Sobre La Revolución

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Introducción: Guerra y Revolución

Guerras y revoluciones han caracterizado hasta ahora la fiso­


nomía del siglo xx. Parece como si los acontecimientos se hu­
bieran precipitado a fin de hacer realidad la profecía anticipa­
da por Lenin. A diferencia de las ideologías decimonónicas
-tales como nacionalismo e internacionalismo, capitalismo e
imperialismo, socialismo y comunismo, las cuales han perdi­
do el contacto con las realidades fundamentales del mundo
actual, a pesar de que siguen siendo invocadas frecuentemen­
te como causas justificadoras-, la guerra y la revolución cons­
tituyen aún los dos temas políticos principales de nuestro
tiempo. Ambas han sobrevivido a todas sus justificaciones
ideológicas. En una constelación que plantea la amenaza de
una aniquilación total mediante la guerra frente a la esperan­
za de una emancipación de toda la humanidad mediante la
revolución (haciendo que pueblo tras pueblo, en rápida suce­
sión, «ocupe, entre las potencias de la tierra, el puesto igual e
independiente que le confieren las leyes de la naturaleza y de
Dios»), la única causa que ha sido abandonada ha sido la más
antigua de todas, la única que en realidad ha determinado,
desde el comienzo de nuestra historia, la propia existencia de
a \ J
-
la política, la causa de la libertad contra la tiranía.
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Hay de qué sorprenderse. Bajo el asalto concertado de las taba de palabras vacías, encubridoras de una falsa realidad,
modernas «ciencias» desenmascaradoras -psicología y so­ nos lo demuestra, entre otras cosas, la costumbre ateniense
ciología- la idea de libertad ha quedado sepultada sin que en «persuadir» a los condenados a muerte para que se suici­
nadie se conmueva. Hasta los revolucionarios hubieran pre­ dasen bebiendo cicuta, con lo cual se evitaba al ciudadano
ferido reducir la libertad al rango de un prejuicio pequeño ateniense, en cualquier circunstancia, la indignidad de sufrir
burgués antes que adm itir que el fin de la revolución era y la violencia física.) Sin embargo, debido al hecho de que para
siempre ha sido la libertad, y eso pese a que podía suponerse el griego la vida política no se extendía, por definición, más
que ellos vivían de una tradición difícilm ente imaginable sin allá de los muros de la polis, no se creyó necesario justificar
la noción de libertad. Si constituyó m otivo de asombro ver el empleo de la violencia en la esfera de lo que hoy llamamos
cómo hasta el propio nombre de la libertad pudo desapare­ asuntos exteriores o relaciones internacionales, a pesar de
cer del vocabulario revolucionario, no ha sido menos sor­ que sus asuntos exteriores -con la sola excepción de las gue­
prendente comprobar cómo en los años recientes se ha intro­ rras persas, que tuvieron la virtu d de u nir a toda la Hélade-
ducido la idea de libertad en el seno del más serio de todos no rebasaron el marco de las relaciones entre ciudades grie­
los debates políticos del momento: la discusión acerca de la gas. Fuera de los muros de la polis, esto es, fuera de la esfera
guerra y del empleo justificado de la violencia. Desde un de la política, en el sentido griego del vocablo, «el fuerte ha­
punto de vista histórico, la guerra es tan antigua como la his­ cía lo que podía y el débil sufría lo que debía» (Tucídides).
toria del hombre, en tanto que la revolución en sentido es­ Debemos dirigirnos a la antigua Roma para encontrar las
tricto no existió con anterioridad a la Edad Moderna; de to­ primeras justificaciones de la guerra y la idea, expresada por
dos los fenómenos políticos más importantes, la revolución prim era vez, de que existen guerras justas e injustas. Pese a
es uno de los más recientes. En contraste con la revolución, el todo, las justificaciones y distinciones formuladas por los ro­
propósito de la guerra tuvo que ver en muy raras ocasiones manos no tomaban en cuenta la libertad, ni diferenciaban la
con la idea de libertad, y aunque es cierto que las insurrec­ guerra defensiva de la agresión. «La guerra que es necesaria
ciones armadas contra un invasor extranjero han desperta­ es justa, y benditas sean las armas cuando no hay esperanza
do a menudo el sentimiento de que constituían una causa sa­ sin ellas», dijo Tito Livio (Iustum enim est bellum quibus ne-
grada, no por ello han sido consideradas, n i en la teoría n i en cessarium, etpia arma ubi nulla nisi in armis spes est). Desde
la práctica, como las únicas guerras justas. entonces, y a través de los siglos, la necesidad ha significado
La justificación de la guerra, incluso en un plano teórico, muchas cosas que hoy nos parecerán más que sobradas para
es muy antigua, aunque no tanto, por supuesto, como lo es la calificar a una guerra de injusta. La conquista, la expansión,
lucha organizada. Para llegar a ella es preciso que exista la la defensa de intereses creados, la conservación del poder
convicción de que las relaciones políticas no están sujetas, ante la aparición de nuevas y amenazadoras potencias o el
cuando se desarrollan normalmente, al im perio de la violen- mantenimiento de un equilibrio de poderes dado, todas es­
^ cia, y tal convicción la encontramos por prim era vez en la tas archiconocidas realidades de la política de poder fueron
Grecia antigua, una vez que la polis griega, la ciudad-Estado, no sólo las causas reales que desencadenaron la mayor parte
se definió a sí misma como un modo de vida basado exclusi­ de las guerras que ha conocido la historia, sino que fueron
vamente en la persuasión y no en la violencia. (Que no se tra- consideradas igualmente como «necesidades», es decir,
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como motivos legítimos para acudir a una decisión por las se conducen de mala fe, ya que terminan por esquivar la so­
armas. La idea de que la agresión constituye un crimen y que lución descabellada propuesta por ellos mismos, lo cual no
sólo puede justificarse la guerra cuando hace frente a la agre­ es serio1.
sión o la evita, adquirió su significado práctico e incluso teó­ Es importante recordar que la idea de libertad se introdu­
rico sólo después de que la Primera Guerra Mundial mostra­ jo en el debate acerca de la guerra sólo cuando se hizo evi­
ra el potencial tremendamente destructor de la guerra como dente que habíamos logrado tal grado de desarrollo técnico
resultado de la tecnología moderna. que excluía el uso racional de los medios de destrucción. En
Quizá se deba al hecho notable de que el argumento de la otras palabras, la libertad ha aparecido en medio de este de­
libertad no aparece entre las tradicionales justificaciones de bate como un deus ex machina, a fin de justificar lo que ya no
la guerra como recurso últim o de la política internacional es justificable mediante argumentos racionales. ¿Podría in ­
que, cuando oímos emplearlo en el curso de los debates que terpretarse la desesperante confusión que hoy reina en la dis­
hoy se llevan a cabo sobre el problema de la guerra, nos sinta­ cusión de estos temas como un índice prometedor de que
mos desagradablemente sorprendidos. Ante el potencial in ­ está a punto de producirse un cambio profundo en las rela­
concebible e inusitado de destrucción que representa la gue­ ciones internacionales, de tal modo que la guerra desaparez­
rra nuclear, atrincherarse jovialmente tras alguna consigna ca de la escena de la política sin que sea necesaria una trans­
semejante a la de «libertad o muerte» no sólo es insincero, form ación radical de las relaciones internacionales ni se
sino totalmente ridículo. No hay duda alguna de que es muy produzcan cambios internos en el corazón y el espíritu del
distinto arriesgar la propia vida por la vida y libertad del país hombre? ¿Acaso nuestra actual perplejidad en estos asuntos
y por la propia posteridad que arriesgar la existencia misma no indica nuestra falta de preparación para una eventual
de la especie humana por iguales fines; por eso, no puede por desaparición de la guerra, nuestra incapacidad para conce­
menos que ponerse en duda la buena fe de quienes defienden b ir la política exterior sin echar mano de esta «continuación
consignas tales como «antes muertos que rojos» o «antes la con otros medios» como la últim a de sus razones?
muerte que la esclavitud». Lo cual, por supuesto, no quiere Con independencia de la amenaza de aniquilación total,
decir que la inversa, «antes rojos que muertos», represente que verosímilmente puede ser eliminada gracias a nuevos
un valor superior; cuando una vieja verdad ha dejado de te­ descubrimientos técnicos tales como una bomba de «limpie­
ner vigencia, nada se gana con darle la vuelta. En realidad, za» o un proyectil antiproyectil, ya hay algunas señales que
siempre que se plantea hoy el problema de la guerra en estos apuntan en esta dirección. Existe, en prim er lugar, el hecho
térm inos puede descubrirse fácilmente una reserva men­ de que la guerra total remonta sus orígenes a la Primera Gue­
tal en ambos bandos. Los que dicen «antes muertos que ro­ rra Mundial, desde el momento mismo en que dejó de respe­
jos» en realidad están pensando: quizá las pérdidas no sean tarse la distinción entre soldados y civiles, debido a que era
tan grandes como algunos prevén, nuestra civilización so­ 1. Según mis noticias, el único estudio sobre el problema de la guerra
brevivirá. Y quienes dicen «antes rojos que muertos» pien­ que se atreve a enfrentarse a la vez con los horrores de las armas nuclea­
san en verdad: la esclavitud no será tan mala, el hombre no res y la amenaza de totalitarism o, estando, por tanto, lim pio de toda re­
cambiará de naturaleza, la libertad no desaparecerá de la tie­ serva m ental, es el de K arl Jaspers: The Future o f M ankind, Chicago,
rra para siempre. Dicho de otra forma, ambos contendientes 1961.
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incompatible con las nuevas armas utilizadas entonces. Por ta en la guerra (salvo en el caso, naturalmente, de la aniqui­
supuesto, la distinción en sí misma es relativamente moder­ lación total). Por lo que a nosotros interesa, nada im porta si
na y su abolición práctica apenas si significó otra cosa que la este estado de cosas se debe a un debilitam iento del gobierno
regresión de la guerra a la época en que los romanos borra­ en cuanto tal, a una pérdida de autoridad de los poderes exis­
ron Cartago del mapa. Sin embargo, en los tiempos moder­ tentes, o si ningún Estado n i gobierno, independientemente
nos la aparición, o reaparición, de la guerra total viene car­ de su estabilidad y de la confianza que en él depositen sus
gada de sentido político, ya que significa la negación de los ciudadanos, puede resistir el inconmensurable terror de la
postulados fundamentales sobre los que descansa la relación violencia desatada por la guerra moderna sobre la pobla­
entre el elemento m ilitar y el civil del gobierno: la función del ción. Lo cierto es que, incluso con anterioridad a los horro­
ejército consiste en proteger y defender a la población civil. res de la guerra nuclear, las guerras ya habían llegado a ser
Pues bien, la historia de la guerra en nuestro siglo casi se ago­ políticamente, aunque no todavía biológicamente, un asun­
taría en la descripción de la creciente incapacidad del ejérci­ to de vida o muerte. Lo cual quiere decir que bajo las circuns­
to para cum plir esta m isión esencial, hasta el momento en tancias de la guerra moderna, esto es, desde la Primera Gue­
que la estrategia de la disuasión ha transformado claramente rra M undial, todos los gobiernos han vivido en precario.
el papel protector de la m ilicia en el de un vindicador tardío El tercer hecho parece indicar un cambio radical en la m is­
y completamente in ú til. ma naturaleza de la guerra, debido a la aparición de la disua­
Estrechamente asociado a esta degradación operada en la sión como prin cip io rector en la carrera armamentista. En
relación Estado-ejército, existe, en segundo lugar, el hecho efecto, no hay duda de que la estrategia de la disuasión «tra­
importante, aunque apenas señalado, de que, a p a rtir de la ta, más que ganarla, evitar la guerra para la que pretende
Primera Guerra Mundial, todos nosotros, de modo casi au­ prepararse. Trata de lograr sus propósitos mediante una
tomático, hemos dado por supuesto que ningún gobierno, amenaza que nunca se lleva a efecto, sin pasar a la acción
ningún Estado ni forma de gobierno será bastante fuerte propiamente dicha»2. En verdad, la idea de que la paz es el fin
como para sobrevivir a una derrota m ilitar. Este fenómeno de la guerra y que, por consiguiente, toda guerra es una pre­
puede remontarse hasta el siglo pasado, cuando la guerra paración para la paz, es cuando menos tan antigua como
franco-prusiana supuso para Francia el fin del Segundo Im ­ Aristóteles, y la pretensión de que el propósito de una carre­
perio y el nacimiento de la Tercera Repúbüca; la Revolución ra armamentista es conservar la paz es incluso anterior, tan
Rusa de 1905, sobrevenida tras la derrota en la guerra ruso- antigua como el descubrimiento de los embustes de la pro­
japonesa, fue, sin duda, una señal de mal agüero de lo que es­ paganda. Pero lo importante es que hoy en día la evitación de
pera a un gobierno en caso de derrota m ilitar. Como quiera la guerra constituye no sólo el propósito verdadero o sim u­
que sea, el cambio revolucionario de gobierno -sea realiza­ lado de toda política general, sino que ha llegado a convertir­
do por el mismo pueblo, como ocurrió después de la Prime­ se en el principio que guía la propia preparación m ilitar. En
ra Guerra Mundial, sea impuesto desde fuera por las poten­
cias victoriosas, con la exigencia de rendición incondicional
2. Véase Raym ond A ron: «P olitical A ctio n in the Shadow o f A tom ic
y el establecimiento de tribunales de guerra- hoy en día Apocalypse», en The Ethics o f Power, ed. por H arold D. Lasswell y H ar­
constituye una de las consecuencias más seguras de la derro- lan Cleveland, Nueva York, 1962.
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otras palabras, los militares ya no se preparan para una gue­ suerte ni por ningún otro factor. Diecisiete años después de
rra que los estadistas esperan que nunca estalle; su propio Hiroshima, nuestra maestría técnica de los medios de des­
objetivo ha llegado a ser el desarrollo de armas que hagan trucción se está aproximando rápidamente a un punto en el
imposible la guerra.
cual todos los factores que no son de carácter técnico en la
Por otra parte, y de acuerdo con estos, por así decir, es­ guerra, tales como la moral de la tropa, la estrategia, la com­
fuerzos paradójicos, se ha hecho perceptible en el horizonte petencia general e incluso la misma suerte, quedan total­
de la política internacional la posibilidad de una seria susti­ mente eliminados, de tal forma que es posible calcular de an­
tución de las guerras «calientes» por guerras «frías». No es temano con toda precisión los resultados. Una vez que se
m i intención negar que la reasunción actual, y esperemos alcance este punto, los resultados de los simples ensayos o
que provisional, de las pruebas atómicas por las grandes po­ exhibiciones podrían constituir una prueba tan concluyente
tencias va dirigida primordialmente hacia nuevos descubri­ de victoria o derrota para los expertos como la disposición
mientos y adelantos técnicos; pero me parece innegable que del campo de batalla, la conquista de territorio, el colapso de
dichas pruebas, a diferencia de las que las precedieron, tam­
las comunicaciones, etc., lo fueron antiguamente para los ex­
bién son instrumentos políticos y, en cuanto tales, tienen el
pertos militares de cada bando.
siniestro aspecto de un nuevo tipo de maniobra en tiempos Existe, finalmente, el hecho, de mayor im portancia para
de paz cuya realización enfrenta no al par de enemigos fic ti­ nosotros de que la relación entre la guerra y la revolución, su
cios de las maniobras militares ordinarias, sino a los dos con­ reciprocidad y mutua dependencia, ha aumentado rápida­
tendientes que, potencialmente al menos, son enemigos rea­ mente y que cada vez se presta mayor atención al segundo
les. Es como si la carrera armamentista nuclear se hubiese
polo de la relación. Por supuesto, la interdependencia de
convertido en una especie de guerra preventiva en la que
guerras y revoluciones no es en sí un fenómeno nuevo, es tan
cada bando demostrase al otro la capacidad destructora de antiguo como las mismas revoluciones, ya fuesen precedidas
las armas que posee; aunque siempre cabe la posibilidad de o acompañadas de una guerra de liberación, como en el caso
que este juego m ortífero de suposiciones y aplazamientos
de la Revolución americana, ya condujesen a guerras defen­
desemboque súbitamente en algo real, no es de ningún modo sivas y de agresión, como en el caso de la Revolución france­
inconcebible que algún día la victoria y la derrota pongan fin sa. En nuestro propio siglo se ha producido un supuesto nue­
a una guerra que en realidad nunca llegó a estallar.
vo, un tipo diferente de acontecimiento en el cual parece
¿Se trata de una pura fantasía? Creo que no. A l menos po­
como si la furia de la guerra no fuese más que un simple pre­
tencialmente, venimos afrontando este tipo de guerra hipo­ ludio, una etapa preparatoria a la violencia desatada por la
tética desde el mismo momento en que hizo su aparición la revolución (ésta es, evidentemente, la interpretación que
~fiomba atómica. Muchas personas pensaron entonces, y con­
hace Pasternak de la guerra y la revolución en Rusia en su
tinúan pensando hoy, que hubiera bastado la exhibición de la Doctor Zhivago), o en el cual, por el contrario, la guerra
nueva arma a un grupo selecto de científicos japoneses para mundial es la consecuencia de la revolución, una especie de
forzar a su gobierno a la rendición incondicional, ya que tal
guerra civil que arrasa toda la tierra, siendo ésta la interpre­
acto habría constituido la prueba abrumadora de una supe­
tación que una parte considerable de la opinión pública
rioridad absoluta que no podía ser alterada por un golpe de
hizo, sin faltarle razones, de la Segunda Guerra Mundial.
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Veinte años después, es casi un lugar común pensar que el fin Ahora bien, por necesario que resulte distinguir en la teo­
de la guerra es la revolución y que la única causa que quizá ría y en la práctica entre guerra y revolución, pese a su estre­
podría justificarla es la causa revolucionaria de la libertad. cha interdependencia, no podemos dejar de señalar que el
Por eso, cualesquiera que puedan ser los resultados de nues­ hecho de que tanto la revolución como la guerra no sean
tras dificultades presentes y en el supuesto de que no perez­ concebibles fuera del marco de la violencia, basta para poner
camos todos en la empresa, nos parece más que probable que a ambas al margen de los restantes fenómenos políticos.
la revolución, a diferencia de la guerra, nos acompañará en el Apenas puede negarse que una de las razones por las cuales
futuro inmediato. Aunque seamos capaces de cambiar la fi­ las guerras se han convertido tan fácilmente en revoluciones
sonomía de nuestro siglo hasta el punto de que ya no fuese y las revoluciones han mostrado esta nefasta inclinación a
un siglo de guerras, seguirá siendo un siglo de revoluciones. desencadenar guerras es que la violencia es una especie de
En la contienda que divide al mundo actual y en la que tanto común denominador de ambas. La magnitud con que se de­
sejuega, la victoria será para los que comprendan el fenóme­ sató la violencia en la Primera Guerra M undial hubiera sido
no revolucionario, en tanto que aquellos que depositen su fe quizá suficiente para producir revoluciones, aun sin ningu­
en la política de poder, en el sentido tradicional del término, na tradición revolucionaria, incluso aunque no se hubiese
y, por consiguiente, en la guerra como recurso últim o de la producido nunca antes una revolución.
política exterior, es muy posible que descubran a no muy lar­ Pero que quede claro que n i siquiera las guerras, por no ha­
go plazo que se han convertido en mercaderes de un tráfico blar de las revoluciones, están determinadas totalmente por { O
in ú til y anticuado. La comprensión de la revolución no pue­ la violencia. A llí donde la violencia es señora absoluta, cornos—/
de ser combatida ni reemplazada por la pericia en la contra­ por ejemplo en los campos de concentración de los regíme­
rrevolución; en efecto, la contrarrevolución -la palabra fue nes totalitarios, no sólo se callan las leyes -les lois se taisent,
acuñada por Condorcet durante el curso de la Revolución según la fórm ula de la Revolución francesa-, sino que todo y
francesa- siempre ha estado ligada a la revolución, del mis­ todos deben guardar silencio. A este silencio se debe que la
mo modo que la reacción está ligada a la acción. La famosa violencia sea un fenómeno marginal en la esfera de la política,
afirmación de De Maistre -«La contrerévolution ne sera puesto que el hombre, en la medida en que es un ser p o líti­
point une révolution contraire, mais le contraire de la revo­ co, está dotado con el poder de la palabra. Las dos famosas
lution» (lLa contrarrevolución no será una revolución a la
inversa, sino lo contrario a la revolución’) - no ha pasado de
tin tiv o s y su élan, sino hasta su propia existencia a la Revolución fra n ­
ser lo que era cuando se pronunció en 1796, un rasgo de in ­
cesa. Desde entonces no han perdido este carácter secundario, en el sen­
genio sin sentido3. tid o de que apenas han producido una sola idea o concepto que no fue­
se, en su origen, polém ico. A ello se debe, dicho sea de paso, que los
3. De este modo respondió De M aistre, en sus Considérations sur la pensadores conservadores se hayan distinguido siempre en la polémica,
France (1796), a Condorcet, que había definido la contrarrevolución en tanto que los revolucionarios, en la medida en que tam bién cultiva­
como «une révolution au sens contraire». Véase su Sur le sens du mot ré- ron un estilo auténticamente polém ico, aprendieron ese aspecto de su
volutionnaire (1793) en Oeuvres, 1847-1849, vol. X II. oficio de sus oponentes. Es el conservadurismo, y no el pensamiento l i ­
Considerados históricam ente, tanto el pensamiento conservador beral o el revolucionario, el que es polém ico en su origen y casi p o r defi­
como los m ovim ientos reaccionarios, deben no ya sólo sus rasgos dis- nición.
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HANNAH ARENDT

definiciones que dio Aristóteles del hombre (el hombre como alude al menos a una realidad que no puede ser abarcada por
ser político y el hombre como ser dotado con la palabra) se la idea decimonónica de desarrollo, independientemente de
complementan y ambas aluden a una experiencia idéntica la forma en que la concibamos (sea en la forma de causa y
dentro del cuadro de vida de la polis griega. Lo importante efecto, o en la de potencia y acto, o como movimiento dialéc­
aquí es que la violencia en sí misma no tiene la capacidad de tico, o como una simple coherencia y sucesión de los aconte­
la palabra y no simplemente que la palabra se encuentre iner­ cimientos). En efecto, la hipótesis de un estado de naturaleza
me frente a la violencia. Debido a esta incapacidad para la pa­ im plica la existencia de un origen que está separado de todo
labra, la teoría política tiene muy poco que decir acerca del fe­ lo que le sigue como por un abismó insalvable. - 43;
nómeno de la violencia y debemos dejar su análisis a los La im portancia que tiene el problema del origen para el
técnicos. En efecto, el pensamiento político sólo puede obser­ fenómeno de la revolución está fuera de duda. Que tal origen
var las expresiones articuladas de los fenómenos políticos y debe estar estrechamente relacionado con la violencia parece
está lim itado a lo que aparece en el dom inio de los asuntos atestiguarlo el comienzo legendario de nuestra historia se­
humanos, que, a diferencia de lo que ocurre en el mundo físi­ gún la concibieron la Biblia y la Antigüedad clásica: Caín
co, para manifestarse plenamente necesitan de la palabra y dé mató a Abel, y Rómulo mató a Remo; la violencia fue el o ri­
la articulación, esto es, de algo que trascienda la visibilidad gen y, por la misma razón, ningún origen puede realizarse
simplemente física y la pura audibilidad. Una teoría de la gue­ sin apelar a la violencia, sin la usurpación. Los primeros he­
rra o una teoría de la revolución sólo pueden ocuparse, por chos de que da testim onio nuestra tradición bíblica o secu­
consiguiente, de la justificación de la violencia, en cuanto esta lar, sin que importe aquí que los consideremos como leyenda
justificación constituye su lim itación política; si, en vez de o como hechos históricos, han pervivido a través de los si­
eso, llega a form ular una glorificación o justificación de la glos con la fuerza que el pensamiento humano logra en las
violencia en cuanto tal, ya no es política, sino antipolítica. raras ocasiones en que produce metáforas convincentes o fá­
En la medida en que la violencia desempeña un papel im ­ bulas universalmente válidas. La fábula se expresó clara­
portante en las guerras y revoluciones, ambos fenómenos se mente: toda la fraternidad de la que hayan sido capaces los
producen al margen de la esfera política en sentido estricto, seres humanos ha resultado del fra tricid io , toda organiza­
pese a la enorme importancia que han tenido en la historia. ción política que hayan podido construir los hombres tiene ,
Este hecho condujo al siglo xvn, al que no faltaba experien­ su origen en el crimen. La convicción de que «en el origen
cia en guerras y revoluciones, a suponer la existencia de un fue el crimen» -de la cual es simple paráfrasis, teóricamente
estado prepolítico, llamado «estado de naturaleza», que, por purificada, la expresión «estado de naturaleza»- ha mereci­
supuesto, nunca fue considerado como un hecho histórico. do, a través de los siglos tanta aceptación respecto a la condi­
La im portancia que aún hoy conserva se debe al reconoci­ ción de los asuntos humanos como la prim era frase de San
miento de que la esfera política no nace automáticamente del Juan -«En el principio fue el Verbo»- ha tenido para los
hecho de la convivencia y de que se dan acontecimientos que, asuntos de la salvación.
pese a producirse en un contexto estrictamente histórico, no
son auténticamente políticos e incluso puede que no tengan
que ver con la política. La noción de un estado de naturaleza
1. El significado de la Revolución

l
\ -

No nos interesa ahora el problema de la guerra. Tanto la me­


táfora a la que me he referido, como la teopVde un estado de
naturaleza que sustituyó y amplió teóricamente dicha metá­
fora -s i bien sirvieron a menudo para justificar la guerra y la
violencia que ésta desata sobre la base de una maldad o rig i­
nal inherente a los asuntos humanos y patente en los oríge­
nes criminales de la historia humana-, desempeñan un pa­
pel de mayor importancia en el problema de la revolución, ya
que las revoluciones constituyen los únicos acontecimientos
políticos que nos ponen directa e inevitablemente en contac­
to con el problema del origen. Las revoluciones cualquiera
que sea el modo en que las definamos, no son simples cam­
bios. Las revoluciones modernas apenas tienen nada en co­
m ún con la mutatio rerum de la historia romana, o con la
axá.aiQ, la lucha c iv il que perturbaba la vida de las polis
griegas. No pueden ser identificadas con la [lexa.fio'ka.í de
Platón, es decir, la transformación cuasi natural de una fo r­
ma de gobierno en otra, n i con la7ioXtT£¿ü)v ávaxúxX w aic
de Polibio, o sea, el ciclo ordenado y recurrente dentro del
25
26 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 27
SOBRE LA REVOLUCIÓN

cual transcurren los asuntos humanos, debido a la inclina­ y, finalmente, la conclusión de que el interés quizá sea la
ción del hombre para ir de un extremo a otro1. La Antigüe­ fuerza m otriz de todas las luchas políticas, todo ello, no es
dad estuvo muy familiarizada con el cambio político y con la ciertamente una invención de M arx, n i de H arrington («el
violencia que resulta de éste, pero, a su juicio, ninguno de poder sigue a la propiedad, real o personal»), ni de Rohan
ellos daba nacimiento a una realidad enteramente nueva. («los reyes mandan al pueblo y el interés manda a los reyes»).
Los cambios no interrumpían el curso de lo que la Edad M o­ Si se quiere hacer responsable a un solo autor de la llamada
derna ha llamado la historia, la cual, lejos de iniciar la mar­ concepción materialista de la historia, hay que ir hasta A ris­
cha desde un nuevo origen, fue concebida como la vuelta a tóteles, quien fue el primero en afirm ar que el interés, al que
una etapa diferente de su ciclo, de acuerdo con un curso que él denominaba oufxtpépov, lo que es ú til para una persona,
estaba ordenado de antemano por la propia naturaleza de los un grupo o un pueblo, constituye la norma suprema de los
asuntos humanos y que, por consiguiente, era inmutable. asuntos poh'ticos.
Existe, sin embargo, otro aspecto de las revoluciones mo­ No obstante, tales derrocamientos e insurrecciones, im ­
dernas del que quizá pueden hallarse antecedentes anterio­ pulsados por el interés y cuya violencia y carácter sanguina­
res a la Edad Moderna. Nadie puede negar el papel im por­ rio se manifestaban necesariamente hasta que un nuevo or­
tantísim o que la cuestión social ha desempeñado en todas den era establecido, dependían de una distinción entre
las revoluciones y nadie puede olvidar que Aristóteles, cuan­ pobres y ricos que era considerada tan natural e inevitable en
do se disponía a interpretar y explicar la p-ETa^oXaí. de Pla­ el cuerpo político como la vida lo es en el organismo huma­
tón, ya había descubierto la im portancia que tiene lo que no. La cuestión social comenzó a desempeñar un papel revo­
ahora llamamos motivación económica (el derrocamiento lucionario solamente cuando, en la Edad Moderna y no an­
del gobierno a manos de los ricos y el establecimiento de una tes, los hombres empezaron a dudar que la pobreza fuera
oligarquía, o el derrocamiento del gobierno a manos de los inherente a la condición humana, cuando empezaron a du­
pobres y el establecimiento de una democracia). Tampoco dar que fuese inevitable y eterna la distinción entre unos po­
pasó inadvertido para la Antigüedad el hecho de que los tira ­ cos, que, como resultado de las circunstancias, la fuerza o el
nos se elevan al poder gracias a la ayuda de los pobres o pue­ fraude, habían logrado liberarse de las cadenas de la pobre­
blo llano y que su mantenimiento en el poder depende del za, y la m ultitud, laboriosa y pobre. Tal duda, o mejor, la con­
deseo que tenga el pueblo de lograr la igualdad de condicio­ vicción de que la vida sobre la tierra puede ser bendecida por
nes. La conexión existente en cualquier país entre la riqueza la abundancia en vez de ser maldecida con la escasez, en su
y el gobierno y la idea de que las formas de gobierno tienen origen fue prerrevolucionaria y americana; fue consecuencia
que ver con la distribución de la riqueza, la sospecha de que directa de la experiencia colonial americana. De modo sim­
el poder político acaso se lim ita a seguir al poder económico1 bólico puede decirse que se franqueó un paso en el camino
que conduce a las revoluciones en su sentido moderno cuan­
1. Los clasicistas siempre han reconocido que «nuestra palabra ‘revolu­ do John Adams, más de diez años antes del comienzo de la
ción’ no corresponde exactamente n i a a rá a ic ; n i a (JLCxaPoXq tcoXi-
Revolución americana, afirmó: «Considero siempre la colo­
t e Í w v » (W. L. Newman: The Politcs o f Aristotle, O xford, 1887-1902).
Una discusión detallada del tema puede verse en H einrich Ryffel: Meta-
nización de América como el inicio de un gran proyecto y
bolé Politeion, Berna, 1949. designio de la Providencia destinado a ilustrar a los ignoran-
28 SOBRE LA REVOLUCION 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 29

tes y a emancipar a aquella porción de la humanidad esclavi­ das sobre el curso de la Revolución francesa -tales como el
zada sobre la tierra»1bis. Desde un punto de vista teórico, el hecho de que se iniciase con la Asamblea Constituyente o
paso fue dado cuando, en prim er lugar, Locke -in flu id o pro­ que la Déclaration des Droits de VHomme se redactase según
bablemente por la prosperidad reinante en las colonias del el modelo de la Declaración de Derechos de V irg in ia - puede
Nuevo M undo- y, posteriormente, Adam Smith afirm aron equipararse al impacto de lo que el Abate Raynal ya había
que el trabajo y las faenas penosas, en lugar de ser el p a tri­ denominado «la sorprendente prosperidad».de los países
monio de la pobreza, el género de actividad al que la pobreza que todavía entonces eran colonias inglesas en América del
condenaba a quienes carecían de propiedad, eran, por el Norte3.........
contrario, la fuente de toda riqueza. En tales condiciones, la Aún tendremos ocasión de referirnos más exactamente a
rebelión de los pobres, de «la parte esclavizada de la huma­ la influencia, o m ejor dicho, a la no influencia de la Revolu­
nidad», podía apuntar más lejos que a la liberación de ellos ción americana sobre las revoluciones modernas. Nadie dis­
mismos y a la servidumbre del resto de la humanidad. cute ya la escasa influencia que pudo tener en el continente
América llegó a ser el símbolo de una sociedad sin pobre­ europeo el espíritu de la Revolución americana o las eruditas
za mucho antes de que la Edad Moderna, en su desarrollo y bien provistas teorías políticas de los padres fundadores.
tecnológico sin par, realmente hubiese descubierto los me­ Lo que los hombres de la Revolución americana considera­
dios para abolir esa abyecta miseria del estado de indigencia ron una de las innovaciones más importantes del nuevo go­
al que siempre se había considerado como eterno. Sólo una bierno republicano, la aplicación y elaboración de la teoría
vez que había ocurrido esto y que había llegado a ser conoci­ de la división de poderes de Montesquieu al cuerpo político,
do por los europeos, podía la cuestión social y la rebelión de desempeñó un papel secundario en el pensamiento de los re­
los pobres llegar a desempeñar un papel auténticamente re­ volucionarios europeos de todos los tiempos; la idea fue re­
volucionario. El antiguo ciclo de recurrencias sempiternas se chazada inmediatamente, incluso antes de que estallase la
había basado en una distinción, que se suponía «natural», Revolución francesa, por Turgot en nombre de la soberanía
entre ricos y pobres2; la existencia práctica de la sociedad nacional4, cuya «majestad» -majestas fue el vocablo emplea-
americana anterior al comienzo de la Revolución había roto
este ciclo de una vez por todas. Los eruditos han discutido 3. Para un estudio de la influencia de la Revolución americana sobre la
mucho acerca de la influencia de la Revolución americana francesa de 1789, véase Alphonse A ulard: «Révolution franchise et Ré-
sobre la francesa (así como de la influencia decisiva de los volution américaine», en Études et lemons sur la Révolution f ran faise, vol.
V III, 1921. La descripción de Am érica hecha por el Abate Raynal puede
pensadores europeos sobre el curso de la propia Revolución encontrarse en Tableau et Révolutions des colonies anglaises dans l ’Amé-
americana). Sin embargo, por justificadas e ilustrativas que rique duNord, 1781.
sean estas investigaciones, ninguna de las influencias ejerci-1 4. El escrito de John Adams A Defense o f the C onstitutions o f Govern­
ment o f the United States o f America fue en respuesta al ataque de Turgot,
1 bis. Véase su Dissertation on the Canon and the Feudal Law (1765), en contenido en una carta al D r. Price, en 1778. Lo que se discutía era la in ­
Works, 1850-1856, vol. I ll, p. 452. sistencia de Turgot sobre la necesidad de un poder centralizado frente al
2. A ello se debe que Polibio afirm e que la transform ación de un gobier­ p rincipio de la separación de poderes consagrados por la C onstitución.
no en otro se produce xa xá cpúaiv, según la naturaleza. Historias, V I, Véase en especial las «Prelim inary Observations» de Adams, donde cita
5,1. extensamente la carta de Turgot. Works, vol. IV.
30 SOBRE LA REVOLUCIÓN
I. *Hl :!G N IFIC AD O d e l a r e v o l u c ió n 31

do originariamente por Jean Bodin antes de que él mismo lo que, según la expresión de Jefferson, «gozan a la vez pobres y
tradujese por souveraineté- al parecer exigía un poder cen­ ricos» lo querevolucionó el espíritu de los hombres, primero
tralizado e indiviso. La soberanía nacional, esto es, la majes­ en Europa y después en todo el mundo, y ello con tal intensi­
tad del dom inio público según se había venido entendiendo dad que, desde las etapas finales de la Revolución francesa
durante los largos siglos de monarquía absoluta, parecía ser hasta las revoluciones contemporáneas, constituyó para los
incom patible con el establecimiento de una república. En revolucionarios una tarea más importante alterar la textura
otras palabras, es como si el Estado nacional, mucho más an­ social, como había sucedido en América con anterioridad a
tiguo que cualquier revolución, hubiese derrotado a la revo­ la Revolución, que cambiar la estructura política. Si fuese
lución en Europa antes incluso que ésta hubiese hecho su cierto que ninguna otra cosa que no fuera el cambio radical
aparición. Por otra parte, lo que planteó el problema más ur­ de las condiciones sociales estuvo en juego en las revolucio­
gente y a la vez de más d ifícil solución política para todas las nes de los tiempos modernos, se podría afirm ar sin lugar a
revoluciones, la cuestión social, en su expresión más terrorí­ dudas que el descubrimiento de América y la colonización de
fica de la pobreza de las masas, apenas desempeñó papel al­ un nuevo continente constituyeron el origen de esas revolu­
guno en el curso de la Revolución americana. No fue la Re­ ciones, lo que significaría que la «igualdad envidiable» que se
volución americana, sino las condiciones existentes en había dado natural y, por así decirlo, orgánicamente en el
América, que eran bien conocidas en Europa mucho antes Nuevo Mundo sólo podría lograrse mediante la violencia y el
de que se produjese la Declaración de Independencia, lo que derramamiento de sangre revolucionaria en el Viejo Mundo,
alimentó el espíritu revolucionario en Europa. una vez que había llegado hasta él la buena nueva. Esta inter­
El nuevo continente se había convertido en un refugio, un pretación, en versiones diversas y a menudo artificiosas, casi
«asilo» y un lugar de reunión para los pobres; había surgido se ha convertido en un lugar común entre los historiadores
una nueva raza de hombres, «ligados por los suaves lazos de modernos, quienes deducen de ella que jamás se ha produci­
un gobierno moderado», que vivían en «una placentera uni­ do una revolución en América. Merece la pena señalarse que
formidad», donde no había lugar para «la pobreza absoluta esta tesis encuentra algún apoyo en Carlos Marx, quien pare­
que es peor que la muerte». Pese a esto, Crévecoeur, a quien ce haber creído que sus profecías para el futuro del capitalis­
pertenece esta cita, se opuso radicalmente a la Revolución mo y el advenimiento de las revoluciones proletarias no eran
americana, a la que consideró como una especie de conspira­ aplicables al desarrollo social de los Estados Unidos. Cual­
ción de «grandes personajes» en contra del «común de los quiera que sea el m érito de las interpretaciones de Marx -y
hombres»5. Tampoco fue la Revolución americana ni su preo­ son sin duda mucho más penetrantes y realistas que las que
cupación por establecer un nuevo cuerpo político, una nueva jamás han sido capaces de imaginar ninguno de sus seguido­
forma de gobierno, sino América, el «nuevo continente», el res-, sus teorías son refutadas por el hecho mismo de la Re­
americano, un «hombre nuevo», la «igualdad envidiable» volución americana. Los hechos están ahí, no desaparecen
porque sociólogos o historiadores los den de lado, aunque
5. De la obra de J. Hector St. John de Crévocoeur Lettersfrom an Am eri­ podrían desaparecer si todo el mundo los olvidara. En nues­
can Farmer (1782), D utton paperback, 1967, véase, en especial, las car­ tro caso tal olvido no sería puramente académico, pues sig­
tas I I I y X II.
nificaría literalmente el fin de la República americana.
1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 33
32 SOBRE LA REVOL12 .ON

Debemos decir todavía algunas palabras acerca de la pre­ Iglesia, podría ser considerado como uno de los grandes
tensión, bastante frecuente, de que todas las revoluciones fundadores de la historia, pero su creación no fue, y nunca lo
modernas son cristianas en su origen, incluso cuando se intentó, un novus ordo saeclorum; por el contrario, se propo­
proclaman ateas. Tal pretensión se basa en un argumento d i­ nía liberar una vida auténticamente cristiana, apartándola
radicalmente de las consideraciones y preocupaciones del
rigido a poner de relieve la naturaleza evidentemente rebelde
de las prim itivas sectas cristianas, que subrayaban la igual­ mundo secular, independientemente de cual fuera éste. Esto
dad de las almas ante Dios, al tiempo que condenaban abier­ no significa desconocer que la disolución, llevada a cabo por
tamente cualquier tipo de poder público y prometían un Lutero, de los lazos existentes entre tradición y autoridad, su
Reino de los Cielos; se supone que todas estas ideas y espe­ esfuerzo para fundar la autoridad sobre la propia palabra d i­
ranzas han sido transferidas a las revoluciones modernas, si vina, en vez de hacerla derivar de la tradición, ha contribui­
bien en forma secularizada, a través de la Reforma. La secu­ do a la pérdida de autoridad en los tiempos modernos. A ho­
larización, es decir, la separación de religión y política y la ra bien, esto, por sí mismo, sin la fundación de una nueva
constitución de una esfera secular con su propia dignidad, es Iglesia, no hubiera sido más eficaz de lo que fueron las espe­
sin duda un factor de prim era im portancia para entender el culaciones y esperanzas escatológicas de la Baja Edad Media,
fenómeno de las revoluciones. Es probable que, en últim o desde Joaquín de Flore hasta la Reformado Segismundi. És­
término, resulte que lo que llamemos revolución no sea más tos, según se ha sugerido recientemente, pueden ser conside­
que la fase transitoria que alumbra el nacimiento de un nue­ rados como los inocentes precursores de las ideologías m o­
vo reino secular. Pero si esto es cierto, es la secularización en dernas, aunque tengo dudas al respecto7; por la misma
sí misma y no el contenido de la doctrina cristiana la que razón, los movimientos escatológicos de la Edad Media po­
constituye el origen de la revolución. La prim era etapa de drían ser considerados como los precursores de las m oder­
esta secularización no fue la Reforma sino el desarrollo del nas histerias colectivas. Pero incluso una rebelión, por no
absolutismo; en efecto, la «revolución» que, según Lutero, hablar de la revolución, es bastante más que un estado histé­
sacude al mundo cuando la palabra de Dios es liberada de la rico de las masas. De ahí que el espíritu de rebeldía, tan pre­
autoridad tradicional de la Iglesia es constante y se aplica a sente en ciertos movimientos estrictamente religiosos de la
cualquier forma de gobierno secular, no establece un nuevo Edad Moderna, terminase siempre en algún Gran Despertar
orden secular, sino que sacude de modo constante y perma­ o Restauración que, independientemente del grado de «re­
nente los fundamentos de toda institución secular6. Es cierto novación» que pudiese representar para los individuos afec­
que Lutero, por haber llegado a ser el fundador de una nueva tados, no tenía ninguna consecuencia política y era ineficaz
históricamente. Por otra parte, la teoría de que la doctrina
cristiana es revolucionaria en sí misma es tan insostenible
6. Me lim ito a parafrasear el siguiente texto de Lutero perteneciente al
De Servo A rb itrio (Werke, ed. de Weimar, vol. X V III, p. 626): «Fortunam como la teoría de que no existe una Revolución americana.
constantissimam verbi Dei, ut ob ipsum m undus tum ultuetur. Sermo Lo cierto es que nunca se ha hecho una revolución en nom-
enim Dei venit m utaratus et innovaturus orbem , quotiens venit». (‘El
destino más constante de la palabra de Dios es la conm oción del m un­
7. Por E ric Voegelin en A New Science o f Politics, Chicago, 1952, y por
do. El sermón de Dios tiene como fin alterar y despertar toda la tierra,
hasta donde llega su palabra.’) Norm an Cohn en The Pursuit o f M illennium , Fair Lawn, N. J., 1947.
34 SOBRE LA REVOLUCIÓN 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 35

bre del cristianismo con anterioridad a la Edad Moderna, de sóficas, e incluso prefilosóficas, que se dieron en la Grecia
tal forma que lo más que puede decirse en favor de esta teoría clásica de los asuntos humanos, que con el espíritu clásico de
es que fue precisa la modernidad para liberar los gérmenes la res publica romana. En contraste con los romanos, los
revolucionarios contenidos en la fe cristiana, lo cual supone griegos estuvieron convencidos de que la mutabilidad que se
una petición de principio. da en el mundo de los mortales en cuanto tales no podía ser
Existe, sin embargo, otra pretensión que se acerca más al alterada, debido a que en últim o térm ino se basa en el hecho
meollo del problema. Hemos subrayado ya el elemento de de que véot., los jóvenes, quienes al mismo tiempo eran los
novedad consustancial a todas las revoluciones y se ha a fir­ «hombres nuevos», estaban invadiendo constantemente la
mado frecuentemente que toda nuestra concepción de la his­ estabilidad del statu quo. Polibio, que fue quizá el prim er es­
toria es cristiana en su origen, debido a que su curso sigue un crito r que tuvo conciencia de la importancia de la sucesión
desarrollo rectilíneo. Es evidente que sólo son concebibles generacional para la historia, contemplaba los asuntos ro­
fenómenos tales como la novedad, la singularidad del acon­ manos con ojos griegos cuando señaló este constante e inal­
tecer y otros semejantes cuando se da un concepto lineal del terable ir y venir en la esfera de la política, aunque sabía que
tiempo. Es cierto que la filosofía cristiana rompió con la idea era propio de la educación romana, diferente de la griega,
de tiem po propia de la Antigüedad, debido a que el naci­ vincular «los hombres nuevos» a los viejos, hacer a los jóve­
miento de Cristo, que se produjo en el tiempo secular, cons­ nes dignos de sus antepasados8. El sentimiento romano de
tituía un nuevo origen a la vez que un acontecimiento singu­ continuidad fue desconocido en Grecia, donde la m utabili­
lar e irrepetible. Sin embargo, el concepto cristiano de la dad consustancial a todas las cosas perecederas era experi­
historia, según fue formulado por San Agustín, sólo conce­ mentada sin m itigación o consuelo algunos; fue precisa­
bía un nuevo origen sobre la base de un acontecimiento tras­ mente esta experiencia la que persuadió a los filósofos
mundano que rompía e interrum pía el curso norm al de la griegos de la necesidad de no tom ar demasiado en serio el
historia secular. Tal acontecimiento, subrayaba Agustín, se mundo de lo humano y del deber que pesa sobre los hom­
había producido una vez, pero no volvería a ocurrir hasta el bres para no atribuir una dignidad excesiva e inmerecida a
final de los tiempos. La historia secular quedaba, en la con­ dicho mundo. Los asuntos humanos estaban sometidos a un
cepción cristiana, circunscrita a los ciclos de la Antigüedad cambio constante, pero nunca producían algo enteramente
-lo s im perios surgirían y desaparecerían como en el pasa­ nuevo; de existir algo nuevo bajo el sol, se trataba del propio
do -, salvo que los cristianos, en posesión de una vida perdu­ hombre, en el sentido en que nacía en el mundo. Indepen­
rable, podían interrum pir este ciclo de cambio sempiterno y dientemente del grado de novedad representado por véoi,
debían contemplar con indiferencia el espectáculo ofrecido los hombres nuevos y jóvenes, eran seres nacidos, a través
por los cambios. de los siglos, a un espectáculo natural o histórico que, en
La idea de un cambio que gobierna todas las cosas perece­ esencia, era siempre el mismo.
deras no era desde luego específicamente cristiana, sino que
se trataba de una disposición de ánimo que prevaleció du­
rante los últim os siglos de la Antigüedad. En cuanto tal,
guardaba una afinidad mayor con las interpretaciones filo - 8. Polibio V I, 9,5 y X X X I, 23-25,1, respectivamente.
36 SOBRE LA REVOLUCIÓN 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 37

2 que la idea de libertad debe coincidir con la experiencia de


un nuevo origen. Debido a que una de las nociones básicas
El concepto moderno de revolución, unido inextricablemen­ del mundo libre está representada por la idea de que la lib e r­
te a la idea de que el curso de la historia comienza súbitamen­ tad, y no la justicia o la grandeza, constituye el criterio ú lti­
te de nuevo, que una historia totalmente nueva, ignota y no mo para valorar las constituciones de los cuerpos políticos,
contada hasta entonces, está a punto de desplegarse, fue des­ es posible que no sólo nuestra comprensión de la revolución,
conocido con anterioridad a las dos grandes revoluciones que sino también nuestra concepción de la libertad, claramente
se produjeron a finales del siglo xvm. Antes que se enrolasen revolucionaria en su origen, dependa de la medida en que es­
en lo que resultó ser una revolución, ninguno de sus actores temos preparados para aceptar o rechazar esta coincidencia.
tenían ni la más ligera idea de lo que iba a ser la trama del nue­ A l llegar a este punto, y todavía desde una perspectiva histó­
vo drama a representar. Sin embargo, desde el momento en rica, puede resultar conveniente hacer una pausa y m editar
que las revoluciones habían iniciado su marcha y mucho an­ sobre uno de los aspectos en el que la libertad hizo su apari­
tes que aquellos que estaban comprometidos en ellas pudie­ ción, aunque sólo sea para evitar los errores más frecuentes
sen saber si su empresa terminaría en la victoria o en el desas­ y tom ar conciencia desde el principio de la m odernidad del
tre, la novedad de la empresa y el sentido íntim o de su trama fenómeno revolucionario en cuanto tal.
se pusieron de manifiesto tanto a sus actores como a los es­ Quizá sea un lugar común afirm ar que liberación y liber­
pectadores. Por lo que se refiere a su trama, se trataba incues­ tad no son la misma cosa, que la liberación es posiblemente
tionablemente de la entrada en escena de la libertad: en 1793, la condición de la libertad, pero que de ningún modo condu­
cuatro años después del comienzo de la Revolución francesa, ce directamente a ella; que la idea de libertad im plícita en la
en una época en la que Robespierre todavía podía definir su liberación sólo puede ser negativa y, por tanto, que la inten­
gobierno como el «despotismo de la libertad» sin miedo a ser ción de liberar no coincide con el deseo de libertad. El o lvi­
acusado de espíritu paradójico, Condorcet expuso de forma do frecuente de estos axiomas se debe a que siempre se ha
resumida lo que todo el mundo sabía: «La palabra “ revolucio­ exagerado el alcance de la liberación y a que el fundamento
nario” puede aplicarse únicamente a las revoluciones cuyo de la libertad siempre ha sido incierto, cuando no vano. La li­
objetivo es la libertad»9. El hecho de que las revoluciones su­ bertad, por otra parte, ha desempeñado un papel ambiguo y
ponían el comienzo de una era completamente nueva ya polémico en la historia del pensamiento filosófico y religioso
había sido oficialmente confirmado anteriormente con el es­ a lo largo de aquellos siglos -desde la decadencia del mundo
tablecimiento del calendario revolucionario, en el cual el año antiguo hasta el nacimiento del nuevo- en que la libertad po­
de la ejecución del rey y de la proclamación de la república lítica no existía y en que, debido a razones que aquí no nos
era considerado como año uno. interesan, el problema no preocupaba a los hombres de la
Es, pues, de suma importancia para la comprensión del fe­ época. De este modo, ha llegado a ser casi un axioma, incluso
nómeno revolucionario en los tiempos modernos no olvidar en la teoría política, entender por libertad política no un fe­
nómeno político, sino, por el contrario, la serie más o menos
9. Condorcet: Sur le sens du m ot révolutionnaire, en Oeuvres, 1847- amplia de actividades no políticas que son perm itidas y ga­
1849, vol. X II. rantizadas por el cuerpo político a sus miembros.
38 SOBRE LA REVOLUCIÓN 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 39

La consideración de la libertad como fenómeno político De aquí que la igualdad, considerada frecuentemente por
fue contemporánea del nacimiento de las ciudades-estado nosotros, de acuerdo con las ideas de Tocqueville, como un
griegas. Desde Herodoto, se concibió a éstas como una for­ peligro para la libertad, fuese en sus orígenes casi idéntica a
ma de organización política en la que los ciudadanos convi­ ésta. Pero esta igualdad dentro del marco de la ley, que la pa­
vían al margen de todo poder, sin una división entre gober­ labra isonomía sugería, no fue nunca la igualdad de condi­
nantes y gobernados10.1 Esta idea de ausencia de poder se ciones -aunque esta igualdad, en cierta medida, era el su­
expresó con el vocablo isonomía, cuya característica más puesto de toda actividad política en el mundo antiguo,
notable entre las diversas formas de gobierno, según fueron donde la esfera política estaba abierta solamente a quienes
enunciadas por los antiguos, consistía en que la idea de po­ poseían propiedad y esclavos-, sino la igualdad que se deriva
der (la «-arquía» de ápyeiv en la monarquía y oligarquía, o de form ar parte de un cuerpo de iguales. La isonomía garan­
la «-erada» de xp a re lv en la democracia) estaba totalmente tizaba la igualdad, lcjÓt y jc , pero no debido a que todos los
ausente de ella. La polis era considerada como una isonomía, hombres hubiesen nacido o hubieran sido creados iguales,
no como una democracia. La palabra «democracia» que in ­ sino, por el contrario, debido a que, por naturaleza (cpúcrei),
cluso entonces expresaba el gobierno de la mayoría, el gobier­ los hombres eran desiguales y se requería de una institución
no de los muchos, fue acuñada originalmente por quienes se artificial, la polis, que, gracias a su vópoc, les hiciese iguales.
oponían a la isonomía cuyo argumento era el siguiente: la La igualdad existía sólo en esta esfera específicamente polí­
pretendida ausencia de poder es, en realidad, otra clase del tica, donde los hombres se reunían como ciudadanos y no
mismo; es la peor forma de gobierno, el gobierno por el de­ como personas privadas. La diferencia entre este concepto
m os". antiguo de igualdad y nuestra idea de que los hombres han
nacido o han sido creados iguales y que la desigualdad es
10. Me atengo al famoso texto en el que Herodoto define -p o r prim era consecuencia de las instituciones sociales y políticas, o sea de
vez, según parece- las tres formas principales del gobierno, el gobierno instituciones de origen humano, apenas necesita ser subra­
de uno, el de varios y el de la mayoría, y discute sus respectivos m éritos
yada. La igualdad de la polis griega, su isonomía, era un a tri­
(Libro III, 80-82). En dicho texto el portavoz de la democracia ateniense,
a la que, sin embargo, llam a isonomía, no acepta el reino que se le ofrece buto de la polis y no de los hombres los cuales accedían a la
y aduce como razón: «No deseo gobernar n i ser gobernado». Después igualdad en virtu d de la ciudadanía, no del nacimiento. Ni
de lo cual, Herodoto afirm a que su casa se convirtió en la única casa li­ igualdad ni libertad eran concebidas como una cualidad in ­
bre de todo el Im perio persa.
herente a la naturaleza humana, no eran cpúcrei., dados por la
11. Respecto al significado de isonomía y su empleo en el pensamiento
político, véase V icto r Ehrenberg: «Isonomía», en Pauly-Wissowa, Rea-
naturaleza y desarrollados espontáneamente; eran vopto,
lenzyclopadie des klassichen Altertums, Suplemento, vol. V II. A este res­ esto es, convencionales y artificiales, productos del esfuerzo
pecto, parece m uy significativa una observación hecha por Tucídides humano y cualidades de un mundo hecho por el hombre.
( III, 82,8), quien señala que los jefes de los partidos durante las luchas Los griegos opinaban que nadie puede ser libre sino entre
civiles gustaban de llamarse con «nombres que sonasen bien», invocan­
sus iguales, que, por consiguiente, ni el tirano, ni el déspota,
do unos la isonomía y otros la aristocracia moderada, pese a que, según
nos da a entender Tucídides, la prim era se identificaba con la democra­ ni el jefe de fam ilia -aunque se encontrase totalmente libera­
cia y la segunda con la oligarquía. (Debo esta cita al cordial interés del do y no fuese constreñido por nadie- eran libres. La razón de
profesor David Grene, de la Universidad de Chicago.) ser de la ecuación establecida por Herodoto entre libertad y
40 SOBRE LA REVOLUCIÓN 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCION 41

ausencia de poder consistía en que el propio gobernante no más sólo eran «derechos subordinados [esto es], los remedios
era libre; al asumir el gobierno sobre los demás, se separaba a o instrumentos que frecuentemente deben ser empleados a
sí mismo de sus pares, en cuya sola compañía podía haber fin de obtener y gozar totalmente de las libertades reales y
sido libre. En otras palabras, había destruido el mismo espa­ fundamentales» (Blackstone)13. Los resultados de la revolu­
cio político, con el resultado de que dejaba de haber libertad ción no fueron «la vida, la libertad y la propiedad» en cuanto
para él y para aquellos a quienes gobernaba. La razón de que tales, sino su concepción como derechos inalienables del
el pensamiento político griego insistiese tanto en la interrela­ hombre. Pero incluso al extenderse estos derechos a todos los
ción existente entre libertad e igualdad se debió a que conce­ hombres, como consecuencia de la revolución, la libertad no
bía la libertad como un atributo evidente de ciertas, aunque significó más que libertad de la coerción injustificada y, en
no de todas, actividades humanas, y que estas actividades cuanto tal, se identificaba en lo fundamental con la libertad
sólo podían manifestarse y realizarse cuando otros las vieran, de movimiento -«el poder de trasladarse [...] sin coerción o
las juzgasen y las recordasen. La vida de un hombre Ubre re­ amenaza de prisión, salvo el debido procedimiento legal»-
quería la presencia de otros. La propia libertad requería, que Blackstone, de completo acuerdo con el pensamiento po­
pues, un lugar donde el pueblo pudiese reunirse: el ágora, el lítico antiguo, consideraba como el más importante de todos
mercado o la polis, es decir, el espacio político adecuado. los derechos civiles. Hasta el derecho de reunión, que se ha
Si consideramos la libertad política en términos moder­ convertido en la libertad política positiva más im portante,
nos, tratando de comprender en qué pensaban Condorcet y aparece todavía en la Declaración de Derechos americana
los hombres de las revoluciones cuando pretendían que la re­ como «el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de d i­
volución tenía como objetivo la libertad y que el nacimiento rigirse al gobierno para corregir sus agravios» (Primera En­
de ésta suponía el origen de una historia completamente nue­ mienda), por lo cual «el derecho de petición es históricamen­
va, debemos, en prim er lugar, advertir algo que es evidente: te el derecho fundamental» que, en su correcta interpretación
era imposible que pensasen simplemente en aquellas liberta­ histórica, significaría: el derecho a reunirse a fin de ejercer el
des que hoy asociamos al gobierno constitucional y que se derecho de petición14. Todas estas libertades, a las que debe­
llaman propiamente derechos civiles. Ninguno de estos dere­ mos sumar nuestra propia pretensión de ser libres del miedo
chos, ni siquiera el derecho a participar en el gobierno, debi­ y de la pobreza, son sin duda esencialmente negativas; son
do a que la tributación exige la representación, fueron en la consecuencia de la liberación, pero no constituyen de ningún
teoría o en la práctica el resultado de la revolución12. Fueron modo el contenido real de la libertad, la cual, como veremos
resultado de los «tres grandes y principales derechos»: vida, más tarde, consiste en la participación en los asuntos p ú b li­
libertad y propiedad, con respecto a los cuales todos los de- cos o en la admisión en la esfera pública. Si la revolución hu­
biese tenido como objetivo únicamente la garantía de los de-
12. Sir Edward Coke declaró en 1627: «¿Qué clase de palabra es franqui­
cia? El señor puede im poner contribuciones altas o bajas a sus villanos; 13. En esto y en lo que sigue me atengo a Charles E. Shattuck: «The True
pero va contra la franquicia del país im poner contribuciones a los hom ­ Meaning o f the Term ‘L ib e rty’ in the Federal and State C onstitutions»,
bres libres, salvo su consentim iento en el parlamento. Franquicia es una en H arvard Law Review, 1891.
palabra francesa cuyo equivalente latino es libertas». C it. por Charles 14. Véase Edward S. C orw in: The C onstitution and What it Means To­
Howard M cllwain: Constitutionalism Ancient and Modern, Ithaca, 1940. day, Princeton, 1958, p. 203.
42 SOBRE LA REVOLUCION 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 43

rechos civiles, entonces no hubiera apuntado a la libertad, asuntos. Los hombres de las revoluciones del siglo xvm te­
sino a la liberación de la coerción ejercida por los gobiernos nían perfecto derecho a esta falta de claridad; era consustan­
que se hubiesen excedido en sus poderes y violado derechos cial a su misma empresa descubrir su propia capacidad y de­
antiguos y consagrados. seo para «los encantos de la libertad», como los llamó una
La dificultad reside en que la revolución, según la conoce­ vez John Jay, sólo en el acto de la liberación. En efecto, las ac­
mos en la Edad Moderna, siempre ha estado preocupada a la ciones y proezas que de ellos exigía la liberación los metió de
vez por la liberación y por la libertad. Además, y debido a lleno en los negocios públicos, donde de modo intencional,
que la liberación, cuyos frutos son la ausencia de coerción y unas veces, pero las más sin proponérselo, comenzaron a
la posesión del «poder de locomoción», es ciertamente un constituir ese espacio para las apariciones donde la libertad
requisito de la libertad -nadie podría llegar a un lugar don­ puede desplegar sus encantos y llegar a ser una realidad visi­
de impera la libertad si no pudiera moverse sin restricción-, ble y tangible. Debido a que no estaban en absoluto prepara­
frecuentemente resulta muy d ifíc il decir dónde term ina el dos para tales encantos, difícilmente podían tener plena con­
simple deseo de libertad como forma política de vida. Lo im ­ ciencia del nuevo fenómeno. Fue nada menos que el peso de
portante es que mientras el prim ero, el deseo de ser libre de toda la tradición cristiana el que les im pidió reconocer el
la opresión, podía haberse realizado bajo un gobierno mo­ hecho evidente de que estaban gozando de lo que hacían mu­
nárquico -aunque no, desde luego, bajo un gobierno tirá n i­ cho más de lo que les exigía el deber.
co, por no hablar del despótico-, el últim o exigía la constitu­ Cualquiera que fuese el valor de la pretensión inicial de la
ción de una nueva forma de gobierno, o, por decirlo mejor, Revolución americana -n o hay tributación sin representa­
el redescubrimiento de una form a ya existente; exigía la ción-, lo cierto es que no podía seducir en virtu d de sus en­
constitución de una república. Nada es más cierto, mejor cantos. Cosa totalmente distinta eran los discursos y decisio­
confirm ado por los hechos, los cuales, desgraciadamente, nes, la oratoria y los negocios, la meditación y la persuasión
han sido casi totalmente descuidados por los historiadores y el quehacer real que eran necesarios para llevar esta preten­
de las revoluciones, que «las discusiones de aquella época sión a sus consecuencias lógicas: gobierno independiente y
fueron debates de principios entre los defensores del gobier­ la fundación de un cuerpo político nuevo. Gracias a estas ex­
no republicano y los defensores del gobierno monárquico»15. periencias, aquellos que, según la expresión de John Adams,
Ahora bien, que sea d ifícil señalar la línea divisoria entre habían «acudido sin ilusión y se habían visto forzados a ha­
liberación y libertad en una cierta circunstancia histórica no cer algo para lo que no estaban especialmente dotados», des­
significa que liberación y libertad sean la misma cosa, o que cubrieron que «lo que constituye nuestro placer es la acción,
las libertades obtenidas como consecuencia de la liberación no el reposo»16.
agoten la historia de la libertad, a pesar de que muy pocas ve­ Lo que las revoluciones destacaron fue esta experiencia de
ces quienes tuvieron que ver con la liberación y la fundación sentirse libre, lo cual era algo nuevo, no ciertamente en la
de la libertad se preocuparon de distinguir claramente estos historia de Occidente -fue bastante corriente en la Antigüe-

