01 - Melodia Inmortal

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EDICIONES KIWI, 2012

www.edicioneskiwi.com
Editado por Ediciones Kiwi S.L.
Primera edición: Abril 2012
© 2012 Olga Salar
© de la fotografía de cubierta:
Istockphoto
© 2012 Ediciones Kiwi S.L.
No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni
su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión
en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste
electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros
métodos sin el permiso previo y por escrito de los titulares
del copyright. La infracción de los derechos mencionados
puede ser constitutiva de delito contra la propiedad
intelectual (Arts. 270 y siguientes del Código Penal).
Prólogo
Por Victoria Rodríguez
autora de “Los Guardianes de la
Espada”
Bienvenidos a Melodía Inmortal.
En un par de páginas vais a comenzar
a leer una historia de amor con un toque
paranormal que no os dejará
indiferentes. Una historia que traspasa
las barreras del tiempo, subyugante,
llena de misterios y fuertes emociones…
Vais a conocer a Danielle, una chica
seductora, lista y popular que, por las
circunstancias especiales de su vida, se
convertirá en una tentación irresistible
para un ser muy peligroso que acecha en
la ciudad de Armony, donde transcurre
nuestra historia.
Y os encontrareis, cómo no, con
Oliver. Un chico rebelde, misterioso y
atractivo, cuyo amor por la música llegó
a convertirse tiempo atrás en una
obsesión que le llevó a tomar una
nefasta elección… Y aún está sufriendo
las consecuencias. Ahora, deberá
proteger a Danielle del influjo de ese
ser maligno que aún atormenta su vida y,
de paso, tratar de conseguir redimirse y
salvarse de sí mismo…
De la mano de Olga Salar (Olga
Lunera en Internet), os meteréis en la
piel de los protagonistas para vivir su
insólito romance. La narración en
primera persona te sumerge de lleno en
sus emociones y sus miedos, en sus
pasiones y sus esperanzas, consiguiendo
que la novela te atrape desde las
primeras páginas.
Con su prosa fluida, ágil y personal,
Olga nos regala una historia de amor que
va mucho más allá del momento que
están viviendo. Nos transporta al
pasado, a distintas épocas de otros
siglos y logra que los personajes sean
inolvidables, eternos e irresistibles.
¿Y la música? La música es un
personaje más de la novela. Las notas
flotan entre los párrafos, la melodía te
acompaña durante toda la lectura. Las
alusiones a los diferentes estilos de
música, de todas las épocas, salpican la
novela como corcheas en una partitura
en clave de sol, consiguiendo una
composición mágica y bien ejecutada.
No os entretengo más. Os dejo ya que
paséis la página y comencéis a leer esta
maravillosa historia que os conquistará
en cada capítulo. Preparaos para
disfrutar con la desbordante imaginación
de Olga y dejaos seducir por su Melodía
Inmortal…
Capítulo 2
Eran las ocho en punto cuando abrí la
puerta y me encontré a Samuel
sonriéndome y mirándome con
admiración.
—Estás impresionante —dijo en un
susurro ahogado. Al parecer no podía
evitar decir lo mismo cada vez que me
veía. Sonreí ante la idea de que me
encontrara guapa.
—Gracias, tú también —le respondí,
y era totalmente cierto, llevaba un jersey
de lana gris y unos vaqueros azules que
le quedaban como un guante, sus
enormes ojos del mismo color brillaban
y su sonrisa dejaba al descubierto su
perfecta y blanca dentadura, fruto del
arduo trabajo de su padre. Sonreí aún
más, al recordar a sus padres, a cual
más pintoresco, el simpático dentista y
la alocada psicóloga infantil. Nunca me
extrañó que Samuel fuera tan especial
siendo educado por semejantes
progenitores.
Cenamos en una pizzería del centro a
la que íbamos bastante, por lo que la
noche comenzó bastante normal.
Compartimos una pizza barbacoa y
hablamos sin parar de las clases y de los
amigos comunes, Samuel sonreía y
bromeaba sin descanso y durante un
momento me encontré fantaseando con la
idea de que me besara. Me resultó
absolutamente increíble que fuéramos
amigos prácticamente desde siempre y
que me hubiese costado tanto darme
cuenta de lo guapo y dulce que era. Noté
como me ruborizaba al mismo tiempo
que sentía un familiar pinchazo en el
corazón.
Samuel palideció al instante, estaba
demasiado pendiente de nuestra
conversación como para no darse cuenta
de mi gesto al llevarme la mano al pulso
que latiendo en mi muñeca.
—¿Estás bien, Danielle? —preguntó
preocupado.
—Perfectamente —había
perfeccionado tanto mi expresión que
era imposible que se diera cuenta que
estaba mintiendo. Necesitaba relajarme
para que me bajaran las pulsaciones
producidas por la taquicardia, por lo
que me concentré en la respiración
mientras Samuel balbuceaba nervioso
algo sobre volver a casa.
Cuando sentí que las cosas volvían a
ser normales, retomé la conversación
anterior y fingí que no había pasado
nada importante, al fin y al cabo eso se
me daba muy bien, llevaba toda mi vida
haciéndolo.
—Vamos a pagar o llegaremos tarde
—le dije con una sonrisa vacilante, no
estaba muy segura de que no me obligara
a regresar a casa.
—Yo invito —anunció sin darme
opción a negarme, respiré aliviada. No
lo había hecho tan mal.
—Vale, yo pago el cine y las
palomitas.
Estaba a punto de protestar, cuando se
lo pensó mejor; si pagaba también el
cine no habría ninguna duda de que
estábamos en una cita, y al parecer,
Samuel también dudaba las
consecuencias de calificarla como tal.
Yo por mi parte estaba empezando a
verlo de otro modo, menos amistoso y
más romántico, aunque, al igual que él,
tampoco sabía si estaba preparada para
asumir un cambio tan drástico en nuestra
relación.
El cine estaba a dos manzanas de la
pizzería. Llegábamos tarde, por lo que
me cogió de la mano y tiró de mí para
que me diera prisa, no sentí mariposas
en el estómago por el gesto ni nada
parecido, seguramente era una patraña
inventada por el cine.
No llegamos a correr porque Samuel
sabía que no debía hacerlo, estar con él
me hacía sentir normal, no era necesario
que dijera nada, ya sabía todo lo que
había que saber sobre mí. A veces sentía
que eso era bueno mientras que otras no
me lo parecía tanto. Siempre había
imaginado que conocería a esa persona
especial y que iríamos descubriéndonos
poco a poco y disfrutando de cada
revelación.
Llegamos al cine justo a tiempo, las
luces de la sala ya estaban apagadas,
pero en la pantalla aún se veían los
trailers de las películas proyectadas en
las otras salas. Sorprendentemente,
Samuel no había discutido conmigo
cuando elegí la comedia más romántica
de la cartelera, las otras opciones no
eran mucho más atractivas, una película
de zombis, otras dos de tiros y peleas, y
la que había visto la semana anterior con
Andrea…
Nos acomodamos en la parte de atrás
y nada más sentarnos se quitó el grueso
jersey de lana, debajo llevaba una
camiseta de manga corta negra en la que
rezaba el lema: «Me caes bien. Te
mataré el último» sonreí, no es que le
pegara mucho a su cara de bueno, pero
había que reconocer que le quedaba
ideal, se le ceñía a los músculos de los
brazos y el color negro resaltaba sus
ojos y su cabello claro. Su perfume me
golpeó cuando dejó su jersey en la
butaca vacía contigua a la mía. Me quité
la cazadora vaquera y el bolso, y los
dejé en el mismo lugar. Crucé las
piernas y tiré de la falda que Andrea me
había obligado a ponerme junto con unas
botas altas de tacón de aguja que me
estaban destrozando los pies. Por el
rabillo del ojo vi que Samuel no quitaba
los ojos de mis piernas, empezaron a
sudarme las manos por los nervios,
estaba a punto de girarme para mirar a
Samuel, que seguía observándome en
silencio, cuando escuché que alguien me
saludaba.
Miré al frente y me di cuenta de que
había sido él quién me había hablado.
Sorprendida de que me hablara dos
veces en la misma semana, le respondí
en un susurro, ya que no era capaz de
controlar ni modular mi voz.
—Hola.
Oliver me estaba mirando fijamente
como si quisiera adivinar qué estaba
pensando o como si pudiera conocer mis
pensamientos a través de mis ojos. Me
alegré interiormente de que estuviera
oscuro y no pudiera ver lo aturdida que
estaba. Normalmente su presencia me
ponía de mal humor, pero la dulzura de
su voz al pronunciar mi nombre, me
había pillado con la guardia baja.
Escuché a Samuel saludarlo, pero él
no apartó su mirada de mí, entonces oí
una voz femenina que hablaba con
Samuel. No fue necesario mirarla para
saber quién era la chica que
acompañaba a Oliver. Antes era una de
mis mejores amigas, Andrea, ella y yo
habíamos sido inseparables. Theresa me
lanzó una mirada de arriba abajo y a
juzgar por su gesto pareció sorprendida
de verme con Samuel, o quizás fuera la
falda lo que la sorprendió.
Entonces los anuncios se acabaron y
empezó la película, Oliver lanzó un nos
vemos y se giró hacía delante, mientras,
yo me quedé con la sensación que era
capaz de ver lo que hacíamos sin
necesidad de girar la cabeza para
mirarnos. Theresa no dijo nada y
también se dio la vuelta, parecía
resentida cuando por fin apartó su
mirada de la mía, aunque no pude
comprender el motivo de su gesto.
Samuel cogió mi cara entre sus manos
y me obligó a mirarle, me sonrió
tímidamente como pidiéndome perdón
por algo por lo que él no tenía la culpa,
nadie esperaría encontrarse con Oliver
en una película romántica, ya puestos,
nadie esperaría encontrarse a Oliver en
un cine. Su imagen iba más con un
concierto de rock o una concentración
de motoristas, un cine era un lugar
demasiado normal para él.
Me acerqué a Samuel un poco más,
Oliver me alteraba profundamente y
Samuel me tranquilizaba, olía a
suavizante y a la colonia que llevaba
años usando, Samuel era una isla que
siempre había estado ahí para evitar que
me ahogara. Él nunca me rompería el
corazón, sonreí ante el pensamiento, mi
corazón ya estaba lo suficientemente
roto por sí mismo como para necesitar
ayuda externa. Aunque hubo un tiempo
en que alguien había estado a punto de
quebrarlo definitivamente.

Estaba sorprendido de lo mucho que


me molestaba verlos juntos, dos años
atrás decidí que no podía estar cerca de
ella y nunca había supuesto ningún
problema importante, vale que había
tenido que esforzarme bastante para
mantenerme alejado de ella, pero nada
que no pudiera soportar. Tenía mucha
práctica en soportar situaciones con las
que una persona normal no podría vivir.
Sin embargo, desde que la había
escuchado cantar el día anterior, no
había podido sacármela de la cabeza.
Noté cómo Theresa se apoyaba en mi
hombro, y me sentí incómodo, incluso
molesto. Ella era solo alguien con quien
divertirme y no me engañaba pensando
que para ella era algo más, me veía
exactamente igual que lo hacía yo, como
una compañía agradable y temporal,
aunque ella contaba con el añadido de
que yo era el chico que deseaban sus
amigas y del que solo ella disfrutaba.
Tenía el cuerpo en tensión para no
girarme y mirar qué estaban haciendo.
¿Se estarían besando? ¿Estaban saliendo
como pareja? Sabía que eran amigos
desde siempre, pero por la manera en la
que se habían sentado y cómo se
miraban, era posible que hubiera algo
más entre ellos. En ese momento
Theresa intentó cogerme la mano pero
yo la aparté incapaz de soportar su
contacto.
No podía interesarme por ella. No
podía volver a pasar por eso otra vez.
No quería que Gabriel la viera, no podía
formar parte de mi vida. Era mi mantra
durante los últimos meses.
Estaba enferma y yo no podría vivir
con eso, a pesar de lo que había hecho,
de lo que era, no podía estar con ella, no
quería hacerlo.
Estaba tan concentrado en mis
pensamientos que no me enteré de qué
iba la película, miraba la pantalla sin
ver, pero entonces toda la sala al
unísono soltó un suspiro, los
protagonistas se estaban besando y algo
dentro de mí me empujó a volver la
cabeza y mirarla, estaba sonriendo
concentrada en el beso, Samuel la tenía
cogida de la mano y tiró de ella hacía sí,
ella lo miró sorprendida, debía de ser la
primera vez que se besaban, porque su
actitud era de sorpresa, incluso algo de
timidez. Entonces Samuel se acercó
despacio para que ella retrocediera, si
quería, mantuve la respiración,
esperando que ella se apartara de su
cercanía. Pero Danielle le mantuvo la
mirada sin moverse, él dio el último
paso y la atrajo hacia su cuerpo todo lo
que le permitió la butaca.
Me quedé quieto, con los puños a los
costados y los nudillos blancos de tanto
apretarlos. Una palabra me invadió la
mente e hizo que mis ojos solo vieran un
vacío negro que lo inundaba todo; NO,
NO, NO…

Sabía que Oliver nos estaba mirando


y aun así besé a Samuel, necesitaba que
él fuera lo que siempre había buscado…
Aunque una parte de mí ya sabía que no
era así.
Su boca era cálida y me hacía sentir
bien, le pasé las manos por detrás de la
nuca y jugueteé con su suave cabello, de
un rubio desvaído.
Intenté dejarme llevar, pero Oliver se
interponía, le había visto mirarme, había
sentido la caricia de sus ojos y era
consciente de su presencia, nunca había
sido una persona tímida, pero él me
hacía sentir rara, airada y melancólica a
la vez. Me hizo sentir que besar a
Samuel delante de él no era correcto, y
me molestó enormemente sentirme así
sólo porque se había dignado a
hablarme después de ignorarme
sistemáticamente durante años.
Yo no lo había elegido, fue él quien
decidió ignorarme. No podía cambiar de
opinión de repente y esperar que yo
actuara como si nada hubiera pasado.
Samuel, me acarició la mejilla y se
separó de mí como si fuera el mayor
esfuerzo de su vida, me miró
directamente a los ojos, como si pudiera
encontrar en ellos las respuestas a sus
preguntas, como si pudiera leer en ellos
qué había significado el beso en nuestra
relación. Pero sabía que por mucho que
mirara no encontraría nada, porque yo
no tenía derecho a un futuro, conmigo
sólo contaba el momento presente y sin
embargo mi mente se empeñaba en
arrastrarme al pasado.
—¡Madre mía! —exclamó Andrea.
Me volví mientras dejaba los libros
en la taquilla y cogía los de la
siguiente clase.
El chico nuevo avanzaba hacia
nosotras, le habían asignado la
taquilla pegada a la mía, pero hacía
días que no me dirigía la palabra.
Después de haber coincidido con él en
el partido y haberse mostrado
agradable, dejó de mirarme.
La primera vez que me lo encontré
en el cambio de clase, le saludé y me
quedé con el saludo en los labios, ni
siquiera se molestó en girarse o
responder.
Desde entonces, actuaba del mismo
modo que él lo hacía conmigo, como si
no hubiera nadie, como si no fuera más
que humo.
En mi afán por alejarme de su
presencia y su actitud evasiva, terminé
chocando contra él con tanta fuerza
que durante un segundo se me cortó la
respiración. La descarga eléctrica que
había sentido cuando nos tocamos
accidentalmente me había noqueado.
Del impacto, tuvo que sujetarme por
los brazos porque si no hubiera
terminado en el suelo.
Levantó la mirada hacia mí y sus
ojos verdes tenían un brillo inusual,
rodeando el iris tenía motitas doradas.
Me sentí como una tonta cuando
arqueó una ceja mientras se dibujaba
en su rostro una sonrisa burlona, debía
pensar que yo era una más de las que
suspiraban por él.
Me puse recta y sin tan siquiera
agradecerle que hubiera evitado mi
caída me marché. Dispuesta a olvidar
lo que había sido volver estar entre sus
brazos.

Samuel me sonrió y volvió a fijar la


mirada en la pantalla, dos segundos
después yo también intentaba
concentrarme en la película pero ya no
me divertía como al principio, me
excusé y le dije que iba a salir al baño.
Al abandonar la sala, sentí que podía
volver a respirar, no había nadie en el
hall del cine que me observara, que
intentara besarme o incomodarme. La
tranquilidad me duró muy poco, estaba
en la puerta del baño de las chicas
cuando Oliver apareció de la nada y tiró
de mí hasta meterse conmigo en uno de
los retretes, estaba tan sorprendida que
fui incapaz de hablar o de apartarme.
El espacio era tan estrecho que estaba
prácticamente pegada a él. Sentía el
calor de su aliento sobre mi mejilla.
Esperé que dijera algo, pero no habló,
parecía enfadado. Me pregunté si era
por mí, aunque era consciente que no
había hecho nada que pudiera
molestarle.
—No debería —dijo para sí mismo
—. Esto es un error —continuó para sí.
Sin importarle que yo no comprendiera
sus palabras.
No sabía de qué hablaba, o tal vez
sí… pero entonces me cogió por los
hombros y me arrastró hacia él evitando
el corto espacio que nos separaba, volví
a sentir la misma descarga eléctrica que
sentí la primera vez que me tocó. Algo
en su expresión me dijo que él también
lo sentía.
Tenía la sensación que iba a besarme.
Y yo no quería que lo hiciera, no quería
besarle, me repetí a mí misma como
intentando convencerme de ello. Otra
vez no.
En un arranque de lucidez, abrí la
puerta y salí de allí, alejándome de
Oliver, de su calor, de su proximidad y
de la tentación que suponía su boca.
Parecía sorprendido por mi reacción
cuando me siguió fuera.
Estaba a punto de decirme algo, pero
una voz le interrumpió antes incluso de
que abriera la boca para hablar.
—No puedes estar aquí. Este es el
baño de las chicas —le regañó una voz
femenina.
Cuando giré la cabeza me encontré
con Rachel, una chica del último curso,
que siempre iba vestida de negro. No
era exactamente gótica puesto que su
maquillaje era bastante normal, pero si
que llevaba las uñas negras, y su ropa
debía de ser de alguna tienda de ese
estilo porque era muy barroca y oscura.
Oliver se quedó mirándola fijamente,
sus ojos verdes perdieron sus motitas
doradas. Sin decir nada se dio la vuelta
y se marchó. Me sorprendió que no
replicara y que simplemente se fuera.
Debía de estar avergonzado, por eso se
marchó sin rechistar o quizás
arrepentido por haberme seguido.
—No deberías fiarte de él —me
aconsejó la morena.
—No lo hago —me defendí ante la
actitud hostil con la que había mirado a
Oliver y la frialdad con que me hablaba
a mí. Me pregunté si ella era otra de sus
conquistas, pero enseguida descarté la
idea, era imposible. Sin duda Rachel no
era la clase de chica que saldría con él.
—No lo parecía —me acusó con sus
ojos azules, casi transparentes, fijos en
los míos.
—¿Qué sabes tú? —le espeté y salí
del baño temblando de rabia. ¿Quién se
había creído Oliver para volver a entrar
en mi vida?, para irrumpir en ella como
si los últimos dos años no hubieran
existido ¿y Rachel? Otra con la que
tampoco había cruzado más que dos
palabras en los pasillos del instituto.
Llevaba el mismo tiempo que Oliver en
la ciudad y marcaba las distancias tanto
como él, jamás se había molestado en
hablarme. Y ahora se creía con derecho
a regañarme.
Regresé a la sala y me dediqué a ver
la película. Samuel me pasó el brazo por
los hombros y me acerqué a su calor.
Oliver estaba en su asiento con el brazo
sobre los hombros de Theresa, como si
no hubiera pasado nada entre nosotros,
como si dos minutos antes no hubiera
intentado volver a besarme.
Capítulo 3
Florencia, Italia 1535
Estaba abstraído en mis
pensamientos cuando percibí unos
ruidos en el pasillo, tras la puerta de la
sala de música donde yo prácticamente
vivía si exceptuábamos las escasas
horas de sueño de que disfrutaba.
Sonaban como murmullos y risas, era
demasiado tarde para que los
sirvientes estuvieran limpiando en esa
parte de la casa.
Movido por la curiosidad me
acerqué a la puerta en silencio y la
abrí suavemente sin hacer ruido. Mi
hermana Isabella estaba cuchicheando
con Mefisto, el nuevo secretario de
nuestro padre. El hombre tenía algunos
años más que yo, seguramente no más
de dos, y había conseguido en los
pocos meses que llevaba en la casa las
simpatías de toda la población
femenina, desde sirvientas hasta mi
propia familia y amigas. Observé la
escena sin que ninguno de los dos
reparara en mí, Isabella llevaba el pelo
oscuro recogido en un moño alto, con
diversos mechones rebeldes escapando
de él, me percaté de que su ropa
parecía arrugada, sobre todo la falda
del vestido de tarde que llevaba puesto.
Sus ojos verdes tan parecidos a los
míos brillaban mientras le miraba
embelesada.
Mefisto, con ese aspecto felino que
le otorgaban sus ojos pardos, giró la
cabeza y clavó su dura mirada en mí.
No tuve tiempo a reaccionar y
esconderme antes que Isabella me
viera, reconocí la vergüenza en su
rostro, se despidió de Mefisto con la
mano y vino a mi encuentro atusándose
el vestido y recolocándose el corpiño.
—¿Qué crees que has visto,
hermano? —preguntó a la defensiva.
Me quedé callado un momento
mientras contemplaba su estado, su
cabello revuelto y su ropa descolocada.
—¿Qué crees que he visto, hermana?
—le respondí buscando provocarla.
—Fausto querido, deja de jugar
conmigo, esto es muy serio. Si padre se
entera de lo nuestro le echará a la
calle y jamás volveré a verle, al menos
con vida.
—No tienes de que preocuparte, todo
saldrá bien —le prometí abrazándola
mientras le acariciaba el cabello,
mucho más fino que el mío pero del
mismo color oscuro.
De todas mis hermanas Isabella era
la más cercana, nos llevábamos un año
y desde niños habíamos hecho frente
común ante el abandono de nuestros
padres.
Isabella se relajó en mis brazos. Me
enfadé conmigo mismo por mentirle.
Mi padre sería capaz de encerrarla en
un convento con tal de mantener el
buen nombre de la familia. Lo que no
sabía era hasta dónde había llegado mi
hermana con Mefisto y no me parecía
caballeroso preguntárselo. Recé en
silencio para que Isabella no tuviera
que enfrentarse nunca a mi padre.
—¡Bravo! —aplaudió Mefisto. Me
sobresalté al escucharle puesto que
creía estar solo.
—Gracias —respondí.
Desde que había descubierto su
relación con mi hermana, su compañía
me incomodaba y su zalamería me
resultaba artificial.
Evitaba su presencia todo lo que la
buena educación me permitía, porque
sabía que si me lo encontraba a solas
no podría evitar decirle lo que pensaba
de su actitud con respecto a Isabella.
Por esa razón reaccioné con tanta
frialdad ante sus elogios. Estaba
tratando de contener mis ganas de
golpearle.
Él no se amilanó ante mi fulminante
mirada y se acercó al piano
pavoneándose como si fuera algo más
que un simple secretario al servicio de
mi familia. Había demasiada altivez y
seguridad en su forma de andar y de
dirigirse a sus superiores. Me
sorprendí al caer en ello, ya que nunca
antes me había dado cuenta de ese
detalle.
—Es una lástima —musitó para sí
mismo lo suficientemente alto para que
yo le escuchara y preguntara sobre su
críptico comentario.
Deliberadamente piqué y le abordé.
—¿Qué es una lástima, señor?
—El tiempo que le dedica a la
música. Debería asistir a bailes,
cortejar a las damas y disfrutar de su
dinero y su posición —me explicó,
complacido por mi interés ante sus
crípticas palabras.
—La música es mi vida —rebatí
ofendido.
—Más bien una amante ingrata —
comentó sin ningún pudor por
ofenderme.
—Señor, no le permito…
—Discúlpeme —me cortó antes que
pudiera recriminarle su ofensa—, no
pretendía ser insolente, simplemente
me molesta que El Todopoderoso haya
sido tan injusto con usted —no se me
escapó el profundo desdén con que
pronunció el sagrado nombre. Ante mi
mirada sorprendida continúo—. Por
favor, déjeme que me explique. Usted
es una persona inteligente, seguro que
me entiende —optó por halagarme,
consciente que la hiel se tragaba mejor
con miel.
—Ahora mismo le aseguro que no lo
hago —doté a mi voz de toda la
indiferencia de la que fui capaz, fuera
lo que fuera lo que quisiera contarme.
No estaba interesado, ese hombre
jamás me inspiraría confianza.
—Vamos Fausto, abra la mente y
asegúreme que está dispuesto a
escuchar mi oferta hasta el final —lo
dijo mirándome directamente a los ojos
y pude ver como las pupilas se iban
afilando pareciéndose cada vez más a
las de los gatos.
—Prometo escucharle —aseguré
sorprendido por que se atreviera a
usar mi nombre, no solo se trataba de
las diferencias sociales, era más una
cuestión sentimental.
—Eso es más que suficiente, querido
amigo —ronroneó pareciéndose cada
vez más a un astuto felino que tiene
entre sus garras a un incauto ratón.
Estaba en la cama cuando un grito
desgarrado me despertó. Sobresaltado
y con el corazón latiendo desbocado en
mi pecho, me levanté y me puse a
buscar mis botas, gracias a Dios había
llegado tan cansado del baile de los
Donoso que me había dejado caer
sobre la cama vestido. Desde que
acepté lo que Mefisto me había
ofrecido, mi vida era un constante ir y
venir de fiestas, alcohol y mujeres.
Como ya no necesitaba practicar a
todas horas, disfrutaba de mi tiempo
libre rodeado de los lujos y los vicios
que había evitado durante toda mi
vida.
Al salir de mi dormitorio vi que toda
la casa estaba en pie, los gritos y los
llantos de los sirvientes me pusieron en
alerta. La sensación de terror se
instaló más profundamente en mi
pecho. Bajé las escaleras sin fijarme en
nada, demasiado asustado, con una
horrible sensación en la boca del
estómago, que me provocó nauseas e
incrementó el malestar de la resaca, y
con el odioso presentimiento que
Isabella estaba en peligro.
Cuando llegué al pie de la escalera
vi a mi padre, blanco como la cal,
maldecir en voz alta y llevarse las
manos a sus blancos cabellos.
La puerta estaba abierta, salí a la
calle con las rodillas tan débiles que
aún no comprendo cómo fueron
capaces de sostenerme.
Mi madre lloraba en el suelo, sobre
algo, sobre alguien. Isabella se había
quitado la vida, se había lanzado al
vacío desde la torre medieval que aún
conservaba nuestra casa. Asustada al
saberse embarazada y abandonada.
Ella me había confesado su temor y yo
demasiado embriagado por mi nuevo
poder, había dejado a un lado mi
propia sangre. Me prometí a mí mismo
volver a ser yo. Aunque para ello
tuviera que abandonarlo todo y dejar
Florencia para siempre, me agaché
junto a mi temblorosa madre y me hice
con la pequeña cruz que mi hermana
tanto había adorado.
Lo que no me esperaba cuando me
marché a toda prisa y sin mirar hacía
atrás, era que Mefisto fuera a seguirme
hasta el fin del mundo, durante el resto
de mi vida.
Capítulo 4
Había llegado por fin el fin de semana
en que mi padre iba a estar fuera de
Armony, para asistir a un congreso
sobre literatura medieval, una de sus
grandes pasiones. La noche anterior me
había acostado confusa y nerviosa, por
lo que había sucedido en el cine.
Cuando Samuel me dejó en casa se
despidió con un simple roce de labios,
no fue para nada como el beso que me
había dado horas antes. Agradecí que no
me presionara para que nuestra relación
avanzara, ya tenía más que suficiente
con la nueva actitud de Oliver como
para preocuparme también por Samuel.
Fuera lo que fuera lo que había entre
nosotros, tenía que surgir naturalmente,
igual que lo había hecho nuestra
amistad.
Estaba tan cansada que me desperté
bastante tarde la mañana del sábado,
cuando bajé a la cocina dispuesta a
prepararme el desayuno, comprobé que
mi padre se había marchado sin
despertarme, me había dejado una nota
junto al teléfono con el número de su
hotel y un emoticono de sonrisa, me reí;
siempre conseguía sorprenderme, era tan
diferente a los padres de mis amigas.
Aunque quizás se debía a mi
enfermedad, y a su afán porque
disfrutara de la vida, fuera lo larga que
fuera. Mi madre tomó la decisión de
tenerme aunque ello acabara matándola,
y yo tenía que vivir por las dos.
Me iba a pasar los próximos dos días
sin nadie que estuviera todo el día
pendiente de mí. Arrugué la nariz,
Andrea iba a ser un hueso duro de roer,
pero estaba segura de poder controlar la
situación. Ella no iba a cesar en su
empeño por cuidar de mí, pero podía
deshacerme de sus atenciones con solo
nombrar a Marc, entonces enrojecía y se
ponía a hablar del tiempo, olvidándose
de lo que estaba haciendo antes. Sus
gustos eran tan evidentes que no podía
evitar enfadarme cuando ella lo negaba
tan vehementemente.
Como si la hubiera conjurado, mi
mejor amiga llamó a la puerta con una
bolsa de deporte rosa de Adidas y toda
la intención de pasar el fin de semana
conmigo.
Al parecer sus padres y el mío habían
decidido que era buena idea sin
consultarlo conmigo, de esa manera no
estaría sola y al mismo tiempo
dispondría de la libertad que mi padre
siempre me otorgaba.
No éramos las típicas niñas de
diecisiete años, debido a mi
enfermedad. Mi padre había conseguido
que mi amiga gozara de casi la misma
libertad que tenía yo. No le había
resultado muy difícil, él era profesor en
nuestro instituto y yo era una buena
influencia para su hija, pero sobre todo
estaba lo de mi enfermedad, los padres
de Andrea sentían lástima por mí y
contribuían a la causa dejando que su
hija y yo hiciésemos cosas de mayores,
por si moría antes de llegar a los
veintinueve como mi madre, pero
aunque nadie lo decía abiertamente, yo
sabía que mi madre hubiese vivido más
si no se hubiese empeñado en tenerme.
Los padres de Samuel eran diferentes
en ese aspecto, jamás me habían hecho
sentir enferma o débil, pero ellos eran la
excepción a toda regla y quizás todo se
debía a una deformación profesional, la
madre de Samuel, Anne, era psicóloga
infantil y creía fervientemente que
pensar en positivo ayudaba a que el
cuerpo funcionara mejor.
Andrea entró como un vendaval en
casa, soltó la mochila junto a la puerta y
me arrastró hasta el sofá, sin siquiera
saludarme.
—¡Cuéntame ahora mismo todo lo que
pasó anoche! Y no te dejes ningún
detalle —me pidió mientras me miraba
directamente a los ojos.
—Hola Andrea, ¿qué tal estás? Veo
que llevas bolsa, ¿quiere eso decir que
piensas quedarte en casa? —pregunté a
pesar de conocer la respuesta.
—Después —se limitó a decir como
respuesta a mis preguntas—.
¡Cuéntamelo todo! No te hagas de rogar
—se quejó ante mi silencio.
—Samuel vino a recogerme, fuimos a
cenar y luego al cine —le dije para
molestarla, al ver su cara fingí que iba a
añadir algo más interesante—. Por
cierto, vimos la última película de
Katherine Heigl.
—¿Te crees graciosa? —me preguntó
empezando a impacientarse por mis
respuestas evasivas.
—Sé que soy graciosa —le rebatí. Al
ver su cara sarcástica supe que ya la
había hecho enfadar lo suficiente—.
Vale, vamos a ver, Samuel vino a
recogerme —frunció el ceño, y yo me
reí—. Y fuimos a cenar a la pizzería
Mario, la que está cerca del cine
Imperial —me miró con el ceño
fruncido, ya sabía de sobra dónde estaba
la pizzería—, compartimos una pizza
barbacoa y después fuimos al cine, nos
encontramos con Theresa y con Oliver.
Samuel me besó mientras Oliver nos
miraba, luego Oliver me siguió hasta el
baño de chicas y parecía que quería
decirme algo, incluso llegué a pensar
que iba a besarme —paré mi relato
pensativa—, sí, casi estoy segura que
esa era su intención, pero entonces me
largué y lo dejé plantado, no me parecía
correcto besar a dos chicos la misma
noche —expliqué con total normalidad.
La cara de mi amiga era todo un
poema, estaba tan alucinada que tardó
varios segundos en comprender que ya
había terminado mi historia y que no iba
a añadir nada más.
—¿Que Oliver intentó besarte? —
preguntó por fin con los ojos abiertos y
desconcertados.
—Vaya y yo que pensaba que te
emocionaría más el beso de Samuel —
me burlé yo, intentando que no se
pusiera a diseccionar esa parte de la
historia.
—¿Hablaste con Theresa? —su voz
era la misma que ponía para contestar a
las preguntas que le formulaban los
profesores en clase, seria e interesada al
mismo tiempo.
—Me saludó con un gesto, pero no me
habló. Cumplió a la perfección con lo
que Oliver le ha pedido —le expliqué,
recordándole con mis palabras, lo que
Theresa nos contó dos años atrás.
—¿Sabes? A veces la echo de menos.
Todo era diferente cuando estábamos las
tres. No entiendo como pudo dejarnos
tiradas después de estar toda la vida
juntas, y encima por un chico, por mucho
que el chico se llame Oliver y esté
buenísimo.
»En fin, si se enterara que Oliver
intentó besarte, no creo que le sentara
muy bien, siempre ha sentido celos de ti.
Además no tendría mucho sentido al fin
y al cabo, ella nos dejó porque él no
quería tener nada que ver contigo y
tampoco que lo tuviera ella. O al menos
esa fue la excusa que ella nos dio —
comentó dudando de la veracidad de la
explicación que habíamos creído a pies
juntillas desde hacía dos años—. No
entiendo como ahora él ha decidido que
vuelves a existir y mucho menos que te
siga hasta el baño con la intención de
besarte.
—Yo tampoco lo entiendo —la corté
—, pero no me importa. He vivido dos
años sin ellos y ahora la que no está
interesada en su amistad soy yo.
—¿Qué harás si Oliver te busca? —
me sorprendió que me preguntara algo
así, Andrea sabía de la animadversión
que yo sentía por Oliver.
—Nada, no haré nada, porque eso no
va a suceder —dije intentando
convencerme a mí misma de mis
palabras, apagando cualquier esperanza
que pudiera surgir de nuevo en mí.
—¿Es por Samuel? —preguntó
perspicaz.
—Es por mí. No soy ninguna tonta y
no voy a dejar que me manipulen. La
conversación ha terminado, no tengo
ganas de seguir hablando del tema.
Oliver no significa nada para mí, nunca
lo ha significado —esa era la mentira
más gorda que le había contado nunca a
Andrea—. La primera vez que hablé con
él fue diferente porque no le conocía,
pero ahora sé exactamente quién es y no
lo quiero cerca de mí —le expliqué
intentando dar por finalizado el dichoso
temita, y eso que ella no conocía mi
historia completa con él. Tuve que
morderme la lengua para no contarle la
otra cara de la moneda.
Mientras Andrea vaciaba la mochila y
colocaba sus cosas en mi cuarto de
baño, me di una ducha rápida y me
preparé el desayuno, un par de tostadas
y un zumo, ya que el café lo reservaba
para ocasiones especiales, los médicos
me lo tenían prohibido a menos que
fuera descafeinado, pero no me sabía
igual, así que no lo tomaba. No había
hecho más que sentarme cuando
volvieron a llamar a la puerta, me
levanté mirando con ansia la tostada que
acababa de untar con mantequilla y
mermelada de arándanos.
Cuando abrí me encontré con Samuel
en el umbral, sonriente y con el pelo
húmedo, debía haberse dado una ducha
porque olía a gel cuando se acercó y me
dio un beso suave en los labios. Tan
delicado que apenas rozó mis boca.
Recordé nuestro beso del día anterior
y un escalofrío me recorrió la espalda.
Lo malo era que por mucho que fuera de
dura, el repentino interés de Oliver me
tenía confundida y me traía a la mente
ideas que había luchado mucho por
desechar.
El recuerdo de otro beso era el que
ocupaba ahora mi mente. El que la había
ocupado durante dos años, a pesar de
mis denodados esfuerzos por olvidarlo.
—Buenos días Dani —me saludó
sonriente—. ¿Qué vas a hacer esta
noche? —parecía contento incluso
eufórico.
—Andrea está aquí, así que…
—¿Andrea está aquí? —me cortó—,
¿se queda contigo el fin de semana? —
parecía desanimado al conocer la
noticia.
—Sí, está deshaciendo la maleta —
bromeé, pero a Samuel no pareció
divertirle mi ocurrencia.
—Bueno entonces supongo que hay
cambio de planes. Pensaba proponerte,
una noche tranquila en casa con una
película, además me tocaba elegirla a
mí, y palomitas, pero paso de compartir
palomitas también con Andrea, se las
comería todas —dijo Samuel
recuperando la sonrisa, sabía tan bien
como yo que Andrea era una maniática
de la comida sana y una obsesa del
sobrepeso—. Así que mejor os invito a
las dos a la fiesta que da Marc en su
casa esta noche —se pasó la mano por
el cabello húmedo, intentando
recolocarse un mechón rebelde que le
caía sobre los ojos.
—Supongo que será una de esas
fiestas a las que va todo el mundo —
comenté intentando no fijarme en su
gesto, inconscientemente y sin previo
aviso, una imagen diferente había
invadido mi mente, la de Oliver
apartándome un mechón de pelo de mis
ojos.
—Seguramente… Pero Dani, yo
quería hablar de lo que pasó ayer —de
repente lo noté nervioso, con la mirada
fija en mí.
—Samuel, yo… —me callé, incapaz
de decir nada, estaba demasiado
confundida en ese instante como para
tomar una decisión respecto a nuestra
relación.
—¡Hola chicos! —interrumpió
Andrea, evitándome una conversación
para la que no estaba preparada, mi
sonrisa ante su aparición, fue de
profundo alivio.
—Hola —contestamos Samuel y yo al
mismo tiempo. Samuel intentaba
recomponer su gesto de fastidio, era
evidente que la presencia de Andrea
había cortado sus planes para hablar
sobre nosotros. Ni siquiera estaba
segura que hubiera un nosotros así que,
cuanto más retrasáramos la
conversación, más tiempo dispondría
para yo aclarar mis sentimientos.
A ningún observador avispado se le
hubiera pasado por alto la diferencia
que había entre la cara de Samuel y la
mía.
—Samuel ha venido a invitarnos a
una fiesta —le expliqué intentando
suavizar el ambiente que se había
creado con su repentina aparición.
—Sí —ratificó este, abandonando su
silencio.
—¡Genial! —comentó Andrea—.
¿Dónde es la fiesta?
—En casa de Marc, su madre se ha
ido con su nuevo novio de fin de semana
y él ha decidido aprovechar la situación
y dar una fiesta —explicó nuestro
amigo.
—Marc siempre aprovecha las
situaciones —criticó Andrea molesta—.
Casi todas las semanas da fiestas, eso no
es ninguna novedad.
—Supongo que es lo bueno de que tus
padres estén divorciados y que tu madre
haya vuelto al mercado de las citas en
busca de un nuevo marido —sentencié
yo inquisidora, la actitud de la madre de
Marc contrastaba con la decisión de mi
padre de seguir viudo y criarme solo,
sin la ayuda de nadie, a excepción del
tío Damon que de vez en cuando ejercía
de poli malo. Mi padre jamás me había
castigado, era demasiado blando
conmigo, hasta yo veía eso.
No era que yo no quisiera que mi
padre rehiciera su vida, simplemente era
que la forma en que la madre de mi
amigo intentaba recomponer su vida me
resultaba escandalosa e incluso egoísta,
ya que en ningún momento tenía en
cuenta los sentimientos de su propio
hijo.
—Vaya, hay alguien que no lo
aprueba —se rió Samuel ante mi mordaz
comentario.
—No es eso, es que no entiendo como
esa mujer puede pasar tanto de su hijo y
al mismo tiempo enrollarse con chicos
que podrían serlo por la edad que tienen
—dije explicando mi animadversión.
—Bueno Dani, no todos los padres
son como el tuyo —comentó Andrea con
cariño, éramos amigas desde siempre y
las dos sentíamos el mismo afecto por
nuestros respectivos padres.
—Lo sé, pero eso no la justifica —
dije aceptando sus palabras.
—Bueno chicas, parece que esta
conversación se está volviendo muy
seria y es sábado, dejemos la seriedad
para los días entre semana, para el
instituto y sus desdichas —sus palabras
nos hicieron reír y abandonamos el
tema. Me di cuenta que, por primera vez,
habíamos hablado de Marc y Andrea no
había esquivado el tema.
Quedamos en que Samuel nos
recogería a las siete y que vendría con
el coche de su padre para que
pudiéramos ir los tres.
En cuanto se marchó, Andrea se
volvió loca, eligiendo la ropa que
íbamos a llevar a la fiesta. Era una
suerte que tuviéramos la misma talla,
hasta de zapatos, porque nos evitamos ir
a su casa a por ropa que ponerse. Lo que
llevaba en la bolsa rosa no era adecuado
para una salida nocturna y mucho menos
para una fiesta en casa de Marc, el chico
que ella se empeñaba en convencerme
que no le interesaba.
Mis planes para aprovechar el fin de
semana libre, habían fracasado
estrepitosamente.
Capítulo 5
Aparcamos a dos calles de la fiesta,
ya sabíamos que no era buena idea dejar
el coche demasiado cerca de la
celebración, no era la primera vez en la
que los coches aparcados delante de la
casa terminaban llenos de papel
higiénico y espuma de afeitar.
Caminábamos los tres charlando
animadamente, cuando al girar la
esquina comenzamos a vislumbrar el
jardín de la casa de nuestro amigo y a
algunos de los invitados o de los que se
invitaban solos a sus fiestas.
—Cada vez empiezan a desfasar antes
—comentó Andrea visiblemente
enfadada.
—Chicas voy a adelantarme a ver si
Marc necesita ayuda para controlar a
estos —dijo Samuel señalando con la
cabeza a los invitados que estaban
pisoteando el jardín.
—No tendría que haber venido —se
quejó Andrea mientras él se adentraba
en la multitud.
—¿Por qué? ¿Qué hay entre tú y
Marc? —pregunté por millonésima vez.
—Nada, no hay nada. ¿Cómo crees
que puede haber algo entre él y yo?
¿Acaso no te das cuenta de cómo es?
Pasa de todo, Dani, no le importa nada
lo suficiente, ni la casa de sus padres, ni
su vida y mucho menos yo —su voz
sonaba temblorosa.
Salió huyendo de allí, sin decirme
nada más. Fue entonces cuando
comprendí el silencio de mi amiga, y su
empeño en evitar hablar del tema.
Andrea siempre había sido la
responsable, la que sentía que tenía que
cuidar de mí. Incluso cuando Theresa
estaba con nosotras, siempre era Andrea
la que nos arropaba a las dos. Debía ser
muy difícil para ella estar enamorada de
alguien tan irresponsable como Marc.
Iba a ponerme a correr para cogerla,
cuando una voz comentó muy cerca de
mí oído.
—Creía que no podías correr.
—Eso no es asunto tuyo —le espeté y
seguí andando rápido en pos de Andrea,
dispuesta a ignorar su presencia a mi
lado.
—Podría serlo —comentó Oliver. Me
sorprendió que me hubiera seguido, al
parecer no había sido lo suficientemente
clara. Me paré dispuesta a decirle
cuatro cosas, pero en cuanto le miré a
los ojos perdí el hilo de mis
pensamientos.

