Monólogos Femeninos
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DOÑA ROSITA: Me he acostumbrado a vivir muchos años fuera de mí, pensando cosas que
estaban muy lejos, y ahora que estas cosas ya no existen sigo dando vueltas y más vueltas por un
sitio frío, buscando una salida que no he de encontrar nunca. Yo lo sabía todo. Sabía que él se
había casado; ya se encargó un alma caritativa de decírmelo, y todo este tiempo he estado
recibiendo sus cartas desde América, con una ilusión llena de sollozos que aún a mí misma me
asombraba. Si la gente no hubiera hablado; si vosotras no lo hubierais sabido; si no lo hubiera
sabido nadie más que yo, sus cartas y su mentira hubieran alimentado mi ilusión como el primer
año de su ausencia. Pero lo sabían todos y yo me encontraba señalada por un dedo que hacía
ridícula mi modestia de prometida y daba un aire grotesco a mi abanico de soltera. Cada año que
pasaba era como una prenda íntima que arrancaran de mi cuerpo. Y hoy se casa una amiga y otra
y otra, y mañana tiene un hijo y crece, y viene a enseñarme sus notas de examen, y hacen casas
nuevas y canciones nuevas, y yo igual, con el mismo temblor, igual; yo, lo mismo que antes,
cortando el mismo clavel, viendo las mismas nubes; y un día bajo al paseo y me doy cuenta de que
no conozco a nadie: muchachos y muchachas me dejan atrás porque me canso, y uno dice: “ahí
está la solterona”; y otro, hermoso, con la cabeza rizada, que comenta: “a esa ya no hay quien le
clave el diente”. Y yo lo oigo y no puedo gritar, sino vamos adelante, con la boca llena de veneno y
con unas ganas enormes de huir, de quitarme los zapatos y no moverme más, nunca más, de mi
rincón.
Ya soy vieja. Ayer le oí decir al Ama que todavía podía yo casarme. De ningún modo. Ya perdí la
esperanza de hacerlo con quien quise con toda mi sangre, con quien quise y… con quien quiero.
Todo está acabado… y sin embargo, con toda la ilusión perdida, me acuesto y me levanto con el
más terrible de los sentimientos, que es el sentimiento de tener la esperanza muerta. Quiero huir,
quiero no ver, quiero quedarme serena, vacía… ¿es que no tiene derecho una pobre mujer a
respirar con libertad? Y sin embargo la esperanza me persigue, me ronda, me muerde; como un
lobo moribundo que apretara sus dientes por última vez.
Soy como soy. Ahora lo único que me queda es mi dignidad. Lo que tengo por dentro lo guardo
para mí sola. ¿Qué os voy a decir? Hay cosas que no se pueden decir porque no hay palabras
para decirlas; y si las hubiera, nadie entendería su significado. Me entendéis si pido pan y agua y
hasta un beso, pero nunca me podríais ni entender ni quitar esta mano oscura que no sé si me
hiela o me abrasa el corazón cada vez que me quedo sola. Sería el cuento de nunca acabar. Yo sé
que los ojos los tendré siempre jóvenes, y sé que la espalda se me irá curvando cada día. Después
de todo, lo que me ha pasado les ha pasado a mil mujeres.
2. FEDRA.- (Con gran ternura.) Otra vez estamos solos... Has vuelto a mi lado, y ya para
siempre. (Acaricia la cara de HIPÓLITO.) ¿Estás contento de mí? Ya está pura tu memoria, te he
devuelto la inocencia... nunca sabrá la gente que tu amor era para mí y tu miedo era para el otro,
que eras casto porque te reservabas para tu madre... ¡qué les importa lo nuestro a los demás! (Le
besa suavemente.) ¡Qué frío te has quedado!... En verdad, tú ya no estás aquí, estos despojos no
son un Hipólito... ¿dónde te has ido? Eras tímido como un ciervo, pero ya has hecho el terrible
viaje que hace temblar a los héroes... ¿Cómo has ido tú solo, pequeño mío, a ese lugar
desconocido? ¿Por qué no has querido ir junto con tu madre?... Tú, que no sop ort abas los ojos de
Teseo, ¿puedes soportar ahora la mirada de los pálidos muertos? ¡Oh, niño, niño, no debiste ir
solo!... Te hablo, y no puedes oírme; estás ya en las horribles moradas donde no llega el sol...