15. Cf. Jefferson en The Anas, cit. por Life and Selected Writings, ed. M o­ 16. Las citas son de John Adams, ob. cit. (Works, vol. IV, p. 293) y de sus
dern Library, p. 117. observaciones «On MachiaveUi» (Works, vol. V, p. 40), respectivamente.
44 SOBRE LA REVOLUCIÓN l. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 45

dad griega y romana-, sino para los siglos que separan la caí­ bierno y conlleva un minimum de inquietud para el pueblo
da del Imperio romano y el nacimiento de la Edad Moderna. en su conjunto, pese a lo cual también fueron suficientemen­
Esta experiencia relativamente nueva, nueva al menos para te conocidos y descritos.
quienes la vivieron, fue, al mismo tiempo, la experiencia de Todos estos fenómenos tienen en común con las revolu­
la capacidad del hombre para comenzar algo nuevo. Estas ciones su realización mediante la violencia, razón por la cual
dos cosas -una experiencia nueva que demostró la capaci­ a menudo han sido identificados con ella. Pero n i la violen­
dad del hombre para la novedad- están en la base del enor­ cia ni el cambio pueden servir para describir el fenómeno de
me «pathos» que encontramos en las Revoluciones america­ la revolución; sólo cuando el cambio se produce en el sentido
na y francesa, esta insistencia machacona de que nunca, en de un nuevo origen, cuando la violencia es utilizada para
toda la historia del hombre, había ocurrido algo que se pu­ constituir una forma completamente diferente de gobierno,
diese comparar en grandeza y significado, pretensión que es­ para dar lugar a la form ación de un cuerpo político nuevo,
taría totalmente fuera de lugar si tuviéramos que juzgarla cuando la liberación de la opresión conduce, al menos, a la
desde el punto de vista de su valor para la conquista de los constitución de la libertad, sólo entonces podemos hablar de
derechos civiles. revolución. Aunque nunca han faltado en la historia quienes,
Sólo podemos hablar de revolución cuando está presente como Alcibíades, querían el poder para sí mismos, o quie­
este «pathos» de la novedad y cuando ésta aparece asociada a nes, como Catilina, fueron rerum novarum cupidi, sedientos
la idea de la libertad. Ello significa, por supuesto, que las re­ de novedades, el espíritu revolucionario de los últim os si­
voluciones son algo más que insurrecciones victoriosas y glos, es decir, el anhelo de liberar y de construir una nueva
que no podemos llamar a cualquier golpe de Estado revolu­ morada donde poder albergar la libertad, es algo inusitado y
ción, n i identificar a ésta con toda guerra civil. El pueblo sin precedentes hasta entonces.
oprim ido se ha rebelado frecuentemente y gran parte de la
legislación antigua sólo puede entenderse como una salva­
guardia frente a la amenaza siempre latente, aunque rara­ 3
mente realizada, de un levantamiento de la población escla­
va. Por otra parte, la guerra c iv il y la lucha de facciones Un modo de determinar la fecha de nacimiento de fenóme­
constituían para los antiguos uno de los mayores peligros a nos históricos generales, tales como las revoluciones -o para
que tiene que hacer frente el cuerpo político; la <pLXt.a de el caso, del Estado nacional, del im perialism o o del totalita­
Aristóteles, esa curiosa forma de amistad que según él debía rism o- consiste, por supuesto, en averiguar el momento en
existir en la base de las relaciones entre los ciudadanos, fue que aparece por prim era vez la palabra que, desde entonces,
concebida como el medio más seguro con que defenderse de se encuentra asociada al fenómeno, se siente la necesidad de
dicha amenaza. Los golpes de Estado y las revoluciones pala­ una nueva palabra, y bien se acuña un nuevo vocablo para
ciegas, mediante los cuales el poder cambia de manos de designar la nueva experiencia, o bien se utiliza una palabra
modo diverso, según la forma de gobierno donde se produ­ ya existente a la que se da un significado completamente
ce el golpe de Estado, suscitaron un temor menor, debido a nuevo. Esto es doblemente aplicable a la esfera política de la
que el cambio que supone está circunscrito a la esfera del go- vida, pues en ella la palabra predomina.
46 SOBRE LA REVOLUCIÓN 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 47

Excede así el simple interés erudito de señalar que la pala­ a los homines novi de Cicerón, a los condottieri de Maquia­
bra «revolución» está ausente todavía de la historiografía y velo, quienes se elevan de su condición in fe rio r a la reful­
teoría política del temprano Renacimiento italiano, es decir, gencia de la vida pública, y de la insignificancia hasta un po­
de donde, a prim era vista, nos parecería natural encontrar­ der al que, hasta entonces, se hallaban sometidos. Para
la. Es verdaderamente sorprendente que Maquiavelo todavía nosotros es más importante que Maquiavelo fuese el prime­
utilice la mutatio rerum de Cicerón, sus mutazioni del stato, ro en percibir el nacimiento de una esfera puramente secu­
cuando describe el derrocamiento violento de los príncipes la r cuyas leyes y principios de acción eran independientes
y la sustitución de una forma de gobierno por otra, proble­ de la doctrina eclesiástica en particular, y de las normas mo­
ma en el que estuvo interesado de forma tan apasionada y, rales que trascienden la esfera de los asuntos humanos, en
por así decirlo, prematuramente. En efecto, su pensamiento general. A ello se debe que insistiese tanto en la necesidad en
acerca de este antiguo problema de la teoría política ya no que se halla quien quiera intervenir en la política de apren­
estaba lim itado por la solución tradicional, según la cual el der «cómo no ser bueno», es decir, a no actuar de acuerdo
gobierno de un solo hombre conduce a la democracia, ésta con los preceptos cristianos17. Básicamente, lo que le distin­
a la oligarquía, que a su vez conduce a la monarquía y vice­ gue de los hombres de las revoluciones es que concebía su
versa -las seis posibilidades famosas consideradas por vez fundación -e l establecimiento de una Italia unida, de un Es­
prim era por Platón, sistematizadas posteriormente por tado nacional italiano modelado siguiendo el ejemplo de
Aristóteles y descritas todavía por Bodino en forma sustan­ Francia y España- como una rinovazione, y la renovación
cialmente idéntica-. El interés principal de Maquiavelo por constituía para él la única alterazione asalute, la única alte­
las innumerables mutazioni, variazioni y alterazioni, que ración beneficiosa imaginable. En otras palabras, el «pa­
abundan tanto en su obra que podría interpretarse errónea­ thos» específicamente revolucionario de lo absolutamente
mente su doctrina como una «teoría del cambio político», nuevo, de un origen que justificase comenzar el cómputo
era precisamente consecuencia de su interés por lo inmuta­ del tiempo en el año en que se produce el acontecimiento re­
ble, lo invariable y lo inalterable, es decir, lo permanente y lo volucionario, le era totalmente extraño. Pero n i siquiera en
perdurable. Lo que hace de Maquiavelo una figura tan rele­ este punto estaba tan alejado de sus sucesores del siglo xvm
vante para una historia de la revolución, de la cual fue un como pueda parecer. Tendremos ocasión de ver que las re­
precursor, es que fue el prim ero que meditó sobre la posibi­ voluciones comenzaron como restauraciones o renovacio­
lidad de fundar un cuerpo político permanente, duradero y nes y que el «pathos» revolucionario de un origen totalmen­
perdurable. No es lo más im portante a este respecto que te nuevo nació del curso de los propios acontecimientos. En
Maquiavelo estuviese o no fam iliarizado con alguno de los más de un sentido, Robespierre estaba en lo cierto cuando
elementos más característicos de la revolución moderna, afirmaba que «el plan de la Revolución francesa estaba es­
con la conspiración y la lucha de facciones, con los métodos crito en líneas generales en los libros de [...] Maquiavelo»18;
de agitación violenta del pueblo, con el desorden e inseguri­ en realidad, no hubiese tenido que forzar las cosas para aña-
dad que tienen como fin trastornar la totalidad del cuerpo
político y, en fin, aunque no de menor importancia, con las 17. El Príncipe, cap. 15.
oportunidades que la revolución abre a los recién llegados, 18. Véase Oeuvres, ed. Laponneraye, 1840, vol. 3,p. 540.

*- ..... - ....... ..-............. rM n


48 SOBRE LA REVOLUCION 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 49

d ir: también nosotros «amamos nuestro país más que la sal­ bre el papel que la violencia desempeña en la esfera de la polí­
vación de nuestras almas»19. tica y que tanto ha chocado a sus lectores, pero que también
No hay duda de que la obra de Maquiavelo ofrece un buen encontramos en las palabras y hazañas de los hombres de la
pretexto para hacer caso omiso de la historia de la palabra y Revolución francesa. En ambos casos, el elogio de la violen­
fija r la fecha de nacimiento del fenómeno revolucionario en cia no concuerda en absoluto con la admiración que profesa­
el torbellino de las ciudades-estado de la Italia del Renaci­ ban por todo lo romano, ya que en la república romana era la
miento. No fue ciertamente el padre de la ciencia o de la teo­ autoridad y no la violencia la que regía la conducta de los ciu­
ría política, pero no se podría negar la posibilidad de consi­ dadanos. Sin embargo, aunque estas semejanzas pudieran
derar a Maquiavelo como el padre espiritual de la revolución. explicar el alto aprecio que los siglos xvm y xix manifestaron
No sólo podemos encontrar en Maquiavelo ese esfuerzo por Maquiavelo, no bastan para contrarrestar otras diferen­
constante y apasionado por revivir el espíritu y las institucio­ cias más acusadas. Los revolucionarios, al volver sus ojos al
nes de la antigüedad romana que, más tarde, iba a ser una de pensamiento político antiguo, no se proponían, y además no
las características del pensamiento político del siglo xvm; re­ lo lograron, re vivir la Antigüedad en cuanto tal; lo que en el
sulta más importante para nosotros su famosa insistencia so- caso de Maquiavelo era sólo el aspecto político de la cultura
renacentista, cuyo arte y literatura eclipsaron todas las em­
19. Esta expresión por lo visto aparece, por prim era vez en G ino Cap- presas políticas de las ciudades-estado italianas, no estuvo,
poni, Ricordi (1420): «Faites membres de la Balia des hommes expéri- en el caso de los hombres de las revoluciones, a tono con el es­
mentés, et aimant leur commune plus que leur propre bien et plus que p íritu de su época, la cual, desde el comienzo de la Edad M o­
leur áme». (VidM aquiavelo: Oeuvres Complétes, ed. Pléiade, p. 1535.)
derna y el nacimiento de la ciencia moderna en el siglo x v ii ,
Maquiavelo usa una expresión semejante en la H istoria de Florencia, III,
7, donde elogia a los patriotas florentinos que se atrevieron a desafiar al habían pretendido sobrepasar todas las hazañas antiguas. In ­
Papa, mostrando con ello que «su ciudad estaba m uy por encima de sus dependientemente de la intensidad con que los hombres de
almas». Después aplica la misma expresión a sí m ism o hacia el fin a l de las revoluciones admirasen el esplendor romano, ninguno de
su vida, cuando escribe a su amigo V itto ri: «Amo a m i ciudad natal más ellos se hubiese sentido tan a gusto en la Antigüedad como
que a m i propia alma». (C it. por The Letters ofM achiavelli, ed. A llan G il­
bert, Nueva York, 1961, n.° 225.)
Maquiavelo; ninguno de ellos hubiera sido capaz de escribir:
Nosotros, que ya no damos p o r supuesta la inm ortalidad del alma,
probablemente no estimamos en su justo valor lo que de acerba tiene la Al caer la tarde, vuelvo a m i casa y entro en mi estudio; a la puer­
expresión de Maquiavelo. Cuando escribió, no se trataba de un cliché, ta dejo las ropas de diario, llenas de polvo y barro y me visto con
sino que significaba literalm ente que estaba dispuesto a jugarse la vida ropas regias y suntuosas; vestido de modo apropiado, penetro
eterna o a arriesgar el castigo del in fie rn o en nom bre de la ciudad. El en los viejos palacios de los hombres antiguos y allí, recibido
problema, según lo vio Maquiavelo, no consistía en averiguar si se ama­ afectuosamente, me nutro de un alimento que me pertenece y
ba a Dios más que al m undo, sino más bien si se era capaz de amar el
para el que estoy hecho20.
m undo más que a uno mismo. Se trata de una decisión que siempre ha
sido crucial para quienes dedicaron sus vidas a la política. La mayor par­
te de los argumentos de M aquiavelo contra la re lig ió n están d irig id o s Cuando se leen estas frases u otras semejantes, se aceptan
contra quienes aman más a sí mismos, es decir, a su propia salvación, con gusto los descubrimientos llevados a cabo recientemente
que al m undo; no van dirigidos contra quienes realmente aman a Dios
más que a sí mismos o al mundo. 20. En Lettres, ob. cit., n.° 137.
50 SOBRE LA REVOLUCION 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCION 51

por investigadores que consideran el Renacimiento única­ gitim idad había sido la noción de una encarnación de Dios
mente como la culminación de una serie de restauraciones de en la tierra. De ahí que Maquiavelo, enemigo jurado de toda
la Antigüedad, que comenzaron inmediatamente después consideración religiosa en los asuntos políticos, se viese for­
de una época verdaderamente tenebrosa, con el renacimien­ zado a im plorar la asistencia y hasta la propia inspiración di­
to carolingio, y terminaron en el siglo xvi. Por la misma ra­ vina para los legisladores, del mismo modo que lo harían
zón, habrá que convenir en que, desde el punto de vista polí­ más tarde los «ilustrados» del siglo xvm como John Adams o
tico, el increíble desorden de las ciudades-estado de los Robespierre. Este «recurso a Dios» sólo era necesario, por
siglos xv y xvi constituyó un final y no un origen; fue el fin de supuesto, en el caso de «leyes extraordinarias», es decir, de le­
los municipios medievales con su régimen autónomo y su li­ yes mediante las cuales se funda una nueva comunidad. Ve­
bertad de acción política21. remos después cómo esta últim a etapa de la tarea revolucio­
La insistencia de Maquiavelo en la violencia es, por otra naria, el hallazgo de un nuevo absoluto que reemplace el
parte, más sugerente. Fue consecuencia directa de la doble absoluto del poder divino, carece de solución, debido a que el
perplejidad en que se encontró teóricamente y que, más tar­ poder, dado el supuesto de la pluralidad humana, nunca pue­
de, term inó por desembocar en la perplejidad práctica que de aspirar a la omnipotencia, ya que las leyes que dependen
acosa a los hombres de las revoluciones. La perplejidad era del poder humano nunca pueden ser absolutas. Así, esta «lla­
inherente a la tarea de la fundación, al establecimiento de un mada a los cielos» de Maquiavelo, como la hubiera calificado
nuevo origen que, en cuanto tal, parecía exigir la violencia y Locke, no fue inspirada por ningún sentimiento religioso,
la usurpación, la repetición, por así decirlo, del antiguo c ri­ sino que fue dictada exclusivamente por el deseo de «escapar
men legendario (Rómulo mató a Remo, Caín mató a Abel) a esta dificultad»22; por la misma razón, su insistencia en el
que está en el origen de toda historia. La tarea de fundación papel que desempeña la violencia en la política no se debió
iba también acompañada de la tarea de dar leyes, de proyec­ tanto a su pretendida concepción realista de la naturaleza hu­
tar e imponer a los hombres una nueva autoridad, la cual, sin mana, como a su vana esperanza de querer encontrar en cier­
embargo, tenía que imaginarse de tal forma que encajase en tos hombres cualidades comparables a los atributos divinos.
el molde del antiguo absoluto que derivaba de una autoridad Pese a que no fueron más que corazonadas, el pensamien­
establecida por Dios, reemplazando de este modo un orden to de Maquiavelo fue mucho más allá que todas las experien-
terrenal cuya sanción final había estado constituida por los
dictados de un Dios omnipotente y cuya últim a fuente de le- 22. Véanse los Discursos, Libro 1 ,11. Sobre el puesto de Maquiavelo en
la cultura del Renacimiento estoy de acuerdo con J. H. W hitfield quien,
en su lib ro M achiavelli, Oxford, 1947, p. 18, hace notar: Maquiavelo «no
21. Sigo el reciente lib ro de Lewis M um ford: The C ity in History, Nueva representa la doble degeneración de la política y la cultura. En vez de
York, 1961, donde se desarrolla la teoría hoy interesante y sugerente de eso, representa la cultura nacida del humanismo que tiene conciencia de
que la ciudad de Nueva Inglaterra es en realidad «una tranform ación fe­ los problemas políticos porque están en crisis. Debido a ello, trata de re­
liz» de la ciudad medieval, que «el orden medieval fue renovado, por así solverlos con los elementos que el humanismo había legado a Occiden­
decirlo, po r la colonización» en el Nuevo M undo y que en tanto que te». Sin embargo, ya no fue el «humanismo» el que condujo a los hom­
«cesó la m ultiplicación de ciudades» en el Viejo M undo, «tal actividad bres de las revoluciones del siglo xvm a la Antigüedad en busca de
fue transferida en buena parte, entre los siglos x v i y xix, al Nuevo M un­ soluciones para sus problemas políticos. Una discusión más detallada
do». (V id.pp. 328 y s. y p. 356.) de este problema puede verse en el cap. V.
52 SOBRE LA REVOLUCIÓN 1. ELSIGNIFICADO D ELA REVOLUCIÓN 53

cias reales de su época. Lo cierto es que, por inclinados que tidos a un poder, cualquiera que fuese, debían rebelarse y
nos sintamos a interpretar nuestras propias experiencias a la convertirse en los soberanos supremos del país. Si, a fin de
luz de aquellas que promovieron las luchas civiles que arra­ esclarecer el problema, imaginamos la realización de un
saron las ciudades-estado italianas, éstas no fueron tan radi­ acontecimiento de este tipo en el contexto histórico de la A n­
cales como para sugerir a quienes participaron en ellas o fue­ tigüedad, sería como si, no sólo el pueblo de Roma o Atenas,
ron sus testigos la necesidad de un nuevo vocablo o la el populus o el demos, es decir, los grados inferiores de la ciu­
reinterpretación de uno antiguo. (El nuevo vocablo que Ma- dadanía, sino también los esclavos y los extranjeros residen­
quiavelo introdujo en la teoría política y que ya con anterio­ tes, que constituían la mayoría de la población sin pertene­
ridad se encontraba en uso fue la palabra «estado», lo stato23. cer al pueblo, se hubiesen rebelado para exigir la igualdad
Pese a que constantemente invocó el esplendor de Roma y se de derechos. Como sabemos, esto nunca ocurrió. La idea de
inspiró en su historia, debió darse cuenta de que una Italia igualdad, según la entendemos hoy, es decir, la igualdad
unida construiría un cuerpo político tan diferente de las ciu­ de los seres humanos en v irtu d del nacimiento, y la conside­
dades-estado de la Antigüedad o del siglo xv que sejustifica­ ración de la misma como un derecho innato, fue completa­
ba un nuevo nombre.) mente desconocida hasta la Edad Moderna.
Las palabras que, sin duda alguna, se repiten más en su Es cierto que la teoría medieval y posmedieval concibió la
obra son «rebelión» y «revuelta», cuyo significado había sido rebelión legítima, el levantamiento contra la autoridad esta­
establecido e incluso definido desde la Baja Edad Media. blecida, el desafío y la desobediencia abierta a la autoridad.
Ahora bien, tales vocablos nunca significaron liberación en Pero el propósito de tales rebeliones no suponía un reto a la
el sentido im plícito en la revolución y, mucho menos, apun­ autoridad o al orden establecido de las cosas en cuanto tales;
taban hacia el establecimiento de una libertad nueva. Libera­ se trataba siempre de cambiar la persona que, en un momen­
ción, en el sentido revolucionario, vino a significar que todos to dado, detentaba la autoridad, fuese para sustituir a un
aquellos que, no sólo en el presente, sino a lo largo de la his­ usurpador por el verdadero rey o a un tirano que había abu­
toria, no sólo como individuos sino como miembros de la in ­ sado de su poder por un príncipe legítim o. Así, aunque era
mensa mayoría de la humanidad, los humildes y los pobres, posible que se reconociese al pueblo el derecho a determ inar
todos los que habían vivido siempre en la oscuridad y some- quién no debía gobernar, nunca se le perm itió decidir quién
debía hacerlo y no se tienen noticias de un derecho del pue­
blo a gobernarse a sí mismo o de designar a alguien de sus f i­
23. La palabra procede del latín status reipublicae, cuyo equivalente es
las para el gobierno. Si hubo casos en que hombres del pue­
«forma de gobierno» en el sentido que aún encontramos en Bodino. Es
característico que stato deja de significar «forma» o uno de los «estados blo se elevasen desde su condición inferior hasta el esplendor
posibles de la esfera política para significar ahora la unidad política sub­ de la vida pública, como fue el de los condottieri de las ciuda­
yacente de un pueblo que puede sobrevivir al vaivén no sólo de los go­ des-estado italianas, su admisión al poder y a los asuntos pú­
biernos, sino también de las formas de gobierno. M aquiavelo pensaba blicos se debió a cualidades que los distinguían del pueblo, a
sin duda en el Estado nacional, es decir, en el hecho, perfectamente na­
tural para nosotros hoy, de que Italia, Rusia, China y Francia, dentro de
una virtü tanto más admirada y apreciada cuanto menos de­
su lim itación histórica, no cesaban de existir al producirse un cambio en bía al origen social y al nacimiento. Entre los derechos, los
su form a de gobierno. antiguos privilegios y libertades del pueblo, no había lugar
54
SOBRELA REVOLUCIÓN 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 55

para el derecho a participar en el gobierno. Y algo así como ción sino que además la introdujeron en la escena de la polí­
el derecho a un gobierno autónomo tampoco está plena­ tica - no fueron en absoluto partidarios de las novedades, de
mente presente en el famoso derecho a la representación un novus ordo saeclorum, y es que esta falta de disposición
como supuesto de la tributación. Si se aspiraba al gobierno, por la novedad todavía resuena en la misma palabra «revolu­
uno tenía que ser gobernante nato, un hombre nacido libre,' ción», un térm ino relativamente antiguo que sólo poco a
en la Antigüedad, o un miembro de la nobleza, en la Europa poco fue adquiriendo su nuevo significado. En efecto, el pro­
feudal, aunque no faltaron en el lenguaje político premoder­ pio uso de este vocablo nos muestra claramente la falta de v i­
no palabras para describir la rebelión de los súbditos contra sión del futuro y de disposición de sus actores, los cuales no
el gobernante, no hubo ninguna que describiese un cambio estaban más preparados para lo nuevo que pudieran estarlo
tan radical como el de la transformación de los súbditos en los espectadores de la época. Lo importante es que el enorme
gobernantes.
«pathos» de una nueva era que encontramos expresado en
térm inos casi idénticos, aunque de forma muy diversa, por
los actores de la Revolución americana y de la francesa, sólo
4
se puso en prim er plano después que habían llegado, mu­
chos de ellos contra su voluntad, a un punto del que no se po­
No puede afirmarse sin más que el fenómeno de la revolu­ día volver.
ción carezca de precedentes en la historia premoderna. Es En sus orígenes la palabra «revolución» fue un término
cierto que hay muchos para quienes la sed de novedad, com­ astronómico que alcanzó una im portancia creciente en las
binada con la convicción de que ésta es deseable en sí misma, ciencias naturales gracias a la obra de Copérnico De revolu-
constituye una de las características más acusadas del mun­ tionibus orbium coelestium24. En el uso científico del término
do en que vivim os y es también muy corriente identificar C se conservó su significación precisa latina y designaba el mo­
este estado de espíritu de la sociedad moderna con un pre­ vim iento regular, sometido a leyes y rotatorio de las estrellas,
tendido espíritu revolucionario. Sin embargo, si entendemos el cual, desde que se sabía que escapaba a la influencia del
por espíritu revolucionario el que realmente brotó de la re­ hombre y era, por tanto, irresistible, no se caracterizaba cier­
volución, entonces es necesario distinguirlo cuidadosamen­ tamente n i por la novedad n i por la violencia. Por el contra­
te de ese anhelo moderno por la novedad a cualquier precio. rio, la palabra indica claramente un movimiento recurrente
Si se considera el problema desde una perspectiva psicológi­ y cíclico; es la traducción latina perfecta de áuaxúxXwaic
ca, lo cierto es que la experiencia de la fundación, unida a la de Polibio, un térm ino que también tuvo su origen en la as-
convicción de que está a punto de abrirse un nuevo capítulo
en la historia, producirá hombres más «conservadores» que 24. A lo largo de todo este capítulo me he servido ampliamente de los
«revolucionarios», más inclinados a preservar lo que ya ha trabajos del historiador germánico K arl Griewank, desgraciadamente
sido hecho y a asegurar su estabilidad que a establecer nue­ inaccesibles en inglés. Su prim er artículo «Staatsumwálzung und Revo­
vas cosas, nuevos cambios, nuevas ideas. Por otra parte, la lution in der Auffassung der Renaissance und Barockzeit», que se publi­
có en la Wissenchaftliche Zeitschrift der Friedrich-Schiller-Universitat
historia nos enseña que los hombres de las primeras revo­
Jena, 1952-1953, Heft 1 y su lib ro posterior Der neuzeitliche Revolutions-
luciones -es decir, aquellos que no sólo hicieron una revolu- begriff, 1955, superan toda la literatura restante sobre el tema.
56 SOBRE LA REVOLUCIÓN 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 57

tronomía y se utilizó metafóricamente en la esfera de la polí­ restauración de la monarquía. En el m ism o sentido se usó
tica. Referido a los asuntos seculares del hombre, sólo podía la palabra en 1688, cuando los Estuardo fueron expulsados
significar que las pocas formas de gobierno conocidas giran y la corona fue transferida a G uillerm o y María25. La «Revo­
entre los mortales en una recurrencia eterna y con la misma lución gloriosa», el acontecimiento gracias al cual, y de
fuerza irresistible con que las estrellas siguen su camino pre­ modo harto paradójico, el vocablo encontró su puesto defi­
destinado en el firmamento. Nada más apartado del signifi­ nitivo en el lenguaje político e histórico, no fue concebida de
cado original de la palabra «revolución» que la idea que ha ninguna manera como una revolución, sino como una res­
poseído y obsesionado a todos los actores revolucionarios, tauración del poder monárquico a su gloria y v irtu d p rim i­
es decir, que son agentes en un proceso que significa el fin tivas.
definitivo de un orden antiguo y alumbra un mundo nuevo. El hecho de que la palabra «revolución» significase o rig i­
Si el fenómeno de las revoluciones modernas fuese tan nalmente restauración, algo que para nosotros constituye
sencillo como una definición de libro de texto, la elección de precisamente su polo opuesto, no es una rareza más de la se­
la palabra «revolución» sería aún más enigmático de lo que mántica. Las revoluciones de los siglos x v ii y xvm , que con­
realmente es. Cuando por prim era vez la palabra descendió cebimos como un nuevo espíritu, el espíritu de la Edad M o­
del firmamento y fue utilizada para describir lo que ocurría a derna, fueron proyectadas como restauraciones. Es cierto
los mortales en la tierra, hizo su aparición evidentemente que las guerras civiles inglesas prefiguraron un gran núme­
como una metáfora, mediante la que se transfería la idea de ro de tendencias que, hoy en día, nosotros asociamos con lo
un movimiento eterno, irresistible y recurrente a los m ovi­ que hubo de fundamentalmente nuevo en las revoluciones
mientos fortuitos, los vaivenes del destino humano, los cua­ del siglo xvm: la aparición de los Niveladores y la formación
les han sido comparados, desde tiempo inm em orial, con la de un partido compuesto exclusivamente por el pueblo bajo,
salida y puesta del sol, la luna y las estrellas. En el siglo xvn, cuyo radicalismo term inó por plantear un conflicto con los
cuando por primera vez encontramos la palabra empleada líderes de la revolución, apuntan claramente al curso de la
en un sentido político, su contenido metafórico estaba aún Revolución francesa; de otro lado, la demanda de una cons­
más cerca del significado original del térm ino, ya que servía titución escrita, como «el fundamento de un gobierno jus­
para designar un movimiento de retroceso a un punto prees­ to», presentada por los Niveladores y, en alguna medida, he­
tablecido y, por extensión, de retrogresión a un orden pre­ cha realidad cuando Cromwell promulgó un «Instrumento de
destinado. Así, la palabra se utilizó por prim era vez en Ingla­ gobierno» a fin de constituir el Protectorado, anticipa uno
terra, no cuando estalló lo que nosotros llamamos una de los hechos más importantes, si no el que más, de la Revo­
revolución y Cromwell se puso al frente de la primera dicta­ lución americana. Lo cierto, en todo caso, es que la victoria
dura revolucionaria, sino, por el contrario, en 1660, tras el efímera de esta prim era revolución moderna fue interpreta­
derrocamiento del Rump Parlamenté y con ocasión de la* da oficialmente como una restauración, es decir, como la «li­
bertad restaurada por la gracia de Dios», según reza la ins­
* Expresión que designa, en la historia constitucional inglesa, el rema­ cripción que aparece sobre el gran sello de 1651.
nente del Parlamento Largo, después de la expulsión de sus miembros
por Crom well en 1648. [N. del T.] 25. Véase el art. «Revolution» en el O xford English D ictionary.
58 SOBRE LA REVOLUCIÓN 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 59

Para nosotros, resulta de mayor interés ver lo que ocu­ cia. Ahora bien, el movimiento que condujo a la revolución
rrió un siglo más tarde. No nos interesa la historia de las re­ sólo fue revolucionario por inadvertencia y Benjamín Fran­
voluciones en sí misma (su pasado, sus orígenes y el curso klin , que disponía de más información de primera mano so­
de su desarrollo). Si queremos saber qué es una revolución bre las colonias que cualquier otro hombre, escribiría más
-sus implicaciones generales para el hombre en cuanto ser tarde con toda sinceridad:
político, su significado político para el mundo en que v iv i­
mos, su papel en la historia m oderna- debemos d irig ir Nunca había oído en una conversación con cualquier persona,
nuestra atención hacia aquellos momentos de la historia en por borracha que estuviese, ni la más mínima expresión del de­
que hicieron su aparición las revoluciones, en que adquirie­ seo de una separación, o la insinuación de que tal cosa pudiese
ser beneficiosa para América26.
ron una especie de form a definida y comenzaron a cautivar
el espíritu de los hombres, con independencia de los abu­
Es imposible decir si estos hombres eran «conservadores»
sos, crueldades y atentados a la libertad que puedan haber­
o «revolucionarios», si se emplean estas palabras fuera de su
les conducido a la rebelión; es decir, debemos d irig ir nues­
contexto histórico, como términos genéricos, olvidando que
tra atención a las Revoluciones americana y francesa y
el conservadurismo, como credo o ideología políticos, debe
debemos tener en cuenta que ambas estuvieron dirigidas,
su existencia a una reacción producida por la Revolución
en sus etapas iniciales, por hombres que estaban firm emen­
francesa y sólo tiene sentido el vocablo cuando se aplica a la
te convencidos de que su papel se lim itaba a restaurar un
historia de los siglos xix y xx. La misma reflexión puede ha­
antiguo orden de cosas que había sido perturbado y viola­
cerse, aunque quizá de modo menos equívoco, con respecto
do por el despotismo de la monarquía absoluta o por los
a la Revolución francesa; también aquí, según las palabras de
abusos del gobierno colonial. Estos hombres expresaron
Tocqueville, «se hubiera podido pensar que el propósito
con toda sinceridad que lo que ellos deseaban era volver a
de la revolución en marcha no era la destrucción del Antiguo
aquellos antiguos tiempos en que las cosas habían sido
Régimen, sino su restauración»27. Incluso cuando, durante el
como debían ser.
curso de ambas revoluciones, sus actores llegaron a tener
Todo esto ha suscitado una enorme confusión, especial­
conciencia de la im posibilidad de la restauración y de la
mente por lo que se refiere a la Revolución americana, la cual
necesidad de embarcarse en una empresa totalmente inédita
no devoró a sus propios hijos y en la que, por consiguiente,
y cuando, por tanto, la propia palabra «revolución» había
los hombres que habían iniciado la «restauración» fueron los
adquirido ya su nuevo significado, Thomas Paine todavía
mismos que comenzaron y term inaron la Revolución e in ­
podía, fiel al espíritu del pasado, proponer con toda seriedad
cluso vivieron lo suficiente como para elevarse al poder y a
que se designase a las Revoluciones americana y francesa
las funciones públicas dentro del nuevo orden de cosas. Lo
con el nombre de «contrarrevolución»28. Esta propuesta, tan
que concibieron como una restauración, como el restableci­
miento de sus antiguas libertades, se convirtió en una revo­
26. C linton Rossiter: The First American Revolution, Nueva York, 1956,
lución, y sus ideas y teorías acerca de la constitución británi­
p.4.
ca, los derechos de los ingleses y las formas del gobierno 27. L’Anden Régime, París, 1953, vol. II, p. 72.
colonial desembocaron en una declaración de independen- 28. En la «Introducción» a la segunda parte de Rights o f Man.
60 SOBRE LA REVOLUCION 1. ELSIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 61

rara eh uno de los hombres más «revolucionarios» de su miento hubiera parecido a los hombres de todas las épocas
tiempo, nos muestra, en pocas palabras, cuán apegados es­ anteriores a la nuestra, igual que a Burke, una contradicción
taban los corazones y los espíritus de los revolucionarios a la en los términos. Es interesante señalar que la palabra latina
idea de restauración, de vuelta al pasado. Paine sólo deseaba homo, el equivalente de «hombre», significó en su origen al­
re stituir su antiguo significado a la palabra «revolución» y guien que no era más que eso, un hombre, una persona a se­
expresar su firm e convicción de que los acontecimientos de cas, y, por tanto, también un esclavo.
la época habían sido los causantes de que los hombres volvie­ Para nuestro propósito actual y, en especial, a fin de com­
sen la mirada a un «período prim itivo» en el que poseían los prender la faceta más alusiva y, sin embargo, más im presio­
derechos y libertades que la tiranía y la conquista les habían nante de las revoluciones modernas, es decir, el espíritu revo­
quitado. Este «período prim itivo» no significa en modo al­ lucionario, es importante recordar que la noción de novedad
guno el estado de naturaleza hipotético y prehistórico según e innovación en cuanto tal ya existía con anterioridad a las
lo concibió el siglo xvil, sino un período concreto, aunque no revoluciones, pese a lo cual no estuvo presente en sus oríge­
definido, de la historia. nes. En éste, como en otros aspectos, se estaría inclinado
Recordemos que Paine utilizó el térm ino «contrarrevolu­ a afirm ar que los hombres de las revoluciones estaban an­
ción» como respuesta a la enérgica defensa hecha por Burke ticuados con relación a su propia época, evidentemente anti­
de los derechos de los ingleses, garantizados por la costum­ cuados si se comparan con los hombres de ciencia y los filó ­
bre inmemorial y la historia, frente a la novedosa idea de los sofos del siglo x v il, quienes, como Galileo, subrayarían, «la
derechos del hombre. Pero lo im portante es que Paine, en no novedad absoluta» de sus descubrimientos, o, como Hobbes,
menor medida que Burke, se dio cuenta de que el argumento pretenderían que la filosofía política era «tan joven como m i
de la novedad absoluta no se pronunciaría en favor de la au­ libro De Cive», o como Descartes, insistirían en que ningún
tenticidad y legitim idad de tales derechos, sino al contrario. filósofo antes que él había hecho verdadera filosofía. Por su­
No es necesario añadir que, en su planteamiento histórico, puesto, ciertas reflexiones sobre «el nuevo continente» que
Burke estaba en lo cierto y Paine no. No existe ningún perío­ había dado nacimiento a «un hombre nuevo», del tipo de las
do de la historia al que pudiera retrotraerse la Declaración citadas de Crévecoeur o John Adams y que podríamos en­
de los Derechos del Hombre. Es posible que ya antes se hu­ contrar en otros autores menos conocidos, fueron bastante
biese reconocido la igualdad de los hombres ante Dios o los corrientes. Pero, a diferencia de las pretensiones de filósofos
dioses, ya que este reconocimiento no es de origen cristiano, y científicos, tanto el hombre nuevo como el nuevo país se
sino romano; los esclavos romanos podían ser miembros de imaginaron como dones de la Providencia, no como un pro­
pleno derecho de las corporaciones religiosas y, dentro de los ducto humano. En otras palabras, el extraño pathos de la no­
límites del derecho sacro, su estatuto legal era el mismo que vedad, tan característico de la Edad Moderna, necesitó casi
el de un hombre libre29. Pero la idea de derechos políticos dos siglos para salir del aislamiento relativo de la ciencia y la
inalienables que corresponden al hombre en virtu d del naci- filosofía y alcanzar la esfera de la política. (Según la expre­
sión de Robespierre: «Tout a changé dans l’ordre physique; et
29. Véase Fritz Schulz: Prinzipien des rómischen Rechts, B erlín, 1954, tout doit changer dans Pordre m oral et politique».) Ahora
p. 147. > bien, cuando llegó a la esfera de la política, dentro de la cual
62 SOBRE LA REVOLUCIÓN 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 63

los acontecimientos interesan a la m ultitud y no a la minoría, importante para el concepto de revolución que es corriente
no sólo.adquirió una expresión más radical, sino que llegó a fija r el nacimiento del nuevo significado político del antiguo
estar dotado de una realidad característica de la esfera p o líti­ térm ino astronómico en el momento en que comienza esta
ca exclusivamente. Sólo durante el curso de las revoluciones nueva acepción.
del siglo x v iii los hombres comenzaron a tener conciencia La fecha fue la noche del 14 de ju lio de 1789, en París,
de que un nuevo origen podía constituir un fenómeno polí­ cuando Luis X V I se enteró por el duque de La Rochefou­
tico, que podía ser resultado de lo que los hombres hubiesen cauld-Liancourt de la toma de la Bastilla, la liberación de al­
hecho y de lo que conscientemente se propusiesen hacer. gunos presos y la defección de las tropas reales ante un ata­
Desde entonces, un «continente nuevo» y el «hombre nuevo»' que del pueblo. El famoso diálogo que se produjo entre el rey y
que de él surgiese no fueron ya necesarios para inspirar la es­ su mensajero es muy breve y revelador. Según se dice, el rey
peranza en un nuevo orden de cosas. El novus ordo saeclorum exclamó: «C’est une révolte», a lo que Liancourt respondió:
ya no era una bendición dispersada por el «gran proyecto y «Non, Sire, c’est une révolution». Todavía aquí, por última
designio de la Providencia», n i la novedad la posesión orgu- vez desde el punto de vista político, la palabra es pronuncia­
llosa y, a la vez, espantosa de los pocos. Una vez que la nove­ da en el sentido de la antigua metáfora que hace descender su
dad había llegado a la plaza pública, significó el origen de una significado desde el firmamento hasta la tierra; pero, quizá
nueva historia, que habían iniciado, sin proponérselo, los por prim era vez, el acento se ha trasladado aquí por comple­
hombres de acción, para que fuese hecha realidad, ampliada to desde la legalidad de un movimiento rotatorio y cíclico a
y prolongada por su posteridad. su irresistibilidad30. El m ovim iento es concebido todavía a
im itación del movimiento de las estrellas, pero lo que ahora
5 se subraya es que escapa al poder humano la posibilidad de
detenerlo y, por tanto, obedece a sus propias leyes. Al decla­
Si bien los elementos de novedad, origen y violencia, todos rar el rey que el tum ulto de la Bastilla era una revuelta, afir­
los cuales aparecen íntimamente unidos a nuestro concepto maba su poder y los diversos instrumentos que tenía a su
de revolución, brilla n por su ausencia tanto en el significado
original de la palabra como en su prim itivo uso metafórico 30. Griewank, en el artículo citado en la nota 24, señala que la frase «Es
en el lenguaje político, hay otra connotación del término as­ una revolución» se aplicó prim ero a Enrique IV de Francia y a su con­
tronóm ico, a la que ya me he referido antes brevemente, que versión al catolicism o. C ita a este efecto la biografía de Enrique IV escri­
ta por H ardouin de Péréfixe (H istoire du Roy H enri le Grand, Amster­
ha conservado toda su fuerza en el uso actual de la palabra.
dam, 1661), a quien los acontecimientos de la primavera de. 1594 le
Me refiero a la idea de irresistibilidad, o sea, al hecho de que merecen las siguientes palabras: el gobernador de Poitiers voyant q u il
el movimiento rotatorio de las estrellas sigue un camino pre­ ne pouvaitpas empécher cette révolution, s’y laissa entrainer et composa
destinado y es ajeno a toda influencia del poder humano. Sa­ avec le Roy. Como observa el propio Griewank, la idea de irresistibilidad
bemos, o creemos saber, la fecha exacta en que la palabra aparece aquí aún m uy mezclada al significado originariam ente astronó­
m ico de un m ovim iento que «retrogira» hasta su punto de partida. En
«revolución» se empleó por primera vez cargando todo el efecto, «H ardouin consideró todos estos acontecimientos como una
acento sobre la irresistibilidad y sin aludir para nada a un vuelta de los franceses a su prince naturel». Liancourt no podía querer
movim iento retrogiratorio; este aspecto nos parece hoy tan expresar nada de esto.
64 SOBRE LA REVOLUCIÓN 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 65

disposición para hacer frente a la conspiración y al desafío a ta que la resaca les tragó y fueron a perecer junto a sus enemi­
la autoridad; Liancourt replicó que lo que había ocurrido era gos, los agentes de la contrarrevolución. En efecto, la podero­
algo irrevocable que escapaba al poder de un rey. ¿Qué veía sa corriente de la revolución se vio, según la expresión de Ro­
Liancourt?, ¿qué vemos u oímos nosotros, al escuchar este bespierre, constantemente acelerada por los «crímenes de la
extraño diálogo, que le hiciese pensar (y nosotros sabemos tiranía», de una parte, y por los «progresos de la libertad», de
que así era) que se trataba de algo irresistible e irrevocable? otra, los cuales se excitaban mutuamente, de tal modo que
Para empezar, la respuesta parece sencilla. Tras sus pala­ movimiento y contramovimiento n i se equilibraban n i se de­
bras todavía podemos ver y oír a la muchedumbre en marcha tenían el uno al otro, sino que, de modo misterioso, parecían
irrum piendo en las calles de París, que era entonces no sólo engrosar una corriente de «violencia progresiva» que fluía en
la capital de Francia sino de todo el mundo civilizado: la in ­ una misma dirección con una rapidez siempre en aumento31.
surrección del populacho de la gran ciudad unido inextrica­ Ésta es la «majestuosa corriente de lava de la revolución que
blemente al levantamiento del pueblo en nombre de la liber­ no respeta nada y que nadie puede detener», según la con­
tad, irresistibles ambos por la fuerza de su número. Esta templó Georg Forster en 179332; es también el espectáculo
m ultitud que se presentaba por vez prim era a la luz del día que ha caído bajo el signo de Saturno: «La revolución devo­
era realmente la m ultitud de los pobres y los oprim idos, a la rando a sus propios hijos», como dijo Vergniaud, el gran ora­
que los siglos anteriores había mantenido oculta en la oscu­ dor de la Gironda. Ésta es «la tempestad revolucionaria» que
ridad y en la ignominia. Lo que desde entonces ha mostrado puso la revolución en marcha, la tempéte révolutionnaire de
ser irrevocable y que los agentes y espectadores de la revolu­ Robespierre y su marche de la révolution, la poderosa borras­
ción reconocieron de inmediato como tal, fue que la esfera ca que barrió o sumergió el origen inolvidable y de hecho
de lo público -reservada desde tiempo inm em orial a quienes nunca olvidado, la afirm ación de «la grandeza del hombre
Jeran libres, es decir, libres de todas las zozobras que impone contra la mezquindad de los poderosos», según dijo Robes­
la necesidad- debía dejar espacio y luz para esa inmensa ma­ pierre33, o «la vindicación del honor de la raza humana», se­
yoría que no es libre debido a que está sujeta a las necesida­ gún la expresión de H am ilton34. Parecía como si una fuerza
des cotidianas. mayor que el hombre hubiese intervenido cuando éste co­
La noción de un movim iento irresistible, que el siglo xix menzó a afirm ar su grandeza y a reivindicar su honor.
iba pronto a traducir conceptualmente a la idea de la necesi­
dad histórica, resuena desde la primera hasta la últim a pági­
31. Las palabras de Robespierre, pronunciadas el 17 de noviem bre de
na de la Revolución francesa. Súbitamente, todo un nuevo
1793 ante la Convención Nacional, que me he lim itado a parafrasear son
conjunto de imágenes comienza a florecer en torno a la anti­ las siguientes: «Les crimes de la tyrannie accélérérent le progrés de la li ­
gua metáfora y un vocabulario totalmente nuevo se introdu­ berté et les progrés de la liberté m u ltipliérent les crimes de la tyrannie...
ce en el lenguaje político. Cuando hoy pensamos en la revo­ une réaction continuelle dont la violence progressive a opéré en peu
lución, casi automáticamente lo hacemos a través de estas d’années l ’ouvrage de plusieurs siécles». Oeuvres, ed. Laponneraye,
1840,vol. III, p.446.
imágenes, nacidas durante aquellos años; a través del torrent
32. C it. por el lib ro de Griewank, ob. cit., p. 243.
révolutionnaire de Desmoulins, sobre cuyas tumultuosas olas 33. En su discurso de 5 de febrero de 1794, ob. cit., p. 543.
se mantuvieron y marcharon los actores de la revolución has- 34. The Federalist (1787), ed. Jacob E. Cooke, M eridian, 1961, n.° 11.
66 SOBRE LA REVOLUCIÓN 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN 67

Durante las décadas que siguieron a la Revolución fran­ desde el comienzo, es decir (en palabras de Robespierre en
cesa predom inó esta metáfora de una poderosa corriente una carta a su hermano escrita en 1789), que «la presente Re­
subterránea que arrastraba consigo a los hombres, primero volución ha producido en pocos días sucesos más im portan­
a la superficie de las gloriosas proezas y, después, hasta el tes que toda la historia anterior de la humanidad»? Uno está
fondo, al peligro y a la infam ia. Diversas metáforas en que la inclinado a pensar que, al fin y al cabo, todo ello debe haber
revolución aparece no como resultado del esfuerzo humano, bastado.
sino como un proceso irresistible, metáforas de corriente y A p a rtir de la Revolución francesa ha sido corriente inter­
torrentes fueron acuñadas por los propios actores de la Re­ pretar toda insurrección violenta, fuese revolucionaria o
volución, quienes, por mucho que se hubiesen emborracha­ contrarrevolucionaria, como la continuación del movimien­
do con el vino de la libertad en el terreno de lo abstracto, ya to iniciado originalm ente en 1789, como si las épocas de
no creían que fueran agentes libres. ¿Es que hubieran podido quietud y restauración no fuesen más que pausas durante las
-aun en los instantes de sobriedad- creer que ellos eran, n i cuales se escondía la corriente para recobrar fuerzas y salir
habían sido nunca, los autores de sus propias hazañas? ¿No de nuevo a la superficie: en 1830 y 1832, en 1848 y 1851, en
fue la furiosa tormenta de los sucesos revolucionarios la que 1871, para mencionar únicamente las fechas más im portan­
les había hecho cambiar sus convicciones más íntimas en tes del siglo xix. En cada ocasión, los partidarios y los enemi­
cuestión de m uy pocos años? ¿No habían sido realistas en gos de estas revoluciones interpretaron los acontecimien­
1789 los mismos que en 1793 no sólo se vieron conducidos a tos como una consecuencia inmediata de 1789. Y si es cierto,
la ejecución de un rey (independientemente de que hubiera como dijo Marx, que la Revolución francesa había sido inter­
sido o no un tra id o r), sino a la condena de la monarquía pretada con ropaje romano, es igualmente cierto que todas
como «un crimen eterno» (Saint-Just)? ¿No habían sido abo­ las revoluciones que le sucedieron, incluida la Revolución de
gados ardientes de los derechos de la propiedad privada los Octubre, fueron interpretadas siguiendo las pautas y las efe­
mismos que en Ventoso de 1794 proclamaron la confisca­ mérides que condujeron desde el 14 de ju lio al 9 de Termidor
ción de las propiedades, no sólo de la Iglesia y de los émigrés, y al 18 de Brum ario -fechas que han quedado tan impresas
sino también de todos los «sospechosos», para que fueran en la memoria del pueblo francés que incluso hoy son identi­
entregadas a los «desfavorecidos por la fortuna»? ¿No ha­ ficadas de inm ediato por todo el mundo con la toma de la
bían servido como factor decisivo en la formulación de una Bastilla, la muerte de Robespierre y la subida al poder de Na­
constitución cuyo prin cip io básico era una descentraliza­ poleón Bonaparte-. No ha sido en nuestros días, sino a me­
ción radical, que ellos mismos iban a rechazar poco después diados del siglo xix, cuando el térm ino «revolución perma­
como despreciable, a fin de establecer en su lugar un gobier­ nente», o más propiamente révolution en permanence, fue
no revolucionario de comités, más centralizado que todo lo acuñada (por Proudhon) y, con ella, la noción de que nunca
que el Anden Régime se había atrevido a poner en práctica? han existido varias revoluciones, que sólo hay una revolu­
¿No se vieron comprometidos, y hasta lograron la victoria, ción, idéntica a sí misma y perpetua35.
en una guerra que nunca habían deseado y en la que nunca
creyeron poder vencer? ¿Qué otra cosa podía quedar en pie 35. C it. po r Theodor Schieder: «Das Problem der Revolution im 19.
al fina l sino el conocim iento que de algún modo poseían Jahnhundert», en Historische Zeitschrift, vol. 170,1950.
68 SOBRE LA REVOLUCIÓN 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCION 69

Si el nuevo contenido m etafórico de la palabra «revolu­ la historia en la filosofía de Hegel. La idea verdaderamente
ción» brotó directamente de las experiencias de quienes p ri­ revolucionaria de Hegel era que el antiguo absoluto de los fi­
mero hicieron y después se identificaron con la Revolución lósofos se manifestaba a sí mismo en la esfera de los asuntos
en Francia, debió representar un grado aún mayor de verosi­ humanos, esto es, precisamente en ese dom inio de las expe­
m ilitud para quienes observaban su desarrollo, como si fue­ riencias humanas que, de modo unánime, los filósofos habían
ra un espectáculo, desde el exterior. Lo que más llamaba la descartado como fuente o manantial de las normas absolutas.
atención en este espectáculo era que ninguno de sus actores La Revolución francesa representaba el modelo de esta nue­
podía controlar el curso de los acontecimientos, que dicho va revelación a través de un proceso histórico y la razón por la
curso tomó una dirección que tenía poco que ver, si tenía cual la filosofía alemana poskantiana ejerció una influencia
algo, con los objetivos y propósitos conscientes de los hom­ tan enorme sobre el pensamiento europeo del siglo xx espe­
bres, quienes, por el contrario, si querían sobrevivir, debían cialmente en aquellos países expuestos al desasosiego revolu­
someter su voluntad e intención a la fuerza anónima de la re­ cionario -Rusia, Alemania, Francia- no tuvo nada que ver
volución. Todo esto nos parece hoy un lugar común y proba­ con su pretendido idealismo, sino, por el contrario, con el
blemente nos resulte d ifícil comprender que de ello pudiera abandono de la esfera de la especulación pura y con el intento
derivarse algo que no fuera una trivia lid a d . No obstante, de form ular una filosofía que correspondiera y abarcase con­
debe bastarnos recordar la historia de la Revolución am eri­ ceptualmente las experiencias más recientes y reales del tiem ­
cana, donde ocurrió exactamente lo contrario, y la fuerza ex­ po. Sin embargo, se trataba de una comprensión teórica, en el
traordinaria con que caló en todos sus actores el sentimiento sentido antiguo y originario de la palabra «teoría»; la filosofía
de que el hombre es dueño de su destino, al menos por lo que de Hegel, aunque interesada por la acción y la esfera de los
se refiere al gobierno político, para darnos cuenta del impac­ asuntos humanos, era contemplativa. A l volver su mirada
to que debió suponer el espectáculo de la impotencia del atrás, el pensamiento convirtió en histórico todo lo que había
hombre para poner orden en sus propias acciones. La cono­ sido político -acciones, palabras, sucesos- y el resultado fue
cida decepción sufrida por la generación europea que vivió que el nuevo mundo que las revoluciones del siglo x v iii habían
los fatales sucesos, desde 1789 hasta la restauración de los alumbrado no recibió, como todavía reclamaba Tocqueville,
Borbones, se transformó casi inmediatamente en un sen­ una «nueva ciencia de la política»36, sino una filosofía de la
tim iento de temor y reverencia ante el poder de la propia historia (sin que nos interese ahora quizá la más trascendental
historia. Donde poco antes, es decir, en la época feliz de la transformación de la filosofía en filosofía de la historia).
Ilustración, sólo el poder despótico del monarca parecía in ­ Desde un punto de vista político, el sofisma sobre el que se
terponerse entre el hombre y su libertad de acción, se había alza esta filosofía nueva y típicamente moderna es relativa­
levantado súbitamente una fuerza mucho más poderosa, ca­ mente sencillo. Consiste en la descripción y comprensión del
paz de constreñir a su capricho a los hombres y frente a la reino total de la acción humana sin referirlo al actor y al
cual no había reposo, ni rebelión, ni escape: la fuerza de agente, sino desde el punto de vista del espectador que con-
la historia y la necesidad histórica.
Teóricamente, la consecuencia de mayor alcance de la Re­ 36. Véase la «Introducción del autor» a Democracy in Am erica: «Una
volución francesa fue el nacimiento del concepto moderno de nueva ciencia de la política es precisa para un nuevo mundo».
70 SOBRE LA REVOLUCION 71
1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCION

tem pla un espectáculo. Sin embargo, no es fácil descubrir el como algo que se despliega en el tiem po y que, por consi­
sofisma, debido a la parte de verdad que encierra; en efecto, guiente, no exigía una validez intem poral, tenía que ser, no
todas las historias iniciadas y realizadas por hombres descu­ obstante, válida para todos los hombres, sin consideración
bren su verdadero sentido únicamente cuando han llegado a del lugar en que habitan n i del país del que son ciudadanos.
su fin , de ta l m odo que puede pensarse que sólo al especta­ En otras palabras, la verdad no correspondía n i se refería a
dor, y no al agente, le cabe la esperanza de comprender lo que los ciudadanos, entre los cuales sólo podía existir una m u lti­
realmente o cu rrió en una cadena dada de hechos y aconteci­ tud de opiniones, n i tampoco a los nacionales, cuyo sentido
mientos. De este m odo, el espectador de la Revolución fran­ de la verdad estaba lim ita d o por su propia histo ria y expe­
cesa estaba en mejores condiciones que sus actores para en­ riencia nacional. La lib e rta d tenía que referirse al hombre
tender la Revolución como necesidad histórica o el carácter qua hom bre, el cual, como realidad tangible y mundana, no
«fatal» de la fig u ra de Napoleón Bonaparte37. Pero lo que existía en parte alguna. Por consiguiente, la historia, si que­
realmente im po rta es que todos aquellos que, a lo largo del ría llegar a ser un m edio para la revelación de la verdad, tenía
siglo x ix y hasta bien entrado el xx, siguieron las huellas de la que ser historia m undial y la verdad que en ella se manifesta­
Revolución francesa se consideraron no como simples suce­ se tenía que ser un «espíritu universal». Pero si bien el con­
sores de los hombres de esta Revolución, sino como agentes cepto de que la historia sólo podía alcanzar dignidad filosó­
de la historia y de la necesidad histórica, con el resultado evi­ fica en el supuesto de que abarcase a todo el m undo y al
dente y, sin embargo, paradójico, de que la necesidad susti­ destino de todos los hombres, la idea de la historia m undial
tuyó a la lib e rta d como categoría p rincipal del pensamiento es, en sí misma, de origen poh'tico; fue precedida por las Re­
p o lítico y revolucionario.
voluciones americana y francesa, las cuales pretendían haber
Pese a todo, es dudoso que sin la Revolución francesa la fi­ inaugurado una nueva era para toda la humanidad, por tra ­
losofía se hubiera aventurado nunca a interesarse por el rei­ tarse de acontecimientos que afectaban a todos los hombres
no de los asuntos humanos, esto es, a descubrir la verdad ab­ qua hombres, sin im po rta r dónde vivían, cuáles eran sus c ir­
soluta en un d o m in io que es gobernado p o r las relaciones cunstancias o cuál era su nacionalidad. La propia idea de la
interhum anas y que, p o r tanto, es relativo por definición. La h isto ria m undial nació del p rim e r ensayo de política m un­
verdad, aunque fue concebida «históricamente», es decir, dia l y, aunque el entusiasmo americano y francés por los
«derechos del hombre» se v io rápidam ente enfriado por el
37. G riew ank -e n su a rtíc u lo citado en la nota 2 4 - puso de relieve el pa­
pel del espectador en el n acim iento de un concepto de revolución: «Wo-
nacim iento del Estado nacional, el cual, aunque de corta
lle w ir dem Bew usstein des revo lu tio ná re n W andels in seiner Ents- vida, fue el único resultado perdurable de la revolución en
tehung nachgehen so fin d e n w ir es n ic h t so sehr b e i den H andelnden Europa, lo cierto es que, de una form a u otra, la política
selbst w ie bei ausserhalb der Bewegung stehenden Beobachtern zuerst m undial ha sido desde entonces un atributo de la política.
k la r erfasst». Probablem ente llegó a este descubrim iento bajo la in flu e n ­
Hay o tro aspecto de las teorías hegelianas derivado tam ­
cia de Hegel y M arx, aunque se lo aplica a los h istoriógrafos florentinos,
de m odo equivocado, a m i ju ic io , porque estas historias fueron escritas bién de las experiencias de la Revolución francesa, que tiene
p o r estadistas y p o lítico s flo re n tin o s. N i M aquiavelo n i G u iccia rd ini fue­ incluso mayor interés para nosotros, pues ejerció una influen­
ron espectadores en el sentido en que lo fueron Hegel y otros h istoriado­ cia más directa sobre los revolucionarios de los siglos x ix
res del siglo x ix .
y xx, todos los cuales, aunque no aprendiesen sus lecciones
72 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCION 73
SOBRE LA REVOLUCIÓN

de M arx (el discípulo más d istin g u id o de Hegel de todos fuerza de convicción, aún vigente, ha residido desde enton­
los tiempos) y nunca se molestasen en leer a Hegel, con­ ces menos en la evidencia teórica que en una experiencia
templaron la revolución con categorías hegelianas. El aspecto siempre renovada durante siglos de guerras y revoluciones.
a que me refiero atañe al carácter del m ovim iento histórico, El m oderno concepto de la h isto ria , que acentúa de m odo
que, según Hegel y sus discípulos, es a la vez dialéctico y ne­ singular la idea de la h isto ria como proceso, tiene orígenes
cesario: de la revolución y la contrarrevolución, desde el 14 diversos y, entre ellos, de m odo m uy especial, el tem prano
de ju lio al 18 Brum ario y la restauración de la m onarquía, na­ concepto m oderno de la naturaleza como proceso. M ientras
ció el m ovim iento y el contram ovim iento dialéctico de la los hombres tu vie ron como m odelo las ciencias naturales y
historia que arrastra a los hombres con su flu jo irresistible, concibieron este proceso como un m ovim iento fundam ental
como una poderosa corriente subterránea, a la que deben cíclico, rotatorio y eternamente recurrente -e incluso Vico si­
rendirse en el momento m ism o en que intentan establecer la guió considerando el m ovim iento h istó rico en estos té rm i­
libertad sobre la tierra. Éste es el significado de la famosa dia­ nos- era inevitable que la necesidad fuese algo inherente tan­
léctica de la libertad y la necesidad, proceso en el que ambos to al m ovim iento astronóm ico como al h istó rico . Todo
térm inos pueden coincidir, lo que constituye quizá una de las m ovim iento cíclico es un m ovim iento necesario por d e fin i­
paradojas más terribles y, desde el punto de vista hum ano, ción. Ahora bien, el hecho de que la necesidad, como carac­
menos soportable de todo el sistema del pensam iento m o­ terística inherente a la historia, sobreviviera a la ru p tu ra m o­
derno. Sin embargo, Hegel, quien en un p rin c ip io había con­ derna operada en el ciclo de recurrencias eternas e hiciese su
siderado 1789 como la fecha en que se había producido la re­ reaparición en un m ovim iento que era esencialmente re c tilí­
conciliación entre la tie rra y el cielo, todavía pudo haber neo y que, por tanto, no retrocedía a lo ya conocido sino que
concebido la palabra «revolución» en su contenido m etafóri­ tendía hacia un fu tu ro ignoto, ta l hecho, decim os, debe su
co original, como si en el curso de la Revolución francesa el existencia no a la especulación teórica, sino a la experiencia
m ovim iento irresistible y som etido a leyes de los cuerpos política y al curso de los acontecimientos históricos.
celestes hubiera descendido sobre la tie rra y los asuntos hu­ Fue la Revolución francesa, no la am ericana, la que pegó
manos, confiriéndoles una «necesidad» y regularidad que fuego al m undo y, en consecuencia, fue del curso de la Revo­
parecían estar más allá del «oscuro azar» (K ant), la nefasta lución francesa, no del de la americana, n i de los actos de los
«mezcla de violencia y vaciedad» (Goethe) que hasta enton­ Padres Fundadores, de donde el uso actual de la palabra «re­
ces habían sido, al parecer, los rasgos típicos de la historia y volución» recibió sus connotaciones y resonancias a través
del curso del mundo. De aquí que la idea paradójica según la de todo el m undo, sin excluir a los Estados Unidos. La colo­
cual la libertad es fru to de la necesidad, de acuerdo con nues­ nización de Am érica del N orte y el gobierno republicano de
tra interpretación de Hegel, no era más paradójica que la re­ los Estados Unidos constituye quizá mayor y, desde luego, la
conciliación del cielo y la tierra. Por lo demás, nada había de más audaz de las empresas llevadas a cabo por los europeos;
gracioso en la teoría hegeliana n i ningún rasgo de hum or apenas poco más de un siglo de la h isto ria de este país puede
in ú til en su dialéctica de la libertad y la necesidad. Por el con­ cargarse a su exclusiva cuenta, durante su período de aisla­
tra rio , aun entonces debieron atraer fuertem ente a quienes miento, espléndido o no, del continente madre. Desde fin a ­
todavía estaban bajo el im pacto de la realidad p olítica: su les del siglo pasado, ha estado som etido a la trip le embestida
74 75
SOBRELA REVOLUCIÓN 1. ELSIGNIFICADO DELA REVOLUCIÓN

de la urbanización, la industrialización y, quizá la más im ­ hombres, arrastrados de buen o m al grado p o r el vendaval


portante de todas, de la inm igración en masa. Desde enton­ revolucionario hacia un fu tu ro incierto, han ocupado el lu ­
ces, teorías y conceptos, no siempre acompañados por des­ gar de orgullosos arquitectos que pretendiesen construir sus
gracia de experiencias correspondientes, han emigrado una nuevas moradas proyectándolas sobre la sabiduría acumula­
vez más desde el viejo al nuevo mundo, y la palabra «revolu­ da de todas las épocas pasadas, según era entendida por
ción», con sus respectivas asociaciones de ideas, no es una ellos; con estos requisitos vino la confianza tranquilizadora
excepción a esta regla. Resulta extraño ver cómo la opinión de que un novus ordo saeclorum podía levantarse sobre las
ilustrada americana de este siglo, incluso en mayor medida ideas, de acuerdo con un esquema conceptual del que daba
que la europea, frecuentemente tiende a interpretar la Revo­ fe su antigüedad. El pensamiento sería el m ism o, sólo la
lución americana a la luz de la francesa y a critica rla por no práctica, su aplicación, serían nuevas. La época, según pala­
haber asim ilado las lecciones que se desprendían de ésta. Lo bras de W ashington, era «propicia», porque había «dejado
triste del caso es que la Revolución francesa, que term inó en abierto para su aprovechamiento los tesoros de conocim ien­
el desastre, ha hecho la h isto ria del m undo, en tanto que la to acumulados por los trabajos de filósofos, sabios y legisla­
Revolución americana a la que sonrió la victoria, no ha pasa­ dores a lo largo de muchos años»; contando con su ayuda, los
do de ser un suceso que apenas rebasa el interés local. hombres de la Revolución americana sintieron que había lle­
Cada vez que hizo su entrada en la escena de la política gado el momento de la acción, una vez que las circunstancias
una de las revoluciones del siglo xx, fue vista a través de im á­ y la política inglesas no les dejaban más alternativa que cons­
genes tomadas de la Revolución francesa, comprendida me­ tru ir un cuerpo político completamente nuevo. Y puesto que
diante conceptos acuñados por sus espectadores y entendida se les había dado la oportunidad de obrar, ya no podía cul­
como una necesidad histórica. Ha b rilla d o p o r su ausencia parse más a las circunstancias y a la historia: si los ciudadanos
de las mentes de quienes hicieron las revoluciones y de quie­ de los Estados Unidos «no iban a ser completamente libres y
nes las contem plaban y trataban de llegar a un arreglo con felices, la falta sería exclusivamente suya»39. Nunca se les hu­
ellas, la profunda preocupación por las formas de gobierno biera ocu rrid o que, sólo unas décadas más tarde, el observa­
tan característica de la Revolución americana e incluso pre­ dor más agudo y sesudo de lo que ellos habían hecho diría:
sente en las prim eras etapas de la Revolución francesa. Fue­
ron los hombres de la Revolución francesa quienes, in tim i­ Por más que vuelvo mis ojos al pasado hasta la antigüedad más
dados p o r el espectáculo de la m u ltitu d , exclamaron con remota, no hallo nada comparable a lo que ha ocurrido ante mis
Robespierre: «La République? La monarchic? Je ne connais ojos; en cuanto el pasado ha cesado de arrojar su luz sobre el fu­
que la question sociale»; y con ello, con las instituciones y turo, el espíritu del hombre vaga en la oscuridad40.
constituciones que son «el alma de la República» (Saint-
El encanto m ágico que la necesidad histórica ha vertido
Just), perdieron la propia revolución38. Desde entonces, los
sobre los espíritus de los hombres desde el comienzo del si-

