Stalin Jose - Los Fundamentos Del Leninismo
Stalin Jose - Los Fundamentos Del Leninismo
Stalin Jose - Los Fundamentos Del Leninismo
II El Método
III La Teoría
V El Problema campesino
VI El Problema Nacional
VII El Partido
IX El estilo en el trabajo
José Stalin
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EDICIONES GRIJALBO, S. A.
1975
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Al dejarnos, el camarada Lenin nos legó que cuidá semos de la unidad de nuestro
Partido como de las niñ as de los ojos. ¡Te juramos, camarada Lenin, que también
cumpliremos con honor éste tu mandamiento!
Al dejarnos, el camarada Lenin nos legó que fortaleciésemos con todas nuestras
energías la alianza de los obreros y campesinos. ¡Te juramos, camarada Lenin, que también
cumpliremos con honor este tu mandamiento !
La segunda base de la Repú blica de los Soviets es la alianza de los trabajadores de
las diferentes nacionalidades de nuestro país. Rusos y ucranianos, bash-kires y bielorrusos,
georgianos y azerbaidzhanos, armenios y daguestanos, tá rtaros y kirguises, uzbekos y
turcomanos, todos está n interesados por igual en el fortalecimiento de la dictadura del
proletariado. No só lo la dictadura del proletariado libra a estos pueblos de las cadenas y de
la opresió n; estos pueblos, con su fidelidad sin reservas a la Repú blica de los Soviets y su
disposició n a sacrificarse por ella, preservan a nuestra Repú blica de los Soviets de las
maquinaciones e intentonas de los enemigos de la clase obrera. Por eso, el camarada Lenin
nos hablaba incesantemente de la necesidad de la alianza voluntaria entre los pueblos de
nuestro país, de la necesidad de su colaboració n fraternal dentro del marco de la Unió n de
Repú blicas.
Nuestro país se yergue como una roca formidable en medio del océano de los
Estados burgueses. Las olas se abaten una tras otra sobre él, amenazando con hundirlo y
barrerlo. Pero la roca se mantiene inconmovible. ¿En qué reside su fuerza? No só lo en que
nuestro país descansa sobre la alianza de los obreros y los campesinos, en que encarna la
alianza de nacionalidades libres y está defendido por el potente brazo del Ejército Rojo y de
la Flota Roja. La fuerza de nuestro país, su potencia y su solidez residen en la profunda
simpatía y en el apoyo inquebrantable que encuentra en los corazones de los obreros y
campesinos del mundo entero. Los obreros y campesinos del mundo entero quieren que
perdure la Repú blica de los Soviets, flecha lanzada por la mano firme del camarada Lenin
en el campo enemigo; apoyo de sus esperanzas de liberarse de la opresió n y de la
explotació n, faro seguro que les indica el camino de la liberació n. Quieren que perdure y no
permitirá n a los terratenientes y a los capitalistas que la destruyan. En ello reside nuestra
fuerza. En ello reside la fuerza de los trabajadores de todos los países. En ello reside
también la debilidad de la burguesía del mundo entero.
Lenin nunca consideró a la Repú blica de los Soviets un fin en sí. Siempre la
consideró un eslabó n indispensable para reforzar el movimiento revolucionario en los
países del Occidente y del Oriente, un eslabó n indispensable para facilitar la victoria de los
trabajadores del mundo enteío sobre el capital. Lenin sabía que tal concepció n es la ú nica
acertada, no só lo desde el punto de vista internacional, sino también desde el punto de
vista del mantenimiento de la Repú blica de los Soviets misma. Lenin sabía que só lo así se
puede inflamar el corazó n de los trabajadores del mundo entero para las batallas decisivas
por su liberació n. Por eso, Lenin, el má s genial entre los jefes geniales del proletariado,
sentó , al día siguiente de la instauració n de la dictadura del proletariado, los cimientos de la
Internacional de los obreros. Por eso no se cansaba de ensanchar y de fortalecer la unió n de
los trabajadores del mundo: la Internacional.
Al dejarnos, el camarada Lenin nos legó que permaneciésemos fieles a los principios
de la Internacional Comunista. ¡Te juramos, camarada Lenin, que no regatearemos nuestra
vida para fortalecer y extender la unió n de los trabajadores del mundo entero: la
Internacional Comunista !
LOS FUNDAMENTOS DEL LENINISMO*2
J. STALIN.
Los fundamentos del leninismo: el tema es vasto. Para agotarlo, haría falta todo un
libro entero. Má s aú n, toda una serie de libros. Por esto, naturalmente, mis conferencias no
pueden ser consideradas como una exposició n completa del leninismo. Podrá n ser tan só lo,
en el mejor de los casos, un resumen sucinto de los fundamentos del leninismo. No
obstante, estimo ú til hacer este resumen, con el fin de ofrecer algunos puntos
fundamentales de partida, necesarios para estudiar con éxito el leninismo.
El leninismo creció y se formó bajo las condiciones del imperialismo, cuando las
contradicciones del capitalismo llegaron a su grado extremo, cuando la revolució n
proletaria se convirtió en una cuestió n prá ctica inmediata, cuando el antiguo período de
preparació n de la clase obrera para la revolució n llegó al tope y se transformó en un nuevo
período de asalto directo contra el capitalismo.
Tales son, en general, las contradicciones principales del imperialismo, que han
convertido el antiguo capitalismo "floreciente" en un capitalismo agonizante.
Todo esto está bien, se nos dirá . Pero, ¿qué tiene que ver con esto Rusia, que no era
ni podía ser el país clá sico del imperialismo? ¿Qué tiene que ver esto con Lenin, que actuó
ante todo en Rusia y para Rusia? ¿Por qué fue precisamente Rusia el hogar del leninismo, la
cuna de la teoría y de la tá ctica de la revolució n proletaria?
Porque en Rusia se estaba gestando la revolució n má s que en ningú n otro país del
mundo, lo que hacía que só lo ella se hallase en condiciones de resolver estas
contradicciones por vía revolucionaria.
He aquí por qué los intereses del zarismo y del imperialismo occidental se
entretejían, fundiéndose, en fin de cuentas, en el ovillo ú nico de los intereses del
imperialismo. ¿Acaso podía el imperialismo de Occidente resignarse a la pérdida de un
puntal tan poderoso en Oriente y de una reserva tan rica en fuerzas y en recursos como era
la vieja Rusia zarista y burguesa, sin poner a prueba todas sus fuerzas para sostener una
lucha a muerte contra la revolució n en Rusia, a fin de defender y conservar el zarismo?
¡Naturalmente que no!
Pero de aquí se desprende que quien quisiera asestar un golpe al zarismo levantaba
inevitablemente el brazo contra el imperialismo, que quien se sublevase contra el zarismo
tenía que sublevarse también contra el imperialismo, pues al derribar el zarismo, si
pensaba en serio no só lo en destruirlo, sino en acabar con él sin dejar restos, tenía que
derribar también el imperialismo. La revolució n contra el zarismo se aproximaba de este
modo a la revolució n contra el imperialismo, a la revolució n proletaria, y tenía
necesariamente que transformarse en ella.
He aquí por qué Rusia tenía que convertirse en el punto de convergencia de las
contradicciones del imperialismo, no só lo en el sentido de que, en Rusia precisamente,
estas contradicciones se ponían de manifiesto con una mayor facilidad a causa de su
cará cter especialmente monstruoso e intolerable, y no só lo porque Rusia era el puntal má s
importante del imperialismo occidental, el puntal que unía al capital financiero de
Occidente con las colonias de Oriente, sino también porque solamente en Rusia existía una
fuerza real capaz de resolver las contradicciones imperialistas por vía revolucionaria.
¿Acaso los comunistas rusos podían, ante semejante estado de cosas, limitarse en su
labor al marco estrechamente nacional de la revolució n rusa? ¡Naturalmente que no! Por el
contrario, toda la situació n, tanto la interior (profunda crisis revolucionaria), como la
exterior (la guerra), los empujaba a salirse en su labor de ese marco, a llevar la lucha a la
palestra internacional, a poner al desnudo las llagas del imperialismo, a demostrar el
cará cter inevitable de la bancarrota del capitalismo, a destrozar el socialchovinismo y el
socialpacifismo y, por ú ltimo, a derribar el capitalismo dentro de su país y a forjar para el
proletariado una arma nueva de lucha: la teoría y la tá ctica de la revolució n proletaria, con
el fin de facilitar a los proletarios de todos los países la labor de derrocar el capitalismo. Los
comunistas rusos no podían obrar de otro modo, pues só lo por este camino se podía contar
con que se produjesen en la situació n internacional ciertos cambios, capaces de garantizar
a Rusia contra la restauració n del régimen burgués.
He aquí por qué Rusia se convirtió en el hogar del leninismo, y Lenin, en su creador.
Con Rusia y con Lenin "aconteció " en este punto aproximadamente lo mismo que
había acontecido con Alemania y con Marx y Engels en la década del 40 del siglo pasado.
Alemania llevaba en su entrañ a, como la Rusia de comienzos del siglo xx, la revolució n
burguesa. Por entonces, Marx escribió en el Manifiesto Comunista: "Los comunistas fijan su
principal atenció n en Alemania, porque este país se halla en vísperas de una revolució n
burguesa, y porque llevará a cabo esta revolució n bajo las condiciones má s progresivas de
la civilizació n europea en general, y con un proletariado mucho má s desarrollado que el de
Inglaterra en il siglo xvn y el de Francia en el xvin, y porque, por lo tanto, la revolució n
burguesa alemana no puede ser má s que un preludio inmediato de la revolució n
proletaria."
¿Puede dudarse acaso de que esta circunstancia que Marx apuntaba en el pasaje
citado fue precisamente la causa probable de que Alemania fuese la cuna del socialismo
científico y los jefes del proletariado alemá n, Marx y Engels, sus creadores?
Pues lo mismo hay que decir, só lo que en mayor grado todavía, de la Rusia de
comienzos del siglo xx. En este período, Rusia se hallaba en vísperas de la revolució n
burguesa y había que llevar a cabo esta revolució n en las condiciones má s progresivas de
Europa, y con un proletariado má s desarrollado que en Alemania (y ni qué decir tiene que
en Inglaterra y en Francia), cuando todo indicaba que esta revolució n debía servir de
fermento y de pró logo a la revolució n proletaria. No puede ser considerado como casual el
hecho de que ya en 1902, cuando la revolució n rusa estaba todavía en sus comienzos, Lenin
escribiese en su folleto ¿Qué hacer? estas palabras proféticas: "La historia plantea hoy ante
nosotros (es decir, ante los marxistas rusos, J. St.) una tarea inmediata, que es la má s
revolucionaria de todas las tareas inmediatas del proletariado de ningú n otro país ..." "... La
realizació n de esta tarea, el hundimiento del má s poderoso baluarte no ya de la reacció n
europea, sino también de la reacció n asiá tica, convertiría al proletariado ruso en la
vanguardia del proletariado revolucionario internacional." (Lenin, t. IV, pá g. 382.) Dicho en
otros términos: el centro del movimiento revolucionario debía desplazarse a Rusia.
