La Edad de Piedra en Taltal

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BOLETIN DEL

MUSEO NACIONAL
DE
HISTORIA NATURAL

TOMO XVII

IMPRENTA NASCIMENTO
SANTIAGO CHILE
1939
M useo Nacional de Historia Natural

P E R S O N A L C IE N T IFIC O . 1939.

Director y Jeíe de la Sección Arqueología D. R IC A R D O E. L A T C H A M

Jefe de la Sección de Zoología.................. D. E N R IQ U E E . GIGOUX

Jefe de la Sección de Botánica................. D. M A R C IA L R. E S P IN O S A B.

Jefe de la Sección de Geología y P aleon-


tología....................................................... D. H U M B E R T O F U E N Z A L ID A

Jefe de la. Sección de Entomología............ Dr. E M IL IO U R E T A

Jefe de la Sección de A ves Chilenas...... Dr. ROD OLFO A . P H IL IP P I

Ayudante de Botánica.......................... . Sra. R E B E C A A . D E V A R G A S

Bibliotecario y A rchivero........................... D. A L B E R T O F R A G A G.

Taxidermistas................................................... D. L U IS M O R E IR A M.
D. A L B E R T O M EN DEZ P.

D irecció n :

MUSEO NA CIO NA L DE H IST O R IA N A T U R A L


C asilla 787 - T e lé fo n o 81206 — S a n tia g o d e C h ile
RICARDO E- LATCKKM

LA EDAD DE PIEDRA EN TALTAL

CULTURA NEOLÍTICA

T a lta l es u n pequeño p u e rto de la co sta n o rte de Chile, situ ad o en L at. 25°25'


y L on. 70° 33,5'0. E l pueblo se extiende al fondo m eridional de la g ran bah ía de
N u e stra S eñora, ab ie rta hacia el O este en u n a extensión de 29 kilómetrdb de N o rte
a S u r. L a b a h ía co ntiene varias peq u eñ as cale tas abrigadas, e n tre las cuales se pue­
d en m encionar la C aleta O liva o C ascabeles, la C aleta de H ueso P arad o y el p u er­
to de T a lta l en el extrem o sur. T a lta l tiene u n a población que fluctúa e n tre 5 y
6,000 personas y tiene im p o rtan cia p o r ser la salid a de u n a rica zona salitrera y
m inera.
P a ra la arqueología am ericana, T a lta l h a ad quirido un enorm e significado, ya
q u e en sus contornos se descubrieron cónchales y otros yacim ientos que han de­
jado en claro, m ás que en n in g ú n o tro p u n to explorado, la evolución de la E d a d
de P ie d ra en el continente.
H a s ta la fecha de estos descubrim ientos en 1914, la m ayoría de los arqueólo­
gos, sobre to d o los norteam ericanos, e sta b a n de acuerdo en suponer que n o había
existido en A m érica u n a época o u n a c u ltu ra paleolítica. Los ejem plares aislados
q u e de vez en cuando se en co n tra b a n disem inados por el con tin en te y que algunos
a trib u ía n a e sta cu ltu ra, e ra n sistem áticam ente rechazados p or los especialistas,
p o rq u e fa lta b a n pru eb as concluyentes respecto a su su p u esta antigüedad. E ste
resu ltad o n eg ativ o se debe en p a rte a la convicción a priori de que, al existir en
A m érica u n a c u ltu ra paleolítica, ésta ten d ría forzosam ente que ser contem porá­
n ea con la c u ltu ra paleolítica europea. Al ad m itir ta l hipótesis, sería preciso pos­
p o n er en m uchos m iles de años la época de la p rim itiv a población del continente,
lo q ue ech aría p o r tie rra la d o ctrin a sostenida p or la escuela n o rteam ericana en­
cab ezad a p o r H rd lig k a y H olm es. S egún estos señores, la población de América
te n d ría u n a an tig ü ed ad m áxim a de diez mil años, aun q u e d u ra n te los últim os años
h a n concebido, a regañadientes, que puede posiblem ente extenderse h a sta quince
m il años.
C on las excavaciones efectuadas p o r A ugusto C apdeville en tre los años 1914
y 1923, el problem a q ued ó co m pletam ente resuelto. N o solam ente encontró en
Taltal yacim ientos d e g ran extensión en los cuales todos los artefactos hallados
eran típ icam en te paleolíticos, sin m ezcla de tipos posteriores, sino que, en otros
numerosos yacim ientos de la m ism a vecindad, pudo establecer el encadenam iento
de culturas hasta la edad de bronce, en pleno florecimiento cuan d o los incas llega­
ron a Chile en el siglo XV.
N o es nuestro propósito referirnos en este artículo a la cu ltu ra paleolítica,
por cuanto ha sido detallado en varios trab ajo s anteriores (1). Queremos descri­
bir aquí o tra cultura hallada en los mismos contornos, a la cual, su descubridor,
Augusto Capdeville, dio el nom bre de Cultura Dolménica. N o encontram os correc­
ta esta denominación y proponem os cam biarla por la de Cultura Neolítica, ¿v
P ara que sea más fácil la com prensión de lo que tenem os que exponer, cree­
mos útil dar un a breve descripción de las inmediaciones del P u erto de T altal. L a
pequeña bahía que constituye el puerto se cierra hacia el su r p o r la P u n tilla S ur
y hacia el norte por u na p u n ta que se in tern a en el m ar y que lleva el nom bre
P u n ta del H ueso Parado. E sta últim a d ista unos tres kilóm etros del actual puerto.
A continuación desemboca la Q uebrada del Hueso, seca en la actualidad, pero que
lleva indicios de haber arrastrad o considerable caudal de agua en tiem pos p re­
téritos. E n su desem bocadura el antiguo cauce te n d rá u n poco m ás de tre in ta m e­
tros de ancho y está cerrado por barrancones de ocho m etros de a ltu ra sobre el
lecho. U nas sesenta m etros m ás al norte, b aja al m ar o tra ram a de la m ism a que­
brada y es ésta que se llam a hoy Q uebrada del Hueso.
Pero es el prim er cauce el que m ás nos interesa p o r el m om ento. D onde se
ju n ta con el m ar, form ando u n a pequeña playa, sobresale en su centro u n a es­
pecie de plataform a de piedra rojiza, que se interna unos tre in ta m etros en el m ar
en forma de muelle, de un m etro y medio de altu ra y unos diez m etros de ancho.
L a gente del lugar han dado a esta plataform a el nom bre de M uelle de Piedra.
E n tre el M uelle de Piedra y la base de la P u n ta del H ueso P arado, se encuen­
tra u na p layita de conchilla blanca, perfectam ente resguardada del oleaje y de los
vientos.
L a base de la P u n ta, b a sta n te ancha donde se une con tierra firme, se eleva
unos 24 m etros sobré el nivel del m ar, form ando u n m ontículo llam ado M orro
Colorado. L a parte superior del M orro, la constituye u n gran conchai ovalado, de
70 por 50 m etros con un espesor de cerca de 4 m etros. E n las capas inferiores de
este conchai se encontraron los artefactos de tipos paleolíticos, que después apare­
cieron en otros cónchales de la vecindad. E s evidente que dicho conchai fué h a b ita ­
do durante un largo período, pues en sus diversas capas inferiores se encontró
u n a evolución de formas y tipos, pasando del paleolítico inferior a lo que se puede
llam ar el paleolítico superior.

(I) U na Estación Paleolítica en Taltal, por Ricardo E . Latcham . Rev. Chil. de H ist. y
Geog. Tomo XIV. N .° 18. Santiago, 1915.
U na estación paleolítica de Taltal, por el Dr. Aureliano Oyarzún. Pub. del Museo de E tn o ­
logía y Antropología. Vol. I. 1916.
U na Estación Paleolítica de Taltal, por M ax Uhle. Santiago, 1916.
N otas acerca de la arqueología de Taltal. I. por Augusto Capdeville. Bol. de la Acad N ac
de H ist. Vol. II N ." 3 y 4. Quito, 1921.
El problema paleolítico americano, por M ax Uhle. Bol. de la Acad. Nac. de H ist Vol V
N.°" 12-14. Quito, 1923.
Como descubrí la industria paleolítica americana de los sílices talladas en la zona de la costa
de Taltal, por Augusto Capdeville. Rev. Chil. de Historia N atural. Año X X X II. Santiago 1928
D ebem os llam ar la atención, sin em bargo, a u n error en que incurrió Cap-
deville, p o r fa lta de experiencia. P u d o recoger u n a enoim e c a n tid a d de m aterial
lítico de las c áp as inferiores del conchai, casi to d o de sílice negro, y que pesaba
alg u n as toneladas. T odo esto lo gu ard ó encajonado, clasificándolo a su m anera.
E stim ó que casi to d as las astillas de sílice fuesen útiles paleolíticos. C uando el
M useo N acional de C hile ad q u irió las colecciones de C apdeville y se procedió a
estu d iarlas m ás en detalle, se p u d o com probar que el conchai h ab ía sido asiento de
u n ta lle r y que u n a gran p a rte del m aterial recogido n o era o tra cosa que los des­
echos de la fabricación o bien de instru m en to s m alogiados. S olam ente u n a pe­
q u e ñ a porción se p u d o clasificar en conciencia com o verdaderos instrum entos y
au n algunos de éstos p ueden considerarse com o dudosos p o r falta de señales de uso.
N o o b stan te, q u ed a u n núm ero considerable de piezas respecto de las cuales no se
p uede form ular d u d a alguna.
Igual cosa p asó respecto de las o tra s fases de la edad de piedra, pues las suce­
sivas cu ltu ras que se establecieron en el conchai, instalaron allí sus respectivos
talleres y adem ás de los num erosos artefacto s term inados, d ejaron una. enorm e
acum ulación de desechos y piezas m alogradas.
L a c u ltu ra paleolítica, cuyos restos se encontraron en las capas inferiores del
conchai, parece h a b er desaparecido de repente, sin que sepam os p o r qué causa.
D u ra n te el período de su duración, las diferentes capas del conchai hab ían aum en­
ta d o h a s ta ten er u n espesor de u n m etro y medio.
D eb e h aber p asado u n largo lapso, posiblem ente m ás de mil años, an tes de
que el conchai fuese n u ev am e n te ocupado, p orque en to d as las capas centrales, en
m ás de u n m etro de espesor, no se hallan vestigios hum anos. D ichas capas se
com ponen de arenas finas, pro b ab lem en te llevadas p or los vientos y que, como
decim os, eran estériles.
P a sad o este tiem po, el conchai fué asiento de una n u ev a población, de cu ltu ra
algo m ás ad ela n tad a. In m ed iatam en te superpuestas a las capas estériles de que
hem os hablado, se en cu en tran o tras, de m ás de 50 centím etros de espesor, en las
cuales se vuelven a en co n trar artefactos de p iedra tallada. Los tipos francam ente
paleolíticos h a n desaparecido y los instrum entos que los reem plazan acusan los
principios de u n a in d u stria neolítica, aun q u e algunos objetos, especialm ente los
rasp ad o res altos recuerdan la técnica' an terio r y parecen ser sobrevivencias de
paleolítico superior. E l m aterial em pleado es tam b ién distin to a lo usado p a ra los
artefacto s de las capas inferiores. M ien tras que éstos se fabricaban casi en su to ta ­
lid ad de sílice negro, algunas veces jasp ead o con p u n tito s blancos, los nuevos
in stru m en to s e ra n en g ra n p a rte de sílice blanco o am arillento, con otros de cuarzo
cristalino, ialino o rosado. E ra n especialm ente num erosas las p u n ta s de lanzas,
de dardos y de flechas form adas de astillas sacadas de u n núcleo m ás grande, a
golpe seco, y en seguida lab rad as p a ra darlas u n a form a conveniente.
L as p u n ta s siem pre acusan u n a técnica que recuerda el paleolítico superior.
Si tu v iéram o s que referirlas a determ inados tipos europeos, diríam os que estos
o b jetos se asem ejan m ucho a los artefactos m agdalenianos. U n a c ara es siempre
p la n a o concoidea, siguiendo la fractu ra característica del silex, y la o tra presenta
u n a a rista longitudinal, dejad a p or los golpes efectuados al sacar astillas p a ra re­
ducir el espesor, con retoques en los bordes p ara d ar la form a deseada. E l tra b a jo
es tosco, pero m uy superior al de la época anterior.
Las formas de estas p u n ta s no son m uy variadas. M uchas son triangulares
con ancha base recta, o tras rudam ente lanceoladas y algunas, especialm ente en tre
las pu n tas de flechas, tienen los rudim entos de un pedúnculo.
El pueblo que tra ía esta cu ltu ra esparció sus restos no solam ente en la p arte
superior del conchai del M orro Colorado, sino en las laderas vecinas, h a sta el pie
del M orro. Capdeville, al describir sus hallazgos en esta vecindad, h ab la de tres
cementerios, sin contar la capa superficial del co n ch ai; en los Linderos Bajos, en
la falda oriental del M orro, hasta el pie del m ism o; el del Caserón, en el declive sur
y el plan al pie, y un poco m ás al sur todavía, otro, al que dió el nom bre de P rim er
Palo del Telégrafo. Pero agrega: «Estos tres cementerios forman u n a sola cadena,
un solo gran grupo, pues se eslabonan estrecham ente» (1).
E ste pueblo, después de haber ocupado el lugar d u ran te u n período m ás o
menos largo, fué reem plazado por otro, de una cu ltu ra m ucho m ás adelantada,
que cubre y en p arte se mezcla con los artefactos que acabam os de describir.
L a nueva industria es m uy d istin ta y la técnica tam bién com pletam ente diver­
sa. E s francam ente neolítica y las num erosas p u n tas de lanza, de dardos, de fle­
chas y de harpones son hechas con todo esmero y labradas ín tegram ente en am bas
caras. M uchas de las pun tas constituyen verdaderas obras de arte, com o puede
verse por las fotografías que ilustran este artículo.
E n esta cultura aparece por prim era vez, adem ás de las p u n ta s citadas, u n a
serie de artefactos de o tra índole. Incluyen anzuelos de conchas y de piedra, pe­
sas p ara lienzas de pescar, p u n tas y punzones de hueso, b arb as de harp ó n del mis­
mo m aterial, pequeños discos de concha y de piedra p ara collares, tu b ito s labrados
de piedra p ara el mismo propósito, m orteros pequeños, pequeños platillos de pie­
d ra y vasos tam bién de piedra, piedras pulidoras, lancetas con a sta de m adera,
pendeloques grabados de piedra, am uletos y m uchos otros objetos. N o h a y ves­
tigios cíe agricultura ni de las industrias que la acom pañan, como la alfarería, el
tejido o la m etalurgia. T odas los objetos de esta cu ltu ra son de fa c tu ra esm erada y
ninguno dem uestra indicios de u n a cu ltu ra paleolítica com o los de las capas de
m ás abajo.
Las capas que forman este nuevo depósito tienen u n espesor m edio de 80
centím etros. C onsisten principalm ente de hojas m ás o m enos tritu rad a s, revueltas
con cenizas, capitas de conchas, huesos de anim ales y de aves, espinas de pes­
cado y toda clase de desperdicios de cocina. E ntrem ezclado con to d o esto se en­
cuentran esparcidos por el yacim iento, el d etrito correspondiente a los talleres y
u n sinnúm ero de los artefactos que hemos m encionado. L a superficie del depósito
está cubierta de una capa de arena de 20 a 30 cms. de espesor.
E l descubrim iento de estas dos culturas se debe al señor A ugusto C apdeville,

(1) Arqueología de Taltal. II. Ob. cit.


