Rosenberg Sobre Cometierra

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Más allá de la familia patriarcal: Vulnerabilidad,

interdependencia, y alianzas feministas en Cometierra de


Dolores Reyes y Por qué volvías cada verano , de Belén
López Peiró

Fernando J. Rosenberg

MLN, Volume 137, Number 2, March 2022 (Hispanic Issue), pp. 326-340
(Article)

Published by Johns Hopkins University Press


DOI: https://doi.org/10.1353/mln.2022.0014

For additional information about this article


https://muse.jhu.edu/article/863077

[ Access provided at 9 Mar 2023 16:48 GMT from Biblioteca Max von Buch | Universidad de San Andres ]
Más allá de la familia patriarcal:
vulnerabilidad, interdependencia,
y alianzas feministas en Cometierra
de Dolores Reyes y Por qué volvías
cada verano, de Belén López Peiró

Fernando J. Rosenberg

Quisiera comenzar este trabajo con una nota personal. Cuando era
estudiante de doctorado en Johns Hopkins a mediados de la década
del 1990 tuve por primera vez la oportunidad de estudiar seriamente
algo de teoría feminista, cuando la profesora Sara Castro-Klarén nos
asignó textos fundamentales como Gender Trouble de Judith Butler,
“A Cyborg Manifesto” de Donna Haraway, entre otros. Viniendo de
Argentina y con formación en teoría literaria y en psicoanálisis, estaba
yo todavía intelectualmente poco preparado para apreciar hasta
qué punto la profesora estaba tejiendo poco a poco en ese mismo
momento, a través de una serie de artículos y proyectos editoriales, los
fundamentos de un feminismo pensado desde la diferencia poscolonial
latinoamericana. Una perspectiva que hoy nos parece central y hasta
urgente, pero que treinta años atrás era incipiente y marginalizada
dentro de los estudios culturales, las teorías poscoloniales y el latino-
americanismo en general. En este trabajo, quisiera re-evaluar mi lento
aprendizaje a la luz de algunos textos en los que Castro-Klarén elabora
estas líneas teóricas en estrecho diálogo crítico con el feminismo
académico del norte (norteamericano y francés), pero leído desde
prácticas culturales y políticas del sur. Voy a intentar movilizar algo
de este aparato interpretativo para pensar obras contemporáneas en

MLN 137 (2022): 326–340 © 2022 by Johns Hopkins University Press


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donde resuenan tanto preocupaciones teóricas actuales, tales como la


relación entre luchas feministas y crisis planetaria, como la impronta de
un feminismo popular y activista—tendencias que encuentro estaban
anunciadas en la obra de Castro-Klarén (“Subject, Feminism” 2–3).
Me propongo discutir dos textos de autoras argentinas, el primero
ficcional y el segundo testimonial y autoficcional, publicados por
editoriales independientes pero que han tenido enorme repercusión,
en parte porque en ambos resuena, aunque de modo muy diferente,
aquello que la potencia feminista (Gago) ha planteado a niveles macro
y micropolíticos. Anticipo aquí uno de los ejes que me sirven para
llevar las articulaciones de Castro-Klarén un poco más allá, o acercarlas
a las emergencias contemporáneas, y es que mientras el feminismo
sobre el que la autora ha trabajado está en constante tensión con
las estructuras patriarcales occidentales que fundan la modernidad
colonial y nacional, las obras que voy a estudiar aquí se confrontan
con modos de la supervivencia fantasmática del patriarcado en formas
compensatorias, muchas veces más violentas y descarnadas, derivadas
de su fracaso o pérdida de su hegemonía.
Voy a comenzar por discutir la obra ficcional Cometierra (2019) de
Dolores Reyes (Eartheater: A Novel [2020]). Su protagonista y narradora
en primera persona es una niña o adolescente sin nombre consignado,
quien se encuentra al cuidado renuente de la tía y el hermano mayor
ya que su madre acaba de fallecer. A lo largo del relato se convertirá
en una muchacha, aunque su edad es algo incierta en la narración. El
cuidado es sin embargo una expresión encubridora aquí, ya que su tía
la desdeña y abandona luego, mientras la tutela de su hermano está
más enfocada en la afirmación de su masculinidad, ahora que es el
hombre de la casa, que en las preocupaciones de la joven. Es durante
el entierro de su madre, en el primer capítulo, cuando la niña traga
un puñado de tierra para que esta “no sea más mi enemiga” (13),
y así procesar el dolor de forma tangible. Comer tierra la vinculará
con su padre distanciado; y luego, con el cuerpo inerte de su maestra
desaparecida, quien a través de esta visión se revela víctima de un
feminicidio. Estos tres episodios abren la novela.
Todo en el ambiente social de la novela es precario, desde la casa
y la zona en donde habitan y la situación económica de los adultos,
hasta la inserción social de cada uno de los participantes. Hay sin
duda algo de narrar desde una subjetividad en el cruce entre varios
modos de subalternidad: joven, mujer, pobre. Hablo de subjetividad
subalterna para poner de relieve que de lo que aquí se trata no es
de la constitución de los sujetos populares, sino de un momento
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que se ha llamado poshegemónico (Beasley-Murray ix-xv); y que se