Estaba huyendo de mí mismo. Y lo


peor de huir de uno mismo, es que no
había ningún lugar en el que poder
esconderse.
—Hola Dani —la saludé como si
hiciera años que no nos hubiésemos
visto. Supe que había reconocido mi
voz, cuando se giró sonriente hacia mí.
—Hola Oliver —su alegría era tan
sincera que me sentí culpable por
encontrarla interesante, sabía que
tenía que alejarme de ella, que nunca
podría tenerla. Sin embargo, en ese
momento, no me importaba volver a ser
el que era, hubiera hecho cualquier
cosa por quedarme con ella.
—¿Te llevo a casa? —le ofrecí
olvidando lo que acababa de
prometerme a mí mismo.
—No gracias, estoy esperando a
Samuel, le he dicho que volvería a casa
con él —me explicó con su dulce
sonrisa.
—Pero Samuel no tiene coche y yo sí
—le rebatí dispuesto a salirme con la
mía.
—Samuel tiene mi edad, aún tenemos
que esperar unos meses para poder
sacarnos el carnet de conducir —me
explicó sin perder su eterna sonrisa—.
Así que vamos en moto o andando
depende del día, y hoy toca andar —
confesó finalmente.
Inesperadamente me pregunté si el
chico rubio del que hablaba era su
novio, no debería extrañarme, era
realmente guapa, sobre todo destacaba
su pelo castaño claro, en el que
brillaban mechones rojizos y dorados.
Aunque su cabello no era lo único
destacable de su rostro, sus profundos
ojos azules y su expresión amable y
serena atraían todas las miradas,
incluida la mía. Desde que la divisé en
las gradas no había podido apartar la
vista de ella.
—¿Es tu novio? —indagué curioso e
interesado como no lo había estado
desde hacía mucho tiempo.
—¿Samuel? —se echó a reír como si
le hubiera contado un chiste realmente
bueno—. No, es mi vecino y mi mejor
amigo —explicó con sus expresivos
ojos mirándome fascinados.
Me molestó que la noticia me
alegrara tanto. De todas las chicas a
las que había conocido en mi extensa
vida. Danielle Collins era la más
peligrosa. Tenía que mantenerla lejos
de mí costara lo que costara. O jamás
conseguiría redimirme.
—Me alegra que no lo sea —le
confesé mientras me acercaba a ella.
Estábamos en el pasillo que daba a los
vestuarios de los chicos, no había
nadie por allí. Los únicos sentimientos
que percibía eran la fascinación de
Danielle y mi deseo por ella. Los
jugadores acababan de entrar a las
duchas, y los demás habían
abandonado el gimnasio y estaban
subiendo a sus vehículos para dirigirse
a una de las celebraciones que se
organizaban ese fin de semana.
Estábamos solos, esa fue la idea que
me empujó a besarla. Una idea que me
asustó profundamente, tan
profundamente como me sentía atraído
por ella, besarla haría que rompiera
con todas mis promesas, con mis
propósitos…
Noté sobre mis labios el respingo
que dio cuando posé mi boca sobre la
suya, era cálida y suave, parecía tan
inocente, tuve que ejercer presión
sobre ella para que me dejara besarla
más profundamente. Lo primero que
noté fue su sabor dulce y afrutado, casi
tan sublime como el olor de su pelo o el
tacto de sus mejillas en mis dedos.
La escuché gemir sorprendida y fue
entonces cuando comprendí que por
alguna inexplicable razón, este era su
primer beso y yo se lo había robado.

Me había pasado toda la vida


huyendo, y al fin era consciente de que
era imposible huir eternamente. La idea
me vino a la mente mientras veía a
Danielle Collins correr hacía la casa,
alejándose nuevamente de mí.
La noche anterior, después de nuestro
desastroso encuentro en el cine, había
decidido que iba a dejarme llevar y que
pasara lo que tuviera que pasar. Mi
castigo autoimpuesto, mi sacrificio, no
servía para nada. Todo seguía igual,
seguía condenado y nada que pudiera
hacer iba a cambiar mi destino.
La seguí en silencio, parecía
enfadada, dispuesta a marcharse otra vez
y dejarme nuevamente con la palabra en
la boca, pero cuando se giró su mirada
cambió, pasó de la ira a la confusión y
posteriormente a la determinación.
—¿Por qué tanto interés por mí? —
preguntó juntando todo el valor que tenía
para hacerme semejante pregunta.
—No estoy seguro —respondí con
toda la sinceridad de la que fui capaz,
esa chica conseguía que siempre le
dijera la verdad, un auténtico éxito para
ella—, pero creo que tú podrás
salvarme.
—¿Salvarte de qué? —su voz sonaba
¿confusa? ¿Esperanzada?
—De mis elecciones —respondí con
la mirada clavada en sus ojos.
—No entiendo qué significa —
confesó.
—Eso ahora es lo que menos importa
—respondí tentado por su carnosa boca.
—Lo siento Oliver, pero no tengo
tiempo para tus acertijos. Además será
mejor para los dos que sigas con tu
rutina de estos dos años. No quiero
problemas con Theresa y tampoco me
interesan tus secretos —dicho esto se
dio la vuelta y volvió a dejarme
plantado por segunda vez en veinticuatro
horas.

Entré en la casa buscando a Andrea,


no estaba huyendo de Oliver, me dije a
mí misma. Oliver no me importaba, ni él
ni sus crípticas palabras. Lo único en lo
que debía pensar era en encontrar a
Andrea, que se había alejado enfadada y
dolida. Tuve que pararme y apoyarme
contra la pared un momento, mi breve
carrera había tenido consecuencias, me
estaba mareando, una bradicardia, supe
al llevarme la mano a la muñeca y ver
que mi pulso era débil y lento. Fue
gracias a mi experiencia que pude
notarlo, de tan débil que era mi pulso en
ese instante.
Sentí que alguien me pasaba el brazo
bajo las rodillas, me cogía en volandas
y que me sacaba de allí, del calor, del
olor a cerveza y del ambiente cargado
de humo del salón, de la música y de los
gritos…
Cuando abrí los ojos, estaba tumbada
en una cama, posiblemente la de la
madre de Marc. Me incorporé despacio
para no volver a marearme y vi que
Andrea estaba sentada en la silla del
tocador frente a mí, con cara de
preocupación.
—¿Danielle, estás bien? —me
interrogó nerviosa.
—Sí, ahora sí —contesté cuando
recuperé la voz—. ¿Cómo he llegado
hasta aquí? ¿Cómo pudiste subirme?
Noté que me cogían pero no sabía que
eras tú —comenté recordando los
instantes antes de desmayarme—.
Lamento haberte asustado —lo dije todo
de corrido, agradecida por seguir con
vida.
—Danielle, yo no te traje, fue Oliver.
Te trajo aquí y no quiso dejarte sola
estando inconsciente, hay gente bastante
bebida y temía que pudiera pasarte algo.
Así que mandó a Rachel a buscarme, la
chica esa tan rara, creo que es gótica,
pero no estoy segura.
—¿Rachel? —pregunté alucinada de
que ella también estuviera aquí, no la
había visto. De hecho en unos pocos
días me la había encontrado más que en
los últimos dos años.
—Sí, Rachel, al parecer cuando
Oliver te llevaba en brazos, tropezó con
ella y le pidió que me buscara. En
cuanto subí, se marchó, parecía
preocupado por ti. Creo que le hemos
juzgado mal, igual no es tan superficial
como parece —sentenció al final.
—Andrea, que haya sido amable
conmigo hoy, no quiere decir que le
hayamos juzgado mal. Probablemente he
sido su buena acción del día, nada más.
—¿Por qué lo desprecias tanto? ¿Qué
me ocultas? Tú no eres una persona
rencorosa, pero con él…—preguntó
dolida.
—Eso mismo te he preguntado yo
hace un rato sobre Marc y nunca te he
presionado para que me lo cuentes —
repliqué herida al comprender que nos
estábamos distanciando al ocultarnos
cosas.
—Tienes razón —y su voz sonó tan
dolida que olvidé mi enfado y me
acerqué a ella.
—¿Quieres contármelo? —pregunté
suavemente.
—Sí. La respuesta a tu eterna
pregunta es sí. Me gusta Marc, siempre
me ha gustado, pero sé que no es para
mí, nunca sería feliz con él, es
demasiado distante, ni siquiera como
amigo me permite acercarme más que
unos pocos pasos. Sé que soy tonta, pero
no puedo evitar que me guste.
—Cariño, no eres tonta. Eres la chica
más inteligente y responsable que
conozco. Te mereces todo lo mejor, o al
menos todo lo que desees. No te rindas,
el amor lo puede todo, esa era la frase
que según mi padre, mi madre repetía
una y otra vez durante el tiempo que
estuvo embarazada de mí. El amor lo
puede todo, aunque en su caso, no pudo
con nada —mi voz sonó temblorosa al
final. No podía permitirme tener
esperanzas. La realidad dolía más
cuando por fin hacía su aparición.
—Hoy es el día de las confesiones —
dijo con una sonrisa triste—. Te toca.
—Samuel no puede ser algo más que
un amigo para mí, porque Oliver es el
chico que me interesa, siempre me ha
interesado, aun cuando estaba enfadada
con él. Aún cuando me ignoraba.
—Dani —me abrazó comprensiva.
—Lo sé, soy idiota —me sentía así,
pendiente de un chico solo porque había
decidido hablarme, tras pasar los
últimos años haciendo como si yo no
existiera.
—Somos unos desastres —sentenció
mi amiga—, pero es sábado y estamos
en una fiesta llena de chicos guapos.
Disfrutemos de la noche y dejemos la
autocompasión para mañana, la
aderezaremos con un buen helado y
seguro que entra mucho mejor —su
sonrisa era contagiosa.
—Me parece una idea genial —la
animé—, seguro que Samuel está
preocupado, no lo hemos visto desde
que llegamos y de eso ya habían pasado
casi dos horas.
—Tienes razón, busquemos al
príncipe azul —me reí de sus palabras.
Se acercó a mi decidida y volvió a
abrazarme.
—Siento no haber sido sincera
contigo. No quería preocuparte y ya
sabes que no soporto sentirme débil —
se excusó.
—Yo siento no haberte contado lo
que sentía —me mordí la lengua,
dispuesta a que no se me escapara toda
la verdad que no le había contado. No
podía contarle lo del beso. Que mi
primer beso había sido un desastre y que
el chico que me lo había dado, había
huido inmediatamente después. No
estaba preparada para contarlo, ni
siquiera a ella.
—¿Amigas sin secretos? —preguntó
alzando la ceja.
—Hecho —dije con los dedos
cruzados tras la espalda—. Ahora
vayamos a romper unos cuantos
corazones —bromeé dispuesta a dejar
los remordimientos para más tarde.
Desgraciadamente la vergüenza era más
poderosa que mi lealtad.
Cuando finalmente bajamos, la fiesta
estaba en su mayor apogeo. Nada más
llegar vi a Samuel cerca de la puerta de
entrada hablando con un chico un par de
años mayor que nosotros. Me extrañó
que estuviera en la fiesta con unos
adolescentes, cuando lo que le pegaba
era estar en una fiesta universitaria. Era
increíblemente guapo, alto con el
cabello oscuro y de mirada penetrante.
Pareció darse cuenta de mi mirada,
porque se giró y clavó sus ojos sobre
mí, fue entonces cuando Samuel también
me vio y me hizo señas para que me
acercara a ellos.
Me pareció poco educado no ir, por
lo que atravesé la improvisada pista de
baile y me acerqué a ellos sonriendo
tímidamente.
Samuel me preguntó dónde había
estado, pero no parecía en absoluto
preocupado o molesto por mi ausencia,
supuse que no debía saber nada sobre mi
desmayo. Le contesté que con Andrea,
omitiendo la parte en la que aparecía
Oliver, fue entonces cuando pareció
recordar a su acompañante.
Me lo presentó como Gabriel, que
según contó él mismo, era el tutor legal
de Oliver. Se trataba de un pariente
lejano, ya que los padres de Oliver le
habían nombrado tutor en caso que les
sucediera algo. Desgraciadamente
habían muerto, dejando a su único hijo a
su cargo.
—¿Pero tú eres muy joven para eso,
no? —pregunté sorprendida, no parecía
tener más que un par de años más que
yo.
—En realidad lo soy, pero no había
nadie más que pudiera hacerse cargo —
me explicó con una sonrisa. Fue en ese
momento cuando me fijé en el extraño
color de sus ojos. Pardos y dorados, me
vino a la mente la imagen de un lince,
astuto y silencioso, noté como un
escalofrío me recorría la espalda y en su
recorrido me erizó el vello de la nuca.
—Debes aburrirte mucho aquí —
comentó Samuel con su sonrisa perfecta.
—Para nada. Me encantan las fiestas
de Marc. Son de lo más interesantes —
comentó amablemente con su extraña
mirada clavada en mí.
—¿Interesantes? ¿Qué tienen de
interesante tres docenas de adolescentes
bebiendo cerveza y bailando? —
pregunté con cierta impertinencia. No
sabía por qué, pero Gabriel no me
gustaba. Era guapo, más que guapo diría
yo, pero parecía fuera de lugar entre
nosotros, además su mirada me hacía
sentir incómoda, alerta.
—Te sorprendería lo interesantes que
son vuestros amigos —me llamó la
atención que pudiera hablar y mantener
la sonrisa al mismo tiempo.
Empecé a sentirme fuera de lugar
cuando Samuel anunció que iba a por
bebida y me dejó a solas con Gabriel.
Me preguntó si quería algo, pero
rechacé el ofrecimiento esperando que
se quedara conmigo, algo que no
entendió, y se marchó tranquilo.
Antes que pudiéramos retomar nuestra
conversación. Oliver se acercó a
nosotros echando chispas por los ojos.
Imaginé que estaba molesto por mi
anterior comportamiento, yo estaba más
que dispuesta a agradecerle su ayuda
durante mi ataque, pero se puso a mi
lado sin mirarme siquiera. Su ira en esta
ocasión, no iba dirigida a mí.
—¿Qué estás haciendo aquí? —
preguntó insolente a su tutor.
—He venido a divertirme y he
conocido a esta hermosa señorita.
Danielle, ¿la conoces? —preguntó,
disfrutando de la expresión de horror
que apareció en la cara de Oliver
cuando se dio cuenta que yo era la
persona que estaba a su lado.
—¿Sabes, Danielle? Oliver canta
como los ángeles —se rió como si
hubiera contado el mejor chiste que
hubiera escuchado nunca—. ¿Te gustaría
oírle cantar?
—La verdad es que no —contesté
envalentonada por la actitud de profundo
desprecio de Oliver y la expresión
burlona de Gabriel.
—¡Eres maravillosa! —me alabó
Gabriel—. ¿Dónde te has metido todos
estos años? —preguntó alargando la
mano para tocarme, pero en el último
momento lo pensó mejor y la dejó caer a
un lado.
Antes de que me diera cuenta, estaba
siendo arrastrada por Oliver fuera de la
fiesta. Ni él ni yo dijimos nada,
simplemente me dejé llevar por él, lejos
de ese hombre que tanto me
desconcertaba. Sentí que podía confiar
en que él me mantendría a salvo.
Cuando salíamos nos dimos de bruces
con Andrea, pero Oliver mantuvo la
calma y le informó que me llevaba a
casa. Al recordar el episodio anterior,
Andrea propuso volver conmigo, pero le
dije que no era necesario y le di mis
llaves de casa, yo usaría la de repuesto
que estaba bajo la maceta de entrada.
Caminé junto a Oliver en silencio, me
quedé de piedra cuando vi el coche al
que nos dirigíamos, un deportivo rojo
que seguramente costaba tanto como mi
casa. Oliver me abrió la puerta con la
misma actitud silenciosa, que había
mantenido desde que salimos de casa de
Marc y se puso al volante, bajó la
capota a pesar del frío y arrancó el
motor, que rugió violentamente.
Inmediatamente después, «Life after
you» de Daughtry comenzó a sonar a
todo volumen.
—Last time we talked, the night that
I walked, burns like an iron in the back
of my mind, I must’ve been high to say
you and I1… —canté olvidando que
estaba en el coche de Oliver. Solo sentía
el viento en mi pelo, la sensación me
hizo sentir poderosa, por primera vez en
mucho tiempo, volví a sentirme viva y
capaz de casi cualquier cosa.
—No pares, por favor —me pidió
con los ojos brillantes y una expresión
que no pude descifrar.
—… weren’t meant to be, and just
wasting my time. Oh, why did I ever
doubt you? You know I would die here
without you3 —cuando cantaba, me
olvidaba de todo. Conseguía hacer mía
la canción y sumergirme en la letra,
como si de una experiencia personal se
tratase.
—Tienes una voz preciosa —me
comentó en ese instante, aunque durante
el resto del trayecto mantuvo la mirada
fija en la carretera y no volvió a
hablarme en ningún momento.
Cuando paró frente a mi casa, sin
siquiera volver la cabeza y mirarme me
dijo algo que yo ya había intuido por mí
misma.
—Mantente alejada de Gabriel. No es
lo que parece.
Y se marchó, dejándome tan
confundida como siempre, sus palabras
nunca eran más que un nuevo enigma por
descubrir y yo acababa de decidir que
quería conocer las respuestas.
1 La última vez que hablamos, la noche que
caminé, quema como un hierro clavado en mi
mente, debía ir colocado para decirte que tú y yo
no estábamos destinados, que simplemente estaba
perdiendo el tiempo. Oh, ¿por qué dudé de ti?
Sabes que moriría sin ti.
Capítulo 6
La semana empezó lo que se dice
fatal, toda la tranquilidad de la que
disfruté el domingo con Andrea,
nuestros pijamas y viejas películas de
Doris Day, se vino abajo cuando el
lunes me encontré con Theresa
esperándome en la puerta de la clase de
matemáticas, con una actitud prepotente
y altiva que le iba estupendamente bien
a su nueva imagen. Al parecer había
evitado hacerse la encontradiza conmigo
cerca de mi taquilla para que Oliver no
se enterara de su charla amistosa, como
ella la denominó, aunque a mi me sonó
más bien a amenaza velada.
Según pude entender, el sábado
alguien le fue con el cuento que me
habían visto marcharme con Oliver de la
fiesta de Marc, la cara de Martha Bates
enrojeció al momento, lo que me
permitió adivinar que había sido ella
quién se lo dijo a mi antigua amiga.
Cuando Oliver volvió a la fiesta
después de dejarme en casa, se lanzó
sobre él dispuesta a exigirle una
explicación, pero cual fue su sorpresa
cuando él le anunció que habían
terminado. Ruptura que Theresa no
estaba dispuesta a aceptar, sobre todo si
dicha ruptura tenía algo que ver
conmigo.
Dispuesta a evitar el escándalo que
Theresa pretendía organizar al
abordarme delante de toda la clase, la
escuché en silencio. Una vez terminó su
perorata y sus «consejos», me limité a
responderle en un tono tranquilo e
incluso desdeñoso.
—Si te ha dejado no tiene nada que
ver conmigo. Así que busca en otra
dirección, aquí no están las respuestas
que buscas —di media vuelta y me metí
en clase, dejándola sorprendida tanto a
ella como a sus amigas, y a Andrea, que
no se despegó de mi en ningún momento,
dispuesta a unirse a la batalla en caso
que fuera necesario.
Por una vez estaba dispuesta a seguir
el consejo de mi padre y vivir el
momento. Y mi momento había llegado
cuando pude responder a Theresa con
toda la indiferencia que fui capaz de
fingir.
El resto del día fue tan normal como
siempre. Salvo porque no coincidí con
Oliver ni en los cambios de clase ni en
la taquilla. Theresa decidió que era
mejor no insistir y me evitó varias veces
cambiando de dirección, la primera vez
en la fila para comprar el almuerzo y la
segunda vez cuando entré al baño del
primer piso.
Por la tarde, Samuel me preguntó
sobre el sábado, el domingo le mandé un
sms para decirle que estaba bien y que
iba a tomarme el día de relax, entendió
el mensaje oculto y no apareció por casa
en todo el día. Me respondió que iría a
ayudar a Marc a limpiar y que
hablaríamos el lunes.
Pero esa mañana no había ido con él a
clase. El día estaba muy gris y
anunciaba lluvias, así que papá me trajo
consigo, mientras que Samuel había ido
con el mini de su madre.
Ahora estábamos los dos en el coche
y parecía inevitable que habláramos de
lo que había sucedido durante el fin de
semana.
—¿Por qué te fuiste con Oliver a casa
el sábado? —preguntó directamente y
sin rodeos, con una actitud posesiva que
me molestó.
—Me encontraba mal —mentí, no
creo que entendiera la verdad, ni yo
misma la entendía realmente, ¿cuál fue
la razón? Oliver quiso alejarme de su
tutor, por eso fue por lo que me hizo
salir de allí a toda prisa, y sin darme
ninguna explicación yo le seguí—. Y
Oliver se ofreció a llevarme. No estabas
y sabía que Andrea te avisaría, así que
acepté.
—¿Por qué no me buscaste? —
preguntó dolido. Demasiado teniendo en
cuenta que solo éramos amigos.
—No lo pensé. Simplemente me
sentía mal y me fui, ¿por qué le das tanta
importancia? —pregunté intentando que
él no se la diera.
—Porque la tiene. Te marchaste sin
mí… Te marchaste con Oliver, ¿crees
que no me di cuenta que el viernes salió
detrás de ti en cuanto te fuiste al baño?
No sé qué está pasando, y merezco
saberlo, nosotros…
—Nosotros somos amigos Samuel,
siempre lo seremos, pero eso no quiere
decir que tengamos que estar pegados
siempre —supe que mis palabras le
habían hecho daño en el momento en que
empecé a pronunciarlas. Pero algo que
no entendía me empujó a frenar sus
expectativas. Sentí deseos de llorar, dos
días antes, había disfrutado de su beso,
de su compañía y un par de encuentros
con Oliver, habían conseguido que
hiciera daño a mi mejor amigo. Me
maldije por mi estupidez y maldije a
Oliver por hacerme sentir así.
—¿Amigos? —preguntó en un susurro
ahogado.
—Claro, somos amigos, siempre lo
hemos sido —expliqué terminando de un
solo golpe con todas sus esperanzas.
—¿Y qué fue lo que paso el viernes?
¿Qué significó nuestro beso para ti? —
preguntó con los ojos brillantes y la voz
ronca.
—No lo sé. Estás yendo demasiado
deprisa —le acusé.
—¿Y cómo quieres que vaya contigo,
Danielle? Ni siquiera sé cuánto tiempo
voy a poder estar junto a ti —explotó,
dejando salir todo lo que había
guardado en su interior hasta entonces
—. Necesito aprovechar cada momento
a tu lado —cuando el fogonazo de ira
desapareció y fue consciente de lo que
había dicho ya era demasiado tarde.
Sus palabras calaron hondo en mí, sin
decir nada, abrí la puerta y salí del
coche. Samuel no intentó impedírmelo y
yo supe que algo se había roto
definitivamente entre nosotros.
Di otra vuelta en la cama, pero no
había manera de conciliar el sueño,
había decidido quedarme en casa y no ir
a clase, con la esperanza que la soledad
me ayudara a aclararme las ideas, pero
el silencio solo hacía que traerme una y
otra vez el sonido de su voz.
Alargué la mano y cogí el iPod que
descansaba en mi mesilla. Lo encendí y
la pista diecinueve comenzó a sonar. El
aria principal de La favola d´Orfeo de
Monteverdi inundó mis sentidos. Todos
y cada uno de ellos, podía oler el
incienso que perfumaba la catedral de
San Marcos, mezclada con el olor de los
presentes y del pestilente canal. Venecia
fue el lugar en el que me refugié o más
bien al que huí tras la muerte de
Isabella.
Isabella, mi querida hermana. La
razón por la que dejé de usar mi don y al
mismo tiempo mi maldición. Y ahora
Mefisto había descubierto que disponía
del arma para obligarme a usarlo. Volví
a la seguridad de mis recuerdos, más
inofensivos que mi presente.
El aria alcanzó la cúspide en cuanto
Orfeo decidió bajar al infierno en busca
de su amada Eurídice. Mis ojos volvían
a ver la grandeza de San Marco, y la
solemnidad con la que escuchaban los
presentes.
Hasta podía sentir la humedad que
reinaba en el ambiente ese frío mes de
abril de 1614. Sacudí la cabeza
desesperado por seguir en el pasado,
evadiéndome de un presente que se
anunciaba tormentoso. Mefisto, el ser
que había terminado con la vida de mi
hermana, que la había embaucado con
sus mentiras y sus promesas, el demonio
que la había empujado al suicidio… La
bestia que me había seguido y
atormentado durante toda mi vida,
volvía a estar de caza.
Era un peligro para toda la ciudad de
Armony pero lo era mucho más para
Danielle, su enfermedad la hacía
vulnerable a su poder y sus
circunstancias, eran demasiado
atractivas para que él las pasara por
alto. Mantenerla alejada de mí no había
servido de nada. Ahora que las tornas
habían cambiado, tenía que hacer todo
lo posible para protegerla y eso
implicaba estar a su lado
constantemente. Resultaba irónico o
incluso cruel que pretendiera meterme
en su vida, cuando me había esforzado
tanto precisamente por hacer todo lo
contrario.
Me levanté de un salto de la cama y
me puse en marcha, dispuesto a
redimirme de la mejor manera que tenía
a mi alcance, Danielle, ella me salvaría
de mí mismo.
No me extrañó que Samuel no me
detuviera, estaba demasiado dolido
conmigo como para hacerlo. Aunque por
otra parte agradecí el momento a solas,
siempre estaba rodeada de rostros
expectantes y preocupados, papá, el tío
Damon, Andrea o el propio Samuel.
Caminaba enfrascada en mis
pensamientos cuando escuché que me
llamaban. Giré la cabeza y me encontré
con la cara llena de pecas de Marc, era
un pelirrojo a la vieja usanza, su cabello
era color zanahoria oscuro, sus ojos
color miel y en la pálida piel de su
rostro bailaban las pecas, algunas tan
juntas que parecían manchas.
—Hola Marc —le saludé escueta.
—Te acompaño a casa —sentenció
sin darme opción a negarme. Era
imposible estar sola en Armony, pensé
contrariada, no por la compañía en sí,
sino porque había perdido la
oportunidad de ordenar mis ideas.
—Gracias —dije mientras le
brindaba mi mejor sonrisa.
—¿Estás bien? —me interrogó
mientras cogía mi mano y
disimuladamente me tocaba la muñeca.
Sonreí, Marc podía ser un irresponsable
o un alocado, pero no se podía dudar de
su buen corazón y sus buenas
intenciones.
—Físicamente prefecta —contesté
sonriendo, sin apartar la mano, para que
pudiera comprobar que lo que decía era
cierto.
—¡Ah! Entonces tu carita se debe a un
mal de amores —bromeó enarcando una
ceja mientras esperaba una respuesta.
—¿Cuándo he dicho yo eso? —le
seguí el juego.
—No lo has dicho, pero puedo verlo
en tu cara. A Samuel le importas, no
deberías tener en cuenta lo que sea que
te haya hecho —le defendió demasiado
perspicaz.
Reí divertida por su comentario.
—¿Qué te hace pensar que Samuel
haya hecho algo? La verdad es que todo
es culpa mía. Me encontraba mal y me
marché de la fiesta sin avisarle y se
preocupó.
—Así que son ciertos los rumores —
murmuró para sí—, Oliver te llevó a
casa —comentó esta vez en voz más alta
y clara—. Bueno, en ese caso se trata de
celos. Tranquila se le pasará.
Mientras hablábamos, una idea se
instaló en mi cabeza. No volvería a
tener mayor oportunidad que esa para
averiguar sobre Gabriel, al fin y al cabo
había sido Marc quien le había invitado,
¿no?
—Hablando de Oliver, en la fiesta
conocí a su tutor, un tal Gabriel —noté
como Marc se tensaba—, dijo que le
habías invitado tú, que os conocíais.
Tengo curiosidad, ¿dónde le conociste?
Es demasiado mayor para que le
conocieras en el instituto.
—En realidad fue mi madre la que lo
trajo a casa —comentó nervioso. Así
que era eso. Su madre se había liado con
un chico más joven, tan joven que había
terminado siendo amigo de su propio
hijo.
—Parece simpático —y diabólico
pensé.
—Sí, es la persona perfecta para
divertirse, se le ocurren las mejores
ideas para pasar el rato —noté que una
vez desviados del tema de su madre,
volvió a relajarse y a ser él mismo.
Charlando, charlando llegamos a mi
casa. Se quedó parado cuando vio que
Andrea cruzaba la calle en dirección a
nosotros. Casi todas las tardes
merendábamos juntas y hacíamos los
deberes, o bien íbamos de tiendas, nos
tomábamos un refresco…
Conocer por fin los sentimientos de
mi amiga respecto al chico que me
acompañaba me hizo sentir incómoda,
pero Andrea no era como Theresa, se
acercó sonriente y nos saludó. Hablamos
unos minutos, estar con mis amigos hizo
que olvidara mi discusión con Samuel,
pero en cuanto ellos se fueron, volví a
sentirme culpable por no sentir por él lo
que se esperaba que sintiera, culpable
por complicarme la vida con la persona
equivocada.
Capítulo 7
La semana había sido extraña,
mientras Oliver se acercaba más a mí,
despacio y sin forzar nada. Samuel se
alejaba más y más, sentía que en lo
concerniente a él, me movía por arenas
movedizas. Había dejado de traerme a
clase, según su opinión, necesitábamos
ver nuestra relación en perspectiva.
Aunque al final su concepto de la
perspectiva era que nos evitáramos todo
lo posible.
El jueves, mientras estaba en el aula
de música recibí una visita inesperada.
La última persona que pensaba
encontrarme allí, entraba con la mirada
somnolienta y una sonrisa pícara en los
labios.
—Buenos días, nueva amiga —me
saludó Oliver. Haciendo referencia al
nuevo trato que habíamos alcanzado esa
misma semana.
Realmente parecía diferente o quizás
solo fuera que el verdadero Oliver no se
parecía en nada a la imagen que yo
había creado de él. Siempre había
pensado que era cruel y superficial, y en
los pocos momentos que habíamos
pasado juntos, estaba descubriendo a
una persona que no casaba para nada en
esa descripción. Pero no podía fiarme,
era un hecho consumado que se había
pasado los dos años que llevaba en
Armony ignorándome sin compasión.
El lunes se mostró cortés e incluso
amable cuando coincidimos en la
entrada al instituto, yo iba medio
dormida, pero me desperté
completamente en cuanto lo vi, vestido
de negro, con su eterna chaqueta de piel.
Lo único que daba color a su aspecto,
eran sus brillantes ojos verdes. Le
respondí del mismo modo, en deferencia
a la ayuda que me prestó el sábado,
sonreí internamente cuando vi su cara de
sorpresa, seguramente pensaba que iba a
mantener mi actitud hostil y mi reacción
lo descolocó, a pesar que durante el
corto trayecto de la fiesta a mi casa me
había comportado.
El miércoles me encontré con una
nota en la taquilla. En ningún momento
me pasó por la mente que pudiera ser
suya, incluso me incliné a pensar que era
de Samuel, una especie de tregua que le
daba a nuestra perspectiva, pero me
equivoqué. La abrí más intrigada que
sorprendida y me encontré con unas
líneas garabateadas en una letra pulcra
inclinada hacia la derecha.
«Solicito vuelva a abrirse mi
caso y se me permita alegar
enajenación mental transitoria
como defensa.
¿No podemos ser amigos?
Oliver»
Me reí ante la ocurrencia, estaba tan
concentrada en sus palabras que me
sobresaltó escuchar una voz a mi
espalda.
—¿Eso es un sí? —preguntó, la
esperanza era evidente en sus ojos
verdes moteados de dorado.
Seguía sonriendo cuando le contesté
que lo pensaría.
—Hecho. Después de clase te invitó a
un café y termino de convencerte —me
propuso, esperando que aceptara,
aunque tuve la sensación que no iba a
aceptar una negativa.
—He dicho que lo pensaría —bromeé
sintiéndome, cada momento a su lado,
más cómoda con su compañía.
—Lo sé simplemente voy a
demostrarte lo buen amigo que soy. Te
espero aquí, después de la última clase.
Ciao amiga —y se marchó abriéndose
paso entre los alumnos que iban a sus
clases. Un borrón oscuro entre la
multitud.
Fantástico, pensé. Soy incapaz de
negarme a nada que me pida. Será mejor
que no lo sepa, puede que me hubiera
apresurado en juzgarle en algunas cosas,
pero estaba segura de algo, no era buena
idea que Oliver supiera lo difícil que me
resultaba alejarme de él.
Tal y como me había dicho, a última
hora estaba esperándome en el lugar
acordado, apoyado contra la pared del
fondo mirando sin mucho interés a los
compañeros que iban abandonando el
edificio.
Noté como se envaraba cuando una
chica de cabello negro y ojos casi
transparentes pasó a su lado, los dos se
miraron fijamente y hasta que ella no
salió por la puerta, ninguno de los dos
dejó de mirar al otro, sus rostros no
mostraban ningún interés, solo se podía
leer en ellos un sentimiento que me
resultó complicado de entender: cautela.
Me acerqué a él silenciosa, pero no lo
suficiente como para que no escuchara
mis pasos y se girara a mirarme
sonriente, su mirada era distinta a la que
le había visto al observar a Rachel,
distinta, aunque no supe distinguir qué
había cambiado en ella.
—¡Vamos! —dijo mientras me cogía
de la mano y tiraba de mí hacia afuera,
fue un gesto casual para él, en cambio yo
sentí como mi estómago daba un doble
salto mortal con pirueta acrobática
incorporada.
Recorrimos el pasillo de la mano,
ante la mirada asombrada de todos los
rezagados del instituto. Oliver paró ante
un todoterreno de alta gama. Me
sorprendí cuando las luces se
encendieron con un bip.
—¿Un todoterreno? ¿Qué le ha
pasado a tu deportivo? —comenté entre
divertida y sorprendida. El coche en el
que me llevó a casa el día de la fiesta
iba mucho más con su imagen. Oliver y
su coche serían la estampa perfecta para
el anuncio de un concesionario. ¿O es
que otra vez me había equivocado al
juzgarle? Estaba haciendo de ello un
arte.
—El coche del sábado no era mío —
dijo tranquilamente, sin darme más
explicaciones—. Prefiero la seguridad a
la velocidad. Aún no estoy preparado
para morir —respondió con total
naturalidad. Sus palabras me trajeron a
la mente el recuerdo de otra escena.
—Creo que eso ya te lo había
escuchado decir —confesé.
Inconscientemente le había dado más
información de la necesaria. Con mis
palabras confesaba también que nunca
había olvidado lo que vino después.
—Es una de mis máximas, así que es
probable —dijo sonriendo con
naturalidad, me dolió pensar que él no
lo recordaba como yo.
—¿Cuántas tienes? Máximas, quiero
decir —aclaré por las dudas, mientras
subía al coche. Una vez dentro se veían
las cosas desde otra perspectiva, era
mucho más alto que un turismo normal.
Pensé que el todoterreno, después de
todo, no le quedaba tan mal a Oliver.
—Algunas. Pero si te las dijera
seguramente te escandalizaría y ya no
querrías ser mi amiga —bromeó, aunque
el brillo en sus ojos era demasiado
intenso para tratarse de una broma—. Y
ahora esa es mi meta, ser tu amigo.
—Vaya que concepto tan alto tienes
de mí —bromeé yo también,
guardándome la pregunta que ansiaba
hacer ¿Y cuál será tu meta cuando por
fin seamos amigos?—. ¿Por qué no me
pones a prueba? ¡Cuéntame una! —le
pedí, ignorando el dolor que sus
palabras me habían causado «Y ahora
esa es mi meta, ser tu amigo», un
amigo, solo quiere ser tu amigo, me
repetí, no lo olvides o lo lamentarás…
—¡Hecho! Quiero saber de qué
material estás hecha —dijo riendo, con
la mano en el contacto, pero sin arrancar
el coche—. La primera: nunca dejo que
vean mis cartas, la sorpresa es un buen
ataque, la segunda: nunca me rindo. La
perseverancia ya es un éxito y tercera:
besar a toda chica hermosa que me
encuentro —dijo esto mirándome
fijamente. No era un tema que quisiera
tocar. Su actitud después de su primer
beso, era algo que no quería recordar,
pero tampoco podía pasar por alto su
provocación.
—¡No me lo digas! —exclamé
teatralmente—. El libertinaje es tu
cuarta máxima. La quinta la infidelidad y
la sexta… ¿la provocación? —comenté
con una sonrisa irónica en los labios.
—¡Touché! —exclamó mientras se
llevaba una mano al corazón—. Me
tienes calado, lo reconozco —bromeó.
Y sin dejar de sonreír arrancó el
coche y me llevó a una pequeña
cafetería en las afueras de Armony, una
cafetería preciosa que no había visto
nunca, en la que acompañaban la taza
con un delicioso bombón de chocolate
blanco, uno de mis vicios permitidos
por el médico.
Charlamos de miles de cosas y
descubrí que no era tan presuntuoso
como parecía y que tenía opiniones para
cosas tan diversas como el arte o la
política, en ese momento me prometí a
mí misma no volver a prejuzgar a nadie
por una sola experiencia negativa. Y fue
entonces cuando comencé a creer en las
segundas oportunidades.

