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que aquí ofrezco no es sino un álbum familiar, pero de las familias de los otros,
de las grandes y pequeñas familias que hoy rigen España mediante el dinero, la
influencia, el sexo o el miedo. Después de treinta y cinco años de profesión, ocurre
que uno se ha retratado con todo el mundo, como una puta cara, desde el Rey a «El
Lute».
Este álbum secreto, prohibido, maldito, es lo que puede tener algún interés para
ustedes, ya que una imagen sigue valiendo más que mil palabras, incluso en mis
libros, y aunque lleve siempre la glosa intencionada (los cursis, hoy, dicen
«puntual»), la anécdota cruenta y verídica, la calumnia que siempre deja algo (la
verdad) y el chisme metafísico que ilumina como un flash el alma del personaje.
Son, ya digo, treinta y cinco años de literatura (aunque éste es un libro mayormente
periodístico) y mucha vida social y mucho madrileñismo. A todos mis personajes les
adoro y perdono, antes de que me perdonen o condenen ellos a mí, porque son
entrañables, porque son humanos, porque son balzaquianos y, sobre todo, porque son
reales.
Más reales en mi libro que en su vida (Francisco Umbral).
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Francisco Umbral
ePub r1.0
Titivillus 14.04.2020
Página 3
Francisco Umbral, 1991
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
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ATRIO
Esto que aquí ofrezco no es sino un álbum familiar, pero de las familias de los otros,
de las grandes y pequeñas familias que hoy rigen España mediante el dinero, la
influencia, el sexo o el miedo. Después de treinta y cinco años de profesión, ocurre
que uno se ha retratado con todo el mundo, como una puta cara, desde el Rey a El
Lute.
Este álbum secreto, prohibido, maldito, es lo que puede tener algún interés para
ustedes, ya que una imagen sigue valiendo más que mil palabras, incluso en mis
libros, y aunque lleve siempre la glosa intencionada (los cursis, hoy, dicen
«puntual»), la anécdota cruenta y verídica, la calumnia que siempre deja algo (la
verdad) y el chisme metafísico que ilumina como un flash el alma del personaje.
Son, ya digo, treinta y cinco años de literatura (aunque éste es un libro
mayormente periodístico) y mucha vida social y mucho madrileñismo. A todos mis
personajes les adoro y perdono, antes de que me perdonen o condenen ellos a mí,
porque son entrañables, porque son humanos, porque son balzaquianos y, sobre todo,
porque son reales.
Más reales en mi libro que en su vida.
Francisco Umbral
La Dacha, junio de 1991.
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Aquellas ropas chapadas,
qué se hicieron.
JORGE MANRIQUE
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EL REY, LA HACIENDA Y LA VIDA
El rey don Juan Carlos, con los demás, no sé cómo es, pero conmigo es
cambiante. El Borbón borbonea, que es lo suyo. Nos vemos varias veces al año, en
sitios tan restringidos como Alcalá de Henares (con Chillida) o en La Zarzuela o el
palacio de Oriente, entre republicanos, exiliados y toda la gallofa política y literaria, y
un día que le dije «Cielo» a una infanta se la llevó en seguida:
—Cuidado con este Umbral, que tiene mucho peligro. Acaba de conocerte y ya te
llama cielo.
Se subastaba barato el auto de Franco y nadie lo quería. Al día siguiente veía yo
al rey (había hecho crónica sobre el tema). Me dijo que le había divertido mucho la
crónica, pero, en sabio oficio reinante, desvió la conversación hacia las características
de aquel Cadillac de los cincuenta, invendible, y me dio toda una conferencia sobre
motores. Estaba borrando con la erudición el primer impulso sonriente y cómplice.
En el Campo del Moro, por el día de su santo, la última vez estuvo distante
conmigo y luego yo me acerqué a él:
—¡He perdido el favor del rey, he perdido el favor del rey!
Es un grito del teatro clásico. Le hizo gracia y me abrazó. A doña Sofía le dije una
vez que ya está bien de tanto Mozart: «Usted que puede, majestad, debiera hacer algo
por Salieri, que tampoco era tan malo». Me respondió con ironía de reina: «¿Salieri?
Mejor que Mozart».
Cuando me apoyo en una ánfora persa de palacio, don Juan Carlos me dice: «Por
cómo controlas eso, seguro que tiene una ninfa dentro».
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I. Los ingenuos sesenta
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MARISOL: SOCIOLOGÍA DE UNA NINFA
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adolescencia cursi y vendida sobre la moqueta color abandono, color vacío, color
tiempo. Tuve el proyecto de contar la historia del franquismo al hilo de la historia de
Marisol y empezamos el trabajo, pero se asustó pronto. Fue la niña compravendida
como una esclava de zoco, y contra eso se levanta como una madre terrible, pero a la
hora de contar detalles se me acojona.
—Carlos Goyanes.
—A Carlos lo dejé yo.
—¿Por Serrat?
—Por tu puta madre.
—Antonio Gades.
—Antonio me ha dejado a mí.
Y todo el amor del mar se le sube a los pechos lastrados y vencidos. El hilo de oro
de la amistad entre ella y yo y, en los extremos, la primera entrevista de la foto y la
última entrevista a la Pepa amarga, a la otra Flores, a la vieja mujer joven y sola: «No
me fío de ti, Umbral».
Marisol era un ángel con rebequita, que había llegado del barrio de «Tira y chupa» de Málaga, un rayo de sol
financiero que hizo millonario al señor Goyanes.
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Por su biografía de ninfa rebelde han pasado dos ángeles machos que la hicieron mujer y comunista: Serrat y
Gades.
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LA VOZ DE LOS CINCUENTA: BOBBY DEGLANÉ
Era chileno y hortera. Era hablador y anunciante, era el spot humano, pero el spot
de los cincuenta, con mucha literatura mala, mucha radio barata y mucha alegría de
repuesto, ya que España estaba triste.
«Cabalgata fin de semana» era la fiesta pobre de los sábados tarde/noche. Una
fiebre del sábado que subía la temperatura patriótica a todos los españoles, o casi, que
llenaba de gritos, premios y tristeza de colores alegres el cuarto de estar color
posguerra. Bobby trabajó primero en Radio Madrid y luego se pasó a la cadena
falangista, y contaba con reporteros tan celéricos y al día como Tico Medina y Yale,
entonces. Las ciudades se quedaban desiertas el sábado a última hora de la tarde, los
burgos podridos se reunían en torno al aparato de radio, en el gabinetito con fusilados
por unos o por otros, y Bobby Deglané (La Codorniz, siempre crítica, contra lo que
digan, le llamaba «Poppy Descaré»).
El paseo provinciano donde uno iba a buscar novia o ligue (más bien ligue) se
desertizaba de pronto, los sábados a última hora, que era mi día libre, y llegué a odiar
a aquel palabrón de feria que metía en casa a todas las chicas guapas de la ciudad
para oírle sus anuncios de gallina blanca y perfumes gal, «la chimenea más fragante
de Madrid», decía de la fábrica gal, en Argüelles.
Hoy no queda fábrica ni chimenea ni fragancia. Estos, Fabio, ay dolor, que ves
ahora.
Bobby tenía una voz pastosa que hacía la radio tangible, ya que no visible, y le
daba a los anuncios un apresto de cosa sólida y buena que había que comprar en
seguida. Hasta tuvo a González-Ruano anunciando el colacao. Y un humorista de
izquierdas, Gila, que con sus chistes de la guerra estaba haciendo ya antifranquismo,
sin que nadie se diese cuenta. Mucho lo tuyo, Miguel. Era, ya digo, la voz de los
cincuenta, hizo una radio a punta de látigo, que no se conocía en España, era Bobby,
la modernidad, y hasta le salió un discípulo (le salieron muchos) que no hacía sino
plagiarle sin gracia ni encanto: José Luis Pécker.
Toda España oía aquello.
A Bobby, con su grato acento chileno, que yo he disfrutado personalmente en
Neruda, puerto de Barcelona, a la sombra del buque que le traía (aquella voz
salmodiada y amiga de Pablo), a Bobby, digo/decía, le mató el cáncer y la televisión.
En la televisión hablaba demasiado, hacía radio, y con el cáncer ya no hablaba nada.
Yo creo que el cáncer viene de la pura pena de no saber por qué se va uno a la
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mierda, siendo el que era, el que había sido. En la foto estamos con una tía exquisita a
la que ahora no identifico en mi archivo, pero que debe de ser una famosilla de los
setenta/ochenta, por lo marchosos que estamos Bobby y yo.
Bobby se fue embarneciendo con el tiempo y el trabajo, se fue adaptando a la
España desarrollista de los sesenta, que era muy listo, pero había quedado, cual
Serrano Súñer o Pedro Laín, en la iconografía negra y clausurada de la posguerra, que
gusto de llamar cuarentañismo. No tenía nada que hacer, y de eso se murió, más que
de cáncer. En cuanto a mí, yo estaba así de bueno por entonces —¿qué entonces?—,
entre cantautor y macarra fino. Ahora me obsesiona esta rubia de la foto con la que
sin duda pude tenerlo todo y me temo que nunca tuve nada. Cómo era, Dios mío,
cómo era, me pregunto con Juan Ramón Jiménez.
La última vez que estuve con Bobby, ya muy entrados los ochenta, poco antes de
su muerte, fue en un jurado literario, y llevaba la muerte con su elegancia natural
chilena. Me recordaba un poco al Agustín Lara prefinal, a quien yo también había
conocido en el entierro de Gómez de la Serna, donde tocó su chotis Madrid, quinta
sinfonía del madrileñismo escrita por un tolteca que jamás había vivido en Madrid.
Bobby estaba cementerial, presepelial e irónico, con una autoironía negra:
—Mira, Umbral, yo soy ya como una canica de ésas con las que juegan los niños.
Un pequeño empujoncito y caigo en el hoyo.
La metáfora era mejor que toda su literatura radiofónica. Le di ese beso en la
frente que se da a los muertos y que los muertos agradecen tanto, con una sonrisa
espantosamente blanca.
A Bobby le mató el cáncer y la televisión. En la televisión hablaba demasiado, hacía radio, y con el cáncer ya no
hablaba nada. Yo creo que el cáncer viene de la pura pena de no saber por qué se va uno a la mierda, siendo el que
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era, el que había sido.
Bobby trabajó primero en Radio Madrid y luego se pasó a la cadena falangista, y contaba con reporteros tan
celéricos y al día como Tico Medina y Yale, entonces.
Un humorista de izquierda, Gila, con sus chistes de la guerra haciendo ya antifranquismo, sin que nadie se diese
cuenta.
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ÁNGEL FIERAMENTE OTERO
Se reveló con dos libros místicos y casi unamunianos (era paisano de Unamuno),
donde le daba muchas vueltas a eso de Dios. Un día se lo pregunté en las Cuevas de
Sésamo, que era el sitio que él frecuentaba en los sesenta:
—¿Es cierto que tienes tanta influencia de Unamuno?
—Unamuno es una carraca.
Blas era bajo, cuadrado, vasco y hermético. Blas de Otero ha sido el poeta más
violento de este medio siglo, desde la guerra civil, el mito inverso del cuarentañismo,
ya que casi todo lo escribió contra Franco. Una noche éramos jurados, los dos, del
premio Sésamo de novela corta. Blas mandaba a la mierda a los periodistas.
—¿Te pasa algo, Blas? —le pregunté.
—Es que tengo cáncer en los cojones.
Y lo tenía. Le quitaron un huevo, dicen, y dicen que le quedó el otro, o sea que ya
era ciclán, que es como se llama en buen castellano al unitesticular. Claro que
también le pasaba a Millán Astray y no paraba de fornifollar. Blas, como todo vasco
que llega a la maestría del castellano, había conseguido esa perfección, violenta y
dura, como Oteiza o Chillida obtienen la música de la piedra y el acero: trabajando
mucho.
Había un paisano suyo que le imitaba. Mandó un libro al Adonais y ganó el
premio, porque todos estaban convencidos (misterios de la plica) de premiar a Blas
de Otero.
José Hierro le invitó una vez a recitar en su Aula Pequeña del Ateneo de Madrid.
Estuvo en la tribuna, un cuarto de hora, callado. Al final habló (la expectación era
inmensa):
—Por favor, que abran las ventanas.
Abrieron las ventanas y entró el fragor de la calle del Prado, camiones que rugían
subiendo la cuesta y taxis que chiflaban. El poeta se fue sin decir un solo verso,
aunque imagino que cobró las quinientas pesetas que daban por recital (yo había
actuado allí). Luego, Blas caería en el más elemental socialrealismo panfletario:
Pasa un avión
—a reacción—,
cabrón.
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Encuentra un mecenas, como los poetas del Renacimiento, Huarte, y vive de eso
y saca Anda, que es una fusión anagramática de «Ángel fieramente humano» y
«Redoble de conciencia». Pide la paz y la palabra. Se le imita y copia y plagia en toda
España. Aunque yo era entonces tan rojo como él, lo que me importa hoy no es tanto
su mensaje como su incorporación de una poesía nueva dentro/fuera del cerrado
contexto cuarentañista. Blas de Otero es a la poesía lo que Cela a la prosa, en los
cuarenta, dos modelos. Voy a recordar algunos versos suyos:
España
es de piedra y agua
seca, caída en un barranco rojo,
agua de mina o monte,
es de tela también, a trozos
pisada por la sangre y a retazos
también por desnudos pies…
Esta España de piedra y agua seca caída en un barranco rojo tenía por fuerza que
conmover a la derecha, a la izquierda y, mayormente, a los poetas que dudaban entre
el garcilasismo o un posvanguardismo ya hecho y viejo, como el postismo de Carlos
Edmundo de Ory.
Con el tiempo, estuvo en Cuba a abrazar a Fidel, claro, y allí se enrolló con una
puta cubana que luego vendría a España, muerto el poeta, a pedir sus derechos.
Soledad Becerril, de Suárez, que entonces era ministra de la cosa, le llevó bombones
y dinero. Soledad Becerril no se había enterado de que la compañera total de Blas era
Sabina de la Cruz, viuda legítima del poeta (legítima, aquí, no quiere decir canónica),
y cuando le informaron de su error lo pasó mal.
Blas y yo acabamos siendo vecinos en Majadahonda, el pueblo más snob de
Madrid, donde viven los ministros liberalcapitalistas y los ejecutivos de alto standing.
Yo en la zona rica, claro, y Blas en la zona pobre, iba a visitarle de vez en cuando, o
Sabina de la Cruz, profesora de enseñanza media, me invitaba a hablar de literatura.
Blas, por las tardes, se sentaba en la terraza calentorra de aquella vivienda barata para
hacer poesía. El motivo de inspiración que tenía enfrente era una gasolinera (donde
mi señora pone crudos).
Hasta que le dio el telele y fuimos corriendo José García Nieto, Meliano Peraile
(escritor miliciano de la guerra) y yo. Había una mesa redonda mal aplicada contra
una esquina, y este desajuste me explicaba a mí, extrañamente, el desajuste de la
poderosa retórica de Blas de Otero con lo que quería decir y la gente a quien se
dirigía, el pueblo. Recuerdo un recital en la Perkins de Madrid, con Otero y Celaya,
donde el que más gustó a los curratas fue un cura liricoide, y algunos fresadores y
laminadores me recitaron luego fragmentos del Tenorio.
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Lo que todavía no ha entendido el pueblo es que la poesía, puro esparcimiento,
les diga las verdades sindicales. Lo que todavía no han entendido los poetas (ni los
dramaturgos ni los novelistas) es que al pueblo hay que hablarle como Nicorredondo,
y no en verso. «España es de piedra y agua seca, caída en un barranco rojo». Eso no
lo ha superado casi nadie. En el entierro de Blas, con lluvia, estuvimos, bajo los
paraguas, Alfonso Grosso, Fanny Rubio, Ramón de Garciasol, que se estaba
quedando ciego, y pocos más. Era, naturalmente, el cementerio civil, «corral de
muertos», que dijo el beato Unamuno —la carraca— con otra intención.
La lluvia, finalmente, nos dispersó.
Blas de Otero ha sido el poeta más grande de este medio siglo, desde la guerra civil, el mito inverso del
cuarentañismo, ya que casi todo lo escribió contra Franco.
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Lo que todavía no han entendido los poetas (ni los dramaturgos ni los novelistas) es que al pueblo hay que
hablarle como Nicorredondo, y no en verso.
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PEMÁN/UMBRAL: DOS NOVELAS
Cuando yo publiqué mi biografía sobre Larra, sin haber leído apenas a Larra,
Pemán me dedicó una tercera de ABC («una tercerita», como decía el pobre Pérez-
Ferrero), y, por entonces, como por ahora, una tercera en ABC, y firmada por Pemán,
era consagratoria.
Me lo dijo Jesús Juan Garcés, poeta y almirante que, cuando su ascenso, y en
audiencia protocolaria, le leyó unos sonetos garcilasistas a Franco. Y Franco le dijo:
—Usted lo que necesita, almirante, es una pasada por África.
Pues fue y me dijo Garcés:
—Ya has llegado, Umbral, ya has llegado. Una tercera de Pemán en ABC es haber
llegado.
De este modo supe que había llegado. Ahora es cuando empiezo a dudarlo. Años
antes, en días de vino malo y rosas de sexo, yo me había ido a Cádiz o a Jerez, que
ahora no me recuerdo, a hacerle una entrevista a Pemán para una revista de Madrid.
Recuerdo que, sobre la mesa de trabajo, junto a un pequeño Cristo, tenía una foto
dedicada de Jean Cocteau, el gran pecador, el anticristo de la homosexualidad y la
heterodoxia, que se definía a sí mismo como perteneciente a «la raza de los
acusados». (Así se me definió a mí en entrevista.) Pero Pemán, claro, cuando escribió
su tercerita, no me relacionaba para nada con el joven y audaz reportero que le había
entrevistado en su hondo Sur. Y he aquí que, más tarde, un día entre los días, fui yo a
Barcelona a firmar mi premio Nadal. Era Sant Jordi, o como le llamen a eso los
catalanes. En una caseta para noveles y revelaciones nos pusieron a Pemán y a mí. Al
viejo y zurrado Umbral y al joven y purísimo Pemán, que estaba en esa penúltima
adolescencia angélica que es la última vejez, y que tenía parkinson como Franco, su
amigo/enemigo de toda la vida.
Nos gustó mucho estar juntos. Firmar firmamos poco, porque a los barceloneses
no acabábamos de caerles (como dos representantes máximos que éramos del
centralismo madrileño), pero en cambio hablamos mucho, lo pasamos muy bien, y yo
me ayudaba el oído con la mano, como se ve en la foto, porque don José María
hablaba ya en el palimpsesto oral de los que nos hablan como desde el otro lado de
una urna cineraria:
—Ahora, ustedes, los jóvenes son ácratas, como yo de viejo, y por eso me gustan
y me interesan.
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—Yo aprendí a hacer artículos en usted, don José María, si es que he aprendido, y
en otros escritores del ABC, desde los monárquicos a los falangistas, que todos
escribían muy bien: Foxá, Sánchez Mazas, Montes, Mourlane, D’Ors, Ruano y todo
eso.
Pero él me dijo lo mismo que me había dicho Cela, desnudo y con el tripón,
cuando le visité en Ríos Rosas:
—Tú, Umbral, tienes voz propia, a ver qué haces con ella. Sin voz propia no se va
a ninguna parte, hijo.
Luego Pemán se murió y hoy está olvidado, pero su fórmula de articulista yo la
he utilizado mucho. Me quedo con el mecanismo y tiro las ideas a la basura. Él,
últimamente, estaba empezando a hacer lo mismo.
Don José María hablaba ya en el palimpsesto oral de los que nos hablan como desde el otro lado de una urna
cineraria.
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Sobre la mesa de trabajo, junto a un pequeño Cristo, tenía una foto dedicada de Jean Cocteau, el gran pecador, el
anticristo de la homosexualidad y la heterodoxia, que se definía a sí mismo como perteneciente a «la raza de los
acusados».
Pemán, que estaba en esa penúltima adolescencia angélica que es la última vejez, tenía parkinson como Franco, su
amigo/enemigo de toda la vida.
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MAYALDE Y LOS FASCISMOS
Aquí estamos el conde de Mayalde y yo, en trance de entrevista. Al fondo, una jai
que he frecuentado mucho en esta vida y la mujer de Mayalde, que era como John
Wayne con bragas.
Don Luis Finat y Escrivá de Romaní, que le prestó buenos servicios a José
Antonio Primo de Rivera, acabaría en alcalde vitalicio de Madrid (tenía Madrid
hecho una mierda), y aquí estoy yo, de reportero fascista, haciéndole una entrevista
en sus latifundios de Toledo.
Don Luis Finat y Escrivá de Romaní, menudo y afable, minutísimo y sonriente,
era un fascista que no lo parecía, es lo que tiene. Una mañana llegó al Ayuntamiento
sin desayunar, porque tenía prisa, y pidió que le subieran un desayuno del bar de
abajo. Entre el sumiller y el tío del bar se montaron una curiosa industria, de modo
que el bar pasaba una cuenta mensual por los desayunos del señor alcalde, y el
Consistorio pagaba. El alcalde, que sólo una vez en su vida había desayunado del
presupuesto, no se enteró nunca de este negocio con beneficios a medias. Lo cual que
no sólo el socialfelipismo se presta al tráfico de influencias. Eso ya lo había
inventado el cuarentañismo.
Recuerdo que pasamos el día en la finca toledana, con los Mayalde y varios
fotógrafos —Basabe, Leal, etcétera—, y yo hice una cosa muy lucida en alguna
revista. Son cosas que ha hecho uno para ganarse el pan, la sal y el polvo nuestro de
cada día, que en algún sitio había que echarlo.
La cosa me sirvió, por otra parte, para saber que los fascistas, cuando han ganado
una guerra y les das la razón, te comen en la mano. Mayalde se encontró un Madrid
de polvo y mierda y, tras largos años de regiduría, nos dejó un Madrid de mierda y
polvo. Ni siquiera había cambiado las cosas de sitio.
Tras él vino Arias Navarro, que enrolló los bulevares como alfombras (y
Velázquez y Serrano y General Mola, hoy con otro nombre), y que aspiraba a la
ciudad/autopista, todo para el automóvil, que tachó la hermosa glorieta de Atocha,
con su estación de ferrocarril modernista, como diseñada por Rubén Darío, mediante
una gran equis de hormigón que se llamaría escalextric (espantosa palabra), hasta que
Tierno Galván quitó la palabra y el escalextric. Ahí comprendimos que Mayalde, con
su no hacer nada, había sido más beneficioso para Madrid que Arias Navarro —
carnicerito de Málaga, según Cuco Cerecedo—, pues que este Arias levantó la Torre
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de Valencia para tapar la Puerta de Alcalá, y les ponía estancos en las mejores
esquinas y chaflanes a sus hermanas, cuñadas, parientas y viudas.
Mayalde, o sea don Luis Finat y Escrivá de la cosa, se limitó a no hacer
absolutamente nada, a no mover un papel en muchos años, gracias a lo cual Madrid
seguía siendo Madrid, y no un Chicago de película con decorados malos. Son
intuiciones que tienen algunos hombres finos, modestos y pasablemente asesinos.
Nunca olvidaré aquella tarde en las fincas de Mayalde, el alcalde vitalicio del
cuarentañismo, con dados de jamón, la Mayalde a la jineta, mi chica haciéndose fotos
y don Luis Finat contándome cosas. Luego he conocido a un nieto suyo, que estaba
en la Movida, como yo, y era un fachilla de izquierdas al que le quité la novia.
Mayalde se encontró un Madrid de polvo y mierda y, tras largos años de regiduría, nos dejó un Madrid de mierda
y polvo. Ni siquiera había cambiado las cosas de sitio.
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Arias Navarro —«Carnicerito de Málaga», según Cuco Cerecedo—, levantó la Torre de Valencia para tapar la
Puerta de Alcalá, y les ponía estancos en las mejores esquinas y chaflanes a sus hermanas, cuñadas, parientas y
viudas.
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VIOLA/«EL PASO»
Manuel Viola es el pintor más importante de El Paso, con mucho, pero como
Viola es gitano aragonés, recastado en Madrid, los memoriones del grupo tienden a
olvidarle. Salvador Dalí se lo dijo una vez:
—Es usted un pintor religioso.
Esto, debidamente claro, significa que Viola es un Greco que ha asesinado a los
apóstoles. A él no le interesan los apóstoles, ni el rito ni Felipe II. Más que el rito, a él
le interesa el ritmo: ese ritmo profundo y vertiginoso que hay en El Greco.
Malraux, ministro de De Gaulle, inauguraba una exposición internacional a paso
de marcha. De pronto se detuvo ante un cuadro:
—He aquí un pintor.
El pintor era Viola.
Viola y Lorenza, después de dejar tirado al marido de ella en un campo de
concentración nazi, se vienen a Madrid y él empieza a falsificar Matisses bajo la
dirección de González-Ruano, que era el que le propiciaba. Álvaro Delgado me lo
contaba un día:
—Cuando la muerte de Matisse, estuve a punto de comprarle a Ruano un Matisse
que tenía en casa, enrollado como un periódico, en el cajón de una mesilla. Pero le di
la vuelta al lienzo y vi que era de Macarrón. No dije nada y no volví nunca. Estos
Matisses los hacía Viola.
Da igual. Cuando Viola hace una lectura profunda del Greco, comprende que lo
de menos es la Virgen, los apóstoles, todo eso que Felipe II le obligaba a meter en el
cuadro. Comprende que lo esencial, la pintura pura, son los colores y su violencia, el
ritmo y su sentido. Un sentido ascensional a lo san Juan de la Cruz.
Nos sigue pareciendo el primer abstracto de España, aunque el marchantismo y el
localismo lo hayan olvidado. Ahí estamos, en la foto, frente a frente, yo con mi
adolescencia en sombra y él con su pelo de plata encendida. Viola es un Greco que ha
prescindido de los apóstoles y los obispos. Sandra era la puta oficial y tolerada del
café Gijón. Se lo preguntó un día una señora burguesa que se había sentado junto a
ella.
—Señorita, en este café, ¿usted será artista, me supongo?
—Perdone, señora. Yo soy puta.
Era la puta caritativa de Viola. Me lo dijo él un día:
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—Mira, Umbral, yo me tiro a Sandra por caridad, pero resulta que la caridad no
tiene fondo.
Sandra era la que decía, cuando entraba Buero a tomar café:
—Aquí llega don Antonio Buero Vallejo, que en paz descanse.
Y, efectivamente, Buero tenía cabeza y ojos volteados de mártir del Greco. Tenía
que haberle pintado Viola. Así las cosas, Viola era vecino de Cela, de González-
Ruano y de algunos más. El día en que se murió Gómez de la Serna, Viola llamaba
angustiado a la puerta de César:
—¡Que se ha muerto Ramón, que se ha muerto Ramón! Tienes que escribir algo
inmediatamente.
Un día encontré un Viola, vertical y espléndido, en un escaparate de Costa
Fleming. Avisé en seguida a Lorenza, y a media mañana nos presentábamos los tres
en la boutique. ¿Y cómo ha llegado aquí este cuadro? (El precio era tirado, teniendo
en cuenta las tarifas del pintor.) Al fin supimos que el cuadro lo tenía en depósito
Pinto Coelho, el aristócrata portugués, y que se lo había cambiado a un criado gitano
a cuenta de algunos favores sentimentales. Lorenza le dio a la señora de la lencería de
lujo mucho más de lo que pedía y se llevaron el cuadro a casa.
Viola se retira al Escorial, con una rubia maternal que le da varios hijos, y allí
vive y pinta hasta los ochenta. En la boda de la mayor de las Villaverde estuvo de
capa española. Yo le visitaba, por los veranos, en los bares del Escorial. Un día se me
murió de cáncer y biografía. Me enamoré de su hijo de melena larga, rubia y cuerpo
andrógino, hasta que me dijo, con una voz tan profunda como la mía:
—Yo soy Jacobo, hijo de Viola.
Juntos le llevamos flores a Viola al cementerio del Escorial y así acaba el único y
casto amor homosexual de mi vida…
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Malraux, ministro de De Gaulle, inauguraba una exposición internacional a paso de marcha. De pronto se
detuvo ante un cuadro:
—He aquí un pintor. El pintor era Viola.
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II. Los gloriosos setenta
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LA INTERNACIONAL
Ésta es la primera vez que vi a Felipe y a Guerra en persona. XXVII Congreso del
Partido, 1976. Ellos eran la revolución por duplicado, el puño unánime, la pana y el
suéter, la camisa de cuadros y la melena romántica, todo flotando en el ensalmo
grandioso y populoso de La Internacional.
Les faltaban seis años para conquistar el poder. Tara mí es como una foto de
familia, lo que llevábamos cuarenta años esperando y resulta que estaba ahí, sin
fantasía, tan evidente de pana y palabra, tan inmediato, una realidad cejijunta y de
barba cerrada. Confieso que yo frencuentaba más a los comunistas, pero los
comunistas, salvo el carisma de Carrillo, no tenían una pareja como ésta. Dos
cabalgan juntos.
Por ahí tenían que haber seguido, claro. Su utopía de tintas planas, su España que
era toda ella como el Retiro, una España de diseño, con palomas de izquierdas y
viejos felices, es lo que arrasó con diez millones de votos, mayoría jamás igualada
por la izquierda en la Historia de España (y repetida).
Pero, llegados al poder, se encontrarían con que España no era de esos diez
millones de votantes, sino de cuatro banqueros, cinco generales y el embajador
norteamericano. No empezaron a hacer cosas, sino a dejar de hacer cosas. Todo se
iba aplazando, confusionando, distendiendo, crispando, malversando, hasta llegar a la
«revolución detenida», que dijo Sartre con respecto de la soviética.
Aquí no queríamos tanto, sino sólo salir dignamente del franquismo funeral. Pero
esta foto de mi álbum no me mueve tanto a una reflexión política como a una
reflexión humana o literaria. Quiero decir que en Felipe González (como en Guerra,
aunque éste guarde más las formas) se ha producido el proceso vital de cualquier
hombre. La involución de la utopía a la entropía. El hombre que quería repoblar
España de árboles gigantescos (sueño de todo reformista), hoy se distrae cultivando
bonsais, árboles diminutos y japoneses, un poco monstruosos por viejos y enanos,
como todo lo japonés. El bonsai es una metáfora demasiado fácil de la
evolución/involución de FG, pero hay que usarla, porque está ahí. El amor por el
bonsai es un amor de regresión. FG está en plena involución humana y política. Los
bonsais son sus rosas de otoño benaventinas. Qué lejos aquel Felipe, no tan lejano,
que me echaba largos parlamentos en la Moncloa, un hombre, no en posesión de la
verdad, sino poseído por la verdad.
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Democracia detenida, revolución pendiente (como la Falange con Franco). El
líder parando en seco lo mismo que él hizo nacer y caminar. Un día le pregunté a
Guerra ya vicepresidente:
—¿Y tú cómo puedes llevar esa marcha sin estimularte más que con bombones?
—Porque tú te has acostumbrado al whisky —me dijo—. Todo es cuestión de
costumbre. Para funcionar no hace falta nada.
(Yo creo que el azúcar de los bombones aporta muchas calorías, y más a un
hombre que las somatiza tan bien como Guerra, siempre delgado, pero no quise
explicarle su «droga».)
Yo me había acostumbrado al whisky, me dijeron. Ellos se han acostumbrado a
los cohíbas, los aviones particulares, el Poder mayúsculo y con mayúscula, más las
pastillas que toma González para la «gastritis», úlcera de estómago producida por los
esteroides que toma para otra cosa, y así sucesivamente. Este mozallón que canta La
Internacional en el setenta y seis es hoy un muñeco de Poder, un concentrado de
medicinas, dólares, inyecciones, mentiras, estimulantes, ambición, pastillas, fama
mundial, amores diurnos, portadas del Time y todo el poder y la gloria que comen de
él día a día. (Su amigo Guerra lo lleva con más cautela y moderación, por eso no es
para nada un político acabado.)
Aquella Internacional del setenta y seis nos sonó a música celestial tocada por los
Rollings. Hoy, cuando ponen La Internacional en los mítines, uno llora a la sombra
de la vieja música.
No por ellos, claro, sino por los Rollings.
Felipe y Guerra eran la revolución por duplicado, el puño unánime, la pana y el suéter, la camisa de cuadros y la
melena romántica, todo flotando en el ensalmo grandioso y populoso de «La Internacional».
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Llegados al Poder, se encontrarían con que España no era de esos diez millones de votantes, sino de cuatro
banqueros, cinco generales y el embajador norteamericano. (De izquierda a derecha, C. Solchaga, C. Boada,
F. González, M. Boyer y J. M.a Aguirre).
El amor por el bonsai es un amor de regresión. FG está en plena involución humana y política. Los bonsais son
sus rosas de otoño benaventinas.
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EL PRIMER DESNUDO POSFRANQUISTA
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—Tienes razón, Sasé, hija, vamos a ver si rebajamos el tono.
—Aquello del fascismo rampante ya pasó y luego se han desnudado todas, en
escena, y en el cine no digamos.
—Pero es que lo tuyo era un desnudo/protesta, una proclama democrática y
libertaria frente al testamento franquista y lloroso que nos leía Arias Navarro por la
tele todos los días.
—Te devora el tiempo perdido, Paco.
—Puede que tengas razón, amor.
—Has escrito cosas tan bonitas sobre mí…
—Ahora eres tú la que se pone retórica.
—En íntimas cartas te lo tengo escrito, Paco.
—Calla, calla, que todo esto se va a publicar, amor.
María José tuvo el valor de desnudarse con un par (de ovarios) entre falangistas tempestuosos, políticos recelosos
y marquesas a verlas venir.
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MARCELINO «PERKINS» CAMACHO
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Una vez, en un mitin, hablábamos Tamames, Marcelino y yo. Marcelino estaba
colocando al gentío su casete sindical completa y Ramón le pasó una nota que decía,
con cultismo muy madrileño (este cultismo madrileño lo ha visto hasta García
Márquez, que ve poco): «Marcelino, no te dilates».
Hoy, presidente honorario de Comisiones, pero muy en ejercicio, Camacho es un
mito de la vieja lucha sindical española, un hombre que consiste sólo en sus jerseis y
su conducta, un ejemplo, un modelo, un respeto. Tiene el pelo como virutas rizadas
del acero laminado de la Perkins, el rostro noble y las manos laboriosas. Estuvimos
hace poco a visitar a Gorbachov en El Pardo. Había una bandera roja en lo que fuera
el balcón de Franco:
—Por fin hemos tomado El Pardo —me dijo.
Camacho es un mito de la vieja lucha sindical española, un hombre que consiste sólo en sus jerseis y su conducta,
un ejemplo, un modelo, un respeto.
Nico Sartorius: «La obra de mi vida ha sido Comisiones Obreras y con eso me siento justificado».
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En una fiesta comunista en casa de Ramón Tamames, le pregunté a Carmen si no iba a acudir Camacho: «No,
mira, Umbral, hijo, hasta ahí no llego, ya está bien de comunistas». (En la foto, el matrimonio Tamames).
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JANLI/«PAÍS»
Nos conocimos así, entre helechos de salón y banqueros de media tarde. Juan
Luis Cebrián, a quien yo recordaba de oscuras redacciones, Pueblo, Informaciones,
Gentleman, llevaba en la cabeza su proyecto de un Le Monde español, bandera tersa
de la libertad. Llegó a director por deserción de Miguel Delibes.
—¿Ves este periódico, esta cosa con tanta barba que hacemos? Pues yo quiero un
columnista que le meta marcha y sólo me gustas tú.
Hice la columna unos diez años, diariamente. No sabían adónde iban, ni él ni
Polanco. Si hubiese perdurado Suárez, hoy serían suaristas. Si hubiese triunfado
Carrillo con su eurocomunismo, hoy serían carrillistas, pero desde el ochenta y dos y
los diez millones de votos PSOE, se hicieron de eso y yo empecé a caer en desgracia.
Iban, sencillamente, para gubernamentalistas, otánicos y lo que hiciese falta.
Juan Luis, que entorna un ojo con su media cara oriental y parece un niño
disfrazado de malo entre la barba y el bigote (un niño al que todavía peina mamá), es
un gran seductor de hombres, un gran creador de periódicos, un mal novelista y un
regular amigo. Martín Prieto, Pablo Sebastián, García Candau (Julián) y otras
estrellas del periodismo nacional, han sido minuciosamente reciclados en
hamburguesas envenenadas americanas, de las que ahora investiga Sanidad, por este
niño pilarista, genial y precoz como Mozart, frígido y complicado como Cellini. A su
señora, que era como la Dama de Elche en más guapa (y en más joven), le hizo unos
cuantos ilicitanitos, y luego se fue con la rusa.
La rusa era una progre hija de militar vallisoletano, raza que ha dado los chicos
más fascistas de España y las chicas más progres de Madrid. La rusa le llegaba tarde
a casa de vez en cuando, pero él iba de moderno y casi no preguntaba, hasta que
acababa preguntando:
—¿Y hasta las tres de la mañana has estado tapeando con los colegas?
—Ya ves.
