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“Un golpe de Estado, en febrero de 1913”

p. 23-56
Mario Ramírez Rancaño
La reacción mexicana y su exilio durante la Revolución de
1910

México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas
Instituto de Investigaciones Sociales/Miguel Ángel Porrúa
2002

472 p.

Cuadros

(Las Ciencias Sociales, Segunda década)

ISBN 970-701-213-7
Formato: PDF
Publicado en línea: 13 de diciembre de 2019
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/396/reac
cion_mexicana.html

D. R. © 2019, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de


Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
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CAPÍTULO 11

Un golpe de Estado, en febrero de 1913

E N OCTUBRE de 1912, dos oficiales del ejército, los generales


Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz y un civil, Cecilio
Ocón, se reunieron en La Habana, Cuba, para montar una conspira­
ción. La razón que los movía era su desilusión con lo que sucedía
en México a partir de la caída de Porfirio Díaz. Pasaron lista a las
fallidas revueltas antimaderistas que hasta entonces habían estalla­
do, concluyendo que ninguna se había originado en la capital del
país. De acuerdo con su análisis, un golpe militar originado en la
ciudad de México, les facilitaría hacerse del poder y provocar
la adhesión inmediata del resto del país. A finales de octubre, los tres
conspiradores regresaron a México, poco después del fracaso de
la insurrección de Félix Díaz en Veracruz. Al exponer sus planes a
sus íntimos, rápidamente se les sumaron varios felicistas y reyistas
destacando Luis Liceaga, Miguel Othón de Mendizábal, Rafael
Zayas Enríquez, Samuel Espinosa de los Monteros y R,odolfo
Reyes. Alentados por los primeros resultados, los conspiradores
pusieron en marcha la siguiente etapa del plan: elegir la cabeza
del movimiento. Para tener éxito, no podía ser cualquiera, sino una
persona de arrastre y popularidad. Se acercaron a Bernardo Reyes,
encarcelado en la prisión de Santiago Tlatelolco, a causa de su
fallida revuelta de diciembre de 1911, y a Félix Díaz, recluido en la
Penitenciaría del Distrito Federal. Los dos estuvieron de acuerdo con
los planes golpistas y apoyaron cada uno de los pasos siguientes. 27
27Pedro González Blanco, De Porfirio Díaz a Carranza, Madrid, Imprenta Helénica,
1916, pp. 87-88; De cómo vino Huerta y cómo se fue, México, El Caballito, 1975, p. 18,
Michael C. Meyer, Huerta, p. 51; Friedrich Katz, La guerra secreta en México l. Europa,

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El general Bernardo Reyes propuso invitar al complot a Victo­


riano Huerta, uno de sus viejos correligionarios. Desde su celda,
Reyes comisionó a Rafael Zayas Enríquez para que sondeara a
Huerta personalmente, pero éste se resistió y comisionó a su vez
a dos personas de su confianza: Joaquín Clausell y Femando Gil.
En tales fechas, Huerta estaba en el sanatorio del doctor Aure­
liano Urrutia, recuperándose de una intervención quirúrgica. Al
ser puesto al tanto de los planes y de las personas involucradas,
Huerta opinó que si bien era necesario reemplazar a Madero, ése no
era el momento adecuado, por lo que se negó a participar. 28
A lo largo del mes de enero de 1913, se realizaron varias
reuniones secretas en la casa del general Gregorio Ruiz. En una
de ellas, celebrada a finales de mes, Manuel Mondragón, quien
había demostrado ser un excelente reclutador de partidarios, some­
tió a la consideración del grupo los planes y la fecha de la toma
del poder. Después de varias discusiones y del análisis de los pros y
los contras, se eligió el 9 de febrero como la fecha para estallar el
cuartelazo. Llegado el día, entre las tres y las cinco de la madruga­
da, el general Manuel Mondragón tocó las puertas de la Escuela
Militar de aspirantes de Tlalpan, y las de los cuarteles de Artillería
de Tacubaya. Más de 300 elementos de la escuela de aspirantes y
cerca de 400 de los cuarteles de artillería, se alistaron en forma rápi­
da y se pusieron a las órdenes de Manuel Mondragón. El general
dividió sus efectivos en dos grupos: a uno lo condujo personalmente
a la prisión militar de Santiago Tlatelolco y luego a la penitenciaría
del Distrito Federal, para liberar a Bernardo Reyes y a Félix Díaz,
elegidos como las cabezas del movimiento y, al otro, lo envió al Pa­
lacio Nacional con la orden de tomarlo. 29

Estados Unidos y la Revolución mexicana, México, Era, 1982, pp. 119-120 y Luis Liceaga,
Félix Díaz, México, Jus, 1958, p. 152.
28E.V. Niemeyer Jr., El general Bernardo Reyes, Monterrey, Gobierno del Estado de
Nuevo León-Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad de Nuevo León, 1966,
p. 233 y Michael C. Meyer, Huerta, pp. 51-52.
29 Michael C. Meyer, Huerta, p. 53, De cómo vino Huerta y cómo se fue, p. 19 y Luis
Liceaga, op. cit., pp. 151-152.

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UN GOLPE DE ESTADO 25

Al enterarse de que los sublevados habían tomado el Palacio


Nacional, el general Lauro Villar, al mando de sesenta soldados,
penetró por una puerta lateral desarmando fácilmente a los aspi­
rantes. Así fue como recuperó el Palacio Nacional. Mientras tanto,
Bernardo Reyes y Manuel Mondragón se enfilaron en la misma
dirección, confiados en que los aspirantes lo tenían bajo su man­
do. En su mente bullía cumplir el siguiente paso del plan: proclamar
a Bernardo Reyes Presidente de la República de manera provi­
sional, en las mismas oficinas presidenciales. Pero en los siguien­
tes minutos su algarabía se tornó en tragedia y esta etapa jamás se
cumplió. El general Lauro Villar ordenó a sus soldados abrir
fuego en cuanto las tropas rebeldes traspasaran las puertas del
Palacio Nacional. Al avizorar la silueta del general Bernardo Reyes,
las tropas leales a Madero le descargaron una ráfaga de ametralla­
dora, fulminándolo, y al cabo de un nutrido tiroteo de diez minu­
tos, todo había terminado. 30 Muerto Bernardo Reyes, el resto de los
rebeldes retrocedieron hacia el poniente de la ciudad. En medio
del desconcierto absoluto, Mondragón y Félix Díaz resolvieron
hacerse fuertes en la Ciudadela. No tuvieron problema alguno en
tomarla, y después de una breve escaramuza, aquí instalaron su
cuartel general que duraría los siguientes diez días.
Horas más tarde, el secretario de Guerra, Ángel García Peña, le
informó a Francisco l. Madero lo sucedido. El Presidente acudió
personalmente al Palacio Nacional escoltado por un grupo de
cadetes del Colegio Militar y una pequeña guardia presidencial.
Justo en el trayecto, Madero se encontró con el general Victoriano
Huerta, quien al informarse de los acontecimientos, le ofreció sus
servicios. Como en tales momentos arreció el fuego, Madero se refu­
gió en un edificio cercano. Huerta lo exhortó a regresar al Castillo
de Chapultepec, bajo el argumento de que el Presidente de la Repú­
blica no debía exponerse a tales peligros. Madero rehusó y le pidió

30Niemeyer Jr., op. cit., pp. 235-237, Rodolfo Reyes, De mi vida, t. 11, Madrid, 1930,
p. 15, Michael C. Meyer, Huerta, p. 54, De cómo vino Huerta y cómo se fue, p. 19, Eduar­
do J. Correa, El Partido católico nacional y sus directores, México, FCE, 1991, p. 138 y
Luis Liceaga, op. cit., pp. 167-170.

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26 MARIO RAMÍREZ RANCAÑO

a Huerta que lo acompañara hasta el Palacio Nacional. 31 A su llega­


da se toparon con que el general Villar estaba herido, y para susti­
tuirlo, el Presidente nombró a Huerta jefe interino de las tropas
leales. Una de las primeras medidas del gobierno maderista fue
librar la orden de ejecución del general Gregario Ruiz, que para su
desgracia había sido capturado durante la refriega. 32 Gregario Ruiz
había sido uno de los tres conspiradores originales en La Habana.
En los días siguientes sucedió lo inevitable. Los militares dise­
minados dentro y fuera de la ciudad de México tomaron partido
por uno u otro bando. Tanto las tropas gubernamentales como los
rebeldes al mando de Félix Díaz y Mondragón recibieron nu­
merosos refuerzos. Los extranjeros se espantaron y buscaron
refugio en las distintas embajadas. El centro de la ciudad y las
zonas habitacionales adyacentes pasaron a formar parte del campo
de batalla. En varias ocasiones, Huerta lanzó a los rurales contra
la Ciudadela para desalojar a los felicistas, pero éstos los rechaza­
ron sin problema. El fuego cruzado de artillería redujo a escombros
edificios y residencias particulares. A la exhortación de Madero
de un mayor uso de la fuerza militar, Huerta replicaba en forma sos­
pechosa que destruir la Ciudadela no significaba problema algu­
no, pero que los costos serían graves ya que se arrasaría parte de
la ciudad. 33
A seis días de iniciado el golpe de Estado, el embajador Henry
Lane Wilson invitó a los ministros británico, alemán y español a
reunirse en la sede de la embajada estadounidense para discutir la
forma de superar la crisis. Los ministros acudieron y a iniciativa de
Lane Wilson, acordaron pedir la renuncia de Madero. El mismo día,
treinta senadores, la mayoría de ellos felicistas, se reunieron para tra­
tar el mismo tema. A sugerencia de José Diego Femández, 27 de
31 Friedrich Katz, op. cit., t. 1, pp. 120-121, Michael C. Meyer, Huerta, pp. 54-55, De
cómo vino Huerta y cómo se fue, p. 20 y Luis Liceaga, op. cit., pp. 177-178.
32 Michael C. Meyer, Huerta, p. 55, De cómo vino Huerta y cómo se fue, pp. 20-21,

Luis Liceaga, op. cit., pp. 170-171 y Rodolfo Reyes, op. cit., pp. 93 y 103.
33 Friedrich Katz, op. cit., t. r, p. 121, Michael C. Meyer, Huerta, p. 57 y De cómo

vino Huerta y cómo se fue, pp. 23-24.