—¿Qué haces aquí? —preguntó


sorprendida que no estuviera en clase.
—Tu padre ha vuelto a dejarme fuera
—mentí. Ni siquiera había intentado
entrar, me había dirigido directamente al
aula de música, deseoso de pasar otra
hora más con ella. Danielle era tan
adictiva como un buen libro, que una vez
que lo has empezado ya no puedes
dejarlo hasta llegar al final. Con ella me
sucedía algo parecido, desde que me
había levantado la prohibición de
acercarme a ella, me resultaba muy
difícil no pasar cada instante a su lado,
la observaba por los pasillos, tan dulce
y natural con todo el mundo.
Cuando regresé al presenté ella me
miraba con sus ojos azul medianoche,
mientras intentaba disculpar a su padre
por haberme dejado «supuestamente» en
la calle.
—Mi padre es un poco inflexible con
el tema de la puntualidad, es normal, ya
sabes que los británicos son siempre
puntuales y esas cosas —me sorprendió
comprobar que a pesar del intento de
defender a su padre con sus palabras, en
su voz se notaba cierto aire
recriminatorio al hecho que me hubiera
dejado fuera. Noté como la sangre se
calentaba en mis venas, de alguna
manera, aunque fuera muy
superficialmente, yo le importaba más
de lo que estaba dispuesta a confesar.
—¿En casa también es igual? —
pregunté demasiado pendiente de la
costumbre que tenía de mordisquearse el
labio inferior cuando estaba nerviosa.
Un gesto que había notado la tarde
anterior y que me había tenido
prácticamente la noche en vela.
—Más o menos. Las horas de comer
son mandato divino. En lo demás no se
mete. Nunca me pone toque de queda
cuando salgo —aclaró orgullosa, era
fascinante verla sonreír. La tarde
anterior había descubierto que sonreía
de forma diferente según las situaciones.
Me sorprendió comprobar que ninguna
de ellas era estudiada o afectada.
Siempre que sonreía sentía que mi
garganta se secaba y se me hacía
imposible hablar.
—Es bueno saberlo —dije sólo para
verla enrojecer. Su piel se veía preciosa
con el rubor cubriendo sus mejillas.
Apreté los puños para no alargar la
mano y tocarla. No quería asustarla,
tenía que confiar en mí, para poder
protegerla. El problema iba a ser quién
la iba a proteger de mí, de lo que me
despertaba, de todo lo que quería hacer
con ella, del miedo que en ocasiones me
atenazaba el corazón después de tantos
años de sentimientos enterrados y
recluidos.
Me fije que tenía un libro entre las
manos. El título me arrancó una sonrisa,
era el Werther de Goethe, cerca muy
cerca, iba a tener que ir con mucho
cuidado con ella.
—¡Humm! Werther —le dije mientras
torcía el gesto dándole a entender que no
era de mi agrado.
—¿Lo has leído? —me preguntó con
los ojos abiertos. No supe cómo
tomarme su sorpresa, ¿me creía un
ignorante? ¿O es que había encontrado
la historia demasiado sentimentaloide
para mí?
—Sí, lo he leído y su fama no es muy
merecida —comenté para justificar mi
gesto.
—Estoy de acuerdo —contestó
sonriente—. Werther no es muy creíble.
El que se enamoré tan locamente de
alguien que sabe que no puede tener y
que acabe muerto por ello… No me
gusta —¿Era vulnerabilidad lo que vi en
sus ojos? ¿Miedo? ¿O se trataba de algo
más profundo?
—Prueba con otra obra, Goethe es
maravilloso, vale la pena arriesgarse —
le dije con sinceridad.
—¿Qué me aconsejas? —preguntó
con la mirada limpia, sin maldades, ni
intenciones ocultas. Era tan verdadera
que le contesté con total franqueza. Sin
pensar en las consecuencias de mi gesto.
—Prueba con Fausto —le dije. Di
gracias al cielo cuando sonó el timbre
que anunciaba el cambio de clase que
evitó que me preguntara de qué trataba,
no hubiese sido capaz de explicarle
nada sin delatarme.
Andrea apareció por la puerta, no se
sorprendió al vernos juntos. Al parecer
la gente ya había superado la curiosidad
inicial que sentían por nuestra nueva
relación. O quizás se debía a que
Andrea y Danielle eran amigas, y ella le
había puesto al día de nuestra amistad,
una palabra que estaba deseando borrar
de mi vocabulario, al menos en lo que a
Danielle se trataba. Y es que amistad
era una palabra tan vacía en este caso,
que me molestó no poder usar otra para
lo que había entre nosotros.

La mañana pasó demasiado lenta para


mi gusto. Los jueves no comíamos en el
instituto.
Andrea y yo nos escapábamos fuera,
para celebrar que el fin de semana
estaba a la vuelta de la esquina, aunque
en realidad se trataba de una excusa
para comer otra cosa diferente al puré
de patatas y guisantes que servían en la
cafetería todos los jueves. Ese día
decidimos ir al chino que había tres
calles más allá de nuestra cárcel de
libros y profesores. Ya que mi amiga
seguía con su teoría que no había chinos
gordos porque la comida china carecía
de calorías. Guardé silencio ante tan
gran patraña y agradecí la salida, no es
que estuviera especialmente hambrienta.
El tema era que esperaba ansiosa cada
cambio de clase con la esperanza de
cruzarme con Oliver. Y salir de allí
aunque solo fuera para comer, iba a ser
una auténtica liberación ante tanta
decepción, desde que habíamos hablado
en clase de gimnasia, no había vuelto a
cruzarme con él.
En la semana que llevábamos de
amistad, como decía él, o de
acercamiento, como lo veía yo, no había
vuelto a intentar besarme, mantenía las
distancias en ese aspecto, aunque en
momentos muy puntuales, me tomaba de
la mano o incluso me apartaba algún
mechón rebelde de los ojos. A veces
pensaba que intentaba tomarse su tiempo
para conocerme, dejando de lado
cualquier cosa que pudiera interferir en
ello, como una relación romántica,
nuestro pasado en común era la muestra
más evidente de que un beso lo
cambiaba todo, y otras veces decidía
que simplemente no estaba interesado en
mí de ese modo.
Pero la actitud de Oliver no era lo
único que me preocupaba, todavía sentía
el vacío que me había dejado la
separación de Samuel. De tener un
amigo incondicional, había pasado a
tener un ex amigo que se cambiaba de
acera cuando me veía y que apenas era
capaz de mirarme a la cara cuando no
podía evitar cruzarse conmigo.
Mi corazón se quejó ante el doloroso
recuerdo de la forma que mejor sabía.
Una lacerante punzada se instaló en él y
durante cinco eternos segundos fui
incapaz de llenar mis pulmones de aire,
noté como se cerraban y dejé de
respirar… Andrea palideció al escuchar
mi gemido de dolor, esta vez me asusté
hasta yo misma. Antes de ese momento,
las molestias eran soportables, me había
acostumbrado a vivir con ellas, pero el
dolor de este nuevo achaque consiguió
algo que nunca antes había sucedido,
consiguió que expresara mi dolor en voz
alta, el gemido se había escapado de mis
labios sin darme cuenta, con la misma
rapidez con la que me había quedado sin
oxígeno.
Andrea me obligó a sentarme en un
banco que había de camino al
restaurante, no me negué.
Repentinamente dejó de importarme
mostrar mi debilidad, me había
esforzado tanto por ser fuerte, para que
nadie supiera lo que sufría, sobre todo
por mi padre, por Damon, por Andrea…
Y en ese instante, me dejé llevar por la
autocompasión, por la pesada carga que
llevaba, una carga que arrastraba
diecisiete años, una losa que me había
aplastado desde mi nacimiento y
comencé a llorar, me derrumbe en los
brazos de mi mejor amiga.
Las palabras que Oliver me había
respondido unos días atrás, me habían
hecho pensar y darle vueltas a una idea
que me había rondado siempre y que
había aprendido a ver como algo
inevitable, solo que ahora sentía la
necesidad de rebelarme contra ella: yo
tampoco estaba preparada para morir.
Capítulo 8
Andrea no hizo preguntas, como la
buena amiga que era se limitó a dejarme
llorar y a consolarme mientras lo hacía.
Era la primera vez que me veía
derramar lágrimas y creo que se quedó
más conmocionada que sorprendida al
verme en ese estado. Esto no significaba
nada, yo lloraba como cualquier persona
normal, sólo que nunca me permití
hacerlo delante de nadie. Mi padre no se
merecía verme decaída o deprimida y yo
tampoco lo merecía, tuve que aprender
muy pronto a ser valiente, a ser fuerte y
a convivir con mi enfermedad. Tenía
que sacarle a la vida todo el jugo, y las
lágrimas quedaban fuera ella.
Entramos en el restaurante veinte
minutos después de abandonar el
instituto, con los ojos enrojecidos por el
llanto y la firme decisión de ser feliz el
tiempo que me quedara, por lo que no
me sorprendí cuando vi que algunas
mesas ya estaban ocupadas por otros
compañeros.
La dueña del restaurante salió a
recibirnos y nos acompañó a una mesa
para cuatro personas, sonreía sin cesar.
Dos segundos después volvió a nuestra
mesa con las cartas del menú y su eterna
sonrisa.
En la mesa de la izquierda reconocí a
los estudiantes de arte del instituto, entre
ellos a Rachel, la chica que vestía de
negro y que tenía esos extraños ojos
azules de una claridad casi transparente.
Había visto su nombre en las
exposiciones que hacían en el instituto
los del bachillerato artístico, aunque
hasta nuestro encuentro en el cuarto de
baño del Imperial, nunca me había
fijado demasiado en ella más que para
cruzar algún saludo casual. Los de arte
se relacionaban entre ellos, eran una
especie de grupo exclusivo.
Estaba de pie quitándome la chaqueta
cuando Rachel se giró y me hizo un
gesto con la cabeza a modo de saludo.
Le respondí de la misma forma. Al
girarse se apartó el cabello con la mano
y pude ver detrás de su oreja derecha un
pequeño tatuaje, parecían unas alas.
Unas diminutas alas de ángel. Me
arrepentí de no haberla saludado más
efusivamente cuando recordé su ayuda
durante la fiesta de Marc.
La camarera regresó a tomar nota y
Andrea y yo nos pusimos a mirar el
menú. Aún no habíamos decidido qué
íbamos a pedir, cuando noté que alguien
se paraba justo delante nuestro.
—Danielle, ¿eres tú? —preguntó una
voz que no reconocí familiar. Al
levantar la vista descubrí a mi
interlocutor sonriendo de oreja a oreja.
—Hola Gabriel —le saludé
sorprendida por la familiaridad con que
me había hablado. Solo nos habíamos
visto una vez y tampoco es que me
hubiera causado muy buena impresión
que digamos. Todo lo contrario que a mi
amiga. El tutor de Oliver dejó a Andrea
con la boca abierta y literalmente sin
palabras, algo que tratándose de Andrea
era un mérito digno de reconocer.
Gabriel era extraordinariamente guapo,
eso era evidente, pero su atractivo
residía principalmente en sus ojos, tenía
la mirada más extraña, hermosa y
peligrosa que jamás había visto. Me
recordaba a un gatito salvaje y taimado
que podía pasar del dulce ronroneó a
sacar las uñas en cuestión de segundos.
Noté que Andrea se sonrojaba
visiblemente a pesar de su piel dorada.
No recordaba que ella no había llegado
a conocerle la noche de la fiesta en casa
de Marc. Si bien bajamos juntas, solo yo
me acerqué a él y simplemente porque
estaba hablando con Samuel.
—Qué agradable sorpresa —dijo
sonriente, mostrando su blanca y
perfecta dentadura, iba impecablemente
vestido. Llevaba una chaqueta oscura
entre negra y gris, la llevaba abierta lo
que permitía ver qué llevaba debajo. Un
suéter de un amarillo pálido que
resaltaba sus ojos pardos, unos vaqueros
desgastados pero perfectamente
planchados, le daban el toque informal a
su estilo.
Mientras le observaba y catalogaba,
me pareció escuchar un siseo. Gabriel
debió oírlo también porque giró la
cabeza y se encontró con los ojos
clarísimos de Rachel clavados en los
suyos. Noté que Gabriel se tensaba, pero
en ningún momento perdió la sonrisa, ni
Rachel su eterna seriedad. Gabriel
volvió a fijar su atención en nosotras
pero sin perder de vista cada uno de los
movimientos de la mesa de al lado. Fue
entonces cuando jugó la baza de Andrea.
—¿Y tú quién eres preciosa? —
preguntó mientras tomaba una mano de
mi amiga y se la llevaba a los labios.
Pensé que el saludo era un poco
anticuado, pero sin duda cumplió su
objetivo, Andrea quedó totalmente
deslumbrada, hubiera jurado que no veía
a nadie más que a él en todo el comedor.
—¿Por qué no comes con nosotras?
—lo invitó sin siquiera volverse a
mirarme para ver qué opinaba al
respecto.
De nada me sirvió la advertencia de
Oliver de mantenerme alejada de él,
aunque tampoco podía culpar a Andrea
por invitarlo, ya que no le había contado
lo que mi nuevo amigo me había
advertido sobre su tutor. Y tampoco
sabía la razón de dicho consejo, sólo
contaba con mis propios sentimientos de
rechazo y me había propuesto dejar los
prejuicios a un lado, así que no había
nada que pudiera decirle a Andrea para
que desistiera de ese instantáneo interés
en él.
Gabriel se mostró encantador y
solícito, no se podía negar que era muy
educado, incluso caballeroso, en el
sentido anticuado de la palabra. Parecía
embelesado con nosotras, aunque le
resultaba difícil apartar completamente
la mirada de Rachel. Cuando eso
ocurría, cuando los dos intercambiaban
miradas que yo no entendía y que
Andrea parecía no ver. Los ojos
moteados de Gabriel, se volvían cálidos
e incluso se oscurecían, pero el efecto
nunca duraba más que unos segundos.
Me pregunté otra vez qué podía
interesarle a un chico como ese, de un
grupo de adolescentes como nosotras.
Cuando terminamos de comer era casi
la hora de nuestra siguiente clase, entre
mi llanto y lo ameno de la conversación,
tuvimos que salir corriendo de allí. Los
alumnos de arte se quedaron tomando
café ya que entraban más tarde que
nosotras. Otro de los muchos privilegios
que tenían. En Armony, las artes, fueran
cuales fueran, se respetaban y se
premiaban por encima de todo lo demás.
Gabriel se empeñó en invitarnos a
comer y Andrea le propuso que, si le
permitíamos pagar, entonces nosotras le
debíamos una invitación para otra
ocasión. Él aceptó encantado e
intercambiamos teléfonos.
Salimos tan deprisa de allí que
cuando ya llevábamos una calle, me di
cuenta que me había dejado el pañuelo
que llevaba anudado al cuello. Era un
recuerdo de mi madre, morado de estilo
hippie y no estaba dispuesta a perderlo,
por lo que le pedí a Andrea que se
marchara al instituto que yo ya la
alcanzaría. Andrea me aconsejó llamar a
Gabriel y pedirle que me lo guardara,
pero yo no estaba dispuesta a mantener
más contacto del necesario con él. Las
palabras de Oliver habían arraigado en
mí, y una cosa era no prejuzgar y otra
ser imprudente.
Cuando entré en el restaurante, la
misma china que nos había acompañado
a la mesa y atendido después, salió de
detrás de la barra con mi pañuelo en las
manos. Le di las gracias por su
amabilidad e iba a marcharme cuando vi
una escena que despertó mi curiosidad.
Rachel se levantaba de la mesa en la que
había comido con sus compañeros de
curso y se sentaba en la misma silla que
instantes antes yo había ocupado. Di
gracias al cielo que hubiera dos salones
y que ellos estuvieran en el segundo de
ellos, sobre una especie de pedestal, de
modo que yo pudiera acercarme a ellos
y colocarme tras el inmenso árbol de
plástico que dominaba el primer salón.
La decoración china siempre me había
chirriado, pero esta vez me había venido
perfecta para camuflarme en ella.
Me pareció extraña la actitud de esos
dos desde el principio. Si se conocían,
lo que parecía evidente, ¿por qué no se
habían saludado al entrar? Y ¿por qué
ese juego de miradas que habían
compartido durante la comida?
—Hola Mefisto, ¡cuánto tiempo! —le
saludo Rachel, había demasiada
confianza entre ellos. Mis suposiciones
parecían tener cierta base. Realmente se
conocían… Pero lo que me llamó la
atención fue el cambio de nombre.
Debía ser un apodo, concluí. Un apodo
extraño que debería tener algún
significado para ellos.
—Hola ángel —contestó Gabriel—.
Veo que sigues en el mismo bando, es
una pena, sabes que siempre he tenido
debilidad por ti —ronroneó,
haciéndome sentir incómoda, como una
mirona que interrumpiera una cita
amorosa—. Por cierto, llámame Gabriel
—le pidió con una gran sonrisa que
iluminó sus rasgos.
La risa con que respondió Rachel
sonó musical, me pilló desprevenida,
jamás la había visto sonreír, siempre se
mostraba seria. Me sorprendió que ese
hermoso sonido pudiera surgir de ella.
—¿Gabriel? —preguntó divertida—.
Ya has terminado con todos los nombres
de arcángeles: Miguel, Rafael… ¿Qué
va a ser después, Jesús? —y ya no había
ni rastro de la risa que había descubierto
en ella. Más bien parecía enfadada o
más bien ofendida.
—No me tientes ángel, no me
tientes… Ya sabes que ese es mi
trabajo.
Empecé a marearme, la conversación
era tan confusa que dudé de que
estuviera oyendo bien.
—¿Qué estás haciendo aquí, Mefisto?
¿Por qué ese interés después de dos
años, en los que no has movido ficha?
Te creía fuera de la ciudad, ¿cuándo has
vuelto? —preguntó seria, sin un atisbo
de calor en su mirada.
—Estoy protegiendo mis intereses, lo
mismo que tú, querida. Y si no he
movido ficha antes es porque no sabía
que tenía que hacerlo. Habéis sido muy
malos conmigo. Los dos me la habéis
ocultado, y eso está mal, yo que creía
que no os llevabais bien —siempre
conseguía darle un toque de fingida
dulzura a sus palabras. Pensé que
Gabriel sería capaz de amenazar a
alguien de muerte con una sonrisa en los
labios—. En cuanto a irme, te
equivocas… Nunca me he ido,
simplemente me he movido por
ambientes distintos a los tuyos.
—No hay nada aquí para ti —
sentenció Rachel visiblemente molesta
por la indiferencia de Gabriel.
—Te equivocas ángel. Ella es como
yo, se parece más a mí que a ti y muy
pronto será mi pupila. Va a ser tan fácil
que me voy a aburrir mucho. A lo mejor
te apetece entretenerme, ¿por los viejos
tiempos? —preguntó mientras se
acercaba a Rachel, que se mantenía
impasible.
—Nunca más —murmuró en un
susurro, mientras se levantaba de mi
silla y volvía a su lugar entre sus
compañeros. Los ojos de Gabriel no
perdieron detalle de sus movimientos
mientras avanzaba entre las mesas.
Salí sigilosa de mi escondite, más
confusa que nunca. Sabía que había
mucho más en esa conversación de lo
que yo era capaz de entender. Y la única
persona que podía tener una respuesta
era Oliver. Pero no iba a arriesgarme
con él hasta estar segura que era de fiar.
Si Rachel tenía tanta relación con
Gabriel, seguramente también la tenía
con Oliver, ¿por qué entonces fingían
cada vez que se cruzaban? Incluso yo
había sido testigo del desdén con el que
se habían mirado el uno al otro.
Cuando atravesé la puerta principal
del instituto comenzó a sonar la sirena
que daba aviso de que las clases volvían
a retomarse después del descanso de la
comida, con un poco de suerte y una
pequeña carrera, era probable que
llegara a tiempo, si no siempre podía
justificarme diciendo que me sentía mal
y había ido a la enfermería, con mis
antecedentes era casi imposible que el
profesor fuera a comprobarlo.
Iba directa a francés cuando en el
pasillo casi vacío apareció Theresa,
sola, sin su inseparable séquito.
—Tenemos que hablar —me dijo muy
seria. Estaba parada frente a mí y no
parecía muy dispuesta a dejarme pasar
sin más.
—Después, ahora tengo clase —me
excusé educadamente, lo último que
quería era discutir con ella.
—Me parece que no. Vas a hablar
ahora conmigo, aquí en medio del
pasillo o en el lavabo de chicas, tú
eliges —sabía lo que andaba buscando,
sabía por qué tanto interés en hablar
conmigo y sabía que no me dejaría en
paz hasta que lo hiciera.
—Mejor el lavabo —respondí
indiferente, nada de lo que pudiera
contarme o proponerme me iba a venir
de nuevas. Era la misma historia de la
última vez, aunque la noté más agresiva
que entonces, ahora estábamos solas y
era evidente qué era lo que Theresa
quería de mí, así que mejor hacerlo en la
privacidad del cuarto de baño.
La seguí en silencio, más pendiente de
ordenar mis pensamientos que de
preocuparme por lo que iba a suceder
con ella.
Cerró la puerta tras de mí y se apoyó
en ella, para dejarme claro, por si me
quedaba alguna duda, que no iba a
dejarme salir de allí por las buenas.
—Te lo advertí Danielle, te dije que
te alejaras de Oliver y no me has hecho
caso, y eso no está bien —empezó en un
tono meloso, que me recordó a Gabriel,
un tono que pretendía ser amable, pero
que se sentía forzado y falso.
—No sé de qué me hablas, solo
somos amigos —respondí a la
defensiva. No me gustaba ni su actitud,
ni el hecho de que no se apartara de la
puerta, pero sobre todo me molestaba
ese sentido de la posesión que tenía con
Oliver.
— ¿Amigos? Oliver no tiene amigas,
Danielle, ¿crees que soy estúpida? —
preguntó fingiendo indignación.
—Sí, y antes que preguntes te diré, sí
que tiene amigas y sí, creo que eres
estúpida, de hecho estoy segura de que
lo eres —la vi abrir los ojos como
platos ante mi ataque verbal—. ¿De
verdad crees que le intereso de otra
manera? Pero si hasta te pidió a ti que
dejaras de ser mi amiga cuando
empezaste a salir con él… —
contraataqué a pesar que mis palabras
me hacían más daño a mí misma que a
ella.
—¡Vaya! Al final la estúpida vas a
ser tú —se rió burlona—. Oliver jamás
me pidió que os dejara. La idea fue mía.
Os vi ¿sabes? Yo estaba en el pasillo,
frente a los vestuarios, y vi como os
besabais. No podía permitir que
estuvierais cerca, así que me inventé eso
de que Oliver no quería que fuera tu
amiga. Y luego él comenzó a ignorarte e
hizo que mi jugada fuera un éxito, tú y
Andrea creísteis de verdad que era
culpa de Oliver y yo te saqué de en
medio de un plumazo. Brillante
¿verdad?
—¿Por qué? —pregunté con la voz
temblorosa, por qué alguien a quien
durante años había considerado mi
amiga, podía odiarme tanto.
—Estaba tratando de cuidar mis
intereses, no era buena idea que
rondaras por ahí, después del beso que
vi entre vosotros. Además estaba
cansada de ser la segundona. Soy guapa,
siempre lo he sido —se vanaglorió y era
verdad, era alta y delgada, pero con
curvas y su espléndido cabello negro y
rizado le llegaba casi a la cintura. Sus
ojos oscuros eran penetrantes y fríos,
pero en conjunto era muy atractiva—. Y
tú y tu estúpida enfermedad siempre
estabais por delante mí, con vosotras al
lado no podía explotar todas mis
posibilidades. Andrea te protegía como
una madre, Samuel estaba loco por ti y
tú no te dabas cuenta, hasta Marc y Alex
estaban pendientes de todas tus
tonterías. Simplemente quería conservar
lo que me pertenecía.
—No sé quién eres —dije, intentando
tragarme las lágrimas. Para ser una
persona que no lloraba lo había hecho
ya una vez y estaba a punto de hacerlo
una segunda en el mismo día.
Sonrió, simplemente sonrió. Decidida
a irme me planté frente a la puerta, pero
ella me cogió del brazo y me apretó con
fuerza.
Un grito de dolor escapó de mi boca,
me estaba clavando las uñas a través de
la tela del jersey y de la chaqueta.
La puerta del baño se abrió de golpe,
empujándonos a las dos al hacerlo.
Ambas contuvimos la respiración,
esperando ver al profesor de guardia,
que nos obligaría a volver al aula
después de una charla sobre faltar a
clase. Pero la cabeza que se asomó no
era la de un profesor. El pelo oscuro era
demasiado largo para pertenecer a un
profesor y una cazadora de cuero no era
el atuendo adecuado para dar clase.
Oliver se fijó en que Theresa me
mantenía cogida y de una zancada se
metió dentro del cuarto de baño de las
chicas.
—Suéltala ahora mismo —ordenó a
Theresa con voz firme y fría, ni siquiera
se molestó en mirarla, sus ojos estaban
fijos en mí.
Ella obedeció fingiendo no entender
su actitud. Aunque antes de soltarme me
dio un último apretón más intenso y
doloroso que el primero, a modo de
advertencia, para que mantuviera la
boca cerrada sobre lo que había
sucedido momentos antes.
—¿Qué pasa Oliver? Somos viejas
amigas saltándose las clases juntas y
poniéndose al día de nuestra vida,
¿verdad Danielle? —preguntó con tanta
naturalidad que si yo no hubiese sido la
destinataria de su ataque de ira, incluso
la hubiese creído. Me pregunté si
Theresa había sido siempre tan falsa y
taimada o si había cambiado desde que
no éramos amigas. Pero recordé lo que
acababa de confesarme y sentí nauseas,
tenía que agradecerle a ella todos mis
complejos y mi animadversión por
Oliver en los últimos dos años.
—Tengo que irme —dije mientras
inconscientemente me frotaba el brazo
dolorido. Me acerqué a la puerta con las
piernas temblorosas, me sentía
traicionada, confundida y descolocada,
todas las razones que creía haber tenido
para mantenerme alejada de Oliver eran
una mentira, mis prejuicios eran una
mentira, que quisiera alejarse de mí a
toda costa era una mentira… ¿Cuántas
cosas más en mi vida eran una mentira?
¿Mi amistad con Samuel? Huía de mí en
cuanto la cosa se torcía…
—Todavía no nos hemos puesto al día
—comentó alegremente, aunque yo sabía
que lo que estaba era amenazándome
para que me quedara o para que
entendiera que todavía no había acabado
conmigo.
—Otro día. Aunque en realidad,
Oliver será capaz de contestar a tus
interrogatorio mucho mejor que yo —
respondí y salí por la puerta dispuesta a
marcharme a casa. Pero en el último
momento me volví, yo no me amilanaba,
no tenía miedo y no me rendía—
Theresa —la llamé—, entiendo que
estés tan hecha polvo, la verdad es que
besa genial —me di la vuelta y los dejé
a los dos con diversas expresiones de
perplejidad.

