Obediente Hasta La Muerte
Obediente Hasta La Muerte
Obediente Hasta La Muerte
Por desobedecer, algunos ángeles se convirtieron en demonios: «La Escritura habla de un pecado
de estos ángeles (2 Pe 2,4). Esta “caída” consiste en la elección libre de estos espíritus creados que
rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión
en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: “Seréis como dioses” (Gén 3,5). El diablo
es “pecador desde el principio” (1 Jn 3,8), “padre de la mentira” (Jn 8,44).» (Catecismo, 392).
Por desobedecer, nuestros primeros padres fueron expulsados del paraíso: «El hombre, tentado
por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf. Gén 3,1-11) y, abusando
de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del
hombre (cf. Rom 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de
confianza en su bondad.» (Catecismo, 397).
La desobediencia de nuestros primeros padres tuvo que ser reparada de la manera más atroz: ¡con
la muerte del Hijo de Dios en la cruz! “En efecto, así como por la desobediencia de un hombre
todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno todos serán
constituidos justos” (Rom 5,19). Así, Cristo “se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y una muerte de cruz” (Fil 2,8).
¡Cuán terribles son las consecuencias de la desobediencia! Convirtió bellos ángeles en demonios,
expulsó a Adán y Eva del jardín más bello y “obligó” al Hijo de Dios a morir en la cruz para reparar
por ella.
¿Qué es la obediencia?
La obediencia es una virtud moral sobrenatural que nos inclina a someter nuestra voluntad a la de
los superiores legítimos en cuanto son representantes de Dios.[1]
Al ver que el hombre no se bastaba a sí mismo para su desarrollo físico, intelectual y moral, quiso
Dios que viviera en sociedad. Pero la sociedad no puede subsistir sin una autoridad que coordine
todos los esfuerzos de sus miembros hacia el bien común; Dios quiere, pues, que haya una
sociedad jerárquica, con superiores legítimos a quienes corresponde el mandar, y súbditos a
quienes toca obedecer.
Aquellos que fueron puestos por Dios al frente de las diversas sociedades.
La sociedad civil, que gobiernan los poseedores legítimos de la autoridad según los sistemas
admitidos en las diversas naciones. Son los presidentes, alcaldes, policías, guardas de tránsito, etc.
Los Obispos, que tienen jurisdicción en sus diócesis respectivas, y, bajo su autoridad, los curas y
vicarios, cada uno dentro de los límites que señala el Código de Derecho Canónico.
Además hay dentro de la Iglesia comunidades particulares con reglas, estatutos y constituciones
aprobadas por el Sumo Pontífice o por los Obispos, y que tienen superiores nombrados según sus
Constituciones, estatutos o reglas; también son legítimas autoridades. Por consiguiente, todo el
que entra a una comunidad, se obliga, por ende, a guardar las reglas y a obedecer a los superiores
en lo que manden dentro de los límites definidos por la regla.
Límites en el ejercicio de la autoridad[3]
Es famosa la frase que dice: “el que obedece no se equivoca… se equivoca el que ordena”. Esta
frase es cierta, siempre y cuando, quien ejerza la autoridad no se extralimite en sus funciones.
Hay, entonces, algunos límites a la hora de obedecer:
Cuando se ordena algo que sea pecado: Es evidente que no se debe ni se puede obedecer a un
superior que mande alguna cosa contraria a las leyes divinas o eclesiásticas; habría que decirle
aquello de san Pedro: “Antes se ha de obedecer a Dios que a los hombres” (Hch 5,29). Esta frase es
liberadora, pues asegura la libertad cristiana contra toda tiranía. Así enseñaba san Francisco de
Sales: “como los superiores no pueden mandar cosa en contrario (a la ley de Dios), tampoco los
inferiores tienen obligación alguna de obedecer en ese caso, y si obedecieren, pecarían”[4].
