Freud-sueños-Capítulo 7

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SIGMUND FREUD

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Capítulo VII: Psicología de los procesos oníricos

Entre los sueños que me han sido comunicados por otras personas se encuentra uno
que reclama ahora especialmente nuestra atención. Su verdadera fuente me es desconocida,
pues me fue relatado por una paciente, que lo oyó, a su vez, en una conferencia sobre el
sueño y a la que hizo tal impresión que se apresuró a soñarlo por su cuenta; esto es, a
repetir en sus propios sueños algunos de sus elementos para expresar con esta transferencia
una coincidencia en un punto determinado. Los antecedentes de este sueño prototípico son
como sigue: un individuo había pasado varios días, sin un instante de reposo, a la cabecera
del lecho de su hijo, gravemente enfermo. Muerto el niño, se acostó el padre en la
habitación contigua a aquella en la que se hallaba el cadáver y dejó abierta la puerta, por la
que penetraba el resplandor de los cirios. Un anciano, amigo suyo, quedó velando el
cadáver. Después de algunas horas de reposo soñó que su hijo se acercaba a la cama en que
se hallaba, le tocaba en el brazo y le murmuraba al oído, en tono de amargo reproche:
«Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?» A estas palabras despierta sobresaltado, observa un
gran resplandor que ilumina la habitación vecina, corre a ella, encuentra dormido al anciano
que velaba el cadáver de su hijo y ve que uno de los cirios ha caído sobre el ataúd y ha
prendido fuego a una manga de la mortaja.
La explicación de este sueño conmovedor es harto sencilla y fue acertadamente
desarrollada, según me comunica mi paciente, por el conferenciante. El resplandor entró
por la puerta abierta en la estancia donde se hallaba reposando el sujeto, y al herir sus ojos,
provocó la misma conclusión que hubiera provocado en estado de vigilia; esto es, la de que
la llama de un cirio había producido un fuego en un lugar cercano al cadáver. Es también
muy posible que, antes de acostarse, pensara el padre en la posibilidad de tal suceso,
desconfiando de que el anciano encargado de velar al cadáver pudiera pasar la noche sin
pegar los ojos. Tampoco nosotros encontramos nada que objetar a esta solución y nos
limitaremos a agregar que el contenido del sueño tiene que hallarse superdeterminado y que
las palabras del niño habrán de proceder de otras pronunciadas por él en la vida real y
enlazadas a circunstancias que hubieron de impresionar al padre. La queja «estoy ardiendo»
pudo muy bien ser pronunciada por el niño durante su enfermedad bajo los efectos de la
fiebre, y las palabras «¿no lo ves?» habrán de corresponder a otra ocasión cualquiera
ignorada por nosotros, pero seguramente saturada de afecto.
Una vez que hemos reconocido este sueño como un proceso pleno de sentido y
susceptible de ser incluido en la coherencia de la actividad psíquica del sujeto, podemos dar
libre curso a nuestro asombro de que en tales circunstancias, en las que lo natural parecería
que el sujeto despertase en el acto, haya podido producirse un sueño. Esta circunstancia nos
lleva a observar que también en este sueño se da una realización de deseos. El niño se
conduce afectivamente en él como si aún viviera y advierte por sí propio a su padre de lo
sucedido, llegando hasta su lecho y tocándole en el brazo, como lo hizo probablemente en
aquel recuerdo del que el sueño toma la primera parte de sus palabras. Así, pues, si el padre

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prolonga por un momento su reposo es en obsequio de esta realización de deseos. El sueño


quedó antepuesto aquí a la reflexión del pensamiento despierto porque le era dado mostrar
al niño nuevamente en vida. Si el padre hubiera despertado primero y deducido después la
conclusión que le hizo acudir al lado del cadáver, hubiera abreviado la vida de su hijo en
los breves momentos que el sueño se le presentaba. Sobre la peculiaridad que en este sueño
atrae nuestro interés no puede caber la menor duda. Hasta ahora nos hemos ocupado
predominantemente de averiguar en qué consiste el sentido oculto de los sueños, por qué
camino nos es dado descubrirlo y cuáles son los medios de que se ha servido la elaboración
onírica para ocultarlos. Los problemas de la interpretación de los sueños ocupaban hasta
aquí el centro de nuestro campo visual; pero en este punto tropezamos con el sueño antes
mencionado, que no plantea a la interpretación labor ninguna y cuyo sentido aparece dado
sin el menor disfraz; pero que, sin embargo, conserva los caracteres esenciales que tan
singularmente distinguen al fenómeno onírico de nuestro pensamiento despierto. Una vez
que hemos agotado todo lo referente a la labor de interpretación, nos es dado observar cuán
incompleta continúa siendo nuestra psicología del sueño.
Pero antes de dirigir nuestro pensamiento por estos nuevos derroteros queremos
hacer un alto y volver los ojos atrás con objeto de comprobar si en nuestro camino hasta
aquí no hemos dejado inadvertido algo importante, pues no nos ocultaremos que hemos
recorrido ya la parte cómoda y andadera del mismo. Hasta ahora todos los senderos por los
que hubimos de avanzar nos han conducido, si no me equivoco mucho, a lugares
despejados, al esclarecimiento y a la comprensión total; pero desde el momento en que
queremos penetrar más profundamente en los procesos anímicos que se desarrollan en el
sueño, todas nuestras rutas desembocarán en las tinieblas. Ha de sernos imposible
esclarecer totalmente el sueño como proceso psíquico, pues esclarecer una cosa significa
referirla a otra conocida, y por el momento no existe conocimiento psicológico ninguno al
que podamos subordinar aquellos datos que como base de una aclaración pudiéramos
deducir del examen psicológico del fenómeno onírico. Por el contrario, nos veremos
obligados a establecer una serie de nuevas hipótesis relativas a la estructura del aparato
anímico y al funcionamiento de las fuerzas que en él actúan, hipótesis que no podemos
desarrollar mucho más allá de su primera conclusión lógica, so pena de ver perderse su
valor en lo interminable. Aun cuando no cometamos falta alguna en nuestros procesos
deductivos y tengamos en cuenta todas las posibilidades lógicamente resultantes, la
probable imperfección de la concatenación de los elementos amenazará echar por tierra
todos nuestros cálculos. La más minuciosa investigación del sueño o de otra cualquier
función aislada no es suficiente para proporcionarnos deducción alguna sobre la
construcción y el funcionamiento del instrumento anímico, pues para lograr tal resultado
habremos de acumular todo lo que un estudio comparativo de una serie de funciones
psíquicas nos demuestre como constantemente necesario. Así, pues, las hipótesis
psicológicas que hemos extraído del análisis de los procesos oníricos habrán de esperar
hasta que puedan ser agregados a los resultados de otras investigaciones encaminadas a
llegar al corazón del mismo problema partiendo de otros distintos puntos de ataque.

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1) El olvido de los sueños.

Dirigiremos en primer lugar nuestra atención a un tema del que se deriva una
objeción a la que hasta ahora no hemos atendido y que pudiera parecer susceptible de echar
por tierra los resultados de los esfuerzos que hemos dedicado a la interpretación de los
sueños. Desde diversos sectores se nos ha objetado que, en realidad, desconocemos en
absoluto el sueño que queremos interpretar o, mejor dicho, que no poseemos garantía
ninguna de la exactitud de nuestro conocimiento del sueño [véase el índice temático].
Aquello que del sueño recordamos, y a lo que aplicamos nuestra técnica interpretadora,
aparece, en primer lugar, fragmentado por la infidelidad de nuestra memoria,
particularmente incapaz para la conservación del sueño, y ha perdido, quizá, la parte más
importante de su contenido. En efecto, cuando comenzamos a conceder atención a nuestros
sueños nos quejamos, muchas veces, de no lograr recordar de todo un extenso sueño más
que un pequeñísimo fragmento, y aun éste, sin gran confianza en la exactitud de nuestro
recuerdo. En segundo lugar, todo nos hace suponer que nuestro recuerdo del sueño no es
solamente fragmentario, sino también infiel. Lo mismo que dudamos de que lo soñado haya
sido realmente tan incoherente y borroso como en nuestra memoria aparece, podemos
poner en duda que el sueño fuera tan coherente como lo relatamos, pues al intentar
reproducirlo hemos podido llenar con nuevos materiales, arbitrariamente elegidos, las
lagunas dadas o producidas por el olvido, adornando y perfeccionando el sueño hasta hacer
imposible determinar cuál fue su verdadero contenido. Así, hemos encontrado en varios
autores (Spitta, Foucauld, Tannery) la hipótesis de que todo lo que en el sueño significa
orden y coherencia ha sido introducido en él a posteriori, al intentar recordarlo y
reproducirlo en un relato. Vemos, pues, que corremos el peligro de que nos sea arrebatado
de la mano el objeto mismo cuyo valor nos hemos propuesto determinar en estas
investigaciones.
Hasta ahora hemos venido haciendo caso omiso de esta advertencia en nuestras
interpretaciones y hemos dedicado a los elementos más insignificantes e inseguros del
contenido manifiesto la misma atención que a los más precisos y más seguramente
recordados. En el sueño de la inyección de Irma encontramos la frase siguiente: «Me
apresuro a llamar al doctor M.» y supusimos que este pequeño detalle no hubiera llegado al
sueño si no hubiera sido susceptible de una derivación especial. En efecto, el examen de
este elemento nos llevó a la historia de aquella desdichada paciente, a cuyo lado hice acudir
con toda premura a uno de mis colegas, más renombrado y antiguo que yo en la profesión.
En el sueño, aparentemente absurdo, que trata como quantité negligéable la diferencia entre
51 y 56, aparecía mencionado varias veces el número 51. En lugar de encontrar natural e
indiferente esta repetición, dedujimos de ella la existencia de una segunda serie de
pensamientos en el contenido latente, serie que había de llevar el número 51, y
persiguiendo sus huellas, llegamos a los temores que me inspiraba la edad de cincuenta y
un años, considerada por mí como un momento peligroso para la vida del hombre, idea que
se hallaba en absoluta contradicción con la serie dominante que entrañaba un orgulloso
desprecio del tiempo. En el sueño non vixit hallé una interpolación insignificante, que al