Y, siendo así, no tiene nada de asombroso que el país que ha llevado a cabo
semejante revolució n y que cuenta con semejante proletariado haya sido la cuna de la
teoría y la tá ctica de la revolució n proletaria.
No tiene nada de asombroso que el jefe de ese proletariado, Lenin, haya sido, a la
par, el creador de esta teoría y de esta tá ctica y el jefe del proletariado internacional.
II El Método
He dicho má s arriba que entre Marx y Engels, de un lado, y Lenin, de otro, media
todo un periodo de predominio del oportunismo de la Segunda Internacional. En gracia a la
exactitud, debo añ adir que, al decir esto, no me refiero a un predominio formal del
oportunismo, sino solamente a su predominio efectivo. Formalmente, al frente de la
Segunda Internacional estaban los marxistas "fieles", los "ortodoxos": Kautsky y otros. Sin
embargo, en realidad, la labor fundamental de la Segunda Internacional seguía la línea del
oportunismo. Los oportunistas, por su mismo espíritu de adaptació n y su naturaleza
pequeñ oburguesa, se adaptaban a la burguesía; a su vez, los "ortodoxos" se adaptaban a los
oportunistas, en gracia al "mantenimiento de la unidad" con ellos, en gracia a la "paz dentro
del partido". Resultado de esto era el predominio del oportunismo, pues entre la política de
la burguesía y la de los "ortodoxos" se forjaba una cadena cerrada.
Era necesario revisar toda la labor de la Segunda Internacional, todos sus métodos
de trabajo, acabando con el filisteísmo, la estrechez mental, la politiquería, el espíritu de
renegació n, el socialchovinismo y el socialpacifismo. Era necesario revisar todo el arsenal
de la Segunda Internacional, extirpar lo herrumbroso y caduco, forjar nuevos tipos de
armas. Sin esta labor previa, no había que pensar en lanzarse a la guerra contra el
capitalismo. Sin esto, el proletariado corría el riesgo de encontrarse mal armado o incluso
totalmente desarmado frente a las nuevas batallas revolucionarias.
Tales fueron las circunstancias en que nació y se forjó el método del leninismo.
Los oportunistas de la Segunda Internacional profesan una serie de dogmas teó ricos,
y los repiten siempre como eterna cantinela. He aquí algunos de ellos: Primer dogma: sobre
las condiciones de la toma del Poder por el proletariado. Los oportunistas afirman que el
proletariado no puede ni debe tomar el Poder si no constituye la mayoría dentro del país.
No se aduce ninguna prueba, pues no es posible justificar, ni teó rica ni prá cticamente, esta
absurda tesis. Admitamos que sea así, contesta Lenin a los señ ores de la Segunda
Internacional. Pero, si se produce una situació n histó rica (guerra, crisis agraria, etc.), en la
cual el proletariado, formando la minoría de la població n, tiene la posibilidad de agrupar en
torno suyo a la inmensa mayoría de las masas trabajadoras, ¿por qué no ha de tomar el
Poder? ¿Por qué el proletariado no ha de aprovechar una situació n internacional e interior
favorable para romper el frente del capital y acelerar el desenlace general? ¿Acaso no dijo
ya Marx, en la década del 50 del siglo pasado, que la revolució n proletaria en Alemania
podría marchar "magníficamente" si fuese posible apoyarla por medio "de una segunda
edició n, por decirlo asi, de la guerra campesina"? ¿No sabe acaso todo el mundo que en
Alemania había en aquel entonces relativamente menos proletarios que, por ejemplo, en
Rusia en 1917? ¿Acaso la experiencia de la revolució n proletaria rusa no ha puesto de
manifiesto que este dogma favorito de los héroes de la Segunda Internacional no tiene la
menor significació n vital para el proletariado? ¿Acaso no es evidente que la experiencia de
la lucha revolucionaria de las masas echa por tierra y liquida este dogma caduco?
He aquí por qué Lenin decía que "la teoría revolucionaria no es un dogma" y que
"só lo se forma definitivamente en íntima relació n con la prá ctica de un movimiento que sea
realmente de masas y realmente revolucionario" (El izquierdismo, enfermedad infantil del
comunismo), pues la teoría debe servir a la prá ctica, "debe dar solució n a los problemas
planteados por la prá ctica" (¿Quiénes son los "amigos del pueblo"?), debe contrastarse
sobre los datos de la prá ctica.
Por lo que se refiere a las consignas políticas y a los acuerdos políticos de los
partidos de la Segunda Internacional, basta recordar la historia de la consigna "¡Guerra a la
guerra!", para comprender todo lo que hay de falso, todo lo que hay de podrido en la
prá ctica política de estos partidos, que cubren su obra antirrevolucionaria con consignas y
resoluciones revolucionarias pomposas. Todo el mundo recuerda la ostentosa
manifestació n hecha por la Segunda Internacional en el Congreso de Basilea, en la que se
amenazaba a los imperialistas con todos los horrores de la insurrecció n, si se decidían a
desencadenar la guerra, y en la que se lanzaba la consigna amenazadora de "¡Guerra a la
guerra!". Pero, ¿quién no recuerda que, poco tiempo después, ante el comienzo mismo de la
guerra, la resolució n de Basilea fue archivada, dá ndose a los obreros una nueva consigna: la
de exterminarse mutuamente en aras de la patria capitalista? ¿Acaso no es evidente que las
resoluciones y las consignas revolucionarias no tienen ningú n valor si no las fortalecen los
hechos? No hay má s que comparar la política leninista de transformació n de la guerra
imperialista en guerra civil con la política de traició n de la Segunda Internacional durante
la guerra, para comprender toda la bajeza de los politicastros del oportunismo y toda la
grandeza del método leninista. No podemos por menos de reproducir aquí un pasaje
tomado del libro de Lenin La revolució n proletaria y el renegado Kautsky, en el que aquél
fustiga duramente la tentativa del líder de la Segunda Internacional, C. Kautsky, de juzgar a
los partidos, no por sus hechos, sino por sus consignas estampadas sobre el papel y por sus
documentos: "Kautsky lleva a cabo una política típicamente pequeñ oburguesa, filistea,
imaginá ndose ... que con lanzar una consigna cambian ias cosas. Toda la historia de la
democracia burguesa pone al desnudo esta ilusió n: para engañ ar al pueblo, los demó cratas
burgueses han lanzado y lanzan siempre todas las «consignas» imaginables. El problema
consiste en comprobar su sinceridad, en comparar las palabras con los hechos, en no
contentarse con frases idealistas o charlatanescas, sino en indagar la realidad de clase."
(Lenin, t. XXIII, pá g. 377, La revolució n proletaria y el renegado Kautsky.) Y no hablo ya del
miedo de los partidos de la Segunda Internacional a la autocrítica, de su manera de ocultar
sus errores, de velar los problemas espinosos, de disimular sus defectos con falsas
ostentaciones de bienestar, embotando el pensamiento vivo y frenando la obra de educar
revolucionariamente al Partido sobre la base de sus propios errores, manera que Lenin
ridiculizó y clavó en la picota. He aquí lo que en su folleto El izquierdismo, enfermedad
infantil del comunismo, escribía Lenin acerca de la auto— critica en los partidos
proletarios: "La actitud de un partido político ante sus errores es una de las pruebas má s
importantes y má s fieles de la seriedad de ese partido y del cumplimiento efectivo de sus
deberes hacia su clase y hacia las masas trabajadoras. Reconocer abiertamente los errores,
poner al descubierto sus causas, analizar minuciosamente la situació n que los ha
engendrado y examinar atentamente los medios de corregirlos: esto es lo que caracteriza a
un partido serio, en esto es en lo que consiste el cumplimiento de sus deberes, esto es
educar e instruir a la clase primero, y después a las masas." (Lenin, tomo XXV, pá g. 200).
I,a teoría es la experiencia del movimiento obrero de todos los países, tomada en su
aspecto general. Naturalmente, la teoría deja de tener objeto cuando no se halla vinculada a
la prá ctica revolucionaria, exactamente del mismo modo que la prá ctica es ciega si la teoría
revolucionaria .10 alumbra su camino. Pero la teoría puede convertirse en una formidable
fuerza del movimiento obrero si esta teoría se forma en indisoluble relació n con la prá ctica
revolucionaria, pues ella y só lo ella puede infundir al movimiento la seguridad, la fuerza de
orientació n y la comprensió n de las relaciones internas de los acontecimientos que nos
rodean, pues ella y só lo ella puede ayudar a la prá ctica a comprender no só lo có mo y hacia
dó nde se mueven las clases en el momento actual, sino también có mo y hacia dó nde habrá n
de moverse en un futuro pró ximo. ¿Quién sino Lenin dijo y repitió decenas de veces la
conocida tesis de que:
Lenin comprendía mejor que nadie la gran importancia de la teoría, sobre todo para
un partido como el nuestro, llamado a desempeñ ar el papel de luchador de vanguardia del
proletariado internacional, que le ha cabido en suerte, y ante la complicada situació n
interior e internacional que le rodea. Previendo ya en 1902 este papel especial de nuestro
Partido, Lenin consideraba ya entonces necesario recordar que "só lo un partido dirigido
por una teoría de vanguardia puede cumplir su misió n de combatiente de vanguardia".
(Lugar citado.) Apenas si hace falta demostrar que ahora, cuando el pronó stico de Lenin
sobre el papel de nuestro Partido se ha convertido en realidad, esta tesis de Lenin adquiere
una fuerza y una importancia especiales.
Acaso pudiera considerarse como la expresió n má s acusada de la alta importancia
que Lenin asignaba a la teoria, el hecho de que nadie má s que él se encargase de realizar
una tarea tan seria como la de generalizar desde el punto de vista de la filosofía
materialista '.o má s importante de cuanto la ciencia había aportado durante el período
comprendido entre Engels y Lenin y de criticar en todos sus aspectos las corrientes
antimaterialistas existentes entre los marxistas. "Con cada nuevo gran descubrimiento, el
materialismo debe asumir un nuevo aspecto", decía Engels. Es sabido que nadie má s que
Lenin fue quien llevó a cabo esta labor respecto a su época, en su notable libro
Materialismo y empiriocriticismo. Y es sabido que Plejá nov, que gustaba de hacer chanzas
de la "despreocupació n" de Lenin por la filosofía, no se decidió siquiera a abordar
seriamente la solució n de semejante tarea.
