Redes Sociales y Educación Emocional

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Referencia para citar este artículo:

Fernández Hernández, T. (2021). Necesidad de la educación socioemocional para utilizar las redes sociales: oportunidades y riesgos.
En M. Álvarez y R. Bisquerra, Manual de Orientación y Tutoría (versión electrónica). Madrid: Wolters Kluwer. [Disponible en www.ebiblox.com]

Necesidad de la educación socioemocional para


utilizar las redes sociales: oportunidades y riesgos

Social and Emotional Education for Social Media: Opportunities and Risks

Trinela Fernández Hernández (1)


tfernandez@capacitase.com

Resumen

El uso inadecuado de las redes sociales presenta una serie de desventajas que se potencian por los
factores de riesgo intrínsecos a las aplicaciones, así como por las conductas de riesgo derivadas del
empleo impropio o excesivo por parte de los usuarios. Este artículo analiza esos perjuicios y propone
la educación socioemocional, a través de la enseñanza de las competencias emocionales básicas,
como una forma de intervención preventiva destinada a promover el uso correcto y equilibrado de las
redes sociales. Se sugieren ejercicios que desarrollan las habilidades inherentes a cada competencia
emocional, con el objeto de contrarrestar las conductas de riesgo de los usuarios. Se concluye que la
comprensión y aplicación integral de las competencias emocionales en las redes sociales, derivaría en
una interacción social más sana y trascendente que pueda estar alineada con el propósito de vida de
cada usuario.

Palabras clave

Educación socioemocional, redes sociales, huella digital, conductas de riesgo, competencias emocionales.

Abstract

Inappropriate use of social media entails a series of drawbacks that are amplified by risk factors
intrinsic to social media apps, as well as risk behaviors resulting from improper or excessive utiliza-
tion from users. This article examines these perils and proposes social and emotional learning, th-
rough the teaching of the basic emotional competences, as a mean of preventive intervention aimed
to promote appropriate and balanced use of social media. Exercises that may develop the abilities in-
herent to each emotional competence, with the objective of offsetting risk behaviors from users, are
suggested. The article concludes that the comprehension and integral implementation of the emotio-
nal competences in social media, would derive in a healthier and more transcendental social interac-
tion that may be aligned with the purpose in life of users.

Keywords

Social and emotional education, social media, digital footprint, risk behaviors, emotional competences.
1. INTRODUCCIÓN

La creación de Internet ha significado la evolución cultural más importante desde la invención de la im-
prenta, pues ha impactado todos los aspectos de nuestra vida actual y ha cambiado de manera significativa
la forma de comunicarnos. Su crecimiento exponencial, de 16 millones de computadores conectadas a la
World Wide Web en 1996 a 4.600 millones de usuarios en 2020, implica que actualmente el 59% de la po-
blación mundial tiene acceso a Internet (Johnson, 2020). La vertiginosa informatización del mundo ha pro-
ducido de manera paralela una progresiva revolución en la forma de relacionarnos interpersonalmente, deri-
vada de la aparición, a partir de la primera década del 2000, de las redes sociales: aplicaciones de software
para Internet destinadas a la interacción social en línea a través del intercambio de contenido generado por
usuarios —información, texto, fotos o videos— accesibles a un grupo indeterminado de personas (Obar y
Wildman, 2015).

Estas efectivas herramientas de interconexión personal han representado extraordinarias ventajas tanto
en el ámbito social como profesional en los últimos 15 años. Sin embargo, su empleo generalizado por parte
de 3.800 millones de usuarios activos (We Are Social, 2020) ha generado no pocos perjuicios que son conse-
cuencia de su uso inadecuado o excesivo, aspecto alarmante por la extensión de los afectados —en cons-
tante crecimiento gracias a la ubicuidad de los teléfonos móviles inteligentes— así como por la naturaleza de
los problemas.

Las desventajas o perjuicios del mal uso de las redes sociales se vinculan con el objeto de explotación de
esas herramientas: el proceso de socialización con terceros. En efecto, cada vez con mayor frecuencia se
evidencia en los usuarios que abusan de las redes una debilitación en la forma de construir y mantener rela-
ciones sociales, un deterioro en la valoración emocional propia y de sus amistades, una progresiva disocia-
ción de la realidad, así como una creciente irresponsabilidad social y emocional que parece desestimar las
consecuencias de las acciones virtuales en el mundo real, lo que ha potenciado los factores de riesgo propios
de las redes y se ha manifestado en importantes conductas de riesgo en grandes grupos usuarios.

Aunque esas conductas y los perjuicios socioemocionales implicados no opacan los beneficios de las re-
des sociales, los inconvenientes comentados han crecido de manera inédita y representan problemas poten-
cialmente graves a escala mundial para la sociedad. Si bien esta compleja situación tiene causas multifacto-
riales, es claro que una intervención educativa apropiada en el plano de la educación socioemocional resulta
necesaria e ineludible como medida preventiva ante un agravamiento de las conductas de riesgo en jóvenes
y adultos, todo en concordancia con la formación en ciudadanía digital, así como una forzosa instrucción téc-
nica introductoria en el uso de estas plataformas y sus factores de riesgo.

Es de suma importancia que, a través de la educación socioemocional, los usuarios de las redes sociales
tomen conciencia y comprendan no solo los beneficios, las desventajas y los potenciales daños por el exceso
de uso o el abuso de las redes sociales, sino también el alcance de su responsabilidad por la toma de sus de-
cisiones en el mundo virtual y su impacto en la sociedad y en el mundo real, ese que existe fuera de la vir-
tualidad de sus computadoras, ordenadores y móviles.

2. REDES SOCIALES

2.1. Noción

El concepto de redes sociales ha mutado constantemente por su rápida evolución, pero sigue siendo
apropiado el de Ponce (2012), quien las definió como «estructuras sociales compuestas por un grupo de per-
sonas que comparten un interés común, relación o actividad a través de Internet, donde tienen lugar los en-
cuentros sociales y se muestran las preferencias de consumo de información mediante la comunicación en
tiempo real, aunque también puede darse la comunicación diferida en el tiempo, como en el caso de los fo-
ros» (p. 2). Esa noción comprende un amplio rango de redes sociales, que se pueden clasificar en, al menos,
nueve grandes grupos, según su objetivo:

(i) Conexión social: Facebook, Google+, LinkedIn.

(ii) Microblogging: Twitter, Facebook.


(iii) Mensajería Instantánea: WhatsApp, Telegram, Line.

(iv) Plataformas de imágenes o «photo-sharing»: Instagram, Snapchat.

(v) Plataformas de «video-sharing»: YouTube, Facebook Live, TikTok, Snapchat.

(vi) Plataformas de audio en vivo: Clubhouse.

(vii) Blogs comunitarios: Medium, Tumblr.

(viii) Plataformas de comentarios o reseñas: TripAdvisor, Yelp, FourSquare.

(ix) Plataformas de «economía compartida»: Airbnb, Patreon, Kickstarter.

2.2. Redes sociales objeto de estudio

Nos interesa analizar las redes sociales que implican concurrentemente: (a) una interacción social; (b) de
manera pública; (c) con un número masivo de usuarios; (d) que expongan información o datos de la perso-
nalidad del usuario a terceros; y (e) que tengan la potencialidad de generar desventajas importantes para el
usuario que publica el contenido o quien lo recibe. Las aplicaciones que cumplen con estas características
son, casualmente, las de mayor crecimiento y masividad en su uso a nivel mundial (Tabla 1) y centraremos
nuestra aproximación, desde la educación socioemocional, a las principales conductas de riesgo por su uso
inadecuado.

Tabla 1. Redes.

Usuarios Objetivo Interacción


Crecimiento
Aplicación
(Millones) 2019-2020 Inicial Principal

Conexión social entre usuarios Mensajes


Facebook 2.400 M +7.2%
registrados fotos/videos

Publicación de videos de acceso


YouTube 2.000 M +5% público Videos
(a sujetos no usuarios con cuenta)

Publicación de fotos con acceso


Instagram 1.000 M +5.4% público Fotos
(a sujetos no usuarios con cuenta)

Publicación de videos de acceso


TikTok 690 M +37.5% público Videos
(a sujetos no usuarios con cuenta)

Microblogging público de noticias /


Twitter 340 M +4.1% Texto
texto / ocio

Publicación de videos entre usuarios


Snapchat 330 M +24% Videos
registrados

Nota: datos de We Are Social (2020) y de las propias aplicaciones.