38. Para la a c titu d de S aint-Just e incidentalm ente de Robespierre frente 39. C it. p o r Edw ard S. C o rw in : «The ‘H igh er Law1Background o f Am e­
a estos asuntos, véase A lb e rt O lliv ie r: Saint-Just et la force des dioses, Pa- ric a n C o n stitu cio n a l Law», en H arvard Law Review, vol. 42,1928.
rio TOCA

40. Tocqueville, ob cit., vol. II, Libro IV, cap. 8.


76 SOBRE LA REVOLUCION 1. EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCION 77

glo x ix se hizo más poderoso con la Revolución de Octubre, los enragés- que real u «objetivamente» trabajan al unísono
que ha tenido para nuestro siglo el m ism o significado p ro ­ para m ina r el gobierno revolucionario, y que la revolución
fundo de operar, prim ero, la cristalización de las esperanzas era «salvada» por el hom bre de centro, quien, lejos de ser
del hom bre, para después colm ar su desesperación, que la más moderado, liquidaba a la izquierda y a la derecha, como
Revolución francesa tuvo para sus contemporáneos. La ú n i­ Robespierre había liquidado a D anton y a H ébert. Fue la his­
ca diferencia es que en esta ocasión no hubo experiencias toria, no la acción, lo que los hombres de la Revolución rusa
inesperadas que preparasen la tarea, sino el m odelam iento habían aprendido de la Revolución francesa, siendo este co­
consciente de la acción sobre las experiencias legadas p o r nocim iento casi su único bagaje. Habían adquirido la h a b ili­
una época y un acontecim iento del pasado. Por supuesto, dad de in te rp re ta r cualquier papel que el gran dram a de la
sólo gracias al arma de dos filos de la com pulsión ideológica historia pudiera asignarles, y si no hubo o tro papel d isponi­
y del terror, la prim era constituyendo a los hombres desde ble que el de villa n o , ellos p re firie ro n aceptarlo antes que de­
dentro, y éste desde fuera, se puede explicar adecuadamente ja r de tom ar parte en la función.
la docilidad con que los revolucionarios de todos los países Hay una grandiosa rid icu le z en el espectáculo de estos
que cayeron bajo la influencia de la Revolución bolchevique hombres -que habían osado desafiar a todos los poderes
han aceptado su propia muerte; pero en este punto la lección existentes y retar a todas las autoridades de la tie rra y cuyo
que suponemos aprendida de la Revolución francesa, ha lle ­ valor estaba fuera de toda duda- capaces de someterse de la
gado a ser parte integrante de la com pulsión autoim puesta noche a la mañana, con toda hum ildad y sin un g rito de pro ­
del pensamiento ideológico actual. La d ific u lta d ha sido testa, a la llam ada de la necesidad histórica, por absurda e in ­
siempre la misma: quienes iban a la escuela de la revolución congruente que les pareciese la form a de m anifestarse esta
aprendían y sabían de antemano el curso que debe tom ar necesidad. No fueron engañados porque las palabras de
una revolución. Im itaban el curso de los acontecimientos, no Danton y Vergniaud, de Robespierre y Saint-Just y de todos
a los hombres de la Revolución. Si hubieran tom ado como los demás, resonasen aún en sus oídos; fueron engañados
modelo a los hombres de la Revolución habrían afirm ado su por la h isto ria y, en este sentido, han llegado a ser los bufones
inocencia hasta quedarse sin aliento41. Pero no podían hacer de la historia.
esto, porque sabían que una revolución debe devorar a sus
propios hijos, del m ism o m odo que sabían que una revolu­
ción era sólo un eslabón en una cadena de revoluciones, o
que al enemigo declarado debía seguir el enemigo oculto
bajo la máscara de los «sospechosos», o que una revolución
debía escindirse en dos facciones extremas -lo s indulgents y

41. Esta a ctitud contrasta notablem ente con la conducta de los re vo lu ­


cionarios en 1848. Jules M ichelet escribe «On s’id e n tifia it á ces lúgubres
om bres. L’un était M irabeau, V ergniaud, D anton, un autre R obespie­
rre». En H istoire de la révolu tio nfran fa ise, 1868, vo l. I, p. 5.
2. LA CUESTION SOCIAL
79

m iento consumado que subyace a toda la historia humana. La


2. La c u e s tió n social necesidad del proceso histórico, concebida originariam ente
a imagen del m ovim iento rotatorio, necesario y sometido a
las leyes de los cuerpos celestes encontró su equivalente en la
necesidad recurrente a la que está sometida toda la vida hu­
Les malheureux sont la puissance de la terre.
mana. Una vez que esto había ocurrido - y o currió tan pronto
Sa in t -J ust como los pobres, impulsados por sus necesidades materiales,
irrum pieron en la escena de la Revolución francesa- la metá­
fora astronóm ica, tan apropiada a la idea de cambio sempi­
terno, a los vaivenes del destino humano, perdió su p rim itivo
significado y se llenó del sim bolism o biológico que alimenta
e im pregna las teorías organicistas y sociológicas de la histo­
ria todas las cuales tienen en común concebir la m ultitud -la
pluralidad real de una nación, pueblo o sociedad- a imagen y
1 semejanza de un cuerpo sobrenatural, d irig id o por una «vo­
luntad generalizada» sobrenatural e irresistible.
Los revolucionarios profesionales de los prim eros años del si­ La realidad que corresponde a este sim bolism o moderno
glo xx pueden haber sido los bufones de la historia, aunque es lo que, desde el siglo xvm , hemos convenido en llam ar la
personalmente no lo fueran. En cuanto categoría del pensa­ cuestión social, es decir, lo que, de modo más llano y exacto,
m iento revolucionario, la idea de la necesidad histórica tenía podríam os llam ar el hecho de la pobreza. La pobreza es algo
mayor peso que el simple espectáculo de la Revolución fran­ más que carencia; es un estado de constante indigencia y m i­
cesa e incluso más que el de la rememoración cuidadosa de seria extrema cuya ignom inia consiste en su poder deshuma­
sus acontecim ientos después que éstos habían sido ordena­ nizante; la pobreza es abyecta debido a que coloca a los hom ­
dos en conceptos. Tras las apariencias existía una realidad y bres bajo el imper-io absoluto de sus cuerpos, esto es, bajo el
esta realidad era biológica y no histórica, si bien aparecía dictado absoluto de la necesidad, según la conocen todos los
ahora, quizá p o r prim era vez, ilum inada por la historia. La hombres a través de sus experiencias más íntim as y al m ar­
necesidad más im periosa que se nos hace patente en la intros­ gen de toda especulación. Bajo el im perio de esta necesidad,
pección es el proceso v ita l que anima nuestros cuerpos y los la m u ltitu d se lanzó en apoyo de la Revolución francesa, la
m antiene en un estado constante de cambio cuyos m ovi­ inspiró, la llevó adelante y, llegado el día, firrp ó su sentencia
m ientos son automáticos, independientes de nuestra propia de muerte, debido a que se trataba de la m u ltitu d de los po­
actividad e irresistibles, es decir, de una urgencia perentoria. bres. Cuando éstos se presentaron en la escena de la política,
Cuanto menos hagamos de nuestra parte, cuanto más ina cti­ la necesidad se presentó con ellos y el resultado fue que el po­
vos nos mantengamos, este proceso v ita l se afirm ará de der del antiguo régimen perdió su fuerza y la nueva república
modo más enérgico, se nos im pondrá en toda su necesidad y nació sin vida; hubo que sacrificar la übertad y la necesidad a
nos intim id a rá con el automatismo fatal propio del aconteci- las urgencias del propio proceso vita l. Cuando Robespierre

t 78
80 SOBRE LA REVOLUCION 2. LA CUESTIÓN SOCIAL 81

declaró que «todo lo que es necesario para conservar la vida La transform ación de los Derechos del Hom bre en dere­
debe de ser común y sólo el excedente puede reconocerse chos de los sans-culottes fue el m om ento crític o no sólo de
com o propiedad privada», no se lim ita b a únicam ente a in ­ la Revolución francesa, sino de todas las revoluciones que
v e rtir la teoría política anterior a los tiem pos m odernos, se­ iban a seguirla. Esto se debe, en no escasa m edida, al hecho
gún la cual era precisamente el excedente de trabajo y de bie­ de que Carlos M arx, el teórico más im portante de todas las
nes acumulados p o r el ciudadano el que debía ser repartido revoluciones, se interesó mucho más p o r la h isto ria que por
y atribuido al comúry en ú ltim o térm ino, sometía de nuevo, la política y, en consecuencia, desdeñó casi por com pleto las
según sus propias palabras, el gobierno revolucionario a «la intenciones que en p rin c ip io anim an al hom bre de las revo­
más sagrada de todas las leyes, el bienestar del pueblo, al más luciones, la fundación de la libertad, y concentró casi exclu­
irrefragable de todos los títulos la necesidad»1. En otras pala­ sivamente su atención en el curso aparentemente objetivo de
bras, había abandonado su propio «despotismo de la lib e r­ los acontecimientos revolucionarios. En otras palabras, hubo
tad», su dictadura en nom bre de los fundam entos de la l i ­ de tra n scu rrir casi m edio siglo para que la transform ación de
bertad, a los «derechos de los sans-culottes», los cuales eran los Derechos del H om bre en derechos de los sans-culottes, la
«vestido, alimentación y reproducción de la especie»1 2. Fue la abdicación de la lib e rta d ante el im perio de la necesidad, ha­
necesidad, las necesidades perentorias del pueblo, la que des­ llase su teórico. Cuando esta empresa fue realizada por obra
encadenó el terror y la que llevó a su tum ba a la Revolución. de Carlos M arx, la h isto ria de las revoluciones modernas pa­
Robespierre sabía m uy bien lo que había ocurrido, si bien ex­ recía haber alcanzado un punto del que no podía darse m ar­
presó la idea (en su ú ltim o discurso) en form a de profecía: cha atrás; como quiera que de la R evolución am ericana no
«Estamos llamados a sucum bir porque en la h isto ria de la había surgido nada que fuese n i siquiera comparable en ca li­
humanidad no ha sonado aún la hora de fundar la libertad». dad intelectual, las revoluciones se situaron bajo la esfera de
No fue la conspiración de reyes y tiranos, sino la conspira­ influencia de la Revolución francesa, en general y de la cues­
ción, mucho más poderosa, de la necesidad y la pobreza la tió n social, en particular. (Hasta el p ropio Tocqueville estaba
que distrajo los esfuerzos de los revolucionarios y evitó que interesado principalm ente por el estudio de las consecuen­
sonase «la hora histórica». M ientras tanto, la Revolución ha­ cias que esa larga e inevitable revolución, de la que los acon­
bía cambiado de dirección; ya no apuntaba a la lib e rta d ; su tecim ientos de 1789 constituían sólo su prim era etapa, había
objetivo se había transform ado en la felicidad del pueblo3. tenido en Am érica. Apenas si m ostró interés - y esto es cu rio ­
so- por la propia Revolución americana n i p o r las teorías de
los fúndadores.) Es innegable el enorme im pacto que sobre el
1. Oeuvres, ed. Laponneraye, 1840, vo l. III , p. 514.
2. Boisset, un amigo de R obespierre, propuso una «D eclaración de los curso de la revolución han tenido los esquemas y conceptos
derechos de los sans-culottes». Véase J. M . Thom pson: Robespierre, O x­ de M arx, y aunque puede resultar tentador, frente al escolas­
fo rd , 1939, p. 365. ticism o absurdo del m arxism o del siglo xx, a trib u ir esta in ­
3. Le but de la Révolution est le bonheur du peuple, com o p ro cla m ó en fluencia a los elementos ideológicos presentes en la obra de
noviem bre de 1793 el m anifiesto de sansculotism o. Véase el docum ento
M arx, quizá sea más exacto defender la tesis opuesta y a tri­
n.° 52 de los publicados en D ie Sanskulotten von Paris. D okum ente z u r
Geschichte der Volksbewegung 1793-1794, ed. p o r W alter M a rko v y A l­ b u ir la influencia perniciosa del m arxism o a los abundantes,
b e rt Soboul, Berlín (Este), 1957. auténticos y originales descubrim ientos llevados a cabo por
82 83
SOBRE LA REVOLUCIÓN 2. LA CUESTIÓN SOCIAL

M arx. Sea como sea, no cabe duda de que el joven M arx llegó nomía que dependía del poder político, cuya destrucción era
a estar convencido de ^ue la razón por la cual la Revolución posible m ediante la organización poh'tica y medios revolu­
francesa había fracasado en fundar la libertad no había sido cionarios. A l reducir las relaciones de propiedad a las anti­
otra cosa que su fracaso en resolver la cuestión social. Llegó guas relaciones que la violencia, y no la necesidad, establecen
así a la conclusión de que libertad y pobreza eran incom pati­ entre los hombres, M arx apelaba a un espíritu de rebeldía
bles. Su contribución más explosiva, y sin duda la más o rig i­ que sólo responde a la violencia, sin que sea afectado por la
nal, a la causa de la revolución consistió en interpretar las ne­ necesidad. Si M arx hizo algo por la liberación de los pobres,
cesidades apremiantes de las masas pobres en térm inos ello no se debió a que les dijese que constituían la personifi­
políticos, como una insurrección no sólo en busca de pan o cación viva de una necesidad histórica o de o tro tip o , sino a
trigo, sino tam bién en busca de libertad. La lección que sacó que les persuadió de que la pobreza es en sí un fenómeno po­
de la Revolución francesa fue que la pobreza también puede lític o , no natural, resultado no de la escasez, sino de la vio ­
co n stitu ir una fuerza poh'tica de prim er orden. Los elemen­ lencia y la usurpación. Si la m iseria -que por definición no
tos ideológicos contenidos en sus enseñanzas, su creencia en puede p ro d u cir nunca «hombres libres de espíritu», ya que
el socialismo «científico», en la necesidad histórica, en las su­ , es un estado de necesidad- se caracterizaba por engendrar
perestructuras, en el «materialismo», etc., sólo son secunda­ revoluciones, n a por im pedirlas, era necesario tra d u cir las
rios y m arginales en comparación; compartía tales creencias condiciones económicas a factores poh'ticos y explicarlas en
con todos los hombres de su tiem po y aún las hallamos pre­
térm inos políticos.
sentes no sólo en las diversas clases de socialismo y comunis­ El m odelo de explicación m arxista fue la antigua in s titu ­
mo, sino en la totalidad de las ciencias sociales. ción de la esclavitud, en la cual era evidente que una «clase
La transform ación de la cuestión social en fuerza poh'tica, gobernante», como M arx la iba a llam ar, se había apoderado
llevada a cabo p o r M arx, está contenida en el térm ino «ex­ de los instrum entos con que forzar a una clase sometida a so­
plotación», es decir, en la idea de que la pobreza es el resulta­ portar, en beneficio de aquella, las penalidades y las cargas de
do de la explotación operada por una «clase gobernante» la vida. La esperanza de M arx, expresada con el térm ino he-
que posee los instrum entos de la violencia. El valor que tie ­ geliano de «conciencia de clase», encontró su fundamento en
ne esta hipótesis para las ciencias históricas es ciertamente el hecho de que los tiempos modernos habían emancipado a
escaso; se insp ira en una economía de esclavos, en la que una esta clase subyugada hasta el punto de ponerla en condicio­
«clase» de señores dom ina sobre un sustrato de trabajadores, nes de recuperar su capacidad de acción, acción que, al m is­
pero sólo es válida aplicada a las prim eras etapas del capita­ mo tiem po, sería irresistible, debido a que la emancipación
lism o, cuando la pobreza a una escala sin precedentes fue re­ de la clase trabajadora había supuesto para ésta un estado de
sultado de la expropiación p o r la fuerza. Es casi seguro que necesidad completo. La liberación de los trabajadores duran­
no hubiera sobrevivido a un siglo de investigación histórica te las etapas iniciales de la Revolución Industrial fue, en bue­
a no ser por su carga revolucionaria más que científica. M arx na m edida, contradictoria; les había liberado de sus amos
in tro d u jo un elemento p o lítico en la nueva ciencia de la eco­ sólo para ponerlos bajo un yugo más pesado, sus necesidades
nom ía con fines revolucionarios, con lo que co n virtió a ésta y urgencias cotidianas; en otras palabras, la fuerza con que la
en lo que pretendía ser: economía poh'tica, es decir, una eco- necesidad conduce y compele a los hombres, la cual es más
84 SOBRE LA REVOLUCIÓN 2. LA CUESTIÓN SOCIAL 85

constrictiva que la violencia. M arx, cuya perspectiva general No obstante, sería injusto a trib u ir esta conocida diferen­
y no siempre explícita, se enraizaba firm em ente en las teorías cia entre los prim eros y los posteriores escritos de M a rx a
e instituciones de la Antigüedad, sabía m uy bien esto, lo que causas psicológicas o biográficas y pensar que se produjo en
quizá constituye la razón más poderosa por la cual se m ostró él un verdadero cambio de espíritu. Era ya un anciano cuan­
tan ansioso de com partir la creencia hegeliana en un proce­ do, en 1871, se sentía todavía suficientemente revolucionario
so dialéctico en el que la libertad surge directamente de la ne­ como para saludar con todo entusiasmo la Comuna de París,
cesidad. aun cuando dicha insurrección estaba en abierta oposición
El puesto de M arx en la historia de la libertad humana será con todas sus teorías y predicciones. Es mucho más probable
siempre equívoco. Es cierto que en sus prim eras obras habló que sus in fo rtu n io s proviniesen de causas teóricas. Después
de la cuestión social en térm inos políticos e interpretó el he­ de haber denunciado las condiciones sociales y económicas
cho de la pobreza mediante las categorías de la opresión y la en térm inos políticos, no tardó en com prender que sus cate­
explotación; sin embargo, fue tam bién el propio M arx quien, gorías eran reversibles y que teóricam ente era tan posible in ­
en la m ayor parte de sus escritos posteriores al M a n ifie sto terpretar la p o lítica en térm inos económ icos com o a la in ­
Comunista, definió de nuevo el auténtico im pulso revolucio­ versa. (Esta reversibilidad de los conceptos es propia de
nario de su juventud en térm inos económicos. Si bien es todas las categorías de pensam iento estrictam ente hegelia-
cierto que, en un p rin cip io , había visto como obra humana nas.) Una vez establecida una relación real entre violencia y
la violencia y opresión del hom bre p o r el hom bre donde necesidad, no había razón para que no concibiese la vio le n ­
otros creyeron atisbar algún tip o de necesidad inherente a la cia en térm inos de necesidad y pensase que la opresión era
condición humana, posteriorm ente v io en acecho, tras toda resultado de factores económicos, incluso a pesar de que o ri­
usurpación, violencia o transgresión, las leyes de acero de la ginariamente esta relación había sido descubierta siguiendo
necesidad histórica. Una vez que M arx, separándose en esto el camino inverso, es decir, desenmascarando la necesidad
de sus predecesores m odernos pero de form a s im ila r a sus como una violencia operada por el hom bre. Tal inte rpre ta ­
maestros de la Antigüedad, id e n tific ó la necesidad con las ción debe haber atraído enorm em ente el sentido teorético
urgencias perentorias del proceso v ita l, hubo de te rm in a r de M arx, ya que la reducción de la violencia a la necesidad
por suscribir con mayor firm eza que cualquier o tro la doc­ tiene la innegable ventaja teórica de ser mucho más elegante,
trin a m oderna más perniciosa de todas desde el punto de y sim plifica las cosas hasta el punto de hacer innecesaria una
vista político, es decir, la idea de que la vida constituye el bien verdadera d istin ció n entre ambos conceptos. En efecto, la
Í más alto y que el proceso v ita l de la sociedad constituye la violencia puede ser concebida fácilm ente como fu n ción o fe­
trama de la actividad humana. De esta form a, el objetivo de nómeno de superficie de una necesidad subyacente y funda­
la revolución cesó de ser la liberación de los hombres de sus mental, en tanto que la necesidad, que invariablem ente lle ­
semejantes, y mucho menos la fundación de la libertad, para vamos con nosotros por el m ism o hecho de la existencia de
convertirse en la liberación del proceso v ita l de la sociedad nuestros cuerpos y de sus necesidades, nunca puede ser re­
de las cadenas de la escasez, a fin de que pudiera crecer en ducida sin más a la violencia y la usurpación n i ser absorbida
una corriente de abundancia. El objetivo de la revolución era completamente por éstas. Lo que im pulsó a M arx a in v e rtir
ahora la abundancia, no la libertad. sus propias categorías fue su m ism o espíritu cien tífico y su
86 2. LA CUESTION SOCIAL
87
SOBRE LA REVOLUCION

am bición por elevar su «ciencia» al rango de ciencia natural, trunientos técnicos; en efecto, la tecnología, a diferencia de
cuya p rin cip a l categoría todavía entonces estaba constituida la socialización, es neutral desde el punto de vista político;
p o r la necesidad. Desde una perspectiva política, este proce­ no prescribe n i excluye una form a determinada de gobierno.
so condujo a M arx a una verdadera capitulación de la lib e r-31 I En otras palabras, la liberación del azote de la pobreza iba a
tad en brazos de la necesidad. Se lim itó a hacer lo que su lograrse m ediante la electrificación, instalándose la libertad
m aestro en revoluciones, Robespierre, había hecho antes gracias a una nueva form a de gobierno, los soviets. Fue uno
que él y lo que su gran discípulo, Lenin, haría más tarde en el de los casos, no infrecuentes, en que las dotes de Lenin como
curso de la más trascendental de todas las revoluciones ins- 9 estadista prevalecieron sobre su form ación m arxista y sus
piradas en sus enseñanzas. convicciones ideológicas.
Es ya un hábito considerar todas estas capitulaciones y, es­ No p o r mucho tiem po, naturalm ente. Él mismo echó por
pecialmente, la ú ltim a debida a Lenin, como desenlaces ine­ tie rra las posibilidades existentes para un desarrollo econó­
vitables, principalm ente a causa de que nos resulta d ifíc il m ico racional, no ideológico, de su país, ju n to con las opor­
juzgar a cualquiera de estos hombres, y sobre todo a Lenin, tunidades que para la libertad ofrecían las nuevas institu cio ­
en sí mism os y no como meros precursores. (Quizá valga la nes, cuando decidió que sólo el p a rtid o bolchevique podía
pena señalar que Lenin, a diferencia de H itle r y Stalin, no ha ser la fuerza que impulsase la electrificación y los soviets; de
encontrado todavía su biógrafo definitivo, pese a que no fue esta form a, Lenin echó las bases de lo que iba a o c u rrir unos
simplemente un hom bre «superior», sino un hombre incom ­ años después, cuando el p a rtido y el aparato de éste llegaron
parablemente sencillo; a ello se debe quizá que su papel en la a ser literalm ente om nipotentes. Sin embargo, es probable
h isto ria de este siglo es tanto más equívoco y d ifíc il de com­ que Lenin abandonase su prim era posición más por razones
prender.) Sin embargo, Lenin, a pesar de su m arxism o dog­ económicas que políticas, menos en consideración al poder
m ático, quizá hubiera sido capaz de evitar esta capitulación; del p artido que con vistas a la electrificación. Estaba conven­
después de todo, se trataba del mism o hombre que una vez, cido de que personas incompetentes en un país atrasado se­
al pedírsele que resumiese en una frase la esencia y los objeti­ rían incapaces de vencer la pobreza en un régimen de lib e r­
vos de la Revolución de Octubre respondió con la siguiente y tad política, incapaces, en todo caso, de derrotar la pobreza
curiosa fórm ula, ya olvidada: «Electrificación más soviets». y fundar, al m ism o tiem po, la libertad. Lenin fue el últim o
La respuesta es notable, en p rim e r lugar, po r lo que omite: el heredero de la Revolución francesa; no contaba con ningún
papel del partido, de una parte, y la construcción del socia­ concepto teórico de la libertad, pero al tener que habérselas
lism o, de otra. En su lugar, encontramos una separación que con ella en el terreno de los hechos com prendió lo que estaba
nada tiene de m arxista entre economía y política, una dife­ en juego, y cuando sacrificó las nuevas instituciones de la l i ­
renciación entre la electrificación, como solución a la cues­ bertad, los soviets, al p artido que pensaba que liberaría a los
tió n social rusa, y el sistema de los soviets, como cuerpo po­ pobres, sus im pulsos y su línea de razonam iento encajaban
lític o surgido de la revolución al margen de todos los aún en el trágico cuadro de fracasos legado por la tradición
partidos. Lo que parece aún más sorprendente en un m ar­ revolucionaria francesa.
xista es sugerir que el problem a de la pobreza no se resuelve a
través de la socialización y el socialismo, sino mediante ins-
88 SOBRE LA REVOLUCION
2. LA CUESTIÓN SOCIAL 89

2 torrentes antes que la lib e rta d eche raices en el viejo m un­


do»5. Pero su razón p rin cip a l era mucho más concreta. Con­
La idea de que la pobreza serviría para que los hombres ro m ­ sistía en que (como Jefferson escribió dos años antes del es­
piesen los grilletes de la opresión, debido a que los pobres tallido de la Revolución francesa), «de veinte m illones de
nada tienen que perder«salvo sus cadenas, nos ha llegado a personas [...] diecinueve son más miserables, más desventu­
ser tan fam iliar a través de las enseñanzas de M arx que te n -\ radas durante toda su vida que el in d iv id u o más m iserable
demos a olvidar que era desconocida con ante rio rida d a la de todos los Estados Unidos». (En el m ism o orden de ideas,
Revolución francesa. Es cierto que constituía un p re ju icio Franklin, antes que él, había tenido ocasión de recordar,
corriente, caro a los corazones de quienes amaban la lib e r­ mientras se encontraba en París, «la fe licidad de Nueva In ­
tad, entre los hombres del siglo xvm que «Europa, durante glaterra, donde todo hom bre es propietario, goza de voto en
los últim os doce siglos, nos m uestra [...] un esfuerzo cons­ los asuntos públicos, vive en una casa lim p ia y confortable y
tante, realizado p o r el pueblo, a fin de liberarse de la opre­ tiene abundante com ida y com bustible...») Jefferson tam po­
sión de sus gobernantes»4. Pero estos hombres no entendían co esperaba mucho del resto de la sociedad, de aquellos que
por pueblo a los pobres, y la teoría y la práctica del siglo xvm viven en la abundancia y el lu jo ; pensaba que su conducta se
estaba m uy lejos del prejuicio del siglo xix, según el cual to ­ regía por «modales» cuya adopción representaría «un paso
das las revoluciones tienen un origen social. Es un hecho que hacia la m iseria más completa»6 en todas partes. N i p o r un
cuando los hombres que hicieron la Revolución americana momento se le o c u rrió que un pueblo tan «oprim ido p o r la
fueron a Francia y tuvieron ocasión de ver de cerca las con­ miseria» -la doble m iseria de la pobreza y la c o rru p c ió n -
diciones sociales del continente, tanto las de los pobres como fuese capaz de log ra r lo que había conseguido Am érica. Por
las de los ricos, dejaron de creer en la a firm ación de Wa­ el contrario, a d v irtió que éste «no era en absoluto el pueblo
shington según la cual «la Revolución americana [...] parece libre de espíritu que im aginam os en Am érica» y John Adams
haber abierto los ojos de casi todas las naciones europeas y estaba convencido de que un gobierno republicano lib re «era
un espíritu de lib e rta d en la igualdad está ganando rápida­ tan antinatural, irracio n al e im practicable como sería el que
mente terreno por doquier». A lguno de ellos, incluso años intentase establecerse, en la real casa de fieras de Versalles,
antes, había advertido a los oficiales franceses que habían lu ­ con elefantes, tigres, panteras, lobos y osos»7. Cuando los
chado ju n to a ellos durante la guerra de la independencia a acontecimientos le dieron la razón un cuarto de siglo des­
fin de que no «fúnden falsas esperanzas p o r nuestros triu n ­ pués, y Jefferson se refería «a la canalla de las ciudades euro­
fos en este país virgen. Os llevaréis con vosotros nuestros peas», en cuyas manos toda porción de lib e rta d «se corrom -
modos de ser, pero si tratáis de trasplantarlos sobre un país
corrom pido durante siglos, encontraréis obstáculos aún más 5. Ambas citas proceden de L o rd A cton: Lectures on the French R evolu­
form idables que los nuestros. Hemos ganado nuestra lib e r­ tion (1910), ed. «N oonday paperback», 1959.
tad con sangre; vosotros tendréis que verter la vuestra a 6. En una carta escrita desde París el 18 de agosto de 1785 y d irig id a a la
señora T rist.
7. Jefferson en una carta escrita desde París el 13 de agosto de 1786 y d i­
4. James M onroe en J. E llio t: Debates in the Several State Conventions on rigida al señor W ythe; John Adam s en una carta a Jefferson de 13 de ju b o
the Adoption o f the Federal C onstitution..., vo l. I l l , 1861.
de 1813.
90 2. LA CUESTIÓN SOCIAL 91
SOBRELA REVOLUCIÓN

pía de inm ediato y se dedicaba a la dem olición y destrucción B u rn ab y)- no se vieron constreñidos por la indigencia, de
de todo, lo público y lo privado»8, pensaba a la vez en ricos y tal m odo que la revolución no fue arrollada por ellos. El pro­
en pobres, en la corrupción y en la miseria. blema que planteaban no era social, sino político, y se refería
No sería justo considerar natural el éxito de la Revolución a la form a de gobierno, no a la ordenación de la sociedad. El
americana y enjuiciar severamente el fracaso de los hombres problem a consistía en que «las penalidades sin cuento» y la
de la Revolución francesa. El éxito no se debió simplemente a falta de tiem po de la mayor parte de la población suponía ne­
la sabiduría de los fundadores de la república, aunque, por cesariamente su exclusión autom ática de una participación
supuesto, fueron hombres de gran sabiduría. No debe o lv i­ activa en el gobierno, aunque no ciertamente de la represen­
darse que la Revolución americana, aunque triu n fó , no acer­ tación po lítica y de la elección de sus representantes. Ahora
tó a establecer el novns ordo saeculorum que, aunque estable­ bien, la representación no es más que un reflejo del instintc
ció «de hecho» la C onstitución, dándole «una existencia de «conservación» o del interés egoísta, necesaria para pro­
real [...] en una form a visible», sin embargo, no llegó a ser teger las vidas de los trabajadores y defenderlos de las in tru ­
«con respecto a la libertad, lo que la gramática es con respec­ siones del gobierno; tales garantías, esencialmente negativas:
to al lenguaje»9. É xito y fracaso se explican porque no existía no suponen en modo alguno, la apertura del mundo politice
en la escena americana -a diferencia de lo que ocurría en los a la m ayoría n i pueden tampoco excitar en los hombres esa
restantes países del m undo- la pobreza. Se trata de una a fir­ «pasión por lá distinción» -e l «deseo no sólo de ser igual c
m ación absoluta que requiere una doble explicación. parecerse, sino de superación»- que, según John Adams:
En realidad, más que pobreza lo que no existía en la escena «será siempre, ju n to al instin to de conservación, el gran re­
americana era la m iseria y la indigencia; en efecto, todavía sorte de las acciones humanas»11. De aquí que el malestai
tenía una gran resonancia en la escena americana «la contro­ que siente el pobre, una vez que ve asegurada su propia con­
versia entre ricos y pobres, entre industriosos y perezosos, servación, consiste en v iv ir una vida sin sentido y en perma­
entre cultos e ignorantes», controversia que preocupó al es­ necer fuera de la luz que irra d ia de la esfera pública, donde
p íritu de los fundadores, quienes, pese a la prosperidad de su puede descollar la excelencia; permanece a oscuras donde
país, estaban convencidos de que estas distinciones -«tan quiera que vaya. Ya lo d ijo John Adams:
antiguas como la creación y tan universales como el orbe»-
eran eternas10*. Sin embargo, debido al hecho de que los hom ­ La conciencia del pobre es lim pia; sin embargo, se siente aver­
bres industriosos de Am érica eran pobres, pero no misera­ gonzado [...] Se siente apartado de los demás, andando a tientas
en la oscuridad. La humanidad no se ocupa de él. Callejea y va­
bles -la s observaciones de los viajeros ingleses y europeos
gabundea sin que nadie se ocupe de él. En medio de la multitud,
eran unánimes al respecto y todas adm irativas: «En un viaje
en la iglesia o en el mercado [...] se encuentra tan a oscuras como
de 1.200 m illas nada v i que reclamara la caridad» (Andrew en una cueva o en un desván. No le censuran ni reprueban sus ac­
tos; lo que ocurre es que nadie repara en éi [...] Ser totalmente ig­
8. En una carta a John Adam s de 28 de octubre de 1813.
norado, y saberlo, es intolerable. Si Crusoe hubiera tenido a su
9. Thom as Paine: The Rights o f M an (1791),ed. «Everyman’s L ib ra ry*,
pp. 48 y 77.
10. John Adam s: Discourses on D avila, Works, Boston, 1851, vo l. V I,
p. 280. 11. Ib id ., pp. 267 y 279.
92 SOBRE LA REVOLUCIÓN 2. LA CUESTIÓN SOCIAL x 93

disposición la biblioteca de Alejandría y la certeza de que nunca distinción]»13no ha sido nunca objeto de discusión, sino que
iba a ver a otro hombre, ¿habría hojeado nunca un libro?12. simplemente ha caído en el olvido. En vez de entrar en la plá-
za pública, donde toda excelencia puede b rilla r, p re firie ro n ,
He transcrito esta larga cita debido a que el sentim iento de por decirlo así, a b rir de par en par las puertas de sus hogares
injusticia que expresa, la convicción de que la m aldición de la y m ostrar lo que por su propia naturaleza no debe ser visto
pobreza la constituye más la oscuridad que la indigencia, es por todos.
sumamente raro en la literatura m oderna, aunque cabe pen­ Sin embargo, la preocupación actual p o r im pe d ir que los
sar que el esfuerzo desplegado p o r M arx para e scrib ir de pobres de ayer creen su p ro pio código de conducta y lo im ­
nuevo la historia en térm inos de lucha de clases estuvo insp i­ pongan, una vez enriquecidos, al cuerpo p o lític o , apenas
rado, al menos parcialmente, po r el deseo de re habilitar pos­ existía en el siglo xvn i, e incluso hoy esta inquietud, bastante
tumamente a aquellos a cuyas aperreadas vidas la h isto ria corriente en Am érica durante las épocas de abundancia, es
^ había añadido el insulto del olvido. Fue, sin duda, la ausen- un lujo si se compara con las inquietudes y preocupaciones
^ cia de m iseria lo que hizo posible que John Adams descu­ que pesan sobre el resto del m undo. Por otra parte, la sensi­
b rie s e el malestar p olítico de los pobres, pero su visió n de las bilidad m oderna no se siente herida p o r la oscuridad, n i si­
desastrosas consecuencias que conlleva la oscuridad, a dife­ quiera por la fru stra ció n de los «talentos naturales» con su
rencia de los estragos más visibles que supone la indigencia correspondiente «deseo de superioridad». El hecho de que a
para la vida del hombre, no podía ser com partida fácilm ente John Adams le conmoviese tan profundam ente -e n m ayor
por los propios pobres; al tratarse de un conocim iento p riv i­ medida que la m iseria conm ovió a cualquier o tro padre fu n ­
legiado, apenas podía tener influencia sobre la histo ria de la dador- debe parecemos m uy extraño si consideramos que la
revolución o sobre la tra d ició n revolucionaria. Cuando los ausencia de la cuestión social en la escena am ericana fue,
pobres de Estados Unidos y de otros países llegaron a tener después de todo, ilusoria y que una m iseria abyecta y degra­
dinero, no por eso se co n virtie ro n en personas ociosas dis­ dante estaba presente p o r doquier en la form a de la esclavi­
puestas a actuar solamente cuando se trataba de superar a tud y del trabajo negro asalariado.
otro, sino que sucumbieron al hastío del tiem po lib re y, si La historia nos enseña que no es en m odo alguno natural
bien es cierto que se desarrolló tam bién en ellos el gusto por que el espectáculo de la m iseria mueva a los hombres a la pie­
la «consideración y la congratulación», se contentaron con dad; incluso durante los muchos siglos en los que la m iseri­
obtener estos «bienes» al m enor precio posible, lo que signi­ cordia cristiana determ inaba las normas morales de la c iv i­
fica que prescindieron de la pasión, por la d istin ció n y la su­ lización occidental, la com pasión operaba fuera del ám bito
peración, la cual sólo puede ejercerse a la luz pública. El p ro ­ de la política y, en ocasiones, al margen de la jerarquía esta­
pósito del gobierno siguió siendo para ellos la propia blecida por la Iglesia. Pero a nosotros nos im po rta el hom bre
conservación, y la convicción de John Adams de que «el fin del siglo xvn i, cuando esta secular indiferencia estaba a pun­
principal del gobierno consiste en regular [la pasión p o r la to de desaparecer y cuando, según palabras de Rousseau^—
una «repugnancia innata para el espectáculo del sufrim iento y [A j
ajeno» ya se había extendido bastante entre ciertos e s tra to s .__ J
de la sociedad europea y concretamente entre aquellos que
94 SOBRE LA REVOLUCION 95
2. LA CUESTIÓN SOCIAL

hicieron la Revolución francesa. Desde entonces, la pasión ferencia específica existente entre Europa y América era atri-
de la com pasión ha obsesionado e inspirado a los mejores buible a «la no existencia de esa condición abyecta que con­
hombres de todas las revoluciones, siendo la americana la dena [a una parte de la raza hum ana] a la ignorancia y a la
única revolución donde la compasión no desempeñó papel pobreza»14. Tampoco los europeos creyeron que la esclavitud
alguno en la m otivación interna de sus actores. Si no fuera form aba parte de la cuestión social, de ta l modo que ésta,
por la existencia de la esclavitud negra en América, se estaría aunque sólo estuviese oculta por la oscuridad, podía consi­
tentado de explicar este sorprendente hecho a base exclusi­ derarse inexistente para todo lo que tuviera que ver con la
vamente de la prosperidad americana, de la «igualdad her­ acción y, por tanto, para la pasión más poderosa y probable­
mosa» de Jefferson o del hecho de que Am érica fue, según mente más devastadora de las que inspiraban a los revolu­
expresión de W illia m Penn, «un país para el hombre pobre y cionarios, la pasión de la compasión.
honrado». Como quiera que sea, hemos de preguntarnos si A fin de evitar malentendidos, debemos decir que la cues­
la bondad del país, del hombre pobre blanco, no dependía en tió n social que aquí nos interesa, a causa del papel que des­
grado considerable del trabajo y de la miseria de los negros; a empeña en la revolución, no debe ser identificada con la falta
mediados del siglo xvm , había aproximadamente 400.000 de oportunidades o con el problema del estatus social, uno de
negros ju n to a 1.850.000 blancos y, aunque carecemos de es­ los temas principales de las ciencias sociales durante las ú lti­
tadísticas dignas de crédito, podemos estar seguros de que el mas décadas. El juego por m ejorar la posición social es bas­
porcentaje de población que vivía en condiciones de miseria tante corriente en ciertos estratos de nuestra sociedad, pero
e indigencia absolutas era m enor en los países del Viejo b rilló por su ausencia en la sociedad de los siglos xvm y xix y a
M undo. La única conclusión que puede sacarse de esto es ningún revolucionario se le ocurrió pensar nunca que su tarea
que la esclavitud significa una vida más tenebrosa que la po­ debía consistir en explicárselo a la humanidad o en enseñar a
breza; quien era «totalmente ignorado» era el esclavo, no el los menesterosos las reglas del mismo. Que estas categorías
pobre. Si Jefferson y, en m enor grado, otros como él tuvieron actuales eran totalm ente extrañas para los fundadores de la
conciencia del crim en fundam ental sobre el que se asentaba república puede verse muy bien en su actitud frente a la cues­
el e d ificio de la sociedad americana, si «se estremecían al tió n de la educación, que fue de gran im portancia para ellos,
pensar en la ju sticia divina» (Jefferson), se debía a que esta­ pero nunca con el propósito de capacitar a todo ciudadano
ban convencidos de que la esclavitud era incom patible con la para elevarse en la escala social, sino debido a que el bienestar
fundación de la libertad, pero no a que fuesen m ovidos por del país y el funcionam iento de sus instituciones políticas de­
la piedad o por un sentim iento de solidaridad hacia sus pró­ pendían de la educación de todos los ciudadanos. Exigían que
jim os. Esta indiferencia, que hoy nos resulta d ifíc il de enten­ «todo ciudadano recibiese una educación proporcionada a su
der, no fue un rasgo peculiar de los americanos y debe ser condición y a su ocupación», por lo cual se convino en que, a
achacada a la propia esclavitud y no a ninguna perversión los fines de la educación, los ciudadanos «se dividirían en dos
del espíritu o al predom inio del egoísmo. Los observadores clases, la trabajadora y la ilustrada», ya que sería
europeos del siglo x v iii, que sintieron compasión ante el es­
pectáculo de las condiciones sociales en Europa, no reaccio­ »
14. C it. p o r D. Echeverría: M irage in the West: A H istory o f the French
naron de m odo diferente. También ellos pensaban que la di- Image o f Am erican Society to 1815, P rinceton, 1957, p. 152.
96 SOBRE LA REVOLUCIÓN 2. LA CUESTIÓN SOCIAL 97

ú til, a fin de,promover la felicidad pública, que aquellas perso­ duda, la m o vilida d social era relativam ente intensa incluso
nas a quien la naturaleza ha dotado con el talento y la v irtu d , en la Am érica del siglo xvm , pero no fue alentada por la Re­
fuesen [...] preparadas para conservar el depósito sagrado de los volución; debe tenerse en cuenta que si la Revolución france­
derechos y libertades de sus conciudadanos sin considera­ sa abrió de par en par las carreras al talento, ello no o cu rrió
ción a su riqueza, nacimiento, o cualquier otra circunstancia o hasta después del D ire cto rio de Napoleón Bonaparte, cuan­
condición accidental15.
do ya no estaba en juego la lib e rta d y la fundación de una re­
pública, sino la liquidación de la Revolución y la elevación de
Incluso la preocupación de los liberales del siglo x ix p o r el
la burguesía. Desde nuestra perspectiva, lo que realmente
derecho del ind ividu o al pleno desarrollo de todas sus facul­
im porta es que sólo la d ifíc il situación de la pobreza, y no la
tades estuvo totalm ente ausente de estas consideraciones,
frustración in d ivid u a l o la am bición social, puede despertar
como fue su sensibilidad especial para la in ju s tic ia que re­
la compasión. Es precisamente el papel que ha desempeña­
presenta la frustración del talento, vinculada estrechamente
do la compasión en todas las revoluciones, salvo en la am eri­
a su culto al genio, por no m encionar la idea actual de que
cana, el que debe ocupar ahora nuestra atención.
todo el mundo tiene un derecho al ascenso social y, por tan­
to, a la educación, no porque esté especialmente dotado, sino
porque la sociedad le debe el desarrollo de las capacidades
que requiere para m ejorar su estatus.
Pese al realismo con que los Padres Fundadores contem ­
No era más fácil para el habitante de París del siglo x v iii o, un
plaron los defectos de la naturaleza humana, la presunción
siglo después, para el de Londres -adonde fueron M arx y En­
de la moderna ciencia social, según la cual los m iem bros de
gels para estudiar las lecciones de la Revolución francesa-
las clases más bajas de la sociedad tienen, por así decirlo, un
apartar sus ojos de la m iseria e infelicidad en que se encontra­
derecho al resentim iento, la codicia y la envidia les hubiera
ban las masas del género hum ano de lo que es hoy en algunos
asombrado, no sólo porque, a su ju ic io , la envidia y la codi­
países europeos, en la mayor parte de los latinoam ericanos y
cia son vicios, independientem ente de donde los encontre­
en casi todos los de Asia y Á frica . No hay duda de que los
mos, sino quizá tam bién porque su profundo realism o les
hombres de la Revolución francesa habían sido inspirados
había enseñado que tales vicios son m ucho más frecuentes
por el odio a la tiranía y su rebelión no había estado d irig id a
en los estratos sociales superiores que en los bajos16. Sin en menor grado contra la opresión que la de aquellos otros
hombres que, según las palabras, llenas de adm iración, de
15. V éase Jefferson: «A B ill fo r the M ore G eneral D iffu s io n o f K now led­
Daniel Webster, «hicieron la guerra por un preámbulo» y «lu­
ge» de 1779 y su «Plan fo r an E ducational System» de 1814, en The Com­
plete Jefferson, ed. p o r Saul K. Padover, 1943, pp. 1 0 4 8 yl0 6 5 . charon durante siete años por una declaración». C ontra la ti-
16. R obert E. Lane, en un estudio reciente sobre las opinio ne s de los
hom bres pertenecientes a las clases trabajadoras respecto al tem a de la «para preservarse de una e n vid ia co rro siva e ile g ítim a » , su negativa a
igualdad -«The Fear o f E quality», en A m erican P o litic a l Science Review, desairar a sus am igos enriquecidos com o fa lta de «seguridad», etc. Este
vo l. 53, m arzo, 1959-, id e n tifica , p o r ejem plo, la fa lta de resentim iento breve ensayo tra ta de c o n v e rtir cada v irtu d en un v ic io o cu lto , lo cual no
de los trabajadores com o «m iedo a la igualdad», su co n vicció n de que es más que un to u r deforce en el arte de d e scu brir inexistentes m o tiv a ­
los ricos no son más felices que los demás hom bres com o u n esfuerzo ciones profundas.
98 99
2. LA CUESTIÓN SOCIAL
SOBRE LA REVOLUCIÓN

ranía y la opresión, no contra la explotación y la pobreza, ha­ la m iseria. Tenían que ser liberados una vez más y, compara­
bían defendido los derechos del pueblo, de cuyo consenti­ da con esta liberación del yugo de la necesidad, la p rim itiva
m iento -d e acuerdo con la antigüedad romana, en cuya es­ liberación de la tira n ía debió de parecer un juego de niños.
cuela se había form ado y educado el espíritu revolucionario- Además, en esta liberación, los hombres de la Revolución y
todo poder debe derivar su legitim idad. Puesto que era evi­ el pueblo al que ellos representaban ya no estaban unidos
dente que ellos mismos carecían de todo poder político y se por vínculos objetivos en una causa com ún; se requería de
hallaban, p o r tanto, entre los oprim idos, se sintieron parte del parte de los representantes un esfuerzo especial, un esfuerzo
pueblo y no fue necesario espolear su solidaridad. Si se con­ de solidaridad al que Robespierre llam ó v irtu d , una v irtu d
v irtie ro n en sus portavoces, no fue en el sentido de que hicie­ que no era la romana, que no apuntaba a la res publica y que
sen algo p o r el pueblo, fuese por amor del poder o por amor a nada tenía que ver con la libertad. La v irtu d significaba la
los hombres; hablaron y actuaron como sus representantes en I preocupación p o r el bienestar del pueblo, la identificación
una causa com ún. Sin embargo, lo que resultó ser cierto du­ de la voluntad de uno con la voluntad del pueblo - i l fa u tu n e
rante los trece años de Revolución americana, pronto mostró volonté U N E - y todos estos esfuerzos iban dirigidos funda­
ser una ficción en el curso de la Revolución francesa. mentalmente hacia la felicidad de la mayoría. Tras la caída de
En Francia, la caída de la m onarquía no alteró la relación LJa G ironda, la felicidad, en vez de la libertad, llegó a ser la
entre gobernantes y gobernados, entre gobierno y nación, y «nueva idea en Europa» (Saint-Just).
ningún cam bio de gobierno parecía susceptible de salvar el La palabra le peuple es clave para entender la Revolución^
abismo que les separaba. Los gobiernos revolucionarios, sin ■ francesa, y sus diversos significados fueron definidos por
diferenciarse en esto de sus predecesores, no fueron n i del ; quienes estaban, en situación de contemplar el espectáculo de
pueblo n i p o r el pueblo, sino, en el m ejor de los casos, para los padecim ientos del pueblo, los cuales no eran los suyos. *
el pueblo y, en el peor, no fueron más que una «usurpación : Por prim era vez el vocablo abarcó no sólo a quienes no parti­
del poder soberano», llevada a cabo por quienes se llamaban , cipaban en el gobierno, es decir, no sólo a los ciudadanos,
a sí mismos sus representantes, los cuales se habían coloca­ sino al pueblo bajo18. La misma definición del vocablo nació .
do «en independencia absoluta respecto de la nación»17. Lo i de la compasión y el térm ino llegó a ser sinónim o de desgra­
malo era que la p rin cip a l diferencia entre la nación y sus re­ cia e infelicidad: le peuple, les m alheureux m’applaudissent,
presentantes de todas las facciones tenía m uy poco que ver [ como acostumbraba a decir Robespierre, o le peuple to u jo u r ^
con «el genio y la virtu d » , como habían esperado Robespie- j¡ m alheureux, como hasta el propio Sieyés, una de las figuras \
rre y otros, sino que dependía exclusivamente de las diferen­ menos sentimentales y más sobrias de la Revolución, dijera.'v
cias de condición social, lo cual se descubrió sólo después de [ i
que la revolución se había consumado. Era innegable que la 18. Le peuple era lo m ism o que menu o p e tit peuple, y estaba form ado
liberación de la tira n ía significó libertad sólo para unos po- ¡ p o r «pequeños negociantes, tenderos, artesanos, trabajadores, emplea­
dos, com erciantes, sirvientes, asalariados lum penproletariern, así como
eos y apenas nada para la mayoría, que siguió abrumada por
p o r artista s pobres, actores y escritores sin dinero». Véase W alter M ar­
kov: «Ü ber das Ende der Pariser Sansculottenbewegung» en Beitrcige
17. R obespierre: Oeuvres Completes, ed. p o r G. Laurent, 1939, vol. IV; zum neuen Geschichtsbild, zum 60. Geburtstagvon A lfred Meusel, Berlín,
Le Défenseur de la C on stitu tion (1792),núm . ll, p . 328. 1 1956.
100 SOBRE LA REVOLUCION 2. LA CUESTION SOCIAL 101

Por la misma razón, la legitim idad personal de quienes repre­ dos, o consentim iento, no sólo no era lo suficientem ente d i­
sentaban al pueblo y creían firm em ente que todo poder legí­ námica o revolucionaria como para la co n stitu ció n de un
tim o debía derivar de él, sólo podía residir en ce zéle compa- nuevo cuerpo p o lític o o para el establecim iento de un go­
tissant, en «ese im perioso im pulso que nos lleva hacia les bierno, sino que, además, por presuponer la existencia del
hommes fqibles»19, en la capacidad, en resumidas cuentas, gobierno, únicam ente podía considerarse suficiente para
para padecer con «la vasta clase de los pobres», acompañada explicar la adopción de decisiones particulares y la solución
de la voluntad de elevar la compasión al rango de pasión p o lí­ de problemas que se plantean en el seno de un cuerpo p o líti­
tica supremay al de v irtu d política superior. co dado. Todas estas consideraciones de tip o fo rm a l son, no
Desde una perspectiva histórica, la compasión sólo llegó a obstante, de orden secundario. R evistió una im portancia
ser la fuerza m otriz de la Revolución cuando los girondinos mayor el hecho de que la propia palabra «consentim iento»,
se mostraron incapaces de dar nacim iento a una constitución con sus resonancias de elección deliberada y de o p in ió n re­
' y establecer un gobierno republicano. La Revolución había flexiva, fuese reemplazada p o r la palabra «voluntad», que
^alcanzado su punto crítico cuando los jacobinos, bajo la d i­ excluye, p o r naturaleza, todo proceso de confrontación de
rección de Robespierre, se hicieron con el poder, no porque opiniones y el de su eventual concierto. La voluntad, si ha de
fuesen más radicales, sino debido a que no estaban interesa­ cum plir con su función, tiene que ser, sin lugar a dudas, una
dos, como los girondinos, por las formas de gobierno, ya que e indivisible, puesto que «sería inconcebible una voluntad
creían más en el pueblo que en la república y «confiaban m u­ dividida»; es im posible que se dé una m ediación entre vo­
cho más en la bondad natural de una clase» que en las in s titu ­ luntades, a diferencia de lo que ocurre entre las opiniones.
ciones y constituciones: «Bajo la nueva C onstitución -repetía Sustituir la república p o r el pueblo significaba que la unidad
Robespierre- las leyes deben ser promulgadas “en nom bre perdurable del fu tu ro cuerpo p o lítico iba a ser garantizada
del pueblo francés” y no en el de la “ República francesa” »20. no por las instituciones seculares que dicho pueblo tuviera
' Este cambio de acento no fue resultado de ninguna teoría, en común, sino por la misma voluntad del pueblo. La cuali­
sino la propia marcha de la Revolución. Sin embargo, es evi­ dad más llam ativa de esta voluntad popu la r como ~voTóñiT
dente que en la nueva situación la antigua teoría, que subra- générale era su unanim idad y, así, cuando Robespierre alu­
. Wyyaba el consentim iento popular como condición necesaria día constantemente a la «opinión pública», se refería a la
j \ de un gobierno legítim o, había dejado de ser apropiada; por unanimidad de la voluntad general; no pensaba, al hablar de
eso, desde nuestra perspectiva, nos parece casi natural que ella, en una op in ión sobre la que estuviese públicam ente dtóg
la volonté générale de Rousseau reemplazara a la antigua acuerdo la mayoría.
concepción del consentim iento que, en la teoría roussonia- Esta unidad perdurable de un pueblo, inspirada por una
na, aparece como volonté de tous21. Ésta, la voluntad de to - voluntad, no debe ser confundida con la estabilidad. Rous­
seau dio a su metáfora de una voluntad general un sentido li­
19. Robespierre en «Adresse aux F ranjáis» de ju lio de 1791, c it. p o r J. teral y la empleó con la mayor seriedad, concibiendo a la na­
M . Thom pson, ob. c it., 1939, p. 176.
20. Ib id ., pp. 365 y 339.
ción como un cuerpo conducido por una voluntad, semejan­
21. Véase D u C ontrat Social (1762), tra d , p o r G. D. H . C ole, Nueva te en todo a la individual, que podía cam biar de dirección en
York, 1950, Libro II, cap. 3. cualquier momento sin que, por ello, perdiera su identidad.
102 SOBRELA REVOLUCIÓN
2. LA CUESTIÓN SOCIAL