Cuando el superior ordena algo más allá de sus atribuciones: por ejemplo, cuando un padre se
opone a la vocación maduramente considerada de su hijo, traspasa sus deberes, y no hay
obligación de obedecerle. Lo mismo ha de decirse del superior de una comunidad que ordenare
cosa más allá de lo que le permiten las constituciones, estatutos y reglas, habiendo estas
determinado sabiamente los límites de su autoridad.
Grados de la obediencia[5]
Obediencia de principiante: Se aplican antes que a otra cosa a guardar fielmente los
mandamientos de Dios y de la iglesia; y a someterse por lo menos exteriormente a las órdenes de
los superiores legítimos con diligencia puntualidad y espíritu sobrenatural.
Obediencia perfecta: Es aquella obediencia que somete su juicio al del superior sin pararse a
examinar las razones por las que las mandaron, siempre y cuando no se extralimite en el ejercicio
de su autoridad.
Cualidades de la obediencia[6]
La obediencia, para ser perfecta, debe vivirse con mirada sobrenatural, en todo tiempo y todo
lugar e integralmente.
Con mirada sobrenatural: Quiere decir que debemos ver a Dios mismo, a Jesucristo, en nuestros
superiores, porque no tiene autoridad sino de Él.
En todo tiempo y en todo lugar: En cuanto que debemos obedecer todas las órdenes de nuestro
superior legítimo, siempre que mande legítimamente. De esta manera, como dice San Francisco de
sales, la obediencia “se somete amorosamente a todo lo que se le mande con entera sencillez sin
mirar jamás si lo que se le manda está bien o mal mandado, con tal que quien la manda tenga
potestad de mandar, y sirva lo mandado para unirnos con Dios”
Integralmente: Significa que la obediencia debe ser puntual, sin restricción, constante y alegre.
Puntual: porque el amor, que es el que mueve la obediencia perfecta, nos hace obedecer
prontamente. Lo mismo dice San Bernardo: “el verdadero obediente no sabe de dilaciones, tiene
horror a dejarlo para mañana; no entiende de demoras; se adelanta al mandamiento: está con los
ojos fijos, el oído atento, la lengua pronta a hablar, las manos dispuestas a obrar, los pies prontos
a correr; está enteramente recogido para entender enseguida lo que se le manda.”
Sin restricción: porque andar eligiendo obedecer en unas cosas sí y en otras no, es perder el
mérito de la obediencia, y dar a entender que nos sometemos en lo que nos agrada es mostrar
que no es sobrenatural nuestra obediencia.
Constante: en esto está uno de los mayores méritos de la obediencia; porque hacer con gozo una
cosa por una sola vez que se nos manda, o cuando nos conviene, cuesta muy poco: pero cuando te
dicen; harás siempre esto mismo mientras vivas, en eso está la virtud, en eso la dificultad.
Alegre: si no se inspira en el amor, es difícil que la obediencia sea alegre en lo penoso. No hay
trabajo para el que ama, porque no piensa en lo que padece, sino en aquel por quien padece.
Falsificaciones de la obediencia[7]
Sin llegar a los excesos de la franca y formal desobediencia, que es el pecado diametralmente
opuesto a la obediencia, ¡cuántos modos y maneras ha de falsificar o deformar esta virtud, tan
contraria al instinto de natural rebeldía propio del espíritu humano! He aquí algunas de sus
principales manifestaciones:
Obediencia rutinaria: puro automatismo, sin espíritu interior como el reloj, que da las horas
puntualmente, pero ignorando que las da…
Obediencia sabia: siempre con el Código Canónico o la regla en la mano para saber hasta dónde
está obligado a obedecer o dónde empieza “a excederse” el superior. ¡Qué mezquindad!