Dulce y medroso como eres, vagas tal vez ahora por las tristes orillas de la Estigia, pobladas de
estériles sauces... quizá te has sentado, afligido por la soledad, en las espantosas riberas del
Aqueront e, o te dispones a beber en las negras y silenciosas aguas del Leteo... (Abrazando al
cadáver.) ¡Oh, Hipólito! Yo he debido hacer ese viaje mucho antes que tú; te has adelantado sin
advertírmelo, eso es cruel... ¿Por qué no me pediste que te acompañara? ¿Crees que me hubiera
negado? Cuándo t e he negado yo algo? No tienes más remedio que esperarme, pero será muy
poco... (Coge las manos de HIPÓLITO.) Ahora voy a ir contigo y, en aquel mundo, tú serás más
viejo que yo, tú serás mi maestro como yo aquí lo fui tuya... (Soñadora.) Varios a estar siempre
juntos, vida mía, muerte mía... cogidos de la mano, vagaremos sin rumbo por las praderas de
asfódelos... hablaremos dulcemente de nuestra pasada vida y de nuestro amor sin fronteras ni
futuro... o tal vez guardando silencio, reclines tu cabeza en mi pecho para dejar pasar nuestro
tiempo sin horas... (Acaricia la cara del muerto con ambas manos.) ¡Ahora es cuando vamos a
ser libres !... Sé que me estás esperando, me estás esperando en algún sitio que hay delante de
mí... (Se levanta, y comienza a quitarse el largo ceñidor que rodea la parte baja de su busto.)
Voy enseguida, niño mío... En aquellos desolados parajes, ya no darán pavor a tu corazón las
inanes cabezas de los muertos, tu madre va a estar contigo, ella te dará valor... (Con el ceñidor ya
en la mano, hace una pausa. Se acerca a la cama, y mira las vigas que la coronan.) Vamos,
pues. Con guirnaldas y lámparas quise celebrar la llegada de la libertad, y la libertad llega, con la
guadaña al hombro...
3. Heiner Müller: Medea Material (1974)
MEDEA: Tú, Jasón, amas a tus hijos. Quieres tener a tus hijos de vuelta. Son tuyos ¿Qué podría
ser mío siendo tu esclava? Todo en mí es tu instrumento, todo lo que fue mío lo he matado y he
dado a luz. Yo, tu perra, yo, tu puta. Yo, un escalón en la escalera de tu fama. Ungida con tus
excrementos. La sangre de tus enemigos. Y cuando deseaste celebrar tu victoria sobre mi patria y
mi pueblo, esa fue mi traición, trenzar una corona alrededor de tus sienes con sus intestinos. Es
toda tuya. Mis posesiones, las imágenes de los derrotados, los gritos de los mutilados en mi
propiedad. Desde que dejé la Cólquide, mi patria, siguiendo tu rastro de sangre. Sangre de mis
semejantes hacia mi nueva patria, la traición. Cegada por las visiones, sorda por sus gritos, hasta
que desgarraste la red tejida para mi placer y el tuyo, el cual fue nuestro hogar, ahora mi exilio.
Me siento dislocada sobre semejante devastación. La ceniza de tus besos sobre mis labios, la
arena de nuestros años entre los dientes. Tan sólo el sudor es mío sobre la piel. En tu aliento el
hedor de otra cama. Un marido da a su mujer la muerte como despedida. Mi muerte no tiene otro
cuerpo que el tuyo. Eres mi esposo. Aún soy tu esposa. Ojalá pudiera arrancarte tu puta a
dentelladas. Aquella por la que me traicionaste. Traición que fue tu placer.