Prá cticamente, esta teoría, que entró en escena ya antes de la primera revolució n
rusa, llevaba a sus partidarios, los llamados "economistas", a negar en Rusia la necesidad de
un partido obrero independiente, a manifestarse en contra de la lucha revolucionaria de la
clase obrera por el derrocamiento del zarismo, a predicar una política tradeunionista en el
movimiento y, en general, a entregar el movimiento obrero a la hegemonía de la burguesía
liberal.
¿Hace falta acaso demostrar que este "marxismo" falsificado, destinado a cubrir las
desnudeces del oportunismo, no es má s que una variante a la europea de aquella misma
teoría del "seguidismo", combatida por Lenin ya antes de la primera revolució n rusa?
¿Hace falta acaso demostrar que el destruir esta falsificació n teó rica es condició n
preliminar para la creació n en Occidente de partidos verdaderamente revolucionarios?
Primera tesis. La dominació n del capital financiero en los países adelantados del
capitalismo; la emisió n de títulos de valor, como la operació n má s importante del capital
financiero; la exportació n de capital a las fuentes de materias primas, como una de las
bases del imperialismo; la omnipotencia de la oligarquía financiera, como resultado de la
dominació n del capital financiero: todos estos hechos ponen a! descubierto el cará cter
burdamente parasitario del capitalismo monopolista, hacen cien veces má s sensible el yugo
de los trusts y los consorcios capitalistas, acrecientan la indignació n de la clase obrera
contra los fundamentos del capitalismo y conducen a las masas hacia la revolució n
proletaria como ú nica salvació n, (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo).
Lenin sintetiza todas estas conclusiones en una conclusió n general: "El imperialismo
es el preludio de la revolució n socialista".4 (Lenin, t. XIX, pá g. 71, El imperialismopró logo).
Antes solía hablarse de la revolució n proletaria en tal o cual país adelantado como
de algo absoluto, que se bastaba a sí mismo y se contraponía al respectivo frente nacional
aislado del capital, como su antípoda. Hoy, este punto de vista ya no basta. Hoy, hay que
hablar de la revolució n proletaria mundial, pues los diferentes frentes nacionales del
capital se han convertido en otros tantos eslabones de una sola cadena que se llama frente
mundial del imperialismo, al cual hay que contraponer el frente general del movimiento
revolucionario en todos los países.
¿Por dó nde empezará la revolució n, en qué país podrá , ante todo, romperse el frente
del capital?
No, objeta la teoría leninista de la revolució n, no es forzoso que sea allí donde la
industria esté má s desarrollada, etc. El frente del capital se romperá allí donde la cadena
imperialista sea má s débil, pues la revolució n proletaria es el resultado de la ruptura de la
cadena del frente mundial imperialista por su sitio má s débil, y puede ocurrir que el país
que haya empezado la revolució n, el país que haya roto el frente del capital, esté menos
desarrollado en el sentido capitalista que otros países má s adelantados que, sin embargo,
todavía se mantienen dentro del marco del capitalismo.
En 1917, la cadena del frente imperialista mundial resultó ser má s débil en Rusia
que en los demá s países. Fue aquí donde se rompió , dando paso a la revolució n proletaria.
¿Por qué? Porque en Rusia se desarrollaba la má s grande revolució n popular, a la cabeza de
la cual marchaba el proletariado revolucionario, que contaba con un aliado tan importante
como los millones y millones de campesinos explotados y oprimidos por los terratenientes.
Porque frente a la revolució n se alzaba allí un representante tan odioso del imperialismo
como el zarismo, falto de todo ascendiente moral y que se había atraído el odio general de
la població n. En Rusia, la cadena resultó ser má s débil, aunque este país estuviese menos
desarrollado en el sentido capitalista que Francia o Alemania, Inglaterra o los Estados
Unidos, pongamos por caso.
¿Por dó nde se romperá la cadena, en el pró ximo futuro? Volverá a romperse allí
donde resulte ser má s débil. No está excluida la posibilidad de que se rompa, por ejemplo,
en la India. ¿Por qué? Porque en la India existe un proletariado joven, combativo y
revolucionario, que cuenta con un aliado como es el movimiento de liberació n nacional, un
aliado indudablemente potente, indudablemente importante. Porque frente a la revolució n
se alza allí un enemigo de todos conocido como es el imperialismo extranjero, privado de
crédito moral y que se ha ganado el odio general de las masas oprimidas y explotadas de la
India.
He aquí por qué los cá lculos estadísticos sobre el tanto por ciento del proletariado
en la població n de un determinado país pierden, cuando se trata de resolver el problema de
la revolució n proletaria, aquella importancia excepcional que gustaban de asignarle los
eruditos de la Segunda Internacional, que no han sabido comprender el imperialismo y
temen a la revolució n como a la peste.
Resulta que algunos camaradas suponen que Lenin no concibió esta idea hasta el
añ o 1916 y que hasta entonces, segú n ellos, entendía que la revolució n en Rusia se
mantendría dentro de los marcos burgueses y que, por consiguiente, el Poder pasaría de
manos del ó rgano de la dictadura del proletariado y de los campesinos a manos de la
burguesía, y no a manos del proletariado. Dícese que esta afirmació n se ha deslizado
incluso en nuestra prensa comunista. He de decir que dicha afirmació n es completamente
falsa, que no corresponde en modo alguno a la realidad.
Podría remitirme al conocido discurso pronunciado por Lenin en el III Congreso del
Partido (1905), en el que se califica la dictadura del proletariado y de los campesinos, es
decir, el triunfo de la revolució n democrá tica, no como la "organizació n del orden", sino
como la "organizació n de la guerra". (Lenin, tomo VII, pá g. 264).
Bien, se nos dirá , pero, ¿por qué en este caso Lenin combatió la idea de la
"revolució n permanente (ininterrumpida)" ?
Porque Lenin proponía "agotar" toda la capacidad revolucionaria de los campesinos
y utilizar hasta la ú ltima gota de su energía revolucionaria para la completa liquidació n del
zarismo, para pasar a la revolució n proletaria, mientras que los partidarios de la
"revolució n permanente" no comprendían el importante papel de los campesinos en la
revolució n rusa, menospreciaban la fuerza de la energía revolucionaria de los campesinos,
menospreciaban la fuerza y la capacidad del proletariado ruso para conducir consigo a los
campesinos, y con ello entorpecían la obra de liberar a los campesinos de la influencia de la
burguesía, la obra de agrupar a los campesinos alrededor del proletariado.
Porque Lenin proponía coronar la obra de la revolució n con el paso del Poder al
proletariado, mientras que los partidarios de la revolució n "permanente" querían empezar
directamente por la toma del Poder por el proletariado, no comprendiendo que, con ello,
cerraban los ojos a una "pequeñ ez" como la de las supervivencias del régimen en la
servidumbre y no tomaban en consideració n una fuerza tan importante como los
campesinos rusos, no comprendiendo que semejante política só lo podía entorpecer la obra
de atraerse a los campesinos al lado del proletariado.
He aquí por qué Lenin reputaba esta teoría como semimenchevique, diciendo que
"toma de los bolcheviques el llamamiento a la lucha revolucionaria resuelta del
proletariado y a la conquista del Poder por éste, y de los mencheviques la «negació n» del
papel de los campesinos". (Lugar citado.) Así está n planteadas las cosas con respecto a la
idea de Lenin sobre la transformació n de la revolució n democraticoburguesa en revolució n
proletaria, sobre el aprovechamiento de la revolució n burguesa para pasar
"inmediatamente" a la revolució n proletaria.
"La ley fundamental de la revolució n, confirmada por todas ellas, y en particular por
las tres revoluciones rusas del siglo xx, consiste en lo siguiente: para la revolució n no basta
con que las masas explotadas y oprimidas tengan conciencia de la imposibilidad de vivir
como antes y reclamen cambios; para la revolució n es necesario que los explotadores no
puedan vivir ni gobernar como antes. Só lo cuando las «capas bajas» no quieren lo viejo y
las «capas altas» no pueden sostenerlo al modo antiguo, só lo entonces puede triunfar la
revolució n. En otros términos, esta verdad se expresa del modo siguiente: la revolució n es
imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y explotadores).5 Por
consiguiente, para la revolució n hay que lograr, primero, que la mayoría de los obreros (o
en todo caso, la mayoría de los obreros conscientes, reflexivos, políticamente activos)
comprendan profundamente la necesidad de la revolució n y estén dispuestos a sacrificar la
vida por ella; en segundo lugar, es preciso que las clases gobernantes atraviesen una crisis
gubernamental que arrastre a la política hasta a las masas má s atrasadas ..., que reduzca a
la impotencia al gobierno y haga posible su derrumbamiento rá pido por los
revolucionarios." (Lenin, t. XXV, pá g. 222.) Pero al derribar el Poder de la burguesía e
instaurar el Poder del proletariado en un solo país no significa todavía garantizar el triunfo
completo del socialismo. Después de haber consolidado su Poder y arrastrado consigo a los
campesinos, el proletariado del país victorioso puede y debe edificar la sociedad socialista.
Pero, ¿significa esto que, con ello, el proletariado logrará el triunfo completo, definitivo del
socialismo, es decir, significa esto que el proletariado puede, con las fuerzas de un solo país,
consolidar definitivamente el socialismo y garantizar completamente al país contra una
intervenció n y, por consiguiente, contra la restauració n? No. Para esto es necesario que la
revolució n triunfe por lo menos en algunos países. Por eso, el desarrollar y apoyar la
revolució n en otros países es una tarea esencial para la revolució n victoriosa. Por eso, la
revolució n del pais victorioso no debe considerarse como algo que se baste a sí mismo, sino
como un puntal, como un medio para acelerar el triunfo del proletariado en los demá s
países.
Lenin expresó este pensamiento en dos palabras, cuando dijo que la misió n de la
revolució n triunfante consiste en llevar a cabo "el má ximo de lo realizable en un solo país
para desarollar, apoyar y despertar la revolució n en todos los países". (Lenin, t. XXIII,
pá gina 385, La revolució n proletaria y el renegado Kautsky.) Tales son, en general, los
rasgos característicos de la teoría leninista de la revolució n proletaria.