Obediencia crítica: “El superior es superior… ¡no faltaba más!, pero eso no impide que sea poco
simpático, riguroso, frágil, impulsivo, sin pizca de tacto; que le falte a menudo cordura, prudencia,
oportunidad y caridad”. Se le obedece al mismo tiempo que se le despelleja…
Obediencia farisaica: que entrega una voluntad vencida, pero no sumisa… cobardía e hipocresía al
mismo tiempo.
Sabotaje y falta de perfección: al ejecutar la orden. “Barrer consistirá en cambiar el polvo de sitio,
y hacer meditación, en dormitar dulcemente”.
Obediencia perezosa: “no tuve tiempo... estaba ocupado… no pensaba que fuese tan urgente… iba
a hacerlo ahora”. Hay que mandarle doce veces cada cosa y termina haciéndola mal.
PRÁCTICA
Obedecer estrictamente a toda autoridad a la que estoy sometido: padres, profesores, patrones,
normas civiles y de tránsito, etc
Para hablar sobre el fin de los tiempos, tomamos aquí, un fragmento completo del teólogo
Antonio Royo Marín[1]:
En la Sagrada Escritura se nos dice que nadie absolutamente sabe cuándo sobrevendrá el fin del
mundo. Cristo resucitado advirtió a sus apóstoles que no les correspondía a ellos conocer los
tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su poder soberano (Hch 1,7). Y en el
Evangelio les había ya dicho que de aquel día y de aquella hora nadie sabe, ni los ángeles del cielo
ni el hijo, sino sólo el Padre (Mt 24,36). Ya se comprende que el hijo no lo sabía como formando
parte de su mensaje mesiánico que había de comunicar a los hombres, aunque sí como verbo
eterno de Dios. Sin embargo, la misma Sagrada Escritura nos proporciona ciertos signos o señales
por donde puede conjeturarse de algún modo la mayor o menor proximidad del desenlace final.
No se nos prohíbe examinar esas señales, pero es preciso tener en cuenta que son muy vagas e
inconcretas y se prestan a grandes confusiones, sobre todo por el carácter evidentemente
metafórico y ponderativo de muchas de ellas. Buena prueba de esto la ofrece el hecho de que la
humanidad ha creído verlas ya en diferentes épocas de la historia que hacían presentir la
proximidad de la catástrofe final.
Vamos, pues, con sobriedad y moderación a recoger esas señales, pero guardándonos mucho de
llegar a conclusiones demasiado concretas y simplistas. Lo único cierto en esta materia tan difícil y
oscura es que nadie absolutamente sabe nada: es un misterio de Dios. He aquí las principales
señales de que nos habla la Sagrada Escritura:
Lo anunció el mismo Cristo al decir a sus apóstoles: Será predicado este Evangelio del reino en
todo el mundo, testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin (Mt 24,14).
Lo cual no hay que entenderlo en el sentido de que todas las gentes se convertirán de hecho al
cristianismo, sino únicamente que el Evangelio se propagará suficientemente por todas las
regiones del mundo, de manera que todos los hombres que quieran puedan convertirse a él. Ni se
puede decir tampoco que el fin del mundo vendrá inmediatamente después de que el Evangelio
llegue a los confines de la tierra, sino únicamente que no sobrevendrá antes.
La apostasía universal
Lo anunció también el mismo Jesucristo y lo repitió luego san pablo. He aquí los principales
textos:”Y se levantarán muchos falsos profetas que engañarán a muchos, y por el exceso de la
maldad se enfriará la caridad de muchos” (Mt 24,12). “Cuando venga el Hijo del hombre,
¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18,8). “Que nadie en modo alguno nos engañe, porque antes ha
de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición” (2 Tes
2,3).
En contraste con esta apostasía casi general, habrá de verificarse la conversión de Israel,
anunciada por el apóstol San Pablo (Rom 11,25-26). Dios permitió la apostasía de su pueblo
predilecto para llevar la salud a los gentiles (Rom 11,11). Pero se arrepentirán en su día y volverán
a ser injertados como ramas naturales en su propio tronco (Rom 11,24), ya que las promesas y
dones de Dios son irrevocables (Rom 11,29). En definitiva, compasión y misericordia de todo el
género humano (Rom 11,32). Cuándo habrá de realizarse esta vuelta de Israel a la verdadera fe, en
qué medida y proporción, con qué manifestaciones externas; he ahí otros tantos misterios que
nadie absolutamente podría aclarar.