Salí de allí, sin siquiera molestarme


en despedirme de Theresa. No había
sido difícil darme cuenta que Danielle
no estaba allí disfrutando de un momento
de amigas, como había dado a entender
ella. Me atreví a entrar al baño de las
chicas al escuchar el grito de dolor que
había proferido Danielle cuando
Theresa la había agarrado del brazo, ni
siquiera sabía que eran ellas las que
estaban allí.
Al entrar y ver cómo la tenía sujeta
por la fuerza, me sorprendí imaginando
que la abofeteaba por hacerle daño, ella
era siempre tan dulce con todo el
mundo. Incluso enfadada era
encantadora. Sus últimas palabras me
tenían confundido e incluso celoso, ¿qué
había querido decir con lo del beso?
¿Estaban hablando de Samuel? En mi
corazón albergaba una pequeña
esperanza, pero de ese beso hacía tanto
tiempo que dudaba que lo recordara,
tenía que saberlo o me volvería loco.
No me costó mucho seguir su ritmo.
Me puse a su lado en silencio, la dejé
salir fuera del centro sin molestarla
hasta que vi que iba directa a la calle
dispuesta a irse andando a casa,
suavemente la cogí por el brazo y me
maldije cuando la vi encogerse de dolor;
la dirigí hacia el aparcamiento donde
estaba mi coche y fue entonces cuando
me di cuenta que estaba haciendo
esfuerzos por no llorar. Al verla tan
valiente y al mismo tiempo tan
indefensa, sentí algo que hacía años que
me había prohibido sentir; empatía,
dolor, amor…
Había desterrado de mi interior los
sentimientos, y ahora de golpe, el llanto
contenido de esta chica me los devolvía
todos multiplicados por los años que
había pasado sin ellos, fue como si me
golpearan el pecho y me quedara sin
respiración.
Estaba más perdido que nunca y
llevaba perdido cuatro siglos.
Capítulo 9
Me paré en seco cuando noté que
Oliver ya no me acompañaba. Estaba a
cuatro pasos de mí, completamente
pálido y con el rostro descompuesto. Me
miró y noté una infinita tristeza en sus
ojos verdes, incluso su sonrisa fue triste
y forzada. Sus ojos me parecieron los
más viejos y sabios que había
contemplado jamás.
Inesperadamente sentí que necesitaba
su silenciosa presencia a mi lado para
poder calmar el dolor que sentía en el
pecho. No se trataba de un dolor físico,
era algo intangible pero igual de
poderoso y dañino, probablemente más.
Cuando se dio cuenta que lo esperaba,
se acercó lentamente a mí, en el más
absoluto silencio me tomó de la mano y
me guió hasta su coche. Me dejé llevar,
tras la confesión de Theresa, sentía que
me faltaban piezas para el rompecabezas
que era mi vida desde la aparición de
Oliver.
Subí a su coche con la mente llena de
preguntas, preguntas que no me atrevía a
formular en voz alta, la conversación
que había escuchado entre Gabriel y
Rachel me había confundido totalmente.
—Danielle —susurró Oliver cerca de
mi oído—, ¿qué me has hecho?
Me quedé parada ante su proximidad
y la sensualidad con la que había
pronunciado mi nombre. Incapaz de
hablar solo pude mirarlo fijamente.
Entendía a la perfección su pregunta
porque a mi me pasaba lo mismo con él.
Tampoco era capaz de explicarme lo
que ese chico le había hecho a mi
ordenada vida. Desde que él había
entrado en ella, había perdido a un
amigo, a una amiga y ganado una
enemiga. Y pese a todo yo anhelaba
estar cerca de él. Oliver se aproximó
hasta casi tocar mi mejilla con sus
labios. Sentí que mi pulso se aceleraba,
aunque esta vez no tuve que tomarme las
pulsaciones, esta vez no tenía nada que
ver con mi enfermedad, sino con el
chico que tenía frente a mí y que me
miraba con aquellos profundos ojos
verdes moteados de dorado en los que
me había perdido para siempre dos años
atrás, cuando permití que me diera mi
primer beso.
Instintivamente le toqué los labios con
los dedos, eran suaves y cálidos. El
labio inferior un poco más grueso que el
superior, apenas perceptible. Sentí su
aliento entre mis dedos, y me perdí en el
deseo de su mirada. Cerré los ojos en
los que estaba segura que él podía ver lo
mismo y me incliné los pocos
centímetros que nos separaban. Oliver
me esperaba, en cuanto posé mi boca
sobre la suya, atrajo mi cuerpo a su
calor. Me sentía poderosa y valiente,
había hecho por fin lo que llevaba meses
soñando, había tomado la iniciativa y le
había besado yo. Perdí el hilo de mis
pensamientos cuando Oliver paseó sus
dedos sobre mis costillas, arriba y
abajo, delicadamente, sin pausa. Aspiré
su aroma y me aferré con fuerza a su
cuello, deseando que el momento se
prologara para siempre. Siempre, una
palabra a la que yo no tenía derecho.
Noté algo cálido resbalar por mis
mejillas.
Me separé de Oliver bruscamente. No
podía permitírmelo, vivir estaba bien,
experimentar estaba bien, pero amar era
demasiado doloroso para alguien como
yo. Cuando me fuera ya iba a dejar a
bastantes seres queridos como para
ahora añadir uno más a la lista.
Marcharse iba a ser muy difícil si tenía
que dejarle a él.
Disimulé mi malestar y mis lágrimas,
y Oliver tuvo la amabilidad de hacer
como que no se había dado cuenta de
ellas.
Danielle, repetía en mi mente,
Danielle y su dulzura, Danielle y sus
labios. Nada de lo mucho que había
vivido me había preparado para ese
momento. El beso que nos habíamos
dado dos años antes, no había sido nada
comparado con este beso. La conexión
era tan profunda que podía sentir el
rugido de la sangre en mis venas. Una
serie de imágenes invadieron mi mente,
Danielle a mi lado para siempre.
Danielle firmando con su propia sangre.
Y entonces, cuando casi había aceptado
la idea como posible, como viable, ella
se había separado de mi y yo me había
sentido culpable por albergar esos
pensamientos.
La criatura egoísta que había sido
toda mi vida, se deleitó ante la idea de
tenerla conmigo, pero el nuevo Fausto,
el Fausto que Danielle había despertado
se horrorizaba ante la mínima
posibilidad de condenar a un ser tan
bueno y dulce como ella.
Tenía que estar preparado para
dejarla marchar, en más de un sentido.
Arranqué el motor en silencio y
conduje. Danielle evitó mirarme durante
el trayecto, entre avergonzada y afectada
por algún pensamiento que parecía
doloroso y que no compartiría conmigo.
Ignoré sus lágrimas por temor a
avergonzarla más.
Cuando paré en la puerta de su casa,
apenas me miró, pero yo necesitaba más,
necesitaba que me dijera de quién estaba
hablando con Theresa, de quién eran los
besos que tanto había disfrutado.
—Gracias por traerme —dijo en un
susurro.
—Cuando quieras, estoy a tu servicio
—bromeé, para hacerla sonreír, pero no
obtuve mi premio. Se marchó cabizbaja
mientras yo volvía a quedarme solo. Una
sensación a la que no había logrado
acostumbrarme a pesar de los años en
los que había sido mi única compañera.
Dispuesto a olvidarme de todo lo que
me rodeaba conduje hasta casa a toda
velocidad, la muerte había dejado de
importarme, en ese momento solo quería
escapar.
Aparqué el coche en la entrada de
casa sin siquiera molestarme a meterlo
en el garaje, me empujaba la necesidad
de tocar. De canalizar mis sentimientos,
mis frustraciones a través de la música.
Mi pasión más peligrosa.
Entré en el salón con tanta fuerza que
casi saqué la puerta de sus goznes. Mi
pulso estaba acelerado, mis dedos
temblaban ansiosos con la misma fuerza
con la que temblaban los alcohólicos
antes de tomar su primera copa del día.
Suavemente aparté el taburete y me
senté frente a mi querido piano. Los
temblores cesaron, la ansiedad paro. Era
débil, otra vez… Mis dedos acariciaron
las teclas, cerré los ojos, no necesitaba
leer las partituras, estaban todas en mi
cabeza. Las veía cuando cerraba los
ojos, cuando los tenía abiertos. Invadían
mi mente a todas horas. La melodía
subió de tono, descargué en ella todo lo
que soy, mi miedo, mis deseos más
oscuros…
Cuando terminé de tocar tenía el
cuerpo relajado y la cabeza despejada.
La droga había vuelto a hacer su efecto.
—¡Bravo! —aplaudió Gabriel y sus
palabras me trajeron a la mente otro día
lejano, en una tierra también lejana en
que mi vida y mi destino dejaron de
pertenecerme.
En cuanto llegué a casa fui directa a
encender el ordenador, esforzándome en
no pensar en lo que acababa de ocurrir
entre Oliver y yo, ya tenía bastantes
cosas en que pensar en un solo día. Pero
me resultaba difícil olvidar sus labios y
el olor de su piel. Sentí como el vello se
me erizaba con el recuerdo. Moví mi
cabeza de un lado a otro, como si mi
mente fuera una de esas pizarras en las
que podías escribir y al mover un botón
de lado a lado, se quedaba vacía y
limpia, dispuesta para que volviéramos
a reescribir nuestra historia.
El ordenador se encendió finalmente
con lo que ya no tenía ninguna excusa
para seguir divagando sobre lo que
Oliver me hacía sentir, ahora iba a
intentar descubrir de qué iba la
conversación entre Gabriel y Rachel, lo
de Oliver ya lo analizaría más adelante,
cuando el recuerdo de sus labios no
estuviera tan nítido en mi memoria.
El ordenador tardó un minuto en
iniciarse y otro más en abrirse la pagina
de la Wikipedia.
Escribí el nombre con el que Rachel
había llamado a Gabriel, si era un apodo
quizás pudiera encontrarle el sentido por
el que se lo habían puesto y con ello
lanzar alguna hipótesis sobre lo que
estaba sucediendo.
En seguida apareció mi búsqueda.
Mefisto puede referirse a:
1. Mefistófeles, como subordinado
de Lucifer.
2. Mefistófeles, de la obra Fausto de
Johann Wolfgang von Goethe.
Lucifer, o lo que era lo mismo, el
diablo, la primera acepción no pintaba
muy bien. Fausto, segunda vez en el día
que me encontraba con ese nombre.
Tomé nota mental de sacarlo de la
biblioteca al día siguiente. Quizás el
libro pudiera darme más pistas sobre lo
que estaba pasando a mi alrededor.
Me tumbé en la cama, demasiado
cansada como para cambiarme y
ponerme el pijama, cogí el libro que
descansaba en mi mesilla de noche,
Cumbres borrascosas. Un clásico que
estaba dispuesta a terminar de una vez
por todas. Lo había comenzado porque
era el libro de cabecera en cada novela
de literatura juvenil que leía, pero entre
que los personajes eran odiosos y que la
historia no me atraía nada, estaba siendo
una historia que me moría por terminar.
No lograba entender el éxito que tenía la
historia, la protagonista tenía a dos
hombres a los que amar y contra todo
pronóstico se decidía por el más oscuro
de los dos.
Abrí el libro por la página en que me
había quedado y retomé la lectura, jamás
dejaba una novela a medias, no
importaba lo que me costara. No podía
permitirme abandonarla y dejarla para
más adelante, yo nunca sabía si tendría
un más adelante.
Pensé que Gabriel se parecía un poco
a Heathcliff, no en el aspecto físico, ya
que Gabriel era muy atractivo y
Heathcliff era más bien feo, me lo
recordaba por otro motivo, tenía la
sensación que Gabriel al igual que
Heathcliff amaba con la misma
intensidad con la que odiaba.
Capítulo 10
Hacía años que no soñaba con
Isabella, pero esa noche había vuelto a
irrumpir en mis sueños, Danielle me
había dejado con la guardia baja y mi
arrebato al piano, había sido el
detonante definitivo. Abrí los ojos
lentamente, saboreando los recuerdos
mientras aún estuvieran frescos en mi
mente. Mi hermana había vuelto a mí por
primera vez en mucho tiempo.
La música había liberado mis
fantasmas. Los recuerdos de mi dulce y
delicada hermana eran los más queridos
y al mismo tiempo, los más dolorosos,
de toda la gente a la que había conocido
y había perdido, ella era a la que más
había necesitado a mi lado, con ninguna
de mis otras hermanas me sentí nunca tan
afín como con ella. Isabella era una
constante en los únicos años en los que
realmente había sido feliz.
Resultaba fácil mirar esa parte de mi
pasado. Mi vida había sido perfecta en
muchos sentidos, si bien no tocaba con
la maestría con la que deseaba hacerlo,
en otros aspectos de mi vida, disponía
de todo cuanto quería. Hasta que nuestro
padre contrató a Mefisto como
secretario, a partir de ese momento,
nuestra apacible vida se desmoronó.
Mi padre y Mefisto se conocieron en
casa del abogado de la familia. El
señor Lombarda. El letrado lo había
recomendado encarecidamente como
un joven educado e inteligente.
Perfecto para entrar al servicio de la
distinguida familia del conde de
Bassani.
Mi padre, demasiado preocupado
por las apariencias, había aceptado
ante la insistencia del mejor abogado
de toda Florencia y las cartas de
recomendación que traía consigo
Mefisto, escritas por los hombres más
influyentes de toda Italia.
A los dos meses de trabajar para
nuestra familia, Mefisto ya se había
ganado un lugar de honor en nuestra
mesa y en nuestra casa. Mi padre que
siempre se había mostrado distante con
sus empleados, y reacio a considerar a
alguien que no fuera de su rango,
trataba a su joven secretario con la
deferencia con la que agasajaba a los
mismísimos Medicis cuando aparecían
por nuestro hogar.
Mefisto se dejaba querer,
convirtiéndose en el confidente de toda
la casa, desde mi propio padre hasta
las fregonas le contaban sus secretos
más íntimos. No hacía distinción
alguna en sus galanterías, lo que le
valía siempre los mejores platos, las
sábanas más almidonadas o las
camisas mejor planchadas de toda la
mansión. Su sonrisa era constante y sus
modales aunque artificiosos, le
otorgaban el elogio de mi familia y la
aceptación de nuestros amigos.
El único que se mantenía al margen,
era yo mismo. Mi interés en esa época
estaba completamente volcado en mis
estudios de piano. Incluso mi propia
prometida, Laura Delacrosse, la hija
del mejor amigo de mi padre, el conde
Delacrosse, su socio en la mitad de sus
negocios, había caído rendida bajo el
poder de sus versos.
Isabella parecía tan feliz por aquel
entonces… Y cuando todo se complicó
yo no estaba allí para apoyarla. La
noche que se suicidó, yo había estado
bebiendo y bailando con todas las
mujeres que habían aceptado hacerlo.
No estuve allí para ella, le había
fallado, había fallado a la única
persona que me amaba
incondicionalmente. La única por la
que yo sentía verdadero amor.
Cerré los ojos con fuerza y traje a mi
mente las escenas de mi sueño.
Isabella sonreía y daba vueltas
sobre sí misma haciendo que su falda
se enredara entre mis piernas y se
hinchara. La brisa jugaba con su pelo
negro, y bajo sus pies había un manto
de flores blancas que cubrían casi en
su totalidad el suelo verdoso en el que
crecían. Isabella en ningún momento
me había hablado, solo me había
sonreído y yo le había devuelto la
sonrisa conmovido. Antes de
desaparecer de mi vista, se había
llevado la mano a los labios y me había
enviado un beso, un beso cálido que
sentí posarse en mi propia mejilla.
Mi hermana me había sonreído y se
había despedido de mí como si yo no
hubiese sido el culpable de su muerte,
si yo hubiese estado allí esa fatídica
noche, ella habría acudido a mí, me lo
hubiera contado todo, y yo habría dado
hasta mi propia vida por proteger la
suya.
Sin ninguna duda, la muerte de
Isabella era la peor de todas mis faltas.
Por mucho que intentará redimirme,
jamás lo conseguiría.
Capítulo 11
El viernes por la mañana aproveché
la hora de estudio para pasar por la
biblioteca, devolver Cumbres
borrascosas, que ciertamente me
parecieron muy borrascosas, y sacar el
Fausto de Goethe para comprobar si
guardaba alguna relación o me
desvelaba algo sobre la confusa
conversación que había escuchado en el
restaurante entre Gabriel y Rachel.
Estaba en la sección de literatura
buscando el libro, cuando vi a una de las
implicadas que pasaba a una estantería
de mí. Sin pensármelo mucho, decidí
acercarme y hablar con ella. Siempre
era mejor opción que preguntarle
directamente a Gabriel o a Oliver, al fin
y al cabo era una chica y seguramente
me resultaría más cómodo hablar con
ella. Cuando por fin le di alcance, vi que
se había parado frente a una estantería
de la sección de arte y que tenía un libro
en la mano. Estaba absorta
contemplándolo, lo que me permitió
observarla a placer. Siempre me había
quedado con la imagen que daba con su
ropa oscura y su pelo lacio y negro, pero
ahora que la miraba de verdad y con
verdadero interés, despertado
principalmente por la conversación de
la que había sido testigo, me di cuenta
que era una chica muy guapa. Su piel era
blanca y perfecta, no se veía ninguna
imperfección en ella y estaba segura que
si utilizara ropa de otro color resaltaría
su serena belleza.
La extraña claridad de sus ojos y la
palidez de su piel se veía aumentada por
la ropa negra que insistía en llevar día
tras día. Parecía que buscara pasar
desapercibida a toda costa.
Rachel se tensó cuando notó que me
ponía a su lado, pero no apartó la
mirada de su libro.
—¿Qué quieres? —preguntó sin
mirarme, con su habitual tono duro.
—Necesito hablar contigo —
respondí, y la sequedad de sus palabras
hizo que me dieran ganas de dar media
vuelta y marcharme. Quizás me había
equivocado y no iba a ser más fácil
hablar con ella sino todo lo contrario.
Giró la cabeza mientras volvía a
colocar el libro en su sitio y me encaró
con sus ojos azules, que si fueran un
poco más claros, serían transparentes.
—¿De qué quieres hablar? —
preguntó ahora con más tacto y quizás un
poquito de ¿interés? ¿O era curiosidad
lo que se adivinaba en sus ojos?
—¿De qué conoces a Gabriel? —
pregunté sin apartar la mirada. Fue por
eso que noté como se le tensaba la
mandíbula al escuchar ese nombre.
—¿Perdón? —dijo burlona—. Creo
que te has equivocado de persona, yo no
conozco a ningún Gabriel.
—Mientes —la acusé—. Ayer volví
al restaurante a por mi pañuelo y te vi
hablando con él. Es más, escuché lo que
decíais y era más que evidente que erais
amigos. Necesito que me cuentes por
qué Oliver no quiere que me acerque a
él y por qué tú niegas conocerle.
—Es de mala educación escuchar
conversaciones ajenas —me regañó muy
seria.
—También es de mala educación
mentir a las personas, y tú me has dicho
que no lo conocías cuando en realidad
sé que sois íntimos —Rachel enrojeció
hasta la raíz del pelo.
—Supones demasiado para lo poco
que oíste —me sorprendió ver la ira que
tenía acumulada en su interior.
—Cierto, por eso quiero respuestas
—le pedí con un hilo de voz. No es que
quisiera respuestas, es que las
necesitaba, si Oliver estaba implicado,
necesitaba saber si podía confiar en él.
Pero al mismo tiempo sentía pánico por
lo que podía descubrir. Pánico porque
fuera lo que fuera lo que hubiera detrás,
Oliver estaba envuelto en ello y yo
había vuelto a aceptarlo en mi vida. Le
había dado la posibilidad de volver a
hacerme daño.
—Pregunta lo que quieres saber y yo
decidiré si te respondo o no —ofreció
Rachel. Al parecer era todo lo que
estaba dispuesta a ofrecerme—. Pero
primero debes saber que yo nunca
miento, me has preguntado por Gabriel y
yo no conozco a ningún Gabriel, aunque
sí conozco a un Mefisto que últimamente
se hace llamar así.
—De acuerdo —acepté su palabra,
quizás fuera cierto que no conocía a
Gabriel por su nombre, puede que
Mefisto fuera su apellido, en cualquier
caso volví a insistir—. ¿De qué conoces
a Gabriel? —repetí, tanteándola a la
espera que cometiera un error y lo
soltara todo.
—Conozco a Gabriel desde hace
mucho tiempo. Podríamos decir que
salimos juntos una temporada.
—¿Qué pasó? —pregunté curiosa, la
pregunta no iba a resolver mis dudas,
pero mis ganas de conocer los detalles
me impulsaron a hacerla.
—Digamos que mi padre se enteró y
no le hizo mucha gracia —adivinó lo
que le iba a preguntar a continuación,
porque me respondió a la pregunta que
rondaba en mi cabeza—. A parte de
porque no es una buena influencia,
digamos que su padre y el mío son
rivales en los negocios.
Me quedé intrigada con la
explicación, pero al fin y al cabo yo
estaba interesada en que respondiera a
otras preguntas, y ninguna era sobre su
vida privada.
—¿Por qué Oliver no quiere que me
acerque a él? —diferentes respuestas me
rondaban por la mente. Estaba celoso de
Gabriel porque era mayor y muy
atractivo, estaba metido en malas
compañías, consumía drogas…
—Es una mala influencia, ya te lo he
dicho —se limitó a responder. Quizá mi
suposición de las drogas no iba tan
desencaminada, pensé.
—¿A qué te refieres? —pregunté para
cerciorarme.
—No es una buena persona. Es
manipulador, falso y mentiroso. No te
puedes fiar de él. Siempre tergiversará
todo de manera que el favorecido sea él.
Mantente alejada de él. Es lo mejor para
todos —su rostro no mostraba ningún
sentimiento mientras hablaba, me di
cuenta que estaba ocultando sus
emociones con mucha pericia, pero algo
en sus ojos revelaba que había
emociones que ocultar. No era tan fría
como pretendía parecer.
Habíamos mantenido toda nuestra
conversación, apoyadas en la estantería
del pasillo de arte de la biblioteca del
instituto, estaba a punto de sonar la
sirena de aviso de la siguiente clase y no
podía andarme con rodeos si pretendía
sacarle toda la información posible.
—Si es tan mala influencia, ¿por qué
Oliver lo tiene como tutor? —empecé a
temblar demasiado ansiosa por escuchar
su respuesta. A pesar de no conocerla
apenas y de las distancias que marcaba
entre las dos, sentía que Rachel era
sincera, que cada palabra que salía por
su boca era absolutamente cierta. No
podía explicarme el por qué de modo
coherente, pero era un sentimiento que
tenía arraigado dentro de mí.
—A lo mejor Oliver no es tan
perfecto como tú crees —sentí que algo
se me escapaba, nunca había pensado
que Oliver fuera perfecto, era el chico
que se había mostrado encantador
conmigo, que me había robado mi
primer beso y que acto seguido había
procedido a ignorarme durante dos
largos años, estando cada día taquilla
con taquilla. El mismo chico que había
sido novio de una de mis mejores
amigas… Pero las palabras de Rachel
iban más allá de eso. Ella estaba
diciéndome algo mucho más importante,
algo que yo no lograba entender o no
quería aceptar, en las dos respuestas
residía parte de la verdad.
—¿Qué es exactamente lo que quieres
decir? —pregunté con un hilo de voz.
—Te he dicho que contestaría a tus
preguntas. Y que me reservaría evitar
responder a las que yo considerase
oportunas. Y esta me parece oportuna
ignorarla, así que si quieres saber
exactamente lo que quiero decir, creo
que ya sabes a quién tienes que
preguntarle, Danielle.
Y dicho esto se marchó, dejándome
más confusa y perdida que cuando me
levanté por la mañana. Me apoyé en el
mismo lugar en el que había estado ella
e intenté tranquilizarme. ¿Qué me estaba
perdiendo? ¿Cuál era el misterio que no
lograba descifrar?
Sonó el timbre que anunciaba el
cambio de clase y me apresuré a buscar
el libro por el que había ido allí.
Resultó ser un tomo bastante
voluminoso en el que se añadía un
estudio sobre el personaje. Hojeé las
primeras páginas y vi que había una
bibliografía extensa sobre el tema. El tal
Fausto debía ser un personaje bastante
conocido si había tantos estudios sobre
él.
Me acerqué al mostrador de
préstamos en el que la típica
bibliotecaria con moño y gafas de pasta
con diamantes falsos en los extremos
nos hacía callar a todos con un ademán
enfadado. Le devolví Cumbres
borrascosas y sus ojos se iluminaron al
verlo, me preguntó qué me había
parecido y ante mi falta de entusiasmo
me miró airada y severa.
Metí Fausto en la mochila y apresuré
el paso hasta la clase de literatura del
profesor Martin. Quizás podría
preguntarle después sobre Fausto y
Goethe, si había alguien que pudiera
contarme algo, ese era el profesor
Martin.
Corría camino a clase cuando en el
pasillo casi vacío me di de bruces con
Samuel. Me sorprendió y dolió a la vez
que fingiera no verme, no esperaba ese
tipo de reacción por su parte. Marc, que
estaba a su lado, me sonrió mientras
hacía un gesto de disculpa con la
cabeza. Le respondí, aunque la sonrisa
que me salió era triste, mi mundo se
desmoronaba por momentos y lo peor de
todo es que seguía sin entender por qué
había cambiado todo tan rápidamente.
El señor Martin, era un profesor de la
vieja escuela, hacía años que tenía que
estar jubilado, pero ahí seguía al pie del
cañón y dispuesto a dar guerra un año
tras otro. No permitía que sus alumnos
le tutearan y del mismo modo él nos
trataba de usted a nosotros. Cuando la
clase terminó, Andrea se acercó a mi
pupitre dispuesta a esperarme, como
siempre, pero le hice un gesto con la
mano para que se fuera. No se
sorprendió, debió pensar que quería
hablar con El Bulldog, apodo con el que
le llamábamos todos sus alumnos, y
estoy segura que también algún profesor,
y no hablo solo de mi padre. Ya que
como buen perro de presa, cuando
pillaba a algún estudiante no lo soltaba
hasta hacerlo trizas.
Además, como sus homónimos, tenía
un excelente olfato para adivinar a los
incautos que no habían estudiado o
hecho los deberes que había mandado el
día anterior y en esos casos la víctima
de su verborrea seguramente prefiriera
vérselas con un bulldog hambriento
antes que con el señor Martin.
—Señor Martin, ¿puedo preguntarle
algo? —pedí educadamente y al mismo
tiempo temerosa de su reacción.
—¿Es sobre la lección de hoy? —dijo
sin levantar la vista de sus papeles.
—No —me limité a responder.
—Entonces puede —cedió levantando
la mirada y clavándola en mí—. No
estoy dispuesto a repetir la lección solo
porque usted no haya estado atenta, pero
si se trata de otro asunto estoy dispuesto
a escucharla.
El viejo señor Martin a pesar de sus
fieros modales, era uno de mis
profesores favoritos, y no solo porque
impartiera literatura, sino
principalmente porque nunca hacía
distinciones conmigo. Para él era una
alumna más, independientemente de que
estuviera o no enferma. Era
reconfortante sentirse normal de vez en
cuando.
—Quería saber sobre un libro que
saqué esta mañana de la biblioteca,
Fausto —expliqué, impaciente por
escuchar lo que me pudiera decir sobre
él. Como él permaneció callado, abrí la
mochila lo saqué y se lo tendí. Mi
profesor alargó la mano y me lo cogió,
absorto en sus pensamientos.
—Interesante elección, señorita
Collins —dijo finalmente —. El Fausto,
el juguete de Dios y el Diablo, la
víctima de una apuesta entre ellos.
—No sé qué quiere decir —confesé
aturdida.
—¿No lo ha leído? —preguntó con el
ceño fruncido—. Veamos cómo le
explico esto. Para mí, Fausto es más
víctima que verdugo. Él vive
tranquilamente su vida hasta que
Mefistófeles como enviado del Diablo,
le visita. Y la razón de esta visita, no es
más que la soberbia de uno y otro.
Mientras Lucifer dice que se puede
tentar a todos los hombres, Dios pone
como ejemplo incorruptible a Fausto. Y
la historia termina por demostrar que
todos los hombres somos capaces de
caer en la tentación, siempre que esta
sea atractiva a nuestros ojos.
—¿De eso va la historia? ¿Del bien y
del mal? —pregunté intentando ordenar
mis ideas.
—A un nivel muy básico, sí —
respondió secamente—, pero lo mejor
es que lo lea y luego me pregunte las
dudas que le hayan podido surgir. Ahora
márchese a su próxima clase o llegará
tarde.
Le di las gracias y salí del aula en el
momento en que sonaba la sirena. Al
parecer era el día de las carreras por el
pasillo para llegar a clase a tiempo.
Capítulo 12
Durante la hora de francés me enteré
que Marc había abordado a Andrea en el
pasillo cuando iba sola a clase y la
había invitado a salir esa misma noche.
Haberme quedado a hablar con el señor
Martin, había resultado productivo para
todos. Estaba encantada con que Andrea
se olvidara de su fascinación por
Gabriel y recuperara su interés por
Marc, un problema menos del que
preocuparme y, con la semana que
estaba teniendo, eso era una gran
noticia.
En cuanto terminaron las clases, mi
amiga se disculpó por no venir a casa a
comer conmigo y se marchó corriendo a
saquear su armario para planear qué se
iba a poner, cómo se iba a peinar, etc…
Decidí volver paseando a casa,
necesitaba tiempo y soledad para pensar
e intentar colocar cada pieza en su lugar.
Después de lo que me había contado el
profesor de literatura, las palabras de
Rachel cobraban más sentido para mí.
El apodo con el que se había dirigido a
Gabriel tenía ahora un significado
conocido que podía comprender. El
señor Martin había dicho que
Mefistófeles era el representante del
demonio, lo que venía a significar que
cuando Rachel dijo que Gabriel no era
una buena influencia, lo decía
literalmente.
Supuse que si leía la novela,
probablemente terminaría entendiendo
algunas cosas más, así que tomé nota
mental como tarea para el fin de semana,
leer el Fausto de Goethe.
Cuando llegué a casa, mi padre se
sorprendió que fuera sola. Estaba
aliñando una ensalada que tenía una
pinta estupenda, le había añadido nueces
y queso y se me hacía la boca agua solo
con mirarla.
—¿Dónde has dejado a Andrea? —
preguntó socarrón.
—No ha venido. Tiene que arreglarse
para una cita, así que vas a tener que
compartir tu ensalada conmigo por que
estoy muerta de hambre —le dije al
tiempo que ponía un plato, un vaso y un
tenedor de más sobre la mesa.
—¡Dalo por hecho, pequeña! —dijo
sonriendo de forma sospechosa—. ¿Y
tú, no tienes una cita para este fin de
semana? —ahí estaba la pregunta y la
razón de que su mirada me hubiera
parecido conspiradora.
—No, ¿por qué? ¿Quieres que
hagamos algo? —contesté haciéndome
la inocente.
—Lo siento cariño, pero yo sí tengo
plan —me dijo como si nada. Durante un
segundo, pensé que había quedado con
alguien, ¡por fin!, pero su risita
socarrona, me hizo darme cuenta que iba
a decir algo más—. En realidad tengo
una cita con los exámenes parciales que
he hecho esta semana a dos de mis
clases.
—¿Sabes que no tienes ninguna
credibilidad para decirme que salga más
cuando tú tampoco lo haces? —le
regañé.
—Cariño, yo ya soy viejo. ¿Por qué
no le preguntas a Samuel si quiere ir al
cine, a comer pizza o alguna cosa de las
que hacéis los jóvenes para divertiros?
—me guiñó un ojo mientras intentaba
aguantarse la risa.
—Mejor no. Samuel ya no está tan
interesado en ser mi amigo, papá —dije
sin profundizar demasiado en el tema.
—Entiendo —dijo mi padre
pensativo.
—¿De verdad? Porque yo no entiendo
nada —confesé hundiendo los hombros.
—Danielle, ese chico lleva
enamorado de ti toda la vida. Y es
lógico que si le has dado calabazas,
quiera mantenerse un poco al margen
por ahora —explicó como si fuera la
cosa más natural del mundo.
—¿Y tú como sabes tanto de mi vida?
—le pregunté enfadada. Era evidente
que me espiaba, como si no iba a saber
que le había rechazado.
—Cariño, yo también voy al instituto
cada día y he oído lo tuyo con Oliver.
He de decir que no es el chico que yo
hubiera elegido para ti, pero si a ti te
gusta… No me opondré, incluso le
pondré buena cara cuando le invites a
cenar —se notaba a la legua que estaba
disfrutando de nuestra conversación, o
más bien de mi reacción ante sus
bromas.
—¿Lo mío con Oliver? —pregunté
alzando la voz—. ¿De qué hablas? Solo
somos amigos —le expliqué
levantándome de un salto de la silla.
—Entonces te pido disculpas, estoy
mal informado —me sonrió y empezó a
comer su ensalada tranquilamente.
Aún no había pinchado de mi plato,
cuando sonó el teléfono de la cocina. Mi
padre se levantó a cogerlo mientras yo
disfrutaba de la comida, realmente
estaba hambrienta. Las emociones
siempre me daban un hambre atroz.
Menos mal que era de las afortunadas
que podían comer de todo sin engordar
un gramo.
—¿Dígame? —preguntó mi padre a la
persona que llamaba, su sonrisa se
ensanchó hasta casi rozarle las orejas.
—Sí. Un momento, por favor… —le
pidió a quien fuera que estuviera al otro
lado.
—Danielle, es para ti —me ofreció el
inalámbrico—. Es Oliver —anunció con
la sonrisa triunfal en los labios que no le
había abandonado desde que descolgó.
Oliver, pensé, ¿cómo sabe mi
número? Me levanté nerviosa. La
situación ya era incómoda de por sí,
como para además tener a mi padre al
lado mientras hablaba. Desde el beso
del día anterior no le había vuelto a ver.
No sabía muy bien cómo actuar con él.
¿Estaría molesto por mi arrebato?
¿Complacido? ¿O simplemente le daba
igual?
—Hola —dije por el auricular.
—Hola Danielle, soy Oliver. Te
llamaba para invitarte a salir. ¿Quieres
que vayamos al cine o a tomar un café?
—me ofreció y noté que estaba tan
nervioso como yo.
—Claro —acepté—, pero al cine no
me apetece —dije. No estaba dispuesta
a volver a encontrarme con alguien y
pasar un rato embarazoso allí, con
Oliver. Probablemente Andrea y Marc
irían allí y yo prefería no tener a nadie
observándome mientras estaba con él. Y
si nuestra amistad ya era vox populi en
el instituto, como había dicho mi padre,
todavía tenía menos ganas de dar que
hablar a los chismosos.
—Podemos cenar aquí si te apetece.
Estaremos solos y podremos hablar —
ofreció como si me hubiese leído la
mente.
—Me parece bien —respondí,
mientras por el rabillo del ojo,
observaba a mi padre todavía sonriendo,
y a juzgar por eso, sus palabras
anteriores sobre que no le convencía que
saliera con Oliver resultaban cuanto
menos chocantes.
—Pasaré a recogerte a las seis. No
sabes dónde vivo —atajó antes que yo
pudiera decirle que quedábamos allí.
—De acuerdo —acepté, si algo no lo
impedía, mi padre iba a estar en casa
cuando viniera a por mí. Recé para que
la situación fuera lo menos embarazosa
posible. Pero con mi padre, nunca se
sabía.
Me senté nuevamente a la mesa y
seguí comiendo, después de todo, la
ensalada estaba mucho más buena de lo
que recordaba.
—Entonces finalmente, ¿sales? —
preguntó mi padre mordaz.
—Ya te he dicho que solo somos
amigos —le expliqué nuevamente,
molesta por su insistencia.
—¿He dicho yo lo contrario? —dijo
levantando las manos, señalando así su
aparente inocencia.
—Papá, ¿cómo supiste que mamá
estaba interesada en ti? —pregunté
expectante. Me encantaba escuchar a mi
padre hablar de ella, pero en este caso,
había algo más que me interesaba. ¿Por
qué Oliver me invitaba a salir?
—Bueno tu madre era una persona
muy especial. Era incapaz de ocultar sus
sentimientos, su cara era el espejo de su
alma. Nunca podía engañarme, ni
siquiera cuando intentaba ocultarme sus
dolores —dijo con la voz cargada de
sufrimiento y nostalgia.
—¿La echas de menos? —necesitaba
saber que en eso no estaba sola, que mi
padre la añoraba tanto como yo.
—Cada día, pero tú te pareces tanto a
ella, que es como si nunca se hubiese
ido. Tu cabello es más oscuro que el
suyo, pero en todo lo demás eres su vivo
retrato —me contó, con la mirada
cargada de melancolía y la voz ronca
por las lágrimas contenidas.
—Yo también papá —dije en un
susurro apenas perceptible.
Me callé y seguimos comiendo en
silencio, al tiempo que yo emulaba a mi
mejor amiga y decidía que iba a
ponerme para mi cita con Oliver. Ese
chico era demasiado complicado, me
confundía y me atraía como un imán a un
trozo de metal.
Pensé en llamar a Andrea para
contárselo y pedirle consejo. Pero
descarté la idea cuando recordé que
salía con Marc, el mejor amigo de
Samuel. Mejor se lo contaría al día
siguiente, así no se le escaparía delante
de su cita y Samuel no tendría porque
enterarse. Sobre todo porque desconocía
la trascendencia que mi salida iba a
tener en mi amistad con Oliver.
Al fin y al cabo, solo lo estaba
aplazando, tampoco es que no fuera a
contárselo a mi mejor amiga. Me paré en
seco cuando comprendí que las únicas
cosas que le había ocultado a Andrea a
lo largo de nuestra amistad tenían que
ver con él, primero el beso y ahora
nuestra salida.
Terminé de comer rápidamente, ayudé
a mi padre a recoger y a fregar los
platos y subí a mi habitación, demasiado
nerviosa para recordar mis planes de
leer Fausto y encontrar las respuestas a
mis preguntas anteriores, ahora solo me
interesaba la respuesta a la nueva
pregunta que vagaba en mi cabeza, ¿qué
había entre Oliver y yo? y ¿qué quería
yo que hubiera?
Capítulo 13
Al final, encontrar algo que ponerme
para salir con Oliver resultó más
complicado de lo que había supuesto.
Tenía que encontrar ropa con la que
estar mona y a la vez no parecer muy
arreglada. Nuestra relación, si es que la
había, era demasiado ambigua, por tanto
no podía demostrar demasiado interés a
la hora de elegir mi vestuario, si no
podría dar a entender más de lo que
quería que él supiera.
Ni siquiera yo tenía muy claros mis
sentimientos, Oliver me gustaba mucho,
pero su actitud respecto a mí durante
estos años, hacía que me sintiera muy
insegura de su interés. Normalmente
siempre había sido una persona
decidida, incluso valiente, pero sentía
que enamorarme de Oliver era lo más
arriesgado que haría en mi vida.
El reloj del salpicadero marcaba las
dieciocho cero cero, cuando paré el
coche frente a la puerta de Danielle. Me
sentía extrañamente alegre cuando enfilé
el sendero hacia su casa, por alguna
razón desconocida para mí, era incapaz
de borrar la sonrisa de mi cara. Iba a
cocinar para ella, y estaba dispuesto a
preparar mis famosos spaghettis a lo
Bassiani.
Cuando la puerta se abrió, me quedé
parado sin saber muy bien qué decir o
cómo actuar.
—Buenas tardes, señor Collins —
saludé nervioso a la persona que estaba
frente a mí, impidiéndome con su brazo
la entrada a la casa.
—¡Vaya Oliver! ¿Desde cuando eres
tan formal? —preguntó divirtiéndose
con mi azoramiento.
—Tienes razón, John —le concedí un
poco menos rígido. Si en clase le
tuteaba, por qué no iba a hacerlo en su
propia casa.
—Pasa. Dani bajará enseguida —me
anunció sonriente. Esperaba que
Danielle realmente bajara enseguida,
porque me resultaba extraño estar
sentado en la sala de estar de mi
profesor de lengua.
La casa de Danielle reflejaba a la
perfección los detalles de su
personalidad que había llegado a
conocer. El comedor era cálido y
acogedor, con estanterías a rebosar de
libros. Desde que nos conocíamos había
visto a Danielle infinidad de veces con
un libro en las manos. Las mantas que
había cuidadosamente plegadas en los
brazos de los sofás eran de color azul y
violeta, los dos colores que Dani
siempre elegía en su ropa y en sus
objetos personales, y el ambientador que
flotaba en el aire, me recordaba a su
perfume, floral y dulce, con un toque de
desafío.
Escuché sus pasos en la escalera que
había a mi izquierda. Giré la cabeza
para verla y noté como mi garganta se
secaba. Al parecer algo que mi cuerpo
había convertido en una costumbre, cada
vez que Dani estaba cerca me quedaba
sin capacidad para hablar. Carraspeé
intentando volver a ser yo.
Danielle llevaba unos vaqueros
ceñidos y estrechos, que hacían que sus
piernas se vieran interminables, unas
botas de tacón hasta la rodilla que
conseguirían que cualquier hombre
girara la cabeza para disfrutar de la
vista. Menos mal que íbamos a mi casa,
pensé, no estaba dispuesto a compartirla
con nadie. Sonreí ante la idea, aún no
era mía y ya me estaba comportando de
forma posesiva.
Levanté la mirada y vi que llevaba un
jersey negro con cuello redondo y
ancho, que se perdía en uno de sus
hombros, debajo, una camiseta también
negra de tirantes y enrollado al cuello el
mismo pañuelo morado que tantas veces
le había visto puesto.
Instintivamente, me acerqué a ella. No
muy seguro de para qué.
—Hola —la saludé cuando por fin
pude encontrar mi voz.
—¿Nos vamos? —preguntó mientras
le lanzaba una mirada feroz a su padre
que parecía no perderse nada de nuestro
encuentro.
—Claro, tengo el coche en la puerta
—le dije, recuperando la entereza.
Me miró como pidiéndome disculpas
por la actitud vigilante de su padre, pero
yo no lo veía del mismo modo que ella.
Había nacido en una época en la que
estar con una joven a solas en una
estancia, siempre terminaba en
matrimonio o con la mujer deshonrada
de por vida, pasara lo que pasara entre
ellos, aunque ni siquiera se hubiesen
rozado las manos.
Las mujeres en aquel entonces
dependían completamente de su
reputación, su finalidad era cuidarla y
olvidarse de todo lo demás. Nunca había
comprendido la doble moral que reinaba
en mi época y nunca la comprendería,
pero a pesar del tiempo transcurrido
desde mi nacimiento, había cosas que
nunca cambiaban.
Subimos al todoterreno y antes de
salir del aparcamiento, encendí el
reproductor de CDs, la profunda voz
rasgada de Louis Armstrong invadió el
coche mientras cantaba What a
wonderful world, Danielle me miró con
cara sorprendida.
—¿Qué? —pregunté confuso por su
expresión.
—No es la clase de música que pensé
que te gustaría —confesó avergonzada.
—En realidad. Me gusta toda la
música, todos los estilos. Se podría
decir que soy su más fiel amante —le di
a mis palabras un aire burlón cuando en
realidad estaba diciendo la verdad.
Como un flash, me invadieron las
imágenes. Una calle de 1925 en
Chicago, Illinois. El año en que descubrí
el Jazz, de la mano del mismísimo
Armstrong, mientras grababa con Hot
Five…
—Eres sorprendente, ¿sabes? —
murmuró Danielle, observé que cuando
lo decía sus mejillas se tiñeron de un
precioso rubor rosado.
—Me lo tomaré como un cumplido —
le dije para borrar su incomodidad.
—En realidad lo era —confesó sin
mirarme, sus ojos clavados en algo que
había más allá de la ventana, incluso de
Armony.
Ante sus palabras, sentí mi corazón
latiendo acelerado. Por primera vez en
mucho tiempo volvía a sentir que estaba
vivo. Casi podía sentir la parte que me
faltaba, como si de verdad fuera un
hombre completo.

