Entrevista García Linera

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Álvaro García Linera: “El mundo de las

ideas va a jugarse en decisiones


económicas”
8 de diciembre de 2018 | Escribe: Iván Schuliaquer en Política internacional | Foto: ViojF y Vicky Cuomo
8 minutos de lectura

Intelectual político devenido político intelectual, Álvaro García Linera es


vicepresidente de Bolivia desde 2006, cuando asumió Evo Morales. En esta
entrevista habla de los logros y limitaciones de los gobiernos progresistas
de América Latina, y reflexiona sobre la reconstrucción conservadora en la
región, que explica por factores económicos y por la derrota en la batalla
por el sentido común.

Son las diez de la noche de un lunes feriado de noviembre en Buenos Aires. Álvaro
García Linera abre la puerta de su cuarto de hotel e ingresa a la sala donde vamos a
entrevistarlo. “Hola compañeros. Perdón por la demora y por hacerlos venir a esta
hora”, dice. Acaba de llegar de La Paz y se quedará apenas 24 horas en la capital
argentina.

Vicepresidente de Evo Morales desde 2006, García Linera combina el tiempo de la


gestión con la reflexión teórica. Desde joven su disputa había sido con la izquierda
clásica boliviana, a la que veía anquilosada bajo una crítica central: no habría revolución
posible en Bolivia sin convocar a los oprimidos de su historia, a la plebe existente en su
país. Es decir, al movimiento indígena.

A inicios de los 90 estuvo preso por formar parte del Ejército Guerrillero Túpac Katari,
que nunca llegó a combatir; aprovechó ese tiempo para profundizar sus lecturas, pero
también para repensar estrategias. Cuando salió, a su vida universitaria le sumó
participaciones asiduas en los medios y una militancia política que apostó, en plena
crisis del neoliberalismo, por la candidatura de Evo Morales.

Desde que el ex líder cocalero conduce el país, García Linera es su copiloto: una figura
atípica en la región, en la que los vicepresidentes de la larga década progresista jugaron
roles menos determinantes. Tras las crisis de gobernabilidad de los primeros años de
mandato –provocada por la agenda de las élites–, Bolivia atraviesa hoy el período de
mayor estabilidad política de su historia y es el país con mayor crecimiento económico
de la región. Sin embargo, el giro a la derecha sudamericano, potenciado con el triunfo
de Jair Bolsonaro en Brasil, genera dudas en el horizonte de este país, donde Evo
Morales y García Linera buscarán ser reelegidos el año próximo.

En la década del 90 dijo que parte central de su acción política estaba vinculada a la
“batalla por el sentido común”. A inicios de los 2000 en América del Sur parecía que el
progresismo había conseguido cierta victoria, al menos parcial, pero hoy el panorama
político cambió. ¿En qué está esa batalla por el sentido común?
En buena medida toda lucha política es una lucha por el monopolio de la administración
y la regulación del sentido común: del espacio de las estructuras simbólicas, del orden
lógico, de los preceptos morales e instrumentales que tienen las personas en la vida
cotidiana. Todo lo que hacen sin la necesidad de reflexionar, pero que les permite
ubicarse en el mundo y actuar en consecuencia de ese mundo.

Los procesos progresistas, para consolidarse, para triunfar electoralmente, han requerido
una victoria, parcial, superficial, dentro de aspectos relevantes del sentido común. En
ese sentido, Antonio Gramsci tenía razón, y América Latina lo mostró así: hay victorias
culturales que anteceden a las victorias políticas. En algunos casos, fruto de un largo
trabajo de un pensamiento de izquierda que ha logrado permear las estructuras
gramaticales, digámoslo así, de la narrativa social. En otros casos, esta victoria cultural
se ha dado en momentos más cortos, en los que la historia se condensa, y lo que uno
hace en ese momento corto influye mucho.