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principio dejé desatendida: «Viendo que P. no le comprende, me pregunta Fl.», etc. Pero
luego, cuando la interpretación quedó detenida, volví sobre estas palabras y encontré en
ellas el punto de partida del camino que llevaba a una fantasía infantil dada en las ideas
latentes como foco intermedio. En este camino me orientaron, además, los conocidos
versos: «Pocas veces me habéis comprendido,-pocas veces os he comprendido yo, -sólo
cuando nos encontramos en el fango- pudimos comprendernos en seguida.»
Cualquier análisis podría proporcionarnos ejemplos de cómo precisamente los
rasgos más insignificantes del sueño resultan imprescindibles para la interpretación y del
retraso que sufre el análisis cuando los desatendemos al principio. Análoga atención
minuciosa hemos dedicado en la interpretación a los matices de la expresión oral en la que
el sueño nos era relatado, e incluso cuando esta expresión resultaba insuficiente o
desatinada, como si el sujeto no hubiese conseguido construir la versión exacta de su sueño,
la hemos aceptado tal y como nos era ofrecida respetando todos sus defectos. Hemos
considerado, pues, como un texto sagrado e intangible algo que, en opinión de los autores,
no es más que una rápida y arbitraria improvisación. Este contraste demanda un
esclarecimiento.
Pero este esclarecimiento resulta favorable a nuestras opiniones, aunque sin quitar la
razón a los investigadores citados. Desde el punto de vista de nuestro nuevos conocimientos
sobre el nacimiento del sueño no existe aquí, en efecto contradicción ninguna. Es cierto que
deformamos el sueño al intentar reproducirlo, pues llevamos a cabo un proceso análogo al
que describimos como una elaboración secundaria del sueño por la instancia del
pensamiento normal. Pero esta deformación no es, a su vez, sino parte de la elaboración por
la que pasan regularmente las ideas latentes a consecuencia de la censura. Los
investigadores han sospechado u observado aquí la actuación manifiesta de la deformación
onírica; pero a nosotros no puede impresionarnos este fenómeno, pues conocemos otra más
amplia deformación, menos fácilmente visible, que ha actuado ya sobre el sueño en sus
ideas latentes. La equivocación de los autores reside únicamente en que consideran
arbitraria y, por tanto, no susceptible de solución ninguna, y muy apropiada para
inspirarnos un erróneo conocimiento del sueño, la modificación que el mismo experimenta
al ser recordado y traducido en palabras. Esta opinión supone un desconocimiento de la
amplitud que la determinación alcanza en lo psíquico. No hay en tales modificaciones
arbitrariedad ninguna. En general, puede demostrarse que cuando una serie de ideas ha
dejado indeterminado un elemento, hay siempre otra que toma a su cargo tal determinación.
Así, cuando nos proponemos decir al azar un número cualquiera, el que surge en nuestro
pensamiento y parece constituir una ocurrencia totalmente libre y espontánea se demuestra
siempre determinado en nosotros por ideas que pueden hallarse muy lejos de nuestro
propósito momentáneo. Pues bien, las modificaciones que el sueño experimenta al ser
recordado y traducido en la vigilia no son más arbitrarias que tales números; esto es, no lo
son en absoluto. Se hallan asociativamente enlazadas con el contenido, al que sustituyen, y
sirven para mostrarnos el camino que conduce a este contenido, el cual puede ser, a su vez,
sustitución de otro.
Al analizar los sueños de mis pacientes suelo someter esta afirmación a una prueba
que jamás me ha fallado. Cuando el relato de un sueño me parece difícilmente

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comprensible, ruego al sujeto que lo repita, y he podido observar que sólo rarísimas veces
lo hace con las mismas palabras. Pero los pasajes en los que modifica la expresión revelan
ser, por este mismo hecho, los puntos débiles de la deformación de los sueños, o sea
aquellos que menos resistencia habrán de oponer a la penetración analítica. El sujeto
advierte por mi ruego que pienso esforzarme especialmente en la solución de aquel sueño, y
bajo la presión de la resistencia trata de proteger los puntos débiles de la deformación
onírica, sustituyendo una expresión delatora por otra más lejana, pero de este modo me
llama la atención sobre la expresión suprimida, y por el esfuerzo que se opone a la solución
del sueño me es también posible deducir el cuidado con el que el mismo ha tejido su trama.
Más descaminados andan los autores cuando adscriben tanta importancia a la duda
que nuestro juicio opone al relato del sueño. Esta duda echa de menos la existencia de una
garantía intelectual, aunque sabe muy bien que nuestra memoria no conoce, en general,
garantía ninguna, no obstante lo cual nos sometemos, con frecuencia mucho mayor de la
objetivamente justificada, a la necesidad de dar fe a sus datos. La duda de la exacta
reproducción del sueño o de datos aislados del mismo es nuevamente una derivación de la
censura de la resistencia que se opone al acceso de las ideas latentes a la conciencia,
resistencia que no queda siempre agotada con los desplazamientos y sustituciones por ella
provocados y recae entonces, en forma de duda, sobre aquello cuyo paso ha permitido. Esta
duda nos oculta fácilmente su verdadero origen, pues sigue la prudente conducta de no
atacar nunca a elementos intensos del sueño y sí, únicamente, a los más débiles y borrosos.
Pero sabemos ya que entre las ideas latentes y el sueño ha tenido efecto una total
transmutación de todos los valores psíquicos, transmutación necesaria para la deformación,
cuyos efectos se manifiestan predominantemente y a veces exclusivamente en ella.
Cuando un elemento del sueño, ya borroso de por sí, se muestra, además, atacado
por la duda, podemos ver en ello una indicación de que constituye un derivado directo de
una de las ideas latentes proscritas. Sucede aquí lo que después de una gran revolución
sucedía en las repúblicas de la antigüedad o del Renacimiento. Las familias nobles y
poderosas, que antes ocupaban el Poder, quedaban desterradas, y todos los puestos eran
ocupados por advenedizos, no tolerándose que permaneciera en la ciudad ningún partidario
de los caídos, salvo aquellos que por su falta de poder no suponían peligro ninguno para los
vencedores, y aun estos pocos quedaban despojados de gran parte de sus derechos y eran
vigilados con desconfianza. En nuestro caso, esta desconfianza queda sustituida por la
duda. De este modo, al iniciar todo análisis, ruego al sujeto que prescinda en absoluto de
todo juicio sobre la precisión de su recuerdo y considere con una absoluta convicción la
más pequeña posibilidad de que un elemento determinado haya intervenido en su sueño.
Mientras que en la persecución de un elemento onírico no nos decidamos a renunciar a toda
consideración de este género, permanece el análisis estacionario. El desprecio de un
elemento cualquiera trae consigo, en el analizado, el efecto psíquico de impedir la
emergencia de todas las representaciones indeseadas que detrás del mismo se esconden.
Este efecto no tiene, en realidad, nada de lógico, pues no sería desatinado que alguien
dijese: «No sé con seguridad si este elemento se hallaba contenido en el sueño; pero con
respecto a él se me ocurre, de todos modos, lo siguiente...» Mas el sujeto no dice nunca tal
cosa, y precisamente este efecto perturbador del análisis es lo que delata a la duda como
una derivación y un instrumento de la resistencia psíquica. El psicoanálisis es

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LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS
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justificadamente desconfiado. Una de sus reglas dice: Todo aquello que interrumpe el
progreso de la labor analítica es una resistencia.
También resulta imposible fundamentar el olvido de los sueños mientras no lo
referimos al poder de la censura psíquica. La sensación de que hemos soñado mucho
durante una noche y sólo muy poco recordamos puede tener en una serie de casos un
sentido diferente, quizá el de que una amplia elaboración onírica no ha dejado en toda la
noche tras sí más que aquel solo sueño. Pero, salvo en estos casos, no podemos dudar de
que el sueño se nos va olvidando paulatinamente a partir del momento en que despertamos.
Lo olvidamos incluso en ocasiones en que realizamos los mayores esfuerzos para que no se
nos escape. Pero, a mi juicio, así como suele exagerarse la amplitud de este olvido, se
exagera también la de las lagunas que en el sueño creemos encontrar. Todo aquello que el
olvido ha suprimido del contenido manifiesto puede ser reconstruido, con frecuencia, en el
análisis. En toda una serie de casos nos es dado descubrir, partiendo del único fragmento
recordado, no el sueño mismo, que tampoco es lo importante, sino las ideas latentes en su
totalidad. Esta labor reclama, ciertamente, gran atención y gran dominio de sí mismo en el
análisis, y esta misma circunstancia nos muestra que en el olvido del sueño no ha dejado de
intervenir una intención hostil .
El estudio, durante el análisis, de un grado preliminar del olvido nos proporciona
una prueba convincente de la naturaleza tendenciosa del olvido del sueño, puesto al servicio
de la resistencia . Sucede muchas veces que en medio de la labor de interpretación emerge
un fragmento del sueño, que hasta el momento se consideraba como olvidado. Este
fenómeno onírico arrancado del olvido resulta ser siempre el más importante y más
próximo a la solución del sueño, razón por la cual se hallaba más expuestos que ningún otro
a la resistencia. Entre los ejemplos de sueños reproducidos en la presente obra hallamos
uno de estos casos, en el que hube de completar a posteriori un fragmento del contenido
manifiesto del sueño realizado. Me refiero al sueño en el que tomo venganza de mis poco
agradables compañeros de viaje, sueño que, por su grosero contenido, he dejado casi sin
interpretar.
El fragmento suprimido era el siguiente: Refiriéndome a un libro de Schiller, digo:
It is from...; pero dándome cuenta de mi error, rectifico al punto: It is by... El joven advierte
entonces a su hermano: «Lo ha dicho bien .» El hecho de rectificarnos a nosotros mismos
en el sueño, que tanta admiración ha despertado en algunos autores, no merece analizarse
extensamente. Preferiremos, pues, mostrar el recuerdo que sirvió de modelo a este error de
expresión cometido en el sueño. A los diecinueve años hice mi primer viaje a Inglaterra, y
me hallaba un día a la orilla del Irish Sea, dedicado a la pesca de los animales marinos que
la marea iba dejando al bajar sobre la playa, cuando en el momento en que recogía una
estrella de mar (Hollthurn y holoturias son de los primeros elementos manifiestos de mi
sueño) se me acercó una niña y me preguntó: Is it a starfish? Is it alive?... Yo respondí:
Yes; he is alive; pero dándome cuenta de mi error, rectifiqué en seguida. Esta falta
gramatical quedó sustituida en el sueño por otra en la que los alemanes solemos incurrir
fácilmente. La frase «El libro de Schiller» debe traducirse empleando la palabra from,
como al principio lo hago. Después de todo lo que hemos averiguado sobre las intenciones
de la elaboración onírica y sobre su falta de escrúpulos en la elección de medios, no puede