2.3. Condiciones de uso y la responsabilidad del usuario

La relevancia de la educación socioemocional de los usuarios de las redes se hace aun mayor si se com-
prende que la responsabilidad absoluta por la generación, publicación y consumo de contenido recae total-
mente en el usuario. Esta consecuencia lógica partiría de que son los propios usuarios quienes producen e
intercambian el material que se publica en las redes, que actúan como plataformas de interacción. Sin em-
bargo, hay un elemento adicional: la relación entre los usuarios y las aplicaciones es contractual y las condi-
ciones que rigen esos contratos (que son contratos de adhesión, con términos predefinidos) contienen, en
todos los casos relevantes, una exclusión expresa de responsabilidad de las plataformas sobre el contenido
publicado por los usuarios. Como ejemplo, las condiciones del servicio de Facebook —la mayor red social y
propietaria de Instagram y WhatsApp— indican que se eximen de toda responsabilidad explícita o implícita
derivada del uso de la red y añaden que: «No tenemos control ni influencia sobre lo que las personas hacen
o dicen. Asimismo, no somos responsables de sus comportamientos o acciones, ya sea dentro o fuera de in-
ternet, ni del contenido que comparten, incluido aquel que pueda resultar ofensivo, inapropiado, obsceno,
ilegal o cuestionable» (Facebook, 2020, Sección de limitación de responsabilidad, párrafo 1). Esto implica
que solo los usuarios serán responsables por la información y data que comparten y, adicionalmente, que las
redes no ejercerán —salvo en casos muy particulares— un control «parental» sobre la idoneidad y pertinen-
cia del contenido y sus consecuencias.

2.4. Factores de riesgo

El uso de Internet y, especialmente, de las aplicaciones de las redes sociales, presenta una serie de fac-
tores de riesgo implícitos que forman parte del mecanismo de interacción social virtual, la masividad y la pu-
blicidad del contenido que circula en línea. Estos factores no necesariamente se asocian a un uso inadecuado
de las redes, sino que son inherentes a las vulnerabilidades propias de las plataformas en línea.

a) Falta de privacidad y seguridad personal

La falta de privacidad en el uso de las redes sociales puede derivar de varias circunstancias: las vincula-
das con el usuario, que se refieren a su sobreexposición en el uso de la red con terceros que pueden ser in-
determinados (como es el caso de las redes abiertas, en donde no hay que ser usuario registrado), amigos
(«friends») o seguidores («followers») según la red de que se trate; o bien las vinculadas con la relación
aplicación-usuario, que se refieren a la falta de conocimiento del usuario de los esquemas de privacidad
(Tuunainen, Pitkänen y Hovi, 2009) y del funcionamiento de las redes (lo que precisa de una «alfabetización
mediática», como señalan Golob, Makarovi y Rek, 2021) por una parte; y, por otra, al registro que mantiene
el programa de la interacción social del usuario y de su navegación, a través de herramientas de segui-
miento («tracking tools») (Nield, 2020). Los problemas asociados a esta circunstancia, propia de toda red
social, suelen ser, entre otros, la publicidad engañosa a través del uso de «clickbaits» («ciberanzuelos»),
vínculos visibles y sensacionalistas que llevan a páginas de publicidad (Rony, Hassan y Yousuf, Mohammad,
2017); el robo de datos a través del «phishing», delito informático que busca robar datos personales apa-
rentando ser páginas o correos oficiales (Parsons, McCormac, Pattinson, Butavicius y Jerram, 2015); y el ex-
ceso de publicidad personalizada («targeted marketing») (Bitner y Albinsson, 2016) o de información noti-
ciosa individualizada («tailored news feeds») (Hoban, 2011) de manera no consentida, todo lo cual afecta la
experiencia de navegación en línea y desvirtúa la finalidad de las redes sociales.

b) Huella digital («Digital Footprint»)

Se refiere a la data e información que el usuario deja en su paso por los medios como un «rastro digital»,
bien de manera inadvertida (v.gr.: navegación, consumo de información en páginas web) o voluntaria
(v.gr.: publicaciones, fotos, comentarios, etc.), el cual queda registrado en línea de manera permanente (In-
ternet Society, 2020a), con frecuencia sin el conocimiento del usuario o al menos sin la comprensión real del
impacto de dicha huella. Por lo general, el desconocimiento o la desestimación de la huella digital apareja
problemas en la «reputación virtual» («online reputation» o «e-reputation») que pueden afectar la imagen y
apreciación de la persona en círculos sociales y centros de trabajo (Mahajan, 2017), así como centros de es-
tudios, en el caso de los jóvenes.

c) Falta de control de contenido

La falta de control del contenido por parte de las plataformas de redes sociales es otros de los problemas
propios de esas aplicaciones. La masividad y velocidad de las publicaciones hace que las dueños o adminis-
tradores de las plataformas pierdan el control sobre la información publicada en las redes, lo que trae como
consecuencia un punto débil, explotado por terceros, en cuanto a la veracidad de la información que se cir-
cula en línea. Esto se exterioriza, dependiendo de la red social, de variadas formas que causan problemas
importantes, entre los que encontramos: la publicación deliberada o incluso inadvertida de noticias falsas o
«fake news» (Golob, Makarovi y Rek, 2021; Vosoughi, Roy, Aral, 2018) en todas las redes sociales —espe-
cialmente en Facebook y Twitter— y su reproducción por usuarios, informados o no; el consumo de videos
falsos, inapropiados o manipulados a través de YouTube (incluyendo los nuevos «deep fake»); o la creación
de perfiles falsos en Instagram («Finsta» por «fake Instagram») que son usados para publicidad, aumentar
seguidores o incluso fines impropios, los cuales son seguidos por terceros sin conocer el engaño (Pirani,
2018).

2.5. Virtudes de las redes

Así como el uso de las aplicaciones de las redes sociales tienen factores implícitos de riesgo, debemos
enfatizar que éstos no desvirtúan las bondades propias de esas plataformas. No pretendemos opacar esta
situación; por el contrario, uno de los objetivos es conocer esas virtudes, junto con los factores y las con-
ductas de riesgo para que, con el aprendizaje socioemocional, las redes sociales puedan ser usadas en todo
su potencial. Para esto, se podría diferenciar entre virtudes inherentes a las redes y las oportunidades que
su buen uso puede otorgar a los usuarios, aspectos que suelen agruparse: dentro de las virtudes, encontra-
mos principalmente la inmediatez, la conectividad, el acceso infinito a información y educación, la conciencia
de otros («awareness»), acceso a redes de apoyo, la gratuidad, entre otras; el buen uso de esas bondades,
por otra parte, da la oportunidad de construir y mantener relaciones personales, acceder a experiencias de
otros, desarrollar sentido de pertenencia a grupos (Mc Mahon, 2015), moldear una identidad propia, crecer
personalmente y expresarnos de manera libre (Royal Society for Public Health [RSPH], 2017).

Es claro que las bondades bien explotadas permiten unas ventajas extraordinarias para los usuarios. Sin
embargo, como sucede con muchas otras herramientas (y las redes son herramientas de conexión social),
todo dependerá del uso que le demos. Para eso no solo hay que conocer las ventajas de las redes, sino sus
desventajas y sus riesgos. Por lo general, éstos suelen venir por el desconocimiento de los factores de riesgo
—antes mencionados— que son implícitos a las aplicaciones (en cuyo caso creemos que hay que instruir al
usuario). Sin embargo, en el entorno de las redes sociales, parece que son más las desventajas que provie-
nen del propio usuario que de su ignorancia técnica. En efecto, son las conductas de riesgo, es decir, las ac-
ciones que atentan contra su persona, las que suelen limitar o coartar los resultados potencialmente benefi-
ciosos de las aplicaciones y las plataformas sociales. Es por esa razón por la que analizamos las conductas
de riesgo de mayor importancia en los usuarios de las redes, para luego proponer medidas de mitigación a
través del conocimiento de las competencias y habilidades que brinda la educación socioemocional.