IV La Dictadura del Proletariado
"El paso del capitalismo al comunismo —dice Lenin— llena toda una época
histó rica. Mientras esta época histó rica no finalice, los explotadores siguen inevitablemente
abrigando esperanzas de restauració n, esperanzas que se convierten en tentativas de
restauració n. Después de la primera derrota seria, los explotadores derrocados, que no
esperaban su derrocamiento, que no creían en él, que no aceptaban ni siquiera la idea de él,
se lanzan con energía decuplicada, con pasió n furiosa, con odio centuplicado, a la lucha por
la restitució n del «paraíso» que les ha sido arrebatado, por sus familias, que antes
disfrutaban de una vida tan dulce y a quienes ahora la «chusma del populacho vil» condena
a la ruina y a la miseria (o al «simple» trabajo...).
"Si los explotadores son derrotados solamente en un país —dice Lenin— y éste es,
naturalmente, el caso típico, pues la revolució n simultá nea en una serie de países
constituye una rara excepció n, seguirá n siendo, no obstante, má s fuertes que los
explotados." (Lugar citado, pá g. 354.) ¿En qué reside la fuerza de la burguesía derrocada?
En primer lugar, "en la fuerza del capital internacional, en la fuerza y la solidez de las
relaciones internacionales de la burguesía", (Lenin, t. XXV, pá gina 173, El izquierdismo,
enfermedad infantil del comunismo).
"Tenéis que pasar —decía Marx a los obreros— por quince, veinte, cincuenta añ os
de guerras civiles y batallas internacionales, no só lo para cambiar el régimen existente, sino
también para cambiaros a vosotros mismos y capacitaros para la dominació n politica."
(Obras completas de Marx y En-gels. Edició n del Instituto Marx-Engels-Lenin, tomo VIII,
pá g. 506, En torno a la historia de la Liga Comunista.) Prosiguiendo y desarrollando la idea
de Marx, Lenin escribe:
La dictadura del proletariado no brota sobre la base del orden burgués, sino en el
proceso de la destrucció n de éste, después del derrocamiento de la burguesía, en el proceso
de la expropiació n de los terratenientes y capitalistas, de la socializació n de los
instrumentos y medios de producció n fundamentales, en el proceso de la revolució n
violenta del proletariado. La dictadura del proletariado es un Poder revolucionario que se
apoya en la violencia contra la burguesía.
En que los soviets son las má s vastas organizaciones de masas del proletariado, pues
só lo ellos, los soviets, encuadran a todos los obreros sin excepció n.
En que los soviets son las ú nicas organizaciones de masas que engloban a todos los
oprimidos y explotados, a los obreros y campesinos, a los soldados y marineros, y en que,
como consecuencia de esto, permiten llevar a cabo la direcció n política de la lucha de masas
por la vanguardia de estas masas, por el proletariado, del modo má s fá cil y completo.
En que los soviets son los ó rganos má s potentes de la lucha revolucionaria de masas,
de las acciones políticas de masas, de la insurrecció n de masas, ó rganos capaces de destruir
la omnipotencia del capital financiero y de sus apéndices políticos.
En que los soviets son organizaciones directas de las mismas masas, es decir, las
organizaciones má s democrá ticas, y, por tanto, con mayor autoridad entre las masas;
facilitan en un grado má ximo la participació n de éstas en la organizació n del nuevo Estado
y en su gobernació n y despliegan en su grado má ximo la energía revolucionaria, la
iniciativa, la capacidad creadora de las masas en la lucha por la destrucció n del antiguo
orden de cosas y en la lucha por un orden de cosas nuevo, por un orden de cosas proletario.
Lenin tiene razó n cuando dice que, con la aparició n del Poder soviético, "la época del
parlamentarismo democraticoburgués ha terminado-y se abre un nuevo capítulo de la
historia universal: la era de la dictadura proletaria".
¿En qué consisten los rasgos característicos del Poder soviético?
En que el Poder soviético facilita, por su misma estructura, la direcció n de las masas
oprimidas y explotadas por su vanguardia, por el proletariado, como el nú cleo má s
cohesionado y má s consciente de los soviets.
"La experiencia de todas las revoluciones y de todos los movimientos de las clases
oprimidas, la experiencia del movimiento socialista mundial —dice Lenin— nos enseñ a que
só lo el proletariado es capaz de reunir y arrastrar consigo a las fuerzas dispersas y
atrasadas de la població n trabajadora y explotada." (Lenin, t. XXIV, pá g. 14, discurso y tesis
Sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado.) La estructura del Poder
soviético facilita la aplicació n de las enseñ anzas de esta experiencia.
En que "só lo la organizació n soviética del Estado puede destruir de golpe y romper
definitivamente el viejo aparato, es decir, el aparato burocrá tico y judicial burgués". (Lugar
citado.) En que só lo la forma soviética de Estado, que incorpora a la participació n
permanente e incondicional en la direcció n del Estado a las organizaciones de masas de los
trabajadores y explotados, es capaz de preparar la extinció n del Estado, la cual es uno de
los factores fundamentales de la futura sociedad sin Estado, de la sociedad comunista.
La Repú blica de los soviets es, por todo esto, la forma política buscada y por fin
descubierta, en la cual tiene que realizarse la liberació n econó mica del proletariado, el
triunfo completo del socialismo. La Comuna de París fue el germen de esta forma política.
El Poder soviético es su desarrollo y su culminació n.
He aquí por qué Lenin dice que "la Repú blica de los soviets de diputados obreros,
soldados y campesinos no es só lo la forma de tipo má s elevado de las instituciones
democrá ticas..., sino la ú nica7 forma capaz de asegurar el trá nsito menos doloroso posible
al socialismo". (Lenin, tomo XXII, pá g. 131, Tesis sobre la Asamblea Constituyente.)
V El Problema campesino
Esto explica, entre otras cosas, el hecho de que la revolució n burguesa en Rusia se
transformase, en un plazo relativamente breve, en revolució n proletaria. La hegemonía del
proletariado fue el germen y la fase de la transició n hacia la dictadura del proletariado.
En estas condiciones, ¿hacia dó nde iban a dirigir sus miradas los campesinos?
¿Dó nde iban a buscar apoyo contra la omnipotencia del terrateniente, contra la
arbitrariedad del zar, contra la guerra desastrosa, que arruinaba su economía? ¿A la
burguesía liberal? Esta era un enemigo, como lo había demostrado la larga experiencia de
las cuatro Dumas. ¿A los socialrevolucionarios? Estos eran, naturalmente, "mejores" que los
kadetes, y su programa era "aceptable", casi campesino; pero, ¿qué podían darles los
socialrevolucionarios, si só lo podían apoyarse en los campesinos y eran débiles en la
ciudad, de donde sacaba ante todo sus fuerzas el enemigo. ¿Dó nde estaba la nueva fuerza
que no se detendría ante nada, ni en el campo ni en la ciudad, que se situaría valientemente
en primera fila, en la lucha contra el zar y los terratenientes, que ayudaría a los campesinos
a sacudir su esclavitud, a conquistar la tierra, a liberarse de la opresió n, de la guerra?
¿Existía en general en Rusia semejante fuerza? Sí, existía. Era el proletariado ruso, que
había puesto ya de manifiesto en 1905 su fuerza, su capacidad para luchar hasta el fin, su
valentía, su espíritu revolucionario.
En todo caso, no existía ninguna otra fuerza semejante, ni había de dó nde sacarla.
He aquí por qué los campesinos, después de desligarse de los kadetes y vincularse a
los socialrevolucionarios, llegaron al convencimiento de la necesidad de someterse a la
direcció n de un jefe de la revolució n tan valiente como el proletariado ruso.
Pero, para librarse de la guerra, era preciso derribar al Gobierno provisional, era
necesario derribar el Poder de la burguesía, era necesario derribar el Poder de los
socialrevolucionarios y mencheviques, pues eran ellos y solamente ellos quienes se
esforzaban en continuar la guerra hasta "la victoria final". En la prá ctica, no había para salir
de la guerra má s camino que el derrocamiento de la burguesía.
Era una nueva revolució n, una revolució n proletaria, ya que arrojaba del Poder a la
ú ltima fracció n, la fracció n de extrema izquierda de la burguesía imperialista : al partido de
los socialrevolucionarios y de los mencheviques, para crear un nuevo Poder, un Poder
proletario, el Poder soviético, para instaurar en el Poder al Partido del proletariado
revolucionario, al Partido bolchevique, al Partido de la lucha revolucionaria contra la
guerra imperialista y por una paz democrá tica. La mayoría de los campesinos apoyó la
lucha de los obreros por la paz, por el Poder soviético.
El período de la "kerenskiada" fue, por tanto, la mayor enseñ anza tangible para las
masas campesinas trabajadoras, pues demostró hasta la evidencia que, bajo el poder de los
socialrevolucionarios y de los mencheviques, el país no se libraría de la guerra y los
campesinos no obtendrían ni la tierra ni la libertad; que los mencheviques y los
socialrevolucionarios só lo se distinguían de los kadetes por sus discursos melifluos y sus
promesas engañ osas, pero que, en realidad, practicaban la misma política imperialista que
los kadetes, y que el ú nico Poder capaz de conducir al país por el verdadero camino era el
Poder soviético. La prolongació n de la guerra no hizo má s que confirmar la verdad de esta
enseñ anza, espoleando la revolució n y empujando a millones de campesinos y soldados por
el camino de la cohesió n directa en torno a la revolució n proletaria. El aislamiento de los
socialrevolucionarios y de los mencheviques se convirtió en un hecho irrevocable. Sin las
enseñ anzas evidentes del período de la coalició n, no hubiera sido posible la dictadura del
proletariado.
Dícese que esta tarea puede resultar inasequible en un país tan campesino como
Rusia. Algunos escépticos llegan incluso a decir que esta tarea es puramente utó pica,
irrealizable, pues los campesinos son campesinos, es decir, pequeñ os productores que, por
tanto, no pueden ser aprovechados para organizar las bases de la producció n socialista.
Primera. No hay que confundir a los campesinos de la Unió n Soviética con los
campesinos de Occidente. Un campesino que ha pasado por la escuela de tres revoluciones,
que ha luchado del brazo del proletariado v bajo su direcció n, contra el zar y el Poder
burgués, un caffipéSíPO que ha recibido de manos de la revolució n proletaria la tierra y la
paz y que, gracias a esto, se ha convertido en la reserva del proletariado; este campesino
tiene que diferenciarse del campesino que ha luchado en la revolució n burguesa bajo la
direcció n de la burguesía liberal, que ha recibido la tierra de manos de esta burguesía y que
se ha convertido. gracias a esto, en reserva de la burguesía. No hace falta demostrar que el
campesino soviético, acostumbrado a apreciar la amistad política y la colaboració n política
del proletariado y que debe su libertad a esta amistad y a esta colaboració n, no puede
menos de ser un elemento extraordinariamente apto para la colaboració n econó mica con el
proletariado.