[…]
[…]
Te estás riendo, quiero verlos a todos reír. Mi drama es una comedia. Pero acaso ríen.
Acaso esas son lágrimas para la novia. Ah mis pequeños traidores. No lloraron en vano. Quiero
arrancarles del todo de mi corazón, carne de mi corazón. Mi memoria. Mi amor. Devuélvanme mi
sangre de sus venas. Sus tripas de vuelta a mi cuerpo. Hoy es día de pago Jasón, hoy tu Medea
cobra sus deudas. Si tan sólo pudieran reírse ahora. La muerte es un regalo destinado a ser
recibido de mis manos. He roto con todo lo que está detrás.
¡Ah! Si tan sólo fuera el animal que fui antes de que un hombre me hiciera su esposa.
Medea la bárbara ahora maldecida. Con estas mis manos de bárbara, las manos agrietadas,
desgarradas una y otra vez, quiero partir a la humanidad en dos y vivir en el vacío del centro. Yo, ni
mujer ni hombre. ¿Por qué gritan? Peor que la muerte es la vejez, sus besos dignifican. ¿Qué les
otorga la muerte? ¿Acaso conocen la vida? Esto era Corinto. ¿Quiénes eran? ¿Quién los ha
vestido con los cuerpos de mis hijos? ¿Qué clase de animal acecha detrás de sus ojos? Se hacen
los muertos. Pero no engañarán a su madre. Todos ustedes no son más que actores. Mentirosos y
traidores. Poseídos por perros, ratas, serpientes, que aúllan y chillan y sisean, los oigo claramente.
¡Oh! Soy tan sabia. Soy Medea. Yo. No les queda más sangre ya. Ahora todo está tranquilo. Los
gritos de la Cólquide también han enmudecido. Y nada más.
4. IFIGENIA
Si yo tuviese la elocuencia de Orfeo, ¡oh padre!, y las piedras me siguiesen cuando cantara, y mis
palabras ablandasen los corazones, a ello apelaría. Pero lloraré ahora, que tal es mi única
elocuencia y lo que puedo hacer. Y estrecho tu cuerpo, como rama de suplicantes, con éste que
dio a luz mi madre, no para que me sacrifiques prematuramente, ni me obligues a visitar las
entrañas de la tierra. Yo la primera te llamé padre, y tú a mí hija; yo la primera, sentada en tus
rodillas, te infundí dulce deleite y lo sentí a mi vez. Así hablabas tú: "¿Te veré feliz algún día, ¡oh
hija!, al lado de tu esposo, llena de vida y de vigor, como mereces"? Y yo a mi vez te decía estas
palabras, cerca de tus mejillas, que ahora tocan mis manos: "¿Y qué haré yo contigo? ¿Te recibiré
anciano en mi palacio, ¡oh padre!, dándote grata hospitalidad en premio de las penalidades que
sufriste al criarme"? Conservo el recuerdo de estas conversaciones, pero tú las olvidaste y quieres
matarme. ¿Por qué he de ser víctima de las nupcias de Alejandro y de Helena? ¿Por qué, ¡oh
padre!, ha de ser su venida causa de mi perdición? Mírame, déjame tu rostro, y dame tierno beso
para que, por lo menos, morir tenga esta memoria tuya, si no accedes a mi ruego. Tú, hermano,
eres débil socorro a tus amigos, pero lloras sin embargo, y pides suplicante a tu padre que no
muera tu hermana; hasta los niños que no hablan tienen cierto presentimiento de los males. Mira,
padre, cómo te suplica callado; compadécete de mí y de mi vida. Sí, por tus rodillas, te rogamos
dos a quienes amas: éste, que aún no habla, y yo, mísera jovencita. Basten estas frases para
refutar todos tus argumentos. Ver la luz es lo más grato a los mortales: los muertos nada son, y
delira el que anhela perecer. Más vale penosa vida que gloriosa muerte".