En el instante en que Oliver me miró,


después que las palabras se escapasen
de mis labios, supe que ya no podía
engañarme más, estaba enamorada de él,
tanto que no me importaba no saber qué
sentía él por mí. Tanto, que dolía.
Seguimos en silencio, cada uno
perdido en sus pensamientos. Llegamos
a la zona nueva de Armony, un barrio
residencial en el que acababan de
inaugurar el nuevo edificio que acogería
a la filarmónica de la ciudad.
Oliver se paró frente a una casa
descomunal. Estaba bordeada por un
jardín muy bien cuidado, imaginé que
alguien lo atendía, no veía a Oliver
haciendo esas labores y mucho menos a
Gabriel, con sus impecables modales y
su ropa de marca recién planchada.
—¿Vamos a estar solos? —pregunté
una vez recordé la existencia de Gabriel
y que posiblemente vivían juntos, ya que
Oliver aún no tenía los veintiuno, edad
que se rumoreaba era la que habían
estipulado sus padres en su testamento.
—Sí, ¿por qué? —preguntó confuso
—. ¿Te preocupa estar sola conmigo?
—dijo en un tono dolido—. Te prometo
que no voy a obligarte a hacer nada,
solo voy a prepararte la cena, palabra
de Boy Scout.
Me eché a temblar ante la sola idea
de que me tocara y no precisamente de
miedo. Era la única persona que hacía
que me olvidara de todo. A veces
incluso tenía que obligarme a respirar…
Metió el coche hasta la entrada del
garaje, pero no abrió la puerta para
aparcarlo dentro, simplemente lo dejó
allí.
Antes de que me diera tiempo a bajar
por mí misma, me abrió la puerta con
una sonrisa deslumbrante, me sorprendió
ver más motitas doradas en sus ojos
verdes.
—Bienvenida a mi humilde morada
—me dijo mientras me ayudaba a bajar.
Me sorprendió esa nueva faceta suya tan
caballerosa, contrastaba mucho con la
imagen de rebelde sin causa que
mostraba en el instituto.
—Hombre, humilde, lo que se dice
humilde… —le dije intentando ser otra
vez la misma persona que era antes de
entrar en ese coche.
Él se echó a reír, la tensión que
minutos antes nos había invadido, se
había evaporado.
—La mansión es cosa de Gabriel.
Nada más entrar en su casa, sentí que
me adentraba en otro mundo. Me
sorprendió no encontrar una Wii, una
PlayStation o algo similar en el
comedor. Pero lo que realmente me dejó
con la boca abierta, fue ver la cantidad
de instrumentos musicales que había
allí. Un enorme piano dominaba el
salón, negro con una banqueta a juego,
pero también había un chelo e incluso un
saxofón, y en una de las vitrinas había
instrumentos que ni siquiera sabía cómo
se llamaban.
Ante mi mirada interrogante, Oliver
se encogió de hombros y dijo
simplemente.
—Me gusta la música. Ya te lo he
dicho.
—¿Sabes tocarlos todos? —pregunté
alucinada.
—Sí —se limitó a decir y me
sorprendió ver que su rostro se volvía
serio e inexpresivo de pronto.
—¡Toca para mí! —le pedí
entusiasmada con la idea de verle
sentado al piano.
—No creo que sea buena idea —
intentó rehusar, pero yo no estaba
dispuesta a ello.
—Por favor —le volví a pedir
haciendo un puchero. Parecía que mi
broma empezaba a funcionar, porque
sonrió jovial—. Por favor —insistí al
ver que mi súplica causaba efecto.
Miró a su alrededor muy serio, y
cuando se aseguró de que estábamos
solos, me sonrió y acepto tocar para mí.
Muy solemne se sentó en el taburete
frente al piano y cerró los ojos. Sus
dedos se movían por las teclas sin
necesidad de mirarlas, parecía conocer
cada rincón del instrumento. Centré mi
atención en la música y yo también cerré
los ojos, de repente me embargó una
sensación de necesidad que me aturdió.
Me vi sentada en el mismo salón en el
que estaba ahora pero con algunos años
más, mi rostro seguía siendo el mismo,
pero mi cabello era más corto. Oliver
entró desde la cocina con una tarta en
las manos, era mi cumpleaños, sobre la
tarta había dos velas encendidas, un tres
y un cinco, había superado todas mis
esperanzas de vida.
Súbitamente, otra escena se instaló en
mi cabeza, pero esta vez, ya no era yo la
protagonista, era una mujer mayor junto
a un hombre de su misma edad, quizás
un poco más viejo. Dos ancianitos que
se tomaban de las manos y se miraban
con amor. Me quedé de piedra cuando vi
las motitas doradas de sus ojos verdes.
Me llevé instintivamente la mano a
las mejillas y las noté húmedas y
calientes, durante la actuación de
Oliver, me había dejado llevar tanto por
la hermosura de su ejecución, por la
belleza de la música que ni siquiera
había sido consciente de mis lágrimas.
Fue entonces cuando me di cuenta que
Oliver había parado y que miraba más
allá de mí, con la cara lívida por el
terror.
—Buenas noches chicos —dijo una
voz detrás de mí. No tuve que girarme
para saber de quién se trataba.
Capítulo 14
Abrí los ojos cuando sentí que algo
no iba bien, uno de los dones que la
música me había otorgado, era la
sensibilidad extrema. Era capaz de notar
cuando alguien entraba en la misma
habitación en que yo me encontraba o
cuando los sentimientos de alguien se
volvían violentos o apasionados.
En este caso sentí una profunda
sensación de triunfo, que se mezcló con
la ternura que los sentimientos que
provenían de Danielle me inspiraban.
El pánico se apoderó de mi cuando vi
a Gabriel observando atentamente a
Dani, yo sabía a la perfección lo que
estaba mirando, qué veía en ella.
Danielle no era una presa más, era la
presa más preciada con la que Gabriel
se había encontrado hasta el momento.
En este caso no se trataba de la
debilidad que su enfermedad le
otorgaba, sino de las circunstancias de
su nacimiento.
Danielle abrió los ojos cuando dejé
de tocar. Su plácida expresión cambió a
tensa cuando escuchó la voz de Gabriel
a su espalda. Sentí el deseo irracional
de cargármela al hombro y salir huyendo
de allí, un instinto primitivo se apoderó
de mí, pero mi sentido común me dijo
que no iba a servir de nada, por lo que
simplemente me limité a responder al
saludo de Mefisto, tenía que mantener la
calma por ella.
—Hola Gabriel, ¿quieres algo? —
pregunté, reacio a que permaneciera más
tiempo allí, no soportaba la idea que
estuviera tan cerca de Danielle.
—Yo siempre quiero algo Oliver,
parece mentira que no lo sepas ya —y
dicho este se limitó a ignorarme como si
no estuviera allí—. Danielle querida,
¡cuánto me alegro de verte! Estoy
encantado de ver que recuperaste tu
pañuelo el otro día —dijo con la vista
clavada en ella. Noté, desesperado por
encontrar una manera de alejarle de allí,
que el comentario de Gabriel sobre su
pañuelo la pillaba por sorpresa, como si
no hubiera esperado la alusión, como si
la perdida del pañuelo fuera un secreto
personal del que no esperaba que
Gabriel tuviera conocimiento.
—Sí, gracias. La dueña del
restaurante me lo guardó —contestó
seca aunque noté un pequeño temblor en
la voz, tan insignificante que si su
interlocutor hubiese sido otra persona,
seguramente se le hubiera escapado.
Pero no fue el caso, Gabriel sonrió
triunfal.
—Por supuesto, yo mismo se lo di
para que lo hiciera —le explicó
eufórico, al comprobar las reacciones
que sus palabras tenían en ella.
—No lo sabía. Muchas gracias
entonces por tu ayuda. Era de mi madre
y no quisiera perderlo —agradeció
deseosa de terminar con la charla.
Tuve la certeza, que me estaba
perdiendo parte de la conversación.
Algo que explicaría el deleite de
Gabriel y la incomodidad de Danielle,
que se retorcía las manos nerviosa, al
tiempo que evitaba mirar a Gabriel a los
ojos.
Decidí intervenir para alejar sus
calculadores ojos de gato de ella.
Parecía un dulce gatito, pero yo lo
conocía lo suficientemente bien, como
para comprender que estaba afilándose
las uñas dispuesto a saltar en cualquier
momento sobre su presa.
—¿Qué haces aquí? Pensaba que
tenías otros planes —comenté mientras
me levantaba del taburete y tomaba
asiento junto a Danielle en el sofá en el
que se había sentado mientras yo tocaba.
—Ya ves, los he cambiado —
comentó fingiendo inocencia, era buen
actor, pero esa era la única expresión
que se le resistía, era incapaz de parecer
inocente—. Así que he decidido
quedarme en casa, claro si no os importa
—concedió de mala gana, anteponiendo
la cortesía de la que siempre hacía gala
a su sentido práctico.
—No, no nos importa que estés por
aquí. Nosotros vamos a subir a mi
dormitorio para charlar tranquilamente y
supongo que pediremos una pizza para
cenar. Te dejamos el resto de la casa
para ti solo —le expliqué dando a
entender con mis pocas palabras que
esperaba que no se acercara a nosotros.
Dani se relajó a mi lado, era más
perceptiva de lo que había supuesto, ya
que sentía aversión natural por Gabriel
o quizás se trataba simplemente de mi
advertencia, y si era esa la razón,
significaría que había creído mis
palabras. Deseé que esa fuera la
respuesta.
Le cogí la mano para marcharnos y
noté que la tenía helada. En silencio la
guié hacia las escaleras. Me fijé en
cómo miraba anonadada los cuadros que
adornaban el pasillo de arriba. De entre
todos ellos se paró frente a una de las
pinturas favoritas de Gabriel.
—¿Qué es esto? —preguntó con los
ojos abiertos como platos.
—Se llama El aquelarre y pertenece
a un grupo de pinturas conocidas como
Las pinturas negras son de un pintor
español llamado Goya.
—Sé quién es Goya. ¿De quién son?
—preguntó interesada. Las pinturas
negras eran oscuras y trataban temas
esotéricos o mitológicos. En cualquier
caso, era siniestro y extraño que las
utilizaran para adornar un pasillo que
conducía a los dormitorios.
—De Gabriel. Tiene un gran sentido
del humor, además es un gran aficionado
al arte —y mientras se lo contaba, me
vino a la mente la imagen de una chica
morena de ojos claros, que había
reaparecido en mi vida casi al mismo
tiempo que el propio Gabriel.
Fue entonces cuando me invadió la
duda, ¿cuánto más había detrás de
Mefisto?
Eran las tres de la madrugada y la
casa estaba en silencio. Desde que
dedicaba mi vida al placer, dormía
durante el día y vivía de noche. Estaba
bastante ebrio y me costaba un gran
esfuerzo mantenerme en pie, además
había gastado muchas energías en el
lecho de una condesa viuda.
Iba a entrar en casa, cuando vi que
los setos del jardín que formaban el
intrincado laberinto, el orgullo de mi
madre, se movían violentamente. Me
acerqué a trompicones, no se
escuchaba más que el silencio de la
noche. El bochorno del mes de agosto
hacía que hasta los animalillos se
escondieran en sus madrigueras. Me
adentré en el laberinto y gracias a la
luna llena podía ver lo suficiente como
para no golpearme la cara con ninguna
rama suelta.
Estaba cerca de la glorieta central
cuando escuché unos sonidos que me
parecieron jadeos. Me aproximé
silencioso, con la cabeza embotada por
el alcohol, si no hubiese sido por esa
razón, habría supuesto que se trataba
de dos amantes que se escondían para
prodigarse sus afectos y me hubiera
dado media vuelta sin mirar. Pero no
fue el caso.
Me quedé petrificado cuando
comprobé de quién se trataba. Mefisto
estaba sentado en el banco de piedra
que mi madre había hecho poner, hasta
ese momento jamás le encontré utilidad
ya que nadie entraba en el laberinto, y
si lo hacían en lo único en lo que
pensaban era en salir de él.
Al parecer Mefisto sí que lo había
hecho. Con mis sentidos retrasados por
el abuso de la bebida, tarde en
percatarme que el cabello de la mujer
que estaba sentada con él, era tan
negro como el de mi propia hermana;
estaba a punto de lanzarme contra él,
por poner a Isabella en una situación
como esa, cuando la chica giró la
cabeza y se arqueó sobre él. Casi caí al
suelo ante la impresión cuando vi con
quién estaba retozando Mefisto.
Por una parte di gracias a Dios que
no fuera mi querida hermana, y por
otra me horroricé ante lo que estaba
viendo. Era Céline, la hermana
pequeña de mi prometida, la hija a la
que sus padres habían destinado a la
Iglesia. Era tradición entre algunas
familias nobles, destinar a una de las
hijas del matrimonio a la Iglesia,
normalmente era la hija pequeña y con
la dote que aportaba la familia se
compraba a la larga el cargo de
abadesa.
Céline siempre me había parecido
una chica demasiado vivaz para ser
feliz entre cuatro paredes, sus ojos
azules de una claridad casi
transparente, me atrapaban cuando nos
veíamos, siempre tenía la extraña
sensación que con ellos podía ver mis
pensamientos e incluso algo más.
Descubrí que Mefisto no respetaba a
nada ni a nadie. Me di media vuelta tan
rápido que casi me hizo caer de bruces
y me alejé pensando que, fuera cual
fuera la relación que había tenido con
Isabella, por fin había terminado. No
supe lo equivocado que estaba hasta
más tarde, cuando ya no había
remedio.

El dormitorio de Oliver era todo lo


contrario al resto de la casa, parecía
más la celda de un monje que la
habitación de un adolescente. Las
paredes estaban desnudas, no había
posters, ni cuadros, ni nada que alegrara
la estancia o le diera un toque personal.
Apilados encima del escritorio de
roble macizo había como una docena de
libros, al acercarme comprobé que
estaban en italiano, lo que me impidió
reconocer los títulos, pero no los
autores, Dante, Petrarca… Había
algunos en alfabeto cirílico, por lo que
supuse que estaban en ruso. Me pregunté
cuántos secretos más escondía Oliver,
hablaba varias lenguas y tocaba
diversos instrumentos, y si lo hacía del
mismo modo en que tocaba el piano, sin
duda se trataba de un genio. Sonreí ante
la idea, no parecía uno de ellos la
verdad, su pelo era grueso, ondulado y
oscuro como la noche, sus ojos verdes
moteados tampoco me hacían pensar en
genios y su cuerpo fuerte de músculos
finos, me recordaba más a un modelo
que a Albert Einstein.
Respiré profundamente al tiempo que
me repetía a mí misma que no sabía
adónde me llevaba este camino que
había emprendido casi a ciegas. No
sabía qué tipo de relación nos unía, era
consciente que le quería, pero me
asustaba no saber qué sentía él por mí.
Es más, ¿qué sabía yo de su vida
anterior a los dos años que llevaba
viviendo en Armony?
No tengo tiempo que malgastar, me
repetí una vez más y espoleada por esa
idea, le lancé a Oliver la pregunta que
tantas vueltas daba en mi cabeza.
—¿Qué somos nosotros, Oliver?
Noté como se sorprendía ante mis
palabras, pero no eludió mi mirada en
ningún momento.
—¿Qué crees que somos, Dani? O
mejor, ¿qué quieres que seamos? —me
preguntó con sus profundos ojos verdes
clavados en los míos. Vi que las motitas
doradas casi habían desaparecido de
ellos.
—No juegues conmigo —le advertí
cada vez más nerviosa. Noté mi corazón
enfermo golpearme en el pecho con una
fuerza que me sorprendió.
—No lo hago. No quiero jugar
contigo. No puedo hacerlo, eres lo más
real que he tenido nunca y no quiero
fastidiarla diciendo algo que no quieres
oír —me explicó sereno. De pronto me
invadió el deseo de correr a sus brazos
al encontrarme por primera vez con un
Oliver vulnerable e inseguro.
—Solo quiero la verdad —me limité
a responder.
—La verdad es muy simple, en
realidad. ¡Te quiero! Pero las cosas no
son tan fáciles.
—¿Por qué? —pregunté incapaz de
asimilar nada más que sus palabras,
podría haber caído una bomba en el
dormitorio y yo seguiría centrada en las
dos palabras que acababa de pronunciar.
—Hay cosas de mí que no sabes y que
pueden hacer que tu opinión sobre mi
cambie por completo.
—No lo creo, porque yo también te
quiero —le confesé en un susurro
avergonzado, temiendo que al
pronunciarlas en alto se rompiera el
hechizo que hacía posible que él me
quisiera. Nunca había creído en la
magia, pero sin duda el amor
correspondido era pura magia.
En cuanto la última sílaba escapó de
mis labios, sentí su cálida boca sobre la
mía, me apretó tan fuerte contra él que
sentí que no podía respirar o ¿era la
emoción de saber por fin lo que sentía
por mí? No lo sabía, pero tampoco tenía
tiempo para pensar en ello.
Haciendo un enorme esfuerzo
personal, logré separarme de su cuerpo
tibio y le miré fijamente al tiempo que
enfrentaba mis temores.
—¿Qué es lo que no sé de ti, Oliver?
—pregunté al fin. La pregunta era lo
suficientemente abierta como para darle
la libertad de elegir qué quería que yo
supiera y qué no.
—Veamos —dijo para si mismo,
mientras se separaba de mí y se sentaba
en la cama—, ¿cómo vas de literatura?
—me preguntó amablemente aunque se
le notaba nervioso—. ¿Has leído a
Goethe? Y no me refiero a Werther que
sé que sí que lo has hecho. Estoy
hablando de Fausto, el libro que te
recomendé no hace mucho.
Negué con la cabeza.
—Lo saqué de la biblioteca pero lo
dejé olvidado sobre la mesilla de noche
después de hojearlo. Me pareció
demasiado confuso —me callé para que
él pudiera explicarse.
—Fausto era un estudioso alemán que
vendió su alma al diablo a cambio del
conocimiento, era el viejo al que
Mefistófeles le muestra una vida llena
de placeres —se paró a la espera de mi
respuesta.
—Sigue —le pedí azorada.
Conocía un poco la historia por lo
que el señor Martin me había hablado de
ella. Pero Oliver, me lo estaba contando
desde un punto de vista diferente,
probablemente me resultaría más fácil
entenderlo si era él quién me lo
explicaba. Me senté al borde de la
cama, demasiado nerviosa por lo que
intuía que vendría después.
—Pues verás, según Goethe, Fausto
vende su alma a Mefistófeles a cambio
del conocimiento y de la juventud.
Fausto comienza a vivir su nueva vida y
conoce a Margarita, o Gretchen, el
nombre varía según la fuente y el
traductor, una mujer de la que se
enamora y a la que deja embarazada,
Mefistófeles hace que enloquezca y que
asesine al hijo que ha tenido con Fausto.
La historia real, mi historia es otra…
No sé cómo pude seguir en silencio
después de su confesión.
—Cuando Mefisto vino a mi casa, yo
tenía diecisiete años, estaba a punto de
cumplir dieciocho. Entró a trabajar
como secretario de mi padre, y jamás
sentí ninguna simpatía por él.
»Le evitaba todo cuanto podía. En
realidad evitaba a todo el mundo, yo no
buscaba el conocimiento, lo que
realmente me importaba era la música,
me pasaba largas horas practicando al
piano, con el chelo e incluso con el
violín, pero por mucho que me esforzara
nadie podía decir nada más que mis
actuaciones eran correctas. ¡Correctas!
¿Entiendes? Jamás nadie me hubiese
calificado de brillante y yo hubiese dado
cualquier cosa por serlo. Y eso es
exactamente lo que hice.
»Mefisto se aprovechó de mi
debilidad y me ofreció el don de la
música, la capacidad de dominar la
técnica y la ejecución. El problema es
que confié en un demonio y usó mi
petición para volverla en mi contra, mi
sueño era conmover con mi música,
llegar al alma de todos los que me
escucharan. Durante los primeros meses
disfruté de mi regalo, todo el mundo
quedaba impresionado al escucharme
tocar o incluso cantar, mi voz también
había cambiado.
»Hasta que una noche comprendí lo
que estaba pasando. Cada vez que mi
nueva cualidad se ponía en marcha, se
ponía en funcionamiento también mi
maldición. Mefisto, había conseguido
que mi petición le beneficiara a él, mi
música llegaba al alma de mis oyentes y
dejaba al descubierto sus más profundos
sueños, sus anhelos… dejando la puerta
abierta a la tentación, facilitándole el
acceso. ¿Lo entiendes? Me utilizaba
para recabar almas para su señor —en
ese instante comprendí lo que había
detrás de la oferta de Gabriel el día de
la fiesta para que Oliver cantara, su
interés por asistir a nuestras
celebraciones, por codearse con
adolescentes, nosotros éramos sus
presas…
—¿Ese es tu nombre? ¿Te llamas
Fausto? —supe que mi pregunta era
tonta en el mismo instante en que la hice,
pero no quería pensar, necesitaba no
pensar en nada de lo que acababa de
escuchar.
—En realidad también me llamo
Oliver. Mi nombre completo es Fausto
Oliviero Basani —me contestó
pendiente de la expresión de mi rostro.
—¿Es cierta la parte de Margarita?
—pregunté con un hilo de voz, no se me
ocurría ninguna otra pregunta que
hacerle, para eludir así la idea que
Oliver, o Fausto, hubiera estado
enamorado anteriormente, pues me
producía un malestar agónico y extraño
en la boca del estómago que hubiera
tenido un hijo con otra mujer.
—En cierto modo lo es. Margarita era
mi hermana Isabella, Mefisto la enredó y
ella perdió la cabeza por él. Se suicidó
cuando supo que estaba embarazada y
que él no iba a hacerse cargo de la
situación.
»Cuando mi hermana murió abandoné
Florencia, huyendo de todo lo que me
rodeaba, incluso de mí mismo, pero
Mefisto me siguió, con el tiempo me he
acostumbrado a que me persiga como
una sombra, estoy condenado a
compartir mi larga vida junto al ser que
más he odiado y odiaré nunca.
»Por eso inventamos que era mi tutor,
tenía que justificar ante la sociedad que
no tenía padres y que vivía con un chico
mayor que yo. Además al no ser aún
mayor de edad, dependo en muchas
cosas de él.
—Entonces, ¿es cierto? ¿Puedes
morir? —pregunté en un susurro.
—No te he mentido en eso. Puedo
morir, no envejezco, las enfermedades
no me afectan, pero mi cuerpo es mortal.
Un accidente puede acabar conmigo —
explicó mientras tomaba mis manos
entre las suyas—. No quiero que tengas
miedo de mí. Conmigo siempre estarás a
salvo. No te he mentido cuando he dicho
que te quiero.
—No tengo miedo de ti, nunca he
tenido miedo de ti, sino de las cosas que
me pasan por la cabeza cuando estoy
contigo, tú haces que quiera vivir para
siempre.
—Te quiero, Danielle —tenía la voz
estrangulada por el efecto de mis
palabras, por lo que decidí cambiar de
tema.
—¿Por qué Goethe escribió sobre ti?
—pregunté fingiendo una entereza que
no sentía.
—Conocí a Goethe el 12 de abril de
1800, tenía cincuenta y un años. Algo en
su porte regio me recordó a mi propio
padre por lo que a pesar del desprecio
que había sentido por mi progenitor, con
él noté una inmediata conexión. Yo
aparentaba la misma edad de siempre,
había ido a Viena a escuchar a un nuevo
autor, Beethoven, fingía que era
estudiante de piano, estábamos en el
Burgtheather, a punto de asistir al primer
concierto de la Primera Sinfonía del
mismísimo Beethoven, cuando le conocí.
Fuimos grandes amigos hasta su muerte,
en 1832, yo era mucho más viejo, pero
él era más sabio, me ayudó mucho
conocerle, su sentido moral elevaba al
mío. En 1807 decidió escribir su Fausto,
la segunda parte se publicó
póstumamente, aunque ya no tenía nada
que ver conmigo, sino con el Fausto que
él había creado para el teatro, un Fausto
rodeado de aquelarres y de brujas.
—Gabriel es un demonio —afirmé en
voz alta por primera vez—. La elección
de su nombre es una burla, es por el
arcángel, —dije mientras iba
comprendiendo la magnitud de mi
afirmación, y al mismo tiempo iba
comprendiendo las palabras de Rachel
en el restaurante: «¿Gabriel? Ya has
terminado con todos los nombres de
arcángeles: Miguel, Rafael… ¿Qué va
a ser después, Jesús?»
—Sí y no. Gabriel es un hombre,
nació de un padre y una madre, pero
cometió el mayor pecado.
—¿Qué pecado Oliver? ¿Por qué te
callas ahora? —sentí que el estómago se
me cerraba, casi no me permitía pasar la
saliva de mi boca.
—Mató a su madre al nacer —dijo
sin mirarme, con la mandíbula en
tensión, de lo fuerte que apretaba los
dientes.
—Como yo… ¿Por eso me persigue?
¿Por eso soy tan importante? ¿Me ve
como él? —pregunté con una sensación
de pánico instalándose en mí, sentí
nauseas con la sola idea de ser como él.
Las rodillas fueron incapaces de
sostener mi peso y me desplomé en el
suelo como una piedra.
Oliver saltó de la cama al ver que
caía, me cogió en brazos como si no
pesara nada y me acomodó en el lecho.
Se sentó a mi lado e intentó
tranquilizarme.
—Tú no mataste a tu madre. Tu madre
murió por su enfermedad, la misma que
te transmitió a ti, tú no eres como él.
Eres buena, no hay maldad en ti y nunca
la habrá. Mefisto era ya un criminal con
siete años, fue entonces cuando Él lo
agregó a sus huestes —no fue necesaria
ninguna explicación adicional, sabía
perfectamente a quién se estaba
refiriendo.
—¿Y Rachel? ¿Qué es ella? —
pregunté dispuesta a conocer todos los
detalles—. Ella parece diferente.
—Lo es, Rachel pertenece al otro
bando —dijo simplemente, aunque en
sus ojos brilló cierto resentimiento que
fui incapaz de racionalizar,
¿resentimiento por Rachel? ¿O por estar
en el lado correcto?
—¿Te refieres al cielo? —la sorpresa
me dejó con la boca abierta, que Rachel
perteneciera al bando de los buenos era
una gran lección. Con su manera de
vestir y sus modales huraños jamás lo
hubiera supuesto. Contrastaba tanto con
la elegancia de Gabriel y su actitud
zalamera. Y sin embargo a pesar de su
actitud hosca y fría, siempre me había
inspirado confianza.
—Sí, Rachel o Céline, como se
llamaba cuando la conocí, es la eterna
rival de Mefisto, aunque no sé muy bien
qué pensar al respecto. Nos hemos
encontrado varias veces a lo largo de
nuestra vida en común, y a veces siento
que hay algo en su relación que va más
allá de lo aparente. Ella es una
presencia constante en mi vida, igual
que lo es él.
—¿Qué pasará cuando mueras? —por
fin me atreví a formular en voz alta la
pregunta que llevaba atormentándome
desde el inicio de nuestra conversación.
Saber que había un infierno y un cielo,
me hizo pensar en lo imperfecto que
sería para mi habitarlo si Oliver no iba
a estar allí. No quería ponerme
filosófica, pero si el cielo realmente era
un paraíso tenía que ser distinto para
cada ser humano que lo pisara, y yo le
necesitaba allí conmigo para
considerarlo como tal.
—Estoy condenado, Danielle, fue mi
propia mano la que sangró, mi mano la
que aceptó el pacto, no hubo presiones
ni obligaciones, escogí libremente.
—No, tiene que haber alguna forma
de cambiar las cosas —exclamé
abrumada por la magnitud de todo lo que
acababa de descubrir, por la verdad que
me negaba a aceptar. No pensaba
permitirlo, la vida no podía ser tan
injusta conmigo.
—No la hay, he pasado mucho tiempo
intentando encontrar algún resquicio,
pero no hay nada que hacer. Todo está
bien atado, ¿entiendes ahora, por qué no
estoy preparado para morir? No puedo
ir a parar allí. No soy tan perverso como
para poder sobrevivir en el infierno.
—Sí —dije mientras mis ojos se
inundaban de lágrimas. Lágrimas por él,
pero principalmente lágrimas por mí. La
única esperanza que me quedaba era lo
que venía después y tampoco iba a
poder disfrutarlo.
—Danielle —susurró Oliver y me
acunó en sus brazos—. No llores por
favor, me parte el corazón verte así,
puede que mi alma no me pertenezca,
pero mi órgano vital sí, y es tuyo, te lo
di la primera vez que te besé —el tono
de su voz había ido bajando de
intensidad conforme iba hablándome,
sus labios se posaron en la delicada piel
de mi cuello. Sus manos se deslizaron
suavemente sobre mis caderas
empujándome hacia la cama—. Te
quiero Danielle, pase lo que pase. Tú
eres lo único verdadero en mi vida. Te
alejé de mí porque no podía permitirme
volver a sentir nada.
Sus labios atraparon con delicadeza
los míos. Su cuerpo cubrió mi cuerpo
tembloroso. Me sorprendió ser capaz de
sentir frío y calor a la vez.
Tenía diecisiete años y un destino
incierto, la vida me ofrecía una
oportunidad y no estaba dispuesta a
rechazarla. Oliver se quitó la chaqueta,
sin apartarse de mí, sus besos sabían
diferentes, podía saborear la pasión y el
deseo, pero también la entrega total y el
amor. Metí mis manos bajo su camiseta
y sentí sus músculos duros bajo mis
dedos. Su piel era cálida y se acoplaba
a la perfección a mis manos ansiosas.
Tiré de su camiseta, intentando
deshacerme de ella para poder
contemplarle. Separó su boca de mi
oreja y se la sacó de un tirón. En cuanto
se vio libre de ella, tiró de la mía para
hacer lo propio, quedándome
únicamente con el sujetador. Oliver no
volvió a tumbarse sobre mí, sino que se
quedó observándome mientras con un
dedo recorría mi clavícula.
—¿Estás segura? —me preguntó con
la voz ronca.
Fui incapaz de encontrar mi voz, por
lo que hice un gesto afirmativo con la
cabeza. Con suma delicadeza, acercó
sus manos al cierre de mis vaqueros y
lentamente fue desabrochando los
botones, mientras yo me deshacía de las
botas que llevaba, no sin algún que otro
problema, y las lanzaba lo más alejadas
que pude. Cuando desabrochó todos los
botones tiró de mis vaqueros sin perder
el contacto visual, se inclinó sobre mí y
besó el lunar que tengo junto a mi
ombligo. Jamás había imaginado lo que
un casto beso en mi estómago podía
hacerle a mi cuerpo, en ese instante
perdí la capacidad de pensar y me limité
a dejarme llevar.
Oliver se puso en pie rápidamente
para quitarse las botas y sus propios
pantalones. Cuando se giró pude ver un
tatuaje en su omóplato derecho, una nota
musical sobre su magnífica piel dorada.
Mis manos actuaron sin el permiso de
mi cabeza y se apresuraron a acariciar
el símbolo con dulzura y un deseo voraz,
totalmente nuevo para mí.
Iba a aprovechar mi momento,
mientras aún tuviéramos tiempo,
mientras yo aún lo tuviera.
Capítulo 15
Cuando me desperté, el dormitorio
estaba completamente a oscuras. No
tuve tiempo de pensar en lo que había
pasado entre nosotros dos, cuando sentí
los brazos de Oliver rodeándome. Un
estremecimiento al reconocerle me
recorrió entera.
Era absurdo sentirse avergonzada en
ese momento, pero era así como me
sentía. No sabía cómo reaccionar, ¿qué
hacer, qué decir? Era la primera vez que
me encontraba en una situación así. Y mi
inexperiencia me hacía sentirme tonta.
Me esforcé por no pensar en las veces
en las que Oliver se había despertado
junto a otra persona, pero cuanto más
intentaba alejar de mí las imágenes, más
fuerte volvían a acosarme.
—¿Estás bien? —preguntó Oliver con
la nariz enterrada en mi pelo. No tenía
muy claro a qué se refería exactamente
con la pregunta. ¿Físicamente,
emocionalmente?
Acaba de tener mi primera
experiencia sexual con el chico del que
estaba completamente enamorada, así
que por ese lado todo perfecto. La cosa
cambiaba si me paraba a pensar en el
hecho de que ese mismo chico al que
amaba era un mito y un personaje
literario. Un chico cuya vida era
prácticamente ilimitada, mientras que la
mía era un dar gracias continúo por cada
día que pasaba.
Si la pregunta hacía referencia a
físicamente, la respuesta también era
positiva, mi enfermedad no me había
molestado en ningún momento.
—Estoy bien —contesté
sinceramente.
—¿Te arrepientes? —su voz sonó
temblorosa, parecía inseguro de mi
respuesta. Me sorprendió comprobar
que al igual que me pasaba a mí, él
también tenía dudas, aunque sin duda de
otra índole.
—No —dije mientras me daba la
vuelta entre sus brazos para mirarle a
los ojos—, no me arrepiento de nada. Te
quiero y me alegro de que haya pasado.
A lo mejor mañana hubiese sido
demasiado tarde para nosotros —
comenté aludiendo a mi muerte.
—No digas eso nunca —me regañó
—. Ahora que te he encontrado, no
puedo perderte. No lo voy a consentir
—me asombró la determinación con que
pronunció las palabras, como si
realmente él pudiera hacer algo al
respecto.
—Tienes que hacerte a la idea, Oliver
—le pedí aunque en realidad era a mí
misma a la quien me lo decía. Noté las
lágrimas calientes resbalar por mis
mejillas, las aparaté de un manotazo, no
quería que Oliver viera mi debilidad.
—Tiene que haber alguna forma. No
puedo vivir un día más sin ti, y no
quiero morir contigo, no puedo
enfrentarme a la muerte. No estoy
preparado. Tenemos que buscar alguna
salida para que lo nuestro dure, para que
puedas ser mía siempre —me dijo
nervioso, mientras se levantaba como un
vendaval de la cama y encendía el
ordenador, el único objeto que le daba a
su dormitorio cierta temporalidad.
Todavía estaba tratando de asimilar
el cambio en nuestra relación, así que
aparté la vista de su cuerpo enfundado
tan solo en unos vaqueros, iba descalzo
y sin camiseta. Tan solo con mirar su
piel bronceada, sentía que se me
aceleraba el pulso y la respiración.
—Vamos a averiguarlo todo sobre tu
enfermedad —me dijo inclinándose
sobre mí para depositar un cariñoso
beso en mis labios—. Y después vamos
a llevarte al mejor médico
cardiovascular del país, ¡qué digo del
país! ¡Del mundo entero! —estaba tan
atractivo así, dando vueltas nervioso por
la habitación, que tardé un poco más de
lo normal en entender qué era lo que
estaba diciéndome.
—Oliver, no hay nada que hacer —le
dije tranquilamente—, ¿acaso crees que
si lo hubiera mi padre no habría
encontrado la forma de llevarme allí? Es
un defecto congénito, y no es operable,
punto. Además lo que dices es
imposible, no tenemos tanto dinero
como para desperdiciarlo con algo que
no tiene solución —le expliqué,
intentando frenar su euforia.
—Dani, el dinero no será un
problema —me dijo suavemente. Iba a
protestar, pero entonces me di cuenta de
la inutilidad de mi gesto. En cuanto
investigara sobre mi dolencia, se daría
cuenta de lo que yo ya sabía desde
siempre, que no había ninguna solución
viable para mí.
—¿Por qué huiste de mí cuando nos
conocimos? —le pregunté
sorprendiéndome a mí misma, si bien
era una duda que tenía desde siempre, en
ningún momento me había planteado
preguntarle. Inconscientemente me llevé
la mano a los labios, como si con el
gesto pudiera recuperar las palabras que
habían escapado de mi boca.
Oliver me miró con los ojos tan
abiertos, que temí que se hiciera daño.
De nuestra conversación trascendental
sobre mi enfermedad, yo había
cambiado el tono preguntándole sobre
nuestro antiguo distanciamiento, o más
concretamente sobre su extraña huida.
Me levanté de la cama y comencé a
vestirme de espaldas a él, a la espera
que contestara a mi pregunta y al mismo
tiempo, temiendo su respuesta.
—Tú no eres lo que yo buscaba —
dijo suavemente aunque sus palabras me
golpearon en el pecho con tanta fuerza
que hicieron que mi estómago se
retorciera—, tú eres mucho más —dejé
de intentar entender el significado de sus
palabras—. Verás, tengo muchos años,
no te diré cuántos, porque son muchos y
a lo largo de mi vida he visto morir a
mucha gente.
»Gente a la que he querido, como
Isabella, amigos o simplemente
conocidos. Desde que descubrí lo que
mi don podía hacer, dejé de tocar,
durante un tiempo intenté hacerlo en la
soledad de mi dormitorio, para
finalmente dejar de tocar, incluso me
obligué a no tararear ninguna canción.
No podía permitir que Mefisto se
aprovechara de mí, así que me encerré
en mí mismo. Desterré de mi vida los
afectos, no quería sentir nada.
»Empecé a relacionarme con
personas frívolas, personas por las que
sabía que jamás sentiría nada, y
entonces apareciste tú, y con tan solo
dos frases supe que eras especial, que
merecías la pena. Esa misma tarde,
cuando terminó el partido escuché a dos
chicas hablar de ti y me enteré que
estabas enferma y entonces fue cuando
decidí que no podía estar cerca de ti.
Eras una chica guapa, inteligente, para
nada superficial, tú conseguirías que
volviera a mi antiguo yo, y yo estaba
dispuesto a todo para no hacerlo.
Cuando te besé fue una especie de
traición a mí mismo, me había
prometido mantenerme apartado de tu
vida, de tu círculo de amistades, pero no
pude hacerlo, me atraías sin remedio.
»Fue tu enfermedad la que me ayudó a
mantenerme alejado de ti, cuando me
enteré que tu afección te condenaba a
morir joven, fue más fácil para mí
apartarme. No iba a poder soportar
perder a nadie más que me importara, no
estaba dispuesto a perderte una vez que
te tuviera. Y ahora que ya eres mía, no
voy a permitir que me dejes —me dijo
mirándome fijamente.
—No vas a tener elección —y mi voz
sonó más triste de lo que pretendía,
resultaba inquietante que las
convicciones de una persona cambiaran
tan profundamente cuando el amor
entraba en su vida. Siempre había
sabido cuál era mi destino, había
aprendido a vivir con ello, pero ahora
todo lo veía diferente, más duro, casi
como un castigo divino por el simple
hecho de haber nacido.
—Eso ya lo veremos —comentó con
una mirada desafiante que supe que no
iba dirigida a mí, sino a la vida misma,
al hado, destino o como quisieran
llamarlo.
—¿Ha habido alguien más? —
pregunté fingiendo que la pregunta solo
la motivaba la curiosidad.
—Nadie como tú —me contestó
mientras cogía mis manos entre las suyas
—. Nunca ha habido nadie como tú.
—¿Eso que quiere decir? —pregunté
pendiente de cada uno de sus gestos.
—Ha habido sexo, pero nada más.
Nunca había estado enamorado antes.
Jamás me había permitido esa debilidad,
pero entonces apareciste… Tú eres a la
única mujer a la que he querido y querré
siempre. Y si tenemos en cuenta los
años que estoy vivo, la declaración es
bastante impresionante —bromeó
intentando que sonriera.
«Querré siempre»
Siempre era una palabra demasiado
grande para mí. Mi siempre podía durar
un año, dos, tres, diez… Su siempre era
casi eterno, la distancia entre nosotros
era abismal.
En ningún momento dudé de sus
palabras, sabía que no me mentía, podía
tratarse de intuición o simplemente que
me sentía conectada a él a un nivel tan
profundo que había momentos en los que
dudaba que lo que estaba sintiendo me
perteneciera a mí. Mi oxidado corazón
podía tener mal sus engranajes, pero
nunca me mentía.
—¿Y Theresa? —no tuve que decir
nada más para que entendiera lo que
quería saber.
—Nunca pasó nada serio entre ella y
yo —contestó sin apartar sus ojos de los
míos, buscando en ellos más de lo que
contaban mis palabras—. Podríamos
decir que durante un par de décadas, me
he estado castigando a mí mismo de
diversas formas. La más efectiva ha
sido, eludiendo todo aquello que me
diera placer —hizo un gesto con la mano
abarcando la habitación y entonces
comprendí a qué se refería. La
austeridad, la falta de objetos en su
dormitorio, formaba parte de su plan
para lograrlo.
—¿Por qué has intentado castigarte?
—pregunté interesada en comprender un
poco más lo que sentía.
—Al principio, cuando me fue
otorgado el regalo, yo hice uso y abuso
de él. Prácticamente desde el primer
momento descubrí lo que mi don les
hacía a las personas. Con mi petición de
llegarles al alma, dejé sus almas al
descubierto para que Mefisto y sus
hermanos, fueran capaces de ver en ellas
los más íntimos deseos de cada ser
humano y así tentarlos —comprendí el
sentido de sus palabras cuando recordé
la emoción que había sentido al
escucharle, y las imágenes que habían
invadido mi mente. Estábamos sentados
uno frente al otro encima de su
desordenada cama, Oliver no me soltaba
las manos, como si no soportara perder
el contacto conmigo—. Y no me
importó, toqué y toqué y me vanaglorié
con mi música, me aproveché del pacto
y disfruté de algo que no me pertenecía
por derecho propio, hasta que murió
Isabella y la venda que me había puesto
yo mismo en los ojos para justificar mi
maldad, cayó, y me di cuenta de la clase
de persona en que me había convertido.
»Desde entonces me he arrepentido
muchas veces por lo que hice, jamás
debí ser tan vanidoso como para vender
mi alma por algo tan nimio como la
gloria. Y también desde entonces, he
intentado muchas veces redimirme.
Intento pagar parte de mi culpa de
diversas formas. He peregrinado a tierra
santa, he hecho y hago regularmente
obras de caridad, dono sangre e incluso
he donado médula ósea… Intento que
cuando llegué el día, a pesar de estar
irremisiblemente condenado, sienta que
mi vida no ha estado tan vacía. Por eso
vine a aquí, Armony es una de las
ciudades más importantes musicalmente
hablando. Me trasladé porque la música
flota en el aire, porque aquí iba a sufrir
la tortura de escucharla y no poder
compartir la que fluye desde mi interior.
Lo demás, el sexo, las comodidades…
Eran la parte más insignificante de mi
sacrificio.
Sentí una vez más que Oliver era la
persona más compleja e interesante que
había conocido en mi vida.
Sabía que esperaba una respuesta, un
comentario a su historia. Pero fui
incapaz de hablar, en lugar de ello, me
incliné hacia delante y le bese con
ternura, con suavidad, memorizando
cada rincón de su boca. Jamás tendría el
tiempo necesario para descubrir al
hombre que se había empeñado tanto en
ocultar.
Capítulo 16
Me pasé el fin de semana
prácticamente en casa de Oliver. Por
alguna razón que no logramos
determinar, Gabriel no apareció por allí,
lo que hizo que pudiéramos disfrutar
tranquilamente y sin sobresaltos de
nuestro tiempo juntos. Charlamos y nos
conocimos en dos días, más de lo que lo
habíamos hecho en los dos años que nos
conocíamos.
El único momento que estuvimos
separados fue el ratito que pasé el
sábado con Andrea para contarle lo que
había pasado con Oliver, no quería que
mi mejor amiga se enterara por los
chismes de la gente y para escuchar a su
vez, los detalles de su cita con Marc.
Una cita que yo había anhelado casi
tanto como ella.
Estábamos tomando un café en una
pequeña cafetería a la que asistía gran
parte del instituto, cuando Theresa entró
seguida por su pequeño séquito.
Fue entonces cuando recordé que
tenía mucho que contarle a mi amiga,
empezando por la confesión que me
había hecho Theresa en el cuarto de
baño del instituto o la agresión que
había sufrido cuando intenté marcharme.
La mirada de Andrea era siempre
melancólica cuando Theresa aparecía,
yo sabía que de las dos, ella era la que
más la echaba de menos. Las tres
habíamos estado muy unidas y Andrea
siempre había sido la más responsable
de las tres. Cuando Theresa se buscó
nuevas amigas, Andrea fingió que no le
importaba para evitar que me sintiera
mal, pero nunca consiguió engañarme.
Creo que necesitaba sentir que había
alguien más con nosotras, que cuando yo
me fuera habría alguien que sería capaz
de entender a la perfección su dolor. Yo
sabía que Theresa no era esa persona.
Nunca supe qué era lo que iba mal, pero
sí que notaba su afán de protagonismo y
sus celos sin sentido.
—¿Te acuerdas que el jueves no
volví a clase después de comer? —le
pregunté mientras le daba vueltas a mi
café descafeinado.
—Sí, claro. Te llamé y me dijiste que
no te encontrabas muy bien y que por
eso estabas en casa.
—Y así era, lo que no te dije fue por
qué no me encontraba bien —le dejé
caer mientras dirigía una mirada a la
mesa en la que Theresa parloteaba con
sus amigas.
—Me estás asustando, ¿qué pasó? ¿Y
qué tiene que ver Theresa en eso? —
preguntó. Tal y como había supuesto se
había dado cuenta del significado de mi
gesto, se apartó nerviosa el flequillo de
la frente, impaciente por conocer la
historia.
—El jueves cuando volví a por el
pañuelo de mi madre, me encontré con
ella cuando iba camino de clase y
prácticamente me arrastró hasta los
baños de la planta baja. Una vez allí, me
exigió que dejara de hablar con Oliver,
más bien me dijo que no me acercara a
él y dio a entender que él la había
dejado por mi culpa —la cara de
Andrea pasó de la palidez al rojo ira en
cero coma dos segundos—. Y me
confeso algo… Algo que pasó hace
mucho tiempo.
—¿Qué, ¡por Dios!? —la sutileza
nunca había sido una de sus mejores
cualidades, porque hizo la pregunta casi
saltando en la silla de la impaciencia.
—Oliver nunca le dijo que dejara de
ser nuestra amiga, se lo inventó para
justificar su actitud con nosotras. La
razón por la que lo hizo, es por algo que
te he ocultado durante dos años. No te lo
conté por vergüenza… —respiré
profundamente, ya no estaba
avergonzada, ahora me sentía tonta y
muy culpable por no habérselo contado
antes a mi mejor amiga—. Oliver me
besó el día que nos conocimos y
después pasó de mí. Theresa nos vio y
decidió sacarme de la ecuación —
Andrea permaneció callada sin decir
nada, me preocupaba que no entendiera
mi silencio, porque en ese instante, ni yo
misma lo hacía—. ¿No vas a decir
nada? —pregunté al cabo de varios
segundos de mirarnos calladas.
—¿Qué quieres que diga? —preguntó
tan tranquilamente que temí que la
tormenta estallara en cualquier
momento.
—Dime que entiendes que no te lo
contara, dime que no estás enfadada y
por favor, no me mientas, necesito que
sea verdad —le pedí con el corazón en
un puño.
—No estoy enfadada, no termino de
entenderlo, pero estoy dispuesta a
intentarlo si me lo cuentas todo —
concedió. Di gracias al cielo que su cita
con Marc hubiese sido un éxito, la
Andrea que yo conocía, no se hubiera
tomado con tanta calma algo como lo
que acababa de confesarle.
—Cuando él me besó yo pensé que
era porque le gustaba, que me pediría
salir y que estaríamos juntos. Ya sabes
las tonterías que nos poblaban la cabeza
con quince años… Pero cuando lo volví
a ver, era novio de Theresa y según ella,
él le había pedido que dejara de vernos.
Me dio vergüenza contarte lo tonta que
había sido, además quería borrar el
recuerdo de mi cabeza, por eso nunca te
lo dije.
—Entiendo que te diera cierto reparo
contármelo, pero tú eres mi amiga, más
que eso, mi hermana, yo nunca te hubiera
juzgado, ni me hubiera burlado de ti. Me
duele que pensaras que podría actuar de
ese modo contigo —intenté replicar a
sus palabras, no se trataba de eso. Era
más un asunto personal, que porque
creyera que iba a pasar lo que Andrea
comentaba. Pero no me dejó hacerlo y
siguió hablando—. En cuanto a Theresa,
se merece que le den un buen
escarmiento. ¡Qué engañadas nos tenía!
Es una víbora. Es peor que una víbora
—recapacitó—. Al menos con ellas
sabes que te juegas la vida. Con Theresa
no te lo esperas —las dos reímos ante su
explosión de mal genio. Esta chica
enfadada que se quejaba de las
injusticias y las mentiras, sí que era mi
amiga. No la que se quedaba callada y
aceptaba las traiciones sin inmutarse.
—¿Y qué tal tu cita? —pregunté
cuando por fin pude dejar de reír.
—Chica lista, pero hoy no cuela.
Cuéntame tú la tuya y después te cuento
yo la mía —me propuso. No pude
negarme, estaba tan agradecida que
fuera mi amiga y que me hubiera
perdonado sin rencores, que acepté la
propuesta sin rechistar.
—Vale —dije sacando pecho. No
tenía la más remota idea de cómo
contarle todo lo que había pasado, pero
esta vez no iba a mentirle—. Estuvimos
en su casa. En su dormitorio, charlamos
y nos conocimos mejor… —enrojecí y
no supe dónde posar la mirada.
—Danielle Amelia Collins, dime que
no pasó lo que me ronda ahora mismo
por la cabeza —me pidió sonriente y
estupefacta al mismo tiempo.
—No puedo, sería una mentira —
admití—, y le he jurado a mi hermana no
volver a hacerlo jamás —le contesté
intentando desviar su atención, algo que
evidentemente no funcionó.
—Cuéntamelo todo y no omitas
ningún detalle, bueno, mejor guárdate
alguno —me exigió acercándose más a
mí, para que la conversación fuera lo
más privada posible en aquel lugar.
Durante unos pocos minutos, que para
mí fueron horas, le conté lo que se podía
contar de mi primera experiencia con
Oliver. Que había sido maravilloso y
muy tierno conmigo, y que estaba loca
por él, algo que por su expresión deduje
que no le pillaba por sorpresa. A su vez
ella me lanzó preguntas que yo esquivé
como buenamente pude y al final,
cuando comprendió que no le iba a
contar nada más, dejó el tema y se
centró en contarme con absoluto lujo de
detalles su fabulosa cita con Marc.
Respiré tranquila cuando me dijo que
habían empezado a salir en serio.
Andrea ya no era una presa fácil para
Gabriel, el momento de fascinación que
había sentido por él, se había evaporado
con la misma rapidez con la que había
aparecido. Él era un chico guapo que
trataba con unos modales perfectos a
todas las mujeres, pero solo era eso, un
chico al que acababa de conocer y Marc
era el chico del que llevaba toda la vida
colgada, la elección era de lo más fácil,
de hecho nunca fue necesaria tal
elección.
Volví a dar gracias a Marc
mentalmente por decidirse a pedirle una
cita, al fin. Se la veía tan feliz mientras
me hablaba de sus planes para el fin de
semana. Le prometí que organizaríamos
una cita a cuatro mientras nos poníamos
los abrigos para marcharnos.
Cuando nos acercábamos a la puerta
de la cafetería, coincidimos allí con
Theresa y sus amigas, pasé sin siquiera
mirarlas, pero Theresa estaba
demasiado molesta con el salvamento de
Oliver del otro día como para dejarlo
pasar sin abrir la boca.
—Hola Dani —me saludó destilando
rabia en la voz—. ¿Tan importante te
crees que ya no saludas a las viejas
amigas? —me preguntó, lo
suficientemente alto como para que
varias cabezas se giraran a mirarnos
interesadas.
Iba a darle alguna respuesta mordaz
que la pusiera en su sitio cuando Andrea
se me adelantó.
—¿Y dónde está esa amiga que dices?
Porque yo lo único que veo es a una
hipócrita muerta de celos porque su
novio de mentira la ha dejado por otra
de la que está totalmente enamorado.
¿Te refieres a esa amiga? —y su voz
sonó tan dulce como el algodón de
azúcar que comíamos de pequeñas en la
feria.
Las seguidoras de Theresa se
quedaron tan calladas como ella misma,
que se había puesto verde de ira.
Jamás se hubiera imaginado que
Andrea fuera capaz de contestarle de ese
modo y ya puestas, yo tampoco.