Eran cosas que veíamos cuando nos reuníamos en su casa a tomar unos bourbons
con el Emepé y más adictos. Juan Luis, el Janli de los pilaristas, tenía de chófer a un
boxeador sonado que, en un día de larga espera, o mejor una noche, se dio una vuelta
a la manzana, y le robaron la radio del auto. Janli lo despidió y le mandó a hacer
paquetes al almacén. Esta implacabilidad, este destino de boxeador sonado, que es lo
que acaba uno siendo en El País, lo hemos disfrutado muchos. Yo le decía que me iba
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antes de ponerme en guardia por la sirena de una ambulancia, como el Fred Galiana
sonado, y él:
—Tú qué coño te vas a ir, Paco, hombre.
Pero yo me despedí y a él le despidieron. Polanco le ascendió a los cielos o le
durmió en el Señor, como antes había hecho con Pepe Ortega, Espíritu Santo de la
inspiración orteguiana del periódico. Hace poco me lo dijo Cebrián en un cóctel:
—Tengo un buen despacho y un buen sueldo. Lo que no tengo es trabajo, o sea
que escribo novelas y guiones de cine.
Cebrián es el hombre que hizo su obra maestra demasiado pronto, está ya en la
historia del periodismo y ahora Polanco le ha hecho del Bankinter y otros consejos de
administración. Polanco le ha creado una vocación de millonario que no tenía. Hoy se
aburre cubierto de oro.
Juan Luis es un gran seductor de hombres, un gran creador de periódicos, un mal novelista y un regular amigo.
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Polanco (arriba) le ascendió a los cielos o le durmió en el Señor, como antes había hecho con Pepe Ortega (abajo),
Espíritu Santo de la inspiración orteguiana del periódico.
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TAL COMO ÉRAMOS
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la plaza Mayor), y del Che y Ortega otra vez de vuelta a Cristo, entre sisleros,
picados, vivaldis, artículos, nescafé, navajas y galletas marías, más el viento que
soplaba en su calle, la calle Najarra de Vallecas, un viento barroco que hacía de cada
sábana colgada un apóstol del Greco o un Zurbarán marxista.
Así las cosas, no sé lo que queda de cada uno de ellos, pero fuimos un trío
publicitario a todos los efectos, yo el escritor brillante, ella la política buenorra.
Llanos el bueno de la peli, buscando siempre más y más pureza hasta que unos
picados de Vallecas le asesinen por robarle las cuatro perras y las galletas marías. A
lo mejor, cuando salga esto, el martirologio ha ocurrido ya.
Con Carmen Diez de Rivera y el cura Llanos, que era quien bendecía nuestros amores políticos y revolucionarios.
Carmen, cuando cayó Suárez, me pidió, sentada en la alfombra de mi casa, con lágrimas en los ojos, que no
escribiera nada contra él.
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Llanos es un cura que, como todos los curas, ha necesitado siempre creer en algo, y de Cristo ha pasado a Marx,
de Marx al Che y del Che y Ortega otra vez a Cristo.
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INFORME SOBRE VIEJOS
Cuando empezaron a volver las carrozonas y los retablos del exilio, uno, todavía
escritor joven, procuraba hablar con ellos y sacarles en los periódicos. En esta
primera foto se me ve con Zamacois y la portera de la casa, que no es su vieja casa de
Madrid, sino la entrada al chiscón donde él viviera con Rubén Darío años de vino,
rosas y bohemia.
Eduardo Zamacois, en el exilio, gustaba mucho a los argentinos, lo cual dice en
favor de Zamacois y en contra de los argentinos. Zamacois me llevó al Rastro, que
quería verlo, y se quedó decepcionado:
—Pero éste es un Rastro sin mierda, no es mi Rastro.
—No esperaría usted que Franco le estuviese soplando la mierda hasta que usted
volviera, don Eduardo.
Después de entrevistar al viejo, estuve en Teide a contárselo a González-Ruano, y
César me dijo:
—Léalo usted hoy, verá como queda de cretona.
Ni cretona ni hostias. Ilegible. El exilio creó muchos mitos. No sé si he hablado
ya en este libro de Casona o Ayala. Casona estuvo cuarenta años fuera para venir a
besar la mano de doña Carmen Polo, delante de mí. Paco Ayala es una sombra de
voz, una sombra de escritor, una sombra de sí mismo. No se explica uno el prestigio
de Ayala. Bien, pues hasta hubo un crítico culón y maricona que llegó a escribir en El
País la avilantez de que yo era discípulo de Zamacois, sólo porque me hice esta foto
con él. Zamacois creía (los cursis de izquierdas le llamaban Zamacuá) que un escritor
tenía que estar todo el tiempo haciendo frases y me decía, así en frío, cosas como
ésta:
—Ah, Umbral, la fascinación de la acera de enfrente.
Madrid ya no era su Madrid, el Rastro ya no tenía mierda, su mierda, aquí no
vendía una escoba y se volvió a Buenos Aires a morir.
Corpus Barga, sobrino o tío de Ramón, periodista amigo de Juan Ramón Jiménez,
gran prosista, me escribía desde la Universidad de San Marcos de Lima, donde era
profesor de la Escuela de Periodismo, o director, largas cartas diciéndome que yo era
el mejor, el único escritor de España. Vino y le saqué a pasear. Ya lo ven en la foto:
iba de chapiri, gabardina, bastón y zapatillas, porque se le hinchaban los pies.
También iba de enfisema, dándose aire con un aparato, pero el enfisema no ha salido
en la foto. En seguida le secuestraron las mafias intelectuales de la izquierda divina,
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que no era la real, la mía, una izquierda de gángsters de lujo, mariconas con hábito o
sin él y apellidos ilustres, que ellos no hacían sino deshonrar/desdorar. Y dejó de
citarme y elogiarme. No digo que los viejos sean unos cabrones, pero la vejez es una
cabronada.
Andrés García de la Barga, que se puso Corpus de seudónimo porque había
nacido el día del Corpus (qué rojos más raros y más beatos), era un gran
prosista/memorialista. Sus tres tomos de memorias son asombrosos, joyceanos y
memorables. Sus novelas son muy malas. También él hacía frases y me decía cosas
como ésta:
—Lo bueno del Tenorio es que en el Tenorio hay frases para todas las situaciones
de la vida. Por eso se citan tanto sus versos y pervive.
O sea que el Tenorio es, como el Quijote, un compendio de la sabiduría nacional,
una Biblia nacional en verso. Un día, tomando café por Lista, antes Ortega y Gasset,
antes Lista, se le paró la maquinita de airear el enfisema y se me murió.
Tras los cuarenta años de olvido en el exilio le esperan cuarenta siglos de olvido
definitivo. Citarme me citaba poco, ya digo. A lo mejor se murió de eso.
Eduardo Zamacois, en el exilio, gustaba mucho a los argentinos, lo cual dice en favor de Zamacois y en contra de
los argentinos.
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Casona estuvo cuarenta años fuera para venir a besar la mano de doña Carmen Polo, delante de mí.
Corpus Barga: tras los cuarenta años de olvido en el exilio le esperan cuarenta siglos de olvido definitivo.
Paco Ayala es una sombra de voz, una sombra de escritor, una sombra de sí mismo. No se explica uno el prestigio
de Ayala.
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CONVERSACIÓN CON FEDERICA MONTSENY
Federica Montseny Mañé, pese a sus apellidos tan obstinadamente catalanes, nace
en Madrid en 1905. Para los jóvenes ácratas de cuando entonces (todo ácrata es un
joven secularizado, todo joven es un ácrata que se ignora), Federica Montseny resulta
que tenía las gafas gordas y la sonrisa de maestra republicana. Aquello de «La Virgen
Blanca», que sonaba a heroína, de Artemio Precioso, es que no aparecía para nada, ni
como pálida alusión a sí misma.
—Colaboré en la «Revista Blanca», publicación que dirigían mis padres.
—Así cualquiera.
—¿Cómo dice, joven?
—No, nada, sigamos con lo suyo, doña Federica.
—Desde 1936 formé parte del comité regional de Cataluña de CNT. Con el
tiempo, fui ministra de Sanidad y Asistencia Social durante el mandato de Largo
Caballero.
—Eran ustedes unas mujeres muy aprovechadas, doña Federica. Algo así como la
Pilar Tocino de entonces.
—¿Decía usted, joven?
—Perdone, es que hablo solo. Procedamos. Ustedes y nosotros perdemos la
guerra.
—Yo me marché a Francia.
—Yo me marché a Auxilio Social, doña Federica.
—¿Y eso qué era?
—Un sitio donde daban cocido y avemarías.
—En mi etapa francesa escribo La mujer, problema del hombre, Mi experiencia
en el Ministerio de Sanidad y Cien días en la vida de una mujer.
—A mí eso de la «Virgen Blanca», doña Federica, siempre me ha sonado como a
bollacón, y usted disimule.
—No le entiendo, joven.
—Bollaca, quiero decir, tortillera. Está bien claro, ¿o es que ha olvidado usted el
lenguaje de Madrid?
—Sigo sin comprenderle, joven.
Ahora es la maestra roja que va a castigar al niño de derechas. Le arden las gafas
y se le recrudece la sonrisa.
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—Lesbiana, quiero decir, o sea sáfica. De Safo de Lesbos. ¿Ha leído usted a Safo
de Lesbos traducida por Cansinos-Assens?
—Me parece que deriva usted hacia el humanismo. El humanismo es de derechas.
—Derivo, sencillamente, hacia el lesbianismo. Todo eso de La mujer, problema
del hombre. ¿No fue usted la primera feminista de este país?
—Es posible.
—Debajo de toda feminista hay una lesbiana o una fea.
—Fui muy bella de joven.
—Eso dicen las crónicas. Lo de la «Virgen Blanca» le pone cachondo a
cualquiera.
—¿No cree usted en mí?
—No creo ni en mi padre.
Tiene en las gafas (mirada no tiene) el mismo oro del exilio que Ernestina de
Champourcin, viuda de Juan Rejano, el poeta comunista. Todavía les da otra luz que
no es la de España.
—Desde el principio me pareció usted un poco fascista, joven. Y un poco
impertinente.
—Los rojos, ahora, es que somos así, madame.
Federica Montseny: «Desde el principio me pareció usted un poco fascista, joven. Y un poco impertinente».
Francisco Umbral: «Los rojos, ahora, es que somos así, madame».
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UNA TERTULIA DE ANTAÑO
(Literaturas comparadas)
Como yo soy intemporal, o sea eterno, ahí me tienen ustedes de tertulia con todo
el noventa y ocho, el modernismo y hasta puede que Galdós o Pérez de Ayala. Uno es
que en esta vida se ha codeado mucho.
La cosa fue en el Museo de Cera de Madrid, que me invitaron a echar una
conferencia, y yo elegí la tertulia inmóvil, muerta, como las tertulias vivas, de un
imaginario café de Madrid. A Juan Ramón Jiménez se le ve al fondo, un Juan Ramón
ejecutivo vestido de gris, cosa inconcebible en el poeta nazareno. Los museos de cera
es que son más fieles a la cera que a la historia. Al que no se ve es a Platero, que los
museístas, en su afán de fidelidad literaria, metieron en el café. Al burro lo tapo yo,
casualmente, pero Juan Ramón le está dando de comer alfalfa o el periódico del día,
que para él venían a ser la misma cosa.
Detrás de mí, también pegado contra la pared, se ve a Unamuno, haciendo una
pajarita o haciendo un sofisma, que también venían a ser la misma cosa. Pero
Unamuno está solo, y al maestro no se le concibe sin interlocutor. Un interlocutor al
que clavarle su yo morabito en el alma, como asesinándole con la cucharilla del café.
Y asimismo en el ringlero de la pared, bajo la grecas, don Pío Baroja, pensativo bajo
su boina vasca, preguntándose quizá por qué escribe tan mal el castellano. Quizá si se
quitase la chapela le saldría un poco mejor.
Yo me he sentado a la mesa de García Lorca y don Antonio Machado, con
quienes uno ha tomado muchos cafés, pero nunca juntos. Federico, muy en señorito
de pueblo, que es lo que era, tiene un papel en la mano, seguramente unos versos que
ha hecho esta mañana, llenos de quereres verdes y merlines de cintura. Federico era
buen chico, pero tenía la manía provinciana de leerte sus versos en cuanto te cogía
distraído. Le habían dicho que tenía encanto, que leía muy bien, y él se lo había
tomado en serio. Cuando se es una gran poeta, Federico —le decía yo—, no hace
falta ir de poeta por la vida ni dar el coñazo en los cafés, hijo. Era un gran poeta con
resabios provincianos.
Por encima del hombro de Federico aparece un buen burgués que bien pudiera ser
Galdós o no ser Galdós (la cera se ve que no es muy respetuosa con esto de las
generaciones y la literatura comparada). En caso de que sea Galdós, está bien que
Federico le cubra casi completamente con su apostura de mozo de Monleón, porque
la poesía de Federico es la que viene a limpiar España de galdosianismo,
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costumbrismo, madrileñismo de sainete y otras sucias y tediosas artes de triunfar en
la capitalidad. Sea o no sea Galdós, que se joda.
Don Antonio Machado la verdad es que no pinta nada a nuestra mesa. Se ve que
está un poco distante, tímido, encogido y como de visita. Y es que Federico iba a
limpiar también de machadismo la literatura y la vida española. Machado es el último
gran poeta del XIX, entre Campoamor y Bergson. Lorca es el primer poeta español
del XX, nuestro Rimbaud, el que inicia la modernidad.
—Camarero, otra jarra de agua.
—¿Y un cafelito, don Francisco?
—Déjese de cafelitos, que eso se paga.
—¿Y aquí los señores?
—Los señores son de cera. ¿Es que no se percata? Los señores no consumen.
A Machado lo salva Franco, o sea la poesía cívica, la nostalgia republicana y todo
eso. Hoy, con la democracia, la liberté, la Santa Transición y la homosexualidad, se
lee más al Villenita que a don Antonio. Le está bien empleado, por plasta.
Los del fondo a la derecha son unos particulares de esos que van a los cafés,
aunque el canoso se tira un algo a Pérez de Ayala y el del sombrero a Enrique Larreta,
el de La gloria de don Ramiro, esa novela que afortunadamente, nos quitó nuestra
madre a tiempo, para que no incurriéramos. Bendita sea nuestra madre.
—¿Y un tortel, don Francisco?
—Déjese de lujos y avaricias, Pedro, que esto no es el Gijón.
—Usted dispense.
—Dispensado.
Lo cual que me pasé una tarde, ante la televisión y el gentío, conversando con el
98, Galdós, Pérez de Ayala y en este plan. Azorín andaba por alguna rinconera, pero,
pudoroso como es, no quiso salir en la foto.
Juan Ramón, el señorito nazareno de Moguer, sigue siendo el Rilke español, pese
a sus diarreas y sus flatos. Unamuno es el primer pensador no sistemático de
Occidente, y esto no se le ha reconocido. «Unamuno es una carraca», decía Blas de
Otero. Cuando Unamuno deja la carraca en casa, es muy grande. Baraja ni siquiera es
malo. Baraja es que no es del gremio. No se entiende cómo ha funcionado. Baraja es
un anarquista de sainete, un vasco que ha leído mal a Nietzsche y que no ha leído en
absoluto la gramática de Miranda/Podadera. Azorín dedicó la vida a hacer una obra
de arte de sus grandes y graves limitaciones. Pérez de Ayala era comido por su
envidia de Ortega, y un día se lo dijo:
—Me ha gustado su artículo de esta mañana, Ortega. Llegará usted a escribir tan
bien como su padre.
Ingenioso, ¿verdad? La envidia siempre es ingeniosa y dicharachera, por
disimular mayormente. Federico se fue a Nueva York por limpiarse el terno de los
gitanos de verde luna que se le subían por las solapas. Machado, con los novísimos y
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la posmodernidad, vuelve a ser lo que siempre fue: un Campoamor mejorado que
hacía versos contando las sílabas por los dedos.
—¿Otro cafelito, don Francisco?
—Un respeto, por favor. Déjeme usted en paz, Pedro, que estoy haciendo
literaturas comparadas.
Los museos de cera es que son más fieles a la cara que a la Historia.
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Lorca es el primer poeta español del XX, nuestro Rimbaud, el que inicia la modernidad.
Juan Ramón, el señorito nazareno de Moguer, sigue siendo el Rilke español, pese a sus diarreas y sus flatos.
(Retrato por D. Vázquez Díaz).
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LOS LUCA DE TENA
Todo nació con un tílburi tirado por una mariposa y unas libélulas, un domingo 10
de mayo del año en curso, vaya usted a saber qué curso. Blanco y Negro, revista
ilustrada. Don Torcuato, que era un genio, sacó una revista para anunciar sus aceites,
en lugar de ir pagando a otros revisteros. Luego discurrió que, como la revista sólo
salía los sábados, podía aprovechar el formato y las máquinas para hacer el primer y
mejor periódico de España. E hizo el ABC que ahí sigue.
A Juan Ignacio Luca de Tena, hijo del Fundador, yo tenía impaciencia por
conocerle, y un día fui al ABC, Serrano, 61, a hacerle una entrevista. A aquella
entrevista corresponde esta foto de Alfredo, un lumpen genial de la cámara con quien
yo trabajaba por entonces.
Don Juan Ignacio estuvo cortés, explicativo y displicente, o sea que no me
concedió mayor importancia. No recuerdo para nada de qué hablamos, ni falta que
hace, pero ahora recuerdo sus memorias, y las de su hijo mayor, Torcuato (que creía
tener un tumor blanco en la rodilla y lo tenía en la imaginación), y lo que más me
gusta de todo es cómo ignoran a la Falange, o sea el fascismo nacional, durante la
guerra civil.
Es la tesis de mi libro Leyenda del César Visionario, bastante leído y conocido.
Que la Falange no fue sino el folklore de un alzamiento militar y cívico que los
españoles no entendían (el folklore). Las memorias de Torcuato, en este sentido, son
magistrales. La Falange, para él, es como si no existiera, salvo un pie de foto.
Efectivamente, la guerra la ganan Franco y sus generales y sus soldados. La
Falange no era sino el faralae folklórico, a la moda europea, que se le ponía a la
guerra.
Es lo que trato de contar en mi citado libro, sin rencor, y lo que les resta a los
ideólogos de la cosa, hasta la muerte, si es que queda alguno vivo, Dios lo quiera.
Lo que más me admira, hoy, de las memorias de los Luca de Tena, es su fe en la
monarquía (corroborada por la Historia) y su ignorancia deliberada y absoluta del
fascismo joseantoniano, sin perjuicio de que, en la paz, prestasen a veces las páginas
de sus publicaciones a falangistas tan aleatorios como Sánchez Mazas, Foxá y por
ahí.
Frente al fascismo oficial del Arriba, hubo un periódico que nunca fue sino
monárquico, liberal y, quizá, enfermizamente antirrepublicano, y es el ABC.
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Y por eso yo tenía prisa por hacerle una entrevista para donde fuese, a Juan
Ignacio Luca de Tena. Porque era monárquico liberal en pleno franquismo, porque
era demócrata en pleno franquismo, porque era un hombre de voz tremenda y
personalidad definida, decidida y fuerte. Era una mañana de junio, aunque el
calendario marque en la foto un convencional 10 de mayo, domingo, Nuestra Señora
de los Desamparados y san Gordiano, 1591, que es cuando se publicó, tres siglos más
tarde, el primer número de Blanco y Negro.
Juan Ignacio Luca de Tena era monárquico liberal en pleno franquismo, era demócrata en pleno franquismo, era
un hombre de voz tremenda y personalidad definida, decidida y fuerte.
La guerra la ganan Franco y sus generales y sus soldados. La Falange no era sino el faralae folklórico, a la moda
europea, que se le ponía a la guerra.
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Frente al fascismo oficial del «Arriba», hubo un periódico que nunca fue sino monárquico, liberal y, quizá,
enfermizamente antirrepublicano, y es el «ABC».
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TIERNO GALVÁN
Grupos de niños, corros de niñas, visitantes de las Españas, gente vistosa y gente
rara haciendo antesala en la plaza de la Villa, que es así como un anticipo del aire
entre ilustrado y virreinal que Tierno Galván le ha dado al ayuntamiento de Madrid.
El alcalde me espera en su despacho, de pie, a las once en punto de la mañana. Nos
vamos a un rincón a charlar. El despacho es un cubo de silencio entre el rumor de
obras municipales, visitantes y curiosos.
La cabeza de Tierno es una cabeza entre André Gide y fraile benedictino. Dos
bustos femeninos y neoclásicos, en piedra blanca, asisten atentos a nuestra
conversación. El alcalde da esta tarde una conferencia sobre La Celestina, entre una
inauguración escolar y una cena de club político. Fernando de Rojas, que sin duda
conocía muy bien la literatura de su tiempo, da respuesta, en La Celestina, a la novela
de caballerías. En la novela de caballerías, dama y caballero son del mismo linaje. En
La Celestina aparece el conflicto social, y esto la constituye, ya, en novela
«moderna». (Tierno llama siempre novela, y yo estoy de acuerdo con él, a la
tragicomedia de Calixto y Melibea, mucho más literaria que teatral.) «Calixto, sin
duda, es caballero, pero caballero, quizá, sólo era el que tenía caballo y lanza, y,
naturalmente, algunos criados: lo necesario para no trabajar manualmente. Melibea
debe de ser de más alto abolengo».
—¿Y la tesis del judaísmo de Calixto, tan demostrada por don Américo Castro?
—Me parece una tesis excesiva.
—Aparte esto, querido alcalde, La Celestina nos plantea un problema municipal:
¿en qué ciudad de España ocurre?
Los datos que al respecto desliza Rojas son contradictorios entre sí. Se dijera que
importa menos la localización exacta que el hecho de que La Celestina sea, ya, una
novela urbana. La primera. La noción de huerto, el huerto de Melibea, es ya
renacentista. En La Celestina es muy difícil encontrar, si no imposible, palabras como
gallina, por ejemplo. No hay ruralismo en esta obra.
Tierno y yo nos hemos enrollado con este tema como a veces nos enrollamos con
otro. La verdad es que Tierno y el cronista o coronista (como quizá diría él) siempre
se han enrollado bien.
—No acabo de ver, querido alcalde, que un ligero matiz social sea causa de tantas
calamidades, en la novela que comentamos. ¿Qué le pasa a Calixto por dentro?
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—La Celestina, pese a ser una respuesta a las novelas de caballerías, toma
ingredientes de ellas. El héroe caballeresco se inventa obstáculos, aventuras, antes de
lograr la dama. Sin este rodeo no habría novela. Calixto, en lugar de seguir la vía
normal, de petición en matrimonio, se mete en la aventura de la escala y el huerto.
Eso quizá pertenece todavía al género anterior. «Municipalmente», digamos, y tiene
usted en esto mucha razón, Umbral, La Celestina nos interesa como primera novela
urbana de nuestra literatura, aunque yo vea asimismo, en ella, la influencia rústica de
poeta del Arcipreste de Talavera, a quien, sin duda, Rojas había leído.
—Viniendo de la ciudad hipotética de La Celestina a la ciudad concreta que es
Madrid, ¿qué lectura no hagiográfica puede tener hoy, en este mes madrileño, eso de
que a san Isidro le labrasen los ángeles mientras oraba?
—La hagiografía persiste, secularizada, en los modernos mitos de nuestro tiempo.
El pregonero de este año, Fernando Fernán-Gómez, sostiene que el milagro ocioso de
san Isidro se explica por una natural propensión a la holganza del personaje. Yo,
considerando la biografía completa de Isidro, pienso que su señor, Iván de Vargas, le
debía algunas consideraciones, por su laboriosidad y porque además era santo. Con el
tiempo, el señor hubo de venerar al criado muerto. El pueblo de Madrid, en su
mayoría obrero, se identifica bien con este santo trabajador. Con el pueblo y con la
hagiografía, yo dijera que siguen siendo las clases trabajadoras las depositarías de los
mejores valores sociales.
—Alguna vez, en nuestras conversaciones de madrugada, querido alcalde, usted
me ha dicho que se siente más capacitado para percibir la realidad como bloques,
como estructuras, como masas, que como líneas o colores. ¿Ha llegado usted a
unificar mentalmente Madrid en un bloque homogéneo?
—A la ciudad de Madrid hemos de hacerle siempre una lectura hegeliana. Una
lectura dialéctica. Madrid no tiene por qué ser una ciudad uniforme, ni es bueno que
ninguna ciudad lo sea. Madrid es un continuo diálogo de contrarios, y esto viene muy
bien explicado en los primeros capítulos del Diablo cojuelo.
—¿De dónde le viene, entonces, a Madrid, su mala leyenda de ciudad/caos?
—De su rápido crecimiento. Hoy estamos tratando de que Madrid se quede ya así.
De que sea una ciudad razonable. De san Isidro, de quien hablábamos antes, se dice
que es el pastor que aparece en las Navas de Tolosa. Esto, de ser cierto, revelaría la
condición entrometida de Madrid y del personaje: un acudir adonde no le llaman.
Algo de eso tiene el pueblo de Madrid. Pero su preponderancia se va corrigiendo.
—En el último libro de Areilza, Memorias exteriores, encuentro que echa de
menos, en Washington y todas las ciudades americanas, ese trasfondo medieval tan
característico de las ciudades europeas. ¿No es Madrid una ciudad que, teniendo tanto
pasado, ha ido borrando sus huellas?
—La ruina. La valoración de la ruina. Madrid no ha valorado la ruina, salvo la
muralla, en descomposición. La muralla dejó pronto de tener importancia en Madrid.
Madrid, así, se hace ciudad abierta. Pero, insisto, toda cultura vive de las ruinas de la
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anterior, y tenemos que valorar más la ruina. No sólo la de Itálica, claro, sino toda
ruina.
—La ruina, la muralla, la Historia. Parece como si el pueblo de Madrid tuviese
menos sentido histórico que otros pueblos: el catalán, por ejemplo.
—El pueblo madrileño, Umbral, es un gran generador de modos de vida, de
conversación, de éticas y estéticas. Esto no se estudia, apenas. Usted lo ha estudiado,
en cuanto a la creatividad verbal. Hay núcleos madrileños, sobre todo entre la
juventud, que generan continuas novedades ambientales, de locución y de vida.
—Esto nos lleva, querido alcalde, como sin querer, a la vieja leyenda de la
mimetización del pueblo por las clases altas. ¿Se sigue dando ese fenómeno?
—Claro que se da, con las debidas restricciones. Y llamo restricciones al pudor de
clase, mucho más fuerte que el pudor individual. Por una parte, las clases altas son
hoy menos consistentes, en cuanto que más extensas y dispersas. Por otra, ya digo,
está el pudor de clase, que es muy fuerte. Pero hay locuciones y modos en que las
clases altas, efectivamente, siguen mimetizando al pueblo, que es más creador.
Grupos de niños, corros de niñas, ahí abajo, en la plaza de la Villa, visitantes de
las Españas bajo la lluvia vertical de primavera, cálida y verde. Esa cosa entre
ilustrada y virreinal, sí, que Tierno le ha metido al Ayuntamiento de Madrid,
cambiando el palacio consistorial mediante una metamorfosis que no se operaba, no
ya en cuarenta años, sino casi en cuatrocientos. La cabeza de Tierno es una cabeza de
pensador francés de izquierdas o de prior benedictino español (también de
izquierdas). El despacho va ahondando su silencio y su cubo a medida que fluye la
conversación suave y lúcida del alcalde.
—Con Calixto, Umbral, el autor, es decir, Rojas, se identifica por primera vez,
emocionalmente, con el personaje. Yo dijera que hay relación y relato. Hay relación
cuando personaje/autor se nos presentan muy identificados. Hay relato cuando el
autor, como en las novelas de caballerías, se encuentra muy distante del personaje y
se limita a relatarlo.
—Otro dato en cuanto a cómo La Celestina inaugura la modernidad. Por lo que se
refiere a usted, alcalde, su paso por el ayuntamiento, ¿es una anécdota en la carrera
política o un fin en sí?
—Yo, Umbral, carrera política no he tenido. Lo más denso de mi carrera política
ha sido la oposición, la pura oposición, y eso no es hacer carrera. Llegada la fusión de
mi partido con el PSOE, a mí se me presenta como candidato a la alcaldía, supongo
que sin muchas ganas ni esperanzas de que salga. Pero he aquí que salgo, por hechos
azarosos. Se me ha apartado de la política. Pero voy a tomarme en serio el municipio
que me ha sido destinado. Madrid es la ciudad donde he vivido siempre y, por tanto,
no me era ajena. Ya le he dicho antes que he llegado a tener una idea de Madrid, que
es una idea hegeliana. Madrid ha de ser una dialéctica o no es nada. Durante cuarenta
años de desorden no se hizo urbanismo, aunque hubo urbanistas honrados que lo
intentaron, pero no pudieron con la especulación. Luego, con el ejercicio del cargo, la
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ciudad se ha hecho penetrante en mí. Las prosas de Répide o las teatralizaciones
madrileñas de Lope, hoy me interesan de cerca. Antes, no. En cuanto al pueblo de
Madrid, yo parto, como hemos dicho antes, de que en el proletariado y las clases
bajas o medias están depositados los valores, de modo que, cuando me acerco a las
gentes y convivo con ellas, ven (hoy ya lo ven) que no estoy haciendo comedia, que
lo siento de verdad. Pero a mí me sobra ironía para la política, o sea distancia.
Tierno de los años conspiratorios. Tierno del restaurante El Bosque y aquel
populoso homenaje donde él lo dijo:
—La dictadura es un elefante de papel. Yo no soy sino una humilde hojalata
donde os reflejáis los demás.
Tierno de las cenas con Carmen Diez de Rivera. Tierno de la ironía, el anís y la
conversa. Los anises escarchados que me buscaba de madrugada, por el enero de
Madrid, cuando él iba a cuerpo, como siempre, y me aconsejaba, paternal e irónico:
«Abríguese bien, Umbral, que está arreciando un tanto». Tierno de la alcaldía, que se
ha ido ganando a los madrileños uno a uno, dando la mano a todo el mundo, desde el
cocinero del restaurante a la sardinera de la Puerta de Toledo, nuestra madrileña
Puerta de las Lilas. «¿Y si no encontramos escarchado, le apetecería a usted
Machaquito, Umbral?». Tierno entre los libros de su casa o, en el coche, tras el
camión de los basureros del alba: «Dentro de tres horas tengo que darles un curso
sobre Hegel».
—¿Cómo llega un intelectual puro a convertirse en un alcalde popular?
(Y recuerdo lo que me tiene dicho Haro-Tecglen, que Madrid es una ciudad de
alcaldes pintorescos: Tierno ha acertado con el pintoresquismo de la cultura, entre
sabio distraído y Azaña sin inminencias históricas.)
—El intelectual, por principio, y lo he escrito varias veces, Umbral, es un hombre
de acción frustrado. Cuando le llega la oportunidad, entra en acción muy
gustosamente. Yo he tenido esa oportunidad, aunque sé bien que con el Ayuntamiento
se acaba mi carrera política.
—Una pregunta, casi, de informador municipal: ¿por qué es tan malo el cartel de
este año?
—Yo dijera que ha gustado tanto como los anteriores.
—Ya.
—Si usted se fija, Umbral, es un cartel muy lírico. No me explico cómo, habiendo
pintores tan notables, entre nosotros, que dominan la técnica del cartel, no se ha
presentado nada mejor. Usted, que vio la exposición de todos los seleccionados,
comprobaría que no había mucho donde elegir. En todo caso, yo no soy quién para
opinar. Estoy sometido a las cadenas de la libertad. Han elegido libremente.
—Aparte la calidad o no calidad del cartel, ¿no se podría prescindir de la
apelación recurrente a lo castizo?
—La chulapona y todo eso, sí, tiene usted razón. Yo habría sugerido un pasota
comiéndose un bocata, pero no soy quién para imponer el tema.
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—¿Le ha dado Tierno una huella peculiar a Madrid, así como reconoce que
Madrid ha conseguido penetrarle?
—Algo hemos conseguido en cuanto a hacer aflorar la verdad y la realidad de las
gentes.
—En contrapartida, lo que sí está claro es que usted ha sido un buen vendedor de
Madrid por el mundo.
—Eso sí. Le hemos dado a Madrid una dimensión internacional, casi ecuménica,
y hemos conseguido un respeto mundial para la ciudad, que hoy es un respeto incluso
político.
—¿De dónde arranca la modernidad literaria de Madrid?
—Ya lo hemos dicho antes. De El diablo cojuelo, de Vélez de Guevara.
No se ha movido en toda la conversación. Está entre el frío de la ventana y el
calor de los radiadores. Las unánimes cabezas femeninas deben haber escuchado
muchas disertaciones como ésta, improvisadas, de Tierno Galván, porque sonríen en
piedra. Tierno no gesticula ni cambia la voz. Solamente entorna el ojo derecho, que
nos mira como desde detrás de la ceguera, para aguzar el concepto o penetrarnos de
la idea. O sonríe con una sonrisa más amplia de lo que parecería previsible en él.
—¿Son hoy las relaciones con el gobierno mejor que en los primeros tiempos de
su alcaldía?
—Nunca fueron malas. Incluso los gobiernos de UCD nos trataron bien. Hay
discrepancias ideológicas, naturalmente. Y discrepancias de hecho. Ellos
solucionarían las cosas de una forma y nosotros de otra. Pero la relación se ha
serenado tanto que podríamos mantener un indefinido diálogo administrativo. Hemos
coincidido, por fin, en lo administrativo, con olvido de otras cuestiones. Vivimos
tranquilos.
Tierno bajo las mangas de riego que le echaban de la cátedra, y quizá de España,
como un empujón de agua hacia el exilio. Tierno/ensayista, leído en la Casa de
Campo (años sesenta), como una lectura dura y perseguida. Tierno comensal en José
Luis, en Los Porches, en Valentín, donde tantas veces me ha citado. Mientras otros le
hacían el trabajo sucio y la guerra fea, él parecía abstraído en sus ensoñaciones
hegeliano/municipales. Luego, resulta que ha hecho verdad todas las
abstracciones/ensoñaciones. Ha cambiado la luz mental de Madrid y ha devuelto el
pueblo a la calle o a la calle al pueblo.
Ahora sale conmigo hasta el antedespacho. Me pregunta por mi próximo libro.
Me promete bibliografía rara para nutrirlo. Comienzan a cantarle los teléfonos de la
urgencia. «Ya me están apretando». La plaza de la Villa, primaveral y lluviosa,
estatuada y torreada, pequeña, es, sí, con sus grupos alegres que esperan, con sus
grupos graves que deliberan en torno de la estatua o de sí mismos, una cosa entre
ilustrada y virreinal. Plural.
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La cabeza de Tierno es una cabeza de pensador francés de izquierdas o de prior benedictino español (también de
izquierdas).
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FIGURINES
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ligeramente. Pero comprendo la revolución y la gracia difícil, la gracia sosa,
diríamos, de lo que hace Adolfo, o sea que le quiero mucho, le admiro y muá.
Como cuando me llamaba siempre que venía, asustado, a Madrid.
Hay un cura en Clarín que conserva su teja anticuada cuarenta años, hasta que
vuelve a estar de moda. Eso es estar al día: ser uno fiel a sí mismo y a su traje, a su
teja. Esto que digo lo entendería Azorín mejor que Adolfo. Pero Adolfo hizo su
revolución y ha triunfado. A mí lo que más se me queda, ya digo, son esas
inexistentes sandalias femeninas con sólo la pulsera del tobillo. Eso ya consagra no
sólo a un modisto, sino a un poeta.
Adolfo Domínguez, entre Orense y Milán, creó toda la moda posmoderna, los trajes flojos, los colores
incompatibles y los zapatos gordos para los neonovísimos de lo nuevo y de la vida, de la cultura y el figurín.
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DOS CABALGAN JUNTOS («EL LUTE»)
Cuando dejó de ser bandido generoso y quinqui de bien, héroe de coplas de cordel
y capitán del gitanerío antifranquista, el Lute, alias Eleuterio Sánchez, se puso gafas
de médico del Seguro y empezó a gastar bigote de mexicanito lindo, de manito con
modales. Es cuando nos hicimos esta foto.
El Lute, alias Eleuterio Sánchez, había sido el Luis Candelas de los quinquis, el
héroe de los intelectuales, el robagallinas del franquismo que le robaba las gallinas a
Franco. El Lute, alias Eleuterio Sánchez en la vida civil, entró en la aberración de
estudiar una carrera en la cárcel, o sea Derecho, y no sólo por defenderse, sino por
saltar al otro lado de las bardas que le separaban de la sociedad. Es cuando van a
verle a la cárcel Cela y los intelectuales que le habían convertido en una metáfora del
pueblo libre y burlador de los implacables grises.
Ya en libertad, nos hacemos él y yo esta foto en la Universidad Menéndez Pelayo
de Santander, un verano. Yo me había definido años antes como «un quinqui vestido
por Pierre Cardin», de modo que dimos nuestras conferencias el mismo día, reunidos
por Martín Ferrand, que dirigía un curso, no sé si con la intención maleva de dejarme
sin público ante la popularidad de El Lute. Pero lo cierto es que yo llené tanto como
él, pues que uno también era un robagallinas a su manera (y quizá lo sigo siendo)
dentro del mundo literario.
—Oye, Lute, ¿nos tomamos una copa? —le dije.
—A mí tú no me llamas Lute. Ni tú ni nadie. Ni Dios. Yo soy Eleuterio Sánchez,
doctor en Derecho y autor de varios libros, y al que me vuelva a llamar El Lute le
parto la madre.