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ya asombrarnos comprobar que si la elaboración ha llevado a cabo esta sustitución ha sido


porque la similicadencia de la palabra from con el adjetivo alemán form (piadoso) hace
posible una enorme condensación.
Pero ¿qué significa este inocente recuerdo de mi estancia en una playa en conexión
con el sueño? Pronto lo descubrimos; el sueño se sirve de él para demostrar con un ejemplo
de carácter completamente inofensivo que coloco el artículo -o sea lo sexual- en un lugar
indebido (Geschlechtswort, artículo, significa literalmente «palabra de género o de sexo»;
das Geschlechtiche = lo sexual). Es ésta una de las claves de dicho sueño. Aquellos que
conozcan la derivación del título del libro 'Matter and Motion y Moliere en Le Malade
imaginaire': La matire est elle laudable? (a motion of the bowels) podrán completar
fácilmente la interpretación. Por medio de una demostración ad oculos nos es posible
probar asimismo que el olvido del sueño es, en su mayor parte, un efecto de la resistencia.
Un paciente nos dice que ha soñado, pero que ha olvidado por completo su sueño. Por
tanto, me hago cuenta de que no hubo tal sueño y continúo mi labor analítica. Pero de
repente tropiezo con una resistencia, y para vencerla desarrollo ante el paciente
determinada explicación y le ayudo a reconciliarse con una idea displaciente. Apenas he
conseguido esta reconciliación, exclama el sujeto: «Ahora recuerdo ya lo que he soñado.»
La resistencia que había estorbado el desarrollo de su pensamiento despierto era la misma
que había provocado el olvido del sueño, y una vez vencida en la vigilia, surgió libremente
el recuerdo.
En esta misma forma puede recordar el paciente, al llegar a determinado punto del
tratamiento, un sueño que tuvo días antes y que hasta entonces reposaba en el olvido. La
experiencia psicoanalítica nos ha proporcionado otra prueba de que el olvido del sueño
depende mucho más de la resistencia que de la diferencia entre el estado de vigilia y el de
reposo, como los autores suponen. Me sucede con frecuencia -y también a otros analíticos y
a algunos pacientes sometidos a este tratamiento- que, habiendo sido despertado por un
sueño, comienzo a interpretarlo inmediatamente, en plena posesión de mi actividad mental.
En tales casos no he descansado hasta lograr la total comprensión del sueño, y, sin
embargo, me ha sucedido que luego, al despertar, había olvidado tan completamente la
labor de interpretación como el contenido manifiesto del sueño, siendo mucho más
frecuente la desaparición del sueño en el olvido, arrastrando consigo la interpretación, que
la conservación del sueño en la memoria por la actividad intelectual desarrollada. Pero
entre la labor de interpretación y el pensamiento despierto no existe aquel abismo psíquico
con el que los autores quieren explicar exclusivamente el olvido de los sueños. Cuando
Morton Prince intenta refutar mi explicación del olvido de los sueños alegando que no se
trata sino de un caso especial de la amnesia de los estados anímicos disociativos y afirma
que la imposibilidad de aplicar mi explicación de esta amnesia especial a los demás tipos de
amnesia le hace también inadecuada para llevar a cabo su más próximo propósito, recuerda
con ello al lector que en todas sus descripciones de estos estados disociativos no aparece ni
una sola tentativa de hallar la explicación dinámica de tales fenómenos. De no ser así,
hubiera tenido que descubrir que la represión (y correlativamente la resistencia por ella
creada) es la causa tanto de estas disociaciones como de la amnesia del contenido psíquico
de las mismas.

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LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS
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Un experimento realizado por mí mientras me hallaba consagrado a la redacción de


la presente obra me demostró que los sueños no son objeto de un olvido mayor ni menor
del que recae sobre los demás actos psíquicos y que su adherencia a la memoria equivale
exactamente a la de las funciones anímicas restantes. En mis anotaciones conservaba gran
número de sueños propios que no había sometido a análisis o cuya interpretación quedó
interrumpida por cualquier circunstancia. Entre estos últimos recogí algunos, soñados más
de dos años antes, e intenté su interpretación con objeto de procurarme material para
ilustrar mis afirmaciones. Los resultados de este experimento fueron todos positivos, sin
excepción alguna, e incluso me siento inclinado a afirmar que esta interpretación, realizada
al cabo de tanto tiempo, tropezó con menos dificultades que la emprendida recién soñados
los sueños correspondientes, circunstancia explicable por la desaparición, en el intervalo, de
algunas de las resistencias que entonces perturbaron la labor analítica. Comparando las
interpretaciones recientes con las realizadas al cabo de dos años, pude comprobar que estas
últimas revelaban mayor número de ideas latentes, pero que entre ellas retornaban sin
excepción ni modificación alguna todas las halladas en la primera interpretación. Este
descubrimiento no llegó a asombrarme demasiado, pues recordé que desde mucho tiempo
atrás seguía con mis pacientes el procedimiento de interpretar aquellos sueños que
recordaban haber soñado en años anteriores, del mismo modo, que si fueran sueños
recientes, empleando en la labor analítica el mismo procedimiento y obteniendo idénticos
resultados. Cuando por vez primera llevé a cabo esta tentativa, me proponía al emprenderla
comprobar mi sospecha de que el sueño se comportaba aquí en la misma forma que los
síntomas neuróticos, hipótesis que demostró ser perfectamente exacta.
En efecto, cuando someto al tratamiento psicoanalítico a un psiconeurótico (un
histérico, por ejemplo), me es necesario esclarecer tanto los primeros síntomas de su
enfermedad, desaparecidos mucho tiempo antes, como los que de momento le atormentan y
le han movido a acudir a mi consulta, y siempre tropiezo con menos dificultades en la
solución de los primeros que en la de los segundos. Ya en mis Estudios sobre la histeria
publicado en 1895, pude comunicar la solución de un primer ataque histérico de angustia
padecido por una mujer de cuarenta años (Cecilia M.) cuando sólo había cumplido quince.
Aquellos sueños que fueron soñados por el sujeto en sus primeros años infantiles y que con
gran frecuencia se conservan con toda precisión en la memoria durante decenios enteros
presentan casi siempre gran importancia para la comprensión de la evolución y de la
neurosis del sujeto, pues su análisis protege al médico contra errores e inseguridades que
podrían confundirle. (Adición 1919.) Incluiré aquí, aunque no se halle muy estrechamente
ligada a la materia, una observación relativa a la interpretación de los sueños que orientará,
quizá, al lector, deseoso de comprobar mis afirmaciones analizando los suyos.
No creo que espere nadie poder interpretar fácilmente y sin el menor esfuerzo sus
sueños. Ya para la percepción de fenómenos endópticos y de otras sensaciones sustraídas
generalmente a la atención es preciso cierta práctica, aunque no existe ningún motivo
psíquico que se rebele contra este grupo de percepciones. Con mucho mayor motivo ha de
sernos más difícil apoderarnos de las «representaciones involuntarias». Aquel que a ello
aspire deberá seguir fielmente las reglas analíticas que ya en diversas ocasiones hemos
indicado y reprimir durante su labor toda crítica, todo prejuicio y toda parcialidad afectiva o
intelectual. Su lema deberá ser el que Claude Bernard escogió para el investigador en el

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laboratorio fisiológico: Travailler comme une bête; esto es, con igual resistencia e igual
despreocupación de los resultados que pueden obtenerse. Aquellos que sigan estas normas
verán grandemente facilitada su labor. La interpretación de un sueño no se consigue
siempre al primer intento. Muchas veces sentimos agotarse nuestra capacidad de
rendimiento después de seguir una concatenación de ocurrencias, y el sueño no nos dice ya
nada. En tales casos debemos interrumpir nuestra labor y dejarla para el día siguiente. Al
volver sobre ella atraerá nuestra atención otro fragmento del contenido manifiesto y
hallaremos acceso a una nueva capa de ideas latentes. Este procedimiento puede ser
calificado de interpretación onírica «fraccionada». Lo más difícil es convencer al
principiante de que no debe considerar terminada una completa interpretación del sueño
que se le muestre coherente, llena de sentido y explique todos los elementos del contenido
manifiesto. En efecto, además de esta interpretación, puede haber aún otra distinta que se le
ha escapado. No es, realmente, fácil hacerse una idea de la riqueza de los procesos mentales
inconscientes que en nuestro pensamiento existen y demandan una expresión, ni tampoco
de la habilidad que la elaboración despliega para matar siete moscas de una vez, como el
sastre del cuento, hallando formas expresivas de múltiples sentidos. Nuestros lectores
tenderán siempre a reprocharnos un excesivo derroche de ingenio; pero aquél que,
analizando sus sueños, adquiera cierto conocimiento de la materia tendrá que reconocer lo
injusto y equivocado de tal observación.
En cambio, no puedo agregarme a la afirmación expresada por H. Silberer de que
todos los sueños -o sólo ciertos grupos de sueños- reclaman dos diversas interpretaciones,
que se hallan, además, íntimamente relacionadas entre sí. La primera de estas
interpretaciones, a la que califica de interpretación psicoanalítica, daría al sueño un sentido
cualquiera, generalmente de un carácter sexual infantil; la segunda, más importante y
designada por él con el nombre de interpretación analógica, mostraría aquellas ideas más
fundamentales, y con frecuencia muy profundas, que la elaboración onírica ha tomado
como materia. Silberer no ha demostrado esta afirmación con la comunicación de una serie
de sueños analizados por él en ambos sentidos. A mi juicio, se halla total y absolutamente
equivocado. La mayor parte de los sueños no reclaman segunda interpretación ninguna y,
sobre todo, no son susceptibles de una interpretación analógica. En las teorías de Silberer,
como en otros estudios de estos últimos años, se transparenta el influjo de una tendencia
que quisiera velar las circunstancias fundamentales de la formación de los sueños y desviar
nuestra atención de sus raíces instintivas. En algunos casos, en los que parecían confirmarse
las afirmaciones de Silberer, me demostró después el análisis que la elaboración onírica
había tenido que llevar a cabo la labor de transformar en un sueño una serie de ideas muy
abstractas y no susceptibles de representación directa; labor que intentó solucionar
apoderándose de un material ideológico distinto, más fácilmente representable, pero cuya
relación con el primero era harto lejana, pudiendo ser calificada de alegoría. La
interpretación abstracta de un sueño así formado es proporcionada siempre, directamente,
por el sujeto.
En cambio, la interpretación exacta del material suplantado tiene que ser buscada
por los conocidos medios técnicos. La pregunta de si todo sueño puede obtener una
interpretación debe ser contestada en sentido negativo. No debemos olvidar que aquellos
poderes psíquicos de los que depende la deformación de los sueños actúan siempre en

