Libreto La Abeja Haragana

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LA ABEJA HARAGANA

Autor: Horacio Quiroga

NARRADOR: -Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar,
es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en
vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.

         Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba
el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen
tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a
volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba
en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras
abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el
alimento de las abejas recién nacidas.

ABEJA HARAGANA: -¡Qué calor hace el día de hoy! Creo que voy a comer un
poco y después a dormir porque estoy muy cansada. (Se acerca a las flores a
comer).

NARRADOR:-  Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el


proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas
cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la
colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y
tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta
de la colmena.
ABEJA 1:  —Compañera: (molesta) es necesario que trabajes, porque todas las
abejas debemos trabajar.
  
ABEJA HARAGANA:  —¿Yo? Yo ando todo el día volando, y me canso mucho,
ahhh (bostezando).

 ABEJA 2:   — ¡No es cuestión de que te canses mucho, sino de que trabajes un
poco! ¡Es la primera advertencia que te hacemos!

ABEJA 1: Por esta ocasión te dejaremos pasar.

ABEJA HARAGANA: Gracias, gracias compañeras.

NARRADOR: Pero la abeja haragana no se corregía. (La abeja haragana continúa


durmiendo)
ABEJA 2:   —Hay que trabajar, hermana. (La sacude fuertemente para
despertarla)
         
ABEJA HARAGANA: (desconcertada) — ¿Qué? ¿Qué? Ah sí claro, ¡Uno de
estos días lo voy a hacer!

ABEJA 1: — ¡No es cuestión de que lo hagas uno de estos días, sino mañana
mismo. Acuérdate de esto.

NARRADOR:   Y así pasó el día la abeja haragana, comiendo y durmiendo.


Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa.

 ABEJAS 1 Y 2: ¡Compañera!

ABEJA HARAGANA: —¡Si, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he


prometido!

ABEJA 2:   —¡No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido, sino de que


trabajes!. Hoy es seis de mayo. Pues bien: trata de que mañana siete, hayas
traído una gota siquiera de miel.
ABEJA: Por ahora pasa compañera.
ABEJA HARAGANA: Gracias compañeras.

NARRADOR: Pero llegó el siete de mayo y pasó en vano como todos los demás.
Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a
soplar un viento frío. (sonido de que sopla el viento)

ABEJA HARAGANA: (volando contra el viento) ¡Ay madre mía que frío y qué
viento tan fuerte! Tengo que llegar a la colmena pronto sino moriré.

Toc, toc.. Compañeras abran pronto por favor.

ABEJA 1: — ¡No se entra!

ABEJA HARAGANA: — ¡Yo quiero entrar!, Esta es mi colmena.

ABEJA 2: -No compañera, esta es la colmena de unas pobres abejas


trabajadoras, no hay entrada para las haraganas.

ABEJA HARAGANA: (llorando) ¡Les prometo que mañana sin falta voy a
trabajar!        
ABEJA 1: No hay mañana para las que no trabajan (empujan a la haragana).
NARRADOR: La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche
caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el
cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.

         Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y


piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, a tiempo que
comenzaban a caer frías gotas de lluvia.

ABEJA HARAGANA: — ¡Ay, mi Dios! —. Va a llover, y me voy a morir de frío.


(Intenta entrar a la colmena) (Las abejas le cierran el paso)
ABEJAS 1 Y 2: ¡Alto! Te hemos dicho que no puedes entrar.
.
ABEJA HARAGANA: — ¡Perdón!, ¡Déjenme entrar!
ABEJA 2:—Ya es tarde.
ABEJA HARAGANA:,¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!

ABEJA 1: —Es más tarde aún.

ABEJA HARAGANA: — ¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!

ABEJA 2:—Imposible.

ABEJA HARAGANA: — ¡Por última vez! ¡Me voy a morir!

 ABEJA 1: —No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso


ganado con el trabajo. Ahora vete (otra vez la empujan).

NARRADOR:- Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la


abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó
rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.

ABEJA HARAGANA: ¡Ayyy! ¡Auxilio!

NARRADOR: Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin llegó al fondo, y
se halló bruscamente, ¿con quién creen que se encontró? Con una víbora, una
culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse
sobre ella.

SERPIENTE: psssssss.

NARRADOR: En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían


trasplantado hacia tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.
         Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al
encontrarse ante su enemiga se preocupó bastante.