Consta también en la Sagrada escritura (2 Tes 2,3-11; 1 Jn 2,18.22). Pero es muy misteriosa la
naturaleza del anticristo. Atendiendo a su significación verbal, podrá entenderse por tal cualquier
manifestación del espíritu anticristiano: el pecado, la herejía, la persecución, etc. Ello justificaría
plenamente y a la letra la expresión de San Juan que afirma que el anticristo se halla ya en el
mundo (1 Jn 4,3). Pero entre los santos padres y teólogos posteriores prevaleció la creencia de que
será una persona individual, que desplegará – permitiéndolo Dios- un gran poder de seducción con
falsos prodigios, que engañarán a muchos. Finalmente, será vencido y muertos por Cristo con el
aliento de su boca (2 Tes 2,8), o sea, con la simple manifestación de su divina voluntad.
Es otra señal misteriosa, que sólo de una manera muy confusa puede apoyarse en la Sagrada
Escritura. El profeta Malaquías nos dice hablando de Elías: “Ved que yo mandaré a Elías, el profeta,
antes que venga el día de Yahvé, grande y terrible. El convertirá el corazón de los padres a los
hijos, y el corazón de los hijos a los padres…” (Mal 4,5-6; cf. Mt 17,10-13). De Henoc nos dice la
Sagrada Escritura que “por la fe fue trasladado sin pasar por la muerte, y no fue hallado, porque
Dios le trasladó” (Heb 11,5).
Muchos Santos Padres- entre los que se cuentan San Agustín y San Jerónimo- interpretan de Elías
y Henoc el misterioso episodio de los dos testigos que lucharán con el anticristo y serán muertos
por él para resucitar después gloriosamente (Apo 11,3-13). Pero otros Padres y expositores
sagrados dan otras interpretaciones muy diversas, por lo que es forzoso concluir que nada
absolutamente se puede afirmar con certeza sobre este particular.
Sabido es, sin embargo, que el discurso escatológico de nuestro Señor- del que están tomadas
esas palabras- está lleno de dificultades y misterios. En él se habla unas veces de la ruina de
Jerusalén; otras, del fin del mundo, y otras, de ambas cosas a la vez. Es muy difícil señalar
exactamente qué es lo que corresponde a cada uno de esos acontecimientos. Ni los Santos Padres
ni los modernos exégetas han podido precisarlo con exactitud. Nos parecen, por lo mismo, muy
sensatas y acertadas las siguientes palabras de un notable expositor sagrado: “Cristo habla a los
suyos como si tuvieran que presenciar aquellos signos de su nueva venida, a pesar de que sabía
muy bien que ese nuevo advenimiento estaba muy lejos todavía. ¿Por qué habla así? Pues porque
quería que los suyos estuvieran siempre prevenidos por su venida, cuyo tiempo preciso quiso que
permaneciera oculto, aunque en algún sentido muy real y verdadero de la muerte de cada uno
ocurre el advenimiento de Cristo juez; y por eso se explica que los mismo apóstoles exhorten a los
fieles a permanecer siempre preparados para el día del juicio.
Lo cierto es que muchos de estos signos parecen manifestarse en nuestra sociedad; ya el Evangelio
ha sido predicado a gran parte de la humanidad, la apostasía es cada vez mayor, cada vez más los
hombres, incluso los que se llaman cristianos, viven como paganos, y qué decir de las guerras y
grandes calamidades como terremotos y fenómenos naturales que hemos presenciado. Además,
otro gran signo de estos tiempos, han sido las continuas apariciones de nuestra Santísima Madre,
que ha venido a advertir a sus hijos que el fin se acerca y que debemos estar preparados.