Capdeville habla de tres cementerios, pero en verdad, son extensiones del conchai que ex­
tralim ita, en esta época, el sitio que abarcó en la época paleolítica. E sto hace suponer que los
nuevos ocupantes Riesen m ás numerosos. Posteriorm ente sus límites se extendieron au n más
con la llegada del pueblo que él llama dolménico. P or ésto, en la p arte periférica del yacim iento
no se encuentran capas paleolíticas como las que son características del centro del conchal.
q uien, al describirlas (1), las confunde en u n a sola, la que llam ó «Civilización
D olm énica», por razones q u e luego expondrem os. E ste señor creyó que se tra ta b a
de la evolución de u n m ism o pueblo, y a que en los yacim ientos p o r él explorados
las dos civilizaciones se sobreponían u n a a la o tra y en el fondo de la prim era capa
parecían entrem ezclarse. Investigaciones posteriores han dem ostrado, sin embargo,
qu e no eran continuas ni siquiera contem poráneas. L a m ás reciente de ellas, la
que llam am os francam ente neolítica, se h a enco n trad o después en m uchos otros
p u n to s de la costa, al n o rte y al su r de T altal, siem pre sola y sin indicios de la an ­
terior. Igual cosa p a sa con la cu ltu ra m ás an tig u a ; en diversas partes se encuentran
depósitos pertenecientes a ella, sin que estén en con tacto o mezclados con la que
llegó m ás tarde.
E l prim er descubrim iento arqueológico que hizo C apdeville en la vecindad de
T altal, fué en la P u n tilla S u r de la bahía. E scribe: «El 18 de septiem bre de 1914,
por prim era vez m e dediqué a exploraciones arqueológicas. D escubrí los cem ente­
rios «Dolménicos» en la P u n tilla Sur, con sus jo y as preciosas de p u n tas de lanzas
y p u n ta s d e flechas de silex, obras m aestras de la perfección de la ta lla de la piedra,
com o nin g ú n o tro pueblo lo alcanzó. D ieron esqueletos tendidos» (2).
N os corresponde ahora explicar porque Capdeville dió el nom bre de «Civili­
zación D olm énica» a esta c u ltu ra neolítica.
E n el conchai del M orro Colorado, en sus capas superiores o sea en las que
descubrió m uchos de los artefactos de que tratam os, halló hileras de piedras p a­
radas, algunas de las cuales sobresalían de la superficie del conchai y o tras hileras
cuyas p u n ta s q u ed ab an en terrad as h a sta u n a profundidad de 50 centím etros.
E sta s hiler as de piedras se hallaron tam bién en algunos de los otros yacim ientos
m encionados.
R eproducim os aq u í algunos de los párrafos de la descripción que da Capde­
ville de su hallazgo (3):
«El m ism o tú m u lo y conchai del M orro Colorado, en su p a rte superior, osten­
ta b a en su seno la acción dolm énica. T o d a la p arte central de la cum bre del M o­
rro, de S ureste a N oroeste e stab a señalada por u n alineam iento superficial de
gruesas piedras paradas, como de 14 m etros de largo, de las cuales, unas que otras
sobresalían de la superficie del suelo.
«Como a cu atro m etros al sur, p aralela a esta línea de piedras superficiales,
aparecieron, a la profundidad de 0 50 m t. las p u n ta s de o tra corrida de piedras
p aradas, subterráneas, que ten d rían m as o menos como 0,50 m t. de largo, cada
una. E ste alineam iento interior n o era ta n largo como el superficial.
«E n la p a rte oriental del M orro, cortando el lado n o rte y sur de la cumbre,
corría u n a hilera de piedias p arad as superficiales, m ás o menos en dirección de
noroeste a suroeste, como de ocho m etros de longitud
«P aralela a esta corrida, pero a 0,50 m t. de d istancia al poniente y como a
0,50 m t. de hondura, se n o ta b a y a las p u n ta s de p iedias de u n nuevo alineam iento
su b terrán eo , de m uy largas piedras p aradas, cuyo tam añ o fluctuaba de 1,50 m t.

(1) N o tas acerca de la Arqueología de T altal. II. Civilización Dolménica. por Augusto Cap­
deville. Boletín de la Academia Nacional de H istoria. Vol. II N .° 5. Quito, 1921.
(2) Como descubrí la industria paleolítica. Ob. cit.
(3) N o tas acerca d e la arqueología de Taltal. Ob. cit.
a 1 m etro de largo, por 0,20 a 0,40 m t. de grueso, d istan tes un as de o tras com o de
0,20 m t. m ás o menos.
«Siguiendo el declive del conchai del M orro Colorado, al sur, duerm e al pie,
el C em enterio del Caserón.
«Unos cuantos m etros al sur, se presenta el cem enterio dolm énico de los circu­
ios de piedra, denom inado del Prim er Palo del Telégrafo.
«Al oriente del M orro, casi al pie, se descubre o tro cem enterio llam ado de los
Linderos Bajos.
«Son los cementerios que corresponden a la civilización dolm énica, de las
gentes de los círculos de piedra, de esqueletos tendidos; reposan principalm ente
en el fondo de los restos de cocina de la capa superficial del expresado M orro.
«El cem enterio del Caserón esté lim itado p or u n a especie de rectángulo, de
alineam ientos de piedras superficiales paradas, que te n d rá com o 30 m ts. en los
lados norte y oriente y como 20 m ts. en los lados sur y poniente, con su p u e rta t n el
lado sur.
«Es en la p arte sur del cem enterio del Caserón, donde a la profundidad de
0,50 m t. se encuentra el prim er círculo de piedras p arad as subterráneas, de dos
m etros de ancho por tres de largo, con la p u erta hacia el sur, de dos m etros de luz.
D entro del semicírculo anterior, se presenta o tro semicírculo m ás pequeño, en la
mism a dirección, cuyas piedras paradas ju n ta s principian a encontrarse com o a u n
m etro de profundidad. Tiene u n diám etro de u n m etro por u n largo igual, con la
p u erta m irando hacia el sur. E stas piedras p arad as ju n ta s tienen. 0,60m.
por 0,10 m t. de grueso, térm ino medio.
«D entro de este círculo, a la ho n d u ra de m ás o menos 1,50 m t., encontré u n
esqueleto tendido de estas gentes. L a cabeza reposaba algo lev an tad a en el fondo
de las piedras paradas del círculo. U na piedra grande horizontal, sostenida p o r dos
piedras verticales paradas en cad a extremo, defendía la cabeza y el a ju a r funera­
rio del m uerto.
«Bajo la cabeza del esqueleto, escondida, ta p a d a por u n a débil cap a de p in ­
tu ra roja, hallé las brillantes reliquias, los bellos objetos de la in d u stria de las gen­
tes de los círculos de piedra.
«P untas de flecha triangulares, de b arb as y pedúnculos en la base, de u n tr a ­
bajo adm irable, tan perfecto y delicado que parecen joyas. P u n ta s de lanza de
silex de diversos colores, del mismo tipo que las p u n ta s de flecha, de b arb as y pe­
dúnculos y ademas, en forma de h oja de laurel, de u n a o dos pun tas, ovales im itan ­
do la alm endra, ta n grandes, largas unas, anchas otras, ta n acabadas y herm osas,
que son verdaderas obras de arte.
«Utiles de hueso, anzuelas con p arte de piedra y p u n ta s de hueso, collares
de concha y de hueso se presentan en b asta n te ab u n d an cia; to d o este a ju a r fúne­
bre se encontraba siem pre bajo la cabeza del esqueleto, cubierto p or u n a delgada
capa de p in tu ra roja (1).
C uando Capdeville escribió lo anterior, n o conoció m ás restos de la civiliza­
ción que el llam a dolm énica, que los encontrados en las inm ediaciones del conchai
del M orro Colorado y los que halló en la P u n tilla Sur. Así es que h ab la solam ente
- . _ ^
(1) Lo que Capdeville llama pintura roja es óxido férrico.
d e aquellos yacim ientos. M as ta rd e, sin em bargo, él y otros buscadores en co n tra­
ro n la m ism a c u ltu ra en diferentes p u n to s de la costa, al n o rte y al su r de T altal,
e n u n a extensión de m ás de c in cu en ta kilóm etros y es posible que nuevas explora­
ciones d em o stra rá n qu e se ex ten d ía m ucho más. E l mism o Capdeville encontró
o tro s yacim ientos de esta cu ltu ra , en los siguientes p u n to s: en la C aleta de las
T ó rto las, en inm ediaciones de la P u n ta de S an Pedro, u n poco al su r de T a lta l;
en la C aleta de A gua D ulce, a legua y m edia del p u erto de Cascabeles u Oliva,
a unos diez kilóm etros al n o rte de T a lta l; en la caleta n o rte de P u n ta Grande,’
q u e cierra por el n o rte la g ran b a h ía de N u e stra Señora, d ista n te m ás de v einti­
cinco kilóm etros de T a lta l
A dem ás de los yacim ientos descubiertos por C apdeville, se h an encontrado
otros, con restos pertenecientes a la m ism a cu ltu ra, en los lugares que a co n tinu a­
ción señ alam o s: Al su r de T a ltal, en el A gua de los Perros, en la Q uebrada del B ron­
ce, y en la C aleta de las H u an eras. Al n o rte de T a lta l se h an encontrado yacim ien­
to s a la salida del pu erto , cerca del establecim iento de A rturo P ra t, o tro en la ve­
c in d ad d e los E sta n q u e s de P etró leo y o tro au n en el barrio de la C aleta. M ás al
n o rte se h a n en co n trad o en la P la y a del H ueso, u n poco m ás allá de la quebrada
del m ism o nom bre, en P u n ta M o rad a, dos kilóm etros m ás adelante, en la C aleta
d e P e ñ a B lanca, en la C ale ta B an d u rrias u n poco al n o rte del p u erto de Oliva
y o tro cuyo n o m b re no pudim os averiguar, a unos diez kilóm etros al su r de Paposo.
N osotros m ism os habíam os en co n trad o m uchos años antes, artefactos parecidos en
las m ism as p lay as de P aposo.
E n to d o s estos yacim ientos se encontró u n ab u n d a n te m aterial típico de esta
cu ltu ra. A fines de 1924, hicim os u n a recorrida de la zona p a ra verificar la exac­
titu d de estos d ato s y hacer unos nuevos reconocim ientos en los principales yaci­
m ientos, com o lo h a b ía hecho el D r. M ax U hle algunos años antes. C onstatam os
que los hechos citad o s por el señor Capdeville en su copiosa correspondencia con
n osotros d u ra n te diez años y corroborados en sus publicaciones, eran intachables,
com o lo eran en p a rte sus interpretaciones. N o o b stan te, en algunos puntos no
estam os de acuerdo con sus deducciones. Pudim os com probar que la cu ltu ra
n eolítica incipiente, hallada en la base de las capas superiores del conchai del M o ­
rro C olorado, n a d a ten ía q u e v er con la cu ltu ra que él denom inaba dolm énica,
com o n a d a ten ía q ue ver tam poco con la cu ltu ra paleolítica en contrada en las ca­
p a s pro fu n d as del m ism o conchai.
L as condiciones especialm ente favorables de esta localidad hicieron que fuera
elegido com o p u n to de residencia por u n a sucesión de pueblos de distintos grados
de c u ltu ra y en diferentes épocas. N o se tr a ta ú nicam ente de los tres pueblos
m encionados h a s ta ahora. E n u n período b a sta n te posterior, se radicaron en la
m ism a vecindad, aunque sin ocupar el conchai, otros tres pueblos, de culturas m ás
a d ela n tad as, pero d istin to s e n tre sí, que e n terrab an sus m uertos en cuclillas en
cem enterios bien form ados. C apdeville encontró los restos de estas tres culturas
en las inm ediaciones del M o rro C olorado, com o tam b ién en m uchos otros puntos
d e la costa, donde g u ard ab an la m ism a relación con la cu ltu ra neolítica.
E sto s tre s pueblos era n agricultores, ten ían alfarería y tejidos y dos de ellos
te n ía n conocim ientos de la m etalurgia. Su m odo de sep u ltar los m uertos era ta m ­
bién diferente. L as tu m b a s ten ían form a de pozos y los cadáveres se enterrab an en
— 10 —