(Cuando pretendía olvidar y que olvidásemos a El Lute, es cuando más le salía el
Lute.)
—Usted disimule, don Eleuterio, ha sido una ausencia, una cosa momentánea.
—Además, que usted me prometió un artículo en su periódico y todavía no lo he
visto. La palabra se cumple.
Era la ética calé de los quinquis. Entre los payos de nivel cultural es de mal gusto
cumplir la palabra dada. Pero por un momento tuve miedo, vi de nuevo ante mí al
bandido generoso y peligroso. Y, desde aquel momento, me prometí a mí mismo,
interiormente, no escribir jamás el artículo prometido/exigido por El Lute, don
Eleuterio Sánchez para el Derecho Administrativo.
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Somos nuestro nombre. Somos el nombre que nos pone la gente. Hay que estar a
la altura del seudónimo. Hay que rubricar la propia biografía con una firma insistente,
persistente y fija, tanto los crímenes como los sonetos. La firma es la personalidad.
Cuando El Lute empezó a luchar contra su propio nombre, haciéndolo soluble en el
nombre convencional de los registros, hizo también soluble su personalidad (he
conocido otros casos) en la grisalla de los miles de abogados españoles con o sin
pleitos.
Se lo dije en aquella tarde santanderina, universitaria y levantisca:
—El que lucha contra su propio nombre, don Eleuterio, está suicidándose
trabajosamente.
Naturalmente, no me entendió.
«El Lute», alias Eleuterio Sánchez, había sido el Luis Candelas de los quinquis, el héroe de los intelectuales, el
robagallinas del franquismo que le robaba las gallinas a Franco.
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EL BESO
Eran los felices y mediados setenta. Todos creíamos en todo. Carmen Diez de
Rivera, el cura Llanos y yo creíamos en Carrillo, las menopáusicas que fueron
milicianas en la defensa de Madrid, creían en Alfonso Guerra. Había mítines todos
los días, por la mañana y por la tarde, y un día, en un mitin, Alfonso Guerra y
Santiago Carrillo se dieron este beso incestuoso y periodístico que es el gran beso de
la transición.
Más valía que el beso no se hubiese quedado en uno de esos besos planos que
Ramón define como los besos sin amor. Más valía que izquierda e izquierda se
hubieran entendido de una puta vez, en España, y entonces no habrían pasado tantas
cosas (malas). Este beso desautoriza a ambos, como críticos uno del otro, pero eso no
importa o no importaría si el beso hubiese sido sincero, beso casto, duro y
comprometido entre hombres.
Fue más bien el beso de Judas.
Guerra quería quitarle a Carrillo la capitanía de la izquierda, ostentada durante
tantos años. (En torno, botijos, pitos castizos, rascacielos, rosquillas del santo, un
barroquismo madrileño entre Goya y la música de los caballitos.)
Carrillo quería quitarle a Guerra la juventud, la novedad («no te jode, estos
socialistas, con lo que me salen ahora»), la bandera, la grímpola, el gallardete y toda
la confalonería de la izquierda. Digamos que es el beso de dos vampiros que
pretenden vampirizarse el uno al otro. Por eso aproximan más las cabezas que las
bocas, porque pretenden absorberse mentalmente el uno al otro, intelectualmente, y el
calor y la sinceridad humana de la boca no tiene nada que hacer aquí.
Entre pitos y flautas, entre botijos reventones, gardenias de papel y novias de
alfiler y orgasmo, Carrillo y Guerra se dieron un día este beso falso, dos Judas que se
encuentran a lo largo del camino de la Pasión de España, y se besan por no matarse.
Hoy, Carrillo, expulsado del PCE, de un PCE que ya tampoco existe, soluble en
su propio partido fantasmal, vuelve adonde solía, al PSOE, pues que empieza su
carrera en las Juventudes Socialistas.
Me parece que de ambos personajes hablo despaciosamente en este libro. Hoy
sólo quisiera glosar el beso, ese curioso beso de frente, como carneros que se topan, y
que se topan por una hembra, ¿qué hembra?, la hembra era la democracia española,
que ambos querían secuestrar. Ganó Guerra, ganó el PSOE, ganó la izquierda
moderada, hoy derecha inmoderada. Cuando dos carneros políticos se encuentran de
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frente y se besan/embisten, es que algo está en juego, algo tan importante como la
hembra, la juventud, la nación o la capra hispánica.
En este caso, la capra.
Este beso desautoriza a ambos —Guerra y Carrillo—, como críticos uno del otro, pero eso no importa o no
importaría si el beso hubiese sido sincero, beso casto, duro y comprometido entre hombres. Fue más bien el beso
de Judas.
Ganó Guerra, ganó el PSOE, ganó la izquierda moderada, hoy derecha inmoderada.
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Hoy, Carrillo, expulsado del PCE —de un PCE que ya tampoco existe—, soluble en su propio partido fantasmal,
vuelve adonde solía, al PSOE, pues empieza su carrera en las Juventudes Socialistas.
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LLONGUERAS
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modernidad, que incorpora estilizados perfiles fenicios al diseño frívolo de esta
temporada. Homenajes a los artistas mayores de la catalanidad (esa realidad enorme y
delicada que crece al costado de España) se han hecho muchos. Uno, que nunca
pierde el tirón callejero y menestral de chico que rompía farolas, prefirió homenajear
a un peluquero, a un peluquero famoso, pero sencillo, que tiene la elegancia popular e
inédita de decir:
—Yo a este señor no le tocaría un pelo. Mi creación sería dejarle como está.
Llongueras es un artista, un creador, que ha elegido el cabello femenino como materia de sus invenciones, pero
que igual podría haberse decidido por la arcilla o el metal.
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MUERTE DE UN CICLISTA (BARDEM)
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Blanco y Negro. Rojo perdido con taller en El Escorial. Bardem es el amigo
sonriente, el comunista cachondo, el hombre que hace un cine europeo, calité y
sobrio. ¿Murió con Franco, como Buero Vallejo, Lauro Olmo, Sastre y otros
creadores que tenían al Caudillo por musa inversa, por motivo fácil? No diría uno ni
que sí ni que no. J. A. Bardem, corporal y lúcido, derrotado e irónico, es la anécdota
viva de que puede haber una estética de izquierdas que no sea coñazo ni proselitista,
como la derecha. Algunos atardeceres nos encontramos en las cafeterías de
Chamberí, él con su señora, merendando, y yo con alguna choricilla guarreta,
metiéndonos una litrona flipante, para la noche. Me sonríe de mesa en mesa como
diciéndome: «¡Qué acabados estamos, Paco! Tú en tu prosa y yo en mi cine. Se nos
han follado a la utopía, que era lo nuestro».
Juan Antonio Bardem: Un ser humano fascinante, creativo, comprensivo, humorístico, siempre con ese optimismo
jovial que da la utopía bordada en el pijama.
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Bardem es el amigo sonriente, el comunista cachondo, el hombre que hace un cine europeo, calité y sobrio.
¿Murió con Franco, como Buero Vallejo…, Lauro Olmo…, Sastre… y otros creadores que tenían al Caudillo por
musa inversa, por motivo fácil? No diría ni que sí ni que no.
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DE CUANDO ÉRAMOS ESTRUCTURALISTAS
Éramos estructuralistas porque no podíamos ser rojos, aunque Sartre había dicho
(yo entonces vivía en París) que «el estructuralismo es la ideología de los
tecnócratas».
Pero aún no había llegado aquí.
Una tarde, en la Editora Nacional, franquista/fraguista, en la Gran Vía, nos
reunieron a Hernández Gil, Sampedro, Lázaro Carreter y servidor, más Pepín Vidal
Beneyto, que es el que está chupando de la priva. Hubo mucho gentío, que al
personal le gustan las novedades, nadie entendió nada, pero todos quedamos como
muy cultos, con mucho jaleo de Jacobson, Levi-Strauss, Barthes y por ahí. Yo, como
se ve en la foto, moderaba la cosa. Hernández Gil, el primero por la izquierda, tiene
la bendición especial de alguna virgen extremeña, pues que es el único objetivo de la
ETA no cumplido, y eso que le metieron cinco boquetes a su coche, aquí en Madrid,
delante de mí. Es tan delgado que no le agarraron, porque las armas están pensadas
para matar de frente, y Hernández es un señor que vive de perfil.
El único delito que ha cometido Hernández Gil en esta vida es prologar las obras
completas de Pedro de Lorenzo, cosa que objetivamente me parece grave, pero no
como para meterle cinco torpedos en el auto oficial cuando se va a casa a comer
pacíficamente la sopa boba con la familia.
Don José Luis Sampedro, segundo por la izquierda, es un economista superado y
un escritor aficionado. Es, ante todo, un hombre que tiene un problema con su barba:
dejársela o no dejársela. Las crisis de barba siempre son crisis de personalidad. El que
se la deja y no se la deja, el que se la pone y se la quita, como si fuera postiza, es que
no está contento consigo mismo. En la foto, Sampedro aparece rasurado. Pero ha
tenido épocas de larga barba ojival que, pese a sus esfuerzos, no conseguía recordar a
Valle-Inclán: era como un fax de Valle, con un brazo de más y sin sentido de la prosa,
o con una prosa sin sentido. Me ganó ampliamente el cuponazo de la Academia
porque era el candidato de la Moncloa.
Siendo yo un rojo oficial, resulta que la derechona estuvo conmigo (y cómo se
portó el ABC y mi querido Ansón), mientras que la izquierda nominal me negaba. Yo
de estructuralismo lo sabía todo, por entonces (uno, como snob, está siempre a la
última), de modo que les expliqué el poema Los gatos, de Baudelaire, a través del
estructuralismo, que les dejé fritos. Mi maestro Fernando Lázaro Carreter, el único
lingüista español que había leído a los estructuralistas, también estuvo brillante.
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Sampedro, luego, volvió a dejarse la barba bíblica y valleinclanesca (crece más fácil
la barba que el talento), y ahora, para entrar en la Academia, se la ha chapodado de
una manera discreta. El viejo ácrata va ahora de discreto académico. A ver si por lo
menos resuelve así el problema que tiene con su barba.
Pepín Vidal Beneyto, maestro de Alberto Moneada y toda la escuela de
sociólogos de los ochenta, fue, con García Trevijano, el cometa errático y
deslumbrante de la transición, pero luego se perdió entre sus novias y sus naranjales,
entre sus esposas y sus valencias. Trevijano también se perdió, aunque alguna noche
le encuentro en casa de Lita Trujillo/Jaime Ostos, repartiendo doctrina como si fuera
la estrella que fue. Los notarios se conoce que se sienten vitalicios en todo: en la
notaría y en la política, pero la política es velocidad e instinto. De Lita Trujillo no
digo nada porque ya sale mucho en este libro, como musa compartida con el mejor
torero de su tiempo, Ostos, cuya amistad macho me honra.
Nos llamábamos estructuralistas, en fin, como antes Amigos de la Unesco y otras
bobadas, por no llamarnos rojos.
Una tarde en la Editora Nacional, franquista/fraguista, en la Gran Vía, nos reunieron a Hernández Gil, Sampedro,
Lázaro Carreter y servidor, más Pepín Vidal Beneyto, que es el que está chupando de la priva.
El único delito que ha cometido Hernández Gil en esta vida es prologar las obras completas de Pedro de Lorenzo,
cosa que objetivamente me parece grave, pero no como para meterle cinco torpedos en el auto oficial cuando se va
a casa a comer pacíficamente la sopa boba con la familia.
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Don José Luis Sampedro ganó ampliamente el cuponazo de la Academia porque era el candidato de la Moncloa.
Pepín Vidal Beneyto fue el cometa errático y deslumbrante de la transición, pero luego se perdió entre sus novias
y sus naranjales, entre sus esposas y sus valencias. (En la foto, junto a S. Carrillo y R. Calvo Serer).
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EL PRESIDIUM
Santiago, Dolores, un sol de media tarde color alamares, que es el sol de las
Ventas, mitin comunista en los primeros años de la transición, cuando el cielo podía
esperar y España iba que era un tepe.
De Carrillo, de Dolores, de ambos, quizá ya hemos escrito en este libro. De lo que
uno quisiera escribir ahora es de esta tarde melancólica y revolucionaria,
apócrifamente taurina, donde lo que se lidiaba era e1 toro de España. Yo andaba por
allí y mi señora, reportera, les sacó esta foto. Eran el Presidium Supremo Español,
eran la Hostia y el Copón, pero en marxista. Parecían sostenidos por la densidad del
pueblo, pero sólo les sostenía una burbuja de novedad, entusiasmo, curiosidad,
alegría y acracia. Hasta que la burbuja hizo pum y se vinieron abajo.
Santiago es un amigo que te da whisky y conversación, nobleza y enseñanza,
anécdota y categoría. No digo en qué medida es culpable de su fracaso (creo que el
fracaso se lo tenían fabricado), pero sí digo que es/era una de las cabezas más claras y
porveniristas de la transición.
Le chapodaron antes de tiempo.
Dolores era niña, ingenua, entrañable, madre madrastra, madre terrible, todo en
horas 24. A mí me daba las gracias por las cosas que le escribí en la película Dolores:
—Bonitas, demasiado bonitas.
Dolores le había traído al cura Llanos un reloj ruso, pesado como un tanque en la
solapa y gordo como una rana verde.
A la vista del reloj soviético no me extraña que, a la vieja, mis prosas líricas, le
pareciesen «bonitas, demasiado bonitas». Prefiero pasarme de estilista a fabricar un
reloj/sapo (que Llanos llevaba con unción). En esta foto está el Presidium español a
punto de tomar el poder, que luego no tomaron, por esas cosas que pasan. ¿Hubiera
sido esto bueno o malo para España? Dolores, mujer inspirada y elemental, no
reconocía otro socialismo que el ruso. Santiago, revolucionario de vuelta, nos
proponía el eurocomunismo, que no era sino una vía a la socialdemocracia. Presentó
su libro, Eurocomunismo y Estado, en el Club XXI, con un gentío de oro y salas
especiales abiertas al evento. La gran burguesía española quería ser eurocomunista.
La cosa estaba hecha. Luego, algunas noches, los Garrigues nos invitaron a Santiago
y a mí a cenar en su casa, y ya todo iba perdiendo color, sutilmente, y le explicaban a
Santiago que, en Nueva York, tenía que predicar un eurocomunismo más ligth.
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Me trajo a casa Carmen Diez de Rivera, en su adorable coche de mierda, y los dos
estábamos como un poco tristes y atónitos. Apenas hablamos. Pero quiero volver a
esta tarde falsamente taurina de la foto, donde sólo se lidió el minotauro de Picasso
en el Guernica contra el fantasma esbelto de una derecha suarista que no estaba
presente. Naturalmente, ganamos por goleada.
Dolores era ya así, bella como una mujer de Grosetto y grave como el oráculo de
la tribu. Volvíamos del mitin como de los toros, por la calle Alcalá, dando vivas a la
tercera república, si estaríamos pasados.
Eran el Presidium Supremo Español, eran la Hostia y el Copón, pero en marxista. Parecían sostenidos por la
densidad del pueblo, pero sólo les sostenía una burbuja de novedad, entusiasmo, curiosidad alegría y acracia.
Hasta que la burbuja hizo pum y se vinieron abajo.
Dolores era una niña, ingenua, entrañable, madre madrastra, madre terrible, todo en horas 24.
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Algunas noches, los Garrigues nos invitaron a Santiago y a mi a cenar en su casa, y ya todo iba perdiendo color
sutilmente, y le explicaban a Santiago que, en Nueva York, tenía que predicar un eurocomunismo más «light». (En
la foto Joaquín Garrigues Walker).
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III. Los creadores ochenta
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MUSA DE LA POSMODERNIDAD
Agatha Ruiz de la Prada era una niña sin nombre cuando aparecía, lírica y blanca,
con ojos grandes y oscuros de Goya, en mis conferencias de Barcelona, a la sombra
corta e ilustre de su tío, don Antonio de Senillosa. Solía llevar la niña, ya en una
apoteosis de lo blanco, una rosa blanca en sus manos blancas, sobre el escote blanco.
Era la hostia eucarística, y perdón por el pleonasmo y por la blasfemia (me duele más
el pleonasmo).
Luego, Agatha se vino a Madrid y se convirtió en la musa de la naciente
posmodernidad, con vestidos que aplaudía y fotografiaba todo el mundo, y que luego
no compraba nadie:
—Mi última esperanza, Umbral, es que El Corte Inglés me contrate para vestir
muñecas.
O sea que las chicas no se dejaban vestir a su aire. Las chicas lo que quieren es
estar buenas, y que se vea, y no convertirse en dalís deambulantes. Luego va, arrasa y
se lleva con ella a Pedrojota Ramírez, con lo que constituyeron la pareja más
publicitaria de Madrid a todos los efectos. Yo le hice una entrevista a Agatha, en El
País, y la llenó de tacos exquisitos. Cuando fiché por Pedro, su marido, él me dijo:
—Y cómo no voy a quererte, si yo me enamoré de Agatha por tus crónicas.
Y ella, sujetándose el escote desmedido de sus adorables y escasas palideces:
—Que conste que tú eres un fichaje mío y no de Pedro.
Cuando una mujer bella, original y desarropada le dice a uno esto, en la alta
madrugada, hay que tener muchos años de vida, profesión y biografía sentimental
para no lanzarse sobre ella como un puma de provincias. Pedro J. Ramírez es el
director más joven, marchoso, imaginativo y libre que he tenido en mi vida. Pedro le
comunica a uno la marcha juvenil que a uno ya le va faltando. Es como un primer
amor, sólo que entre hombres.
Agatha es mi amor imposible por mi fidelidad a Pedro (aunque han tenido
problemas) y porque ella es una señorita bien de Barcelona con la que no hay nada
que hacer. Pero, como mujer, la adoro/la adoro. Pasó la movida, pasó la
posmodernidad, pasaron las musas, algunas suculentamente casadas, como Marta
Moriarty, y nos queda Agatha, con un niño y una niña de la que soy padrino apócrifo,
ya que ningún cura quería bautizarla, pues que Pedro y ella están casados por lo
criminal, como es debido:
—Que la bautiza Martín Patino, que es el cura moderno de ahora.
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Yo me puse de traje oscuro y corbata gris, en una de las grandes terratenencias de
Agatha, pero el cura no nos pidió firmar nada, ni siquiera el nombre, ni a la madrina
ni a mí. Hay que decir que, primero, el párroco del pueblo le había preguntado a
Agatha:
—¿Y ustedes están casados por lo civil o por lo católico?
(La Iglesia sabe más por vieja que por diabla.)
—Nosotros no estamos casados por nada y para nada.
—Pues esa niña no será bautizada jamás.
De modo que lo de Martín Patino me pareció a mí un simulacro de cura progre.
Pero Sisita Milans del Bosch y yo nos emborrachamos lo mismo. A la niña le hice la
señal de la cruz con whisky. La niña se llama Cósima y yo, al saberlo, le dije a
Agatha:
—Qué bello, como Cósima Wagner.
—No te hagas ilusiones, Paco, sólo es Cósima Ramírez.
Las más bellas esposas naturales suelen ser dulcemente crueles. Por nuestra vida
han pasado sus desfiles/happenning, sus hermanas adorables y muchas noches de
confidencia y alcohol. He elegido esta foto porque en ella tengo la bizquera de Sartre,
que implica su lucidez. Y porque Agatha está niña, triste, sensual, desfavorecida y
adorable.
La quiero.
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Agatha se vino a Madrid y se convirtió en la musa de la naciente posmodernidad, con vestidos que aplaudía y
fotografiaba todo el mundo, y que luego no compraba nadie.
Pedro J. Ramírez es el director más joven, marchoso, imaginativo y libre que he tenido en mi vida. Pedro le
comunica a uno la marcha juvenil que a uno ya le va faltando. Es como un primer amor, sólo que entre hombres.
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GUTIÉRREZ MELLADO
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—Sí, claro, eso siempre molesta. Luego, hay que tener en cuenta que entre todos
fueron deteriorando la República. Los españoles tenían ganas de pelearse. Aquello
fue el delirium tremens. Ahora me parece que, afortunadamente, es todo lo contrario.
Se ha escrito muchísimo sobre la guerra civil, ya sé que el tema sigue vigente, pero
yo no soy partidario, por ejemplo, de que la televisión dé tanta guerra civil. Eso ya
está en la Historia y lo que hay que hacer es superarlo.
—En su familia no hay militares, mi general.
—Es cierto, no tengo genealogía militar. Pero la cosa vino así. Yo he vivido, de
joven, un Madrid que a usted le gusta mucho, Umbral, las pensiones de Antón Martín
y todo eso. Fue una época casi feliz. Todo costaba treinta céntimos: el cine, las
variedades, los pasteles. De modo que yo tenía un día completo por muy poco dinero.
Era feliz yendo a ver Las Leandras, por ejemplo. Encuentro que, ahora, la
continuación de eso puede ser Lina Morgan, en La Latina.
—¿Su mujer fue su primera novia?
—Sí, en efecto. Claro que antes había caminado detrás de las chicas que me
gustaban, sin decirles nunca nada.
—¿Y cómo lleva hoy su esposa el tener un mito en casa?
—Lo lleva todo muy bien. Pienso que tanto Suárez, como Calvo-Sotelo, como
Felipe González, o yo mismo, hemos tenido la gran suerte de contar con unas esposas
que, cada una en su estilo, nos han ayudado, siquiera con la discreción. Una esposa
no adecuada puede hundir a un político. Y al contrario.
—¿Cómo vivía un joven militar de entonces la dictadura del general Primo?
—No teníamos un juicio político. Yo vivía algo así como dentro de La verbena de
la Paloma. Y ya le digo, Umbral, perseguía mucho a las chicas en los tranvías.
—Me parece que fuma usted menos. Hablemos de sus vicios.
—Los he tenido todos.
—¿Hay una estética de la guerra, un humanismo de la guerra?
—El humanismo de la guerra termina con la desaparición del caballo. El caballo
fue el elemento épico y lírico de todas las guerras, hasta Napoleón.
—Las pequeñas guerras convencionales que andan sueltas por el mundo.
—Cada bloque trata de impedir que se juegue en su campo.
—Las actuales guerrillas sudamericanas, ¿cómo son técnicamente?
—No las conozco bien, pero no me parecen nada improvisadas. Y suelen
responder al movimiento pendular de la justicia/injusticia. Eso es lo que quisimos
evitar en España, cuando la transición. O, más bien, lo que quizá hemos conseguido:
que el péndulo se pare en su sitio, sin bandazos.
—¿Nunca pensó usted en ser marino?
—No. Soy de Madrid. El mar me queda lejos. Aunque veraneo todos los años,
últimamente, en Cadaqués. El año pasado, los pintores de la zona, que son muchos,
me regalaron un cuadro cada uno. Por ahí los tiene usted. Y luego está la señora, en la
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playa, que me manda un mensaje por su niño pequeño: «Gracias a usted estamos
aquí». Eso compensa de momentos muy malos que he pasado.
—Aparte de Azaña, ¿qué lee usted en verano?
—Historia. Me gustan mucho las biografías.
—El héroe en invierno.
Sonríe a lo de «héroe».
—Juego al bridge. Me gusta mucho. Gano o pierdo. Siempre poco dinero.
—El juego ¿no es la guerra por otros caminos?
—Quizá. Es una guerra estilizada, es una estrategia. Pero me sosiega mucho la
cabeza.
—El fútbol.
—Me gusta que gane el Madrid.
—¿Vio usted por televisión la final España/Francia?
—Sí. Me hubiese gustado que ganase España. Pero tampoco sufro por eso.
—General, me consta que le invitan a los estrenos oficiales de teatro. Pero casi
nunca le veo en ellos.
—Bueno, van mis hijos. Pero claro que me gusta el teatro. Últimamente he visto a
La Trinca, ¿no se llama La Trinca?, y me ha gustado mucho.
—¿Qué sentía usted después del vídeo/golpe?
—Ganas de irme de España. Me hubiese evitado muchas amarguras. Pero me
gusta estar entre españoles.
—Los objetores de conciencia.
—Creo que hay una objeción respetable, atendible, que puede ser compensada, en
su abstención, con otro tipo de tareas, como hay unas gentes que, sin ningún prejuicio
ni ideología, lo único que quieren es no hacer el servicio militar.
—Quedamos en que usted no tiene genealogía militar. ¿Es usted un militar
atípico?
—Me parece que no. Soy un militar medio.
—¿Y no le han salido militares en la familia?
Hace rato que se han ido María y Verdes. El general trae por sí mismo otra
bandeja con bebidas, baja la persiana y se cambia de sitio. Ahora estamos en ángulo
recto.
—Sí, el yerno.
—¿Qué tal padre ha sido usted?
—He procurado comportarme según lo que les predicaba a mis hijos, para que no
advirtiesen desacuerdo. En cuanto al dinero, por ejemplo, si yo tenía quinientas
pesetas, les ofrecía doscientas, mostrándoles la cartera, y siempre se daban por
satisfechos.
—¿Se mantiene usted tan ejemplarmente delgado porque hace mucho deporte o
porque no come?
—No como, y deporte, he hecho mucho.
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Lo poco que fuma, lo fuma bien, como ya tiene uno escrito alguna vez. Hay en
este hombre un dandismo militar e involuntario que se manifiesta también en la
manera de hablar, ni lacónica ni retórica.
—Su actual relación con el Ejército.
—Una vez al año me reúno con mis compañeros más entrañables.
—El libro de Picatoste.
—Lo primero que le advertí a Picatoste es que sólo quería citar a personas a
quienes pudiera elogiar. Nada de citar a gente para criticarla.
—¿Cómo funcionó de ventas?
—En unos grandes almacenes firmé hasta seis mil ejemplares. Claro que vino el
señor inevitable a decirme: «Ha firmado usted seis mil, pero somos cuarenta millones
de españoles».
—El mito en su laberinto.
—Me llaman de muchos sitios de España para dar conferencias, pregones, cosas,
y la gente se muestra siempre cariñosa y generosa. Le aseguro a usted que no paro,
Umbral. Por cierto, que la próxima entrevista se la quiero hacer yo a usted.
—Ya comprendo que estoy abusando, mi general. Pero podemos probar eso que
dice y verá cómo es un éxito periodístico.
(Me ha parecido una manera elegantísima de decirme que está ya harto de tanto
preguntorio. Sale un momento y fisgo el living. Aparte de lo ya anotado, veo una foto
del Rey, juvenil y con una gran bandera española al fondo —debe de ser una foto al
aire libre—. En la dedicatoria alcanzo a leer las palabras «fiel» y «Guti»).
—Mi general, ¿por qué tomó usted posesión como consejero de Estado vestido de
paisano?
—Porque yo he sido nombrado en función de que fui ministro. No como militar.
—¿Qué es el Consejo de Estado?
—Un organismo técnico y consultivo en el que me alegra que haya gente de
distintas ideologías. Yo ahora tengo que aprender a funcionar allí dentro.
—¿Puede decirse que son ustedes, los consejeros, los depositarios de las esencias:
corona, democracia, constitución, todo eso?
—Todo eso, efectivamente, es lo que tenemos presente a la hora de dictaminar o
asesorar. Todo eso es lo que nos rige, por encima de partidos o ideologías.
—¿Cuál es la relación intelectual de usted con el Ejército?
—Sospecho que hay una minoría que me comprende, una minoría que no me
comprende y una gran mayoría que me va comprendiendo.
—El pueblo español.
—Si lo pregunta usted respecto a mí, le diré que me tienen abrumado y muy
honrado con las continuas muestras de simpatía.
—¿Es usted creyente?
—Sí. Pero respeto todo tipo de creencias y de no creencias.
—El Ejército ¿es democrático?
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—Yo, como mero observador, diría que sí, sin duda, aunque los hostigadores y los
que han matado generales vienen retardando la democratización del Ejército. Pero
eso es precisamente lo que se proponen, y en los manuales más sencillos se advierte
que nunca hay que hacer lo que quiere el enemigo que hagamos.
—¿Qué ha perdido al ganar la gloria?
—No sé lo que he ganado, pero noto que he perdido la intimidad. No puedo pasar
inadvertido en una cafetería.
En un pasillo de la casa tiene puestas, con chinchetas, la foto de Tejero con la
pistola, en las Cortes, y la foto en que está él de espalda y varios guardias tratan de
derribarle. Así, sencillamente, muy vulgarmente, en un pasillo de paso, perpetúa este
hombre, con chinchetas, dos momentos de su vida y de la Historia de España que
quedarán para siempre en las enciclopedias como los fusilamientos del 3 de mayo o
los bombardeos de Madrid.
—¿Se es consejero de Estado para siempre?
—Algunos, sí, somos para siempre.
El general don Manuel Gutiérrez Mellado es un hombre de media voz, de
pensamiento sereno y circulante, delgado y sin nervios, sereno y cortés, de modo que
hay que adivinarle al fondo, muy entre todo eso, la fijeza, la firmeza, la entereza.
Nunca pretende ser brillante, pero siempre es exacto, preciso y personal. «Yo,
Umbral, soy un hombre que aún no se atreve a salir a la calle sin chaqueta y corbata».
La otra tarde coincidimos en la terraza de Vilallonga, por sobre la Castellana. El
general pidió «un whisky ligerito», fumó, bebió y conversó de pie, sosegadamente,
hasta que nos dijo a los del grupo: «Bueno, me voy con las señoras». Y cambió de
sitio. Parece lo suyo, en un cóctel como en un golpe, una suerte de delgada firmeza,
de elegante decisión. Ahora, sentados en ángulo, como he dicho, y a solas, me parece
que me mira a los ojos menos que antes, cuando éramos cuatro. Aquí puede haber
una timidez de hombre que se asusta ya de su propio mito.
—Como usted sabe, Umbral, yo perdí a mis padres muy pronto, y eso, quizá, le
hace a uno más duro. Por otra parte, he disfrutado mucho pudiendo dar a los míos lo
que yo no tuve.
El invierno pasado nos veíamos alguna tarde en el bar del Palace, sólo por charlar
y tomar una copa. Él aprovechaba para fumar un poco más de lo consentido: «¿Otro
cigarro, papá?». «Dejadme, que estoy charlando con mi amigo Umbral».
—Y el Ejército, mi general, ¿es clase media o es otra forma de aristocracia?
El ventilador se mueve, discreto, repartiendo un verano fresco y clandestino por
el living.
—El Ejército, efectivamente, fue una aristocracia. Hoy es clase media. Incluso yo
he tenido compañeros que eran título, y no lo he sabido hasta muy tarde, porque en
las modernas academias eso no cuenta.
—¿Qué es lo que irrita al Ejército?
—Los separatismos, naturalmente.
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—¿Cómo se puede avanzar en el entendimiento Ejército/sociedad civil?
—Entre otras cosas, explicando en los colegios, no sólo nuestras victorias, sino
también nuestras derrotas. Eso no se ha hecho nunca, y sería muy beneficioso para
conocer la verdadera naturaleza de nuestra historia y para enmendar fallos o mejorar
sistemas.
El gin/tonic sabe a hecho en casa. Quiero decir que sabe más íntimo y cordial que
en los bares. De vez en cuando entra un familiar, me saluda y se va.
—Usted tiene fama de haber sido un gran conocedor de los hombres, general.
¿Cómo hace usted para conocer a la gente?
—Por la sonrisa. Una sonrisa revela, de pronto, en una cara inexpresiva, a un
canalla o a un hombre honrado.
—¿Nos queda algo por hacer en la América de habla española?
—Nos queda ayudar, comprender, estar con ellos. La lengua, y por tanto la
mentalidad, es una ventaja que llevamos a cualquier otro pueblo para entendernos con
América.
—Un pecado oculto.
—El mus.
Las gafas gruesas, el perfil de general antiguo, el bigote cuidado, el milrayas y el
tabaco. No parece la casa de un militar. O quizá sí. Hay un delgado enigma en este
hombre. El pelo blanco, que le deja ya mucha frente libre, peinado hacia atrás. Los
héroes españoles nunca pasan del ventilador, casi como en el XIX, y nuestros premios
Nobel, a la tarde siguiente vuelven al café, como si nada. Cuando yo llamaba a casa
de Gutiérrez Mellado, para concertar esta visita, su esposa me decía al teléfono:
«Manolo estará al llegar». Y él me puso una sola objeción: «Ahora estoy saliendo
demasiado, Umbral, con esto de la toma de posesión, pero, en fin, a usted no puedo
negarme». Un retrato vestido de militar. Las caricaturas cariñosas que le han hecho
Peridis, Forges y otros. Las fotos históricas que ya he citado, sujetando a Tejero con
chinchetas. Hemos conversado toda la mañana. Y me lo vuelve a recordar al
despedirnos:
—Ya lo sabe: que la próxima entrevista se la hago yo a usted, Umbral.
«La reforma de Azaña me parece buena para su momento. Quizá se equivocó cerrando Zaragoza. En Zaragoza, en
la Academia, habíamos asimilado la República y todo iba bien». (M. Gutiérrez Mellado, según un dibujo de
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Verdes).
… dos momentos de su vida y de la Historia de España que quedarán para siempre en las enciclopedias como los
fusilamientos del 3 de mayo o los bombardeos de Madrid.
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PILAR EN EL PAÍS DE LAS ANITAS
Nace en la calle Mesón de Paredes, hacia el hondo sur de Madrid, una calle
estrecha y enjoyada de charcuterías, larga y barroca de vinaterías, con ese rococó de
la pobreza que son los muchos ultramarinos y los barrocos niños que juegan en la
rué. Nace de nombre Pilar, hija de una portera. Son mis propios barrios natales y
siempre se lo digo:
—Ana, estamos inscritos en el mismo libro parroquial, sólo que yo unos siglos
antes.
Esto a mí me parece vínculo suficiente, y hasta sacramento, como para que Ana
me amase, pero jamás me ha amado. Yo jamás he dejado de amarla. Una vez me dio
la alegría de infarto de llamarme para almorzar juntos y solos en El Espejo. Dejé el
artículo a la mitad, me puse guapo y tomé un taxi con rubor de novio maduro. Pero,
mientras el coche corría hacia el encuentro, vi todo Madrid empapelado de pósters de
Víctor Manuel, que cantaba por lo visto al día siguiente.
Comprendí la llamada, la cita, y comprendí que no se debe jugar con los
sentimientos de un caballero. Es legítimo ignorarlos, pero no utilizarlos.
Efectivamente, a mitad de la comida y como por casualidad, Ana, que se había
presentado pomporé, mordoré y punzó de afeites y plurales bellezas, sacó dos
entradas y me las ofreció:
—Por si te hace ilusión ir mañana a lo de Víctor.
—Muchísima ilusión, y cómo te lo agradezco, Ana, qué buena eres siempre
conmigo, amor.
Después de mi asistencia al recital esperarían la correspondiente crónica, claro,
pero rompí las entradas nada más salir del restaurante y separarnos, pese a que me
gusta mucho cómo canta Víctor Manuel.
En esta anécdota queda recogida toda la personalidad y el mundo de Ana/Pilar y
de tantas mujeres como uno ha amado en vano. Lo dijo Pierre Dañinos:
—Mientras uno está todavía preguntándose por el color exacto de sus ojos, ella
está calculando ya nuestra cuenta corriente.
Ana tiene la sensualidad pervertida (pervertida por quienes la miramos) de las
muy delgadas, el escorzo madrileño, la voz de manantío hembra, y una delicadeza
entre el terciopelo y la cretona madriles, algo así como el cuchillo sonriente de su
boca de abril entrando con crueldad y gracia en el corazón del pueblo. Empezaron
queriendo hacer de ella otra Marisol, cuando niña, pero no funcionó. Luego ha
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triunfado en todo, del cubano Nicolás Guillén al barroco Calderón de la Barca, del
cine al teatro y el disco, pasando por la Puerta de Alcalá, mírala, mírala. De
comunista de Carrillo a empresaria de sus propias películas, y hoy directora, de ser la
musa del PCE a ser la más vendida de El Corte Inglés. Los hombres de su vida han
sido Marx y don Ramón Areces.
Hicimos juntos la campaña antiOtan y otras campañas. Luego se ha lanzado al
sainete madrileño plagiado de Berlanga y, cuando intentó internacionalizarse como
Ángela Molina y Victoria Abril, se autoprodujo en Divinas palabras, un glorioso
fracaso del cine español pese al texto grandioso y traicionado de Valle-Inclán. Hace
poco me lo decía en un cóctel del Ayuntamiento:
—Para dentro de cuatro años voy a hacer…
—Dentro de cuatro años eres ya como Amparo Rivelles, Ana.
De comunista de Carrillo a empresaria de sus propias películas, y hoy directora, de ser la musa del PCE a ser la
más vendida de El Corte Inglés. Los hombres de su vida han sido Marx y don Ramón Areces.
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LÁZARO CARRETER
Le pongo los dos apellidos porque no le gusta que le llamen sólo Lázaro, que le
suena a resucitado. Aunque lo cierto es que él resucita todos los días con un artículo,
una lección, una conferencia, un libro. Hace muchos años, en un cóctel de Riscal, se
me acercó, se me presentó y me dijo:
—Coño, qué bien escribes. Dámaso y yo tenemos proyectos sobre ti.
