Ensayo de Penal

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Introducción

En el presente ensayo hablare sobre el libro " Tratado de los delitos y de las penas” del autor Cesare
Beccaria, obra escrita en 1764, con ideologías, bases y problemas de esos tiempos. Es una obra
que produjo efectos en los estados europeos debido a su abolición del tormento. Becaria es un
bienhechor de la humanidad, por lo tanto, es un libro humano y con un sentimiento de justicia y no
como manual para la legislación. Es una obra que tiene ya varias traducciones y al parecer no pierde
su sentido en cuanto al pensar de Beccaria. Y en esta no se ataca ninguna forma de legislar ni
mucho menos se pide un cambio inmediato a la misma, pero si retoma la injusticia que vive el pueblo
debido a los actos de su soberano.

En Francia, en el año de 1764 la obra fue aceptada por los filósofos enciclopédicos. Toda vez que,
a partir de la teoría centralista fundadora de la sociedad mediante el contrato, se salvaguardo los
derechos del individuo y se garantizó el orden. Aún, cuando para Beccaria, los delitos violentaban
el contrato, la sociedad goza del derecho de defensión, siempre y cuando sea ejercido atendiendo
a los principios de proporcional de la pena, y que el individuo no pude disponer de la vida de otro.

Los hombres descuidan la prudencia o la discreción de los que se oponen a las leyes naturales,
condenándose algunos al poder y otros a la debilidad y miseria, después de los errores de vida y
libertad, las causas escapan de manera vulgar por no analizar los asuntos y solo considerarlos
tradición.

De la historia se desprende, que las leyes son pactos de hombres libres y no el instrumento de unos
pocos a falta de la necesidad de estudio a partir de la naturaleza humana, como son los actos de
todo individuo. Es de reconocer las verdades del soberano y el súbdito en cualquier nación, así
como el comercio con aspecto de verdades filosóficas a medias y vulgares, lo que dio origen a la
guerra de la industria, humana y digna del ser pensante.
Desarrollo
Afirma que los hombres, cansados de vivir en un continuo estado de guerra, crearon las leyes,
buscando mejorar la convivencia, sacrificando una parte de ella para gozar lo restante en segura
tranquilidad.

Pero para que la convivencia mejorara era necesario que todos cumplieran las leyes establecidas y
bastaba formar un estado soberano en su administración y legitimo deposito, por ese motivo se
establecieron penas contra los infractores de las leyes, para evitar usurpaciones de los bienes.
Tomando los motivos sensibles, los cuales se basan en teorías de que inmediatamente hieran en
los sentidos.

Explica que la pena sólo debe existir si se deriva de la absoluta necesidad. Mientras sea más
sagrada e inviolable la seguridad y mayor la libertad que el soberano conserve a sus súbditos, más
justas serán las penas. La pena es el derecho a castigar al que no cumpliere con las leyes. La
multiplicación del género humano reunió a los primeros salvajes. Estas uniones produjeron la
formación de otras para resistirlas, creando guerras. La necesidad obligó a los hombres a ceder
parte de su libertad propia; cada uno trata que esa parte sea lo más pequeña posible. Pero la suma
de esas pequeñas partes de libertad forma el derecho de castigar, pero el agregado de todas estas
pequeñas porciones de libertad posibles forma eso. Todo lo demás es abuso, y no justicia. Es claro
que la palabra Derecho no es contradictoria de la palabra fuerza.

Sería muy difícil imaginarnos un gobierno distinto al que conocemos hoy, donde no existiera un
poder legislativo, ejecutivo y judicial, sistema del que mucho le debemos a nuestro autor, quien en
su tiempo idealizó, que la función de imponer sanciones a cada uno de los delitos que se pudieren
cometer dentro del núcleo social, debían ser establecidas solo por el legislador, quien al igual que
hoy, es el representante legítimo de los integrantes del pacto y que como parte de la primera
consecuencia enumerada así por Beccaria, es un motivo de seguridad para los infractores, de que
ningún juez, en un arranque de cólera o venganza, podría imponer una sanción que le satisficiera
en estos lapsos de irracionalidad desmedida, la segunda consecuencia, es que los intereses de los
integrantes del pacto, deben estar a la mirada de todos, para poder así evitar cualquier violación de
los mismos, la tercera consecuencia radica, en que no se trata de que los hombres prueben la
atrocidad de las penas como medida de prevención, ya que sería esto contrario a las cláusulas del
pacto social, en el que los hombres decidieron participar sin mayor miramiento, en busca de una
vida mejor y cometer este error.

