Rapado: Martín Rejtman
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Rapado
PLANETA
Biblioteca del Sur
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Los viernes y sábados Fabián trabaja de barman en
una discoteca. Ana todavía no es mayor de edad y tie
ne demasiada cara de nena: las veces que intentó
entrar para darle una sorpresa no la dejaron. Trataba
de parecer mayor, pero igual no conseguía pasar.
Ahora decide volver a probar; le dieron el documen
to de la hermana de una amiga que se parece bastante
a ella, pero a esta altura el tipo de la puerta ya la cono
ce y tampoco pasa. Se queda charlando un rato con él
y después va enfrente a comprar cigarrillos. Cuando
vuelve, el de la puerta fue a avisarle a Fabián que ella
está ahí. Fabián sale con un trago en la mano. Tiene
puesta una polera verde y una campera de cuero
negro. La lleva a la esquina y le convida del vaso. Des
pués, se para frente a ella y le tapa la boca con la
mano.
Cuando Fabián vuelve a entrar, Ana se queda un
rato más charlando con el tipo de la puerta. Es mayor
que ella y que Fabián, tendrá unos veintiocho años. Se
llama Sergio, es uruguayo y no tiene los papeles en
regla, está ilegal en la Argentina.
De vuelta en su casa, Ana no puede dormir. Se
levanta y en la cocina se hace un pan con manteca y le
pone azúcar. Cuando lo termina y está por volver a la
cama, sabe que el insomnio va a seguir y va a volver a
tener hambre, así que deja preparados cuatro panes
más, con manteca y azúcar, sobre la mesa de la cocina.
En su cuarto, Ana abre el placard y separa la ropa
que ya no puede usar de la que quiere seguir usando;
hay un solo saco que le gusta, pero está demasiado
gastado. Se sienta sobre la cama y apaga la luz. Quiere
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grabación del recital que habían dado los tres esa mis
ma noche en la Cuarta Marathón Nacional del Jazz.
Cuando Fabián y el tío vuelven de tirar, los tres
toman el té. Después, Fabián le enseña a Ana a mane
jar en un Rambler modelo 67 que hay en el campo y
juntan limones y naranjas de los árboles frutales, para
llevar a sus familias. Y cuando, antes de salir, Ana
quiere despedirse de Núber, no lo puede reconocer
entre los demás conejos.
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Madrid es una mierda
Del aeropuerto de Barajas llamé a Lisa, la chica ame
ricana de las discotecas de Nueva York, que me había
invitado a pasar unos días en su casa. Le dije:
—Estoy en Madrid.
Y ella:
—Coge un taxi, me da pereza darte las explicaciones
de autobuses. Igual no es caro, sale como mil.
Yo estaba con muy poco dinero y el taxi que cogí
me salió como dos mil, mientras que el autobús costa
ba doscientas pesetas solamente. Llegué a su casa y
Lisa me abrió la puerta. Estaba en batón y completa
mente pálida.
—Agh. He estado vomitando toda la noche —me dijo,
con su acento tan particular y su característica voz nasal.
Yo tenía mi valija en la mano, que era muy pesada, y
estaba todavía afuera. Entré.
—Voy al baño —dijo Lisa agarrándose el estómago,
y desapareció por un pasillo. Todavía no me había
saludado.
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testó. “Come on, you know very well what I’m talking
about”. “I don’t know what you mean...”. Así que me
levanté, cogí un taxi, y me vine furiosa para aquí. A los
cinco minutos sonó el teléfono y era este tío que que
ría avisarme que a su hotel había llegado una carta
para mí del extranjero, y aprovechó para preguntarme
si todavía seguía enfadada. “Of course”, le digo. “But
why?” “Mira, tío”, le digo, “because right now we
should be making love in your hotel room”. Y el tío se
quedó shockeado y dijo que no entendía nada y tal. Se
quedó mudo. “I don’t know what to say”, me dijo
cuando recuperó la voz. “This is so unusual”. Así que
le corté. Esto fue cinco minutos antes de que llegaras
tú. ¿Tú qué crees? ¿El tío es un tonto? ¿Actué bien? Si
una chica te dice eso, ¿tú cómo lo tomas?