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LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS
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contra de la labor interpretadora. Se nos plantea, pues, el problema de si con nuestro interés
intelectual, nuestra capacidad para dominarnos, nuestros conocimientos psicológicos y
nuestra experiencia en la interpretación de los sueños conseguiremos dominar la resistencia
interna. De todos modos, siempre lo conseguimos en grado suficiente para convencernos de
que el sueño es un producto que posee un sentido propio e incluso para llegar a sospechar
tal sentido. Un sueño inmediatamente posterior nos permite muchas veces confirmar
nuestra primera interpretación y continuarla. Toda una serie de sueños que se suceden a
través de semanas o meses enteros reposan con frecuencia sobre los mismos fundamentos y
deben ser sometidos conjuntamente a la interpretación. En los sueños sucesivos podemos
observar muchas veces que uno de ellos toma como centro aquello que en el otro sólo
aparece indicado en la periferia, e inversamente, de manera que ambos se completan
recíprocamente para la interpretación. Ya hemos demostrado en varios ejemplos que los
sueños diferentes, soñados en la misma noche, deben ser considerados siempre en el
análisis como una totalidad.
En los sueños mejor interpretados solemos vernos obligados a dejar en tinieblas
determinado punto, pues advertimos que constituye un foco de convergencia de las ideas
latentes, un nudo imposible de desatar, pero que por lo demás no ha aportado otros
elementos al contenido manifiesto. Esto es entonces lo que podemos considerar como el
ombligo del sueño, o sea el punto por el que se halla ligado a lo desconocido. Las ideas
latentes descubiertas en el análisis no llegan nunca a un límite y tenemos que dejarlas
perderse por todos lados en el tejido reticular de nuestro mundo intelectual. De una parte
más densa de este tejido se eleva luego el deseo del sueño. Volvamos ahora a las
circunstancias del olvido del sueño. Observamos que hemos omitido deducir de ellas una
importante conclusión. Cuando la vida despierta muestra la evidente intención de olvidar el
sueño, formado durante la noche, sea en su totalidad inmediatamente después de despertar
o fragmentariamente en el curso del día, y cuando reconocemos en la resistencia anímica el
factor principal de este olvido, factor que ya ha actuado victoriosamente durante la noche,
surge entre nosotros la interrogación de qué es lo que ha hecho posible la formación de los
sueños, a pesar de tal resistencia. Tomemos el caso extremo, en el que la vida despierta
suprime por completo el sueño, como si jamás hubiese existido.
Teniendo en cuenta el funcionamiento de las fuerzas psíquicas, hemos de decirnos
que el sueño no se hubiera formado si la resistencia hubiera regido durante la noche como
en la vigilia. Nuestra conclusión es que la resistencia pierde durante la noche una parte de
su poder. Sabemos que no desaparece por completo, pues hemos visto que la deformación
impuesta a los sueños dependía directamente de ella. Pero se nos impone la posibilidad de
que quede disminuida durante la noche y que esta disminución de la resistencia sea lo que
hace posible la formación del sueño, siendo entonces perfectamente natural que al hallar de
nuevo, con el despertar, todas sus energías vuelva a suprimir en el acto aquello que tuvo
que aceptar mientras se hallaba debilitada. La psicología descriptiva nos enseña que la
condición principal de la formación de los sueños es el estado de reposo del alma,
afirmación a la que por nuestra parte añadiremos, a título de esclarecimiento, que el estado
de reposo hace posible la formación de los sueños, disminuyendo la censura endopsíquica.
Nos inclinamos a considerar esta conclusión como la única que es posible deducir de los
hechos del olvido del sueño y a desarrollar otras deducciones sobre las circunstancias

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SIGMUND FREUD
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energéticas del reposo y de la vigilia, pero preferimos dejar esta labor para más adelante.
Una vez que hayamos profundizado algo más en la psicología del sueño veremos que
podemos representarnos aún de otro modo distinto la creación de las condiciones que hacen
posible su formación. La resistencia opuesta al acceso de las ideas latentes a la conciencia
puede, quizá ser eludida sin necesidad de una previa debilitación. Es también plausible que
los dos factores favorables a la formación de los sueños, o sea la debilitación y la sustración
a la censura, dependan simultáneamente del estado de reposo. Interrumpiremos aquí estas
consideraciones para reanudarlas más adelante.
Contra nuestro procedimiento de interpretación onírica existe aún otra serie de
objeciones, a la que dirigiremos ahora nuestra atención. En la labor analítica procedemos
suspendiendo aquellas representaciones finales que en toda otra ocasión dominan el
proceso reflexivo, dirigiendo nuestra atención sobre un único elemento del sueño y
anotando después aquellas ideas involuntarias que con respecto al mismo surgen
espontáneamente en nosotros. A continuación tomamos el elemento siguiente del contenido
manifiesto, repetimos con él la misma labor y nos dejamos llevar, sin que la dirección nos
preocupe, por tales ocurrencias asociativas espontáneas, con la esperanza de que al final, y
sin más esfuerzo por nuestra parte, llegaremos hasta las ideas latentes de las que ha nacido
el sueño. Contra esta conducta se elevarán quizá las siguientes objeciones: nada tiene de
extraño que, partiendo de un elemento aislado del sueño, lleguemos a alguna parte. A toda
representación puede enlazarse asociativamente algo; lo único notable es que esta
concatenación arbitraria y exenta de todo fin lleve precisamente a las ideas latentes. Los
analíticos se engañan aquí de buena fe siguen la cadena de asociaciones que parte de un
elemento, hasta que por un motivo cualquiera notan que se interrumpe. Luego, al tomar un
segundo elemento como punto de partida, es muy natural que la asociación antes ilimitada,
quede ya restringida, pues el recuerdo de la concatenación anterior hará surgir en el análisis
algunas ocurrencias que presentarán puntos de contacto con las de dicha concatenación. Al
ver esto se imagina el psicoanalítico haber hallado una idea que representa un enlace entre
los elementos del sueño.
Procediendo con más absoluta libertad en lo relativo a la asociación de ideas, con la
única exclusión de aquellas transiciones de una representación a otra que entran en vigor en
nuestro pensamiento despierto, le resulta facilísimo reunir una serie de ideas intermedias, a
las que da el nombre de ideas latentes y presenta sin garantía ninguna, como la sustitución
psíquica del sueño; pero todo esto no es sino una pura arbitrariedad y un ingenioso
aprovechamiento de la casualidad, y todo aquel que quiera tomarse este trabajo inútil
hallará para cualquier sueño la interpretación que mejor le parezca. Si se nos hicieran
realmente tales objeciones, podríamos defendernos alegando la impresión que nuestras
interpretaciones producen. Las sorprendentes conexiones que el análisis nos revela entre los
elementos del sueño y la inverosimilitud de que algo que coincide y aclara tan ampliamente
el sueño, como una de nuestras interpretaciones, pudiera conseguirse a no ser por el
descubrimiento de enlaces psíquicos preexistentes. Podríamos también alegar, para
justificarnos, que el procedimiento empleado en la interpretación de los sueños es idéntico
al que aplicamos a la solución de los síntomas histéricos, sector en el que la exactitud del
procedimiento queda demostrada por la aparición y desaparición de dichos síntomas. Pero
no tenemos motivo ninguno para eludir el problema de cómo por la persecución de una