Analogía e interpretación de la ley penal, son unas de las constantes de la cotidianidad, que no
están permitidas a los juzgadores, pues si tuvieran esta capacidad, se convertirían automáticamente
en legisladores. El juzgador tan solo tiene la facultad de realizar dentro del parámetro señalado por
la ley, la motivación correspondiente, precedida de un análisis de los elementos que confluyeron en
la comisión del delito. Con lo ya mencionado, solo podemos concluir, que la interpretación de la ley
penal, solo se puede realizar de manera literal, ya que, de lo contrario, estaríamos seguramente,
frente a los sentimientos más oscuros y desmedidos del juzgador.

La perfección de las leyes, no solo radica en el excelente análisis y contemplación de los aspectos
que regulará o si cumple verdaderamente con el objetivo social; Beccaria señala que uno de los
problemas irrenunciables de la ley, es al igual que la interpretación de los textos donde ha sido
plasmada, la redacción de las leyes en lenguas ajenas al pueblo donde se aplicaran y desde luego,
la poca publicidad de la misma, entre los integrantes del pueblo donde será aplicada, señalamiento
que es obviamente realizado, dentro del entorno de la Europa de mediados del siglo XVII.

Sería ilógico pensar, que todos los delitos deben ser castigados de la misma manera; los delitos
deben ser castigados, conforme la magnitud del bien tutelado que violaron o pusieron en peligro,
señalamiento que claramente realiza Beccaria, al asegurar que la escala a utilizarse en el
establecimiento de la magnitud de la pena a imponerse, debe estar compuesta invariablemente de
los deseos e impulsos que motivaron a la persona a cometer el delito.

Nos muestra con claridad el grave error que han cometido los hombres, al medir los delitos que se
llegan a perpetrar dentro de la sociedad a la que pertenecen, error que radica en el parámetro
utilizado para este fin, pues a largo de la historia el ser humano no ha sabido diferenciar entre el
mundo del hombre y el mundo de un ser divino, perfecto omnipotente denominado Dios, donde han
mezclado irresponsablemente al momento de realizar tal juicio, elementos que sólo pertenecen a
ese ser supremo, en lugar de tomar en cuenta la importancia del bien protegido por la ley del hombre.
Según nuestro autor, existen tres tipos de delitos, clasificación donde radica de manera real, el
parámetro necesario para poder establecer la medida de las penas, con respecto a cada caso en
particular en la comisión de delitos.

Los primeros los denominó de lesa majestad y son aquellos que tenían por finalidad destruir
inmediatamente a la sociedad o a quien la representa; los segundos tienen que ver con la seguridad
de los particulares, específicamente son cometidos contra el honor, la vida o los bienes de las
personas; los terceros están relacionados con las obligaciones de los hombres, es decir a los
deberes que estamos obligados a hacer, o a las restricciones que no son impuestas en cuanto a
algunos actos.

En un inicio las leyes sancionaban los delitos cometidos físicamente en contra de los hombres, pero
la acelerada evolución del hombre y la adquisición de grandes conocimientos, hicieron que cada
vez fuera más compleja la forma de ofenderse entre algunos integrantes del pacto, por lo que, en
algún punto de la sociedad, nacieron los delitos contra el honor.

En ocasiones la ley es incapaz de dirimir algunos de los conflictos suscitados entre los hombres y
ni las advertencias de muerte a quien participará en ellos, logró erradicar esta práctica, a la que
nadie que fuera emplazado a ella se podía negar, pues se haría acreedor a una sanción mayor que
la propia muerte: el deshonor.

Beccaria señala los delitos en contra de la tranquilidad pública, mismos que ubica dentro de la
tercera clasificación que hace de los delitos, destacando las huelgas en los caminos destinados al
paso comercial o los discursos enfurecidos, que solo logran encender el ánimo de los hombres.