Los proyectos eran la Academia, pero Dámaso se murió, Lázaro se entibió y a mí
la Academia siempre me la ha sudado mucho, porque es mejor la «Academia» de
fuera, de los que no están porque no han querido estar: Valle-Inclán, Gómez de la
Serna, Ortega, Alberti (que pedía su sillón para mí, en El País), y en este plan. Son
los que iban a mear ritualmente a las paredes de la Academia. Y se me olvidaba Juan
Ramón Jiménez, que cuando fue Pemán a ofrecerle un sillón, a América, le dijo:
—¿Y qué hace en la Academia un médico como Marañón? Quizá está para
mirarles la lengua a los académicos cuando se ponen malos.
Lázaro Carreter ya ha desistido de meterme en la Academia, porque ve que me
escurro como el pez de las redes. Lázaro sabe de Quevedo, de estructuralismo, de
Dámaso Alonso (su lingüística) y de Francisco Umbral. Sobre mí ha escrito cosas
muy hermosas, aunque menos de las que debiera. (Es un viejo cauto de la judería
universitaria salmantina.)
Estaba designado por Dámaso como su sucesor en la dirección de la Casa, pero lo
pusieron a votación y salió Laín, el inevitable Laín (como Zorrilla hablaba de «la
inevitable doña Emilia», cuando la Pardo Bazán). Laín Entralgo, realmente, es una
Pardo Bazán sin talento narrativo ni del otro, asalmonado como la ilustre vieja, pero
con algo de salmón muerto. FLC sacó dos votos, el suyo propio y el de un particular.
Laín, en el único ademán macho de su vida, dijo que sólo iba a estar un año, y al año
se retiró. Boina.
De todos modos, a Lázaro Carreter, que es el director natural de la Academia
(aparte el inmenso prestigio literario de Cela, que no sé si le interesa el cargo), no le
van a hacer nunca director, porque «los incurables de la Academia», como decía el
pintor Solana, no le perdonan su prestigio internacional, sus artículos de gran éxito ni
el dinero que gana. Tengo docenas de cartas suyas, cartas minuciosas donde me llama
genio una y otra vez. Pero yo le diría lo que D’Ors al que afirmaba una verdad
demasiado tajante:
—¡A la pizarra, a la pizarra!
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O sea a demostrarlo en el periódico o la revista. En clase, después de explicar a
Valle-Inclán, les dice a los chicos: «Pero no crean ustedes que éste es el primer
prosista del siglo. El primer prosista es Francisco Umbral». Es, ya digo, un judío
gordo, cordial, lúcido y cauto de la vieja judería salmantina. En la Academia le
maltratan, pero aguanta. Los judíos es que aguantan mucho.
A mí la Academia siempre me la ha sudado mucho, porque es mejor la «Academia» de fuera, de los que no están
porque no han querido estar: Valle-Inclán, Gómez de la Serna, Ortega, Alberti.
Laín Entralgo es una Pardo Bazán sin talento narrativo ni del otro, asalmonado como la ilustre vieja, pero con algo
de salmón muerto.
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TRÍO DE ASES
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Así como el surrealismo de Breton tuvo su máximo ilustrador en Dalí, el movimiento pánico de Arrabal ha tenido
su máximo ilustrador en Roldán. (En la foto, M. Roldán, el autor, S. Pániker y M. Asquerino).
Salvador Pániker (de cuya señora, Nuria Pompeia he estado enamorado toda la vida: es un Pepe Hierro con
vagina) ha sido mi maestro, editor y amigo.
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María Asquerino fue la musa progre de los sesenta, siempre en su sitial de Oliver, recibiendo rojos y chicos
follables.
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ECHAR UN PÁRRAFO CON DELIBES
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—Y a mí.
—Tú todavía eres un chico.
(Miguel me ve como me recuerda, y no como soy: ve a aquel adolescente en
sombra que partía, hermético y violento, a la conquista de Madrid.)
—Fuiste el último que conquistó Madrid a pie, Pacorris.
—Tú lo conquístate sin moverte del sitio. ¿Cómo andas del cuerpo, Miguel?
—Tomo frascos, como todos.
—Claro, ya no se puede vivir sin frascos. ¿Y del vientre bien?
—A temporadas. Ahora estoy más asentado. El válium, ya sabes. Pero qué
arreglao te veo, Pacorris. Siempre te dio por la ropa.
«Llevé una lista de mil pájaros a la Academia, para el diccionario, y no me admitieron ninguno. Allí se pierde el
tiempo». (Miguel Delibes).
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«Yo le he dado a Lara mi novela de más éxito en los últimos años: “Los santos inocentes”. Hasta película han
hecho». (Miguel Delibes).
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LAS EDADES DE BIBÍ
Bibí Andersen tuvo una edad adolescente y cartagenera en que, sin dejar de ser
mujer, fue soldado, pero no a la manera de la Monja alférez, Catalina de Erauso, o
quizá sí. En todo caso, por ahí anda la cartilla militar (alguna revista la publicó) de
Catalina de Erauso cuando triunfaba como travestí en Barcelona de Noche. Monja o
monjo, el fraile está como un tren.
Y fue en Barcelona de Noche donde me llevó Luis Cantero a visitarla en el
camerino. Estaba desnuda como una Venus de las espumas sucias del puerto de
Barcelona, salvo una especie de esparadrapo, cruz de incógnita sobre la incógnita del
sexo. Charlamos toda la noche. El recluta le salía por la voz y la monja alférez por el
escote, que, como queda apuntado, era un escote hasta los pies. Los traspuntes de la
sala, quizá por equivocación, la llamaban Manolo. Me enamoré de Manolo, de su
melena rubia y manierista, como de ángel de Pasolini, de sus senos perfectos como el
crimen perfecto (o sea una cosa a averiguar), de su cuello de hombre y sus manos de
luchadora. Desnuda, no tiene caderas, como los caballeros. De vuelta en el palco, con
un ejecutivo del grupo Zeta, tuvimos que ir a remediarnos con otra mujer, dama del
alba catalana, menos espectacular, pero más dulcemente vaginal. Barcelona iba
despertando de su sueño de máquinas y gótico.
Bibí Andersen es el unicornio cándido con vicios de mujer, con vicios de hombre.
Bibí Andersen, sí, es el unicornio de la jet y el show/bussines, un unicornio con
acento albaceteño, y cruza por la ciudad nocturna y de oro, por la selva de los
banqueros, las marquesas, los kuwaitíes y las putas del Opus como el animal
mitológico y shakesperiano que despierta en los prelados y las mises un deseo
inconfesable, inexplicable y dulcemente bestial. Ella ni se entera.
El otro día me hizo una entrevista en una televisión.
—Recuerdos a María.
Siempre me da recuerdos para mi mujer, como hacen los caballeros bien
educados.
—Umbral, ¿tú eres un perverso?
—Sólo soy un pecador ortodoxo. Yo peco por el catecismo, voy cumpliendo los
pecados por orden, según vienen en la lista.
—¿Y no te has inventado ningún pecado nuevo?
—Quizá con tu colaboración, Bibí…
—Umbral, por favor, que estamos en pantalla.
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Bibí es la bestia fascinante y shakesperiana que enamora a Titania. O quizá Bibí
sea Titania enamorada de todas las bestias de oro que populan la noche de primavera
sin sueño. Bibí es una mujer como para Baudelaire. Un hombre como para Oscar
Wilde. En casa dicen que tiene a un hermoso camionero, pero le saca poco.
—Bibí, ¿sabes que eres un unicornio?
—¿Y ezo qués, miarma?
Ha hecho cine, televisión, revista, cabaret. Quiere ser algo, alguien, porque no
sabe que ella es el unicornio. Del Paralelo canalla a los palacios (embargados) de
Madrid.
—Pero nos va usted a decir el sexo de Bibí o qué.
—Señora, los unicornios no tienen sexo.
Bibí es una mujer como para Baudelaire. Un hombre como para Oscar Wilde.
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CONSEJO DE ANCIANOS
Debía ser como el 84. Traigo aquí el documento gráfico no por vanagloria
personal, claro, sino por el Consejo de Ancianos, friso de famosos o retablo de
retablos que reunió el Casino de Madrid, tan alfonsino y cansado, para la
presentación de mis memorias (evidentemente prematuras).
La primera por la izquierda es María Asquerino, primera dama de la escena
española. De la escena y de la cama (ella no lo niega, ahí están sus memorias), hasta
el punto de que algunos nos enorgullecemos de haber sido y ser sólo amigos suyos, o
sea, de que jamás nos haya llevado al río. Y no porque ella no sea adorable, sino por
no figurar en la estadística de un Tenorio femenino, como un dígito.
Aranguren ha asumido involuntariamente la capitanía de la acracia madrileña de
izquierdas con su ojo ciego, su coche loco, su whisky lúcido, su melena calva y su
inmensa y pudorosa humanidad. José María Stampa es el abogado de la jet, pero por
debajo de eso es uno de los primeros juristas de España y un paisano mío de
Valladolid, compañero de aquellos paseos interminables por la calle de Santiago.
Paco Ynduráin, el hombre que más sabe de novela en el mundo, es sencillamente
quien me descubrió con mi primer libro. A él le debo media vida literaria y media de
la otra. Areilza es el político que con más fino y callado deslizamiento se ha pasado
del franquismo burgosalmantino al liberalismo civilizado y los ensayos de
Montaigne. Rafael Borrás creyó siempre en mí, a veces más de lo debido. Paco
Ordóñez es un político en el que yo creí cuando no creía nadie, y la Historia me ha
dado la razón. La Historia es que acostumbra a darme la razón. La Historia me come
en la mano, y no como a los historiadores, que les muerde. Paco es un rilkeano que
hace política internacional grandiosa por ganar un poco de dinero para comprarse
otro libro de Rilke.
Pepín Vidal Beneyto fue, como Trevijano, un astro fijo de la transición, o eso
creíamos, porque luego resultaron todos unos cometas Halley con corbata que se
disiparon en la nada o en sus naranjales mediterráneos, como Pepín. Iban para
ministros de lo que fuera y con quien fuera, pero la Santa Transición fue una especie
de Cruzadas (ahora lo vemos con perspectiva) donde cayeron muchos garcilasos
escalando la muralla del poder.
Paco Rabal (cuántos Pacos entrañables en mi vida de Paco) ha sido personaje de
mis libros y artículos, y no de mis películas porque no hago. Él me llevaba de putas
en los sesenta (en Alazán las putas le confundían con Jorge Mistral, cosa que le
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cabreaba mucho). Él me llevaba de rojos en los setenta (Celaya, Ángel González,
toda la conspiración de cada noche en el Oliver de Marsillach y Jorge Fiestas, una
maricona ilustre que se murió viendo vídeos). Él me llevaba de estrenos en los
ochenta, que es cuando ha hecho sus mejores películas, pues que el actor, como el
vino, necesita años para coger cuerpo y sabor: Vittorio de Sica, Mastroianni y tantos.
Máximo San Juan Arranz, o sea Máximo, fue mi compañero de colegio e infancia en
Valladolid y es, como dice, «Cándido», un genio que se dilapida hacia adentro.
Máximo, sí, es sencillamente genial, humanamente enigmático, genialmente barroco
y sentimentalmente geométrico.
El Consejo de ancianos, friso de famosos o retablo de retablos que reunió el Casino de Madrid, tan alfonsino y
cansado, para la presentación de mis memorias (evidentemente prematuras).
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FORGES
Uno no es partidario de que la crítica de arte tenga que ser artística, sino todo lo
contrario, científica. Uno no es partidario de que la crítica sobre un humorista tenga
que ser humorística, sino todo lo contrario, científica. Lo otro es poner albarda sobre
albarda de plata. Cuando publiqué mi ensayo/biografía sobre Gómez de la Serna,
todos lo encontraron poco ramoniano y me felicitaban poniendo carita de asco. Pero
lo absurdo hubiera sido escribir una biografía de Ramón bordada de greguerías. Eso
ya lo hizo él, y mejor que nadie.
De modo que esta glosa de Forges, que aparece en la foto con una de sus
hermanas, aunque sea la glosa y memoria de un humorista, no va a ser nada
humorística. Forges es el humorista de la transición, cosa muy difícil teniendo en
cuenta que Forges no hace humor político, o sólo muy sutilmente, y la gente pedía
vara, más vara.
Pero no, no es cierto. La gente deseaba libertad, cachondeo, gozada, delirio,
disparate, y todo esto acertó a dárselo Forges, un hombre que viene a medias del
tebeo y del costumbrismo madrileño al día.
Los que dicen que Forges dibuja mal son como los que dicen que Baroja escribe
mal. Lo que pasa, sencillamente, es que él se ha hecho su camino al andar. Vale más
ser malo y gracioso que bueno y aburrido. Aparte leerle en el Informaciones progre
de los setenta, nos conocimos más y mejor en Hermano Lobo, donde era una de las
estrellas. A las reuniones de Hermano Lobo se presentaba siempre con casco de
motorista y bufanda de muchas vueltas, como un marciano gracioso en aquellas
reuniones tan serias de los humoristas, que son la gente más seria del mundo, y hacen
bien, fuera de las horas de trabajo.
Forges vivía en Cadalso de los Vidrios, un pueblo de Madrid, yo creo que sólo
por la belleza del nombre, como Valle-Inclán se fue a México «porque se escribía con
equis».
Forges es el cronista irónico, nunca violento, de toda la transición española y lo
que ha venido después, y entre sus personajes quedará el Blasillo como la metáfora
afortunada y pelona del chico que, desde la España profunda, escribe poemas, lee
todo lo que sale o, sencillamente, sigue la vida nacional por los periódicos, con un
sentido crítico tan obvio como personal.
Viejas aldeanas y redichas, funcionarios abrumados por el tedio, borrachos que
pasan de toda esta mierda, obispos progres que se toman un cubata, monjas modernas
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que fuman y ligan, Franco una y otra vez, en amena resurrección, y por ahí. Ése, éste
es el mundo de Forges, el dibujante que ha acertado a elevar el humorismo a
categoría y la anécdota a cachondeo nacional. Hubo un tiempo en que se podía salvar
toda una cena de matrimonios, la noche del sábado, a base de glosar a Forges.
Ha sido la conciencia irónica y piadosa de todos nosotros, cosa que quedaría cursi
en cualquiera, menos en Forges. Su gracia tiene una lozanía que le viene directamente
de la calle y de «lo tan real, hoy lunes», que dijo el poeta. Más que los políticos, le
interesan el hombre y la mujer de la calle que sufren la política. Por eso todo el
mundo se identifica con él, con sus chistes e historietas.
Yo le recuerdo de los tiempos del casco y la moto. Ahora va en coche (esos
coches invisibles de los ricos) y Forges ya no es un señor, sino una multinacional que
produce para las televisiones y todos los mass/media, que rentabiliza grandes
beneficios a fin de año y que tiene quien le ponga un verde al prado o un colorado al
sol, porque a él ya no le queda tiempo para los colores.
Pero todo esto no ha deshumanizado a Antonio Fraguas, Forges, que sigue siendo
entrañable, ni le ha quitado gracia silvestre a su humor. Son la familia y uno más, el
gran familión de los padres (el padre fue director de Arriba), y ya de pequeños se
dedicaban, en nube, a meter monedas en todas las cerraduras de su calle Alfonso XII,
para que los noctámbulos borrachos no pudieran entrar. Ellos estaban tras la verja del
Retiro, viendo el sainete genial del sereno y el noctámbulo. De modo que Forges ha
tenido el talento de sintetizar la vida en un chiste, como Descartes en una frase, Kant
en un sistema o Leibniz en una mónada.
Las mónadas de Forges andan por todos los quioscos de Madrid.
Forges, el dibujante que ha acertado a elevar el humorismo a categoría y la anécdota a cachondeo nacional.
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Más que los políticos, le interesan el hombre y la mujer de la calle que sufren la política. Por eso todo el mundo se
identifica con él, con sus chistes e historietas.
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BIEN VENIDO, LUIS BERLANGA
Tres son los padres del cachondeo nacional: Luis Berlanga, Fernando Fernán-
Gómez y Camilo José Cela. En principio habría que aclarar el concepto metafísico
del cachondeo, que es más de lo que suena y dice más de lo que dice. Contra Franco
no se podía hacer crítica, censura, denuncia ni alegato, pero se podía hacer
cachondeo. Estos tres maestros ácratas lo vieron así lúcidamente, mejor que los
heterodoxos cabezones, y ahí está Luis Berlanga con su cine crítico, verdugos y
míster Marshall, escopetas nacionales y Opus Dei, haciendo la crónica cachonda y
disolvente del franquismo.
A Luis lo visito mucho en su chalet de Somosaguas. Suele estar en el sótano,
masturbándose cubierto de gloria y fornifollándose o dando por cofa a la muñeca de
plastiqué, bellísima y podrida, que le fabricaron para su Tamaño natural.
—Luis, que te compro la muñeca.
—Umbral, yo soy heredosifilítico y puedo, por tanto, tener todas las
enfermedades, todo lo cojo. O sea que te gano la apuesta.
Y es que habíamos apostado a ver quién se moría antes de los dos. En tardes de
viento y Academia (lo es de Bellas Artes), en noches de desesperación matrimonial,
Luis se baja al sótano, saca la muñeca del cofre, comida como está por el verdín y el
orín del olvido, que también muerden del poliuretano, y se la folla tristemente,
ritualmente, sórdidamente, entre guardarropías de película y monopatines de los
niños.
—Luis, te compro la muñeca.
—Y una mierda.
Bardem se define como un fanfarrón inverso, porque siempre presume de
perdedor, enfermo y cornudo, tres mentiras heráldicas que le gustan mucho.
—A las mujeres no les gusta joder, Paco, desengáñate. Lo sublime es la gayola, la
gallarda, la dulce pera matinal y vaga, la manuela, o sea meneársela.
—¿Y con qué mano, jefe?
—Eso allá cada quien.
Con Rafael Azcona, su guionista, quisieron hacerse los dos monárquicos, pero del
partido del mudo, un mudo que había entre los Borbones, con ambición de reinar.
«¿Es que hay algo más perfecto que un rey mudo?». El día que le hicieron de Bellas
Artes, después de la misa académica, nos fuimos los dos solos a Chicote a
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emborracharnos de whisky del Opus (Chicote ahora es del Opus) y croquetas de
bacalao. De alguna manera había que borrar aquel oprobio de la medalla académica.
Una vez me llamó para que yo fuera su guionista, le dije que no y se cabreó a
modo:
—Mira, Luis, es que si la película sale bien es de Berlanga, y si sale mal es culpa
del guión. De mis libros, en cambio, sólo respondo yo.
Por navidades, la adorable María Jesús y él me traen a la dacha una caja de
naranjas de sus naranjales valencianos. Está, ya digo, en el naipe triple de los tres
grandes maestros del cachondeo nacional, que era una tercera vía para burlar al César
Visionario. De ellos aprendió uno a escribir en cachondo. Le hice un libro para sus
colecciones porno, porque me lo pidió, y me ha dado eruditas lecciones de
fetichismo:
—Mira, Umbral, sólo es fetiche erótico la prenda que ha ido en contacto directo
con la piel de la mujer.
—¿Y qué es el sexo, maestro?
—El sexo es mocos y baba.
Por eso prefiere la muñeca de poliuretano y ojos de cristal artificial, con mirada
de párpados cambiantes, que no te pregunta después del coito cómo van las cosas con
tu mujer o cómo va el problema palestino.
Ahora cultiva una cabeza rococó y plata de romano feo, y se está dejando una
barba de académico que pronto se le va a poner amarilla de comerse coños. No hay
nada que más amarillee la barba que los jugos vaginales de una señorita, aunque sea
de plástico. Las señoritas es que parecen de nicotina, leche. Cuando remite su
actividad como creador, le están saliendo discípulos y plagiarios por todas partes, el
más ilustre de todos García Sánchez. Lanzó al estrellato, como Fellini, seres que eran
sencillamente monstruosos, así Luis Escobar, homosexual y artrósico. Primero elige
el monstruo, en la vida misma, y luego le da un papel. Una vez fuimos jurados de un
premio de arquitectura en Benidorm y decidimos, llenos de buena voluntad, premiar
lo más cutre, hortera e impracticable, contra la mesura de los arquitectos catalanes,
que no nos entendían, claro. Cada vez le visito menos en su dacha de Somosaguas,
porque siempre está en Cannes recibiendo un premio o en el sótano, haciéndole
familia numerosa a la muñeca insigne de Tamaño natural.
—Paco, tu discurso del premio Cavia es el manifiesto ácrata más hermoso y
decidido que yo he oído jamás en España.
Y esto me lo decía en El Pardo, en tertulia con Gorbachov. A Gorbachov costó un
poco explicárselo, o sea que nuestra acracia, en fin, iba muy por delante de su
burguesa perestroika.
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Ahora Berlanga cultiva una cabeza rococó y plata de romano feo, y se está dejando una barba de académico que
pronto se le va a poner amarilla de comerse coños.
Bardem le define como un fanfarrón inverso, porque siempre presume de perdedor, enfermo y cornudo, tres
mentiras heráldicas que le gustan mucho. (En la foto, A. López Salinas y J. A. Bardem).
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Con Rafael Azcona, su guionista, quisieron hacerse los dos monárquicos, pero del partido del mudo, un mudo que
había entre los Borbones, con ambición de reinar. «¿Es que hay algo más perfecto que un rey mudo?».
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LA DERECHONA
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todo. Su presencia de rojo elegante en esta fiesta de la derechona justifica la mía, o a
la viceversa.
El señor siguiente no sé quién es. Manuel Vicent, judío fenicio, inteligencia de
ojos claros, hermano en tantas cosas, me ha heredado algunas novias y algunas
tribunas periodísticas y literarias. Tiene el don levantino de la estampa, la fina lámina
literaria. Es una especie de Azorín cabreado. Un gran escritor. Mingote, entrañable y
genial, una especie de Picasso municipal, es uno de los dos grandes secretos del éxito
del ABC: el otro es la grapa.
Finalmente, Rafael de Penagos, hijo del gran pintor y dibujante, es gran actor que
por natural modestia se quedó en doblador, es fino poeta y un sabio de la literatura, su
gran pasión. Playboy antiguo, a la manera de los señoritos perdis que pintaba su
padre (pero sin monóculo), ha sido el amor de tonadilleras famosas y hoy se mueve
entre el whisky, la melancolía de su mujer muerta, Chelo, a la que hizo un bello libro,
la vida literaria, el trabajo en los estudios y la vida social, que es muy fino. Como era
inevitable, ha acabado teniendo un mayordomo.
Esta foto es así como el Pombo de Solana, el Pombo de la derechona de los
ochenta. De una derechona literaria, liberal y elegantemente pasé. Incluso blasé.
Esta foto es así como el «Pombo» de Solana, el «Pombo» de la derechona de los ochenta. De una derechona
literaria, liberal y elegantemente pasé. Incluso blasé.
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LA DOLCE VITA
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—Las tías, Paco, se creen que el pene es como un brazo o una pierna, que se
mueve a voluntad. Ignoran toda la teoría psicológica, psicosomática, cerebral y neuro,
toda las poleas y roldanas psíquicas que hacen falta para levantar el miembro.
—O sea que pegas muchos gatillazos.
—Como todo el mundo.
—También tienes razón, y que nos vamos haciendo mayores, Tola.
Una tarde de domingo, llena de toda la siniestrez dominical, nos fuimos a su
apartamento con dos choricillas del Gijón y, como no se dejaban, Tola les pegó, las
insultó, las echó de casa, y yo le ayudé en todo.
Al día siguiente volvíamos a nuestras amadas e imposibles musas de la tele,
Mercedes, Isabel, ay. La dolche vita no es una época ni una película. La dolche vita
es una edad.
Y a nosotros ya se nos ha pasado la nuestra, Tola, amor.
Nuestra dolche vita hortera se fraguó al filo de los setenta y los ochenta, cuando ya estábamos medio situados,
Franco iba dejando de molestar y las jais parecían que iban empezando a darse así como un poco mejor.
Mercedes es lista, noble, inteligente, catalana, pero se ha vendido bien como hembra y como periodista, y se le
nota. Estas feministas progres son así: hacen feminismo por fuera mientras se lo montan por dentro.
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Isabel Tenaille se casó con un particular, cría perros y niños, hace poca televisión y veo, día a día, con pesar, cómo
se va embarneciendo de domesticidad y vulgaridad.
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Y TIERNO GALVÁN ASCENDIÓ A LOS CIELOS
Enrique Tierno ha sido tan maestro mío que hasta escribí un libro sobre él (Seix-
Barral) que ha alcanzado varias ediciones. El día era para la política y la literatura,
pero la noche era nuestra:
—Esto no lo veo claro, Tierno.
(Siempre le llamé Tierno y de usted; lo del «viejo profesor» era una cosa
amanerada que se había inventado y difundido él mismo.)
—Tranquilo, Umbral, que Dios nunca abandona a los buenos marxistas.
En la foto está presentando mi libro Teoría de Madrid, y al lado oficial el gran
poeta José Hierro. Por Hierro tengo una pasión poética y adolescente nunca
correspondida. La escolta de Tierno cantaba el Cara al sol para desconcertar a
Encarnita, la mujer del alcalde, aunque con los policías nunca se sabe. Cenábamos en
el solitario restaurante del Parque del Oeste, en invierno, con Carmen Diez de Rivera.
El restaurante era como un barco varado en los mares de diciembre. «Usted lee y cita
mucho a D’Ors, Umbral; debajo de la tersura de D’Ors hay algo arrugado; no se fíe».
Me pidió hacer el pregón de los sanisidros desde el balcón consistorial y luego
incentivó a los pasotas de la movida a colocarse: «¿Estáis todos colocados, bien
colocados?». Era el padre anarcomarxista de la movida madrileña, del porro, la
litrona y la acracia. Sólo él, y no Felipe González, sacó la libertad a la calle, después
de medio siglo. Me llamó el día de su muerte y fui urgente. Estaba en la clínica,
levantado y leyendo. (Me llevó en su seiscientos Paola Dominguín.) Tierno leía a
Pedro Mata, un porno de los veinte. Había pasado incluso por el marxismo
mecanicista, pero era ya un dandy cínico que diseñó su propio entierro. Moría de
madrugada.
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Era el padre anarcomarxista de la movida madrileña, del porro, la litrona y la acracia. Sólo él, y no Felipe
González, sacó la libertad a la calle, después de medio siglo.
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UNOS AMORES DE PROUST
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con uñas rotas de viejo a la ilusión de unas horas. Luego, cuando me dijo que tenía
novia y se fue a verla en la moto (en la manera de manejar la moto era ya chico total),
se desvaneció el hechizo. Estuvimos en la tumba de Viola poniéndole flores y versos.
No creo que Jacobo sea ni siquiera homosexual. Estaba, sencillamente, en la gloriosa
indefinición de los diecisiete años. Y mi fantasía de verano empezó a cristalizar en
torno a él/ella, como en Stendhal.
Luego le he visto alguna vez por Madrid, ya atrozmente hombre, y me ha dado
entre risa y vergüenza aquella tarde escurialense, «con su salubridad melancólica»
(Felipe II), en que por un rato amé a un efebo, con el corazón enfermo de
indecisión… Mi Tazio, afortunadamente, se fue en seguida en una moto.
Jacobo (a mi izquierda) fue para mí, durante unas horas mágicas y borrachas, el Tazio de Thomas Mann en una
Venecia alpina con canales de cielo rojo.
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SISITA MILANS DEL BOSCH
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Remito al lector a la foto. Nos la hicimos en el Ritz de Madrid, suite especial de
Hassan II cuando viene a España, yo de esmoquin y paraguas, las pasadas navidades,
ella de Felipe II femenino, con un modelo francés que reúne todos los matices del
negro, como diría Beatriz Pottecher. Sisita (Sisita para el siglo, su nombre real nadie
lo sabe) me hizo una foto con la maquinita de mierda que tiene en la mano, yo le
moldeé el peinado, sobre un bloque previo de Michel de Jacques Dessange, que se
cabreó mucho cuando mis manos de escultor rectificaron su obra. A los franceses
conviene humillarles un poco siempre que se pueda y sin pasarse.
—Vengo de Nueva York, Paco. La suciedad de Nueva York son los restos de una
sociedad opulenta. La suciedad de Madrid es miseria.
—Te diré, amor, que en Valle-Inclán ya sale un Milans decimonónico en las
conspiraciones reaccionarias. Es nuestra miseria.
Es un cruce de chica de Kiraz y niña de Serrano. Una señora bien que hace frases como de un Oscar Wilde
inocente y sin veneno.
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LA EX MOVIDA MADRILEÑA
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hizo una ciudad imaginativa y unánime, cuando el pasota y el fumado se molturaban
con el intelectual y la marquesa de izquierdas.
Iba tan lejos su invento que en la Moncloa ya le miraban con recelo y Felipe se
inquietaba con el alcaldillo, pero Felipe ha nacido para Felipe y su gran
deuteragonista, el presidente natural de la Tercera República Española (coronada), se
nos murió por donde más pecado había, cáncer de estómago, que he cenado mucho
con él y, sin prisa y sin pausa, con buen apetito goethiano, se comía la lubina, el
besugo, el cerdo asado, el buey frito, las natillas, el arroz con leche y el flambeado
mínimo dos, más el anís Machaquito que buscábamos luego por los tabernones de
Santa Engracia, amenes de Madrid y viaje al fin de la noche, pero sin el fascista de
Celine. Susana se ha agostado de olvido, como las flores de té, los tres escritores
andamos a lo que podemos, Tierno es ya Historia de España y sólo me queda la
memoria leve, tierna y erótica de aquel seno de la artista, que se asomaba como un
conejillo curioso y blanquísimo al espectáculo sucio y eterno de Madrid.
Aquí estamos, en la foto, Luis Carandell y yo, cronistas oficiales u oficiosos de la movida, glosando los carnavales
del ochenta y seis, entre Susana Estrada y el Gran Wyoming.
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FERNÁNDEZ ORDÓÑEZ
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localizable, y la gente no tiene más que empujar la puerta de casa, aparecen
continuamente matrimonios nuevos, parejas, gente separada o vuelta a casar, que
llegan a decirme que me deben su felicidad. Aquí en Madrid me invitan a muchas
bodas nacidas de esa ley (el que se separa, casi siempre vuelve a casarse), pero,
naturalmente, no me es posible ir. Ya te digo que es una suerte, y una casualidad,
haber hecho algo concreto que la gente le agradece a uno por la calle, porque eso no
le suele pasar al político.
—¿Qué incidencia sexual ha tenido, vista ya hoy, tu ley de divorcio?
Paco está de domingo progre, con camisa de cuadros, rebequita Pierre Cardin,
pantalón de pana y botas de fieltro, que se le han empapado esperándonos.
—Poca incidencia sexual. Yo diría que la gente que utiliza el divorcio legal, lo
hace por motivos económicos. Los problemas sexuales, el español acostumbra a
resolverlos en privado, como sabes, desde los tiempos de La Celestina. Se separan los
que ya estaban prácticamente separados. Ahora, los problemas que se crean son los
del incumplimiento de sentencia, o sea, que muchos maridos no pagan o se cansan de
pagar.
—Tu gran batalla fue con la Iglesia. ¿Tu Ley sigue luchando con la Iglesia?
—La Iglesia se oponía, sobre todo, al divorcio de mutuo acuerdo, que parece lo
más natural y obvio, lo más fácil de resolver. Pero eso supone, claro, que se trata de
un lazo humano, voluntario, en todos los sentidos: eso desacraliza el sacramento.
Ellos preferían encontrar siempre un culpable. Así, en La Rota se puede alegar no
consumación del matrimonio, aunque ese matrimonio tenga ya cinco hijos. Siempre
hay alguna fórmula legal para resolverlo. Lo que pasa es que es caro. La Iglesia, en
fin, no admite la disolución del vínculo, sino su anulación por no realizado el
sacramento en algún sentido. Esto es una argucia como cualquier otra. Carmen
Sevilla lo ha dicho hace poco: «Yo no me divorcio, que soy católica: yo me anulo».
Los católicos españoles, hoy, siguen exigiendo a la Iglesia que les diga la mentira.
Con un divorcio civil no se quedan tranquilos. Y luego hay una especie numerosa de
falsos católicos que, después de haberse casado en un juzgado, encuentran que eso es
frío y feo, y se casan por la Iglesia, de blanco y de gala, sólo por el órgano y las
flores. Es más fácil cambiar las leyes que las mentalidades y las inercias. José Luis
Sampedro me ha contado que, ante el desfase, trasantaño, entre la realidad y la Ley
de Aduanas, salió un decreto diciendo que había que adecuar la realidad a la Ley de
Aduanas. Los españoles nos hemos pasado la vida tratando de adecuar la realidad a la
Ley de Aduanas, o a cualquier otra ley, en vez de hacerlo a la inversa, y esto me
parece curiosamente hegeliano: la realidad tiene que coincidir con mi pensamiento.
—¿Los cuerpos jurídicos colaboran en el cumplimiento de tu ley de divorcio?
—Me parece que lo están haciendo muy bien, aunque, al principio, hubo algún
juez, creo, que se divertía apilando expedientes de divorcio en su mesa, sin
tramitarlos, hasta que le tapaban.
—¿Ha terminado con el divorcio y la Ley Fiscal tu carrera política?
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—Pienso que sí. Dionisio Ridruejo decía que la política es una tarea penúltima, y
yo estoy ya en las tareas últimas, en los problemas fundamentales, en la herencia de
Unamuno y Ortega, en el lirismo de Juan Ramón. Guillén, tu amigo, me dijo poco
antes de morir una cosa muy generosa: «Dios nació dos veces, una en Belén y otra en
Moguer». Cuando yo ejercía mi carrera en Huelva, de muy joven, me metía en el
mundo de Juan Ramón, en su casa, que no era aún el museo frío que es ahora, y ante
aquellos descubrimientos asombrosos decidí que no se podía seguir haciendo poemas.
Mira qué edición de El zaratán, que me regaló mi hermano José, con el que tengo
una relación mucho más que de hermano.
Y releemos juntos El zaratán, con hermosas ilustraciones de Gregorio Prieto,
quizá la prosa más impresionante del inmenso JRJ, de quien se han olvidado, por
cierto, en ese ridículo ranking de escritores que acaba de hacerse, y que es como el
Mercado Común de los muertos. Luego, Paco me trae libros de Merleau-Ponty, de
Octavio Paz, de Cernuda.
—Tú eres un escritor frustrado, Paco.
—Claro, Umbral, y te admiro a ti en el sentido de que eres uno de los pocos
escritores puros que hay en España, y digo puro en el sentido de que seguramente no
habrías podido ni querido hacer otra cosa en la vida que escribir. Quienes optamos,
primero, por una carrera segura, hemos frustrado un poco nuestra vida. Mi verdadera
y primera profesión es la literatura, Umbral: la economía, la política, la hacienda,
todo eso lo hago en ratos perdidos. Rompí los poemas, rompí las prosas, lo rompí
todo.
—Pero tú sigues escribiendo, Paco, se te nota.
—Sí, a veces, después de pasearme por ahí por lo verde, con Iván, el perro,
vuelvo a casa y me pongo a escribir cosas que se me ocurren.
En la tarde primaveral y agalernada, en el hogar socialdemócrata de los
Fernández Ordóñez, con una vodka de hipermercado en las manos, entre perros
viejos como osos cantabroastures y ministerios de Hacienda pintados por Amalia
Avia, me propongo hostigar un poco la herida secreta y bien llevada de este hombre
inteligente, culto, correcto, medido, cordial, bueno y conversador. Hay que hacer
víctimas cuando se escribe.
—Tú, tan socialdemócrata de alma, tan equilibrado, tú vives un profundo
desgarro, Paco.
—Sí, vivo el desgarro de no haber sido el escritor que quería ser, pero me purgo
de eso mediante los números, me voy al banco y allí me salvo en las realidades
concretas y objetivas que me reclaman. Por otra parte, pienso que la vida nos lleva, a
veces, a donde no queríamos ir.
—¿Qué clase de versos hacías tú, Paco?
—Bueno, estuve muy influido por Juan Ramón y por Machado. Sí, ya sé que a
Machado nos lo han estropeado los machadianos. Juan Ramón era un poeta inmenso.
Pero, hoy, para tener una conversación tranquila, preferiría a don Antonio. Me parece
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más humano. En cuanto a otros poetas, mi decepción fue visitar Alejandría y
comprobar que nos habían mentido tanto Kavafis como Lawrence Durrell. Allí no
hay nada de eso.
—Tus maestros políticos.
—No sé si te lo he dicho ya. Tuve una época en que me arrebató Unamuno. Pero
fue una cosa pasajera. Ha sido perdurable, en mí, la presencia de Ortega. Azaña es,
efectivamente, quizá el hombre de pensamiento político que ha conseguido más
vigencia a lo largo del siglo. Lo he leído mucho, pero no es exactamente mi maestro.
El día que aparecía en el ministerio el retrato de Prieto, que lo tenían escondido y lo
sacaron como para halagarme, volví a plantearme el problema de cómo un taquígrafo
periodista llegó donde llegó. Me parece, en general, que el mundo se ha quedado sin
grandes cabezas políticas, y que algo está muriendo en algún sitio.
—¿Qué es la socialdemocracia?
—Obviamente, un pacto entre el capital y el trabajo.
—¿Tú sigues siendo un socialdemócrata?