3. CONDUCTAS DE RIESGO

La noción de conductas de riesgo es amplia e implica todo tipo de acciones, voluntarias o involuntarias,
individuales o colectivas, de naturaleza biopsicosocial, que pueden traer consecuencias nocivas (Corona y
Peralta, 2011). De manera general, pueden ser definidas como «todo comportamiento contrario a mantener
la integridad física, emocional o espiritual de la personas y que puede incluso atentar contra su vida» (Se-
cretaría de Seguridad Pública de México, 2011, p. 11). Este tipo de conductas, aun cuando son generaliza-
das, son más frecuentes en las etapas de pubertad y adultez temprana, dado que las estructuras cerebrales
encargadas de regular las emociones, el juicio y el autocontrol, aún no se encuentran totalmente maduras
(Papalia, Feldman y Martorell, 2012), de ahí que muchas definiciones se centren en el comportamiento «que
comprometa los aspectos biopsicosociales del desarrollo exitoso del adolescente» (Alba, 2010, p. 34).

En el caso concreto de este estudio, nos referimos a las conductas directamente atribuibles a los usuarios
en el uso e interacción en el contexto de las redes sociales, como consecuencia de un empleo impropio,
inadecuado o excesivo de esas aplicaciones, bien por impericia o por imprudencia, es decir, por el desconoci-
miento en la forma idónea del uso de las plataformas o sus consecuencias, o por la actuación irreflexiva de
los usuarios.

3.1. Irresponsabilidad virtual

La primera conducta de riesgo que podemos mencionar, la cual puede englobar gran parte de las conse-
cuencias perjudiciales del uso de las redes sociales, es la creciente irresponsabilidad en el uso de las plata-
formas, que deviene de una disociación entre el mundo virtual y el mundo real (Thomas, 2016). Si bien es
un término general que implica muchos factores y causas, consideramos que la exposición excesiva y el uso
irracional de las redes sociales ha evidenciado el incremento de acciones insensatas en el mundo virtual,
muchas de las cuales están propiciadas por la ignorancia de los usuarios de los efectos y consecuencias que
sus acciones en línea pueden tener en el mundo real. Entre otras cosas, se desconoce el impacto de la huella
digital, del registro permanente de las actuaciones y de la reputación virtual en la sociedad, aspecto cada
vez más determinante en círculos sociales y, sobre todo, laborales. La causa de esta imprudencia, reitera-
mos, se debe a muchos factores, pero además de la ignorancia del impacto de las redes, se suma la concu-
rrencia en ciertos grupos de usuarios (sobre todo jóvenes) entre una poca participación social real a la par
de un alto grado de extroversión en línea, especialmente en plataformas como Facebook o Instagram (Hug-
hes, Rowe, Batey y Lee, 2012), que suele derivar en la publicación impulsiva de información, datos, fotos y
comentarios inapropiados en redes sociales de alta visibilidad.

3.2. Desequilibrio

La falta de equilibrio y balance en el uso de las redes sociales implica, por lo general, un uso extraordina-
rio y desproporcionado, desde el punto de vista del tiempo y el objeto, de las redes sociales, lo que genera
una exposición desmedida en aplicaciones; uso extendido de pantallas; una distracción de actividades coti-
dianas y una irrupción en los hábitos personales y en la rutina familiar, laboral o estudiantil; una descone-
xión con las actividades fuera de línea; dependencia y adicción a las redes (Echeburúa y Requesens, 2012);
idealización de la vida virtual y una sensación placentera como consecuencia del «bucle de
retroalimentación» («social media feedback loop») (Reardon, 2017), entre otras conductas de riesgo. Es im-
portante señalar que esto puede suceder tanto para los usuarios activos, los que generan y comparten con-
tenido, como para los usuarios pasivos, los que consumen contenido en línea, interactuando o no.

3.3. Sobreexposición («Overexposure»)

El término sobreexposición es ocasionalmente usado como una exposición excesiva a las redes (del usua-
rio), pero también como la exhibición excesiva a través de imágenes o videos personales en las redes socia-
les (abundancia de imágenes personales e íntimas en plataformas como Instagram, videos de Snapchat o de
TikTok) por la necesidad de compartir todo tipo de contenido a un número masivo de usuarios con el afán de
obtener más «likes» (indicaciones de «me gusta» por parte de terceros, que implican agrado o complacencia
por una publicación) en plataformas como Facebook, Twitter o Instagram, en donde se consideran un sím-
bolo de aprobación social (Martínez-Pecino y García-Gavilán, 2019), o bien con la finalidad de tener más se-
guidores, aspecto que en ocasiones determina la popularidad (Mc Mahon, 2015) y condiciona de manera di-
recta la posibilidad de llegar a ser un «influencer» en las redes sociales, palabra que se refiere a una catego-
ría no claramente definida que describe a cierto grupo de personas que gozan de un status influyente en el
mundo virtual, basado por lo general en la cantidad de seguidores que tienen y el impacto que pueden lo-
grar en los hábitos de compra y consumo (Freberg, Graham, McGaughey y Freberg, L., 2011). El término
«influencer» no tiene una definición concreta, pero por lo general se vincula con la cantidad de seguidores y
la posibilidad de publicitar productos, de modo que tiene una finalidad esencialmente —aunque no exclusiva-
mente— comercial, como ha sido advertido al indicarse que «el término es abreviatura para alguien (o algo)
con el poder de afectar los hábitos de compra o acciones cuantificables de otros, al subir algún tipo de con-
tenido original, a menudo patrocinado, a plataformas de redes sociales» (Martineau, 2019, párr. 2).

De cualquier manera, la sobreexposición transgrede la privacidad de la persona y puede atentar negati-


vamente contra su reputación digital, generando una interacción deformada entre el usuario y sus seguido-
res o amigos, que excede la conducta normal de cualquier relación social. En ocasiones, los influencers pa-
decen de un fenómeno de «vida curada» («curated life»), que se basa en personalidades o apariencias pro-
fundamente alteradas para buscar un falso ideal de perfección para la aprobación de un público virtual
(Spear, 2019).

3.4. Falsas amistades e intimidad

Nos referimos a las conductas de riesgo concernientes a la interacción social basada supuestamente en
un vínculo de amistad virtual con terceros desconocidos o ligeramente conocidos, dentro de redes sociales
que permiten crear una falsa cercanía con cualquier tipo de personas. Si bien esto no siempre comporta un
riesgo, debemos tener en cuenta la posibilidad de falsas relaciones amistosas o íntimas facilitadas por una
disociación del usuario entre las relaciones reales y las virtuales. Esto puede llevar a comunicar exagerada-
mente tanto información personal como sus emociones («self-disclosure» y «oversharing») de manera vo-
luntaria, involuntaria o por presión social (Seidman, 2015); a relaciones inapropiadas que no se tendrían en
el mundo real; lo que incluye relaciones riesgosas con terceros que pueden poner en peligro la integridad fí-
sica y emocional del usuario, así como las relaciones derivadas de avances de contenido sexual
(«grooming») (Childline, 2020) que incluso pueden implicar a mayores y menores de edad (lo que consti-
tuye un delito en la vida real, pero suele ser inadvertido en el mundo virtual); al intercambio de mensajes
de texto o fotografías de contenido sexual explícito por redes («sexting») con conocidos o desconocidos,
consensual o forzadamente (Klettke, Hallford, Clancy, Mellor y Toumbourou, 2019) que pone en riesgo la ex-
posición de esas imágenes o los mensajes (supuestamente íntimos) y la manipulación personal por parte de
presuntos amigos virtuales —que desconoce el usuario— a través de la presión o, incluso, el chantaje (lo
que se conoce ahora como «sextortion») (FundéuRAE, 2013).