manifiesta en este relato como el casi total desentendimiento de los
personajes respecto a toda relación no sólo con el estado sino también
con las formas discursivas propias de categorías de clase y trabajo.
Pero si desde las teorías de la subalternidad se había pensado como
alternativa para el feminismo el reconstruir conocimientos y prácti-
cas localizadas, y por lo tanto desvinculadas de jerarquías propias de
la geopolítica del conocimiento (Castro-Klarén, “Subject, Feminist
Theory” 289–90), creo que la novela se hace eco de un mundo en el
cual incluso lo local ha perdido su potencial de posible lazo político,
o ha quedado profundamente limitado. Y sin embargo, se trata en
esta novela de establecer vínculos y reparar la injusticia mediante el
cultivo de una práctica íntima y al mismo tiempo política, en cuanto
enlaza a la sensibilidad con el territorio.
La niña abandona la escuela luego de la desaparición de su mae-
stra, y nada la lleva ya a regresar, ausentes tanto los mecanismos de
coerción como el cuidado adulto. Los modos de su inserción social
están mediados por su hermano y anclados en prácticas de una cul-
tura masiva joven, como modos de consumo —la cerveza, el fernet,1
la comida chatarra—y diversión—los “jueguitos” (electrónicos), la
cumbia fuera y dentro del ambiente de la discoteca, entre otros.
Pese a esta carencia de mundo propio, es el mundo el que acude a la
protagonista-narradora en forma de una dimensión que la trasciende
como sujeto individual; una dimensión chamánica-visionaria por la
cual sus sentidos se acercan a la víctima viva o muerta para dar cuenta
de su destino. Los poderes de la joven se han hecho conocidos muy
a su pesar, por lo cual personas que buscan a sus familiares, mujeres
y niñes que han desaparecido, acuden en su desesperación a consul-
tarla.2 Un caso central en la trama es la desaparición de una joven
que logra ser rescatada de su secuestrador y violador con la ayuda de
estas visiones; pero también hay un par de “accidentes naturales” (un
río, un caballo) cuyo misterioso desenlace ella resuelve. La puerta
de entrada de esta comunicación con sujetos sufrientes, entre una
vida interrumpida y una muerte pendiente, es el acto de comer la
tierra que pisó o con la que estuvo en contacto. La niña mantiene

1
El nombre usado coloquialmente para la marca de bebida alcohólica (Fernet Branca)
de origen italiano, de creciente popularidad entre la juventud argentina.
2
A lo largo de este artículo voy a utilizar modos del lenguaje inclusivo aunque de
modo inestable, atendiendo la particularidad de cada caso a las circunstancias de sus
usos. Así, algunas modalidades como “niñes” son ya bastante comunes, pero en otros
casos me voy a permitir experimentar, teniendo en cuenta el carácter necesariamente
cambiante y polémico de estas modificaciones.
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una comunicación regular con su “seño”—la “señorita”, como a


veces todavía les niñes llaman a la maestra de la escuela primaria en
Argentina— quien fuera secuestrada, violada, asesinada, y su cuerpo
abandonado en un campo cercano. Estos momentos visionarios son
muchas veces de enorme sufrimiento para la protagonista, pero apun-
tan a una dimensión espiritual definida no como mundo interior sino
por una aproximación a un mundo social-comunitario que, aunque
aparentemente desahuciado, está quizás engarzado a un dolor común
que esta comunidad misma desconoce y rechaza.
Se trata de una dimensión que atraviesa y combina elementos
binarios asignados a las categorías de lo humano y no humano, lo
material y lo espiritual, lo orgánico y lo inorgánico, lo vivo y lo muerto.
Como indiqué más arriba, Cometierra se inicia con el fallecimiento
de la madre, y la negativa de la niña de aceptar que sus restos no
puedan quedar en el jardín y deban ser expulsados fuera de la casa,
a un terreno ajeno y socialmente aceptable de “tierra desconocida”
(13) que la protagonista no puede hacer más que tragar, venciendo
su propia repulsión, pero necesitando así mismo esa in-corporación.
La repulsión o el asco son afectos que naturalizan una moral domi-
nante que rechaza del modo más vehemente posible aquellos pro-
cesos biológicos-sensoriales expulsados de la mente (olores, flujos,
sabores, etc.). Este asco generalizado hacia la tierra como elemento
sucio, asociado con lo bajo y animal, es también desplazado hacia la
niña, despreciada por otros personajes desde la primera página por
devenir como “un bicho” o “un sapo” (11). La “geofagia”, como es
llamada la práctica de comer tierra que en la novela repele a todos los
personajes incluyendo a la protagonista, es comúnmente clasificada
tanto como trastorno psicológico individual presente en la infancia,
práctica secreta (pero ya descrita por Hipócrates [Young 16]) de
mujeres especialmente durante el embarazo, o consignada como
costumbre de grupos esclavizados y/o primitivizados por saberes
occidentales (Young, cap. 1 “What on Earth”). Las explicaciones de
la antropología biológica son variadas, desde los micronutrientes que
una composición de tierra puede suministrar, o el poder desintoxicante
de otros de sus componentes, hasta simplemente el hambre (Craving
Earth, 2da parte); y cada una de estas explicaciones es sugerente en
el caso de nuestra novela. Las causas científicas no están aquí reñidas
con la intuición, que la novela en su conjunto señala, sobre la huella
de lo humano en la tierra íntimamente ligada a la huella de la tierra
en lo humano; es decir la tierra como elemento fundamental para
la vida y la regeneración de lo viviente a través de su composición
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y descomposición. La tierra posee así un saber que el cuerpo de la