5. IFIGENIA
BLANCHE.- "¡Mira quién está ahí sentada echándome la culpa! ¡Yo, yo, yo recibí todo los golpes,
en el cuerpo y en la cara! ¡Todas esas muertes! ¡Ese largo desfile al cementerio! ¡Padre, madre!
¡Margaret, de aquella forma tan horrible! ¡Se puso tan enorme que no cabía en el ataúd! ¡Y hubo
que quemarla como si fuera basura! Tú llegabas con e tiempo justo de ir al entierro y nada más,
Stella. Y, comparados con la muerte, los entierros son bonitos. Los entierros son tranquilos, pero la
muerte...no siempre. A veces casi no pueden respirar, a veces respiran haciendo ruido y a veces
incluso te gritan: “¡No dejes que me vaya”!.¡Como si pudieras impedirlo! Pero los entierros son
tranquilos, hay flores preciosas. ¡Y, ah en qué cajas tan estupendas nos empaqueta! A no ser que
estés junto a su cama cuando gritan “¡Dame la mano!” es imposible sospechar que lucharon por
respirar, y por su sangre. Tú ni te lo imaginabas, ¡pero yo lo vi! ¡Lo vi! ¡Lo vi! ¡Y ahora tú estás ahí
sentada diciéndome con la mirada que deje que la casa se perdiera! ¿Cómo demonios crees que
pudimos pagar tanta enfermedad y tanta muerte? ¡La muerte es muy cara, señorita Stella! ¡Y la de
la vieja prima Jessie vino después de la de Margaret! ¡Jesús la muerte planto su tienda a la puerta
de nuestra casa!...Stella, ¡Belle Reve se convirtió en su cuartel general! Cariño, fue así como se me
escapó, entre los dedos. ¿Quién nos dejó una fortuna? ¿quién nos dejo si quiera un céntimo de
algún céntimo? Sólo la pobre Jessie, cien dólares para pagar su ataúd. ¡Y nada más, Stella! Y yo
con el mísero sueldo del colegio. ¡Si, échame la culpa ! ¡Qúedate ahí sentada, mirándome,
pensando que dejé la casa se perdiera! ¿Dejé que la casa que perdiera? ¿Donde estabas tu? ¡En
la cama con tu…polaco!"
7. MARGARET (LA GATA SOBRE EL TEJADO DE ZINC CALIENTE de TENNESSEE WILLIAMS)
Tarde o temprano, la bebida relaja los músculos... es natural. Tu amigo Skiper ya empezaba a
notarlo cuando... (Se para en seco al darse cuenta de lo que ha dicho.) Perdóname. No he debido
recordar... Si al menos no siguieras conservando el mismo aspecto de antes, mi suplicio sería más
llevadero... Desde que te aficionaste a la bebida parece que estás más atractivo... (Desde abajo
llega el ruido y el murmullo de las voces de los que están jugando al croket en el jardín.) ...Claro
que tú siempre has poseído una gran cualidad: la indiferencia total... Sabes jugar, sin que te
importe perder o ganar la partida... y ahora que la has perdido... Bueno, perdido no... Ahora que te
has retirado del juego, tienes el extraño encanto del que ha renunciado a todo. Tu aspecto es tan
indiferente... tan frío... que te envidio. (Se oye una música en la lejanía y el ruido de los que están
jugando al croket, mezclado con el canto de un pájaro. La luna acaba de salir blanca, con un leve
reflejo rojizo.) Están jugando al croket... La luna acaba de salir... (Volviéndose hacia BRICK.) Eras
un enamorado maravilloso... tan dulce... tan suave... Tu manera de amar era irresistible. Te
mostrabas tan seguro y tan indiferente a la vez... Todo lo hacías con la mayor naturalidad... Con
una calma perfecta... como si cedieras el paso a una señora o la ayudaras a sentarse a la mesa,
sin sentir el menor deseo por ella. Para ti el amor no tenía más importancia que todo eso y, sin
embargo, era precisamente eso, tu indiferencia lo que te hacía más atrayente. Si pensara que no
me ibas a volver a amar, que nunca más ibas a tenerme entre tus brazos para besarme, bajaría
corriendo a la cocina, cogería el cuchillo más grande que encontrara, y me lo clavaría en el
corazón... te lo juro, como también te juro que yo no abandono la partida tan fácilmente. Continuaré