3.5. Acoso virtual («cyberbullying» y «cyberstalking»)

El cyberbullying, que consiste en el acoso repetido o intencional que se manifiesta en malos tratos o bur-
las de otras personas en línea o en plataformas (Cyberbullying Research Center, 2019), es una conducta de
gran presencia en las redes sociales, especialmente en las que incluyen fotografías o textos que se relacio-
nan con una persona real, como es el caso de Facebook, Instagram y Twitter (v.gr.: «body shaming»). Por
otra parte, el cyberstalking, que se refiere a un acoso que se exterioriza como una persecución, un acecho o
seguimiento obsesivo e intrusivo a una persona en línea con distintos motivos nocivos para al acosado, se ha
evidenciado incluso desde el 2000, antes del arribo masivo de las redes sociales —se ha potenciado con las
aplicaciones— como una actuación que afecta a jóvenes y, especialmente, a mujeres (Spitzberg y Hoobler,
2002). En ambos casos, tanto el anonimato en las redes, como la falta de consecuencia directa, facilita estos
tipos de acoso.

3.6. Analfabetismo relacional

Es un término que se ha usado con distintas acepciones, pero que lo usamos en este contexto como la
ausencia de habilidades sociales básicas para generar y mantener relaciones sociales reales, saludables y es-
tables (Burguet, 2012). Se ha estudiado si el uso excesivo de las redes sociales ha incrementado una debili-
dad en el desarrollo de habilidades para mantener relaciones en el mundo real (Fuller, 2014), pues se ha
analizado que las personas tienden a perder la conexión física auténtica, lo que implica que pierden habilida-
des sociales directas (v.gr.: lectura facial, interpretaciones emocionales, empatía y confianza), así como tie-
nen menos vinculación emocional con terceros. Con frecuencia la interacción superficial en las redes, por ser
más superficial, reduce la capacidad de los usuarios de expresar ideas más profundas (Subramanian, 2017)
y quizá afecta la habilidad para sostener debates y discusiones genuinas acerca de un tema. Como conse-
cuencia, se suele producir una deshumanización de la persona, una frustración existencial y un menor dis-
frute del mundo.

3.7. Trastornos psicológicos

Además de la conductas de riesgo mencionadas, el uso inapropiado de ciertas aplicaciones de redes so-
ciales puede generar consecuencias de mayor gravedad que se manifiestan en trastornos psicológicos exis-
tentes que son potenciados por las redes (Karim, Oyewande, Abdalla, Ehsanullah y Khan, 2020) o bien en la
aparición de éstos en sujetos ya vulnerables, como los adolescentes (Lee, Jamieson, Reis, Beevers, Josephs,
et. al., 2020) que pueden ser presa del uso irracional y el impacto de las aplicaciones que emplean de ma-
nera cotidiana.

a) Personalidad, dismorfia, alimentación y sueño

En primer lugar, encontramos los trastornos de personalidad que se exteriorizan bajo las formas del nar-
cisismo en línea, estudiado desde al auge de las primeras redes (Buffardi y Campbell, 2008) y en la actuali-
dad presente de manera generalizada en los «influencers» de Instagram a través del exceso de vanidad es-
tética en sus «selfies» (autofoto o autorretrato) (Boursier, Gioia y Griffiths, 2020); el histrionismo y exceso
de extroversión (Hughes, Rowe, Batey y Lee, 2012) evidente en el caso de los videos de Snapchat y TikTok,
en donde se actúa como un animador a través de videos para terceros; los conflictos de identidad por la
apreciación personal distorsionada basada en los «likes» que se obtienen de cada publicación; y, en el otro
extremo, encontramos al esquizotípico, es decir, sujeto que padece de un trastorno esquizoide que deriva en
un aislamiento social y la ausencia de comunicación.

En segundo lugar, notamos la alarmante documentación de un Trastorno Dismórfico Corporal (TDC)


como consecuencia del abuso de filtros digitales que alteran de manera irreal el rostro en las fotos y vídeos,
especialmente en la aplicación Snapchat (Ramphul y Mejías, 2018), aspecto que suele derivar del excesivo
retoque o manipulación de las fotos publicadas de Instagram. Esto ha traído como consecuencia un incre-
mento en las cirugías plásticas electivas innecesarias en adolescentes que buscan imitar la irreal apariencia
de perfección que les dan esas aplicaciones.

En tercer lugar, se han documentado trastornos alimentarios como consecuencia de la idealizada aprecia-
ción de la comida saludable con motivo de la abundancia de fotografías de comida de este tipo en redes
como Instagram, lo que ha derivado en la denominada «ortorexia de Instagram», una obsesión patológica
por la comida saludable que puede llevar a la alimentación desbalanceada y a la desnutrición (Turner y Lefe-
vre, 2017).

Finalmente, se ha estudiado que el abuso de las redes sociales y del tiempo en pantalla ha generado
trastornos de sueño, con motivo de la revisión frecuente de redes sociales (tanto «likes» como mensajería),
la ansiedad de la interacción y la dependencia del teléfono móvil, lo que trae como consecuencia importantes
perturbaciones en la calidad y tiempo del sueño (RSPH, 2017).

b) Ansiedad, estrés, soledad y aislamiento

Desde luego, la búsqueda de perfeccionismo en la imagen curada que se debe presentar en las redes
para procurar una aceptación puede provocar un nivel generalizado de ansiedad en los usuarios que carecen
de una emocionalidad sólida. Sin embargo, hay otras manifestaciones ansiosas novedosas procedentes de
las redes sociales.

Se ha evidenciado una nueva conducta de riesgo denominada —por su acrónimo— «FOMO» que viene de
la frase en inglés «Fear of Missing Out» o miedo a perderse un acontecimiento, que se traduce en el temor
del usuario de perderse acontecimientos que otros conocen por redes (v.gr.: eventos sociales, discusiones
en redes), pero que él puede dejar de ver o conocer por su falta de conexión o interacción en la aplicación,
lo que genera ansiedad e, incluso, tristeza, por la ausencia de interacción en el mundo virtual (Pryzbylski,
Murayama, DeHaan y Gladwell, 2013), pues se tiende a pensar que otros tienen vidas más satisfactorias
(Abell, Buglass y Betts, 2019). También se ha estudiado la ansiedad del tono (ring) telefónico, conocida
como «ringxiety» (unión en inglés de ring y ansiedad), que se presenta en personas adictas al móvil que tie-
nen la falsa sensación de que su aplicación suena o vibra en cada momento, por lo que se obsesionan por un
ruido fantasma (Rothberg, Arora, Hermann, Kleppel, St Marie, et al., 2010) que los obliga a revisar su móvil
(o su red social) en cada momento.

Dentro de otras conductas, no es nuevo que las redes sociales hayan fomentado el estrés y la soledad o
el aislamiento tanto en personas esquizoides como en sujetos normales que, por su excesiva interacción vir-
tual, han perdido el contacto con la realidad. En concreto, se ha incrementado en los jóvenes una actuación
conocida como el «phubbing» (compuesta por las palabras en inglés «phone» y «snubb») que se caracteriza
por ignorar a otros en el entorno social como consecuencia del uso desmedido del móvil o las tabletas para
redes sociales (Chotpitayasunondh y Douglas, 2019).

c) Baja autoestima y depresión

Estudios desde mediados de 2014 han demostrado una vinculación significativa entre el uso prolongado
de redes sociales y la baja autoestima e incluso la depresión (Pantic, 2014), pues se ha evidenciado que el
incremento del uso de aplicaciones como Facebook (y más recientemente Instagram) genera un menoscabo
en la autoestima de los individuos con motivo de una comparación irreal en la apariencia física o en los es-
tándares de vida con sujetos que no comparten similitud o el mismo entorno socioeconómico (Jan, Soomro y
Ahmad, 2017), como es el caso de celebridades, famosos y personas de alto poder adquisitivo.