Era precisamente en este sentido en el que Robespierre exigía: ] que se dé ta l cosa como la nation une et indivisible, el idé.
« Ilfa u t une volonté UNE... I I fa u t qu’elle soit républicaine ou del nacionalism o francés y de todos los demás nacionali
royaliste». Rousseau insistió en que «sería absurdo que la vo- j mos. Por consiguiente, la unidad nacional puede afirmarse
luntad se atase a sí misma para el futuro»22, anticipando así la sí m ism a únicam ente en los asuntos extranjeros, bajo cii
inestabilidad y deslealtad que son consustanciales a los go- í cunstancias de ho stilid ad , al menos potencial. Tal conch
biernos revolucionarios, al tiem po que justificaba la antigua sión ha sido el caballo de batalla no confesado de la politic
y om inosa convicción propia del Estado nacional, según la ' nacional durante los siglos x ix y xx; constituye una cons<
cual los tratados sólo obligan en la medida en que sirven al cuencia tan evidente de la teoría de la voluntad general q i
llam ado interés nacional. Esta idea de la raison d ’état es más Saint-Just estaba ya bastante fam iliarizado con ella: sólo le
antigua que la Revolución francesa, por la sencilla razón de asuntos extranjeros -in s is tía - pueden llamarse propiamen
que el concepto de una voluntad que preside los destinos y re­ «políticos», en tanto que las relaciones humanas como tal<
presenta los intereses de la totalidad de la nación fue la inter­ constituyen «lo social». («Seules les affaires étrangéres reí
pretación com ún del papel nacional que debía desempeñar vaient de la “ politique” , tandis que les rapports humains fo
un monarca ilustrado antes que fuese suprim ido por la Revo­
m aient le “ social” »23.)
lució n . El problem a planteado consistía en averiguar cómo El p ropio Rousseau, sin embargo, dio un paso más. Di
«lograr que veinticinco m illones de franceses que nunca ha­ seaba descubrir un p rin cip io unificador dentro de la misrr
bían conocido o im aginado otra ley que no fuese la voluntad nación que fuese igualmente válido para la política intern
del rey se reuniesen en torno a una constitución libre», como De este modo, su problema consistió en detectar un enem n
expresó en una ocasión John Adams. De aquí que la profunda com ún fuera del campo de los asuntos exteriores y la solí
atracción que la teoría de Rousseau ejerció sobre los hombres
ción la expresó diciéndonos que ta l enemigo existía denti
de la Revolución francesa se debiese al hecho de que Rous­ de cada ciudadano, es decir, en su voluntad e interés partici
seau había encontrado según todas las apariencias, un medio lares; lo im portante era que este enemigo particular y ocul
ingeniosísim o para colocar a una m u ltitu d en el lugar de una * j podía elevarse a la categoría de enemigo común - y u n ific
persona ind ividu a l; la voluntad general era, n i más n i menos, f la nación desde d e n tro - m ediante la simple suma de tod<
el vínculo que liga a muchos en uno.
los intereses y voluntades particulares. El enemigo comí
Para co n stru ir semejante m onstruo de cien cabezas, dentro de la nación es la suma total de los intereses particul
Rousseau se va lió de un ejem plo aparentemente sencillo y
res de todos los ciudadanos.
verosím il. Extrajo su idea de la experiencia común que ense­
ña que cuando dos intereses opuestos entran en conflicto t El acuerdo de dos intereses particulares -dice Rousseau citan<
con un tercero que se opone a ambos, aquéllos se unen. Des­ al marqués de Argenson- se constituye por oposición a un tere
de un punto de vista político, daba por supuesta la existencia ro. [Argenson] podría haber añadido qu¿el acuerdo de todos l
- y en ella confiaba- del poder unificador del enemigo nacio­ intereses se constituye por oposición a l de cada uno. Si no hubie
nal com ún. Solamente en presencia del enemigo es posible intereses diferentes, el interés común apenas se haría sentir,

22. Ib id ., L ib ro II, cap. 1 j


23. A lb e rt O lliv ie r: Saint-Just et la Force des Choses, París, 1954, p. 20.
3
104 SOBRE LA REVOLUCIÓN 1 LA CUESTION SOCIAL 105

que no encontraría ningún obstáculo; todos marcharían de con­ suma de las diferencias». Para p a rticip a r en el cuerpo p o líti­
suno y la política dejaría de ser un arte24(la cursiva es mía). co de la nación, cada ciudadano debe permanecer en cons­
tante rebelión contra sí m ism o.
El lector habrá notado la curiosa ecuación entre voluntad Es claro que ningún p o lítico del Estado nacional m oder­
e interés sobre la que reposa toda la construcción de la teoría no ha seguido a Rousseau hasta sus últim as consecuencias, y
política de Rousseau. A lo largo del C ontrato social u tiliz a si bien es cierto que las concepciones nacionalistas co rrie n ­
ambos térm inos como sinónim os, sobre el supuesto tá cito tes de la ciudadanía dependen en buena medida de la presen­
de que la voluntad es una especie de articulación autom ática cia de un enemigo com ún exterior, no encontram os en n in ­
del interés. Por tanto, la voluntad general es la a rticu la ció n guna parte la presunción de que el enemigo com ún reside en
de un interés general, el interés del pueblo o la nación como el corazón de todo el m undo. Ahora bien, es diferente el caso
totalidad, y siendo general este interés o voluntad, su m ism a de los revolucionarios y de la tra d ic ió n revolucionaria. No
existencia depende de su oposición a cada interés o voluntad sólo en la Revolución francesa, sino tam bién en todas las re­
en particular. En la construcción de Rousseau, la nación no voluciones inspiradas en ella, el interés com ún apareció dis
necesita esperar a que un enem igo amenace sus fronteras frazado de enemigo común, y la teoría del terror, desde
para levantarse «como un solo hombre» y para que se p ro ­ bespierre hasta Lenin y Stalin, da p o r supuesto que el i nterés
duzca la union sacrée; la unidad de la nación está garantizada de la totalidad debe, de form a autom ática y permanente, ser
en la medida en que cada ciudadano lleva consigo el enem i­ hostil al interés p a rticu la r del ciudadano25. Frecuentemente
go com ún así como el interés general que aquél supone; en seha llam ado la atención sobre el característico desinterés de
efecto, el enemigo común es el interés p a rticu la r o la vo lu n ­ los revolucionarios, el cual no debe ser confundido con el
tad particular de cada hombre. Únicam ente si cada hom bre «idealismo» o el heroísmo. La v irtu d ha sido equiparada con
p a rticula r se rebela contra sí m ism o en su p a rticu la rid a d *- el desinterés desde que Robespierre predicó una v irtu d cuya
teE^gerá capaz de despertar en sí m ism o su propio antagonista, la idea tom ó prestada de Rousseau, y es esta v irtu d la que ha
voluntad general, y de esta form a se convertirá en un verda­ puesto, p o r así decirlo, su im pronta indeleble sobre el hom ­
dero ciudadano del cuerpo p o lític o nacional. Es evidente bre revolucionario y su convicción profunda de que el valor
^^PegRáísflequitan de todas las voluntades particulares los más de una política debe ser m edido por el grado en que se opone
y los menos que se anulan entre sí, la voluntad general será la

24. Esta frase nos da la clave para entender el concepto roussoniano de 25. La expresión clásica de esta versión re vo lu cio n a ria de la v irtu d re­
la voluntad general. El hecho de que aparezca en una nota de pie de pág i­ publicana puede hallarse en la teoría de R obespierre sobre la m agistra­
na (ob. c it., II, 3) sólo dem uestra que la experiencia concreta de la que tura y la representación p o p ü la r que él m ism o resum ió del siguiente
Rousseau hacía derivar su teoría le había llegado a parecer ta n n a tu ra l modo: «Pour a im er la ju s tic e et l’égalité le peuple n’a pas besoin d ’une
que no creía necesario m encionarla. C on respecto a esta d ific u lta d , bas­ grande ve rtu e, i l lu i s u ffit de s’aim er lu i-m é m e . M ais le m a g istra t est
tante corriente en la interpretación de las obras teóricas, el fo nd o em pí­ obligó d’im m o le r son in té ré t du peuple, e t l’o rg u e il du p o u v o ir á l’égali-
rico y en extrem o sencillo que sirve de base al com plicado concepto de té [...] II fa u t done que le corps re p ré se n ta tif com m ence p a r soum ettre
la vo lu ntad general es sumamente in s tru c tiv o , puesto que hay pocos dans son sein toutes les passions privées á la passion générale du b ien
conceptos de la teoría p o lític a que hayan sido rodeados de u n aura m is­ public...». D iscurso a la C onvención N acional, 5 de febrero de 1794; véa­
tifica do ra de tantos desatinos. se Oeuvres, ed. Laponneraye, 1840, v o l. I II , p. 548.
106 SOBRE LA REVOLUCIÓN 107
2. LA CUESTIÓN SOCIAL

a todos los intereses particulares, así como el valor de un ! padece», o, en palabras de Saint-Just: «II faut ramener toutes
hom bre debe ser juzgado por la medida en que actúa en con- I les d é fin itio n s á la conscience; l’esprit est un sophiste qui
tra de su propio interés y de su propia voluntad. conduit toutes les vertus á l’échafaud»26.
Cualesquiera que sean las consecuencias teóricas que se Estamos tan acostumbrados a a trib u ir la rebelión contra
desprendan de las enseñanzas de Rousseau, lo im portante es la razón al rom anticism o del siglo x ix y a concebir, por el
que las experiencias reales que subyacen al desinterés y al \ contrario, el siglo xvm desde la perspectiva de un racionalis­
«terror de la virtu d » de Robespierre no pueden ser compren­ mo «ilustrado», con el Templo de la Razón como su símbolo
didas si no se tom a en cuenta el papel crucial que la compa- i un tanto grotesco, que tendemos a pasar por alto o a menos­
sión ha desempeñado en las mentes y corazones de quienes preciar la fuerza de estos prim eros alegatos en favor de la pa­
prepararon la Revolución francesa y de quienes tom aron j sión, del corazón, del alma y, especialmente, del alma escin­
parte en ella. No ofrecía dudas para Robespierre que la única^ dida, del ame déchirée de Rousseau. Es como si Rousseau, en
■ fuerza que podía y debía u n ir a las diferentes clases de la so-._ I su rebelión contra la razón, hubiese puesto un alma, escindi­
ciedad de una nación era la compasión de los que no sufrían ,¡ da en dos, en el lugar de la dualidad en la unidad que se ma­
por los m alheureux, la compasión de las clases altas por e l_ | nifiesta a sí m ism a en el silencioso diálogo de la mente con­
^ ^ p u e b lo bajo. Si la bondad del hombre en un estado de natu­ sigo m ism a que llam am os pensamiento. Debido a que esta
raleza había llegado a ser un axioma para Rousseau, ello se [ existencia dual del alma constituye un conflicto y no un diá­
debió a que creía que la compasión constituía la reacción hu- ' logo, engendra la pasión en su doble sentido de padecimien­
mana más natural frente a los padecimientos de los demás y, | to intenso y de apasionam iento intenso. A esta capacidad
p o r tanto, la consideraba como el auténtico fundamento de por el padecim iento era a la que se d irig ía Rousseau para in ­
toda verdadera relación humana «natural». N i Rousseau n i citarla a luchar contra el egoísmo de la sociedad, por una
Robespierre tenían una experiencia directa de la bondad in ­ parte, y contra la soledad im perturbable de la mente, ocupa­
nata del hom bre natural fuera de la sociedad; dedujeron su da en un diálogo consigo misma, por otra. Y se debió más a
existencia de la corrupción de la sociedad, del m ism o modo este acento que puso sobre el padecim iento que a cualquier
que quien tiene un conocim iento profundo de las manzanas [ otro elemento de su doctrina la enorme y preponderante in ­
podridas puede explicar su estado presumiendo la existencia fluencia que tuvo sobre los hombres que se disponían a hacer
o rig in a l de manzanas sanas. Lo que sí conocían por propia | la Revolución, los cuales tuvieron que afrontar el agobiante
experiencia era el eterno juego que se da entre la razón y las peso de los padecimientos soportados por los pobres a quie­
pasiones, de un lado, y, de otro, el diálogo in te rio r del pensa- I nes ellos habían abierto las puertas de los asuntos públicos
m iento m ediante el cual el hom bre conversa consigo mismo. por prim era vez en la historia. Lo que contaba ahora, en este
Y puesto que identificaron pensamiento y razón, llegaron a E gran esfuerzo por una solidaridad general de todos los hom ­
la conclusión de que la razón representaba un estorbo para la bres, era más el desinterés, la capacidad para entregarse al
pasión y la com pasión, que la razón «retrae el espíritu del [
hom bre sobre sí m ism o y le separa de todo lo que pueda per­
26. Para Rousseau, véase D iscours sur l ’origin e de V inégalitéparm íles
turbadlo o a flig irlo » . La razón hace al hombre egoísta; im pi-
hommes (1755), tra d , p o r G. D. H . Cole, Nueva York, 1950, p. 226. La cita
de que la naturaleza «se identifique con el desgraciado que
de Saint-Just procede de A lb e rt O lliv ie r, ob. c it., p. 19.
108 SOBRE LA REVOLUCIÓN 2. LA CUESTION SOCIAL 109

padecimiento de los demás, que una bondad activa y se con­ saban que el egoísmo y la hipocresía constituían el summum
sideró más odioso e incluso más peligroso el egoísmo que la de la perversidad. Y lo que es aún más im portante, no se po­
perversidad. Estos hombres, por lo demás, estaban m ucho día plantear el trem endo problem a del bien y del mal, al me­
más fam iliarizados con el v ic io que con la m aldad; habían nos en el cuadro de las tradiciones occidentales, sin tom ar en
contemplado los vicios de los ricos y su increíble egoísmo, de consideración la única experiencia, absolutamente válida y
donde dedujeron que la v irtu d debe de ser «el atributo de los totalmente convincente, que el hom bre occidental había teni­
desgraciados y el p a trim o n io de los pobres». Habían visto do del amor activo, de la bondad como p rin c ip io inspirador
cómo los «encantos del placer iban escoltados por el crim en» de todos sus actos, es decir, sin tom ar en cuenta la persona de
y dedujeron que los torm entos de la m iseria deben engen­ Jesús de Nazaret. Esta tom a de conciencia se produjo al fin a l
drar la bondad27. La magia de la compasión consistía en que de la Revolución y, si bien es cierto que n i Rousseau n i Robes­
T abría el corazón del que padece a los sufrim ientos de los de- * pierre habían sido capaces de mostrarse a la altura de los pro ­
más, por lo que establecía y confirm aba el vínculo «natural» blemas que las enseñanzas del prim ero y los actos del segundo
entre los hombres que sólo los ricos habían perdido. Donde inscribieron en la agenda de las generaciones siguientes, no es
term inaban la pasión (la capacidad para el padecim iento) y menos cierto que, sin la Revolución francesa, n i M e lville n i
la compasión (la capacidad de padecer con los demás) co­ Dostoievski se hubieran atrevido a d e svirtua rla transfigura­
menzaba el vicio. El egoísmo era una especie de depravación ción gloriosa de Jesús de Nazaret en C risto para hacerle regre­
«natural». Si Rousseau había intro du cid o la compasión en la sar al m undo de los hombres -e l p rim e ro en B illy Budd, el
teoría política, fue Robespierre quien la llevó a la calle, con la segundo en «El Gran In q u isid o r» - y a dem ostrar franca y
vehemencia de su gran oratoria revolucionaria. concretamente, aunque, por supuesto, m etafórica y poética­
Probablemente era inevitable que el problem a del bien y mente, el carácter trágico y autodestructor de la empresa en
del mal, de su in flu jo sobre el curso del destino humano, en su que se habían embarcado los hombres de la Revolución fra n ­
sim plicidad sin mácula n i m ixtificaciones, asaltase al hombre cesa, casi desconocida para ellos. Si queremos saber lo que
en el momento en que se disponía a a firm a r o reafirm ar la haya podido significar la bondad absoluta en el curso de los
dignidad humana sin el concurso de una religión in stitu cio ­ asuntos humanos (en oposición al curso de los asuntos d iv i­
nalizada. Pero la profundidad de este problem a apenas podía nos) lo m ejor que podemos hacer es volvernos hacia los poe­
ser vislumbrada por quienes tom aron erróneamente por bon­ tas, siempre que no olvidemos que «el poeta se lim ita a form u­
dad la natural «repugnancia innata del hom bre para el espec­ lar en verso aquellas exaltaciones del sentim iento que una
táculo del sufrim iento ajeno» (Rousseau) y por quienes pen- naturaleza como la de Nelson, cuando se da la oportunidad,
vivifica en actos» (M elville). A l menos podemos aprender de
27. R. R. Palmer, Twelve Who Ruled: The Year o f the Terror in the French ellos que la bondad absoluta es casi tan peligrosa como el mal
R evolution, P rinceton, 1941, de donde procede la c ita de R obespierre absoluto, que no coincide con el desinterés, aunque sin duda
(p. 265), es, jun to con la b iografía de Thom pson, m encionada a n te rio r­ el Gran In q u isid o r es bastante desprendido, y que está más
mente, el estudio más im p arcial y concienzudam ente objetivo de Robes­
allá de la v irtu d , incluso de la v irtu d del capitán Vere. N i Rous­
p ierre y de los hombres que le rodeaban, en la lite ra tu ra reciente. Espe­
cialm ente el lib ro de Palm er constituye una nota ble c o n trib u c ió n a la seau ni Robespierre fueron capaces de im aginar una bondad
controversia sobre la naturalaza del Terror. que estuviese más allá de la v irtu d , del m ism o m odo que no
110 2. LA CUESTIÓN SOCIAL
111
SOBRE LA REVOLUCIÓN

pudieron im aginar que el mal radical «no participa para nada ambos. La bondad más allá de la v irtu d es la bondad natural
de lo sórdido o sensual» (M elville), que existiese la perfidia y la perversidad más allá del vicio es una «depravación con­
más allá del vicio. form e a la naturaleza» que «no participa para nada de lo sór­
Está fuera de discusión que los hombres de la Revolución dido o sensual». Ambos se dan fuera de la sociedad y los dos
francesa fueron incapaces de pensar en tales térm inos y, por personajes que los encarnan no tienen un origen social de­
consiguiente, que jamás alcanzaron el m eollo de la cuestión term inado. No sólo B illy Budd es un hospiciano; su antago­
que sus propios actos habían llevado hasta el prim er pla­ nista, Claggart, es tam bién un hombre de origen desconoci­
no. Es evidente que al menos conocían los principios que do. No hay nada de trágico en su enfrentam iento; la bondad
inspiraban sus actos, pero no la historia que, en su día, se de­ natural, pese a que se expresa de form a «balbuciente» y es in ­
riva ría de ellos. En cualquier caso, M e lville y Dostoievski, capaz de hacerse o ír y entender a sí misma, es más fuerte que
incluso aunque no hubieran sido tan grandes escritores y la perversidad, debido a que ésta es una depravación de la na­
pensadores com o en realidad fueron, se encontraban sin turaleza, siendo la naturaleza «natural» más fuerte que la de­
duda en m ejor posición para comprender todas sus im plica­ pravada y pervertida. La grandeza de esta parte de la historia
ciones. Especialmente M elville, debido a que contaba con reside en que la bondad, por ser parte de la «naturaleza», no
una experiencia p o lítica mucho más rica que Dostoievski, actúa con mansedumbre, sino que se afirm a enérgicamente
supo cómo interpretar a los hombres de la Revolución fran­ y, por supuesto, violentam ente con el fin de convencernos: la
cesa, así como su proposición de que el hombre es bueno en form a violenta en la que B illy Budd golpea bruscamente al
el estado de naturaleza, siendo pervertido por la sociedad. Es hombre que dio un testim onio falso contra él es la única ade­
lo que hizo en B illy Budd, donde es como si nos dijera: su­ cuada, debido a que eümina la «depravación» de la naturale­
pongamos que estáis en lo cierto y que vuestro «hombre na­ za. La h isto ria no hace más que comenzar en este punto. La
tural», nacido fuera de la sociedad, un «hospiciano» sin historia se abre después de que la «naturaleza» ha seguido su
otros atributos que una inocencia y una bondad «bárbaras», curso, con la m uerte del hom bre perverso y la victo ria del
viniera al m undo de nuevo, lo que, sin duda, sería un retor­ hombre bueno. El problema consiste ahora en que el hombre
no, una segunda venida; recordáis ciertam ente que esto ya' bueno, una vez ha conocido el m al, se ha convertido también
ha o cu rrid o anteriorm ente; no podéis haber olvidado la his­ en un malvado, pese a que aceptemos que B illy Budd no per­
to ria que te rm inó p o r ser la leyenda fundacional de la c iv ili­ dió su inocencia y siguió siendo «un ángel de Dios». A l llegar
zación cristiana. Pero en caso de que la hayáis olvidado, per­ a este punto, la «virtud» representada por el capitán Vere,
m itidm e que os la cuente de nuevo, situada ahora en viene a introducirse en el conflicto planteado entre el bien y
vuestras propias circunstancias y utilizando incluso vuestra el m al absolutos, con lo que da comienzo la tragedia. La v ir­
propia term inología. tud -la cual, aunque in fe rio r a la bondad es, sin embargo, ca­
Aunque compasión y bondad puedan ser fenómenos pró­ paz p o r sí sola de «encarnar en instituciones duraderas»-
xim os, no son idénticos. Pese a que la compasión juega un debe prevalecer tam bién a costa del hom bre bueno; la ino­
papel im portante en la obra, el tema de B illy Budd lo consti­ cencia natural y absoluta, debido a que sólo puede manifes­
tuye la bondad más allá de la v irtu d y el m al más allá del v i­ tarse violentam ente, está «en guerra con la paz del mundo y
cio, consistiendo la tram a del lib ro en un enfrentamiento de es contraria al verdadero bienestar de la humanidad», de tal
112 SOBRE LA REVOLUCION 2. LA CUESTION SOCIAL 113

modo que la virtu d term ina p o r intervenir no para prevenir ce a sus teorías, la preocupación por la m u ltitu d que padece.
el crim en ocasionado por el m al, sino para castigar la viole n ­ La envidia que contemplamos en B illy Budd no es - y esto es
cia ejercida por la inocencia absoluta. Claggart fue «herido, característico- la envidia del pobre por el rico, sino la de la
¡por un ángel de Dios! ¡Sin embargo, el ángel debe ser ahor­ «naturaleza depravada» p o r la integridad natural -es Clag­
cado!». La tragedia consiste en que las leyes son hechas para gart quien tiene envidia de B illy B u d d -, y la com pasión no
los hombres, no para los ángeles n i para los demonios. Las le­ consiste en el sufrim iento de alguien que se compadece del
yes y todas las «instituciones duraderas» se arruinan no sólo hombre in ju ria d o ; po r el contrario, es B illy Budd, la víctim a,
por la embestida de la maldad elemental, sino tam bién por el quien siente com pasión p o r el capitán Vere, p o r el hom bre
im pacto de la inocencia absoluta. La ley, a m edio cam ino de que ha firm ado su condena.
la v irtu d y del crim en, no puede conocer lo que está más allá La obra clásica sobre el o tro aspecto, no teórico, de la Re­
de ella y, pese a que no prevé ningún castigo pata el m al ele­ volución francesa, la h isto ria de las m otivaciones que hay
m ental, tiene que castigar la bondad elem ental, aunque el tras las palabras y los hechos de sus actores principales, es «El
hombre virtuoso, el capitán Vere, reconoce que solamente la Gran Inquisidor», obra en la que Dostoievski pone de relieve
violencia de esta bondad es el m edio adecuado para hacer el contraste que existe entre la compasión muda de Jesús y la
frente al poder depravado del m al. In tro d u c ir el absoluto en piedad elocuente del Inquisidor. La compasión (sentirse pro­
la esfera de la po lítica - y según M e lville los derechos del fundamente afectado p o r el padecim iento de algún otro
hombre constituían un absoluto- significa la perdición. como si se tratase de una enfermedad contagiosa) y la piedad
Ya hemos señalado que la pasión de la com pasión estuvo (lamentarse sin sentirlo a lo vivo) no son ya sólo cosas d is tin \ h; j
notablemente ausente de las mentes y corazones de los hom ­ tas, sino que incluso pueden ser independientes. La compa- v
bres que hicieron la Revolución americana. Nadie podría du­ sión, por su propia naturaleza, no puede ser m ovida por los
dar de la justeza de las siguientes palabras de John Adams: padecimientos de toda una clase o un pueblo, y menos aún
de toda la hum anidad. No puede ir más allá del padecim ien­
La envidia y el rencor de la m ultitud contra los ricos es universal to de una persona y es exactamente lo que nos indica el voca­
y tiene como único lím ite la necesidad o el miedo. Un pordiose­
blo co-padecim iento. Su fuerza depende de la fuerza de la
ro nunca puede comprender la razón por la cual otra persona
propia pasión, la cual, en oposición a la razón, sólo puede
debe montar en coche mientras él carece de pan28;
comprender lo particular, sin noción alguna de lo general n i
nadie que esté fam iliarizado con la m iseria dejará aun hoy de capacidad para la generalización. El pecado del Gran In q u i­
ser sacudido por la especial fria ld a d e indiferente «o bje tivi­ sidor fue que, como Robespierre, «se sentía atraído por les
dad» de su juicio. Por ser americano, M elville supo interpre­ hommes faibles», no sólo porque dicha atracción era insepa­
tar m ejor las proposiciones teóricas de los hombres de la Re­ rable de su ansia de poder, sino tam bién porque había des­
volución francesa -e l hombre es bueno por naturaleza- que personalizado a los sufrientes, juntando a todos ellos en un
hacerse cargo de la crucial inquietud apasionada que subya- conglomerado inform e: el pueblo toujours m alheureux, las
masas sufridas, etc. Para Dostoievski la señal de la divinidad
28. C it. p o r Zoltán H araszti: John Adam s and the Prophets o f Progress, de Jesús estribaba, sin duda, en su capacidad para tener com­
H arvard, 1952, p. 205. pasión de todos los hombres en su singularidad, esto es, sin
SOBRE LA REVOLUCION 2. LA CUESTIÓN SOCIAL
117

se hubiera expresado en un lenguaje angelical, no habría sido de su personalidad, fuese guiado por su rebelión contra la
capaz de re fu ta r las acusaciones del «mal elemental» a que alta sociedad, especialmente contra su n otoria indiferencia
tuvo que hacer frente; no le quedaba otro recurso que alzar hacia los padecimientos de quienes la rodeaban. Había ape­
su mano y h e rir de m uerte a su acusador. lado a los recursos del corazón contra la indiferencia de los
No hay duda de que M elville in v irtió el crim en legendario salones y contra la «falta de corazón» de la razón, ambas ca­
prim igenio, la m uerte de Abel a manos de Caín, que ha juga­ paces de decir, «ante el espectáculo de las desgracias ajenas:
do un papel tan im portante en la historia de nuestro pensa­ Muere si así lo deseas; yo estoy a salvo»29. Aunque la situa­
m iento p o lítico , pero esa inversión no fue a rb itra ria ; era ción de los demás m ovió su corazón, Rousseau llegó a estar
consecuencia de la inversión que los hombres de la Revolu­ más preocupado p o r su propio corazón que por los padeci­
ción francesa habían llevado a cabo de la proposición del pe­ mientos ajenos y se embelesaba con sus humores y caprichos
cado o rig in a l, que reemplazaron por la proposición de la según se manifestaban en la dulce delectación de la in tim i­
bondad originaria. M elville explica la tram a de su historia en dad, esfera de la personalidad que Rousseau fue uno de los
el prefacio: ¿Cómo era posible que después de «haber re c tifi­ prim eros en descubrir y que, desde entonces, empezó a des­
cado las injusticias heredadas del Viejo M undo [...] la Revo­ empeñar un papel im portante en la form ación de la sensibi­
lución se convirtiese de inm ediato en un malhechor, más lidad moderna. En esta esfera de la intim id a d, la compasión
opresivo incluso que los reyes?». H alló la respuesta -y ello es u se hizo locuaz, por así decirlo, desde el momento en que em-_
sorprendente, si se piensa en la identificación establecida en­ a ' pezó a servir, jun to con las pasiones y el padecimiento, como
tre bondad, mansedumbre y h um ildad- en que la bondad es urv estím ulo para v iv ific a r todas las emociones recién descu-
fuerte, más fuerte quizá que la perversidad, pero que tiene en í V bíertas. La compasión, en otras palabras, fue descubiertay
común con el «mal elemental» la violencia básica inherente comprendida como una emo.ción o un sentim iento y el senti­
a todo poder y p erjudicial para todas las formas de organiza­ m iento que corresponde a la pasión de la compasión es, cier­
ción política. Es como si dijese: supongamos que a p a rtir de tamente, la piedad. ^ •
ahora ponemos como prim era piedra de nuestra vida p o líti­ Quizá la piedad no es otra cosa que la perversión de la
ca la muerte de Caín por Abel. ¿No se seguirá de este acto de compasión, pero la alternativa es la solidaridad. Es la piedad
violencia la m ism a cadena de injusticias, con la única dife­ la que «empuja a los hombres hacia les hommesfaibles», pero
rencia que la hum anidad no tendrá ahora n i siquiera el con­ es gracias a la solidaridad como ellos fundan deliberada­
suelo de que la violencia a la que debe llam ar crim en es ú n i­ mente y, si así puede decirse, desapasionadamente una co­
camente a trib uto de los hombres perversos? m unidad de intereses con los oprim idos y explotados. El in ­
terés común podría ser «la grandeza del hombre», «el honor
de la raza humana» o la dignidad del hom bre. La solidari­
4 dad, debido a que participa de la razón y, por tanto de la ge­
neralidad, es capaz de abarcar conceptualmente una m u lti­
No está nada claro que Rousseau descubriese la compasión tud, no sólo la m u ltitu d de una clase, una nación o un
del hecho de haber padecido con el prójim o y es mucho más
probable que en este, como en casi todos los demás aspectos 29. Rousseau, A Discourse on the O rig in o f Inequality, p. 226.
■ ■
2. LA CUESTIÓN SOCIAL
118 SOBRE LA REVOLUCIÓN

pueblo, sino, llegado el caso, de toda la hum anidad. Ahora una exacta y corrientísim a racionalización de la crueldad de
bien, esta solidaridad, pese a que puede ser prom ovida por el la piedad, aunque bastante cruda: «De este m odo; el hábil y
padecimiento, no es guiada por él y abarca tanto a los ricos y salutífero cirujano, con su estilete benevolente y cruel, corta
poderosos como a los débiles y pobres; si se compara con el la pierna gangrenada a fin de salvar el cuerpo del enfermo»30.
sentim iento de la piedad, puede parecer fría y abstracta, Por otra parte, los sentim ientos, a diferencia de la pasión y de
pues siempre queda circunscrita a «ideas» -la grandeza, el la razón no tienen lím ites y, aunque Robespierre hubiera es­
honor, la d ig n ida d - y u o a ninguna especie de «amor» p o r tado animado p o r la pasión de la com pasión, su compasión
los hombres. Debido a que no siente a lo vivo y guarda, desde se hubiera convertido en piedad al sacarla a la luz, pues en­
el punto de vista de los sentim ientos, sus distancias, la pie­ tonces ya no podía d irig irla hacia padecim ientos específicos
dad puede tener éxito a llí donde la com pasión fracasará ni enfocarla sobre personas particulares. Lo que quizá había
siempre; puede abarcar a la m u ltitu d y, p o r consiguiente, al sido pasión genuina se resolvió en la in fin id a d de una emo­
igual que la solidaridad, salir a la luz. Pero la piedad, en opo­ ción que parecía responder únicamente al padecim iento sin
sición a la solidaridad, no m ira con los mismos ojos la fo rtu ­ límites de una m u ltitu d que se im ponía en razón de su n ú ­
na y la desgracia, los poderosos y los débiles; sin la presencia mero. Por la m ism a razón, perdió toda capacidad para fu n ­
de la desgracia, la piedad no existiría y, p o r tanto, tiene tanto dar y afirm ar relaciones con las personas en su singularidad;
interés en la existencia de desgraciados como la sed de poder el océano de padecim iento que le rodeaba y el tu rb u le n to
B ittkhtiene en la existencia de los débiles. Además, por tratarse mar de emociones en que él navegaba, presto éste para reci­
i dé un sentimiento, la piedad puede ser disfrutada en sí m is- bir y responder a aquél, ahogó toda consideración específi­
; ma, lo que conducirá casi automáticamente a una g lo rifica - ca, tanto la consideración de la amistad como las considera­
^ Q ó n de su causa que es el padecim iento del p ró jim o . En tér- ciones dictadas p o r el arte p o lític o y la razón. Es aquí, más
R m iqc >s estrictos, la solidaridad es un p rin c ip io que puede que en cualquier defecto p a rticula r del carácter de Robespie­
inspirar y guiar la acción, la com pasión es una pasión, y la rre, donde debemos buscar las raíces de su notable in fid e li­
piedad ds un sentimiento. La g lorificación que de los pobres dad, presagio de la pe rfidia mayor que iba a jugar tan mons¿
obespierre, su elogio del padecim iento como la causa truoso papel en la tra d ic ió n revolucionaria. Desde los di;
de la virtu d , fueron sentimentales en el sentido preciso de la de la Revolución francesa, lo que explica la curiosa insens
palabra y, en cuanto tales, bastante peligrosos, aun en el caso bilidad de los revolucionarios para la realidad, en general,
de que no fueran, como nos inclinam os a creer, un mero pre­ para las personas, en p a rticula r, ha sido la in fin itu d de sus
texto para su sed de poder. sentimientos; p o r eso, no se sentían en absoluto com pungi-
La piedad, en cuanto resorte de la v irtu d , ha probado te­
ner una mayor capacidad para la crueldad que la crueldad
30. Los docum entos de las secciones p arisin as, p ub lica do s ahora p o r
misma. «Par pitié, par amour, pour l’hum anité, soyez inhu-
prim era vez en una e d ició n b ilin g ü e (francés-alem án) en la obra citada
mains!» son palabras que, tomadas casi al azar, de una de las en la nota 3, son pró dig os en fó rm ulas de este tip o . M i c ita procede del
peticiones presentadas por una sección de la Comuna de Pa­ núm. 57. En té rm in o s generales, puede decirse que cuanto más sangui­
rís a la Convención Nacional, no son n i casuales n i exagera­ nario era su autor, más soba in s is tir en ces tendres affections de l'ám e, en
das; constituyen el auténtico lenguaje de la piedad. Las sigue la ternura de su alm a.
120 SOBRE LA REVOLUCIÓN 121
1 . LA CUESTION SOCIAL

dos al sacrificar esas realidades a sus «principios», al curso realidad, pertenecían a la esfera fa m ilia r y los cuales, pese a
de la h isto ria o a la causa de la revolución como tal. Aunque form ar parte ya de la esfera pública, no podían ser resueltos
esta insensibilidad em otiva para la realidad fue ya notoria en por medios políticos, ya que se trataba de asuntos adm inis­
la conducta de Rousseau, su fantástica irresponsabilidad y trativos, que debían ser confiados a expertos, y eran irresolu­
versatilidad llegó a convertirse en un factor po lítico im por­ bles mediante el doble procedim iento de la decisión y la dis­
tante sólo con Robespierre quien lo intro du jo en la lucha de cusión. Es cierto que los asuntos sociales y económicos ya se
facciones de la Revolución31. habían introducido en la esfera pública con anterioridad a las
Desde un punto de vista político, puede decirse que el mal revoluciones de finales del siglo x v ill y que la transform ación
de la v irtu d robespieriana consistió en no haberse impuesto del gobierno en adm inistración, la sustitución del a rb itrio
ninguna lim ita c ió n . La gran idea de Montesquieu, según la personal p o r normas burocráticas, con la correspondiente
cual la v irtu d debe tener tam bién sus lím ites, a Robespierre transform ación de las leyes en decretos, había constituido
le hubiera parecido la expresión típica de un corazón frío. una de las características principales del absolutismo. Pero,
Gracias a la dudosa sabiduría que nos da la distancia, pode­ al venirse abajo la autoridad po lítica y legal y producirse la
mos darnos cuenta de que la visión de Montesquieu era más revolución, era el pueblo, no los problemas económicos y fi­
sabia y recordar que la v irtu d inspirada por la piedad de Ro­ nancieros, el que se hallaba en peligro y no sólo se introdujo
bespierre hizo, desde el comienzo de su reinado, estragos en en la esfera política, sino que la hizo reventar. Sus necesida­
la justicia y escarneció las leyes32. Comparada con los enor­ des eran violentas y, por así decirlo, prepolíticas; al parecer,
mes padecimientos de la inmensa mayoría del pueblo, la im ­ sólo la violencia podía ser lo bastante fuerte y expeditiva para
parcialidad de la ju sticia y de la ley, la aplicación de las m is­ satisfacerlas.
mas norm as a quienes duermen en palacios y los que lo Por la misma razón, todo el problem a de la política, inclu­
hacen bajo los puentes de París, tenía todas las trazas de una yendo el problem a más grave de entonces, el de la form a de
burla. Desde que la Revolución había abierto las barreras del gobierno, se co n virtió en un asunto de política exterior. Del
reino p o lítico a los pobres, este reino se había convertido en mismo m odo qüe Luis X V I había sido ejecutado como tra i
«social». Fue abrum ado p o r zozobras e inquietudes que, en dor antes que como tirano, toda la discusión en torno a mo
narquía o república se redujo al problema de la agresión ar
31. Thom pson (ob. c it., p. 108) recuerda que D esm oulins en 1790 ya mada extranjera contra la nación francesa. Se trata de
había dicho a R obespierre: «Eres fie l a tus p rin c ip io s , sin que te im porte
la suerte que puedan c o rre r tus amigos».
mismo cambio decisivo de actitud, producido en el momen­
32. Para d a r u n ejem plo, R obespierre, a l hablar del tem a del gobierno to crucial de la Revolución, que ya hemos identificado como
revolu cion ario, decía: « II ne s’a g it p o in t d’entraver la ju stice du peuple el cambio de las formas de gobierno a la «bondad natural de
par des form es nouvelles; la lo i pénale d o it nécessairement avoir quel- una clase», o de la república al pueblo. Históricamenteyeste
que chose de vague, parce que le caractére actuel des conspirateurs étant
fue el momento en que la Revolución se desintegró en la gue­
la d issim ula tion et l ’hypo crisie, il faut que la ju stice puisse les saisir sous
toutes les form es». D iscurso ante la Convención N acional el 26 de ju lio
rra, en la guerra c iv il en el in te rio r y en las guerras extranje­
de 1794; Oeuvres, ed. Laponneraye, vo l. III, p. 723. Sobre el problem a de ras en el exterior, con lo cual el poder del pueblo, reciente­
la hipocresía, que s irv ió a R obespierre para ju s tific a r la a rbitrariedad mente conquistado pero nunca debidamente consolidado, se
de la ju s tic ia p opular, vid. in fra .
deshizo en un caos de violencia. Si la cuestión de la nueva
2. LA CUESTIÓN SOCIAL 123
122 SOBRE LA REVOLUCIÓN
I

form a de gobierno iba a ser decidida en el campo de batalla, Por el contrario, el hecho de que el h o rro r y la repulsión que
entonces era la violencia y no el poder la que iba a cam biar el despertaron las noticias del reinado del te rro r en Francia
orden natural de las cosas. Si el fin exclusivo de la Revolución fuesen, sin duda, m ucho mayores y más unánimes en los Es­
era la liberación de la pobreza y la felicidad del pueblo, en tal tados Unidos que en Europa es perfectamente explicable de­
caso la ingeniosa frase de Saint-Just -juve n ilm e n te blasfe­ bido a la m ayor fa m ilia rid a d de todo país colonial con la v io ­
m a-, «lo que más se parece a la v irtu d es un gran crim en», no lencia y la anarquía. Los prim eros cam inos a través de la
pasó de ser una observación de lo que ocurría a d ia rio , ya «inmensidad legendaria» del continente fueron abiertos en­
que finalizaba diciendo que todo debe «ser p e rm itid o a quie­ tonces, como lo seguirían siendo durante un siglo más, «ge­
nes actúan en la dirección revolucionaria»33. neralmente, p o r los elementos más viciosos», com o si «[no
Sería d ifíc il encontrar en toda la oratoria revolucionaria pudiesen ser] dados los prim eros pasos [...] talados [los] p ri­
unafrase que señalase de modo más preciso los aspectos en meros árboles» sin «violaciones horribles», n i «devastacio­
los que se Separaban fundadores y liberadores, los hombres nes fulm inantes»34. Aunque es cierto que aquellos que, por
de la Revolución americana y los de la francesa. La Revolu- las razones que fuesen, se precipitaron desde la sociedad ha­
S tióhlam ericana se d irigía a la fundación de la lib e rta d y al es­ cia el desierto, actuaron como si todo estuviese p e rm itid o a
tablecim iento de instituciones duraderas, y a quienes actúa1" quienes habían abandonado el m arco de la ley, tam bién es
ban en esta dirección no les estaba p e rm itid o nada que cierto que n i ellos, n i quienes los contem plaban, n i siquiera
rebasase el marco del Derecho. La Revolución francesa se aquellos que los adm iraban, pensaron jamás que pudiese
apartó, casi desde su origen, del rum bo de la fundación a surgir un nuevo m undo y una nueva ley de ta l tip o de con­
causa de la proxim idad del padecim iento; estuvo determ ina­ ducta. Por crim inales y hasta bestiales que pudieran haber
da por las exigencias de la liberación de la necesidad, no de sido las proezas que hicieron posible la colonización del con­
la tiranía, y fue impulsada por la inm ensidad sin lím ites de la tinente americano, no pasaron de ser acciones realizadas por
m iseria del pueblo y de la piedad que inspiraba esta m iseria. hombres concretos y, si bien dieron origen a la generaliza­
La anarquía que representaba el p rin c ip io «todo está p e rm i­ ción y la reflexión teóricas, tales consideraciones versaron
tido» en este caso todavía procedía de los sentim ientos del más sobre ciertos instintos bestiales inherentes a la naturale­
corazón, cuya inmensidad contribuyó a la liberación de una za humana que sobre la conducta p o lítica de los grupos o r­
corriente de violencia sin lím ites. ganizados y, en ningún caso, sobre una necesidad h istó rica
No es que los hombres de la Revolución americana igno­ que sólo podía progresar gracias a los crímenes y a los c rim i­
nales.
rasen la gran fuerza que la violencia, la violación consciente
de todas las leyes de la sociedad c iv il, era capaz de alum brar. Por supuesto, los hombres que vivían en la frontera ame­
ricana tam bién pertenecían al pueblo para el que se había
33. La frase aparece fo rm u la da com o un p rin c ip io en la « In s tru c c ió n a imaginado y constituido el nuevo cuerpo p o lítico , pero n i
las autoridades constituidas», redactada p o r una co m isió n p ro v is io n a l ellos n i quienes habitaban las regiones colonizadas constitu-
encargada de a dm in istrar la ley re vo lu cio n a ria en Lyon. Es caracterís­
tic o que «de acuerdo con la In s tru c c ió n , la R evolución se hacía espe­
34. Crévecoeur, Lettre sfrom an A m erican Farm er (1782), ed. p o r D u t­
cialm ente en favor de la vasta clase de los pobres». Véase Palm er, ob. cit.
ton, 1957, C arta 3.
p. 167.
124 SOBRE LA REVOLUCIÓN 2. LA CUESTIÓN SOCIAL 125

yeron nunca una singularidad para los fundadores. La pala­ rencias de o p in ió n , que deben continuar «durante tanto
bra «pueblo» tuvo siempre para ellos el significado de mayo­ tiem po como la razón humana siga siendo falible y el hom ­
ría, de la variedad in fin ita de una m u ltitu d cuya majestad re­ bre sea lib re para ejercerla»36.
sidía en su m ism a plura lid a d . La oposición a la opinión Lo im portante, naturalm ente, era que el tip o de m ultitud
pública, es decir a la potencial unanim idad de todos, era una que los fundadores de la repúbüca americana representaron,
de las muchas cosas en las que se m ostraron totalm ente de prim ero, y constituyeron, después, políticam ente, si existía
acuerdo los hombres de la Revolución americana; ellos sa­ de algún modo en Europa, dejaba de existir tan pronto como
bían que en una república la esfera pública estaba constitui­ uno se acercaba a los estratos más bajos de la población. Los
da por un intercam bio de opiniones entre iguales y que dicha m alheureux a quienes la Revolución francesa había sacado
esfera dejaría de e xistir en el momento mismo en que dejase de la oscuridad de la m iseria en que vivían constituían una
de tener sentido el intercam bio, debido a que todos tuviesen m u ltitu d sólo en el sentido cuantitativo. La imagen rousso-
la misma opinión. En sus discusiones nunca se refirieron a la niana de «una m u ltitu d [...] unida en un cuerpo» y dirig id a
op in ión pública -com o invariablemente hicieron Robespie­ por una voluntad era una descripción exacta de su modo real
rre y los hombres de la Revolución francesa-, para dar más de comportarse, puesto que lo que les acuciaba era la necesi­
fuerza a sus propias opiniones; a sus ojos, el gobierno de la dad de pan, y los clamores pidiendo pan serán siempre pro­
o p in ión pública era una form a de tiranía. Hasta tal punto se feridos con una sola voz. En la medida en que todos necesi­
identificaba el concepto americano de pueblo con una m u lti­ tamos pan, todos somos iguales y quizá constituyam os un
tud de votos e intereses, que Jefferson pudo establecer como solo cuerpo. Por ello, no se debe a un capricho teórico que la
p rin c ip io «ser una nación en los asuntos internacionales y idea francesa de lepeuple haya im plicado, desde sus oríge­
conservar nuestra individualidad en los asuntos internos»35, nes, el significado de un m onstruo de m il cabezas, de una
de la m ism a form a que M adison pudo afirm ar que su regu­ masa que se mueve como un cuerpo y que actúa como si es­
lación «constituye la tarea p rin cip a l de [...] la legislación e tuviese poseída por una voluntad; y si esta noción se ha pro­
im plica el espíritu de p a rtid o y facción en las actividades del pagado p o r todo el m undo no se ha debido a la influencia d
gobierno». Es notable el m odo en que se acentúa aquí la idea ideas abstractas, sino a su evidente verosim ilitud cuando s
de facción, puesto que se opone totalmente a la tradición clá­ dan las condiciones de una pobreza abyecta. La inquietu
sica, a la cual, en otros aspectos, los Padres fundadores pres­ política que conlleva la m iseria del pueblo es que la mayoría
taron la m ayor atención. M adison debió de darse cuenta de puede asum ir de hecho el disfraz de la unidad, que el padeci­
la desviación en que in c u rría en punto tan im portante y se miento engendra ciertamente estados de ánimo, emociones
m ostró explícito al exponer sus razones, derivadas de su pe­ y actitudes que se asemejan a la solidaridad hasta el punto de
culiar concepción de la naturaleza de la razón humana más confundirse con ella, y que -e n últim o térm ino, pero no me­
que de cualquier reflexión acerca de la diversidad de intere­ nos im po rta n te - la piedad hacia la mayoría se confunde fá­
ses en conflicto en la sociedad. Según él, el p a rtid o y la fac­ cilm ente con la compasión hacia una persona, cuando el
ción en el gobierno corresponden a los diversos votos y dife- «celo de la compasión» (le zéle com patissant) puede fijarse

35. En una carta a M adison desde París, el 16 de diciem bre de 1786. 36. The Federalist {1787), ed. p o r Jacob E.Cooke, M eridian, 1961, n. 10.
126 SOBRE LA REVOLUCIÓN
2. LA CUESTIÓN SOCIAL 127

sobre un objeto cuya unidad parece cu m p lir los requisitos de ce en una amenaza para su d u rabilidad. En efecto, desde el
la cc npasión, en tanto que su inm ensidad, al propio tiem po, punto de vista hum ano, es gracias a la paciencia cóm o el
correí pondea la in fin itu d de la em oción auténtica. En una hombre puede crear la durabilidad y la continuidad. Su pen­
ocasión, Robespierre com paró la nación al océano; fue sin samiento no les condujo más allá de concebir el gobierno a
duda el océano deda m iseria y los sentim ientos oceánicos imagen de la razón in d ivid u a l y de co n stru ir la autoridad del
que gobierno sobre los gobernados siguiendo el m odelo ya a n ti­
tos de la libertad. guo del d o m in io de la razón sobre las pasiones. La Ilu s tra ­
Pese a que la sabiduría de los fundadores americanos, tan­ ción siempre estuvo encariñada con la idea de poner la «irra ­
to en la teoría como en la práctica, es de sobra n o toria e im ­ cionalidad» de los deseos y emociones bajo el co n tro l de la
presionante, no ha ido nunca acompañada de la persuasión racionalidad, idea que pronto m ostró su insuficiencia en
y plausibilidad necesarias para que prevaleciese en la tra d i­ muchos aspectos, especialmente en la cóm oda y superficial
ción revolucionaria. Parece como si la Revolución america­ identificación que establecía entre pensam iento y razón, de
na hubiese sido realizada dentro de una torre de m a rfil en la una parte, y razón y racionalidad, de otra.
que nunca penetraron n i el espantoso espectáculo de la m i­ Sin embargo, el problem a tiene otra dim ensión. Indepen­
seria humana n i los clamores obsesivos de la pobreza abyec­ dientemente de cuál sea la naturaleza de las pasiones y las
ta. En realidad, ésta fue y Siguió siendo p o r mucho tiem po el emociones, y cualquiera que sea la conexión existente entre
espectáculo y el clam or de la hum anidad, aunque no del hu­ pensamiento y razón, lo cierto es que se encuentran localiza­
manismo. Debido a que no les rodeaba ningún padecim ien­ das en el corazón humano. Y ocurre que el corazón hum ano
to que incitase sus pasiones, ninguna necesidad irresistible y esun lugar de tinieblas que el ojo hum ano no puede penetrar
perentoria que les impulsase a someterse a la ley de la necesi­ con certidum bre; las cualidades del corazón requieren oscu­
dad, ninguna piedad que los descarriase de la razón, los ridad y protección contra la luz pública para crecer y ser lo
hombres de la Revolución americana fueron siempre hom ­ que pretenden ser, m otivos íntim os que no están hechos
bres de acción, desde el p rin cip io hasta el fin , desde la Decla­ para la ostentación pública. Por profundam ente sincero que
ración de Independencia hasta la prom ulgación de la Cons­ sea un m otivo, una vez que se exterioriza y queda expuesto a
titu ció n . Su profundo realism o nunca tuvo que someterse a la inspección pública, se convierte más en objeto de sospe­
la prueba de la compasión, su sentido com ún nunca se vio cha que de conocim iento; cuando la luz pública cae sobre él,
expuesto a la esperanza absurda de que el hom bre, a quien el semanifiesta e incluso b rilla , pero, a diferencia de los hechos
cristianism o había presentado como un ser corrupto y peca­ y palabras, cuya m ism a existencia depende de la exposición,
m inoso por naturaleza, pudiese todavía revelarse como un los motivos que existen tras tales hechos y palabras son des­
ángel. Debido a que la pasión nunca les había tentado en su truidos en su esencia p o r la exposición; cuando se exponen
form a más noble, la compasión, les pareció natural concebir sólo son «meras apariencias» tras las cuales, una vez más,
la pasión como una especie de deseo, despojándola de todo pueden esconderse nuevos y ulteriores m otivos, tales como
su significado original, que es7rai)EÍv, s u frir y soportar. Esta la superchería y la hipocresía. La m ism a nefasta lógica del
falta de experiencia da a sus teorías, incluso cuando son sóli­ corazón hum ano, que ha determ inado de m odo casi auto­
das, un ciertoaire de alegría, una cierta ligereza que se tradu- mático que la m oderna «investigación de m otivaciones»
128 2. LA CUESTION SOCIAL
129
SOBRE LA REVOLUCION

desemboque en una especie m isteriosa de fichero de los vi­ como él lo entendía al menos una vez por semana, ¿cómo po­
cios humanos, en una auténtica ciencia de la misantropía, día estar seguro de que no era aquello que quizá más temía en
hizo que Robespierre y sus seguidores, una vez que identifi­ su vida, un hipócrita? El corazón conoce muchas luchas inte­
caron la v irtu d con las cualidades del corazón, viesen la riores de esta clase y sabe m uy bien que lo que era recto m ien­
in trig a y la calum nia, el engaño y la hipocresía por todas par­ tras permanecía escondido puede parecer deshonesto una
tes. El funesto estado de espíritu de la sospecha, omnipre­ vez que se descubre. El corazón sabe cómo manejar estos
sente de m odo tan n o to rio a través de la Revolución france­ problemas que plantea la oscuridad, de acuerdo con su pro­
sa, incluso antes de que una Ley de Sospechosos sacase de pia «lógica», aunque no tiene solución para ellos, ya que una
ella las consecuencias más horrorosas (y que b rilló por su solución exige claridad y es precisamente la luz del mundo la
ausencia hasta en los momentos en que se produjeron las que perturba la vida del corazón. La verdad del ame déchirée
discusiones más agrias entre los hombres de la Revolución de Rousseau, aparte su función en la form ación de la volonté
americana) procedía directamente de haber acentuado inde­ générale, es que el corazón sólo comienza a palpitar adecua­
bidamente el corazón como la fuente de la v irtu d política, le damente cuando ha sido destrozado o vive un conflicto, pero
<coeur, une ame droite, un caractére m oral. se trata de una verdad que no puede prevalecer fuera de la
Por otra parte, el corazón -com o ya sabían m uy bien los vida del alma y fuera del reino de los asuntos humanos.
grandes m oralistas franceses desde M ontaigne a Pascal, an­ Robespierre traspasó los conflictos del alma, el ame déchi­
tes que los grandes psicólogos del siglo x ix , Kierkegaard, rée de Rousseau, a la política, donde term inaron por ser fata­
Dbstoievski, Nietzsche- mantiene vivas sus fuentes gracias a les debido a que eran insolubles. «La caza de hipócritas no
una lucha constante que progresa en la oscuridad y precisa­ tiene Emites y sólo puede pro du cir la desmoralización»37. Si,
mente gracias a ella. Cuando decimos que nadie sino Dios según Robespierre, «el patriotism o era patrim onio del cora­
puede ver (y quizá puede soportar ver) la desnudez de un zón», entonces el reino de la v irtu d estaba condenado a ser,
cuerpo humano, «nadie» incluye a uno mismo, aunque sólo en el peor de los casos, dom inio de la hipocresía y, en el me­
sea porque nuestro sentido de la realidad inequívoca está tan jor, una lucha sin fin para cazar a los hipócritas, una lucha
ligado a la presencia de otros que nosotros nunca ppdemos cuyo fin a l debía ser necesariamente la derrota debido a que
estar seguros de aquello que sólo nosotros, y nadie más, co­ era im posible d istin g u ir entre patriotas verdaderos y falsos.
nocemos. La consecuencia de esta clandestinidad es que Cuando su sincero p a trio tism o o su v irtu d siempre alerta
toda nuestra vida psicológica, el proceso de nuestros estados eran desplegadas en público dejaban de ser principios para
de ánim o en nuestras almas es execrado mediante la sospe­ la acción o motivaciones para la inspiración; habían degene­
cha que constantemente sentimos alzarse contra nosotros rado en meras apariencias y se habían convertido en parte de
mismos, contra nuestros m otivos íntim os. La insana falta de una exhibición en la cual Tartufo estaba llam ado a desempe­
confianza en los demás, incluso en los amigos más íntimos, ñar el papel p rin cip a l. Era como si la duda cartesiana -je
característica de Robespierre, en últim o térm ino se derivaba doute doneje suis- hubiera llegado a convertirse en el p rin c i­
de algo tan norm al como la sospecha de sí mismo. Dado que pio de la acción p o lítica, lo que se debía a que Robespierre
su propio credo le obligaba a jugar al «incorruptible» en pú­
blico todos los días y a desplegar su v irtu d , a a b rir su corazón 37. R. R. Palmer, ob c it., p. 163.
130 SOBRE LA REVOLUCION 2. LA CUESTIÓN SOCIAL 131

había llevado a cabo la misma introversión respecto a las eta­ hecho histórico. La Revolución, antes de proceder a devorar a
pas de la acción que la que Descartes había realizado respec­ sus hijos, los había desenmascarado, y la historiografía fran­
to a las articulaciones del pensamiento. Por supuesto, cada cesa, a lo largo de siglo y m edio, ha reproducido y docum en­
hecho en particular tiene sus motivaciones, su propósito y su tado todas estas revelaciones hasta que no ha quedado ningu­
razón de ser, pero el acto en sí m ism o, pese a que proclam a no de los principales personajes que no haya sido acusado o,
su propósito y m anifiesta su razón de ser, no pone de m ani­ al menos, suscitado sospechas de co rrup ció n, duplicidad y
fiesto la m otivación íntim a del agente. Sus m otivaciones per­ mendacidad. Independientemente de cuál sea nuestra deuda
manecen en la oscuridad, no b rilla n sino que permanecen con las controversias eruditas y la retórica apasionada de es­
ocultas, no sólo para los demás, sino, las más de las veces, tos historiadores, desde M ichelet y Louis Blanc hasta Aulard y
para sí mismo y no son n i siquiera descubiertos por la intro s­ Mathiez, lo cierto es que, cuando no sucum bieron a los hechi­
pección. De aquí que la búsqueda de las m otivaciones, la exi­ zos de la necesidad histórica, escribieron como si todavía es­
gencia de que todo el m undo despliegue sus m otivaciones tuvieran cazando hipócritas; en palabras de M ichelet, «con
íntim as en público, transform a, por tratar.se en realidad de sólo tocarlos, los falsos ídolos se desmoronaban y quedaban
algo imposible, a todos los actores en hipócritas; cuando se al desnudo, y la carroña de los reyes se manifestaba sin ropa­
in icia la exhibición de las m otivaciones, la hipocresía co­ jes ni disfraz»38. Se seguían sintiendo com prom etidos con la
mienza a em ponzoñar todas las relaciones humanas. Por guerra que la v irtu d de Robespierre había declarado a la h i­
otra parte, el esfuerzo d irig id o a ilu m in a r la oscuridad y lo pocresía, del m ism o m odo que el pueblo francés todavía re­
recóndito puede traer únicam ente como resultado una ma­ cuerda tan vividam ente las m aquinaciones traicioneras de
nifestación abierta y descarada de aquellos actos cuya propia sus gobernantes de antaño como para responder a cada de­
naturaleza les im pulsa a buscar la protección de la o scuri­ rrota en la guerra o en la paz con un nous sommes trahis. Aho­
dad; desgraciadamente, pertenece a la esencia de estas cosas ra bien, la vivencia de estas experiencias no es en m odo algu­
que todo esfuerzo encaminado a lograr que la bondad se ma­ no exclusiva de la h isto ria nacional del pueblo francés.
nifieste en público term ine con la aparición del crim en y de Bástenos recordar cómo, hasta fecha m uy reciente, la histo­
la crim inalidad en la escena política. En la política, en mayor riografía de la Revolución americana, bajo la descollante in ­
grado que en cualquier otra parte, no tenemos la posibilidad fluencia de la obra de Charles Beard Econom ic Inte rpretation
de d istin g u ir entre el ser y la apariencia. En la esfera de los ofthe C onstitution o f the U nited States (1913), estuvo obsesio­
asuntos humanos, ser y apariencia son la m ism a cosa. nada por el desenmascaramiento de los Padres fundadores y
por la búsqueda de m otivos profundos en el proceso creador
de la C onstitución. Este esfuerzo era tanto más significativo
cuanto apenas existían hechos que respaldasen las conclusio­
ir \ nes a que se quería llegar39. Se trataba en realidad de una «his-
El im portante papel que la hipocresía y la pasión por su des-
enmascaramiento desempeñaron en las etapas finales de la
38. C it. p o r L o rd A cton, ob. c it., apéndice.
Revolución francesa, aunque es probable que continúe sien­ 39. La falta de pruebas que dem uestren con hechos la fam osa teoría de
do m otivo de sorpresa para los historiadores, constituye un Beard, ha sido puesta de relieve recientem ente p o r R. E. B row n: Charles
132 SOBRE LA REVOLUCIÓN 2. LA CUESTIÓN SOCIAL 133

to ria de las ideas», como si los intelectuales y eruditos de mendacidad. Sin embargo, hay una diferencia notable. El te­
Am érica, al salir ésta de su aislacionismo en los prim eros rro r del siglo x v iii fue practicado de buena fe y si alcanzó
de este siglo, sintiesen la necesidad de repetir en letras proporciones inconmensurables se debió solamente a que la
iprenta lo que en otros países había escrito con sangre. caza de hipócritas es ilim ita d a p o r naturaleza. Las purgas
Fue la guerra contra la hipocresía la que transform ó la dic­ que se realizaron en el partido bolchevique antes de su subi­
tadura de Robespierre en el Reinado del Terror y el rasgo más da al poder fueron m otivadas principalm ente por razones
característico de ese período fue la depuración a la que se so­ ideológicas; en este sentido, la interconexión entre te rro r e
m etieron los gobernantes. El te rro r con el que castigó el In ­ ideología fue patente desde el comienzo. Después de alcan­
co rrup tib le no debe ser confundido con el Gran M iedo -en zar el poder, aún bajo la dirección de Lenin, el partido in sti­
Francia a ambos se denom ina te rre u r- que fue resultado de tucionalizó purgas como un m edio para poner coto a los
la insurrección popular que comenzó con la caída de la Bas­ abusos y a la incompetencia de la burocracia gobernante. Es­
tilla y la marcha de las mujeres a Versalles y term inó con las tos dos tipos de purgas eran diferentes, sin embargo tenían
matanzas de septiembre tres años más tarde. El reinado del una cosa en común, ambas se inspiraron en el concepto de la
te rro r y el m iedo provocado por la insurrección de las masas necesidad histórica, cuyo curso estaba determ inado por el
no fueron la m ism a cosa. Tampoco se puede verter toda la m ovim iento y el contram ovim iento, por la revolución y la
responsabilidad por el te rro r sobre la dictadura revoluciona­ contrarrevolución, de tal form a que ciertos «crímenes» con­
ria, pues no debe olvidarse que ésta se trataba de una medida tra la revolución tenían que ser descubiertos aunque se des­
de urgencia necesaria en un país que se encontraba en gue­ conociese la personalidad de los crim inales que los habían
rra prácticam ente con todos sus vecinos. cometido. El concepto de «enemigos objetivos», de suma im ­
El te rro r como instrum ento institucionalizado, empleado portancia para entender las purgas y los procesos amañados
conscientemente para acelerar el ritm o de la revolución, no del mundo bolchevique, no jugó ningún papel en la Revolu­
se conoció con ante rio rida d a la Revolución rusa. No hay ción francesa y lo mismo o currió con el concepto de necesi­
duda de que las purgas organizadas por el partido bolchevi­ dad histórica que, como hemos visto, no procedía tanto de la
que se inspiraron - y de este m odo trataron de justificarse- experiencia y el pensamiento de quienes hicieron la revolu­
en el m odelo que ofrecían los acontecimientos que habían ción como de los esfuerzos de quienes deseaban entender y
configurado el curso de la Revolución francesa; los hombres congraciarse con unos acontecimientos que habían contem­
de la Revolución de Octubre debieron de pensar que ningu­ plado, como espectadores, desde fuera. El te rro r de la virtu d
na revolución era completa sin que se lleven a cabo purgas en de Robespierre fue desde luego terrible, pero siempre estuvo
el p a rtid o que se ha apoderado del poder. Hasta el lenguaje d irig id o contra un enemigo clandestino y contra un vicio
empleado a lo largo de los repugnantes procesos era seme­ oculto. No estuvo d irig id o contra el pueblo, el cual era ino­
jante; se trataba siempre de descubrir lo oculto, de desen­ cente, incluso desde el punto de vista del gobernante revolu­
mascarar los disfraces, de poner de reheve la duplicidad y la cionario. Se trataba de desenmascarar al tra id o r disfrazado,
no de colocar la máscara de la traición sobre personas selec­
Beard and the C on stitu tion , P rince to n, 1956, y p o r Forrest M cDonald; cionadas arbitrariam ente, a fin de crear los personajes nece­
We the People, The Econom ic O rigins o f the C onstitution, Chicago, 1958. sarios en la mascarada sangrienta del m ovim iento dialéctico.
1
134 SOBRE LA REVOLUCIÓN 2. LA CUESTION SOCIAL 135