cuclillas, sentados en el fondo de los pozos con el aju a r fúnebre en sus contornos.
Capdeville nom bró respectivam ente estos tres pueblos;; gentes de los Vasos N e­
gros, Chincha-A tacam eños y gentes de los túm ulos de tierra.
H ablando de esta sucesión de culturas, escribe lo siguiente (1): «Invariable­
m ente en cada punta, en toda la región de la costa de T altal, aparecen tres pueblos
con población num erosa bien definida; 1. E n prim er lugar los dolménicos, de tipo
subterráneo, de esqueletos tendidos, con la herm osa p u n ta de flecha de silex,
triangular alargada, de barbas rectas y pedúnculos en la base, con sus grandes y
bellas puntas de lanza ovales de una o dos p u n ta s; 2. Los chincha-atacam eños,
pueblo conquistador por excelencia, con su brillante in d u stria de alfarería p in tad a,
sus objetos de bronce, sus útiles de hueso labrado, sus p u n tita s de flecha de tra b ajo
esmerado, tipo pequeño, ti ¡angular, m uy dentadas, de silex, de tres piquitos en la
base, e tc .; 3. La gente de los túm ulos de tierra, celebres por sus sepulturas en pe­
queños montículos, sus vasos grises con canal y dos protuberancias en el cuello,
por sus pipas de piedra y sus p u n tas de flecha de silex, de base redonda, bordes
cóncavos y p u n ta afilada.
Las gentes de los Vasos Negros y vasos figurados d an cem enterios escasos y
aislados.
«Sus puntas de flechas y de lanzas de silex, de base cóncava, p lanas por un
lado y convexa por el otro, sus pu n tas y partes de harpones de hueso, aplanadas
por un lado, sus hachas de silex de color le dan ciei ta asimilación a los dolménicos
del últim o tiempo. E n cambio, su m anera de sepultarse era distinta. S u posición
es casi vertical, sentado en cuclillas en otros casos. E n otros, se asem eja a la p o stu ra
en cuclillas inclinada.
«La autopsia de los distintos llanos de la costa, ta n to al n o rte como al su r de
T altal, dem uestra la existencia de poblaciones num erosas de cad a uno de los tres
pueblos nom brados.
«Siguiendo la línea de la costa de N o rte a Sur, vam os a exam inar la prehis­
toria de las mejores caletas. Cercano al m ar estén los cem enterios dolm énicos; en
dirección al O riente le siguen los cem enterios chincha-atacam eños; m ás retirados,
siempre al oriente, se ven las tu m b as de los túm ulos de tierra.
C ita las caletas de P u n ta G rande, de Agua D ulce, de H ueso p arad o y de Las
Tórtolas, en las que se hallan las tres cu ltu ras yu x tap u estas y agrega:
«Como en estos lugares, en varios otros, se presenta la sucesión de esos tres
pueblos, de idéntica m anera. E n las mejores caletas, en las m ás abrigadas, surgen
los cementerios ricos».
D e todo esto resulta que la vecindad de T a lta l fué h ab itad a p or u n a sucesión
de pueblos de cu ltu ra diversa. N o eran todos contem poráneos y en algunos casos
parece haber pasado un largo lapso entre la desaparición de uno y la llegada de otro.
E sto se hace n o tar especialm ente en los pueblos que ocuparon los cónchales (2).

(1) Un Cementerio Chincha-Atacameño de punta Grande, Taltal.


Bol. de la Acad. Nac. de Hist. N .° 18. Quito, 1923.
(2) Capdeville, en su correspondencia, habla de otro conchai, en el cual las condiciones eran
semejantes o idénticas a las de aquel del M orro Colorado, con la misma sucesión de culturas.
En sus publicaciones no hace mención de este nuevo conchai lo que no es de extrañarse pues
en lo que alcanzó a publicar antes de su m uerte solamente tra ta de una pequeña p arte de sus des­
cubrimientos.
— l i ­

c u a n d o llegó el pueblo que C apdeville llam a dolm énico hab ían desaparecido
su cesivam ente el de la c u ltu ra p aleolítica y el de la cu ltu ra neolítica incipiente,
quienes d ejaro n sus restos ú n ica m e n te en el conchai o cónchales.
Los dolm énicos, si es c ierto que tam b ién ocuparon en p arte los cónchales, de­
ja ro n adem ás, num erosos yacim ientos en p u n to s donde n o h ab ían vestigios de cón­
chales p ro p iam en te dichos, p o r c u a n to en m uchos de ellos faltab an o escaseaban
las conchas. T am poco se p u ed en llam arlos cem enterios, pues, aunque en ellos se
h alla b a n en terrad o s los m uertos, siem pre en posicion tendida, dichos yacim ientos
e ra n m as bien depositos de desperdicios acum ulados d u ran te u n a larga ocupación
del lugar.
N o en todos los yacim ientos de esta época y cu ltu ra se encontraron hileras
o sem icírculos de piedras p a ra d a s, aun q u e en casi todos ellos se h allab an piedras
parad as, aisladas y dispersas. T am poco en todos eran continuos las sepulturas, como
en la vecindad del M o rro Colorado. E n algunas p artes eran m ás bien grupos de
entierros, d ista n te s unos de o tro s en algunos m etros. E n todo caso, los esqueletos
se h a lla b a n acostados tendid o s de espalda y el a ju a r funerario siempre dem ostraba
la m ism a técnica y los m ism os tipos de artefacto s de p ied ra y de hueso.
G eneralm ente los yacim ientos de esta época e stán separados de aquellos
d e los pueblos que llegaron con posterioridad. Solam ente en u n caso, el del Peñón
e n P u n tilla S u r, se en co n traro n sep u ltu ras chincha-atacam eñas encim a de u n ya­
cim iento neolítico, que apareció a 1,50 m t. de profundidad.
L as an tig u as poblaciones que ocuparon sucesivam ente los contornos de T al­
ta l, co n stitu y en , h a s ta ahora, u n problem a que d eja sin co n testar u n a serie de
p reg u n tas. ¿D e d ónde vinieron? ¿C uándo llegaron? ¿Por qué desaparecieron?
M u y poco se puede co n je tu ra r al respecto. E s casi seguro que llegaron sucesiva­
m ente, por la costa, desde el n o rte, pero algunos de ellos han dejado m uy pocas
señales de su paso. Sus restos no se h a n en contrado en o tras p artes de la costa,
au n q u e eso se puede explicar quizá p or la falta de exploraciones sistem áticas.
E s m ás fácil establecer u n a cronología relativa, ya que la ú ltim a en llegar,
la chincha-atacam eña, h a sido b a sta n te estu d iad a en to d a la región entre Arica y
T a lta l. S egún las investigaciones de U hle y las n u estras propias, las influencias
ch inchas com enzaron a extenderse hacia el sur, am algam ándose con las atacam e-
ñas, m ás o m enos a principios del siglo X II. L a cu ltu ra de los T úm ulos de T ierra
es a to d as luces contem porán ea con la chincha-atacam eña, ya que en am bas apa­
recen la alfarería y la m etalurgia de cobre y de bronce. L a cu ltu ra que Capdeville
llam ó «de los Vasos N egros y los Vasos Figurados» es an terio r a las últim as m en­
cionadas. E l pueblo que la p racticó conocía la in d u stria de la alfarería y sabía fun­
d ir el oro y lam inarlo, pero no parece haber conocido otros metales. E n varias de
sus sep u ltu ras se h an encon trad o placas, cin tas y planchas lam inadas de oro fino,
adelgazadas a m artillo h a sta ten er poco m ás que el espesor de u n a h oja de papel,
p ero n o se h a en co n trad o en sus tu m b as n ingún o b jeto de cobre o de bronce. E sto
sería ex tra ñ o si hu b iesen sido contem poráneos con la c u ltu ra de los chincha-ataca-
m eños o de los túm ulos de tierra, en las cuales eran ab u n d an te s dichos artefactos.
A unque C apdeville halló escasos cem enterios de e sta cultura, se han descu­
b ierto varios otros en la vecindad de T altal, en tre los cuales podemos m encionar
el de la P u n ta de S an P edro, o tro en la C aleta de las H uaneias, ambos, al sur del
— 12 —

puerto y un tercero un poco al n o rte del pueblo, cerca de los estanques de petróleo.
N os parece seguro que la cu ltu ra de los Vasos N egros y placas de oro llego a
la región con b astan te anterioridad a la civilización chincha-atacam eña y parece
haber desaparecido antes de la llegada de ésta. N o seria av en tu rad o entonces
suponer que su evolución tuvo lugar entre los siglos V III y X I, quizá h a sta los co­
mienzos del siglo X II.
La cultura dolm énica o m ás bien neolítica era sin d u d a alguna, m ucho m ás
antigua. E n ella no hallamos alfarería ni indicios de m etal. El pueblo que d ejo los
artefactos de aquella cultu ra no tenía ningún conocim iento de la agricultura,
como los que llegaron después. Vivía sim plem ente de la caza, la pesca y de la reco­
lección de los mariscos ta n abundantes en la costa. Su cu ltu ra era netam en te neo­
lítica y sus principales industrias eran la fabricación de objetos de p ied ra y la ela­
boración del hueso y de la concha. P or el núm ero de sus yacim ientos y la gran
abundancia de los útiles que se hallan en ellos, es evidente que esta cu ltu ra d u ro
por un período b astan te largo, probablem ente varios siglos y quizá m ás de mil
años.
Las culturas vecinas a esta región, la atacam eña por el n o rte y la d iag u ita por
el sur, tuvieron am bas una alfarería bien desarrollada y decorada y u n conoci­
m iento del cobre y del oro, desde la época de la civilización de T iahuanaco, y qui­
zá mucho antes, es decir desde el siglo VI de n u estra era. Si el pueblo neolítico
hubiera habitado la zona de T altal contem poráneam ente con estas dos culturas, es
difícil pensar que no hayan llegado a poseer ningún vaso de greda, n in g ú n in stru ­
m ento de m etal, ni n ingún objeto que dice relación con aquellas. P ero todos sus
yacim ientos y sepulturas carecen en absoluto de tales objetos y la única conclu­
sión a que podemos arribar es que la cu ltu ra neolítica de T a lta l se desarrolló en
una época anterior a la llegada de los atacam eños o de los diaguitas a las regiones
que después ocuparon. E sto nos llevaría a los prim eros siglos de la era cristian a o
quizá a los siglos inm ediatam ente anteriores, es decir hace dos mil años.
N o sabemos cuanto tiem po duró en la localidad el pueblo que desarrolló la
cultura neolítica, pero a ju zg ar p o r la enorm e abundancia de sus restos debe haber
sido muchos siglos.
P or o tra serie de deducciones, estim am os que la cu ltu ra que encontram os
en las capas inm ediatam ente encim a de las capas estériles del conchai del M orro
Colorado, era bastan te m ás antigua que la del pueblo neolítico que acabam os de
citar. E ste últim o cubrió con sus restos las capas en que aparecen los artefactos
que estim amos pertenecer al período inicial del neolítico. N o sería av en tu rad o asig­
nar a esta antigua cultura u n a fecha de mil años an tes de Cristo.
E n tre esta cultura y la paleolítica de las capas inferiores del m ism o conchai,
quedan acumulaciones de capas de arena, estériles, de m ás de u n m etro de espesor
y en las que no apareció ningún vestigio hum ano. E n la form ación de estas ca­
pas esteriles deben haber pasado otros mil años. Ahora, si calculam os, p or el es­
pesor de sus capas de desperdicios que el pueblo paleolítico h ay a m orado en el
conchai mil años, el m ínim um de tiem po que se necesitaría p a ra form ar ese inm enso
deposito, verem os que no pudieron haber llegado allí después del tercer milenio
antes de Cristo.
— 13 —

T odos estos cálculos son m u y conservadores y es posible que h ab ría que ex­
tenderlos m ucho, pero p a ra los efectos de u n a cronología relativa, b asta con lo
expuesto. D e todo m odo no se tr a ta de o tra s edades geológicas, como pasa en
algunas p a rtes del antiguo m undo. L a fauna y la flora, cuyos restos se han encon­
tra d o en los diversos yacim ientos mencionados, no difieren en n ad a de las que
existen en los m ism os lugares en la actualidad.
L as diferentes culturas m encionadas fueron todas descubiertas por Augusto
C apdeville, residente de T alta l, quien, d u ra n te m ás de diez años dedicó su tiem po
a hacer excavaciones y reunir m aterial. P ublicó unas breves descripciones de lo
que el consideraba lo m ás im p o rtan te de sus descubrim ientos, pero queda mucho
inédito y au n lo descrito necesita u n a seria revisión sobre u n a base m ás científica,
pues algunas de sus ideas son peregrinas, aunque los datos que proporciona son
rígidam ente exactos.
U n a vez que corrió la voz de estos hallazgos, m uchas o tras personas comen­
zaron a hacer excavaciones y a ju n ta r m aterial, pero m uy pocos con alguna fina­
lidad científica. L as colecciones reunidas por Capdeville eran enorm es y llevaban
la v e n ta ja sobre las dem ás, de estar perfectam ente an o tad as y clasificadas, con
fechas, localidades exactas, profundidades, condiciones de hallazgo, etc., era ta n
m eticuloso en estos detalles que ocupó centenares de cajitas de m adera y de car­
tó n , c ad a u n a con los datos completos relativos al contenido.
L a D irección del M useo N acional de Chile, com prendiendo el g ran valor
científico de to d o este m aterial, adquirió las colecciones de Capdeville, como
igualm ente las m ás im portan tes de las o tras que se h abían formado, siempre que
tu v ie ra n u n a docum entación conveniente.
E s con la p a rte correspondiente a la civilización neolítica y los apuntes de
C apdeville, a la vista, y con los conocim ientos personales adquiridos en el terreno
m ism o, que em prendem os la ta re a de describir m ás en detalle e sta an tig u a cultura.