4. COMPETENCIAS EMOCIONALES APLICADAS A CONDUCTAS DE RIESGO


La identificación de las conductas de riesgo busca comprender la causalidad proveniente del uso inade-
cuado de las redes sociales, para proponer que el conocimiento y dominio de las competencias emocionales
básicas, entendidas como el conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes necesarias para comprender,
expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales (Bisquerra y Mateo, 2019), pueden ac-
tuar como un factor determinante para lograr el uso correcto y equilibrado de las redes sociales, procurar
una mejora en la interacción social de esas plataformas y comprender y mitigar preventivamente sus conse-
cuencias adversas.

Las competencias emocionales básicas se agrupan en cinco nociones generales: (i) conciencia emocional
(ii) regulación emocional (iii) autonomía emocional (iv) competencia social y (iv) las competencias para la
vida y el bienestar (Bisquerra y Mateo, 2019). Nuestra propuesta es que estas competencias sean la aproxi-
mación a una respuesta para la prevención y el manejo de las conductas de riesgo derivadas de las redes
sociales.

4.1. Conciencia emocional

Es la capacidad de tomar conciencia de las emociones propias y ajenas, así como percibir el clima emo-
cional de un contexto (Bisquerra y Mateo, 2019) y se manifiesta en las habilidades de: autoconciencia; auto-
conocimiento; etiquetar las emociones; y comprensión de las emociones de terceros. La habilidad particular
de la autoconciencia, pilar de la conciencia emocional, se define como el «conocimiento profundo de nues-
tras emociones, fortalezas, debilidades, necesidades e impulsos» (Goleman, 2004, p. 3).

La educación de la conciencia emocional, con todas sus habilidades, sería de suma utilidad en el caso
concreto del uso de las redes sociales para reconocer e identificar los efectos perniciosos del denominado
«bucle de retroalimentación» que, esencialmente, es la recompensa cerebral que genera la aprobación por
medio de «likes» de las publicaciones en las plataformas, especialmente de las fotos personales en Insta-
gram o los tweets con pensamientos individuales, lo que genera un falso bienestar derivado de la aproba-
ción. Esa momentánea satisfacción puede ser restringida a eventos particulares (v.gr.: la aprobación de un
conocido), pero en la mayoría de los casos se origina porque el usuario de las redes busca una «viralidad»
como ideal de éxito, es decir, la reproducción masiva e infinita de su contenido. Esto alcanza niveles despro-
porcionados (incluso competitivos) que motivan, en ocasiones, la súplica pública del usuario por los «likes»
de los demás usuarios. La finalidad en esos casos es llegar a estar más cerca de ser un influencer, deseo y
necesidad que sería objeto de cuestionamiento, desde el punto de vista personal, si los usuarios tuvieran un
mejor manejo de su conciencia emocional. Adicionalmente, el desarrollo del autoconocimiento los haría to-
mar conciencia sobre las diferencias entre la personalidad virtual que presentan en línea y su vida real
(Strimbu y O’Connell, 2019); así como la autoconfianza evitaría el fenómeno de las «vidas curadas», esa
muestra artificial de una perfecta personalidad a través de fotografías de Instagram.

La conciencia de nuestras propias emociones resultaría igualmente efectiva en limitar el «self-disclosure»


y el «oversharing» con presuntos amigos, en realidad extraños, y la comprensión de las emociones de terce-
ros mejoraría las implicaciones del «sexting», que cada vez más se produce con desconocidos en redes, con-
ducta singular que posiblemente no tendrían los usuarios en el mundo real.

Finalmente, aunque los trastornos psicológicos escapan de la educación socioemocional, estimamos que
la comprensión de quiénes somos y de nuestros estados de ánimo evitaría la potenciación de trastornos psi-
cológicos existentes o su aparición en personas vulnerables a tales eventos.

Aplicación práctica

Para la puesta en práctica de la conciencia emocional en las redes sociales —y su utilidad en relación con
el fenómeno de aspirar a ser influencer y las vidas curadas— se proponen ejercicios en los cuales los usua-
rios concienticen sobre la relación y correspondencia entre su imagen e identidad real actual («yo real»), su
imagen futura («futuro yo real»), la proyección o visualización de su imagen digital versus su identidad («yo
digital») y, finalmente, la imagen perfeccionada que presentan a terceros en las redes («yo curado»). Se su-
gieren preguntas detonadoras de introspección para cada supuesto: «yo real» (v.gr.: ¿quién soy hoy? ¿cómo
me describo? ¿cuáles son mis metas?); «futuro yo real» (v.gr.: ¿cómo me visualizo en quince años? ¿cómo
quisiera que me visualizaran los demás? ¿qué metas quisiera haber alcanzado?); «yo digital» (v.gr.: ¿quién
soy en las redes? ¿quien interactúa en línea es mi verdadero yo? ¿mi expresión en línea se relaciona con mi
verdadero yo?); y el «yo curado» (v.gr.: ¿cuánto de lo publicado en línea representa la esencia de quien
soy? ¿cómo podría expresar diferentes partes de mi verdadero yo sin exponerme en exceso? ¿mi perfil se
parece en realidad a mí?) (Common Sense Education, 2019a). El objeto de los ejercicios es reflexionar sobre
la forma en que las redes pueden alterar la identidad y la personalidad de los usuarios, a través de una
adaptación artificial de los valores, intereses, gustos, creencias y fortalezas e imagen corporal, requiriendo
de los usuarios un análisis de las ventajas y desventajas que presenta la modificación de su personalidad
para el entorno virtual social (Common Sense Education, 2019b).

4.2. Regulación emocional

Es la capacidad para manejar emociones apropiadamente y contar con estrategias para afrontar situacio-
nes, a través de la toma de conciencia de la relación existente entre las nociones de emoción, cognición y
comportamiento. También ha sido definida como aquellos procesos por los cuales las personas ejercemos
una influencia sobre las emociones que tenemos, sobre cuándo las tenemos, y sobre cómo las experimenta-
mos y las expresamos (Gross, 1999).

La regulación emocional se manifiesta a través de un amplio rango de habilidades, como son: la toma de
conciencia de la interacción emoción-cognición-comportamiento; la expresión emocional; la autorregulación;
la capacidad de postergar recompensas; las habilidades de afrontamiento; la posibilidad de autogenerar
emociones positivas; y la autogestión (Bisquerra y Mateo, 2019). Consideramos que es una de las compe-
tencias más necesarias y útiles —junto con la autonomía emocional— para el uso adecuado de las redes so-
ciales, pues podríamos afirmar que sus habilidades se requieren en su totalidad para una apropiada interac-
ción virtual.

En efecto, empleada para el creciente fenómeno de las fake news, es decir, las noticias falsas —en oca-
siones rumores magnificados por las propias redes sociales— que se suelen difundir como consecuencia de
reacciones emocionales intensas (v.gr.: sorpresa, enojo, etc.), la regulación emocional actuaría como un
pragmático mecanismo de prevención, pues gestionaría esa reacción inicial derivada de la supuesta noticia y
activaría la duda y, en consecuencia, el pensamiento crítico que, a su vez, limitaría considerablemente la
propagación irresponsable de rumores no comprobados por el cuestionamiento de su veracidad, lo que su-
pondría una interrupción en su cadena de difusión y, en el mejor de los supuestos, estimularía el «fact-chec-
king» (comprobación de hechos) como una evaluación detenida e integral sobre la autenticidad de cada noti-
cia recibida.

Adicionalmente, aplicada a las conductas de riesgo mencionadas, el ejercicio de la autorregulación, mani-


festada particularmente en este caso en el retraso en la gratificación, en la autodisciplina y en el control de
la impulsividad, limitaría la frecuente irresponsabilidad en la interacción social en redes por parte de los
usuarios, restringiendo la exposición excesiva e imprudente en las plataformas y coartando la falsa extrover-
sión que deviene en la publicación de fotos, mensajes y comentarios de manera irreflexiva.