—Supongo que sí, aunque todo esto se ha movido mucho y hoy Europa hace
pragmatismo, hace lo que puede. Me parece que en España estamos disputando
todavía problemas que el mundo ya ha resuelto. El debate está en otra parte. Creo, en
general, que el humo de la bomba de neutrones puede ser, casi, el humo de la pipa de
la paz. La brutalidad es tan brutalidad que dudo de que sobrevenga. A Europa le
espera más paro, eso sí, y España tiene que entrar en el Mercado Común, porque no
hay otra opción y la soledad es espantosa. Ni tú ni yo lo veremos, pero la sociedad va
a cambiar, la tecnología va a modificar las estructuras sociales. Los japoneses están
fabricando ya los guantes de béisbol norteamericanos. Y los coches los hacen en
mitad de tiempo que los occidentales. Las diversas piezas de un mismo coche se
hacen hoy en distintos países. El milenio, o lo que sea, va a cambiar el mundo.
—¿No crees que la tecnología va a realizar un socialismo irónico y clandestino,
sin quererlo, igualándolo todo un poco o un mucho?
—Sin duda. El riesgo de todo esto es la cantidad de Estado que podamos soportar.
—Es que la tecnología, Paco, nace de manera natural en manos del Estado. ¿No
crees, Paco, que somos un fin de raza, un fin-de-siglo, en efecto, y que si algo está
muriendo en el mundo, como decías antes, somos precisamente nosotros? ¿No vives
o sufres la crisis de los cincuenta años?
—Sí, y ya te digo que me curo con los números. Sueño, a veces, con una gran
reforma de la Administración, eso que en el mundo han hecho ya todos los países.
Vuelve la tentación política, vuelve la tentación de actuar. Es interesante seguir,
en la tarde circunspecta de lluvia, el pez difícil de coger del pesimismo de este
hombre selecto, que se evade siempre en las aguas de lo práctico, de lo hacedero, que
quizá no se consiente a sí mismo el dolorido sentir, aunque tenga a sus pies un perro,
Iván, que ya sólo quiere, más o menos, ladrarle un poco a la muerte, por guardar las
formas de perro, para luego morir tranquilo.
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—Tú acabarás, Paco, escribiendo un gran ensayo técnico/literario sobre todo esto
que estamos hablando, y en ese libro se resolverá el desgarramiento de los varios
hombres que eres.
—Mira.
Se levanta y me muestra, desde el despacho, una pila de carpetas:
—Son notas para ese libro que dices. Lo has adivinado.
—Paco, vivimos juntos la aventura de las cartas de amor de Pablo Neruda, y no
nos salió mal. ¿En qué aventura cultural estás metido ahora?
—Voy a inaugurar en el Banco una exposición sobre Luis Fernández, ya sabes, el
gran pintor español perdido en París. Yo descubrí que, para los franceses, era tan
importante como Picasso, Gris y Dalí, entre los pintores españoles. Un día era yo el
único visitante de una exposición suya, y él estaba allí. Esto siempre es un poco
violento. Se me acercó, me habló en francés, yo le contesté en español, me invitó a
tomar un café en la calle y así le conocí.
Le cuento a Paco que yo conocí a Luis Fernández en mi primer viaje a París, en
los sesenta (era cuando íbamos todos), aunque nunca le vi personalmente. Murió en
Francia, solitario, nunca ganó dinero con la pintura y fue un asceta de la línea, un
místico de las cosas, en una ascendencia/descendencia española que podría llevarnos
muy lejos. Lo que tiene Paco Ordóñez es que es varios Pacos, y todos oportunos e
idóneos para lo que pudiera encargárseles. Yo creo que no ha realizado su vocación
central, la literatura, porque vive simultáneamente otras varias vocaciones
concéntricas. Ha sido ministro de varias cosas y podría ser un gran ministro de
Cultura con cualquier gobierno suficientemente a la izquierda de la derecha. Ha
hecho del Banco Exterior una teoría de embajadas monetarias y culturales de España
en el mundo. Y ha hecho de la sede de Madrid un museo girante por el que han
pasado Sempere, los abstractos líricos, las cartas de Neruda y, ahora, Luis Fernández,
el más callado y valioso de los criptopintores españoles en París.
—Un día, Umbral, se lo dije a los del banco: «El banco son ustedes, el banco no
soy yo, porque yo me iré cualquier día o me echarán. No me identifiquen con el
banco, con la empresa, con el poder. Yo estoy de paso. El banco, repito, son ustedes».
La noche tarda en llegar a Puerta de Hierro, que está a poniente. El chalet de dos
plantas es un grato laberinto amenizado por las pinturas de Mari Paz (unos tulipanes
como peinados después del paso loco de Van Gogh). El viejo perro no renuncia a
bajar y subir las escaleras, para despedirnos. Su larga vida le ha acostumbrado a
quedar bien, aunque se encuentre mal. «A veces se pasa días enteros tumbado en el
baño».
Llueve la misma lluvia de la tarde, como una función monótona que no terminase
nunca. Se va uno pensando que, efectivamente, hay hombres equilibrados, como
Fernández Ordóñez, y que son los mejores amigos que pueda encontrar un
desequilibrado como yo (o sustentado en el arte de hacer equilibrios, que vienen a ser
todo lo contrario). Pero quizá no son los mejores entrevistados. No les entra uno en la
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llaga porque no la tienen. Paco Ordóñez, que admira sin límites a Juan Ramón, vive
bajo una foto de Machado. Pone el país patas arriba con el divorcio y el suyo es un
matrimonio ejemplar de toda la vida. Hace exposiciones en el banco y cita a Rilke en
los discursos políticos. Va salvándose de una cosa en otras. Tiene, pues, toda la
habilidad/labilidad de vivir, huyendo de no sé qué Yo por reunir todos sus yoes. Iván,
el anciano pastor alemán negro, de pelo largo, me ladra amistosamente su despedida.
Le acaricio por última vez. (Pero espero que no sea por última vez.)
Lo que tiene Paco Ordóñez es que es varios Pacos, y todos oportunos e idóneos para lo que pudiera encargárseles.
(Dibujo de Verdes).
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«A Machado nos lo han estropeado los machadianos». (En la foto, A. Guerra junto a un busto de A. Machado).
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FERNÁN-GÓMEZ
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Intelectual, autor, director, uno de los primeros actores de Europa (que no se ha
preocupado de serlo, como Fernando Rey, porque su mundo es Madrid y le basta), he
presentado novelas suyas y él me ha condecorado con su amistad. Una vez se le fue
Emma:
—Aquí lo jodido, Paco, es que no hay lenguaje para el cornudo. Sólo recito letras
de tango. El castellano no ha creado una expresión digna para expresar los cuernos. Y
otra cosa: a mí las mujeres se me han ido siempre, porque las mujeres siempre se van,
eso lo sabes tú como yo. Pero lo que no entiendo es que siempre se me van con
señores muy raros: bajitos, calvos, feos, negros, chinoides, chepuditos. Si se me
fueran con un Robert Redford lo entendería.
—Las mujeres es que son muy suyas, Fernando.
—Y que lo digas, hijo.
El día que le dieron nueve Goyas (el Oscar del cine español), se quedó en casa y
en la cama. Emma seguía el evento por un transistor:
—Fernando, que te han dado el quinto. De interpretación.
—Bueno, déjame dormir.
Y se daba una vuelta en el lecho.
—Fernando, que ya llevas seis: ahora el de montaje.
—Vale. Hasta mañana.
—Fernando, que te han dado el noveno: de dirección.
—Mañana me lo cuentas, amor.
Otra vuelta en la cama y seguía durmiendo.
Fernando, con su cine, su teatro, su prosa, sus firmas pro/Grimau y su vida ha protagonizado una oposición
tranquila a cualquier forma de alienación.
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TRÍO DE LOCAS
Cuqui Fierro, Sara Montiel y la loca particular de las grandes veladas. El pelo de
nido, el nido platino para la cabeza a pájaros, es recurso o afeite muy usado por las
grandes de la jet para aparentar centímetros y dignidad. Cuqui Fierro se peina
siempre así, mientras Alfonso Fierro recuerda, entre whisky y whisky prohibidos,
aquellas modelos (entonces decíamos maniquíes) del franquismo, que se beneficiaban
entre Alfonso Sánchez y él.
—Alfonso, el hombre, como era sordo y bajito, siempre le tocaba la peor.
Alfonso Sánchez fue el mejor cronniqueur español que hayamos tenido jamás.
Una tarde fui a buscarle a Informaciones, como otras, para irnos a un estreno.
—Espera un momento, Umbral, que estoy terminando la columna.
—¿Y de qué va hoy la columna, Alfonso?
—Estoy deseando terminarla para saberlo.
La marta cibelina, el mutón blanco y el castellano cordero abulense que cría
Adolfo Suárez en el destierro, como un rey godo, austero y soberbio, dan para
confeccionar muy curiosos y hasta elegantes abrigos de los que tiene colección la
Antonia, o sea Antoñísima, de la que ya se ha hablado en el libro, o se hablará,
digamos Sara Montiel. Cuando la Antonia se pone la diadema de oro catalán de Pepe
Tous (un mallorquín no da para más), y el visonazo blanco y apócrifo, entonces es
que el fiestón va en serio, lleno de bebezones y modelazos. Y cuando se produce la
conjunción de astros Cuqui/Sara, nos sentimos todos ascendidos a los cielos, en un
coro de generales y putas vírgenes con recomendación de Alfonso Fierro.
Las modelos, antes, puteaban un poco, tampoco demasiado, para ir defendiéndose
(vivir es defenderse, dijo el lúcido fascista). Las modelos, antañazo (felices sesenta)
se llamaban Belén y cosas así de evangélicas, pero cobraban lo mismo. Hoy se han
hecho todas de ugeté, rama textil, piden sus derechos y no se las beneficia,
amachambra o fornifolla ni un eurodiputado. Uno respeta y admira esta conciencia
histórica de la modelo, pero recuerda con reúma en el alma a chicas como Belén, de
Pedro Rodríguez, que te daban su biografía acatarrada por una cena en el Ritz.
Tiempos, tiempos.
Cuqui Fierro lleva un currículum intenso de peluquerías y marbellas. Sara
Montiel lleva una biobibliografía complicada de éxitos y fiestas. Cuando la Dama de
Elche y la Dama de Baza de nuestra jet se llaman por teléfono de piedra, muy de
mañana, para acudir juntas a una fiesta, puede decirse que ha renacido la belle
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époque, el viejo régimen, el señor Daguerre, la taifa infame de los reporteros gráficos
y el Madrid de Fernanflor. Una gozada. Como Luis Escobar voló al cielo de las locas
con alma de Soutullo y Vert, cualquier loca presentable acompaña a estas damas de
antaño, qué se fizieron los inventos e invenciones que trujeron.
Las dos debieran bajar bandera y retirarse a su living a ver seriales, pero ahí las
tienen, «robustas y engañadas», como la juventud de Quevedo, poniendo arqueología
y clase en un Madrid infartado de autobiografía. Cuqui está deseando volver a casa
para quitarse el pelucón. Sara, para quitarse el visonazo de perro matado a cantazos
en un solar. Ambas se creen la Dama de Elche de nuestra jet. A nuestra jet le da igual.
Cuando se produce la conjunción de astros Cuqui/Sara, nos sentimos todos ascendidos a los cielos, en un coro de
generales y putas vírgenes con recomendación de Alfonso Fierro.
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DE DONDE SON LOS CANTANTES
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maquillado de Madrid, que se murió a tiempo cuando vio venir la taifa destrozona de
los travestís:
—Si hasta la horda se va a dar Elizabeth Arden, yo prefiero no verlo.
La leucemia es muy cautelosa y aristocrática enfermedad. De leucemia sólo se
mueren los reyes sin corona y los cantantes románticos. José Carreras, rey niño y
cantante chopiniano, gasta médula de confección americana y voz pálida y genial de
sobreviviente: el que se murió fue el otro, aunque no había otro. Las adolescentes del
último piso del teatro Real se enamoran de José Carreras, que siempre sale a cantar
dejando en el camerino a la muerte, como una puta vieja e impresentable. Las reinas
maduras de la Europa monárquica y las viejas millonarias del ecus se enamoran de
Plácido Domingo, que es mucho más ordinario, un tipo basto que cuando está don
Juan Carlos en el teatro canta sólo para él, volviéndonos la espalda a los
espectadores. Hasta le cantó una noche Cumpleaños feliz, en el Auditorio Nacional.
Con esa voz no necesitaba ser tan pelota, pero cada uno se lo monta en esta vida
como puede, y Plácido Domingo, ese panadero con alma de Caruso, pierde mucho en
el trato. El Rapa, ya digo, es otra cosa.
El Rapa, Raphael, se ha puesto en la foto mi bufanda roja, que ya no uso (me he
pasado al blanco, más socialdemócrata), y tiene una voz de terciopelo macho que
jamás tendrá Julito Iglesias, ese Sinatra de Pinochet. Raphael tenía un estudio secreto,
de soltero, con muchos cuadros de Tino Grandío y fotos con la Generalísima. A la
puerta de su casa siempre había un grupo de fans (pagadas). Ahora vive en Miami,
con Natalia y los niños, porque es un insumiso fiscal, un patriota de aquel paraíso de
los impuestos. Aquí al lado de mi dacha tiene un chalet como el de Bush, más
cuadros de Grandío y todo decorado en blanco. Un día se le paró un riñón y empezó a
adelgazar, pero le ha venido bien para el escenario, que se estaba poniendo gorda. Yo
le admiro como artista y le quiero como amigo. Sus discos llevan mi prosa. Ahí los
tienen a los cuatro, triste lote de genios celulíticos, cancerados de gloria, pálidos de
quirófano y malfamados de pluma. Es el saldo melancólico de la fama, son los
juguetes rotos que han puesto música a la letra democristiana de nuestra vida, arriba
España.
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Ahí los tienes a los cuatro, triste lote de genios celulíticos, cancerados de gloria, pálidos de quirófano y
malfamados de pluma.
A mí doña Lola me grita de acera a acera de la Castellana, en la noche: «¡Umbrá, Umbrá, joputa, constipaíllo, que
te vi arrancá loj huevo si escribe tú más de mí!».
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Las adolescentes del último piso del Teatro Real se enamoran de José Carreras, que siempre sale a cantar dejando
en el camerino a la muerte, como una puta vieja e impresentable.
«El Rapa», Raphael, tiene una voz de terciopelo macho que jamás tendrá Julito Iglesias, ese Sinatra de Pinochet.
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DON FABIOLO
Aparece de tarde en tarde por los viejos cafés de Madrid, trayéndose Marbella en
la solapa, y nos tomamos unos whiskies por echarle gasolina al marcapasos, que dice
que se le para. El corazón no le preocupa, lo que le preocupa es el marcapasos.
—Hasta este verano en Marbella, Paco.
Y se va en un seiscientos con chófer galoneado.
Cuando su hermana salió proclamada reina de los belgas, le robó el diario íntimo
y quería subastarlo. Luego puso un piano/bar en la avenida de América e hizo teatro
de Emilio Romero. En la escena más dramática, se dirigía a un espectador y le
preguntaba la hora. Luego seguía la función.
Es un caballerazo de Pantoja pintado por Anglada Camarasa. El pelo negro se lo
tiñe con líquidos extranjeros, la barba se la peina con peine de oro, el monóculo lo
tiene hipotecado y el bigote ya no se le pone tan tieso como dicen que se le ponía. Es
como la encarnación del viejo caballero español, y se le veía ya pasar por el Blanco y
Negro de 1901, ilustrado por Méndez Bringas. Cuando te lo encuentras en la
madrugada, con ese cruce de dandy y macarra que es el señorito madrileño, lo mismo
puede regalarte una puta desnuda que pedirte quinientas pesetas para un taxi.
Ha realizado mejor que nadie el modelo del señorito madriles cruzado de hidalgo
golfo que vive de sus deudas y empeña todas las semanas el clavel del ojal, en el
Monte de Piedad, para ir comiendo.
—¿A dónde va tan temprano, don Fabiolo?
Ha realizado mejor que nadie el modelo de señorito madriles cruzado de hidalgo
golfo que vive de sus deudas y empeña todas las semanas el clavel del ojal, en el
Monte de Piedad, para ir comiendo.
—A empeñar el clavel, joven, para mandar huríes a los jeques.
A los jeques del petróleo les da conversación, les organiza fiestas y les ha
convencido de que Marbella es el paraíso de Alá donde Mahoma no ha podido venir
esta noche, hombre, que está en la guerra santa, pero no falla nunca a las fiestas de
Cuqui Fierro y Pirita Ridruejo.
A los jeques les da té y simpatía y ellos le dan petróleo y comisiones. Se ha
erigido en cónsul general de Marbella para los emiratos árabes, y ellos le reciben en
sus altos castillos, esos que se han hecho lejos del mar, herméticos y con rayo láser.
Don Jaime les toca el piano y les emborracha con cócteles de coñac malo, agua del
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Carmen y bicarbonato de Torres Muñoz. Luego les da una tarjeta para el doctor
Barraquer, en Barcelona, para que les mire el tracoma. Una noche me lo dijo:
—Llevo el monóculo, Paco, para proteger el ojo del tracoma de estos guarros.
El buscatalentos Quique Herreros, maestro del show-bussines, le promocionó una
temporada. Luego ya ha empezado a andar solo por la vida, con un bastón que a
veces lleva dentro una espada y a veces una flauta.
—Con esta espada he limpiado el honor de nuestras amigas más putas y
aristocráticas, Umbral.
—Y encima no se lo agradecen, don Jaime.
A mitad de la fiesta se le suele parar el marcapasos, pero él sigue tocando. «No es
nada, ahora funciono un rato con el corazón. El marcapasos lo llevo a la ferretería
mañana». Lámina de dandy macho y madrileño, se huele continuamente las yemas de
los dedos, que conservan la flor inconfesable de un sexo, un durazno o un dólar
prestado. Porque de pasta anda tieso. A veces, sufre un desprendimiento de
movimiento.
Ha realizado mejor que nadie el modelo de señorito madriles cruzado de hidalgo golfo que vive de sus deudas y
empeña todas las semanas el clavel del ojal, en el Monte de Piedad, para ir comiendo.
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Cuando su hermana salió proclamada reina de los belgas, le robó el diario íntimo y quería subastarlo.
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IV. Los fastuosos noventa
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CENA DE MATRIMONIOS
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(Se suponía que estas cenas de matrimonios eran para oír la voz del pueblo, la
calle y sus representantes más conocidos.) Al presidente no hay que dejarle hablar,
porque si le dejas te convence. Y lo mismo puede convencerte de todo lo contrario. O
sea que es un gran dialéctico. Uno cree que lo que a F.G. le ha perdido/ganado, le ha
llevado a donde está y le llevará más lejos y más alto, pero distanciándole de
Suresnes, no es la OTAN ni Estados Unidos ni la Banca ni Guerra ni su buena amiga
la hija de Álvaro de Laiglesia. Lo que a F.G. le arrastra es su propia dialéctica, su
facilidad, su oratoria, su comunicabilidad, esa profunda y conmovida sinceridad con
que miente, ese acento andaluz que le pone a la verdad.
Cuando uno descubre que puede convencer a todos de todo, y también de todo lo
contrario, uno está ganado para la gloria y perdido para la honestidad política.
González es tan líder (y no hay otro en España) que debemos lamentar una y otra vez,
con el clásico, qué buen vasallo si oviera buen señor. Ese «buen señor» sería el
socialismo democrático, pero Felipe hace mucho que no va al cementerio civil a
echarse unos párrafos con don Pablo Iglesias.
Ramoncín ha perdido una vez más, aunque por poco, Carmen Romero riza en la
noche su encanto de progre sevillana y Felipe nos despide sobrio y cordial. Se podría
decir de él lo que de don Eugenio Montes, un fascista que había:
—Le cambias el interlocutor y no se entera.
Los sábados por la noche, Felipe González se pone la camisa de camionero y su señora, Carmen Romero, en plan
first lady de Moratalaz, se pone el trajecito de rebajas y la sonrisa de ama de casa.
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Lo que pasa con Felipe González es que habla él solo y todo el rato. Es el hombre/conferencia, como Fraga en la
derecha. (En la foto, Fraga con C. Arias Navarro).
Felipe: Se podría decir de él lo que de don Eugenio Montes, un fascista que había: «Le cambias el interlocutor y
no se entera». (En la foto, F. González con M. Soares).
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DIÁLOGO DE ALFIL Y REYNA
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La reyna tiene unos largos ojos grises, una inteligencia de ojos grises, unos ojos
grises color guante.
La reyna, en fin, no cree en Salieri, en nosotros, en los mediocres, en los
trabajadores de la inteligencia, en los guadamacileros de la poesía o la música. La
reyna Sofía cree en Mozart.
A mí Mozart me parece un precoz insoportable y redicho.
Con perdón.
La Reyna no cree en Salieri, en nosotros, en los mediocres, en los trabajadores de la inteligencia, en los
guadamacileros de la poesía o la música. La reyna Sofía cree en Mozart.
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LOS BORBONES
Hay una línea exenta de los Borbones que viene del alfonsino don Alfonso XIII
hasta don Juan Carlos I, pasando por don Juan de Estoril. Pero luego hay otros
Borbones, como en las mejores familias, que han borboneado en la vida, que han
brujuleado en la Historia, que han jodido el invento, y me refiero a los que he
conocido.
Me refiero, o sea, al Borbón Dampierre, que llevó Cultura Hispánica sin
enterarse, que inauguraba gimnasios en el atardecer republicano de Madrid, que mató
a su hijo más guapo dejándose atropellar por un carro de mulas que iba a 190 por
hora. Al que tuvo de novia hermética a Mirta Miller, al que casó con Carmencita
Martínez-Bordiú (Franco lo pensó tarde, coño, pero ése tenía que haber sido el rey),
al que se autoguillotinó en una pista de esquí por no prevenir un alambre tenso que le
dejó la cabeza histórica sobre la nieve inocente.
Me refiero, o sea, a don Gonzalo de Borbón, hermano del occiso, que aparece en
la foto de rojo pálido, y que más de una vez me ha llevado a cenar a Los Remos,
Nacional VI, por ver de encontrarse allí con su tío, don Juan de Barcelona, que
frecuenta el sitio. Nos reuníamos en un chaletito, nortes de Madrid, camino de la
sierra, casa de Pilar Trenas, la hija de don Julio, gran gacetillero del cuarentañismo, y
había un corresponsal de La Vanguardia que trabajaba para él, y al rey le llamaba
Juanito y tenía un amigo que llegó tarde al 23-F, o sea el tejerazo, porque era ya un
carrozón, un retablo que molaba, y en lo que se acicaló y puso la peluca, la asonada
decimonónica había terminado y el caballo de Pavía estaba desayunándose su pienso
bien ganado en los establos de la Guardia Civil.
Don Gonzalo ha tenido novias, esposas, casamientos y divorcios, cosas, todo para
venderlo a la prensa del corazón y de más abajo. Uno ha vivido su vida —la vida de
un Borbón—, sus tardes financieras (le expropiaron a don Gonzalo una confusa
compañía de seguros), y sus noches locas de vestirse túnica fucsia, malva, pomporé y
mordoré, punzó. Uno sabe que este hombre de muchas mujeres y muchos alcoholes
es el revés maduro y negro de la exenta monarquía que disfrutamos.
Don Gonzalo, don Gonzalo, Dios te conserve la vida, o sea el hígado, y, en
recuerdo de lo generoso que fuiste conmigo, en palabra y lana, que te vaya bien en la
life, tío, y lamento que tus primos los reyes no te traten, pero ya sabes que son un
poco estrechos. ¡Ay, Gonzalón, y qué fuerte es esto de los años para quienes quisimos
ir por libre, como tú y como yo, forzando hembras e hipotecando apellidos!
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¡Ay, Gonzalón, y cómo aflora en la rama podrida de tu tronco el pasado de los
Borbones otros, de los Borbones que borbonean, frente a los Borbones alegres y
escuetos que reinan y gobiernan! ¿Conspiraste contra el primo Juanito? No lo creo y
lo niego. Lo niego por nuestra amistad inconfesable y nuestras cenas en Los Remos.
Don Gonzalón, alteza, que hay que montárselo mejor, que con un apellido no basta.
Ya me lo dijo Marcel Proust:
—Está acabado. Sólo sale con grandes de España.
Uno sabe que este hombre de muchas mujeres y muchos alcoholes es el revés maduro y negro de la exenta
monarquía que disfrutamos.
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CASTELLANO DE CASTILLA
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Pablo es como el último harapo de una revolución no hecha, Pablo es la «revolución detenida» de Sartre, pero en
madrileño casta y recastado, una de las pocas voces que se levantan, elocuentes de vino y ciencia, en la noche de
los tiempos felipistas, el felipismo sociológico, el PSOE proamericano y la calle de Ferraz.
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RIDRUEJO EN EL PAÍS DE LAS PITITAS
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procelas del siglo sin romperse ni mancharse, como pariente de la Virgen que es, y el
rayo de luz que la atraviese y fecunda es el oro de la Bolsa (juega muy bien), y el
ángel de sus anunciaciones es Jean-Louis Mathieu, ese francés mínimo, inteligente y
exquisito que pastorea la jet.
—Esperanza, que te voy a sacar en un libro.
—Ay Dios mío, prefiero no enterarme.
En su vida hay un marido filipino, Mike, aquel amor perdido del Vallejo-Nágera,
confusos príncipes árabes sin petróleo y algunos «niñas» adorables que le hacen de
bajorrelieve místico y profano a su santidad bella, católica y soriana.
Pitita tiene un alma buena de ojos oscuros, es una «maldita» en estado natural que se cayó del caballo, un Rolls,
cuando vio a la Virgen en una encina del Escorial.
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SANTA DOLORES IBÁRRURI, VIRGEN Y MÁRTIR
Traté bastante a Dolores desde que volvió a Madrid, con la transición. Era una
anciana alta y bella, era de esa aristocracia natural que da el pueblo cuando le sale
una veta de ilustración y señorío. Era una vasca inmensa y vehemente.
Carmen Díaz de Rivera y yo queríamos casarla con el padre Llanos, el jesuita del
lumpen, el cura comunista, y de hecho fueron muy buenos amigos. Ella le trajo de
Moscú un reloj soviético, pesado como un tanque en la muñeca, gordo y verde como
una rana de plomo. Él iba a merendar a su casa muchos jueves y hablaban de Lenin
más que de Cristo.
José Luis García Sánchez, el gran director cinematográfico, se sacó una película
llamada Dolores, y me avisó por si quería participar literariamente en la cosa. Fueron
meses metidos en un viejo chalet de los que hiciera la República, cerca de
Prosperidad, con Juanita Diego, Cervino y otros artistas «comprometidos». Por ese
barrio viven Ana Belén, Víctor Manuel y Antoñito Gala.
José Luis me pidió que le pusiese texto lírico y voz en off a unos bellos y cortos
filmes en que Dolores se paseaba como una niña por la nieve de un bosque ruso. Y
así salió la cosa. Película hermosa y poco vendida. Dolores iba de vez en cuando por
el chalet-estudio. Le pasábamos unos metros de cinta y cuando se encendía la luz se
ruborizaba como una niña, era adorable como una niña de mil años, Alicia en el país
de las pasionarias.
Era una anciana alta y bella, era de esa aristocracia natural que da el pueblo
cuando le sale una veta de ilustración y señorío.
—Por favor, por favor, si no hago más que hablar de mí, y cuánto muevo las
manos…
Y se iba con su secretaria, Irene Falcón.
Cuando la Santa Transición española, día que debiera ser feriado, como el
Corpus, celebramos el cumpleaños (mil años, ya digo), de Dolores, un domingo por
la mañana, con lluvia y frío. Yo fui con Omarcito, Omar Buttler, el hombre de
confianza de los Rabal, un chileno comunista a quien tuvimos que arreglar de prisa
los papeles de nacionalidad, porque Pinochet le requería para fusilarle. Yo tenía que
echar unos versos a Dolores, en el Palacio de los Deportes, reventón de gentío y
rojerío. Estaba tan nervioso (uno, curiosamente, sólo es poeta político) que me tomé
unos cuantos whiskies en la pipera de la esquina: vasito de plastiqué y bencina
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mezclada con dyc, la desastrosa marca española (Cortázar habla en algún sitio de
«una ginebra desastrosa».)
Con el hígado hinchado de veneno y el alma hinchada de Ana Belén, que actuaba
antes que yo, salí ante un auditorio que era como las hermosas extensiones de los
pobres, y donde se adivinaba la calavera aplaciente de Dolores. Creo que dije bien mi
poema, un poco nerudiano de voz y alejandrino, y al día siguiente me sacaba el ABC
en una foto de media página, levantando el puño. A mí estas cosas nunca me han
parecido mal, sino que me han parecido publicidad, que es lo que yo buscaba.
Carmen (Diez de Rivera) me daba puntuales noticias de la salud de Dolores, su
marcapasos, sus ausencias, todo eso. El día en que murió santa Dolores Ibárruri,
virgen y mártir del pueblo español y minero, ya no estaba mi entrañable Santiago
Carrillo para llorar juntos, pero lloré en la solapa elegante y bien cortada de Nico
Sartorius, hasta que se llevaron a la vieja.
Así las cosas, Dolores es la mujer alegórica del proletariat español (Marx escribía
proletariat), y los mineros de Asturias y Linares, los proletarios de Madrid, los
sindicatas de España siguen rezándole en su cielo rojo para que la huelga nacional
salga bien. Traté bastante a Dolores, etc.
Era una anciana alta y bella, era de esa aristocracia natural que da el pueblo cuando le sale una veta de ilustración
y señorío.
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Despedida de Dolores Ibárruri a las Brigadas Internacionales.
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DIÁLOGO CON SERRANO SÚÑER
Don Ramón Serrano Súñer es una anciano pulcro que un día se me presentó en la
Feria del Libro, con su señora, la Polo, a que le firmase un ejemplar de mi última
novela. Paré la cola, paré el epigrama y salí del tenderete a abrazar al viejo fascista
que tanto nos había torturado a los niños de mi generación, que fue una generación de
posguerra y mandarina.
Don Ramón llevaba varios años enviándome sus artículos, ensayos, libros y
cosas, en son de amistad. A mí me gustaba lo suyo, tan esclarecedor, pero me parece
que se estaba maquillando para la Historia. Me lo dice en su última carta: «El
hitleriano era Franco y no yo».
—Mentira, don Ramón, usted era el hombre de Hitler en Berlín, hasta que Hitler
empieza a cansarse de usted y elige a Muñoz Grandes como general de su España.
Franco ya sabemos usted y yo que no le gustaba nada o, mejor, que no se gustaban
recíprocamente.
—Lo que pasa, Umbral, es que yo ya había pensado en lo que Ridruejo llamaba
«el exceso de victoria de Hitler», y eso queríamos contrarrestarlo con una «Unidad
latina», mediterránea, ribereña.
—O sea Mussolini.
—Bueno, Mussolini sería el jefe.
—O sea, el fascismo latino frente al fascismo germánico. Un primer cisma
fascista antes de que el fascismo se asentase en Europa.
—Lo nuestro era mediterráneo, humanista, ribereño, como usted dice, frente al
paganismo nazi.
—La respuesta católica, porque usted viene de la derecha católica, antes de la
guerra, y se hace nazi de improviso.
(Este diálogo es resumen y síntesis de muchos diálogos, encuentros, cartas y
amistades entre don Ramón y yo, que aquí doy sintetizados por obvias razones
editoriales, pero jamás falseados.)
—Yo nunca he renunciado a mi catolicismo. Y Franco tampoco.
—¿Y quiénes eran sus hombres en esa «Unidad latina», que sin duda usted iba a
patrocinar?
—Sánchez Mazas, Eugenio Montes, por ahí.
—Sánchez Mazas, un clasicista, pero no un activista. Eugenio Montes, un lírico,
pero tampoco un activista. O sea que lo suyo era una traición a Franco y además sin
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ningún porvenir.
—Puede.
—Usted se soñaba el caudillo de un nuevo franquismo no germanista.
—Era la única salida que le veíamos, ya le digo, al «exceso de victoria» de Hitler.
—Ridruejo.
—Ridruejo estaba muy germanizado y hasta se apuntó a la División Azul. Por
cierto que lo de «Azul» se lo puso Arrese, que era un cursi.
—Un cursi que le quitó a usted el puesto.
—Lo que le ruego, Umbral, es que no siga profundizando en mi vida privada,
como lo hace en su último libro. Mi mujer está muy enferma y…
—Una mujer muy enferma no lee novelas. No se va a enterar. Tampoco pretendo
apurar el culebrón de los Serrano Súñer. Estoy ya en otra cosa.
—Su libro es muy curioso, Umbral.
—Y usted es muy amable, don Ramón.
(Se retira en ese silencio que yo llamaría la nieve navideña que cae siempre —
blancura silenciosa— en torno a los muy ancianos, los muy enfermos o los muy
culpables.) Yo comía de Auxilio Social y paseaba una lírica tuberculosis mientras
este señor mandaba en España, con Laín y otros aguerridos cobardes. Eso no se
olvida, tíos, y una de las fuentes prodigiosas de mi prosa inagotable es el rencor.
Yo comía de Auxilio Social y paseaba una lírica tuberculosis mientras este señor (Serrano Súñer) mandaba en
España…
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… con Laín y otros aguerridos cobardes. Eso no se olvida, tíos, y una de las fuentes prodigiosas de mi prosa
inagotable es el rencor.
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LÍRICO Y MENESTEROSO
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—Pues vámonos de vinos y te echo unos versos, Umbral.
Hasta que dejó la diputaduría en manos de un bracero gaditano (el pueblo vuelve
al pueblo), y echábamos versos donde hiciera falta, ante los reyes suecos o ante su
madre. Luego, grandes mariscadas en casa del doctor Barros. Un atropello le mermó
de facultades físicas, que no mentales. Llegó a pedir para mí, reiteradamente, el sillón
de la Academia que le ofrecían. Cuando he sacado mi libro sobre Franco, en este
mismo holding, fue el primero en llamarme:
—Magnífico, Umbral, espléndido, Paco, había que hacer ese retrato de Franco
para la historia, que los historiadores no saben.
Y en cuanto a los «falangistas liberales», como los definiera piadosamente
Aranguren:
—Te diré por viejo una cosa, Paco. En el fondo siguen pensando lo mismo, no
han cambiado nada, sólo se han adaptado.
Nuestra amistad y su magisterio están hechos de marisco galaico de Barros, mis
visitas a Roma, su lectura de mis cosas (curiosidad implacable del anciano) y nuestro
gusto común por las muchachas. Ha mandado a los académicos a la mierda. En el
velatorio de Dámaso Alonso, él con gorra marinera y yo de particular, todos los
académicos aparecieron armados de rosario (menos Cela) y se liaron con el
orapronobis. Rafael y yo, que estábamos sentados de esquina, nos mirábamos con
espanto y vacío:
—¿Y tú y yo qué hacemos aquí, Paco?
Rafael pasea cada mañana por Madrid entre colegios que recitan su gloria.
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María Teresa León.
Cuando matamos a Franco de muerte natural, Alberti por fin volvió a España.
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CONVERSACIÓN CON LÍSTER
Enrique Líster Forján. Militar español nacido en Ameneiro en 1907. Tiene, por
tanto veintinueve años cuando le coge la contrarrevolución de Franco. He tenido
muchas conversaciones con Líster cuando la transición, en aquellos años dorados y
rojos en que todo era posible. Esto que doy aquí es un resumen de todo aquello.
—Yo hice mis cursos militares en la URSS, en el treinta y dos, que es donde
íbamos los intelectuales y los revolucionarios en los años treinta.
—Y nada más volver te coge la guerra.
—Eso.
—¿Dónde te integras?
—En el Ejército Popular.
—¿Y qué haces?
—Defender Madrid como comandante del Quinto Regimiento.
Cuando escribo esto, ni siquiera sé si Líster vive o ha muerto ya, en esta gran
sacramental que es España. Estuvo al mando de la división que llevó su nombre y del
V Cuerpo de Ejército. Llevaba la boina ladeada, la sonrisa ladeada, aprendida en
Madrid, y el uniforme impecable.
—Tú has perdido una guerra, Líster.
—No hace falta que me lo recuerdes, cabrón.
—¿Y qué hiciste después de perderla?
—Volver a Moscú. A ver. ¡Qué iba a hacer!
—¿Y esos papeles?
—Una cosa que estoy escribiendo.
—Unas memorias.
—Algo así.
—¿Cómo lo vas a llamar?
—Nuestra guerra.
El hombre con quien converso hoy, vuelto a España, es una cecina de general, un
jamón metafísico curado en exceso por la guerra, la derrota y el exilio. Aquí doy la
foto. Unas cejas excesivas y unas manos que apenas aciertan con el vaso (los
hombres de la guerra no habían aprendido a depilarse las cejas, como las mujeres, ni
a derecha ni a izquierda: de ahí puede venir el machismo enloquecido de la guerra
civil). Las cejas de Líster sólo tienen equivalencia en las de Carrero. La guerra la
hicieron gentes que jamás habían ido a la manicura. Quizá con un poco más de
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manicura y un poco menos de machismo se hubieran evitado cosas. En cualquier
caso, un país donde a los señores (generales, académicos, notarios) les salen pelos por
la nariz y las orejas, no es un país gobernable.