LA CULTURA NEOLÍTICA

C apdeville dió el nom bre de dolm énica a esta cultura, porque en los primeros
yacim ientos en que encontró sus restos, aparecieron a diferentes niveles, alinea­
m ientos y sem icírculos de piedras p arad as y en tres o cu atro casos halló grandes
piedras p lan as colocadas horizontalm ente sobre otros verticales, protejiendo la
cabeza y el a ju a r de los m uertos sepultados allí. E n co n tró alguna sem ejanza con
las construcciones dolm énicas europeas y adopto esa denominación.
Querem os, en seguida, d a r u n a descripción m ás detallad a de estas formacio­
nes que la qu e hizo Capdeville.
L a m ayoría de las piedras colocadas en hileras ten ían u n largo de 50 a 60 cm.
y u n espesor de unos 20 cm. N o eran talladas, sino lajas naturales de u n a roca es­
quistosa o pizarreña. E n terrad as verticalm ente unos 40 cm. o más, algunas de ellas
sobresalían de la superficie en 20 o m ás cm. C erca de las prim eras hileras, es decir
de las que sobresalían de la superficie, y paralelas a ellas, se encontraron o tras hi­
leras enterradas, colocadas en la m ism a forma, pero a u n nivel inferior. Son estas
las hileras que C apdeville llam a subterráneas.
— 14 —

L a ocurrencia de esta doble hilera es fácil de explicar. El alineam iento más


antiguo es naturalm ente el enterrado. Al tiem po de su colocacion, la p a rte superior
de las piedras sobresaldrían de la superficie del yacim iento, pero com o la gente
que las colocó continuó viviendo en el sitio, poco a poco, la acum ulación de des­
perdicios las cubrió. E sto dió lugar a que se colocara u n nuevo alineam iento, sobre
la superficie de entonces, el que tam bién quedó casi sepultado con u n nuevo au ­
m ento de las capas de desperdicios, antes de quedarse ab an d o n ad a la localidad.
Los semicírculos de piedra de que habla Capdeville, pertenecen a la m ás a n ­
tigua de estas dos épocas, ya que am bas hileras de su formación qued an sep u lta­
das a un a profundidad de unos 50 cm. y solam ente se descubren m ediante exca­
vaciones.
Como no todas las hileras de piedras eran iguales, conviene irlas detallando.
La prim era hallada por Capdeville fué u n alineam iento que cruza la cum bre del
conchai del M orro Colorado de Sureste a N oroeste, en u n a extensión de 14 m etros.
C onstaba de once piedras o lajas gruesas, de 60 a 70 cm. de largo, p arad as de p u n ­
ta, de las cuales u na que o tra sobresalía de la superficie.
P aralela a esta hilera y a m ás o m enos cu atro m etros hacia el suroeste, se ha­
lla, a m ayor profundidad, u n a segunda línea, cuyas p u n tas superiores se en co n tra­
ban a 50 cm. de hondura. E sta hilera es m ás c o rta y consta sólo de ocho piedras,
un poco m ás pequeñas que las anteriores. P artien d o de la ú ltim a p iedra del ex­
trem o sureste de esta corrida, se halló o tra hilera, tam bién enterrada, que co n stab a
de nueve piedras. L a dirección del nuevo alineam iento era casi de oriente a poniente.
Paralelo a este últim o y como a 50 cm. m ás al sur, h ab ía o tro superficial, con la
m ism a dirección, com puesto de siete piedras. L a tercera p iedra de e sta hilera era
a la vez la piedra term inal de la prim era línea superficial. L as piedras que com po­
n ían esta corrida eran m ás largas que las dem ás, fluctuando e n tre 1 m t. y 1,60 m t.
A la vez, eran más gruesas, teniendo algunas un diám etro de h a sta 40 cm. E ra n
colocadas m ucho m ás ju n ta s que en las o tras hileras, a poco m ás de 20 cm. un as de
otras. Sus pu n tas inferiores pen etrab an en las capas estériles de la p a rte central
del conchai.
U n poco m ás al sur, en la mism a dirección de la prim era línea superficial, se
encontraron dos piedras paradas m ás grandes, en terrad as a u n a pro fu n d id ad
de 50 cm.
E n el declive meridional del M orro Colorado, h a sta donde term in a en u n a
pequeña extensión plana, continúa el yacim iento que cubre la p a rte superficial
del conchai. A esta p arte Capdeville puso el nom bre de C em enterio del C aserón,
porque en su extrem o poniente se halla un g ran peñasco cuya p a rte sobresaliente
forma u na especie de abrigo de regulares dim ensiones. D icha p a rte del yacim iento
está cercada con una serie de hileras de piedras p ara d a s que form an u n a especie
de rectángulo. D os lados son m ás largos que los otros dos. Los que cierran el rec­
tángulo por los lados N orte y O riente (direcciones aproxim adas) te n d rá n u n a lon­
gitud de unos trein ta m etros. Los otros dos son m ás cortos y no p asan de veinte
metros. Como consecuencia no se ju n ta n y la esquina sudoeste q u ed a ab ierta
como form ando portón. E stas hileras son superficiales y las p u n tas de la m ay o r
p arte de las piedras sobresalen del suelo.
A continuación, hacia el sur, sigue el mismo yacim iento, pero Capdeville
— 15 -

prefirió co nsiderar e sta p a rte com o o tro cem enterio, al cual dió el nom bre de «Pri­
m er P a lo de T elégrafo», n o p orque se tr a ta r a en v erdad del p rim er poste de la lí­
n e a telegráfica q ue p a rte de T a lta l hacia el n o rte, sino p orque era el prim er poste
d e n tio del recin to del yacim iento. H a b la de esta p a rte com o si fuera u n cem enterio
a p a rte de los dem ás, p o rq u e en el, en vez de los alineam ientos o hileras de piedras,
com o las d escritas, encontró el p rim er sem icírculo de pied ras p arad as. E n verdad,
este su p u e sto cem enterio no es m ás que u n a prolongación del mism o yacim iento
de qu e estam o s hablando.
O tra extensión del m ism o yacim iento se desprende del conchai p a ra llenar el
declive o rien tal del M orro Colorado, llegando h a sta el p lan a su pie. C apdeville
ta m b ié n consideró esta com o o tro cem enterio poniéndole el nom bre de «Linderos
B ajos» S in em bargo, todos estos cem enterios form an p a rte del m ism o yacim iento
el cu al no se d etien e en los lím ites del conchai sino que lo desborda en forma irre­
gular.
E n los L inderos B ajos hay o tro s sem icírculos de piedras p a ra d a s; e iguales se
e n c u e n tra n d en tro del recinto cercado del cem enterio del Caserón
Los tre s sem icírculos son parecidos y todos subterráneos, es decir que hoy se
e n c u e n tra n cubiertos con num erosas capas de arena, cenizas y desperdicios,
h a s ta u n a pro fu n d id ad de 50 cm. C ad a grupo co n sta en v erdad de dos semicírculos,
u n o d e n tro de otro, pero a diferentes niveles. El exterior te n d rá u n d iám etro de
u nos tres m etros y el interior de poco m ás de u n m etro. Los llam am os sem icírculos
p o rq u e p o r el lado su r qued an abiertos en u n a extensión de poco m enos que el diá­
m etro. A unque en todos los casos las dos hileras están com pletam ente enterradas,
h a y b a s ta n te diferencia en tre u n a y o tra. L as p u n ta s de la hilera interior sólo p rin ­
c ip ian a asom arse a un m etro de profundidad, m ien tras que las de la corrida ex­
te rio r se h allan a los 50 cm. y su base se en cu en tra a la a ltu ra en que term in a la
interior.
L as piedras que com ponen el sem icírculo de afuera son parecidas en tam añ o
a las de los alineam ientos, pero no así las del interior, las cuales tienen u n largo de
60 cm . y no p asan de 10 cm. de espesor. M ien tras que las prim eras están separadas
u n as de o tra s m ás o m enos 30 cm. las segundas e stán colocadas ju n ta s, con uno o
dos cen tím etro s de claro e n tre sí.
E ra en el ce n tro de estos dobles sem icírculos, a u n a pro fu n d id ad de 1,50 m t.
q u e se hallaro n las grandes lajas horizontales, sostenidas por o tra s verticales y que
serv ían p a ra resguardar la cabeza y el a ju a r del m u erto en terrad o allí, q uedando el
re sto del cuerpo en descubierto. N inguno de tales sem icírculos de piedra, con sus
se p u ltu ra s dolm énicas se halla den tro de los lím ites del an tig u o conchai y sólo en
las extensiones laterales del yacim iento que lo cubría.
S i es cierto que los semicírculos de piedras p ara d a s parecen señalar las tu m b as
d e jefes, sacerdotes u otras personajes de im portancia, n o podem os explicar el p a­
p el q ue d esem peñaban los alineam ientos de piedras, a n o ser que ten ían algún
p ro p ó sito ritualístico.
E n algunos otro s yacim ientos de la época tam b ié n se hallaron piedras paradas,
p ero n o tenem os detalles exactos sobre su colocación y dem ás porm enores, así es
q u e n o podem os tom arlas en cuenta.
L a constitución del yacim iento del M o rro C olorado es de interés. Superficial­
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m ente estaba cubierto de u n a cap a de tie rra y arena de 15 a 20 cm. de espesor.


D ebajo de ésta, pero rep artid a irregularm ente y en p arte revuelta con cenizas y
restos de carbón, se halló u n a cap a de hojas de diferentes p la n ta s de la localidad,
que en m uchas partes alcanzaba u n espesor de m ás de 50 cm. E n ciertas p arte s de
dicha acum ulación de hojas, se encontraban delgadas capas de conchas de cara­
coles (Tronchus A ter). Los m ás hermosos artefactos de la c u ltu ra neolítica se h a ­
llaron en esta capa de hojas, aunque m uchas piezas se encontraron debajo de ella.
P or lo general desaparecieron sus vestigios al p asar de u n m etro de profundidad.
Las capas de hojas se encuentran a diferentes profundidades en el conchai,
h asta las capas ínfimas de el. Son destrozadas pero casi íntegras hacia la superficie,
m ás y m ás molidas a m edida que se acercaba al fondo. C ualquiera que fuera la
cultura representada, la m ayor p arte de los artefactos se hallab an en estas capas
de hojas. Las capas no eran continuas, sino que aparecían como m anchas aisladas.
Las hojas no eran todas de la mism a especie vegetal, aunque las de u n a sola m ancha
lo eran generalmente. E n tre las especies que se pueden distinguir, ocupa el prim er
lugar el coliguay. (Caliguaya odifera). O tras hojas eran de tab aco cim arrón (So-
lanum Sp.) y del chagual (P uya chilensis).
N o sabem os por qué se encuentran ta n ta s acum ulaciones de hojas en el con­
chai, a no ser que los pobladores las u saban p ara form ar sus lechos, como suponía
Capdeville.
P or varias razones puede creerse que el clim a de T a lta l era m ás lluvioso en
tiem pos pasados. H oy es todo un desierto, pero es evidente que antes, la v egeta­
ción, ahora m uy escasa, era m ás exhuberante. E n las secas quebradas hallam os
gran núm ero de piedras rodadas y las rocas en las orillas de los cauces están des­
gastadas y redondeadas por las aguas, h a sta 1.50 m t. de altu ra sobre el lecho. E n
algunos puntos ¿e encuentran enterrados o sem i-enterrados troncos de algarrobos
vetustos. Capdeville com entando ésto, dice: «En la propia C aleta del H ueso P a ­
rado se ve, en hoyos sem i-enterrados, varios troncos de algarrobos, gruesos y vie­
jísimos, que aun o sten tan débil ram aje verde. E stas son señales de o tro clim a y
de un a vegetación poderosa en épocas pasadas».
Además encontram os en la vecindad, los cem enterios de pueblos de agricul­
tores. E n tre los restos de la cu ltu ra chincha-atacam eña se hallaron h erram ientas
agrícolas y mazorcas de maíz, lo que dem uestra que aquel pueblo cu ltiv a b a el suelo
y esto sería del todo imposible en la actualidad.
A hora que hemos detallado las condiciones generales de los yacim ientos, la
sucesión de culturas y los datos m ás esenciales de la localidad, entrarem os a des­
cribir el m aterial correspondiente a la Civilización N eolítica, llam ada D olm énica
por Capdeville,. E sta cu ltu ra como y a hemos dicho, pertenece a la E d a d de P ie­
d ra y a la época neolítica. El pueblo que la p racticab a no tenía conocim iento de la
agricultura, de la alfarería o del uso de los metales. T odo el a ju a r que h a resistido
los estragos del tiem po es de piedra, de hueso o de concha. E s posible que se h ay a
utilizado la m adera, pero en tal caso sus vestigios h an desaparecido sin d eja r huella.
E sta gente vivía principalm ente de la pesca y de la recolección de mariscos.
T am bién cazaban los lobos m arinos, el huanaco y diversas especies de aves, cuyos
huesos se encuentran revueltos con los dem ás desperdicios. N o sabem os cóm o se
vestían, pero probablem ente fabricaban prendas de las pieles de los anim ales y de
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la s aves q ue cazaban. Sus habitaciones, con seguridad de las m ás prim itivas, las
c o n stru ía n encim a d e los cónchales y en sus inm ediaciones y los desperdicios de sus
com idas y de sus industrias, los d esp a rra m ab a n en los contornos de sus hogares,
h a s ta form ar cap as de b a sta n te espesor.