En lo que respecta al desequilibrio y el uso desproporcionado de las redes —aspecto común aunque no
exclusivo a los jóvenes— las habilidades de la regulación emocional que nos ayudan a comprender ¿qué
siento? y ¿qué pienso?, determinarían nuestra manera de actuar; y la posibilidad de autogeneración de emo-
ciones positivas, que no hace capaces de experimentar bienestar sin necesidad de estar conectados a las re-
des (v.gr.: contacto con la familia, compartir con amigos, deportes, hobbies), nos permitiría lograr un ade-
cuado balance entre el uso de las redes y las actividades cotidianas, sociales, familiares, estudiantiles o la-
borales, para prevenir y limitar prudentemente el uso desmedido de pantallas en situaciones sociales.

De particular importancia es la regulación emocional para confrontar el fenómeno social de los


influencers. Por una parte, encontramos el deseo de ser influencer: si bien las razones que motivan ese ob-
jetivo son varias, su proceso puede implicar conductas de riesgo que atentan contra la persona, las cuales
podrían mitigarse o controlarse regulando la impulsividad originada por la intolerancia a la frustración (i.e.:
por no ser quien se desea o no ser aceptado en su condición actual) o la incapacidad de expresar adecuada
y coherentemente las emociones y los pensamientos, ante un posible vacío existencial. Provocaría una auto-
restricción en la necesidad de sobreexposición y el «oversharing» con extraños, aspecto que lamentable-
mente se considera necesario para lograr esa fama virtual (que precisa del flujo constante de imágenes de
Instagram, videos de Snapchat y coreografías musicales en TikTok). Por otra parte, está la necesidad de se-
guir a influencers y ser afectado o motivado por sus conductas: consideramos que la regulación emocional, a
través de la posibilidad de generar emociones positivas propias, buscaría limitar el seguimiento obsesivo e
insistente de la vida diaria de los influencers (v.gr.: ¿qué hace?, ¿qué come?, ¿cómo se cuida?, ¿cómo vive?
¿a quién frecuenta?), así como la idealización de la vida virtual de otros, pues experimentar emociones posi-
tivas originadas de experiencias propias, debería ser suficiente para compensar la necesidad de anhelar, imi-
tar o reproducir una vida ajena y, en la práctica, desconocida, lo que conllevaría a una relación sana con la
imagen del influencer, que puede ser admirado sin ser idolatrado.
Además de ser de extrema utilidad para estas omnipresentes conductas de las redes sociales, lo cierto es
que la regulación emocional y la expresión social adecuada, de manera conjunta con el control de la impulsi-
vidad, son claves para mitigar el intercambio, en ocasiones ingenuo y de buena fe, de mensajes de conte-
nido sexual explícito («sexting») con extraños en redes o plataformas de mensajería. Adicionalmente, su uti-
lidad en el control de la agresividad, la ira y la frustración es fundamental para evitar el cyberbullying, y la
forma de conocer y buscar maneras de expresión emocional distinta a las redes, así como el control de con-
ductas impulsivas, es clave para no incurrir en el cyberstalking, conducta que se quiere criminalizar en el
mundo.

Finalmente, en lo que se refiere a los trastornos psicológicos, la conciencia y autogestión de nuestros es-
tados internos y la regulación de nuestras emociones para canalizarlas para nuestro beneficio y el de nuestro
entorno, son importantes para que el uso de las aplicaciones no genere o potencie trastornos psicológicos
existentes en sujetos vulnerables.

Aplicación práctica

La propuesta práctica sugerida en este punto se vincula con diversos ejercicios que tengan por objeto
desarrollar la regulación emocional en el marco del uso de las redes sociales. A modo enunciativo, conside-
ramos conveniente los siguientes: (i) hacer y mantener un registro de las decisiones tomadas durante el uso
de las redes (cuánto y cuándo se consumen redes sociales y sus efectos emocionales), con el objeto de pro-
curar la toma de decisiones saludables (Common Sense Education, 2020); (ii) realizar sesiones para idear
estrategias personales que busquen un equilibrio en el uso de las redes, analizando medios internos (auto-
rregulación) y externos (configuración del móvil o aplicaciones («apps») que limitan el uso, v.gr.: Moment,
Freedom, Antisocial, etc.), sugiriendo incluso idear un prototipo de una nueva aplicación («app») que
atienda las necesidades de los propios usuarios, no desde la restricción sino desde la invitación a modificar
el hábito (Common Sense Education, 2019c); (iii) realizar ejercicios de planificación del ocio y comprensión
de la cantidad/calidad de actividades de esparcimiento; (iv) hacer una lluvia de ideas para identificar hábitos
digitales positivos y negativos y determinar las consecuencias de la costumbre de usar las redes automática-
mente; (v) etiquetar las emociones que genera el uso de las redes y buscar estrategias de afrontamiento
para: el control de la impulsividad (v.gr.: reflexionar sobre lo que se hace y sus consecuencias); el retraso
de la gratificación (v.gr.: comprometerse previamente a restringir el acceso a la tentación, alejarse del estí-
mulo para desviar la atención y destinar tiempo para otra actividad); la tolerancia a la frustración (v.gr.:
aceptar límites y comprender que no siempre se obtiene lo deseado en cuanto al tiempo de uso y la res-
puesta de los seguidores); y la autogeneración de afirmaciones positivas (v.gr.: reestructurar pensamientos
y analizar motivaciones y necesidades para buscar otra forma consciente y voluntaria de placer diferente a la
conexión a las redes); (vi) realizar el ejercicio «pensar antes de compartir» vinculado con las fake news, que
consiste en conectar con la emoción que produce una noticia, luego pensar acerca de su veracidad y final-
mente hacer fact-checking para comprobarla antes de compartirla.

4.3. Autonomía emocional

Se podría definir como la capacidad para tener una interdependencia sana entre autonomía y dependen-
cia emocional (Asociación Educar, 2020), así como «la capacidad de no verse seriamente afectado por los
estímulos del entorno» (Bisquerra y Pérez, 2012, p. 3). Es un concepto no necesariamente preciso, pero que
se relaciona con la autogestión personal. Abarca habilidades tales como: la autoestima; automotivación;
responsabilidad; autoeficacia emocional; el análisis crítico de normas sociales; y la resiliencia.

Es otra competencia de extrema necesidad para lidiar de manera adecuada y correcta con el mundo de
las redes sociales y las conductas de riesgo consecuencia de su uso, pues su correcto desarrollo permitiría
un anhelado balance entre las motivaciones positivas de las redes (i.e.: diversión, entretenimiento, informa-
ción) y la exagerada vinculación afectiva por la dependencia (insana) que impide un segundo de descone-
xión sin perder el control, lo que deriva en una sensación de incomprensión del entorno que apareja una in-
capacidad de responder efectivamente. Todo esto genera una inseguridad que conlleva la toma de malas de-
cisiones que, inevitablemente, acarrean consecuencias en la vida real.

Analizar críticamente las normas sociales y ser responsables con su seguimiento evitaría el creciente uso
irresponsable de las plataformas y la disociación entre el mundo virtual y el mundo real. De igual manera, y
en una aplicación más concreta, un sano nivel de autoestima, así como una capacidad para comprometerse
con actividades variadas —no solo virtuales— de la vida real (automotivación), impediría incurrir en el fenó-
meno de las «vidas curadas» para buscar la probación de desconocidos, pues la satisfacción con nuestro
propio estado, la capacidad de motivarnos y sentirnos «empoderados» y, especialmente, la capacidad de
aceptarnos como somos, nos alejaría de la extenuante necesidad de agradar a una audiencia virtual en todo
momento (Bisquerra y Mateo, 2019).

Finalmente, en lo que respecta a los complejos trastornos psicológicos, la autoeficacia emocional enten-
dida como la capacidad de aceptarse a uno mismo, pudiendo alinear valores y creencias conforme las pro-
pias experiencias emocionales, evitaría la carga subjetiva de pensar cómo nos ven los demás, al comprender
que cada persona tiene su propio sistema de valores y que es normal ser un individuo distinto a los demás.
La autonomía e independencia emocional actuarían como medidas preventivas idóneas para combatir las
conductas de riesgo asociadas al uso inapropiado de las aplicaciones de redes sociales desde el punto de
vista de sus efectos psicológicos.