Sin embargo, lo que estamos comprobando ahora –y las derrotas te ayudan a entender–
es que la estructura del sentido común es más compleja de lo que inicialmente habíamos
creído. A raíz de lo que ha sucedido en Argentina, en Brasil, en Ecuador, uno logra
entender que lo que han hecho los procesos revolucionarios y progresistas es estar en el
momento adecuado cuando aspectos del sentido común, o las tolerancias morales, y
cierta lógica del desenvolvimiento del mundo entraron en crisis o se quebraron. Y ahí la
influencia cultural de las izquierdas se introdujo. Pero esta crisis, estos aspectos del
sentido común, dejaron en pie muchos otros aspectos del sentido común que no fueron
modificados: preceptos de la vida cotidiana. Parte del orden moral y parte del orden
lógico. El resto quedó intacto. De manera que cuando pasa el momento de la
efervescencia popular, la sociedad se repliega de manera normal, necesaria, a la vida
cotidiana, a los ámbitos corporativos de su condición social, y ese otro mundo no tocado
del sentido común vuelve a articularse o a ser gatillado por otro tipo de fuerzas
dominantes externas e internas.

Es difícil tomar el poder, pero se puede. Es difícil articular un sujeto colectivo social,
pero se puede. Es difícil que las clases subalternas logren la suficiente cualificación y
unificación para ganar elecciones, pero se puede. Pero cambiar el sentido común... Es
decir, cambiar el orden del mundo inscripto en la piel de las personas, es 20 o 40 veces
más difícil que esas tres cosas juntas.

Entonces, si las fuerzas progresistas no tienen la capacidad de irradiarse, de sedimentar


un nuevo orden moral de las cosas, un nuevo orden lógico y procedimental en la
educación, en los medios de comunicación, en la vida cotidiana, en la vida familiar, en
la vida barrial, en el ordenamiento de las acciones predictivas que las personas hacen
cotidianamente con el cerebro para desenvolver sus actividades, su presencia es
espasmódica, es meramente superficial y es fácilmente reversible. Esta segunda parte
muchos no la veíamos bien. Muchos creíamos que bastaba la férrea voluntad política.
Que basta el control del poder del Estado para mantener la conducción. Y no es cierto.

¿Por qué no lo es?

Porque puedes tener el poder del Estado, pero si no has trabajado el mundo sedimentado
como hábito, como costumbre, como educación, como tradición en las personas, los
procesos son rápidamente reversibles o pueden ser influenciados de manera radicalizada
por discursos y narrativas aun más conservadores que los que derrotaste, gatillando la
dimensión racializada del sentido común, la dimensión misógina, intolerante y del
miedo como ordenador del mundo del sentido común que está ahí. No es que lo han
inventado las redes. No es que lo han inventado las iglesias. Son cientos de años que
han ido creando capa tras capa en la estructura cerebral de las personas, estructuras
cerebrales compartidas.

¿Cuáles fueron las novedades y aciertos de los gobiernos del giro a la izquierda y cuáles
fueron sus limitaciones?

América Latina ha sabido superar el viejo debate sobre el sujeto de la historia para
entrar, sin mucha teoría, a una manera más flexible, más plural, de la construcción de
los bloques sociales con liderazgos flexibles, multisituacionales, multicivilizatorios y
multiidentitarios: indígenas, obreros, pobladores urbanos. La izquierda ha sabido
también superar la vieja limitación del siglo XX en torno a la libertad, porque ha
participado en la construcción de voluntad colectiva sin coacción. Ha ganado las
elecciones mediante ese mecanismo, las ha perdido y las puede volver a ganar.

Ha sido más permeable a los debates plurales de la sociedad compleja contemporánea.


Incorporar, al menos dialogar, con el movimiento despatriarcalizador. Respetar el
movimiento descolonizador de pueblos indígenas. Incorporar los lenguajes y la
flexibilidad desterritorializada de las identidades obreras híbridas contemporáneas que
no se asientan ya en la fábrica. Es decir, estas izquierdas han tenido esa gran flexibilidad
para ubicarse en la complejidad líquida de la sociedad contemporánea, han reivindicado
el valor de la libertad social, la búsqueda de la igualdad. No han podido avanzar en
términos de una economía fundada en la solidaridad, no lo han logrado. Es muy poco
tiempo para ello.