niña puede entender e incorporar; y por otro lado, la práctica causa
repulsión y la identifica a ella con arquetipos de lo abyecto muchas
veces asociados con la femineidad marginal y colonizada—esclava,
pobre, bruja, contaminada, monstruosa, caníbal, salvaje, etc.
Reflexionando sobre el chamanismo, Castro-Klarén relaciona la
operación de un escritor como José María Arguedas con las teorizacio-
nes de Deleuze y Guattari sobre el rizoma—una relación especialmente
afortunada en el caso de la novela que aquí discuto (“Recorridos”). Si
el estado y la familia (patriarcal) correspondían a los modelos arbóreos
enraizados (su autoridad basada en la sangre, el territorio, el tiempo
histórico lineal), podríamos decir que la niña-chamán se desplaza
como “un bicho” en la superficie terráquea, para poner en palabra o
en visión aquello indigerible, que la comunidad ha violentado primero
y expulsado como abyecto luego, aunque sin poder enterrar-olvidar.
Si el devenir animal teorizado por los franceses puede ser leído en el
contexto de prácticas por las que el/la chamán trasciende la concien-
cia individual para abarcar lo comunitario y su relación con mundos
no-humanos en los que esa comunidad se inscribe, esta noción de
comunidad significativa se encuentra minimizada en el mundo social
de la novela. Y sin embargo, su saber se vuelve indispensable para
reparar este mundo empobrecido y desahuciado en el que todo ras-
tro de autoridad legítima y todo ámbito de amparo institucional se
encuentra ausente.
Es importante notar que el sustantivo “tierra” designa una serie de
elementos heterogéneos, comenzando por la capa exterior del suelo
en sus infinitas composiciones químicas, orgánicas e inorgánicas; pero
también, claro, nombra en castellano al planeta que habitamos—una
significación hecha explícita en el título en inglés, que traduce el sus-
tantivo como earth en vez de el término soil cuya utilización también
sería posible. Quiero proponer y adelantar entonces que se trata en
esta novela de una ética que se despliega como modos de rehacer
y reparar relaciones que abarcan mundos humanos y no-humanos
interdependientes. Si bien este tipo de formulación se emparenta hoy
con el pensamiento ecologista o eco-crítico, no hay nada que pueda
ser identificado como tal en la novela. Cuando digo “ética”, hablo
siguiendo a Puig de la Bellacasa, no de una decisión política o moral
normativa, de un discurso explícito, sino de prácticas (la ecología de
los pobres) en donde la ética es indistinguible de la vida cotidiana.
Ni humana ni poshumana, la joven Cometierra es terráquea en este
doble sentido, al reconocer en la práctica que “nuestros cuerpos son
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materialmente parte” de la tierra/planeta. “La percepción ecológica