Engels decía que "la conquista del Poder político por el Partido socialista se ha
convertido en una empresa del futuro inmediato", que "para conquistarlo, el Partido debe
primero salir de la ciudad al campo y hacerse fuerte en el campo".9 Engels escribía esto en
el ú ltimo decenio del siglo pasado, refiriéndose a los campesinos occidentales. No es
preciso demostrar que los comunistas rusos, que han llevado a cabo en este respecto una
labor gigantesca en el transcurso de tres revoluciones, han conseguido crearse ya en el
campo una influencia y un apoyo tan considerables, que nuestros compañ eros de Occidente
no pueden soñ ar siquiera con ellos. ¿Có mo es posible negar que esta circunstancia tiene
por fuerza que favorecer radicalmente, en Rusia, el mejoramiento de las relaciones
econó micas entre la clase obrera y los campesinos?
Los escépticos repiten automá ticamente que los pequeñ os campesinos son un factor
incompatible con la edificació n socialista. Pero escuchad lo que dice Engels a propó sito de
los pequeñ os campesinos de Occidente: "Estamos decididamente al lado del pequeñ o
campesino ; haremos todo lo posible para que a éste le sea má s llevadera la existencia, para
facilitarle el paso a la cooperació n, si se decide a ello; caso de que no se halle todavía en
condiciones de tomar esta decisió n, trataremos de concederle el mayor tiempo posible para
que pueda reflexionar acerca de esto en su parcela. Procederemos así no só lo porque
consideramos posible que los pequeñ os campesinos que trabajan por su cuenta se pasen a
nuestro lado, sino también teniendo en cuenta los intereses inmediatos del Partido. Cuanto
mayor sea el nú mero de campesinos a quienes no dejemos descender al nivel de
proletarios y a los que podamos atraernos ya como campesinos, má s rá pida y fá cilmente se
llevará a cabo la transformació n social. Sería tiempo perdido, para nosotros, espera» para
esta transformació n a que la producció n capitalista se desarrolle en todas partes hasta sus
ú ltimas consecuencias, a que el ú ltimo pequeñ o artesano y el ú ltimo pequeñ o campesino
sean víctimas de la gran producció n capitalista. Los sacrificios materiales que sea necesario
hacer en este sentido en interés de los campesinos, a expensas del tesoro pú blico, podrá n
parecer, desde el punto de vista de la economía capitalista, dinero tirado, pero son una
magnífica inversió n de capital, pues economizan tal vez una suma diez veces mayor en la
partida de gastos de la reorganizació n social en conjunto. En este sentido podemos, por
consiguiente, ser muy generosos respecto a los campesinos." (Lugar citado.) Así hablaba
Engels, refiriéndose a los campesinos de Occidente. ¿Y acaso no es evidente que lo que dice
aquí Engels no puede llevarse a cabo en ningú n sitio con tanta facilidad ni de un modo tan
completo como en el país de la dictadura del proletariado? ¿Acaso no es evidente que só lo
en la Rusia Soviética puede realizarse ya actualmente y de un modo completo el "paso a
nuestro lado del pequeñ o campesino que trabaja por su cuenta", y que son ya una realidad
los imprescindibles "sacrificios materiales" y "la generosidad respecto a los campesinos",
necesarios para ello, y otras medidas aná logas en beneficio de los campesinos? ¿Y có mo
puede negarse que esta circunstancia tiene, a su vez, que facilitar e impulsar la edificació n
econó mica del país soviético?
En este sentido, son sumamente interesantes algunos fenó menos nuevos que se
presentan en el campo, en relació n con la labor de la cooperació n agrícola. Es sabido que en
el seno de la Unió n de Cooperativas Agrícolas (Sielskosoyú s) han surgido, en diferentes
ramas de la economía rural, en la producció n del lino, de la patata, de la manteca, etc.,
nuevas y fuertes organizaciones a las que está reservado un gran porvenir. Entre ellas
figura, por ejemplo, la Cooperativa Central del Lino, que agrupa toda una red de
cooperativas campesinas de producció n de lino. La Cooperativa Central del Lino se ocupa
de suministrar a los campesinos semillas e instrumentos de producció n; compra a los
mismos campesinos toda su producció n de lino, la vende en gran escala en el mercado,
garantiza a los campesinos una participació n en los beneficios y, de este modo, vincula a las
explotaciones campesinas, a través de la Unió n de Cooperativas Agrícolas, a la industria del
Estado. ¿Qué nombre dar a semejante forma de organizació n de la producció n? Trá tase, a
mi juicio, de un sistema de industria á domicilio de gran producció n socialista del Estado en
materia de economía rural. Hablo del sistema de industria a domicilio de producció n
estatal-socialista por analogía con el sistema de industria a domicilio del capitalismo, que
se aplica, por ejemplo, en la industria textil, y en el que los artesanos, que recibían del
capitalista la materia prima y los instrumentos de trabajo y le entregaban toda su
producció n, eran de hecho obreros semiasalariados, que trabajaban en su domicilio. Este
ejemplo es uno de los numerosos indicios de cuá l es el camino que tiene que seguir en
nuestro país el desarrollo de la economía rural. No me referiré aquí a otros indicios de la
misma índole, en otras ramas de la economía rural.
He aquí lo que dice Lenin acerca de las trayectorias del desarrollo de nuestra
economía rural:
"Todos los grandes medios de producció n en poder del Estado y el Poder estatal en
manos del proletariado; la alianza de este, proletariado con los muchos millones de
pequeñ os y muy pequeñ os campesinos; la garantía de que el proletariado dirija a los
campesinos, etc., ¿acaso no es esto todo lo necesario para que, con la cooperació n y nada
má s que con la cooperació n, a la que antes motejá bamos de mercantilista y que, ahora, bajo
la Nep, merece también, en cierto modo, el mismo trato; acaso no es esto todo lo necesario
para construir la sociedad socialista completa? No es aú n la construcció n de la sociedad
socialista, pero sí es todo lo necesario y lo suficiente para esta construcció n." (Lenin, t.
XXVII, pá g. 392, Sobre la cooperació n.) Má s adelante, hablando de la necesidad de prestar
apoyo financiero y toda otra clase de apoyo a la cooperació n, como a un "nuevo principio
de organizació n de la població n" y un "nuevo régimen social", bajo la dictadura del
proletariado. Lenin prosigue: "Todo régimen social surge exclusivamente con el apoyo
econó mico de una clase determinada. No hace falta recordar los centenares' y centenares
de millones de rublos que costó el nacimiento del capitalismo «libre». Ahora, debemos
reconocer, obrando en consecuencia, que el régimen social que debemos apoyar
saliéndonos de lo corriente, en la época actual, es el régimen cooperativo. Pero hay que
apoyarlo en el verdadero sentido de la palabra, es decir, que no basta con entender por tal
apoyo la ayuda prestada a cualquier clase de circulació n cooperativa, sino que por apoyo
hay que entender aquí el prestado a una circulació n cooperativa en la que participen
realmente las verdaderas masas de la població n." (Lugar citado, pá gina 393.) ¿Qué nos
dicen todas estas circunstancias?
Nos dicen que quien tiene razó n es el leninismo, que ve en las masas trabajadoras
del campo la reserva del proletariado.
Nos dicen que el proletariado en el Poder puede y debe utilizar esta reserva, para
articular la industria y la economía rural, para impulsar la construcció n socialista y dar a la
dictadura del proletariado aquella base necesaria, sin la cual es imposible el trá nsito a la
economía socialista.
VI El Problema Nacional
Y otrj tanto hay que decir en lo que se refiere al cará cter revolucionario de los
movimientos nacionales en general. El cará ccer indiscutiblemente revolucionario de la
inmensa mayoría de los movimientos nacionales es algo tan relativo y peculiar como lo es
el posible cará cter reaccionario de algunos movimientos nacionales concretos. El cará cter
revolucionario del movimiento nacional, bajo las condiciones de la opresió n imperialista,
no presupone en modo alguno, forzosamente, la existencia de elementos proletarios en el
movimiento, la existencia de un programa revolucionario o republicano a que obedezca el
movimiento, la existencia en éste de una base democrá tica. La lucha que el emir de
Afganistá n mantiene por la independencia de su país es una lucha objetivamente
revolucionaria, a pesar de las ideas moná rquicas del emir y de sus correligionarios, puesto
que esta lucha debilita, descompone, socava los cimientos del imperialismo; en cambio, la
lucha de demó cratas y "socialistas", de "revolucionarios" y republicanos tan "audaces"
como, por ejemplo, Kerenski y Tsereteli, Renaudel y Scheidemann, Chernov y Dan,
Henderson y Clynes, durante la guerra imperialista, era una lucha reaccionaria, pues tenía
como resultado dorar la pildora del imperialismo, fortalecerlo, darle la victoria. La lucha de
los comerciantes y de los intelectuales burgueses egipcios por la independencia de Egipto
es, por las mismas causas, una lucha objetivamente revolucionaria, a pesar del origen
burgués y la condició n burguesa de los líderes del movimiento nacional egipcio y a pesar de
que está n en contra del socialismo; en cambio, la lucha del gobierno laborista inglés por
mantener la situació n de dependencia de Egipto es, por las mismas causas, una lucha
reaccionaria, a pesar del origen proletario y de la condició n proletaria de los miembros de
este gobierno, y a pesar de que son "partidarios" del socialismo. Y no hablemos del
movimiento nacional de otros países coloniales y dependientes má s grandes, como la India
y China, cada uno de cuyos pasos en la senda de la liberació n, aun cuando infrinja las
exigencias de la democracia formal, representa un mazazo asestado contra el imperialismo.
es decir, un paso indiscutiblemente revolucionario.
Lenin tiene razó n cuando dice que el movimiento nacional de los países oprimidos
no se debe valorar desde el punto de vista de la democracia formal, sino desde el punto de
vista de los resultados prá cticos dentro del balance general de la lucha contra el
imperialismo, es decir, que no debe enfocarse "aisladamente, sino en una escala mundial".