O BJETOS DE PIED R A

E l m aterial p a ra sus arm as y utensilios de p ied ra lo tra ía n desde lejos, y a que


las especies m inerales qu e u tilizab an no se en c u en tran en la vecindad inm ediata.
S us talleres, sin em bargo, los estab lecían en el lugar de habitació n , com o se com ­
p ru e b a p o r la g ra n c a n tid a d de desechos y ejem plares quebrados o a m edio hacer,
q u e se en c u e n tra n en los yacim ientos mism os. M u ch as de las astillas sacadas d u ­
ra n te la elabo ración de las piezas fundam entales, pudieron ser utilizadas com o u te n ­
silios secundarios— cuchillos, raspadoies, punzones, etc., con ligeios retoques.
S u principal in d u stria parece haber sido la producción de p u n ta s p a ra sus
arm as— lanzas, dardos, flechas, y harpones. D e tod as estas h ay u n a gran variedad
y son m u y num erosas. E l m aterial usado era el sílice y el cuarzo de diferentes cla­
ses y colores. A lgunos de los m ás herm osos ejem plares de p u n ta s de flecha son de
c ristal d e roca, agata, jasp e, calcedonia, com eliano, etc., pero m uchos otros son
d e sílice am orfo, blanquecino o am arillento, a veces con m anchas de óxidos férricos.
L as p u n ta s de lanza, de dardos y de harpones eran fabricadas casi exclusivam ente
de e sta ú ltim a clase de m aterial.
L a elaboración de to d as dichas p u n ta s era m u y esm erada, p o r lo general,
sus form as eran sim étricas, aunque, ocasionalm ente, se hallan tipos ligeram ente
asim étricos, debido ta l vez a algún pequeño defecto en la h o ja que servía p a ra su
producción.
T odas las p u n ta s está n en teram en te lab rad as por am bas caras y finam ente re­
to cad as en sus bordes p a ra p roducir u n filo c o rta n te en to d o su contorno. E ste
retoque es especialm ente n o tab le en las p u n ta s de lanza. L as p u n ta s de dardo
son m ás pequeñas, sobre to d o m ás angostas, m ás lanceoladas y m ás p u ntiagudas
q ue las de lanza. P o r o tra p a rte son m ás gruesas en proporción y m enos afiladas en
sus bordes. L as p u n ta s de flecha son de ta n diversos tipos que no se pueden in­
cluir en u n a descripción general y las dejarem os p a ra m ás adelante. L as p u n tas
de h arp ó n d em uestran u n tra b a jo m enos fino que las otras. G eneralm ente son
c ortas, anchas de base y de form a trian g u lar, aun q u e h ay excepciones. N o son ta n
reto cad as y p re sen tan un aspecto m ás bien tosco si se las com para con las o tras
clases de p u n tas.
A continuación harem os u n a descripción m ás en detalle de cad a uno de los
grupos.
PUNTAS D E LANZA

D e las p u n ta s de lanza se puede distinguir las siguientes form as:

1. L anceolada con base recta


2. L anceolada con base o valada
3. L anceolada con base ojival
4. L anceolada con base cóncava
i
- 18 —

5. Lanceolada en ambos extremos


6. Lanceolada con pedúnculo.
7. O valada (hoja de laurel) con u n extrem o en p u n ta.
8. O valada con base cóncava
9. O valada con pedúnculo
10. Ojival alargada con base recta
11. Ojival con base ov alad a
12. Ojival en am bos extremos
13. A largada con bordes rectos adelgazándose en la p u n ta , y con pe­
dúnculo
14. Asim étrica, con u n borde m ás recto que el o tio .

Llam amos lanceolados los tipos que term in an en p u n ta aguda con sus bor­
des en su tercio superior menos curvos que en los otros tipos. E stos son quizá
los m ás numerosos.
Las lanzas ovaladas tienen la forma general de óvalo u h oja de laurel, con la
p u n ta un poco estirada en ojiva. E n proporción a su longitud son m ás anchas que
las otras puntas.
D enom inam os ojivales aquellas p u n tas que tienen uno o am bos extrem os en
forma de ojiva. Son parecidas a las lanceoladas, pero m ás anchas y con los bordes
m ás curvos.
Las p u n tas de lanza varían m ucho en tam año. Las h ay desde 100 m m . h a sta
260 mm. de longitud y de 35 h asta 80 m ilím etros de anchura. Su espesor fluctúa
entre 4 y 6 mm. sobre la línea m ediana, adelgazándose hacia los bordes. L a p u n ta
más grande que se ha encontrado en los yacim ientos de esta cu ltu ra, fué hallada
por Capdeville en P u n ta G rande, a unos 30 kilóm etros al n o rte de T alta l. M ide
260 m ilím etros de largo, 85 mm. de ancho en su m ayor diám etro y tiene u n espesor
m ediano de 6 mm. E s un poco asim étrica, com o puede verse en la Lám . I. Sola­
m ente conocemos u na p u n ta de lanza de silex m ás larga que ésta. F u é en co n trad a
en uno de los túm ulos de tierra, de época posterior y tiene u n a longitud de 285
mm. Como no se ha encontrado n in g ú n ejem plar en astad o n o sabem os a p u n to
fijo de qué m anera aju stab an la p u n ta al asta, aun q u e creem os que pueden
haber empleado una m àstica y am arras de tendones com o en épocas posteriores.

PUNTAS DE DARDO

Son parecidas en sus formas a las p u n ta s de lanza, pero de m ás pequeñas di­


mensiones. Se fabricaban de los mismos m ateriales y la técnica em pleada era idén­
tica. Los tipos eran m enos num erosos e incluían los siguientes :

1. Lanceoladas con base recta


2. Lanceoladas con base cóncava
3. Lanceoladas en am bos extrem os
4. Lanceoladas con pedúnculo
5. Ojivales con base ovalada
6. Ojival doble
7. Ojivales con pedúnculo.
— 19 -

Proporcionalm ente son más angostas que las puntas de lanza y más puntia­
gudas. N o obstante, algunos ejemplares salen de estas normas y tienen mayor
anchura, especialmente algunas de las ojivales de las cuales una que otra es casi
ovalada. Varias de ellas tienen un espesor mayor que las puntas de lanza y llegan
hasta 8 mm. aunque ésto no es lo corriente. Su largo fluctúa entre 75 mm. y 125
mm., siendo las más cortas y más anchas las ojivales. Lám. II.
N o sabemos con certitud si el pueblo que las fabricó haya conocido el uso de
la estólica, aunque es de suponerlo. D e todos modos, siendo de m adera dichos apa­
ratos, no es de extrañarse que no hayan dejado vestigios. Hemos encontrado dos
pequeños ganchos de piedra que parecen haber sido de estólico, pero no lo po­
demos asegurar.

PUNTAS DE FLECHA

Son numerosísimas las puntas de flechas halladas en todos los yacimientos de


la época y m uy diversas sus formas como igualmente las clases de material usado
en su fabricación. Sus principales formas se pueden clasificar como sigue:

1. P u n ta alargada, de base recta


2. P u n ta alargada, de base cóncava
3. P u n ta alargada de base redonda, forma tosca
4. P u n ta alargada con pedúnculo
5. P u n ta alargada con pedúnculo y barbas
6. P u n ta alargada, de base recta y bordes dentados
7. P u n ta alargada asimétrica
8. P u n ta ojival de base redonda.
9. P u n ta ojival de base recta
10. P u n ta ojival con pedúnculo.

C ada una de estas formas tienen sus variantes. Como las puntas de lanza
y las de dardo, éstas están enteram ente labradas en ambas caras. En general,
son más gruesas proporcionalmente que las descritas, especialmente en su m itad
inferior, adelgazándose en sus dos extremos. Sus proporciones son muy variables,
las hay pequeñitas, como tam bién hay otras que por su porte se asemejan a las
puntas de dardo. Fluctuan entre 25 y 85 mm. de largo y por regla general son
bastante puntiagudas. Láminas I l l a VI.

PUNTAS DE HARPÓN

E sta últim a clase de p u n ta es mucho más tosca y sencilla que las otras. Son
casi siempre de un sílice blanco, compacto y amorfo. Son de forma triangular, de
base recta o ligeramente redondeada y más anchas en su base que las puntas de
flecha. Son generalmente cortas, raras veces pasando de cuatro centímetros de
longitud. Son relativam ente poco numerosas, por cuanto la mayor parte de las
cabezas de harpón son de hueso. A veces son labradas con una técnica anterior, a
golpe seco, sin retocar, pero las hay labradas en ambas caras y retocadas en los
bordes.
1
— 20 —

P u n tas iguales, algunas de ellas con su a sta original, se h a n enco n trad o en


otras partes de la costa, especialm ente en la Lisera (inm ediaciones de A rica). E n
el M useo N acional de Chile, existe u n porta-harpón, tejido de fibras vegetales, que
contiene ocho cabezas de harpón, cada u n a con su asta de m ad era y p u n ta de silex
del todo parecida a las de T altal. E n el extrem o del a sta se hacía u n a m ueca p a ra
recibir la p u n ta de piedra, la cual se fijaba con u n a m astica o resina. E n otros casos,
cuando las pu n tas tenían pedúnculo, se ab ría u n a perforación en el extrem o del
asta, en la cual se introducía el pedúnculo de la p u n ta, fijandola despues con m as­
tica. E s probable que las diversas p u n tas halladas en T a lta l se fijaran en sus astas
de u na de estas dos m aneras.

PESAS PARA LIENZAS DE PESCAR

O tra clase de artefacto de piedra, b a sta n te ab u n d a n te en todos los yacim ientos,


no solam ente de esta época, sino en todas las posteriores, incluso en los de la cul­
tu ra chincha-atacam eña y que parece h aber sido com ún en to d a la co sta del n o rte,
es la que constituye las pesas p ara las lienzas de pescar. C apdeville no se dió cuen­
ta del verdadero significado de estos instrum entos y suponía que fuesen p a rtes de
anzuelos, idea com pletam ente errada, como verem os m ás adelante.
Casi la totalidad de estos ap arato s h an sido elaborados de u n a p iedra pizarro­
sa, casi negra. Su forma es la de un cigarro puro, con p u n ta s redondeadas en am bos
extremos. Cerca de las p u n ta s tienen u n a ra n u ra circunferencial que servía p a ra
fijar la lienza. N o puede haber d u d a respecto de su destino, porque seguían iguales,
a través de todas las culturas posteriores y en el M useo N acional de Chile, existen
varias, fijadas en sus lienzas originales y aun con el anzuelo correspondiente.
Las pesas varían b astan te en cu an to a sus dimensiones, las h a y chicas y g ran ­
des, pero todas de la m ism a forma, com o se puede ver en las fotografías, d onde las
hay desde 45 mm. de longitud, h asta 193 mm . Son m ás gruesas en el c en tio y se
adelgazan hacia los extremos. G eneralm ente tienen u n a ra n u ra en cad a p u n ta ,
pero las hay con dos y aun con tres en uno o en am bos extrem os. N o se h a usado
o tra clase de piedra que la m encionada, en su fabricación, aun q u e de vez en cuando,
se halla alguna de concha y aun de hueso petrificado. (L ám inas V II, V III y IX )
N o estam os seguros respecto de la clase de lienzas que u sab a el pueblo de esta
cultura, porque no han quedado restos de ellas, pero es posible que se h a y a n fa­
bricado de fibras vegetales, como las m uy num erosas que d ejaro n las cu ltu ras pos­
teriores, algunas de ellas h asta quince m etros de largo y m u y bien torcidas.

ANZUELOS DE PIEDRA

M u y ocasionalm ente se en cuentran en los yacim ientos de e sta época, anzuelos


de piedra, aunque la m ayor p a rte de tales instrum entos son de concha y m ás ra ra ­
m ente de hueso.
Los anzuelos de piedra son toscos en c u an to a su form a y hechura, pero de
superficies lisas y pulidas. L a p a rte que se su je ta a la lienza es rec ta y sem icircular
aquella que forma la p unta. L a p a rte cu rv a es m uy gruesa y an ch a p a ra d a r fir-
— 21 -

m eza y las p u n ta s b a sta n te rom as. Al parecer no habían de ser m uy apropiados


p a ra la pesca, porque no había seguridad que la presa n o se zafara del anzuelo,
pues éste no tiene b arba.

PESA S PARA REDES

O tra clase de o b jeto b a sta n te a b u n d a n te en los yacim ientos, acusa la costum bre
de alisar y aun de pulir la p iedra en determ inadas ocasiones. Parecen ser pesas
p a ra redes, aunque no podem os ten er seguridad al respecto. Son piedras alargadas,
planas, con am bas caras perfectam ente alisadas aunque no pulidas. La anchura
de estas piedras es m ás o m enos la c u a rta p arte de su longitud y su espesor la
m itad de su anchura, G eneralm ente son u n poco m ás angostas en un extrem o que
en el otro. C erca de la p u n ta m ás angosta casi siem pre se encuentra una perfora­
ción bicónica, d estin ad a p a ra suspenderlas. G eneralm ente este extrem o está re­
dondeado aunq ue el o tro suele ser recto. Son de arenisca com pacta, de grano fino
y son ligeram ente ásperas al tacto.
A lgunas piedras de la m ism a forma, pero sin perforación llevan estriaciones en
un a o en am bas caras y con to d a p robabilidad han servido p ara alisar y pulir las
p u n ta s de hueso.

PIEDRAS PULIDORAS

D e vez en cuando se hallaron en los yacim ientos pequeñas piedras redondea­


das, lisas y pulidas, com o gastad as p or las aguas. E ra n siempre de color obscuro,
casi negro, y algunas d em o strab an señales de uso. E ra n del to d o parecidas a las
q ue se usaron m ás ta rd e com o pulidoras de la alfarería. E s posible que hayan ser­
vido p a ra p u lir los num erosos artefactos de hueso.