Apariciones Marianas
Si una madre, desde un barco, observase que su hijito se tiró de este y se está ahogando en el mar
¿qué no haría? Con absoluta seguridad, esta madre tiraría a su hijito cuerdas, flotadores, tablas,
botes salvavidas, e incluso bajaría ella misma a darle su mano. Pero ¿qué pasaría si este hijo no
quisiera recibir la ayuda de su madre y en lugar de esto quisiera ahogarse? Quizá la madre, con
lágrimas en sus ojos le suplicaría y hasta le gritaría a su hijo que echara mano de lo que le ha dado
para que se salve. En este punto del drama la decisión reposa totalmente en el hijo: o corresponde
a las súplicas de su madre o… ¡se deja ahogar!
Esta escena tan trágica corresponde a la realidad de nuestros días. Nuestra Señora observa como
nos tiramos temerariamente de la barca de la Iglesia y así nos empezamos a hundir en el mar del
pecado y en la inmundicia del mundo, cuya consecuencia no solo será la infelicidad en la vida
presente sino el fuego eterno en la futura. Entonces nuestra buena Madre nos lanza las “cuerdas”
del Santo Rosario, los “flotadores” de la mortificación y el ayuno, las “tablas“, de la ley del amor,
dadas por Jesús en el Evangelio, el “bote salvavidas” que son los Sacramentos, e incluso a través
de sus diferentes apariciones baja a nosotros, y como ve que no hacemos caso llora a través de sus
imágenes, como en Akita, Japón. La Santísima Madre nos viene a advertir como la “Profetisa de los
últimos tiempos” los castigos que llegarán a la humanidad si no enmendamos nuestra vida.
Alguien gritará: “¡Dios no castiga! ¡Él es todo misericordia!, etc.” Si quien dice esto se refiere a que
Dios no se pone rojo de ira y con un látigo corre tras sus hijos, mordiendo su lengua, a
“castigarlos” en una pataleta de rabia, y este es el concepto de castigo que tiene, estamos de
acuerdo, pues lo que falla acá no es el concepto de la justicia divina sino la concepción que se
tiene de “castigo”. Pero si quien así grita se refiere a que Dios no corrige y es un papá alcahuete
que deja que sus hijos hagan lo que les plazca y que premia igual al que se esforzó por amarle y al
que le rechazó durante toda su vida -salvo si esta persona tiene una conversión de corazón-,
entonces ahí sí hay un error y grave. Pues este concepto no solo muestra un terrible
desconocimiento de la Biblia y del Magisterio, sino que es una mentira peligrosa que puede llevar
al infierno a miles de aquellos que lo negaron durante toda su vida.
El Castigo Divino que aparece en la Biblia -y sí que aparece- se debe entender en términos de la
corrección amorosa que un Dios da ya sea a su pueblo Israel, a un individuo particular o a un grupo
de personas, y mientras está corrigiendo llora por su hijo que sufre, pero lo hace pues sabe que
más tarde este pequeño sufrimiento no solo le traerá beneficios sino que, además, le evitará
sufrimientos mayores y hasta eternos. Así, algunos exégetas han encontrado en las Sagradas
Escrituras hasta 177 amonestaciones que Dios da a su pueblo Israel y a la humanidad por su
infidelidad a él, y no es difícil recordar alguna, incluso desde el Génesis, como el Diluvio
Universal (Gén 6,5), la destrucción de Sodoma y Gomorra por su abundante pecado (Gén 19); o
cuando a Israel, después de murmurar contra Dios y Moisés, el Señor “mandó... serpientes-
ardientes. Y muchos de los israelitas murieron por sus mordeduras” (Num 21,6). Así podríamos
encontrar muchísimos casos más donde Dios castiga.