Le contesto que me parece que hizo lo que tenía
que hacer.
—Es que ninguna de mis amigas habría aguantado
diez días con un tío que les gusta sin hacer nada. Me
porté como un angelito. ¿Qué piensas?
—Bueno, depende de cada uno...
—El tío es un tonto.
—Es americano.
—¿Y tú qué pensarías de una chica que actuara así
contigo?
—Bueno, lo que importa es lo que piensa él, no yo.
—Te pregunto porque te considero un tío normal.
—Bueno, no me parecería tan raro... Pero yo no soy
un tío tan normal. —Empiezo a abrir el sofá-cama.
—¿Quieres que te ayude a armar la cama? ¿Cómo te
llamas tú?
—Martín.
—Buenas noches, Martín.
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—Buenas noches.
Apago la luz y me meto entre las sábanas. Al poco
rato Victoria vuelve a abrir la puerta de su cuarto, que
da al living, donde estoy yo, y sin salir de la habitación
me pregunta:
—Martín, ¿tú crees que deba llamar al suizo para
agradecerle el brazalete? Es precioso... ¿Pero no crees
que está intentando comprarme?
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—¿Eres canario?
—Pues claro —le contesto. Pero me descubre cuan
do le entrego el pasaporte.
—Nací en Buenos Aires porque mis padres son
diplomáticos —me justifico—. Fue un accidente.
Pasa una semana y el viento africano deja de soplar.
Cada vez hace más frío y yo dejé mi campera de cuero
en la valija, así que un viernes vuelvo a casa de Lisa a
buscarla. Le pido permiso para entrar en su cuarto, y
cuando saco la valija de abajo de la cama oigo unos
gritos descontrolados:
—¡Qué! ¿Esa maleta es tuya? ¡Llevátela! ¡Llevátela!
¡Llevátela! ¿Quién te dio el permiso?
Al principio no sé muy bien a qué se refiere, pero
enseguida me doy cuenta de que Lisa no estaba el día
en que dejé la valija. Está cada vez rnás enfurecida. Le
explico que le pedí permiso a Victoria, pero ella sigue
gritándome sin poder controlarse. Le pido mil discul
pas por todas las molestias que le pude haber causado
y le digo también que no tengo ningún lugar adónde
llevarme la valija, y si por favor puedo dejarla en su
casa un día más.
—¡No! ¡No! ¡No! —me grita.
Victoria, que estuvo presenciando muda toda la
escena, dice:
—Arriba en mi armario creo que hay sitio, tendría
que fijarme...
—¡No! ¡No! ¡No!
Al final, ya más calmada, Lisa entra en razón:
—Está bien, la puedes dejar debajo de mi cama has
ta el lunes. Pasa a buscarla por la tarde.
El lunes a las cuatro y media de la tarde toco el tim
bre en lo de Lisa.
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Todo puede pasar
Javier está sentado y mira de frente a su madre. Ella
enciende el televisor, sabe que la carne está en el hor
no y que va a estar lista entre cinco y diez minutos
más tarde. Javier puede oler la carne cocinándose y oír
el ruido que hace la grasa y el aceite chisporroteando
en la asadera. El noticiero habla de corrupción policial
y de la caída de un avión en una provincia del norte.
Javier repasa rápidamente la lista de conocidos para
saber si existe alguna posibilidad de que alguien...
pero cierra los ojos y piensa en una canción de The
Smiths.
Ahora los dos están comiendo y suena el teléfono.
La madre atiende. Dice “hola” un par de veces. Del
otro lado no hay respuesta. Comen la carne que no
está muy tierna. O al menos eso le parece a Javier.