Supongo que Líster se ha muerto. Ni siquiera lo miro. Qué más da. Pertenecía,
como El Campesino, y aunque tuviese carrera, a la raza nacional y antigua de los
guerrilleros. Así perdimos la movida del 36. La República quiso hacer guerra de
guerrillas contra nuestro primer militar moderno, Franco. (De esto explico algo,
tampoco demasiado, en mi Leyenda del César Visionario.) Toda la guerra se reduce a
que los guerrilleros perdieron frente a los militares de carrera, y encima veteranos. Es
una injusticia histórica, pero es al mismo tiempo una justicia de la técnica.
—Usted, Líster, pese a la doctrina de la URSS, hizo la guerra como un
guerrillero.
—Váyase usted a la mierda, joven.
El hombre con quien converso hoy, vuelto a España, es una cecina de general, un jamón metafísico curado en
exceso por la guerra, la derrota y el exilio.
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Pertenecía, como «el Campesino», y aunque tuviese carrera, a la raza nacional y antigua de los guerrilleros. Así
perdimos la movida del 36. (En la foto, Valentín González, «el Campesino»).
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LA MAJA VESTIDA
Cayetana Alba de Aguirre lleva unos años en plan afro, que se conoce que le
sienta. Yo, que conocí el mono y el guacamayo que tenía en su alcoba cuando soltera,
o sea viuda, comprendo bien que le tire el África misteriosa y exótica.
Cayetana va de afro y medias de lunares porque siempre ha sido una madrileña
muy al día. Lo más que se pone, como gala ducal, es un chal de su amplia colección,
y una temporada yo trabajé en llevarle el chal, oficio tan decente y literario como
cualquier otro, que ya Stendhal trabajaba en el paro del chal, en Italia, con las
contesinas, en la ópera, sólo que Stendhal iba con peores intenciones, o mejores. Y un
día en que todas las señoras presumían de su colección de chales, filipinos o así,
Cayetana, que por ser quien es no puede presumir de nada (servidumbre del que lo
tiene todo), fue y lo dijo:
—A mí el chal es que se me cae.
Ahora, quien le lleva el chal es el académico don Jesús Aguirre, conde de Aranda,
aunque no el de Carlos III. Largas noches de Liria (a donde llegan los automóviles
pisando una grava de luna), largas noches de invierno, al costado del fuego de una de
las chimeneas, donde ardía un criado, como un tronco de árbol con levita de ceniza.
—¿Y tú crees, Umbral, que con esto de Carrillo me lo van a quitar todo?
—Pero, mujer…
Largas noches de cheli madrileño y filosofía alemana: Tierno, Aguirre, Aranguren
y en este plan. Pitita Ridruejo llevó un parapsicólogo inglés (aquella temporada le
tocaba inglés), quien, mediante péndulo, nos dijo que en aquella casa había un
muerto, como en las novelas de Agatha Christie. Entre el pavor general y el
escepticismo intelectual, Cayetana lo explicó todo con la misma sencillez que el chal:
—Sí, abajo, en la capilla, debe de haber un general enterrado, antepasado de papá.
Pero el parapsicólogo quería ver al antepasado y bajamos todos a la cripta,
precedidos de criados con hachones, y por lo visto estuvieron mirando al muerto, que
daba muy buenas vibraciones. A la luz de estas vibraciones, Pitita, loca de muerte y
madrugada, me dijo:
—Ahora puedo verte el aura perfectamente, siempre pensé que tenías aura.
Y miraba más allá de mí.
Cayetana, educada de siglos en el sentido común (la aristocracia no es sino una
sublimación del sentido común), y verdemadriles a su aire, dejaba correr aquello con
más sueño que otra cosa. Aguirre ha pasado por su vida, entre intelectual de la casa y
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vinculero de la política y las fincas, escribiendo notas a los periódicos cuando
Antonio el bailarín injuria a su santa: que si tienes un hijo mío y todo eso: «Esta casa
tiene por costumbre no responder a…». Etcétera.
La melena afro, las medias de lunares, la cena que no se toma, la cocacola que no
se bebe. Su majestad está hecha de abstinencias. Aguirre nos cambió a los habitués de
Liria, y Franco decía que el Alba (el padre de Cayetana) era un masonazo grado 33,
pero que de todos modos habría que utilizarle después de la guerra.
Y le utilizó.
Cayetana va de afro y medias de lunares porque siempre ha sido una madrileña muy al día.
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Franco decía que el Alba (el padre de Cayetana) era un masonazo grado 33, pero que de todos modos habría que
utilizarle después de la guerra. Y le utilizó. (Retrato por D. Vázquez Díaz).
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POLANCO/PRISA
Había sacado yo dos libros con Juan Grijalbo (a mi izquierda, de espalda), uno de
gran suceso y otro de ningún suceso. Váyase lo uno por lo otro. Estábamos
celebrándolo en El Espejo, de Madrid, y habíamos invitado, entre otros, a Jesús de
Polanco, que por entonces era mi señorito en El País.
Ahí le tienen, en plan ciudadano Kane del periodismo nacional/transicional.
Había respondido yo a una crítica amistosa de la cena con más ironía que convicción,
y fue y me dijo:
—¡Coño, cómo eres, Paco! Tú es que te metes con todo el mundo y luego no
aguantas una crítica de nadie.
—Gracias a que me meto con todo el mundo vendes tu periódico, amor.
Quizá ahí empezaron nuestras diferencias. En las cenas jet de cada noche
compartimos el whisky como si fuera la sangre de Cristo, y yo hago chistes con la
Barreiros, y la Barreiros se ríe mucho, y en su casa tienen la Gran Vía de Antoñito
López, obra maestra del hiperrealismo mundial, cuyo valor hoy es tan incalculable
como el de la Gioconda. Fue un regalo que Polanco le hizo a ella. Cebrián me
entendía muy bien, porque es un escritor, pero Polanco no me entendió nada, porque
es un empresario. De modo que, tras sucesivas humillaciones, sutiles coacciones,
presiones, cosas, hablé con Juan Luis y me fui. Querían reciclarme políticamente sin
decirlo, pero uno, políticamente, es irreciclable. Polanco es que no podía ni de
creérselo: que un señor con trato de privilegio, como Umbral, le pegase una puerta.
Pero uno se basta con su pluma y su conducta. Uno no es otra cosa que su pluma
y su conducta. Y, dejando constancia de todo lo que El País significó en la Santa
Transición española, quiero decir que fui el primero en demostrar que fuera de ese
periódico no estaban las tinieblas exteriores, sino la vida, otra vez la vida, como
antes. Yo había sido Francisco Umbral desde 1960, cuando entré en Madrid en
autocar, por la carretera de La Coruña, y lo he seguido siendo después. Después de El
País, quiero decir. No les tengo rencor ni nada. Sólo que ya no me convenían
profesionalmente y los dejé. Aparte que pagaban una mierda. Lo que se dice una
mierda.
El ciudadano Kane del periodismo español, Roseboud/Polanco, ahora tiene
televisiones y cosas. El periodismo moderno va por ese camino. Los viejos escritores
de pluma, tintero y papel seguimos por el nuestro, contentos de ser un fin de raza,
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sentaditos en el café, escribiendo nuestras verdades honestas y comiendo sólo los
tomates que da mi huerto suburbano.
Juan Luis se interesó posteriormente por mí. Polanco jamás. El ciudadano Kane
no puede condescender a otros ciudadanos. Pero él no es más que un honesto
empresario, que morirá con sus empresas, y yo soy un deshonesto escritor que está
ya, para siempre, en la Historia de la Literatura Española. Con su pan de Viena se lo
coma.
Él y sus escritores le han dedicado al felipismo un amor casi incestuoso, que
Felipe, naturalmente, no ha recompensado, en un gesto de su famosa ética. De la
bodeguiya, donde estuve varias veces, como consta en este libro, no ha salido un
ministro, un embajador, un eurodiputado, un hombre de Estrasburgo, que es lo que
ellos más añoraban:
—Estrasburgo, jefe, Estrasburgo, que yo tengo idiomas.
El País ha tenido que hacer, ahora, una campaña publicitaria de mil quinientos
millones, porque se venía abajo. Yo le aconsejo a Polanco que vaya a ver Ciudadano
Kane.
Polanco no es más que un honesto empresario, que morirá con sus empresas, y yo soy un deshonesto escritor que
está ya, para siempre, en la «Historia de la Literatura Española». (En la foto, J. Polanco y el autor con el editor
Juan Grijalbo).
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Cebrián (en la foto) me entendia muy bien, porque es un escritor, pero Polanco no me entendía nada, porque es un
empresario.
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FERNANDO CONFUSIÓN CELEBRANDO LA CEREMONIA DEL
ARRABAL
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comprendido que con Franco eran más famosos. Ahora, sin la fácil mercancía del
antifranquismo, aquí no venden una escoba de barrer el teatro o el cine donde se
ponen sus cosas.
A Antonio Gala, Arrabal le llama «Alfonso Gala», jugando a un deterioro del
nombre que inauguró Borges llamando «Santander» a Miguel Ángel Asturias:
—Sí, creo que le han dado el Nobel a un tal Santander, guatemalteco.
Lo que le dolía era su propio Nobel, jamás logrado. Ahora, en los programas de
televisión, Arrabal se emborracha, queriendo dar hipercloridia por genio, o sale tan
sereno y aplaciente que no parece él. Uno no le niega talento ni estatura literaria a
Arrabal. Lo que pasa es que entre París y Madrid, entre Franco y la Virgen, no ha
encontrado su sitio. O lo ha perdido.
Con la muerte de Franco murieron muchos antifranquistas, que tenían al Generalísimo como única musa inversa.
Entre ellos Arrabal.
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LARA
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A uno le ha parecido siempre injusto, repito, que de Lara se hable y escriba como
editor populista, cuando muchos intelectuales están viviendo de él o nutriéndose en
sus libros, que es que lo traduce todo, el tío, y se ha comprado las editoriales más
difíciles, sin miedo al miedo.
En la España de los cuarenta-cuarenta, Lara supuso una revolución cultural, la
única que se hizo, la única que podía hacerse. Conmigo siempre ha sido cauto,
directo, mecenas y un poco paternal (hablo de un cierto mecenazgo catalán, que
tampoco hay que pasarse). Al andaluz del carrito se le ha puesto, por fuera y por
dentro, una hermosa cabeza de fenicio.
No hay en toda la Europa de la cultura viva un hombre como José Manuel Lara.
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El imperio/Planeta se ha difundido de tal forma que hoy es Lara, el andaluz genial, aforrado de mujer catalana e
hijos inteligentes, quien edita en España la alta cultura y la cultura media, el aerobic y Tirso de Molina, el
vizcainismo del gran Casas y la historia de las ideas de Valverde, Juan Marsé y los libros de cocina. (En la foto,
con su esposa, Mª. Teresa Bosch, y sus hijos Fernando, Maribel, Inés y José Manuel).
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PAREJA DE ASES
Don Antonio Buero Vallejo vive en Hermanos Miralles, 36, barrio de Salamanca.
Lo que más le cabrea a Buero es que uno siga llamando Hermanos Miralles (heroicos
defensores de las llanadas del Burgos franquista) a una calle que ahora lleva nombre
socialista.
Don Antonio Buero Vallejo quedó definido por malditos del Gijón, cuando dijo
una tarde:
—Ahí entra don Antonio Buero Vallejo, que en paz descanse.
Desde que estuvo condenado a muerte, Buero va por la vida con cara de mártir
del Greco, de hepático irremediable, de condenado a muerte, en fin. Se inventó el
sainete social, sin humor, y el pastiche histórico alusivo por elevación a don
Francisco Franco. Pero su verdadera muerte ha sido la de Franco, que le ha dejado sin
objetivo, musa, enemigo, cosa de la que escribir. Una noche se lo dije en una
discoteca:
—Antonio, amor, lo que tienes que hacer es liarte con mi señora. Yo quiero ser un
cornudo glorioso. ¿Te imaginas? Al día siguiente en todas las portadas de las revistas.
—Umbral, tú es que ya no respetas nada.
Y recebaba su pipa.
Rodríguez Albert, un ciego republicano que fue compañero suyo en la pena de
muerte, y que le puso música a El concierto de San Ovidio, le preguntaba una vez,
delante de mí, por los derechos de la música en el extranjero, que le hacían falta para
comer. Pero Buero Vallejo, en San Miniato, había consentido, consentidoramente, que
los italianos metieran otra música, por los derechos, traicionando a su amigo. Y le
decía Rodríguez Albert, con la ira sagrada de los ciegos iracundos, justos y
justicieros:
—Tú ni eres comunista ni eres amigo ni eres escritor ni eres nada. Tú eres una
mierda.
Buero murió, sí, teatralmente, con Franco, que era su monotema. Don Gonzalo
Torrente Ballester, falso ciego, falso elegante (vean cómo se le despega la pajarita),
falso narrador (lo suyo era el teatro: tiene dos tomos jamás representados), pone la
boca de vieja galaica, más que de viejo, para silbar antiguas zarzuelas del Madrid
blenorrágico de su juventud. Tras muchos años de grisalla y magisterio de Roger
Martin du Gard (tardorrealismo posflaubertiano francés), consigue la gloria gracias a
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televisión y a Charo López, que está riquísima en Los gozos y las sombras, y a la vida
misma. Rosalía Dans, que también intervenía en el rodaje, me lo ha contado:
—El viejo estaba todo el tiempo tocándome el culo, con eso del paisanaje.
Y uno lo comprende, porque es que la Dans tiene unos glúteos que son un pan
como unas hostias. A mí me gusta que Gonzalo me cuente cosas de las putas de Vigo
a principios de siglo, sólo que esas cosas las cuenta mejor Cela. En los cincuenta,
Torrente todavía daba cursos fascistas en El Escorial, de camisa azul y corbata negra
bajo el gris-grisalla del traje. Es consciente de que no domina la forma y entonces se
inventa fábulas. Unas le salen y otras no. Pero todo lo que escribe está escrito por el
profesor de bachillerato antes que por el escritor de raza que hay en él. A ver si
consigue estrangular al profesor de bachillerato, ahora que se ha jubilado. Son, en fin,
una pareja de ases con las cartas marcadas. Dos hermosas, honorables y aburridas
ruinas del franquismo.
Buero se inventó el sainete social, sin humor, y el pastiche histórico alusivo por elevación a don Francisco Franco.
Pero su verdadera muerte ha sido la de Franco, que le ha dejado sin objetivo, musa, enemigo, cosa de la que
escribir. (Escena de «El concierto de San Ovidio», de A. Buero Vallejo).
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Torrente es consciente de que no domina la forma y entonces se inventa fábulas. Unas le salen y otras no. Pero
todo lo que escribe está escrito por el profesor de bachillerato antes que por el escritor de raza que hay en él.
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LA CHICA DE LOS MAURA
Los Maura, como son una gran familia española, han dado el naipe plural y
consabido de estas familias: un senador, un ministro, un comunista, un afrancesado,
una cómica y por ahí. La cómica es Carmen Maura, que principió en los setenta, pasó
por la televisión sin que Tola consiguiese estropearla y ha pasado por Almodóvar sin
limitarse a ser una chica-Almodóvar. Es Carmen Maura, una actriz de profunda
humanidad y grandes recursos, es Carmela, ay Carmela, y es la madre que la parió.
Una vez conseguí sacarla a almorzar:
—Tú tienes muy mala fama, Umbral. Y además yo soy amiga de tu mujer. ¡Huy,
hay que ver lo que la quiero yo a tu mujer!
Comprenderán ustedes que así no hay manera de trabajar. Carmen tiene el
encanto doméstico que supo encontrarle Almodóvar, muy barrio de la Concepción.
Una cosa que está entre la Laura Antonelli de Malizia y Magdalena, la asistenta que
viene a casa por las mañanas. Carmen tiene la gracia sosaza y humanísima de la que
se le caen las ligas. Almorzamos en El Comunista, que es sitio honesto y barato para
escritores pobres y cómicas sin suerte. También van o iban algunos latinochés.
—La generación anterior a ti te adora, Carmen. ¿Cómo se consigue eso sin ser
Bogart?
—Ya ves. Yo no he hecho nada. Claro que alterno mucho con ellos, pero es como
consecuencia de que les gustan mis películas y eso.
—Digamos que te has enrollado bien.
—Hijo, qué facilidad de palabra, Umbral.
Una vez conseguí llevármela a Barcelona en el puente aéreo. La prueba del
puente aéreo es definitiva para un madrileño, para una madrileña. Barcelona es el
adulterio. Bueno, pues ni así. En Barcelona hicimos cultura, hicimos arte, hicimos
entrevistas, pero pasaba de mí total.
—¿Es que lo nuestro se va a quedar así, Carmen?
—Que tú tienes muy mala fama, Umbral, y además yo soy amiga de tu mujer.
¡Huy, lo que la quiero yo a tu mujer!
—Eso ya me lo dijiste una vez en Madrid.
—No me extraña. Se lo digo a todos.
Ha hecho las brillantes películas de Almodóvar, pero, sobre todo, en Qué he
hecho yo para merecer esto, se manifestaba como la gran actriz capaz de sentir y
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expresar la soledad, la angustia y la violencia de una mujer inerme, mordida y
golpeada por ese marimacho que es la gran ciudad.
Luego, con ¡Ay, Carmela!, la gran película de Saura, se transmuta en la
encarnación grandiosa y popular de una república asesinada. Esto es ya la
consagración para siempre. Cuando me la encuentro fastuosa, cuando me la
encuentro triunfal, cuando me la encuentro única, siempre le hago la misma
advertencia:
—Carmen, las ligas.
—Anda, pues tienes razón, ya notaba yo que me flojeaba algo por dentro.
Y se va a un rincón a subírselas.
En el cine, en el teatro, en la televisión, en la vida, su sonrisa, triste, resignada,
buena, es la sonrisa insegura y adorable de la mujer a la que siempre le flojean las
medias.
Con «Ay, Carmela», la gran película de Saura, se transmuta en la encarnación grandiosa y popular de una
república asesinada.
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Carmen Maura pasó por la televisión sin que Tola consiguiese estropearla y ha pasado por Almodóvar sin
limitarse a ser una chica/Almodóvar.
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MUSEO DE CARROZAS
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—Estoy pensando en otro espectáculo, Paco —me cuenta Sara—. Hay que seguir
haciendo cosas.
En su calidad de Dama de Elche del cuplé, Sara es eterna y lleva su eternidad con
mucho clasicismo y la tensión un poco alta.
Ochoa habla poco porque sigue pensando en inglés. Marino ha escrito un
completísimo libro sobre él. Y así pasamos algunas tardes grises (los famosos
también lloran), algunos domingos siniestros, en guateque de viejos, en museo de
carrozas, en hoguera de amistad. Los personajes cambian de vez en cuando, claro,
pero al final somos siempre los mismos con las mismas. Es lo que me dice Pepe
Tous:
—Tendríamos que empezar a renovar «las mismas», Paco.
… este museo involuntario de carrozas y carrozonas, de viejos retablos de la gloria, la fama, la popularidad, el
amor o sencillamente la vida.
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ANTOÑÍSIMA
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Sara Montiel: «Yo soy socialista de toda la vida». Con las manos artrósicas de joyas, pero socialista.
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CUANDO ÉRAMOS DE DERECHAS
Cuando éramos de derechas nos reuníamos mucho con Sara Montiel (Antoñísima
va resultando el personaje más asiduo y decorativo de estas memorias gráficas) y con
Emilio Romero, que, con la nostalgia y la inercia de sus tiempos de procurador
franquista, vestía chaqueta blanca y camisa negra, como para ir a las Cortes a
aplaudir un discurso parkinsoniano de Franco. Se lo dije un día:
—Emilio, amor, llevamos varios años celebrando la Santa Transición y tú sin
enterarte. Sigues vistiéndote de procurador franquista.
—Y tú de rockero viejo, que no se sabe si eres del FRAP o maricón.
—Mitad y mitad, Emilio.
Emilio pasó con gran labilidad personal del socialismo vertical de Pueblo y Solís
Ruiz al socialismo (también vertical) de Felipe González. Hoy es el primer
columnista en defensa del PSOE. Siempre ha sido el primer columnista en defensa
del que manda, que no del que paga, como dicen por Madrid las lenguas anabolenas.
Yo creo que Emilio llevaba dentro un socialista reprimido, toda su vida, y ahora le
está dejando pastar por los dulces campos del edén gubernamental.
Cuando éramos de derechas íbamos a restaurantes buenos, con muchos espejos y
marisco surtido, y la Antonia se dejaba una melena prerrafaelista, hecha un bebezón
con sus modelazos, y yo iba de vaquero de medianoche, rockero apócrifo, melena
progre y camisas malva. Siempre me tocaba, claro, bailar con la más fea, como se ve
en la foto.
Cuando éramos de derechas jugábamos todos a ser de izquierdas, y ahora ya no se
sabe lo que somos. Emilio, como digo, ha acabado recalando en el golfo de sombra
de su adhesión incondicional al caudillo Felipe. Sara ya no me cuenta que ella es
socialista de toda la vida, para que lo publique, y que tiene varios tíos, primos y
demás familia en los penales de Ocaña y por ahí, por rojos, como me contó una vez
para el Blanco y Negro, en el tardofranquismo, lo cual que se armó el cirio.
Cuando éramos de derechas yo había confundido la democracia con Ana Belén,
que no sale en la foto, el comunismo con Santiago Carrillo, la libertad con Juan Luis
Cebrián y el progresismo con la boutique vaquera de Bravo Murillo. Yo estaba hecho
un lío, como casi todos los españoles, pero contaba a diario mi lío en los periódicos y,
como parece que lo contaba bien y marchoso, la gente me leía. De ese equívoco, de
ese desconcierto vivimos todos unos años alegres, gloriosos y convencionales, llenos
de grímpolas revolucionarias y gallardetes festivos. Nos echaban mucho de cenar en
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todas partes y éramos los cronistas de la transición, ya digo, Emilio, yo y otros, los
evangelistas de un evangelio nuevo, apócrifo y jamás cumplido. Y en este plan.
Con todo ello haría yo un libro tiempo más tarde, Y Tierno Galván ascendió a los
cielos. Una crónica literaria y barroca de la transición, que es, ya digo, como la
transustanciación política de España. Una cosa más teológica que lógica.
Hoy Emilio escribe lluviosamente sobre el siglo XIX y el buen gobierno del
gobierno, y se retira pronto de las whiskerías, entre otras cosas porque ya no hay
whiskerías. Me lo dijo una noche de farra y dolor de estómago, que es lo que a él le
duele, como una indigestión de yugo y flechas:
—Sara Lezana es quizá la mujer que más he querido en mi vida.
Como que se arruinó produciéndole pelis a la folklórica. Emilio tenía un picadero
debajo de mi casa, de modo que Julia Navarro y yo nos enterábamos de todo. Yo creo
que era un picadero intelectual. Hoy, la Antonia monta espectáculo entre la artrosis y
la hipertensión, como una reliquia pompeyana del cuarentañismo. Hoy yo escribo
como siempre, le doy al manubrio del ludibrio del bodrio de hacer mi literatura y lo
más que pido es que me dejen hacer mi prosa y cuidar mi dacha.
La señorita de mi izquierda está en la foto como Pedro Garfias en las fotos del
veintisiete: nadie sabe por qué ni para qué. Quizá sea el pueblo español, que ya
principiaba a sentirse estafado. Todo era muy confuso y nosotros íbamos a todas, por
si las fiáis. El socialismo se hacía socialdemócrata y la socialdemocracia se hacía
liberal capitalista. Un follón, un engaño, una coña.
Pero cenar cenábamos cojonudamente.
Emilio Romero, con la nostalgia y la inercia de sus tiempos de procurador franquista, vestía chaqueta blanca y
camisa negra, como para ir a las Cortes a aplaudir un discurso parkinsoniano de Franco.
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Emilio pasó con gran habilidad personal del socialismo vertical de «Pueblo» y Solis Ruiz al socialismo (también
vertical) de Felipe González. Hoy es el primer columnista en defensa del PSOE.
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LAS BRAGAS DE LA MIRÓ
Un día me encontré a Pilar por la calle de Serrano, siendo ella directora generala
de la cosa:
—¿Te has vuelto niña de Serrano, Pilar?
—Voy a Loewe a comprarme unas bragas.
Y con aquellas bragas empezó el escándalo. Todo imperio, sistema, partido,
sociedad, invento, ha principiado siempre a pudrirse por una mujer: Helena de Troya,
Nefertiti, la madre de Nerón, Eurídice, Eva, Evita Perón, Pilar Primo de Rivera, y en
este plan. El PSOE y el socialismo rampante español principiaron a pudrirse por Pilar
Miró.
Pilar era una retroprogre de los sesenta que había sido novia de Summers y de
otros, feminista y fea, directora de cine, con el encanto de la chica/chico inteligente.
Hubo un momento en que en Madrid era un timbre de gloria varonil no haberse
acostado con Pilar Miró. Luego quiso tener un hijo de padre conocido/desconocido,
puso de preceptor a Felipe González, se hizo sociata a tope, llevó la Dirección
General de Cine, o algo así, y finalmente Prado del Rey. Recuerdo cuando paseaba
por Madrid su hermoso vientre sin padre, como la proa femenina y alegre de la
libertad. Así venía a verme a casa. Luego empezó a robar.
Lo de las bragas de la Miró fue una manía de Alfonso Guerra, que la detestaba,
hasta que la dimitió. Luego vendría el ajuste de cuentas dentro del partido y el asunto
Juan Guerra dejó el affaire/Loewe en lo que era: una picardía femenina, una
ingenuidad de chica que, como dijera Semprún, ese mediocre guionista francés, «no
distingue entre lo público y lo privado».
Luego, sí, vendrían muchas cosas, desde esa tribu urbana de los Guerra hasta las
mentiras del Golfo. Hoy el PSOE, o sea Ferraz, es la casa de la Bernarda en más
lenocinio. Pero el sistema, ya digo, desde Suresnes a los diez millones de votos,
desde la revolución a cuadros hasta el desalojo del crucifijo de Marx por la ventana,
el sistema empezó a pudrirse por las bragas de Pilar Miró, o sea toda la lencería que
se compraba en las boutiques caras.
—Hay que vestir el cargo.
—¿También en la cama?
Pilar siempre está cabreada contigo, y nunca sabes si es porque te la has tirado o
porque no te la has tirado. Fue la primera progre de los sesenta, cuando la ley marcial
de Carrero, y hoy es la última rebelde sin causa que ha usado el carnet del partido
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como tampax. O sea que eran socialistas de intendencia. Si te quitan el despacho, que
le vayan dando a don Pablo Iglesias. Hace cine mediocre, mira a los hombres como
quien va a comprárselos, es una mística del cabreo consigo misma y ahora se
masculiniza con trajes chaqueta: es la progre-Chanel. Una vez le mandé un libro mío
a televisión y me dijo que eso era tráfico de influencias. Era la puritana de izquierdas.
No se iba a corromper por el libro de un amigo. Claro que un libro no es una braga
Loewe, no hay color.
Lleva en el corazón una válvula de metal que le suena como Radio Madrid, y con
un corazón artificial no se puede querer a la gente, de modo que nos ama a todos
cruelmente. Es hija de militar y se está vengando. Me lo confesó un día, cogidas las
manos, parque del Oeste: «Paco, me gusta mandar». Como a su padre.
Hubo un momento en que en Madrid era un timbre de gloria varonil no haberse acostado con Pilar Miró.
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El asunto Juan Guerra dejó el affaire/Loewe en lo que era: una picardía femenina, una ingenuidad de chica que,
como dijera Semprún, ese mediocre guionista francés, «no distingue entre lo público y lo privado».
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BORBONES Y PROTOMÁRTIRES
Don Juan de Borbón y Leopoldo Calvo-Sotelo (yo estaba allí, el fotógrafo estaba
allí) se encontraron un día entre los días. Calvo-Sotelo había sido presidente marengo
y transitivo hacia otra cosa. Sólo ha pasado a la historia porque en su investidura
intervino brillantemente el guardia civil Tejero. Don Juan es/era el jefe de la Casa
Real.
—¿Y cómo dice usted que va el fascismo de su tío el protomártir?
—¿Y cómo dice usted que va el monarquismo de su padre el treceavo?
Así las cosas, don Juan de Borbón era la legitimidad de una monarquía
democrática y parlamentaria. Don Leopoldo Calvo-Sotelo sólo era el sobrino del
fundador del fascismo español, de quien siempre tuvo celos José Antonio Primo de
Rivera, sólo que José Antonio iba por lo violento y callejero, por la dialéctica de los
puños y de las pistolas, y don José Calvo Sotelo iba por la vía parlamentaria de
reglamento. Sobre el asesinato de Calvo Sotelo hay tres versiones, todas válidas:
● Le asesinan los agrarios de Gil Robles por su propuesta de reforma agraria
moderada en las Cortes.
● Le asesinan los fanáticos de José Antonio por su alternativa burguesa al
fascismo contrarrevolucionario y ominoso del hijo de Primo de Rivera.
● Le asesina un socialista borracho, de apellido Cuenca, que en seguida va a
contarlo al partido, creyendo que ha hecho una gracia (esta última versión me la da el
propio Leopoldo).
O sea que de protomártir, nada.
Don Juan tenía consigo el resguardo de las democracias europeas y las
monarquías parlamentarias, frente a Franco. Don José Calvo Sotelo le ponía a los
fascismos europeos de los años treinta un fino énfasis de catolicismo (ellos eran
paganos), pero nada más. De modo que la foto reúne al bueno, el feo y el malo, en el
eterno western nacional.
El bueno es don Juan. El feo es Leopoldo, con perfil de boxeador sonado o
dolmen de la isla de Pascua. El malo (el asesino de José Calvo Sotelo) ha salido un
momento, hombre, a hacer una necesidad.
Dos Españas se enfrentan en esta foto, bajo la sonrisa fría y las corbatas italianas
de fantasía. La España monarcoliberal, demoparlamentaria y abierta de los Borbones.
La España cristianofascista, nacionalcatólica y autoritaria de los Calvo Sotelo. Nunca
llegarían a entenderse. El hijo de don Juan ha traído el socialismo. El sobrino de
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Calvo Sotelo no trajo nada, salvo algunas sonatas de Chopin bien tocadas al piano en
casa de Areilza, en Aravaca, donde a veces nos reunimos las plurales Españas al calor
del whisky y la amistad. Ay qué lucha.
A don Juan lo saludaba yo mucho en Los Remos, carretera de La Coruña, un sitio
alfonsino y con buena comida fina. Iba yo con dos gángsters que le querían hacer un
documental porque decían que tenía un cáncer de caballo y se iban a forrar en cuanto
muriera. El documental han tenido que metérselo por el recto. Cela me cuenta que en
el agujero que le hicieron los médicos en el pecho a don Juan él podía meter el puño.
Con Leopoldo coincido en fiestas y cosas. Él me ha dado la versión del tal Cuenca,
socialista y borracho, que asesina a Calvo por su cuenta. Honesta versión de un
sobrino desinteresado de triunfalismos.
Dos Españas se enfrentan en esta foto, bajo la sonrisa fría y las corbatas italianas de fantasía. La España
monarco/liberal, demoparlamentaria y abierta de los Borbones. La España cristianofascista, nacionalcatólica y
autoritaria de los Calvo-Sotelo.
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Calvo Sotelo, fundador del fascismo español, de quien siempre tuvo celos José Antonio Primo de Rivera, sólo que
José Antonio iba por lo violento y callejero, por la dialéctica de los puños y de las pistolas, y don José Calvo
Sotelo iba por la vía parlamentaria de reglamento. (En la foto, banquete de homenaje a J. Calvo Sotelo, mayo de
1934; entre otros, primero por la izquierda, J. A. Primo de Rivera y, primero por la derecha, abajo, J. Calvo
Sotelo).
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LAS FEMINISTAS
Una noche llegaron las feministas, infame turba, gloriosa taifa de gritos y
andamios, a tomar mi casa como se tomó la Bastilla. El portero, Antonio, escondido
en la espesura del jardín, las vio levantar andamios, caligrafías de almagre, las vio
decorar la fachada de rojo, negro y calumnia.
—Dantesco, don Francisco, le prometo que fue dantesco.
(Uno siempre ha tenido unos porteros muy finos que saben decir «dantesco».)
Y ahí está, ahí lo tienen, en la foto, el resultado de aquella noche de San
Bartolomé en bragas, de semejante aquelarre de brujas de Macbeth, bosque nocturno,
femenino e iracundo avanzando hacia mí, que dormía el sueño profundo y
wagneriano de los faunos y los machistas. «Umbral violador, Umbral violador» y
cosas peores. Las pintadas llegaban hasta el tercer piso, pero mi casa está en el
octavo. Gracias a eso no me escribieron el eslogan de almagre, spray e injuria en el
sitio mismo de mi pecado.
Todo porque yo había ido a la cárcel Modelo de Barcelona para hacerle una
entrevista al famoso «violador del Ensanche», que era un delincuente querube, rubio
y tímido. Mejor que cárcel, yo pedía para el chico un tratamiento clínico, ya que sin
duda era un enfermo mental. Pero así como hay un feminismo intelectual, político,
cargado de razón histórica, hay también un feminismo rampante y fanático que
quisiera levantar en el Bernabéu un Dachau para machistas, o simplemente para
machos.
Las pintadas, dicho sea honradamente, eran muy hermosas, y ponían una
violencia alegre y decorativa en la fachada de mi casa, que es en sí impersonal y
aburrida, algo así como la democracia cristiana de la arquitectura. Los chicos de la
prensa acudieron en seguida a sacar fotos, y yo mandé quitar estos grafitis que tanto
me honraban, no por mí sino por todo el vecindario del inmueble. Al poco tiempo me
comentaba una amiga feminista que trabajaba en una librería, asimismo feminista,
por ahí por la plaza Mayor:
—Esta tarde la hemos dedicado a expurgar la tienda de autores machistas: Henry
Miller, Cela y tú.
La invité a otra copa por la noticia. Es la mayor gloria y mejor compañía que he
alcanzado en mi vida literaria. Miller, Cela, Umbral. Los tres lanceros bengalíes del
machismo internacional. Pero aquella tarde nos castraron la lanza.
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Poco tiempo después se clausuraba la librería por un escándalo de drogas,
lesbianismo y abuso de menores. Si es que en este país no hay libertad ni democracia
ni amigos de la Unesco ni nada. Cuando he salido con alguna feminista, he podido
comprobar que son radicales en grupo, que sólo atacan al hombre cuando van en
rebaño. Luego, en la intimidad, la feminista más encendida se convierte en un gheisa.
Una vez me lo dijo el gran humorista Chumy Chúmez:
—La feminista es la que, mientras se quita las bragas, te pregunta: ¿y cómo va lo
de los palestinos?
O los polisarios o los nicaragüenses o los ucranianos. Sólo se interesan por los
machos ignotos y en colectividad. El macho concreto y solitario que tienen delante no
les merece sino desprecio. Por cierto que la comunidad de vecinos tuvo un detalle y
pagaron entre todos la limpieza de la fachada.
Las pintadas llegaban hasta el tercer piso, pero mi casa está en el octavo. Gracias a eso no me escribieron el
eslogan de almagre, spray e injuria en el sitio mismo de mi pecado.
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Una vez me lo dijo el gran humorista Chumy Chúmez: «La feminista es la que, mientras se quita las bragas, te
pregunta: ¿y cómo va lo de los palestinos?».
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UNA CHICA DE ALMODÓVAR
Chus Lampreave es la más vieja y también la mejor actriz del cine de Pedro
Almodóvar, ese manchego gordo, infantil, genial, universalizado y tan madrileño.
En la foto, que me parece que está tomada en el Ritz de Barcelona, no sé qué
coño haríamos allí, Alberto Closas, un galán que es como la panoplia de todo lo que
Almodóvar ha venido a barrer con su cine. En la foto, aparte yo y otros particulares,
el famoso Resines, un chico de Almodóvar que ha hecho carrera como hombre objeto
que trata de entender (o al menos de ligar) a las chicas de Almodóvar.
Chus Lampreave es, en el cine de Pedro, el contrapunto que pone la portera de la
posmodernidad, la solterona española, histórica e histérica, la vieja negra que anda
entre toda esa basca de putas y maricones sin entender nada, diciendo refranes, frases
hechas y tópicos. Gracias a ese sabio contraste tenemos las dos Españas en un solo
plano. Almodóvar es más listo de lo que parece, y parece mucho.
Cuando Almodóvar era pequeño y empezaba, me escribía muchas cartas
pidiéndome consejo, pero yo no tenía consejos que darle, sino decirle, como mucho,
que siguiera por el mismo camino, que había encontrado su mundo (su voz, diría
Cela). Uno cree que la única vía a la universalidad es el localismo (Joyce, Proust,
Faulkner, etc.), frente al cosmopolitismo de Hemingway o de los directores
españoles, que todos quieren parecerse a Bergman. El cosmopolitismo, en arte, sólo
da una literatura turística.
Lo que le ha enseñado Almodóvar a toda la pedantería del cine español (y de la
narrativa) es que el mayor misterio es lo que tenemos cerca, y que la trascendencia
siempre está a mano, en el barrio de la Concepción (Qué he hecho yo para merecer
esto); no hay que ir a buscarla en genios extranjeros, haciendo cine del cine, y no de
la vida.