Además, el mismo San Pablo nos dice que “Dios es a la vez bondadoso y severo” (Rom 11,22) y
que nos corrige para “no ser condenados con este mundo” (1 Cor 11,32), además recuerda a los
corintios unos cuantos castigos de Dios contra aquellos que cayeron en impureza (Col 3,6), o
tentaron a Dios o murmuraron contra él (1 Cor 10,8-10). “Dios... aguarda pacientemente hasta que
se cumpla la medida de los pecados, y a partir de este día ya no espera, sino que castiga.”[2]
Todo esto, es lo que nos viene a recordar la Santísima Virgen María por Voluntad de Dios. Pero
siempre, después de cada legítimo mensaje del cielo, donde puede anunciar catástrofes como lo
veremos más adelante, la Madre de Dios deja bien sentadas las bases de la esperanza: el Señor
triunfará sobre el mal, su reino se implantará en el mundo y nosotros seremos su pueblo y Él será
nuestro Dios.
Valga también aclarar, que todo lo que concierne a apariciones y locuciones entra dentro del
campo que se conoce como “Revelación privada” y no obliga al creyente, en modo alguno, a creer
bajo pena de pecado, ni siquiera venial:
«A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas “privadas”, algunas de las cuales han sido
reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe.
Su función no es la de “mejorar” o “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar
a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia,
el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones
constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.» (Catecismo, 67).
Alguien podría perfectamente no creer en alguna aparición, aún si es aprobada por la Iglesia, y no
pecaría en lo más mínimo. Sin embargo, es también importante advertir que no hay razón para
desprestigiar estas apariciones -a menos que contengan algo en contra de la sana doctrina y/o la
recta moral, y allí corresponde a la Iglesia el juzgar-, pues si alguien no cree, no significa que por
ello esta manifestación del cielo sea falsa.
Reseña histórica
Se podría decir que los actuales tiempos marianos tuvieron su origen en 1830, cuando la Santísima
Virgen se le apareció a Santa Catalina de Labouré, en París, Francia. Allí nuestra Santísima Madre
le dijo que hiciera una Medalla que por un lado tuviera la imagen de los dos corazones: el Sagrado
Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María, y al reverso una imagen de Nuestra Señora
con los brazos extendidos y con rayos de gracia saliendo de sus manos. Esta Medalla más tarde fue
llamada “La medalla Milagrosa”. Aparición aprobada por la Iglesia.
Cuatro años más tarde, en 1858, Nuestra Madre Santísima se apareció en la pequeña aldea de
Lourdes, Francia, a la pequeña Bernardita Soubirous y se presentó como la Inmaculada
Concepción, confirmando el dogma que había proclamado Pío IX. Bernardita nunca había
escuchado este término hasta que la Madre del Cielo se lo dijo. Aparición aprobada por la Iglesia.
En 1917 la Virgen se aparece a tres pastorcitos en Fátima, Portugal. Allí pidió a los obispos del
mundo que se unieran para consagrar a Rusia a su Inmaculado Corazón. Advirtió que de no
hacerse Rusia difundiría sus errores por todo el mundo y habría serias consecuencias. Esto ocurrió
antes de la revolución soviética. Aparición aprobada por la Iglesia.
En 1961, María se apareció en Garabandal, España, donde repitió la petición de consagrar a Rusia.
En Garabandal ella dijo a las videntes que el cáliz de la justicia divina se estaba llenando y que
había que hacer muchos sacrificios y mucha penitencia para evitar el castigo de Dios. Esta
aparición está en curso de Investigación.
En 1973, en Akita, Japón, Nuestra Madre bendita repitió ese mensaje, y dijo que si la humanidad
no se convertia recibiría un castigo aún mayor que el diluvio. Aprobada por la Iglesia.
Quedan en el tintero muchas otras apariciones que están en curso de investigación, pero cuyos
mensajes siguen la línea de las apariciones mencionadas.