de ser parte de la tierra, una parte que cumple con su cuota específica
de cuidado” (Bellacasa 146).3 No en un sentido abstracto-universal
sino más bien un cuidado que se siente como “‘tierra bajo tus uñas’“
(Starhawk en Bellacasa 146). Materia descuidada, ubicua pero invisible
incluso desde una conciencia ecologista cuyas preocupaciones más
recurrentes son el agua y el aire, el suelo/tierra es el gran regenerador.
En una era de desarticulación de identidades tradicionales defini-
das por la familia, el trabajo, y la ciudadanía, y en donde el varón se
presentaba como el eje que mantenía unidos todos estos ámbitos por
su lugar en la cadena de reproducción simbólica y económica, la afir-
mación reactiva de este rol en ruinas se resuelve en gestos ritualísticos
y compensatorios. El padre desaparecido sin noticias pero aún vivo
en alguna parte de acuerdo a la visión de Cometierra, reaparece por
un instante fugaz como una especie de vengador anónimo y prófugo,
como en un último gesto para reivindicar su figura; el hermano un
poco mayor que la protagonista cumple su papel de hermano protec-
tor pero afectivamente distante, sumido en la socialización masculina
con sus amigos con los que comparte mujeres y videojuegos. El grupo
fraterno de iguales representa cierto lugar de pertenencia contingente
dentro de este hogar vacío,pero a medida que la novela avanza la
salida de este grupo al afuera lo transforma en una pandilla cuya
confrontación violenta con un grupo rival resulta en un (in)esperado
bautismo de sangre. Frente a la amenaza tanto para el hermano como
para Cometierra, en la que esta pelea desemboca, la novela termina con
la fuga de ambos junto a una personaje andrógina apodada Miseria.
Esta dispar familia sustituta encuentra en la fuga el único modo de
desligarse para siempre de la necro-zona en la cual sus subjetividades
permanecían entrelazadas.
No es difícil ubicar dicha zona— en donde las discotecas conviven
con el transporte a caballo, los cañaverales con los corralones de materi-
ales—ya no en la dictomía campo/ciudad jurisdiccionalmente asociado
al espacio nacional, sino en un territorio de violencias contemporáneas
en donde una generalizada precariedad y abandono se ve compensada
por la agencia de bandas de protección y agresión (quizás próximo a lo
que Rita Segato ha identificado como un “segundo estado” [capítulo 2
“Las nuevas formas de la guerra”]). Hay violencia extendida, pero no
hay una expectativa de justicia oficial frente al asesinato, la violación
y el feminicidio. Cometierra tiene una relación afectiva y erótica con

3
Las traducciones a lo largo del artículo son mías.
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el policía que solicita su ayuda para rescatar a una mujer secuestrada,


pero su rol público se encuentra tan demonizado como vaciado de
autoridad. Tanto él como otras personas acuden a Cometierra porque
no hay otros recursos; cuando a través de Cometierra encuentran a
dicha mujer, antes de la dudosa intervención de la justicia, la gente del
barrio intenta linchar al secuestrador y violador. No todos los casos a
los que Cometierra es llamada pueden atribuirse a estas condiciones;
la empatía involuntaria del personaje parece poder vincularse con
el dolor más allá de lo humano o inhumano de su causa (una joven
ahogada, un niño muerto por la patada de un caballo). Pero esto nos
habla también de una in-humanidad a la que todas las vidas parecen
estar súbitamente expuestas, algo que escapa a la razón y que las hace
tan vulnerables como interdependientes, hasta con la materia de un
montón de tierra que atesora rastros de todo lo viviente. Las mascu-
linidades marginalizadas reaccionan con violencia redoblada frente a
esta pérdida de control; Cometierra absorbe el sufrimiento humano
y no-humano, para ofrecer una forma de reparación.
La masculinidad hegemónica entonces se reconstituye de forma
“distópica y violenta” (Valencia 173) en confrontación con otres, reafir-
mando su fortaleza a través de redoblar la vulnerabilidad y exposición
ajena, de someter, des-humanizar y destruir toda idea de lo común.
Se trata de una “pedagogía de la crueldad” como formación de sub-
jetividades que en su fase neoliberal ha llevado a una reificación de
estructuras psicopática no-vinculares (Segato 96, 102) y el feminicidio
es la figura central de esta condición contemporánea. Pedagogías: la
maestra o “seño”, a quien la policía había dejado de buscar luego de
su desaparición es encontrada muerta y violada a través de un dibujo
de la niña-cometierra—testiga solitaria y encarnada de esa ausencia
que no se olvida. No es en el lugar de la violación en donde ella
percibe los rastros de la desaparecida, sino en la tierra del patio de
la escuela en donde la maestra solía estar, ocupado ahora por varones
que juegan a la pelota. Figura de cariño y protección pero también de
autoridad, el diálogo con el fantasma de esta mujer revelará que fue
víctima de una patota: la reafirmación de la masculinidad destituida
lleva un mensaje, una amenaza, dirigida a les niñes, les maestres, y
a la institución misma de la escuela cuyo lugar de transmisión social
se encuentra, en condiciones de precariedad poshegemónica, dis-
minuido. La pedagogía de la crueldad comunica así no sólo un nuevo
lugar de autoridad sobre la vida y la muerte, sino una regimentación
de cuerpos sexualizados, de roles de género y de su función en la
cadena de sometimiento productivo. Es a través de la violación del
M  L N 333