Aún en la actualidad, los países más desarrollados del globo terráqueo, no han sido capaces de
delimitar cual es el fin real de las penas que su legislación impone a quienes desafían el orden
social, pues en algunos casos como el de los Estados Unidos de Norteamérica, la finalidad es
castigar a quien infringió la normatividad y en casos como el de nuestro país, la finalidad es
readaptar al individuo a la sociedad que en algún momento ofendió con sus actos.

En este sentido En el Tratado de los Delitos y las Penas, el autor nos explica, que la finalidad real
de las penas, debe ser el no permitir que el infractos continué desafiando el marco legal de la
sociedad, no continúe haciendo daño a los ciudadanos, los cuales deben ser persuadidos por la
imposición de la pena justa a este "reo", para que se sustraigan de cometer alguna falta de carácter
similar.

Cualquiera que esté en uso de razón, podrá coincidir que, en cualquier legislación penal, se debe
explicar cuáles son las reglas para poder tomar como confiable el argumento de un testigo; según
Beccaria, el verdadero delito deja pruebas tangibles de su comisión, aspecto que hay que tomar en
cuenta, ya que un testimonio está compuesto de palabra, que con el paso del tiempo no logran más
que la fijación de su discurso, en la memoria de quienes lo escuchan.

Al igual que las valoraciones en torno a la posible veracidad de las testimoniales, Beccaria nos
proporciona algunos parámetros sobre las pruebas que pueden converger en la comisión de algún
delito. Para nuestro autor las penas se dividen en perfectas e imperfectas y de ellas se despende
un sentido de independencia y dependencia con relación a otras pruebas.

Dentro del ámbito teórico, Montesquieu señala que la realización de acusaciones públicas, es más
compatible con el sistema de gobierno republicano, afirmación que de la misma manera es cierta,
pero no fundamental para explicar el rechazo a las acusaciones secretas.

El autor señala que en algún tiempo todas las penas tenían una íntima relación con el aspecto
pecuniario (económico), lo que generó muchos atropellos a los derechos de la sociedad, pues el
juzgador con tal de conservar sus prerrogativas, prefirió convertirse en un empleado más del sistema
hacendario, en un abierto gesto de incondicionalidad hacia el soberano, en lugar de velar por el
cumplimiento puntual de la ley.

El concepto del juramento, al igual que otros tantos, representa uno de los grandes errores
permitidos por el legislador, ya que esta formalidad utilizada hoy en día en algunos países en sus
distintas variantes, en nada garantiza que el indiciado diga la verdad que sabe, sobre los hechos
que se analizaran en busca de la integración correcta del cuerpo del delito, peor aún, si el susodicho
es culpable del acto o hecho constitutivo del delito.

La sentencia y aplicación de las penas debe ser lo más pronto posible, señalamiento que
consideramos es correcta, ya que la pena no es otra cosa que la consecuencia del delito y aplazar
su aplicación, no representa otra cosa que la separación cada vez más errónea de estos dos
conceptos, íntimamente ligados, tanto en la teoría como en la práctica.

El autor nos presenta una pequeña clasificación de los sujetos pasivos que son afectados en la
comisión de los delitos, donde por una parte tenemos a las personas y por otra a las sustancias; en
relación a los delitos cometidos en contra de las personas, coincidimos totalmente con que estos,
deben ser castigados con penas corporales y en la actualidad los delitos relacionados con las
sustancias, dependiendo de las gravedad de la falta, pueden ser sancionados con la pena corporal
o alguna de carácter pecuniario, además obviamente de la reparación del daño, pero hace ya varios
siglos, según la explicación del autor en el segundo caso, en ocasiones se le castigaba al inculpado,
con la disminución de su categoría de humano a la de cosa, situación que nuestro doctrinario
considera fatal, pues asegura dentro de ésta práctica, se esconde la manifestación más férrea de la
tiranía, que en su momento fue utilizada como un medio de venganza por parte de los poderosos,
que sólo vulgarizaron el sistema penal.