ABEJA HARAGANA   — ¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.

SERPIENTE: -Asshh ¡Qué dramática!


(Se acerca a la abeja) ¿Qué tal abejita? No has de ser muy trabajadora para estar
aquí a estas horas.
ABEJA HARAGANA: —Es cierto (llorando) No trabajo, y yo tengo la culpa.
SERPIENTE: -(riendo) —Siendo así, voy a quitar del mundo a un mal bicho como
tú. Te voy a comer, abeja.
ABEJA HARAGANA: — ¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me
coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.

SERPIENTE: — ¡Ah, ah! —. ¿Tú crees que los hombres que les quitan la miel a
ustedes son más justos, grandísima tonta?

ABEJA HARAGANA: —No, no es por eso que nos quitan la miel.

SERPIENTE:   — ¿Y por qué, entonces?

 ABEJA HARAGANA: — Porque son más inteligentes.


SERPIENTE: — ¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, apróntate.

ABEJA HARAGANA: — Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.
SERPIENTE: — ¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? (ríe).
ABEJA HARAGANA: Sí.
SERPIENTE:  —Pues bien, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que
haga la prueba más rara, ésa gana. Si gano yo, te como.
ABEJA HARAGANA: — ¿Y si gano yo?
SERPIENTE: —Si ganas tú, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que
sea de día. ¿Te conviene?
ABEJA HARAGANA: Si está bien.
NARRADOR: La culebra estaba muy contenta, porque se le había ocurrido una
cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:

         Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de


nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que
estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.

         Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman
trompitos de eucalipto.
SERPIENTE: —Esto es lo que voy a hacer. ¡Fíjate bien, atención! (rueda el
trompito con su cola) (ría a carcajadas).

ABEJA HARAGANA: —Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.
SERPIENTE: —Entonces, te como.
ABEJA HARAGANA:  — ¡Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una
cosa que nadie hace.

SERPIENTE: —¿Qué es eso?.

 ABEJA HARAGANA: — Desaparecer.

 SERPIENTE —¿Cómo? —¿Desaparecer sin salir de aquí?

 ABEJA HARAGANA—Sin salir de aquí.

 SERPIENTE—¿Y sin esconderte en la tierra?.

 ABEJA HARAGANA—Sin esconderme en la tierra.

SERPIENTE—Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida.

ABEJA HARAGANA—Ahora me toca a mí, señora culebra. Me va a hacer el


favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga "tres", búsqueme por todas
partes, ¡ya no estaré más!
SERPIENTE: uno..., dos..., tres" (abre la boca) (busca por todos lados) ¿Qué? ¿A
dónde está?.
— ¡Bueno! —Me doy por vencida. ¿Dónde estás?.

         
ABEJA HARAGANA: —¿No me vas a hacer nada? —¿Puedo contar con tu
juramento?
SERPIENTE: —Sí Te lo juro. ¿Dónde estás?.

ABEJA HARAGANA—Aquí.

 NARRADOR: -¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en


cuestión era una sensitiva, y que tiene la particularidad de que sus hojas se
cierran al menor contacto. De aquí que al contacto de la abeja, las hojas se
cerraran, ocultando completamente al insecto.
         La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de
este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para
salvar su vida.

SERPIENTE: -¡wow! Me has sorprendido, ahora cumpliré mi palabra, descansa


que nada te pasará esta noche.

ABEJA HARAGANA: ¡Gracias señora culebra!.

NARRADOR:   Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas
contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había
desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.

         Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De


cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta
creía entonces llegado el término de su vida.

         Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga,
tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la
colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.

        Y al día siguiente:

ABEJA HARAGANA: ¡Cómo pude ser tan tonta! Tenía todo y no lo valoré. Pero a
partir de hoy trabajaré mucho.
(La abeja trabaja)
ABEJA 1: Ya viste nuestra compañera está trabajando, su producción de miel es
muy alta. Qué bueno que pensó mejor las cosas.
ABEJA 2: Sin duda la noche le sirvió para reflexionar.

 NARRADOR: En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta
miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún
tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la
rodeaban:

 ABEJA HARAGANA: —No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien


nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi
vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, sí hubiera trabajado como todas. Me
he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba
era la noción del deber, que adquirí aquella noche. Trabajen, compañeras,
pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos es muy superior a la fatiga
de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía
en la vida de un hombre y de una abeja.

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