(Lenin, t. XIX, pá gina 257, Balance de las discusiones sobre la autodeterminació n.) 2. El
movimiento de liberació n de los pueblos oprimidos y la revolució n proletaria. Al resolver el
problema nacional, el leninismo parte de los principios siguientes:
9. sin poner en prá ctica esta consigna será imposible lograr la unificació n
y colaboració n de las naciones en una sola economía mundial, que constituye la
base material para el triunfo del socialismo;
j) esta unió n só lo puede ser voluntaria, erigida sobre la base de la confianza mutua y
de las relaciones fraternales entre los pueblos.
Por el contrario, para el comunismo estas tendencias no son má s que dos aspectos
de una misma causa, de la causa de liberar del yugo imperialista a los pueblos oprimidos,
pues el comunismo sabe que la unificació n de los pueblos en una sola economía mundial,
só lo es posible sobre la base de la confianza mutua y del libre consentimiento, que el
camino hacia la formació n de la unió n voluntaria de los pueblos pasa a través de la
separació n de las colonias del "todo ú nico" imperialista y de su transformació n en Estados
independientes.
Tal es el camino para educar a las masas trabajadoras de las naciones dominantes y
oprimidas en el espíritu del internacionalismo revolucionario.
He aquí lo que dice Lenin acerca de los dos aspectos de esta labor del comunismo
para educar a los obreros en el espíritu del internacionalismo:
"Esta educació n... ¿ puede ser concretamente igual en las grandes naciones
opresoras que en las pequeñ as naciones oprimidas, en las naciones anexionistas que en las
naciones anexionadas? Evidentemente, no. El camino hacia el objetivo comú n, hacia la
completa igualdad de derechos, hacia el má s estrecho acercamiento y la ulterior fusió n de
todas las naciones, sigue aquí, evidentemente, distintas rutas concretas; del mismo modo
que, por ejemplo, el camino que conduce a un punto que se halla en el centro de esta
pá gina, parte en uno de sus extremos laterales hacia la izquierda y en el extremo opuesto
hacia la derecha. Si el socialdemó crata de una gran nació n opresora, anexionista, partidario
de la fusió n de las naciones en general, se olvida, aunque só lo sea por un instante, de que
«su» Nicolá s II, «su» Guillermo II, Jorge V, Poincaré y otros abogan también en favor de la
fusió n con las naciones pequeñ as (por medio de las anexiones), de que Nicolá s II aboga en
favor de la «fusió n» con Galitzia, Guillermo II en favor de la «fusió n» con Bélgica, etc., ese
socialista resultará ser, en teoría, un ridículo doctrinario, y en la prá ctica, un auxiliar del
imperialismo. El centro de gravedad de la educació n internacionalista de los obreros de los
países opresores tiene que estar necesariamente en la propaganda y en la defensa de la
libertad de separació n a favor de los países oprimidos. Sin esto, no hay internacionalismo.
Tenemos el derecho y el deber de despreciar y calificar de imperialistas y canallas a los
socialistas de las naciones opresoras que no desplieguen una propaganda de este tipo. Es
ésta u ia exigencia incondicional, aunque el caso de la separació n no puede darse y
«realizarse» antes del socialismo má s que en el uno por mil de los casos... Y, a la inversa, los
socialistas de las naciones pequeñ as deben tomar como centro de gravedad de sus
campañ as de agitació n la primera palabra de nuestra fó rmula general: «unió n voluntaria»
de las naciones. Sin faltar a sus deberes de internacionalistas, pueden pronunciarse tanto a
favor de la independencia política de su nació n como a favor de su incorporació n al Estado
vecino, X, Y, Z, etc. Pero deberá n siempre luchar contra la estrechez nacional mezquina,
contra el retraimiento, contra el aislamiento, porque se tenga en cuenta lo total y lo general,
por la supeditació n de los intereses particulares al interés general. Gentes que no han
penetrado en el problema encuentran «contradictorio» que los socialistas de las naciones
opresoras insistan en la «libertad de separació n» y los socialistas de las naciones oprimidas
en la «libertad de unió n». Pero, a poco que se reflexione, se ve que, partiendo de esta
situació n dada, no hay ni puede haber otro camino que lleve al internacionalismo y a la
fusió n de las naciones, no hay ni puede haber otro camino que conduzca a este fin." (Lenin,
t. XIX, pá gs. 261-262, Balance de las discusiones sobre la autodeterminació n.)
VII Estrategia y Tá ctica
Una estrategia completa y una tá ctica bien elaborada de la lucha del proletariado
só lo podían definirse en el período siguiente, en el período de las acciones abiertas del
proletariado, en el período de la revolució n proletaria, cuando el problema del
derrocamiento de la burguesía pasó a ser un problema prá ctico inmediato, cuando el
problema de las reservas del proletariado (estrategia) pasó a ser uno de los problemas má s
palpitantes, cuando todas las formas de lucha y de organizació n —tanto parlamentarias
como extraparlamentarias (tá ctica)— se revelaron en una forma perfectamente definida.
Fue precisamente en este período cuando Lenin sacó a la luz las geniales ideas de Marx y
Engels sobre tá ctica y estrategia, archivadas por los oportunistas de la Segunda
Internacional. Pero Lenin no se limitó a restaurar las distintas tesis tá cticas de Marx y
Engels. Las desarrolló , completá ndolas con nuevas ideas y principios y reuniendo todo esto
en un sistema de reglas y principios orientadores para la direcció n de la lucha de clases del
proletariado. Obras de Lenin como ¿Qué hacer?, Dos tá cticas, El imperialismo, fase superior
del capitalismo, El Estado y la Revolució n, La Revolució n proletaria y el renegado Kautsky,
El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, constituyen indiscutiblemente una
valiosísima aportació n al tesoro general del marxismo, a su arsenal revolucionario. La
estrategia y la tá ctica del leninismo son la ciencia de la direcció n de la lucha revolucionaria
del proletariado.
La tá ctica cambia con arreglo a los flujos y reflujos. Mientras que durante la primera
etapa de la revolució n (1903 a febrero de 1917) el plan estratégico permaneció invariable,
la tá ctica se modificó varias veces durante este período. De 1903 a 1905, la tá ctica del
Partido fue una tá ctica ofensiva, pues se trataba de un período de flujo de la revolució n; el
movimiento iba en ascenso, y la tá ctica debía partir de este hecho. En consonancia con esto,
las formas de lucha eran revolucionarias, como correspondía a las exigencias del flujo de la
revolució n. Huelgas políticas locales, manifestaciones políticas, huelga política general,
boicot de la Duma, insurrecció n, consignas revolucionarias de combate: tales fueron las
formas de lucha, que se sucedieron unas a otras durante este período. En relació n con las
formas de lucha, cambiaron también, en este período, las formas de organizació n. Comités
de fá brica y taller, comités revolucionarios de campesinos, comités de huelga, soviets de
diputados obreros, el Partido obrero, má s o menos legal: he aquí las formas de
organizació n durante este período.
He aquí lo que, par? fraseando las conocidas tesis de Marx y Engels sobre la
insurrecció n, dice Lenin, a propó sito de esta condició n de saber utilizar estratégicamente
las fuerzas de la revolució n: "No jugar nunca a la insurrecció n y, una vez empezada, saber
firmemente que hay que llevarla a término. Hay que concentrar en el lugar y en el momento
decisivos fuerzas muy superiores a las del enemigo; de lo contrario, éste, mejor preparado
y organizado, aniquilará a los insurrectos. Una vez empezada la insurrecció n, hay que
proceder con la mayor decisió n y tomar infaliblemente, in—condicionalmente, la ofensiva.
«La defensiva es la muerte de la insurrecció n armada.» Hay que esforzarse en tomar al
enemigo desprevenido, elegir el momento en que sus tropas se hallen dispersas. Hay que
esforzarse en obtener éxitos diarios, aunque sean pequeñ os (incluso podría decirse que a
cada hora, si se trata de una sola ciudad), manteniendo a toda costa la «superioridad
moral»." (Lenin, t. XXI, pá gs. 319-320, Consejos de un ausente.) Segunda. Elegir bien el
momento del golpe decisivo, el momento de comenzar la insurrecció n, basá ndose para ello
en el hecho de. que la crisis ha llegado ya a su punto á lgido, de que la vanguardia está
dispuesta a luchar hasta el fin, de que la reserva está dispuesta a sostener a la vanguardia y
de que el desconcierto en las filas del adversario ha alcanzado ya su grado má ximo.
Cuarta. Saber maniobrar con las reservas con vistas a una retirada acertada cuando
el enemigo es fuerte, cuando la retirada es inevitable, cuando se sabe de antemano que es
desventajoso aceptar el combate que pretende imponernos el adversario, cuando, teniendo
en cuenta la correlació n de fuerzas existente, la retirada se convierte para la vanguardia en
el ú nico medio de sortear el golpe y de conservai a su lado las reservas.
"Concertando la paz separada —dijo entonces Lenin— nos librá bamos en el mayor
grado posible en aquel momento de ambos grupos imperialistas contendientes,
aprovechá ndonos de la hostilidad existente entre ellos y de la guerra —que les impedía
llegar a un compromiso contra nosotros—, y conseguíamos tener las manos libres durante
cierto tiempo para proseguir y consolidar la revolució n socialista." (Lenin, t. XXII, pá g. 198,
Tesis sobre la conclusió n de la paz separada.) "Ahora, hasta el má s necio ve —decía Lenin
tres añ os después de firmarse la paz de Brest-Litovsk— que «la paz de Brest» fue una
concesió n que sirvió para fortalecernos y que dividió las fuerzas del imperialismo
internacional." (Lenin, t. XXVII, pá gina 7, Nuevos tiempos y viejos errores renovados.) Tales
son las principales condiciones que aseguran el acierto en la direcció n estratégica.
¿En qué consiste el saber utilizar acertadamente las formas de lucha y organizació n
del proletariado?
En cumplir algunas condiciones necesarias, entre las cuales hay que considerar
como principales las siguientes:
Primera. Hacer pasar a primer término las formas de lucha y organizació n que
correspondan en mayor grado a las condiciones de flujo o reflujo del movimiento en un
momento dado, y sean susceptibles de facilitar y asegurar la conducció n de las masas hacia
las posiciones revolucionarias, la conducció n de las masas de millones de hombres hacia el
frente de la revolució n y su emplazamiento en el frente revolucionario.