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UN GOLPE DE ESTADO 27

ellos votaron por el envío de una delegación para pedirle la renuncia


al Presidente. Al día siguiente, se distribuyó profusamente una circu­
lar firmada por 89 diputados en la que se criticaba la resolución de
los senadores. 34
Con el transcurso de los días, Huerta dejo atrás su aparente
fidelidad a Madero, y puso en práctica lo que también era su idea:
desplazarlo. En vista de ello, se reunió en dos ocasiones con los
representantes de Félix Díaz, hecho que llegó a oídos del propio
Madero. 35 Al parecer, el acuerdo definitivo entre Huerta y Félix
Díaz quedó sellado el 16 de febrero. A partir de entonces, la mecá­
nica de los acontecimientos se aceleró. Dos días más tarde, Aure­
liano Blanquet hizo prisionero a Madero, y al poco tiempo, tanto
el vicepresidente Pino Suárez como la mayoría de los integrantes
del gabinete, quedaron apresados. El repique de las gigantescas
campanas de la catedral metropolitana anunció el fin del movi­
miento y de la lucha. Los términos del acuerdo entre Huerta y los
felicistas nunca han sido revelados. 36
Lane Wilson invitó a Díaz y a Huerta a la embajada de Estados
Unidos para definir quién debía asumir la Presidencia de la Repú­
blica. La reunión tuvo lugar el día 18 a las nueve y media de la
noche, y duró más de tres horas. Félix Díaz propuso que el licen­
ciado Luis Méndez ocupara la silla presidencial, pero Huerta opinó
que debía ser él. Tenía el control de las fuerzas armadas y no quiso
dejar pasar su oportunidad. Henry Lane Wilson dio su apoyo a
Huerta y entre gritos y sombrerazos doblegaron a Félix Díaz. El
Pacto de la Ciudadela, o de la Embajada, dispuso que Victoriano
Huerta tomara posesión de la presidencia en un plazo de 72 horas.
Como garantía de que Félix Díaz ocuparía la Presidencia de la Repú­
blica después de Huerta, el gabinete sería felicista. En teoría, Huerta
quedaba aprisionado, y sin posibilidad de romper con lo pactado.
34 Friedrich Katz,op. cit., t. 1, p. 125,Michael C. Meyer,Huerta, p. 61,De cómo vino
Huerta y cómo se fue, pp. 26-30 y Luis Liceaga,op. cit., pp. 196-197, 200 y 202.
35 Friedrich Katz,op. cit., t. 1, p. 127, Michael C. Meyer,Huerta, p. 61, Luis Liceaga,
op. cit., p. 179 y De cómo vino Huerta y cómo se fue, p. 50.
36 Friedrich Katz, op. cit., t. 1, pp. 128-129, Michael C. Meyer, Huerta, pp. 63-64,
Luis Liceaga,op. cit., pp. 207,208 y 210 y De cómo vino Huerta y cómo se fue, pp. 32-33.

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28 MARIO RAMÍREZ RANCAÑO

Félix Díaz rechazó todo cargo en el gabinete con el fin de iniciar


de inmediato su campaña presidencial. El convenio no estipulaba
la fecha exacta de las elecciones, pero se supuso que se realizarían
al cabo de unas semanas. También se entendía que Huerta apo­
yaría a Félix Díaz en sus aspiraciones presidenciales. Se le con­
sideraría, algo así, como el candidato oficial. 37
Pero a Huerta y a Díaz les faltaba derribar otro obstáculo:
arrancarle a Francisco I. Madero y a José María Pino Suárez sus re­
nuncias. Ello ocurrió el 19 de febrero y el Congreso de la Unión las
ratificó. Tan pronto como las renuncias fueron aceptadas, la Presi­
dencia de la República, como lo estipulada el artículo 81 de la Cons­
titución de 1857, recayó en el secretario de Relaciones Exteriores,
Pedro Lascuráin. El nuevo Presidente tomó la protesta del cargo. Su
primer acto oficial fue nombrar secretario de Gobernación a Victo­
riano Huerta, y su segundo y último acto, presentar su propia renun­
cia. Lascuráin había sido Presidente de México por 56 minutos. En
ausencia de vicepresidente y de secretario de Relaciones Exteriores,
la presidencia quedaba en manos del secretario de Gobernación.
Poco antes de la medianoche, Victoriano Huerta, con 58 años a
cuestas, repitió el juramento de toma de posesión del cargo. 38 A
juicio de Felipe Tena Ramírez, experto en derecho constitucional,
de algún modo partidario de Huerta, se observaron en forma impe­
cable las formalidades constitucionales y por consiguiente, el go­
bierno de Huerta no fue producto de la usurpación. 39
Francisco I. Madero y José María Pino Juárez habían sido
retenidos en calidad de presos en el Palacio Nacional. Los planes
para mandarlos al puerto de Veracruz y luego al destierro a Europa,
se cancelaron al ser informado Huerta de que un grupo de made­
ristas encabezados por el general José Refugio Velasco, planeaba
interceptar el tren para rescatarlos y apoyarlos en su retorno al
37 Friedrich Katz, op. cit., t. 1, p. 131, Michael C. Meyer, Huerta, p. 66, Luis Liceaga,

op. cit., pp. 215-217 y De cómo vino Huerta y cómo se fue, pp. 217-218.
38 Friedrich Katz, op. cit., t. ,, p. 132, Michael C. Meyer, Huerta, 69, Luis Liceaga,

op. cit., pp. 218-219 y De cómo vino Huerta y cómo se fue, pp. 161-167.
39 Felipe Tena Rarrúrez, Derecho constitucional mexicano, México, Porrúa, 1955, p. 73.

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UN GOLPE DE ESTADO 29

poder. 40 El 21 de febrero, Huerta sostuvo su primera reunión con


el gabinete, en la que se discutió la situación de Madero y Pino
Suárez. En forma unánime, acordaron que ni el exilio ni el encierro
en un manicomio eran factibles. Lo procedente era someterlos a
juicio político. Como el gobierno necesitaba tiempo para preparar
el caso, y en el Palacio Nacional no existían las medidas de segu­
ridad adecuadas, se decidió trasladarlos a la penitenciaría del Distri­
to Federal. La noche siguiente, durante su traslado, ambos fueron
asesinados. Al otro día, la explicación oficial de lo sucedido apare­
ció en todos los periódicos. En un intento por liberarlos, un grupo de
maderistas atacó el convoy y en el tiroteo, Madero y Pino Suárez,
resultaron muertos. La versión no encontró eco entre la población
y nadie la creyó. 41 A la postre, el golpe de Estado y los asesinatos
de Madero y Pino Suárez tuvieron graves repercusiones.
A finales de febrero, una semana después de los asesinatos,
Huerta recibió la adhesión de un buen número de gobernadores,
pero el de Coahuila, Venustiano Carranza, se levantó en armas y
el 26 de marzo promulgó el Plan de Guadalupe, acusando a Vic­
toriano Huerta de traición, sin hacer mención de los asesinatos. El
plan expresaba que retiraba su reconocimiento al gobierno federal
y a los gobernadores que lo apoyaran. A estos últimos les dio un
plazo de treinta días para que reconsideraran su actitud. El plan
nombraba a Venustiano Carranza "Primer Jefe del Ejército Cons­
titucionalista", y señalaba que él, o alguien designado por él, ocu­
paría la Presidencia de la República en forma interina, cuando
Huerta fuera derrocado y la ciudad de México ocupada. El proyec­
to era esencialmente político y no encarnaba absolutamente ningún
programa de reforma social. 42

40 Michael C. Meyer, Huerta, p. 76, Friedrich Katz, op. cit., t. 1, pp. 132-134, De

cómo vino Huerta y cómo se fue, pp. 172-173 y Rodolfo Reyes, op. cit., p. 88.
41 Michael C. Meyer, Huerta, pp. 77-78, Friedrich Katz, op. cit., t. 1, pp. 134-135, Luis

Liceaga, op. cit., pp. 234-235 y 239 y De cómo vino Huerta y cómo se fue, pp. 189-197.
42 "Plan de Guadalupe", en Francisco Naranjo, Diccionario biográfico revolu­

cionario, México, lNEHRM, 1985, pp. 287-288, Friedrich Katz, op. cit., t. 1, pp. 154, l 58 y
179 y De cómo vino Huerta y cómo se fue, pp. 263-266.

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30 MARIO RAMÍREZ RANCAÑO

EL MÉXICO HUERTISTA

AL ANUNCIARSE la subida de Huerta al poder, se produjo un fuerte


apoyo de la población, la cual estaba cansada del libertinaje en la
prensa, del bandolerismo que azotaba el campo, 43 y de las huelgas
estalladas en la industria textil. La población ansiaba una política
de mano dura que brindara seguridad, tanto en el campo, como la
ciudad. Resulta impresionante observar cómo durante meses, los
dirigentes de las cámaras agrícolas desfilaron por la Secretaría de
Gobernación, para brindar apoyo político y recursos económicos
al gobierno de Huerta, a condición de que pacificara el campo. El
apoyo a Huerta provino de los hacendados de 18 entidades federa­
tivas, a saber: Aguascalientes, Colima, Chiapas, Durango, Guana­
juato, Jalisco, México, Michoacán, Morelos, Oaxaca, Puebla, San
Luis Potosí, Tabasco, Tamaulipas, Tlaxcala, Yucatán, Zacatecas y
por supuesto, el Distrito Federal. 44 Los hacendados de la franja fron­
teriza norte del país, que cayeron bajo la esfera de dominio de
Carranza, no mostraron el mismo interés por apoyar al gobierno
de Huerta. Se trataba de los hacendados de la península de Baja
California, Sonora, Chihuahua, Coahuila y Nuevo León. Lo mismo
se advirtió entre los hacendados de varias entidades situadas en el
litoral del Océano Pacífico como Sinaloa, Nayarit o Guerrero.
Tampoco los hacendados ubicados en parte del golfo de México
ni los del sureste del país mostraron el mismo fervor, por el sim­
ple hecho de que la guerra civil no se extendió a entidades como
Campeche y Quintana Roo. La excepción la constituyeron los
hacendados yucatecos, especializados en el cultivo del henequén.
Pero la adhesión de los hacendados en torno al régimen
huertista contagió prácticamente al conjunto de las clases domi­
nantes. Con ello se quiere decir, a una parte de los empresarios tex­
tiles de Veracruz, el Distrito Federal, Jalisco, Nuevo León, el Estado
43 Charles C. Cumberland, Madero y la Revolución mexicana, México, Siglo XXI,
1984, p. 228 y El País, 2 y 7 de agosto de 1913.
44 El Imparcial, 9 de marzo, 2, 3 y 4 de julio, 4, 11, 18 y 25 de septiembre de 1913,
La semana mercantil, núm. 17, 28 de abril, núm. 22 del 2 de junio de 1913, El País, lo.
de julio de 1913, La Nación, 9 de septiembre y 24 de octubre de 1913.