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LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS
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concatenación de ideas que se desarrolla de un modo arbitrario y carente de fin puede


llegarse a un fin preexistente, pues si bien no podemos resolver este problema, sí no es dado
suprimirlo.
En primer lugar, es inexacto que nos entreguemos a un curso de representaciones
falto de fin cuando, como sucede en la labor de interpretación onírica, prescindimos de la
reflexión y dejamos emerger las representaciones involuntarias. No es difícil demostrar que
podemos renunciar a las representaciones finales conocidas y que con la creación de estas
representaciones surgen en el acto representaciones finales desconocidas o, como decimos
con expresión no del todo correcta, inconscientes, que mantienen determinado el curso de
las representaciones involuntarias. No no es posible establecer, ejerciendo una influencia
sobre nuestra vida anímica, un pensamiento carente de representaciones finales, y, en
general, ignoro si existe algún estado de perturbación psíquica en el que se dé tal
pensamiento. Los psiquíatras han renunciado aquí demasiado pronto a la solidez del ajuste
psíquico. Sé por experiencia que ni en la histeria ni en la paranoia se da un pensamiento no
regulado y exento de representaciones finales, como tampoco en la formación o en la
solución de los sueños. Igualmente sucede quizá en las afecciones endógenas psíquicas,
pues incluso los delirios de los dementes presentan, según una ingeniosa hipótesis de
Leuret, un perfecto sentido, siendo únicamente algunas omisiones las que los hacen resultar
incomprensibles. Siempre que he tenido ocasión de observar estos estados psíquicos he
podido llegar a igual convencimiento. Los delirios son la obra de una censura que no se
toma el trabajo de ocultar su actuación y que, en lugar de prestar su colaboración a una
transformación que no tropiece ya con objeciones de ningún género, tacha sin
consideraciones aquello que no le agrada, con lo cual queda lo restante falto de toda
coherencia. Esta censura se conduce del mismo modo que la ejercida sobre la prensa
extranjera en la frontera rusa, censura que no deja llegar a los lectores sino periódicos
mutilados y surcados de negros tachones.
El libre juego de las representaciones conforme a una concatenación asociativa
arbitraria se da quizá en los procesos cerebrales orgánicos destructivos. Pero aquello que en
las psiconeurosis presenta tal carácter puede ser explicado siempre por la actuación de la
censura sobre una serie de ideas a la que representaciones finales ocultas han hecho pasar a
primer término. El hecho de que las representaciones (o imágenes) emergentes aparezcan
ligadas entre sí por los lazos de las llamadas asociaciones superficiales -asonancia,
equívoco verbal o coincidencia temporal sin relación interior de sentido-, esto es, por todas
aquellas asociaciones que nos permitimos emplear en el chiste y en el juego de palabras, ha
sido considerado como una señal evidente de la asociación exenta de representaciones
finales. De esta clase son las asociaciones que nos llevan desde los elementos del contenido
manifiesto a los elementos colaterales y de éstos a las verdaderas ideas latentes. En muchos
análisis hemos encontrado ya ejemplos de este género, que despertaron nuestra extrañeza.
Toda asociación y todo chiste, por lejanos y forzados que sean, pueden constituir el puente
entre dos ideas. Pero no es difícil comprender el motivo de esta indulgencia.
Siempre que un elemento psíquico se halla unido a otro por una asociación absurda
superficial existe al mismo tiempo entre ambos una conexión correcta y más profunda, que
ha sucumbido a la censura de la resistencia . La presión de la censura, y no la supresión de

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SIGMUND FREUD
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las representaciones finales, es lo que constituye la base real del predominio de las
asociaciones superficiales. Las asociaciones superficiales sustituyen en la representación a
las profundas cuando la censura cierra estos caminos normales de enlace. Sucede en esto
como cuando un obstáculo cualquiera corta la circulación por una vía importante y tienen
que utilizarse los caminos de segundo orden. Podemos distinguir aquí dos casos, que en
realidad son uno solo: o la censura se dirige únicamente contra la conexión de dos ideas,
que se separan entonces con el fin de eludir sus efectos y pasan sucesivamente a la
conciencia, quedando oculta su conexión y apareciendo, en cambio, entre ambos un enlace
superficial en el que no habíamos pensado, y que generalmente surge de otro ángulo del
complejo de representaciones, distinto de aquel del que parte la conexión reprimida, pero
esencial; o ambas ideas quedan sometidas a la censura a causa de su contenido, y entonces
surgen ambas en una forma modificada y sustituida, y las dos ideas sustitutivas son elegidas
de manera que reproduzcan, por medio de una asociación superficial, la asociación esencial
en la que se hallan aquellas a las que han venido a sustituir. Bajo la presión de la censura ha
tenido efecto en ambos casos un desplazamiento desde una asociación normal a otra
superficial y aparentemente absurda.
El conocimiento que de estos desplazamientos poseemos nos permite confiarnos, sin
cuidado ninguno en la interpretación de los sueños, a las asociaciones superficiales. Los dos
principios citados, esto es, el de que con la supresión de las representaciones finales
conscientes pasa el dominio del curso de las representaciones a representaciones finales
ocultas, y el de que las asociaciones superficiales no son sino una sustitución desplazada de
asociaciones reprimidas más profundas, son ampliamente utilizados por el psicoanálisis en
las neurosis, pudiendo decirse que constituyen los dos apoyos principales de su técnica.
Cuando solicito de un paciente que suprima toda reflexión y me comunique aquello que
surja en su cerebro, presupongo que no puede prescindir de las representaciones finales
relativas al tratamiento y me creo autorizado a concluir que todo lo que puede
comunicarme, por inocente o arbitrario que parezca, se halla en conexión con su estado
patológico. Otra representación final de la que el paciente no sospecha nada es la relativa a
mi persona. El estudio completo y la completa demostración de estas explicaciones
pertenece, por tanto, a la exposición de la técnica psicoanalítica como método terapéutico.
Alcanzamos, pues, aquí uno de los puntos de enlace en los que, según nos propusimos,
hemos de abandonar el tema de la interpretación de los sueños .
Las especulaciones que anteceden nos han permitido dejar firmemente establecido,
a pesar de todas las objeciones, un hecho importantísimo: el de que no necesitamos situar
también en la elaboración onírica todas las ocurrencias surgidas en la labor de
interpretación. En ésta seguimos un camino que va desde el sueño manifiesto a las ideas
latentes. La elaboración onírica ha seguido el camino contrario, y no es nada verosímil que
estos caminos sean transitables en dirección inversa. Comprobamos más bien que en la
vigilia surgen nuevas asociaciones de ideas que van a encontrarse con las ideas intermedias
y las latentes en diferentes lugares y podemos ver, en efecto. cómo el material reciente de
ideas diurnas se interpola en las series de ideas de la interpretación. Además la mayor
intensidad de la resistencia durante la vigilia impone, probablemente, nuevos y más lejanos
rodeos. Pero el número y la naturaleza de las ideas colaterales que de este modo tejemos

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LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS
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durante el día carece de toda importancia psicológica, con tal que nos lleven a las ideas
latentes buscadas.

2) La regresión.

Una vez que nos hemos precavido contra las objeciones, o hemos indicado por lo
menos, cuáles son las armas que para nuestra defensa poseemos, no debemos aplazar por
más tiempo la iniciación de nuestras investigaciones psicológicas, para las que ya nos
hallamos preparados. Ante todo, reuniremos los resultados principales que hasta ahora nos
ha proporcionado nuestra investigación. El sueño es un acto psíquico importante y
completo. Su fuerza impulsora es siempre un deseo por realizar. Su aspecto, en el que nos
es imposible reconocer tal deseo, y sus muchas singularidades y absurdidades proceden de
la influencia de la censura psíquica que ha actuado sobre él durante su formación. A más de
la necesidad de escapar a esta censura, han colaborado en su formación una necesidad de
condensar el material psíquico, un cuidado de que fuera posible su representación por
medio de imágenes sensoriales y, además -aunque no regularmente-, el cuidado de que el
producto onírico total presentase un aspecto racional e inteligente. De cada uno de estos
principios parte un camino que conduce a postulados e hipótesis de orden psicológico.
Deberemos investigar la relación recíproca existente entre el motivo optativo y las cuatro
condiciones indicadas, así como las de estas últimas entre sí. Por último, habremos de
incluir al sueño en la totalidad de la vida anímica.
Al principio del presente capítulo hemos expuesto un sueño que nos plantea un
enigma cuya solución no hemos emprendido todavía. La interpretación de este sueño no
nos opuso dificultad ninguna, pareciéndome únicamente que había de ser completada. Nos
preguntamos por qué en este caso se producía un sueño en vez del inmediato despertar el
sujeto, y reconocimos como uno de los motivos del primero el deseo de representar al niño
en vida. Más adelante veremos que en este sueño desempeña también un papel otro deseo
distinto; pero por lo pronto dejaremos establecido que fue para permitir una realización de
deseos por lo que el proceso mental del reposo quedó convertido en un sueño. Fuera de la
realización de deseos no hay más que un solo carácter que separe en este caso los dos
géneros de actividad psíquica. La idea latente sería: «Veo un resplandor que viene de la
habitación en la que está el cadáver. Quizá haya caído una vela sobre el ataúd y se esté
quemando el niño.» El sueño reproduce sin modificación alguna el resultado de esta
reflexión, pero lo introduce en una situación presente y percibida por los sentidos como un
suceso de la vigilia. Este es, como sabemos, el carácter psicológico más general y evidente
del sueño. Una idea, casi siempre la que entraña el deseo, queda objetivizada en el sueño y
representada en forma de escena vivida. ¿Cómo podremos explicar esta peculiaridad
característica de la elaboración onírica, o, hablando más modestamente, cómo podremos
incluirla entre los procesos psíquicos? Un examen más detenido nos hace observar que la