DISCOS D E PIEDRA PARA COLLARES

E n diversos yacim ientos se hallaron collares construidos de pequeños discos


de piedra, perforados en su centro, p a ra poderlos enhebrar. Como es n atu ral, los
hilos en qu e e stab an ensartados, h ab ían desaparecido, pero recogiendo con cuida­
do los disquitos que q uedab an en el espacio reducido ocupado por el collar, se ha
podido reconstruir los collares. Algunos eran b a sta n te largos, como él que figura
en la L ám . V III, que m ide m ás de dos m etros de largo y en el cual e n tran cente­
n ares de disquitos. Se halló en la C aleta B andurrias, al n o rte de T altal, a u n a pro­
fu ndidad de 90 centím etros.
Los collares v arían m ucho en el tam añ o de los discos. Algunos de éstos tienen
u n diám etro pequeño, n o pasan d o de 3 mm. m ientras otros alcanzan h asta 10 y 12
mm . S u espesor varia en tre 6 mm. y 2 mm. G eneralm ente los discos emplea­
dos en u n collar tienen las m ism as dimensiones, p eto en algunos van aum entando
en tam añ o hacia el centro. Las piedras m ás usadas p ara hacer los discos eran la
calcita, la sodalita y los silicatos de cobre.
- 22 —

TUBITOS DE PIEDRA PARA COLLARES

N o todos los collares se foim aban de disquitos. M uchas veces se hacían de


pequeños tubos de piedra, de diferentes dimensiones, perforados longitudinal­
mente. Los tubitos se hacían de azurita, m alaq u ita o de cualquier silicato de cobre,
raras veces de o tra clase de piedra. E n la Lám . IV. presentam os u n bon ito ejem plar
de este tipo de collar, en el cual se n o ta u n a diferencia en el largo y en el diám etro
de los tubitos. E n este caso los cortes son rectos, pero, p asa a m enudo, que los b or­
des de los extremos sean redondeados. M uchos de los collares llevan pendientes
colgados en el centro. Con frecuencia éstos son am uletos, a veces piedras grabadas,
como en el ejem plar que presentam os, o bien la figura de algún anim al o pez como
el figurado en la Lám. III. E n la m ism a lám ina se ve u n herm oso collar de o tro ti­
po m ás artístico, m ás labrado y de u n estilo com binado de tu b ito s y de discos, los
últim os con los bordes redondeados y los tu b ito s en vez de ser cilindricos com o es
lo corriente, son m ás anchos en u n extrem o que en el otro. Los bordes de am bos
extremos de los tub itos son tam bién bien redondeados, en especial en el extrem o
más ancho. Los tubitos están separados unos de otros p o r discos y u n a hilera de
discos cierra el collar por la p arte de atrás. El collar lleva en el cen tro u n a pen d ien te
form ada de u na piedrecita de forma poligonal. E ste herm oso collar es de u n a pied ra
verde claro, casi blanco. N o hemos visto otro parecido. Se encontró en los L inde­
ros Bajos, cerca del M uelle de Piedra, a u n a profundidad de 80 cm. y el an terio r en
P u n ta M orada, a m ás o m enos la m ism a hondura.
Sin ser m uy num erosos estos collares, son b asta n te corrientes y en las colec­
ciones del M useo N acional existen u n a docena o m ás hallados en los yacim ientos de
esta época.

PLATOS D E PIEDRA

E n el yacim iento de la C aleta B andurrias, a u n a h o n d u ra de 90 cm. se encon­


traro n dos platillos de piedra, bien labrados y pulim entados, pero diferentes u n o de
otro. U no de ellos tiene la form a irregularm ente circular y de corte cóncavo. Su
diám etro es aproxim adam ente de 150 m m . tien e u n espesor de m ás o m enos 10 m m .
L a concavidad tiene 12 mm. de profundidad. E s hecho de u n a p ied ra d iorítica
obscura, casi negra y tiene dem ostraciones de uso prolongado.
El o tro plato es rectangular, con las esquinas ligeram ente redondeadas.L os
costados largos son casi rectos, como lo es tam b ién uno de los extrem os, m ien tras
que el otro es algo curvo. D el extrem o recto sale u n a especie de m ango plano, en
forma de cono truncado de 25 mm . de largo. T odo el contorno tiene u n borde le­
v antado de 7 mm. de ancho que sobresale del fondo del p lato en 5 m m . E n el fondo,
el plato tiene un espesor de 6 mm. que au m en ta a 11 mm . en el borde. E l largo
to tal del plato incluso la m anilla es de 133 m m . y u n ancho exterior de 75 m m . E l
rectángulo ahuecado m ide 98 mm. por 60 mm.
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TAZAS D E PIEDRA

J u n ta s con los p lato s de piedra, se hallaron en el yacim iento de C aleta B an d u ­


rrias, dos taza s del m ism o m aterial. A m bas era n de h echura tosca y de forma irre­
gular. P arecían trozos de p ied ra algo gastados p or las aguas, que se h ab ían ahue­
cado, sin preocuparse de darlos u n a fo im a m ás conveniente, o de alisarlos p a ra
q u itarles las irregularidades y asperezas. L a p rim era y m ás grande tiene el aspecto
de cono tru n c a d o algo trian g u lar. D os de sus p aredes son ap lan ad as y la tercera
redondeada, casi sem icircular. L as esquinas h a n perdido sus aristas p o r e desgas­
te de la piedra a n tes de ser u tilizada. L a base, m ucho m ás an g o sta que la boca, es
algo aplan ad a, lo que perm ite p a ra r el vaso. L a cav id ad cónica tiene u n a circun­
ferencia casi circular y p o r consiguiente el grosor de las paredes es desigual siendo
éstas m ás gruesas en las esquinas y m ás delgadas en el centro de las superficies
p lan as exteriores. L a a ltu ra tam poco es p a re ja .P a ra d a sobre su base,la ta z a es m ás
a lta por el lado curvo y m ás b a ja en u n o de los costados aplanados. Las dimensiones
son las siguientes: D iám etro exterior en la boca, 120 mm . (m áxim o); diám etro in­
terio r sobre la m ism a línea 90 m m .; d iám etro de la base 75 m m .; a ltu ra m áxim a
150 m m .; a ltu ra m ín im a 96 m m .; pro fu n d id ad interior, to m ad a en el centro de la
línea m ediana 98 m m .; espesor m áxim o de las paredes 24 m m .; espesor m ínim o de
las m ism as 16 m m .
L a segunda ta z a es m ás chica y parece haberse labrado de la m itad de u n a
p ied ra rodada, b a s ta n te p u lid a p or las aguas y casi circular. L a base es tam b ién
re d o n d a lo que im pide qu e se la p u ed a p arar. H a sido ahuecado con m ás cuidado
q u e el ejem p lar a n te rio r y com o es de u n a p ied ra porfírica de grano fino, las super­
ficies in terio r y exterior son m ás suaves y m ás pulid as q u e en la o tra, elaborada de
p ied ra de grano grueso. E s ta ta z a tiene u n diám etro exterior de 104 m m ., uno in­
te rio r d e 82 m m . u n a a ltu ra de 126 m m . y u n a p rofundidad interior de 101 mm.
E l grueso de las p aredes es aproxim adam ente de 10 mm.

PIED R A EN FORMA D E CORAZÓN

U n a curiosa e in teresa n te p iedra, h allad a en el m ism o yacim iento de C aleta


B an d u rrias, tiene la form a de corazón. E s u n a p ied ra a p lan a d a que probablem ente
te n ía u n a form a ru d am en te trian g u lar, pero que h a sido la b ra d a y p ulida p a ra
d arle la sim ilitud de u n corazón, L a p ied ra m ism a es de interés, p or e sta r lam inada
h o rizo n talm en te de v e titas de ja sp e ónix y corneliano en u n a m atriz rojo sangre.
E n u n extrem o term in a en p u n ta rom a; en el otro, la p a rte m as ancha lleva en el
cen tro u n a esco tad u ra q ue la divide en dos sem icírculos bien labrados y pulidos.
U n lado es convexo y el o tro tiene u n a concavidad hacia la p u n ta. T odos los bordes
e stá n redondeados y altam e n te pulidos. E l co n ju n to tiene la form a exacta de los
corazones estilizados del a rte m oderno.

M ORTERO D E PIED RA CON SU MANO

O tro de los o bjetos hallados en el m ism o yacim iento era u n pequeño m ortero
de p ied ra sienítica, acom pañado de u n a m ano p a ra moler. E l m ortero h a sido fa­
b ricad o de un rodado, ahuecado cuidadosam ente y dem uestra señales de haber
— 24 —

tenido b a stan te uso. Tiene u n diám etro m áxim o de 125 mm . y u n a a ltu ra de 84


mm. L a cavidad mide 90 m m . de u n a orilla a o fra y tiene u n a pro fu n d idad de
60 mm.
L a m ano, de u na forma especial, que parece ser n a tu ra l y n o p rod ucid a a rti­
ficialmente es de un silicato duro con v etitas horizontales de ágata. Su a ltu ra es
m ás o menos 70 mm. y el diám etro de la p a rte m ás ancha, de 60 m m . E l o tro ex­
trem o es m ás delgado y mide solam ente 34 mm.

PIEDRAS PARA BOLEADORAS

E n tre otras cosas encontradas en el yacim iento de la C aleta B an d u rrias, h ay


u na bolas de piedra, casi esféricas, con u n a débil ra n u ra circunferencial, com o las
usadas para las boleadoras m odernas. E s solam ente u n a congetura que se h ay an
usado con este propósito, porque tam bién pueden haberse em pleado com o arm a
contundente sujeta al extrem o de u n cordel (slung-shot) o bien com o pesas p ara
redes, como hemos visto en tre los pescadores actuales de la costa.
D os de las bolitas son de cu arcita y tienen u n diám etro de m ás o m enos 50 mm .
O tra m uy interesante, es de carburo de hierro y sum am ente pesada. E s n eg ra con
p u n titas brillantes donde la luz da sobre las facetas de los cristales. N o es com ple­
tam ente esférica, sino un poco alargada y m ás bien elíptica. L a ra n u ra que la cir­
cunda es m uy poco pronunciada, pero perfectam ente visible.

PIEDRAS DE USO DESCONOCIDO

E n la m ism a lám ina se ven dos piedras alargadas de ex trañ a forma, que C ap-
deville creyó ser puñales, porque term in an en p u n ta m ás o m enos afilada. Son
de un a especie d u ra de pizarra de color azulado. Sospecham os que n o h a n sido la­
b radas y que son naturales, gastadas quizá p or las aguas. P ueden haber servido
p ara algún objeto, aunque no sabem os cual. Quizá h ayan servido de arm as, com o
opinó Capdeville, o bien p a ra desprender los moluscos de las rocas. L a m ás larga
m ide 270 mm. y la o tra 243 mm.

ESPÁTULA D E PIEDRA

O tro interesante objeto de piedra tiene la form a de u n a espátula. F u é hallado


en la Q uebrada del Bronce, al su r de T altal, en u n yacim iento neolítico. T iene
un largo de 105 m m . y es relativam ente delgado. L a m ita d inferior es m ás a n g o sta
que la o tra parte, 9 y 18 mm. respectivam ente. L a p u n ta an ch a es m ás adelgazada
sin llegar a form ar filo. N o sabem os p a ra qué puede h aber servido y es la única
de su clase que se ha encontrado. Lám . X.

OTROS OBJETOS D E PIEDRA

Además de los objetos que hemos descrito, se hallan en todos los yacim ientos
u na serie de herram ientas prim itivas que h a n sido retocadas m uy poco. Incluyen
raspadores, cuchillos, alizadores y punzones. N o son tipos d eterm inados y es raro
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e n c o n tra r dos parecidas. P arecen m ás bien haberse fabricado de astillas sacadas


a golpe seco de piedras m ás grandes, con u n a técnica sem ejante a la de la época
paleolítica y sin preocuparse en producir u n a pieza de forma especial. Se nos ocu­
rre q u e al sacar la astilla, se d estin a b a al uso m ás ap ro p iad o a su form a y tam año,
h aciéndolas pequeños reto q u es a percusión p a ra que fuesen m ás utilizables. Así,
las astillas m ás gruesas q u e tu v ie ra n u n b o rd e c o rta n te , las u tilizab an como ras­
padores, las m ás delgadas y afiladas, com o cuchillos y las q u e ten ían u n a p u n ta
alargada, p a ra punzones, etc. L a g ran c a n tid a d de desechos que se h allan en los
yacim ientos d em u estra n que sólo u n a p eq u eñ a p a rte de las astillas sacadas servían
p a ra fines u tilitario s. E ste hecho se n o ta en los talleres de to d as las épocas. P ara
c ad a arm a o h erram ien ta perfecta, se hallan centenares de desechos y piezas m a­
logradas.

OBJETOS DE HUESO

D espués de los objeto s de piedra, los artefactos m ás a b u n d an tes de esta cul­


tu ra , son los de hueso. E n tre ellos se pueden enum erar las pun tas, grandes y chicas,
las b arb as p a ra harpones, p u n ta s de harpón, anzuelos, collares y canutos o tubos
u sados com o estuches.
Los huesos m ás em pleados en la fabricación de estos objetos parecen haber
sido las costillas de ballenas y especialm ente las de los lobos m arinos, cazados por
los indios en g ran núm ero, com o co n sta p o r la can tid ad de huesos de estos ani­
m ales encontrados en los yacim ientos, e n tre los desperdicios de sus cocinas.

PU NTAS GRANDES

Se h a n enco n trad o u n a serie de huesos de canillas de anim ales— lobos m arinos


y huanacos— de los cuales se h an sacado en uno de sus extrem os, astillas en cha­
flán, h a s ta d ejar u n a p u n ta' larga y afilada que después h a sido redondeada y ali­
sa d a en sus bordes. E n algunos de estos ap arato s queda el nudillo del hueso en el
o tro extrem o, com o p a ra d a r firm eza a la m ano al usarlo. Son de diferentes tam años
desde 15 h a sta 30 cm. de largo y de u n grosor proporcional. P ueden h aber seivido
d e alesnas o buriles p a ra p erfo rar y las m ás grandes h ab rían sido em pleadas
com o dagas.