Aplicación práctica

La puesta en práctica de la autonomía emocional se centraría en la realización de ejercicios personales o


grupales que confronten las conductas de riesgo mencionadas, entre los cuales sugerimos: (i) ejercicios de
reflexión sobre la importancia de los «likes» en la valoración personal y el efecto en la autoconfianza de co-
mentarios de terceros en las redes; (ii) comprensión del alcance presente y futuro de la huella digital (en es-
tudios, empleo, etc.) y la responsabilidad del usuario en el impacto de su huella (v.gr.: publicaciones que
ayudan o perjudican a largo plazo) (Internet Society, 2020b), con la intención de diseñar una propuesta gru-
pal para moderar la necesidad de publicar en redes por diversos factores, como presión social, entre otros
(Common Sense Education, 2019d); (iii) entendimiento de la noción de la reputación en línea y la responsa-
bilidad que ésta apareja, la privacidad de terceros en las redes y el efecto del «etiquetado» en fotos, la per-
manencia de las publicaciones («download» de información, capturas de pantalla, etc.) haciendo un cuadro
comparativo en donde se analice lo que es bueno y malo para la reputación digital (Common Sense Educa-
tion, 2019e); (iv) uso de herramientas para desarrollar la autoestima y su eficacia en las redes (v.gr.: acep-
tar fracasos, errores, proponer metas alcanzables, atender a lo positivo de uno mismo, evitar comparacio-
nes) y hacer un listado de lo que le gusta al usuario de su personalidad/físico para compararlo con opiniones
de otros y su imagen en las redes (Echeburúa y Requesens, 2012); (v) comprensión de la dependencia y/o
adicción a las redes sociales a través de discusiones entre dos grupos (quienes se consideran dependientes y
quienes no), analizando tiempo de uso y sensaciones y emociones de la desconexión; (vi) reconocimiento de
los efectos para la salud del tiempo excesivo en pantallas (cualidades adictivas), diferenciar el tiempo activo
vs. pasivo y comprensión de las consecuencias de las pantallas en el sueño, la ansiedad y la depresión.

4.4. Competencia social

De manera general, se define como la capacidad para mantener buenas relaciones (Bisquerra y Mateo,
2019). La organización colectiva CASEL se refiere a esta competencia como «habilidades de interrelación»
(«Relationship Skills») en su esquema «SEL» (Social and Emotional Learning) y las define de manera más
amplia, como la capacidad para «establecer y mantener relaciones saludables y de apoyo y para navegar
eficazmente en entornos con individuos y grupos. Esto incluye la capacidades para comunicarse claramente,
escuchar activamente, cooperar, trabajar en colaboración para resolver problemas y negociar conflictos de
manera constructiva, navegar en entornos con diferentes exigencias y oportunidades sociales y culturales,
proporcionar liderazgo, y buscar u ofrecer ayuda cuando sea necesario» (CASEL, 2020, p. 2).

Dada la amplitud del concepto, las habilidades que agrupa esta competencia son: dominar las habilidades
sociales básicas; el respeto por los demás; la comunicación receptiva; la comunicación expresiva; compartir
emociones; el comportamiento pro-social y de cooperación; la asertividad; la prevención y solución de con-
flictos; y la capacidad de gestionar situaciones emocionales (Bisquerra y Mateo, 2019). Podríamos incluir,
dentro de esta competencia, a la conciencia social (CASEL, 2020), que se resume en la capacidad de recono-
cer y apreciar similitudes y diferencias de las personas, leerlas emocionalmente, ser empático y tolerante
con los demás.

Concretamente, tener un comportamiento socialmente aceptado (dominio de las habilidades sociales bá-
sicas) y tener la capacidad para establecer y mantener relaciones sanas fuera del plano virtual, combatirían
en cierta medida la sobreexposición a las redes para agradar, pues el tiempo que se invierte en éstas no su-
planta la satisfacción de las relaciones humanas presenciales y, aunque asista en situaciones de distancia fí-
sica, no las sustituye, por lo que idealmente las redes no reemplazarían las relaciones auténticas. Cabe se-
ñalar que las competencias sociales se adquieren en gran medida, observando la conducta de otros de modo
que, a menor exposición de la persona a las relaciones reales, menor será la capacidad de relacionarse con
otros positivamente, razón por la cual el aislamiento físico suele reducir significativamente la exposición a
modelos de interacción hábiles y disminuye la posibilidad de ser reforzados (una vez se muestren habilida-
des adecuadas) o ser juzgados (ya que nos pone en evidencia ante los ojos de los demás) (Kelly, 2002). Por
lo tanto, al preferir las relaciones sociales en línea sobre las relaciones directas con los amigos o pareja, se
dificulta que se pongan en práctica las competencias sociales necesarias para desenvolverse de manera óp-
tima. En efecto, es más fácil conectar con personas sin establecer una relación afianzada, pues se crean re-
laciones más débiles, sin conexión emocional y menos comprometidas, en las que no hace falta tiempo ni
esfuerzo para el intercambio de información (Cachia, 2008).

Por otra parte, tener la habilidad de identificar problemas y anticipar sus consecuencias oportunamente,
resulta vital para la prevención y solución de conflictos asociados a la reputación digital, aspecto de gran im-
portancia en el mundo laboral, en donde en la actualidad se revisan los perfiles de redes sociales para las
contrataciones. Adicionalmente, la empatía y la compasión, propias de la conciencia social, aumentan la sen-
sibilidad y el compromiso de ayudar y ser generoso con los demás, limitando en gran medida la aparición
tanto del cyberbullying como del cyberstalking en redes sociales.

Finalmente, en lo que respecta al analfabetismo relacional, el dominio de habilidades básicas acorde a los
comportamientos socialmente aceptados, la comunicación receptiva y expresiva, la asertividad y la capaci-
dad para compartir emociones tomando en cuenta la sinceridad, la reciprocidad y la simetría de la relación
evitaría notablemente la progresiva pérdida de las habilidades básicas interrelación, como consecuencia de
la deshumanización virtual, que apareja falta de conexión física, baja capacidad de interpretación emocional
(Galindo y Reyes, 2015).

Aplicación práctica

La propuesta práctica del aprendizaje de las competencias sociales para las redes se concentraría en di-
versos ejercicios que desarrollen sus habilidades, entre los que sugerimos: (i) la promoción de la toma de
conciencia de las habilidades de los usuarios en la vida real y en la virtualidad, listando y puntuando la des-
treza de cada una (tomando como referencia la tabla de habilidades de Echeburúa y Requesens, 2012, p.
92), para contrastar los resultados y diseñar un plan para equiparar las discrepancias entre ambos escena-
rios (ii) la aplicación de la rutina de pensamiento «paso adentro-paso afuera-paso atrás» (Harvard Graduate
School of Education, 2019a) para desarrollar la habilidad de empatía-compasión con casos concretos de re-
des sociales (v.gr.: fotografías y publicaciones); (iii) el debate de cuestiones vinculadas con las relaciones en
las redes sociales (v.gr.: facilidad de las relaciones virtuales, autenticidad de las relaciones en redes, habili-
dades sociales requeridas para la virtualidad); (iv) la aplicación de la rutina de pensamiento «veo-pienso-me
pregunto» (Instituto Nacional de Tecnologías Educativas y Formación del Profesorado de España, 2015) para
desarrollar habilidad de prevención y solución de conflictos en publicaciones de las redes; (v) la reflexión,
por medio de una lluvia de ideas sobre las cualidades de las relaciones saludables y gratificantes así como el
cuestionamiento sobre la potencial afectación de sus relaciones sociales reales con motivo de sus relaciones
virtuales.

