intencionalidad, sino un
grupo de personas definidas enteramente por su exclusividad.
Por ejemplo, notemos cómo ha cambiado el idioma en la última generación. Ya no nos
referimos a esta nación como la “unión de las razas de América”. En vez de eso nos
referimos a una “comunidad” para definirla como grupos separados y que tienen distintos
niveles de poder. Preste atención y lo escuchará en las noticias diarias: la comunidad
hispana, la comunidad negra, la comunidad musulmana, la comunidad de personas con
discapacidad, etc. Cuando nos enfocamos en nuestras diferencias tendemos a impartir un
valor, generalmente negativo, para esas diferencias. En vez de conectarnos con las
personas con discapacidad eligiendo enfocarnos en nuestra humanidad común,
enfatizamos las diferencias que legitiman seguir nuestra propia agenda, esa que tiene
nuestra comunidad, cualquiera que sea.
Existe una frase que todos usamos: Todos estamos en el mismo bote, y no se tiene que
vivir mucho para reconocer que esto es una simplificación exagerada de la realidad. Una
frase más correcta podría ser: “Todos estamos en el mismo lago, pero en distintos botes”.
Esta verdad nos muestra que como seres humanos compartimos una historia en común,
pero los detalles de nuestra experiencia y nuestras circunstancias de vida pueden variar
significativamente. Somos esencialmente lo mismo pero con diferentes experiencias. Sin
embargo, el énfasis de la sociedad actual va más allá. En vez de vernos a nosotros
mismos en el mismo lago pero en diferentes botes, tendemos a vernos completamente en
diferentes lagos. El resultado es que terminamos justificando el hecho de buscar nuestro
propio nivel de comodidad personal sin que nos importen las necesidades o deseos de
quienes están a nuestro alrededor.
Seamos honestos, a todos nos gusta la comodidad. Uno hasta podría decir que los
americanos del siglo XXI están obsesionados con ella. Nuestros autos, nuestros muebles,
nuestra ropa, nuestros teclados de computadora, hasta nuestras tazas de café están
diseñadas para nuestra comodidad. Esta es la sensación correcta y que encaja
perfectamente. Es comodidad en el sentido material. Ahora, supongamos que alguien le
dice: “Yo amo a mis amigos porque me identifico con ellos”. ¿A qué supuestamente se
está refiriendo? Es probable que a un grupo de personas con quien se siente muy
cómodo. Para un extraño, sería un grupo donde las cosas que tienen en común son
obvias. Es decir, consistentes con la visión que la sociedad tiene de la comunidad. El
Diccionario del Patrimonio Cultural Estadounidense da la definición de lo que significa
identificarse con otros y es más amplio de lo que hasta ahora hemos visto. Dice: “Es
asociarse o afiliarse íntimamente con una persona o grupo”. Esta definición no implica
necesariamente comodidad o identificación, lo cual es fácil, sino identificación con
propósito.
Identificación bíblica
La Biblia está repleta de enseñanzas y ricos ejemplos acerca de la identificación genuina.
Desde Génesis hasta Apocalipsis, las Escrituras demuestran la identificación intencional
de Dios con nosotros. Pensemos en la profundidad de la palabra Emanuel, que significa
“Dios con nosotros”. Desde la creación hasta la consumación de todas las cosas, Dios
está comprometido con identificarse intencionalmente con las criaturas que diseñó a su
imagen. De acuerdo con Gerard Van Groningen, un profesor de seminario de Antiguo
Testamento, los pactos divinos son “un enlace de amor establecido, mantenido e
implementado por Dios mismo”.
Los pactos de Dios con su pueblo a través de las edades son ejemplos del “Emanuel”
como principio.
Considere el pacto de la creación, el cual es un pacto implícito de Dios con la humanidad
hecho en el contexto de la creación del hombre. El vínculo de la vida y el amor están
profundamente arraigados con el diseño del hombre como portador de su imagen. Es la
relación entre Dios y el hombre, no en el sentido simplista con que usamos la palabra
relación, sino en el sentido más profundo de la esencia del ser humano. El hombre porta
la imagen divina dentro de sí mismo, eso lo une con Dios. Van Groningen continúa: “Esta
relación es un aspecto esencial del pacto de Dios. La idea fundamental del pacto es ese
vínculo. Dios se unió a la humanidad. Era un pacto de vida y amor”.