Cuando la madre se levanta para llevar los platos a la
cocina y traer la fruta, Javier también se levanta y se
encierra en el baño. Se saca la remera y observa su
cuerpo: debajo de los brazos, el tórax, el ombligo, la
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Música disco
Un martes a las dos de la mañana, en la calle Uribu-
ru, estaba a punto de subirme al Ford Sierra de mi tío
Eduardo, los dos un poco borrachos, cuando oí que
alguien me llamaba de atrás. Era Lucas, y hacía más o
menos tres años que no lo veía. Se acercó con un ove
jero alemán que todo el tiempo tironeaba de la correa.
—¿Qué hacés?
—Vivo acá, a media cuadra. ¿Vos?
—No, en Caballito. Eduardo, mi tío. Lucas.
Pero mi tío Eduardo se había sentado sobre el capó
de un 404 y se estaba sacando los zapatos. Me agaché
a acariciar al perro.
—¿Ves a alguien? —preguntamos los dos al mismo
tiempo cuando levanté la cabeza.
—¿Te casaste? —le contesté.
—No. ¿Vos?
—Tampoco. Trabajo en la fábrica de mi tío. Me fal
tan tres materias para recibirme.
—¿Qué estudiabas? —me preguntó Lucas con la voz
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Eso SÍ.
Se sentó a comer en el comedor. Había comprado
dos hamburguesas, dos porciones de papas fritas, y
dos Coca-colas; no necesitaba ni platos ni cubiertos. El
tema de Wham había terminado y ahora se oía la voz
de su hermano y otra voz que no conocía. Se acordó
del Renault 6 de Sonia Becce y le pareció que la radio
adentro del coche había quedado sintonizada en la
misma estación. Se imaginó a Sonia llegando a ese
páramo en una grúa, acompañada por un mecánico, y
en el medio de la oscuridad al auto hundido, del que
salían las mismas voces que podía escuchar él en el
living de lo de su hermano.
—Ayer tuve un sueño. Es raro que me acuerde de
los sueños, pero a veces me pasa, sobre todo cuando
cambio la medicación para dormir... Soñé que estaba
con Barbra Streissand y los dos íbamos al teatro a ver
a Barbra Streissand: había dos Barbra Streissand, una
extranjera y una nacional. Yo iba con la nacional a
ver a la otra, pero eran exactamente iguales y era tan
buena una como la otra. No cantaban las dos al mis
mo tiempo; antes de que la americana entrara al esce
nario, la Barbra Streissand argentina, la que venía
conmigo, cantaba en el pasillo. Cantaba exactamente
igual que la americana y la gente la ovacionaba y
aplaudía como si fuese la original. Cuando terminó,
se sentó al lado mío porque iba a empezar el espectá
culo. El teatro estaba lleno de gente y hacían la ola
del mundial, empezaba al lado del escenario y seguía
hasta el final de la platea. Barbra Streissand se levan
taba cada vez que venía la ola. No nos pudimos que
dar al show de la Barbra Streissand americana porque
nos teníamos que ir al country con la familia de Lili
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Rapado
Lucio toma una decisión repentina: entra en la pelu
quería —son las seis y media de la tarde, casi verano—
y decide hacerse rapar. Primero, con una tijera le sacan
la mayor parte del pelo. Después, una maquinita le
afeita la cabeza.
En su casa, su hermana le acaricia el cuero cabellu
do y con una media sonrisa le dice: “Estás lindísimo”.
Hay una amiga de su madre que no lo reconoce, y al
verlo pasar baja rápidamente los ojos al diario que
estaba leyendo. Lucio entra al baño, se quita la ropa, la
sacude. Abre la ducha y deja que el agua corra por su
cuerpo.
Decide, otra vez casi repentinamente, que va a robar
una moto. Quiere irse de vacaciones, lo echaron del
trabajo y no tiene dinero, y además, hace dos meses le
robaron una a él.