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UN GOLPE DE ESTADO 31

de México, Hidalgo, Guanajuato y Querétaro, organizados en la


Confederación Fabril Nacional Mexicana, 45 a una parte de los indus­
triales regiomontanos, a los dueños de la compañía tabacalera El
Buen Tono, S.A., a los banqueros, a los grupos petroleros, mineros,
a los propietarios de las plantaciones algodoneras y otros empre­
sarios más. Los grandes comerciantes, incluso se ofrecieron para
hacer una campaña favorable al gobierno de Huerta por Europa.46
Para el mes de septiembre, la adhesión era total. Pero en su mayoría,
ya no se limitaron a acudir a la Secretaría de Gobernación, sino
que desfilaron por el Palacio Nacional, con la esperanza de que
Huerta pacificara el país y aplastara a Carranza. En forma reiterada,
ofrecieron fondos a Huerta para que pertrechara sus tropas y se
destruyeran los focos de insurrección que brotaban por todo el país.
En síntesis: para todos los grupos productivos, la prioridad era la
pacificación del país y desterrar la inseguridad registrada desde fina­
les del porfiriato y acentuada durante el maderismo. Huerta, lógi­
camente se mostró muy complacido por la adhesión a su gobierno
y aceptó, en nombre de la república, la colaboración y el apoyo
material que le ofrecían.
En forma paralela, se consumó la adhesión a Huerta de la
mayoría de los gobernadores, de los altos mandos del ejército, de
los intelectuales, del episcopado mexicano, de la planta docente y
del alumnado de la propia Universidad Nacional, y de las clases
medias urbanas. Como entes respetuosos de las instituciones,
estos sectores apoyaban a quien ahora representaba el gobierno
legítimo. A Madero dejaron de respetarlo, cuando se percataron
de su incapacidad para gobernar. No hubo razón para apoyar a
Venustiano Carranza, al cual tanto la prensa como el gobierno,
calificaban de vulgar bandolero que osaba cuestionar al gobierno
legítimo. Bajo este contexto, adquiere expresión la frase acuñada
por Jean Meyer, de que·todo el México político fue huertista. Pero
no sólo el político, sino también el empresarial, el intelectual, el
militar y el religioso.
45 El Imparcial, 11 de septiembre de 1913 y el Boletín del Departamento del Trabajo,
núm. 4, octubre de 1913, pp. 358-359,
46Le Courrier du Mexique, 26 de septiembre de 1913.

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32 MARIO RAMÍREZ RANCAÑO

Lo que resulta difícil de comprender, es cómo un gobierno


tan fuertemente apoyado, que contaba con la simpatía de los
empresarios nacionales y extranjeros, de la mayoría de los gober­
nadores, que disponía del control del sistema impositivo, de las
aduanas, y por lo tanto con los ingresos que éstas generaban, no
lograra consolidarse. Parte de la culpa la tuvo el gobierno esta­
dounidense que primero alentó el derrocamiento de Madero, y
luego salió con que era sumamente respetuoso del orden y de la
legalidad. En segundo lugar, se debió a la tenacidad de Carranza
y de los sonorenses por hacerse del poder político, y al Plan de
Ayala que agitó a las masas campesinas. Pero hubo otros factores
que por azares del destino, favorecieron a la causa carrancista y su
triunfo. Se trata de la difusión mundial de las ideas relativas al
sufragio universal, el derecho a la sindicalización, la reglamentación
de la jornada de trabajo, la fijación de un salario núnimo, el respeto
a la mujer durante el embarazo, la prohibición del trabajo a los
menores de edad, la formación de partidos políticos, y los embrio­
nes nacionalizantes que tienen que ver con la recuperación de las
riquezas nacionales. Sus inspiradores lo fueron la encíclica Rerum
Novarum, los magonistas, los protestantes, los comunistas y anar­
quistas, los viejos intelectuales, entre otros. Todas estas ideas fueron
capitalizadas por Carranza y sus subalternos, quienes en forma sor­
presiva se apropiaron de ellas y aparecieron convertidos en agraris­
tas, obreristas, y nacionalistas, banderas con las cuales en principio
no comulgaban. El propio Huerta contribuyó a cavar su tumba con
su desorden personal, y dejando que sus subalternos asesinaran a sus
enemigos políticos, lo cual le creó una fama siniestra.

LA POSTURA DEL GOBIERNO DE WASHINGTON

AL HACERSE cargo del poder Ejecutivo, el general Victoriano


Huerta escribió la carta protocolaria que se acostumbra dirigir a
los jefes de Estado de los países con que se mantienen relaciones
diplomáticas. La carta fue contestada por los gobiernos de Gran

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UN GOLPE DE ESTADO 33

Bretaña, Alemania, Francia, Rusia, España y Japón, y los gobier­


nos de América Latina, pero jamás llegó la respuesta de la Casa
Blanca. 47 En un principio, el asunto no preocupó a nadie porque
William Howard Taft estaba a punto de dejar la presidencia de
Estados Unidos, y lo lógico era que le dejase a su sucesor la ruti­
naria encomienda. De esta manera, Woodrow Wilson podría trans­
mitirle al nuevo presidente de México, lo que estimase justo y
apropiado para fortalecer la amistad internacional. Pero pasaron
los meses de marzo, abril, mayo y junio, sin que llegara la ansia­
da respuesta. Coincidiendo con el silencio de la Casa Blanca,
algunos periódicos de Nueva York y de Washington iniciaron una
campaña agresiva contra México. Finalmente, a finales de julio se
anunció que pronto llegaría a nuestro país, Mr. John Lind, con la
representación de Woodrow Wilson, para manifestar las condi­
ciones que Estados Unidos imponía al gobierno de México para
reconocerlo. Llegó Lind y transcurrieron varios días de expecta­
ción. 48 En agosto de 1913, este emisario le presentó a Huerta un
comunicado que en esencia planteaba que abandonara la Presi­
dencia de la República, lo que resultaba contradictorio por una
sencilla razón. Wilson no reconocía al gobierno de Huerta, pero le
exigía que renunciara. Asimismo, exigía que al llevarse a cabo las
elecciones presidenciales, Huerta no se presentara como candidato.

LA ELIMINACIÓN DE LOS FELICISTAS DEL GABINETE

LA CONSTITUCIÓN de 1857 especificaba que los presidentes de la


república debían gobernar con el concurso de los integrantes de
su gabinete. Pero, a consecuencia de su personalidad, de estar
rodeado por personas impuestas por Félix Díaz, y las circunstan­
cias propias de la guerra, la relación de Huerta con los miembros
de su gabinete fue desastrosa. En los 17 meses que ocupó el car­
go, las nueve secretarías del gabinete estuvieron a cargo de 32
47MichaelC. Meyer, Huerta, pp. 121-124 y Friedrich Katz, op. cit., t. 1, pp. 195-196.
8Nemesio García Naranjo, Memorias, t. vu, pp. 77-80 y Michael C. Meyer, Huerta,
4

pp. 121-126, 131-132.

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34 MARIO RAMÍREZ RANCAÑO

personas diferentes. La cartera más importante, la de Relaciones


Exteriores, estuvo a cargo de cinco personas, y lo mismo sucedió
con la de Fomento y la de Instrucción Pública. Gobernación tuvo
a cuatro titulares y, con tres, figuran Justicia y Hacienda. Los altos
funcionarios fueron trasladados de una secretaría a otra, con tan­
ta rapidez, que no tuvieron tiempo para compenetrarse de la natu­
raleza de sus funciones. El gabinete original, designado por el
Pacto de la Embajada, puso al servicio de Huerta a varios de los
hombres de mayor talento y experiencia de México. Francisco
León de la Barra había sido embajador en Washington y secre­
tario de Relaciones Exteriores con Porfirio Díaz, y después del
derrocamiento de Díaz, fue Presidente interino de la república.
Alberto García Granados, el nuevo secretario de Gobernación,
tuvo el mismo cargo con León de la Barra. El nuevo secretario de
Instrucción, Jorge Vera Estañol, también había ocupado ese cargo en
el interinato de León de la Barra. El secretario de Hacienda, Toribio
Esquivel Obregón, en quien Madero pensó alguna vez como compa­
ñero de fórmula en la vicepresidencia, había fungido como emi­
sario de paz en mayo de 1911, cuando el ejército de Díaz fue derro­
tado en Ciudad Juárez, y gozaba de la reputación de ser una de las
personas más eruditas en materia financiera de México. El general
Manuel Mondragón, un experimentado oficial de artillería, autor
de varios libros de táctica militar, fue elegido como secretario de
Guerra, mientras que el talentoso Rodolfo Reyes, hijo de Bernar­
do Reyes, fue nombrado secretario de Justicia. El único que no
tenía tantos laureles era el secretario de Fomento, Alberto Robles
Gil, quien había sido gobernador de Jalisco. Formado por hom­
bres experimentados, auténticas luminarias en el terreno académi­
co y profesional, el gabinete ha sido uno de los más brillantes del
México del siglo xx. 49
Como Huerta no tenía interés en colaborar con personas que le
había impuesto Félix Díaz, a la primera oportunidad se desemba­
razó de ellas. De ninguna manera estaba dispuesto a compartir el
poder con los felicistas, sus aliados en el derrocamiento de Madero.
49Rodolfo Reyes, op. cit., pp. 61-64 y Michael C. Meyer, Huerta, p. 156.