El sábado me desperté sonriendo, mi


cama todavía guardaba el perfume floral
que usaba Dani, si cerraba los ojos,
hasta podía imaginarla junto a mí.
Pero la sonrisa desapareció de mis
labios en cuanto estuve lo
suficientemente despierto para recordar
que la persona a la que quería estaba
condenada a una muerte segura antes de
cumplir los treinta. Al igual que había
sucedido con Isabella, yo estaba
castigado a repetir la historia.
Me levanté de un salto y me metí en la
ducha a toda prisa, tenía pensado visitar
la biblioteca de la Facultad de Medicina
y tal vez hablar con algún catedrático
especializado en el tema. No pensaba
rendirme, no estaba dispuesto a
entregarla sin luchar. Ahora era mía y
pensaba cuidarla y protegerla, no pude
hacerlo con mi hermana, pero con
Danielle estaba dispuesto a todo.
Cuatro horas después, volvía a mi
casa con el ánimo por los suelos y la
frase que me había destrozado
nuevamente la vida dando vueltas en mi
cabeza.
«No se puede hacer nada por ella.
Solo evitarle disgustos y esfuerzos
innecesarios». El doctor Shermann,
catedrático de la universidad y
especialista en cardiología, no era
consciente que con esa sola frase había
destruido de un solo plumazo todas mis
esperanzas de felicidad. Danielle era
mucho más de lo que nunca había
soñado encontrar, lo supe la primera vez
que la besé y lo sabía en este instante,
cuando había caído sobre mí la fuerza
de la certeza. Y con ello también caía la
posibilidad de ser alguien mejor a la
persona que había sido siempre.
Capítulo 17
La semana empezó maravillosamente,
salí de casa dispuesta a vivir otro largo
y agotador día de instituto cuando vi
parado frente a mi puerta el todoterreno
de Oliver. No sabía que iba a venir a
recogerme, ya que no hablamos de ello
el día anterior, de hecho iba a ir a clase
andando porque se me habían pegado las
sábanas y mi padre ya se había
marchado sin mí.
De camino a clase, nos besamos, nos
reímos y nos hicimos miles de preguntas
con el fin de conocernos un poco más.
Durante los dos días anteriores, me
había contado multitud de anécdotas
sobre su vida. Había vivido casi todo lo
imaginable y algunas cosas menos
ordinarias.
Pero lo que me dejó mas
impresionada de todo fue la cantidad de
personajes célebres a los que había
conocido. Había pasado casi toda su
vida en Europa viajando de un país a
otro, algunos los había visitado más de
una vez, países que yo soñaba con
conocer.
El día parecía perfecto, pero al bajar
del coche en el aparcamiento del
instituto me encontré con una escena que
me puso la piel de gallina. Samuel
bajaba de un descapotable rojo que yo
conocía a la perfección, era el deportivo
en el que Oliver me había llevado a casa
el día de la fiesta, solo que esta vez el
conductor era Gabriel.
Sentí el peso del mundo sobre mis
hombros. La carga de la culpa sobre mí,
culpa por involucrarle, culpa por no
haber sido capaz de sentir por él lo que
sentía por Oliver…
Llevaba varios días sin molestias,
pero ver a quien había sido mi mejor
amigo con quien era mi nuevo enemigo,
terminó de golpe con mi buena racha.
Noté que mi pulso se aceleraba en
respuesta a lo que mis ojos estaban
viendo. Samuel parecía encantado,
mientras se despedía de él con un
choque amistoso de puños y se dirigía al
edificio principal, tranquilo y ajeno a la
maldad que se cernía sobre él.
Gabriel me miró fijamente, pude ver
el brillo en sus ojos a pesar de la
distancia. Estaba eufórico, se estaba
conteniendo para no ponerse a saltar allí
mismo, por fin había encontrado la
manera de presionarme, y encima había
descubierto que yo lo sabía.