Cada vez que Lucio camina y ve una moto estacio
nada examina el tipo de cadena y candado, y se fija si
además de eso no hay alguna llave de traba o contac
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Tiene que haber un mundo mejor
Trabajaba haciendo fotocopias en un local enfrente
de la facultad, todos los días de 14 a 21. Un día, un
hombre me entregó un billete de lotería y me pidió
una fotocopia. “¿De las de doce o las de veinticinco?”,
le pregunté. Quería la más cara. No me animé a pre
guntarle para qué quería la copia, pero esa noche no
pude dormir pensando que ése iba a ser el billete
ganador y que el hombre lo fotocopiaba para tener,
enmarcado, el recuerdo del origen de su fortuna.
Al día siguiente era viernes y jugué al Prode. Estaba
muy ansioso y a la noche empecé a tomar alcohol.
Quedaba muy poco en mi casa, apenas un cuarto de
botella de ron, y el ron no me gustaba. Sonó el portero
eléctrico; era mi novia, que pasaba a buscarme. Quería
ir al cine pero yo no tenía ganas. Sabía que no iba a
poder concentrarme en la película y no hay nada que
odie más que eso. La hice subir a casa y le pregunté
qué pensaba de Newell’s-San Lorenzo. “Empate”, me
dijo ella. Yo había apostado a visitante.
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Shawinigan
Una mañana de principios de invierno, el teléfono
suena en casa de Juan. Es muy temprano y todos duer
men. Juan se despierta, corre al living y levanta el
tubo. Dice hola al mismo tiempo que la voz un poco
ronca de su madre, desde el otro aparato en su dormi
torio. Juan está por colgar pero se queda escuchando
el principio de la conversación. Así, se entera de que
su abuela acaba de morir en Shawinigan, un pequeño
pueblo cerca de Montreal.
Juan sabe que su madre no va a seguir durmiendo
después de esta noticia y prefiere no estar ahí. Vuelve
a su cuarto y se encierra. Poco después se abre la
puerta y su madre lo llama: “Juan...”, pero no insiste y
lo deja seguir durmiendo.
A las nueve y media se levanta y va a la cocina.
Guardando los platos secos en el aparador, la madre le
da la noticia. El padre de Juan, Elias, está todavía allí.
Juan escucha lo que le dice la madre y endurece la
cara. Desde chico llama a sus padres por el nombre:
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Esa noche Juan cena con su padre. Por una vez deci
de no salir y pasar la noche en la casa. Compraron
comida hecha en la rotisería y cuando terminan es
Juan quien lleva los platos a la cocina. Abre la canilla
de agua caliente para que la grasa se despegue, pero
no los lava: los deja apilados para el día siguiente.
Vuelve al living y encuentra a su padre en el sillón,
con el diario cerrado sobre la falda. Elias le dice que
todavía no arreglaron el televisor y que podrían salir
los dos a dar una vuelta. Se para, levanta los dos vasos
que quedaron en la mesa y, mientras los lleva, le dice
a Juan que vaya a buscarse la campera porque debe
haber refrescado.
Juan y Elias están sentados en un banco de plaza.
No hay mucho de qué hablar y sin embargo la conver
sación es ñuida. Tan fluida que, cuando se produce el
primer silencio largo, a Juan le parece haber estado
hablando con otra persona. Ahora que no hay pala
bras, se escuchan las respiraciones de ambos, que nun
ca coinciden, la de Elias un poco más fuerte que la de
Juan. Sólo entonces Juan está seguro de estar con su
padre.
Un martes a la noche como ése, dos semanas atrás,
Juan se cruzó a su padre en un hotel alojamiento. Juan
salía de un cuarto y caminaba hacia el ascensor cuan
do lo vio detrás de las puertas que se cerraban. No
estuvo seguro hasta más tarde, al ver salir su coche del
estacionamiento. No sabía si Elias lo había visto. A la
mañana siguiente se volvieron a cruzar, esta vez en la
cocina de la casa, desayunando. Ninguno de los dos
decía nada y parecían turnarse: cuando uno tomaba
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para mi generación
SÁBADO
Hay ciertas cosas que mi novia me dice demasiado
seguido. Por ejemplo, el sábado pasado no se cansó de
repetirme que quería que me cortara el pelo. La cuarta
vez que me lo dijo fue en el coche de su padre, íba
mos por Libertador y estábamos a punto de meternos
en la Panamericana, camino a la quinta. Aproveché el
semáforo rojo, me bajé del auto y no miré para atrás.