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UN GOLPE DE ESTADO 35

Las renuncias de los miembros originales de su gabinete se suce­


dieron entre la primavera y el verano de 1913. El secretario de
Gobernación, Alberto García Granados, fue su primera víctima.
La disputa tuvo su origen en la decisión de Huerta de enviar cier­
tos contingentes de rurales hacia regiones que García Granados
consideraba inconvenientes. Otro factor fue la decisión de Huerta
de designar a Joaquín Pita, inspector general de Policía, a quien
García Granados calificaba de inepto. García Granados renunció
el 23 de abril, dando por explicación motivos de salud. Resulta
significativo que Huerta no consultara con Félix Díaz quién debía
ser la persona que sustituyera a García Granados, como lo estipu­
laba el Pacto de la Embajada. El doctor Aureliano Urrutia, com­
padre de Huerta, entró en lugar de García Granados.so
Antes de que transcurriera un par de meses de la renuncia de
García Granados, un prominente felicista, el secretario de Guerra,
Manuel Mondragón, siguió su camino. A mediados del verano, el
secretario de Hacienda, Toribio Esquive! Obregón, también aban­
donó el gobierno al entrar en fuertes discrepancias con Huerta.
Rodolfo Reyes, fue uno de los últimos en retirarse, posiblemente
debido al afecto que Huerta guardaba hacia su padre. Para sep­
tiembre de 1913, el primer gabinete había sido totalmente reno­
vado. La mayoría de los secretarios despedidos se acogieron al
destierro y sólo unos cuantos permanecieron en México. Francis­
co León de la Barra continuó al servicio del gobierno gracias a que
sólo tuvo pequeños desacuerdos con el gobierno. Fue designado
enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Francia y
Gran Bretaña.si
Como sustitutos, el Presidente escogió a hombres no menos
talentosos, pero considerados huertistas leales. Algunos como
José López Portillo y Rojas, habían militado en las filas reyistas al
final del porfiriato. Otros como Aureliano Urrutia, cirujano famoso,
era su amigo personal. La credencial de José María Lozano era su

50Antimaco Sax, op. cit., p. 49 y Michael C. Meyer, Huerta, p. 157.


51 El Imparcial, 8 de julio de 1914, El Liberal, 3 de noviembre de 1914 y Michael C.
Meyer, Huerta, pp. 158-159.

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36 MARIO RAMÍREZ RANCAÑO

odio acendrado a Félix Díaz. Nemesio García Naranjo y Querido


Moheno se habían hecho famosos por su constante oposición a
Madero en 1912. Pero a éstos y otros secretarios de Estado, escogi­
dos personalmente por Huerta, no les fue mejor. La danza en el
gabinete continuó y a la caída de Huerta, todos pagaron las con­
secuencias teniendo que exiliarse.

LA DISOLUCIÓN DEL CONGRESO DE LA UNIÓN

EL lo. DE SEPTIEMBRE, el Congreso de la Unión inició su periodo de


sesiones, bajo los más negros �ugurios. El día 17, Huerta nombró
al diputado Eduardo Tamariz, miembro el Partido Católico, secre­
tario de Instrucción Pública. El artículo 58 de la Constitución
especificaba que era indispensable solicitar licencia, antes de que
un diputado ocupara un puesto en el gabinete. Como se ha expre­
sado, la solicitud fue enviada a la cámara el 17, pero no se discu­
tió sino hasta el día siguiente. Partiendo del supuesto de que no
habría problema, Tamariz tomó la protesta de ley la mañana del 18,
antes de que su licencia se acordara en la cámara. De inmediato,
los enemigos de Huerta lo acusaron de violar la Constitución y el
escándalo estalló. Los debates en la Cámara de Diputados fueron
acalorados. Los miembros del Partido Católico trataron de frenar
los ataques, apelando al patriotismo de sus colegas, pero no
tuvieron éxito. La alianza entre los diputados felicistas, y los con­
siderados independientes, enfurecidos por la violación de la Consti­
tución, sumaron 108 votos contra apenas veinte. 52 A finales de
septiembre, envalentonados por su victoria, numerosos diputados
de oposición empezaron a criticar al régimen. Los sarcasmos y
ataques velados fueron abandonados y se atacó directamente al
propio Presidente. Los discursos de Belisario Domínguez fueron
los más incendiarios, y otros diputados y senadores se unieron a
tales andanadas.
52Michael C. Meyer, Huerta, pp. 161-162 y De cómo vino Huerta y cómo se fue,
pp. 324-326.

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UN GOLPE DE ESTADO 37

El 8 de octubre desapareció el senador Belisario Domínguez


y la Cámara de Diputados envió una comisión a entrevistarse con
el secretario de Gobernación, Manuel Garza Aldape, para aclarar
lo sucedido con el senador, y acordó mantenerse en sesión per­
manente hasta recibir una respuesta satisfactoria. La delegación
regresó a la cámara con la noticia de que Garza Aldape carecía de
información. Al finalizar la tarde del 9 de octubre comenzaron a
circular rumores en la ciudad de México, señalando que Belisario
Domínguez había sido asesinado. 53 Huerta se dio cuenta de que
los felicistas y otros enemigos de su gobierno capitalizarían el
suceso, retirándole su apoyo y exigiéndole su rennncia.
Acorralado, Huerta convocó esa misma noche a una sesión
urgente a los miembros de su gabinete. Manuel Garza Aldape,
apoyado por Aureliano Blanquet, sugirió disolver el Congreso,
antes de que éste tomara la iniciativa y exigiera la renuncia de
Huerta. El secretario de Relaciones Exteriores, Querido Moheno,
y el secretario de Justicia, Enrique Gorostieta, argumentaron que
esta medida era demasiado drástica. Sin embargo, la línea dura se
impuso. En la madrugada del día siguiente, Huerta tomó la deci­
sión de disolver el Congreso de la Unión y arrestar a todos los
diputados considerados enemigos de su gobierno. La selección de
los enemigos se llevó a cabo en el acto y de una manera arbitraria.
En la lista quedaron incluidos Jorge Vera Estaño! y Rodolfo Reyes,
dos de los miembros del gabinete original de Huerta, que al
renunciar, habían recuperado sus curules. El 10 de octubre, a las tres
de la tarde, al llegar los diputados a la sesión vespertina, encon­
traron un batallón policiaco en el interior de la Cámara, mientras
que afuera estaban apostados numerosos elementos del ejército.
El secretario de Relaciones Exteriores fue designado para anun­
ciar la resolución tomada por el gobierno. Apenas se abrió la
sesión, el secretario Querido Moheno, visiblemente agitado, pidió
53Michael C. Meyer, Huerta, pp. 152-153 y 163, Friedrich Katz, op. cit., t. 1, pp. 145-
146, Eduardo J. Correa, op. cit., pp. 165-166 e Historia de la Cámara de Diputados de la
XXVI Legislaturafederal. T. VI. La contrarrevolución en el gobierno, Selección y guías de
Diego Arenas Guzmán, México, JNEHRM, 1977, pp. 273-274.

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38 MARJO RAMÍREZ RANCAÑO

a los diputados que anularan los cinco puntos que habían acordado
en la víspera. A su juicio, este acto constituía una injerencia en las
atribuciones del Poder Judicial. Los diputados, a su vez, exigieron
que la policía y las tropas se retiraran de la Cámara. El secretario se
negó y nadie cedió. En vista de ello, Querido Moheno leyó el decre­
to redactado por la mañana, que contemplaba que la Cámara de
Diputados quedaba disuelta. Concluida la lectura, anunció que se
convocaba al pueblo mexicano a elecciones extraordinarias de dipu­
tados y senadores para el 26 de octubre. Cuando los diputados se
levantaron para abandonar el recinto, entraron contingentes milita­
res y policiacos para arrestarlos. Ochenta y cuatro fueron deteni­
dos ahí mismo, y en el curso de las veinticuatro horas siguientes,
otros veintiséis se les agregaron en la penitenciaría. Sólo uno de los
ciento diez diputados detenidos era del Partido Católico. Era un dipu­
tado de Chiapas, quien siendo amigo personal de Belisario Domín­
guez, se había expresado en términos muy duros contra el gobierno
por el asesinato de su paisano. 54

DE LA DEFENSA DEL PUERTO DE TAMPICO


A LA INVASIÓN DEL PUERTO DE VERACRUZ

EN ENERO DE 1914, Wilson levantó el embargo de armas y muni­


ciones, y a partir de ese momento los carrancistas compraron
todos los fusiles y el parque deseado. Se avivó el fuego de la
guerra civil, pero las llamaradas no alcanzaban las proporciones
suficientes para derrocar a Huerta. Pasaron los meses de febrero y
marzo y Huerta continuaba en la presidencia de México. Una
escuadra de acorazados estadounidenses amenazaba al puerto de
Tampico y otra flota tenía en jaque la ciudad de Veracruz. Como
54 Michael C. Meyer, Huerta, p. 165, Friedrich Katz, op. cit., t. I, p. 146 y De cómo
vino Huerta y cómo se fue, pp. 376-385. Los cinco puntos a los que aludió Moheno eran
los siguientes: la designación de una comisión de tres miembros para determinar las cir­
cunstancias exactas de la desaparición de Domínguez; la formación de una comisión sena­
torial similar; la formulación de recomendaciones para aclarar el asesinato; la exigencia al
Ejecutivo de que estaba obligado a respetar las vidas y los derechos de los funcionarios
civiles, y la advertencia de que si el incidente se repetía, el Congreso se trasladaría a otro
sitio, en donde sus garantías fueran respetadas.