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SIGMUND FREUD
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forma aparente de este sueño nos muestra dos caracteres casi independientes entre sí. El
primero es la representación en forma de situación presente, omitiendo el «quizá». El otro
es la transformación de la idea en imágenes visuales y en palabras.
La transformación que las ideas latentes experimentan por el hecho de quedar
representado en presente lo que ellas expresan en futuro no resulta quizá muy evidente en
este sueño, circunstancia que depende del particular papel, realmente accesorio, que en él
desempeña la realización de deseos. Tomemos otro sueño en el que el deseo onírico no se
distinga de la continuación durante el reposo de los pensamientos de la vigilia; por ejemplo,
el sueño de la inyección de Irma. En este sueño la idea latente que alcanza una
representación aparece en optativo: «¡Ojalá fuese Otto el culpable de la enfermedad de
Irma!» El sueño reprime el optativo y lo sustituye por un simple presente: «Sí; Otto tiene la
culpa de la enfermedad de Irma.» Es ésta, pues, la primera de las transformaciones que todo
sueño, incluso aquellos que aparecen libres de deformación, lleva a cabo con las ideas
latentes. Pero esta primera singularidad del sueño no habrá de detenernos mucho y nos
bastará recordar la existencia de fantasías conscientes y de sueños diurnos que proceden del
mismo modo con su contenido de representaciones. Cuando Mr. Joyeuse, el célebre
personaje de Daudet, vaga sin ocupación alguna a través de las calles de París para hacer
creer a sus hijas que tiene un destino y se halla desempeñándolo, sueña con los
acontencimientos que podrían proporcionarle un protector y una colocación y se los
imagina en presente. El fenómeno onírico utiliza, por tanto, el presente en la misma forma y
con el mismo derecho que el sueño diurno. El presente es el tiempo en que el deseo es
representado como realizado.
El segundo de los caracteres antes mencionados es, en cambio, peculiar al sueño y
lo diferencia de la ensoñación diurna. Este carácter es el de que el contenido de
representaciones no es pensado, sino que queda transformado en imágenes sensoriales a las
que prestamos fe y que creemos vivir. Advertiremos desde luego que no todos los sueños
presentan esta transformación de representaciones en imágenes sensoriales. Hay algunos
que no se componen sino de ideas, no obstante lo cual nos es imposible discutirles el
carácter de sueños. Mi sueño «autodidasker la fantasía diurna con el profesor N.» es uno de
éstos, en los que apenas intervienen elementos sensoriales, como si hubiéramos pensado su
contenido durante la vigilia. Asimismo hay en todo sueño algo externo, elementos que no
han quedado transformados en imágenes sensoriales y que son simplemente pensados o
sabidos del mismo modo que en la vigilia. Recordemos, además, que tal transformación de
representaciones en imágenes sensoriales no es exclusiva del sueño, sino que aparece
también en la alucinación, esto es, en aquellas visiones que constituyen un síntoma de la
psiconeurosis o surgen independientemente de todo estado patológico. La relación que aquí
investigamos no es pues, exclusiva del sueño, pero constituye de todos modos su carácter
más notable. Su comprensión exige que ampliemos nuestras especulaciones.
Entre todas las observaciones que sobre la teoría de los sueños nos ofrecen las obras
de los autores ajenos al psicoanálisis hallamos una muy digna de atención. En su obra
Psicofísica (tomo II, pág. 526) influye el gran G. Th. Fechner la hipótesis de que la escena
en la que los sueños se desarrollan es distinta de aquella en la que se desenvuelve la vida de
representación despierta, y añade que sólo esta hipótesis puede hacernos comprender las

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LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS
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singularidades de la vida onírica. La idea que así se nos ofrece es la de una localidad
psíquica. Vamos ahora a prescindir por completo de la circunstancia de sernos conocido
también anatómicamente el aparato anímico de que aquí se trata y vamos a eludir asimismo
toda posible tentación de determinar en dicho sentido la localidad psíquica.
Permaneceremos, pues, en terreno psicológico y no pensaremos sino en obedecer a la
invitación de representarnos el instrumento puesto al servicio de las funciones anímicas
como un microscopio compuesto, un aparato fotográfico o algo semejante. La localidad
psíquica corresponderá entonces a un lugar situado en el interior de este aparato, en el que
surge uno de los grados preliminares de la imagen. En el microscopio y en el telescopio son
estos lugares puntos ideales; esto es, puntos en los que no se halla situado ningún elemento
concreto del aparato. Creo innecesario excusarme por la imperfección de estas imágenes y
otras que han de seguir. Estas comparaciones no tienen otro objeto que el de auxiliarnos en
una tentativa de llegar a la comprensión de la complicada función psíquica total,
dividiéndola y adscribiendo cada una de sus funciones aisladas a uno de los elementos del
aparato. La tentativa de adivinar la composición del instrumento psíquico por medio de tal
división no ha sido emprendida todavía, que yo sepa. Por mi parte, no encuentro nada que a
ella pueda oponerse. Creo que nos es lícito dejar libre curso a nuestras hipótesis, siempre
que conservemos una perfecta imparcialidad de juicio y no tomemos nuestra débil armazón
por un edificio de absoluta solidez. Como lo que necesitamos son representaciones
auxiliares que nos ayuden a conseguir una primera aproximación a algo desconocido, nos
serviremos del material más práctico y concreto.
Nos representamos, pues, el aparato anímico como un instrumento compuesto a
cuyos elementos damos el nombre de instancias, o, para mayor plasticidad de sistemas.
Hecho esto, manifestamos nuestra sospecha de que tales sistemas presenten una orientación
especial constante entre sí, de un modo semejante a los diversos sistemas de lentes del
telescopio, los cuales se hallan situados unos detrás de otros. En realidad no necesitamos
establecer la hipótesis de un orden verdaderamente especial de los sistemas psíquicos. Nos
basta con que exista un orden fijo de sucesión establecido por la circunstancia de que en
determinados procesos psíquicos la excitación recorre los sistemas conforme a una sucesión
temporal determinada. Este orden de sucesión puede quedar modificado en otros procesos,
posibilidad que queremos dejar señalada, desde luego. De los componentes del aparato
hablaremos en adelante con el nombre del «sistema Y». Lo primero que nos llama la
atención es que este aparato compuesto de sistema Y posee una dirección. Toda nuestra
actividad psíquica parte de estímulos (internos o externos) y termina en inervaciones. De
este modo adscribimos al aparato un extremo sensible y un extremo motor. En el extremo
sensible se encuentra un sistema que recibe las percepciones, y en el motor, otro que abre
las esclusas de la motilidad. El proceso psíquico se desarrolla en general pasando desde el
extremo de percepción hasta el extremo de motilidad. Así, pues, el esquema más general
del aparato psíquico presentaría el siguiente aspecto:
Este esquema no es más que la realización de la hipótesis de que el aparato psíquico
tiene que hallarse construido como un aparato reflector. El proceso de reflexión es también
el modelo de todas las funciones psíquicas.

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SIGMUND FREUD
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Introduciremos ahora fundadamente una primera diferenciación en el extremo


sensible. Las percepciones que llegan hasta nosotros dejan en nuestro aparato psíquico una
huella a la que podemos dar el nombre de huella mnémica (Erinnerungsspur). La función
que a esta huella mnémica se refiere es la que denominamos memoria. Continuando nuestro
propósito de adscribir a diversos sistemas los procesos psíquicos, observamos que la huella
mnémica no puede consistir sino en modificaciones permanentes de los elementos del
sistema. Ahora bien: como ya hemos indicado en otro lugar, el que un mismo sistema haya
de retener fielmente modificaciones de sus elementos y conservar, sin embargo, una
capacidad constante de acoger nuevos motivos de modificación supone no pocas
dificultades. Siguiendo el principio que seguía nuestra tentativa, distribuiremos, pues, estas
dos funciones en sistemas distintos, suponiendo que los estímulos de percepción son
acogidos por un sistema anterior del aparato que no conserva nada de ellos; esto es, que
carece de toda memoria, y que detrás de este sistema hay otro que transforma la
momentánea excitación del primero en huellas duraderas. La figura número 2 corresponde
a este nuevo aspecto del aparato psíquico.
Sabido es que las percepciones que actúan sobre el sistema P perduran algo más que
su contenido. Nuestras percepciones demuestran hallarse también enlazadas entre sí en la
memoria, conforme, ante todo, a su primitiva coincidencia en el tiempo. Este hecho es el
que conocemos con el nombre de asociación. Ahora bien: el sistema P no puede conservar
las huellas para la asociación, puesto que carece de memoria. Cada uno de los elementos P
quedaría insoportablemente obstruido en su función si un resto de una asociación anterior
se opusiera a una nueva percepción. Habremos, pues, de suponer que los sistemas
mnémicos constituyen la base de la asociación. Esta consistirá entonces en que, siguiendo
la menor resistencia, se propagará la excitación preferentemente de un primer elemento Hm
a un segundo elemento, en lugar de saltar a otro tercero. Un detenido examen nos muestra,
pues, la necesidad de aceptar la existencia de más de uno de estos sistemas Hm, en cada
uno de los cuales es objeto de una distinta fijación la excitación propagada por los
elementos P. El primero de estos sistemas Hm contendrá de todos modos la fijación de la
asociación por simultaneidad, y en los más alejados quedará ordenado el mismo material de
excitación según otros distintos órdenes de coincidencia, de manera que estos sistemas
posteriores representarían, por ejemplo, las relaciones de analogía, etc. Sería, naturalmente,
ocioso querer describir la significación psíquica de uno de estos sistemas. Su característica
se hallaría en la intimidad de sus relaciones con los elementos del material mnémico bruto;
esto es, si queremos aludir a una teoría más profunda, en los escalonamientos de la
resistencia conductora de estos elementos.
Habremos de intercalar aquí una observación de carácter general que entraña quizá
una importantísima indicación. El sistema P, que no posee capacidad para conservar las
modificaciones; esto es, que carece de memoria, aporta a nuestra conciencia toda la
variedad de las cualidades sensibles. Por el contrario, nuestros recuerdos, sin excluir los
más profundos y precisos, son inconscientes en sí. Pueden devenir conscientes, pero no es
posible dudar que despliegan todos sus efectos en estado inconsciente. Aquello que
denominamos nuestro carácter reposa sobre las huellas mnémicas de nuestras impresiones,
y precisamente aquellas impresiones que han actuado más intensamente sobre nosotros, o
sea las de nuestra primera juventud, son las que no se hacen conscientes casi nunca. Pero