En sus primeros estrenos, que eran casi clandestinos, allí estaba yo para verle
llegar con su galaxia de chicas feas y chicas maravillosas, con su estela de gerentes,
maricones, actricillas, choricillas y posmodernos. Las pelis eran poco comerciales,
porque no eran de aventis, pero lo pasábamos muy bien.
Hoy, que Almodóvar y su Chus Lampreave son internacionales, uno insiste en su
doctrina estética: a la universalidad por el localismo. Pedro ha sido el cronista de la
movida y de Azca, de los travestís de la Castellana y los emporrados de Malasaña, o
sea, de lo que tenía más a mano, que es de lo que tiene que hablar uno, mejor que
andar buscando trascendencias hiperbóreas.
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El fenómeno que se da hoy en los estrenos de Almodóvar es que el público de la
sala es el mismo de la pantalla: modernas liberadas, mucha juventud, bragas locas,
gentes que se mete la hebra y redondos, o sea multisexuales, accesibles por cualquier
orificio, ellos y ellas. Entre esta flora madrileña, la grandeza sencilla de Carmen
Maura, el sexy vivaz de Victoria Abril, la ternura blanca de Verónica Forqué, la nariz
egipcia y degenerada de Rosy de Palma, la madurez vecindona e indignada de Chus
Lampreave, que se cabrea contra el propio personaje que hace en la pantalla, como si
no fuera ella.
Entre las chicas de Almodóvar, que generalmente están riquísimas y son buenas
actrices, Chus es el contrapunto de la España enlutada y entorquemada, aunque de
vez en cuando se suelta un hallazgo cheli.
Lo que digo: del localismo manchego a la universalidad. De Cervantes a
Manhattan. Qué lección para nuestra pedantería literaria y cinematográfica, tan
viajada. Pedro me escribe menos, pero me sigue escribiendo. Hace poco, en una
carta, me contaba su llegada a Madrid: primeras pensiones, primeros fracasos,
primeras corrupciones. Era como si me estuviese contando mi vida.
Por eso le quiero. Y porque es un genio y no una plagiaría antología de genios,
como los demás. Que se joda el resto del cine español.
Chus Lampreave es, en el cine de Pedro, el contrapunto que pone la portera de la posmodernidad, la solterona
española, histórica e histérica, la vieja negra que anda entre toda esa basca de putas y maricones nin entender
nada, diciendo refranes, frases hechas y tópicos.
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… el sexy vivaz de Victoria Abril, la ternura blanca de Verónica Forqué, la nariz egipcia y degenerada de Rosy de
Palma.
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OROS Y ESPADAS
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que a mí no me gusta nada:
—El champán está en ti, Sisita.
—No vuelvas a vestirte de comunista. Se te nota debajo el señorito, que es lo
tuyo.
Y cuando le voy a contar algún chisme:
—No murmuremos, Umbral. El murmurar pone arrugas.
Tiene el genio de la frase, la deliciosa incultura de la aristocracia militar, el spleen
de vivir, las deudas que la prestigian y las mejores piernas de Madrid, como puede
verse en la foto.
A mi derecha Antonio Garrigues-Walker y a mi izquierda Sisita Milans del Bosch. Oros y espadas.
Joaquín Garrigues, un liberal en Obras Públicas, el mejor hombre de Adolfo Suárez cuando la UCD era un
«Titanic» (y acabó como el «Titanic») lleno de seuístas reciclados, demócratas acelerados, falangistas de
izquierdas y Bárbara Rey.
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Antonio Garrigues ha vivido toda una peripecia política que empezó en nada y terminó en otra nada llamada Roca
i Junyent.
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EL ESCRIBIDOR EN LA PELUQUERÍA
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Así que ha vuelto a la literatura. De vez en cuando se da un voltio por España,
que visita a Corín Tellado como a la Santiña de Covadonga. Y también interviene en
cursos de verano y cosas. Éste verano coincidimos en una universidad. Llevaba detrás
a su señora y una estela de críticos madrileños que prefieren no reconocer que se
equivocaron. Ahora el pelo creo que se lo corta en casa, porque ha descubierto que
España está llena de peluqueros intelectuales. Y la gloria literaria no consiste en que
lo lean a uno los críticos, que para eso están, sino en que lo lean los peluqueros.
… así de guapo y aseado, a punto para ganar la presidencia de su país, que luego, coño, por esas cosas que pasan,
se la dieron a un japonés.
Lo que tiene Vargas Llosa con Corín Tellado es una fijación, una cosa freudiana, un complejo de Edipo mal
resuelto.
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En vista de que no le dieron el Nobel, decidió hacer oposiciones para presidente de su país, lo cual suponía
entregarse a los Estados Unidos, así que MVLL se convirtió en una Violeta Chamorro, pero en más hombre.
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EL IMPERIO AUSTROHÚNGARO
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Se lo dije un día cara a cara:
—Sois los yanquis de Europa. La reunificación la han hecho el ejército, la Banca
y la derecha, de modo que no os va a salir bien.
Y les ha salido fatal. Los alemanes del Este, después de ver los escaparates
luminosos y gilipollas del Oeste, están decidiendo volverse en masa a un socialismo
democrático que les asegura educación, trabajo, curación, familia, hogar y jubilación.
Todo eso es lo que ha caído con la vistosa caída del muro. De todo eso es cómplice
Guido Brunner, aunque vaya a mis fiestas. Bastante milagro ha hecho con durar como
embajador, pasando de socialdemócratas a democristianos. Lo que pasa es que yo
ahora no sé lo que piensa, aunque el oficio de los embajadores es no pensar. Lo que
más me jode de todo esto, aparte la política y la amistad, que me la sudan muchísimo,
es que Guido, con el cambio de ideología en Europa, con la Casa Común y el Nuevo
Orden Europeo, ya no me manda las píldoras para la erección.
El Imperio Austrohúngaro, hoy, en España, con las rebajas, se llama Guido Brunner.
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Los alemanes/Este, después de ver los escaparates luminosos y gilipollas, del Oeste, están decidiendo volverse en
masa a un socialismo democrático que les asegura educación, trabajo, curación, familia, hogar y jubilación. Todo
eso es lo que ha caído con la vistosa caída del muro. (En la foto, cola ante una oficina de empleo en Alemania del
Este).
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PEDROJOTA RAMÍREZ
Un día entre los días se me hincharon los huevos y le dije a Juan Luis Cebrián que
me iba de El País.
—¿Es que ganas poco?
—Aparte de que gano poco, es que estoy hasta las tetas de censura.
Yo había escrito artículos denunciando el derechismo de Octavio Paz, vendido
televisivamente el PRI, y el derechismo de Vargas Llosa, vendido públicamente a los
yanquis.
—Desde que he vuelto a escribir las verdades, Juan, la gente me sigue por las
calles, como a un profeta.
—Es que vas dando hostias a diestro y siniestro.
(Mi columna dominical salía en la última página y estaba centrada siempre en un
personaje crítico y criticable, que es fórmula que no falla.)
—A diestro y siniestro, no, Juan.
—Bueno, pues sólo a diestro, pero es lo mismo. Cómo coños te vas a ir de aquí.
O bajas el tono o te paso dentro.
(Censura se llama esa figura.)
—Ni bajo el tono ni me pasas dentro. Me voy. Bai, bai.
—Vaya bronca que me has pegado, Paco.
—Bronca ninguna, Juan. Sabes que te amo. Perdona mi tono de voz.
Me fui a la puta rué y al día siguiente me contrataba Pedro J. Ramírez para el
Diario 16, como el primer escritor de periódicos de España. El lanzamiento fue
grandioso y a punto estuvieron de hacer vallas (yo creo que Juan Tomás paró en esto
a Pedro). Después de una etapa brillante y corta en el Diario, a Pedro le echaron de
director en veinticuatro horas (llamada de Felipe González a Salas) por «etarra», lo
cual también tiene cojones en un señor como Pedro, a quien yo conocí en Nueva York
y que en el fondo a mí me parece que cree en el liberalcapitalismo de Wall Stret.
Yo me fui con él, con Forges y otros colegas, a la pura rué, ya digo, por dignidad.
Vino una Semana Santa y Pedro y yo la dedicamos a pasear por las fincas alcarreñas
de Agatha Ruiz de la Prada e inventarnos otro periódico, mientras Alfonso de Salas,
el hermano «cainita» de Juan Tomás, controlaba banqueros.
Así salimos a la calle en un mes de octubre. Pedro no me hizo miembro del
consejo editorial y me discriminó en otras cuantas cosas (jamás accedí al Magazine),
él sabrá por qué, pero yo tenía mi pastón asegurado y ofertas de toda la prensa
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madrileña. Pedro ha hecho un periódico, El Mundo, joven, marchoso, ambiguo,
antigubernamental y de investigación. Lo suyo sobre Amedo o las múltiples
corrupciones del PSOE es muy fuerte. Pero, al mismo tiempo, sabe el jovencísimo
Pedro, con esa sabiduría evangélica de los intonsos, que el español, mal lector de
libros, es buen lector de periódicos, y hay que echarle literatura y dialéctica. Por eso
nos tiene a mí y a otros cuantos. Las mujeres tiene que quitárselas de encima a
hostias, viajar con él es imposible porque va todo el tiempo conectado al teléfono del
coche, la radio y el receptor de bolsillo. Cuando mejor le sale el periódico es cuando
lo hace desde el coche, hablando uno por uno con los quinientos redactores y sin
soportar coñazos que se cuelan en el despacho.
A mí, como periodista, me ha contagiado una enfermedad infantil llamada
periodismo, que creía ya haber superado. Mi relación con Pedro es como si te sale
una novia de diecisiete años. Una cosa que rejuvenece, alegra y agota.
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CJC
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artículo/poema de cada día, que da para vivir y morir dignamente, sin aguantar jefes
ni leches. De Cela aprendí, he aprendido, aprendo todos los días, a escribir cada vez
más sobrio y duro, una suerte de lirismo violento y contenido. Pero, sobre todo,
aprendo de él a ir de único por la vida y no descomponer nunca la figura, que no pasa
nada, coño.
Aquí en la foto estamos, ya digo, enterrando a Dámaso, que era como enterrar
todo el veintisiete. Detrás veníamos nosotros. Eulalia Galvarriato, la viuda de
Dámaso, no acertaba a leer póstumamente un poema de su marido. Un particular dio
un mal paso y se cayó dentro de la fosa. No recuerdo qué poeta cogió los versos y los
leyó él. Al fin enterramos al viejo. El cura clamaba verdades eternas. «Pero qué dice
ese gilipollas», me preguntó Camilo. Antes, en casa de Dámaso, en la capilla
ardiente, los académicos y sus señoras, armados de rosarios, habían organizado un
rosario académico por el cuerpo presente. Sólo Alberti, Cela y yo nos quedamos sin
rezar. Alberti me miraba, por debajo de la mirada ladeada de su gorra marinera, entre
asustado y pícaro. Un rosario es que acojona. Y más con muerto. Y más con
Academia. Camilo, bajo el sombrero duro que llevó a Estocolmo, al Nobel,
permanecía impasible como un conservador inglés.
Cuando me dieron el Mariano de Cavia tuvo los cojones de levantarse y decir,
ante aquel senado del todo Madrid:
—Si hay un español con un pie en el Nobel, ése es Francisco Umbral, porque
Umbral tiene una voz propia, cosa que hoy no tiene nadie.
Fue mi primer editor y mi primer, y último, maestro. Es ese tópico que se llama
un clásico vivo, pero los mariconcetes posmodernos prefieren leer en fichas a los
clásicos de la Enciclopedia Británica, para ir de mundiales. Y una mierda.
Hemos compartido islas, mujeres, tortillas de patata, lecturas, cabreos y sesiones
académicas. Yo le llevo la contraria cuando me da la gana: «No es verdad, Camilo,
Millán Astray no tenía razón, en Salamanca, cuando gritó aquello contra Unamuno».
Ahora vamos juntos al fútbol, al palco de honor de Gil y Gil, que hay que ser del
Atlético, o sea colchoneros, o sea populares, o sea de ese Madrid/Suroeste que
principia en el Vicente Calderón y la curva del Manzanares, tan delicada. Somatizada
su literatura, me queda el profesor de energía (haría un libro sobre él si me lo pagase
bien Lara).
Sólo habiéndolo convivido muy a fondo aprende uno cómo sabe llevar la
hinchazón de los pies (todavía usa zapatos de cordones), la hinchazón del alma, la
hinchazón de la gloria. La hinchazón. Tardará muchos siglos en nacer, si es que nace,
un español tan duro, tan rico de aventura.
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En el entierro de Dámaso Alonso, en la Almudena madrileña, cementeriales y regimentales, el maestro delante del
discípulo y ambos con la misma cara de mala hostia que hay que poner en los entierros.
De Ruano aprendí a hacer el artículo/poema de cada día, que da para vivir y morir dignamente, sin aguantar jefes
ni leches.
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Es ese tópico que se llama un clásico vivo, pero los mariconcetes posmodernos prefieren leer en fichas a los
clásicos de la «Enciclopedia Británica», para ir de mundiales. Y una mierda. (En la foto, C. J. Cela en el acto de
entrega del Premio Nobel).
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TAMAMES, DEL PCE AL VINO
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No es Ramón quien ha abandonado al PCE (sobre su despacho sigue la gran foto
de Marx), sino el Partido Comunista quien ha abandonado a los comunistas, de modo
que el fenómeno de transfuguismo adjudicado a Tamames es al contrario de cómo se
interpreta. En nuestras reuniones políticas siempre acabamos hablando de literatura.
—Baroja es un genio, Umbral.
—Baroja es una mierda.
Lo que pasa es que Ramón le hace a Baroja una lectura sociológica, como la que
Marx le hizo a Balzac, mientras que yo, claro, le hago una lectura literaria. Por eso no
nos ponemos de acuerdo, aunque yo soy más anarquista que Baroja y que él. Ramón
ha bailado siempre con la más fea, o sea Suárez, Carrillo, Julio Anguita, Alonso
Puerta. La única guapa con que ha bailado es su mujer, Carmen Tamames, un
monumento jónico (lo jónico es lo femenino, lo dórico lo masculino), pero también
un monumento dórico, o sea un monumento en general.
Ramón tiene «cuatro racimillos», como decía Pemán de sus inmensas extensiones
de viñedos, Ramón ha encontrado, como los clásicos romanos y cansados, que la
verdad póstuma de la vida está en el vino.
Y ese vino escéptico y melancólico, soleado y luneado, es el que compartimos en
noches de confidencia, memoria y nostalgia. Su Estructura económica de España,
primera edición estaba en todos los miniapartamentos de las progres que uno se
follaba en los setenta/ochenta, entre un póster del Che y una proclama feminista.
Ramón nos ayudó a follar casi tanto como Marcuse. Por eso le queremos. Y por más
cosas.
Tú las sabes, Ramón, amor, pero no las digo. Y a Baraja que le vayan dando.
Un hombre sólo está completo cuando bebe su propio vino.
Ramón ha encontrado, como los clásicos romanos y cansados, que la verdad póstuma de la vida está en el vino.
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Lo cual que Marcelino se enrollaba mucho con el tema sindical, y Ramón le pasaba a través de mí unas notas muy
madrileñas y castizas, de señorito del Pilar, que es lo que es: «Marcelino, no te dilates».
Su «Estructura Económica de España», primera edición, estaba en todos los miniapartamentos de las progres que
uno se follaba en los setenta/ochenta, entre un póster del Che y una proclama feminista.
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ARANGUREN, EL GOLFO DE DIOS
En la foto estamos mi señora, Aranguren y yo, en el jardín del maestro. Por detrás
de la foto pone, con letra de José Luis: «Aravaca, 9 de junio de 1989». Celebrábamos
alguna fiesta familiar de los Aranguren.
Al margen de fiestas familiares, José Luis es el hombre que ha pasado, en vida y
obra, de Signo y El Ciervo, a una acracia ética que supone toda una apertura a lo
abierto, de la filosofía cupular de Eugenio D’Ors a la ironía vital de Eugenio D’Ors.
—Mira, Umbral, Franco me hizo un gran favor echándome de España con una
manguera de los bomberos, aparte la humedad, porque yo en Estados Unidos
descubría la Escuela de Palo Alto, el nuevo espiritualismo abierto, la ética de la
estética, una especie de franciscanismo nada tontorrón, sino inteligente y orientado.
Y en eso sigue, me parece a mí. Aranguren es el último hippy de los sesenta, que
se ignora a sí mismo, pero que quedó muy tatuado por El cuerpo del amor, de
Norman Brown, y los textos de Paul Goodman sobre la juventud. Si esto no está
suficientemente claro en su obra, atención a su vida.
Siempre ha alternado la calvicie de la madurez con una melena antiacadémica que
le diferencia de todo su grupo generacional: laínes, marías, tovares, etc. Mientras que
todos éstos son ignorados por la juventud, Aranguren tiene ante todo su público en lo
que él llamaría «mocedades». Tras las gafas de profesor hay una inteligencia de
teología y whisky que ya no parece dispuesta a creer en nada que no le haya sido
dado a él personalmente.
Su sonrisa, siempre como cansada y costosa, es la de un hombre que no ironiza a
la ligera, sino muy profundamente. No ve nada y conduce a doscientos de
madrugada, y me lleva a casa (nuestros pueblos de la sierra previa), cargado de
whisky inteligente y velocidad innecesaria. Se conserva delgado, alto, sobrio, es alto
como Unamuno y feo como Sartre, pero hay en él un dandismo de la cultura que deja
cutres a sus citados compañeros de generación: Laín, Marías, Tovar, etc., a los que
piadosamente bautizó de «falangistas liberales», cuando entonces. (El cáncer que
come de Aranguren es la bondad.)
Un almuerzo o una comida con él termina siempre en tertulia intelectual, broma
de whisky y carretera loca con la manta ciega de sus ojos, que un día nos mata. Es
como si, resuelto todo en el cielo y en la tierra por su inteligencia, buscase el suicidio.
No es que no sepa lo que le queremos, sino que prefiere no saberlo, por exigencia
intelectual. Tengo escrito que su gran virtud es ser un filósofo sin argot:
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—Ya sé que no tengo un estilo, Paco.
En mí no era un reproche, sino una constatación de que Aranguren no necesita
ponerse pedante y jeroglífico para decir cosas muy sutiles y muy prematuras. En el
laberinto madrileño, donde nos encontramos de pasada todas las noches, espero
volver a cogerle un día para hablar despacio. Los chefs de los grandes restaurantes le
confunden con Alberti y él firma en los libros de oro (suprema ironía) como tal.
Siempre ha alternado la calvicie de la madurez con una melena antiacadémica que le diferencia de todo su grupo
generacional: laínes, marías, tovares, etc. Mientras que todos éstos son ignorados por la juventud, Aranguren tiene
ante todo su público en lo que él llamaría «mocedades». (En la foto, con el autor y su esposa).
José Luis es el hombre que ha pasado, en vida y obra, de la filosofía cupular de Eugenio d’Ors a la ironía vital de
Eugenio d’Ors. (En la foto).
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«Franco me hizo un gran favor echándome de España con una manguera de los bomberos, aparte la humedad,
porque yo en Estados Unidos descubría la Escuela de Palo Alto» (Aranguren). (En la foto, represión franquista
contra los estudiantes).
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LAS ROMANAS CAPRICHOSAS/LAS COSTUMBRES
LICENCIOSAS
De izquierda a derecha Carmen Rigalt, María Eugenia Yagüe, Lita Trujillo, este
cura, Rappel y un sociólogo anónimo (los sociólogos no tienen nombre propio: su
disciplina les hace solubles en lo social).
Las romanas caprichosas a la vista están. Y las costumbres licenciosas se
insinúan, pero luego fueron a más. En esto de operar narices se ha adelantado mucho,
hoy es que se hacen maravillas. Carmen Rigalt, de perfil, no es romana ni caprichosa,
sino catalana y trabajadora, una de las comadres más ilustres de la jet. Carmen tenía
una preciosa nariz de David de Donatello quebrado, nariz de la que yo estuve
enamorado muchos años. Como ambos somos casados, y la nariz también, esta
pasión inútil se solucionó el día en que Carmen decidiera operarse la nariz, que se la
dejaron respingoncilla y de oferta, como la pepsi. La amo.
El agua mineral dicen que es buena para el hígado. El agua mineral es un veneno
inocente, un whisky del Opus Dei, una cosa vomitiva que se consume mucho para ir
bajando el resacón. María Eugenia Yagüe es comadre en cinco idiomas, tiene
hermosos brazos de guerrero cartaginés hembra y, de tanto alternar con la jet, se le ha
quedado el bronce de la piel, el bronce de los ricos. María Eugenia pregunta como un
caimán, ama como una jeune feuille en fleur y escribe como un dios. El distintivo de
la jet son las gafas negras a toda hora. Hay modelos de mucho precio y fantasía.
Lita Trujillo, la Rita Hayworth de la jet madrileño/marbellí, la niña judía y errante
del Bronx neoyorquino y misérrimo, luego haría westerns con Gary Cooper y
emparentaría con los Trujillo por vía vaginal y legal:
—Mis hijos me dicen que soy una puta, Paco, y que me casé por los millones de
los Trujillo.
—Los hijos ya se sabe, Lita. Nos hacen mayores. Además, que ahora anda mucho
gap generacional.
Lita es su melena y sus manos judías y pecadoras. Lita es la Unesco de los
idiomas cuando te cuenta una historia. El estampado tipo cortina, el estampado tipo
cretona se lleva mucho esta temporada. Además que es muy sufrido y lavable. Lita
Trujillo a veces se pone blusas estampadas años cuarenta para quedar más Hayworth.
—Tú reig mí yo leeg ti yo compregnder ti, yo adgmigar ti.
La melena color violín va muy bien para los calvos de la jet y las túnicas en
viscosilla y plata dan un carácter papalicio a los futurólogos del gran mundo y la
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high-high. Rappel, aunque tenga nombre de peluquero, es un futurólogo que siempre
te lo acierta todo, desde el amor que te espera al bingo de tu vida y el kilómetro
donde te vas a dar el hostiazo para la press. Rappel es dulce, amable, tierno,
clarividente, gordo, misterioso, bueno y muy práctico, vale para todo y hasta nos da
aire con su abanico pomporé, mordoré y punzó.
—¿A qué carta me lo juego, Rappel?
—Déjame pensarlo, hijo.
Rappel va de collarcito y zapatillas de fieltro, unas veces se tiñe color violín y
otras color oro del Banco de España. Rappel es como una visita de aquellas de
antaño, tiene mucha conversación y da buenos consejos gratis.
La viscosilla es muy fresca para las calores de los gordos y las gordas, y el
abanico (que en la foto aparece cerrado) siempre es un respiro, oiga. El señor que
fuma de perfil, sociólogo o macarra de playa, cátedra o ligón marbellí, pone la nota
racial del Ministerio de Información y Turismo, antes Semprún.
Los zapatos de serpiente salen un poco caros, pero son una cosa para siempre. A
la larga compensa. Y luego la clase que tienen. Tienen muchísima clase. La Rigalt
suele ir de zapatos de serpiente porque puede, porque le mancan los pies y porque es
catalana, que siempre es otra cosa. Entre la Yagüe y ella se fuman todo el winston de
Marbella en un día y luego pasan a la picadura, por aclarar la voz. Llevan dentro un
guardia civil de izquierdas que le ha pedido ya la documentación a todas las realezas
de Europa.
Lita Trujillo hasta lee libros:
—¿Y usted en qué trabaja, señora de Trujillo?
—¿Trabajar? No conozco esa palabra.
Unos cuantos libros para la cultura de diseño y agua mineral por si hay
fotógrafos. Un clima alfonsino con enramadas transparentes al fondo, como de tapiz
o Revello de Toro, el pintor más convencional de la jet. Así principian, sin prisa, las
dulces tardes del Ritz, hasta el lento, copioso y cómplice sumergirse en la plata negra
de la noche, cada oveja sin su pareja, buscando el becerro de oro. Con una ex estrella,
un futurólogo y algunas comadres de lujo, empieza la novela de la tarde y el viaje al
fin de la noche. Dejémonos devorar por todos los venenos que nos acechan en el
fango (Robert Graves).
O yo mismo.
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Las romanas caprichosas a la vista están. Y las costumbres licenciosas se insinúan, pero luego fueron a más.
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EL NOBLE OCHOA Y LAS DAMAS
Don Severo Ochoa, que ya ha salido algo en este libro, no es el sabio aburrido y
sin biografía que todos imaginamos. Su biógrafo total, Marino Gómez-Santos, tras la
biografía «oficial» del Nobel, está escribiendo la biografía real, humana, directa,
profunda, la biografía del amigo, del maestro.
Uno también ha tratado y conocido algo a Ochoa en eso que los carlistas
llamaban «la farsa del madrileñismo» y que él frecuenta mucho (no es sino la eterna
movida madrileña, una movida de oro). Ochoa dicen que ha tenido amores
apasionados en México, con Sara Montiel, Ochoa se despierta por las noches,
angustiado, soñando que tiene que explicar su fórmula magistral, única, ante el jurado
del Nobel, y se le ha olvidado, Ochoa no ve con ninguno de los dos ojos, sino con
una lentilla que se pone indistintamente en el izquierdo o el derecho, y entonces coge
el automóvil, de noche y en invierno, y se va a Asturias, solo, a ver a una
contrapariente. Suele amanecer en Palencia, claro, y entonces llama por teléfono a
Madrid:
—Que me he perdido. Y ahora cómo sigo.
Bebe whisky en el cóctel de cada tarde y duerme con dos coñacs y un válium:
—Duermo como un niño.
—Pero el coñac no va con el válium, maestro.
—Claro que va, se refuerzan mutuamente.
Y le surge el sabio. Un día, en una fiesta, yo le dije lo que peso, sesenta y ocho
quilos, por afán de quitarme quilos, ya que no me puedo quitar años:
—Te estás matando, Umbral. Te estás comiendo tus propias proteínas.
Se le puso cara de médico, de pronto, y comprendí que el sabio seguía vigente.
Aquí aparece entre las señoras de Umbral y Gómez-Santos. Ésa es una sonrisa
habitué, una sonrisa que no quiere decir nada. Pero cuando la pierde y se pone serio
es como para ponerse firmes. No quiere decir nada, pero lo dice todo.
Me parece que en este libro ya hemos hablado de él, pero se merecía, cómo no,
capítulo aparte. Hace una vida nada científica, este maestro de la ciencia, y sigue
pensando y escribiendo en inglés. En España sigue como de visita. No hemos calado
en él, o quizá sea que él nos ha calado a fondo y no nos toma en serio, el tío.
Su cultura tiene unos límites, como los de todo genio, y es de los que a Gerardo
Diego le llamaban «de Diego», cosa que crispaba mucho al gran poeta parpadeante.
Un día Gerardo le echó una bronca a Ochoa delante de mí, siendo ya éste Nobel, por
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ese «de» que en Francia significa algo, pero aquí sólo significa pedantería. Bueno,
pues cuando hablamos de Gerardo, mi querido, entrañable y magistral Severo sigue
diciendo «de Diego». ¿Es que la cosa esa del ácido ribonucleico autoriza a ignorar a
los poetas geniales, consecuencia de ese ácido? No.
Ahora mismo, Ochoa anda de viaje, solo y perdido en su gran coche americano,
viendo la España paupérrima a través de una lentilla. Mañana nos llamará, náufrago,
desde cualquier parte. Por eso le amamos.
Ochoa se despierta por las noches, angustiado, soñando que tiene que explicar su fórmula magistral, única, ante el
jurado del Nobel, y se le ha olvidado. (En la foto, S. Ochoa con la esposa del autor y la señora de M. Gómez
Santos).
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AVE, CÉSAR, LOS QUE VAN A SER NOBEL TE SALUDAN
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para su generación, porque la anula. La prosa de Ortega calcina la de todo el
ensayismo de la época, más la novela de Rosa Chacel y otros. Qué se le va a hacer,
oiga. El chico sislero de los drugstores culturales de la Barcelona de los sesenta, el
estudiante alto de la gabardina y la melena lisa (que no laxa), tuvo el coraje de decir
un día que no volvería a escribir en castellano mientras viviese Franco. Y así lo hizo.
En prosa es un exquisito y un sabio. En verso es un maestro, el maestro. Incluso a
quienes somos más viejos que él nos ha orientado y occidentalizado (por hacer el
juego de Juan Ramón).
Si este chico-académico sigue en su saludable costumbre de robar libros llegará a
Nobel mucho antes que yo. (Roba y lee mucho más de prisa que yo.)
Cela ha acertado una vez más.
Con Gimferrer y sus libros sucesivos nace, se salva y sostiene la modernidad del fin de siglo, una poesía de la
poesía, una cultura de la cultura.
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Gimferrer acaba en un día con aquella fórmula de «lo social», malversada por señoritos como Gil de Biedma y
Barral y por obreros auténticos, como Blas de Otero. (En la foto superior, Gil de Biedma y Barral con
A. Senillosa, J. A. Goytisolo y J. Mª. Castellet; en la foto inferior, Blas de Otero).
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PRINCESA BEATRIZ ORLEANS (DE DIOR)
Bella que fue, hermética que es, la princesa Beatriz de Orleans presta su apellido
heráldico y rampante a la casa Dior en España (diseños, perfumes y lo que ustedes
gusten, a elegir, a elegir, el niño y la niña). Un cachondeo.
Creo haber escrito ya en este libro, y si no lo escribo ahora, que las grandes y
barrocas decadencias se parecen a los escritores en que no les queda más que la
firma. Y ponen su firma ilustre y alquilona al servicio de un perfume, de unas bragas,
de un encendedor. La princesa Beatriz tiene una hija princesa, de ojos claros y óvalo
español, que es a la que yo me quería tirar, pero nada:
—Oye, amor, tú, antes de ser princesa, ¿fuiste una ranita, como en los cuentos?
Cosas así.
Beatriz ha leído a Proust en francés, lo cual no tiene mayor mérito siendo
francesa. Lo que tiene mérito es que le ha gustado. O sea que una noche con ella vale
por las mil y una noches. Beatriz princesa es rubia de alma, dura de concepto y
elegante matinal. Estuvimos juntos en la gran fiesta de La Vanguardia, en Barcelona,
para la renovación del periódico, auspiciada por mi muy querido Javier Godo. Beatriz
y yo bebimos champán en su zapato de raso, claudeliano, mientras Xavier Cugat
luchaba con su infarto en la mesa de enfrente.
Una periodista insolente le preguntó un día, delante de mí:
—¿Y qué opina usted de esa modistilla madrileña llamada Agatha Ruiz de la
Prada?
Así va el periodismo en esta manigua recalentada que es Madrid.
En la foto a la que me remito, estamos en el coloquio inevitable de cualquier
tarde, y a mi izquierda, María Eugenia Yagüe, una de las comadres más cultas,
pertinaces y peligrosas de la jet madrileño-marbellí. Me gusta María Eugenia
intelectual y físicamente, pero siempre la he respetado porque fuimos vecinos, y uno
no quiere caer en el sainete local de los líos con la vecina. Más adelante o más atrás
hablaré de ella.
La princesa Beatriz de Orleans dio su última gran fiesta en el palacio de Fernán-
Núñez, calle de Santa Isabel, Madrid profundo (es una calle de pescaderías y cines
viejos), sólo que el palacio, ahora, después de tanta grandeza como tuvo la fiesta, es
de la Renfe.
Poco tiempo después me entregaban a mí, en aquel mismo sitio, un premio
literario, pero el perfume de apeadero de la Renfe le quitaba todo encanto al palacio y
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al acto. A Beatriz le cortan y le tiñen muy bien el pelo, y ella se pone unos
pendientes, cuyo exceso sólo se puede perdonar porque son auténticos. Es guapa y
lleva un collarcito de perlas tan verdaderas como los corales del amanecer en el
puerto de Barcelona. Beatriz tiene unas manos laborales, de chalequera más que de
princesa, donde se ve claro que ha nacido para hacerse la vida por sí misma.
Cuando estaba a punto de requerirle de amores (en vano), apareció la hija, nacida
de la valva del día, me enamoré, me cegué y lo eché todo a perder. Era verano y la
niña fue a bañarse o así. La princesa Beatriz de Orleans no sale en el libro de Proust
porque Proust se distrajo un momento, coño, que a cualquiera le pasa.
La princesa Beatriz de Orleans no sale en el libro de Proust porque Proust se distrajo un momento, coño, que a
cualquiera le pasa. (En la foto, con el autor y Mª. Eugenia Yagüe).
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TRÍO DE LOCAS
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disfraz). La estatua barcelonesa de Colón opera en su subconsciente, pero más opera
el complejo de bajito que se quisiera grandioso. Me lo dijo, en unos carnavales:
—Mira, Umbral, las calzas de punto de Colón, me marcan paquete o sea la
cojonera.
Trío de locas. La más loca de todas soy yo, que pongo las botas sobre la mesa
marbellí (cowboy de media noche que no se come un rosco). Pero entre la ginebra
disfrazada de agua, el wodka disfrazado de naranja y la Font Vella para el pis,
creábamos una intimidad de divanes floreados y mesas alfonsinas que no se volverá a
repetir. Tres locas que no somos nada, salvo el tiempo perdido que nos aureola. Ves.
Entre la ginebra disfrazada de agua, el wodka disfrazado de naranja y la Font Vella para el pis, creábamos una
intimidad de divanes floreados y mesas alfonsinas que no se volverá a repetir. Tres locas que no somos nada, salvo
el tiempo perdido que nos aureola. (En la foto, J. L. de Vilallonga, el autor y A. de Senillosa).
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DON GIL DE LOS CHISTES VERDES
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Cela y yo nos pasamos el partido hablando de literatura, claro. Cuando los
cincuenta años del Atlético Aviación, aquel club mítico de la posguerra, el Atlético de
Madrid, que se declara hijo de aquello, aunque es al revés, montaron una exposición
muy bonita en la Casa de Campo, con aviones alemanes de la guerra, y yo di allí una
conferencia que no me pagaron nunca. Dijo Antonioni que todo millonario necesita
un intelectual, y el intelectual de Gil es Antonio Olano, mi amor.
Este hombre, Gil, tiene mucha prensa y generalmente mala, pero yo recuerdo
aquel invierno del 75 en que, entre el frío y la nieve, cuando nadie se ocupaba de mi
Nadal, me montó un homenaje en la cresta de la sierra. Es un Padrino a la española,
con menos delito y más tacos. Hay algo en él, no se sabe qué, que huele a
franquismo. Pero los domingos de invierno, en el palco de honor del Vicente
Calderón, aforrados de coñac y visones, tenemos una tertulia de famosos y bellísimas
mientras unos imbéciles en calzoncillos de lienzo moreno, antiguos, persiguen una
pelota allá abajo.
No se sabe bien lo que se proponen.
Es un Padri a la española, con menos delito y más tacos. Hay algo en él, no se sabe qué, que huele a franquismo.
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EL HERMOSO SEGUNDÓN
En las novelas y comedias carlistas de don Ramón del Valle-Inclán siempre hay
un hermoso segundón, un Cara de Plata que arrasa con el enemigo isabelino y con las
mozas del entorno.
Luis María Ansón ha elegido para sí (lo eligió hace mucho) el papel de hermoso
segundón de la causa monárquica, de la causa intelectual, de la causa periodística, de
la causa de la vida. Ningún protagonismo en este hombre cuya voz tiene mayor
estatura que él mismo, y que nació para protagonista. Recuerdo cuando era el delfín
de oro, primeros sesenta, el delfín de plata del monarquismo antifranquista. Yo, en
nombre de don Carlos (Marx) y él en nombre de don Juan (de Borbón), en seguida
coincidimos pisando la misma arena de la lucha contra la dictadura militar y
mediocre de parkinson.
Hizo Luis María un Blanco y Negro insólitamente politizado, como un Triunfo de
derechas, donde yo escribí cosas muy fuertes contra el tardofranquismo (en Triunfo
no me reconocían, me reconocieron un poco tarde, ay, ellos se lo perdían).
Hizo Luis María un ABC insólitamente antifranquista donde yo escribí, en ese
privilegiado palimpsesto del periodismo español que es su tercera página, algunas
«terceritas», como decía el entrañable Pérez-Ferrero, contra Carrero Blanco y cosas
así de inexplicables por entonces.
Luis María era un rojo de derechas y yo era un conservador de izquierdas. Ahí es
donde nos hemos encontrado.
—Umbral, que lo de la Academia fue una cabronada.
—Déjalo correr, Luis María.
—Yo creo que es que no se enteran.
—Puede ser.
No estamos de acuerdo en nada, ideológicamente, pero estamos de acuerdo en
todo, literariamente. Luis María es, con mucho, el hombre más moderno de la
derecha española. Lo viene siendo desde hace treinta años. Lástima que no le haya
dado por la política directa. Él podría ser el ariete esclarecido que nuestra derecha no
tiene, y que toda democracia necesita, mayormente cuando la izquierda en el poder se
está entregando al Wall Street de la calle de Alcalá, a la guapa gente de la jet y al
liberalcapitalismo impuesto por Bush, vaquero de medianoche, o sugerido por
Europa, la gran puta, como decía García Serrano, aquel violento y eficaz prosista de
las Falanges navarras.
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—Umbral, que ya eres premio Mariano de Cavia.
—Gracias por la noticia, amor.
—Y por unanimidad.
—Eso es mejor.