Cuando llegué al departamento donde vivo y abrí la
puerta me di cuenta de que en el coche del padre de
mi novia me había olvidado a Sasha, la perra de Ser
gio, mi hermano mayor. Y además me encontré con
que Matías, mi hermano menor, había organizado una
fiesta en mi casa. No sé cómo, consiguió las llaves y se
encerró ahí adentro con otros chicos y chicas de su
edad. Una fiesta un sábado a las tres de la tarde y con
todas las persianas bajas. Le di veinte minutos y me fui
al bar de la esquina.
Mientras tomaba un cortado pensé en Sasha. Mi her
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D omingo
A la mañana siguiente, cuando me desperté, me di
cuenta por la manera en que me dolía la cabeza de
que no debía haber dormido más de tres horas. En el
living, Matías estaba tirado en el sofá y Fabián dormía
en el suelo sobre unos almohadones.
Al mediodía los tres fuimos a almorzar con mis
padres a la Costanera. Cuando comemos afuera mi
padre, para simplificar, pide siempre lo mismo para
todos. Dice que, si no, se equivocan con la cuenta y te
cobran de más. Ese domingo nos tocó parrillada com
pleta con papas fritas. Mi padre sabe que Fabián es
vegetariano, pero como no le cae demasiado simpático
nunca lo tiene muy en cuenta. Era un día de sol y
comimos al aire libre.
—Esta mañana hablamos por teléfono con Serguei...
—Jaime —lo interrumpió mi madre—. Sabés que no
le gusta que lo llamen así.
Me serví un poco más de papas fritas porque, como
Fabián no podía comer otra cosa, ya se estaban termi
nando.
—Pusieron fecha para el 16 de enero. Quieren que
viajemos.
—¿Q uiénes quieren que viaje qu ién ? — preguntó
Matías, haciéndose ilusiones.
—Serguei y Montse, quieren que viajemos mamá y
yo.
—Sergió, papá. No Serguei.
—Pero che, caramba —se enojó mi padre— . ¿Al
final somos judíos o no somos judíos?
Ninguno de nosotros le contestó. Yo llamé al mozo y
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Gustavo
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Agustín
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Lunes
Dormí desde el momento en que el domingo se hizo
de noche hasta muy tarde en la mañana del lunes.
Mientras me vestía, noté que la lucecita de los mensa
jes del contestador automático se prendía y apagaba.
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Tres puntos rojos
Diana y yo estamos sentados sobre la cama en el
cuarto de Diana. Yo estoy serio y la miro muy seguido.
Diana está más seria todavía y evita siempre mi mirada.
La puerta del cuarto está cerrada; el lado de adentro
está recubierto de corcho de arriba a abajo y hay fotos
de Diana con parientes y amigos. También hay una
foto en la que estamos Diana y yo, en este mismo
cuarto, sentados sobre la cama, besándonos.
En la calle está lloviendo. Salgo de lo de Diana, un
edificio de departamentos en Caballito. Camino hasta
Rivadavia sin notar la lluvia. Cuando me doy cuenta de
que estoy chorreando agua me meto en un bar. Tengo
el pulóver empapado y el pelo también. Pido un sub
marino y dos porciones de pizza y del bolsillo saco
una libretita en la que me pongo a escribir sobre cómo
me deprimen las tardes de lluvia.
Me quedo sentado durante una media hora, sin
pedir nada más, hasta que veo a la madre de Diana
corriendo en dirección al departamento, cubriéndose
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San Pablo de noche
A los quince años, a Pablo lo echaron de su casa
porque cuando fue a donar sangre para un tío que
estaba en terapia intensiva descubrieron que tomaba
cocaína.