Noté como Dani se tensaba a mi lado,


y me giré para buscar la razón de su
repentina reacción, pero no llegue a ver
nada, ya que en ese momento ella se
llevaba la mano al pecho y supe que
sentía dolor y que no se trataba solo de
algo físico.
Sin decir nada, la cogí del codo y la
llevé de nuevo al coche. Subió sin
rechistar, lo cual fue suficiente
indicador de que se encontraba
realmente mal.
Me senté en el asiento del conductor y
durante dos largos minutos contemplé la
posibilidad de entrar en el edificio y
contarle a su padre lo sucedido, pero
descarté la idea sabiendo que ella me lo
impediría y se alteraría aún más de lo
que ya parecía estar.
A los cinco minutos de estar sentada
en silencio en el vehículo, el color
volvió poco a poco a su cara, pero no
fue hasta que comprobé que estaba
totalmente recuperada que le pregunté
sobre su ataque y su estado de angustia.
—¿Por qué te has puesto así? ¿Te
encuentras mejor? —la interrogué
pendiente de cada uno de sus
movimientos, había retirado la mano de
su muñeca, lo que quería decir que su
pulso volvía a estar estable.
—Sí, estoy bien, ha sido solo la
impresión —pero yo no sabía de qué me
hablaba. Así que volví a preguntar cada
vez más ansioso por entender los
motivos de su malestar.
—¿Qué ha pasado?
—Gabriel ha traído a Samuel a clase.
¿Cómo es que de repente son amigos?
¿No lo entiendes? Está dispuesto a todo
y le utilizará para llegar hasta mí, y lo
peor es que no sé qué es lo que quiere
exactamente. ¿Lo sabes tú? ¿Todo esto
es por mi alma? —preguntó asustada,
mientras intentaba enjugarse las
lágrimas con las manos. Me conmovió
que, con lo frágil que era, fuera capaz de
mostrar tanta entereza en un momento
como ese. Yo no estaba dispuesto a que
nadie le hiciera daño, no obstante no iba
a mentirle tampoco.
—Sí, Danielle, es tu alma lo que
busca, pero en realidad… Hay más —no
sabía cómo explicarle lo que Gabriel
tenía pensado para ella.
—Hay algunos demonios, los de clase
más baja, que en realidad nacen
hombres. Mefisto es uno de ellos. En
todas partes hay clases sociales,
estratos, y como siempre los que están
más arriba en la pirámide son los que lo
manejan todo. El mundo de Gabriel, no
es una excepción. La única manera de
ascender es recabar almas o bien,
conseguir un discípulo. El único
requisito para convertir a un ser humano
en discípulo, es nacer de una mujer que
haya muerto durante el parto. Tú eres su
billete a la cumbre y por eso quiere
hacerse con tu alma al precio que sea.
»No importa que el discípulo elegido
sea una persona buena y pura, por
desgracia siempre se puede tentar al ser
humano. La culpa es del libre albedrío
que fue otorgado a los hombres, con ello
El Creador se lució y dio vía libre al
otro lado y sus bajezas.
»Y gracias a mi estupidez ya sabe qué
tiene que ofrecerte para tentarte, y como
sabe que no vas a ceder fácilmente
ahora se acerca a Samuel para
presionarte. Te juro que no hubiera
aceptado tocar, de haber sabido que él
estaba tan cerca —le expliqué. En
ningún momento la hubiese puesto en
peligro conscientemente, lo único que
había querido desde que la conocía era
protegerla de todo, incluso de mí.
—No hay nada que pueda ofrecerme
que haga que acepte esa vida o lo que
sea que venga de él —y vi tal
determinación en sus ojos azules que
llegué a pensar que era la única persona
capaz de hacerle frente a esta situación.
Me avergonzó la rapidez con la que yo
había sucumbido a mis deseos.
—Eres increíble —le comenté
orgulloso de tenerla a mi lado. Le besé
la coronilla mientras la abrazaba con
fuerza.
—Ya lo sabía —me contestó con una
sonrisa triste—. Pero me alegra que te
hayas dado cuenta —me sentí fascinado,
por que fuera capaz de bromear en un
momento tan tenso como el que había
vivido momentos antes.
—Pase lo que pase, siempre voy a
estar contigo, ¿lo sabes, verdad? —le
pregunté mientras le apartaba un
precioso mechón de cabello de los ojos.
Me demoré más de lo necesario
acariciando su suave mejilla.
—Lo sé y te quiero por eso —se
inclinó y me besó. Fue un beso dulce y
delicado. No duró todo lo que yo
hubiese deseado, porque había que ir a
clase, Dani estaba decidida a que
Gabriel no trastocara su vida y eso era
lo único que me impedía buscar a
Gabriel y encararlo.
Capítulo 18
Tener novio era una nueva
experiencia para mí, aunque al mismo
tiempo no quería que eso afectara a mi
amistad con Andrea, y aunque ella
estaba en la misma situación que yo con
Marc, habíamos decidido organizar una
tarde solo de chicas en mi casa.
Los sucesos de la mañana no es que
hubieran contribuido a alegrarme el día,
sin embargo estar de nuevo con Andrea,
me ayudaba a alejar de mi mente ciertas
historias que inesperadamente habían
invadido mi apacible vida y la habían
transformado en el caos que era ahora.
El hecho que Oliver se fijara en mí,
había atraído la atención de Gabriel y en
una ciudad pequeña como Armony no
había secretos y mucho menos si estos
eran tan morbosos como mi enfermedad
y la muerte de mi madre. Gabriel había
dispuesto de toda la información que
precisaba sin recurrir a mi novio, que
por supuesto no estaba dispuesto a
contarle nada.
Esa misma mañana mientras íbamos a
clase, le pregunté por lo que había hecho
que volviera a hablarme y me quedé
absolutamente sorprendida cuando
Oliver me confesó que lo que había
hecho que bajara sus defensas conmigo
fue escucharme cantar. Me sentí
halagada porque fuera así. Mi padre
contaba que el sueño de mi madre
siempre había sido cantar, si su
enfermedad se lo hubiese permitido,
seguro que hubiese triunfado en la
música.
Dejé mis pensamientos para cuando
estuviese sola y volví de regreso a mi
dormitorio con mi mejor amiga,
divagando sobre lo increíble que era
Marc y lo bien que besaba.
—El primer día que salimos, me
quedé sorprendida ¿sabes? —no siguió
hasta que hice un gesto de negación con
la cabeza—. No me esperaba que
durante el tiempo que hemos sido solo
amigos se haya fijado tanto en mí.
—Cómo puedes decir eso si estaba
colgado por ti desde el parvulario —la
acusé riéndome—. ¿Qué esperabas? —
me miró con el ceño fruncido.
—No me refiero a eso y lo sabes.
Quiero decir que me sorprendió que
prestara atención a las cosas que he
dicho. Ya sabes que hablo mucho, pero
él recordaba cosas como por ejemplo
que las fresas me dan alergia o que odio
a morir el queso. No sé, esa clase de
detalles.
—Supongo que ya lo sabéis casi todo
el uno del otro —le dije sonriendo, al
comprobar lo ilusionada que estaba mi
amiga. Marc y Andrea eran como
Samuel y yo, lo conocíamos todo del
otro, razón por la que resultaba
sorprendente que descubriéramos algo
desconocido en el otro. En mi caso la
sorpresa había sido desagradable, la
actitud de Samuel conmigo, me había
trastocado profundamente. Me alegraba
que el caso de Andrea fuera más
alentador.
—En realidad no, y eso es lo que más
me gusta. El viernes descubrí que es más
inteligente de lo que parece, que sabe
escuchar y que besa de maravilla —dijo
mientras rompía a reír al ver mi sonrisa
burlona.
—Sinceramente me has pillado, no
me esperaba esa respuesta —le dije
mientras me unía a sus risas.
—Lo que quiero decir, es que
siempre hay algo nuevo en Marc que me
sorprende y eso es bueno, me hace tener
más ganas de estar con él. Es un chico
muy sensible y la actitud de su madre le
ha hecho mucho daño. Necesita a
alguien como yo, para que le aconseje y
le cuide, ahora tú ya no me necesitas
tanto, tienes a Oliver, que por cierto
pone cara de tonto cada vez que te mira.
¡Quién lo hubiera dicho! —ahora le
tocaba el turno a ella de reír.
—¡Serás malvada! —me quejé
—¿Y por qué lo soy exactamente?
¿Por decir que pone cara de tonto? ¿O
porque me haya sorprendido su amor
por ti? —preguntó la muy bruja.
—Por las dos cosas —le contesté
muy digna—. Aunque supongo que lo
segundo me ha molestado más. Porque
en realidad yo tampoco pensé que
alguna vez pudiera pasar.
—Parece que esta vez Theresa ha
sido la más lista de las dos, porque ella
le caló a la primera —me dijo mientras
atacaba su segundo donut de chocolate.
Me eché a reír, a pesar de todo, su
comentario me hizo gracia.
—¿Echas de menos a tu madre? —
preguntó repentinamente.
—Siempre, pero últimamente más.
Hay muchas cosas que me hubiera
gustado contarle — sobre todo ahora,
pensé. Me hubiese encantado escuchar
su opinión sobre Oliver, algún
consejo…
—Seguro que tu madre no era como la
mía —se quejó Andrea malhumorada—,
tiene cara de haber sido enrollada —
dijo mientras miraba la foto que tenía
puesta encima de mi mesilla de noche.
—Tu madre es encantadora y muy
amable —la regañé yo ante sus protestas
—, no sé cómo puedes quejarte de ella
con lo buena persona que es.
—Eso lo dices porque no tienes que
vivir con ella. Quiere saber demasiadas
cosas. Y ahora que sabe que salgo con
Marc, más todavía —lanzó un largo
suspiro exagerado de resignación.
—Yo de ti no me quejaría, si no la
tuvieras la echarías de menos —le
expliqué intentando sonreír o al menos
sonar menos triste—. Pero bueno, tengo
la suerte de tener un padre tan
maravilloso como el mío, así que no me
puedo quejar —y esta vez mi voz sonó
natural, no hubo necesidad de ocultar mi
pena.
—Cierto, no te puedes quejar, y mejor
no lo hagas. Paso de empezar a protestar
por el reparto de padres, lo mío es mala
suerte —concluyó—. Hablemos de
cosas más agradables —me propuso
mientras se comía el último Donut de
chocolate, sonreí interiormente, era la
primera vez que veía a Andrea comer
tranquilamente sin preocuparse de
engordar, era increíble lo que había
conseguido Marc en menos de una
semana.
Varias horas después estaba tumbada
en mi cama y en pijama. Iba a ponerme a
leer cuando sonó mi móvil, enseguida
salté de la cama a por él, sabía que era
Oliver porque sonaba la melodía que le
había asignado.
—Hola —dije soñadora.
—Hola, ¿estás visible? —la pregunta
consiguió descolocarme.
—Voy en pijama, ¿por qué? —su voz
sonaba divertida y con un toque de
picardía que me hizo pensar en las
motitas doradas de sus ojos verdes.
—Estoy en la puerta de tu casa.
Pasaba por aquí y he pensado que quizás
podías salir aquí conmigo un ratito —me
propuso esperanzado.
—¿Por qué no entras tú? —interrogué
algo descolocada por su propuesta. La
idea de salir en pijama no terminaba de
convencerme.
—¿Está tu padre en casa? —su voz
sonó muy sería.
—Sí, claro. Estará haciendo la cena y
escuchando algún programa de radio en
el que pongan música clásica o algo por
el estilo —le comenté todavía sin captar
la conexión entre su pregunta y el que yo
saliera de casa.
—Pues por eso. Si entro no podré
hacer lo que deseo hacer desde que te
fuiste con Andrea esta tarde —la
picardía volvió a irrumpir de nuevo en
su voz, sentí un cosquilleo en la nuca.
—¿Y qué es? —pregunté aún estando
bastante cerca de intuir la respuesta.
—Besarte, por supuesto.
—¡Dame dos minutos! —exclamé.
Colgué el teléfono y corrí a ponerme
unos zapatos y un chaquetón para salir a
la calle.
Bajé las escaleras, todo lo rápido que
pude y pasé por alto la sonrisa burlona
de mi padre por mi atuendo y mis prisas.
Aún no habían pasado los dos minutos
cuando yo ya estaba dentro del
todoterreno lanzándome a los brazos de
Oliver que me sonreía divertido por mis
pintas.
—No te rías. Si lo haces no te besaré
—le avisé.
—Estás preciosa —me dijo con la
voz ronca.
—No es verdad, pero me encanta que
me lo digas —le confesé feliz de pasar
otro momento a su lado.
Soy una chica afortunada, pensé
mientras sentía sus manos pasearse por
mis costillas. Había conocido el amor y
cuando hiciera recuento de mi vida, esta
experiencia haría que la balanza se
decantase y que pudiera decir que había
sido feliz.
Cuando pudo dejar de besarme, yo
estaba casi sin respiración.
—Eres preciosa —me dijo con los
ojos brillantes de deseo.
—Prefiero tu otra manera de
decírmelo. Suena más sincera —bromeé
con el corazón acelerado por sus besos
y sus caricias.
—Genial, yo también —replicó y
volvió a besarme, esta vez más
despacio, saboreando el momento.
Capítulo 19
Si tenía alguna posibilidad, sin duda
era con la ayuda de Rachel. Me levanté
la mañana siguiente a mi encuentro con
Oliver en pijama con esa sensación,
después de un sueño en el que hablaba
con mi madre y ella me recomendaba
que le pidiera ayuda a ella.
Al parecer la conversación que había
tenido con Andrea sobre mi madre se
había quedado grabada en mi cabeza y
cuando me dormí se filtró en mis sueños
para aconsejarme como hacían todas las
madres con sus hijos.
Era la mujer que nunca había
conocido, la que había visto en las fotos
que guardaba mi padre como un tesoro o
en los videos caseros que habían
grabado durante su embarazo, temiendo
que pudiera pasar lo que finalmente
pasó, que nunca pudiéramos estar juntas.
Amelia Collins era tan hermosa en mi
sueño como en los recuerdos que me
había forjado de ella a través de, sus
cosas o de lo que me habían contado mi
padre y tío Damon.
Supe que era un sueño en cuanto la vi,
llevaba el cabello dorado suelto por los
hombros y me miraba con el cariño y el
amor que había visto en las madres de
mis amigas, un amor del que yo nunca
pude disfrutar.
Antes de que pudiera articular ningún
sonido inteligible, se acercó a mí y me
abrazó con ternura, y al mismo tiempo
con fuerza, como si temiera que fuese a
escaparme si no lo hacía.
—Hola cariño, tengo poco tiempo
para estar contigo. Necesito que
escuches todo lo que voy a decirte —
notaba sus manos acariciando mi pelo
con suavidad—. Busca a Rachel y
pídele ayuda, ella te dirá lo que tienes
que hacer. Pero por sobre todas las
cosas, confía en ti misma y en tu criterio.
Te quiero cariño, estoy muy orgullosa
de ver la persona en la que te has
convertido —me dijo con la voz
entrecortada por el llanto que ella
también retenía en su garganta.
—Mamá —fue lo único que pude
decir antes de echarme a llorar. Era la
primera vez que podía usar ese
apelativo dirigido a su persona. En ese
momento se mezclaba en mí, la felicidad
por estar entre sus brazos y la tristeza
que sentía al saber que no era real, que
de un momento a otro despertaría y
volvería a estar sola con mi padre, como
había sido siempre.
Ella siguió abrazándome mientras yo
dejaba libres las lágrimas que había
acumulado durante mis casi dieciocho
años sin ella.
Cuando desperté y vi la almohada
húmeda, comprendí que había llorado de
verdad mientras dormía.
Me levanté de la cama con las pilas
cargadas, dispuesta a jugar mi última
baza, aunque para ello tuviera que dejar
al margen a Oliver, no estaba dispuesta
a implicarlo y crearle más problemas de
los que ya tenía con Gabriel.
Llegamos juntos al instituto y como
siempre me acompañó a la puerta del
aula, esperé allí hasta que se perdió de
vista camino de su clase de literatura,
crucé los dedos y me encaminé a la
biblioteca en busca de Rachel,
esperando que con un poco de suerte la
encontraría entre los libros de arte como
la última vez que nos vimos.
Cuando entré en la silenciosa
biblioteca del instituto, vi que alguna de
las clases de los novatos tenía hora de
estudio, porque había varias mesas a
rebosar de alumnos de primer curso. La
bibliotecaria me miró cuando entré y me
puso mala cara, al parecer recordaba mi
poco entusiasmo por Cumbres
borrascosas o tal vez pensó que mis
zancadas hacían demasiado ruido al
caminar. Me esforcé por ser lo más
silenciosa posible, ya que no estaba
dispuesta a cambiar mi opinión sobre la
novela y me adentré en el mar de
estanterías, dispuesta a buscar la
sección de arte.
—Te estaba esperando —me dijo
Rachel, mientras se separaba del estante
en que estaba apoyada.
—¿Y eso? —pregunté sorprendida, su
actitud ya no era tan distante como la
última vez que hablamos, ahora parecía
casi amable e incluso sonreía cuando me
respondió.
—¿No tuviste un sueño anoche? —su
sonrisa se volvió enigmática, aunque
seguía ahí. Las rodillas amenazaron con
no sostenerme.
—¿Qué sabes tú de eso? —pregunté
alzando la voz más de la cuenta, lo que
me valió otra mirada airada de la
bibliotecaria modelo, que iba con su
silencioso carrito recolocando los libros
que los alumnos habían devuelto del
préstamo.
—Yo lo sé todo. Y no me preguntes
nada, porque es todo lo que te voy a
decir al respecto —la sonrisa que me
había sorprendido unos segundos antes,
había desaparecido por completo de su
rostro, dejando en su lugar su
inexpresiva mirada.
—No me caes muy bien cuando haces
eso —le expliqué molesta por su actitud
d e no contesto más preguntas. Para mi
sorpresa, no se lo tomó a mal sino que
se echó a reír sinceramente.
La bibliotecaria volvió a lanzarnos
una mirada asesina, lo que hizo que
Rachel me cogiera por el codo y me
sacara de allí a toda prisa.
—¿Adónde vamos? —pregunté
impaciente. Me había saltado la clase de
literatura únicamente para hablar con
ella y lo que menos me apetecía era
hacer un recorrido turístico por el
instituto.
—Ya lo verás —me respondió con su
habitual tono de voz.
Silenciosamente la seguí. Subimos
hasta el tercer piso y al llegar a él torció
a la izquierda y abrió una puerta
diminuta en la que yo nunca me había
fijado. Me extrañó que tuviera la llave
pero no dije nada. La puerta llevaba a
unas nuevas escaleras, esta vez más
viejas y empinadas. Cuando terminamos
de subir, llegamos a una zona abierta en
la que había colgados miles de dibujos
al óleo o en carboncillo, algunos atriles
y varios botes de pintura, también había
una especie de horno del que emanaba
un agradable calor. Rachel siguió mi
mirada y antes que pudiera interrogarla
por el tema, contestó a mis cuestiones no
formuladas.
—Es un horno para la cerámica.
Bienvenida al hogar secreto de los
estudiantes de arte del instituto Armony
—sus brazos abarcaron el lugar mientras
hablaba.
—Sí que es secreto, jamás hubiese
imaginado que existiese un lugar así en
el instituto. Incluso se está calentito —le
comenté intentando romper el hielo
transparente de su mirada.
—Eso que hay ahí —dijo señalando
una puerta en la pared de la derecha—,
es la sala de calderas. Es por esa razón
que el horno fue instalado aquí arriba —
me explicó amablemente.
—Un sitio maravilloso —comenté
impaciente—, aunque no es a hablar del
edificio a lo que he venido esta mañana
—le dije muy seria. Consciente que
tenía que presionarla si quería que me
contara lo que yo había ido a descubrir.
—Lo sé. Ya te dije que lo sabía, ¿es
que acaso no escuchas cuando la gente te
habla? —preguntó ofendida. Rachel era
la chica más irascible y bipolar que
había conocido nunca.
—¿Y tú no eres muy borde para ser
un ángel? —le repliqué con toda la mala
leche que esa mujer me inspiraba.
—Nunca dejas de sorprenderme. Pero
supongo que tienes razón —concedió
con un toque de humor en su voz.
—Entonces, ¿me lo vas a contar? —la
insté demasiado impaciente y enfadada
como para mantener el tono cortés.
—Hay poco que contar. Lo único que
importa en estos momentos es cómo lo
vas a hacer para evitar que Gabriel
utilice a tus amigos para llegar a ti —me
quedé parada cuando comprendí que
realmente esa chica de aspecto oscuro
sabía mucho más de lo que parecía a
simple vista. En lugar de extrañarme
porque fuera un ángel, yo me
preocupaba porque estuviera tan bien
enterada de todo, parecía que mi
cerebro estuviera sobrecargado con
tanta información nueva e increíble.
—Creo que va a usar a Samuel para
manipularme, los vi juntos y creo que
ahora son buenos amigos, al menos eso
es lo que cree Samuel —le expliqué.
—Ya te he dicho que lo sé. La
pregunta es, ¿hasta dónde estás dispuesta
a llegar para salvarles? Primero será
Samuel, pero detrás irán todos los
demás —su mirada transparente se
clavó en mí con tanta fuerza, que sentí
como si me estuviera invadiendo, como
si fuera capaz de conocer mis
pensamientos. Rompí el contacto visual
y la sensación desapareció con la misma
rapidez con la que había surgido.
—¿No eres un simple ángel, verdad?
—inesperadamente supe que Rachel era
mucho más de lo que parecía. Su
silencio me molestó tanto que levanté la
voz—, ¿no crees que tengo derecho a
saberlo?
—No lo soy —respondió únicamente,
con la expresión inalterada.
—¿Me vas a hacer preguntártelo
verdad?
—Sabes que no puedo mentir, y sabes
que tampoco puedo contestar a todas tus
preguntas, así que piensa bien cómo vas
a formularla. Si haces la pregunta
equivocada te quedarás con la duda —
realmente era exasperante hablar con
ella, decidí.
—De acuerdo —dije más para mí que
como respuesta a su comentario—. ¿Qué
clase de ángel eres? ¿Cuál es tu misión
en la tierra?
Rachel frunció el ceño ante mis
preguntas. Recé mentalmente para que
contestara y vi como sus labios
dibujaban una nueva sonrisa. Sin duda
era capaz de leerme la mente, me dije.
La pregunta era si solo podía hacerlo
conmigo. Si pudiera meterse en la mente
de Gabriel podríamos desbaratar sus
maquiavélicos planes.
Rachel negó con la cabeza
contestando a la pregunta que había
estado pensando y abrió los labios para
contestar a la que había formulado en
voz alta.
—Ahora soy un principado, somos
los mensajeros de Dios y somos los
encargados de dirigir a las legiones del
cielo en su eterna batalla contra los
hijos de las tinieblas. ¿Alguna pregunta
más? —interpeló irónica.
—Sí, ¿qué eras antes? ¿Por qué estás
aquí? Sin duda eres un ángel de
categoría, ¿por qué persigues a un
simple soldado como Gabriel?
—Estás tentando tu suerte —me dijo
enfadada, tanto que creí que esta vez no
iba a contestarme, pero lo hizo, aunque
pasó por alto mi primera pregunta—. Lo
que hay entre Gabriel y yo es un asunto
personal, que tengo que resolver antes
de poder volver a donde pertenezco.
—¿Por eso vas a ayudarme? —
pregunté muy seria, era evidente que su
deseo de ayudarme iba más allá de ser
una simple responsabilidad o un deber.
—Voy ayudarte porque es mi
obligación —le faltó mencionar lo poco
que le gustaba la idea—. Aunque tendrás
que confiar en mí totalmente y sé que el
hecho que sea un ángel no es suficiente
para ganarme tu lealtad. Aun así vas a
tener que dármela si quieres que me
moleste en ayudarte.
—Me parece justo —otorgué a
regañadientes. Vale que fuera el primer
ángel que conocía y probablemente el
único que conocería en toda mi vida,
pero también era arisca, antipática y un
poco rara. No se parecía en nada a la
imagen que la televisión, el cine o la
literatura me había inculcado de los
ángeles. Aunque sobre todo, se alejaba
billones de años luz de la imagen que la
religión había dado de ellos.
Era hermosa de una manera oscura, su
pelo no era dorado, sino negro como la
noche y su cuerpo no era anodino ni
asexuado, sino que era delgada aunque
voluptuosa.
Ni su mirada era misericordiosa o
compasiva, sino fría y distante, sentía
como si me mirase a través de lo que sus
ojos habían visto a lo largo de los años,
tal vez siglos.
—Lo primero que debes saber es que
Mefistófeles jamás se va a dar por
vencido hasta que consiga lo que quiere
de ti. Así que lo mejor es que tú misma
se lo ofrezcas —me propuso con toda la
tranquilidad del mundo. Me pregunté si
eso era lo que había hecho ella.
—¿Estás loca? ¿Entonces para qué
narices te necesito? —grité asustada por
sus propuesta, qué clase de ayuda me
brindaba si lo que me pedía era que me
ofreciera en bandeja al enemigo.
—Te he dicho que tenías que confiar
en mí, y a la primera palabra que
pronuncio te molestas y me juzgas, esto
es inútil —gruñó mientras se daba la
vuelta para marcharse dejándome allí
sola. Entré en pánico.
—¡No te vayas! —le pedí mientras la
agarraba por el brazo con todas mis
fuerzas intentando retenerla—. Dame
otra oportunidad, por favor —le rogué
apelando a su condición celestial.
—Está bien. Pero tienes que hacer
todo lo que te diga sin rechistar, punto
por punto. Es crucial que lo hagas así —
resaltó la última frase, alzando la voz y
alargando y separando las sílabas.
—De acuerdo —le concedí,
completamente dispuesta a cumplir con
mi parte.
—Ya te he dicho que lo importante
son las palabras y cómo las uses, en
ellas reside la clave del mundo. Ya
sabes, in principio erat verbum.
Capítulo 20
Después de hablar con Rachel retomé
mis clases con relativa normalidad.
Como no quería que Oliver se enterara
de mi escapada a primera hora y,
principalmente, de la razón por la que
había ido a buscar a Rachel, fingí que
todo era normal y que no me preocupaba
lo más mínimo mi situación.
Las dos primeras clases a las que
asistí fueron bastante normales. En
lengua inglesa nos presentaron al
profesor sustituto, que si bien parecía
agradable, estaba muy despistado
incluso para ser su primer día.
Mis compañeros eran chicos
normales, por lo que se rieron un poco
de su despiste pero nada grave. La
actitud de Samuel con él fue mucho más
desagradable, en uno de los descansos
entre clase y clase en que Marc vino a
ver a Andrea y estar con nosotras,
apareció con la cara lívida. En seguida
nos preocupamos porque parecía
enfermo, sin embargo comprendimos su
estado cuando finalmente nos contó lo
que había sucedido. Mientras el
profesor Greene, el sustituto que
acabábamos de conocer, escribía su
nombre en la pizarra y sus alumnos se
reían disimuladamente al ver como con
cada letra que garabateaba perdía la
tiza, Samuel le había lanzado una pelota
del papel de aluminio del bocadillo, el
problema es que dentro había una
piedra.
Cuando el profesor pidió
explicaciones, se puso en pie sin más y
declaró que había sido él. Ante la
insistencia del señor Greene por
conocer el motivo de su acción, se
limitó a responder que era un simple
sustituto y que no tenía porque
justificarse ante él. Dicho esto abandonó
la clase, dejando al profesor y a sus
compañeros estupefactos.
Marc no había vuelto a verlo desde
entonces, llevaba dos asignaturas a las
que no había asistido.
Me llevé las manos a las sienes, un
dolor de cabeza repentino me impedía
pensar en nada, por primera vez en mi
vida, me compadecí de mí misma.
Una clase antes de comer, mientras
iba camino de mi taquilla para cambiar
de libros, me di de bruces con Samuel,
iba a disculparse cuando se dio cuenta
que era conmigo con quien había
chocado.
—Eres tú —dijo simplemente, sus
ojos ya no eran amables, sino gélidos y
distantes.
—Samuel, tenemos que hablar —le
pedí, aliviada de que por fin me hablara.
Después de lo que me había contado
Marc, era urgente que tuviéramos una
conversación.
—Danielle, no creo que tú y yo
tengamos nada que decirnos la verdad,
pero tú dirás —me lastimó su actitud,
nunca había sido una persona cruel,
siempre había sido dulce y encantador
con todo el mundo. Si no hubiese sido
Marc quien me contó el incidente con el
profesor Greene, nunca lo hubiera
creído.
—¿Qué te ha pasado? ¿Por qué me
hablas así? —pregunté molesta por el
modo en que se dirigía a mí.
—¿No lo sabes? Bien pues te lo
cuento. Resulta que llevo colgado por
una chica cuatro años y cuando por fin la
chica parece que también siente algo por
mí, cuando por fin me besa, me deja
tirado por un tipo que se ha pasado toda
la vida ignorándola. Eso es lo que me ha
pasado —me dijo con los ojos brillantes
de humillación y dolor ¿o era rabia?
—Las cosas no fueron, así. Hay
mucho que no sabes —le dije suplicante,
intentando que me diera tiempo para
explicarme—, déjame contarte la
verdad.
—La verdad. Dirás tu verdad, no la
mía. La verdad es que no eres quien
creía que eras, y ya no me importa.
Tengo amigos que me valoran, no como
tú, que solo me has utilizado todo este
tiempo —me recriminó. Supe que esas
palabras no eran suyas, que Gabriel ya
había empezado con su plan y comprobé
que iba por muy buen camino.
—Tus amigos, como tú los llamas, no
son buenas personas Samuel. Gabriel no
es lo que parece, de hecho es mucho
peor de lo que puedas llegar a imaginar
—abrió los ojos sorprendido cuando
pronuncié el nombre de su nuevo amigo.
—Claro, no había caído —comentó
irónico—. Gabriel es el tutor de Oliver
y como no le permite hacer todo lo que
le da la gana, pues por eso te ha puesto
en su contra. ¿Sabes, Danielle? La
equivocada aquí eres tú. Oliver no es lo
que parece y cuando se haya cansado de
ti, te hará lo mismo que le ha hecho a
Theresa. Te dejará sin volver la vista
atrás, y cuando llegue el día, hazme un
favor y no me busques —y dicho esto, se
dio la vuelta y se marchó sin dedicarme
una última mirada o dejarme hablar.
Mi breve encuentro con Samuel fue el
que me decidió a seguir al pie de la letra
las instrucciones de Rachel, a pesar de
sus distancias y de mi incomodidad
cuando estaba con ella, comprendía que
Rachel era la única que sabía cómo
hacerle frente a Gabriel.
Desde que recogí a Dani en su casa,
como cada día, para ir a clase, sentí que
algo era diferente. No sabría decir qué
era exactamente, quizás su aire ausente,
con la mirada perdida en el paisaje o tal
vez que cuando entró en el coche se
olvidó de darme un beso.
Me pasé todo el camino a clase,
pendiente de la más mínima variación en
sus sentimientos. Mi don solo era
efectivo ante sentimientos fuertes, como
el deseo, la pasión, la ira… Danielle se
mantenía en un nivel al que no lograba
llegar. En algún momento llegué a
preguntarme si lo hacía
deliberadamente, pero descarté la idea.
No había ningún motivo para que lo
hiciera.
Cuando la acompañé a clase, parecía
impaciente, aunque a parte de eso no
pude notar nada más significativo. En
clase de francés me pasé la hora
dándole vueltas a una idea, que sabía
que era poco ortodoxa, pero que quizás
me permitiera mantener a Danielle a
salvo.
Tres segundos después que sonara la
sirena del cambio de clase, yo ya estaba
saliendo por la puerta, dispuesto a
olvidarme de mis principios por ella.
Conduje a toda velocidad por las
calles de Armony, impaciente por llegar
a mi casa y encarar a Gabriel. Crucé los
dedos e incluso estuve a punto de rezar
pidiendo ayuda al cielo para que hiciera
que estuviera en nuestra casa. Hubiese
resultado irónico que después de tantos
años, rezara pidiendo ayuda divina y
más aún que me hicieran caso.
Aparqué de cualquier manera, las
multas por estacionar inadecuadamente
el vehículo eran lo que menos me
preocupaba en ese momento, necesitaba
regresar antes que Dani se diera cuenta
que me había ido. En cada cambio de
clase nos veíamos unos segundos,
cuando íbamos a nuestras taquillas a
cambiar los libros. Tenía que estar allí
cuando el profesor abandonara la clase.
Entré en casa con la clara
determinación de proteger a Danielle a
cualquier precio, era lo único que
importaba, mi alma ya estaba
condenada, ahora todos mis esfuerzos
serían por salvar la suya.
Gabriel estaba esperándome sentado
en el taburete de mi piano. No tenía la
certeza de saber que me esperaba, pero
su actitud altiva y expectante, me hacía
sentir que así era. Me había calado
como a un principiante.
Ni siquiera le saludé, simplemente
expuse mi oferta, si me lo pensaba una
vez más quizás terminara por echarme
atrás.
—Pongo a tu servicio mi don si dejas
de acosar a Danielle —lo dije de un
tirón, sin apenas respirar—. Tocaré para
ti —volví a ofrecerle.
—Una propuesta interesante, que sin
duda tengo que meditar —me respondió
con sus ojos de gato fijos en los míos, en
busca de más información que poder
usar contra mí. Al tiempo que su rostro
carecía de expresión, así no me
mostraba sus cartas.
—¿Qué tienes que pensar? —pregunté
irritado, al ver que mi plan no era tan
efectivo como había esperado.
—Querido Fausto, ya deberías
conocerme después de tanto tiempo
juntos. Nunca tomo decisiones a la
ligera. Al contrario que tú, yo medito
bien cada paso que doy. Y ese es el
secreto por el que yo estoy cada vez más
cerca de mi objetivo y tú estás
doblemente condenado —le miré sin
comprender el sentido de su última frase
—. ¿No sabes a qué me refiero? —
ronroneó sarcástico—. Has perdido tu
alma y ahora vas a perder a la persona a
la que amas. No me mires así, si no soy
yo, se la llevará el ángel de la muerte,
en cuyo caso también la perderás. Al
menos conmigo seguirá viva y a tu lado.
¿No te parece que mi oferta es la mejor?
—me dijo ofreciéndome una salida que
yo no estaba dispuesto a tomar. Supe en
ese instante que le había dado la vuelta a
mi propuesta para que solo le
beneficiara a él.
—Estás disfrutando como nunca —le
acusé. Sus ojos brillaron con algo
parecido a la indignación. El chispazo
solo duró un segundo, lo justo para que
yo lo viera.
—En realidad no. Danielle me cae
bien y eso es mucho más de lo que
puedo decir de nadie —recalcó las
últimas palabras para que me diera por
aludido. No pude evitar sonreír, Gabriel
a veces resultaba demasiado
desconcertante hasta para mí, que lo
había visto todo, y además varias veces.
—No sé por qué. Pero te creo —le
dije mientras me marchaba, estaba
cerrando la puerta de casa cuando le
escuché gritar.
—Estudiaré tu propuesta con el
interés que merece.
Capítulo 21
El mismo día que hablé con Rachel
decidí que me merecía al menos un
tiempo para disfrutar de mi relación con
Oliver sin la constante sombra de mi
enfermedad o de mi oscuro destino.
Durante un solo día me iba a olvidar de
Gabriel, de Samuel e incluso de mí
misma e iba a vivir mi momento con él.
Le conté a mi padre mi plan de
saltarme todas las clases del miércoles
para salir con Oliver y no se opuso. Me
miró tan fijamente que estoy segura que
pudo leer en mi alma lo que sentía, ya
que se limitó a decirme que tuviera
cuidado. Como estaba tan comprensivo,
me atreví a pedirle las llaves del coche
y para mi absoluta sorpresa me las
tendió sin rechistar, ni siquiera arqueó
una ceja cuando lo hizo.
El punto era que mi padre era muy
liberal, me dejaba tomar mis propias
decisiones y cometer mis propios
errores, incluso me animaba para que
saliera más y disfrutara de la vida, pero
su actitud abierta desaparecía en cuanto
la palabra coche salía en la
conversación. Su Bentley era intocable,
me había ofrecido varias veces
comprarme un vehículo de segunda
mano, simplemente para no verse en la
obligación de dejarme el suyo. Yo no
entendía muy bien la razón, tampoco es
que tuviera un Ferrari, su coche era un
simple Bentley, eso sí, importado de su
amada Inglaterra. Así que cuando aceptó
sin rechistar, me sentí la persona más
afortunada del mundo. Al menos ese día
la vida me sonreía.
El miércoles me levanté más
temprano que de costumbre. Me duché,
me vestí con unos vaqueros pitillo y un
jersey de cuello alto gris, unas botas
también grises y mi abrigo. Cogí el
bolso, las llaves del coche prohibido y
salí por la puerta, dispuesta a llegar a
casa de Oliver antes de que saliera para
venirme a buscar.
Entré en el garaje y encendí el motor
ronroneante del Bentley, sonreí al
escuchar la música que empezó a sonar
nada más ponerlo en marcha. The
Beatles pedían ayuda con mucho ritmo y
una perfecta pronunciación, que me
arrancó la sonrisa. Apagué el lector de
CD y encendí la radio para escuchar el
parte meteorológico. Se anunciaban
cielos despejados y temperaturas
propias para un mes de enero normal en
Armony. Faltaba muy poco para mi
cumpleaños, y la pregunta que se instaló
en mi mente me paró en seco, ¿dónde iba
a estar yo para aquel entonces?
Metí el coche en el camino de entrada
de casa de Oliver y salí corriendo a su
encuentro. Ya que nada más poner un pie
en la calle noté el contraste entre la
calefacción del vehículo y el frío de la
vía.
Tomé nota mental de comentarle a
Oliver que el viernes íbamos a salir con
Marc y con Andrea, mi amiga me lo
había propuesto y me había parecido una
buena idea, Marc me caía bien y además
quería que Andrea conociera de verdad
a Oliver y se olvidara de todo lo que
habíamos escuchado de él y que no
correspondía con la verdad.
Iba a coger la llave de emergencia
que Oliver guardaba dentro del buzón
del correo, que se podía abrir sin la
llave, cuando la puerta se abrió y me
encontré de frente con la persona
equivocada.
—Buenos días pequeña —me saludó
Gabriel alegremente—. ¿Te has caído
de la cama?
—He venido a ver a Oliver —
después de decirlo me di cuenta que era
evidente que esa era la razón por la que
estaba allí a esas horas intempestivas.
—Ya, me imagino que no es a mí a
quien vienes a ver —me respondió con
ganas de bromas—. Estás en tu casa,
Oliver todavía duerme. ¡Disfruta tu día!
—Gabriel —le llamé—, mañana te
telefonearé hay un asunto que quiero
tratar contigo, no hace falta que te diga
que quiero que quede entre nosotros —
le pedí. Mi frase había sido lo
suficientemente clara para que
comprendiera a quién quería
ocultárselo.
En sus ojos brilló una mirada
especuladora.
—Te refieres a Oliver, acabáis de
empezar a salir juntos y ¿ya os guardáis
secretos? —se burló, aunque su risa era
más enigmática que burlona—. ¡Cuenta
con mi silencio!
—¿Qué quieres decir? —pregunté
enfadada porque sabía que tenía razón,
ocultar era igual que mentir—. Solo
necesito que no digas nada.
—Muy pragmática, sí señor. Cada día
me gustas más pequeña —y me guiñó un
ojo. Sinceramente, si no hubiese
conocido nunca a Oliver y jamás
hubiese sabido quien era en realidad
Gabriel, me hubiera derretido ante el
gesto—. Esperaré tu llamada. Has
despertado mi curiosidad —y salió por
la puerta tan fresco.
Subí al dormitorio de Oliver y me
alegró comprobar lo mucho que había
cambiado desde la primera vez que
había estado allí. Ahora además del
ordenador, había una cadena de música,
más libros y pilas de CDs amontonadas
por el escritorio, además de estanterías
que había colgado en las paredes. La
mesilla de noche la presidían las fotos
que nos habíamos hecho en el fotomatón
de la calle Violet Hill.
Intentaba ver con la poca luz que
entraba en la habitación los dibujos que
adornaban las paredes, cuando dos
manos se enredaron en mi cintura y
tiraron de mí hasta hacerme caer en la
cama con delicadeza.
—Buenos días. Cuando he abierto los
ojos y te he visto ahí parada he estado a
punto de creer que eras un sueño —sentí
sus labios en mi cuello y noté como sus
manos me apartaban el cabello de los
hombros.
—¿Qué haces? —pregunté demasiado
aturdida para pensar en regañarle.
—Voy a hacer realidad el
maravilloso sueño que acabo de tener
—explicó con sus labios pegados a los
míos.
—Me parece perfecto —fue lo único
que alcancé a decir antes de perder el
hilo de mis pensamientos.
Una hora después desayunábamos en
su cocina mientras yo le contaba mi plan
de pasar el día fuera de la ciudad,
aunque me guardé el lugar al que íbamos
a ir, quería que fuera una sorpresa.
—¿De verdad quieres salir? ¿No te
parece mejor plan vaguear en casa y ver
una película? —preguntó esperanzado
de que aceptara—. Incluso te dejo elegir
la película y todo —me ofreció.
—Hay un sitio que me gustaría que
vieras y alguien a quien quiero que
conozcas —le dije sinceramente.
—Eso me recuerda algo —metió la
mano en el bolsillo de su pantalón y
sacó una cadena de oro de la que
colgaba una preciosa cruz, era pequeña,
con diminutas perlas sobre ella, se veía
a la legua que era antigua y valiosa—.
Quiero que la tengas tú —me dijo con
los ojos brillantes.
—Es preciosa Oliver, pero no puedo
aceptarla —sentía que era demasiado
importante para él, no podía aceptar un
regalo así.
—Era de Isabella, es lo único que
tengo de ella y me gustaría mucho que la
tuvieras tú —me dijo mientras se
acercaba a mi lado, tomaba mis manos y
la depositaba en ellas. Sentí las lágrimas
calientes resbalar por mis mejillas, en
las últimas dos semanas había llorado
más que en toda mi vida.
Oliver me abrazó sin decir nada.
Cuando dejé de llorar, pasó la cadena
por mi cabeza y me dio un beso en la
mejilla.
—Puedes considerarlo un regalo de
cumpleaños adelantado si eso te hace
sentir mejor —me ofreció sonriendo.
—Eso estaría bien. Un regalo de
cumpleaños es algo que puedo aceptar.
Los novios se hacen regalos —concedí
devolviéndole la sonrisa.
—Perfecto entonces —su sonrisa se
volvió más brillante—. ¿Adónde
vamos? —sus ojos brillaban de
expectación.
—Es una sorpresa y conduzco yo —le
expliqué que mi padre me había
prestado su coche y que me iba a
encargar de llevarle hasta nuestro
destino. Vi como abría los ojos como
platos y tuve que aguantarme la risa para
no ofenderle.
—Creo que deberíamos ir en mi todo
terreno —propuso en el último
momento.
—Solo si me dejas conducirlo —
cedí, dispuesta a que el día también
fuera agradable para él.
—Hecho —vi como suspiraba
aliviado. Debía de tener las mismas
dudas sobre mis dotes de conductora
que mi padre. Por lo menos en algo se
ponían de acuerdo.
Sacamos el coche de Oliver del
garaje y lo cambiamos por el mío. En
realidad fue él quien lo hizo, una cosa
era que hubiera cedido su puesto de
conductor para el pequeño viaje que
había planeado y otra que me cediera el
puesto de manera indefinida.
Conduje durante casi una hora,
dejando atrás la ciudad y pendiente de
todas las indicaciones que me hacía
Oliver, que si cambia de marcha, que si
no corras tanto…
Di gracias cuando por fin llegamos a
nuestro destino y estoy segura que él
también lo hizo, aunque por motivos
completamente diferentes.
Aparqué en el lugar habilitado para
tal efecto en el parque natural de
Armony, estábamos en pleno invierno y
por tanto no era tan espectacular como
en primavera, pero aún así tenía muchas
ganas de mostrárselo a Oliver.
Tomé su mano y un agradable
escalofrío recorrió mi espalda, Oliver
tiró de mí y me acercó a su cuerpo, pasó
su brazo por mis hombros y caminamos
agarrados a través de la puerta que
custodiaba la entrada al parque.
—No sabía que hubiera algo así por
aquí —comentó asombrado por lo
maravilloso que era el lugar.
No habíamos dado ni cinco pasos
dentro, cuando el guarda se acercó a
nosotros a paso ligero, cuando me
reconoció abrió los brazos y sonrió, me
separé de Oliver y me lancé a ellos.
—Tío Damon —le abracé feliz de
volver a verle.
—Dani, ¿por qué no me has dicho que
ibas a venir? Habría preparado mi
famosa tarta de manzana que tanto te
gusta —el tío Damon era una versión
masculina de mi madre, su cabello era
rubio como el de ella y al llevarlo más
largo que de costumbre, se le rizaba en
la nuca y le daba un aspecto más juvenil.
Sus ojos eran oscuros, no azules como
los de ella o los míos propios, pero en
todo lo demás eran muy parecidos.
—Lo decidí en el último momento —
le expliqué—. Quiero que conozcas a
alguien —dije señalando hacía Oliver
—. Oliver este es mi tío Damon, el
hermano de mi madre —los presenté.
Vi como Oliver se sorprendía, nunca
le había dicho que mi madre tuviera un
hermano y mucho menos que viviera tan
cerca de mí.
—Encantado —le dijo a mi tío
mientras le ofrecía la mano
educadamente.
—Igualmente Oliver —le contestó
Damon radiante por verme, normalmente
era él quien hacía las visitas a casa, el
parque había sido el lugar de mi
infancia, pero desde que había
comenzado a hacerme mayor lo visitaba
cada vez con menos frecuencia, ocupada
en salir con mis amigos.
Damon sonreía amable pero entonces
pareció recordar algo porque su cara se
puso muy seria.
—Señorita, ¿vosotros dos no teníais
clase hoy? — preguntó con el ceño
fruncido.
—Papá lo sabe —le respondí, eso era
lo único que calmaría su preocupación.
—En ese caso todo perfecto —me
concedió tal y como yo había supuesto
—. Por qué no vas a enseñarle a Oliver
todo esto, mientras, yo prepararé un
poco de té y miraré a ver si queda algo
de tarta de manzana en la cocina —se
rió complacido cuando vio mi cara de
felicidad ante la idea de zamparme una
porción de su deliciosa tarta.
—Eso sería perfecto, tío —le
agradecí que me diera libertad para
enseñarle el lugar a Oliver y que
pudiéramos así, hablar libremente.
Tomé su mano y me adentré en el
parque, dejando atrás la figura de mi tío,
parada al lado de su casa de guarda.
—Aquí fue donde vivió mi madre
hasta que se casó con mi padre. Y aquí
es donde mi padre y mi tío esparcieron
sus cenizas cuando murió —le expliqué
a Oliver emocionada.
—Entiendo que sea un lugar especial
para ti, gracias por compartirlo conmigo
—me susurró mientras se inclinaba y me
daba un suave beso en la frente.
Paseamos de la mano y le mostré los
lugares más importantes para mí, le
conté cómo había sido mi niñez entre
especies de plantas protegidas, conejos
y demás animalitos que convivían en paz
en aquel mágico lugar. Una hora después
regresábamos a casa de Damon con las
pilas recargadas y la sensación de estar
más cerca de mi madre de lo que había
estado en mucho tiempo. Sentir que me
abrazaba aunque fuera en sueños, había
conseguido que hacer este pequeño viaje
se convirtiera en una necesidad para mí,
quería que ella conociera a Oliver, pero
como eso era imposible, opté porque él
la conociera a ella.
Mi tío se quedó impresionado con
Oliver, le hizo varias preguntas
comprometidas para ver cómo
reaccionaba, pero se encontró con
respuestas serias y templadas propias de
un chico maduro y responsable. Me reí
internamente, puede que Oliver
aparentara solo dieciocho años, pero
tenía muchos más, su madurez estaba
más que probada.
Cuando llegó la hora de marcharse,
Oliver me abordó con mucho tacto.
—Bueno cariño, has conducido tú al
venir, y yo he estado lo suficientemente
atento como para poder regresar
conduciendo yo mismo sin problemas.
Seguro que estás cansada, no hemos
parado de andar…
Me eché a reír, ¿de verdad conducía
tan mal? No era algo para tomarse a risa
que tu novio temiera que pudiera
sucederle algo si eras tú quien estaba al
volante, o que tu padre no se fiara de
que acabaras destrozando su querido
Bentley de importación, pero la cara de
Oliver era tan cómica mientras trataba
de decirme lo que pensaba sin herir mis
sentimientos, que no pude más que
sonreír y aceptar su propuesta. En
realidad y aunque lo negaría todas las
veces que hiciera falta ante él, si que
estaba cansada, agotada más bien.
Me despedí de mi tío, después de
prometerle que volveríamos muy pronto.
Damon era un hombre solitario, nunca se
había casado y aunque era una elección
propia, pensé que debía de ser duro
vivir solo tanto tiempo y tan aislado de
la gente, la casa más cercana estaba a
cuarenta y cinco minutos en coche.
Capítulo 22
El jueves pasó rápidamente y
finalmente llegó el viernes, día en que
habíamos quedado con Marc y con
Andrea, esa era la parte agradable del
día, la parte desagradable era que ya no
podía eludir más la llamada que tenía
que hacerle a Gabriel.
Por eso, cuando a mediodía
terminaron las clases, cogí el teléfono
de la cocina y llamé a Gabriel que
contestó antes del tercer tono.
—Hola pequeña —me saludó
eufórico—. Creí que te habías
arrepentido y que no ibas a llamarme ya
—comentó.
—Lo siento, ayer se me complicó,
¿podrías venir ahora a casa? Mi padre
tiene claustro de profesores y no vendrá
hasta más tarde, así que podremos
hablar tranquilamente.
—Por supuesto. Dame cinco minutos
y estaré allí —sin siquiera despedirse
colgó.
Puntual como un reloj llamaron a la
puerta. Fui a abrir con las piernas
temblorosas y la garganta seca.
—Pasa por favor —le señale el
interior del salón. Entró con actitud
resuelta.
—Gracias. Tú dirás, pequeña ¿para
qué te soy útil? —preguntó con una
amabilidad sin artificios que me pilló
desprevenida.
—Tengo algo que ofrecerte. Un trato
—le respondí con la voz firme, al
contrario que mis rodillas que se
estaban esforzando al máximo por
sostenerme.
—¿Y cuándo ha sucedido este cambio
de papeles?, hasta donde yo sé el que
ofrece los pactos soy yo —su
amabilidad inicial se había evaporado.
—Rachel me dijo que podías ser
razonable —le expliqué—, pero veo que
no te conoce tanto como cree.
—Rachel se equivoca en muchas
cosas ¿qué más te dijo de mí? —me
sorprendió ver por primera vez desde
que le conocía, un interés real en sus
ojos pardos.
—Rachel me dijo que no eras tan
horrible como querías hacer creer, que
me escucharías y terminarías por aceptar
mi propuesta —le respondí. Siguió
fingiendo desinterés en lo que tenía que
contarle.
—¿De verdad creías que me
importaba algo lo que ella diga o
piense? No es nada en mi vida, es menos
que eso —pero la firmeza de su voz
había desaparecido y en su lugar solo
encontré desilusión.
—Sé que te importa —aseveré tenaz.
—Eres tan inocente, ¡me encantará
tenerte a mi lado!
—No estoy dispuesta a aceptar sin
poner mis propias condiciones.
—¡Vaya! ¡Qué sorpresa! ¡El pastelito
muerde! —se burló. ¿Y cuáles son esas
condiciones de las que tanto alardeas
pequeña?
—Primero, te vas a mantener alejado
de todas las personas que me importan
—le exigí—. Y segunda y más
importante, tienes que romper tu trato
con Oliver, le vas a dejar libre para que
pueda elegir su camino —en este punto
no había lugar a las negociaciones, era
mi petición principal. Sabía que era él
quien tenía la sartén por el mango pero
yo no iba a recular, me quedaba la baza
de la codicia, yo era lo que él quería a
toda costa. Su pasaporte al éxito.
—Puedo mantenerme alejado de tus
amigos, en eso no hay problema…
—No he dicho mis amigos —le corté
impaciente. Al parecer las palabras que
usara eran cruciales para este tipo de
tratos—, he dicho todas las personas
que me importan, lo que casi viene a
decir que abandones la ciudad, para
siempre.
—Y tú conmigo querida, pero ese no
es el punto. El punto es que no puedo
dejar libre a Fausto, ya no me pertenece.
Yo solo recolecto almas, no las poseo,
soy un simple peón, y es ahí donde
entras tú, para que yo suba un
escaloncito más —su sonrisa hacía
juego con sus ojos de gato. Hasta me
pareció ver que tenía los caninos más
afilados de lo normal—. Seguramente, si
aceptas ser mi discípula, podamos
acceder a los documentos que tanto
deseas, pero eso sería después…
Primero vas a tener que firmar, estoy
atado de manos hasta que lo hagas —se
lamentó.
—Entonces no me sirves para nada y
por lo tanto no vas a tenerme —le
expuse con la cabeza bien alta.
—No voy a arriesgar mi pellejo por
él. Tú estás loca querida —dijo con la
mirada llena de ira. Era consciente que
no iba a transigir en ese punto.
—Pues entonces no hay trato —dije
dispuesta a llevarlo al límite.
—Debe haber alguna otra cosa que
quieras —comentó zalamero. Su actitud
volvía a ser amistosa pero en sus ojos se
vislumbraba la rabia que sentía.
—No la hay —terminé la
conversación dispuesta a darme la
vuelta y a abrirle la puerta para que se
fuera.
—Está bien —dijo mientras me
sujetaba con delicadeza del brazo—.
Prepararé el documento y en cuanto
firmes cumpliré mi palabra —parecía
tan sincero que me eché a reír.
—¿Realmente me ves tan ingenua o
solo estabas probando suerte? —le
pregunté alzando una ceja.
—Las dos cosas —confesó—. Eres
realmente divertida pequeña. Está bien,
te traeré el documento y entonces
firmarás. Haré que los abogados lo
vayan redactando, para que todo sea más
rápido —comentó con total naturalidad,
como si no estuviera hablando de vender
mi alma inmortal.
—¿Los abogados? —pregunté
sorprendida.
—Claro pequeña. ¿Quieres que sea
legal, no?
—Y eso me recuerda otra cosa,
quiero algo que certifique que el
documento que traes es el verdadero y
no una falsificación —sus ojos
volvieron a brillar risueños.
—¿Por quién me has tomado? —
preguntó fingiéndose el ofendido. No
pude evitar reírme y pensar que era una
lástima que fuera un demonio, si hubiera
sido un chico normal, me hubiera caído
realmente bien, era inteligente,
divertido, amable y absolutamente
encantador. Si no hubiera conocido al
Mefisto que había detrás, habría podido
entender a Rachel—. Dame un par de
días, probablemente el domingo lo tenga
todo listo. Te llamaré entonces.
¡Disfruta de tus últimos momentos de
libertad! —me aconsejó pensativo.
—Mientras tanto, mantente alejado de
ellos —le exigí, ante su mirada
sorprendida.
—Realmente eres una cajita de
sorpresas. Haré lo que pueda, querida.
Aunque no puedo prometerte nada —
concedió sardónico ante mi
atrevimiento.
Cuando Mefisto se marchó, me
levanté del sofá y me dirigí como una
autómata a la cocina, necesitaba
moverme, hacer algo que consiguiera
hacerme olvidar lo que acababa de
hacer. Siempre había sabido que mi vida
iba a ser corta, pero esto era otra cosa.
Con el pacto iba a conseguir la
inmortalidad, al menos en el sentido de
que ni el tiempo ni las enfermedades me
afectarían, pero de nada me servía si
Oliver no iba a estar conmigo.
De nada me servía si me alejaba de
las personas a las que amaba, y bajo
ningún concepto podía quedarme en
Armony, tenía que alejar a Gabriel de
aquí, de la gente que me importaba, de
la única vida que había conocido. Mi
padre iba a quedarse destrozado, él
siempre había albergado la esperanza de
que mi enfermedad me permitiera vivir
más tiempo que a mi madre.
Una vez en la cocina, no pude
contener más las lágrimas que me
picaban en los ojos. Me enfadé conmigo
misma por mostrarme débil y llorosa.
Tenía que ser fuerte, porque las
dificultades no habían hecho más que
comenzar.
Eran las seis cuando Oliver pasó a
recogerme, llamó al timbre una sola vez.
Estaba terminando de arreglarme con la
música puesta y cantando a todo grito
cuando escuché que llamaban, pero
como no había nadie más que yo en casa
tuve que bajar a abrirle la puerta,
descalza y con un ojo pintado y el otro
no.
—¡Pasa! —le pedí casi sin mirarlo,
dispuesta a subir a mi cuarto y terminar
con el maquillaje.
—Espera, ¿dónde está mi beso? —me
preguntó con voz risueña. Cuando me
giré a mirarle, arqueó una ceja divertido
—. ¿Y eso? ¿Qué es la nueva moda en
maquillaje? Pues te confieso que soy
bastante anticuado para estas cosas,
porque reconozco que me gustaba más
cuando las mujeres se pintaban los dos
ojos.
—Muy gracioso, es que no he tenido
tiempo de pintarme y he tenido que bajar
a abrirte y… —cortó mi perorata con un
beso. Antes de que pudiera decir nada
más me atrajo hasta su cuerpo y me
besó.
—Estás preciosa, siempre lo estás —
sentí que las piernas se me volvían de
gelatina y me maravillé de estar aún en
pie, la dulzura con la que me había
hablado era más importante que las
palabras en sí. Subí sonriendo como una
boba mientras iba a mi cuarto a pintarme
el dichoso ojo.

Los amigos de Dani, resultaron ser


muy agradables y entretenidos. No eran
la clase de personas con las que había
tratado los últimos años en el instituto,
así que no sabía muy bien qué me iba a
encontrar cuando Danielle me anunció
que habían organizado una salida
conjunta, pero ahora me alegraba de no
haber puesto pegas.
A Marc era al único que conocía un
poco más, ya que era asiduo a las fiestas
que organizaba en su casa cada vez que
su madre se largaba con un nuevo novio.
No obstante, el Marc de entonces
distaba mucho del Marc que estaba
viendo en esos momentos. Pendiente de
Andrea, la mejor amiga de Dani y con la
sonrisa permanente. Yo recordaba al
rebelde que había sido. Al chico
problemático cuyas celebraciones
siempre terminaban porque aparecía la
policía alertada por los vecinos que
sufrían desperfectos en sus vehículos o
que no podían dormir por el ruido
ensordecedor de la música.
La conversación era de lo más
interesante, las chicas hablaban sin
parar, contando anécdotas realmente
graciosas sobre su pasado común. Era
fascinante verlas juntas, se notaba que su
amistad era profunda y verdadera,
Andrea se ganó mi afecto en cuanto noté
el cariño sincero con el que trataba a
Danielle.
—¿Te acuerdas de aquella vez que
Theresa robó un pintalabios en la tienda
del señor Ferrars y para que no la
pillaran fingiste un desmayo? El pobre
señor Ferrars llamó a la ambulancia y a
tu padre en cero coma dos segundos,
temeroso que te hubiera sucedido algo
grave… —contó Andrea riendo de
buena gana.
—No te rías —la regañó Danielle—,
bastante mal lo pasamos cuando tuvimos
que explicarle a mi padre la verdad —
comentó con la culpa presente en sus
preciosos ojos azules.
—Y tu padre no solo no nos castigó,
sino que se echó a reír y nos dijo que
eras una actriz consumada. Casi le dio
un ataque cuando te vio en la camilla de
la ambulancia. El pobre siempre nos ha
cubierto las espaldas.
—Tu padre es un buen hombre —
comentó Marc—, aunque sea un
profesor de instituto.
Me reí, era fácil sonreír entre esta
gente. No había dobleces ni mentiras
entre ellos, me pregunté cómo hubiese
sido mi vida si hubiese nacido en esta
época. Seguramente sería como la de
ellos, tendría una familia normal y
tendría una vida tranquila, e Isabella
seguiría con vida, ahora las mujeres
tenían más libertad, una libertad que
habían conseguido con años de lucha y
muchos sacrificios.
—Tío, ¿estás bien? —me preguntó
Marc, mientras Andrea y Dani seguían
recordando sus historias. Me había
perdido en mis propios pensamientos y
solo había regresado de ellos cuando la
voz de Marc me sacó de allí de un
plumazo.
—Sí, muy bien —le respondí con una
sonrisa franca.
—Ya sabes como son las mujeres, en
cuanto se juntan no hay forma de
hacerlas callar —bromeó lo
suficientemente alto como para que las
chicas se callaran de golpe y se le
quedaran mirando con cara de pocos
amigos—. Aunque eso sí, si metes la
pata te pillan seguro —siguió con su
broma mientras miraba a Andrea con
cara de niño bueno.
La noche siguió del mismo modo,
entre bromas y buenas vibraciones, hasta
fui capaz por unas horas de olvidarme
de los problemas que había acumulado
en mi dilatada existencia, de Mefisto y
de la decisión que había tomado de
volver a ser el Fausto que dejé en
Florencia tras la muerte de mi hermana.
—Danielle, ¿puedo hablar contigo un
momento? —me preguntó Marc cuando
ya abandonábamos el restaurante. Vi que
Andrea no parecía ni sorprendida ni
molesta y supe que fuera lo que fuera lo
que quisiera decirme, ella ya lo sabía.
—Por supuesto, Marc —le contesté
mientras miraba a Oliver que sonrió
amablemente y se alejó charlando
animadamente con mi amiga.
—Verás Dani, lo que quiero decirte
no es fácil, en realidad sé que no tengo
derecho a pedirte lo que voy a pedirte,
pero es que la situación se vuelve más
delicada por momentos.
— ¿Qué sucede? —pregunté cada vez
más nerviosa.
—Se trata de Samuel y de su nueva
actitud. Ya no se trata solo de los
profesores, ahora es cruel con todo el
mundo. Se ha hecho amigo de Gabriel,
el tutor de Oliver. Sé que le conociste en
mi fiesta, pero ahora que sales con
Oliver probablemente le conozcas
más… Verás, Gabriel no es una buena
influencia, lo sé con conocimiento de
causa, ¡créeme! —me abstuve de
preguntar la razón por la que estaba tan
seguro de lo que decía, me callé porque
intuí que era por algo relacionado con su
madre y yo sabía lo violento que se
sentía cuando alguien abordaba el tema
de su progenitora.
—Yo también lo sé y aunque no
puedo decirte nada más, tienes que
creerme. Las cosas van a cambiar.
Gabriel no va a volver a molestar a
Samuel, yo me encargaré de ello. Te lo
prometo —le dije con profunda
convicción.
—No, Dani, no te metas con Gabriel
o saldrás perdiendo —me aconsejó—.
Lo que quería pedirte, es que hablaras
con Samuel, está dolido, aunque sé que a
ti te escuchará. Él todavía siente algo
muy fuerte por ti.
—Ya lo he intentado Marc —le
confesé. Contándole nuestro encuentro
en el pasillo y su actitud desangelada.
—Intenta volver a hablar con él —me
pidió, afligido por ponerme en esa
incómoda situación—. Si esta vez no
funciona, no te pediré que lo vuelvas a
hacer. Pero es nuestro amigo y tenemos
que quemar todas las naves antes de
rendirnos definitivamente.
—Te lo prometo —le dije
sinceramente.
Al día siguiente por la mañana,
quemaría mi última nave con Samuel.
Recé para que no fuera una misión
suicida.
Capítulo 23
El viernes me había acostado más
tarde que de costumbre, así que el
sábado por la mañana se me pegaron las
sábanas y cuando me di cuenta de la
hora, eran pasadas las diez y media de
la mañana. Me levanté de un saltó y me
metí bajo la ducha, el agua caliente, casi
hirviendo, enrojeció mi piel, relajó mis
músculos y limpió mi mente de los
nefastos pensamientos que me acosaban.
La idea de hablar con Samuel
nuevamente me había estado
incordiando durante toda la noche, pero
se lo había prometido a Marc e iba a
cumplir mi promesa. Era consciente que
al día siguiente, cuando Gabriel
aceptara mis condiciones ya no sería
necesario. Para bien o para mal, el
desenlace estaba muy cerca.
Cuando bajé a desayunar, mis ánimos
habían mejorado un poco. Me encontré
con mi padre trasteando en la cocina.
—¿Ya estás haciendo la comida? —le
pregunté sorprendida por lo temprano
que era.
—En realidad estoy haciendo un
experimento —me confesó sonrojándose
—. Quedan menos de dos semanas para
tu cumpleaños y este año he decidido
hacerte yo mismo la tarta —me explicó
feliz ante el nuevo plan.
—¡Perfecto! —exclamé sin mucho
entusiasmo, menos mal que yo tenía
buena mano para la cocina, porque mi
padre, a parte de ensaladas y pasta, era
incapaz de cocinar nada más que fuera
más o menos comestible, así que la idea
que me hiciera una tarta era cualquier
cosa, menos interesante.
—Sabía que te gustaría la idea —
aplaudió—, ¿a dónde vas?
—Voy a casa de Samuel, hace mucho
que no hablamos —le dije, eludiendo la
otra parte de la historia, aunque lo que
dije era verdad.
—Muy bien cariño, saluda a Anne y a
Phil de mi parte, hace mucho que no los
veo —me dijo mientras volvía a hundir
las manos en la masa de la tarta contra
la que estaba atentando.
Sonreí pensando en lo poco
comestible que se veía y salí de casa
dispuesta a cumplir con mi promesa.
No tuve que andar mucho, a escasos
veinte metros de mi casa, estaba la
vivienda de Samuel y sus padres. Me
acerqué preocupada porque no sabía
cómo se iban a tomar mi visita.
Llamé a la puerta y esperé a que me
abrieran, segundos después una mujer
rubia con el pelo corto y una sonrisa
perfecta, me hacía entrar en su casa con
sinceras muestras de alegría y de afecto.
—¡Danielle, cuánto me alegro de
verte! Phil, cariño —llamó a voz en
grito—, mira quién ha venido —su
marido asomó la nariz por la puerta del
salón y pareció respirar tranquilo
cuando vio que solo era yo. Conocía lo
suficiente a Anne como para entender el
temor del padre de Samuel, era una
mujer que desbordaba vitalidad, era
evidente que recibía a todo el mundo
con el mismo entusiasmo. Así que Phil
ya había escuchado esas mismas
palabras en más de una ocasión con
resultados menos positivos.
—Danielle, me alegro de verte —me
dijo con una sonrisa sincera, me alegré
de formar parte de las visitas a las que
no consideraba un incordio—. ¿Todo
bien? —preguntó como si nada, aunque
yo sabía que la pregunta era mucho más
significativa.
—Bastante bien —les dije restándole
importancia al enfado entre su hijo y yo
—. En realidad he venido para hablar
con Samuel, hace mucho que no
charlamos ¿está en casa?
—En su dormitorio, ya sabes donde
está, probablemente enfrascado en algún
nuevo videojuego —me sonrió Anne—.
Os dejaremos tranquilos para que
habléis de vuestras cosas, Phil y yo
vamos al centro de compras —explicó
encantada, mientras a su lado, su marido
palidecía al pensar en pasarse la
mañana detrás de su esposa de tienda en
tienda.
Subí a la primera planta riendo en voz
baja al recordar la cara de alarma del
pobre hombre. Al pararme frente a la
puerta cerrada de Samuel, volví a
sentirme nerviosa, temía la reacción de
mi amigo, pero sobre todo, me
preocupaba que me gritara o me echara
de allí y que sus padres comprendieran
que les había mentido cuando les dije
que solo era un pequeño enfado que
pasaría.
Llamé suavemente, Samuel gritó
desde dentro.
—Pasa, mamá.
Abrí despacio la puerta y me encontré
a mi antiguo mejor amigo jugando
tranquilamente con la Wii. Ni siquiera
notó mi presencia, estaba demasiado
concentrado derribando bolos.
Tuve que toser dos veces, para que se
diera cuenta de mi aparición, se quedó
totalmente alucinado, sin duda su cara
decía que ni en mil años se le habría
ocurrido imaginar que yo estaría otra
vez en su dormitorio, después de lo que
había sucedido entre nosotros.
—¿Qué haces aquí? —me preguntó en
un tono que despejó mis dudas respecto
a la bienvenida que iba a recibir.
Enfadada como nunca antes lo había
estado, le respondí buscando molestarle.
—Cumplir una promesa —mi voz fue
fría y distante.
—¿De qué hablas? —me preguntó con
una expresión de perplejidad en el
rostro.
—Marc me pidió que charlara
contigo, está preocupado por ti, te estás
comportado de un modo extraño. El
pobre pensaba que querrías hablar
conmigo y que quizás a mí me
explicarías por qué estás haciendo lo
que haces. Pero ya le dije que se
equivocaba —le expliqué con la cabeza
bien alta y la espalda tan recta que
parecía que tuviera un palo de escoba
pegada a ella.
—¿Por eso has venido? ¿Porque Marc
te lo ha pedido? —la decepción brillaba
nítida en sus ojos azules.
—Por eso y por que eres mi amigo. O
al menos lo eras… No hace mucho, eras
mi mejor amigo. Quería saber que
estabas bien —le respondí volviendo a
usar un tono más dulce y cercano.
Su expresión fue cambiando
lentamente en su cara, primero sorpresa,
después alivio y finalmente culpa.
—¿Todavía te importa lo que me
pase? —no contesté porque sabía que la
pregunta no iba dirigida a mí —, no lo
esperaba, sobre todo después de cómo
te trate el otro día cuando intentaste
hablar conmigo.
—Claro que sí, una parte de todo lo
que ha pasado es culpa mía —comenté
apenada y avergonzada al reconocerlo.
—No es cierto —rechazó la idea con
la mano—, yo nunca debí presionarte.
Tendría que haber sido más
comprensivo. Siempre había sido
evidente que entre Oliver y tú había algo
extraño. Eras la única persona del
instituto a la que ignoraba tan
descaradamente. Y tu animadversión por
él tampoco era normal. Creí que tú
terminarías por sentir lo mismo que
siento… que sentía yo. Me equivoqué —
confesó con los ojos vidriosos. Poco a
poco mientras hablábamos se había ido
acercando a mí, ahora estábamos frente
a frente. Podía ver las tenues pecas que
salpicaban su nariz.
—Siempre te he querido, pero de una
forma diferente —le confesé sin apartar
mis ojos de los suyos, pude ver que no
había dolor en su mirada, solo una
profunda decepción—. Quiero que me
prometas que vas a volver a ser tú. Que
vas a dejar de ver a Gabriel, no es
alguien en quien se pueda confiar —
lamenté íntimamente no poder decirle
más. Pero era un secreto demasiado
amplio que abarcaba a muchas personas
y yo no podía decir nada sin exponerlos
a todos.
—Te lo prometo.
—No rompas nunca tu promesa.
Hazlo por mí —le pedí conteniendo las
lágrimas en el nudo que tenía en la
garganta.
—Hablas como si no fueras a estar
aquí para comprobarlo —comentó
perspicaz. Su mirada se clavó en la mía
de la misma forma que lo hacía la de
Anne cuando quería adivinar qué era lo
que no le contaba. Lo que callaba solo
para mí.
—Bueno sabes que no voy a estar
aquí siempre —la referencia a mi
enfermedad era la forma perfecta de
evitar que Samuel comprendiera la
verdad, que había algo que no decía. Al
fin y al cabo era cierto que realmente no
estaba mintiendo.
—No digas esas cosas —me pidió, y
noté el profundo dolor que escondía su
voz.
Cuando regresé a mi casa a mediodía,
ya había resuelto mis desavenencias con
mi amigo. Una parte de mi cometido
estaba cumplida, pero quedaba lo más
difícil, despedirme de ellos, por si las
cosas finalmente no salían como Rachel
había previsto.