cuerpo marcado como femenino (como señala María Lugones), donde


se destruye todo intento de lazos comunitarios que no reproduzcan
la colonialidad de género. En este sentido, la niña-cometierra, en su
monstruosidad o su santidad, en su auto-sacrificio o su voluptuosidad,
ejerce frente a esta configuración de poder una forma de resistencia.
Partiendo de la dinámica del testimonio para pensar el feminismo
desde Latinoamérica, Castro-Klarén (Narrativa 29–31) propone re-
imaginar una subjetividad no-hegemónica más allá de la abyección.
Es decir, no asentada en el rechazo paranoico que resguarda los
bordes de la identidad frente a lo Otro, ni tampoco en la compla-
cencia posmoderna que reafirma estos bordes mediante el desapego,
distancia, extrañeza frente a esos Otros, incluso los que habitan en
el Uno como objeto de des-hecho. En cambio, basándose en lo que
Yúdice infiere del relato de Rigoberta Menchú sobre la relación entre
Yo y el nahual (27), un feminismo decolonizador podría fundarse en
una epistemología de la solidaridad y la in-corporación de elementos
rechazados—algo que aparece claramente en muchas instancias de
Cometierra. La protagonista ve lo que nadie quiere ver, siente el dolor
que nadie quiere sentir por los demás, todo a través de la movilización
de un sensorium des-jerarquizado donde lo visual se articula con el
gusto y el disgusto de incorporar lo rechazado, el desecho, comer
tierra para elaborar otra noción de lo común. La lengua, podríamos
pensar con Donna Haraway, se extiende para conformar otro pensar
afuera del cuerpo, un pensar tentacular que lee/degusta la “mate-
ria semiótica” (4). La niña-varón Miseria y su integración final en
la familia sustituta, una especie de “raro parentesco”—oddkin, dice
Haraway (2)—, puede ser leída como este elemento rechazado que
es incorporado en un diálogo en un acto de amor y solidaridad con
este afuera. O para decirlo en términos de Judith Butler (ctd. en Gago
178–79), es con el reconocimiento de una vulnerabilidad solidaria
desde donde surge un feminismo cuya fuerza emancipatoria no se
basa en demandar la igualdad en el mismo sistema de explotación y
expropiación, sino en el entretejido de cuerpos, afectos y territorios
para regenerar vidas en común.
Pasemos ahora a Por qué volvías cada verano (2018), de Belén López
Peiró, un texto muy diferente pero que sugiere también formas no
hegemónicas de lazo social. Trata también de una mujer adoles-
cente y del abuso sexual del que es objeto por parte de su tío, desde
aproximadamente sus 14 años. La novela-testimonio está estructurada
de un modo coral, no sólo a varias voces sino con distintas formas
textuales—haciendo memoria, presentando razones, dando testimo-
334 Fernando J. Rosenberg

nio, reflexionando. El carácter testimonial se sostiene por un lado,


en que se trata de una no-ficción, experiencias vividas por la autora,
y por el otro lado en el carácter de declaraciones judiciales de las
varias personas implicadas, que el texto incorpora. Las varias voces y
conversaciones—familiares, profesionales, oficiales judiciales—son en
cierta medida reconstruidas desde la experiencia de la autora. El abuso
sexual ocurre en el ámbito intrafamiliar y doméstico, en tanto sucede
en su mayor parte durante los veranos en que la víctima, quien reside
normalmente en la ciudad de Buenos Aires con su madre, es invitada
a la casa de sus familiares—la hermana de su madre, su marido que
resulta ser el abusador, y la hija de ambos, Florencia—quienes viven
en Santa Lucía, una pequeña ciudad de provincia. A lo largo del texto
se van desenvolviendo varias sub-tramas: la violación física y emocional
de la niña y el desarrollo de su capacidad de comprender y reaccionar
frente a lo que le estaba sucediendo; la revelación paulatina de otros
abusos sexuales, físicos y emocionales del tío, un policía con un cargo
de liderazgo, respetado y temido en su localidad; la ambigüedad de
varias y varios miembros de la familia, entre la ignorancia negligente
y el silencio cómplice, junto a la negación agresiva o defensiva de
otros; la a veces frontal y a veces solapada sospecha respecto a la
implicación de la niña, y la subrepticia acusación que normaliza la
violación y afianza un patriarcalismo violento. Además de lo íntimo e
intrafamiliar que revela formas en que el género es un eje en donde
lo micropolítico se anuda a formas naturalizadas de distribución del
poder, el poder oficial de los mecanismos legales regula el modo en el
que todo esto se procesa e institucionaliza. Este último eje del libro se
inscribe en los procesos judiciales y leyes que han sido revisados frente
a la enorme presión social y el activismo que las luchas de mujeres
contra el abuso y la discriminación han planteado en Argentina en los
últimos años.4 Si bien en el aparato de poder y saber legal conviven
perspectivas y actitudes desencontradas, existen y participan en el
armado del texto abogadas especializadas, peritos con experiencia en
estas causas, jueces, fiscales y hasta policías sensibles a la validez de
la denuncia y la extensión hasta entonces silenciada del abuso sexual
doméstico. Y aún así, las agresiones solapadas, la responsabilización