4.5. Competencias para la vida y el bienestar

Esta extensa e integral competencia se refiere a la capacidad para tener comportamientos apropiados y
responsables para afrontar desafíos y situaciones excepcionales, organizando la vida sana y equilibrada-
mente para procurar la satisfacción y el bienestar(Bisquerra y Mateo, 2019). Dentro sus habilidades encon-
tramos: la toma de decisiones responsables, que incluso es considerada como una competencia autónoma
para el CASEL en su esquema de «SEL»; la fijación de objetivos; la capacidad para buscar recursos y ayuda;
la ciudadanía activa, cívica, responsable, critica y comprometida; el bienestar subjetivo; y la capacidad para
«fluir». Por su parte, la Organización Mundial de la Salud tiene una definición que denomina «habilidades
para la vida», las cuales son las «aptitudes necesarias para tener un comportamiento adecuado y positivo
que nos permita enfrentar eficazmente las exigencias y retos de la vida diaria» (Organización Mundial de la
Salud, 1994, p. 1). Actualmente son habilidades orientadas al bienestar humano y a «aprender a ser».

Consideramos que una buena ciudadanía digital, que implique el uso racional, positivo e idóneo de las re-
des sociales, conllevaría a que el tiempo en línea adquiera una dimensión distinta para el usuario (que en-
contrará un sentido y un objetivo personal en su interacción) y podrá ser una fuente de bienestar y satisfac-
ción en la medida en que las redes sean un instrumento dentro de un proyecto o una planificación para al-
canzar su propósito de vida. Recurrir a las redes bajo esta óptica podría convertirse en un hábito sano que
activaría el circuito de recompensa cerebral de motivación (dopamina), actuación ejecutiva (noradrenalina) y
consecución de logros (serotonina), que conecta los grupos de neuronas productores de sensaciones inten-
sas de placer y satisfacción (Asociación Educar, 2019).
Lo que se busca, en definitiva, es que tanto la alfabetización mediática como la alfabetización socioemo-
cional contribuyan de manera determinante para que el uso de las redes mejore nuestra vida a través de la
consecución de un propósito que nos permita alcanzar el bienestar personal, no a pesar de las redes socia-
les, sino de manera armoniosa con éstas, aprovechando su potencial de manera adecuada. El desarrollo de
las competencias para la vida y el bienestar constituye, más que una herramienta, una consecuencia del
buen uso de las competencias emocionales previas, es decir, la conciencia, regulación y autonomía emocio-
nal (internas) y las habilidades de interrelación que se manifiestan en la competencia social.

Aplicación práctica

La propuesta práctica para educar en esta competencia en el ambiente de las redes, se concentraría en
comprender, interiorizar y aspirar a tener un propósito de vida, lo cual puede lograrse por medio de ejerci-
cios que busquen, entre otras cosas: (i) dotar de sentido la experiencia virtual y buscar tener un impacto
positivo alineado con las creencias y valores del usuario, a través de un ejercicio de reflexión en el que el
usuario proponga conductas concretas que agreguen valor a su huella digital para alcanzar «mi mejor yo»
en las redes (Common Sense Media, 2019f); (ii) convertir el propósito de vida en un proyecto de impacto
real desarrollando, a través de las redes sociales, una planificación que obligue al usuario a fijarse objetivos,
tomar la responsabilidad para solucionar un problema y obtener recursos y ayuda de otros para iniciar una
campaña virtual destinada a resolver el asunto planteado (ciudadanía digital activa, crítica y comprometida)
(Bisquerra y Mateo, 2019, Common Sense Media, 2019f); proyecto que tendría por finalidad promover, entre
otras cosas, la meta-reflexividad, que consiste en generar un diálogo interno a través de la formulación de
preguntas que obliguen a desarrollar una postura crítica que permita definir preocupaciones, desarrollar pro-
yectos y establecer prácticas para tomar acciones eficaces en la sociedad (Golob, Makarovi y Rek, 2021);
todo lo cual sería finalmente evaluado a través de la rutina de pensamiento «antes pensaba-ahora pienso»
(Harvard Graduate School of Education, 2019b), que busca analizar la visión inicial de los usuarios sobre su
huella digital y su visión actual, una vez comprendida la relación entre huella digital y el propósito de
impacto.

5. CONCLUSIONES

Las redes sociales han representado una revolución en la forma de relacionarnos interpersonalmente, lo
que ha traído extraordinarias ventajas, pero también han generado perjuicios por su uso inadecuado o exce-
sivo que, aunque no opacan los beneficios, han crecido de manera inédita y representan problemas poten-
cialmente graves a escala mundial para la sociedad. La intervención educativa en el plano de la educación
socioemocional resulta necesaria e ineludible como medida preventiva ante el agravamiento de conductas de
riesgo en jóvenes y adultos, en concordancia con la formación en ciudadanía digital, y una forzosa instruc-
ción técnica introductoria en el uso de estas plataformas y sus factores de riesgo.

Las redes tienen factores de riesgo inherentes a las vulnerabilidades de las plataformas en línea, como
(a) la falta de privacidad y seguridad personal (b) la huella digital y (c) la falta de control de contenido. Sin
embargo, también tienen virtudes implícitas (inmediatez, conectividad, acceso infinito a información y edu-
cación, «awareness», acceso a redes de apoyo, gratuidad) que, con un buen uso, permiten construir y man-
tener relaciones personales, acceder a experiencias de otros, moldear una identidad propia, crecer personal-
mente y expresarnos de manera libre.

Los usuarios de las redes incurren con frecuencia en conductas de riesgo, comportamientos que atentan
contra su integridad física, mental y espiritual, que se derivan del empleo impropio, inadecuado o excesivo
de las aplicaciones por impericia (desconocimiento) o imprudencia (actuación irreflexiva). Las conductas de
riesgo más importantes son (i) una creciente irresponsabilidad virtual; (ii) la falta de equilibrio y balance en
su uso; (iii) la sobreexposición por exhibición excesiva; (iv) la creación de falsos vínculos de amistad o inti-
midad virtual; (iv) el acoso virtual; (v) el analfabetismo relacional; y (vi) la potenciación de trastornos psico-
lógicos que abarcan personalidad, dismorfia, alimentación y sueño, ansiedad, estrés, soledad y aislamiento,
así como la baja autoestima y la depresión.

Se propone educar a los usuarios de las redes sociales en las competencias emocionales básicas, los co-
nocimientos, habilidades y actitudes necesarias para comprender, expresar y regular de forma apropiada los
fenómenos emocionales, como un factor determinante de prevención para su uso correcto y equilibrado. Las
competencias emocionales básicas son: (i) conciencia emocional (ii) regulación emocional (iii) autonomía
emocional (iv) competencia social y (iv) las competencias para la vida y el bienestar. Cada una de esas com-
petencias tiene una serie de habilidades que consideramos deben ser enseñadas sistemáticamente para que
sean usadas por los usuarios (jóvenes y adultos) con el objetivo de contrarrestar los factores y las conductas
de riesgo, a través de una serie de ejercicios prácticos que confirmen la utilidad y eficacia de cada habilidad
respecto de cada riesgo concreto.

La finalidad es adquirir competencias para la vida y el bienestar (comportamientos apropiados y respon-


sables para afrontar desafíos y situaciones excepcionales organizando la vida sana y equilibradamente para
procurar la satisfacción, que son la suma de las anteriores) para «aprender a ser».

La comprensión y aplicación de las competencias emocionales, vistas como competencias para la vida y
el bienestar, debería llevarnos a comprender la noción de propósito de vida, como el objeto de lo que quere-
mos lograr con nuestras acciones en nuestra existencia. Si se entiende esa noción a través de la educación
socioemocional, los usuarios de las redes pudiesen comprender que todas nuestras acciones en la vida, in-
cluyendo la conexión e interacción diaria en redes sociales, deben estar alineadas con nuestros valores,
creencia e identidad y deben ser concordantes con nuestro propósito o, al menos, aspirar a eso. Sin duda,
entender el impacto emocional de nuestras acciones, debería llevarnos a tener una interacción social virtual
más trascendente.

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(1) Lic. en Ciencias de la Educación (Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela, 2001), Especialista en Interven-
ción Psicológica en Contextos Educativas (Universidad Complutense de Madrid, 2003), Coordinadora Académica
y de Innovación del Colegio Santa Fe (Ciudad de México), Directora de CapacitaSE (www.capacitase.com), So-
cia Fundacional de la RIEEB. tfernandez@capacitase.com
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