La Juventud de Krishna

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LA JUVENTUD DE KRISHNA

Al pie del monte Meru se extendía un fresco valle lleno de praderas y dominado por vastos
bosques de cedros, por donde pasaba el soplo puro del Himavat. En este alto valle habitaba un
pueblo de pastores sobre el cual reinaba el patriarca Nanda, amigo de los anacoretas. Allí
Devaki encontró un refugio contra las persecuciones del tirano de Madura; y allí, en la morada
de Nanda, nació su hijo Krishna. A excepción de Nanda, nadie supo quién era la extranjera y de
dónde procedía aquel hijo. Las mujeres del país dijeron únicamente: “Es un hijo de los
Gandharvas. (Son los genios que, en toda la poesía india, se supone presiden a los matrimonios
de amor). Porque los músicos de Indra deben haber presidido a los amores de esa mujer que
parece una ninfa celeste, una Apsara”. El hijo maravilloso de la mujer desconocida creció entre
los rebaños y los pastores, ante los ojos de su madre. Le llamaban “el Radiante”, porque su sola
presencia, su sonrisa y sus grandes ojos tenían el don de difundir la alegría. Animales, niños,
mujeres, hombres, todo el mundo le quería, y él parecía querer a todo el mundo, sonriendo a
su madre, jugando con las ovejas y los niños de su edad o hablando con los viejos. El niño
Krishna no tenía temor alguno; lleno de audacia ejecutaba acciones sorprendentes. A veces se
le encontraba en los bosques, recostado sobre el musgo, abrazando a jóvenes panteras y
abriéndoles la boca sin que se atreviesen a morderle. Tenía también inmovilidades repentinas,
admiraciones profundas, tristezas extrañas. Entonces se apartaba de todos, y grave, absorto,
miraba sin responder. Pero sobre todas las cosas y todos los seres, Krishna adoraba a su joven
madre, tan bella, tan radiante, que le hablaba del cielo de los Devas, de combates heroicos y de
cosas maravillosas que ella había aprendido con los anacoretas. Y los pastores que conducían
sus rebaños bajo los cedros del monte Meru decían: “¿Quién es esta madre y quién su hijo?.
Aunque vestida como nuestras mujeres, parece una reina. El hijo maravilloso se ha criado con
los nuestros, y sin embargo no se les parece. ¿Es un genio?. ¿Es un dios?. Quienquiera que sea,
nos traerá felicidad”. Cuando Krishna tuvo quince años, su madre Devaki fue vuelta a llamar
por el jefe de los anacoretas. Un día desapareció sin decir adiós a su hijo. Edouard Schure – Los
Grandes Iniciados 68 Krishna, no viéndola ya, fue a buscar al patriarca Nanda y le dijo: —
¿Dónde está mi madre?. Nanda respondió, inclinando la cabeza: — Hijo mío, no me lo
preguntes. Tu madre ha partido para un largo viaje. Ha vuelto al país de donde vino, y no sé
cuándo volverá. Krishna no respondió nada, pero cayó en una meditación tan profunda que
todos los niños se apartaban de él como sobrecogidos por un temor supersticioso. Krishna
abandonó a sus compañeros, dejó sus juegos, y perdido en sus pensamientos, se fue solo por
el monte Meru y erró así durante varias semanas. Una mañana llegó a una alta cima cubierta
de árboles, desde donde la vista se extendía sobre la cordillera del Himavat. De repente divisó
cerca de él un anciano, de elevada estatura, vestido con el traje blanco de los anacoretas, en
pie bajo los cedros gigantescos, bañado por la luz matutina. Parecía un centenario; su barba de
nieve y su frente brillaban con majestad. El joven lleno de vida y el anciano se miraron largo
tiempo. Los ojos del viejo se posaban con complacencia sobre Krishna. Éste quedó tan
maravillado al verle, que enmudeció lleno de admiración. Aunque por primera vez le veía,
pareció conocerle. — ¿A quién buscas? — le dijo por fin el anciano. — A mi madre. — Tu
madre no está ya aquí. — ¿Dónde la encontraré?. — Al lado de Aquel que no cambia nunca. —
Pero ¿cómo encontrar a Aquel?. — Busca. — Y a ti, ¿te volveré a ver?. — Sí; cuando la hija de la
Serpiente incite al crimen al hijo del Toro, entonces me volverás a ver en una aurora de
púrpura. Entonces matarás al Toro y aplastarás la cabeza de la Serpiente. Hijo de Mahadeva,
sabe que tú y yo no formamos más que uno solo en Aquél. ¡Busca, busca, busca siempre!. Y el
centenario extendió las manos en signo de bendición. Después se volvió dando algunos pasos
bajo los altos cedros, en dirección del Himavat. De pronto pareció a Krishna que su forma
majestuosa se volvía transparente, después temblorosa, y desapareció en el brillo de las finas
hojas de las ramas, en una vibración luminosa. (Es una creencia constante en la India que los
grandes ascetas pueden manifestarse a distancia bajo una apariencia visible, mientras su
cuerpo queda sumergido en un sueño cataléptico). Cuando Krishna descendió del monte Meru,
parecía como transformado.

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