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LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS
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cuando los recuerdos se hacen de nuevo conscientes no muestran cualidad sensorial alguna
o sólo muy pequeña, en comparación con las percepciones. Si pudiéramos comprobar que
la memoria y la cualidad que caracteriza el devenir consciente se excluyen recíprocamente
en los sistemas Y, se nos ofrecería una prometedora visión de las condiciones de la
excitación de la neurona.
Todo lo que hasta ahora hemos supuesto sobre la composición del aparato psíquico
en su extremo sensible ha sido sin tener en cuenta para nada el sueño ni las explicaciones
psicológicas que de su estudio pueden deducirse. Este estudio nos proporciona, en cambio,
gran ayuda para el conocimiento de otro sector del aparato. Hemos visto que nos era
imposible explicar la formación de los sueños si no nos decidíamos a aceptar la existencia
de dos instancias psíquicas, una de las cuales somete a una crítica la actividad de la otra;
crítica de la que resulta la exclusión de esta última de la conciencia.
La instancia crítica mantiene con la conciencia relaciones más íntimas que la
criticada, hallándose situada entre ésta y la conciencia a manera de pantalla. Hemos
encontrado, además, puntos de apoyo para identificar la instancia crítica con aquello que
dirige nuestra vida despierta y decide sobre nuestra actividad voluntaria y consciente. Si
ahora sustituimos estas instancias por sistemas, quedará situado el sistema crítico en el
extremo motor del aparato psíquico supuesto. Incluiremos, pues, ambos sistemas en nuestro
esquema y les daremos nombres que indiquen su relación con la conciencia.
Al último de los sistemas situados en el extremo motor le damos el nombre de
preconsciente para indicar que sus procesos de excitación pueden pasar directamente a la
conciencia siempre que aparezcan cumplidas determinadas condiciones; por ejemplo, la de
cierta intensidad y cierta distribución de aquella función a la que damos el nombre de
atención, etc. Este sistema es también el que posee la llave del acceso a la motilidad
voluntaria. Al sistema que se halla detrás de él le damos el nombre de inconsciente porque
no comunica con la conciencia sino a través de lo preconsciente, sistema que impone al
proceso de excitación, a manera de peaje, determinadas transformaciones. ¿En cuál de estos
sistemas situaremos ahora el estímulo de la formación de los sueños? Para mayor sencillez,
en el sistema Inc., aunque, como más adelante explicaremos, no es esto rigurosamente
exacto, pues la formación de los sueños se halla forzada a enlazarse con ideas latentes que
pertenecen al sistema de lo preconsciente. Pero también averiguaremos en otro lugar, al
tratar del deseo onírico, que la fuerza impulsora del sueño es proporcionada por el sistema
Inc., y esta última circunstancia nos mueve a aceptar el sistema inconsciente como el punto
de partida de la formación de los sueños. Este estímulo onírico exteriorizará, como todos
los demás productos mentales, la tendencia a propagarse al sistema Prec. y pasar de éste a
la conciencia.
La experiencia nos enseña que durante el día aparece desplazado por la censura de
la resistencia, y para las ideas latentes, este camino que conduce a la conciencia a través de
lo preconsciente. Durante la noche se procuran dichas ideas el acceso a la conciencia,
surgiendo aquí la interrogación de por qué camino y merced a qué modificación lo
consiguen. Si el acceso de estas ideas latentes a la conciencia dependiera de una
disminución nocturna de la resistencia que vigila en la frontera entre lo inconsciente y lo
preconsciente, tendríamos sueños que nos mostrarían el carácter alucinatorio que ahora nos

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interesa. El relajamiento de la censura entre los dos sistemas Inc. y Prec. no puede
explicarnos por tanto, sino aquellos productos oníricos exentos de imágenes sensoriales
(recuérdese el ejemplo «autodidasker») y no sueños como el detallado al principio del
presente capítulo. Lo que en el sueño alucinatorio sucede no podemos describirlo más que
del modo siguiente: la excitación toma un camino regresivo, en lugar de avanzar hacia el
extremo motor del aparato, se propaga hacia el extremo sensible, y acaba por llegar al
sistema de las percepciones. Si a la dirección seguida en la vigilia por el procedimiento
psíquico, que parte de lo inconsciente, le damos el nombre de dirección progresiva,
podemos decir que el sueño posee un carácter regresivo.
Esta regresión es una de las más importantes peculiaridades psicológicas del
proceso onírico; pero no debemos olvidar que no es privativa de los sueños. También el
recordar voluntario, la reflexión y otros procesos parciales de nuestro pensamiento normal
corresponden a un retroceso, dentro del aparato psíquico, desde cualquier acto complejo de
representación al material bruto de las huellas mnémicas en las que se halla basado. Pero
durante la vigilia no va nunca esta regresión más allá de las imágenes mnémicas, y no llega
a reavivar las imágenes de percepción, convirtiéndolas en alucinaciones. ¿Por qué no
sucede también esto en el sueño? Al hablar de la condensación onírica hubimos de suponer
que la elaboración del sueño llevaba a cabo una total transmutación de todos los valores
psíquicos, despojando de su intensidad a unas representaciones para transferirlas a otras.
Esta modificación del proceso psíquico acostumbrado es la que hace posible cargar el
sistema de las P hasta la completa vitalidad en una dirección inversa, o sea partiendo de las
ideas. No creo que nadie incurra en error sobre el alcance de estas explicaciones. Hasta
ahora no hemos hecho otra cosa que dar un nombre a un fenómeno inexplicable. Hablamos
de regresión cuando la representación queda transformada, en el sueño, en aquella imagen
sensible de la que nació anteriormente. De todos modos, también necesitamos justificar este
paso, pues podría objetársenos la inutilidad de una calificación que no ha de enseñarnos
nada nuevo. Pero, a nuestro juicio, ha de sernos muy útil este nombre de regresión por
enlazar un hecho que nos es conocido al esquema antes desarrollado de un aparato
psíquico; esquema cuyas ventajas vamos ahora a comprobar por vez primera, pues con su
sola ayuda, y sin necesidad de nuevas reflexiones, hallaremos el esclarecimiento de una de
las peculiaridades de la formación de los sueños.
Considerando el proceso onírico como una regresión dentro del aparato anímico por
nosotros supuesto, hallamos la explicación de un hecho antes empíricamente demostrado;
esto es, el de que las relaciones intelectuales de las ideas, latentes entre sí, desaparecen en
la elaboración del sueño o no encuentran sino muy trabajosamente una expresión. Nos
muestra, en efecto, nuestro esquema que estas relaciones intelectuales no se hallan
contenidas en los primeros sistemas Hm, sino en otros anteriores a ellos, y tienen que
perder su expresión en el proceso regresivo hasta las imágenes de percepción. La regresión
descompone en su material bruto el ajuste de las ideas latentes.
Mas ¿por qué transformaciones resulta posible esta regresión, imposible durante el
día? Sospechamos que se trata de modificaciones de las cargas de energía de cada uno de
los sistemas; modificaciones que los hacen más o menos transitables o intransitables para el
curso de la excitación. Pero dentro de cada uno de estos aparatos podía producirse este

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LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS
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mismo efecto por medio de modificaciones diferentes. Pensamos, naturalmente, en seguida


en el estado de reposo y en las modificaciones de la carga psíquica que el mismo provoca
en el extremo sensible del aparato. Durante el día existe una corriente continua desde el
sistema Y de las P hasta la motilidad. Pero esta corriente cesa por la noche, y no puede ya
presentar obstáculo ninguno a la regresión de la excitación. Esta circunstancia constituiría
aquel «apartamiento del mundo exterior» en el que algunos autores ven la explicación de
los caracteres psicológicos del sueño. Sin embargo, al explicar la regresión del sueño
habremos de tener en cuenta aquellas otras regresiones que tienen efecto en los estados
patológicos de la vigilia; regresiones a las que nuestra anterior hipótesis resulta inaplicable,
pues se desarrolla, a pesar de no hallarse interrumpida la corriente sensible, en dirección
progresiva.
Las alucinaciones de la histeria y de la paranoia y las visiones de las personas
normales corresponden, efectivamente, a regresiones; esto es, son ideas transformadas en
imágenes. Pero en estos casos no experimentan tal transformación más que aquellas ideas
que se hallan en íntima conexión con recuerdos reprimidos o inconscientes. Uno de los
histéricos más jóvenes que he sometido a tratamiento, un niño de doce años, no puede
conciliar el reposo, porque en cuanto lo intenta ve caras verdes con ojos encarnados, que le
causan espanto. La fuente de esta aparición es el recuerdo reprimido, pero primitivamente
consciente, de un muchacho, al que vio varias veces hacía cuatro años, y que constituía un
modelo de vicios infantiles; entre ellos, el de la masturbación; vicio que también practicó el
sujeto, reprochándoselo ahora amargamente. Su madre había observado por entonces que el
vicioso niño tenía un color verdoso, y los ojos, encarnados (los párpados, ribeteados). De
este recuerdo procede, pues, el fantasma que le impide conciliar el reposo y que está
destinado después a recordarle la predicción que le hizo su madre de que tales niños se
vuelven idiotas, no consiguen aprender nada en la escuela y mueren jóvenes. Nuestro
pequeño paciente demuestra la realización de una parte de esta profecía, pues no avanza en
sus estudios, y teniendo conciencia de ello, le espanta que pueda también realizarse la
segunda parte. El tratamiento logró devolver en poco tiempo el reposo, hacerle perder el
miedo y terminar el año escolar con notas sobresalientes.
Agregaré aquí la solución de una visión que me fue relatada por una histérica de
cuarenta años; visión muy anterior a la enfermedad que le llevaba a mi consulta. Al
despertar una mañana vió ante sí a su hermano mayor, que se hallaba recluído en un
manicomio. Su hijo pequeño dormía en la cama junto a ella, para evitar que se asustase y le
diesen convulsiones si veía a su tío, le tapó la cabeza con la colcha, desvaneciéndose
entonces la aparición. Esta visión no era sino la elaboración de un recuerdo infantil,
consciente, pero íntimamente enlazado con todo el material inconsciente, dado en la vida
anímica de la sujeto. La niñera le había relatado que su madre, muerta cuando ella tenía año
y medio, había padecido convulsiones epilépticas o histéricas desde un susto que le dió su
hermano (el tío de la sujeto), apareciéndosele a guisa de fantasma con una colcha sobre la
cabeza. La visión contiene los mismos elementos que el recuerdo: la aparición del hermano,
la colcha, el sobresalto y sus efectos; pero estos elementos han sido ordenados en una forma
distinta y transferidos a otras personas. El motivo, harto transparente, de la visión; esto es,
del pensamiento por ella sustituido, es la preocupación de que su hijo pequeño, que
presenta un extraordinario parecido físico con su tío, pueda tener igual desgraciado destino.