PUNTAS PULIDAS

L lam am os p o r este n om bre a aquellos ap arato s de hueso de forma cilindrica


que term in an en u n a o dos p u n ta s m ás o m enos afiladas. Son delgados, m ás grue­
sos en su p a rte céntrica, adelgazándose en los extrem os p ara form ar las p u n tas y
generalm ente bien pulidos. P a ra pulirlos y p ara form ar las p u n tas deben haberse
usad o las piedras alisadoras de que hem os hablado, m uchas de las cuales tienen las
estriaciones y ran u ras que señalan su uso. D ichas piedras son ligeram ente ásperas
al ta c to y m u y apropiadas p a ra el objeto. V arían en sus dimensiones y entre los
que presentam os en las lám inas, los h ay desde 25 mm. h a sta 150 mm. de largo con
u n espesor proporcional. Lám s. V I, X I, X III.
26 -

M uchas de estas pu n tas se han usado como cabezas de harpón o de fisga, a


las cuales se fijaban barbas del mismo m aterial y de diferentes formas, las que des­
cribiremos m ás adelante.
O tias pueden haber servido de punzones o buriles y las m as pequeñas, según
hemos podido com probar en las culturas posteriores, como p u n tas de flecha, p a­
ra cazar aves.
O tra clase de punzón que se encuentra de vez en cuando, de los cuales presen­
tam os tres ejem plares en las Láms. X IV , X V y X V I, d em uestran m ayor trab ajo .
V arían entre 70 mm. y 90 mm. de largo y son planos en u n extrem o y con p u n ta
en el otro. L a m itad destinada a la p u n ta tiene u n corte cilindrico, pero hacia el
o tro extrem o lleva un corte achaflanado que va ensanchándose h a sta su term ino
que es u n poco redondeado en sus bordes. D ichos punzones son algo parecidos a los
usados hoy por los sastres p a ra aderezar los ojales en las prendas de v estir y eran
usados probablem ente para hacer ojetes en las pieles.

BARBAS PARA HARPONES

Los objetos de hueso m ás abun d an tes son las b arb as que se fijab an en las p u n ­
tas cilindricas que acabam os de describir, p a ra form ar las cabezas de los harpones.
Si no fuera que, en varias ocasiones hemos encontrado dichas cabezas com pletas,
nos habría sido difícil adivinar su destino. Son casi siem pre curvas, con p u n ta
afilada en un extrem o y u n corte especial en el otro, p a ra aju starlas al cuerpo
cilindrico.
El tipo m ás sencillo tiene u n a forma recta y cilindrica. U n extrem o term in a
en p u n ta m ás o m enos afilada, y el o tro cortado en chaflán. E ste últim o se aju sta
al asta, al cual se su jeta por u n a hebra de nervio. E sto hace que la p u n ta se separa
del asta en ángulo m ás o menos agudo. (Véase Láms. II, II I y X III).
A veces, la b arb a no es recta sino arqueada en la m itad que se a ju s ta al a sta
y entonces el ángulo form ado p or las dos piezas es m ás abierto. O tro tip o es aquel
que llevando la forma general de los descritos, difiere de ellos en que lleva en la
p arte achaflanada, un a espiga saliente rectangular, generalm ente de pequeñas
dimensiones, destinada a en tra r en u n hueco correspondiente en el asta. Al su je ta r­
se con el nervio, queda casi inam ovible y p resta m ucha m ayor firmeza.
N inguno de estos cuatro tipos lleva b a rb a auxiliar en la p u n ta, com o los que
pasarem os a describir. E stos, sean del tipo recto o curvo, tienen en el lado exterior
de la p u n ta y cerca de la p arte que se am arra al asta, u n saliente m ás ancho, en
cuya base se ha hecho u n a escotadura, convirtiéndolo en u n a b a rb a adicional.
Las p u n tas con barbas se encuentran de las cu a tro form as anteriores, de m an era
que podemos hablar de ocho tipos, ejem plares de todos los cuales se pued en v er
en las diversas láminas.
Las barbas de harpones v arían de dim ensiones según el ta m a ñ o del mism o
aparato. Las hay pequeñas, com o p ara pescar, pero las m ás g randes pueden h aber
servido como fisgas p ara la caza de lobos m arinos u otros anim ales, com o tam b ién
p ara peces m ás grandes, com o las toninas, albacoras o tiburones, b a sta n te a b u n ­
d antes en esta costa y cuyos restos se hallan en tre los desperdicios d e cocina.
— 27 -

E n la lám ina X IV se ve o tra p u n ta de hueso, b arb ad a, cuyo empleo no po­


dem os explicar con seguridad. E s m ás larga que las anteriores, recta en sus líneas
generales, con tres barb as en u n extrem o, to d as por el m ism o lado, y dos en el otro
extrem o, p o r el lado contrario. D ifícilm ente puede h ab er servido de b a rb a p ara
h arpón, porque al fijarse a u n asta, algunas de las b arb as quedarían en sentido
inverso.
E n C aldera, se hallaron, años a trá s, tres p u n ta s de h arpón o de fisga, del tipo
ta n com ún e n tre los yaganes de T ierra del Fuego. D os de ellas tienen u n a serie
d e b arb as p o r u n solo lado y la o tra tiene u n a b a rb a doble en la p u n ta. L a m ás lar­
ga m ide 37 cm. y las otra s dos p a san de 25 cm.
Siem pre te n ía alguna d u d a respecto de su procedencia, aunque figuraban en
u n a pequeña colección de objetos sacados de u n conchai antiquísim o de aquella
localidad. N u ev am en te se han hallado dos otros ejem plares en T altal. Fueron
hallados en la C aleta de A gua D ulce, d eb ajo de un yacim iento de la época neolí­
tica, ju n to s con un cráneo de tip o C hango. E ste hecho viene a com probar que este
tip o de p u n ta de hueso, considerado h a sta ahora, exclusivam ente fueguino, en
u n tiem po rem oto, existía en las costas del norte. P or o tra p arte, los cráneos de los
antiguos changos o pueblo pescador de e sta región, presentan m uchos caracteres
que los asem ejan a los de los yaganes.
O tro o b jeto de hueso, que sin ser num eroso, se en cu en tra a m enudo en los ya­
cim ientos de esta cu ltu ra, como igualm ente en la anterior, son unas varillas labra­
d as de costillas de ballena. E n form a general son cilindricas, pero term inan en p u n ­
ta s ob tu sas en am bos extrem os. S u longitud v aría entre 30 y 50 centím etros y su
espesor m edio de 1,5 cm. a 4 cm. N o son rectas, sino ligeram ente curvas, siguiendo
la c u rv a tu ra n a tu ra l de las costillas. N o sabem os a que uso dedicaban estas varillas.

ANZUELOS D E HUESO

A nzuelos de hueso son m uy escasos y solam ente conocemos tres, todos de la


m ism a form a. U no de estos figura en la Lám . V II. E s del estilo corriente de an ­
zuelo y com o to d o s los de esta época, no tiene b a rb a en su p u n ta. C onsta de una
p a rte recta, a la cual se fijab a la lienza y u n a p arte arqueada en semicírculo que
c o n stitu y e el verdadero anzuelo. Los otros dos ejem plares son ta n parecidos a éste,
q ue n o n ecesitan u n a descripción aparte.

COLLAR DE H U ESO

E n las colecciones del M useo n o existe m ás que u n collar de hueso, correspon­


d ien te a e sta época. M ide 2,20 m ts. de largo y está com puesto de huesitos tu b u la­
res de las canillas de aves zancudas de pequeño tam año. Los tu b ito s no son todos
del m ism o largo ni del m ism o espesor, aun q u e el aspecto es m ás o menos unifor­
me. C o n sta de 122 tubitos. F u é enco n trad o en el yacim iento de P eña Blanca, al
n o rte de T a lta l.
N o hem os ten id o noticias que se h ay a en co n trad o o tro igual y por el m om ento
c o n stitu y e u n a pieza única p a ra esta cultura.
- 28 —

TUBOS D E HUESO

Como en todas las culturas de T altal, encontram os en los yacim ientos de esta
época, tubitos formados de trozos de las tibias o los fém ures de anim ales grandes
Son cortados en ambos extremos y m iden de 8 cm. a 12 cm. de largo. E s probable,
que hayan form ado pequeños estuches p ara g u ard ar colores o p a ra otros usos, ce­
rrados en am bos extremos p or tapones de m adera, porque en las cu ltu ras posterio­
res hemos encontrado m uchos con sus tapones y algunos de ellos con las tierras de
color.
E n tre los restos encontrados en los yacim ientos de la cu ltu ra anterior, la del
pueblo neolítico incipiente, se encontraron cantidades de tierras de color, blanca,
negra, roja, am arilla y verdosa, am asadas en forma de pelotones, y au n cuan d o no
se han encontrado estas tierras en tre los restos que describim os, n o es de d u d ar
que hayan existido.

CRÁNEO D E HUANACO

E n el yacim iento descubierto p or C apdeville en la caleta n o rte de la P u n ta


G rande, a 25 kilómetros al n o rte de T altal, se encontró en m agnífico estad o de
conservación, un cráneo de auchénido, con to d a probabilidad de huanaco. H a sta la
d entadura se ha conservado intacta. Se halló ju n to a u n esqueleto hum ano en igual
buen estado, (cuyo ciáneo tam bién figura en las colecciones del museo) y rodeado
de u na serie de artefactos neolíticos, en tre los cuales figura la gran p u n ta de lanza
de 260 mm. de largo, anteriorm ente descrita. E l esqueleto del anim al no apareció
y con seguridad era solam ente la cabeza o el cráneo que se sepultó ju n to con el
cadáver del hombre.

CRÁNEOS HUMANOS

Son tres los cráneos hum anos en buen estado que se encontraron en los yaci­
m ientos de esta época, a lo menos, éstos son los únicos que fueron recogidos y con­
servados. Todos ellos existen actualm ente en las colecciones del museo.
E n la Lám. X V figura el que se halló en P u n ta G ran d e ju n to al crán eo del
huanaco. E stá en perfecto estado y tiene su d e n ta d u ra com pleta au n q u e b a sta n te
g astada por el uso, especialm ente los colmillos o caninos.
El cráneo es de hom bre jo v en ya que n o tiene m ás que cu atro m olares en cad a
lado, faltando las m uelas de juicio.
O tro cráneo de hom bre, en igual estado de conservación es el que encontró
Capdeville en u na sepultura dolm énica del yacim iento a que dió el nom bre de Ce­
m enterio del P rim er Palo de Telégrafo, al pie del conchai del M o rro Colorado.
Los dos cráneos que son indudablem ente del pueblo neolítico, son ligeram ente
braquioides y presentan contornos suaves y redondeados. Los huesos de la cara son
fuertes, la distancia bizigom ática relativ am en te grande y u n débil proñatism o. L as
m andíbulas inferiores son fuertes, de m entón prom inente y sus ram as ascendentes
anchas.
- 29 —

O tro cráneo, algo destro zad o en p arte, pero que se pudo restau rar íntegra­
m ente, parece ser m ás bien de an tig u o chango. F u é descubierto en u n yacim iento
de la C aleta de A gua D ulce, a legua y m edia del p u ertecito de Cascabeles. E s
m ucho m ás tosco y prim itiv o q u e los otros dos, de formas m ás angulosas, ligeia-
m en te escafoide y sub-dolicocéfalo con índice cefálico de 78,5. Se halló a 1.20 m t
de profundidad, deb ajo de la c a p a conteniendo artefactos neolíticos y ju n to con
dos fisgas o p u n ta s de arpón, de hueso, del tip o que siem pre se había considerado
exclusivam ente fueguino.

OBJETOS DE CONCHA

Son relativ am en te pocos los objeto s de concha encontrados en estos yaci­


m ientos. Incluyen num erosos anzuelos, algunas pesas p a ra lienzas de pescar y tres
herm osos collares.

ANZUELOS DE CONCHA

E sto s tienen la m ism a form a general que los de hueso ya descritos, pero son un
poco m ás anchos en u n sen tid o y m ás delgados en el o tro; es decir, que son más
aplanados y la p a rte sem icircular m ás cerrada. Son hechos de la p arte m ás firme
de conchas de choro (M ytilu s S p.) an acarad o s p o r u n lado y de color azulado obs­
curo por el otro. E l m ism o tip o se usó en las épocas posteriores, sin modificación,
h a sta la introducción de anzuelos de cobre o de bronce d u ran te la época chincha-
atacam eña.

PESA S PARA LIENZAS DE PESCAR

C on c ierta frecuencia se e n cu en tran pesas de concha en los yacimientos. Su


form a es igual a las de piedra, pero no asum en las grandes dimensiones de algunas
de estas últim as. E n la L ám . V se puede ver u na de ellas y o tra en la Lám . X VI.

COLLARES DE CONCHA

E n la L ám . V se p re se n ta n dos collares de este m aterial. U no de ellos, el más


chico, se com pone ínteg ram en te de pequeños discos perforados, b asta n te delgados.
E l o tro y m ás interesante, es m ás largo y de u n tipo compuesto. E n tra n en su fac­
tu r a pequeñas placas rectangulares, algunos discos, pedazos de concha de forma
irregular y, en la p a rte de atrás, pequeños tubos. Los dos collares fueron hallados
en el yacim iento de la Q uebrada del Bronce, al sur de T altal.
O tro collar, m ucho m ás largo que los anteriores, está com puesto enteram ente
de disquitos de concha. Se halló en el yacim iento de la C aleta B andurrias, al n or­
te de T a lta l, a 90 cm. de profundidad.