"No basta con ser revolucionario y partidario del socialismo y del comunismo en
general... —dice Lenin—. Hay que saber encontrar en cada momento el eslabó n especial de
la cadena al cual hay que asirse con todas las fuerzas para dominar toda la cadena y
preparar só lidamente el paso al eslabó n siguiente" ... "En el momento actual... este eslabó n
es la reanimació n del comercio interior, regulado (orientado) con acierto por el Estado. El
comercio: he ahí el «eslabó n» de la cadena histó rica de acontecimientos de las formas de
transició n de nuestra construcció n socialista en 1921-1922 «al cual hay que asirse con
todas las fuerzas...»." (Lenin, t. XXVII, pá g. 82, Sobre la significació n del oro.) Tales son las
principales condiciones que garantizan el acierto en la direcció n tá ctica.
Algunos creen que el leninismo está , en absoluto, en contra de las reformas, de los
compromisos y de los acuerdos. Esto es completamente falso. Los bolcheviques saben tan
bien como cualquiera que, en cierto sentido, "del lobo, un pelo"; es decir, que en ciertas
ocasiones las reformas en general, y los compromisos y acuerdos en particular, son
necesarios y ú tiles.
El revolucionario acepta las reformas con el fin de utilizarlas como medios para
combinar la labor legal con la ilegal, con el fin de aprovecharlas como una pantalla para
intensificar la labor ilegal encaminada a la preparació n revolucionaria de las masas para el
derrocamiento de la burguesía.
En esto consiste la esencia del saber utilizar revo-lucionariamcnte las reformas y los
acuerdos, bajo las condiciones del imperialismo.
El reformista, por el contrario, acepta las reformas, con el fin de renunciar a toda
labor ilegal, con el fin de minar la obra de la preparació n de las masas para la revolució n y
echarse a dormir a la sombra de las reformas "otorgadas" desde arriba.
Así se plantea la cuestió n, en lo que se refiere a las reformas y los acuerdos, bajo las
condiciones del imperialismo.
Sin embargo, después del derrocamiento del imperialismo, bajo la dictadura del
proletariado, la cosa cambia un poco. En ciertas condiciones, en una cierta situació n, el
Poder proletario puede verse obligado a apartarse temporalmente del camino de la
reconstrucció n revolucionaria del orden de cosas existente, para seguir el camino de su
transformació n gradual, "el camino reformista", como dice Lenin en su conocido artículo
Sobre la significació n del oro, el camino de los movimientos de flanco, el camino de las
reformas y concesiones a las clases no proletarias, con el fin de descomponer a estas clases,
dar una tregua a la revolució n, acumular fuerzas y preparar las condiciones para una nueva
ofensiva. No se puede negar que, en cierto sentido, este camino es un camino reformista.
Só lo l ay que tener presente que aquí se da una particularidad funda nental y es que la
reform-parte del Poder proletari que ,u finalidad es consolidar el Poder proletario, que da a
éste una tregua que necesita y que está llamada a descomponer, no a la revolució n, sino a
las clases no proletarias.
Así pues, si antes, bajo el Poder burgués, las reformas eran un producto accesorio de
la revolució n, ahora, bajo la dictadura del proletariado, la fuente de las reformas la
constituyen las conquistas revolucionarias del proletariado, las reservas acumuladas en
manos del proletariado y formadas por aquellas conquistas.
VII El Partido
Pero las cosas cambiaron radicalmente al entrar en el nuevo período. Este nuevo
período es el período de los choques abiertos entre las clases, el período de las acciones
revolucionarias del proletariado, el periodo de la revolució n proletaria, el período de la
preparació n directa de las fuerzas para el derrocamiento del imperialismo y la toma del
Poder por el proletariado. Este período plantea ante el proletariado nuevas tareas de
reorganizació n de toda la labor del Partido en un sentido nuevo, revolucionario, de
educació n de los obreros dentro del espíritu de la lucha revolucionaria por el Poder, de
preparació n y concentració n' de las reservas, de alianza con los proletarios de los países
vecinos, de establecimiento de só lidos vínculos con el movimiento de liberació n de las
colonias y de los países dependientes, etc., etc. Creer que estas tareas nuevas pueden
resolverse con las fuerzas de los viejos partidos social demó cratas, educados bajo 1 is
condiciones pacíficas del parlamentarismo, equr ale a condenarse a una desesperació n sin
remedio, a una derrota inevitable. Tener que afrontar estas tareas con los viejos partidos al
frente equivale a encontrarse completamente desarmados. Huelga demostrar que el
proletariado no podía resignarse a semejante situació n.
"Nosotros —dice Lenin— somos un partido de clase y por eso casi toda la clase (y en
tiempo de guerra, en épocas de guerra ciyil, la clase en su integridad) tiene que actuar bajo
la direcció n de nuestro Partido, debe tener con nuestro Partido el contacto má s estrecho
posible; pero sería «manilovismo» * y «seguidismo» creer que casi toda o toda la clase
puede estar algú n día, bajo el capitalismo, en condiciones de elevarse al grado de con-
cencia y de actividad de su destacamento de vanguardia, de su Partido socialdemó crata.
Ningú n socialdemó crata que esté aú n en su sano juicio ha puesto nunca en duda que, bajo
el capitalismo, ni aun la organizació n sindical (má s primitiva y má s asequible al grado de
conciencia de las capas menos desarrolladas) está en condiciones de abarcar a toda o a casi
toda la clase obrera. Olvidar la diferencia que existe entre el destacamento de vanguardia y
toda la masa que marcha detrá s de él, olvidar el deber constante que tiene el destacamento
de vanguardia de elevar a capas cada vez má s amplias a su propio nivel avanzado, no
significa má s que engañ arse a sí mismo, cerrar los ojos a la inmensidad de nuestras tareas y
empequeñ ecer éstas." (Lenin, t. VI, pá gs. 205-206, Un paso adelante, dos pasos atrá s.)
La idea del Tartido como un todo orgá nico está expresada en la conocida fó rmula de
Lenin llevada al artículo primero de los estatutos de nuestro Partido, en el cual se considera
a éste como una suma de organizaciones, y a los afiliados al Partido, como afiliados a una de
las organizaciones del Partido. Los mencheviques, que ya en 1903 rechazaban esta fó rmula,
proponían, en vez de ella, el "sistema" de autoadhesió n al Partido, el "sistema" de extender
la "condició n" de afiliado al Partido a todo "profesor" y "estudiante", a todo "simpatizante"
y "huelguista", con tal de que apoyara al Partido de cualquier forma, aunque no entrara ni
deseara entrar a formar parte de ninguna de las organizaciones del Partido. Huelga
demostrar que este original "sistema", caso de que se hubiese afianzado en nuestro Partido,
habría hecho inevitablemente que éste se viese invadido por profesores y estudiantes y que
degenerase en una "entidad" borrosa, amorfa, desorganizada, que se habría perdido en el
mar de los "simpatizantes", en la que se habrían borrado los límites entre el Partido y la
clase y que habría malogrado la tarea del Partido de elevar a las masas inorganizadas al
nivel del destacamento de vanguardia. Huelga decir que, con un "sistema" oportunista
como éste, nuestro Partido no habría podido desempeñ ar el papel de nú cleo organizador
de la clase obrera en el curso de nuestra revolució n.
"Desde el punto de vista de Má rtov —dice Lenin—, los límites del Partido quedan
completamente indeterminados, pues «todo huelguista» "puede «proclamarse afiliado al
Partido». ¿Qué utilidad puede aportar semejante abigarramiento? Una gran difusió n del
«título» de afiliado al Partido. Su efecto nocivo será el introducir una idea desorganizadora,
la idea de la confusió n de la clase con el Partido." (Lenin, t. VI, pá g. 211, Un paso adelante,
dos pasos atrá s.) Pero el Partido no es só lo una suma de sus organizaciones. El Partido es,
al mismo tiempo, un sistema ú nico de estas organizaciones, su unificació n formal en un
todo ú nico con ó rganos superiores e inferiores de direcció n, con la subordinació n de la
minoría a la mayoría, con resoluciones prá cticas, obligatorias para todos los miembros del
Partido. Sin estas condiciones, el Partido no estaría nunca en condiciones de ser un todo
ú nico organizado, capaz de llevar a cabo la direcció n sistemá tica y organizada de la lucha
de la clase obrera.
"Antes —dice Lenin—, nuestro Partido no era una unidad formalmente organizada,
sino simplemente una suma de grupos aislados, razó n por la cual no existía, ni podía existir
entre ellos má s relació n que la de la influencia ideoló gica. Ahora, somos ya un Partido
organizado, y esto entrañ a la creació n de una autoridad, la transformació n del prestigio de
la idea en prestigio de la autoridad, la sumisió n de los organismos inferiores a losi
organismos superiores del Partido." (Lugar citado, pá g. 291.) El principio de la
subordinació n de la minoría a la mayoría, el principio de la direcció n de la labor del Partido
desde el centro suscita con frecuencia ataques por parte de los elementos inestables,
acusaciones de "burocratismo", de "formalismo", etc. No hace falta demostrar que la labor
sistemá tica del Partido como un todo y la direcció n de la lucha de la clase obrera no serían
posibles sin la aplicació n de estos principios. El leninismo, en materia de organizació n, es la
aplicació n inflexible de estos principios.' Lenin califica la lucha contra estos principios de
"nihilismo ruso" y de "anarquismo señ orial", dignos de ser puestos en ridiculo y arrojados
por la borda.