Puede parecer extraño que la hipocresía -u n vicio menor, perniciosa guerra, com plica los problemas planteados en la
según creemos- pueda haber sido más odiada que todos los doctrina de Maquiavelo. Robespierre fue lo suficientemente
demás vicios juntos. ¿No era la hipocresía, en la m edida en moderno como para ir en busca de la verdad, aunque no cre­
que rendía pleitesía a la v irtu d , un v ic io que desarma a los yese, como pensaron algunos de sus discípulos, que podía
demás vicios, puesto que im pide su exhibición y los obliga a fabricarla. En oposición a M aquiavelo, no enseñó que la ver­
»que se oculten? ¿Qué razón hay para que el vicio que encubre dad aparecía espontáneamente en este m undo n i en un m un­
a los demás llegue a ser el vic io de los vicios? ¿Es que la h ip o ­ do futuro. Cuando falta la fe en la capacidad reveladora de la
cresía es verdaderamente un m onstruo?, preguntaríam os verdad, la m entira y la insinceridad en todas sus form as
(como M elville preguntó, «¿es que la envidia es verdadera­ cambian de carácter; no fueron consideradas com o crím e­
mente un monstruo?»). Teóricamente, las respuestas que se nes en la Antigüedad a menos que supusiesen engaño cons­
den a estas preguntas quizá tengan que ver con uno de los ciente o testim onio falso.
problemas metafísicos más antiguos de nuestra tra d ició n , Desde un punto de vista p o lítico , lo que inquietaba a Só­
el problema de la relación entre ser y apariencia, cuyas im p li­ crates y a Maquiavélo no era la m entira, sino el problem a del
caciones y consecuencias en la esfera de la po lítica han sido crimen oculto, es decir, la p o sib ilid a d de un acto crim in a l
evidentes y m otivo de reflexión, al menos desde Sócrates a que, al no ser visto p o r nadie, pasase desapercibido para to ­
Maquiavelo. La esencia del problem a puede ser enunciada dos, salvo para su agente. En los prim eros diálogos socráticos
brevemente y, p o r lo que a nosotros interesa, exhaustiva­ de Platón, en los que el tema constituye un m otivo constante
mente recordando las dos posiciones diam etralm ente de discusión, siempre se tiene el cuidado de añadir que el
opuestas que asociamos con estos dos pensadores. problema consiste en una acción «no conocida n i p o r los
Sócrates, dentro de la tra d ició n del pensam iento griego, hombres n i p o r los dioses». Esta aclaración es crucial, porque
eligió, como punto de partida, la creencia, no puesta en cues­ el problema, en esta form a, no se le podía plantear a M aquia­
tió n , en la verdad de la apariencia y enseñó: «Sé como quisie­ velo, cuya pretendida doctrina m oral presupone la existencia
ras que los otros te viesen», que es com o si hubiera dicho: de un Dios que conoce todo y en su día juzgará a todos. Para
«Preséntate ante t i m ism o como quisieras que los demás te Sócrates, p o r el contrario, constituía un auténtico problem a
viesen». Maquiavelo, por el contrario, dentro de la tradición decidir si algo que sólo «aparecía» al agente existía en abso­
del pensamiento cristiano, d io p o r supuesta la existencia de luto. La solución socrática consistió en el descubrim iento ex­
un Ser trascendente que está detrás y más allá del m undo de traordinario de que el agente y el observador, el que realiza el
las apariencias y, en consecuencia, enseñó: «Preséntate como acto y aquel a quien el acto debe aparecerse para que pueda
tú deseas ser», lo cual significa: «No te preocupes de cómo ser considerado como real -éste, en térm inos griegos, es el
eres, esto no tiene ninguna trascendencia para el m undo de único que puede decir Soxel p o í, se me apareció, para po­
la política, donde sólo las apariencias, no el ser “ verdadero” , der form ar entonces su SóE,a, su o p in ión , de acuerdo con
cuentan; si puedes, arréglatelas para presentarte como q ui­ ella- estaban contenidos en la misma persona. La identidad
sieras ser, es todo lo que pueden e xig irte los jueces de este de esta persona, en contraste con la del in d ivid u o m oderno,
mundo». Su consejo nos parece hoy el consejo de la hipocre­ no estaba constituida por la unidad, sino p o r un constante
sía, y la hipocresía, a la que Robespierre declaró su in ú til y vaivén de la dualidad en la unidad; este m ovim iento hallaba
136 2. LA CUESTIÓN SOCIAL
137
SOBRE LA REVOLUCION

su form a superior y su realidad más pura en el diálogo del de la representación; no hay un a lte r ego ante quien aparezca
pensamiento que Sócrates no identificó con operaciones lógi­ en su verdadero aspecto, al menos m ientras permanece en la
cas tales como la inducción, la deducción o la conclusión, escena. Su duplicidad, por consiguiente, se vuelve contra sí
para las cuales no se requiere más que un «operador», sino mismo y no es menos víctim a de su mendacidad que aque­
con esa form a de discurso que se mantiene entre yo y yo mis­ llos a quienes engaña. En térm inos psicológicos, se puede -
mo. Lo que aquí nos im porta es que el agente socrático, debi­ decir que el h ip ó crita es demasiado ambicioso; no sólo quie­
do a que era capaz de pensar, llevaba consigo mismo un testi­ re parecer virtu o so a los demás, sino que quiere convencerse
go del que no podía escapar; donde quiera que fuese y a sí m ism o. Por la misma razón, elim ina del mundo, al que
cualquier cosa que hiciese, tenía su audiencia que, como cual­ ha poblado de ilusiones y de falsos fantasmas, el único ger­
quier otra, se con stitu iría automáticamente en trib u na l de men de integridad capaz de dar nacim iento una vez más a
justicia, esto es, en ese trib u na l que posteriormente se ha lla­ una verdadera apariencia, su propio e incorruptible yo. Aun­
mado la conciencia. La solución dada por Sócrates al proble­ que probablem ente ningún hom bre vivo, en cuanto ser ca­
ma del crim en oculto fue que nada de lo que haga el hombre paz de realizar acciones, puede tener la pretensión, no ya de
puede dejar de «ser conocido por los hombres y los dioses». no ser corrom pido, sino de ser incorruptible, quizá no pueda
Antes de seguir adelante, debemos hacer notar que, en el afirm arse lo m ism o respecto a ese o tro yo vigilante y testi-
cuadro de referencias socrático, apenas se da la posibilidad m oniador ante cuyos ojos deben aparecer no ya nuestras
de la tom a de conciencia del fenómeno de la hipocresía. Para m otivaciones y la oscuridad de nuestros corazones sino, al
ser más precisos, la polis y toda la esfera de la política consti­ menos, lo que hacemos y decimos. En cuanto testigos, si no
tuía un espacio construido por el hombre para que se produ­ de nuestras intenciones sí de nuestra conducta, podemos ser
jesen en él las apariciones y donde, por tanto, los hechos y las falsos o veraces, y el crim en del h ip ó crita consiste en que da
palabras de los hombres eran exhibidas ante el público, que falso testim onio contra sí mism o. La causa de que nos resulte
daba testim onio de su realidad y juzgaba su valor. En esta es­ tan natural suponer que la hipocresía es el vicio de los vicios
fera, trampas, engaños y m entiras eran posibles, como si los es que la integridad puede e x is tir bajo la capa de todos los
hombres, en vez de «aparecer» y exhibirse, creasen fantas­ demás vicios, salvo de éste. Es cierto que sólo ante el crim en
mas y apariciones con las que engañar a los otros; estas ilu ­ y el c rim in a l sentimos la perplejidad del mal radical, pero
siones fabricadas p o r ellos mismos cubrían los fenómenos sólo el h ip ó crita está realmente podrido hasta el corazón.
reales (las apariencias verdaderas o cpaivópeva), de igual Ahora podemos entender por qué hasta el consejo de Ma-
m odo que una ilu sió n óptica puede cu b rir el objeto, por así quiavelo «Preséntate como deseas ser» apenas roza el proble­
decirlo, e im p e d ir que aparezca. No obstante, la hipocresía ma de la hipocresía. Maquiavelo conocía bien la corrupción,
no es engaño y la duplicidad del h ipócrita es diferente de la especialmente la corrupción de la Iglesia, a la que trataba de
del m entiroso y del tram poso. El hipócrita, como la propia hacer culpable de la corrupción del pueblo italiano. Mas esta
palabra ind ica (en griego significa «actor»), cuando falsa­ corrupción radicaba, según él, en la introm isión de la Iglesia
mente sim ula la v irtu d desempeña un papel de modo tan en los asuntos seculares mundanos, esto es, en el dom inio de
consecuente como el acto en el teatro, quien tam bién debe las apariencias cuyos procedim ientos eran incom patibles
identificarse con su papel a fin de cum plir con las exigencias con la d o ctrin a cristiana. Para Maquiavelo estaban separa-
i 38 2. LA CUESTIÓN SOCIAL
139
SOBRE LA REVOLUCION

dos el que esy el que aparece, aunque no en el sentido socráti­ medida en que tenían tem or»40, cada h isto ria era una in trig a
co de la dualidad en la unidad de la conciencia y de la auto- y toda resolución llegó a ser una cábala. Robespierre sabía lo
conciencia, sino en el sentido de que el que es sólo puede apa­ que decía cuando hablaba de «los vicios que rodeaban a los
recer en su verdadero ser ante D ios; si trata de aparecer ante ricos» o cuando exclamaba -to d a vía en el estilo que había
los hombres en la esfera de las apariencias mundanas, se co­ sido propio de los p rim itiv o s costum bristas franceses- «la
rrom pe como ser. Si en la escena del m undo aparece bajo el reina del m undo es la intriga».
disfraz de la v irtu d , no es un h ip ó c rita y no corrom pe al El Reinado del Terror -n o se o lvid e - siguió a una época en
mundo, porque ^u integridad queda a salvo ante los ojos v i­ la que todas las acciones políticas habían caído bajo la influen­
gilantes de un Dios omnipresente, en tanto que las virtudes cia de las malhadadas cábalas y maquinaciones de Luis X V I.
que despliega tienen sentido no en la ocultación sino única­ La violencia del te rro r fue, al menos hasta cierto punto, una
mente en su exhibición pública. Independientem ente de reacción frente a la serie de juram entos rotos y de promesas no
como pueda juzgarle Dios, sus virtudes habrán m ejorado el cumplidas que eran el equivalente político perfecto de las in ­
mundo siempre que sus vicios hayan perm anecido ocultos y trigas inm em oriales de la sociedad cortesana, con la diferen­
él habrá sabido cómo ocultarlos, no porque aspire a la v irtu d cia de que estas costumbres corrom pidas, que Luis X IV supo
sino porque se daba cuenta de que no convenía exhibirlos. todavía mantener al margen del estilo general con que el rey
La hipocresía es el vicio m ediante el cual se m anifiesta la conducía los negocios de Estado, ahora alcanzaban tam bién al
fh corrupción. Su duplicidad innata, su exhibición de álgo que rey. Promesas y juram entos no eran más que una barrera to r­
no existe había derram ado su resplandeciente y especiosa pemente levantada con el objeto de ganar tiem po y encubrir
luz sobre la sociedad francesa desde que los reyes de Francia una in trig a aún más disparatada, urdida para rom per todas
habían decidido re u n ir a los nobles del reino en su corte a fin las promesas y juram entos. Aunque, en estos casos, el rey pro­
de comprometerlos, entretenerlos y corrom perlos m ediante metía sólo en la medida en que temía y rom pía sus promesas
un plan elaborado de desatinos e intrigas, de vanidades y hu­ sólo en la medida en que esperaba, uno no puede po r menos
millaciones y de una tota l indecencia. C ualquier aspecto que que maravillarse ante la justeza precisa del aforism o de La Ro­
nos interese estudiar acerca de los orígenes de la sociedad chefoucauld. La difundida opinión de que los procedim ientos
moderna, de la alta sociedad del siglo xvm , de la socie­ más eficaces de acción política son la in trig a , la falsedad y la
dad cortesana del x ix o, en fin , de la sociedad de masas de maquinación, cuando no la pura violencia, tiene sus raíces en
nuestro siglo, está descrito a grandes trazos en la crónica estas experiencias y por tanto no es accidental que hoy encon­
de la corte francesa con su «majestuosa hipocresía» (L o rd tremos esta especie de re a lp o litik principalm ente entre quie­
Acton y recogido de form a fidedigna en las M em oirs de nes se elevaron al poder al margen de la tradición revoluciona­
Saint-Simon), en tanto que la sabiduría «eterna» y quintae­ ria. A llí donde se pe rm itió que la sociedad invadiese, cubriese
senciada de este tip o de m undanidad ha sobrevivido gracias y, en su día, absorbiese la esfera política, aquélla im puso sus
a las máximas de La Rochefoucauld, que no tienen igual has­ propias costumbres y normas «morales», la in trig a y la p e rfi-
ta la fecha. En ese mundo, la g ra titu d era «una especie de cré­
dito comercial», las promesas se prestaban «en la m edida en 40. Las citas de las M áxim as de La Rochefoucauld se dan según la re­
que [los hombres] esperaban algo, y eran mantenidas en la ciente traducción de Louis Kronenberg, Nueva York, 1959.
140 2. LA CUESTIÓN SOCIAL
141
SOBRE LA REVOLUCIÓN

dia de la alta sociedad, a las que los estratos inferiores de la so­ volucionario»-, en tanto que los hombres que hicieron la Re­
ciedad respondieron con la violencia y la brutalidad. volución p re firie ro n tom ar sus imágenes del lenguaje tea­
La guerra contra la hipocresía fue declarada contra la so­ tra l41. El sentido profundo que se esconde tras las diversas
ciedad según la conocía el siglo xvm , lo que significó ante metáforas políticas derivadas del teatro queda perfectamen­
todo la guerra contra la corte de Versalles como centro de la te ilustrado con la historia de la palabra la tin a persona. En su
sociedad francesa. Contemplada desde fuera, desde el punto sentido o rig in al, significó la máscara que utilizaban los anti­
de vista de la m iseria y la infelicidad, se caracterizaba por la guos actores en escena. (Las dram atis personae correspon­
falta de corazón; pero contemplada desde dentro y valorada dían a las palabras griegas x a xou 8pá¡j.axoc TrpóaaiTraJ.
con sus propios criterios, era el escenario de la corrupción y Sin duda, la máscara desempeñaba dos funciones distintas:
de la hipocresía. El hecho de que la vida infeliz de los pobres ocultar, o m ejor, reemplazar la cara y el semblante del actor,
coexistiese con la vida corrom pida de los ricos es m uy im ­ pero de ta l form a que hiciese posible la resonancia de la
portante para entender lo que querían decir Rousseau y Ro­ voz42. En cualquier caso, fue en este doble sentido de una
bespierre cuando afirm aban que los hombres son buenos máscara que hace resonar la voz cómo la palabra persona se
«por naturaleza» siendo la sociedad la que los corrom pe, y co n virtió en una metáfora y se trasladó del lenguaje del tea­
que el pueblo bajo, debido simplemente a que no form a par­ tro a la term inología legal. La distinción romana entre in d i­
te de la sociedad, siempre debe ser «justo y bueno». Desde viduo y ciudadano consistía en que este ú ltim o era una per­
este punto de vista la Revolución se presentaba como la ex­ sona, tenía personalidad legal, como si dijéram os; era como
plosión de un núcleo in te rio r incorrupto e incorruptible que si el Derecho le hubiera asignado el papel que se esperaba
rom pía una concha externa de decadencia y fragante decre­ desempeñase en la escena pública, con la estipulación, no
p itu d ; sobre este supuesto, la metáfora corriente, en v irtu d obstante, de que su propia voz sería capaz de hacerse oír. Lo
de la cual se asocia la violencia y el terror revolucionario a los im portante era que «no es el Ego natural el que entra en un
dolores del parto que acompañan al fin de una época y al na­ trib u n a l de justicia. Es una persona, titu la r de derechos y de­
cim iento de un nuevo organism o, tuvo en su momento un beres, creada por el Derecho, la que se presenta ante la ley»43.
significado auténtico y poderoso. Pero todavía no fue ésta la
m etáfora empleada por los hombres de la Revolución fran­ 41. J. M . Thompson llam a, en una ocasión, a la Convención de la época
cesa. Su sím il favorito era que la Revolución ofrecía la opor­ del Reinado del Terror «una Asamblea de actores políticos» (ob. cit.,
tunidad de arrancar la máscara de la hipocresía de la faz de p. 334) lo cual se debe probablemente, no sólo a la retórica de los discur­
sos, sino tam bién al gran núm ero de metáforas teatrales.
la sociedad francesa, de poner de m anifiesto su podredum ­
42. Auque la raíz etim ológica de persona parece derivar de per-zonare,
bre y, en fin , de de rrib a r la fachada de corrupción y poner al del griego £(úvt) y entonces significaría originariam ente «disfraz», me
descubierto la faz inm aculada y honesta del peuple. inclinaría a creer que la palabra terna para los oídos latinos el significado
Es sintom ático que, de los dos símiles que se han emplea­ de per-sonare «sonar a través de», de donde en Roma la voz que sonaba a
través de la máscara era sin duda la voz de los antepasados, más que la
do corrientem ente para describir e interpretar las revolucio­
del actor mismo.
nes, la metáfora orgánica haya sido la preferida tanto por los 43. Puede verse el análisis penetrante de Ernest Barker en su Introduc­
historiadores como p o r los teóricos de la revolución -M arx ción a la traducción inglesa de O tto Gierke: N a tural Law and the Theory
fue, desde luego, m uy aficionado a «los dolores del parto re- o f Society 1500 to 1800, Cambridge, 1950, pp. LXXyss.
142 SOBRE LA REVOLUCIÓN 2. LA CUESTION SOCIAL 143

Sin su persona no sería más que un in d ivid u o sin derechos y groso fuera de la esfera social cuya corrupción representaba
deberes, posiblemente un «hombre natural», es decir, un ser y, por así decirlo, interpretaba era que instintivam ente podía
humano u homo en el sentido o rig in a l del vocablo, con el que servirse de cualquier «máscara» en el teatro p o lítico, que él
se designaba a alguien que estaba al margen del Derecho y podía asum ir cualquier papel en su dram atis personae, pero
del cuerpo político de los ciudadanos como, por ejem plo, un no podía usar esta máscara, com o las exigencias del juego
esclavo, pero, en eso no hay duda, un ser irrelevante desde el político demandan como un instru m e n to para la vérdad
punto de vista político. sino, al contrario, como un artefacto para el engaño.
Cuando la Revolución francesa desenmascaró las intrigas Sin embargo, los hombres de la R evolución francesa no
de la corte y arrancó la máscara de sus propios hijos, apunta­ poseían concepción alguna de la persona y ningún respeto
ba ciertamente a la máscara de la hipocresía. G ram atical­ para la personalidad legal que es atrib uid a y garantizada por
mente, el vocablo griego mroxpLTTQC en su significado o rig i­ el cuerpo p o lítico. Cuando la d ifíc il situación de la pobreza
nal, así como en el uso m etafórico posterior, significaba el de las masas se atravesó en el cam ino de la Revolución que se
actor mismo, no la máscara, el Ttpócrtouov que llevaba. Por el había iniciado con la rebelión estrictam ente po lítica del Ter­
contrario, la persona en su sentido teatral p rim itiv o era la cer Estado -su pretensión de co n stitu ir e incluso gobernar la
máscara que se ponía sobre la cara del actor en v irtu d de las esfera p o lític a -, los hombres de la Revolución ya no se preo­
exigencias de la representación; de aquí que, en sentido me­ cuparon de la em ancipación de los ciudadanos o de la igual­
tafórico, significase la «persona» que el Derecho del país dad en el sentido de que todos tienen idénticos derechos a su
puede añadir tanto a individuos como a grupos y corpora­ personalidad legal y a re cib ir protección y, al m ism o tiem po
ciones e incluso a «un propósito com ún y continuado», a actuar casi literalm ente «a través de ella». Creían que ha­
como en el caso de «la “ persona” que detenta la propiedad de bían emancipado a la propia naturaleza, p o r así decirlo, que
un colegio de O xford o de Cambridge [y que] no es n i el fu n ­ habían liberado al hom bre n atural en todos los hom bres y
dador, ya fallecido, n i la corporación de sus sucesores que v i­ le habían dado los Derechos del H om bre que a todos corres­
ven actualmente»44. Lo im portante de esta d istin c ió n y lo pondían, no en v irtu d del cuerpo p o lític o al que pertene­
apropiado de la m etáfora consiste en que el desenmascara­ cían, sino del hecho del nacim iento. En otras palabras, la
m iento de la «persona», la privación de la personalidad legal, caza sin fin de hip ó crita s y la pasión p o r desenmascarar la
dejaría al descubierto al ser humano «natural», m ientras que sociedad, les había llevado, aunque inconscientemente, a de­
el desenmascaramiento del h ip ó crita no descubriría nada, rriba r la máscara de la persona, de ta l form a que el Reinado
porque el hipócrita es el actor en persona en cuanto no lleva del Terror significó, en su día, el extrem o opuesto a la verda­
puesta ninguna máscara. Pretende ser el personaje que re­ dera liberación y a la igualdad verdadera; su nivelación con­
presenta y cuando entra en el juego de la sociedad no es para sistió en despojar a todos los habitantes por igual de la más­
desempeñar ningún papel. En otras palabras, lo que hacía cara protectora de una personalidad legal.
tan odioso al hipócrita era que no sólo reivindicaba la since­ Las perplejidades que suscitan los Derechos del Hom bre
ridad, sino también la naturalidad y lo que le hizo tan p e li- son m últiples, y el famoso ataque de Burke contra ellos no es
ni anticuado n i «reaccionario». A diferencia de las Declara­
44. Ib id ., p. LXXIV. ciones de Derechos americanas, que sirvie ro n de m odelo a
144 SOBRE LA REVOLUCIÓN 2. LA CUESTION SOCIAL 145

su D eclaración, fueron concebidos para expresar derechos de presencia no estaba oculto «de modo artificial» tras n in ­
positivos fundam entales, inherentes a la naturaleza huma­ guna máscara, ya que permanecía al margen no sólo del
na, independientes del estatus p o lítico y, en cuanto tales, cuerpo p o lítico, sino tam bién de la sociedad. Ninguna hipo­
pretendían re d ucir la p o lítica a la naturaleza. Las Declara­ cresía deform aba sus rostros y ninguna personalidad legal
ciones de Derechos, p o r el contrario, fueron concebidas les protegía. Desde su punto de vista, tan «artificial» era lo
como un m edio permanente de control de todo poder po lí­ social como lo p o lítico , a rtific io s espurios que ocultan
tico y, po r tanto, presuponían la existencia de un cuerpo po­ «hombres originales», ya sea en la desnudez de sus intereses
lític o y el funcionam iento del poder político. La Declaración egoístas o de su m iseria insoportable. Desde entonces, «las
francesa de los Derechos del Hom bre, según la entendió la necesidades reales» determ inaron el curso de la Revolución,
Revolución, constituía la fuente de todo poder político y no con el resultado -según observó atinadamente Lord A cton-
se lim ita b a a co n tro la r al gobierno, sino que constituía la de que, «en todas las transacciones que decidieron el fu tu ­
clave del cuerpo p o lítico . Se suponía que el nuevo cuerpo ro de Francia, la Asamblea [C onstituyente] no tuvo p a rtici­
p o lítico descansaba sobre los derechos naturales del hom ­ pación», de que el poder «fue pasando de ellos al pueblo dis­
bre, que se derivan del hecho de co n s titu ir un ser natural, ciplinado de París y, más allá de ellos y sus dirigentes, a los
sobre su derecho a «alim entación, vestido y a la reproduc­ hombres que manejaban las masas»46. Las masas, una vez
ción de la especie», es decir, a las necesidades de la vida. Es­ que descubrieron que la C onstitución no era una panacea
tos derechos no eran concebidos como derechos p re p o líti­ para la pobreza, se volvieron contra la Asamblea C onstitu­
cos que n in g ú n gobierno n i ningún poder p o lítico está yente, del m ism o modo que se habían vuelto contra la corte
autorizado a tocar o a violar, sino como el contenido propio de Luis X V I y vieron en las deliberaciones de los delegados
y como el fin ú ltim o del gobierno y el poder. El A n den Régi- tanto engaño, hipocresía y mala fe como en las m aquinacio­
me fue acusado de haber despojado a sus súbditos de estos nes del monarca. De los hombres de la Revolución, sólo so­
derechos, derechos de la naturaleza y de la vida antes que de brevivieron y alcanzaron el poder aquellos que se hicieron
la lib e rta d y de la ciudadanía. sus portavoces y som etieron las leyes «artificiales» y huma­
nas de un cuerpo p o lítico todavía no constituido a las leyes
naturales que obedecían las masas, a las fuerzas que les im - ^
6 pulsaban que eran las de la misma naturaleza, la fuerza de la y
necesidad de los elementos. -----------—i
La aparición de los m alheureux en las calles de París debió de Cuando esta fuerza fue liberada, cuando todo el mundo
parecer com o si el «hombre natural» de Rousseau, con sus llegó a estar convencido de que únicamente el interés y la ne­
«necesidades reales» en su «estado original» se hubiera ma­ cesidad al desnudo carecían de hipocresía, los m alheureux se
terializado de repente y como si la Revolución no hubiese transform aron en los enragés, ya que la rabia es la única fo r­
sido en realidad otra cosa que ese «experimento necesario ma de actividad que puede desarrollar el desgraciado. De
para descubrirlo»45. En efecto, el pueblo que ahora hacía acto este m odo, una vez que se había desenmascarado la hipocre-

45. Discourse o f the O rig in o fln e q u a lity, Prefacio. 46. Lord Acton, ob. cit., capítulo 9.
146 2. LA CUESTIÓN SOCIAL
147
SOBRE LA REVOLUCIÓN

sía y que se había puesto de m anifiesto el sufrim iento, fue la bas rabias no fue «realizar en pocos años el trabajo de varios
rabia, no la virtu d , la que se m anifestó: la rabia de la co rru p ­ siglos»48, sino arrasarlo. La rabia no sólo es im portante por
ción desvelada, de un lado; la rabia de la desgracia, de otro. definición, es la form a de actividad de la im potencia cuando
Había sido la intriga, las intrigas de la corte de Francia, la que alcanza su ú ltim a etapa de desesperación fin a l. Los enragés,
había tejido la alianza de los monarcas europeos contra Fran­ dentro o fuera de las secciones de la Comuna de París, fueron
cia y fueron también la rabia y el m iedo, antes que la política, los que se negaron a s u frir o a soportar sus padecim ientos
los que inspiraron la guerra desatada contra ella, una guerra por más tiem po, sin que, no obstante, fueran capaces de ha­
que hizo decir al propio Burke: «Si alguna vez un príncipe ex­ cer algo para desembarazarse de ellos o a livia rlo s. En la
tranjero penetra en Francia debe hacerlo com o en país de prueba devastadora de su enfrentam iento dem ostraron ser
asesinos; no debe hacerse una guerra según las norm as del la parte más fuerte, debido a que su rabia estaba asociada y
mundo civilizado; los franceses que han instaurado el actual era m ovida p o r su sufrim iento. El sufrim iento, cuya fo rta le ­
régimen no tienen derecho a esperar otra cosa». Puede pen­ za y v irtu d reside en la resistencia, explota en rabia cuando
sarse que fue esta amenaza del te rro r inherente a las guerras ya no se puede soportar; no hay duda de que esta rabia tiene
revolucionarias la que «sugirió el uso del te rro r en las revolu­ energía suficiente para la acción, pero im p lica el m om ento
ciones»47; en cualquier caso, quienes se denom inaron a sí del auténtico sufrim iento cuya fuerza devastadora es supe­
mismos les enragés no dudaron cuál debía ser su respuesta; rio r y, p or así decirlo, más resistente que el frenesí rabioso de
reconocieron con toda franqueza que la venganza constituía la sim ple fru stra ció n . Es cie rto que las masas del su frid o
el principio inspirador de sus actos: «La venganza es la única pueblo se habían echado a la calle de form a espontánea y sin
fuente de la libertad, la única diosa a la que debemos re n d ir ser invitadas por quienes habían llegado a ser sus organiza­
sacrificio», como Alejandro Rousselin, un m iem bro de la fac­ dores y sus portavoces. El padecim iento transform ó los m al-
ción hebertista, expresó. Quizá no fuese ésta la auténtica voz heureux en enragés solamente cuando el «celo apasionado»
del pueblo, pero sin duda era la voz de aquellos al que el p ro ­ de los revolucionarios -probablem ente más de Robespierre
pio Robespierre había identificado con el pueblo. A quienes que de cualquier o tro - comenzó a g lo rific a r este su frim ie n ­
escuchaban estas voces, la voz de los poderosos, de cuyos to, saludando la m iseria expuesta como la m ejor, e incluso
rostros la Revolución había quitado la máscara de la hipocre­ como la única, garantía de la v irtu d , de ta l form a que, sin
sía, y «la voz de la naturaleza» del hom bre o rig in a l (Rous­ darse cuenta, los hombres de la Revolución se propusieron
seau) que representaba a las masas rabiosas de París, les em ancipar al pueblo no qua ciudadanos fu tu ro s sino qua
debió resultar d ifíc il creer en la bondad de la naturaleza hu­ m alheureux. Sin embargo, si se trataba de lib e ra r a las masas
mana desenmascarada y en la in fa lib ilid a d del pueblo. sufrientes en vez de em ancipar al pueblo, no había duda de
Del desigual enfrentamiento de ambas rabias, la rabia de que el curso de la Revolución dependía de la liberación de la
la desgracia al desnudo y la rabia de la co rrup ció n desen­ fuerza inherente al sufrim iento, de la fuerza de la rabia d e li­
mascarada, resultó la «reacción continua» de «progresiva rante. Y aunque la rabia de la im potencia significó en su día
violencia» de la que hablaba Robespierre; el resultado de am-
48. Robespierre en su discurso de 17 de noviem bre de 1793 ante la
47. Ibid., capítulo 14. Asamblea Nacional, Oeuvres, ed. Laponneraye, 1840, vol. III, p. 336.
148 SOBRE LA REVOLUCION 2. LA CUESTIÓN SOCIAL
149

la m uerte de la Revolución, es cierto que el sufrim iento duda de que la marcha que realizaron las mujeres sobre Ver-
transform ado en rabia puede liberar fuerzas irresistibles. salles «desempeñó el verdadero papel de las madres cuyos
Cuando la Revolución abandonó la fundación de la libertad hijos pasaban hambre en míseras casas y, por tanto, aporta­
para dedicarse a la lib e ra ció n del hombre del sufrim iento, ron a m otivos que ellas nunca com partieron n i comprendie­
derribó las barreras de la resistencia y liberó, por así decirlo, ron la ayuda de un b u ril de diamante al que nada se le podía
las fuerzas devastadoras de la desgracia y la miseria. resistir»49. Cuando Saint-Just, inspirado por estas experien- "
La vida humana ha conocido la pobreza desde tiempos in ­ cias, exclamaba: «Les malheureux sont la puissance de la ie­
memoriales; todavía hoy la hum anidad continúa trabajando rre», podemos entender estas grandes y proféticas palabras
bajo este azote en todos los países que no pertenecen al he­ en su contenido lite ra l. Es como si las fuerzas de la tierra se
m isferio occidental. N inguna revolución ha resuelto nunca hubieran aliado en una conspiración benéfica con esta insu­
la «cuestión social», n i ha liberado al hombre de las exigen­ rrección cuyo fin es la im potencia, cuyo p rin cip io es la rabia
cias de la necesidad, pero todas ellas, a excepción de la hún­ y cuyo propósito conscienté no es la libertad sino la vida y la
gara de 1956, han seguido el ejemplo de la Revolución fran­ felicidad. Donde se derrum bó la autoridad tradicional y los
cesa y han usado y abusado de las potentes fuerzas de la pobres de la tie rra se pusieron en marcha, donde abandona­
m iseria y la indigencia en su lucha contra la tiranía y la opre­ ron las tinieblas de su desgracia y descendieron a la plaza pú­
sión. Aunque toda la histo ria de las revoluciones del pasado blica, su fu ro r pareció tan irresistible como el m ovim iento
demuestra sin lugar a dudas que todos los intentos realiza­ de las estrellas, un torrente que se lanzaba con fuerza ele­
dos para resolver la cuestión social con medios políticos m ental y que arrastraba consigo al m undo entero.
conducen al te rro r y que es el te rro r el que envía las revolu­ Tocqueville (en un famoso pasaje escrito con varias déca­
ciones al cadalso, no puede negarse que resulta casi im posi­ das de antelación a M arx y probablemente sin conocimiento
ble evitar este te rro r fatal cuando una revolución estalla en de la filosofía de la historia de Hegel) fue el prim ero en pre­
una situación de pobreza de las masas. La causa de que toda guntarse p o r qué «la do ctrina de la necesidad [...] es tan
revolución se haya visto tan fuertemente inclinada a seguir a atractiva para quienes escriben la historia en tiempos de de­
la Revolución francesa en su curso fatal no ha sido única­ mocracia». Él pensaba que la razón de ello reside en el anoni­
mente el hecho de que la liberación de la necesidad, debido a mato de una sociedad igualitaria, donde «las huellas de la ac­
su urgencia, preceda siempre a la construcción de la libertad, ción in d iv id u a l sobre las naciones se ha perdido», de tal
sino al hecho más peligroso e im portante de que la rebelión form a que «los hombres tienden a creer que [...] alguna fuer­
de los pobres contra los ricos conlleva una dosis de fuerza za superior les gobierna». Por sugerente que pueda parecer
m ayor y enteram ente diferente que la que conlleva la rebe­ esta teoría, sus defectos se descubrirán de inmediato. La im ­
lió n de los oprim idos contra los opresores. Esta fuerza rabio­ potencia del ind ividu o en una sociedad igualitaria puede ex­
sa puede m uy bien parecer irresistible debido a que vive y se plicar la experiencia de una fuerza superior que determina su
nutre de la necesidad de la misma vida biológica*. No hay destino; pero no da razón del elemento de m ovim iento inhe­
rente a la doctrina de la necesidad y sin él la doctrina no hu-
* Como d ijo Francis Bacon al tratar del «descontento» y de la «pobreza»
como causas de la sedición: «Las rebeliones del estómago son las peores». 49. Acton, ob. cit., capítulo 9.
150 SOBRE LA REVOLUCION 2. LA CUESTIÓN SOCIAL

biera sido ú til para los historiadores. La necesidad en m ovi­ otros a que soportasen las cargas que im pone la vida. En esto
m iento, la «tupida y enorme cadena que ciñe y am arra a la consistió la esencia de la esclavitud, y se ha debido única­
raza humana» y que puede hacerse rem ontar hasta «el origen mente a la aparición de la tecnología, y no al nacim iento de
del mundo»50, b rilló por su ausencia en la serie de experien­ las ideas políticas m odernas, la negación de la antigua y te­
cias de la Revolución y de la sociedad igu a litaria de Am érica. rrible verdad de que sólo la violencia y el gobierno sobre
Aquí, Tocqueville traspasó a la Revolución am ericana algo otros hombres podía lib e ra r a unos cuantos. H oy estamos en
que conocía por la Revolución francesa, donde ya Robespie­ condiciones de a firm a r que nada era tan inadecuado como
rre había puesto una corriente irresistible y anónim a de v io ­ intentar lib e ra r a la hum anidad de la pobreza por medios po­
lencia en el lugar de las acciones libres y deliberadas de los líticos; nada podía ser más in ú til y peligroso. En efecto, la
hombres, aunque todavía creyó -e n contraste con la in te r­ violencia entre hombres emancipados de la necesidad es d i­
pretación hegeliana de la Revolución francesa- que esta co­ ferente de la menos te rro rífic a , aunque a veces no menos
rriente que corría librem ente podía ser d irig id a por la fuerza cruel, violencia elem ental con la que el hom bre declara la
de la v irtu d humana. Pero lo cierto es que tras la creencia guerra a la necesidad y que apareció a plena luz de los acon­
de Robespierre en la irre sistib ilid a d de la violencia y tras la tecimientos políticos e históricos por prim era vez en la Edad
creencia de Hegel en la irresistib ilid ad de la necesidad -u n a Moderna. El resultado fue que la necesidad invadió el campo
violencia y una necesidad que se m ovían y arrastraban a to ­ de la política, el único campo donde los hombres pueden ser
dos y con todo en su oleaje- se alzaba la imagen de las calles auténticamente libres.
de París durante la Revolución, la visió n de los pobres que se Las masas pobres, esta aplastante m ayoría de todos los
movían en oleadas por las calles. hombres, a quienes la R evolución francesa denom inó les
En esta corriente de los pobres quedó incorporado el ele­ m alheureux y a quienes ella m ism a transform ó en les enra-
mento de irre sistib ilid a d que hallam os tan estrechamente gés, únicamente para abandonarlos y dejar que cayesen en el
asociado al significado orig in al de la palabra «revolución», y estado de les misérables, como los llam ó el siglo x ix , tra jo
en su empleo m etafórico fue tanto más verosím il según la consigo la necesidad a la que habían estado sometidas desde
necesidad fue asociada de nuevo con la irre sistib ilid a d -co n tiempos inm em oriales, ju n to con la violencia que siempre ha
la necesidad que nosotros atribuim os a los procesos natura­ sido empleada para someter a la necesidad. Juntas, necesi­
les, no porque la ciencia natural acostumbrase a descubrir dad y violencia les hicieron aparecer irresistibles: la puissan­
dichos procesos en térm inos de leyes necesarias, sino porque ce de la ierre.
nosotros experimentamos la necesidad en la m edida en que
nos encontramos, en cuanto seres orgánicos, som etidos a
procesos necesarios e irresistibles-. Todo gobierno encuen­
tra su razón de ser o rig in a l y más legítim a en el deseo del
hombre de emanciparse de la necesidad v ita l, y los hombres
lograron tal liberación por m edios violentos obligando a

50. Democracy in Am erica, vol. II, capítulo 20.


3. LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD 153

do los hombres de las revoluciones en cuanto son diferentes


3. La búsqueda de la fe lic id a d de los revolucionarios profesionales posteriores, a fin de ha­
cernos una idea de los principios que pueden haberlos inspi­
rado y preparado para el papel que estaban llamados a de­
sempeñar. Ninguna revolución ha sido nunca iniciada por las
masas, aunque su propósito haya sido el de abolir las barreras
que oprim ían a los pobres, de igual modo que ninguna revo­
lución fue nunca resultado de la sedición, por mucho descon­
tento e incluso conspiración que puedan haber existido en un
determ inado país. En térm inos generales, se puede decir que
ninguna revolución es posible a llí donde la autoridad del
cuerpo político se mantiene intacta, lo que, en las circunstan­
cias actuales, sería tanto como decir donde puede confiarse
en la lealtad de las fuerzas armadas a las autoridades civiles.
La necesidad y la violencia, la violencia glorificada y ju s tifi­ Si siempre parece que las revoluciones se realizan con pasmo­
cada debido a que actúa en nombre de la necesidad y ésta, la sa facilidad en sus etapas iniciales, ello se debe a que los hom­
necesidad, sin provocar ya n i la rebelión en un esfuerzo su­ bres que las ponen en marcha se lim ita n a tom ar el poder de
premo de liberación, n i su aceptación, en un acto de piadosa un régimen en plena desintegración; en realidad, son las con­
resignación, sino reverenciada fielm ente como la gran fuer­ secuencias, no las causas, de la ruina de la autoridad política.
za om nipotente que term inará, sin duda, según Rousseau, No estamos, sin embargo, autorizados a deducir de ello
por «forzar a los hombres a ser libres», las dos, necesidad y que siempre que el gobierno es incapaz de im poner la auto­
violencia, así como la acción recíproca entre ellas, han llega­ ridad y el respeto que ésta suscita se produce una revolución.
do a ser la marca d istin tiva de las revoluciones victoriosas del Por el contrario, es un hecho histórico que, sin duda, consti­
siglo xx; en ta l m edida ha ocu rrid o así que ambas son ahora, tuyó, un fenóm eno característico de la h isto ria política de
tanto para las personas ilustradas como para el vulgo, las ca­ Occidente hasta la Prim era Guerra M undial, la curiosa y en
racterísticas principales de todo suceso revolucionario. ocasiones m isteriosa longevidad que caracteriza a cuerpos
También sabemos, aunque ello nos pese, que la libertad ha políticos anticuados. Aunque sea patente la pérdida de auto­
sido m ejor preservada en aquellos países donde nunca hubo ridad, las revoluciones sólo pueden estallar y alcanzar la vic­
revoluciones, p o r afrentosas que sean las circunstancias en toria cuando existe un núm ero suficiente de hombres que es­
que se ejerce el poder, y tam bién que hay más libertades polí­ tán preparados en el momento en que se produce el colapso
ticas en los países donde la revolución fue derrotada que en y, al m ism o tiem po, ansian asum ir el poder, estando prestos
aquellos otros en que salió victoriosa. para organizarse y actuar unidos para la consecución de un
No es necesario in sistir aquí sobre esto, aunque de ello nos objetivo común. No es necesárTóque el número de tales hom­
ocuparemos después. Antes de seguir adelante, debemos lla­ bres sea grande, como d ijo M irabeau bastarían diez hombres
m ar la atención sobre aquellos hombres a los que he llama- unidos para hacer tem blar a cien m il desunidos.
152
154 SOBRE LA REVOLUCIÓN 3. LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD 15 5

A diferencia de la aparición de los pobres sobre la escena do occidental fue la cuna de la lib e rta d hasta que un nuevo
política durante el curso de la Revolución francesa, que na­ Occidente fue descubierto, el cual será probablemente su asi­
die había previsto, la pérdida de autoridad del cuerpo p o líti­ lo cuando sea perseguido en el resto del m undo»1 2.
co había sido un fenómeno conocido en Europa y en las co­ No era, p o r eso, d ifíc il de prever lo que M ontesquieu fue el
lonias desde el siglo xvn. Cuarenta años antes del estallido de primero en predecir explícitam ente, esto es, la increíble faci­
la Revolución, Montesquieu sabía m uy bien que la ru in a ha­ lidad con que serían derribados los gobiernos; en cuanto a la
cía lentos estragos en los cim ientos sobre los que descansa­ pérdida progresiva de autoridad de todas las estructuras po­
ban las estructuras políticas de Occidente y expresó su tem or líticas del pasado apuntada p o r M ontesquieu, te rm in ó por
por una vuelta del despotism o debido a que los pueblos de ser una idea fa m ilia r a un núm ero creciente de personas de
Europa, aunque todavía se gobernaban por el hábito y la cos­ todos los países a lo largo del siglo xvm . Lo que ya entonces
tumbre, ya no se sentían a gusto políticam ente, ya no confia­ también debió de parecer evidente era que este proceso p o lí­
ban en las leyes bajo las que vivían y ya no creían en la a u to ri­ tico form aba parte del desarrollo más general de la Edad
dad de quienes les gobernaban. No esperaba una nueva Moderna. En térm inos am plios, se puede describir este pro ­
época de libertad, sino, al contrario, temía que la lib e rta d ha­ ceso como el desquiciam iento de la antigua trin id a d romana
llase su fin en la única plaza fuerte que había ocupado, ya que de religión, tra d ició n y autoridad, cuyo p rin c ip io profundo
Montesquieu estaba convencido de que las costumbres, há­ había sobrevivido a la transform ación de la República rom a­
bitos y usos -en resumen, las costumbres y la m oralidad, que na en Im perio como iba a sobrevivir al cam bio del Im perio
tan im portantes son para la vida social como irrelevantes romano en Sacro Im p e rio Romano; el p rin c ip io rom ano se
para el cuerpo p o lític o - cederían al p rim e r em puje1. Tales desintegraba ante la embestida de la Edad M oderna. La ru i­
apreciaciones no estaban de ningún m odo lim itadas a Fran­ na de la autoridad p o lítica fue precedida p o r la pérdida de
cia, donde la corrupción del A n den Régime constituía la tra ­ tradición y el debilitam iento de las creencias religiosas in s ti­
ma no sólo del cuerpo social, sino tam bién del p o lítico ; fue tucionalizadas; la decadencia de la autoridad tra d icio n a l y
esencialmente por las mismas razones de inseguridad y falta religiosa m inó la autoridad p o lítica y ciertam ente a nticipó
de confianza en las instituciones europeas de la época p o r las su ruina. De los tres elementos que unidos y de m utuo acuer­
que Burke dio, de m odo tan entusiasta, la bienvenida a la Re­ do habían gobernado los asuntos seculares y espirituales del
volución americana: «Sólo una convulsión que sacuda hasta hombre desde los orígenes de la historia de Roma, la a u to ri­
sus raíces al mundo puede devolver a las naciones europeas dad p o lítica fue la ú ltim a en desaparecer; había dependido
esa libertad que en otro tiem po las d istin g u ió tanto. El m un- de la tra d ició n y no podía sentirse segura sin un pasado «que
arrojase su luz sobre el futuro» (Tocqueville), siendo incapaz
1. He parafraseado el siguiente texto del E sprit des Lois (lib ro V III, capí­ de so b revivir a la desaparición de la sanción religiosa. Las
tulo 8): «La plupart des peuples d’Europe sont encore gouvernés par les enormes dificultades que supuso, en especial, la pérdida de
moeurs. Mais si par un long abus du pouvoir, si, par une grande conqué-
sanción religiosa para el establecim iento de una nueva auto­
te, le despotismo s’établissait á un certain p o in t, il n’y aurait pas de
moeurs n i de clim at qui tinssent; et, dans cette belle partie du monde, la ridad, las perplejidades que supuso para muchos de los
nature humaine soufffirait, au moins pour un temps, les insultes qu’on
lu i fa it dans les trois autres». 2. C it. por Lord Acton, Lectures on the French R evolution.
156 SOBRE LA REVOLUCIÓN 3. LA BUSQUEDA DE LA FELICIDAD 157

hombres de la revolución tener que recurrir, o, cuando me­ vación de Tocquevillé, se levanta su propia insistencia sobre
nos invocar creencias que ellos mismos habían descartado «el gusto» o «la pasión por la libertad pública» que, según él,
antes de producirse la revolución, constituye un tema del que . se había propagado en Francia con anterioridad al estallido
nos ocuparemos más adelante. de la revolución y dom inaba los espíritus de aquellos hom ­
Si los hombres que, desde ambos lados del Atlántico, esta­ bres que carecían de toda concepción revolucionaria y que
ban prestos a realizar la revolución tuvieron algo en común no podían im aginar el papel que les tocaría desempeñar en
con anterioridad a producirse los acontecimientos que iban la revolución.
a determ inar sus vidas, a configurar sus convicciones y, lle ­ También en este punto es notable e im portante la diferen­
gado el m om ento, a separarlos, fue una preocupación apa­ cia entre europeos y americanos, cuya m entalidad se había
sionada por la lib e rta d pública en el sentido en que la en­ form ado y estaba in flu id a por una tradición casi idéntica. Lo
tendieron M ontesquieu o Burke y esta preocupación fue que en Francia fue pasión y «gusto» en Am érica fue una ex­
probablemente, incluso entonces (en el siglo del m ercantilis­ periencia; el uso americano que, especialmente durante el si­
mo y de un absolutism o sin duda progresista), un poco anti­ glo x v iii, habló de «felicidad pública» cuando los franceses
cuada. Por otra parte, no eran hombres especialmente in c li­ hablaban de «libertad pública», da una idea bastante adecua­
nados a la revolución; al contrario, se trataba de hombres, da de esta diferencia. Lo que im porta es que los americanos
como d ijo John Adams, «que habían acudido sin ilusión y se sabían que la libertad pública consiste en una participación
habían visto forzados a hacer algo para lo que no estaban es­ en los asuntos públicos y que cualquier actividad impuesta
pecialm ente dotados»; p o r lo que se refiere a Francia, Toc- por estos asuntos no constituía en modo alguno una carga,
queville nos asegura que «la idea de una revolución violenta sino que confería a quienes la desempeñaban en público un
nunca atravesó [ sus ] mentes y nadie la discutió porque na­ sentim iento de felicidad inaccesible por cualquier otro me­
die la concebía»3. Sin embargo, frente a la afirm ación de dio. Sabían m uy bien - y John Adams fue lo bastante osado
Adams, tenemos su propio testim onio de que «la revolución para form ular este conocim iento repetidas veces- que el pue­
fue realizada antes de que comenzase la guerra»4, no a causa blo iba a las asambleas municipales -com o lo harían más tar­
de un e sp íritu específicamente revolucionario o rebelde, de sus representantes a las famosas Convenciones- no sólo
sino debido a que los habitantes de las colonias «se hallaban por cu m p lir con un deber n i, menos aún, para servir a sus
integrados, por disposición legal, en corporaciones o cuer­ propios intereses, sino, sobre todo, debido a que gustaban de
pos políticos» y poseían «el derecho a reunirse [...] en sus las discusiones, las deliberaciones y las resoluciones. Lo que
concejos a fin de deliberar sobre los negocios públicos»; «en les sedujo fue «el m undo y el interés público de la libertad»
estas asambleas m unicipales o de d is trito se forjaron, por (H arrington) y lo que les m ovió fue «la pasión por la d istin ­
prim era vez, los sentim ientos del pueblo»5. Frente a la obser- ción» que, según John Adams, era la «más esencial y notable»
de todas las facultades humanas:

3. L’A ncien Régime et la R évolution (1856), Oeuvres Completes, París, •


1952, p. 197. Donde quiera que se encuentren hombres, mujeres o niños, sean
4. En una carta a Niles, 14 de enero de 1818. viejos o jóvenes, ricos o pobres, altos o bajos, prudentes o locos,
5. En una carta al abate Mably, 1782. ignorantes o cultivados, todo individuo es movido poderosa-
158 SOBRE LA REVOLUCIÓN 3. LA BÚSQUEDA D ELA FELICIDAD 159

mente por el deseo de ser visto, oído, juzgado, aprobado y respe­ rellenaron las antiguas palabras romanas con significados que
tado por las personas que lo rodean y constituyen sus relaciones. procedían más del lenguaje y la literatura que de la experien­
cia y la observación concreta. Así, la misma palabra res p u b li­
A la v irtu d correspondiente a esta pasión la llam ó «emula­ ca, la chose publique, les sugirió que no existían asuntos p ú b li­
ción», «deseo de superación», y a su vic io «am bición», p o r­ cos en un régimen monárquico. Cuando estas palabras y, con
que «apunta al poder como medio de distinción»6. Psicológi­ ellas, los sueños que encubrían comenzaron a manifestarse
camente, son, en realidad, las virtudes y vicios principales durante los prim eros meses de la Revolución, la manifestación
del hombre político. En efecto, la sed y la voluntad de poder no se realizó a través de deliberaciones, discusiones y decisio­
por sí misma, desconectada de una pasión por la d istin ció n, nes; se trató, por el contrario, de una intoxicación cuyo p rin c i­
aunque es característica del hom bre tirá n ico , no es un vic io pal elemento fue la muchedumbre -las masas-, «cuyo aplauso
típicamente político, sino más bien una cualidad que tiende y d e lirio p a trió tico añadieron tanto encanto como b rillo » al
a destruir toda vida política, tanto sus vicios como sus v irtu ­ Juramento del Juego de Pelota, según tuvo ocasión de experi­
des. Precisamente porque no tiene ningún deseo de supera­ mentar Robespierre. Indudablemente el historiador tiene ra­
ción y carece de toda pasión p o r la d istin ció n , el tira n o en­ zón cuando añade: «Robespierre había experim entado [...]
cuentra tan grato elevarse por encima de todos los hombres; una revelación del manifiesto roussoniano en su propia carne.
a la inversa, el deseo de superación determ ina que los hom ­ Había escuchado [...] la voz del pueblo y pensó que era la voz
bres amen el mundo y gocen de la compañía de sus iguales, y de Dios. Su m isión tiene su origen en esté instante»7. Sin em­
los lleva a los asuntos públicos. bargo, aunque las emociones vividas por Robespierre y sus co­
En comparación con esta experiencia americana, la prepa­ legas fuesen en gran medida por unas experiencias que care­
ración de los hommes des lettres franceses que iban a hacer la cían de precedente, sus palabras y pensamientos conscientes
Revolución fue en extremo teórica63; indudablemente que los iban a volverse una y otra vez al lenguaje romano. Si quisiéra­
«actores» de la Asamblea francesa también disfrutaron, aun­ mos señalar las fronteras en térm inos puramente lingüísticos,
que difícilm ente lo hubieran adm itido y no tuvieron tiem po, deberíamos in sistir en la fecha de aparición relativamente ta r­
desde luego, para reflexionar sobre este aspecto de lo que, des­ día de la palabra «democracia», que subraya el gobierno y el
de otros puntos de vista, era un mal asunto. No tenían ninguna papel del pueblo, como opuesta a la palabra «república» que
experiencia de la que echar mano, sino sólo ideas y principios acentúa las instituciones objetivas. La palabra «democracia»
no verificados por la realidad para guiarlos e inspirarlos, no fue utilizada en Francia hasta 1794; la ejecución del rey es­
todos los cuales habían sido concebidos, formulados y discuti­ tuvo acompañada todavía del grito: Vive la république.
dos con anterioridad a la Revolución. Debido a ello, dependie­ De este m odo, la teoría de la dictadura revolucionaria de
ron aún en mayor medida de los recuerdos de la Antigüedad y Robespierre, aunque fue suscitada por las experiencias de la
Revolución, halló su leg itim a ció n en la famosa in s titu c ió n
6. Discourses on D avila, Works, Boston, 1851, vol. V I, pp. 232-233. de la República romana; fuera de esto, apenas puede señalar­
6a. A John Adams le chocaba especialmente el hecho de que «los que se
se ninguna contribución teórica, durante estos años, al pen-
llam aron a sí mismos filósofos de la Revolución francesa», eran como
«monjes» y «apenasconocían nada del mundo». (V id . Letters to John
Taylor on the Am erican C onstitution [1814], Works, vol. V I, p. 453 ss.) 7. J. M . Thom pson, Robespierre, O xford, 1939, pp. 53-54.
160 SOBRE LA REVOLUCIÓN 3. LA BUSQUEDA DE LA FELICIDAD 161

samiento p o lítico del siglo xvm . Es sabido que los Padres las condiciones insuperables que se han dado para su desa­
Fundadores, pese al profundo sentido que poseían de la no­ rro llo en los regímenes tiránicos del Este- que sus o p ortun i­
vedad de su empresa, se jactaron de haberse lim ita d o a apli­ dades fueron aún mayores bajo el im perio del despotismo y
car audazmente y sin prejuicios cosas que habían sido descu­ del absolutism o que bajo el gobierno constitucional en los
biertas hacía m ucho tiem po. Se consideraron a sí mismos países libres. La distinción entre hómmes de lettres e intelec­
maestros en ciencia política, porque tenían la osadía y el co­ tuales en m odo alguno depende de una diferencia apreciable
nocim iento necesarios para aplicar la sabiduría acumulada de calidad, es mucho más im portante para nosotros la dife­
en el pasado. A firm a r que la Revolución consistió prin cip a l­ rencia fundam ental de actitud que ha mostrado cada uno de
mente en la aplicación de ciertas reglas y principios de cien­ estos dos grupos, a p a rtir del siglo xvm , hacia la sociedad, es
cia política según fueron interpretadas por el siglo x v iii, sólo decir, hacia esa esfera curiosa y un tanto híbrida que la Edad
es, en el m ejor de los casos, una verdad a medias por lo que M oderna ha interpuesto entre las esferas más antiguas y ge-
se refiere a A m érica, y aún menos por lo que se refiere a nuinas de lo público o p o lítico, de un lado, y lo privado, de
Francia, donde sucesos inesperados vinieron m uy pronto a otro. Ciertam ente, los intelectuales son y han sido siempre
obstaculizar, prim ero, y a destruir después, la constitución y parte y parcela de la sociedad a la que, en cuanto grupo, de­
el establecim iento de instituciones duraderas. Pese a todo, lo bieron incluso su ser y prom inencia; los hombres de letras,
cierto es que, sin la entusiasta y, a veces, un poco cómica eru­ por el contrario, habían comenzado su carrera apartándose
dición política de los Padres Fundadores -las citas copiosas de la sociedad, prim ero de la sociedad de la corte real y de la
de autores antiguos y m odernos que llenan las páginas de la vida cortesana y, posteriorm ente, de la sociedad de los salo­
obra de John Adams pueden dar la im presión de que su au­ nes. Se educaron y cultivaron su espíritu en un re tiro lib re ­
to r coleccionaba constituciones con el m ism o espíritu que mente elegido, situándose a una distancia prudencial tanto
otras personas coleccionaban sellos de correo-, no séTiubie- de la esfera social como de la política, de la cual se excluyeron
ra llevado a cabo ninguna revolución. en cualquier caso, a fin de contem plar ambas esferas con
En el siglo xvm , a los hombres preparados para el ejercicio perspectiva. Sólo a p a rtir de mediados del siglo xvm , los ve­
del poder y que se sentían impacientes por apÜcar lo que ha­ mos en rebelión abierta contra la sociedad y sus prejuicios, y
bían aprendido m ediante el estudio y la reflexión, se les lla­ esta desconfianza prerrevolucionaria había ido precedida
mó hommes de lettres, té rm in o que es más apropiado para por el menosprecio más apacible, pero no menos penetran­
ellos que el nuestro de «intelectuales», con el que designa­ te, reflexivo y deliberado por la sociedad, sentim iento que
mos usualmente a una clase de periodistas y escritores pro­ alim entó la sabiduría de M ontaigne, que hizo aún más afila- \
fesionales cuyas actividades son necesarias tanto a la buro­ dos los pensamientos de Pascal y que dejó sus rastros en m u­
cracia siempre en aumento del gobierno m oderno y de la chas de las páginas de Montesquieu. Esto no supone, por su­
adm inistración com ercial, como a las exigenciastgjnbién puesto, negar la enorme diferencia de espíritu y estilo que
crecientes de esparcim iento de la sociedad de masas. El cre­ existe entre el hastío desdeñoso del aristócrata y el aborreci­
cim iento de esta clase social en los tiem pos m odernos fue m iento resentido de los plebeyos que aparecería posterior­
algo inevitable y autom ático; se hubiera producido en cual­ mente; pero no debemos o lvid a r que el objetivo de ambos,
quier circunstancia y se podría decir -s i se tienen en cuenta menosprecio y aborrecim iento, fue, más o menos, el mismo.
162 163
SOBRE LA REVOLUCIÓN 3. LA BUSQUEDA DE LA FELICIDAD