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UN GOLPE DE ESTADO 39

Huerta tenía cerradas las puertas del mercado bélico de Estados


Unidos, fijó sus miras en Alemania. El gobierno alemán no tenía
motivo para oponerse a la operación comercial, y la casa Krupp le
vendió fusiles, ametralladoras, cañones, y los embarcó en el tras­
atlántico Ypiranga que se acercó a aguas veracruzanas en abril de
1914. Wilson advirtió que Huerta iba a fortalecer su ejército con
aquel cargamento bélico y para impedir su desembarco, cocinó el
incidente de la bandera en Tampico. 55
¿De qué incidente se trata? La mañana del 9 de abril de 1914, el
capitán Ralph T. Earle, del buque "Dolphin", anclado en la bahía,
ordenó al alférez Charles Copp que se internara en territorio mexica­
no, en un bote ballenero hasta un almacén, para comprar gasolina.
El almacén estaba ubicado a unos cien metros del puente de Iturbide
por el cual los constitucionalistas habían intentado penetrar dos
veces a la ciudad. Los marines llegaron hasta el almacén sin proble­
ma alguno, pero al estar cargando el combustible, se les acercó un
pequeño destacamento de soldados mexicanos. Después de detener­
los, se les condujo al cuartel del coronel Ramón H. Hinojosa, en
donde les llamaron la atención por estar en una zona prohibida sin
contar con permiso especial. A continuación, se les dejó en liber­
tad, y se les permitió cargar la gasolina y regresar a su barco.
Sin saber que los marines habían sido liberados, el contralmi­
rante Henry T. Mayo ordenó al capitán Earle y al cónsul Clarence
Miller, dirigirse al cuartel general de Morelos Zaragoza, para presen­
tar una firme protesta. El general Morelos Zaragoza no supo del
incidente, sino hasta que llegaron los estadounidenses, e inmedia­
tamente se disculpó. Atribuyó el hecho a la estupidez del coronel
Hinojosa y prometió castigarlo ordenando de inmediato su arresto.
El cónsul Miller y el capitán Earle quedaron satisfechos con la expli­
cación y se retiraron, pero el contralmirante Mayo calculó que podría
sacar ventajas adicionales del suceso, e inventó que el ballenero
utilizado por los marines navegaba con bandera estadounidense,
lo que a su juicio era suficiente para exigir un desagravio formal.
55Nemesio García Naranjo, Memorias, t. VII, pp. 364-366 y Michael C. Meyer,
Huerta, pp. 220-212.

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40 MARIO RAMÍREZ RANCAÑO

Sin comunicar sus planes al gobierno de Washington o al almirante


Frank F. Fletcher, quien estaba en Veracruz, presentó sus exigencias
al comandante mexicano que incluían: el desagravio formal a la ban­
dera; que el desagravio fuera encabezado por el general Morelos
Zaragoza y los miembros de su Estado Mayor; la seguridad de que
el coronel Hinojosa sería castigado con sumo rigor; y, lo más impor­
tante, el izamiento de la bandera estadounidense en un lugar estraté­
gico de la playa y el disparo de 21 cañonazos de salva, para rendirle
honores. Todas estas demandas debían cumplirse en un plazo de
24 horas. La reacción del general Morelos Zaragoza fue de estupor,
y le informó a Mayo que no tenía atribuciones para cumplir con
tales exigencias. Que primero debía comunicárselas a su gobierno y
recibir instrucciones. Asimismo, le recordó al contralmirante que ya
había ordenado el castigo de Hinojosa. Morelos Zaragoza envió las
demandas americanas a sus superiores en la capital de la república.
En la ciudad de México, los sucesos ocasionaron suma cons­
ternación agravados por el hecho de que Huerta recibía informes
contradictorios. Mayo afirmaba que el ballenero llevaba la ban­
dera de los Estados Unidos, mientras que Morelos Hinojosa lo
negaba en forma categórica. Hubo demoras al descifrar los men­
sajes y más al transmitirlos a la Secretaría de Guerra y a la de Rela­
ciones Exteriores. La cosa se agravó debido a que el plazo de 24
horas otorgado por Mayo casi estaba vencido. 56 Después de con­
ferenciar con su gabinete y algunos congresistas, el presidente
Wilson acordó tomar una medida drástica contra los mexicanos
que en forma terca se resistían a cumplir con sus exigencias. En

56EI firme creyente del respeto y de la legalidad, Wilson era todo un espécimen. Pasó
de la rectoría de la Universidad de Princeton, a la gubernatura de Nueva Jersey y luego a la
Presidencia de Estados Unidos. Ya en esta posición, trató con el mismo rasero no sólo a
Huerta sino a los gobiernos de otros países que osaban pensar clistinto a él. Ocupó militar­
mente la república de Haití, confirmó la intervención yanqui en Santo Domingo, le exigió
tratados onerosos a Nicaragua y El Salvador y se abrogó el derecho de revisar, esto es, de
hacer las elecciones en Cuba. Su torcida legalidad lo orilló a cometer otro atentado contra
México: bombardear e invadir el puerto de Veracruz. Véase a Nemesio García Naranjo,
Memorias, t. v11, pp. 259-261. Asimismo véase a Michael C. Meyer, Huerta, pp. 215-218
y Friedrich Katz, op. cit., t. 1, pp. 226-229.

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UN GOLPE DE ESTADO 41

la tarde del 14 de abril ordenó a la flota del Atlántico que se aden­


trara en los puertos de Tampico y Veracruz. La invasión al puerto de
Veracruz tuvo lugar el 21 de abril de 1914. Gustavo Maass, coman­
dante de las fuerzas federales, hizo frente a las fuerzas estadouniden­
ses, pero su situación se tornó desesperada, ya que parte de sus
fuerzas habían sido enviadas a Tampico para reforzar las de Morelos
Zaragoza. El general Maass, se replegó en Tejería para tomar medi­
das preventivas que impidieran el avance de los estadounidenses
hacia la ciudad de México, lo cual finalmente no ocurrió. Con sus
fuerzas diezmadas, Huerta no estaba en condiciones de repeler la
invasión estadounidense, ni tampoco de derrotar a los constitu­
cionalistas. 57

LAS CONFERENCIAS DE NIAGARA FALLS

HUERTA ACEPTÓ los buenos oficios ofrecidos por los gobiernos de


Argentina, Brasil y Chile para resolver el conflicto con los Esta­
dos Unidos a causa de la invasión al puerto de Veracruz. Inmedia­
tamente se hizo necesario nombrar a los delegados que representa­
ran a México en las conferencias de Niagara Falls. El secretario de
Hacienda, Adolfo de la Lama, le propuso a Huerta una comisión
integrada por Emilio Rabasa, Agustín Rodríguez y Luis Elguero. 58
Ninguno de los tres era amigo de Huerta. La opinión pública
recibió el acuerdo presidencial con aplausos ya que los tres abo­
gados se caracterizaban por su inteligencia, sabiduría y honora­
bilidad. Sin embargo, las citadas conferencias de nada sirvieron.
A Wilson se le olvidó discutir que su bandera había sido ultrajada
en Tampico, que había que desagraviarla con 21 cañonazos, y que
sus marines habían sido reprendidos por el coronel Hinojosa. Lo
único que le interesaba era que Huerta dejara la Presidencia. Los
delegados de los Estados Unidos insinuaron la conveniencia de

57 Michael C. Meyer, Huerta, p. 222 y Friedrich Katz, op. cit., t. I, p. 228.


5 8Antimaco Sax, op. cit., p. 64, Michael C. Meyer, Huerta, p. 229, Friedrich Katz,
op. cit., t. 1, pp. 231-232 y Nemesio García Naranjo, Memorias, t. v11, p. 368.

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42 MARIO RAMÍREZ RANCAÑO

que Huerta se retirara de la Presidencia de la República y entre­


garon una lista de las personas que a su juicio podían substituirlo,
en el entendido de que cualquiera de ellas recibiría el beneplácito
de la Casa Blanca. La nómina contemplaba a Fernando Iglesias
Calderón, Manuel Vázquez Tagle, Eulalia Gutiérrez, Eliseo Arre­
dondo, Francisco S. Carbajal y otros.
Por su parte, los delegados mexicanos expresaron que el puer­
to de Veracruz estaba invadido, y para contener el alud de exigencias
estadounidenses, manifestaron que enviarían la lista de los "presiden­
ciables" a Huerta, con el fin de que se resolviera lo que considerara
pertinente. Huerta recibió el documento y contestó a sus delega­
dos que estaba dispuesto a designar a Francisco S. Carbajal como
secretario de Relaciones Exteriores, a fin de que lo sustituyera
en la Presidencia de la República. Al enterarse de ello, Emilio
Rabasa manifestó a sus compañeros de delegación, que iba a comu­
nicar a los representantes estadounidenses, la decisión de Huerta
de retirarse del mando, pero Agustín Rodríguez le aconsejó que no
lo hiciera, sin antes asegurarse de que las tropas de Funston se reti­
raran de Veracruz, y Carbajal recibiera el beneplácito del gobier­
no estadounidense. Emilio Rabasa respondió que resultaba inútil
poner estas condiciones, ya que los estadounidenses se habían ente­
rado de la decisión de Huerta. Como se infiere, los resultados de sus
gestiones fueron adversos, y los delegados nunca se dieron cuenta
de ello, porque cuando regresaron a México, Huerta ya había renun­
ciado.59 Como era de preverse, Emilio Rabasa, Agustín Rodríguez y
Luis Elguero fueron considerados como engranajes del gobierno huer­
tista, y el primero tuvo que exiliarse en Estados Unidos.

UN ATENTADO CONTRA HUERTA

A FINALES de mayo de 1914, Victoriano Huerta iba en automóvil


rumbo a su casa de campo en Popotla, y estuvo a punto de ser
asesinado. Tres individuos parapetados en una zanja que quedaba

59Nemesio García Naranjo, Memorias, t. VII, pp.313-317.

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UN GOLPE DE ESTADO 43

al lado de la calzada, dispararon sus rifles contra el Presidente.


Ninguno de los tiros hizo blanco y el automóvil continuó su mar­
cha como si nada hubiera sucedido, pero detrás del vehículo del
general Huerta, iba el del general Ignacio A. Bravo, comandante
militar de la ciudad de México. Acompañado por un ayudante,
descendió a la zanja, y como los asaltantes habían agotado todos
sus proyectiles, no pudieron defenderse y se entregaron sin hacer
resistencia. El general Bravo giró su vista en torno de aquel lugar,
buscando un sitio apropiado para fusilarlos y lo primero que se
presentó a sus ojos, fue la Escuela Nacional de Agricultura. En la
puerta de entrada había un centinela armado con un rifle Mausser,
lo que le hizo suponer que se trataba de un plantel militarizado.
Sin hacer averiguaciones, penetró en la escuela y llamó al director,
ordenándole que formara a todos los alumnos porque iba a ordenar
unos fusilamientos. El director le informó que aquello no era un
cuartel sino un centro de enseñanza, pero Bravo replicó que no
estaba acostumbrado a que sus órdenes se discutieran, y que des­
de el momento en que las personas empuñaban rifles y vestían el
traje militar, no debían asustarse de las ejecuciones. Unos minutos
más tarde un piquete de gendarmes del ejército disparaban sobre los
tres desdichados que atentaron contra la vida_ de Huerta. 60 Como
la Escuela Nacional de Agricultura dependía de la Secretaría de
Agricultura, Eduardo Tamariz consideró que se había violado su
esfera de actividades y el 29 de mayo renunció.