Curiosamente, en este país, donde a la derecha ya se la vota poco, el ABC se
vende tanto como los periódicos suspectamente de izquierdas, y esto es arte, magia y
oficio de Ansón, que ha sabido reciclar el viejo conservatismo español y cada día
tiene en una llaga a las marquesas de Serrano con un desnudo artístico, un artículo de
Marcelino Camacho o unos poemas homosexuales de Lorca. Yo no sé adónde va,
pero a la derecha irrecuperable se la está cargando, les para todos los días el
marcapasos con un susto erótico, político/cultural. Y eso me parece a mí que es
bueno.
Algunos domingos me llevaba a su cabaña prefabricada, troncos y tecnología, en
el campo, camino de la sierra, donde él escribía serenamente mientras sus dos niñas,
salvajes y voraces, niñas/lobas, bellas y antropófagas, mordientes y vociferantes, se
limpiaban los mocos en los incunables de la biblioteca y meaban en los retratos de
doña Mercedes y otras reinas:
—Esto es la educación en libertad, Umbral. Lo que tú propugnas.
Luis María era un rojo de derechas y yo era un conservador de izquierdas. Ahí es donde nos hemos encontrado.
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En este país donde a la derecha ya se la vota poco, el «ABC» se vende tanto como los periódicos suspectamente
de izquierdas, y esto es arte, magia y oficio de Ansón.
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MI MUNDO DE GUERMANTES
Marisa Borbón y la princesa Tessa de Baviera son como dos canéforas griegas,
dos aristócratas de Proust o dos cipreses gentiles, femeninos y alegres que dan
sombra y amistad al sol de mis noches sin sueño.
Marisa va así, de elegante y sobria, con unos ojos donde crece la tristeza y una
alegría Moët & Chandon que se apaga pronto. Es mujer, sin duda, de intimidades en
las que nunca entraremos. Pero es, ante todo, mujer de extremidades que ahí están,
las mejores piernas de mi mundo de Guermantes, con las de mi querida Sisita. Tessa
es otra cosa.
Tessa va de rubia violenta, de princesa solitaria de entreguerras, de risa carnívora,
modelazos epatantes y una elegantísima chulería de aristócrata madrileña que le
hubiera pegado más de un susto a don Francisco de Goya.
Marisa anda entre relaciones públicas y champanes, Tessa es todo un ejecutivo
con bragas de princesa, un yuppi con caderas de real hembra, que decían nuestros
abuelos y los suyos, más ilustres. Este fenómeno (el que la aristocracia se haya puesto
a trabajar), a uno le parece bueno, democratizante y muy actual. Ellas perfuman con
sus apellidos heráldicos una firma comercial o una fiesta, y el mundo del trabajo se
encuentra así con el mundo del ocio a la luz de una lámpara de champán.
No son sólo ellas, ya digo. La princesa Beatriz de Orleans y tantas otras, princesas
o no, trabajan en las inmobiliarias o venden antigüedades o llevan una boutique. La
duquesa de Carrero Blanco tiene una galería de pintura.
Marisa y Tessa, Tessa y Marisa. Tessa me lo decía una noche, en una cena:
—Mira el programa que traigo: toda la noche de fiesta, a las ocho de la mañana
un baño en la piscina helada y a las diez la primera reunión de trabajo.
Así viven, con esta marcha que han cogido, tras largos siglos sentaditas en una
silla Luis XV, y así renuevan su juventud de siglos todos los días. Vivimos en una
España donde ya sólo los curas quieren casarse y sólo las princesas quieren trabajar.
El país parece que ha cambiado, digo yo.
Toda esta guapa gente de la jet sale en las revistas hecha una cuatricromía, en una
instantánea, pero tras esa instantánea hay largos instantes de trabajo duro y diario. Es
como una especie de revolución silenciosa. Otra noche me lo decía Tessa cenando en
su casa de El Viso:
—Mira, me han puesto una casa de putas ahí enfrente. Ese chalet que ves tan
iluminado. Se llama «Sombras» y en los periódicos se anuncian en inglés:
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«Shadows». Todo El Viso ha firmado para que las echen, menos yo. Yo estoy
encantada, porque ahora hay luz y movimiento en esta calle, que antes era oscura y
solitaria. Yo llegaba por las noches muerta de miedo. Estas putas acompañan mucho.
Lo único que los coches de la parroquia a veces no me permiten aparcar. Entonces
voy y les digo: «Señoritas putas ¿harían el favor de apartar ese Mercedes?». Y ya
está.
(El último pecado madrileño es montar casas de lenocinio en colonias caras: en la
mía hay una. Tengo que darme un voltio y les cuento.)
Marisa anda entre relaciones públicas y champanes, Tessa es todo un ejecutivo con bragas de princesa, un yuppi
con caderas de real hembra, que decían nuestros abuelos y los suyos, más ilustres.
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PAT KENNEDY
Con Pat Kennedy nos hicimos amigos en Nueva York. Pat Kennedy, la más
inteligente de los Kennedy, ya ven ustedes que tiene algo de travestí que, siendo tan
mujer, se disfrazase de mujer. Esto pertenece ya a un juego manierista con el sexo,
con los sexos, en el que preferimos no entrar.
—Ah, Pat.
—Oh, Umbral.
Ya observaba Juan Ramón Jiménez que los yanquis dicen «Oh» y los españoles
decimos «Ah». Pat es una adorable hispanista por libre que no escribe libros coñazo
sobre España ni sobre la guerra civil. Pat Kennedy es una hispanista verbal que viene
a España periódicamente (Marbella, Madrid) y nos quiere mucho. Un día me llamó
desde Manhattan:
—Que he visto un libro tuyo en un escaparate de la Quinta Avenida.
—Pues mándalo ya, tía.
Y me mandó el libro. Era Mortal y rosa en inglés, en una de las mejores
editoriales judeoamericanas. La edición es bella, pero lo han titulado Primavera
mortal. Qué manera tan fina de joder un libro. Y a este tenor es la traducción. Los
grandes escritores es que somos intraducibles. Sólo se traduce bien y fácil a los
mediocres (y yo no me puede quejar de traducciones). Hay varias novelas por el
mundo que se titulan Primavera mortal, y mayormente son novelas policíacas, cosa
que para nada es mi libro, aunque trate de la muerte. Lo cual que el traductor
tampoco se pasó de original, ya puesto a inventar.
Pat Kennedy y yo siempre nos damos la mano con la izquierda. Es ya como un
rito entre nosotros. Si Pat se hubiese presentado a la presidencia, habría llegado más y
mejor que sus hermanos. Pero prefiere pasar de política y venirse a España, a la
sombra del sol de Marbella, al calor del frío de Madrid.
—Qué bonita chaqueta, Pat.
—Qué elegante esmoquin, Umbral.
Finos que somos.
Si fuese bella nos habríamos casado, y yo estaría ya en el clan de los Kennedy. De
momento sólo estoy en el clan de los Lara, y muy contento. En las fiestas nos
intercambiamos el whisky. En Marbella nos intercambiamos los amigos, las amigas.
Pat tiene una cosa fuerte y como irlandesa, pese a la nariz judía, de pionera del
Mayflower que desembarcó en USA para el primer cóctel elegante de Manhattan. Pat
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tiene una cosa de Bob Kennedy con faldas y a lo loco. Pat Kennedy, la pierna
musculada, la rodilla griega y dura, tiene algo de campeona de los cien metros lisos,
como todas las yanquis, como todos los yanquis, pero revestida y engrandecida por la
púrpura invisible de los Kennedy, por la aristocracia mortal de los Kennedy. La amo.
—Qué bonito peinado, Pat.
—Qué bonita fiesta, Umbral.
—En tu honor, Pat, todo en tu honor.
Un día me llamó desde Nueva York para decirme que había descubierto un gran
libro que yo tenía que leer, porque era yo mismo, era mi retrato, me iba a encantar.
—Te lo mando. Se llama El lobo estepario, de Hermán Hesse, un tal Hermán
Hesse.
No me atreví a decirle que lo había leído a los quince años.
Pat tiene una cosa fuerte y como irlandesa, pese a la nariz judía, de pionera del Mayflower que desembarcó en
USA para el primer cóctel elegante de Manhattan.
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ALFONSO ESCÁMEZ
Cuando yo era botones en el Central de Valladolid (entré el mismo día que el toro
mataba a Manolete en Linares), el nombre de Alfonso Escámez sonaba ya como
mítico poderoso, y confuso, como delfín del gran Ignacio Villalonga, que era nuestro
presidente, y que alguna vez cayó por la sucursal, y entonces se secó la tinta en todos
los tinteros de hacer nuestras contabilidades. Escámez, como en las monarquías bien
llevadas, sucedió automáticamente a su jefe, tras la muerte de éste, pero yo ya estaba
en Madrid escribiendo artículos por los cafés. Me lo dijo un vallisoletano noble,
vocacional y frustrado (en el cine y el teatro), cuando paseábamos nuestra
mendicidad por la calle de Alcalá:
—Tú, Umbral, triunfarás, ganarás dinero, te relacionarás y, finalmente, volverás
en brazos del Central.
Qué gran amigo y qué gran pronóstico heraclitano. Todo vuelve. Y aquí me tienen
en brazos de Escámez que me quiere como a su botones preferido. El día en que se
enteró de que Umbral, ese escritor hosco y brillante, insolente y un poco rojo, había
sido botones suyo en una remota sucursal de provincias, me cogió un cariño paternal,
y ahora me invita a callos a la madrileña de vez en cuando (que no nos convienen a él
ni a mí). Almorzamos en el mismo banco, sin salir para nada a la calle, entre ese olor
a pescadería que tiene el dinero acumulado. Y me cuenta cosas tan confidenciales e
interiores al mundo del dinero que casi ninguna la puedo escribir:
—Con Franco era terrible, Paco. No podías salir de España sin que te llamasen
fascista. Yo, ahora, con el socialismo, tengo sucursales en toda Europa y me paseo
por ahí con la cabeza muy alta.
Cuando me hice vegetariano sólo se enteraron dos personas: mi mujer y Escámez.
Y digo que se enteró Escámez porque, en nuestra comida del mes, a solas, nos
sorprendió el camarero con un fastuoso menú vegetariano, para mí.
—¿Y tú cómo sabes esto, Alfonso?
—Yo es que lo sé todo, hijo.
Los del Central son una mafia murciana y brillante que han dado mucho juego en
la vida española. Alfonso y yo empezamos de botones, sólo que él hizo carrera. Es la
pequeña diferencia.
—He preguntado por ti a Valladolid y ni se acuerdan.
—Más vale.
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Alfonso estaba en el jurado que me dio el Cavia, el premio más hermoso de mi
vida, y luego me lo ha dicho:
—Me hizo tanta ilusión votarte como si fueras hijo mío.
Alguna vez he pensado confiarle la modesta calderilla del escritor, que la tengo
por ahí dispersa, a ver si me la multiplica o, cuando menos, me la guarda segura. Pero
no me atrevo a decírselo, porque él se mueve entre Opas y billones con be, y lo mío
es una miseria. Aquí en la foto estamos en alguna fiesta, cena, cóctel o cosa, donde
siempre coincidimos, porque los banqueros, antes, eran una raza hermética y distante,
pero ahora se codean mucho y hasta salen en las revistas del corazón junto a la
Pantoja y Paquirrín. A mi izquierda veo a Luis Berlanga; al fondo, a Chueca Goitia, y
detrás de Escámez, a Mike Stilianopoulos, el marido de Esperanza Ridruejo, la hija
de Epifanio, otro histórico de nuestra Banca romántica.
Dijo Goethe, aquel gran reaccionario, que no se puede envejecer sin un poco de
amor o un poco de gloria. Se le olvidó añadir un banquero.
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EL VIEJO PLAYBOY
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el camello por el ojo de una aguja de oro. El socialfelipismo, ya saben, es esta movida
madrileña de banqueros, putas caras, opas hostiles, marquesas, export/import,
solchagas, señores/Cuevas, corrupción y cacao maravillao.
Bello, viejo y descalzo como un semidiós griego, Mendoza navega.
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Navegar ha navegado con muchas mujeres, pero ninguna, para mi gusto, como Nati Abascal.
El día que ganó las elecciones mi corazón estaba con Ussía, por colega, por amigo, por escritor, por humorista, por
valiente.
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LOS SEÑORES DE PREYSLER
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(no por la china, como se ha dicho, sino por el error/Rumasa) y tiempo más tarde
anuncia que ha devuelto el carnet del PSOE, cosa que a uno le dejó perplejo, pues
nunca imaginé a este señor con carnet socialista. Igual podía habérselo comido, con
grapa y todo, que ni el PSOE ni España ni el socialismo se hubieran conmovido. Ya
en la empresa privé, se dedica a ganar millones y le fabrica a su señora o nueva
frontera un chalet con veinticinco bidés, como si la china tuviese veinticinco vaginas,
como los brazos de Siva. Yo creo que a cualquier señora, aunque sea tan singular e
ilustre como la Preysler, le basta con un bidé y una vagina. Incluso a la Reyna Ysabel
de Inglaterra.
A Isabel Preysler la conozco chez Pitita Ridruejo y primero la tomo por una
criada filipina, entre la plural servidumbre de la casa. Cuando Pitita me dice que es la
«viuda» de Julio Iglesias, principio a interesarme por ella, pero pasa de mí. En la
biografía que le escribió Paloma Barrientos se cuenta que todas las hermanas
proceden de una casa de lenocinio de Manila, que regentaba la madre. Todo esto me
parece apócrifo. Yo a esa biografía le hice un prólogo brillante sin leer el libro,
naturalmente. Hoy son una pareja de millonarios dedicados a ganar dinero (él con los
bancos, ella con sus porcelanosas), y aquí es cuando el exceso de éxito (lo que mi
querido Dionisio Ridruejo llamaba «el exceso de victoria») principia a deflagrarse en
vulgaridad. Ella tiene una inteligencia oriental de ojos oblicuos. Acabarán siendo
unos ricos con muchos niños y sin interés. La última vez que la vi, en casa de Cela,
hace un mes, apareció como una musa prerrafaelista, como un ángel de William
Blake, toda de blanco y plata, la piel y la ropa, y me enamoré de ella.
Hay un momento en la vida del triunfador en que éste necesita cambiar de mujer, buscar otra más espectacular,
borrar sus orígenes de pensión y oposiciones mediante una exótica, una famosa o una elegante profesional que
refuerza su imagen.
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El señor Boyer, como superministro de la cosa, tiene un primer gesto socialista (cosa que no era) nacionalizando
Rumasa. Quiere decirse que se eligió al más tonto, Ruiz Mateos, y al viejo enemigo de cuando el franquismo, el
Opus, para hacer demagogia/PSOE.
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Índice onomástico
Abascal, Nati.
Abril, Victoria.
Adamov, Arthur.
Aguirre, J. M.a.
Aguirre y Ortiz de Zárate, Jesús.
Alba, Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, duquesa de.
Alba, Jacobo Stuart Fitz-James y Falcó, duque de.
Alberti, Rafael.
Alcántara, Manuel.
Alcocer, Alberto.
Alfonso XIII.
Alfredo (fotógrafo).
Almodóvar, Pedro.
Alonso, Dámaso.
Alonso, José Luis.
Amedo, José.
Amilibia.
Andersen, Bibí.
Andreu, Blanca.
Anglada Camarasa, Hermenegild.
Anguita, Julio.
Ansón, Luis María.
Antonelli, Laura.
Antonio (portero).
Antonio, Antonio Ruiz Soler, llamado.
Antonioni, Michelangelo.
Aragón, Agustina de.
Aranda, Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de.
Aranguren, José Luis L.
Areces, Ramón.
Areilza, José María de.
Arespacochaga, Juan.
Arias Navarro, Carlos.
Arnedo.
Arnedo Soriano, Elena.
Arniches, Carlos.
Arrabal, Fernando.
Página 254
Arrese Magra, José Luis de.
Asquerino, María.
Asturias, Miguel Ángel.
Aute, Luis Eduardo.
Avia, Amalia.
Ayala, Francisco.
Azaña, Manuel.
Azcona, Rafael.
Azorín, José Martínez Ruiz, llamado.
Página 255
Borbones, los.
Borges, Jorge Luis.
Borras Betriu, Rafael.
Borrell Fontelles, Josep.
Bosch de Lara, María Teresa.
Bosé, Lucía.
Botticelli, Alessandro di Mariano Filipepi, llamado Sandro.
Boyer Salvador, Miguel.
Boyra de Carvajal, Elena.
Brecht, Bertold.
Bretón, André.
Brown, Norman.
Brunner, Guido.
Buero Vallejo, Antonio.
Bush, George.
Bustos y Figueroa de Finat, Casilda de.
Buttler, Ornar.
Byron, George Gordon, lord.
Caballé, Montserrat.
Calderón de la Barca, Pedro.
Calvino, Italo.
Calviño, José María.
Calvo, Luis.
Calvo Serer, Rafael.
Calvo Sotelo, José.
Calvo-Sotelo y Bustelo, Leopoldo.
Callas, María Kalojeropulo, llamada.
Camacho Abad, Marcelino.
Campesino. Valentín González, llamado el.
Campoamor, Ramón de.
Cándido, Carlos Luis Álvarez, llamado.
Cansinos Assens, Rafael.
Cantero, Luis.
Capone, Al.
Caracol, Manolo.
Carandell, Luis.
Cardin, Pierre.
Carlos III.
Carreras Coll, Josep.
Página 256
Carrero Blanco, Luis.
Carrillo Solares, Santiago.
Caruso, Enrico.
Carvajal, Federico de.
Casanovas.
Casona, Alejandro Rodríguez, llamado Alejandro.
Castellano, Pablo.
Castellet, Josep Maria.
Castro, Américo.
Castro, Fidel.
Cebrián, Juan Luis.
Cela, Camilo José.
Celaya, Gabriel.
Cellini, Benvenuto.
Cerecedo, Cuco.
Cernuda, Luis.
Cervantes Saavedra, Miguel de.
Cervino.
Cioran, E. M.
Closas, Alberto.
Cobos, Luis.
Coelho, Pinto.
Cohen, Emma.
Colsada.
Cooper, Gary.
Coque (futbolista).
Cortina, Alberto.
Cristo.
Cruz, Sabina de la.
Cuenca, Luis.
Cuevas, José María.
Cugat, Xavier.
Chacel, Rosa.
Chamorro, Violeta.
Che, Ernesto Guevara, llamado el.
Chillida, Eduardo.
Christie, Agatha.
Chueca Goitia, Fernando.
Daguerre, Jacques.
Página 257
Dalí, Salvador.
Daninos, Pierre.
Dans, Rosalía.
Darío, Félix Rubén García Sarmiento, llamado Rubén.
Deglané, Bobby.
Delgado, Álvaro.
Delibes, Miguel.
Deneuve, Catherine.
Descartes, René.
De Sica, Vittorio.
Dessange, Michel de Jacques.
Díaz-Llano de Garrigues, Carmen.
Diego, Gerardo.
Diego, Juan.
Diez de Rivera, Carmen.
Dior, Christian.
Domingo, Plácido.
Domínguez, Adolfo.
Dominguín, Paola.
Donatello, Donato Di Betto Bardi, llamado.
Duarte de Perón, Eva.
Duval, Norma.
Einstein, Albert.
Erauso, Catalina de.
Escobar, Luis.
España, María.
Estrada, Susana.
Eva.
Fabiola de Bélgica.
Falcón, Irene.
Faulkner, William.
Felipe II.
Felipe, León Felipe Camino, llamado León.
Fellini, Federico.
Feo, Julio.
Fernán-Gómez, Fernando.
Fernández, Luis.
Página 258
Fernández Cuesta, Ramón.
Fernández Layos, Juan.
Fernández de la Mora, Gonzalo.
Fernández Ordóñez, Francisco.
Fernández Ordóñez, José.
Fernanflor (periodista).
Ferrand, Martín.
Fierro, Alfonso.
Fierro, Cuqui.
Fiestas, Jorge.
Figueroa, Natalia.
Flores, Lola.
Flores, señora de (madre de Marisol).
Forges, Antonio Fraguas, llamado.
Forqué, Verónica.
Foxá, Agustín de.
Fraga Iribarne, Manuel.
Fraguas (director de Arriba y padre de Forges).
Franco Bahamonde, Francisco.
Franco Polo, Carmen.
Freud, Sigmund.
Gadé, Analía.
Gades, Antonio.
Gala, Antonio.
Galiana, Fred.
Galvarriato, Eulalia.
Gaos, Lola.
Garcés, Jesús Juan.
García Candau, Julián.
García Lorca, Federico.
García Márquez, Gabriel.
García Mayo de Fernández Ordóñez, María Paz.
García Moreno, Carmela.
García Nieto, José.
García Sánchez, José Luis.
García Serrano, Rafael.
García Trevijano, Antonio.
Garciasol, Ramón de.
Garfias, Pedro.
Página 259
Garrigues y Díaz-Cañabate, Antonio.
Garrigues-Walker, Antonio.
Garrigues-Walker, Joaquín.
Garrigues-Walker, Juan.
Garrigues, los.
Gaulle, Charles de.
Gide, André.
Gil de Biedma, Jaime.
Gil y Gil, Jesús.
Gil Robles, José María.
Gila, Miguel.
Gimferrer, Pere.
Godó, Javier.
Goethe, Johann Wolfgang von.
Golf, Luciana.
Gómez-Santos, Marino.
Gómez-Santos, señora de M.
Gómez de la Serna, Ramón.
Gomila (fotógrafo).
Góngora, Luis de.
González, Ángel.
González Márquez, Felipe.
González-Ruano, César.
González Seara, Luis.
Goodman, Paul.
Gorbachov, Mijaíl.
Goya, Francisco.
Goyanes, Carlos.
Goyanes, María José.
Goyanes, los.
Goytisolo, José Agustín.
Gracián, Baltasar.
Gramsci, Antonio.
Grandío, Tino.
Grant, Cary.
Graves, Robert.
Greco, Doménikos Theotokópoulos, llamado el.
Greco, Juliette.
Grijalbo, Juan.
Grimau, Julián.
Gris, Juan José Victoriano González, llamado Juan.
Página 260
Grosso, Alfonso.
Guerra González, Alfonso.
Guerra González, Juan.
Guillén, Jorge.
Guillén, Nicolás.
Gutiérrez Mellado, Manuel.
Ibárruri, Dolores.
Iglesias, Julio.
Iglesias, Pablo.
Ionesco, Eugéne.
Isabel I de Castilla, la Católica.
Isabel II de Inglaterra.
Isidro, san.
Jakobson, Román.
Jiménez, Juan Ramón.
Joyce, James.
Juan Carlos II.
Juan de la Cruz, san.
Judas Iscariote.
Página 261
Kant, Immanuel.
Kavafis, Constantin.
Kennedy, Edward.
Kennedy, John F.
Kennedy, Pat.
Kennedy, Robert.
Kennedy, los.
Kennedy de Onassis, Jacqueline.
Kohl, Helmut.
Krupp, los.
Lacruz, Mario.
Laguna, Emilio.
Laiglesia, Álvaro de.
Laín Entralgo, Pedro.
Lampreave, Chus.
Lara, Agustín.
Lara Bosch, Fernando.
Lara Bosch, José Manuel.
Lara Bosch, Inés.
Lara Bosch, Maribel.
Lara Hernández, José Manuel.
Lara, los.
Largo Caballero, Francisco.
Larra, Mariano José de.
Larreta, Enrique.
Lázaro Carreter, Fernando.
Leal (fotógrafo).
Leibniz, Gottfried Wilhelm.
Lenin, Vladímir Ilich Uliánov, llamado.
Lennon, John.
León, María Teresa.
Lévi-Slrauss, Claude.
Lezana, Sara.
Líster Forján, Enrique.
López, Antoñito.
López, Charo.
López Salinas, Armando.
Página 262
López-Sancho, Lorenzo.
López Vázquez, José Luis.
Lorenza (compañera de Manuel Viola).
Lorenzo, Pedro de.
Luca de Tena, Juan Ignacio.
Luca de Tena, Torcuato.
Luca de Tena Brunet, Torcuato.
Lute, Eleuterio Sánchez, llamado el.
Llanos, José María.
Llongueras Batlle, Lluís.
Macarrón (pintor).
Machado, Antonio.
Machado, Manuel.
Magdalena (asistenta).
Magritte, René.
Mahoma.
Malasaña, Manolita.
Malraux, André.
Mann, Anthony.
Mann, Thomas.
Manolete, Manuel Rodríguez Sánchez, llamado.
Manrique, Jorge.
Marañón Posadillo, Gregorio.
Marcos, Imelda.
Marcuse, Herbert.
Marías, Julián.
Mariemma.
Mariñas, Jesús.
Marisol, Pepa Flores, llamada.
Marsé, Juan.
Marshall, George Callett.
Marsillach, Adolfo.
Martín Descalzo, José Luis.
Martin du Gard, Roger.
Martín Patino, Basilio.
Martín Patino, José María.
Martínez-Bordiú, Cristóbal, marqués de Villaverde.
Martínez-Bordiú Franco, María Carmen.
Marx, Karl.
Página 263
Massiel, María de los Ángeles Santamaría, llamada.
Mastroianni, Marcello.
Mata, Pedro.
Mateo, Rosa María.
Mathieu, Jean-Louis.
Matisse, Henri.
Maura, Carmen.
Maura, los.
Máximo, Máximo San Juan Arranz, llamado.
Mayalde, José Finat y Escrivá de Romaní, conde de.
Medina, Tico.
Méndez. Bringas.
Mendoza, Ramón.
Mercedes de Orleans, reina de España.
Merleau-Ponty, Maurice.
Mihura, Miguel.
Milá, Mercedes.
Milans del Bosch, Sisita.
Milans del Bosch y Ussía, Jaime.
Millán Astray, José.
Miller, Mirta.
Mingote, Antonio.
Miranda, Podadera.
Miró, Pilar.
Mistral, Jorge.
Molina, Ángela.
Moneada, Alberto.
Monroe, Marilyn.
Montaigne, Michel Eyquem de.
Montes, Eugenio.
Montiel, Antonia Abad, llamada Sara.
Montseny Mané, Federica.
Mora y Aragón, Jaime de.
Morgan, Lina.
Moriarty, Marta.
Morodo, Raúl.
Mourlane, Pedro.
Mozart, Wolfgang Amadeus.
Muñoz Grandes, Agustín.
Mussolini, Benito.
Página 264
Nabokov, Vladímir.
Napoleón I Bonaparte.
Navarro, Julia.
Nefertiti, reina de Egipto.
Nerón.
Neruda, Pablo.
Nerval, Gérard Labrunie, llamado Gérard de.
Nietzsche, Friedrich.
Ochoa, Severo.
Olano, Antonio.
Olmo, Lauro.
Olmo, Luis del.
Onassis, Aristóteles.
Ops (dibujante).
Orleans, princesa Beatriz de.
Ors, Eugenio d’.
Ortega, Daniel.
Ortega y Gasset, José.
Ortega Spottorno, José.
Ory, Carlos Edmundo de.
Ostos, Rafael.
Oteiza, Jorge de.
Otero, Blas de.
Otero, Luis.
Paco.
Palma, Rosy de.
Pániker, Salvador.
Pantoja, Isabel.
Pantoja de la Cruz, Juan.
Paquirrín, Paquirri Pantoja, llamado.
Pardo Bazán, Emilia.
Pascual, Javier María.
Página 265
Pasolini, Pier Paolo.
Pavía Rodríguez de Alburquerque, Manuel.
Paz, Octavio.
Pécker, José Luis.
Pemán, José María.
Penagos, Rafael de (pintor y dibujante).
Penagos, Rafael de (hijo).
Penagos, Chelo, esposa de.
Peraile, Meliano.
Pérez de Ayala, Ramón.
Pérez-Ferrero, Miguel.
Pérez Galdós, Benito.
Pérez-Relaño Menéndez de Tierno, María Encarnación.
Peridis, José María Pérez González, llamado.
Pescaílla, Antonio González, llamado el.
Picasso, Pablo R.
Picatoste, Jesús.
Pinochet, Augusto.
Platero, Carmen.
Poe, Edgar Allan.
Polakow, Diana.
Polanco, Jesús de.
Polo Martínez Valdés, Carmen.
Polo Martínez-Valdés, Zita.
Pompeia, Nuria.
Posadas, Carmen.
Pottecher, Beatriz.
Pradera, María Dolores.
Precioso, Artemio.
Preysler, Isabel.
Prieto, Antonio.
Prieto de Tamames, Carmen.
Prieto, Gregorio.
Prieto, Indalecio.
Prieto, Martín.
Primo de Rivera y Orbaneja, Miguel.
Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, José Antonio.
Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, Pilar.
Proust, Marcel.
Puerta Gutiérrez, Alonso-José.
Pujol, Carlos.
Página 266
Quevedo y Villegas, Francisco de.
Rabal, Paco.
Ramírez, Pedro J.
Ramírez Ruiz de la Prada, Cósima.
Ramoncín.
Raphael, Rafael Martos Sánchez, llamado.
Rappel (futurólogo).
Redford, Roben.
Redondo, Nicolás.
Rejano, Juan.
Répide, Pedro de.
Resines.
Revello de Toro, Félix.
Rey, Bárbara.
Rey, Clara del.
Rey, Fernando.
Ridruejo, Dionisio.
Ridruejo, Epifanio.
Ridruejo, Esperanza Stilianopoulos, llamada Pitita.
Rigalt, Carmen.
Rilke, Rainer María.
Rimbaud, Arthur.
Rivelles, Amparo.
Roca i Junyent, Miquel.
Rodríguez. Pedro.
Rodríguez Albert.
Rojas, Fernando de.
Roldán, Modesto.
Rollings, los.
Romanones, Álvaro de Figueroa, conde de.
Romero, Carmen.
Romero, Emilio.
Rubio, Fanny.
Rubio, Mariano.
Ruiz, Pedro.
Ruiz Mateos, José María.
Ruiz de la Prada, Agatha.
Página 267
Sádaba, Javier.
Safo de Lesbos.
Salas, Alfonso de.
Salas, Juan Tomás de.
Sampedro, José Luis.
Samper de Camacho, Josefina.
Sancha (viuda de Alberto Sánchez).
Sánchez, Alberto.
Sánchez, Alfonso.
Sánchez Mazas, Rafael.
Sandra.
Santo Floro, Agustín de Figueroa y Alonso Martínez, marqués de.
Saramago, José.
Sarasola, Enrique.
Sartorius Álvarez de las Asturias Bohorques, Nicolás.
Sartre, Jean-Paul.
Sastre, Alfonso.
Saura, Antonio.
Saura, Carlos.
Schmidt, Helmut.
Sebastián, Pablo.
Segrelles, Paloma.
Segrelles, los.
Sempere, Eusebi.
Semprún, Jorge.
Senillosa, Antonio de.
Serrano, Eugenia.
Serrano Suñer, Ramón.
Serrat, Joan Manuel.
Sevilla, Carmen.
Shakespeare, William.
Silva Muñoz, Federico.
Sinatra, Frank.
Soares, Mario.
Sofía de Grecia, reina de España.
Solana, José Gutiérrez.
Solchaga, Carlos.
Solís Ruiz, José.
Soriano, Elena.
Página 268
Soutullo, Severiano.
Stampa, José María.
Stendhal, Henri Beyle, llamado.
Stilianopoulos, Mike.
Suárez González, Adolfo.
Summers, Manuel.
Ullán.
Unamuno, Miguel de.
Ussía, Alfonso.
Valéry, Paul.
Valverde, José María.
Valle-Inclán, Ramón del.
Vallejo-Nágera, Alejandro.
Vallejo-Nágera, Juan Antonio.
Página 269
Van Gogh, Vincent.
Vargas, Iván de.
Vargas Llosa, Mario.
Vázquez Díaz, Daniel.
Vega y Carpió, Félix Lope de.
Vélez de Guevara, Luis.
Vera, Victoria.
Verdes (retratista).
Vert, Juan.
Vicent, Manuel.
Víctor Manuel (cantante).
Vidal Beneyto, José.
Vigón Suerodíaz, Jorge.
Vilallonga, José Luis de.
Villalonga, Ignacio.
Villena, Enrique de.
Viola, Jacobo.
Viola, Manuel.
Vivaldi, Antonio.
Vizcaíno Casas, Fernando.
Wagner, Cósima.
Wayne, John.
Wilde, Oscar.
Wyoming.
Zamacois, Eduardo.
Zorrilla, José.
Zurbarán, Francisco de.
Página 270
FRANCISCO UMBRAL (Madrid, 1932 - Boadilla del Monte, 2007).
Fruto de la relación entre Alejandro Urrutia, un abogado cordobés padre del poeta
Leopoldo de Luis, y su secretaria, Ana María Pérez Martínez, nació en Madrid, en el
hospital benéfico de la Maternidad, entonces situado en la calle Mesón de Paredes, en
el barrio de Lavapiés, el 11 de mayo de 1932, esto último acreditado por la profesora
Anna Caballé Masforroll en su biografía Francisco Umbral. El frío de una vida. Su
madre residía en Valladolid, pero se desplazó hasta Madrid para dar a luz con el fin
de evitar las habladurías, ya que era madre soltera. El despego y distanciamiento de
su madre respecto a él habría de marcar su dolorida sensibilidad. Pasó sus primeros
cinco años en la localidad de Laguna de Duero y fue muy tardíamente escolarizado,
según se dice por su mala salud, cuando ya contaba diez años; no terminó la
educación general porque ello exigía presentar su partida de nacimiento y desvelar su
origen. El niño era sin embargo un lector compulsivo y autodidacta de todo tipo de
literatura, y empezó a trabajar a los catorce años como botones en un banco.
En Valladolid comenzó a escribir en la revista Cisne, del S. E. U., y asistió a lecturas
de poemas y conferencias. Emprendió su carrera periodística en 1958 en El Norte de
Castilla promocionado por Miguel Delibes, quien se dio cuenta de su talento para la
escritura. Más tarde se traslada a León para trabajar en la emisora La Voz de León y
en el diario Proa y colaborar en El Diario de León. Por entonces sus lecturas son
sobre todo poesía, en especial Juan Ramón Jiménez y poetas de la Generación del 27,
pero también Valle-Inclán, Ramón Gómez de la Serna y Pablo Neruda.
Página 271
El 8 de septiembre de 1959 se casó con María España Suárez Garrido, posteriormente
fotógrafa de El País, y ambos tuvieron un hijo en 1968, Francisco Pérez Suárez
«Pincho», que falleció con tan sólo seis años de leucemia, hecho del que nació su
libro más lírico, dolido y personal: Mortal y rosa (1975). Eso inculcó en el autor un
característico talante altivo y desesperado, absolutamente entregado a la escritura,
que le suscitó no pocas polémicas y enemistades.
En 1961 marchó a Madrid como corresponsal del suplemento cultural y chico para
todo de El Norte de Castilla, y allí frecuentó la tertulia del Café Gijón, en la que
recibiría la amistad y protección de los escritores José García Nieto y, sobre todo, de
Camilo José Cela, gracias al cual publicaría sus primeros libros. Describiría esos años
en La noche que llegué al café Gijón. Se convertiría en pocos años, usando los
seudónimos Jacob Bernabéu y Francisco Umbral, en un cronista y columnista de
prestigio en revistas como La Estafeta Literaria, Mundo Hispánico (1970-1972), Ya,
El Norte de Castilla, Por Favor, Siesta, Mercado Común, Bazaar (1974-1976),
Interviú, La Vanguardia, etcétera, aunque sería principalmente por sus columnas en
los diarios El País (1976-1988), en Diario 16, en el que empezó a escribir en 1988, y
en El Mundo, en el que escribió desde 1989 la sección Los placeres y los días. En El
País fue uno de los cronistas que mejor supo describir el movimiento contracultural
conocido como movida madrileña. Alternó esta torrencial producción periodística
con una regular publicación de novelas, biografías, crónicas y autobiografías
testimoniales; en 1981 hizo una breve incursión en el verso con Crímenes y baladas.
En 1990 fue candidato, junto a José Luis Sampedro, al sillón F de la Real Academia
Española, apadrinado por Camilo José Cela, Miguel Delibes y José María de Areilza,
pero fue elegido Sampedro.
Ya periodista y escritor de éxito, colaboró con los periódicos y revistas más variadas
e influyentes en la vida española. Esta experiencia está reflejada en sus memorias
periodísticas Días felices en Argüelles (2005). Entre los diversos volúmenes en que
ha publicado parte de sus artículos pueden destacarse en especial Diario de un snob
(1973), Spleen de Madrid (1973), España cañí (1975), Iba yo a comprar el pan
(1976), Los políticos (1976), Crónicas postfranquistas (1976), Las Jais (1977),
Spleen de Madrid-2 (1982), España como invento (1984), La belleza convulsa
(1985), Memorias de un hijo del siglo (1986), Mis placeres y mis días (1994).
En el año 2003, sufrió una grave neumonía que hizo temer por su vida. Murió de un
fallo cardiorrespiratorio el 28 de agosto de 2007 en el hospital de Montepríncipe, en
la localidad de Boadilla del Monte (Madrid), a los 75 años de edad.
Página 272
Notas
Página 273
[1] Ha fallecido este verano. <<
Página 274
[2] Ya se ha sentido en este libro. <<
Página 275
[3] Hoy es alcalde de Marbella. <<
Página 276