4
Entre la creciente bibliografía académica y periodística sobre el colectivo activista
y movimiento de base Ni una Menos, que denuncia y visibiliza la violencia contra
mujeres, y la denominada “marea verde”, por la legalización del aborto, es indispens-
able mencionar la compilación de documentos y manifiestos de los primeros años del
colectivo Ni una Menos. Amistad política + Inteligencia colectiva, disponible ahora en el
sitio web del colectivo (www.niunamenos.org.ar). Ambos movimientos se han expandido
enormemente a través de los países de América Latina.
M  L N 335

de la víctima, el cálculo sobre la pertinencia o conveniencia del pro-


ceso están omnipresentes para revelar una argamasa subyacente que
pervive y supera a las narrativas oficializadas.
Tanto en este texto como en Cometierra el abuso es la forma en que
el patriarcalismo se reconstituye como compensación a la disolución
de estructuras que no son sólo familiares, sino también del orden
económico y laboral. Si por la edad y trayectoria de sus personajes
centrales los dos textos comparten ciertos rasgos del Bildungsroman,
este género (como nota Lagos Pope en el volumen editado por Castro-
Klarén) estuvo históricamente dominado en Latinoamérica por voces
de la élite, en este caso mujeres de clase media o alta, como testimonio
de su rebelión contra los valores instituidos y las fuerzas conservadoras
que dominan el entorno—los padres, la iglesia, la escuela, es decir, los
aparatos tradicionales de autoridad y reproducción ideológica. No es
el caso, como es obvio, en Cometierra; y tampoco lo es en Por qué volvías.
Las historias no se desarrollan en la élite o clase media sino dentro
de un entorno familiar que podríamos vagamente identificar con lo
que en Argentina se llamaba oficialmente la “clase trabajadora”, cuyo
empobrecimiento y disolución también contribuye a que el “núcleo
familiar” como espacio físico-económico naturalizado de desarrollo
haya perdido protagonismo. Todo esto está entrecomillado y adjudi-
cado al pasado, ya que entiendo que se trata justamente de la alianza
entre familia como unidad económica y trabajo asalariado como modo
de concebir a la comunidad biopolítica y la formación de las subjetivi-
dades, lo que aquí es terreno de un cambio histórico radical. Lo que
está todavía presente en el tío-policía—un reconocimiento social a
través de una función laboral estable, que coincide con su biografía,
ligada en este caso a los mecanismos del estado—se encuentra en
receso desde que la “flexibilización” neoliberal socava identidades
laborales, y con ellas forma de socialización, que se construyeron a
lo largo del siglo pasado. En Argentina, esto podría esquematizarse
como pasaje del trabajador sindicado y su protagonismo histórico, al
individuo precarizado. No sólo se trata aquí de la importancia—como
ya lo había señalado Castro-Klarén (“Subjet, Feminist” 285–86)—de
desplazar la centralidad que tiene la familia burguesa como modelo
universal (por ejemplo, para una gran parte de las teorías críticas
derivadas del psicoanálisis, incluso cuando se le oponen para de-
construir las tesis freudianas sobre sexualidad femenina), para así
poner énfasis en modelos locales e históricamente determinados
(como la familia poscolonial-católica). Más allá de eso, quiero postular
el carácter reaccionario y compensatorio de la familia patriarcal en
336 Fernando J. Rosenberg

condiciones de precarización de la vida. Ni siquiera es factible aquí


la estrategia de identificación con roles domésticos asignados tradi-
cionalmente, que cierto feminismo latinoamericanista había querido
revalorizar bajo el marco de estética de la cocina o de la costura, “tretas
del débil” en la casa del amo, que la niña podría abrazar, rechazar, o
retomar transversalmente para cuestionar las estructuras de poder así
reproducidas.5 En contraste con su propio hogar sin padre (48), con
una madre ausente y deprimida por su condición precaria (86) y que
para compensar, “siempre está trabajando” (14), la familia provincial
que acoge a la niña es entonces un bastión de aquello que fue, con
una vida articulada alrededor de un eje patriarcal relacionado con
cierta función social y organización económica.
Aclaro que el énfasis no está puesto aquí en identificar cierta
causalidad psicosocial para responder a la pregunta que da título al
libro, sino en señalar el carácter casi alegórico de la familia sustituta,
como suplemento compensatorio de la estructura familiar patriarcal
en la era del precariado. Postulo, por ende, que esto determina tanto
la autoridad reaccionaria y abusiva del tío, la vulnerabilidad de la
adolescente, la complicidad de otras mujeres para con la autoridad
del victimario, y la denuncia final. En resumen, y siguiendo a Gago
(91), un momento de desposesión (madre agobiada y deprimida)
seguido de un momento de posesión; o yo diría un primer momento
de expropiación o vaciamiento para que el cuerpo-territorio esté dis-
ponible a ser reapropiado por los mecanismos afectivos y económicos
del patriarcado. Desde ese lugar es que el tío procesa sus repetidas
incursiones en el cuerpo de la niña como una forma de tutela
(93,108). Si el título de libro parece exculpar al victimario al acusar
o implicar solapadamente a la víctima en su propio abuso, la decisión
de encabezar así el texto debe ser entendida no como una violencia
introyectada—que también irrumpe ocasionalmente en la joven
(114)—, o un llamado a la confesión de culpa—cuya “aceptación de
parte de la sujeto subalterna sella su dependencia” (Castro-Klarén,
“Review” 747). Esto es, creo que el título anuncia al texto como un
mapeamiento, un estudio situado del paisaje afectivo marcado por
estas condiciones de patriarcado compensatorio por las que la sujeto
que escribe también es afectada; y de los procesos por medio de los
cuales ella re-articula sus alianzas para des-afiliarse de estas condiciones.