Eran poco más de las cinco cuando


me presenté en casa de Danielle, fue
John quien me abrió la puerta otra vez,
me alegró ver que estaba con Damon, el
tío de Dani me había caído muy bien. El
miércoles, cuando ella me lo presentó en
el parque donde vivía y trabajaba, me
pareció una persona demasiado jovial
para vivir tan solo, decidí que
seguramente él también tenía su propia
historia.
—Hola Oliver —me saludó John,
dándome una palmadita en el hombro—,
parece que ya conoces a mi cuñado
Damon —sentenció. Era evidente que
los dos ya se habían puesto al día sobre
mí.
—Sí —aseveré—. Hola Damon, ¿qué
tal todo? —pregunté cortés.
—Todo bien ahora que me he
informado de que eres un chico normal y
no el macarra que pareces —me eché a
reír sinceramente. Mi primera
apreciación había sido correcta, el
motivo por el que estaba allí, además de
para ver a su familia, era para
comprobar que John sabía que Dani
salía conmigo. Aún seguía riendo
cuando la voz de Danielle sonó detrás
de mí.
—¡Dejadle en paz! —les advirtió—.
O sino tendréis que véroslas conmigo —
amonestó ella, entre seria y divertida.
Me giré para saludarla, pero las
palabras se quedaron atascadas en la
garganta. Llevaba su hermoso cabello
suelto, y la misma falda con la que la vi
el día que fue al cine con Samuel.
Remataba su atuendo, un jersey negro
ceñido a juego con sus botas hasta la
rodilla. Aparté la mirada de sus
interminables piernas y la miré a los
ojos, me sorprendió verla ruborizada.
Danielle era la persona más increíble
que había conocido nunca. Era por ella y
solo por ella, por lo que valía la pena
romper mi promesa y olvidarme de mis
principios.
—Estás preciosa —la frase se escapó
de mis labios, no porque no lo pensara,
sino porque inmediatamente después me
sentí incómodo al pronunciarla delante
de un público tan poco entusiasta como
eran el padre y el tío de mi novia. Mi
novia, pensé. Por fin me había atrevido
a usar la palabra, aunque fuera para mí
mismo.
—Gracias —dijo ella, evitando
mirarme—. ¿Nos vamos? —me preguntó
al instante, tan ansiosa como yo por
alejarse de allí. Cada uno por diversos
motivos.
—Claro —recorrí los escasos pasos
que nos separaban y la tomé de la mano
para salir. Necesitaba su constante
contacto. Cuando no estaba cerca de mí,
sentía que me faltaba una parte. Notaba
un nudo que aprisionaba mi garganta
cuando de madrugada despertaba de las
pesadillas en las que la perdía. El ángel
de la muerte o Mefisto eran los
encargados de alejarla de mí. La apreté
contra mi costado, anhelando sentir su
calor.
Salimos de allí, mientras
escuchábamos las recomendaciones de
los dos hombres. No corráis, cuidado
con el alcohol… Si hubieran sabido lo
mucho que estimaba mi vida y la de
Danielle, hubieran entendido lo
absurdas que sonaban sus palabras en
mis oídos.
—¿Dónde quieres ir? —le pregunté
en cuanto arranqué el coche.
—Creo que lo mejor sería que
fuéramos a tu casa —su comentario me
dejó confuso, no había ningún interés
velado en sus palabras. Más bien
parecía asustada, incluso perturbada.
Imaginé que estaba preocupada por
Gabriel, pero a tenor de su actitud los
dos últimos días, parecía dispuesto a
aceptar mi proposición. Ya que no había
vuelto a molestarla ni a ella ni a sus
amigos. De hecho había desaparecido de
casa, desde el viernes no había vuelto a
verlo.
—A mi casa entonces —respondí
como si no me hubiera dado cuenta de la
preocupación que empañaba su mirada.
—Te quiero, Oliver —dijo
repentinamente. Y se lanzó a mis brazos
en busca de consuelo. Aún no nos
habíamos movido de la puerta de su
casa y seguramente su padre y su tío
estarían mirando por la ventana cada
uno de nuestros movimientos, pero a
Danielle no parecía importarle y a mí
mucho menos, lo único que me
importaba era saber por qué estaba tan
decaída.
Sentí un acostumbrado escalofrío que
me recorrió el cuerpo, un escalofrío que
hizo que mi organismo se pusiera en
alerta, que mis sentidos se afilaran para
que pudiera notar que los sentimientos
que invadían a Danielle eran cada vez
más potentes y desesperados.
—Yo también te quiero —le dije con
el corazón acelerado. Algo iba mal.
Danielle lloraba silenciosa, podía notar
la humedad de sus lágrimas en mi
hombro—. ¿Qué pasa, preciosa? —le
pregunté mientras le acariciaba el
cabello.
—Vamos a tu casa, allí hablaremos
—dijo separándose de mí y volviendo a
su asiento. Se pasó con disimulo la
mano por las mejillas para secar sus
lágrimas—. Seguro que en este momento
mi padre y el tío Damon se están
peleando entre ellos, decidiendo si venir
a ver qué pasa o no. Mi padre dirá que
lo mejor es que arreglemos nuestros
asuntos solos y mi tío estará intentando
convencerle de que tienen que
intervenir.
—¿Tú crees? —bromeé intentando
borrar de mi mente los funestos
pensamientos que la invadían.
—Estoy segura —confirmó con la
sonrisa triste.
Tuve que hacer un esfuerzo
sobrehumano para apartar la mirada de
ella y salir del aparcamiento. No dudaba
que lo que había dicho fuese cierto, que
su padre y su tío estuvieran planteándose
venir a nuestro encuentro, pero en ese
instante todo me importaba un pimiento.
Todo menos Danielle, y no me sentía
con la fuerza necesaria para esperar,
necesitaba conocer sus desvelos en ese
mismo momento.
En menos de cinco minutos nos
encontramos frente a la puerta de mi
casa, había conducido como nunca antes
lo había hecho. Lo último en lo que
pensaba era en la seguridad de mi
cuerpo.
Capítulo 24
Quería estar con él por última vez,
por si nuestro plan no salía bien. Rachel
parecía convencida del valor de las
palabras, pero yo no estaba tan segura
de su efectividad.
Necesitaba que Oliver supiera la
verdad de mis labios, para que si las
cosas se torcían quedara libre de toda
culpa. Ya había cargado con suficientes
culpas como para cien vidas más. No
quería que se sintiera responsable como
se había sentido con Isabella.
Si finalmente tenía que marcharme, se
merecía saber que la elección había sido
mía, libre y consciente de mis actos y
que él no tenía ninguna responsabilidad
en ellos.
Llegamos a su casa con tanta rapidez
que estoy segura que en ningún momento
durante el trayecto pisó el freno.
Se le veía tenso y su incomodidad me
hacía sentir fatal. Porque era consciente
que cuando supiera lo que había hecho
se sentiría peor, incluso intentaría
hacerme cambiar de idea.
—Vamos arriba —me dijo cuando
entramos en casa. Sin darme tiempo a
quitarme la chaqueta, me tomó de la
mano y me arrastró escaleras arriba. Sus
dedos se aferraron a mí con fuerza. La
calidez que desprendía su mano en la
mía me hacía sentir bien. Segura…
—Cuéntamelo —me pidió una vez
que estuvimos dentro. Había sido cauto
y no había dicho nada hasta llegar a su
dormitorio, pero yo sabía que no era
necesario. Gabriel se había ido y no
volvería hasta el día siguiente, con los
documentos que harían de mí una
persona diferente. Fuera cual fuera el
resultado, yo iba a dejar de ser la misma
chica que era en ese mismo instante.
—Le he pedido ayuda a Rachel para
solucionar esto —le confesé sin apenas
respirar—. Ella me aconsejó que jugara
esta partida con mis propias reglas, así
que el viernes cité a Gabriel en mi casa
y le ofrecí mi alma a cambio de la tuya y
de que se mantuviera alejado de las
personas que me importan —vi la
tensión en la cara de Oliver, e incluso
creí escuchar el sonido de sus dientes
apretarse fuertemente.
—¿Qué te dijo Gabriel? —preguntó
intentando contener su ira o al menos
limitarla a los puños que mantenía
fuertemente cerrados a sus costados.
—Por supuesto aceptó. Me dijo que
el domingo volvería con los documentos
que te devolverían la libertad —le
expliqué cada vez más confusa. ¿Ahora
se ponía a reír? Su risa era irónica, pero
no por ello dejaba de ser una sonrisa.
—No puedo creerlo —murmuró más
para sí que para mí.
—¿Qué sucede? —pregunté
totalmente descolocada por sus
reacciones.
—Se está burlando de nosotros,
Danielle, yo le ofrecí poner mi don a su
servicio, a cambio de que te dejara en
paz, y me dijo que se lo pensaría… Ha
estado jugando con nosotros, y mientras
yo realmente creía que lo iba a pensar,
pactó contigo.
—No puedes hacerlo Oliver.
Prométeme que no lo harás —le rogué
nerviosa. No podía hacerlo, si se
doblegaba ante Gabriel se odiaría toda
la vida y su vida era demasiado larga
para pasarla en semejante estado.
—No puedo hacer eso, Dani, no
puedo apartarme y ver como tú te
enfrentas a él sola. ¿Es que acaso no lo
entiendes? Estoy dispuesto a hacer lo
que haga falta para mantenerte a salvo.
Tú eres lo más importante. No quiero
recuperar mi alma si con ello te pierdo a
ti. No me sirve un alma si no es para
amarte.
—No sabemos si va a funcionar —
intenté explicarle—. Rachel dice que las
palabras son lo más importante. Que si
formulo la petición correctamente
podremos engañarle —se notaba en mi
voz que yo tampoco las tenía todas
conmigo, no es que dudara de la buena
fe de Rachel, sino más bien se trataba
que sabía de qué era capaz Gabriel. Y
no me parecía un estúpido que se dejara
engañar por una adolescente.
—Danielle —murmuró Oliver con los
ojos febriles.

Sentí que la cabeza me iba a estallar y


al mismo tiempo estaba dispuesto a
destrozar algo a puñetazos. Me dolían
las manos de tanto apretarlas en puños.
Respiré varias veces, intentando
controlar la ira que me embargaba.
Danielle era tan cándida, ¿de verdad
creía que tenía alguna oportunidad
contra Mefisto?
No supe si reír o llorar. Dejé de
escuchar lo que Dani me contaba y me
concentré en un solo pensamiento: no
puedo perderla tan pronto…
—Danielle —la llamé. Estaba tan
desesperado que no podía pensar con
claridad y una parte de mi agradecía no
poder hacerlo. Me planté frente a ella en
una sola zancada y la aprisioné en mis
brazos. Mis labios buscaron su boca y
sentí un escalofrío de placer recorrerme
la espina dorsal cuando escuché el
gemido que profirió. Todo se tiñó de
oscuridad, cerré los ojos, incapaz de ver
nada y dejé que mis manos y mis labios
fueran mi visión. Me sentía posesivo,
ella era mía y no iba a perderla, al igual
que Orfeo, yo también estaba dispuesto
a descender al mismísimo infierno con
tal de rescatarla.
Mis manos se adueñaron de su cálido
cuerpo, la pegué a mí y la tumbé sobre
la cama. Danielle era confiada, se
entregaba sin reservas y yo me prometí
nuevamente ser digno de ella.
El silencio fue roto por nuestras
respiraciones acompasadas. Durante
unos minutos creí poder tocar el cielo,
hasta que volví a la realidad y recordé
que ese destino estaba vetado para mí.
Capítulo 25
Abrí los ojos todavía con el recuerdo
de mi sueño en la cabeza. En él, Dani y
yo estábamos tumbados en el sofá
peleándonos entre risas por hacernos
con el poder absoluto, el mando de la
televisión. Ella se tumbaba
prácticamente sobre mí, intentando
llegar hasta él, pero yo era bastante más
alto que ella y mi brazo por tanto
también, así que por mucho que se
estiraba nunca llegaba a cogerlo.
Seguíamos riendo, pero entonces sonó el
timbre de la puerta, insistente e
incansable. Fuera quien fuera la persona
que estaba en el umbral, estaba decidida
a entrar. Entonces volví a escuchar el
sonido y supe esta vez estaba despierto.
Me levanté de la cama y me vestí en
unos segundos, bajé las escaleras
descalzo para no hacer ruido y no
molestar a Danielle que dormía
plácidamente.
Abrí la puerta consciente que la
persona que estaba al otro lado era
Céline o Rachel, como se hacía llamar
ahora, puesto que no emanaba ningún
sentimiento de ella. Normalmente las
personas sentían grandes pasiones a las
que mi don interceptaba como una
antena parabólica gigantesca. Los
sentimientos que percibía iban del amor
al odio, pasando por otros estados más
comunes como el hambre, el sueño, la
tristeza, el aburrimiento...
Si bien los primeros son los que
solían regir a la humanidad, los otros
eran los más comunes.
Con Céline era diferente. Nunca había
sentido nada que emanara de ella. Nunca
desde esa noche de agosto en el
laberinto. La pasión que la había
embargado y que yo había sentido a
pesar de mi embriaguez, había
desaparecido junto con la claridad de la
mañana.
Abrí la puerta y tal y como había
adivinado, ella estaba frente a mí, con el
mismo cabello negro y sus mismos ojos
transparentes e inexpresivos, aunque a
diferencia de aquellos años en los que
iba a ser mi cuñada, su rostro estaba
vacío y glacial. Recordé a la Céline que
siempre me había perturbado. La joven
que miraba todo lo que la rodeaba
interesada y perspicaz, y me pregunté
qué había hecho el tiempo y
Mefistófeles con nosotros.
¿Había sido Céline un ángel desde
siempre? O al igual que a mi su trato con
Mefisto le había cambiado la vida.
¿Añoraba su antigua vida tanto como lo
hacía yo? Una vida en la que todavía
podía elegir… Sentí la tentación de
preguntarle, pero me reprimí. Mi
curiosidad no importaba, lo que
realmente importaba era proteger a
Danielle y lamentablemente Céline, o
Rachel, era mi única aliada. Irónico
¿verdad?
—Buenas noches, Fausto —me saludó
con su habitual actitud distante.
—Buenas noches, Céline —le
respondí apartándome para dejarla
entrar en casa.
—Hace mucho tiempo que ya nadie
me llama así. No me gusta —se quejó
mientras pasaba a mi lado—. Por cierto
—comentó como si lo que iba a decir no
tuviera la más mínima importancia—, la
respuesta a tu pregunta es sí —durante
diez segundos me quedé parado
mirándola incapaz de entender a qué se
estaba refiriendo. Una lucecita se
encendió en mi cerebro cuando
comprendí a qué se referiría.
Archivé la información para más
adelante, para cuando todo este infierno
hubiera terminado y pudiera pensar
libremente en ello.
Escuché murmullos abajo y me
estremecí pensando que Gabriel había
regresado, las luces azules del
despertador de Oliver anunciaban que
eran las nueve y media de la noche. Me
había quedado dormida y ahora estaba
hambrienta, me sentía capaz de comerme
a una vaca, pero pensaba conformarme
con un bistec muy hecho.
Me vestí y bajé sigilosamente las
escaleras, esperando poder escapar a la
cocina sin cruzarme con él. Me había
dado de plazo hasta el domingo y
mientras no pasara de la medianoche,
seguía siendo sábado.
Pero entonces capté una voz femenina
que me resultó familiar. En ella apenas
había modulación, todas sus palabras
tenían la misma entonación desganada,
como si fueran pronunciadas sin ningún
interés.
Asomé la cabeza por la puerta del
salón y vi a Oliver sentado en el
taburete del piano y a Rachel sentada
frente a él en el sofá. Estaban
concentrados en su conversación y aún
no se habían percatado de mi presencia.
Mi fijé en que los ojos de Oliver
brillaban expectantes, fuera lo que fuera
lo que le estaba diciendo Rachel, estaba
creándole esperanzas. Media sonrisa
iluminaba su amado rostro.
—Buenas noches —saludé entrando
con paso firme en el salón. Oliver se
levantó de un salto y me llevó de la
mano, hasta el lugar en el que había
estado sentado segundos antes. Agradecí
el gesto, necesitaba sentir su calor, la
frialdad de Rachel siempre me
incomodaba.
Era evidente que estaban tramando
algo en contra de Gabriel. Y a pesar de
mí misma, aquel hombre me inspiraba
lástima, incluso compasión. Sentía que
era mucho más de lo que nos dejaba ver
de sí mismo… Sus circunstancias, eran
lo que le habían llevado a ser lo que era.
Por lo que sabía, su vida no había sido
fácil.
—Rachel ha venido ha hablar contigo
de mañana —me contó Oliver mientras
se acercaba tanto a mí que podía sentir
el latido de su corazón en mi espalda.
Entre los dos me explicaron qué tenía
que hacer. Parecía un intento a la
desesperada. Pretendían que engañara al
mayor mentiroso de la historia, yo
contra Mefistófeles y realmente creían
que podía salir airosa de ello.
Tenía que hacer mi elección en ese
mismo instante. Rachel se levantó y
entonces vi la carpeta que había a su
lado, en la que no me había fijado antes.
—No te voy a pedir nada a cambio,
nosotros solo ofrecemos. Eres libre de
elegir, libre para vivir tu vida como
quieras. Pero si aceptas, estarás
protegida de él.
—¿Por qué ahora? —pregunté entre
molesta y aliviada.
—Ya no tengo la potestad para
elegirte —no logré comprender la
magnitud de todo lo que admitía con
esas palabras.
—¿Quién lo ha hecho? —pregunté
impaciente por satisfacer mi curiosidad.
—Digamos que alguien muy
influyente ha abogado por ti —Rachel
no iba a decir nada más, por lo que dejé
de insistir en el tema.
—¿Me va a doler? ¿Necesitas sangre?
—me sentí estúpida, después del dolor
que había soportado a lo largo de mis
diecisiete años de vida, la pregunta
estaba fuera de lugar.
Rachel sonrió y había ternura en sus
ojos cuando lo hizo.
—Sentirás una pequeña quemazón
cuando se te marque como nuestra, la
sangre no es necesaria en nuestro trato.
Tranquila —me dijo, mientras apartaba
su pelo y dejaba al descubierto el
pequeño tatuaje que había visto en su
cuello en el restaurante chino, el día que
habíamos coincidido con Gabriel.
—¿Si acepto qué seré? —ese punto
era el que más me preocupaba.
—Serás tú, solo que con más
esperanzas de vida. Tendrás una vida
larga o corta. Lo que el destino haya
deparado para ti. Si eres cuidadosa, será
muy, muy larga, pero deberás vivirla
con rectitud y fidelidad a nuestra causa,
deberás actuar con bondad y
misericordia, y quizás algún día, yo te
visite de nuevo y te pida ayuda con algo
que necesite. Como mi discípula,
tendrás la obligación de ayudarme, sea
lo que sea lo que te pida —me explicó
mucho más seria de lo que era habitual
en ella.
—Danielle, no te lo pienses más. Es
la solución perfecta. Si aceptas a
Rachel, todo lo que pactes con Gabriel
carecerá de valor. Firmarás un contrato
vinculante para toda tu vida, el primero
es el único que será legal. Podrás
obligarle a otorgarte lo que le pidas —
su rostro se volvió serio de repente,
supe que iba a haber un pero, algo que
me hiciera imposible conseguir nuestros
objetivos—. Pero tienes que conseguir
que no se de cuenta de lo que ha
sucedido en esta habitación —me
estremecí. Desde pequeña había
aprendido a ocultar mis molestias, pero
esto era algo totalmente diferente a
ocultar los pinchazos o las taquicardias.
Lo que me estaban pidiendo es que
engañara a Gabriel hasta que
consiguiera lo que buscaba de él, la
libertad de Oliver y la de todos mis
seres queridos.
—Acepto —dije por toda respuesta.
Fijé la mirada en los ojos claros de
Rachel y comprobé lo que ya sabía, esa
chica no sentía nada. Su expresión
hubiese sido la misma si me hubiese
negado, nada parecía afectarla o
conmoverla.
—Entonces firma esto —se limitó a
decir mientras sacaba unos papeles de
un sobre lacrado y de aspecto muy caro.
—Estás de broma, ¿verdad? Creía
que se trataba de un pacto divino, no de
un contrato de trabajo —comenté
totalmente desorientada. ¿Qué narices
les pasaba a los escritores y a los
guionistas que se empeñaban en darnos
una imagen tan absurda de los ángeles y
los demonios?
—Es un pacto divino. ¿Qué hay de
malo en legalizarlo para que sea
concluyente en ambos planos? —
preguntó sorprendida por mi reacción—.
¿Nunca habéis escuchado el dicho, «es
el abogado del diablo»? Pues hemos
adoptado sus mismas reglas para jugar
en la misma liga. Ahora firma y todo
habrá terminado —me instó impaciente,
por fin había un sentimiento en su rostro
tallado en hielo.
—En realidad, si firmo, no habrá
hecho más que comenzar —le dije
mientras tomaba el documento y la
estilográfica que me tendía.
Lo cogí y en lugar de apoyarme sobre
la enorme mesa del salón, lo hice sobre
el piano de Oliver, me pareció mucho
más apropiado para la ocasión. Estampé
mi firma con pulso seguro, consciente de
lo que estaba haciendo. De la elección
que había hecho.
En cuanto la pluma se levantó del
papel, noté un pequeño mordisco en el
cuello, era la quemazón de la que
Rachel me había hablado. Me llevé la
mano allí y noté que la piel en esa zona
estaba más caliente de lo normal y me
escocía. Una pequeña rugosidad,
marcaba el lugar en el que se habían
estampado mis alas.
—Ya está hecho —anunció Rachel
solemne—, ahora debes escucharme y
hacer exactamente lo que yo te diga.
Antes que pudiera responder, Oliver
se abalanzó sobre mí y me besó, por el
rabillo del ojo vi a Rachel arquear una
ceja perfecta.
Capítulo 26
El domingo por la mañana mi padre
anunció que pensaba salir a correr y que
iba a tardar bastante porque tenía
intención de hacerlo en el parque natural
de Armony. A pesar de la curiosidad
que seguro debía sentir, se abstuvo de
preguntarme sobre lo que había visto la
noche anterior por la ventana del salón,
cuando ejercía de espía junto a mi tío.
Me encontré por tanto con el momento
perfecto para llamar a Gabriel y quedar
con él. Pero tal y como habíamos
quedado, antes de hacerlo me puse en
contacto con Rachel y con Oliver, para
que estuvieran atentos a sus
movimientos. No podían esconderse en
la casa, porque Gabriel notaría en
seguida su presencia, la única solución
era andar por los alrededores y cruzar
los dedos para que todo fuera bien. El
pacto divino me protegía de él, pero no
de su ira si decidía tomar represalias
contra mí.
Quince minutos después de mi
llamada, apareció Gabriel con su
acostumbrada elegancia y sus estudiados
ademanes. Le permití entrar en casa con
el pánico adherido a la boca del
estómago:
—Buenos días, pequeña. Ya lo tengo
todo resuelto —y mientras lo decía, se
iba abriendo el abrigo para mostrarme
que en el bolsillo interior tenía un sobre
enrollado a modo de pergamino, un
sobre marrón que se apresuró en sacar y
en mantenerlo alejado de mí.
Divine e hijos. Abogados, rezaba en
un extremo del sobre. En ese momento
recordé las pinturas que adornaban el
pasillo de su casa que llevaba a los
dormitorios y entendí las palabras de
Oliver respecto al sentido del humor de
Gabriel.
—¿Es eso? —pregunté mientras
señalaba con el dedo índice de mi mano
derecha el sobre que sostenía en las
manos.
—¡Qué impaciente eres!
—¿Lo es? —insistí, no pensaba
desistir hasta que me respondiera.
—Sí, lo es. Y yo que creía que
íbamos a charlar y a intentar conocernos
un poco antes de dar el gran paso —
bromeó con los ojos brillando febriles
por la excitación de la caza.
—Primero quiero tu promesa de que
vas a mantenerte alejado para siempre,
de todas las personas que me importan
—le dije marcando las pausas
necesarias para que se entendiera a la
perfección lo que le estaba pidiendo.
—Muy bien —respondió mientras
hacía un gesto con la mano, resaltando la
poca importancia que tenía ese punto
para él—. La tienes —me concedió.
—Dilo correctamente —le exigí. No
sabía de cuánto tiempo disponía antes de
que se diera cuenta de que las cosas
habían cambiado. Pero a pesar de ello,
tenía que conseguir que lo dijera bien.
Me miró malhumorado pero repitió la
frase correctamente. Una cosa menos,
pensé mientras me enfrentaba a su
mirada escrutadora.
—¿Desea algo más la señorita o
podemos firmar ya? —noté que
empezaba a impacientarse. No esperaba
encontrar ningún tipo de resistencia en
mí y sin embargo ahí estaba yo,
exigiéndole.
—No voy a firmar nada hasta que
destruyas el contrato de Oliver —le dije
muy consciente de a quién me
enfrentaba.
—¿Te haces una idea de lo que he
tenido que hacer para conseguir este
maldito papel? —me preguntó mientras
agitaba en su mano el sobre que contenía
lo que en esos momentos me era más
preciado en el mundo—. ¿Sabes lo que
harán si descubren lo que he hecho? No,
no tienes ni idea —se respondió a sí
mismo—. Vas a tener que firmar, si
quieres que te lo de. Y rápido porque
me estoy cansando de tanta cháchara
absurda —Me advirtió en un tono frío
que no deja lugar a la duda.
—No pienso hacer nada de eso.
Dámelo y una vez que lo tenga
continuaremos con la otra parte del trato
—Oliver me había pedido que no me
arriesgara, que consiguiera la inmunidad
para Samuel y mis amigos y que no
insistiera en destruir su contrato, pero yo
no estaba dispuesta a ceder en ese punto.
—Para destruirlo vas a necesitar mi
sangre, así que dime querida, ¿cómo vas
a conseguirla si yo no te la doy
voluntariamente? ¿Acaso crees que
puedes vencerme? —preguntó con su
característica sonrisa de suficiencia.
—No va a ser necesario que te venza,
porque me la vas a dar tú —le expliqué
sintiéndome cada vez más segura de mí
misma y de mi poder sobre él. Gabriel
estaba demasiado interesado en mí. No
se iba a arriesgar a que yo me echara
para atrás y el pacto solo era válido si
yo elegía libremente, no podía forzarme
a hacerlo.
—¡Mira que eres divertida! —
exclamó cada vez más desconcertado
por mis palabras y mi expresión
corporal, en ningún momento bajé la
mirada y me mantuve frente a él erguida
y decidida.
—¿Lo soy? Pues en este caso no lo
pretendo. Simplemente te estoy
informando de lo que va a suceder.
Necesito —empecé. No… Piensa,
Danielle, me insté mentalmente—.
Quiero que destruyas el contrato por el
cual Fausto Oliviero Bassani te vendió
su alma. Y quiero que lo hagas ya —le
exigí.
—¿Cómo lo sabes? —me preguntó.
La ira era visible y reconocible en su
rostro.
—¿Cómo sé el qué? —pregunté
fingiendo no saber de lo que me
hablaba.
—¡No juegues conmigo niña! ¿Ha
sido ella? ¿Te lo ha contado ella? —la
rabia dio paso a la decepción y durante
un instante pude ver algo más en lo más
profundo de su mirada, dolor. Fue tan
breve que no estaba segura de haberlo
visto.
—Sí, fue ella. Rachel me contó que
estabas atado a mis palabras. Que
cuando se realiza un pacto contigo o con
tus semejantes, mis palabras eran la
única forma de luchar contra vosotros
—inconscientemente para tener algo que
hacer con las manos, me aparté el pelo
mi espalda, estaba jugando con uno de
mis rizos, estrujándolo nerviosa a la
espera de ver alguna reacción en
Gabriel, cuando la vi, la reacción que
esperaba se materializó en un segundo
agónico.
Su cara se descompuso nuevamente,
esta vez hasta sus ojos perdieron la
vivacidad que los caracterizaba.
—¡Tienes las alas! —comentó
señalando mi cuello expuesto. Maldije
mi estupidez, cómo no me había dado
cuenta que le estaba dando ventaja con
ello.
Sabía que Oliver y que Rachel
estaban cerca, que no me perdían de
vista y que de algún modo no iban a
permitir que me pasara nada. Pero en
ese momento sentí lo que significaba la
palabra terror.
El rostro de Gabriel estaba ahora
impasible, no se percibía ninguna
expresión humana en él. Era como si
hubiera perdido la vida. Lentamente se
agachó y se levantó el camal del
pantalón, atada con una cinta de cuero,
llevaba una pequeña daga con una
piedra roja incrustada en la funda,
parecía muy antigua y sin duda su hoja
debía estar muy afilada.
Cerré los ojos segura de que ese era
mi fin. Pero el dolor no vino a mí, ni
tampoco nada más. Abrí los ojos
cautelosa y lo que vi, heló la sangre en
mis venas, Gabriel había sacado la daga
de su funda y se estaba haciendo un
pequeño corte en el antebrazo. Me
impresionó comprobar que su sangre
también era roja. No es que esperara
que fuera verde o negra, es que ese
insignificante hecho, lo volvía humano a
mis ojos.
Sin siquiera mirarme extrajo el
documento del rollo en el que iba y
presiono su dedo sangrante en el sello
que había en él. Instantes después el
papel se convertía en cenizas y
desaparecía ante mi mirada asombrada.
—Buena suerte con tu vida —me dijo
Gabriel con la voz ronca—, al fin y al
cabo me has vencido. Te mereces
disfrutarla a su lado.
Se estaba dando la vuelta para
marcharse, pero yo era incapaz de
hablar, por lo que me acerqué a él y le
tomé de la mano. No sentí su contacto
repulsivo, sino tibio e incluso cálido.
—¿Por qué? —le pregunté con un hilo
de voz.
—No lo sé. Siempre me has caído
bien —y se soltó de mi agarré. En un
parpadeo había desaparecido.
Dejándome confusa y triste y para
ninguno de esos sentimientos tenía una
explicación.
Epílogo
Nueve días después, a las ocho de la
mañana, Oliver me esperaba en la puerta
de casa, como cada día, dispuesto a
llevarme al instituto. Iba medio dormida,
por lo que no me di cuenta que había
alguien más a parte de Oliver dentro del
vehículo, no fue hasta entrar en el coche
que me di cuenta que también estaban
allí Marc, Andrea y Samuel sentados
tranquilamente en la parte de atrás. Ni
siquiera tuve tiempo de preguntar qué
hacían allí cuando los cuatro gritaron al
unísono.
—¡Feliz cumpleaños, Danielle!
Una sonrisa de auténtica felicidad se
extendió por mis labios. Estábamos
todos juntos en armonía y los
cumpleaños ya no eran una fecha temida
para mí.
Ya no había día límite o al menos no
la conocía ni sabía cuánto tardaría en
llegar. Lamenté que mi padre y mis
amigos no lo supieran, era difícil
explicar algo así, solo disponía de
tiempo para que vieran que todo estaba
bien y gracias a Dios, ese tiempo lo iba
a compartir con Oliver.
Sonreí cuando Samuel se inclinaba
sobre mí para darme un beso en la
mejilla, había recuperado a mi amigo,
que finalmente había entendido que en el
corazón no se manda y que nada de lo
que había pasado entre nosotros había
sido con la intención de lastimarlo.
Marc y Andrea seguían con su
relación, después de tanto tiempo
jugando al gato y al ratón habían
resultado ser una pareja estable que se
compenetraba a la perfección.
De Theresa poco se podía decir,
seguía con la misma actitud resentida
conmigo y con el mismo interés en
Oliver. Pero yo estaba demasiado
segura de su amor como para sentirme
incómoda por ello.
—¿Estás bien? —preguntó Oliver
cuando coincidimos en nuestra taquilla
al final de la jornada de clases.
—¡Vaya! Y yo que creía que no iba a
volver a escuchar esa pregunta nunca
más —bromeé
—Eso va a resultar difícil, yo
siempre me voy a preocupar por ti, es el
trabajo más duro de ser el novio —me
comentó socarrón.
—Entonces te lo permito —concedí
feliz.
Sentí su risa en mis labios. Gracias a
él, mi vida tenía otro sentido. Y quién
sabía si algún día no muy lejano, la
historia volviera a comenzar. De
momento Rachel había dejado el
instituto, probablemente persiguiendo a
Gabriel, parecía que el destino de esos
dos era estar juntos por el resto de sus
días...
Yo también sonreí cuando por el
rabillo del ojo vi a mi padre hablar con
Lucía la otra profesora de lengua inglesa
que por fin había regresado de su baja
laboral por enfermedad. La cara de mi
padre resplandecía al comprobar que
Lucía estaba perfectamente, sin duda un
muy buen comienzo para una nueva
historia.
La misma noche en que terminó todo,
Isabella vino a verme, era la segunda
vez desde que estaba con Danielle que
me visitaba en sueños. Pero fue esa
segunda vez cuando comprendí que con
todo lo que sabía de la vida, jamás me
había planteado que los sueños fueran
algo más que simples imágenes del
subconsciente, ¿por qué razón no iba a
tratarse realmente de mi hermana?
Esa noche, fue la primera que me
habló. Se acercó a mí y se sentó a mi
lado en el banco escondido dentro del
laberinto, estábamos en casa en
Florencia, el viento olía a lluvia y a
hierba recién cortada.
—Te quiero, Fausto —me dijo con la
sonrisa brillante que había tenido en
vida.
—Yo también te quiero —y al decirlo
sentí la paz que había perdido tantos
años atrás…
Cuando se lo conté a Danielle sus
ojos también se humedecieron.
—Creo que tienes razón —concedió
varios minutos después rompiendo
nuestro silencio—. Cuando sueñas con
alguien que quieres y ha muerto, no es tu
subconsciente. Realmente es una visita.
—¿Cómo estás tan segura? —
pregunté mientras le acariciaba la
mejilla y limpiaba sus silenciosas
lágrimas.
—Lo siento aquí —me dijo y se llevó
la mano al corazón, ese corazón que por
primera vez bombeaba con fuerza.
Agradecimientos
Este libro es un sueño recurrente
desde hace mucho tiempo, Oliver lleva
dando vueltas en mi cabeza desde que
alguna vez fantaseé con la idea de ver
publicada una de mis novelas y durante
todo este tiempo, la otra persona que
siempre estuvo ahí junto a él, la que
siempre confió en mí y creyó que podía
conseguirlo, es mi madre, la persona que
me convirtió en la lectora que soy y la
persona que creo ser.
Este libro también quiero dedicárselo
a mi marido y a mi hija que han
aguantado estoicamente mis
interminables horas frente al ordenador.
A Aitana por ser lo mejor que he
hecho en la vida y a Iván por quererme
igual en mis días buenos y en los malos.
También para mi querida sobrina
Daniela, que tuvo a bien prestarme su
nombre para mi protagonista.
Y por supuesto para toda mi familia,
mi hermana, mi padre, mi tío Antonio
que es más que un tío para mí, mi
cuñado y mi amiga Carmen que un día
me regaló un libro en blanco para que
escribiera mi historia, a mi querida
Karol por los consejos y por confiarme
su primera novela y a mis queridos
bloggers que apoyaron este proyecto
desde el principio, incluso antes de que
tuviera editorial, y para todos vosotros
que estáis leyendo este libro.
¡Muchas gracias!
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