Por otra parte, cualquiera que fuese el «estamento» al que ción firm e y virtu o sa a una C onstitución libre», para dar­
perteneciesen los hombres de letras, no pesaba sobre ellos la nos cuenta de cuán próxim os debieron de ser los contenidos
carga de la pobreza. Insatisfechos con las distinciones que el reales de form ulaciones sólo diferentes en apariencia. La l i ­
Estado o la sociedad del A n d e n Régime pudiera haberles bertad pública o política y la felicidad pública o política cons­
conferido, estimaban que su ociosidad constituía más una tituyeron los p rin cip io s inspiradores que prepararon los
carga que un beneficio, un exilio obligado del reino de la ver­ espíritus de quienes después hicieron lo que nunca habían es­
dadera libertad y no la lib e rta d política que los filósofos ve­ perado hacer y lo que, la m ayor parte de las veces, se vieron
nían reclamando desde la Antigüedad, a fin de dedicarse compelidos a hacer, sin que hubiesen mostrado anteriorm en­
a actividades que ellos estimaban superiores a las que llevan a te una inclinación especial para tales actos.
los hombres hacia los asuntos públicos. En otras palabras, su A los hombres que en Francia prepararon los espíritus y
ocio fue el otium rom ano, no el (3 jp kr\ griego; se trataba de form ularon los prin cip io s de la revolución que se avecinaba
una inactividad impuesta, una «languidez del re tiro ocioso», se les conoce como los philosophes de la Ilu stra ción . El nom ­
en cuyo seno se suponía que la filosofía comunicaba «un re­ bre de filósofos que ellos reclam aron era un tanto engañoso;
medio para el dolor» (una doloris m ediánam )8, y aún estaban en efecto, su significación en la h isto ria de la filoso fía es in ­
dentro del estilo rom ano cuando comenzaron a emplear este significante y su contribución a la h isto ria del pensamiento
ocio en el interés de la res publica, la chose publique, según lla ­ p o lítico no es equiparable a la o rig in a lid a d de sus grandes
mó el siglo xvm, traduciendo literalm ente del latín, a la esfera predecesores del siglo xvii y p rin cip io s del xvm . Sin em bar­
de los asuntos públicos. De aquí que decidieran volverse ha­ go, su im portancia para la revolución es grande y estriba en
cia los autores griegos y romanos, no -lo cual es decisivo- por que ellos em plearon el té rm ino lib e rta d con un acento nue­
la sabiduría eterna o por la belleza in m o rta l que pudieran vo y, hasta entonces, casi desconocido sobre el carácter p ú ­
contener sus libros, sino casi exclusivamente a fin de estudiar blico de la libertad, lo que nos indica que ellos entendían por
las instituciones políticas de las que dan testim onio. Fue su libertad algo completamente diferente de la voluntad lib re o
búsqueda de la libertad política, no su empeño p o r la verdad, el pensamiento lib re que los filósofos habían conocido y d is­
la que les condujo a la Antigüedad, y la lectura de sus autores cutido desde Agustín. Su lib e rta d pública no era un fuero in ­
les proporcionó los elementos concretos con los que concebir terno al que los hom bres podían escapar a voluntad de las
e im aginar ta l libertad. Según las palabras de Tocqueville, presiones del m undo, n i era tam poco el lib e ru m a rb itriu m
«Chaqué passion publique se déguisa ainsi en philosophic». que perm ite a la voluntad escoger entre diversas alternativas.
Si hubieran sabido por experiencia personal lo que significa Para ellos, la lib e rta d sólo podía e xistir en lo público; era una
la lib e rta d pública para el in d ivid u o , hubieran estado de realidad tangible y secular, algo que había sido creado por
acuerdo con sus colegas americanos y hubieran hablado de la los hom bres para su p ro pio goce, no un don o una capaci­
«felicidad pública»; basta recordar que la definición america­ dad, era el espacio público construido por el hom bre o la pla­
na más corriente de la felicidad pública -dada p o r ejem plo za pública que la Antigüedad ya había conocido como el lu ­
por Joseph Warren en 1772- la hacía depender de «una devo- gar donde la lib e rta d aparece y se hace visible a todos.
La ausencia de lib e rta d p o lítica bajo el im pe rio del abso­
8. Cicerón, De Natura Deorum 1,7 y A cadem ical, 11. lutism o ilustrado en el siglo xvm no se debió tanto al no re-
164 SOBRE LA REVOLUCION 3. LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD

conocim iento de libertades personales específicas (lo cual rio r; sin embargo, nunca tuvo como consecuencia la revolu­
no era, p o r supuesto, el caso para los miembros de las clases ción, puesto que n i siquiera es capaz de entender, por no de­
superiores) como al hecho «de que el mundo de los asuntos c ir realizar, la idea central de la revolución, la cual no es otra
públicos no sólo les era casi desconocido, sino que era invisi­ cosa que la fundación de la libertad, es decir, la fundación de
ble»9. Lo que los hommes de lettres com partieron con los po­ un cuerpo p o lítico que garantice la existencia de un espacio
bres, dejando aparte la compasión por sus sufrim ientos, que donde pueda manifestarse la libertad.
es posterior, fue precisamente la oscuridad, es decir, la im po­ En el m undo m oderno, el acto de fundación se identifica
sibilidad de contem plar la esfera pública y la carencia de es­ con la elaboración de una constitución, y la convocatoria de
pacio pú blico donde pudieran hacerse visibles y alcanzar asambleas constitucionales ha llegado a ser con sobrada ra­
im portancia. Lo que les d istin g u ió de los pobres fue que a zón la nota característica de la revolución desde que la Decla­
^ ellos les había sido dado, p o r v irtu d del nacim iento y las c ir­ ración de Independencia in ició la redacción de constitucio­
cunstancias, un sustitutivo social de la im portancia política, nes para cada uno de los Estados americanos, proceso que
que es la consideración; su distin ció n personal reside preci­ preparó y culm inó en la C onstitución de la U nión, la funda­
samente en el hecho de que habían rehusado establecerse en ción de los Estados Unidos. Es probable que este precedente
«el país de la consideración» (com o llam a H enry James al americano inspirase el famoso Juramento del Juego de Pelo­
dom inio de la sociedad), optando por la oscuridad solitaria ta, cuando el Tercer Estado ju ró no separarse antes de que se
de lo privado donde podían, al menos, mantener y alim entar redactase una constitución y ésta fuese aceptada por el poder
su pasión p o r la libertad. Sin duda, esta pasión por la lib e r­ real. También ha marcado a las revoluciones el trágico desti­
tad en sí m ism a, p o r el solo «placer de poder hablar, actuar y no que aguardaba a la prim era constitución de Francia; ni
respirar» (Tocqueville), sólo puede darse a llí donde los hom ­ aceptada por el rey, n i autorizada y ratificada por la nación -a
bres ya son libres, en el sentido de que no tienen un amo. Lo no ser que se pretenda que los silbidos y aplausos de las gale­
m alo es que esta pasión p o r la lib e rta d pública o política rías que asistían a las deliberaciones de la Asamblea Nacional
puede ser fácilm ente confundida con un sentim iento que es eran la expresión válida del poder constituyente o, al menos,
probablem ente m ucho más vehemente, pero que, desde el del consentim iento del pueblo-, la C onstitución de 1791 no
punto de vista p o lítico , es esencialmente estéril, es decir, el pasó de ser una hoja de papel, de mayor interés para eruditos
aborrecim iento apasionado de los amos, el ferviente anhelo y especialistas que para el pueble. Su autoridad saltó en pe­
de los oprim idos por la liberación. Tal aborrecim iento es, sin dazos incluso antes de entrar en vigo r y fue seguida, en rápi­
•'duda, tan antiguo como la h isto ria escrita e, incluso, ante- da sucesión, por una constitución tras otra, hasta que, en una
avalancha de constituciones que duró hasta bien entrado el
9. Tocqueville, ob. c it., p. 195, al hablar de La condition des écrivains y siglo xx, la propia noción de constitución se desiñtegró de
de su éloignem ent presque in fin i... de la p ra tiqu e, insiste: «L’absence form a increíble. Los diputados de la Asamblea francesa, que
complete de toute liberté politique faisait que le monde des affaires ne se habían proclamado en cuerpo permanente, para cortar las
leur était pas seulement m al connu, mais invisible». A l explicar, más
amarras de sus poderes constituyentes (en vez de reenviar
adelante, que esta falta de experiencia radicalizó sus teorías, subraya ex­
plícitam ente: «La méme ignorance leur liv ra it l ’oreille et le cceur de la sus deliberaciones y resoluciones al pueblo), no se convirtie­
foule». ron en fundadores o Padres Fundadores, sino que fueron sin
166 SOBRE LA REVOLUCIÓN 167
SQUEDA DE LA FELICIDAD

duda los antecesores de generaciones de expertos y políticos Lo que hace que la sustitución llevada a cabo por Jefferson
para quienes la elaboración de constituciones se iba a con­ sea tan sign ifica tiva es que no emplee la fó rm u la «felicidad
v e rtir en su pasatiempo favorito, debido a que no tenían pública», de uso tan frecuente en la lite ra tu ra p o lítica del
poder n i participación algunos en la dirección de los aconte­ tiempo y que, quizá, no fue más que una significativa varian­
cim ientos. En este proceso, el acto de elaborar una cons­ te americana de la fó rm u la convencional empleada en las
titu c ió n perdió todo su significado y la m ism a noción de proclamaciones reales, en las cuales «el bienestar y la fe li­
constitución llegó a estar asociada con falta de entidad y cidad de nuestro pueblo» se referían, de m odo explícito, al
de realismo, acentuándose sus legalismos y form alidades. bienestar de los súbditos del rey y a su felicidad privada10. El
Todavía nos encontramos bajo el hechizo de este proceso propio Jefferson -e n una com unicación a la Convención de
histórico, debido a lo cual nos puede resultar d ifíc il com ­ V irginia de 1774 que, en muchos aspectos, fue una anticipa­
prender que las revoluciones, de un lado, y la constitución y ción de la Declaración de Independencia- había declarado
la fundación, de otro, son fenómenos casi correlativos. Sin que «nuestros antepasados», al abandonar «los dom inios
embargo, a los hombres del siglo xvm aún les parecía natural británicos de Europa», ejercieron «un derecho que la natura­
la necesidad de una constitución que fijase los lím ites de la leza ha conferido a todos los hombres [...] de establecer nue­
nueva esfera política y definiese las reglas que la gobernasen, vas sociedades, bajo las leyes y estatutos que estim en más
así como la necesidad de fundar y co n stru ir un nuevo espa­ convenientes para prom over la felicidad pública»11. Si Jeffer­
cio político donde las generaciones futuras pudiesen ejerci­ son estaba en lo cierto, y fue en busca de felicidad por lo que
ta r sin cortapisas la «pasión p o r la lib e rta d pública» o la «los habitantes libres de los dom inios británicos» habían
«búsqueda de la felicidad pública», a fin de que su propio es­ emigrado a Am érica, entonces las colonias del Nuevo M u n ­
p íritu «revolucionario» pudiera sobrevivir al fin real de la re­ do han debido ser, desde su origen, terrenos abonados para
volución. Sin embargo, incluso en Am érica, donde tuvo ple­ los revolucionarios. En tal caso, los colonos debieron ser m o­
na realización la fundación de un nuevo cuerpo p o lític o y vidos, incluso entonces, p o r una especie de insatisfacción
donde, por consiguiente, en algún sentido, la Revolución al­ con los derechos y libertades de los ingleses, estim ulados por
canzó su objetivo real, esta segunda tarea de la revolución, el el deseo de hallar un tip o de lib e rta d de la que los «habitantes
afianzamiento del espíritu que insp iró al acto de fundación, libres» de la madre patria no gozaban. A esta lib e rta d la 11a-
la realización del m ism o -u n a tarea que, como veremos, fue
considerada especialmente por Jefferson como de suma im ­
portancia para la supervivencia del nuevo cuerpo p o lític o - 10. La «felicidad» de los súbditos del rey requería un rey que cuidase de
su reino como cuidaría un padre de su fam ilia, en cuanto tal, tenía su ú l­
se fru stró casi desde el prin cip io . Podemos encontrar una in ­
tim o fundam ento, según Blackstone, en un «creador [que]... ha reduci­
dicación acerca de las fuerzas que ocasionaron el fracaso en do graciosamente el papel de la obediencia a este único precepto pater­
el propio térm ino, «búsqueda de la felicidad», con el que el nal: “ el hom bre debe buscar su propia felicidad” ». (C it. p o r H oward
mismo Jefferson había sustituido, en la Declaración de Inde­ M um ford Jones, The P ursuit ofH appines, H arvard, 1953.) Era claro que
este derecho garantizado por un padre sobre la tie rra no podía haber so­
pendencia, el té rm ino «propiedad» de la antigua fó rm u la
brevivido a la transform ación del cuerpo p o lítico en república.
«vida, libertad y propiedad», con que usualmente se d e fi­ 11. Vid. A Sum m ary View o f the R ights o f B ritis h A m erica, 1774, en The
nían los derechos políticos para diferenciarlos de los civiles. Life and Selected W ritings, ed. M odern Library, p. 293 yss.
168 SOBRE LA REVOLUCION 3. LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD 169

m arón más tarde, cuando ya gozaban de ella, «felicidad pú­ guno de los delegados hubiera podido sospechar la asom­
blica», y consistía en el derecho que tiene el ciudadano a ac­ brosa carrera que aguardaba a esta «búsqueda de la fe lici­
ceder a la esfera pública, a p articipar del poder público -a ser dad», idea que iba a co n trib u ir más que cualquier otra a dar
«partícipe en el gobierno de los asuntos», según la notable cuerpo a una ideología específicamente americana, al te rri­
frase de Jefferson12- , como un derecho d istin to de los que ble equívoco que, según la expresión de Howard M um ford
norm alm ente se reconocían a los súbditos a ser protegidos Jones, supone que los hombres sean titulares del «horrible
por el gobierno en la búsqueda de la felicidad privada, inclu­ p rivile g io de perseguir un fantasma y abrazar una ilusión»14.
so contra el poder público, es decir, distinto de los derechos; En el siglo xvm , el térm ino, como hemos visto, fue bastante
que sólo un gobierno tirá n ico era capaz de abolir. El hecho corriente y, sin el adjetivo correspondiente, las generaciones
de que la palabra «felicidad» fuese elegido para fundar la pre­ sucesivas iban a poder darle el significado que quisiesen. Ya
tensión a p a rtic ip a r en el poder público indica, sin lugar a entonces existió el peligro de co n fu n dir felicidad pública y
dudas, que existía en el país, con anterioridad a la revolución, bienestar privado, aunque se puede suponer que los delega­
algo parecido a la «felicidad pública» y que esos hombres sa­ dos a la Asamblea aún creían firm em ente en la teoría general
bían que no podían ser completamente «felices» si su felici­ de «los publicistas coloniales, según la cual “existe una estre­
dad estaba localizada en la vida privada, única esfera en que cha asociación entre la v irtu d pública y la felicidad pública”
podía gozarse de ella. y que la lib e rta d [es] la esencia de la felicidad»15. Jefferson
No obstante, el hecho h istó rico es que la Declaración de -com o los demás, con la posible excepción de John Adams-
Independencia habla de «búsqueda de la felicidad», no de fe­ no tuvo en absoluto conciencia de la contradicción flagrante
licid a d pública, y que todo parece indicar que Jefferson no existente entre la idea nueva y revolucionaria de la felicidad
estaba m uy seguro de qué clase de felicidad hablaba cuando pública y las ideas recibidas del buen gobierno que, incluso
hizo de su búsqueda uno de los derechos inalienables del entonces, eran consideradas «vulgares» (John Adams) o, a lo
hom bre. Su famoso «estilo brillante» empañó la distinción más, expresivas del «buen sentido del súbdito» (Jefferson);
entre «derechos privados y felicidad pública»13, con el resul­ según esas ideas recibidas, los «partícipes en el gobierno de
tado de que la im portancia de su alteración no fue n i siquiera los asuntos» no eran felices, sino que soportaban una carga,
advertida en los debates de la Asamblea. Por lo demás, nin- la felicidad no estaba localizada en la esfera pública que el si­
glo xvm identificaba con la esfera del gobierno, sino que el
12. En la im portante carta sobre las «repúblicas de los distritos», d irig i­
gobierno se concebía como un m edio para promover la feli­
da a Joseph C. Cabell el 2 de febrero de 1816, p. 661.
13. Véase James M adison en The Federalist, número 14. La oportunidad cidad de la sociedad, el «único objeto legítim o del buen go­
de las fórm ulas de Jefferson es puesta de relieve por la inclusión de su re­ bierno»16, de ta l form a que cualquier felicidad experimeñta-
cién descubierto «derecho» en «dos terceras partes, aproximadamente,
de las constituciones estatales entre 1776 y 1902», pese a que, tanto en­ 14. Jones, ob. cit., p. 16.
tonces como ahora, no estaba «en modo alguno claro qué es lo que Jef­ 15. C linton Rossiter, The F irs t Am erican Revolution, Nueva York, 1956,
ferson o el com ité entendían por búsqueda de la felicidad». Podría pen­ pp. 229-230.
sarse, como piensa Howard M um ford Jones, de quien procede la cita 16. Vernon L. Parrington lo denomina «el principio fundamental de la
anterior, que «el derecho a la búsqueda de la felicidad fue fruto, por así filosofía política [de Jefferson], esto es que la preocupación por la vida y
decirlo, de un momentáneo ataque de inconsciencia...». la felicidad humana, y no su destrucción, es el prim ero y el único objeti-
170 SOBRE LA REVOLUCIÓN 171
3. LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD

da por los «partícipes» sólo podía ser atribuida a una «desor­ las experiencias auténticas que respaldan el lugar com ún de
denada pasión por el poder», y el deseo de p a rticip a r de los que los asuntos públicos constituyen una carga o, en el m ejor
gobernados sólo podía ser ju s tific a d o p o r la necesidad de de los casos, «el deber que pesa [...] sobre todo ind ividu o »
contener y controlar esas tendencias «injustificables» de la para su p ró jim o , haríam os m ejor en volver nuestros ojos a la
naturaleza humana17. La felicidad, tam bién Jefferson in s is ti­ Grecia de los siglos v y iv a.C. que a nuestra civiliza ció n del
ría en ello, reside fuera de la esfera pública, «en el seno y siglo x v iii. Por lo que se refiere a Jefferson y a los hombres de
amor de m i fam ilia, en la compañía de m is vecinos y de mis la Revolución am ericana -d e nuevo, con la posible excep­
libros, en las ocupaciones edificantes de m is labores y de ción de John Adam s-, sus experiencias personales asomaron
mis negocios»18, en suma, en la in tim id a d de una casa cuya cuando se expresaban en térm inos generales. A lgunos de
vida escapa a toda pretensión del poder público. ellos, es cierto, pudieron indignarse con las «extravagancias
Reflexiones y exhortaciones de este tip o abundan en los de Platón», pero esto no fue obstáculo para que su pensa­
escritos de los Padres Fundadores, aunque, a m i ju icio , no tie ­ miento estuviese más in flu id o por el «espíritu nebuloso» de
nen gran im portancia (poca en las obras de Jefferson y me­ Platón que por sus propias experiencias siempre que tra ta ­
nos aún en las de John Adam s)19. Si tuviéram os que buscar ban de expresarse en un lenguaje conceptual20. A ún más,
sólo en unas cuantas ocasiones actos y pensamientos verda­
vo legítim o del buen gobierno». M a in C urrents in A m erican Thougth, deramente revolucionarios lograron rom per la concha de
Harvest Books ed., vol. I, p. 354. una herencia que había degenerado en la pura triv ia lid a d y
17. Estas palabras son de John D ickinson, pero, en general, la teoría de sólo en estas raras ocasiones sus palabras igualaron la gran­
los hombres de la Revolución americana se m ostró de acuerdo con este
tema. Así, incluso John Adams m antendría que «la felicidad de la socie­
deza y novedad de sus acciones. Una de estas ocasiones fue la
dad es el fin del gobierno [...] del m ism o m odo que la felicidad del in d i­ Declaración de Independencia, cuya grandeza nada debe a
viduo es el fin del hombre» (en Thoughts on Governm ent, W orks, 1851, su filosofía iusnaturalista -e n cuyo caso hubiera, ciertam en­
vol. IV, p. 193) y todos ellos estarían de acuerdo con la famosa fórm ula te, «carecido de p rofundidad y sutileza»21- , sino que reside
de Madison: «Si los hombres fueran ángeles, no sería necesario ningún
en el «respeto a la o p in ió n de la hum anidad», en el «llam a-
gobierno. Si los ángeles gobernasen a los hombres, no sería necesario
ningún control externo o interno del gobierno» (The Federalist, núm .
51). tamento, a «preferir la felicidad de una ocupación privada a las incom o­
18. En una carta d irig id a a M adisón, de fecha 9 de ju n io de 1793, ob. didades y vejámenes de los asuntos públicos», aunque no cabe una segu­
cit., p. 523. ridad completa, dado el peso enorme de la tra d ició n y de los usos con­
19. John Adams, en carta d irig id a a su esposa y escrita en París en 1780 tra la «injerencia» en los asuntos públicos, la am bición y el am or de
nos ofrece una curiosa inversión de la antigua jerarquía cuando escribe: gloria. Quizá fue necesaria toda la osadía y personalidad de John Adams
«Debo estudiar la política y el arte de la guerra para que m is hijos gocen para evitar el tópico de «las bendiciones de una ocupación privada» y te­
de libertad para estudiar matemáticas y filosofía. M is hijos deben estu­ ner el valor de reconocer el valor de las diferentes experiencias. (Para
diar matemáticas y filosofía, geografía, ciencias naturales e ingeniería George Masson, vid . Kate Mason Rowland, The L ife o f George M ason,
naval, navegación, comercio y agricultura para tra n s m itir a sus hijos el 1725-1792, vol. I, p. 166.)
derecho a estudiar pintura, poesía, música, arquitectura, escultura y ar­ 20. Véase la carta de Jefferson a John Adams, de 5 de ju lio de 1814, en
tes decorativas». (Works, vol. II, p. 68.) The Adams-Jefferson Letters, ed. po r L. J. Cappon, Chapel H ill, 1959.
George Mason, el principal artífice de la Declaración de Derechos de 21. Véase C arl L. Becker en la Introducción a la segunda edición de su
V irginia, parece más convincente cuando exhorta a sus hijos, en su tes- The D eclaration o f Independence, Nueva York, 1942.
172 SOBRE LA REVOLUCION 3. LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD 173

m iento al trib u n a l del m undo [...] para nuestra ju stifica ­ ba de la felicidad pública, aunque no necesariamente del
ción»22, grandeza que inspiró la redacción del documento y bienestar privado, en tanto que una república garantizaba a
que se pone de m anifiesto cuando la lista de quejas específi­ todo ciudadano el derecho a convertirse en «partícipe en el
cas contra un rey determ inado se despliega gradualmen­ gobierno de los asuntos», el derecho a mostrarse pública­
te en el rechazo del p rin c ip io m onárquico y de la monarquía mente en la acción. La palabra «república», por supuesto,
en general23. Tal rechazo -a diferencia de otras teorías que aún no había aparecido; fue sólo tras la Revolución cuando
afloran tras el docum ento- era algo enteramente nuevo; el llegó a considerarse como despóticos a todos los gobiernos
antagonism o profundo y violento entre m onárquicos y re­ no republicanos. Sin embargo, el p rin c ip io sobre el cual se^, '
publicanos, según se desarrolló durante el curso de las Revo­ fundaría en su día la república ya estaba presente en la «pro­
luciones americana y francesa, era prácticamente descono­ mesa mutua» de vida, fortuna y honor sagrado, bienes que,
cido con anterioridad a esa fecha. en una m onarquía, los súbditos no podrían «prometerse
Desde el fin de la Antigüedad, la teoría po lítica ha acos­ mutuam ente», sino a la Corona en cuanto representaba al
tum brado a d is tin g u ir entre gobierno según Derecho y tira ­ reino como totalidad. La grandeza que, sin duda, hay en la
nía, siendo definida la tira n ía como la form a de gobierno en Declaración de Independencia no consiste en su filosofía, n i__ 3
la que el gobernante gobernaba a su capricho y para la reali­ tampoco tanto en el hecho de ser «un argumento en favor de
zación de sus propios intereses, ultrajando así el bienestar una acción» como en el de co n stitu ir el procedim iento per­
privado y los derechos civiles legítim os de los gobernados. fecto para que una acción se m anifieste en palabras. (Así lo
No podía, pues, en ninguna circunstancia, identificarse la consideró Jefferson: «Sin proponerse originalidad alguna en
m onarquía, el gobierno de uno, con la tiranía; pese a ello, las los principios o sentimientos y sin ser copia de ningún docu­
revoluciones iban a ser conducidas rápidam ente a dar este mento anterior, fue concebida como una expresión del espí­
paso. La tiranía, según term inaron por entenderla las revo­ ritu am ericano, adecuada al tono y espíritu que exigía la
luciones, era una form a de gobierno en la que el gobernante ocasión».24) Puesto que tratam os aquí de la palabra escrita y
incluso aunque gobernase de acuerdo con las leyes del reino, no de la hablada, es el móm ento de decir que nos enfrenta­
había m onopolizado para sí mismo el derecho a la acción, ha­ mos a uno de esos momentos raros en la historia en que el
bía relegado a los ciudadanos de la esfera pública a la in tim i­ poder de la acción se basta para levantar su propio m onu­
dad de sus hogares y les había exigido que se ocupasen de mento.
sus asuntos privados. En otras palabras, la tiranía despoja- O tro ejemplo, menos grave aunque quizá de no menor en­
tidad, que apunta directam ente al problem a de la felicidad
22. Véase la carta de Jefferson a H enry Lee, de 8 de mayo de 1825. pública puede encontrarse en la curiosa esperanza que Jef­
23. El coronamiento de las revoluciones con el establecimiento de repú­ ferson proclam ó al fin de su vida, cuando había comenzado
blicas no se trataba de una conclusión obligada, y todavía en 1776 un co­ a d iscu tir con Adams, medio en serio m edio en broma, sobre
rresponsal de Samuel Adams podía escribir: «Se nos ofrece ahora la las posibilidades de una vida futura. Es evidente que, cuan­
oportunidad de elegir la form a de gobierno que estimemos más adecua­
do se despoja a tales imágenes de una vida futura de sus con-
da y convenir con la nación que nos plazca qué rey nos gobernará». Vid.
W illia m S. Carpenter, The Developm ent o f Am erican P o litica l Thought,
1930, p. 35. 24. Véase la carta citada en la nota 22.
174 3. LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD
175
SOBRE LA REVOLUCIÓN

notaciones religiosas, no son, n i más n i menos, que tras­ requería la presencia de ningún am igo (a m ici non re q u iru n -
posiciones de los diversos ideales de felicidad hum ana. La tu ra d perfectum b ea titud ine m )27, todo lo cual, dicho sea de
verdadera naturaleza de la idea que se hacía Jefferson de paso, está en consonancia con la idea platónica de la vida de
la felicidad se descubre claramente (sin ninguna de las defor­ un alma in m o rta l. Jefferson, p o r el contrario, sólo era capaz
maciones que im plica su expresión a través de un esquema de concebir un perfeccionam iento de los momentos mejores
tradicional y convencional de conceptos, el cual, com o los y más felices de su vida si ensanchaba el círculo de sus am i­
hechos mostrarían, era mucho más d ifíc il de rom per que la gos, de ta l form a que pudiera sentarse «en el Congreso» con
estructura de la form a tradicional de gobierno) cuando, de­ los más ilustres de sus «colegas». Si se quiere encontrar una
jándose ir de la mano de una suprema y juguetona iro n ía , imagen semejante de la quintaesencia de la felicidad hum a­
concluye una de sus cartas a Adams con las siguientes pala­ na reflejada en la juguetona anticipación de una vida eterna,
bras: «Quizá nos encontremos de nuevo en el Congreso, ju n ­ habría que ir hasta Sócrates, quien, en un famoso pasaje de la
to a nuestros antiguos colegas, y recibamos con ellos la fó r­ Apología, confesó risueña y francam ente que todo lo que pe­
m ula de aprobación “ Bien hecho, funcionarios fíeles y día era, por así decirlo, más de lo m ism o, es decir, no el paraí­
bondadosos” »25. Está expresada aquí, tras la ironía, la cándi­ so de los escogidos, n i tam poco la vida de un alma in m o rta l
da adm isión deque la vida en el Congreso, las alegrías de los que fuese totalm ente diferente a la vida del hom bre m o rta l,
discursos, de la legislación, de la transacción, de la persua­ sino el ensanchamiento del círculo de amigos de Sócrates en
sión, del propio convencim iento, constituían en no m enor Hades con los hombres ilustres del pasado (O rfeo y Museo,
medida, para Jefferson, un goce anticipado de una eterna Hesíodo y H om ero), a quienes no había ten ido ocasión de
bienaventuranza futura que lo que las delicias de la contem­ conocer en la tie rra y con quienes le hubiera com placido
plación habían representado para la piedad m edieval. In clu ­ m antener alguno de esos interm inables diálogos de pensa­
so «la fórm ula de aprobación» no es en absoluto la recom ­ m iento en los que él era maestro.
pensa común para la v irtu d en una vida fu tu ra ; lo es el Como quiera que sea, podemos estar seguros de una cosa:
aplauso, la aclamación, «la estima del m undo», de la que Jef­ la D eclaración de Independencia, si bien empaña la d is tin ­
ferson, en otro lugar, dice que había habido un tiem po en ción entre felicidad pública y privada, se propone, al menos,
que «a m is ojos representaba un va lo r superior a cualquier que entendamos el térm ino «búsqueda de la felicidad» en su
otro»26. doble significado: como bienestar privado y como derecho a
A fin de comprender lo verdaderamente inusitado que la fe licidad pública, como la prosecución del bienestar y
era, en el cuadro de nuestra tra d ició n , concebir la felicidad como la «participación en los asuntos públicos». Pero la ra­
política y pública a imagen de la bienaventuranza eterna, no pidez con que fue olvidado este segundo significado, así
estará de más recordar que para Tomás de Aquino, por ejem­ como el empleo y com prensión del té rm in o sin to m a r en
plo, la perfecta beatitudo consistía exclusivamente en una v i­ cuenta el adjetivo que originariam ente le calificaba, puede
sión, la visión de Dios, y que para alcanzar esta visió n no se servirnos para m edir, tanto en Am érica como en Francia, la

25. Adams-Jefferson, ob. cit., carta de 11 de a b ril de 1823, p. 594. 27. Para Santo Tomás, vid. Summa Theologica, 1 ,1,4 y 12,1. También
26. Véase la carta a Madison citada en la nota 18. ib id ., 1,2,4 y 8.
SOBRE LA REVOLUCION 3. LA BUSQUEDA DE LA FELICIDAD
176 177

pérdida de su significado o rig in a l y el olvido en que cayó el hommes de lettres de uno y o tro lado del Atlántico habían
espíritu que se había manifestado durante la Revolución. tratado de responder a la vieja pregunta «¿cuál es el fin del
Sabemos la gran tragedia que se produjo en Francia. gobierno?» en función de las libertades civiles y de la lib e r­
Quienes necesitaban y deseaban ser liberadósde sus amos o tad pública o, en otros térm inos, del bienestar del pueblo y
de la necesidad, su dueña absoluta, no dudaron en lanzarse de la felicidad pública. Bajo el im pacto de la revolución, la
en ayuda de quienes deseaban un espacio para la libertad pregunta era: ¿cuál es el fin de la revolución y del gobierno
pública; el resultado fue que, inevitablemente, hubo de darse revolucionario?; tal cambio era natural, aunque sólo se p ro ­
p rio rid a d a la liberación, con lo cual los hombres de la Revo­ dujo en Francia. A fin de comprender las respuestas dadas a
lució n prestaron cada vez menos atención a lo que, en un esta nueva pregunta, conviene no olvidar el hecho de que los
p rin cip io , habían considerado como su tarea más im portan­ hombres de las revoluciones, preocupados como habían es­
te, la elaboración de una constitución. Una vez más, Tocque- tado por el fenómeno de la tiranía -la cual despoja a sus súb­
v ille está en lo cierto cuando señala que «de todas las ideas y ditos de las libertades civiles y de la libertad pública, del
sentimientos que prepararon la Revolución, la idea y el gusto bienestar privado y de la felicidad pública, tendiendo, por
por la lib e rta d pública en sentido estricto han sido los p ri­ tanto a b o rra r la línea de demarcación entre ellas- fueron ca­
meros en desaparecer»28. Sin embargo, ¿no fue la profunda paces de descubrir la sutileza de la distinción entre lo público
renuencia de Robespierre a poner fin a la revolución conse­ y lo privado, entre intereses privados y bien común, única­
cuencia de su convicción de que al «gobierno constitucional mente durante el curso de las revoluciones, en cuyo trans­
le concierne principalm ente la libertad c iv il, y al gobierno curso entraron en conflicto los dos principios. Este conflicto
revolucionario la lib e rta d pública»?29¿No le atemorizaría la fue idéntico en las Revoluciones americana y francesa, aun­
idea de que el fin del poder revolucionario y el comienzo del que se manifestó de form a diferente. Por lo que se refiere a la
gobierno constitucional podía significar el fin de la «libertad Revolución americana, se trataba de saber si el nuevo gobier­
pública»? ¿Iba a perderse el nuevo espacio público, después no iba a co n stitu ir por sí m ism o una esfera para la «felicidad
de que había irru m p id o de m odo súbito en su vida, in to xi­ pública» de sus ciudadanos, o si había sido concebido única­
cando a todos ellos con la embriaguez de la acción, idéntica, mente para se rvir y garantizar, de m odo más eficaz que el
hay que decirlo, a la embriaguez de la libertad? antiguo régim en, la búsqueda de la felicidad privada. Por lo
Cualesquiera que puedan ser las respuestas a estas pre­ que se refiere a la Revolución francesa, se trataba de saber si
guntas, la clara d istin ció n de Robespierre entre libertad civil el propósito del gobierno revolucionario consiste en el esta-,
y libertad pública tiene un sentido semejante al empleo vago blecim iento de un «gobierno constitucional» que pusiera fin
y conceptualmente am biguo que tuvo en Am érica el térm i­ al reinado de la libertad pública mediante una garantía de los
no «felicidad». Con a nterioridad a ambas revoluciones, los derechos y libertades civiles, o si había que proclam ar una
Revolución permanente en nombre de la «libertad pública».
28. Tocqueville, A n de n Régime, capítulo 3. La garantía de las libertades civiles y de la búsqueda de la fe­
29. En su discurso ante la Convención Nacional sobre «El principio del
Gobierno revolucionario». Vid. Oeuvres, ed. Laponneraye, 1840, vol. III.
lic id a d privada había sido considerada durante mucho tiem ­
Para la traducción inglesa, he utilizado Robert R. Palmer, Twelve Who po esencial en todos los gobiernos no tiránicos, es decir en
Ruled, Princeton, 1958. los gobiernos lim itados por el Derecho. Si no hay otra cosa
178 SOBRE LA REVOLUCIÓN 3. LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD 179

en juego, entonces deben considerarse com o sim ples acci­ desarrollo del nuevo gobierno de los Estados U nidos, país
dentes los cambios revolucionarios de gobierno la abolición donde la Revolución nunca amenazó seriam ente los dere­
de la monarquía y el establecimiento de la república, provo­ chos civiles, debido a lo cual tuvo éxito a llí donde precisa­
cados únicamente por la terquedad de los regímenes ante­ mente la Revolución francesa fracasó (es decir, en la tarea de
riores. Si hubiera sido éste el caso, la respuesta debería haber fundación), y donde, p o r otra parte - lo cual es aún más im ­
sido la reforma, no la revolución; no el cambio de gobierno, portante para n o sotros-, los fundadores llegaron a ser go­
sino simplemente el cambio de un m al gobernante p o r otro bernantes, de ta l m odo que el fin a l de la Revolución no sig­
mejor. nificó el fin de su «felicidad pública». En efecto, el acento se
Es un hecho incontestable que los com ienzos más bien trasladó inm ediatam ente del contenido de la C onstitución,
modestos de ambas revoluciones nos sugieren que lo único esto es, de la creación y el reparto del poder y de la creación
en que se pensaba originalm ente era en una reform a en la lí­ de una nueva esfera en la que, según la expresión de M a d i­
nea de las monarquías constitucionales, y ello pese a que las son, «la am bición sería frenada por la am bición»30 -se trata,
experiencias del pueblo americano en la esfera de la «felici­ desde luego, de la am bición de superación y de ser «im por­
dad pública» debieron de ser m uy anteriores a sus conflictos tante», no de la am bición de realizar una buena carrera-, a la
con Inglaterra. Lo im portante, sin embargo, es que ambas Declaración de Derechos, que contenía los frenos constitu­
revoluciones muy rápidamente se vieron impulsadas a insis­ cionales necesarios sobre el gobierno; el acento se trasladó,
tir en el establecimiento de gobiernos republicanos y esta in ­ en otras palabras, de la lib e rta d pública a la lib e rta d c iv il, o
sistencia, ju n to al nuevo y violento antagonism o entre m o­ de una participación en los asuntos públicos en nom bre de la
nárquicos y republicanos, surgió del p ro p io seno de las felicidad pública a una garantía de que la búsqueda de fe lic i­
revoluciones. En cualquier caso, los hombres de las revolu­ dad privada sería protegida y prom ovida por el poder p ú b li­
ciones se habían fam iliarizado con la «felicidad pública» , y el co. La nueva fórm ula de Jefferson -ta n curiosamente equívo­
impacto de esta experiencia había sido lo suficientemente in ­ ca en sus comienzos, ya que hacía recordar tanto la fórm ula
tenso como para hacerles p re fe rir en cualquier situación de las proclamas reales, con su insistencia en el bienestar p ri­
-pues desgraciadamente la alternativa se les presentó en ta­ vado de las personas (lo cual im plicaba su exclusión de los
les térm inos- la libertad pública a las libertades civiles o, d i­ asuntos públicos), como la expresión prerrevolucionaria de
cho de otro modo, la felicidad pública al bienestar privado. la «felicidad pública»- se v io despojada casi inm ediatam ente
Tras las teorías de Robespierre, que anunciaban la Revolu­ de su doble significado y fue entendida com o el derecho de
ción permanente, se puede adivinar la incóm oda, inquietan­ los ciudadanos a pro cura r sus intereses personales y, p o r
te y turbadora cuestión que iba a p e rtu rba r a casi todos los tanto, a actuar de acuerdo con las normas del propio interés
revolucionarios posteriores dignos de este nom bre: si el fin privado. Estas normas, tanto si brotan de los deseos oscuros
de la Revolúción y la in stitu ció n de un gobierno constitucio­
nal significaban el fin de la felicidad pública, en ese caso ¿se
30. E l hecho de que estas palabras de M adison sean un eco de la idea
podía desear que la Revolución se consumase?
sustentada por John Adams sobre el papel que «la pasión por la d is tin ­
Es posible que Robespierre habría visto confirm ados sus ción» debe desempeñar en un cuerpo p o lítico no es más que un índice
temores si hubiera v ivid o lo bastante como para observar el del am plio campo de acuerdo existente entre los Padres Fundadores.
SOBRE LA REVOLUCIÓN 3. LA BUSQUEDA DE LA FELICIDAD
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del corazón como si lo hacen de las necesidades oscuras del se puede ver claram ente cómo, desde el comienzo al fin , el
hogar, nunca se han caracterizado por ser «ilustradas». anhelo de Jefferson por un lugar para la felicidad pública y la
A fin de com prender lo que o currió en Am érica, quizá nos pasión de John Adams p o r la «emulación», su spectemur
baste con recordar el ultraje del que se sintió víctim a Créve- agendo -«que se nos perm ita ser vistos en la acción», que se
coeur, el gran adm irador de la igualdad prerrevolucionaria nos perm ita tener un espacio donde podamos ser vistos y ac­
americana cuando vio su felicidad privada de granjero inte­ tu a r- entró en co n flicto con los deseos egoístas y esencial­
rru m p id a p o r el estallido de la guerra y la revolución; eran mente antipolíticos de verse exim idos de las cargas y debe­
los «demonios» que habían sido «desencadenados contra res públicos, de establecer un mecanismo de adm inistración
nosotros» p o r «aquellos grandes personajes que se han ele­ pública m ediante el cual los hombres pudiesen controlar a
vado tanto sobre el nivel del hom bre común» que se preocu­ sus gobernantes y seguir gozando de las ventajas del gobier­
paban más p o r la independencia y la fundación de la repú­ no m onárquico, de ser «gobernados sin que ellos tuvieran
blica que por los intereses de los granjeros y de los padres de que intervenir», de no tener «que perder su tiem po en la su­
fa m ilia 31. Este co n flicto entre intereses privados y asuntos pervisión o elección de los funcionarios públicos o en la
públicos desempeñó un enorme papel en ambas revolucio­ puesta en vig o r de las leyes», de ta l form a que «su atención
nes, y se puede afirm ar, en térm inos generales, que los hom ­ pueda dedicarse enteramente a sus intereses personales»33.
bres de las revoluciones fueron aquellos que, m ovidos más Los resultados de la Revolución americana, a diferencia de
por su am or auténtico a la lib e rta d y a la felicidad públicas las intenciones iniciales, siempre han sido ambiguos, sin que
que p o r cualquier idealism o suicida, pensaron y actuaron nunca haya sido resuelto el problem a de si el fin del gobierno
firm em ente en nom bre de los asuntos públicos. En América,
donde, al p rin cip io , la existencia del país había dependido de siempre en pleitos y que había sido llevado ante los tribunales en m últi­
una contienda de principios y donde el pueblo se había rebe­ ples ocasiones. Tan pronto como me vio, se acercó y, sin más saludos, me
lado contra medidas cuyo significado económico era insig­ dijo : “ Oh, M r. Adams, cuántas cosas han hecho ustedes y sus colegas por
nificante, la C onstitución fue ratificada incluso por aquellos nosotros. Nunca podremos agradecérselo bastante. Ahora no hay nin­
gún trib u n a l de justicia en las provincias y espero que siempre será así”
que, siendo deudores de los comerciantes británicos -a quie­
[...} Y yo me pregunté: ¿Es por esto por lo que yo he luchado? [...] ¿Hay
nes la C onstitución había abierto los tribunales federales-, hombres que piensan así? ¿Cuántos como éste habrá en el país? Supongo
tenían m ucho que perder desde el punto de vista de sus inte­ que la m itad de la nación, puesto que la m itad, si no más, son deudores y
reses privados, lo cual nos indica que los fundadores tuvie­ siempre han sido éstos los sentimientos de los deudores en todas partes.
ron a la m ayoría del pueblo de su lado, al menos durante la Si el poder del país cayese en sus manos, y hay peligro de que así ocurra,
¿de qué habrá servido que hayamos gastado nuestro tiem po, nuestra sa­
guerra y la Revolución32. No obstante, durante este período
lu d y tantas otras cosas? Tendremos que preservarnos contra este espí­
ritu y estos principios, o tendremos que arrepentim os de nuestra con­
31. Véase la carta X II («Distresses o f a Frontier Man») en Letters from ducta». Esta h isto ria o cu rrió en 1775 y lo que im porta es que este
an A m erican F arm er (1782), D utton paperback ed., 1957. espíritu y estos principios desaparecieron como consecuencia de la gue­
32. La disposición hacia la arbitrariedad, la violencia y la anarquía era rra y la revolución, siendo la m ejor prueba del éxito logrado la ratifica­
tan intensa en Am érica como en los demás países coloniales. Piénsese en ción de la C onstitución por los deudores.
la famosa historia que John Adams cuenta en su autobiografía (Works, 33. Véase «On the Advantages o f a Monarchy» en James Fenimore Coo­
vol. II, pp. 420-421): encontró un hombre, un «jockey [...] que andaba per, The A m erican D em ocrat (1838).
182 3. LA BUSQUEDA DE LA FELICIDAD
183
SOBRE LA REVOLUCIÓN

es la prosperidad o la libertad. Junto a aquellos que llegaron sito del gobierno constitucional com o la preservación de la
al nuevo continente en busca de un nuevo m undo o, p o r de­ república que el gobierno revolucionario había fundado a fin
c irlo más exactamente, con el fin de co n stru ir un nuevo de establecer la lib e rta d pública. Sin embargo, tan pronto ha­
mundo sobre el continente recién descubierto, siempre hubo bía definido el propósito p rin c ip a l del gobierno constitucio­
otros que sólo esperaban un nuevo «modo de vida». No es nal como la «preservación de la lib e rta d pública», daba m ar­
extraño que el número de éstos excediera al de los prim eros; cha atrás, p o r así decir, y se corregía a sí m ism o: «Bajo el
por lo que respecta al siglo xvm , el factor decisivo quizá fuese im perio de la C onstitución, basta con proteger a los in d iv i­
que «tras la Gloriosa Revolución, cesó la em igración a Am é­ duos contra los abusos del poder público»38. En esta segun­
rica de im portantes elementos ingleses»34. En el lenguaje de da frase, el poder es todavía p úblico y reside en manos del
los fundadores, la cuestión era si «el objetivo supremo» era gobierno, pero el in d ivid u o aparece ahora como indefenso y
el «bienestar real de la gran mayoría del pueblo»35, la m ayor debe ser protegido contra él. Por o tra parte, la lib e rta d ha
felicidad posible para el m ayor núm ero, o si, más bien, «el cambiado de lugar; ya no reside en la esfera pública, sino en
propósito principal del gobierno [era] regular [la pasión de la vida privada de los ciudadanos, que deben ser defendidos
superación y de ser v is to ], la cual, a su vez, se convierte en frente al poder público. Lib e rta d y poder se han separado,
uno de los principales instrum entos de gobierno»36. Esta dis­ con lo cual ha comenzado a tener sentido la funesta ecuación
yuntiva entre lib e rta d y prosperidad, como vemos hoy, no de poder y violencia, de p o lítica y gobierno y de gobierno y
era un problema de fácil solución para los fundadores ame­ mal necesario.
ricanos n i para los revolucionarios franceses, lo cual no Se podrían obtener ejemplos semejantes, aunque no tan
quiere decir que no lo tuvieran en cuenta. Siempre ha habi­ sucintos, en las obras de autores americanos, lo cual equivale
do no sólo una diferencia, sino un antagonismo, entre quie­ a afirm ar que la cuestión social tam bién in te rfirió en el curso
nes, según palabras de Tocqueville, «parecen amar la lib e r­ de la Revolución americana de form a tan acusada, aunque
tad, pero en realidad sólo odian a sus amos» y aquellos otros menos dram ática, que el de la Revolución francesa. No obs­
que saben que«qui cherche daos la lib e rté autre chose qu’elle tante, existen diferencias profundas. D ebido a que el país
méme est fa it pour servir»37. nunca se vio abrumado por la pobreza, fue más «la pasión fa­
A fin de m ostrar en qué m edida el carácter equívoco de las tal por las riquezas llovidas del cielo» que la necesidad la que
revoluciones fue consecuencia de una ambigüedad presente se interpuso en el cam ino de los fundadores de la república.
en la mente délos hombres que hicieron las revoluciones, no Esta form a peculiar de buscar la felicidad que, según palabras
tenemos más que fijarn o s en las extrañas fórm ulas contra­ del juez Pendleton, ha tendido siempre a «extinguir todo sen­
dictorias con que Robespierre enunció los «P rincipios del tim ie n to de deber m oral o p olítico»39, se m antuvo latente el
Gobierno revolucionario». Comenzaba p o r d e fin ir el propó- tiem po suficiente para echar los cim ientos y levantar el nue­
vo e d ificio (aunque no lo suficiente para cam biar el espíritu
34. Edward S. Corwin en H arvard Law Review, vol. 42, p. 395.
35. Así Madison en The Federalist, núm . 45.
36. Según la expresión de John Adams en «Discourses on D ávila», 38. Véase nota 29.
Works, 1851, vol. VI, p. 233. 39. En N iles, P rin á p ie s and Acts o f the R evolution, Baltim ore, 1822,
37. Anden Regime, loe. cit. p. 404.
SOBRE LA REVOLUCIÓN 3. LA BÚSQUEDA DE LA FEUCIDAD
184 185

de sus m oradores). El resultado, a diferencia de lo que ocu­ temente sem piterna de la humanidad, constituye, sin duda,
rrió en Europa, ha sido que las ideas revolucionarias de felici­ uno de los mayores logros de la historia de Occidente y de la
dad pública y de lib e rta d p o lítica no han desaparecido nunca h isto ria de la hum anidad. La dificultad estribaba en que la
por completo de la escena americana; han llegado a ser parte lucha para a b olir la pobreza, bajo la presión de una incesante
integrante de la misma estructura del cuerpo político de la re­ em igración masiva de Europa, fue cayendo paulatinam en­
pública. Sólo el fu tu ro puede decirnos si esta estructura se te bajo la influencia de los mismos pobres y, en consecuencia, / #
asienta sobre cim ientos de granito capaces de resistir los ca­ bajo la influencia de los ideales que había inspirado la pobre­
prichos de una sociedad dedicada a la abundancia y al consu­ za, distintos de los principios que habían inspirado la funda­
mo, o si cederá bajo la presión de la riqueza, de igual modo ción de la libertad.
que las comunidades europeas han cedido bajo la presión de En efecto, la abundancia y el consumo ilim ita do son los
la m iseria y la desgracia. H oy en día hay tantos signos que jus­ ideales de los pobres; son el espejismo en el desierto de la m i­
tifica n la esperanza como otros que inspiran temor. seria. En este sentido, abundancia y m iseria son sólo dos
Por lo que a nosotros nos interesa, lo im portante es que caras de la misma moneda; los lazos de la necesidad no nece­
Am érica siempre ha sido, para bien o para m al, una empresa sitan ser de hierro, pueden ser de seda. Siempre se han consi­
europea. No sólo la Revolución americana, sino todo lo que derado incom patibles libertad y lujo , y la opinión moderna
o cu rrió antes y después «fue un suceso dentro del cuadro to ­ que tiende a echar la culpa de la insistencia con que los Pa­
tal de la civiliza ció n atlántica»40. De este modo, al igual que dres Fundadores elogiaron la frugalidad y la «sencillez de
la conquista de la pobreza en Am érica tuvo profundas reper­ costumbres» (Jefferson) a un desprecio puritano por los en­
cusiones en Europa, el hecho de que la m iseria siguiese sien­ cantos del m undo, revela más una incapacidad para com ­
do durante largo tiem po la condición de las clases inferiores prender la lib e rta d que una ausencia de prejuicios. En efec­
europeas ha sido tam bién de enorme trascendencia para la to, la «pasión fatal po r las riquezas llovidas del cielo» nunca
h isto ria americana posterior a la Revolución. La fundación fue el vicio de hombres sensibles, sino el sueño de los pobres;
de la lib e rta d había id o precedida de la liberación de la po­ y si ha prevalecido en Am érica, casi desde el comienzo de su
breza, puesto que la temprana prosperidad prerrevoluciona- colonización, se ha debido a que el país era, incluso en el si­
ria -a d q u irid a siglo antes de que la em igración masiva de los glo xvm , no sólo «el país de la libertad, el asiento de la virtu d ,
últim os años del siglo x ix y prim eros del xx llevase cada año el asilo de los oprim idos», sino tam bién la tie rra prom etida
a las costas americanas cientos de m iles y aun m illones de de quienes habían v iv id o en unas condiciones que d ifíc il­
europeos pertenecientes a las clases más pobres- fue, al me­ mente podían haberles preparado para entender n i la lib e r­
nos parcialm ente, resultado de un esfuerzo deliberado y tad n i la v irtu d . También es la pobreza europea la que ha to­
concreto hacia la liberación de la pobreza como no se había mado su desquite en los estragos con que la prosperidad y la v
realizado nunca en los países del Viejo Mundo. Este esfuer­ sociedad de masas americanas amenazan crecientemente
zo, esta tem prana resolución para vencer la m iseria aparen- toda la esfera política. El deseo oculto de los pobres no es «a
cada uno según sus necesidades», sino «a cada uno según sus
40. Véase R obert R. Palmer, The Age o f the D em ocratic Revolution, deseos». Aunque es cierto que la libertad sólo puede llegar a
Princeton, 1959, p. 210. quienes tienen cubiertas sus necesidades, también es cierto
3. LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD 187
186 SOBRE LA REVOLUCIÓN

que nunca la lograrán aquellos que están resueltos a v iv ir de función de la Revolución francesa, que hablaba de citoyens y
acuerdo con sus deseos. El sueño americano, como lo enten­ bourgeois. A un nivel más erudito, podemos considerar esta
dieron los siglos x ix y xx bajo el im pacto de la inm ig ra ció n desaparición del «gusto p o r la lib e rta d política» com o la re­
masiva, no fue el sueño de la Revolución americana -la fu n ­ tirada del in d iv id u o a una «esfera ín tim a de la conciencia»
dación de la lib e rta d - n i el de la Revolución francesa: la lib e ­ donde encuentra la única «región apropiada para la lib e rta d
ración del hombre; se trató desgraciadamente del sueño de humana»; desde esta región, com o desde una fortaleza de­
una «tierra prometida» donde abundasen la leche y la m iel. rrum bada, el in d iv id u o , habiendo predom inado sobre el
El hecho de que el progreso de la tecnología m oderna fuese ciudadano, se defenderá entonces contra una sociedad que,
capaz de realizar tan pronto este sueño más allá de toda es­ a su vez, «predom ina sobre la in d ivid u a lid a d » 42. Fue este
peranza, tuvo el efecto de confirm ar a los soñadores que ha­ proceso, más que las revoluciones, el que determ inó la fiso ­
bían venido realmente a v iv ir en el m ejor de los m undos po­ nomía del siglo x ix com o, en parte, aún determ ina la de
sibles. nuestro siglo.
En conclusión, no puede negarse que Crévecoeur tenía ra­
zón cuando predijo que el «hombre predom inará sobre la
ciudad no [que] sus máximas políticas se esfum arán», que
aquellos que afirm an con toda seriedad «la fe licidad de m i
fam ilia es el único objetivo de m is deseos» serán aplaudidos
por casi todo el m undo cuando, en nom bre de la dem ocra­
cia, desahoguen su rabia contra «los grandes personajes que
se han elevado tanto sobre el nivel del hom bre común» que
sus aspiraciones trascienden su felicidad privada, o cuando,
en nombre del «hombre común» y de cierta confusa idea de
liberalism o, denuncien la v irtu d pública, que no es la del
granjero precisamente, como simple am bición, y a aquellos
a quienes deben su libertad como «aristócratas», a quienes
(como en el caso del pobre John Adams) im aginan poseídos
por una «vanidad colosal»41. La conversión del ciudadano de
las revoluciones en el individuo privado de la sociedad del si­
glo x ix ha sido descrita frecuentemente, generalmente en