5
Con esta expresión, Josefina Ludmer nombró brillantemente una de las principales
estrategias micro y macro-políticas de muchos feminismos y otros movimientos subalter-
nos. A su vez, sobre el proceso de revalorización de estas prácticas, véase la discusión
que Castro-Klarén desarrolla al respecto “Subject, Feminism”, 9).
M  L N 337

La pregunta insiste desde el título porque la respuesta no está en la


sujeto sino en las condiciones de producción de la pregunta que la
muestran como sintomática.
Elaborando a partir de una pregunta planteada por la escritora
chilena Soledad Fariña, Castro-Klarén ya había planteado (“Subject,
Feminist”, 273–74) el problema de la relación del discurso en primera
persona con la ley del estado. Más puntualmente, la pregunta aplicada
a este caso es desde dónde podría “comparecer” una sujeto identificada
como mujer, y más aún, “menor de edad” en el sentido jurídico; es
decir, cómo se autoriza para articular su verdad cuando su palabra
está ya marcada, cuando no destituida, desde el vamos. “Comparecer”
es una palabra clave aquí, ya que no sólo hace referencia a un tes-
timonio ofrecido por una sujeto, sino a la fuerza de interpelación,
convocatoria o citación emitida por una entidad autorizada, como
podría ser el estado y su poder legal.
El activismo feminista latinoamericano ha logrado en los últimos
años enormes avances denunciado crímenes hasta ahora invisibili-
zados, abusos que habían sido siempre justificados como tratándose
de dinámicas “normales” entre los sexos, y proponiendo cambios
institucionales y legislativos que luchan contra estructuras desiguales
e injusticias sistemáticas—esto es, demandando y compareciendo
ante la autoridad judicial. Pese a lo cual, algunos índices muestran
que los feminicidios (quizá el único crimen o abuso contra mujeres
sobre el que puede haber una estadística confiable) han aumentado
(Segato 153–54). Lo cual sólo confirma el problema de base: cómo
confrontarse a un estado considerado no como un lugar en donde se
dirimen las diferencias, como muchas veces había sido pensado desde
los feminismos del norte, sino como implicado en la reproducción
de violencias y discriminaciones fundacionales. Entonces, el difícil
problema que emerge de las luchas feministas es cómo socavar o al
menos no reforzar la violencia sistémica ejercida contra sujetos históri-
camente discriminados, cuando por ejemplo varones subalternizados
por su condición racial y económica encuentran una vía de resistencia
distópica en la identificación con un poder activado contra sujetos
feminizados. Estos problemas han derivado, por ejemplo, dentro del
movimiento argentino Ni una Menos, en un cuestionamiento a las
políticas puramente denunciatorias que pueden llevar a reforzar los
argumentos del llamado “punitivismo”, el refuerzo de la subalterni-
dad histórica que resulta de la criminalización de sujetos en situación
vulnerable.
338 Fernando J. Rosenberg

Pero si el problema del punitivismo no aparece en este texto


directamente es porque lo que prima es su complemento necesario,
la impunidad del poder. Mientras en Cometierra el estado es un lugar
ausente, en Por qué volvías ocupa un lugar central que organiza las
vidas y los discursos, y al mismo tiempo su lugar de autoridad y legit-
imidad está profundamente trastocado. La pregunta que le hace una
familiar, “Una condena te aliviaría, ¿o no?” (77), queda abierta. Por la
condición de policía del tío abusador, quien utiliza la ley y la autoridad
depositada sobre la función para sus fines personales, se podría pensar
que lo que se demanda en la denuncia es un retorno a la normalidad;
es decir, pasar del abuso de autoridad al uso, o al ejercicio legítimo
y regulado de esta autoridad así concebida, reafirmando entonces
la supuesta normalidad. Pero la normalidad es una en la que el tío,
cargando con una historia repetida de abusos sexuales a mujeres ado-
lescentes, es protegido por la misma familia; y otros actores sociales
activan mecanismos de negación o de aceptación condicionada (tales
como el médico pediatra que no quiere darse cuenta de nada; 58) de
los que el título del libro es sólo un ejemplo, poniendo en evidencia
un “régimen de invisibilidad” (Gago 12) de locuciones a medias, de
compromisos, de silencios que sostienen la impunidad.
Organizado como un collage de textualidades y voces variadas, la
historia se aleja del trayecto convencional de una protagonista-héroe,
sujeta moderna que pasa del sometimiento-victimización a la rebeldía
a la autonomía, deshaciendo así los ideales de un feminismo liberal
centrado en el empoderamiento individual, reconocido y codificado
por la ley del estado.6 En cambio, la ley es aquí un modo central en
el que las alianzas se reorganizan, justamente superando al sujeto
universal-individual de la ley. Este “comparecer” que insiste desde el
título entonces tiene entonces una doble faz, que es la de denunciar
el abuso dentro de un contexto de impunidad, que hace que al mismo
tiempo sea necesario deshacer la acusación solapada de responsabili-
dad de la víctima. Es decir, deshacer la trampa de que su autonomía
(ella volvía, supuestamente, porque quería) se convierta en prueba
suficiente de su implicación y consenso. Es entonces justamente el