No sólo fuimos creados para servir a Dios por amor, sino que portamos la imagen del Rey
mismo dentro de nosotros. ¡Eso es identificación! Si Dios, con toda su grandeza y
esplendor, eligió identificarse con nosotros, ¿no deberíamos nosotros esforzarnos por
identificarnos con otros seres humanos?
¿Cómo sabemos que podemos lograrlo? Porque nuestro llamado a la identificación se
basa en que Jesús mismo lo modeló a lo largo de su vida. Uno de mis ejemplos favoritos
está en el relato del evangelio de Juan donde se narra la sanidad que Jesús le otorgó a
un hombre ciego de nacimiento.
“A su paso, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Y sus discípulos le
preguntaron: “Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus
padres?” “Ni él pecó, ni sus padres”, respondió Jesús, “sino que esto sucedió para que la
obra de Dios se hiciera evidente en su vida”. (Juan 9:1-3).
Los discípulos demuestran el sentido de consenso general de la sociedad al referirse al
ciego como “este hombre” y en su forma de preguntar: “¿Quién pecó?” Sin embargo, note
que Jesús cambia la interrogante de sus cabezas respondiéndoles con una declaración
que refleja la identificación de Dios con el propósito de la vida del hombre: “Esto sucedió
para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida” (Juan 9:3). Luego Jesús procede
a sanar al hombre sin desprenderse de él aunque ya sano haya tomado su propio camino.
El relato que sigue nos muestra una disputa entre los fariseos, el hombre que era ciego y
su familia. Bajo un mar de interrogantes, el hombre sanado relató cómo fue su encuentro
con Cristo, pero el hombre fue reprendido muchas veces por aquellos que no lo querían
aceptar. Finalmente, el conflicto termina cuando los fariseos le gritan: “Tú, que naciste
sumido en pecado, ¿vas a darnos lecciones?” (Juan 9:34). Y lo expulsan.
Sin embargo, la mejor parte de la historia viene en el próximo versículo. Dice: “Jesús se
enteró de que habían expulsado a aquel hombre, y al encontrarlo…” (Juan 9:35). Me
encantan estas palabras: “Al encontrarlo”. Es decir, Jesús fue en busca del hombre. A Él
le interesaba algo más que su discapacidad. Estaba pensando en Él como persona.
Luego de encontrarlo, Jesús llevó la relación a otro nivel y se introdujo como el Hijo del
Hombre, cerrando el ciclo completo de la relación, de vuelta a la conexión con Él mismo.
Jesús se identificó con el hombre ciego de nacimiento incluso cuando este fue creado,
cuando la imagen de Dios fue sellada dentro de él. ¡Eso es poderoso!
Aplicación bíblica
Por lo tanto, partiendo de la realidad de la profunda identificación de Dios con su pueblo,
de que nosotros portamos su imagen y que conocemos el ejemplo práctico de Jesús,
¿cómo lo podemos aplicar entonces? ¿Qué nos motiva a conectarnos con otros de
manera intencional como Dios lo pide? Romanos 12 nos da una señal:
“Por la gracia que se me ha dado, les digo a todos ustedes: Nadie tenga un concepto de
sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación,
según la medida de fe que Dios le haya dado. Pues así como cada uno de nosotros tiene
un solo cuerpo con muchos miembros, y no todos estos miembros desempeñan la misma
función, también nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada
miembro está unido a todos los demás. Tenemos dones diferentes, según la gracia que
se nos ha dado” (Romanos 12:3-6).
Lo primero que nos motiva a identificarnos con otros es una perspectiva adecuada acerca
de nosotros mismos.
“Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener” (Rom. 12:3). Debemos
reconocer que todos tenemos necesidades, esa es una parte normal de la vida en un
mundo anormal. Nuestra debilidad y necesidad como humanos son universales, aunque
la forma de manifestarse es distinta. Es el mismo lago, pero diferente bote.
Conectarse a otros es una forma de ser condescendientes, no una opción. Podemos
asociarnos intencionalmente con otros porque realmente podemos identificarnos con su
condición humana.
Segundo, nos sentiremos motivados a identificarnos con otros cuando reconozcamos que
dependemos los unos de los otros. “Pues así como cada uno de nosotros tiene un solo
cuerpo con muchos miembros, y no todos estos miembros desempeñan la misma función,
también nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro
está unido a todos los demás” (Rom. 12:4-5). Hay una unión interdependiente que viene
de la diversidad que hay en el cuerpo de Cristo. Todos se benefician cuando
intencionalmente elegimos relacionarnos con personas con diferentes habilidades. Note
que el modelo para la dependencia mutua en la iglesia de Cristo es más íntima que la del
mismo lago, un bote diferente. Es la de un mismo cuerpo, partes diferentes.