Hay límites que han aflorado. El medioambiente es un límite que no ha sabido digerir
bien esta primera oleada y que se presenta ahora como inevitable a ser abordado en la
segunda oleada. Una economía que tenga un crecimiento sustentable sin que sea
ecológicamente destructiva.

La economía es algo que no se tomó bien. Se pensó que era más poder de Estado y
voluntad política. Y no basta, es también la economía. Solamente garantizando una
economía que vaya dando pasos graduales de crecimiento se ha de impedir que las
nuevas clases medias populares sean absorbidas por el discurso conservador de las
viejas clases medias aterrorizadas por el ingreso de la plebe en sus predios.

Y lo que hablamos: la importancia del sentido común, la comprensión de que el


momento catártico remueve capas superficiales del sentido común dejando en pie capas
profundas del sentido común conservador, y que ahí está otra batalla.

Entonces, hay un conjunto de logros que renuevan las izquierdas y un conjunto de


errores, de límites, que se han visibilizado en esta primera oleada y que una segunda
oleada tendrá que saber recuperar muy pronto. El mundo no tiene norte ni horizonte
hoy. Eso da incertidumbre. Y nadie puede sobrevivir con mucha incertidumbre. Hoy
este mundo desordenado provoca, como decía Gramsci, el tiempo en que aparecen los
monstruos. Pues no pueden aparecer durante mucho tiempo muchos monstruos, porque
te devoran. En algún momento tienen que desaparecer los monstruos y aparecer un
camino más o menos factible, creíble y apostable de la vida. Por eso soy optimista.

Pasando a la situación regional, ¿de qué manera se convive desde Bolivia con un
contexto adverso, cuando varios países sudamericanos giran a la derecha, y hacia una
derecha que tiene en el centro de su agenda deshacer lo que hicieron los gobiernos
previos?

La primera cuestión es reforzar la cohesión interna, que no es solamente un tema de


voluntad política, de reafirmar tus principios, tus conquistas, sino una sostenibilidad en
el tiempo del bienestar gradual que vas logrando. Es la mejor receta. Cuando se
interrumpe esa sostenibilidad en el tiempo surgen los monstruos.

En el discurso del sentido común estos sectores populares emergentes, que ya no tienen
el discurso reivindicativo de abajo sino el discurso acumulativo del centro, si no ven la
perspectiva de estabilidad y ascenso fácilmente caen en la lógica discursiva y de sentido
común tradicional predominante. Es la paradoja. Los pobres que se volvieron clases
medias votan en contra de los que los volvieron clases medias. No es una traición, es un
razonamiento obvio. Si uno lo ve de manera fría, de cómo procede la lógica social, si
has experimentado la inclusión y esto está en riesgo por las malas decisiones
económicas de los gobiernos, este discurso te capta para enfrentar a los que
promovieron ese ascenso. Pero si la lógica del ascenso es sostenible, estos sectores van
a crear una nueva clase media con otro tipo de pensamiento que va a contener la
reacción rabiosa y visceral de la vieja clase media. ¿Todo depende de qué? De la
economía. El mundo de las ideas y de los signos va a jugarse en decisiones económicas.

La segunda cuestión: promover políticas de respeto y de no intervención en un entorno


adverso. Prácticas pragmáticas. Y tercero, diversificar tus puntos de apoyo. Nuevos
aliados: en Europa, en Asia, en donde puedas, para no quedar aislado.

Cohesión, contención, irradiación para sobrellevar este momento adverso en espera de


que los veinte por cientos propios de este tiempo, los veinte por ciento del Frente
Amplio en Chile, el veinte por ciento del Frente Amplio en el Perú, el veinte por ciento
de los amigos de Podemos en España, el cuarenta por ciento de los compañeros del PT
en Brasil, a mediano o corto plazo puedan cambiar el sistema político de sus países. En
tanto pase eso, cohesión, contención, irradiación. Es una política defensiva. Hasta que
pase la tormenta.

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