He aquí lo que dice Lenin, en su libro Un paso adelante, dos pasos atrá s, a propó sito
de estos elementos inestables: "Este anarquismo señ orial es algo muy peculiar del nihilista
ruso. La organizació n del Partido se le antoja una «fá brica» monstruosa: la sumisió n de la
parte al todo, de la minoría a la mayoría le parece un «avasallamiento» ..., la divisió n del
trabajo bajo la direcció n de los organismos centrales suscita en él chillidos tragicó micos
contra quienes pretenden convertir a los hombres en «ruedas y tornillos» de un mecanismo
..., toda menció n de los estatutos de organizació n del Partido le mueve a un gesto de
desprecio y a la observació n desdeñ osa... de que se puede vivir sin estatutos... «Parece claro
que los clamores contra el famoso burocratismo no son má s que un medio de encubrir el
descontento por la composició n personal de los ó rganos centrales, no son má s que una hoja
de parra... : ¡ Eres un buró crata, porque has sido designado por un congreso sin mi voluntad
y contra ella! ¡ Eres un formalista, porque te apoyas en los acuerdos fó rmales del congreso
y no en mi consentimiento! ¡Obras de un modo torpemente mecá nico, porque te remites a
la mayoría «mecá nica» del congreso del Partido y no prestas atenció n a mi deseo de entrar
a formar parte de los ó rganos dirigentes! ¡ Eres un buró crata, porque no quieres poner el
poder en manos de la vieja tertulia de buenos compadres." 11 (Lenin, t. VI, pá gs. 287 y
310.) 3. El Partido, como forma superior de organizació n de clase del proletariado. El
Partido es el destacamento organizado de la clase obrera. Pero el Partido no es la ú nica
organizació n de la clase obrera. El proletariado cuenta con toda una serie de otras
organizaciones, sin las cuales no podría librar una lucha eficaz contra el capital: sindicatos,
cooperativas, organizaciones de fá bricas y talleres, fracciones parlamentarias,
organizaciones femeninas sin partido, prensa, organizaciones culturales, organizaciones de
la juventud, organizaciones revolucionarias de combate (durante las acciones
revolucionarias abiertas), soviets de diputados como forma estatal de organizació n (allí
donde el proletariado se halla en el Poder), etc. La inmensa mayoría de estas
organizaciones permanecen al margen del Partido, y só lo una parte de ellas está n
directamente vinculadas a éste o son ramificaciones suyas. En determinadas condiciones,
todas estas organizaciones son absolutamente necesarias para la clase obrera, pues sin
ellas no sería posible consolidar las posiciones de clase del proletariado en los diversos
terrenos de lucha, ni sería posible templarlo como fuerza llamada a sustituir el orden de
cosas burgués por el orden socialista. Pero, ¿có mo llevar a cabo la direcció n ú nica,
existiendo tal abundancia de organizaciones? ¿Cuá l es la garantía de que esta multiplicidad
de organizaciones no lleve el desconcierto a la direcció n? Se dirá que cada una de estas
organizaciones actú a dentro de su ó rbita propia, razó n por la cual no pueden entorpecerse
las unas a las otras. Esto, naturalmente, es exacto. Pero también lo es que todas estas
organizaciones tienen que desplegar su actividad en una misma direcció n, pues sirven a
una sola clase, a la clase de los proletarios. ¿Quién —cabe preguntarse— traza la línea, la
orientació n general que ha de servir de guía para la labor de todas estas organizaciones?
¿Dó nde está la organizació n central que sea no só lo capaz, por poseer la experiencia
necesaria, de trazar aquella línea general, sino dotada de la posibilidad, por poseer la
autoridad necesaria para esto, mover a todas estas organizaciones a llevar a la prá ctica esa
línea, con el fin de lograr la unidad en la direcció n y excluir toda posibilidad de
desconcierto?
El Partido posee todas las condiciones necesarias para esto: primero, porque el
Partido es el punto en que se concentran los mejores elementos de la clase obrera, que
mantienen vínculos directos con las organizaciones sin partido del proletariado y que con
frecuencia las dirigen; segundo, porque el Partido, como punto en que se concentran los
mejores elementos de la clase obrera, es la mejor escuela de formació n de los jefes de la
clase obrera, capaces de dirigir todas las formas de organizació n de su clase; tercero,
porque el Partido, como la mejor escuela para la formació n de los jefes de la clase obrera,
es, por su experiencia y autoridad, la ú nica organizació n capaz de centralizar la direcció n
de la lucha del proletariado, convirtiendo así a todas y cada una de las organizaciones sin
partido de la clase obrera en ó rganos auxiliares y en correas de transmisió n que unen al
Partido con la clase. El Partido es la forma superior de organizació n de clase del
proletariado.
Esto no quiere decir, naturalmente, que las organizaciones sin partido, los
sindicatos, las cooperativas, etcétera, deban estar formalmente subordinadas a la direcció n
del Partido. Se trata ú nicamente de que los miembros del Partido que integran estas
organizaciones adopten, como elementos indudablemente influyentes, todos los medios de
persuasió n para conseguir que las organizaciones sin partido establezcan en su labor un
contacto estrecho con el Partido y acepten voluntariamente la direcció n política de éste.
He aquí por qué Lenin dice que el Partido es "la forma superior de la unió n de clase
de los proletarios", cuya direcció n política debe hacerse extensiva a todas las demá s formas
de organizació n del proletariado.
"La dictadura del proletariado —dice Lenin— es una lucha tenaz, cruenta e
incruenta, violenta y pacífica, militar y econó mica, pedagó gica y administrativa, contra las
fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones y
decenas de millones de hombres es la fuerza má s terrible. Sin un partido férreo y templado
en la lucha, sin un partido que goce de la confianza de todo lo que haya de honrado dentro
de la clase, sin un partido que sepa pulsar el estado de espíritu de las masas e influir sobre
él, es imposible llevar a cabo con éxito esta lucha." (Lenin, t. XXV, pá g. 190, El
izquierdismo...) El proletariado necesita del Partido para conquistar y mantener la
dictadura. El Partido es el instrumento de la dictadura del proletariado.
Pero de esto se deduce que, con la desaparició n de las clases, con la desaparició n de
la dictadura del proletariado, deberá desaparecer también el Partido.
5. El Partido, como unidad de voluntad, incompatible con la existencia de fracciones.
La conquista y el mantenimiento de la dictadura del proletariado son imposibles sin un
partido fuerte por su cohesió n y su férrea disciplina. Pero la férrea disciplina dentro del
Partido es inconcebible sin la unidad de voluntad, sin la unidad de acció n completa y
absoluta de todos los miembros del Partido. Esto no significa, naturalmente, que con ello
quede excluida la posibilidad de una lucha de opiniones dentro del Partido. Al revés, la
disciplina férrea no excluye, sino que presupone la crítica y la lucha de opiniones dentro del
Partido. Tampoco significa esto, con tanta mayor razó n, que la disciplina deba ser "ciega".
Al contrario, la disciplina férrea no excluye, sino que presupone la subordinació n
consciente y voluntaria, pues só lo una disciplina consciente puede ser una disciplina
verdaderamente férrea. Pero, una vez terminada la lucha de opiniones, agotada la crítica y
adoptado un acuerdo, la unidad de voluntad y la unidad de acció n de todos los miembros
del Partido es condició n indispensable sin la cual no se concibe ni un partido unido ni una
disciplina férrea dentro del Partido.
"En la época actual, de aguda guerra civil —dice Lenin—, el Partido Comunista só lo
podrá cumplir con su deber si se halla organizado del modo má s centralizado, si reina
dentro de él una disciplina férrea rayana en la disciplina militar y si el centro del Partido es
un ó rgano de autoridad dotado de plenos y amplios poderes y que goce de la confianza
general de los afiliados al Partido." (V. Condiciones de ingreso en la I.C-) Así se plantea la
cuestió n, en lo que se refiere a la disciplina dentro del Partido, bajo las condiciones de la
lucha antes de la conquista de la dictadura.
Otro tanto hay que decir, pero en grado todavía mayor, respecto a la disciplina
dentro del Partido después de la conquista de la dictadura.
"El que debilita, por poco que sea —dice Lenin—, la disciplina férrea dentro del
Partido proletario (sobre todo en la época de su dictadura), ayuda de hecho a la burguesía
contra el proletariado." (Lenin, t. XXV, pá g. 190, El izquierdismo. ..) De aquí se desprende
que la existencia de fracciones es incompatible con la unidad del Partido y con su férrea
disciplina. Huelga demostrar que la existencia de fracciones conduce a la existencia de
diversos centros y que la existencia de diversos centros significa la ausencia de un centro
general dentro del Partido, el quebrantamiento de la unidad de voluntad, el debilitamiento
y la descomposició n de la disciplina, el debilitamiento y la descomposicó n de la dictadura.
Naturalmente, los partidos de la Segunda Internacional, que luchan contra la dictadura del
proletariado y no quieren llevar a los proletarios al Poder, pueden permitirse esc
liberalismo que supone la libertad de existencia de fracciones, pues ellos no necesitan para
nada una disciplina férrea. Pero los Partidos de la Internacional Comunista, que basan todo
su trabajo en la tarea de la conquista de la dictadura del proletariado y de su consolidació n,
no pueden admitir ni el "liberalismo" ni la libertad de existencia de fracciones. El Partido es
la unidad de voluntad, que excluye todo fraccionalismo y toda divisió n de poderes dentro
del Partido.
De aquí la aclaració n de Lenin sobre los "peligros del fraccionalismo desde el punto
de vista de la unidad del Partido y de la realizació n de la unidad de voluntad de la
vanguardia del proletariado, como condició n fundamental del éxito de la dictadura del
proletariado", que figura en la resolució n especial del X Congreso de nuestro Partido "Sobre
la unidad del Partido".
No se trata del estilo literario. Me refiero al estilo en el trabajo, a ese algo especifico
y peculiar que hay en la prá ctica del leninismo y que crea el tipo especial de militantes
leninistas. El leninismo es una escuela teó rica y prá ctica que moldea un tipo especial de
militante del Partido y del Estado, que crea un estilo especial leninista en el trabajo. ¿En
qué consisten los rasgos característicos de este estilo? ¿Cuá les son sus particularidades?
En el cuento se exagera mucho la nota, pero es indudable que el autor señ ala la
enfermedad con acierto. Sin embargo, yo creo que nadie se ha burlado de esta clase de
enfermedad con tanta sañ a y de un modo tan implacable como Lenin. "Presunció n
comunista": asi calificaba Lenin esa fe enfermiza en el arbitrismo y en la decretomanía.
"La presunció n comunista —dice Lenin— significa que una persona que está en el
Partido Comunista y no ha sido todavía eliminada de él cree que puede resolver todos los
problemas a fuerza de decretos comunistas ..." (Lenin, t. XXVII, pá ginas 50-51, La nueva
política econó mica y las tareas de los ó rganos de instrucció n política.) Lenin solía oponer a
la palabrería "revolucionaria" el trabajo sencillo y cotidiano, subrayando con ello que el
arbitrismo "revolucionario" es contrario al espíritu y a la letra del auténtico leninismo.
"Menos frases pomposas —dice Lenin— y má s trabajo cotidiano, sencillo ..., menos
estrépito político y mayor atenció n a los hechos, má s simples, pero vivos..., a los hechos de
la edificació n comunista..." (Lenin, t. XXIV, pá gs. 335 y 343,
La asociació n del ímpetu revolucionario ruso con el sentido prá ctico americano: en
eso reside la esencia del leninismo en la labor del Partido y del Estado.
[10] Del ruso "otsovat": retirar, revocar. Partidarios de una corriente oportunista
pequeñ oburguesa, surgida en las filas del Partido bolchevique durante los añ os de la
reacció n (1908-1912). Exigían que el Partido retirase a los diputados socialdemó cratas de
la Duma y renunciase en general a toda actuació n dentro de los sindicatos y otras
organizaciones obreras legales. (N. del t.)