en la lucha hasta el último segundo, y venceré. Estoy segura. ¿Sabes cuál es la mayor victoria de
una gata sobre un tejado de zinc caliente? Resistir en él todo el tiempo que le sea posible, hasta el
último segundo. (Se oyen voces de los que juegan al croket. BRICK levanta la cabeza y escucha
las voces. MARGARET va a sentarse a su lado.) Por favor, Brick, dime lo que estabas pensando
antes cuando me mirabas. ¿Pensabas... en Skiper?... Perdóname. No puedo callar más. (BRICK
se levanta y va hacia el bar. Llena un vaso y lo vacía de un trago. Ella se levanta y le sigue.)
Callando no se arreglan las cosas. Es como atrancar la puerta de una casa que está ardiendo para
impedir que salga el fuego. Por eso, cuando encerramos dentro de nosotros una idea, ésta sigue
creciendo, creciendo, creciendo como el fuego, hasta que nos ahoga... (MARGARET pone su
mano sobre la muleta. Él se aparta bruscamente y se dirige hacia el centro. La muleta cae al suelo.
BRICK se dirige hacia el sofá saltando sobre un pie, con el vaso en la mano.)
8. ELECTRA: ¡Oh, Luz sagrada, Aire que llenas tanto espacio
como la tierra, cuántas veces habéis oído los gritos innumerables de mis
con una encina. ¡Y nadie más que yo te compadece, oh, padre, víctima
.
9. ELECTRA: Ciertamente, tengo vergüenza, ¡oh, mujeres!, de
que mis lamentos os parezcan demasiado repetidos; pero perdonadme,
la necesidad me obliga a ello. ¿Qué mujer de buena raza no se
lamentaría así viendo las desgracias paternas que, día y noche, parecen
aumentar más bien que disminuir? En primer lugar, tengo por mi más
cruel enemiga a la madre que me concibió; después, yo habito mi
propia morada juntamente con los matadores de mi padre; estoy bajo
su poder, y depende de ellos que posea alguna cosa o que carezca de
todo. ¿Qué días crees que vivo cuando veo a Egisto sentarse en el trono
de mi padre, y cubierto con los mismos vestidos derramar las libaciones
en ese hogar ante el que lo degolló? ¿Cuando, finalmente, veo este
supremo ultraje: el matador acostándose en el lecho de mi padre con mi
miserable madre, si es lícito llamar madre a la que se acuesta con ese
hombre? Es de tal modo insensata que habita con él sin temer a las
Erinias. Antes bien, por el contrario, como regocijándose del crimen
realizado, cuando vuelve el día en que mató a mi padre con ayuda de
sus insidias, celebra coros danzantes y ofrece víctimas a los Dioses
salvadores. Y yo, desdichada, viendo aquello, lloro en la morada, y me
consumo, y, sola conmigo misma, deploro esos festines funestos que
llevan el nombre de mi padre; porque no puedo lamentarme
abiertamente tanto como quisiera. Entonces, mi madre bien nacida, en
alta voz, me llena de injurias tales como éstas: «¡Oh, detestada por los
Dioses y por mí! ¿Eres la única cuyo padre haya muerto? ¿Ningún otro
mortal está de duelo? ¡Que tú perezcas miserablemente! ¡Que los
Dioses subterráneos no te libren jamás de tus lágrimas!» Ella me llena
de estos ultrajes. Pero si alguna vez alguien anuncia que Orestes debe
volver, entonces grita, llena de furor: «¿No eres tú causa de esto? ¿No
es ésta tu obra, tú que, habiendo arrebatado a Orestes de mis manos,
le has hecho criar secretamente? ¡Pero sabe que sufrirás castigos
merecidos!» ¡Así ladra, y de pie a su lado, su ilustre amante la excita,
él, cobarde y malvado, y que no lucha sino con ayuda de las mujeres! ¡Y
yo, esperando siempre que la vuelta de Orestes ponga término a mis
males, perezco durante este tiempo, desgraciada de mí! Porque,
prometiendo siempre y no cumpliendo nada, destruye mis esperanzas
presentes y pasadas. Por eso, amigas, no puedo moderarme en medio
de tales miserias, ni respetar fácilmente la piedad. Quien está sin cesar
abrumado por el mal, aplica forzosamente al mal su espíritu.