Llamado a la conversión
“Que no se ofenda mas a Dios Nuestro Señor, que ya es muy ofendido” … es preciso que se
enmienden; que pidan perdón de sus pecados” (Fátima).
“Los Sacerdotes, Ministros de mi Hijo, los Sacerdotes..., por su mala vida, por sus irreverencias e
impiedad al celebrar los santos misterios, por su amor al dinero, a los honores y a los placeres, se
han convertido en cloacas de impureza. ¡Sí!, los Sacerdotes piden venganza y la venganza pende
de sus cabezas. ¡Ay de los sacerdotes y personas consagradas a Dios que por sus infidelidades y
mala vida crucifican de nuevo a Mi Hijo! Los pecados de las personas consagradas a Dios claman al
Cielo y piden venganza, y he aquí que la venganza está a las puertas, pues ya no se encuentra
nadie que implore misericordia y perdón para el Pueblo. Ya no hay almas generosas ni persona
digna de ofrecer la víctima sin mancha al Eterno, en favor del mundo. Dios va a castigar de una
manera sin precedentes. ¡Ay de los habitantes de la Tierra...! Dios va a derramar su cólera y nadie
podrá sustraerse a tantos males juntos.
¡Ay de los habitantes de la Tierra...! Habrá guerras sangrientas y hambres, pestes y enfermedades
contagiosas; habrá lluvias de un granizo espantoso... Tempestades que destruirán ciudades,
terremotos que engullirán países; se oirán voces en el aire; los hombres se golpearán la cabeza
contra los muros, llamarán a la muerte. (... La sangre correrá por todas partes. ¿Quién podrá
resistir si Dios no disminuye el tiempo de la prueba? Por la sangre, las lágrimas y oraciones de los
justos, Dios se dejará aplacar”. (La Salette, Francia)
Nos pide oración y penitencia por nuestros pecados y los del mundo
“Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”...“Rezad,
rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no
tener quien se sacrifique y rece por ellas”...“¡Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y
especialmente cuando hagáis un sacrificio: Oh, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los
pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!”
(Fátima).
Lucía le dice a la Señora: “Quisiera pedirle que nos llevase al cielo”, y ella le responde: “Si, a
Jacinta y a Francisco los llevaré en breve, pero tú te quedarás algún tiempo más. Jesús quiere
servirse de ti para darme a conocer y amar. Quiere establecer en el mundo la devoción a mi
Inmaculado Corazón. A quien le abrazare prometo la salvación y serán queridas sus almas por Dios
como flores puestas por mí para adornar su Trono.”
“Cuando viereis una noche alumbrada por una luz desconocida sabed que es la gran señal que
Dios os da de que va a castigar al mundo sus crímenes por medio de la guerra, del hambre, de la
persecución de la Iglesia y del Santo Padre. Para impedir eso, vendré a pedir la consagración de
Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si atienden mis
deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo
guerras y persecuciones de la Iglesia: los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que
sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Por fin, MI INMACULADO CORAZÓN TRIUNFARÁ.
El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo
de paz. En Portugal el dogma de la fe se conservará siempre...
“Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con
blasfemias e ingratitudes. Tu, al menos, procura consolarme y di que a todos los que, durante
cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y
me hagan compañía durante quince minutos meditando en los misterios del rosario con el fin de
desagraviarme les prometo asistir en la hora de la muerte con las gracias necesarias para su
salvación” (Fátima).
Vemos pues la realidad en que vive el mundo actual y como nuestra Señora, como buena madre,
nos viene a advertir de todo lo que se viene para la humanidad si no se convierte al Señor. Y Ella
misma nos ofrece, en estos tiempos difíciles, su Corazón Inmaculado como refugio seguro donde
estaremos a salvo. Nuestra madre nos pide conversión y la consagración total a su Corazón, y
nosotros hemos decidido acoger y responder a este llamado a través de esta consagración total.
PRÁCTICA