No podemos imaginar en la actualidad un sistema jurídico en nuestro país, donde el legislador, el


ejecutivo o los integrantes del sistema judicial, estén exentos de cumplir con el marco legal que han
creado, promulgado o aplicado en cada caso; en este mismo sentido Beccaria señala, que una ley
es justa cuando todos los súbditos, al igual que el soberano, están sujetos al cumplimiento de la
misma y no de manera contraria como algunos pensadores aseguraron, al señalar que lo justo de
la pena, radicaba en el grado de afectación que representaba para el reo.

La evolución intelectual del hombre trajo consigo delitos cada vez más complejos, que sobrepasaron
la afectación del aspecto físico del hombre, para pasar a la moral. Las injurias son un ejemplo claro
de éstos delitos, mismos que señala Beccaria deben ser castigados con la infamia, que es el
sinónimo del desprecio, de la perdida de la confianza de la patria. Dentro de los castigos que deben
ser aplicados al ocioso, está en primer lugar el destierro, aunque siempre con la oportunidad de
probar su inocencia y sumando nuestra aportación como segunda opción, la capacitación obligatoria
del acusado en algún oficio que le permita lograr su manutención, aunque dentro de nuestro marco
jurídico sería inconstitucional.

En relación al destierro, Beccaria se pregunta ¿Qué es lo que deberá pasar con los bienes del
desterrado?, para muchos estudiosos del derecho como él, lo más cómodo era que fuera privado
de su patrimonio, toda vez que ya no lo necesitaría más, pues para la sociedad ya había muerto,
pero esto sería como imponer una doble pena por un delito, ya que tal vez la perdida de lo bienes
sea aún mayor que el destierro mismo.

Para quienes no conozcan la ideología con la que Beccaria redactó su obra maestra y menos aún
conozcan un poco de la historia de la humanidad, principalmente de la edad media, la idea de
nuestro autor sobre la ineficacia de las penas ejemplares, por el alto grado de brutalidad que
contienen, pensaría que quien formuló este principio es un demente, pero sólo basta con ubicarnos
en el contexto del México contemporáneo, para dar un respaldo consistente a la expresión de
nuestro autor.

¿Qué tan justo es el derecho que castiga el homicidio con la pena de muerte?; quien se mueva en
la temática de que la pena ejemplar es la mejor solución en la prevención del delito, dirá que es lo
necesariamente justa, al tener que el homicida, de algún modo, hace la reparación del daño, con la
privación de su derecho a vivir, pero la realidad, es que la imposición de una pena de tal magnitud,
en nada nos garantiza frenar estos delitos que tanto ofenden a la sociedad.

La pena privativa de la libertad, debe estar regulada en una codificación al igual que todo el
ordenamiento penal y no al albedrío del juzgador, situación que en la actualidad no concebimos de
otro modo, pues al ser la pena más grave en nuestra legislación, a nadie beneficiaria que estuviera
a disposición plena del juez, pues a diferencia del supuesto de Beccaria, sobre la posibilidad de que
el juzgador la tome como pretexto para la destrucción de enemigos, hoy tendríamos que
preocuparnos aunque esto no significa que no lo hagamos evidentemente, por evitar el lucro
desmedido de los impartidores de justicia, que recibirían alguna dadiva en efectivo o especie, para
no imponerle esta pena a tal o cual delincuente.
Conclusión

Como ya lo señalé en el en el desarrollo del presente ensayo, la obra de Beccaria representa la


historia del derecho penal mundial, afirmación que sustento con el hecho, de que quien tenga la
oportunidad de leer su obra, se dará cuenta de que la mayoría de sus postulados aún se encuentran
vigentes dentro del derecho penal contemporáneo.

De la misma manera, podemos asegurar que fue un hombre adelantado a su tiempo y aunque
muchos creen que su obra se encuentra un poco desfasada, en relación a lo que vivimos en la
actualidad, yo me atrevería a señalar que quienes estamos fuera de contexto somos nosotros, pues
no hemos sido capaces de evolucionar los principios que nos dejaron intelectuales como Beccaria,
Montequieu, Rousseau, entre otros; seguramente si el autor del tratado de los delitos y la penas,
tuviera la oportunidad de vivir nuestra actualidad, nos ofrecería otra obra de esta magnitud, que
solventaría los problemas que los legisladores de nuestros tiempos no han sido capaces de
solucionar.

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