10. ELECTRA: Te hablo, pues. Dices que mataste a mi padre.
¿Qué se puede decir más afrentoso, tuviera él razón o sinrazón? Pero te
diré que le mataste sin derecho alguno. El hombre inicuo con quien
vives te persuadió e impulsó. Interroga a la cazadora Artemis, y sabe lo
que castigaba cuando retenía todos los vientos en Aulis; o más bien yo
te lo diré, porque no es posible saberlo por ella. Mi padre, en otro
tiempo, como he sabido, habiéndose complacido en perseguir, en un
bosque sagrado de la Diosa, un hermoso ciervo manchado y de alta
cornamenta, dejó escapar, después de haberlo muerto, no sé qué
palabra orgullosa. Entonces, la virgen Latoida, irritada, retuvo a los
aqueos hasta que mi padre hubo degollado a su propia hija por causa
de aquella bestia fiera que había matado. Así es como fue degollada,
porque el ejército no podía, por ningún otro medio, partir para llión o
volver a sus moradas. Por eso mi padre, constreñido por la fuerza y
después de haberse resistido a ello, la sacrificó con dolor, pero no en
favor de Menelao. Pero aunque yo dijese como tú que hizo aquello en
interés de su hermano, ¿era preciso, pues, que fuese muerto por ti? ¿En
nombre de qué ley? Piensa a qué dolor ya qué arrepentimiento te
entregarías si hicieses semejante ley estable entre los hombres. En
efecto, si matamos a uno por haber matado a otro, debes morir tú
misma para sufrir la pena merecida. Pero reconoce que alegas un falso
pretexto. Dime, en efecto, si puedes, por qué cometes la acción tan
vergonzosa de vivir con ese hombre abominable con ayuda del cual
mataste tiempo ha a mi padre, y por qué has concebido hijos de él, y
por qué rechazas a los hijos legítimos nacidos de legítimas nupcias.
¿Cómo puedo yo aprobar tales cosas? ¿Dirás que vengas así la muerte
de tu hija? Si lo dijeras, ciertamente, ello sería vergonzoso. No es
honesto que una mujer se despose con sus enemigos por causa de su
hija. Pero no me es lícito afirmarlo sin que me acuses por todas partes
con gritos de que ultrajo a mi madre. Ahora bien; veo que procedes
respecto a nosotros menos como madre que como dueña, yo que llevo
una vida miserable en medio de los males continuos con que nos
abrumáis tú y tu amante. Pero ese otro, que se ha escapado a duras
penas de tus manos, el mísero, Orestes, arrastra una vida desgraciada,
él a quien me has acusado con frecuencia de criar para ser tu matador.
Y, si pudiese, lo haría, ciertamente, sábelo con seguridad. En lo
sucesivo, declara a todos que soy malvada, injuriosa, o, si lo prefieres,
llena de impudencia. Si soy culpable de todos esos vicios, no he
degenerado de ti y no te causo deshonor.