PD Semana 9
PD Semana 9
PD Semana 9
Actividad 1 – SEMANA 9
Actividad 2 – SEMANA 9
INTEGRANTES:
Cuarenta años después, la reforma agraria […] en parte tuvo éxito y mirados otros ángulos fue un
completo fracaso. Por un lado, liberó al campesinado de las ataduras serviles y amplió la ciudadanía
peruana, integrando al país más que ningún otro gobierno. Pero, sus propuestas productivas fueron
utópicas y sin mayor sentido, habiendo provocado un serio retraso de la productividad agraria.
Al terminar con la hacienda oligárquica, Velasco optó por no repartir la tierra en forma individual entre
los campesinos. Varias experiencias de reformas agrarias así lo indicaban. En efecto, desde la
revolución de los esclavos de Haití se ha sabido que el minifundio arruina a una nación y que retrasa
considerablemente sus fuerzas productivas.
Pero, ¿cómo evitar el reparto después de expropiar a los grandes hacendados? La única manera es
mantener las unidades productivas con mano dura y proyectos a largo plazo. Por ello, el general
Velasco conservó la gran propiedad e incluso la amplió, llamándola cooperativa o sociedad agrícola de
interés social. Bajo esos nombres se proyectó el latifundio y el campesinado percibió al Estado como
nuevo dueño.
Empezaron los problemas y contradicciones. Era difícil mantener grandes complejos productivos; la
disciplina del antiguo régimen había terminado y los intereses de los grupos campesinos eran muy
distintos. Aunque lo peor estaba por venir. Era una época de precios controlados. No regía el mercado,
sino que los ministerios fijaban los precios de una serie de mercancías. Por supuesto, parte de estos
precios controlados correspondían a los productos del campo.
Pues bien, a Velasco se le ocurrió que los campesinos debían colaborar con los pobres de la ciudad. El
general presidente pensaba que la reforma agraria era un enorme aporte de su gobierno a la clase
campesina. Además, sabía que no había hecho nada semejante por el pueblo de las ciudades, no había
reforma urbana ni estaba planeada. Pues bien, la forma de compensar a la ciudad sería con productos
del campo baratos, que permitan llegar a fin de mes. El campesino ayudaría al proletario con una mesa
cómoda.
Esa política diferenciada de precios arruinó al campo y evitó posibles efectos beneficiosos de la
reforma agraria. El intercambio entre campo y ciudad siempre es desigual, pero en este caso se hizo
abismal. De este modo, durante el docenio militar, la reforma agraria entregó la tierra a administradores
que laboraban nominalmente como representantes del campesinado. Pero, paralelamente perjudicó
económicamente al campo en su conjunto y extendió la pobreza rural.
En este contexto, los problemas sociales dentro de la reforma se hicieron más agudos. Sobrevino una
etapa de gruesas dificultades económicas. Los supuestos beneficiarios estaban pobres y quisieron
arreglárselas por sí mismos.
Por ello, el campesinado rechazó el modelo asociativo implementado por la reforma del general
Velasco. No había traído ni autogestión ni prosperidad. A continuación, empezaron una serie de tomas
de tierras protagonizadas por los mismos beneficiarios contra las cooperativas. Las parcelaron. Cada
campesino se hizo dueño de una pequeña chacrita y desapareció la economía de escala, indispensable
para una operación moderna y económicamente viable.
Como consecuencia vino el fracaso económico. El campo dejó de crecer. Descendió la rentabilidad
agraria y la producción de alimentos retrocedió. Pero, el campesinado había adquirido ciudadanía;
disponía de derechos políticos y avanzaba en su integración a la nación. Gracias a ello, Sendero
Luminoso no logró incendiar completamente la pradera campesina. Si se hubiera dado el caso
contrario, aún estaríamos intentando apagar los Andes (Zapata, 2009).
“Los yacimientos mineros más importantes, como los de petróleo en Talara, los de Casapalca,
Morococha, Yauli y Cerro de Pasco en la sierra central, y los de Marcona, en el sur, fueron también
expropiados a empresas mineras de capitales norteamericanos […]. Las empresas pasaron a propiedad
del Estado, quien creó con ellas empresas públicas, como Petroperú, Mineroperú y Hierroperú.
También se expropiaron industrias consideradas estratégicas, como las de cemento, acero, papel, la
química y los vuelos aéreos, convirtiéndolas en fábricas estatales cuyos funcionarios eran designados
por el gobierno.
La intención de esta masiva expropiación fue poder coordinar las inversiones y planes productivos de
todas esas empresas, a la vez que orientar sus ganancias a la ampliación de la capacidad productiva de
la nación. Estas buenas intenciones no se cumplieron. En la medida en que, salvo la del petróleo, se
trató de expropiaciones relativamente anunciadas con antelación, los propietarios habían dejado de
invertir en la mejora de sus plantas. En pocas ocasiones se trató de negocios boyantes de los que
pudiera obtenerse ganancias al día siguiente. De ordinario los militares descubrieron que para volver
productivas esas industrias debía inyectárseles capital y realizar reformas técnicas y administrativas;
pero incluso saber qué es lo que exactamente debía hacerse tomaría algún tiempo y dinero. Una opción,
desde luego, era continuar operando tal como se encontraron las cosas, pensando simplemente en el día
siguiente y no el largo plazo. Fue lo que generalmente se hizo, ero era una estrategia condenada al
fracaso en el mediano plazo.
La economía de las empresas expropiadas se volvió, además, complicada por el manejo político que,
como era previsible, comenzó a adquirir su conducción […] Los gerentes nombrados por el gobierno
carecieron de estabilidad e incentivos para un trabajo eficiente; era corriente que se nombrase a
oficiales militares que, aunque tenían la mística de que carecía los gerentes civiles, ellos mimos
carecían casi siempre de los conocimientos necesarios.
La economía nacional se transformó en una extraña criatura, mitad privada y mitad estatal, ni
capitalista ni socialista, puesto que, aunque funcionaba el mercado para algunos bienes o sectores, el
Estado mantenía el control de los más importantes y con mayor capacidad de ganancia. Éstos eran los
bienes exportables y aquellos considerados sensibles para la marcha general de la producción (la
electricidad, los combustibles, el agua potable, los hidrocarburos). El gobierno era, además, quien
dictaba los precios de los servicios públicos y muchos otros considerados estratégicos, entre los cuales
figuraban los de los alimentos, la gasolina, el transporte urbano e interprovincial y el salario mínimo.
También se controlaba el precio del alquiler de las viviendas y los medicamentos considerados básicos.
El gobierno militar aprovechó la creación en 1969 del Pacto Andino (un acuerdo de seis países –
Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia y Chile, además del Perú- andinos para integrar sus mercados
de bienes) para poner en marcha un programa de industrialización por sustitución de importaciones,
que llevó a la erección de fábricas de ensamblaje de artefactos electrodomésticos, camiones,
automóviles y motocicletas. Elevados aranceles a los bienes importados protegieron a la industria de
ensamblaje y de bienes para el hogar, garantizando el empleo de la clase trabajadora y los sectores
medios urbanos que trabajaban en ella. Como en todos estos programas de modernización económica,
los grandes sacrificados fueron los trabajadores rurales, cuyos bienes se vendían a precios bajísimos
controlados por las autoridades” (Contreras y Zuloaga, 2016, pp. 253-255).
Bibliografía
http://archivo.larepublica.pe/columnistas/sucedio/fracaso-la-reforma-agraria-26-08-
2009
Contreras, C. y Zuloaga, M. (2016). Historia Mínima del Perú. 2 ed. Lima: El Colegio de México.