6
Las continuidades entre las luchas iniciales de los derechos humanos en dictadura
y postdictadura, y los movimientos feministas crecientes en Argentina es evidente para
quien estudie los fenómenos. Una identidad militante sin duda continúa de modo
consciente, para regenerar desde otro lugar este repertorio simbólico. Esta genealogía,
como indica Gago, es militante en vez de liberal; es decir, reinventa los llamados
“derechos humanos” para desligarlos de su asociación con el liberalismo global. Y así,
sigue sugiriendo Gago, la rebeldía (lejos de reafirmar valores patriarcales) organiza
nuevos modos de relación, “hace parentesco” (114).
M  L N 339

deseo de autonomía de la adolescente el que aparece violado, ya


que tal individuo autónomo sobre el que el discurso jurídico liberal
postula su universalidad, oculta jerarquías implícitas en el sistema
heteropatriarcal que el abuso y el silencio refuerzan. Es en el ámbito
familiar en donde tradicionalmente se da lugar a la interdependencia
y a la vulnerabilidad, que el tío abusador explota y de la cual extrae
poder. Tanto la vulnerabilidad interdependiente como la voluntad de
emancipación de la joven son traducidas dentro del sistema patriar-
cal como responsabilidad individual por la violencia sufrida. Se trata
entonces no de acudir a la ley para ser rescatada y reconocida, sino de
un potenciamiento de la ley (y de la escritura) para articular alianzas
transformadoras (69–70), y así re-agenciar y potenciar tanto su deseo
de autonomía como su interdependencia constitutiva.
Brandeis University

OBRAS CITADAS

Beasley-Murray, John. Posthegemony: political Theory and Latin America. U of Minnesota


P, 2010.
Butler, Judith. Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity. Routledge, 1990.
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———. “Introduction: Feminism and Women’s Narrative: Thinking Common Limits/
Links.” Narrativa Femenina en América Latina. Prácticas y Perspectivas Teóricas, Editado
por Sara Castro-Klarén,Iberoamericana-Vervuert, 2003, pp. 9–38.
———. “The Subject, Feminist Theory and Latin American Texts,” Studies in 20th Century
Literature. 20.1, 1996, pp. 1–32.
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———. “The Subject, Feminism, and the Alpha-Male. A Search Beyond the Dominance
Metaphor.” Working Papers of the Latin American Program of the Woodrow Wilson Inter-
national Center for Scholars,1994, pp. 209.
Deleuze, Gilles y Guattari, Félix. Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Pre-Textos, 1997.
Gago, Verónica. La potencia feminista, o el deseo de cambiarlo todo. Tinta Limón, 2019.
Haraway, Donna. Staying with the Trouble. Making Kin in the Chtulucene. Duke UP, 2016.
Lagos Pope, María Inés. “Relatos de formación de protagonista femenina en Hispanoa-
mérica: desde Ifigenia (1924) hasta Hagiografía de Narcisa la Bella (1985).” Narrativa
Femenina en América Latina. Prácticas y Perspectivas Teóricas, Editado por Sara Castro-
Klarén,Iberoamericana-Vervuert, 2003, pp. 237–257.
López Peiró, Belén. Por qué volvías cada verano. Madreselva. 2018.
Lugones, María. “Decolonial.” Keywords for Latina/o Studies. Editado por Vargas, D. R.,
Fountain-Stokes, L. L., & Mirabal, N. R., New York UP, 2017.
Ni una Menos. Amistad política + Inteligencia colectiva. Documentos y manifiestos 2015/2018.
Disponible en www.niunamenos.org.ar
340 Fernando J. Rosenberg

Puig de Bellacasa, Maria. Matters of Care. Speculative Ethics in More than Human Worlds.
U of Minnesota P, 2017, pp. 43–47.
Reyes, Dolores. Cometierra. Sigilo, 2019.
Segato, Rita Laura. La guerra contra las mujeres. Traficante de Sueños, 2016, pp. 57–90.
Valencia, Sayak. Capitalismo Gore. Melusina, 2010.
Yúdice, George. “Testimonio and Postmodernism.” Latin American Perspectives, 18.3,
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Young, Sera L. Craving Earth. Understanding Pica: The Urge to Eat Clay, Starch, Ice, and
Chalk. Columbia UP, 2011.

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