PLAQUITAS DE CONCHA

A dem ás de los discos em pleados p a ra la construcción de collares, se encuentran


m uchas p la q u ita s de concha, de diferentes tam añ o s y formas, aunque las m as
num erosas son circulares. M u ch as de ellas tienen u n a perforación en dos extremos
opuestos com o p a ra su jetarlas unas con otras.
OBSERVACIONES GENERALES

A ntes de los descubrim ientos de T altal, nadie se h ab ía dado cu en ta de la exis­


tencia en la costa chilena de esta cu ltu ra que se h a llam ado dolm énica, a causa de
los alineam ientos de piedras paradas, los sem icírculos de igual form a y los pequeños
dólmenes que p iotegían las cabezas de los m uertos, pero que nosotros preferim os
denom inar neolítica.
C ierto es que en 1898, en unas breves excavaciones que efectuam os en la cos­
ta de Paposo, habíam os encontrado algunas p u n ta s de lan za y de flecha, idénticas
con las halladas años después en T altal. N o podíam os relacionarlas con n in g u n a
cultui a hasta entonces conocida y suponíam os que hab ían sido fabricadas p o r los
antiguos changos.
D ichas p u n tas están ah o ra en el M useo N acional, donde se confunden en
cuanto a tipo, con las de T altal. N o cabe d u d a que pertenecen a la m ism a cu ltu ra,
cuya dispersión geográfica se extiende, p or ta n to , m ás al n o rte de la zona explora­
d a por Capdeville, como es posible que se extienda m ás al su r tam bién.
Poco sabem os de la vida del pueblo que dejó esta cultura, pero se p uede hacer
algunas breves deducciones. Como hemos dicho antes, estas trib u s deben h a b er
sido pescadores y cazadores, alim entándose de los productos de la pesca y de la
caza y adem ás de los mariscos que recogían en las playas. E s probable q u e tu v ie­
ran alguna clase de em barcación prim itiva, ta l vez la balsa de cueros de lobos m a­
rinos inflados, utilizada por los changos y o tras trib u s pescadoras de la costa,
hasta tiem pos m uy recientes. Sospecham os ésto, ta n to p or los harpones com o
por los anzuelos y pesas p a ra lienzas de pescar, que parecen ser indicios de que
iban m ar adentro p a ra pescar, y a que en las orillas de las p layas donde se e sta ­
blecían y donde rom pen las olas, h a y u n a c o n stan te resaca y n o se e n c u en tran
peces de algún tam año como los que solían pescar, a ju z g a r por el ta m a ñ o de sus
aparatos y por las espinas y restos que se hallan en tre sus desperdicios.
Que la pesca y la caza les proporcionaban u n a p a rte de su alim entación se
deduce por las gruesas capas de espinas de pescado revueltas con huesos de an im a­
les y de aves como tam bién de las conchas de m ariscos que se en cu en tran en todos
los yacimientos.
E s posible que las pieles de algunos de los anim ales q u e cazab an les servían
p ara vestirse, especialm ente de los lobos m arinos y de los huanacos. E s probable
tam bién que utilizaran las pieles de los pelícanos y de o tra s aves m arin as de gran
tam año, con el mismo propósito com o lo hacían los pescadores de m ás al n o rte en
m ás o menos la m ism a época, com o consta p or los descubrim ientos d e U hle en
A rica y Pisagua (1).
R especto de sus habitaciones, solam ente podem os form ar congeturas. Los
changos históricos que ocupaban las m ism as caletas en tiem po de la c o n q u ista y
d u ran te la colonia, construían rudos abrigos o toldos, form ados de u n arm azón
de palos o costillas de ballena, cubiertos de pieles de anim ales, p rin cip alm en te de

Ü) Fundam entos Etnicos y Arqueología de Arica y Tacna, por M ax Uhle. Quito, 1922.
- 31 —

lobos marinos. E s m ás que probable que el pueblo que nos ocupa empleaba el mis­
mo tipo de construcción.
Las industrias que presentan esta cultura son en esencia neolíticas. Su instru­
m ental y sus arm as son principalm ente de piedra, labrada y aun pulida en parte.
Los objetos de hueso son de tipos que acom pañan la cultura neolítica en todas
partes y no se encuentran vestigios de industrias comunes en épocas posteriores,
como la agricultura, la alfaiería y la metalurgia.
Los alineam ientos de piedras paradas y las formaciones dolménicas que cubrían
las cabezas de algunos de los m uertos, no se hallaban en todos los yacimientos y
parecen haberse confinado a las inmediaciones de la P u n ta del Hueso Parado.
Aunque tienen alguna lejana sem ejanza con las construcciones dolménicas de
E uropa, se alejan b astan te de ellas en otros sentidos y, a nuestro modo de ver,
no justifican el nom bre propuesto por Capdeville. Por estas razones hemos creído
conveniente hablar de la C u ltu ra N eolítica en vez de C ultura Dolménica.
A un cuando se puede asegurar que el pueblo neolítico no fabricaba alfarería,
n o hay la m ism a seguridad respecto de la cestería. Cierto es que no se han encon­
trado vestigios de sem ejante industria, pero como los artefactos de tal n atu ra­
leza no resisten a la hum edad, es m uy posible que hayan desaparecido durante
los m uchos siglos que han pasado. Las tribus pescadoras del norte, contem porá­
neas con éstas, pero que vivían en un clima más seco, dejaron una hermosa ces­
tería, la que se h a conservado intacta. El clima de T altal, hoy completamente
seco, debe haber sido antes mucho más húmedo, como se prueba por la agricul­
tu ra practicada por los pueblos que se radicaron allí con posterioridad.
Lo que no se ha establecido h asta ahora es la relación que puede haber tenido
el pueblo neolítico con el de los Vasos Negros que apareció en estos contornos, si­
glos después. ¿H abrían desaparecido completam ente los primeros o perduraron has­
ta ponerse en contacto con los nuevos llegados? Hacemos esta pregunta, porque
entre los restos dejados por los últim os, encontramos puntas de lanza y de flecha
b astan te parecidas a las neolíticas, como lo son tam bién los collares de concha y
de piedra. L a gran diferencia en las p u n tas de piedra consiste en que las del últim o
pueblo siem pre tienen la base recta o ligeramente cóncava y en ningún caso con
p u n ta o con pedúnculo. P or lo demás, la técnica es igual como lo es la clase de m ate­
rial em pleado en su fabricación y encontramos los mismos tipos que entre los
neolíticos. E sta industria, ¿la trajeron consigo o la adquirieron de sus posibles
vecinos neolíticos? Aunque esto cabe dentro de lo posible, no lo creemos, porque
en ese caso es difícil que no hubiese aparecido entre los restos neolíticos ningún
vestigio de tal contacto, como fragmentos de alfarería o algún objeto de oro.
E s tam bién difícil pensar que un pueblo que haya tenido una cultura en la
cual se conocían la alfarería y la m etalurgia del oro, careciese de material y técnica
p ara fabricar sus ai m as y demás instrum entos, teniendo que copiarlos de un pueblo
de cultura inferior.
E s preferible considerar que el pueblo de los Vasos Negros haya desarrollado
su cultura en o tra p arte y la llevó consigo a T altal. Los artefactos neolíticos son
parecidos donde quiera que se hallan y no es de extrañarse que hubiera semejanza
entre las pu n tas de piedra de las dos culturas, aun cuando su origen haya sido dis­
tinto.
— 32 —

Si los changos post-españoles eran lós descendientes de cualquiera de estos


dos pueblos, habían olvidado completamente la antigua industria de la piedra,
porqüe éntre los restos dejados por ellos en tiempos históricos no se hallan indicios
de que alguna vez la hayan practicado. Por otra parte, existe la posibilidad y casi
la seguridad de que los changos hayan ocupado la costa antes, durante y después
de la estada en ella de los pueblds que aportaron las culturas de que hemos hablado.
En el fondo de uno de los yacimientos neolíticos se halló un cráneo típicamente
chango que no tiene ninguna semejanza con los de la época en cuestión. En muchos
caracteres se asemeja más a los de los modernos yaganes. Además se han hallado
en diferentes partes de la costa (Caldera y Taltal) fisgas o harpones de hueso de
los mismos tipos que los usados en la actualidad por este último pueblo.
¿Serán los changos restos de un antiquísimo pueblo que durante milenios
se ha ido extendiendo más y más hacia el sur, hasta verse aislado en el extremo
austral' del Continente?; ¿Será este el pueblo que trajo consigo la primitiva cul­
tura paleolítica? En el estado actual de nuestros conocimientos, nada podemos re­
solver, pero queda planteada la sugestión.
L ám . I

Hermosa Punta de lanza, de sílex rosado (de 0,26 m. de largo)— la más grande que se ha sacado
en la región de Taltal— ; fin a s Flechas de ágata; cuatro P untas de arpones, de hueso y un Adorno
de piedra blanca, grabado; encontrados efi «Punta Grande», costa norte de Taltal, a un metro de
profundidad.

N . B.—De la misma se,:uliura en que se encontraron estos objetos, fueron sacados un cráneo de jndio y uno de
guanaco, encontrados completamente juntos.
L á m . II

S e is Ja b a lin a s, de cuarzo blanco, jaspeado con rosa, en fo rm a de hojas de laurel, m u y esm era­
damente trabajadas; dos barbas de harpón y cinco artístic a s P u n ta s de Jlechas.— E ncontrado todo en
el «Barrio de la C a l e t a a l norte del E stablecim iento A . P rat, a ochenta centím etros de p ro fu n d id a d .
lám. III

Un artístico Collar de cuarzo verde; un Adorno, en form a de pescadito, de cuarzo blanco; dos
Pesas de piedra, fiara hundir anzuelos; cinco barbas de harpón de hueso.— A l pie del collar: una He­
rramienta de piedra, de uso desconocido, y un Cuchillito de piedra, m uy cortante.— Las demás son
P untas de flechas, de variadas form as y m uy bonitos cuarzos.
Todo esto fu é encontrado a inmediaciones d e l«Muelle de Piedra», costa norte de Taltal,[a ochenta
centímetros de profundidad.
L ám. IV

P u n ta de lanza, Flechas, Collar tubular, de lindo cuarzo verde, con t i l artístico Colgante; va­
rios punzones de hueso; una garra de P um a y una H erram ienta de piedra, en form a de clavija; en­
contrados en «P u n ta M orada», costa norte de Taltal, a ochenta centímetros de profundidad.
Lám. V

Pesa de concha de perla, para hundir anzuelos. Collar de conchas. Collar de conchas, más
fin o que el anterior. Anzuelo de huesos. Punzón de hueso.
Las demás son P untas de Flechas, de variadas formas, de cuarzo cristalino.
Estos objetos fueron encontrados en la «Quebrada dql Bronce», al sur de Taltal, a setenta centí­
metros de profundidad.
LÁM. VI

Dos bellísimas P u n ta s de lanzas— que llam an la atención, tanto por su m a n u fa ctu ra como bor
el m aterial empleado. Flechas de diversas fo rm a s y variados cuarzos $ P unzones de hueso, P u n ta
de arpón etc. ; encontrados al lado norte del E stablecim iento A rtu ro Prat», a ochento centím etros de
L ám. VII

Flechas, de obsidiana, cuarzos etc., Pesas, de piedra pizarra, para hundir lienzas de pescar; un
Anzuelo de hueso; un par Adornos para las orejas, de sílex negro y dos Huesitos en forma de cráneo;
encontrado todo en *Agua de los Perros», al sur de Taltal a ochenta centímetros de profundidad.
L ám . V i l i

Un lindo Collar de concha, de m ás de metro y medio de largo.— Dentro del Collar, en la parte
superior: u n B ruñidor y dos Herramientas, de piedra negra: un pequeño Hueso, en form a de cráneo
y una Flecha de cuarzo vetado.— E n la parte inferior: una P unta de lanza, de cuarzo blanco y dos
pequeños Huesos, en fo rm a de palomitas.— E n los costados: dos Pesas, de piedra pizarra, para
hundir anzuelos.— L a s demás son Flechas de cuarzo cristalino, con velas rosadas y amarillas.
Todo fu e encontrado en «Caleta B andurrias», costa norte de Taltal, a noventa centímetros de
profundidad.
L ám. IX

Hermosas P u n ta s de Lanzas, de fin ísim o s cuarzos, y Pesas para hundir anzuelos, encontradas
en la <P laya del Hueso*, costa norte de Taltal, a setenta centímetros de profundidad.
L ám. X

Flechas, P untas de lanzas, una Herramienta de piedra (en form a de clavija), una Pesa, de con­
cha, para hundir anzuelos; un P unzón de hueso; P untas de arpón; encontrados en la «Quebrada
del Bronce», al sur de Taltal, a sesenta centímetros de profundidad.
L ám. XI

Hermosas Puntas de Lanzas, P u n ta s te Flechas, tres Punzones de hueso; tres Puntas de A r­


pones y un pequeño Hueso, en forma de cráneo.— Todo fu e encontrado en <Peña Blanca>, costa
norte de Taltal, a setenta centímetros de profundidad.
L ám. X II

Hermosas P untas de Lanzas, P untas de Flechas, una Herramienta de hueso y u n pequeño


Hueso en form a de cráneo encontrados en “Peña B lanca>, costa norte de Taltal, a setenta centíme­
tros de profundidad.
L am, X III

P untas de Arpones. Punzones de hueso. Barba de harpón. Hermosas P unías de Lanzas, fin a ­
mente talladas.
L as demás son P untas de Flechas, de variadas formas y colores.
Estos objetos fueron encontrados en «Peña B lanca>, costa norte de Taltal, ajóchenla centímetros
de profundidad.
Un Collar, de hueso, de metro y medio de largo.— E n el centro: una hermosa P unta de lanzo
de sílex blanco, con vetas rosadas y amarillas; cuatro Arpones de hueso, de tipos diferentes.— E n los
costados: dos Pesas de concha, para hundir anzuelos, y cuatro Flechas de fin o cuarzo, esco gidas
entre muchas de su clase.
Encontrado lodo en «Punta Morada*, costa norte de Taltal, a ochenta centímetros de profun­
didad.
Cráneo encontrado en cementerio prehistórico de «Punta Grande», costa norte de Taltal, a un metro de p ro fu n d id a d
N. B. Al lado de la osam enta del indio fué en co n trad a una osam enta com pleta de g u a n a c o .

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