Tercero, necesitamos celebrar los dones de aquellos con los que nos conectamos.
“Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado” (Rom. 12:6). Por el
hecho de que dependemos unos de otros para complementarnos en el cuerpo de Cristo,
la contribución de todos es un don con propio derecho. Notemos que nuestras diferentes
habilidades son vistas como positivas y que tienen un propósito. Hay un gozo genuino en
celebrar las cualidades únicas que expresen la individualidad que Dios ha dado en el
contexto de la unidad.
Finalmente, “la gracia que se nos ha dado” (Rom. 12:6), es el último fundamento para una
identificación persona a persona. En la familia del pacto, la gracia es el pegamento que
nos une unos a otros, sin importar la nacionalidad, habilidad, género, edad o cualquier
característica definida. Los que han experimentado la gracia de Dios de cerca saben que
nuestra necesidad de gracia es universal. Es lo que nos permite relacionarnos con otros,
dentro y fuera del cuerpo de Cristo, con humildad y compasión. Por supuesto, la
identificación puede ser costosa y a veces un poco incómoda, pero la gracia de Dios
también fue excesivamente costosa y terriblemente dolorosa. Recuerde, Emanuel
significa: “Dios con nosotros”. Eso, ¿no lo dice todo?
Resumen
Cuando nuestro hijo Freddy entró al segundo grado, estábamos preparándonos para que
Timmy iniciara la guardería en la misma escuela. Sabiendo que a veces Timmy hacía
escenas vergonzosas en público, yo estaba preocupada de que Freddy se sintiera
apenado de sentarse con Timmy en el autobús. Así que un día le pregunté a Freddy cómo
se sentía sobre la posibilidad de ir sentado junto a Timmy. Mirándome con una cara
asombrada y alarmada Freddy me respondió indignado: “Yo estaría orgulloso de
sentarme al lado de mi hermano”.
¿Cómo te sentirías tú? ¿Estarías orgulloso de identificarte con tu “hermano” o “hermana”
con una discapacidad?
Entonces, sigue el ejemplo de Jesús, sé intencional y ve en busca de ellos.
Preguntas de aplicación personal
1. ¿Cómo te sientes con respecto al concepto de “identificación”? ¿Consideras que la
identificación está relacionada con la comodidad, lo común o lo intencional?
2. ¿Qué temores tienes acerca de relacionarte con personas con discapacidades?
3. ¿Cómo nos ayuda el ejemplo de Dios de identificarse con nosotros y cómo nos ayuda a
vencer estos miedos?
4. ¿Qué significa decir: “El mismo lago, un bote diferente”, que somos esencialmente lo
mismo pero diferentes en nuestras experiencias?”
5. ¿Con quién elegirás identificarte hoy?
Reimpreso desde El mismo lago, un bote diferente: Caminando junto a las personas
tocadas por la discapacidad, por Stephanie O. Hubach, © 2006, P & R Publishing,
Phillipsburg, NJ.
NOTAS
1. “Discapacidades cognitivas” a menudo se utiliza por médicos, neurólogos, psicólogos y
otros profesionales para incluir a los adultos que sostienen lesiones en la cabeza con
trauma cerebral después de la edad de 18 años, adultos con enfermedades infecciosas
por substancias tóxicas que conllevan a síndromes cerebrales orgánicos y déficits
cognitivos después de los 18 años, y con otros adultos con la enfermedad de Alzheimer u
otras formas de demencia tal y otras poblaciones que no satisfacen la definición estricta
de “retardo mental”. Por tanto, discapacidades cognitivas es un término “sombrilla” que
incluye las discapacidades intelectuales (formalmente referidas como retardo mental) pero
es mucho más amplio que las discapacidades intelectuales en sí. (Fuente: Administración
de Estados Unidos en el Desarrollo de Discapacidades).
2. “Una enfermedad mental es una enfermedad que causa molestias desde leves hasta
severas en el pensamiento y/o comportamiento, resultando en una incapacidad de
acoplarse con las demandas y rutinas ordinarias de la vida. Hay más de doscientas
formas clasificadas de enfermedades mentales. Algunos de los trastornos más comunes
son la depresión, trastorno bipolar, demencia, esquizofrenia y trastornos de ansiedad”.
(Fuente: Asociación de la Salud Mental Nacional).

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