LA HUIDA DE VICTORIANO HUERTA

A PARTIR de la invasión al puerto de Veracruz, el ambiente en la


ciudad de México se tornó extremadamente tenso. Victoriano
Huerta quedó obligado a combatir en dos frentes: por un lado
contra los constitucionalistas y por el otro, contra los invasores esta­
dounidenses. Huerta y sus aliados civiles y militares se percataron
que la única salvación del régimen radicaba en lograr el apoyo del
pueblo en general, y quizás de parte de sus enemigos. Como esto
60Nemesio García Naranjo, Memorias, t. vu, pp. 308-309.

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44 MARIO RAMÍREZ RANCAÑO

último se intentó y no cuajó, la alarma cundió puesto que día con


día las tropas carrancistas avanzaban hacia el centro del país. En
estas condiciones, la unidad del ejército se empezó a resquebrar y
no pocos militares dieron muestras de desmoralización. De cual­
quier forma, hasta donde se sabe, no existió militar alguno de alto
rango que conspirara e intentara derrocarlo. Mientras tanto, con­
tinuaban huyendo al puerto de Veracruz multitud de personas
incluyendo varios ex colaboradores de Huerta. Hubo días en que
salieron de la ciudad de México trenes repletos de políticos, inte­
lectuales, hacendados, sacerdotes, personajes del medio artístico
y teatral. En el puerto, los hoteles resultaron insuficientes para
alojar a tantas personas, los víveres se encarecieron, los restauran­
tes y cafés siempre estaban llenos, lo mismo que las calles y par­
ques. Todas las mañanas, las compañías marítimas tenían frente a
sus oficinas a numerosas personas que buscaban el ansiado boleto
para emigrar a Estados Unidos, Cuba o Europa. Como era natural,
aparecieron gestores que ofrecían sus servicios para tramitar la sali­
da y se movían todo tipo de influencias. 61
Al inicio de la segunda semana de julio, Huerta consideró que
su régimen había llegado a su fin, e inició los preparativos para
salir del país. Sabía que si tardaba más tiempo, los carrancistas lo
podrían atrapar y fusilar en la propia ciudad de México. Como
primera medida, dictó las órdenes pertinentes para trasladar a su
esposa y a las de sus principales colaboradores a Puerto México,
para embarcarlas con destino a cualquier parte del mundo. Desde
las primeras horas del 14 de julio, se registró un gran movimiento
en la estación del Ferrocarril Mexicano. Sucede que, a pedido urgen­
te del gobierno, varios carros se preparaban para evacuar de la ciu­
dad de México a las familias de los altos funcionarios. A las siete
y media de la noche quedaron listos tres carros de pasajeros y
cuatro de carga, los cuales fueron trasladados a las cercanías de la
Villa de Guadalupe. A los pocos minutos llegaron hasta allí en po­
derosos automóviles, las familias de los generales Victoriano Huerta,
61 Leonardo Pasquel, La Revolución mexicana en el estado de Veracruz, t. u, México,
INEHRM, 1972, pp. 154 y 155.

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UN GOLPE DE ESTADO 45

Aureliano Blanquet, Luis Fuentes, Alberto Quiroz, Hemández, Pare­


des, y del coronel Carlos Águila, entre otros. Al filo de la media
noche, los furgones partieron rumbo a Puerto México, a donde llega­
ron al día siguiente por la mañana, precedidos por un convoy militar
con 400 elementos de tropa. En la retaguardia llegaron dos trenes
más con 900 soldados. Inmediatamente las mujeres abordaron el
vapor inglés Bristol protegidos por una doble valla de tropas federa­
les. Los varones permanecieron en tierra, en el entendido de que
abordarían el Bristol si estallaba algún disturbio en su contra en Puer­
to México.62
A medio día del 15 de julio, Victoriano Huerta comisionó al
jefe de su Estado Mayor, general Ramón Corona, para que ges­
tionara la dimisión de todos los secretarios de Estado, excepto de
Francisco S. Carbajal, titular de Relaciones Exteriores. Tan pronto
fueron informados, todos redactaron sus renuncias y las dependen­
cias quedaron al mando de los subsecretarios. Así, presentaron su
renuncia Aureliano Blanquet a la Secretaría de Guerra, Ignacio
Alcacer a la de Gobernación, Nemesio García Naranjo a la de Ins­
trucción Pública, Arturo Alvaradejo a Comunicaciones y Obras
Públicas, Enrique Gorostieta a la de Justicia, Salomé Botella a la de
Fomento, y Carlos Rincón Gallardo a la de Agricultura y Coloni­
zación.63
Una vez que presentó su renuncia a las seis de la tarde, Huerta
y varios de sus ex colaboradores abordaron varios automóviles y
se enfilaron a la estación de Los Reyes, del Ferrocarril Interoceá­
nico, distante 18 kilómetros del centro de la capital de la república.
Enterados de su fuga, algunos vecinos de las calles cercanas a San
Lázaro, salieron a sus balcones para observar el paso de los auto­
móviles. En Los Reyes los fugitivos abordaron un convoy espe­
cial el cual iba precedido por un tren explorador con tropas del 290.
Regimiento, partiendo a las diez de la noche rumbo a la estación
de Irolo. Aquí abandonaron el convoy del Ferrocarril Interoceáni­
co y abordaron otro del Mexicano. En plena madrugada partió el
62Ef Imparcial, 16 y 17 de julio de I 914 y El País, 16 de julio de 1914.
63Loc. cit.

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tren que llevaba, además de Victoriano Huerta, a los generales


Aureliano Blanquet, Liborio Fuentes, Eugenio Paredes, Víctor
Manuel Corral y Juan Vanegas, a los coroneles Arturo Alvarade­
jo, José Delgado, José Posada Ortiz y Gabriel Huerta, y a otros de
menor graduación. 64
Para acompañarlos y brindarles mayor seguridad, cinco con­
voyes con tropas al mando del general Gonzalo Luque se les
incorporaron cerca de la estación de Apizaco. 65 Durante el resto
de la noche pasaron por la estación Esperanza, en Puebla, y luego
se enfilaron a Orizaba. Pero aún no llegaba el tren presidencial a
Orizaba, cuando corrió el rumor de que en realidad Huerta y Blan­
quet viajaban rumbo a Puebla, con la mira de internarse en las
montañas de Oaxaca para iniciar un movimiento armado contra
sus enemigos. También se dijo que Huerta había mandado a Oaxa­
ca gran parte del material de guerra recién traído por el buque Ypi­
ranga para distribuirlo entre los indios de la sierra. Pero todo ello
era falso. 66 La huida resultó exitosa a pesar de que en el trayecto
de la ciudad de México a Puerto México, existía el riesgo de un
atentado contra los viajeros.
Los planes de Victoriano Huerta eran dirigirse a Jamaica.
Zarparon el 20 de julio de Puerto México en el crucero alemán
"Dresden", y cuatro días más tarde atracaron en Kingston. En este
lugar contrataron el "Patia", un vapor de la United Fruit Company,
para hacer la travesía hasta Europa. El viaje de 10 días a Bristol
transcurrió sin incidentes y, después de recorrer Londres, la familia
se trasladó a España, lugar en donde habían decidido radicar.
Desembarcaron en Santander y luego se mudaron a Barcelona. 67
Mientras tanto, en México, muchos de los miembros de sus múlti­
ples gabinetes, altos jefes del ejército federal, la cúpula de la Iglesia
católica, diputados, senadores, y fervientes simpatizantes de su
causa, continuaban en franca huida hacia La Habana, los Estados
64 El Imparcial, 17 de julio de 1914.
65 El País, 21 de julio de 1914.
66 El País, 16 y 21 de julio de 1914 y El Imparcial, 17 de julio de 1914.
67Michael C. Meyer, Huerta, pp. 235-236, 240-254 y Federico Gamboa, Mi diario
VI (1912-1919), México, Conaculta, 1995, p. 147.

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UN GOLPE DE ESTADO 47

Unidos o Europa. Nadie quería exponerse a que Carranza ajustara


cuentas contra ellos.
Uno de los barcos clave en la huida de políticos vinculados a
Huerta, fue el vapor español "Buenos Aires". El 25 de julio estaba
anclado en elpuerto de Veracruz y entre sus pasajeros figuraba José
María Lozano quien ocupó la cartera de Comunicaciones y Obras
Públicas. Por cierto, que aquí despotricó contra muchos de los polí­
ticos que ante la huida de Huerta, dieron el "chaquetazo" y asumie­
ron una postura de "héroes", y de partidarios de la revolución, cuan­
do meses antes habían hecho antesala en las secretarías de Estado
pidiendo favores. Citó al ingeniero Pablo Salinas y Delgado, quien
para borrar su pasado, le dio por afirmar que ciertamente aparecía
en una nómina gubernamental, pero que ello se debía a que median­
te un salario, Huerta trató de comprar su adhesión. 68 También viajaba
Nemesio García Naranjo, quien a su vez fue el titular de la cartera
de Instrucción Pública y Bellas Artes; el ex secretario de Gober­
nación, Ignacio Alcacer; el general Juan Hernández, quien fue go­
bernador de Puebla y consuegro de Victoriano Huerta, junto con su
familia; V íctor Huerta y su familia; el general Emilio Campa; el ge­
neral Guillermo Rubio Navarrete, quien dijo que iba comisionado
por el presidente Francisco S. Carbajal, para adquirir armamento
de guerra. Juan Hemández se mostró muy extrovertido y expresó que
lamentaba la decisión del presidente Francisco Carbajal, de des­
pedir a los altos mandos del ejército, ya que al verse sin empleo, se
sumarían a cualquier movimiento revolucionario o contrarrevolu­
cionario. 69 Por su parte, Ignacio Alcacer aseguró que no vislumbra­
ba un rápido restablecimiento de la paz en México. Calificó a los
constitucionalistas de anarquistas, ambiciosos, tercos e ignorantes.
Para concluir, dudaba de la capacidad de Francisco S. Carbajal para
estabilizar el país. 70 En el mismo barco viajaban Ricardo Gómez
Robelo quien fue prócurador general de la República, y los perio-

68 La noticia apareció originalmente en El Dictamen, del 27 de julio de 1914 y se


reprodujo en El Imparcial, el 30 del mismo mes y año.
69 El Diario de la Marina, 26 de julio de 1914.
?Ofdem.