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SIGMUND FREUD
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Los dos ejemplos que anteceden no carecen de cierta relación con el estado de
reposo, y son quizá, por tanto, poco apropiados para la demostración que con ellos me
proponía alcanzar. Pero mi análisis de una paranoica alucinada , y los resultados de mis
estudios, aún no publicados, sobre la psicología de la neurosis robustecen la afirmación de
que en estos casos de transformación represiva de las ideas hemos de tener en cuenta la
influencia de un recuerdo reprimido o inconsciente, infantil en la mayoría de los casos. Este
recuerdo arrastra consigo a la regresión; esto es, a la forma de representación, en la que el
mismo se halla dado psíquicamente, a las ideas con él enlazadas y privadas de expresión
por la censura. Mencionaremos aquí como un resultado del estudio de la histeria el hecho
de que las escenas infantiles (trátese de recuerdos o de fantasías) son vistas
alucinatoriamente cuando se consiguen hacerlas conscientes, y sólo después de explicar al
paciente su sentido es cuando pierden este carácter. Sabido es también que incluso en
personas que no poseen en alto grado la facultad de la reminiscencia visual suelen
conservar los recuerdos infantiles más tempranos un carácter de vivacidad sensorial hasta
los años más tardíos.
Si recordamos cuál es el papel que en las ideas latentes corresponde a los sucesos
infantiles o a las fantasías en ellos basadas; con cuánta frecuencia emergen de nuevo
fragmentos de los mismos en el contenido latente, y cómo los mismos deseos del sueño
aparecen muchas veces derivados de ellos, no rechazaremos la probabilidad de que la
transformación de las ideas en imágenes visuales sea también en el sueño la consecuencia
de la atracción que el recuerdo, representado visualmente, y que tiende a resucitar, ejerce
sobre las ideas privadas de conciencia, que aspiran a hallar una expresión. Según esta
hipótesis, podría también describirse el sueño como la sustitución de la escena infantil,
modificada por su transferencia a lo reciente. La escena infantil no puede conseguir su
renovación real y tiene que contentarse con retornar a título de sueño. El descubrimiento de
la importancia, hasta cierto punto prototípica, de las escenas infantiles (o de sus
repeticiones fantásticas) para el contenido manifiesto del sueño hace que una de las
hipótesis de Scherner sobre las fuentes de estímulos interiores resulte totalmente superflua.
Supone Scherner que aquellos sueños que presentan una especial vivacidad de sus
elementos visuales, o una particular riqueza en estos elementos, tienen por base una
excitación interna del órgano de la visión. Por nuestra parte, y sin entrar a discutir esta
hipótesis, admitiremos la existencia de tal estado de excitación en el sistema perceptivo
psíquico del órgano de la visión; pero haremos constar que este estado de excitación ha sido
creado por el recuerdo y constituye la renovación de la excitación visual, experimentada en
el momento real al que corresponde. No poseo ningún ejemplo propio de tal influencia de
un recuerdo infantil. Mis sueños son generalmente pobres en elementos sensoriales; pero en
el más bello y animado que he tenido durante estos últimos años me fue fácil referir la
precisión alucinatoria del contenido manifiesto a cualidades sensibles de impresiones
recientes. En páginas anteriores hemos citado un sueño, en el que el profundo azul del agua,
el negro de humo arrojado por las chimeneas de los barcos y el rojo oscuro y el sepia de los
edificios me dejaron una profunda impresión. Si algún sueño puede ser referido a una
excitación visual, ninguno mejor que éste. Pero ¿qué es lo que la había producido? Una
impresión reciente, que vino a agregar a una serie de impresiones anteriores. Los colores
que vi en mi sueño eran, en primer lugar, los de las piezas de una caja de construcción, con

321
LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS
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las que mis hijos habían edificado el día inmediatamente anterior a mi sueño un espléndido
palacio. En las piezas de esta caja de construcción podía encontrarse el mismo rojo oscuro,
el mismo azul y el mismo negro que en mi sueño veo. A esta impresión vinieron a
agregarse las de mi último viaje a Italia: el bello color cálido sepia de la tierra. La belleza
cromática del sueño no era, pues, sino una repetición de la que el recuerdo me mostraba.
Concretemos ahora todo lo que hemos averiguado sobre aquella peculiaridad del
sueño, que consiste en transformar su contenido de representaciones en imágenes
sensoriales. No habremos esclarecido este carácter de la elaboración onírica referiéndolo a
leyes conocidas de la Psicología, pero lo hemos extraído en condiciones desconocidas, y lo
hemos caracterizado dándole el nombre de carácter regresivo. Hemos opinado que esta
regresión es siempre un efecto de la resistencia, que se opone al avance de la idea hasta la
conciencia por el camino normal, y de la atracción simultánea que los recuerdos sensoriales
dados ejercen sobre ella. La regresión sería hasta posible en el sueño por la cesación de la
corriente diurna progresiva de los órganos sensoriales; factor auxiliar que en las otras
formas de la regresión podía ser el que contribuyera al robustecimiento de los demás
motivos de la misma. No debemos tampoco olvidar que el proceso de la transferencia de
energía habrá de ser, tanto en estos casos patológicos de regresión como en el sueño, muy
distinto del que se desarrolla en las regresiones de la vida anímica normal, puesto que en
los primeros hace posible una completa carga alucinatoria de los sistemas de percepción.
Aquello que en el análisis de la elaboración onírica hemos descrito con el nombre de
cuidado de la representabilidad podría ser referido a la atracción selectora de las escenas
visualmente recordadas, enlazadas a las ideas latentes.
En la teoría de la formación de síntomas neuróticos desempeña la regresión un papel
no menos importante que en la de los sueños. Distinguimos aquí tres clases de regresión: a)
Una regresión tópica, en el sentido del esquema de los sistemas Y. b) Una regresión
temporal, en cuanto se trata de un retorno a formaciones psíquicas anteriores. c) Una
regresión formal cuando las formas de expresión y representación acostumbradas quedan
sustituidas por formas correspondientes primitivas. Estas tres clases de regresión son en el
fondo una misma cosa, y coinciden en la mayoría de los casos, pues lo más antiguo
temporalmente es también lo primitivo en el orden formal, y lo más cercano en la tópica
psíquica al extremo de la percepción. (Adición de 1914.) No podemos abandonar el tema de
la regresión en el sueño sin manifestar una impresión que se nos ha impuesto ya varias
veces, y que una vez que hayamos profundizado en el estudio de las psiconeurosis retornará
robustecida. Esta impresión es la de que el acto de soñar es por sí una regresión a las más
tempranas circunstancias del soñador, una resurrección de su infancia, con todos sus
impulsos instintivos y sus formas expresivas.
Detrás de esta infancia individual se nos promete una visión de la infancia
filogénica y del desarrollo de la raza humana, desarrollo del cual no es el individual, sino
una reproducción abreviada e influida por las circunstancias accidentales de la vida.
Sospechamos ya cuán acertada es la opinión de Nietzsche de que «el sueño continúa un
estado primitivo de la Humanidad, al que apenas podemos llegar por un camino directo», y
esperamos que el análisis de los sueños nos conduzca al conocimiento de la herencia
arcaica del hombre y nos permita descubrir en él lo anímicamente innato. Parece como si el

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SIGMUND FREUD
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sueño y la neurosis nos hubieran conservado una parte insospechada de las antigüedades
anímicas, resultando así que el psicoanálisis puede aspirar a un lugar importante entre las
ciencias que se esfuerzan en reconstruir las fases más antiguas y oscuras de los comienzos
de la Humanidad. (Adición de 1918.) Esta primera parte de nuestra investigación
psicológica del sueño no nos llega a satisfacer por completo. Nos consolaremos pensando
en que nos vemos obligados a construir en las tinieblas. Además, si no nos engañamos
mucho, hemos de retornar muy pronto a estas mismas regiones por un distinto camino, y
quizá sepamos orientarnos mejor.

3) La realización de deseos.

El sueño con que iniciamos el presente capítulo, o sea el del padre al que se le
aparece su hijo muerto, nos da ocasión para examinar determinadas dificultades, con las
que tropieza la teoría de la realización de deseos. Todos hemos extrañado que el sueño no
pueda ser sino una realización de deseos, y no sólo por la contradicción que supone la
existencia de sueños de angustia. Después de comprobar por medio del análisis que el
sueño entrañaba un sentido y un valor psíquico, no esperábamos en modo alguno una tan
limitada y estricta determinación de tal sentido. Según la definición correcta, pero
insuficiente, de Aristóteles, el sueño no es sino la continuación del pensamiento durante el
estado de reposo. Pero si nuestro pensamiento crea durante el día tan diversos actos
psíquicos -juicios, conclusiones, refutaciones, hipótesis, propósitos, etc.-, ¿cómo puede
quedar obligado luego, durante la noche, a limitarse única y exclusivamente a la producción
de deseos? ¿No habrá quizá gran número de sueños que entrañen otro acto psíquico
distinto; por ejemplo, una preocupación? ¿Y no será éste realmente el caso del sueño antes
expuesto, en el que del resplandor que a través de sus párpados recibe durante el reposo
deduce el sujeto la conclusión de que una vela ha caído sobre al ataúd y ha podido prender
fuego al cadáver, y transforma esta conclusión en un sueño, dándole la forma de una
situación sensible y presente? ¿Qué papel desempeña aquí la realización de deseos? ¿Es
acaso posible negar en este sueño el predominio de la idea, continuada desde la vigilia o
provocada por la nueva impresión sensorial? Todo esto es exacto, y nos obliga a examinar
más detenidamente el sueño desde los puntos de vista de la realización de deseos y de la
significación de los pensamientos de la vigilia en él continuados.
La realización de deseos nos ha hecho ya dividir los sueños en dos grupos. Hemos
hallado sueños que mostraban francamente tal realización, y otros en los que no nos era
posible descubrirla sino después de un minucioso análisis. En estos últimos sueños
reconocimos la actuación de la censura onírica. Los sueños no disfrazados demostraron ser
característicos de los niños. En los adultos parecían -quiero acentuar esta restricción-,
parecían, repito, presentarse también sueños optativos, breves y francos. Podemos
preguntarnos ahora de dónde procede en cada caso el deseo que se realiza en el sueño. Pero

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