Sentado en la sala de espera del sanatorio, Pablo ve
cómo su madre conversa con el médico al final del
pasillo. Después no le dice una palabra más. Al llegar a
la casa le prepara un bolso con ropa, pone el cepillo
de dientes y el dentífrico, lo lleva hasta el palier, llama
el ascensor y cierra la puerta con llave.
Pablo toma un colectivo y va a lo de un amigo, Luis.
Cuando el padre de Luis le pregunta por el bolso, dice
que es la ropa de gimnasia. Esa noche duerme ahí; al
despertarse a la mañana se frota los dientes con el
dedo porque no quiere sacar el cepillo de dientes del
bolso.
Pablo y Luis van juntos al colegio. A la salida, Pablo
va a almorzar a lo de su hermano Jorge.
Jorge y Laura no están, le dice la chica, y Pablo
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Al día siguiente no trabajábamos y el teléfono me
despertó a las tres de la tarde. Era Lucas.
—¿Qué Lucas? —pregunté confundido.
—Zauberman, Lucas Zauberman.
Me llamaba para decirme que esa mañana se había
puesto a revisar fotos y a escuchar canciones viejas y
había encontrado un disco de Roxy Music que yo le
había prestado varios años atrás. Quedamos en vernos
al día siguiente en un bar del centro que nos quedaba
cómodo a los dos. Me acordaba de que Lucas había
sido siempre muy puntual, pero igualmente no pude
evitar llegar unos veinte minutos tarde. Al vernos nos
dimos cuenta de que cada uno tenía una guitarra eléc
trica.
—Tengo un grupo —dije—. Tocamos en casamien
tos.
—Yo empecé a estudiar hace tres meses.
Charlamos un rato. Nunca habíamos sido grandes
amigos, pero ahora parecía que teníamos más cosas en
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—¡Chau, Graziani!
Era Godoy, que estaba a punto de subirse a un
Renaut 12 en bastante mal estado. Lía lo miró sin son-
reírle pero, adentro del coche, a todos se nos ocurrió
la misma idea.
Dejamos al bebé en casa de la hermana de Carmen,
buscamos la droga, y después pasamos por lo de Por
tughesi para ver si Walter quería venir con nosotros.
Estaba muy concentrado estudiando, pero igual conse
guimos tentarlo, y de ahí fuimos a buscar a sus ami
gos.
Yo manejaba el coche de Betty. La quinta no queda
ba demasiado lejos y vimos en la ruta la puesta del sol.
Cuando salió la primera estrella busqué a Lucas con la
mirada, para desearle felicidades, pero me acordé de
que él iba en el coche de Godoy, con Walter y sus
amigos, y a mi alrededor no había nadie a quien felici
tar. Entonces cerré los ojos y pedí tres deseos.
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TEMA DE GERSHWIN
Un día, cuando decidim os
que lo m ejor era ser extranjeros,
creo que p erd í todo,
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Música disco - extended versión
Si el café se en friaba
h acía más,
si el reloj d ejaba d e an dar
le d aba cuerda sin ponerlo en hora,
y las horas detenidas no contaban,
lo que no veía no estaba
y era dem asiado difícil ver alguna otra tierra.
Si el café se en friaba
hacías más,
si el reloj dejaba de an dar
le dabas cuerda sin ponerlo? en hora,
y las horas detenidas no contaban,
lo qu e no veías no estaba
y era dem asiado difícil ver alguna otra tierra.
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Indice
Núber............................................................................. 9
Madrid es una m ierda................................................... 23
Todo puede pasar........................................................... 41
Música disco................................................................... 45
House plan with rain drops........................................... 53
Rapado........................................................................... 85
Tiene que haber un mundo mejor.................................. 93
Shawinigan..................................................................... 105
Algunas cosas importantes para mi generación............. 115
Tres puntos rojos............................................................. 145
San Pablo de noche........................................................ 155
Música disco - extended versión..................................... 167
Esta edición
se terminó de imprimir en los
talleres de Imprenta de los Buenos Ayres
Carlos Berg 3445, Buenos Aires,
en el mes de abril de 1992.