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MARIO RAMÍREZ RANCAÑO
48

distas Luis del Toro, director del periódico El Independiente, Nicolás


Bencochea, redactor de El Imparcial, el obispo de San Luis Potosí,
Ignacio Montes de Oca, quien dijo ir a Europa para curarse de una
afección de la vista, más 14 sacerdotes procedentes de Zacatecas.
Parte de estos últimos iban en tránsito y otros con la idea de per­
manecer en La Habana. 71 También viajaban nueve generales: unos
afirmaban que de comisión por parte del nuevo presidente Francisco
S. Carbajal, sin aclarar el lugar de destino, y otros se dirigían a Esta­
dos Unidos.
Pero así como un gran número de personas huían del país,
otros se resistieron a hacerlo. Alberto García Granados, quien por
tales días fue acusado de ser partícipe en el asesinato de Madero
y Pino Suárez, expresó que no saldría de México. Que esperaría
la entrada de la revolución a la ciudad de México ya que sus diri­
gentes habían prometido hacer justicia. Agregó que en caso de que
la revolución se abocara a llevar a cabo venganzas y atropellos,
estaba dispuesto a afrontarlos. Pero eso sí, no abandonaría el país. 72
Finalmente, no huyó pero se escondió cuando se percató de que
Carranza estaba dispuesto a ajustar cuentas.

71 E/Diario de la Marina, 31 de julio de 1914 y El País de la misma fecha. El "Buenos


Aires" levó anclas y el 30 de julio llegó a La Habana, en donde la prensa lo esperaba
puesto que quería indagar cuántos y quiénes eran los personajes que llegaban a sus costas.
Los periodistas descubrieron al citado Víctor Huerta y a su esposa. Al tratar de entrevis­
tarlo, éste se negó así como a que lo retrataran. Sólo manifestó que llevaba intenciones de
trasladarse a Nueva York y de ahí a España para reunirse con su padre. Por su aspecto físico
y modestia, la prensa aseguraba que no representaba ser el hijo del ex hombre fuerte de Méxi­
co. También llegó José María Lozano, quien hizo ver a quienes lo entrevistaron, que había
renunciado al puesto dos meses antes de la caída de Huerta, lo cual era falso ya que dejó el
puesto a mediados de julio. Su plan era trasladarse a Nueva York y Juego a Europa. Pero
como se ha adelantado, en el mismo vapor viajaba Nemesio García Naranjo e Ignacio
Alcacer. Como éste era el único que pensaba permanecer en La Habana, de inmediato se
hospedó en el Hotel El Telégrafo. Al tratar de ser interrogado por la prensa habanera dijo
sentirse bastante fatigado por el viaje, que necesitaba descansar y luego haría declara­
ciones sobre la situación de su país. La prensa cubana expresó que en este barco viajaba
un buen número de militares con el nombre cambiado y otros que decían ser comerciantes,
mostrando un enorme misterio. Agregaba que en su mayor parte los militares abordaron el
"Buenos Aires" en Puerto México y que se trataba de parte de la comitiva que acompañó
a este puerto al propio Huerta.
n El País, 6 de agosto de 1914.

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UN GOLPE DE ESTADO 49

Para la primera semana de agosto, Francisco Bulnes estaba en


el puerto de Veracruz. Al ser ubicado por la prensa e inquirirle el
motivo de su presencia, expresó que había dejado la ciudad de Méxi­
co porque tanto él como su familia, temían a la conducta indiscipli­
nada de las tropas revolucionarias; que no había robado ni asesinado
a persona alguna, y que tampoco estaba interesado en solicitar pues­
to público alguno al nuevo gobierno. Señaló que en caso de sentir­
se inseguro, saldría del país. Por cierto que dijo ser viejo amigo de
Carranza, pero que no le tenía confianza, y recordó una vieja frase
de Taine que dice: "El carnicero arrogante de hoy, es siempre la
res abatida al día siguiente." Por esta ley de la historia, Bulnes vati­
cinó que don Venustiano no tardaría en ser res. Cuando se le pre­
guntó cuál sería el desenlace de la situación que se vivía en Méxi­
co, Bulnes dijo que detestable y que se trataba de la continuación de
una comedia trágica de cinco actos. El primero había sido la revo­
lución porfirista, el segundo la revolución maderista, el tercero la
revolución huertista, el cuarto y por cierto más sangriento, la revolu­
ción carrancista, y el quinto, una dictadura o la intervención ex­
tranjera.73

LA FUGA DE FRANCISCO CARBAJAL

EN REALIDAD, Francisco S. Carbajal no pudo ejercer el poder en


forma plena ya que a escasos 27 días de ocupar la silla presiden­
cial, los constitucionalistas se acercaron peligrosamente a la capital
de la república. Pero lo más grave, es que con el paso de los días,
empezó a quedarse solo. Imitando a su antecesor, consideró que
lo más prudente también era abandonar el país. El 12 de agosto de
1914 se reunió con los integrantes de su gabinete para discutir la
forma de disolver los poderes, el ejército federal y entregar la ciudad
de México a los constitucionalistas. De acuerdo con el testimonio de
Eduardo Iturbide, un Carbajal sumamente consternado y temeroso,
manifestó que para afrontar una situación como la que se vivía, se
requería tener al frente de la Presidencia de la República a un mili-
73 El Imparcial, 11 de agosto de 1914.

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50 MARIO RAMÍREZ RANCAÑO

tar, más que a un civil, y propuso que el general José Refugio Velas­
co se hiciera cargo de ella. Para apoyar su tesis, expresó que se
trataba de un militar valiente y pundonoroso, que sin duda salvaría
al ejército y conseguiría garantías para la población. 74 El general
Velasco, nervioso y exaltado, dijo que había aceptado la cartera
de Guerra porque el presidente Carbajal le había asegurado la exis­
tencia de un arreglo con Carranza, gracias a los buenos oficios del
Departamento de Estado estadounidense, el cual implicaba el trán­
sito pacífico del poder. Como al parecer no había tal arreglo, cundió
el descontrol y entonces alguien planteó: ¿Qué hacer? No faltaron
quienes propusieron refugiarse en bloque en Veracruz, dejando la
ciudad de México en manos del Ayuntarniento. 75 Serenados los áni­
mos, acordaron que el secretario de Guerra, José Refugio Velasco,
el subsecretario de Gobernación, José María Luján, y el gobernador
del Distrito Federal, Eduardo Iturbide, entregaran la ciudad de
México a los constitucionalistas.
Disolver el ejército federal no era una medida fácil de aplicar,
ya que había un número elevado de generales, cuya reacción era
impredecible. Se consideró el riesgo de un golpe de estado al
darse cuenta los generales más ambiciosos que el titular del eje­
cutivo los abandonaba, y que tampoco había poder legislativo ni
judicial. También se discutió entre los miembros del gabinete
quién debía ser la persona que firmara la orden de disolución del
ejército. Pero no sólo eso, sino también, si existían los fundamentos
legales para dictar semejante medida. Concluida la reunión, todos se
abocaron a preparar sus maletas y huir a Veracruz. En el ínterin,
Carbajal decidió que José Refugio Velasco disolviera el ejército.
Una de las personas que le transmitió la decisión presidencial fue
Federico Gamboa. Al momento en que le fue comunicada, José
Refugio Velasco puso fuertes objeciones y exigió un documento
escrito y firmado por el propio presidente. 76 Cubiertas las formali-

74 Eduardo Iturbide, op. cit., p. 125.


75Loc. cit.
76Federico Gamboa, Mi diario, t. v1, pp. 154-156.

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UN GOLPE DE ESTADO 51

dades del caso, este general ordenó concentrar a los efectivos milita­
res en el Distrito Federal y en otras plazas de la república, sin en­
contrar mayores problemas.
Apenas disolvió los poderes, el mismo 12 de agosto por la
noche, Carbajal se dirigió al puerto de Veracruz llegando al día
siguiente por la tarde. Fue recibido por el general Funston quien
le dio la bienvenida y le puso a su disposición un automóvil para
su uso durante el tiempo que permaneciera en el puerto. En prin­
cipio se especuló que Carbajal abordaría el vapor María Cristina
el 17 de agosto, rumbo a Europa, pero finalmente no fue así. 77 A
fin de cuenta el ex presidente se dirigió a Galveston. En esos días
llegaron al citado puerto los arzobispos Francisco Orozco y Jiménez
y Francisco Plancarte, además de los obispos Emeterio Valverde,
Francisco Uranga, Ignacio Valdespino y Miguel de la Mora, 78 y
Eduardo Tamariz, miembro connotado del Partido Católico, que
ocupó la secretaría de Agricultura durante el huertismo. 79

EL PRIMER JEFE EN LA CAPITAL DE LA REPÚBLICA

ÁLVARO OBREGÓN llegó a la capital de la república el 15 de agosto,


con lo cual se consumaba el triunfo del constitucionalismo. Cinco
días más tarde hizo su entrada Venustiano Carranza, apoyado por
su ejército constitucionalista. El Primer Jefe había barrido literal­
mente los cimientos del viejo régimen. En forma súbita, la ciudad
de México se vio invadida por un ejército triunfador y arrogante.
Pero algo raro sucedió en esta ciudad. Gran parte del personal
político vinculado al viejo régimen había huido al extranjero. Se
habían expatriado muchos intelectuales, la cúpula de la Iglesia
católica, los altos mandos del ejército federal, numerosos comer­
ciantes, hacendados, industriales, entre otros. El Primer Jefe tuvo
que montar una nueva administración con los elementos que tenía
a su alcance, los cuales no eran muchos, ni los más preparados o

77 El País, 14 de agosto de 1914 y El Imparcial, l 3 y 15 de agosto de 1914. Los por­


menores de la fuga están narrados en Federico Gamboa, Mi diario, t. v1, pp. 153-159.
7SEf Imparcial, 13 de agosto de 1914.
79 El Imparcial, 14 de agosto de 1914.