41. Tal fue el veredicto de Parrington. Existe, sin embargo, un excelente


ensayo de Clinton Rossiter: «The Legacy o f John Adams» (Yale Review,
1957) que, escrito con penetración y am or por el hombre, rinde justicia
a esta extraña figura de la Revolución. «En la esfera de las ideas políticas,
no tuvo ningún maestro -e incluso ninguno que se le igualase- entre los
Padres Fundadores». 42. John Stuart M ill: On L ib e rty (1859).
4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTIO LIBERTATIS 189

a la vez»-, de ta l form a que no se produjo ninguna brecha,


ningún vacío, apenas un compás de espera, entre la guerra de
4. F u n d a c ió n ( I): C onstitutio libertatis liberación, la lucha por la independencia, que era la condi­
ción para la libertad, y la constitución de los nuevos Estados.
Aunque es cierto que «el prim er acto del gran drama», la «re­
ciente guerra americana» term inó antes de que hubiera fina­
lizado la Revolución americana1, también es cierto que estas
dos etapas totalm ente diferentes del proceso revolucionario
se iniciaron casi a la vez y siguieron desarrollándose paralela­
mente a través de los años de guerra.
Apenas puede exagerarse la im portancia de este desarro­
llo . El m ilagro que salvó a la Revolución americana, si lo
hubo, no fue la posesión, por parte de los colonos, de la sufi­
ciente fuerza y poder para ganar una guerra contra Inglate­
rra, sino el hecho de que esta victo ria no terminase «en una
1 m u ltip lica ció n de repúblicas, crímenes y calamidades [...];
hasta que, al fin , las exhaustas Provincias [hubieran] caído
Los hechos que, en ú ltim o térm ino, determ inaron que el mo­
en la esclavitud bajo el yugo de algún conquistador afortuna­
vim iento por la restauración, por la reconquista de las lib e r­
do»1 2como, con mucha razón, había tem ido John Dickinson.
tades y derechos antiguos desembocase en una revolución a
En realidad, éste es el destino de las rebeliones cuando no
ambos lados del A tlá n tico fueron la existencia, en el Viejo
van seguidas de una revolución, y por tanto de la mayor par-
M undo, de hombres que soñaban con la libertad pública y de
otros, en el Nuevo M undo que habían saboreado la felicidad 1. No hay nada que haya perjudicado tanto la comprensión de la revolu­
pública. Independientem ente de lo mucho que les separase, ción como suponer que el proceso revolucionario ha concluido cuando
para bien o para m al, acontecimientos y circunstancias diver­ se ha logrado la liberación y han term inado el desorden y la violencia in ­
herentes a toda guerra de independencia. La idea no es nueva. En 1787,
sas, los americanos todavía habrían estado de acuerdo con
Benjamín Rush se quejaba ya de «que es corriente confundir Revolución
Robespierre sobre el propósito ú ltim o de la revolución, la am ericana con la reciente guerra am ericana. La guerra americana ha
constitución de la libertad, y sobre la función real del gobier­ term inado, lo cual no ocurre, n i mucho menos, con la Revolución ame­
no revolucionario, la fundación de una república. Posible­ ricana. Por el contrario, sólo ha concluido el prim er acto del gran dra­
mente fue a la inversa, y Robespierre había sido in flu id o por ma. Aún nos queda establecer y perfeccionar nuestras formas nuevas de
gobierno». (En Niles: P rinciples and Acts o f the R evolution, Baltim ore,
el curso de la Revolución americana cuando form uló sus fa­ 1822, p. 402.) Añadamos por nuestra parte que es igualmente corriente
mosos «Principios del G obierno revolucionario». En Am éri­ confundir la empresa de liberación con la fundación de la libertad.
ca, la insurrección armada de las colonias y la Declaración de 2. Estos temores fueron expresados en 1765, en una carta a W illiam Pitt
Independencia fue seguida p o r una pasión espontánea de en la que D ickinson había proclamado su confianza en la victoria de las
colonias contra Inglaterra. Véase Edmond S. Morgan: The B irth o f the
constitucionalism o en las trece colonias -com o si, según la
Republic, 1763-1789, Chicago, 1956, p. 136.
expresión de John Adams, «trece campanas hubiesen sonado
188
190 SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACIÓN (I): CO NSTITUTE L1BERTATIS 191

te de las llamadas revoluciones. No obstante, en tanto que por el Derecho y la salvaguardia de las libertades civiles me­
el fin de la revolución es el establecim iento de la lib e rta d , el diante garantías constitucionales, según las enumeraban las
experto en política sabrá, al menos, evitar el escollo en que diversas declaraciones de derechos que fueron incorporados
tropiezan lo$ historiadores, quienes tienden a acentuar la en las nuevas constituciones y que se consideran a m enudo
etapa inicial y violenta de la rebelión y la liberación, la insu­ como su parte más im portante; no fueron concebidos para
rrección contra la tiranía, en detrim ento de la segunda eta­ in stitu ir los nuevos poderes revolucionarios del pueblo, sino,
pa, más tranquila, de la revolución y la constitución, debido por el contrario, se creyeron necesarios para lim ita r el poder
a que en la prim era parecen estar contenidos todos los aspec­ del gobierno, incluso en los cuerpos políticos de nueva fu n ­
tos dramáticos de su historia y quizá, tam bién, debido a que dación. Una declaración de derechos, como observó Jeffer­
el tum ulto de la liberación ha significado muchas veces la de­ son, era «aquello que podía hacer el pueblo contra cualquier
rrota de la revolución. Tal tentación, en la que incurre el his­ gobierno del m undo, general o particular, y aquello que n in ­
to ria do r debido a que es sobre todo un narrador, va unida a gún gobierno debía denegar o dar de lado»3.
la teoría, mucho más perjudicial, según la cual las constitu­ En otras palabras, el gobierno co nstitucional era enton­
ciones y la fiebre constitucionalista, lejos de ser expresión del ces, como lo es todavía hoy, lim ita d o , en el sentido en el que
verdadero espíritu revolucionario del país, en realidad se de­ el siglo xvn i hablaba de una «monarquía üm itada», es decir,
bieron a las fuerzas reaccionarias y significaron la derrota de lim itada en su poder en v irtu d de las leyes. Las libertades c i­
la revolución o su paralización, de ta l form a que -e n buena viles, al igual que el bienestar privado, caen dentro de la esfe­
ló g ica - la C onstitución de los Estados U nidos, la culm ina­ ra del gobierno lim ita d o , y su salvaguardia no depende de la
ción de este proceso revolucionario, es concebida como el re­ forma de gobierno. Sólo la tira n ía que, según la teoría p o líti­
sultado real de la contrarrevolución. El e rror fundam ental de ca, es una form a bastarda de gobierno, suprim e el gobierno
esta teoría es que no distingue entre liberación y libertad; no constitucional, es decir, el gobierno legítim o. Sin embargo,
hay nada más in ú til que la rebelión y la liberación, cuando las libertades que el gobierno constitucional garantiza tienen
no van seguidas de la constitución de la libertad recién con­ todas un carácter negativo, inclu ido el derecho de represen­
quistada. En efecto, «ni la m oral, n i la riqueza, n i la disciplina tación para el establecim iento de nuevos im puestos, que se
de los ejércitos, n i el conjunto de todas estas cosas, se logrará convirtió más tarde en el derecho al voto; no son ciertamente
sin una constitución» (John Adams). «poderes en sí m ism os, sino sim plem ente una exención de
Aun cuando resistamos la tentación de id e n tifica r la revo­ los abusos del poder»4; no pretenden una participación en el
lución con la lucha por la liberación, en vez de ide n tifica rla
con la fundación de la libertad, aún tenemos por delante otra 3. En una carta a James M adison, de 20 de diciem bre de 1787.
dificultad, más grave para nosotros; consiste en que las nue­ 4. No suele reconocerse, pese a no carecer de im portancia, que «el po­
vas constituciones revolucionarias tienen m uy poco, en su der -según la expresión de W oodrow W ilso n - es algo positivo, en tanto
form a y en su contenido, de nuevas y, menos aún, de revolu­ que el control es algo negativo» y que «designar a ambas cosas con el
mismo vocablo no es más que empobrecer el lenguaje, haciendo que
cionarias. La idea de gobierno constitucional no es, desde
una misma palabra tenga varios significados». (An O ld M aster and O ther
luego, en ningún sentido revolucionaria en su contenido o en P olitical Essays, 1893, p. 91.) Esta confusión entre el poder para la acción
su origen; no significa otra cosa que un gobierno lim ita d o y el derecho a controlar los «órganos de iniciativa» es de naturaleza se-
192 SOBRE LA REVOLUCION 4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTE LIBERTATIS 193

gobierno, sino una salvaguardia contra éste. No tiene gran cable a las Revoluciones rusa o china, donde quienes ocupan
im portancia para nosotros que hagamos derivar este consti­ el poder no sólo reconocen el hecho, sino que se jactan de
tucionalism o de la Carta Magna y, a través de ella, de los de­ haber m antenido indefinidam ente un gobierno revolucio­
rechos, p rivilegios y pactos feudales concluidos entre el po­ nario; la segunda alternativa es aplicable a las insurreccio­
der real y los estamentos del reino, o que, por el contrario, nes revolucionarias que arrasaron a casi todos los países eu­
aceptemos la tesis de que «no encontramos el constituciona­ ropeos después de la Segunda Guerra M undial. En estos
lism o m oderno hasta que ha existido un gobierno central casos, las constituciones no fueron, de ningún modo, conse­
eficaz»5. Si lo único que había estado en juego en las revolu­ cuencia de la revolución; por el contrario, fueron impuestas
ciones hubiera sido esta clase de constitucionalism o, en tal tras haber fracasado una revolución y fueron, al menos para
caso las revoluciones habrían sido fieles a sus orígenes mo­ el pueblo a las que estaban destinadas, el sím bolo de su de­
destos, cuando era posible concebirlas como intentos para rro ta , no de su victo ria . En general, fueron elaboradas por
restaurar las libertades «antiguas»; lo cierto es que no fue expertos, aunque no en el sentido en que Gladstone había
éste el caso. denom inado a la C onstitución americana «el trabajo más
Existe o tra razón, quizá más poderosa, que nos impide m aravilloso que había sido redactado en todos los tiempos
p e rcib ir el elemento auténticamente revolucionario im plíci­ por la inteligencia y la voluntad del hombre», sino, más bien,
to en el proceso constitucional. Si nos dejamos guiar no por en el sentido en el que A rth u r Young, ya en 1792, creía que
las revoluciones del siglo xvm , sino por la serie de rebeliones los franceses habían adoptado la «nueva palabra», la cual
que las sucedieron a lo largo de los siglos x ix y xx, se nos «usan como si la constitución fuese un pastel cocinado se­
planteará la alternativa entre revoluciones permanentes, que gún una receta»6. Su propósito era hacer frente a la oleada
n i concluyen n i realizan su objetivo, el establecimiento déla revolucionaria y, si sirvieron tam bién para lim ita r el poder,
lib e rta d , y aquellas otras en las que, como consecuencia de se tra tó tanto del poder del gobierno como del poder revolu­
la insurrección revolucionaria, term ina por cristalizar algún cionario del pueblo, cuya m anifestación había precedido a
tip o de nuevo gobierno constitucional que garantiza un nú­ su establecimiento.
m ero razonable de libertades civiles y merece ser llamado, Una de las dificultades, y quizá no la menor, que se pre­
ya se trate de una m onarquía o de una república, «gobierno senta en la discusión de estos temas es meramente verbal.
lim itado». La prim era de estas alternativas es, sin duda, apli- Evidentemente la palabra «constitución» es equívoca, por-

mejante a la ya citada confusión entre liberación y libertad. La cita que 6. C itado por Charles Howard M cllw ain: C onstitutionalism , A ncient
aparece en el texto procede de James Fenimore Cooper: The American and M odern, Ithaca, 1940. Quienes deseen considerar este problema
Dem ocrat (1838). desde una perspectiva histórica deben recordar el destino de la Consti­
5. La ú ltim a es la posición de C arl Joachim F riedrich, C onstitutional tución de Locke para Carolina, quizá la prim era constitución redactada
Governm ent and Democracy, ed. revisada, 1950. Para la otra interpreta­ por un experto y ofrecida después a un pueblo. El veredicto formulado
ción -que «las cláusulas de nuestras constituciones americanas son [...] por W illia m C. M orey -«fue creada de la nada y pronto cayó en la
simples copias de los X X X IX artículos de la Carta M agna»-, véase: nada»- es aplicable a la mayor parte de ellas («The Genesis o f a W ritten
Charles E. Shattuck: «The Meaning o f the Term ‘Liberty’ in the Federal C onstitution», en Am erican Academy o f P olitics and Social Science, «An­
and State C onstitutions», H arvard Law Review, 1891. nals» I, a b ril 1891). »
194 SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTIO LIBERTATIS 195

que significa tanto el acto constituyente como la ley o n o r­ principio de «que el pueblo debía dotar al gobierno de una
mas de gobierno que son «constituidas», estén in co rp o ra ­ constitución y no a la inversa»8.
das en documentos escritos o, como en el caso de la consti­ Si echamos una ojeada al destino que han co rrid o los go­
tución británica, contenidas en instituciones, costumbres o biernos constitucionales en los países no anglosajones, o que
precedentes. Es com pletam ente im posible lla m a r con el escapan a su esfera de influencia, estaremos en condiciones
m ism o nombre y esperar los mism os resultados de aquellas de com prender la enorm e diferencia de poder y autoridad
«constituciones» que un gobierno no revolucionario adopta que existe entre una constitución im puesta p o r el gobierno
a causa de que el pueblo y su revolución han sido incapaces sobre el pueblo y la constitución m ediante la cual un pueblo
de constituir su propio gobierno y aquellas otras «constitu­ constituye su propio gobierno. Todas las constituciones que
ciones» que «procedían -según la expresión de G ladstone- fueron o b f a de expertos en los países europeos tras la Prim e­
del despliegue de la historia» de una nación o eran resulta­ ra Guerra M undial se basaron en buena m edida en el m odelo
do del designio consciente de todo un pueblo para fu n d a r (je la C onstitución americana y, consideradas en sí mismas,
un nuevo cuerpo político. Tanto la d istin ció n como la con­ no hay razón para que hubieran funcionado m uy bien. Sin
fusión están presentes en la famosa d e fin ició n del vocablo embargo, Fo cierto es que siempre han suscitado una gran
que d io Thomas Paine, una d e fin ició n en la que resum ió y desconfianza en los respectivos pueblos, como tam bién es
dem ostró todo lo que la fiebre constitucionalista americana cierto que, quince años después de la caída de los gobiernos
le habían enseñado: «Una co n stitu ció n no es el acto de un m onárquicos en el continente europeo, más de la m ita d de
gobierno, sino de un pueblo que constituye un gobierno»7. Europa vivía bajo algún tip o de dictadura, en tanto que los
Por eso, hubo necesidad, en Francia y en Estados U nidos, de — gobiernos constitucionales restantes, con la notable excep­
convocar asambleas constituyentes y convenciones especia­ ción de los países escandinavos y de Suiza, adolecían de la
les cuya única tarea consistía en redactar un proyecto de
constitución; por eso, tam bién, hubo necesidad de defender 8. Según M organ (ob. c it.), «la m ayor parte de los Estados consintieron
el proyecto elaborado y de som eterlo al pueblo, así como de que sus congresos provinciales asumiesen la tarea de elaborar una cons­
titu ció n y ponerla en práctica. A l parecer, el pueblo de Massachusetts
debatir, párrafo por párrafo, todos los artículos de la Confe­
fue el prim ero en percibir el peligro que conllevaba este procedim ien­
deración, en las asambleas m unicipales y, posteriorm ente, to [...] En consecuencia, se reunió una convención especial en 1870 y el
los artículos de la C onstitución en los congresos de los Esta­ pueblo estableció una constitución actuando con independencia del go­
dos. Lo im portante no fue que se encomendase a los congre­ bierno [...] Aunque ya era demasiado tarde para que los Estados hicie­
sos provinciales de las trece colonias la tarea de establecer ran uso de él, el nuevo m étodo fue seguido, poco después, en la creación
de un gobierno para los Estados Unidos» (p. 91). Incluso Forrest M cD o­
gobiernos estatales con poderes adecuada y suficientem ente
nald, quien afirm a que las legislaturas estatales eran convenciones «ilu­
lim itados, sino que los constituyentes se identificaran con el sorias» y puram ente ratificadoras, creadas debido a que «hubiera sido
mucho más d ifíc il la ra tificación [...] si hubiera tenido que superar las
maquinaciones [...] de las legislaturas», concede en una nota de pie de
7. O, dicho de un m odo algo diferente: «Una constitución es algo que página: «Desde el punto de vista de la teoría juríd ica , la ratificación por
precede a un gobierno, y un gobierno es sólo la criatura de una consti­ las legislaturas de los Estados no habría sido más eficaz que cualquier
tución». Ambas frases aparecen en la segunda parte de The R ights o f otra ley y podría ser revocada por una legislatura posterior». Vid. Wethe
M an. People: The Econom ic O rigins o f the C onstitution, Chicago, 1958, p. 114.
196 SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACION (I): CONSTITUTE UBERTAT1S 197

misma falta de poder, autoridad y estabilidad que, ya enton­ do», que quienes manejan el poder tienden a transformarse
ces, eran rasgos característicos de la Tercera República fran­ en «animales voraces de presa», que el gobierno es necesario
cesa. En efecto, la falta de poder y la ausencia correlativa de a fin de refrenar al hom bre y de poner lím ites a su sed de po­
autoridad han constituido la plaga de los gobiernos constitu­ der y que, por consiguiente, es (según afirm ó Madison) «un
cionales, en casi todos los países europeos, desde la abolición reflejo de la naturaleza humana», todas estas consideracio­
de las monarquías absolutas; las catorce constituciones que nes fueron para el siglo xvm en no m enor medida que para el
se sucedieron en Francia entre 1789 y 1875, han determ ina­ xix, lugares comunes y estaban profundam ente enraizados
do, aun antes del torrente de constituciones de nuestro siglo, en el espíritu de los Padres fundadores. Todo esto constituye
que hasta la propia palabra «Constitución» llegase a ser m o­ el telón de fondo de las declaraciones de derechos, y configu­
tivo de burla. Debemos recordar, en fin , que los períodos de ró la convicción general de que era absolutamente necesario
gobierno constitucional fueron conocidos como la época/iel un gobierno constitucional, en el sentido de un gobierno li­
«sistema» (en Alem ania, tras la Prim era Guerra M undial y, m itado; sin embargo, todo ello no fúe decisivo para la histo­
en Francia, tras la Segunda), una palabra mediante la cual el ria constitucional americana. El tem or que sentían los Pa­
pueblo se refería a una situación en la que la legalidad se vio dres fundadores ante un excesivo poder del gobierno estuvo
sum ergida en un sistema de complicidades inm orales para equilibrado por su afinada conciencia acerca de los enormes
las que toda persona honorable encontraba excusas ya que peligros que podían surgir del seno de la sociedad para los
parecía in ú til rebelarse contra el sistema. En suma, y según derechos y libertades del ciudadano. Por ello, según M adi­
las palabras de John Adams, «una C onstitución es una nor­ son, «es de suma im portancia en una república, no sólo
ma, un p ila r y un vínculo cuando es comprendida, aprobada mantener a la sociedad a salvo de la opresión de sus gober­
y respetada, pero cuando falta esta arm onía y lealtad puede nantes, sino mantener a cada sector de la sociedad a salvo de
convertirse en un globo cautivo que flota en el aire»9. las injusticias de los restantes», conservar a salvo «los dere­
Es obvia la diferencia existente entre la constitución que es chos de los individuos o de la m inoría [...] frente a las cábalas
resultado de un acto del gobierno y la constitución mediante de intereses de la mayoría»10. Aunque no hubiera habido otro
la cual el pueblo constituye un gobierno. Debemos añadir m otivo, lo anterior exigía la constitución de un poder p ú b li­
aún o tra diferencia que, aunque estrechamente unida a la co, gubernamental, cuya razón de ser nunca podía derivarse
anterior, es más d ifíc il de percibir. Si había algo de común de algo que es simplemente negativo, esto es, un gobierno
entre los autores de las constituciones de los siglos x ix y x x y constitucional lim ita d o , aunque los autores de constitucio­
sus antecesores americanos del siglo xvm era una descon­ nes y los constitucionalistas europeos lo consideraran como
fianza frente al poder en cuanto ta l y esta desconfianza fue la quintaesencia de las virtudes de la Constitución america­
quizá más pronunciada en el Nuevo M undo de lo que nunca na. Lo que ellos adm iraban, y no les faltaba razón desde el
había sido en los países europeos. Que el hombre es por pro­ punto de vista de la historia del continente, eran los benefi­
pia naturaleza «indigno de que se le confíe un poder ilim ita - cios que se derivaban de un «gobierno temperado» según se
había desarrollado, en form a orgánica, a p a rtir de la historia
9. C it. po r Zoltán H araszti, John Adam s and the Prophets o f Progress,
, Cambridge, Mass., 1952, p. 221. 10. Véase The Federalist, núm . 51.
198 SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACIÓN (I): CO NSTITUTE L1BERTAT1S 199

de Inglaterra; debido a que todas las constituciones del Nue­ hombres han nacido iguales», cargado de sentido verdadera­
vo Mundo no sólo habían incorporado estos beneficios sino mente revolucionario en un país con una organización p o lí­
que, además, la mayor parte de ellas los interpretaron como tica y social feudal, no podía tener el m ism o significado en el
derechos inalienables de todos los hombres, fueron incapa­ Nuevo M undo, existe una diferencia aún más im portante,
ces de comprender, de una parte, la enorme y extraordinaria que consiste en la form a absolutamente nueva en que se enu­
im portancia de la fundación de una república y, de otra, que meran los derechos civiles, los cuales se proclam aban ahora
el contenido real de la C onstitución no significaba en m odo solemnemente como derechos de todos los hom bres, inde­
alguno la salvaguardia de las libertades civiles, sino el esta­ pendientemente de quienes fueran o donde vivieran. Esta d i­
blecim iento de un sistema de poder enteramente nuevo. ferencia de acento cobró realidad cuando los am ericanos,
En este sentido, la h isto ria de la Revolución am ericana aunque no dudaban que lo que reclam aban de Inglaterra
está expresada en un lenguaje claro y sin ambigüedades. Lo eran «derechos de los ingleses», no pudieron seguir conci­
que preocupó a los fundadores no fue el constitucionalism o, biéndolos como propiedad de «una nación p o r cuyas venas
en el sentido de gobierno «lim itado», legítim o. Sobre este corre la sangre de la libertad» (Burke); la incesante llegada de
punto estaban en perfecto acuerdo, más allá de toda discu­ inm igrantes que no eran de ascendencia inglesa o británica
sión; por eso, incluso en los días en que los sentim ientos con­ fue suficiente para recordarles: «Seas inglés, irlandés, ale­
tra el rey y el parlamento ingleses eran más fuertes en el país, mán o sueco [...] tienes derecho a todas las libertades de los
no dejaron de tener conciencia n i p o r un m om ento de que ingleses y a la lib e rta d de esta C onstitución»11. Lo que decían
hacían frente a una «monarquía lim itada», no a un príncipe y proclamaban al hablar así era, en realidad, que aquellos de­
absoluto. Cuando declararon su independencia de este go­ rechos que hasta la fecha habían sido gozados únicam ente
bierno, y abjuraron, más tarde, de su lealtad a la Corona, el por los ingleses debían ser gozados en el fu tu ro por todos los
problema principal que se les planteó no consistió en lim ita r hom bres12 (en otras palabras, todos los hombres debían v i­
el poder, sino en establecerlo, no en lim ita r el gobierno, sino v ir bajo un gobierno constitucional, «lim itado»). La procla­
en fundar uno nuevo. La fiebre constitucionalista que inva­ m ación de los derechos hum anos durante la Revolución
dió al país inmediatamentedespués de la Declaración de In ­ francesa sig n ificó , por el co n tra rio , casi literalm ente, que
dependencia im pidió que se produjese un vacío en el poder, todo hom bre, en v irtu d del nacim iento, se había convertido
y el establecimiento de un nuevo poder no podía basarse en *
lo que siempre había sido esencialmente una negación al po­ 11. Son palabras escritas por un natural de Pennsylvania, y no hay que
o lvid a r que «Pennsylvania era la colonia más cosm opolita, con tantos
der, es decir, las declaraciones de derechos.
habitantes de ascendencia inglesa como de las restantes nacionalidades
La confusión reinante en torno a estos temas se ha debido juntas». Véase C linton Rossiter, The F irs t A m erican R evolution, Nueva
al papel preponderante que desempeñó la «Declaración de York, 1956, pp. 20y228.
los Derechos del Hombre y del Ciudadano» durante el curso 12. Hacia 1760, «james O tis contem pló la posibilidad de transform ar,
de la Revolución francesa, donde estos derechos no fueron dentro de Id C onstitución británica, los derechos atribuidos por el Com­
m on Law a los ingleses en derechos naturales del hom bre, pero conside­
entendidos como las lim itaciones a que está som etido todo ró tam bién estos derechos naturales como lim itaciones al poder del go­
gobierno legítim o, sino, al contrario, como su propia funda­ bierno». W illia m S. Carpenter, The D evelopm ent o f A m erican P o litic a l
ción. Independientemente de que el p rin c ip io «todos los Thought, Princeton, 1930, p. 29.
200 SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTE LIBERTAT1S 201

en titu la r de ciertos derechos. Las consecuencias de este en­ la creación de un nuevo poder, los fundadores y los hombres
foque diverso son enormes, tanto en la práctica como en la de la revolución sacaron a relucir todo el arsenal de lo que
teoría. La versión americana proclama, en realidad, la nece­ ellos llam aban su «ciencia política», puesto que la ciencia
sidad de gobiernos civilizados para toda la hum anidad; la política tenía como objeto, según sus propias palabras, des­
versión francesa, por el contrario, proclama la existencia de c u b rir «las formas y combinaciones de poder de las repúbli­
derechos con independencia y al margen del cuerpo político cas»14. Conscientes de su propia ignorancia sobre el tema, d i­
y llega a id e n tifica r estos pretendidos derechos, es decir, los rigieron su m irada a la historia y recopilaron con un cuidado
derechos del hom bre qua hom bre, con los derechos de los exquisito, que rozaba lo pedantesco, todos los ejemplos, an­
ciudadanos. Por lo que a nosotros nos interesa, no nos pare­ tiguos y m odernos, reales o ficticios, de constituciones repu­
ce necesario in s is tir en las perplejidades inherentes a la idea blicanas; a fin de vencer su ignorancia, no dirigieron su aten­
misma de derechos humanos, así como tampoco en la in e fi­ ción hacia las garantías de las libertades civiles -u n tema
cacia lastim era de todas las declaraciones, proclamaciones o sobre el que ellos sabían más que cualquier república ante­
enumeraciones de derechos humanos que no fuesen incor­ r io r - , sino hacia la constitución del poder. A ello se debe
porados inm ediatam ente en el Derecho positivo, en el Dere­ tam bién la enorme fascinación que sobre ellos ejerció M on­
cho del país, y aplicadas a quienes vivían en él. Lo malo de es­ tesquieu, cuyo papel en la Revolución americana casi iguala
tos derechos ha sido siempre que no podían ser superiores a la influencia de Rousseau sobre la Revolución francesa; en
los de los nacionales y que eran invocados únicamente como efecto, el temá p rincipal de la gran obra de Montesquieu, que
ú ltim o recurso p o r quienes habían perdido sus derechos diez años antes del estallido de la Revolución era ya estudia­
normales de ciudadanía13. Únicamente debemos evitar que da y citada como una autoridad sobre los temas del gobier­
nuestras consideraciones incurran en el error fatal, sugerido no, era, sin duda, «la constitución de la libertad política»15
por el curso de la Revolución francesa, de que la proclam a­ pero, en este contexto, la palabra «constitución» ha perdido
ción de los derechos humanos o la garantía de los derechos todo significado negativo, en cuanto lim itación o negación
civiles pudieran convertirse en el propósito o contenido de la del poder; significa, por el contrario, que el «gran templo de
revolución. la libertad federal» debe basarse sobre la fundación y correc­
El propósito de las constituciones estatales que precedie­ ta d istrib u ción del poder. La constante invocación de Mon-
ron a la C onstitución de la U nión, tanto si habían sido elabo­
radas p o r los congresos provinciales o por las asambleas
14. Estas palabras son de B enjam ín Rush, según aparecen en Niles, ob.
constitucionales (com o en el caso de la de Massachusetts),
c it., p. 402.
era el de crear nuevos centros de poder, una vez que la Decla­ 15. De todos los «divinos escritos» del «gran Montesquieu», no hay tex­
ración de Independencia había abolido la autoridad y el po­ to que se cite más que la famosa frase sobre Inglaterra: «II y a aussi tine
der de la Corona y del Parlamento. A l llevar a cabo esta tarea, n a tio n dans le m onde q u i a p ou r object d irect de sa constitution la lib e r­
té p o litiq u e » (E sp rit des Lois, X I, 5). Para la enorme influencia ejercida
p o r M ontesquieu sobre el curso de la Revolución americana, véase espe- *
13. Acerca de las perplejidades h istórica s y conceptuales suscitadas por cialm ente Paul M e rril S purlin, M ontesquieu in Am erica, 1760-1801, Ba­
los D erechos del H om bre, véase una detallada discusión en m i lib ro , to n Rouge, Lousiana, 1940, y G ilb e rt C hinard, The Commonplace Book
O rigins o f T otalitarianism , ed. revisada, Nueva York, 1958, pp. 290-302. o f Thomas Jefferson, B altim ore y Paris, 1926.
202 SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTIO LIBERTATIS 203

tesquieu en todos los debates constitucionales se debió pre­ conciencia de algunas de las ventajas que se derivan de un
cisamente a que este autor -e l único a este respecto, entre las sistema de frenos y de contrafrenos. A l parecer, M ontesquieu
diversas fuentes donde los fundadores habían bebido su sa­ desconocía esta tra d ició n ; se había inspirado en lo que con­
biduría política- había afirm ado que poder y lib e rta d se im ­ sideraba como estructura singular de la constitución ingle­
plicaban mutuamente, que, conceptualmente, la lib e rta d po­ sa, sin que im po rte m ucho, como tam poco im p o rtó en el
lític a no reside en la voluntad sino en el poder y que, por siglo x v iii , que su interpretación fuese o no correcta. El des­
consiguiente, la esfera política debe construirse y c o n s titu ir­ cubrim iento de M ontesquieu concernía, en realidad, a la na­
le de tal modo que poder y lib e rta d se com binen16. M ontes­ turaleza del poder, pero dicho descubrim iento está en tan
quieu confirmaba lo que los fundadores, debido a la expe­ abierta contradicción con todas las ideas recibidas acerca del
riencia de las colonias, sabían ya, es decir, que la lib e rta d era tema que ha sido casi olvidado, a pesar de que la fundación
«un poder natural de hacer o no hacer lo que nos propone­ de la república en Am érica se insp iró en buena m edida en él.
mos» y cuando leemos, en los documentos más antiguos de El descubrim iento, contenido en una frase, apunta hacia el
la época colonial, que los «diputados así elegidos deben te­ p rin cip io olvidado que sustenta toda la estructura de la sepa­
ner poder y liberta d de nom bram iento, podemos darnos ración de poderes: sólo «el poder contrarresta al poder», fra ­
cuenta de lo natural que resultaba para esos hombres un em­ se que debemos com pletar del siguiente m odo: sin d e stru ir­
pleo casi sinónim o de las dos palabras17. lo, sin s u s titu ir el poder p o r la im potencia18. En efecto, el
Es notorio que ninguna otra cuestión preocupó tanto en
estos debates como el problema de la separación o el e q u ili­
18. La frase com pleta (X I, 4) es: «Pour qu’on ne puisse abusar du p ou ­
brio de poderes, y es totalm ente cierto que la idea de ta l sepa­
v o ir, i l fa ut que, p a r la d is p o s itio n des choses, le p o u v o ir arréte le p ou ­
ración no fue un descubrim iento exclusivo de Montesquieu. vo ir» . A una p rim e ra le ctura, parece que, inclu so en M ontesquieu, esto
En verdad, el concepto -lejos de ser producto de una concep­ sig n ifica ría que el poder de las leyes debe fre n a r al p o d e r de los hom bres.
ción mecanicista newtoniana, como se ha sugerido reciente­ Pero esta p rim e ra im p resión es errónea, porque M ontesquieu n o habla
de leyes eíi el sentido de norm as y m andam ientos im puestos, sino, que
m ente- es muy antiguo; aparece, al menos de form a im p líc i­
en el m arco de la tra d ic ió n rom ana, entiende p o r leyes les rapports q u i se
ta, en la discusión tra d icio n a l de las form as m ixtas de trou ven t entre [ une raison p rim itiv e ] e t les différents étres, e t les rapports
gobierno y puede demostrarse que procede de Aristóteles o, de ces divers étres, entre eux (1 ,1). La ley, en otras palabras, es lo que pone
al menos, de Polibio, quien fue, quizá, el p rim e ro en tener en relació n, de ta l m odo que la le y religio sa es la que pone en relació n al
hom bre con D ios y la le y hum ana la que pone en re la ció n a los hom bres
con sus semejantes. (Véase tam bién el lib ro X X V I, donde los p rim e ro s
16. M ontesquieu d istingue entre lib e rta d filo s ó fic a , que consiste en «el párrafos de la obra reciben tra ta m ie n to d eta lla do .) Sin le y d iv in a n o ha­
ejercicio de la voluntad» (E sprit des Lois, X II, 2) y lib e rta d p o lític a , que b ría relación alguna entre D ios y los hom bres, y sin le y hum ana el espa­
consiste en pou voir fa ire ce que l ’on d o it v o u lo ir (ib id . X I, 3 ), donde el cio entre los hom bres sería un desierto o, más exactam ente, sería un es­
acento se coloca sobre la palabra pouvoir. E l elem ento del p oder en la l i ­ pacio sin relaciones. E l poder se ejerce d e n tro de este d o m in io de los
bertad p o lític a es evocado intensam ente p o r el id io m a francés, donde la rapports, o legalidad, la no separación de poderes n o es la negación de la
misma palabra, pouvoir sign ifica poder y «capacidad». leg alida d , es la negación de la lib e rta d . Según M ontesquieu, se puede
17. Véase Rossiter, ob. c it., p. 231, y «The Fundam ental O rders o f C on­ abusar del p oder y perm anecer d entro de los lím ite s de la le y; la necesi­
necticut» de 1639 en Documents o f A m erican H istory, ed. p o r H e n ry dad de lim ita c ió n , la vertu méme a besoin de lim ites (X I, 4), procede de la
Steele Commager, Nueva York, 1949,5.aed. naturaleza del poder hum ano y no de un antagonism o entre le y y poder.
4. FUNDACIÓN (I): COSSTITUTIO LIBERTATIS 205
204 SOBRE LA REVOLUCION

poder puede ser destruido por la violencia; es precisamente quieren degenerar en la peor y más a rb itra ria de las tira ­
lo que ocurre en las tiranías, donde la violencia de uno des­ nías-, las lim itaciones impuestas por la ley al poder sólo pue­
truye el poder de la mayoría, las cuales, por tanto, de acuerdo den traer como resultado una dism inución de su potencia.
con la teoría de M ontesquieu, son destruidas desde dentro; La única form a de detener al poder y mantenerlo, no obstan­
perecen porque engendran violencia en vez de poder. Ahora te, intacto es mediante el poder, de tal form a que el p rincipio
bien, el poder, contrariam ente a lo que podríamos pensar, no de la separación de poderes no sólo proporciona una garan­
puede ser contrarrestado, al menos de m odo efectivo, me­ tía contra la m onopolización del poder por una parte del go­
diante leyes, ya que el llam ado poder que detenta el gober­ bierno, sino que realmente im planta, en el seno del gobierno,
nante en el gobierno constitucional, lim itado y legítim o, no una especie de mecanismo que genera constantemente nue­
es, en realidad, poder, sino violencia, es la fuerza m ultiplica­ vo poder, sin que, no obstante, sea capaz de expandirse y cre­
da del único que ha m onopolizado el poder de mayoría. Las cer desmesuradamente en detrim ento de los restantes cen­
leyes, po r otra parte, se ven en peligro constante de ser aboli­ tros o fuentes de poder. La famosa idea de Montesquieu,
das p o r el poder de la m ayoría, y debe notarse que, en un según la cual es incluso necesario lim ita r la v irtu d y de que es
conflicto entre la ley y el poder, raras veces la victo ria es para indeseable un exceso de razón, la form uló al analizar la natu­
la ley. Aun suponiendo que la ley es capaz de contrarrestar al raleza del poder19; para él, v irtu d y razón eran poderes y no
poder - y sobre esta presunción deben descansar todas las meras facultades, de tal m odo que su preservación y aumen­
form as de gobierno verdaderamente democráticas, si no to tenían que estar sujetos a las mismas condiciones que de­
term inan el aumento y preservación del poder. Cuando
M ontesquieu exigía su lim ita ció n , no expresaba natural­
La separación de poderes de M ontesquieu ha sido a trib u id a frecuente­ mente el deseo de que hubiera menos v irtu d y razón.
m ente, a causa de su estrecha conexión con la teoría de frenos y contra­
Frecuentemente se pasa por alto este aspecto de la cuestión,
fren os, a l e s p íritu c ie n tífic o y new to nian o de la época. Sin embargo,
nada era ta n ajeno a M ontesquieu com o el e spíritu de la ciencia m oder­ debido a que concebimos la división de poderes únicamente
na. Este e s p íritu , es c ie rto , está presente en James H a rrin g to n y en su en el sentido de separación de las tres ramas del gobierno. El
« e q u ilib rio de la propiedad», com o tam bién lo está en Hobbes; sin duda, problema principal al que se enfrentaron los fundadores era,
esta te rm in o lo g ía sacada del lenguaje cie n tífico conllevaba incluso en­
sin embargo, el de establecer una unión entre trece repúblicas
tonces una gran dosis de v e ro s im ilitu d ; así, John Adam s alaba la d o c tri­
na de H a rrin g to n p o r ser «tan in fa lib le en p o lítica com o iguales son en «soberanas» y debidamente constituidas; su tarea consistía en
m ecánica, acción y reacción». Sin em bargo, hay m otivos para suponer la fundación de una «república confederada» que -en el len­
que fue precisam ente el lenguaje p o lític o , no científico, de M ontesquieu guaje del tiem po, tomado de M ontesquieu- reconciliara las
el que co n trib u yó enorm em ente a su influ en cia; en cu alquier caso, fue ventajas de la monarquía para los asuntos exteriores con las de
con un e sp íritu no c ie n tífico y no m ecánico y, sin duda, bajo la influencia
de M ontesquieu p o r lo que Jefferson a firm ó que «el gobierno p o r el que
la república en la política interna20. En este esfuerzo constitu*-
lucham os [...] no debe basarse únicam ente en p rin cip io s libres» (p o r los
que entendía los p rin c ip io s del g obierno lim ita d o ), «sino p o r un gobier­
no cuyos poderes estén tan d iv id id o s y equilibrados entre los diversos 19. E sprit des Lois, X I,4 y 6.
cuerpos de la m agistratura que nin gu no pueda traspasar sus lím ites le­ 20. Así, James W ilso n sostuvo que «una R epública federal [...] en cuan­
gales sin que sea lim ita d o y frenado p o r los demás». Notes on the State o f to especie de gobierno [...] asegura todas las ventajas internas de una re­
V irg in ia , cuestión X III. p ú b lica ; al tie m p o que m antiene la d ig n id a d y fuerza externas de una
206 SOBRE LA REVOLUCION 207
4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTIO L1BERTATIS

cional, ya no se trataba de ningún problema de constituciona­ vo poder de la U nión debía fundarse sobre los poderes cedi­
lism o en el sentido de derechos civiles -aunque p o ste rio r­ dos por los Estados, de ta l form a que cuanto más fuerte fuese
mente se incorporó a la Constitución, en form a de enmiendas, la U nión más débiles serían sus partes constituyentes. Su
una Declaración de Derechos, como complemento necesario punto de vista fue, sin embargo, que el establecim iento de la
de la m ism a-, sino de e rig ir un sistema de poderes que se con­ Unión había fundado una nueva fuente de poder, la cual no
trarrestaran y equilibrasen de form a ta l que n i el poder de la alimentaba en m odo alguno su caudal de los poderes de los
unión n i el de sus partes, los Estados debidamente constitui­ Estados, puesto que no había sido establecida a sus expensas.
dos, se redujeran n i se destruyeran entre sí. Así, insistía en que
Esta parte de la teoría de Montesquieu fue perfectamente
entendida durante la fundación de la república. En el plano no son los Estados los que deben ceder sus poderes al gobierno
teórico, su máximo defensor fue John Adams, cuyo pensa­ nacional, sino los poderes del gobierno central los que deben ser
m iento político se volcó completamente sobre el problem a ampliados [...] Debe ponerse un freno al ejercicio por los go­
del eq uilibrio de poderes. Cuando escribió: «Debe oponerse biernos estatales de los poderes considerables de los que todavía
el poder al poder, la fuerza a la fuerza, la fortaleza a la fortale­ son titulares23.
za, el interés al interés, así como la razón a la razón, la elo­
Por ello, «si [los gobiernos de los Estados en p a rticu la r] se
cuencia a la elocuencia, la pasión a la pasión», no hay duda
abolieran, el gobierno general se vería com pelido, en v irtu d
de que creía haber encontrado en esta serie de oposiciones
del p rin cip io de autodeterm inación, a restablecerlos dentro
un instrum ento para engendrar más poder, más fuerza, más
de la com petencia que les es propia»24. En este aspecto, la
razón, no para abolidos21. En el plano práctico e in s titu c io ­
gran innovación p o lítica americana -q u iz á la más im p o r­
nal, será m ejor que examinemos las ideas de M adison sobre
tante a largo p lazo- fue la consecuente abolición de la sobe­
la proporción y e q uilibrio de poder éntre el gobierno federal
ranía dentro del cuerpo p o lítico de la república, la idea de
y los gobiernos estatales. Si hubiese com partido las ideas co­
que, en la esfera de los asuntos humanos, tira n ía y soberanía
rrientes de la ind ivisib ilid a d del poder -e l poder d iv id id o es
menos poder22- habría llegado a la conclusión de que el nue-
p ió del e q u ilib rio de poderes. N osotros consideram os esos p rin c ip io s
com o opuestos y c o n tra d ic to rio s [...] N uestro p rin c ip io de d iv is ió n es
m onarquía» (c it. por S p urlin, ob. c it., p. 206). H a m ilto n (The Federalist, u tiliz a d o para re d u cir el poder hasta el grado en que resulte ser u n bien y
núm . 9), en ocasión de responder a los oponentes de la nueva C o n stitu ­ no una calam idad [...] M r. Adam s defiende u n g o b ie rn o de órdenes,
ción quienes, «con gran asiduidad, citaban y popularizaban las observa­ com o si el poder fuera u n centinela seguro d e l p oder, o el dem onio lo
ciones de M ontesquieu sobre la necesidad de un te rrito rio pequeño para fuera de Lucifer...» (Véase W illia m S. C arpenter, ob. c it.). Por su descon­
un gobierno republicano», c itó am pliam ente L’esprit des Lois para m os­ fianza hacia el poder, se ha llam ado a Taylor el filó s o fo de la dem ocracia
tra r que M ontesquieu «trata explícitam ente de la rep úb lica confederada jeffersoniana; sin em bargo, lo cie rto es que Jefferson, en no m enor m ed i­
com o un m odo de am pliar la esfera del gobierno p o p u la r y de reconci­ da que Adam s o M adison, sostuvo firm em ente que era el e q u ilib rio del
lia r las ventajas de la m onarquía con las de la república». poder y no su d iv is ió n lo que constituía u n rem edio para el despotism o.
21. C f. H araszti, ob. c it. p. 219. 23. Véase Edw ard S. C o rw in : «The Progress o f C o n s titu tio n a l T h e o ry
22. Desde luego, tales ideas fueron bastante frecuentes en A m érica. Así, between the D ecla ra tion o f Independence and the M eeting o f the P h ila ­
John Taylor de V irg in ia d is c u tió del siguiente m odo con John Adam s: delphia C onvention», en A m erican H is to ric a l Review, v o l. 30,1925.
«Mr. Adams considera nuestra d iv is ió n de poderes idé ntica a su p rin c i- 24. The Federalist, n úm . 14.
208 SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTIO LIBERTATIS 209

son la misma cosa. El defecto de la Confederación consistió fuentes de poder se secase en el supuesto de una expansión
en que no había habido ninguna «distribución de poder en­ futura, «de su increm ento por la suma de otros miembros»,
tre el G obierno general y los gobiernos locales» y que había fue enteramente obra de la revolución27. La C onstitución
actuado más como la adm inistración central de una alianza americana v in o posteriorm ente a consolidar el poder de la
que como un gobierno; la experiencia había enseñado que, Revolución, y puesto que el propósito de la revolución era la
en esta alianza de poderes, existía una tendencia peligrosa a lib e rta d , la tarea consistió en lo que Bracton ha llam ado
que los poderes aliados no actuasen como frenos entre sí, C onstitutio Liberta tis, la fundación de la libertad.
sino a anularse mutuamente, es decir, a engendrar im poten­ Pensar que las efímeras constituciones europeas de pos­
cia25. Lo que más asustaba en la práctica a los fundadores no guerra y n i siquiera sus predecesoras del siglo xix, cuyo p rin ­
era el poder, sino la im potencia, y sus temores se acrecenta­ cipio inspirador había sido la desconfianza ante el poder, en
ron por la idea de Montesquieu, citada en todas estas discu­ general, y el tem or al poder revolucionario del pueblo, en
siones, de que el gobierno republicano sólo era eficaz en te­ p a rticula r, constituyen la m ism a form a de gobierno que la
rrito rio s relativam ente pequeños. Por ello, la discusión se C onstitución americana, que había surgido de la creencia de
traspasó al problem a de la viabilidad de la form a republica­ haber descubierto un p rin cip io de poder lo bastante fuerte
na de gobierno, y tanto H am ilton como M adison llam aron la como para fundar una unión perpetua, es dejarse engañar
atención sobre otra idea de Montesquieu según la cual una por las palabras. ,
confederación de repúblicas podía resolverlos problemas de
países mayores, en el supuesto de que los cuerpos constitui­
dos -repúblicas pequeñas- fuesen capaces de crear un nuevo 2
cuerpo pobtico, la república confederada, en vez de conten­
tarse con una sim ple alianza26. Por perjudiciales que puedan parecemos estos errores, no
Es evidente que el auténtico objetivo de la C onstitución son resultado de la arbitrariedad y, por consiguiente, no pue­
americana no era lim ita r el poder, sino crear más poder, a fin den ser ignorados. No se hubieran producido a no ser porque
de establecer y c o n s titu ir debidamente un centro de poder las revoluciones se habían iniciado como restauraciones y
completamente nuevo, concebido para compensar a la repú­ porque resultaba d ifíc il, sobre todo para los propios actores,
blica confederada, cuya autoridad iba a ejercer sobre un gran decir cuándo y por qué el intento de restaurador* se transfor­
te rrito rio en expansión, del poder perdido al separarse las mó en el hecho irresistible de la revolución. For no haber
colonias de la corona inglesa. Este complicado y delicado sis­ sido su intención orig in al la fundación de la libertad, sino la
tema, proyectado para m antener intacto el poder potencial recuperación de los derechos y libertades del gobierno lim i­
de la república e im p e d ir que cualquiera de las numerosas tado, no fue nada extraño que los hombres de la revolución,

27. James W ilso n , a l com entar la re p ú b lica federal de M ontesquieu,


25. M adison en una carta d irig id a a Jefferson, de 24 de octubre de 1787 m enciona explícitam ente que «consiste en la reunión de diversas socie­
en M ax Farrand, Records o f the Federal Convention o f1787, New Haven, dades que se consolidan en un nuevo cuerpo, capaz de increm entarse
1937, vo l. 3, p. 137. p o r la a d ic ió n de otros m iem bros (una expansividad que se adaptaba
26. Para H a m ilto n , vid. nota 20, para M adison, The Federalist, núm . 43. m uy bien a las circunstancias am ericanas)». (S p urlin , ob. c it. p. 206).
210 SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTE L1BERTATIS 211

al enfrentarse al fin con la tarea esencial del gobierno revolu­ cesa era un absolutismo que aparentemente hundía sus raíces
cionario, la fundación de una república, se viesen inclinados en los prim eros siglos de nuestra era y en los últim os del Im ­
a hablar de la nueva libertad, nacida durante el transcurso de perio romano. Es perfectamente natural que una revolución
la revolución, por referencia a las libertades antiguas. esté predeterm inada por el tip o de gobierno que viene a de­
Algo semejante ocurre con respecto a los restantes té rm i­ rrocar; nada por tanto tan plausible como explicar el nuevo
nos clave de la Revolución, en especial los térm inos correlati­ principio absoluto, la revolución absoluta, en fu n ció n de la
vos de «poder» y «autoridad». Ya dijim os antes que ninguna monarquía absoluta que la precedió y llegar así a la conclu­
revolución lpgró sus propósitos y que m uy pocas rebeliones sión de que cuanto más absoluto sea el gobierno más absoluta
estallaron míeptras la autoridad del cuerpo p olítico se m an­ será la revolución que le reemplaza. La historia de la Revolu­
tuvo intacta. Así, desde el m ism o origen, la recuperación de ción francesa en el siglo x v iii y, en nuestro siglo, la de la Revo­
las libertades antiguas fue acompañada del restablecim iento lución rusa, que tuvo a aquélla como modelo, pueden ser in ­
de la autoridad y del poder perdidos. Y así como la antigua terpretadas fácilm ente como una doble dem ostración de ello.
idea de libertad term inó, como consecuencia de la restaura­ ¿Qué otra cosa hizo Sieyés sino colocar la soberanía de la na­
ción, por ejercer una gran influencia en la interpretación de la ción en el lugar dejado vacante p o r el rey soberano? ¿Podía
nueva experiencia de la libertad, tam bién la antigua concep­ haber habido algo más natural para él que poner a la nación
ción de poder y autoridad, independientem ente de que sus por encima del Derecho, del m ism o m odo que la soberanía
antiguos representantes fuesen violentam ente denunciados, de los reyes de Francia había dejado de significar, desde hacía
determinó de modo casi automático que la nueva experiencia mucho tiem po, independencia de los pactos y obligaciones
de poder se encauzase eh conceptos que habían quedado feudales, para significar, al menos desde la época de Bodino,
abandonados. A este fenómeno de influencias automáticas se el absolutismo del poder real, una potestas legibus soluta, un
debe que los historiadores tengan algo de razón cuando escri­ poder desligado de las leyes? Puesto que la persona del rey ha­
ben: «La nación calzó los zapatos del príncipe» (F. W. M a i­ bía sido no sólo la fuente de todo el poder secular, sino que su
tland), aunque «no antes que el propio príncipe hubiese cal­ voluntad era el origen de todas las leyes positivas, la voluntad
zado los zapatos pontificios del Papa y de los obispos», para de la nación tenía que ser evidentemente, a p a rtir de ahora, el
llegar a la conclusión de que ésta era la razón por la cual «el Derecho m ism o29. Sobre este punto, los hombres de la Revo­
Estado absoluto m oderno, aun sin un príncipe, fue capaz de lución francesa estaban tan de acuerdo como los hombres de
mantener pretensiones semejantes a las de una Iglesia»28. la Revolución americana lo estaban sobre la necesidad de li ­
Desde una perspectiva histórica, la diferencia más notoria m itar el gobierno; del m ism o m odo que la teoría de la separa-
y decisiva entre las Revoluciones francesa y americana reside
en que la herencia histórica de la Revolución americana era la
«monarquía lim itada», en tanto que la de la Revolución fran- 29. «La n a tio n - d ijo Sieyés- existe avant to u t, elle est l’o rig in e de to u t.
Sa volonté est to u jo u rs légale, elle est la L o i elle-m ém e». «Le gouverne-
m ent n’exerce u n p o u v o ir réel qu’a u ta n t qu’i l est c o n s titu tio n n e l... La
28. En este sentido, E rnst K antorow icz, «M ysteries o f State: A n A b solu ­ vo lo nté n a tio n a le , au c o n tra ire , n’a besoin que de sa re a lité p o u r étre
te C oncept and Its Late M edieval O rig in » , en H a rva rd Theological Re­ to u jo u rs légale elle est l’o rig in e de to ute légalité». Véase Qu’est ce que le
view, 1955. Tiers-Etat?, 2.2ed., 1789, pp. 79,82 y ss.
212 SOBRE LA REVOLUCION 4. FUNDACION (I): CONSTITUTE LIBERTATIS 213

ción de poderes de M ontesquieu se había convertido en un redactores de las constituciones americanas, aunque sabían
axioma para el pensamiento político americano debido a que que tenían que establecer una nueva fuente del Derecho y
se inspiraba en la C onstitución inglesa, tam bién la idea de proyectar un nuevo sistema de poder, nunca se sintieron ten­
Rousseau de una «Voluntad General» que inspiraba y dirigía tados de hacer derivar derecho y poder de un origen común.
a la nación, como si ésta formase realmente una persona y no Para ellos. el asiento del poder se encontraba en el pueblo,
estuviera compuesta de una m u ltitu d , llegó a co n stitu ir un pero la fuente del Derecho iba a ser la Constitución, un docu­
axioma para todos los partidos y facciones de la Revolución mento escrito, una entidad objetiva y duradera que, sin duda,
francesa, porque era un sustitutivo teórico de la voluntad so­ podía concebirse de m il modos distintos e interpretarse de
berana del monarca absoluto. Lo decisivo era que el monarca formas m uy diversas y que podía cambiarse y reformarse de
absoluto -a diferencia del rey lim itado constitucionalmente- acuerdo con las circunstancias, pero que, sin embargo, nun­
representaba algo más que la vida potencialmente perpetua ca fue concebida como un estado de ánim o, como la volun­
de la nación, de tal form a que el grito «el rey ha muerto, viva tad. Ha seguido siendo una entidad tangible y secular de ma­
el rey» significaba en realidad que el rey «es una Corporación yor durabilidad que las elecciones o las encuestas de la
que no muere nunca»30; encarnaba también sobre la tierra un opinión pública. Incluso, cuando en una fecha relativamente
origen d ivin o en el que coincidían derecho y poder. Debido a reciente, y presumiblemente bajo la influencia de la teoría
que se suponía que el rey representaba la voluntad de Dios en constitucional continental, se fundamentó la supremacía de
la tie rra, la suya era fuente del poder y del derecho y era este la C onstitución «exclusivamente sobre el argumento de su
origen com ún el que hacía al derecho poderoso y al poder le­ enraizamiento en la voluntad popular», se tuvo conciencia de
gítim o. Por ello, cuando los hombres de la Revolución fran­ que, una vez que se producía la decisión, continuaba vincu­
cesa pusieron al pueblo en el lugar del rey, les pareció perfec­ lando al cuerpo político al que daba nacim ieñto31; y aunque
tamente natural ver en el pueblo no sólo, según la antigua no faltaron quienes razonaban que, en un gobierno libre, el
teoría romana y los principios de la Revolución americana, la pueblo debe retener, en todo momento, sin más razón o sin­
fuente y el asiento de todo poder, sino también el origen de razón que la de su placer soberano, el poder de alterar o ani­
todas las leyes. q u ila r la form a y la esencia de cualquier gobierno anterior y
No puede desconocerse el éxito que acompañó a la Revolu­ de adoptar en su lugar uno nuevo32, no pasaron nunca de ser
ción americana. Se produjo en un país que no conocía la po­
breza de las masas y en un pueblo que tenía una amplia expe­
riencia de gobierno autónomo; no hay duda que fue una gran 31. Edw ard S. C o rw in : «The “ H ig h e r Law” B ackground o f A m erican
C o n s titu tio n a l Law», en H arvard Law Review, vol. 42,1928, p. 152, don­
cosa que la revolución surgiese de un conflicto con una «mo­
de dice: «La a trib u c ió n de supremacía a la C onstitución con el exclusivo
narquía lim itada». En el gobierno del rey y del Parlamento del argum ento de que deriva de la voluntad p op ular representa [...] una ca­
que se desprendieron las colonias no existía una potestas legi- racterística relativam ente reciente de la teoría constitucional americana.
bus soluta, ningún poder desligado de las leyes. Por ello, los A n te rio rm en te , la supremacía de las constituciones se a trib uyó menos a
la fuente de la que supuestamente derivaba que a su contenido, al hecho
de in c o rp o ra r una ju s tic ia esencial e inm utable».
30. E rnst K antorow icz, Los dos cuerpos del rey, A lianza E d ito ria l, 1985, 32. B enjam ín H itch b o rn , citado p o r N iles (ob. c it., p. 27), ciertam ente
p. 35. parece m uy francés. Es curioso señalar, sin embargo, que comenzó d i-
214 I SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACIÓN (I): CONST1TUTIO UBERTATIS 215

voces aisladas en la Asamblea. En éste, como en otros casos, absoluta la cual había puesto un absoluto, la persona del p rín ­
lo que se planteó en Francia como un problema genuinamen- cipe, en el cuerpo político, un absoluto para el que las revolu­
te político e incluso filosófico, pasó a ocupar el p rim e r plano ciones trataban, en vano y equivocadamente, de buscar un
durante la Revolución americana de form a tan inequívoca­ sustituto. Resulta tentador hacer responsable al absolutism o,
mente vulgar que cayó en el descrédito antes de que a alguien antecedente de todas las revoluciones, salvo de la americana,
se le ocurriese construir una teoría sobre el m ism o. En ver­ por el hecho de que su caída significase la destrucción de toda
dad, no faltaron nunca quienes creyeron que la Declaración la estructura política europea así como de la com unidad eu­
de Independencia desembocaría en «una form a de gobierno ropea de naciones, y de que las llamas de la conflagración re­
[en el cual], por ser independiente de los ricos, todo hombre volucionaria, encendidas por los abusos de los anciens régi-
pudiese hacer lo que quisiere»33; pero tales ideas apenas tuvie­ mes, term inasen por pegar fuego a todo el mundo. H oy en día
ron influencia en la teoría o la práctica de la revolución. Pese a carece de im portancia que el nuevo p rin c ip io absoluto que
todo y a la buena fortuna que acompañó a la Revolución ame­ iba a su stitu ir al soberano absoluto fuese la nación de Sieyés
ricana, ésta tuvo que enfrentarse al problem a más espinoso de los prim eros tiem pos de la Revolución francesa o te rm i­
de todo gobierno revolucionario, el problem a de un absoluto. nase p o r ser, con Robespierre, al fin a l de los cuatro años de
, Sin la Resolución americana, quizá nunca nos hubiéramos historia revolucionaria, la misma revolución. En realidad, lo
dado cuenta de que el problem a de un absoluto se presenta que pegó fuego al m undo fue precisamente una com binación
inevitablemente en toda revolución, es decir, que es inherente de los dos absolutos: el de las revoluciones nacionales y el del
a todo fenómeno revolucionario. Si nos hubiésemos circuns­ nacionalism o revolucionario, el de un nacionalism o que ha­
crito únicamente a las grandes revoluciones europeas (desde blaba el lenguaje de la revolución y el de las revoluciones que
la guerra civil inglesa, en el siglo x v ii; la Revolución francesa, movían a las masas con consignas nacionalistas. En ninguno
en el x v iii, y la Revolución de Octubre, en el xx), posiblemente de los dos casos se siguió o re p itió el curso de la Revolución
nos habría impresionado tanto un m aterial histórico que pa­ americana; la tarea constituyente ya no fue nunca concebida
recía probar la existencia de una relación causal entre m onar­ como la p rin cip a l y más noble de todas las empresas revolu­
quía absoluta y dictaduras despóticas, que habríamos llegado cionarias, y, si alguna vez, existió un gobierno constitucional
a la conclusión de que el problem a de un absoluto en la esfera fue b a rrid o p o r el m ovim iento revolucionario que lo había
política era exclusivamente consecuencia de una herencia elevado al poder. Hasta ahora, la revolución moderna no nos
histórica desgraciada, del carácter absurdo de la m onarquía ha traído constituciones (el resultado fin a l y, a la vez, el p ro ­
pósito de las revoluciones), sino dictaduras revolucionarias,
ciendo: «D efino la lib e rta d c iv il, no com o “ un g obierno de leyes” [...], concebidas para im pulsar e intensificar el m ovim iento revo­
sino com o un poder existente en to d o el pueblo»; en otra s palabras, lucionario, salvo en los casos en que la revolución fue derro­
tam bién él, como prácticam ente todos los am ericanos, m arca una clara tada y seguida de alguna especie de restauración.
d is tin c ió n entre Derecho y p od er y, p o r consiguiente, entiende que un
La falacia de tales consideraciones históricas, que, sin em­
gobierno que se basa exclusivam ente sobre el poder del pueblo no puede
ser llam ado gobierno de Derecho. bargo, son legítim as, consiste en que dan por supuesto algo
33. Véase M e rrill Jensen: «Dem ocracy and the A m erican R evolutions», que, som etido a un análisis más profundo, dista m ucho de
en H untington L ib ra ry Q uarterly, vo l. X X , núm . 4,1957. ser irrefutable. Tanto en la teoría como en la práctica, el abso-
216 SOBRE LA REVOLUCION 4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTIOLIBERTATIS 217

lutism o europeo, la existencia de un soberano absoluto cuya tidad p o ntificia ; en el lenguaje de la teoría política, no fue un
voluntad es fuente, a la vez, del poder y del Derecho, era un sucesor, sino un usurpador, pese a todas las nuevas teorías
fenómeno relativam ente nuevo; había sido la consecuencia acerca de la soberanía y del derecho divino de los príncipes.
prim era y más visible del proceso que denominamos secula­ La secularización, la em ancipación de la esfera secular res­
rización, es decir, de la emancipación del poder secular res­ pecto a la tutela de la Iglesia, planteó inevitablemente el pro­
pecto de la autoridad de la Iglesia. La monarquía absoluta, a blema de hallar y co n stitu ir una nueva autoridad, sin la cual
la que corrientem ente se le reconoce con toda justicia el mé­ la esfera secular, en vez de a d q u irir una nueva dignidad, per­
rito de haber preparado el nacim iento del Estado nacional, dería incluso la im portancia indirecta de la que había goza­
ha sido responsable, por la misma razón, de la constitución do bajo los auspicios de la Iglesia. En térm inos teóricos, es
de la esfera secular, con su propia dignidad y esplendor. La como si el absolutismo hubiera tratado de resolver este pro­
historia tum ultuosa y efímera de las ciudades-estado ita lia ­ blema de la autoridad sin recubrir al instrum ento revolucio­
nas, que comparte con la historia posterior de las revolucio­ nario de una nueva fundación; en otras palabras, resolvió el
nes la vuelta a la Antigüedad, a la antigua gloria de la esfera problem a dentro del cuadro de referencias existente en el
política, hubiera podido servir de advertencia y pronóstico cual la legitim idad del gobierno, en general, y de la autoridad
de todos los riesgos y perplejidades que aguardaban a la del Derecho y del poder seculares, en particular, siempre ha­
Edad M oderna en la esfera de la política, si no fuera porque bían sido justificadas refiriéndolas a una fuente absoluta que
en h isto ria no cabe hablar de tales advertencias y pronósti­ no era de este m undo. Las revoluciones, incluso cuando no
cos. Por otra parte, fue precisamente el absolutism o el que pesaba sobre ellas la herencia del absolutism o, como es el
vin o a oscurecer durante siglos estas perplejidades, ya que caso de la Revolución americana, se produjeron siempre
parecía haber encontrado, dentro de la propia esfera política, dentro de una tra d ició n que se fundaba parcialfnente sobre
un sustitutivo totalm ente satisfactorio para la perdida san­ un suceso en el cual «el Verbo se había hecho carne», esto es,
ción religiosa de la autoridad secular en la persona del rey o, sobre un absoluto que había hecho su aparición en los tiem ­
más bien, en la in s titu c ió n de la realeza. Pero esta solución pos históricos como una realidad mundana. A causa de la
que pronto iba a ser desenmascarada por las revoluciones naturaleza mundana de este absoluto, había llegado a ser im ­
como una pseudo-solución, solamente sirvió para ocultar pensable la autoridad en cuanto ta l sin alguna clase de san­
durante algunos siglos el defecto fundam ental de todos los ción religiosa; las revoluciones, en cuanto perseguían el esta­
cuerpos políticos modernos, su profunda inestabilidad, re­ blecim iento de una autoridad nueva, sin contar para ello con
sultado de una falta elemental de autoridad. la ayuda de la costumbre, el precedente o la aureola que con­
La sanción específica que la religión y la autoridad religio­ fiere el tiem po inm em orial, tuvieron necesariamente que en­
sa habían conferido a la esfera secular no podía ser reempla­ frentarse al viejo problem a, no del Derecho y del poder per
zada simplemente p o r una soberanía absoluta que, a falta de se, sino de la fuente del Derecho que confiriera legalidad a las
una fuente trascendente y trasmundana, sólo podía degene­ leyes positivas vigentes y al del origen del poder que diera le­
rar en la tiranía y el despotismo. Lo cierto era que cuando el gitim idad a los poderes existentes.
Príncipe «hubo calzado los zapatos pontificios del Papa y de Se suele pasar por alto, al tra ta r de la secularización m o­
los obispos» no asumió, por ello, la función n i recibió la san- derna, la enorme im portancia que para la esfera política tie-
SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACIÓN (I): C O N STITUTELIBERTATIS 219

ne la sanción de la religión; ello se debe a que, según todas las esfera política fue siempre la m ism a: era preciso rom per dos
apariencias, la constitución de la esfera secular, que fue el re­ círculos viciosos, el uno inherente, al parecer, a la actividad
sultado inevitable de la separación de la Iglesia y del Estado, legislativa del hombre, y el otro inherente a \a p e titio p rin c ip ii
de la emancipación de la política respecto de la religión, se ha que está presente en todo nuevo origen, es decir, en térm inos
producido a expensas de la religión; a causa de la seculariza­ políticos, en la empresa de la fundación. El p rim e ro de ellos,
ción, la Iglesia perdió gran parte de sus propiedades terrenas la necesidad en que se hallan todas las leyes humanas p o s iti­
y, lo que es más im portante, la protección del poder secular. vas de una fuente externa que les confiera legalidad y tra s­
Sin embargo, lo cierto es que dicha separación fue un arma cienda, como «norm a superior» al propio acto legislativo es,
de dos filos y, de igual modo que se habla de una emancipa­ desde luego, norm al y constituyó ya un elemento im portante
ción de lo secular respecto de lo religioso, se puede hablar en la configuración de la m onarquía absoluta. La posición
tam bién, y quizá con mayor razón, de una em ancipación de asumida p o r Sieyés respecto a la nación, esto es, «que sería
la religión respecto de las exigencias y cargas impuestas por ridículo suponer que la nación está lim ita d a p o r las fo rm a li­
el brazo secular, cargas que habían pesado gravosamente so­ dades o por la constitución a las que la propia nación ha so­
bre la cristiandad desde el instante en que la desintegración metido a sus mandatarios»35, es igualm ente aplicable al p rín ­
del Im perio romano había forzado a la Iglesia Católica a asu­ cipe absoluto, el cual, como la nación de Sieyés, tenía que
m ir responsabilidades políticas. En efecto, la «verdadera re­ «ser el origen de toda legalidad», el «fontanar de la justicia»,
ligión», como señaló en una ocasión W illia m Livingstone, por lo que no podía estar som etido a ninguna ley positiva. A
«no pretende el apoyo de los príncipes de este m undo; siem­ ello se debió que incluso Blackstone mantuviese que un «po­
pre que se han entrom etido en sus asuntos, la Iglesia o se ha der despótico absoluto debe e xistir en alguna parte en toda
debilitado o se ha adulterado»34. Las numerosas dificultades forma de gobierno»36, de donde resulta que este poder abso­
y confusiones, teóricas y prácticas, que han acosado a la esfe­ luto se convierte en despótico cuando se ha desligado de un
ra pública y política desde que se in ic ió el proceso de secula­ poder superior al suyo. El hecho de que Blackstone llam e
rización, el hecho de que este proceso fuese acompañado del despótico a este poder es una prueba fehaciente de lo m ucho
nacimiento del absolutismo y que la desaparición de éste fue­ que el monarca absoluto se había apartado, no del orden po­
se seguida por revoluciones que se debatieron p o r h a lla r un lítico sobre el cual gobernaba, sino de la ley d ivin a o natural
p rin cip io absoluto de donde derivar autoridad para su Dere­ a la que había estado som etido hasta la Edad M oderna. Sin
cho y poder, podría ser perfectam ente interpretado como embargo, sí es cierto que las revoluciones no «inventaron»
una prueba de que el Estado y la política necesitaban la san­ las confusiones de una esfera p o lítica secular, tam bién es
ción religiosa con mayor urgencia que la religión y las Iglesias cierto que cuando se produjeron, es decir, cuando se planteó
habían necesitado nunca el apoyo de los príncipes. la necesidad de hacer nuevas leyes y de fu n d a r un nuevo
La necesidad de un absoluto se m anifestó de diferentes cuerpo p o lítico , las «soluciones» anteriores -tales com o la
formas, adoptó diversos ropajes y encontró soluciones dis­ esperanza de que la costum bre actuaría com o una «norm a
tintas. Ahora bien, la función que desempeñó dentro de la
35. Sieyés, ob. c it., p. 81.
34. N iles, ob. c it., p. 307. 36. C it. p o r C o rw in , ob. c it., p. 407.
220 SOBRE LA REVOLUCION 4. FUNDACION (I): CONSTITUTE LIBERTATIS 221

superior» debido a la «calidad trascendente» atribuida a «su era constitucional n i podía serlo nunca, ya que era anterior a
gran antigüedad»37 o la creencia de que la posición preemi­ la propia C onstitución; y también al problema de la legalidad
nente del monarca ceñiría toda la esfera gubernamental con de las leyes nuevas que requerían una «fuente y dueño supre­
una aureola de santidad (como en las palabras, tantas veces mo», la «norma superior» de donde derivar su validez. Poder
citadas, de Bagehot en elogio de la monarquía británica: «La y Derecho dependían de la nación o, más exactamente, de la
m onarquía inglesa vigoriza a nuestro gobierno con la fuerza voluntad de la nación, la cual estaba situada más allá y por
de la re lig ió n » )- se revelaron ahora como fáciles expedientes encima de todos los gobiernos y todas las leyes38. La historia
y subterfugios. Este desenmascaramiento de la naturaleza constitucional de Francia, donde, incluso durante la revolu­
ambigua del gobierno en los tiem pos modernos sólo tuvo su ción, se sucedieron las constituciones una tras otra, mientras
expresión más amarga cuando y donde estallaron revolucio­ que los titulares del poder se m ostraron incapaces de hacer
nes. Pero, en la esfera de la opinión y de ideología, el tema en­ cu m p lir ninguno de los decretos y leyes revolucionarios,
señoreó la discusión po lítica en todas partes y term inó por puede ser interpretada como un proceso m onótono que sir­
d iv id ir a los contendientes en radicales, que aceptaban el he­ ve para poner de relieve, una vez más, lo que debía haber es­
cho de la revolución sin com prender sus problemas, y con­ tado claro desde el p rin cip io , es decir, que la supuesta volun­
servadores, que se adherían a la tradición y al pasado como tad de una m u ltitu d (si se quiere que sea algo más que una
a fetiches con los que detener el futuro, sin comprender que ficción legal) es cambiante por definición y que cualquier es­
la aparición de la revolución sobre la escena política, como tru ctu ra que tenga como fundam ento dicha m u ltitu d está
realidad o amenaza, había demostrado que esa tradición ha­ construida sobre arena movediza. Lo que salvó al Estado na­
bía perdido su asidero, su origen y p rincipio y marchaba a la cional de la ruina y del colapso inmediatos fue la extraordi­
deriva. naria facilidad con la que pudo ser m anipulada la voluntad
Sieyés, que desde el punto de vista teórico, no tenía igual nacional y lo fácilm ente que se abusó de ella siempre que
entre los hombres de la Revolución francesa, rom pió el círcu­ hubo alguien dispuesto a echar sobre sus hombros la carga o
lo vicioso y la p e titio p rin c ip ii a la que con tanta elocuencia se la gloria de la dictadura. Napoleón Bonaparte sólo fue el p ri­
re firió al establecer, en p rim e r lugar, su famosa distinción mero de una larga serie de estadistas que, con el beneplácito
entre p o u v o ir c o n s titu a n ty p o u v o ir constitué y, en segundo de toda una nación, pudo reclamar: «Yo soy el pou voir cons- •
lugar, al suponer al p o u vo ir constituant, es decir, a la nación, titu a n t» . Sin embargo, aunque el capricho de una voluntad
en un perpetuo «estado de naturaleza. («On d o it concevoir hizo realidad durante cortos períodos el ideal fic tic io de la
les N ations sur la terre, cómme des individus, hors du lien unanim idad propio del Estado nacional, no fue la voluntad,
social [...] dans l ’état de nature.») De esta form a, dio solu­ sino el interés, la sólida estructura de una sociedad de clases,
ción aparente a ambos problem as: al problem a de la legiti­ la que dio al Estado nacional durante períodos más largos la
m idad del nuevo poder, el p o u vo ir constitué, cuya autoridad medida de su estabilidad. Este interés -e l in térét du corps en
no podía estar garantizada por la Asamblea Constituyente, el él lenguaje de Sieyés, por el cual no el ciudadano, sino el in d i­
p o u vo ir constituant, debido a que el poder de la Asamblea no viduo «se alía solamente con algunos otros»- nunca fue ex-

