Entrevista García Linera
Entrevista García Linera
Entrevista García Linera
Son las diez de la noche de un lunes feriado de noviembre en Buenos Aires. Álvaro
García Linera abre la puerta de su cuarto de hotel e ingresa a la sala donde vamos a
entrevistarlo. “Hola compañeros. Perdón por la demora y por hacerlos venir a esta
hora”, dice. Acaba de llegar de La Paz y se quedará apenas 24 horas en la capital
argentina.
A inicios de los 90 estuvo preso por formar parte del Ejército Guerrillero Túpac Katari,
que nunca llegó a combatir; aprovechó ese tiempo para profundizar sus lecturas, pero
también para repensar estrategias. Cuando salió, a su vida universitaria le sumó
participaciones asiduas en los medios y una militancia política que apostó, en plena
crisis del neoliberalismo, por la candidatura de Evo Morales.
Desde que el ex líder cocalero conduce el país, García Linera es su copiloto: una figura
atípica en la región, en la que los vicepresidentes de la larga década progresista jugaron
roles menos determinantes. Tras las crisis de gobernabilidad de los primeros años de
mandato –provocada por la agenda de las élites–, Bolivia atraviesa hoy el período de
mayor estabilidad política de su historia y es el país con mayor crecimiento económico
de la región. Sin embargo, el giro a la derecha sudamericano, potenciado con el triunfo
de Jair Bolsonaro en Brasil, genera dudas en el horizonte de este país, donde Evo
Morales y García Linera buscarán ser reelegidos el año próximo.
En la década del 90 dijo que parte central de su acción política estaba vinculada a la
“batalla por el sentido común”. A inicios de los 2000 en América del Sur parecía que el
progresismo había conseguido cierta victoria, al menos parcial, pero hoy el panorama
político cambió. ¿En qué está esa batalla por el sentido común?
En buena medida toda lucha política es una lucha por el monopolio de la administración
y la regulación del sentido común: del espacio de las estructuras simbólicas, del orden
lógico, de los preceptos morales e instrumentales que tienen las personas en la vida
cotidiana. Todo lo que hacen sin la necesidad de reflexionar, pero que les permite
ubicarse en el mundo y actuar en consecuencia de ese mundo.
Los procesos progresistas, para consolidarse, para triunfar electoralmente, han requerido
una victoria, parcial, superficial, dentro de aspectos relevantes del sentido común. En
ese sentido, Antonio Gramsci tenía razón, y América Latina lo mostró así: hay victorias
culturales que anteceden a las victorias políticas. En algunos casos, fruto de un largo
trabajo de un pensamiento de izquierda que ha logrado permear las estructuras
gramaticales, digámoslo así, de la narrativa social. En otros casos, esta victoria cultural
se ha dado en momentos más cortos, en los que la historia se condensa, y lo que uno
hace en ese momento corto influye mucho.
Sin embargo, lo que estamos comprobando ahora –y las derrotas te ayudan a entender–
es que la estructura del sentido común es más compleja de lo que inicialmente habíamos
creído. A raíz de lo que ha sucedido en Argentina, en Brasil, en Ecuador, uno logra
entender que lo que han hecho los procesos revolucionarios y progresistas es estar en el
momento adecuado cuando aspectos del sentido común, o las tolerancias morales, y
cierta lógica del desenvolvimiento del mundo entraron en crisis o se quebraron. Y ahí la
influencia cultural de las izquierdas se introdujo. Pero esta crisis, estos aspectos del
sentido común, dejaron en pie muchos otros aspectos del sentido común que no fueron
modificados: preceptos de la vida cotidiana. Parte del orden moral y parte del orden
lógico. El resto quedó intacto. De manera que cuando pasa el momento de la
efervescencia popular, la sociedad se repliega de manera normal, necesaria, a la vida
cotidiana, a los ámbitos corporativos de su condición social, y ese otro mundo no tocado
del sentido común vuelve a articularse o a ser gatillado por otro tipo de fuerzas
dominantes externas e internas.
Es difícil tomar el poder, pero se puede. Es difícil articular un sujeto colectivo social,
pero se puede. Es difícil que las clases subalternas logren la suficiente cualificación y
unificación para ganar elecciones, pero se puede. Pero cambiar el sentido común... Es
decir, cambiar el orden del mundo inscripto en la piel de las personas, es 20 o 40 veces
más difícil que esas tres cosas juntas.
Porque puedes tener el poder del Estado, pero si no has trabajado el mundo sedimentado
como hábito, como costumbre, como educación, como tradición en las personas, los
procesos son rápidamente reversibles o pueden ser influenciados de manera radicalizada
por discursos y narrativas aun más conservadores que los que derrotaste, gatillando la
dimensión racializada del sentido común, la dimensión misógina, intolerante y del
miedo como ordenador del mundo del sentido común que está ahí. No es que lo han
inventado las redes. No es que lo han inventado las iglesias. Son cientos de años que
han ido creando capa tras capa en la estructura cerebral de las personas, estructuras
cerebrales compartidas.
¿Cuáles fueron las novedades y aciertos de los gobiernos del giro a la izquierda y cuáles
fueron sus limitaciones?
América Latina ha sabido superar el viejo debate sobre el sujeto de la historia para
entrar, sin mucha teoría, a una manera más flexible, más plural, de la construcción de
los bloques sociales con liderazgos flexibles, multisituacionales, multicivilizatorios y
multiidentitarios: indígenas, obreros, pobladores urbanos. La izquierda ha sabido
también superar la vieja limitación del siglo XX en torno a la libertad, porque ha
participado en la construcción de voluntad colectiva sin coacción. Ha ganado las
elecciones mediante ese mecanismo, las ha perdido y las puede volver a ganar.
Hay límites que han aflorado. El medioambiente es un límite que no ha sabido digerir
bien esta primera oleada y que se presenta ahora como inevitable a ser abordado en la
segunda oleada. Una economía que tenga un crecimiento sustentable sin que sea
ecológicamente destructiva.
La economía es algo que no se tomó bien. Se pensó que era más poder de Estado y
voluntad política. Y no basta, es también la economía. Solamente garantizando una
economía que vaya dando pasos graduales de crecimiento se ha de impedir que las
nuevas clases medias populares sean absorbidas por el discurso conservador de las
viejas clases medias aterrorizadas por el ingreso de la plebe en sus predios.
Pasando a la situación regional, ¿de qué manera se convive desde Bolivia con un
contexto adverso, cuando varios países sudamericanos giran a la derecha, y hacia una
derecha que tiene en el centro de su agenda deshacer lo que hicieron los gobiernos
previos?
En el discurso del sentido común estos sectores populares emergentes, que ya no tienen
el discurso reivindicativo de abajo sino el discurso acumulativo del centro, si no ven la
perspectiva de estabilidad y ascenso fácilmente caen en la lógica discursiva y de sentido
común tradicional predominante. Es la paradoja. Los pobres que se volvieron clases
medias votan en contra de los que los volvieron clases medias. No es una traición, es un
razonamiento obvio. Si uno lo ve de manera fría, de cómo procede la lógica social, si
has experimentado la inclusión y esto está en riesgo por las malas decisiones
económicas de los gobiernos, este discurso te capta para enfrentar a los que
promovieron ese ascenso. Pero si la lógica del ascenso es sostenible, estos sectores van
a crear una nueva clase media con otro tipo de pensamiento que va a contener la
reacción rabiosa y visceral de la vieja clase media. ¿Todo depende de qué? De la
economía. El mundo de las ideas y de los signos va a jugarse en decisiones económicas.