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capaces. Ciertamente que algunos miembros de la XXVI Legisla­


tura federal no habían huido, aprovechando que en 1913 se opusieron
a Huerta en varias ocasiones, desencadenando la clausura del
Congreso de la Unión, lo cual les daba cierto margen de maniobra
para argumentar supuestas simpatías por Carranza. El Primer Jefe
también utilizó a los intelectuales de pequeña y mediana monta
que dieron el chaquetazo, convirtiéndose en estrellas del firma­
mento intelectual, ante el vacío producido por el destierro de los cua­
dros más brillantes y de talento. Lo mismo sucedió con algunos
miembros del extinto ejército federal, que se incrustaron en las
filas villistas y carrancistas. Pero quienes no claudicaron fueron
los miembros del episcopado mexicano.
Para la segunda quincena de septiembre arreciaron los rumo­
res de que los estadounidenses estaban a punto de evacuar el puerto
de Veracruz y que los carrancistas se harían cargo de su adminis­
tración. Por este motivo, y al darse cuenta de que Carranza tenía
intenciones de enjuiciar a los colaboradores de Huerta, cundió el
pánico y una gran cantidad de personas se amotinó en las oficinas
navieras pidiendo desesperadamente un boleto para abordar cual­
quier barco. Algunos solicitaron ayuda a Fletcher y a Funston asegu­
rando que de permanecer aquí, con toda seguridad serían fusila­
dos por los revolucionarios. Sólo que el gobierno estadounidense
expresó que ello no era su obligación. 80 En este contexto, un buen
número de refugiados en Veracruz hicieron el análisis de la situa­
ción, de sus culpas, del costo tanto político como económico del
destierro, y concluyeron que lo mejor era regresar a la ciudad de
México. Así, no fue raro que desde la segunda semana de septiem­
bre, muchos "fugitivos", que unas semanas antes abandonaran la
ciudad de México, ahora regresaran, con la novedad de que nada
les pasó. Y regresaron a la ciudad de México quejándose de que en
Veracruz no había los suficientes artículos de primera necesidad y
que los disponibles costaban entre cuatro y cinco veces más de lo
normal. 81
BOE[ Radical, 11 y 17 de septiembre de 1914.
s, El Radical, 12 de septiembre de 1914.

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UN GOLPE DE ESTADO 53

De acuerdo con las versiones oficiales, el 24 de septiembre


zarpó del puerto de Veracruz el vapor "México" de bandera nacional,
con alrededor de 700 refugiados políticos rumbo a la ciudad de
Galveston, y lo mismo hizo el vapor "Morro Castle", llevando con­
sigo 300 mexicanos cuyo destino inmediato era La Habana. 82 Pero
la apoteosis tuvo lugar al día siguiente. Sucede que para el 25 de
septiembre estaba programada la salida del "City of Tampico", un
barco ganadero con cupo para 34 pasajeros. Como los fugitivos se
amotinaron, los funcionarios de la compañía naviera tuvieron que
ceder con la resultante de que el barco salió de Veracruz repleto, con
más de ciento cuarenta pasajeros rumbo a Texas. En la lista figura­
ban cuatro ex secretarios de Estado: Federico Gamboa, Enrique
Gorostieta, Carlos Rincón Gallardo y Eduardo Tamariz, y un subse­
cretario, Rubén Valenti. Asimismo figuraban tres ex gobernadores:
Eduardo A. Cauz, Juvencio Robles y Teodoro Dehesa, quien viaja­
ba junto con su hermano Francisco. Entre los militares, además de
los ex gobernadores que tenían el grado de general, estaban tam­
bién los generales Alberto T. Rasgado, Gaudencio de la Llave; un
obispo: Ignacio Valdespino; el actor cómico Leopoldo Beristáin; el
ex diputado Ángel Rivera Caloca; el ex diputado y ex director de
El País, José Elguero, el ex senador Francisco Bulnes, el ex adminis­
trador de la aduana de Veracruz, Mariano Azcárraga, entre otros de
una lista que publicó El demócrata y que sólo incluye 115 personas.
Pero existen versiones fidedignas de que otros prominentes huertis­
tas partieron en el mismo barco. Uno de ellos fue Juan José Tablada
quien sólo pudo conseguir un lugar como sobrecargo. 83 El 27 de sep­
tiembre salió el "City ofMexico", de la Wolphin Line, con 194 refu­
giados rumbo a las costas texanas. 84
No obstante el panorama desolador y la evidente sangría de
cuadros altamente capacitados que sufría el país, Carranza se endu-
82EI Radical, 24 de septiembre de 1914 y El Diario de la Marina, 30 de septiembre
de 1914.
83 El Demócrata, 28 de septiembre de 1914 y Federico Gamboa, Mi diario, t. VI,
pp. 182-184.
84 Federico Gamboa, Mi diario, t. v1, p. 190.

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reció, con la resultante de que los políticos, militares, empresarios y


sacerdotes que aún no habían abandonado el país, lo hicieron. En
los primeros días de octubre de 1914, El Pueblo publicó una noticia
que dejó helados a los habitantes de la capital de la república. Se
expresaba que había comenzado a instruírseles proceso a todos
los ex ministros de Huerta. Para convencer a la población de que
no se estaba jugando, inmediatamente, un Tribunal Superior Militar
inició un proceso contra todos los ex secretarios de Estado de Huerta
cuya lista ascendía a 24 personas, y que eran los siguientes: Fran­
cisco León de Barra, Querido Moheno, José López Portillo y Rojas,
Francisco S. Carbajal y Federico Gamboa, que desempeñaron la
cartera de Relaciones Exteriores; Manuel Mondragón y Aureliano
Blanquet, de Guerra y Marina; Alberto Robles Gil, Manuel Garza
Aldape y Leopoldo Rebollar, de Fomento, Colonización e Industria;
David F. de la Fuente, José María Lozano y Arturo Alvaradejo, de
Comunicaciones y Obras Públicas; Jorge Vera Estañol, Eduardo
Tamariz y Nemesio García Naranjo, de Instrucción Pública y Bellas
Artes; Rodolfo Reyes y Enrique Gorostieta, de Justicia; Toribio
Esquive! Obregón y Adolfo de la Lama, de Hacienda y Crédito
Público, Salomé Botella de Comercio e Industria; Carlos Rincón
Gallardo, de Agricultura y Aureliano Urrutia y Manuel Garza Alda­
pe de Gobernación. 85
Las acusaciones presentadas en su contra eran por presuntas
responsabilidades de carácter civil o penal cometidas durante su
gestión. Curiosamente, la noticia no señalaba que la causa fuera
haber colaborado en el gobierno de Huerta ni tampoco haber parti­
cipado en la muerte de Madero. El primer acusado resultó ser
Alberto García Granados, ex secretario de Gobernación. La Secre­
taría de Hacienda lo acusó por malversación de fondos, específi­
camente utilizar en forma indebida la partida llamada "Gastos
secretos de Gobernación". La acusación fue turnada al tribunal
Superior Militar cuyos titulares expresaron que se gestionaría por
los conductos debidos la extradición del ex ministro, pues se ase-
ss El Pueblo, 3 de octubre de 1914.

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UN GOLPE DE ESTADO 55

guraba, había abandonado el territorio nacional al aproximarse a


la capital las primeras avanzadas del ejército constitucionalista. 86
Pero a estas alturas era imposible cumplir con tales aprehensiones
ya que en su mayor parte, el personal político huertista de altos vue­
los había huido del país. Habían salido desde los primeros días de
mayo, sobre todo por el puerto de Veracruz, Puerto México y, en
menor medida por las fronteras norte y sur.
A propósito del éxodo, la prensa cubana afirmaba que a partir
de septiembre de 1914 había cambiado la fisonomía de la colonia
mexicana en Cuba, que antes estaba conformada por maderistas y
carrancistas y ahora por partidarios de Huerta, preferentemente ex
federales, y gran cantidad de sacerdotes, temerosos del anticlerica­
lismo de Carranza. En uno de sus encabezados afirmaba que antes
se conspiraba en La Habana contra Huerta, y ahora contra Carran­
za. Agregaba que en 1913 y principios de 1914 los maderistas y
carrancistas tenían como bandera de lucha la restauración del orden
legítimo, la libertad y el rechazo al gobierno de Huerta, erigido en la
traición y en la sangre de Madero y Pino Suárez. Ahora, en los corri­
llos y en los cafés se murmuraba que los huertistas no contaban
con la simpatía del pueblo cubano y que la Junta Revolucionaria de
La Habana, que habían fundado, en la que además figuraban per­
sonas con togas y sotanas, perseguían un fin imposible de alcanzar:
la recuperación del poder político. 87
Jesús Flores Magón, refugiado en La Habana, hizo público que
parte de los hombres de mayor significación política y de la banca
mexicana, como los científicos, porfiristas, felicistas, reyistas, huer­
tistas, habían pisado suelo cubano con la mira de radicarse aquí, pero
que otros habían seguido su camino a Estados Unidos para inter­
narse a México y sumarse a las filas de Francisco Villa o de cual­
quier otro grupo contrarrevolucionario. Citó que recién habían
dejado la isla Enrique C. Creel, Marcelo Caraveo, Francisco del Toro,
Juan Vanegas y otros jefes militares, rumbo a Estados Unidos. Pero
que en La Habana habían permanecido ex secretarios de Estado,

86Loc. cit.
s7 Heraldo de Cuba, 12 de septiembre de 1914.

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ex diputados, ex senadores y empresarios españoles que salieron de


México a causa de la llegada de Carranza a la capital de la repúbli­
ca. Entre los empresarios españoles estaba Feliciano Cobián, dueño
de vastas propiedades algodoneras en Coahuila, Santiago Arre­
chederra, dueño de El Centro Mercantil, y también el comerciante
Francisco Llamosa, entre otros. En cuanto a los políticos, estaban
Gonzalo Enrile, consejero de Pascual Orozco; los diputados Ángel
Rivero Caloca, Francisco Pascual García, Muzquiz Blanco; y una
gran cantidad de jefes y oficiales del disuelto ejército federal, como
el general Camacho. También vivían aquí Rafael Reyes Spíndola,
fundador de El Imparcial; los arzobispos de México y de Yucatán,
sacerdotes, monjas, el ex secretario de Gobernación Ignacio Alcocer,
Manuel Calero, entre otros. 88 Con el paso de los días, algunos de
ellos se fueron a los Estados Unidos o a Europa, pero otros llegaron
en su reemplazo.

SS Heraldo de Cuba, 7 de octubre de 1914.

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