37. Ib id ., p. 170. 38. Véase Sieyés, ob. c it., especialmente pp. 83 y ss.
222 SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTIO LIBERTATIS 223

presión de la voluntad, sino, por el contrario, la m anifesta­ interpretarse como expresiones de la voluntad, y nadie pue­
ción del mundo o, más exactamente, de aquellas partes del de dudar de que, dadas las condiciones actuales de la igu a l­
m undo que ciertos grupos, corps o clases tenían en común dad política, presentan y representan la cam biante p o lítica
debido a que estaban situados entre ellos39. de una nación. Lo que im p o rta , sin em bargo, es que, en la
Desde un punto de vista teórico, es evidente que la solu­ forma republicana de gobierno, tales decisiones son adopta­
ción de Sieyés a las confusiones de la fundación, el estableci­ das y la vida es conducida dentro del esquema y de acuerdo
m iento de un Derecho nuevo y la fundación de un nuevo con las regulaciones de una constitución, la cual, a su vez, no
cuerpo político, no había dado lugar, n i podía darlo, al esta­ es expresión de una voluntad nacional n i está som etida a la
blecim iento de una república en el sentido de «un im pe­ voluntad de una m ayoría en m ayor m edida que un e d ificio
rio de leyes y no de hombres» (H a rrin g to n ) sino que había es la expresión de la voluntad de su arquitecto, o está som eti­
sustituido a la m onarquía, o gobierno de uno, por la dem o­ do a la voluntad de sus habitantes. El gran significado a tri­
cracia, o gobierno de la m ayoría. Es d ifíc il que nos demos buido, a ambos lados del A tlá n tico, a las constituciones
cuenta de todo lo que se jugaba en este precoz cam bio de re­ como documentos escritos es, sobre todo, prueba del carác­
pública a democracia, debido a que generalmente confundi­ ter secular y fundam entalm ente objetivo de las mismas. En
mos e identificam os el gobierno de la m ayoría con la deci­ cualquier caso, en A m érica se elaboraron con la inte nció n
sión m ayoritaria. Esta ú ltim a no es más que un expediente expresa y constante de im pedir, en la m edida de lo hum ana­
técnico, adoptado casi autom áticam ente p o r todo tip o de mente posible, que los procedim ientos de las decisiones ma-
consejos y asambleas deliberantes, sean éstas la totalidad del yoritarias degenerasen en el «despotism o electivo» del go­
electorado, asambleas m unicipales o consejos restringidos bierno de la m ayoría41.
elegidos para asesorar a los gobernantes. En otras palabras,
el p rin cip io de la mayoría es inherente a todo proceso deci­
sorio y, por tanto, está presente en todas las form as de go­
bierno incluido el despotismo, quizá con la única excepción
de la tiranía. Sólo cuando la mayoría, después de que se ha carse con estos argum entos. La liq u id a ció n , física o p o lítica , de la m in o ría
aprobado una decisión, procede a liq u id a r políticam ente y, política derrotada en todos los conflictos es práctica corriente en todos los
en casos extremos, físicamente a la m inoría opositora, el ex­ partidos bolcheviques, aún más im portante, el concepto m ism o de la d ic ­
pediente técnico de la decisión m ayo rita ria degenera en el tadura de p a rtid o único se basa en la regla de la m ayoría: la captura del p o ­
der p o r u n p a rtid o que en u n m om ento dado fue capaz de alcanzar una
gobierno de la mayoría40. Estas decisiones, sin duda, pueden
mayoría absoluta.
41. Jefferson, a quien generalm ente se presenta com o el más d em o crá ti­
39. Para Sieyés, véase la Seconde P artie de la ob. c it., 4.aed., 1789, p. 7. co de todos los fundadores, habló a m enudo y con elocuencia de los p e li­
40. Conocemos demasiados casos proporcionados p o r la h is to ria recien­ gros del «despotism o electivo» en el que «ciento setenta y tres déspotas
te para que sea necesario enum erar ejemplos de este tip o de dem ocracia, serían, sin duda, ta n opresivos com o uno solo» (ob. c it., loe. c it.). H a m il­
en el sentido origin al de gobierno de la m ayoría. Q uizá baste recordar que ton ya había señalado que «los m iem bros más tenaces del re p u b lica n is­
la curiosa pretensión de las llam adas «democracias populares» de detrás mo eran tan vociferantes com o cualquier o tro cuando se trataba de pe­
del Telón de Acero de representar la dem ocracia auténtica frente a los go­ ro ra r co ntra los v ic io s de la dem ocracia». Véase W illia m S. C arpenter,
biernos constitucionales y lim itados del m undo occidental p odría ju s tifi- ob. c it., p. 77.
224 4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTE UBERTATIS 225
SOBRELA REVOLUCIÓN

3 rizadas (d istrito s, condados, ciudades); conservar el poder


de estas corporaciones era tanto como conservar intacta la
El hecho de que ninguna de las asambleas constituyentes dis­ fuente de su propia autoridad. Si la Convención Federal, en
pusiera de suficiente autoridad para dar la ley al país fue la vez de crear y co n stitu ir el nuevo poder federal, hubiese*de­
mayor desgracia que el destino impuso a la Revolución fran­ cidido cercenar y ab olir los poderes de los Estados, los fun­
cesa; el reproche que, con razón, se les hizo fue siempre el dadores habrían tenido que hacer frente inmediatamente al
m ism o: p o r d e fin ició n , carecían de poder para constituir, asombro de sus colegas franceses; habrían perdido su pou­
pues ellas mismas eran inconstitucionales. Teóricamente, el vo ir constituant, y fue quizá este tem or una de las razones por
e rro r fatal que com etieron los hombres de la Revolución las cuales los más decididos partidarios de un gobierno cen­
francesa fue creer, de m odo casi automático y acrítico, que el tra l fuerte nunca trataron de abolir completamente los pode­
poder y el Derecho tenían su origen en la misma fuente. A la res de los gobiernos de los Estados44. El sistema federal no
inversa, la gran suerte de la Revolución americana fue que el sólo era la única alternativa al p rin cip io del Estado nacional,
pueblo de las colonias estaba ya, con anterioridad a su con-' sino que era tam bién la única manera de no ser atrapado en
flic to con Inglaterra, organizado en corporaciones autóno­ el círculo vicioso de po u vo ir constituant y po u vo ir constitué.
mas, que la revolución -p a ra emplear el lenguaje del siglo El asombroso fenómeno de que la Declaración de Inde­
x v iii- no los a rrojó a un estado de naturaleza42, que nunca, pendencia estuviese precedida, acompañada y seguida de la
en fin , se puso en cuestión el p o u vo ir constituant de quienes elaboración de instituciones en las trece colonias puso súbi­
elaboraron las constituciones de los Estados y, en su día, la tamente dé m anifiesto en qué medida ya se había desarrolla­
C onstitución de los Estados Unidos. Cuando M adison pro­ do en el Nuevo M undo un concepto totalm ente nuevo del
puso que la C onstitución americana derivase «su autoridad poder y la autoridad, una idea enteramente novedosa de algo
general [...] enteramente de las autoridades subordinadas»43, que era de p rim o rd ia l im portancia para la esfera política, y
se lim itaba a re p etir a escala nacional lo que ya habían hecho ello pese a que los habitantes de este m undo hablaban y pen­
las colonias cuando constituyeron sus gobiernos estatales. saban con las categorías del V iejo M undo y acudían a las
Los delegados a los congresos provinciales o a las convencio­ mismas fuentes para la inspiración y confirm ación de sus
nes populares que redactaron las constituciones para los go­ teorías. Lo que faltaba en el V iejo M undo eran los m unici­
biernos estatales, habían derivado su autoridad'de un cierto pios coloniales y, considerada desde el punto de vista de un
núm ero de corporaciones subordinadas debidamente auto- - observador europeo, «la Revolución americana y la doctrina
de la soberanía del pueblo procedió de los m unicipios y
42. Frente a esto no puede se rvir de argum ento que existiesen unos cuan­
tos casos aislados en los que se adoptaron acuerdos a fin de declarar «in­ 44. W in to n U. Solberg, en su in tro d u c c ió n a The Federal Convention
co nstitu cion al to do el procedim iento del Congreso», o que, «cuando la and the F orm ation o f the U nion o f the A m erican States, Nueva York,
D eclaración de Independencia se produjo, las colonias se encontraban ab­ 1958, subraya acertadamente que los federalistas «deseaban ciertam ente
solutamente en un estado de naturaleza». Para los acuerdos aprobados por subo rd ina r los Estados, pero, salvo dos excepciones, no deseaban des­
algunas asambleas m unicipales de New Ham pshire, vid. Jensen, ob. cit. tru irlo s » (p. c ii). El p ro pio M adison d ijo en una ocasión «que él preser­
43. En una carta a Jefferson, de 4 de octubre de 1787, en Farrand, Re­ varía los derechos estatales tan cuidadosam ente como los ju icio s por ju ­
cords o f the Federal C onvention, III, p. 137. rado» (ib id ., p. 196).
226 SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACION (I): CONSTITUTIOLIBERTATIS 227

tom ó posesión del Estado»45. Quienes recibieron el poder das las instituciones de gobierno autónom o existentes a lo
para constituir, para elaborar constituciones, eran delegados largo y ancho del país- no sólo era anterior a la Revolución,
debidamente elegidos por corporaciones constituidas; reci­ sino que, en cierto sentido, era anterior a la colonización del
bieron su autoridad desde abajo, y cuando afirm aron el p rin ­ continente. El Pacto del M ayflow er fue redactado a bordo y
cipio romano de que el poder reside en el pueblo, no lo con­ firmado al desembarcar. Aunque quizá no sea de gran im p o r­
cibieron en función de una ficción y de un p rin c ip io absoluto tancia para nosotros, sería interesante saber si los Peregrinos
(la nación por encima de toda autoridad y desligada de todas se habían decidido a «pactar» debido al m al tiem po que les
las leyes), sino de una realidad viva, la m u ltitu d organizada, impedía desembarcar más al Sur, dentro de la ju risd icció n de
cuyo poder se ejercía de acuerdo con las leyes y era lim ita d o la Compañía de V irg in ia que les había otorgado sus p riv ile ­
por ellas. La insistencia con que la Revolución americana gios, o si sintieron la necesidad de «reunirse» debido a que los
distin g u ió entre república y dem ocracia, o gobierno de la hombres reclutados en Londres eran un «grupo de indesea­
mayoría, depende de la separación radical entre Derecho y bles» que desafiaban la jurisd icció n de la Compañía de V irg i­
poder, cuyo origen, legitim ación y esferas de aplicación eran nia y amenazaban con «hacer uso de su propia libertad»46. En
claramente diferentes. cualquier caso, sin duda les atemorizaba el llam ado estado de
La Revolución americana sacó a la luz la nueva experien­ naturaleza, el desierto inexplorado, sin lím ites n i fronteras,
cia americana y la nueva idea americana del poder. A l igual así como la in icia tiva sin trabas de hombres no som etidos a
que la prosperidad y la igualdad de condiciones, esta nueva ninguna ley. No es sorprendente este tem or; es el tem or ju s ti­
idea de poder era más antigua que la Revolución, pero, a d i­ ficado de hombres civilizados que, por las razones que sean,
ferencia de la felicidad social y económica del Nuevo M undo habían decidido dejar tras ellos la civilización y lanzarse a la
-que hubiera tra íd o la abundancia y la riqueza, cualquiera aventura. Lo que sí sorprende es que su tem or del p ró jim o
que fuese la form a de gobierno-, no habría sobrevivido sin fuese acompañado de una confianza no menos evidente en su
la fundación de un nuevo cuerpo p o lítico, concebido expre­ propio poder, no otorgado n i confirm ado por nadie, n i asis­
samente para conservarla; en otras palabras, sin la revolu­ tido tampoco de ningún m edio de violencia, para reunirse en
ción, el nuevo p rin cip io de poder habría perm anecido ocul­ un «Cuerpo político civil» que, m antenido unido únicamente
to y probablemente habría caído en el o lvid o o, en el m ejor por la fuerza de las promesas mutuas «en presencia de Dios y
de los casos, sería recordado como una curiosidad, de in te ­ del prójim o», se suponía con suficiente poder para «prom ul­
rés para los antropólogos y los historiadores locales, pero no gar, co n stitu ir y elaborar» todas las leyes e instrum entos ne­
para el arte de la política y el pensamiento político. cesarios de gobierno. Este documento rápidamente adquirió
El poder -que los hombres de la Revolución americana la dignidad de un precedente y cuando, apenas veinte años
concibieron como algo natural, ya que estaba presente en to- después, los colonos de Massachusetts em igraron a Connec-

45. Tocqueville, Dem ocracy in A m erica, N ueva York, 1945, vo l. I, p. 46. 46. La teoría del m al tiem po, que m e parece tan sugerente, aparece fo r­
E l e xtra o rd in a rio grado de e stru ctu ra ció n p o lític a del país se pone de m ulada en el a rtíc u lo «Massachusetts» de la Encyclopaedia B rita n n ica ,
m anifiesto en el hecho de que había más de 550 ciudades de ese tip o en 11.a ed., v o l. X V II. Para la a lterna tiva que parece más probable, véase la
Nueva Inglaterra en 1776.
in tro d u c c ió n a l «M ayflow er Com pact» en Com m ager, ob. c it.
228 SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTIO UBERTATIS 229

ticu t, elaboraron en un desierto todavía inexplorado sus pro­ innovación revolucionaria más im portante, el descubri­
pias «Órdenes Fundamentales» y su «Pacto de Asentamien­ m iento llevado a cabo por M adison del p rin c ip io federal
to», de tal m odo que, cuando la carta real term inó por reunir para la fundación de grandes repúblicas, se basaba parcial­
los nuevos establecimientos en la colonia de Connecticut, mente eq una experiencia, en el conocim iento íntim o de
sólo vino a sancionar y confirm ar un sistema de gobierno ya cuerpos poh'ticos cuyas estructuras internas los predeterm i­
existente. Y debido precisamente al hecho de que la carta real naban, por así decirlo, y condicionaban a sus miem bros a
de 1662 se había lim ita d o a sancionar las Órdenes Funda­ una constante am pliación, cuyo p rin c ip io no era la expan­
mentales de 1639, la misma carta pudo ser adoptada en 1776 sión n i la conquista, sino una com binación más am plia de
prácticamente sin ningún cambio, como «la Constitución ci­ poderes. En efecto, no fue sólo el p rin cip io básico federal de
v il de este Estado, bajo la única autoridad de su pueblo, inde­ la unión de cuerpos separados e independientemente cons­
pendientemente de cualquier rey o príncipe». titu id o s, sino tam bién el nombre de «confederación», en el
Dado que los pactos coloniales habían sido redactados sentido de «combinación» o «coasociación», el que fue des­
originalm ente sin referencia alguna a rey o príncipe, la Revo­ cubierto realmente en los prim eros tiempos de la historia co­
lución no tuvo más que resucitar el poder de pactar y de ela­ lo n ia l; hasta el nuevo nom bre de U nión (Estados Unidos
borar constituciones según se había manifestado durante la de Am érica) fue sugerido por la efímera Confederación de
prim era época de la colonización. La única pero decisiva d i­ Nueva Inglaterra, que decidió llamarse con el nombre de
ferencia existente entre los establecimientos de Am érica del «Colonias Unidas de Nueva Inglaterra»48. Fue esta experien­
N orte y las restantes empresas coloniales consistió en que los cia, más que cualquier teoría, la que im pulsó a M adison a
emigrantes británicos habían insistido desde el prim er mo­ elaborar y a suscribir una observación casual de Montes­
mento en que se constituían en «cuerpos políticos civiles». quieu, según la cual la form a republicana de gobierno, cuan­
Estos cuerpos, por otra parte, no se concibieron como go­ do se basa en el p rin c ip io federal, es apropiada a te rrito rio s
biernos en sentido estricto; no im plicaban n i gobierno n i d i­ extensos y en expansión49.
visió n del pueblo en gobernantes y gobernados. La mejor
prueba de ello la tenemos en que los individuos del pueblo 48. Véase «Fundam ental O rders o f C onnecticut» de 1639 y «The New
así constituido pudieron seguir siendo, durante más de cien­ England C onfederation» de 1643 en Com m ager, ob. c it.
to cincuenta años, súbditos leales del gobierno de Inglaterra. 49. Benjam ín F. W rig h t -especialm ente en el im p orta nte a rtículo «The
Estos nuevos cuerpos políticos eran realmente «sociedades O rig in s o f the Separation o f Powers in Am erica», en Económica, mayo
1933- ha sostenido con singular fuerza que «los redactores de las p rim e ­
políticas» y su gran im portancia para el fu tu ro consistió en
ras constituciones am ericanas fueron im presionados p o r la teoría de la
la form ación de una esfera política que gozaba de poder y era separación de poderes debido, exclusivam ente, a que su propia expe­
titu la r de derechos sin poseer o reclamar la soberanía47. La riencia [...] confirm aba su sabiduría»; otros autores le han seguido. Hace
sesenta o setenta años, era m oneda corriente para el e ru d ito am ericano
in s is tir en la idea de una co ntin uida d autónom a y sin fisuras de la h isto ­
47. La d is tin c ió n im p o rta n te entre Estados que son soberanos y Esta­ ria am ericana que culm inaba en la R evolución y en el establecim iento de
dos que son «sólo sociedades políticas», fue establecida p o r M adison en los Estados U nidos. Desde que Bryce puso en relación las constituciones
un discurso ante la C onvención Federal. Véase Solberg, ob. c it., p. 189, americanas con las cartas reales de las colonias, en v irtu d de las cuales se
nota 8. establecieron los prim eros asentam ientos ingleses, fue corriente e xp li-
230 SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACIÓN (I): CONST1TUTIOUBERTATIS 231 I

Es probable que John D ickinson, quien en una ocasión ble evaluarla»51, pero lo que im p o rta es que fueron los p r i­
observó de pasada que «la experiencia debe ser nuestra ú n i­ meros colonos, no los hom bres de la R evolución, quienes
ca guía, ya que la razón puede hacernos errar»50, haya sido «llevaron la idea a la práctica», sin tener noción, desde lue­
oscuramente consciente de este antecedente singular, aun­ go, de ninguna teoría. Por el co n tra rio , cuando Locke a fir­
que no estructurado teóricam ente, del experim ento am eri­ ma, en un famoso pasaje, que «lo que da origen y constituye
cano. Se ha dicho que «la deuda contraída por Am érica con realmente una sociedad p o lítica no es otra cosa que el con­
la idea del contrato social es tan enorm e que resulta im posi- sentimiento de cierto núm ero de hombres libres que deten­
tan la m ayoría para unirse e incorporarse en ta l sociedad»,
car tanto el origen de una co n stitu ció n escrita com o el sin g u la r énfasis llamando a este acto «el origen de todo gobierno legítim o en
sobre la legislación e statutaria en fu n c ió n del carácter su bo rd ina do de
el m undo», da la im presión de que los hechos y aconteci­
los cuerpos p o lítico s coloniales, los cuales se derivaban de las com pa­
ñías com erciales y sólo eran capaces de a su m ir poderes en la m edida mientos que se habían producido en Am érica tu vie ron m a­
que les eran delegados m ediante cartas, patentes y concesiones especia­ yor influencia sobre sus teorías que la que pueda haber te n i­
les. (Véase: W illia m C. M orey, «The firs t State C onstitutions», en A nnals do sobre los fundadores la lectura de sus Tratados de
o f the Am erican Academy o f P o litica l and Social Science, septiem bre 1893, G obierno C iv il52. La prueba de ello, si es que puede haber
v o l. IV , así como sus ensayos sobre la c o n stitu ció n escrita citados en la
pruebas para tales asuntos, la tenemos en el m odo inocente
nota 6). H o y no es ta n co rrie n te este enfoque y se suele dar p o r todos
m ucha más im p orta ncia a las influ en cias europeas, ta n to inglesas com o y curioso en que Locke construyó su «pacto o rig in a l» , de
francesas. Existen varias razones para e xp lica r este cam bio en el e nfo ­ acuerdo con la teoría corriente del contrato social, como
que de la h is to ria am ericana, entre ellas, la in flu e n c ia poderosa que ha una cesión de derechos y poderes al gobierno o a la com uni­
tenido la h isto ria de las ideas, la cual d irig e su atención más a los prece­
dad, esto es, en nin g ú n caso como contrato «m utuo», sino
dentes intelectuales que a los acontecim ientos p o lític o s , así com o a l
tam bién reciente abandono de actitudes aislacionistas. Todo esto tiene
como un convenio por el cual cada in d iv id u o cede su poder
interés, pero no es de gran im p o rta n cia para nosotros. L o que sí q uisiera a una autoridad superior y consiente en ser gobernado por
subrayar aquí es que la im p o rta n c ia de las cartas de los reyes o de las ella a cam bio de una protección razonable de su vida y p ro ­
com pañías ha sido acentuada a expensas de algo que es m ucho más o ri­
piedades53.
ginal e interesante: los convenios y pactos que celebraron entre sí los co­
lonos. En este sentido, creo que tie n e razón M e rrill Jensen -e n su más
reciente a rtículo, ob. c it.- cuando a firm a : «El problem a básico para la 51. En este sentido Rossiter, ob. c it., p. 132.
Nueva Inglaterra del siglo x v n [...] lo co nstitu ía la fuente de la a u to rid a d 52. La sin g u la rid a d d el Pacto del M a yflo w e r fue subrayada una y o tra
para establecer el gobierno. La concepción inglesa era que n in g ú n go­ vez d urante este p eríodo de la h is to ria am ericana. A sí, James W ilso n , al
bie rn o podía e xistir en una colonia sin una a trib u c ió n de poder p o r p a r­ refe rirse a é l en una conferencia p ro nu ncia da en 1790, recuerda a sus
te de la corona. El punto de vista opuesto, m antenido p o r algunos « d isi­ oyentes que está hablando de «algo que en las naciones transatlánticas
dentes» ingleses de Nueva In g la te rra , era que u n g ru p o de hom bres no encontraríam os p o r m ás que buscásem os, u n p acto o rig in a rio de
podía crear un gobierno vá lid o sin re c u rrir a nadie, m ediante el conve­ una sociedad en el m om ento de su a p a ric ió n en esta p a rte d el globo».
nio , el pacto o la co nstitu ción . Los autores del Pacto del M ayflo w e r y de Los p rim e ro s lib ro s de h is to ria de A m é rica in siste n explícita m e nte en
las Órdenes Fundamentales de C onnecticut actuaron sobre esta p re m i­ «un espectáculo (...) que o cu rre pocas veces, la co nte m p lació n de una
sa (...) Es el postulado fundam ental de la D eclaración de Independencia, sociedad en el p rim e r instante de su vid a p o lítica » , com o e scribió el h is ­
parte de la cual constituye u n eco de las palabras de Roger W illia m s es­ to ria d o r escocés W illia m R obertson. Véase W. F. Graven: The Legend o f
critas ciento treinta y dos años antes». the F ounding Fathers, N ueva York, 1956, pp. 57 y 64.
50. C it. p o r Solberg, ob. c it., p. x c ii. 53. Véase especialm ente ob. c it., sección 131.
232 SOBRE LA REVOLUCION 4. FUNDACION (I): CONSTITUTE LIBERTATIS 233

Antes de seguir adelante, debemos recordar que el si­ determinada sociedad y su gobernante, estamos ante un acto
glo x v ii distinguió en teoría entre dos tipos de «contrato so­ fic tic io y o rig in a rio de cada m iem bro, en v irtu d del cual en­
cial». Uno se llevaba a cabo entre individuos y daba naci­ trega su fuerza y poder aislados para con stitu ir un gobierno;
m iento a la sociedad; el otro se llevaba a cabo entre el pu'eblo y lejos de obtener un nuevo poder, mayor eventualmente del
su gobernante y daba origen al gobierno legítim o. Sin embar­ que ya poseía, cede su poder real y, lejos de vincularse me­
go, las diferencias esenciales entre estos dos tipos de contrato diante promesas, se lim ita a m anifestar su «consentimiento»
(que apenas tenían en común un nombre equívoco) fueron a ser gobernado por el gobierno, cuyo poder se compone de
pronto olvidadas, debido a que los teóricos estaban interesa­ la suma tota l de fuerzas que todos los individuos le han en­
dos fundam entalm ente en encontrar una teoría universal tregado y que son monopolizadas por el gobierno para el su­
aplicable a toda form a de relación pública, tanto social como puesto beneficio de todos los súbditos. Por lo que se refiere
política, y a todo tipo de obligaciones; de ahí, que las dos po­ al ind ividu o , es evidente que gana tanto poder con el sistema
sibles interpretaciones del «contrato social», las cuales, como de promesas mutuas como pierde cuando presta su consen­
veremos, se excluían entre sí, fuesen consideradas, con mayor tim iento a que el poder sea m onopolizado por el gobernante.
o m enor claridad conceptual, como aspectos de un único A la inversa, aquellos que «pactan y se reúnen» pierden, en
contrato doble. Teóricamente, por otra parte, amboskcontra- v irtu d de la reciprocidad, su aislamiento, m ientras en el otro
tos eran ficciones, explicaciones ficticias de las relaciones caso es precisamente su aislam iento el que es garantizado y
existentes entre los m iem bros de una com unidad, llamada protegido.
sociedad, o entre esta sociedad y su gobierno; mientras la his­ En tanto que el acto de consentimiento, llevado a cabo por
toria de las ficciones teóricas puede remontarse hasta el pasa­ cada in d ivid u o en su aislamiento, se produce sólo «en la Pre­
do, no había existido, con anterioridad a la empresa colonial sencia de Dios», el acto de promesa mutua es llevado a cabo,
británica, ningún ejemplo histórico capaz de dem ostrar la por definición, «en presencia del prójim o»; en p rin cip io , es
validez de la teoría en la realidad de los hechos. independiente de la sanción religiosa. Por otra parte, un
En form a esquemática, se pueden enumerar del modo si­ cuerpo po lítico que es resultado del pacto y d& ^«co m b ina ­
guiente las principales diferencias existentes entre estos dos ción» se convierte en verdadera fuente de poder p jra todo
tipos de contrato: el contrato m utuo mediante el cual los in ­ in d ivid u o , im potente cuando queda al margen de la esfera
dividuos se vinculan a fin de form ar una com unidad se basa política constituida; el gobierno que, por el contrario, es re­
en la reciprocidad y presupone la igualdad; su contenido real sultado del consentim iento, m onopoliza el poder de tal
es una promesa y su resultado es ciertamente una «sociedad» m odo que los gobernados son políticam ente impotentes
o «coasociación», en el antiguo sentido rom ano de societas, m ientras no decidan recuperar su poder o rig in a l, a fin de
que quiere decir alianza. Tal alianza acumula la fuerza sepa­ cambiar el gobierno y confiar su poder a otro gobernante.
rada de los participantes y los vincula en una nueva estruc­ En otras palabras, el contrato m utuo que constituye el po­
tura de poder en v irtu d de «promesas libres y sinceras»54. De der por medio de promesas contiene in nuce tanto el p rin c i­
o tro lado, en el llam ado contrato social suscrito entre una pio republicano, según el cual el poder reside en el pueblo y
donde el «som etim iento mutuo» hace del gobierno un ab­
54. Véase el «Cam bridge Agreem ent» de 1629 en Commager, ob. cit. surdo -« si los ciudadanos son gobernantes, entonces ¿quié-
234 4. FUNDACIÓN (I): CO NSTITUTE UBERTATIS 235 !
SOBRE LA REVOLUCIÓN

nes son los gobernados?»55- como el p rin c ip io federal, el para las teorías del contrato social ese origen de la sociedad y
p rin c ip io de una «Com unidad p o r m u ltip lica ció n » (com o del gobierno que habían postulado como condiciones fic ti­
H a rrin g to n llam ó a su utópica Oceana), según el cual los cias, sin las cuales no podían ser explicadas n i justificadas las
cuerpos políticos constituidos pueden combinarse y entrar a realidades políticas existentes. El hecho de que el súbito desa­
form ar parte de alianzas duraderas sin que, p o r eso, pierdan rrollo y gran variedad de las teorías del contrato social duran­
su identidad. Es también evidente que el contrato social, que te los prim eros siglos de la Edad M oderna fuese precedido y
exige la cesión del poder al gobierno y el consentim iento a su acompañado en la Am érica colonial de estos prim eros pac­
im perio, contiene in nuce tanto el p rin c ip io de la soberanía tos, reuniones, coasociaciones y confederaciones, sería m uy
absoluta, de yn m onopolio absoluto de poder «para in tim i­ sugerente, de no ser p o r o tro hecho, tam bién innegable: las
darles por coijipleto» (Hobbes, el cual, dicho sea de paso, teorías form uladas en Europa nunca m encionaron las re a li­
tiende a ser construido a imagen y semejanza del poder d iv i­ dades del Nuevo M undo. Tampoco podemos afirm ar que los
no, puesto que sólo Dios es om nipotente), comb el p rin c ip io colonos llevasen con ellos, al dejar el Viejo M undo, la sabidu­
nacional, según el cual debe e xistir un representante de la to ­ ría proporcionada por teorías nuevas, ansiosos, por así decir­
talidad de la nación y donde el gobierno debe incorporar la lo, de un nuevo país en que experimentarlas y aplicarlas a una
voluntad de todos los nacionales. form a m oderna de com unidad. Tanto el anhelo de exp eri­
En cierta ocasión, Locke señaló: «en el origen todo el m un­ mentación como la convicción correlativa de novedad abso­
do fue una especie de América». Por lo que se refiere a sus con­ luta, de un novus ordo saeclorum -que estuvieron presentes
secuencias prácticas, Am érica debió de haber representado en las mentes de los hombres que, ciento cincuenta años más
r tarde, iban a hacer la R evolución- b rilla ro n por su ausencia
en el espíritu de los colonos. Si existió alguna influencia te ó ri­
55. C on estas palabras, John C otton, m in is tro p u rita n o y «El p a tria rca
de Nueva Inglaterra» durante la p rim e ra m ita d del siglo x v ii, se opuso a ca que contribuyese a los pactos y convenios realizados du­
la dem ocracia, un gobierno que «no sirve n i para la iglesia n i para la co­ rante los prim eros tiem pos de la historia de Am érica, fue, sin
m unidad». Trato de e v ita r aquí, en la m edida de lo posible, una discu ­ duda, la fe puritana en el A ntiguo Testamento y, especialmen­
sión acerca de la re la ció n entre p u rita n is m o e in s titu c io n e s p o lític a s
te, su redescubrim iento de la idea del pacto de Israel, que se
americanas. M e sigue pareciendo vá lid a la d is tin c ió n de C lin to n Rossi-
te r «entre p u rita n o s y p u rita n is m o , entre lo s opulentos autócratas de
co n virtió para ellos en «instrum ento con que explicar casi to ­
Boston y Salem y sus m odos de v id a y pensam iento revo lu cion arios» das las relaciones de hom bre a hom bre y del hom bre con
(ob. c it. p. 91), pues estaban convencidos de que, inclu so en las m o n a r­ Dios». Aunque puede ser cierto que «la teoría pu ritan a del
quías, D ios «refiere a sí m ism o la soberanía», a la vez que «obsesionados origen de la Iglesia en el consentim iento de los creyentes con­
con el convenio y el pacto». Pero la d ific u lta d reside en que estos dogmas
dujo directamente a la teoría popular del origen del gobierno
son en cie rto sentido incom patibles, ya que la n o ció n de pacto presupo­
ne la ausencia de soberanía y de gob ie rno , en ta n to que la creencia de en el consentim iento de los gobernados»56, ta l teoría no podía
que D ios retiene su soberanía y rehúsa delegarla a cualquier poder te rre ­ conducir nunca a la otra teoría, mucho menos corriente, que
no «fundam enta la Teocracia [...] com o la m e jo r form a de gobierno», se­ explica el origen de un «cuerpo po lítico civil» por las prom e­
gún dedujo acertadamente John C otton . Lo im p o rta n te es que estas in ­
sas mutuas y los vínculos establecidos entre sus constituyen-
fluencias y m ovim ientos estrictam ente religio sos, in c lu id o el G ran
Despertar, no tuvieron ninguna in flu e n cia sobre lo que los hom bres de
la R evolución hicieron y pensaron. 56. Rossiter, ob. c it., loe. c it.
236 SOBRE LA REVOLUCIÓN 4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTE UBERTATIS 237

tes. En efecto, el pacto bíblico, según lo entendían los purita­ convengan al bienestar general de la Colonia; para todo lo cual
nos, era un pacto entre Dios e Israel, en v irtu d del cual Dios prometemos la debida sumisión y obediencia (Pacto del May­
dio la ley e Israel se com prom etió a guardarla, y, aunque este flower).
pacto im plicaba el gobierno por consentimiento, no im plica­
ba, en ningún caso, un cuerpo político en que gobernantes y Los colonos, incluso antes de embarcarse, siempre habían
gobernados fuesen iguales, es decir, donde no recibiese apli­ considerado, con buen ju icio , «que toda esta aventura es re­
cación en la realidad el p rin cip io de la soberanía57. sultado de la confianza mutua que depositamos los unos en
Si, de estas teorías y especulaciones acerca de posibles in ­ los otros y de nuestra fidelidad y resolución, de tal form a que
fluencias, pasamos a los propios documentos, con su senci­ ninguno de nosotros se hubiera aventurado sin contar con la
llo , ordenado y, en ocasiones, d ifíc il lenguaje, nos damos confianza de los demás». Los colonos poseían una idea clara
cuenta inmediatamente que nos enfrentamos no a una teoría y sencilla del carácter colectivo de la empresa en que se em­
o una tradición, sino a un acontecimiento, un acontecimien­ barcaban y tenían conciencia de lo que «para ellos y para los
to de enorm e m agnitud y de la mayor im portancia para el que se les uniesen en la empresa» representaba ésta; fue así
fu tu ro , el cual, pese a haber sido producto del tiem po y de las cómo estos hombres llegaron a estar obsesionados con la
circunstancias, fue, sin embargo, concebido y pensado con el idea del pacto y estuvieron dispuestos, cuantas veces fueron
m ayor cuidado y circunspección. Fueron, sin duda, «las d ifi­ necesarias, a cambiar «promesas y a vincularse» con el p ró ji­
cultades y desmayos que, según todas las probabilidades, de­ m o58. No fue ninguna teoría, teológica, política o filosófica,
bían pronosticarse para la ejecución de la empresa» los que sino su propia decisión de abandonar el V iejo M undo y
incitaron a los colonos, aventurarse en una empresa que sólo a ellos concernía la que
les condujo a una serie de actos y sucesos en los que habrían
solemne y mutuamente, en la presencia de Dios y del prójimo, perecido, si no hubieran dedicado toda su atención al asun­
[a] pactar y reunirse en un cuerpo civil político [...]; yen virtud to, de ta l m odo que descubrieron, casi sin proponérselo, la
de ello [a] promulgar, constituir y elaborar, cuando la ocasión lo gram ática elemental de la política, así como su más com pli­
requiera, tantas leyes, ordenanzas, actos, constituciones y ofi­ cada sintaxis, cuyas reglas determ inan el nacim iento y fin del
cios justos y equitativos cuantos estime necesarios la mayoría y poder del hom bre. N i esa gram ática n i esa sintaxis podían
ser consideradas como novedades absolutas en la historia de
57. U n ejem plo m ag nífico del concepto p u rita n o de pacto lo tenemos la civilización occidental, pero lo cierto es que, si se quieren
en u n serm ón de John W in th ro p , escrito a bordo del A rbella en ru ta ha­ encontrar experiencias tan significativas para la esfera p o lí­
cia A m érica. «He aquí lo que nos vin cu la con D ios: hemos suscrito con tica y leer un lenguaje de tanta autenticidad y originalidad
él un pacto para lle va r a cabo esta tarea, se nos ha encomendado una co­
-es decir, tan increíblemente despojado de frases convencio­
m isió n , el Señor nos ha p e rm itid o elaborar nuestros propios artículos,
hem os p ro m e tid o re a liza r cuantos actos requieran los fines propues­ nales y fórm ulas hechas- en el enorme arsenal de documen-
tos, hemos solicita do del Señor sus favores y bendiciones. Si al Señor 1c
com place escucharnos y conducirnos en paz hasta el lugar al que desea­
m os llegar, será la prueba de que ha ra tifica d o este Pacto y confirm ado 58. A sí se desprende del «Cam bridge Agreem ent» de 1629, redactado
nuestra com isión» (citado p o r P erry M ille r, The New England M in d : The p o r alguno de los m iem bros prom inentes de la «Massachusetts Bay
Seventennth Century, C am bridge, Mass., 1954, p. 477). Com pany» antes de em barcar para A m érica. Commager, ob. cit.
238 SOBRE LA REVOLUCION i
4. FUNDACIÓN (I): CO NSTITUTE LIBERTATIS 239

tos históricos, tendríamos que ir hasta un pasado m uy rem o­ De aquí que el m ism o estado social que para sus colegas
to, un pasado ignorado, en todo caso, p o r los colonos. Lo franceses había llegado a ser la raíz de todos los males hum a­
que ellos descubrieron no fue la teoría del contrato social en nos, constituye para ellos la única esperanza razonable para
alguna de sus dos form as, sino las pocas verdades funda­ salvarse del m al y de la perversidad, el cual podía ser alcan­
mentales sobre las que se levanta la teoría. zado por los hom bres en este m undo, sin necesidad de la
Para los fines que a nosotros nos interesan, en general, y ayuda de D ios. También aquí podem os ver la verdadera
para nuestro propósito de determ inar con algún grado de fuente de la incom prendida versión americana de la creencia
certidum bre el carácter esencial del espíritu revolucionario, -entonces com ún- en la perfectibilidad humana. Con ante­
en particular, quizá valga la pena detenernos aquí para tra ­ rio rid a d a que la filoso fía com ún am ericana fuese presa de
ducir, aunque sólo sea a títu lo de ensayo, la sustancia de es­ las ideas roussonianas sobre estos temas - lo cual no o cu rrió
tas experiencias prerrevolucionarias (e incluso precolonia­ antes del siglo x ix -, la fe americana no se basó en m odo algu­
les) al lenguaje menos directo, pero más a rticulado, del no en una confianza seudorreligiosa en la naturaleza hum a­
pensamiento político. Direm os entonces que la experiencia na, sino, por el contrario, en la posibilidad de frenar a la na­
específicamente americana había enseñado a los hombres de turaleza hum ana in d iv id u a l m ediante vínculos comunes y
la Revolución que la acción, aunque puede ser iniciada en el promesas mutuas. La esperanza depositada en el hom bre in ­
aislam iento y decidida por individuos concretos por diferen­ dividual se debe a que la tie rra no está habitada por un hom ­
tes m otivos, sólo puede ser realizada por algún tip o de es­ bre, sino p o r los hom bres, los cuales form an entre ellos un
fuerzo colectivo en el que los m otivos de los individuos ais­ mundo. Es la m undanidad humana la que salvará a los hom ­
lados -p a ra el caso no interesa si éstos constituyen una bres de los peligros de la naturaleza del hom bre. El argumen­
«banda de indeseables»- no cuentan, de ta l form a que el to más fuerte que John Adams pudo u tiliz a r contra los cuer­
p rin cip io del Estado nacional (un pasado y un origen com u­ pos p olíticos dom inados p o r una asamblea única era que
nes) no tiene aquí im portancia. El esfuerzo colectivo nivela estaban «expuestos a todos los vicios, locuras y flaquezas de
eficazmente todas las diferencias de origen y calidad. Por un individuo»59.
otra parte, nos encontramos aquí con las raíces del notable Tras todo esto, hay toda una concepción acerca déla natu­
realism o de los Padres Fundadores respecto a la naturaleza raleza del poder hum ano. A diferencia de la fuerza, que es
humana. Pudieron perm itirse el lu jó de ignorar la proposi­ atributo y propiedad de cada hom bre en su aislam iento fren­
ción revolucionaria francesa según la cual el hom bre es bue­ te a todos los demás hombres, el poder sólo aparece a llí y
no fuera de la sociedad, en cierto estado o rig in a l fic tic io , la donde los hombres se reúnen con el propósito de realizar
cual, después de todo, era la proposición de la época de la algo en com ún, y desaparecerá cuando, p o r la razón que sea,
Ilustración. Pudieron perm itirse el lu jo de ser realistas y has­ se dispersen o se separen. Por tanto, los vínculos y las prom e­
ta pesimistas en estos asuntos, porque sabían que, con inde­ sas, la reunión y el pacto son los medios po r los cuales el po­
pendencia de lo que fuesen los hombres en su in d iv id u a li­ der se conserva; siempre y cuando los hombres logren m an-
dad, podían vincularse en una com unidad que, aunque
estuviese integrada por «pecadores», no reflejaba necesaria­
59. Véase Thoughts on G overnm ent (1776), Works, B oston, 1851, IV ,
mente este aspecto «pecaminoso» de la naturaleza humana. 195.
240 SOBRE LA REVOLUCION 4. FUNDACIÓN (I): CONST1TUTIO UBERTATIS 241

tener intacto el poder que brotó de su seno durante el curso to cincuenta años de pactos tras ellos, nacidos en un país es­
de una acción o empresa determinada, puede decirse que se tru ctu ra d o de arriba abajo -desde las provincias o Estados
encuentran en pleno proceso de fundación, de constitución hasta las ciudades, distritos, villas y condados- en corpora­
de una estructura secular estable que dará albergue, por así ciones debidamente constituidas, cada una de las cuales fo r­
decirlo, a su poder colectivo de acción. En la facultad huma­ maba en sí misma una comunidad, con representantes «ele­
na de prestar y conservar las promesas, tenemos un elemen­ gidos librem ente por el consentimiento de amigos y vecinos
to de la capacidad del hombre para construir su mundo. Del amistoso»60, cada una de ellas, además, concebida «para la
m ism o m odo que promesas y convenios se enfrentan al fu tu ­ m ultiplicación» en cuanto descansaba sobre las promesas
ro y son un elemento de estabilidad en el océano de la iiicer- mutuas de hombres que habían «convivido», los cuales,
tidum bre para el que no hay predicción posible, tam bién las cuando «se congregaron para con stitu ir un Estado público o
facultades constituyentes, fundacionales y constructivas del comunidad», habían hecho planes no sólo para sus «suceso­
hom bre afectan más a nuestros «sucesores» y a nuestra «pos­ res», sino también para «todos los que puedan unírseles en el
teridad» que a nosotros mismos o a nuestra propia época. La futuro»61, estos hombres que, debido a la fuerza in in te rru m ­
gram ática de la acción: la acción es la sola facultad humana pida de su tradición, «dieron su ú ltim o adiós a Britania», sa­
que exige una pluralidad de hombres; la sintaxis del poder: el bían cuáles eran sus posibilidades desde el comienzo; cono­
poder es el único atributo humano que se da en el espacio se­ cían el enorm e potencial que puede reunirse cuando los
cular interhum ano gracias al cual los hombres se ponen en hombres «mutuamente se hacen promesa de [sus] vidas,
relación m utua, se com binan en el acto de fundación en v ir­ [sus] fortunas y [su] honor»62.
tud de la prestación y cum plim iento de las promesas, las cua­
les, en la esfera de la p o lítica, quizá constituyen la facultad 60. La cita procede del C onvenio de Asentam iento realizado en P rovi­
humana superior. dence el cual fu nd ó dicha ciudad en 1640 (Commager, ob. c it.). Tiene es­
En otras palabras, lo que había ocurrido en la Am érica co­ pecial interés debido a que encontram os aquí p o r p rim era vez expresa­
lo n ia l con anterioridad a la Revolución (y lo que no había do el p rin c ip io de representación, y a que quienes «habían recibido
poderes co nvinie ro n, tras muchas consideraciones y consultas en núes*
o cu rrid o en ninguna otra parte del m undo, n i en los anti­
tro p ro p io Estado y en o tros en vías de gobierno» que ninguna form a de
guos países n i en las nuevas colonias) fue, si lo expresamos gobierno sería «tan conveniente a su condición com o el gobierno p or ar­
en térm inos teóricos, que la acción había conducido a la for­ bitraje».
m ación de poder y que el poder se conservó gracias a los en­ 61. En esta fo rm a en las Órdenes Fundam entales de C onnecticut de
1639 (Com m ager, ob. c it.) es lo que Bryce (Am erican Commonwealth,
tonces recién descubiertos instrum entos de las promesas y el
vo l. I, p. 414, nota) ha llam ado «la más antigua co nstitu ción p o lítica au­
pacto. La fuerza de este poder, engendrado por la acción y téntica de Am érica».
conservado por las promesas, se puso en prim er plano, para 62. El «adiós fin a l a Inglaterra» aparece en la Instrucción de la Ciudad de
sorpresa de las grandes potencias, cuando las colonias, es de­ M alden, Massachusetts, para una D eclaración de Independencia, de 27
cir, los m unicipios y provincias, los condados y ciudades, de mayo de 1776 (Commager, ob. c it.). El violento lenguaje empleado en
estas instrucciones, p or las cuales la ciudad «renuncia con desdén a nues­
pese a las enormes diferencias que los separaban, ganaron la
tros vínculos con un reino de esclavos», pone de relieve que Tocqueville
guerra contra Inglaterra. Esta v ic to ria sólo constituye una tenía razón al hacer derivar el origen de la R evolución americana del es­
sorpresa para el V iejo M undo; los propios colonos, con cien- p íritu de los m unicipios. También es interesante el testim onio de Jefferson
242 4. FUNDACIÓN (1): CO NSTITUTE UBERTATIS 243
SOBRE LA REVOLUCIÓN

Fue ésta la experiencia que sirvió de guía a los hombres de miento» y promesa mutua, o entre los dos tipos de teorías del
la Revolución; les había enseñado, no sólo a ellos, sino al pue­ contrato social. Esta falta de claridad y precisión conceptua­
blo que les había delegado y «conferido su confianza», la fo r­ les respecto a las experiencias y realidades del m undo ha sido
ma de establecer y fundar cuerpos públicos y, en este sentido, el azote de la historia occidental desde que, en las postrim e­
no tuvo par en ninguna otra parte del mundo. No se puede de­ rías de la época de Pericles, los hombres de acción y los hom ­
c ir lo m ism o de su razón o, m ejor dicho, de su raciocinio, del bres de pensamiento se separaron, y el pensamiento comenzó
que Dickinson temía, con buen sentido, que pudiese hacerles a emanciparse de la realidad y, especialmente, de la realidad y
errar. Su razón, tanto en estilo como en contenido, había sido experiencia políticas. La gran esperanza de los tiem pos y de
configurada por la época de la Ilustración, conform e se había las revoluciones m odernas ha sido, desde su com ienzo, que
propagado a ambos lados del A tlántico; razonaban de igual pudiera salvarse este abismo; una de las razones por la que no
modo que sus colegas franceses o ingleses y hasta sus desa­ se ha realizado, hasta ahora, esta esperanza, por la que, en pa­
cuerdos fueron, en térm inos generales, discutidos dentro de labras de Tocqueville, n i siquiera el Nuevo M undo fue capaz
un esquema'de referencias y conceptos comunes. De este de crear una nueva ciencia política, consiste en la enorme fo r­
modo, Jefferson pudo hablar del consentim iento popular del taleza y elasticidad de nuestra tra d ició n de pensamiento, que
que el gobierno «deriva sus poderes justos» en la m ism a De­ ha resistido todas las inversiones y transform aciones de valo­
claración que se cierra con el p rin c ip io de las promesas m u­ res llevadas a cabo p o r los pensadores del siglo x ix para m i­
tuas; ni él n i ningún fundador tuvieron clara conciencia de la narlo y destruirlo.
diferencia sencilla y elemental que existe entre «consenti- Como quiera que sea, lo que im porta, p o r lo que se refiere
a la Revolución americana, fue que la experiencia había en­
señado a los colonos que las cartas del rey y de las compañías
acerca del v ig o r popular de los sentim ientos republicanos en todos los Es-
tados, según aparece expresado en The Anas, 4 de febréro de 1818 (The
vinieron a co n firm a r y a legalizar su «com unidad», no a es­
Complete Jefferson, ed. p o r Saul Padover, Nueva York, 1943, p. 1206yss.), tablecerla y fundarla, que estaban «sometidos a las leyes que
muestra m uy convincentem ente que si «las discusiones de entonces eran adoptaron al establecerse por prim era vez y a cuantas otras
discusiones de p rin cip io s entre los defensores de la m onarquía y los de la hubiesen sido promulgadas p o r sus respectivas legislaturas»,
república», fueron las opiniones republicanas del pueblo las que cortaron
y que tales libertades fueron «confirm adas p o r las constitu­
las discusiones de los estadistas. Los prim eros escritos de John Adam s nos
muestran la fuerza de los sentim ientos republicanos con a nte rio rid ad a la ciones políticas que se habían venido dando, así com o por
Revolución debido a esta singular experiencia am ericana. En una serie de las diversas cartas pactadas otorgadas p o r la Corona»63.
ensayos escritos en 1774 para la Boston Gazette escribió: «Los p rim eros
colonos de P lym outh fueron “nuestros antecesores” en el sentido más es­
tric to . No poseían ninguna carta o patente para la tie rra de la que se apro­ 63. Ésta es una fo rm a de R esolución de P ropietarios Libres del C onda­
piaron, no derivaban tam poco ninguna a utoridad del parlam ento o de la do de A lb e rm a le , V irg in ia , 26 de ju lio de 1774, que fu e redactada p o r
corona de Inglaterra para establecer su gobierno. C om praron el país a los Jefferson. Las cartas reales son m encionadas com o o curre ncia ta rd ía , y
indios y establecieron p o r su propia cuenta u n gobierno, sobre el sim ple el cu rioso té rm in o «carta pactada», que suena a algo c o n tra d ic to rio , de­
p rin c ip io de la naturaleza [...] y [ellos] continuaron ejerciendo todos los m uestra claram ente que en lo que Jefferson pensaba era en el pacto, no
poderes del gobierno, legislativo, ejecutivo y ju d ic ia l, u tiliz a n d o com o en la carta (Com m ager, ob. c it.). Esta insistencia en el pacto, a expensas
único argum ento la idea de un contrato o rig in a l entre individuos indepen­ de las cartas del rey o de las com pañías, no es en n in g ú n caso consecuen­
dientes» (la cursiva es m ía). VéaseNovanglus, Works, vol. IV, p. 110. cia de la re vo lu ció n . Casi diez años antes de la D eclaración de la In de -
244 SOBRE LA REVOLUCION 4. FUNDACIÓN (I): CONSTITUTE LIBERTATIS 245

Es cierto que «los teóricos de la colonia escribieron mucho para llegar, en vista de los abusos intolerables de un determ i­
acerca de la constitución británica, los derechos de los ingle­ nado rey, a la conclusión de que la realeza como tal es una
ses e, incluso, las leyes de la naturaleza, pero aceptaron el form a de gobierno para esclavos y que «una república ame­
postulado b ritá nico de que los gobiernos coloniales deriva­ ricana [...] es el único gobierno que deseamos ver estableci­
ban de las cartas y comisiones británicas»64. Sin embargo, lo do; nunca podemos vernos sometidos de buen grado a un
esencial en estas teorías fue la curiosa interpretación o, más rey que no sea aquel que, por poseer in fin ita sabiduría, bon­
bien, mala interpretación de la constitución británica como dad y rectitud, es el único que está hecho para un poder ili ­
una ley fundam ental que podía lim ita r los poderes legislati­ m itado»66; pero los teóricos de las colonias seguían discu­
vos del Parlamento. Lo cual evidentemente significaba tanto tiendo, con todo detalle, las ventajas y desventajas de las
como interpretarla a la luz de los pactos y convenios ameri­ diversas form as de gobierno (como si cupiese elección en
canos que ciertamente constituían tal «ley fundamental», tal este asunto). También fue la experiencia -«la sabiduría u n ifi­
autoridad «establecida», cuyos «límites» n i siquiera la legis­ cada de Am érica del N orte [...] reunida en un Congreso ge­
latura suprema podía «desconocer [...] sin destruir su propia neral»67- , en mayor medida que la teoría o el estudio, la que
fundación». Precisamente la acendrada creencia de los ame­ enseñó a los hombres de la Revolución el significado real de
ricanos en sus propios pactos y convenios explica que invo­ la potestas in populo romana, el asiento popular del poder.
casen la constitución b ritá nica y su «Derecho constitucio­ Sabían que el p rin cip io de potestas in populo es capaz de ins­
nal», «con exclusión de cualquier otra consideración de los p ira r una form a de gobierno a condición de añadir, como h i­
derechos de la Carta»; p o r ello, no tiene gran im portancia cieron los romanos, auctoritas in senatu (la autoridad reside
que, siguiendo la m oda de la época, afirmasen que éste era en el senado), de ta l form a que el gobierno se compone, a la
un «derecho inalterable de la naturaleza», puesto que, al me­ vez, de poder y autoridad o, como dijeron los romanos, sena-
nos para ellos, este derecho se había convertido en ley sólo tus populusque Romanus. Las cartas reales y la lealtad de las
porque lo concibieron como «injerto en la constitución b ri­ colonias al rey y al Parlamento ingleses significaroij para el
tánica, en cuanto ley fundam ental»65. pueblo americano reforzar el poder con el peso de la autori­
También la experiencia había enseñado a los colonos lo dad; de esta form a, el problem a p rin cip a l de la Revolución
suficiente acerca de la naturaleza del poder hum ano como americana, una vez que la fuente de la autoridad había sido
cortada del cuerpo político colonial en el Nuevo Mundo, re- •
sultó ser el establecimiento y fundación de la autoridad, no
pendencia, B enjam in F ra n k lin sostenía «que el Parlam ento estuvo tan
del poder.
lejo s de in te rv e n ir en los asentam ientos originales que en realidad no
tu vo noticias de los m ism os hasta varios años después de haber sido es­
tablecidos» (Graven, ob. c it., p. 44).
64. M e rrill Jensen, ob. c it.
65. Procede de una C arta c irc u la r de Massachusetts protestando contra
las Actas de Townshend, de 11 de febrero de 1768, redactada p o r Samuel 66. De las Instrucciones de la ciudad de M alden, según citábamos en la
Adam s. Según Com m ager, estas exposiciones al M in is te rio B ritánico nota 62.
presentan «una de las form ulaciones más tempranas de la d o ctrin a de la 67. Según se señalaba en las Instrucciones de V irg in ia al Congreso
le y fundam ental de la C o n stitu ció n B ritánica». C on tine ntal de 1 de agosto de 1774 (Com mager, ob. c it.).

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