Los Ríos Profundos-5to.

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Los ríos profundos

Los ríos profundos es la tercera novela del escritor peruano José María Arguedas. El título de la obra


(en quechua Uku Mayu) alude a la profundidad de los ríos andinos, que nacen en la cima de la Cordillera de los
Andes, pero a la vez se refiere a las sólidas y ancestrales raíces de la cultura andina, la que, según Arguedas, es la
verdadera identidad nacional del Perú.
Publicada por la Editorial Losada en Buenos Aires en 1958, recibió en el Perú el Premio Nacional de Fomento a la
Cultura Ricardo Palma (1959) y fue finalista en Estados Unidos del premio William Faulkner (1963). Desde entonces
creció el interés de la crítica por la obra de Arguedas y en las décadas siguientes el libro se tradujo a varios idiomas.
Según la crítica especializada, esta novela marcó el comienzo de la corriente neoindigenista, pues presenta por
primera vez una lectura del problema del indio desde una perspectiva más cercana a él, mérito que comparte con la
obra del escritor mexicano Juan Rulfo. La mayoría de los críticos coinciden en que esta novela es la obra maestra de
Arguedas.
Contexto
A finales de la década de 1950, Arguedas se mostró muy prolífico en cuanto a producción literaria. El libro apareció
cuando el Indigenismo se hallaba en pleno auge. Por entonces era ministro de Educación el antropólogo e
historiador Luis E. Valcárcel, quien organizó el Museo de la Cultura, institución que impulsó los estudios indigenistas.
De otro lado, con la aparición de Los ríos profundos se inició un proceso de valoración de la obra de Arguedas en el
Perú y que también se ha ido dando a nivel internacional.
Composición
La génesis de la novela sería el cuento Warma kuyay (que forma parte del libro de cuentos Agua, publicado en 1935),
uno de cuyos personajes es el niño Ernesto, inconfundiblemente el mismo Ernesto de Los ríos profundos. Un texto de
Arguedas que apareció publicado en 1948 bajo la forma de relato autobiográfico,4 conformaría después el segundo
capítulo de la novela bajo el título de Los viajes. En 1950 Arguedas anunció en el ensayo «La novela y el problema de
la expresión literaria en el Perú» la existencia del proyecto de la novela. 5 El impulso para completar su composición
surgió años después, por el año 1956, cuando realizaba un trabajo etnográfico de campo en el valle del Mantaro. No
paró entonces hasta verlo concluido. Algunos textos de estudio etnográfico fueron adheridos al relato, como la
explicación etimológica del zumbayllu o trompo mágico.
El 70 % de la acción de la novela transcurre en la ciudad de Abancay, en quechua Awancay. Otros escenarios son
mencionados en los dos primeros capítulos de la novela: el Cuzco y diversas ciudades costeñas y serranas del sur y
centro del Perú, lugares que Ernesto, el protagonista, recorre acompañando a su padre antes de instalarse en
Abancay.
Abancay es un pueblo con pequeños barrios separados por huertas de moreras, y con campos de cañaverales que
se extienden hasta el río Pachachaca. Lo rodea la hacienda Patibamba, cuyo patrón no la vendía y por ello la ciudad
no podía expandirse. Un árbol característico de Abancay es el nativo pisonay, que en primavera se llena de flores
grandes y rojas.
Lugares importantes de Abancay donde se desarrolla la novela son el Colegio religioso o internado, con su enorme
patio polvoriento; el barrio de Huanupata, tugurio maloliente poblado de chicherías, donde también se podían
encontrar mujeres fáciles; la Plaza de Armas; la Avenida Condebamba, que es una amplia alameda sembrada de
moreras. Ya en las afueras se alza el puente del Pachachaca, símbolo de la conquista española, sostenido por bases
de cal y canto y que pese a sus siglos de vida aún se mantiene firme y aguanta las embestidas del río que pasa bajo
su arco, el Pachachaca.
El río es precisamente un elemento vital en el mundo mágico-religioso de la cultura andina y por eso es el que da el
nombre a la obra, pero con el agregado de «profundo», constituyendo así en una metáfora de la cosmovisión andina
que no se queda en el aspecto exterior, sino que se adentra más en su interior, a su esencia más profunda.6
Época
Teniendo en cuenta que se trata de una novela de corte autobiográfico, la época en que está ambientada la narración
es la década de 1920, bajo el oncenio de Augusto B. Leguía. Para ser más exactos, fue el año de 1924 en que
Arguedas estudió el quinto de primaria en el colegio de Abancay, dirigido por los padres mercedarios.7
Resumen
La novela narra el proceso de maduración de Ernesto, un muchacho de 14 años quien debe enfrentar a las injusticias
del mundo adulto del que empieza a formar parte y en el que debe elegir un camino. El relato empieza en el Cusco,
ciudad a la que arriban Ernesto y su padre, Gabriel, un abogado itinerante, en busca de un pariente rico
denominado El Viejo, con el propósito de solicitarle trabajo y amparo. Pero no tienen éxito. Entonces reemprenden
sus andanzas a lo largo de muchas ciudades y pueblos del sur peruano. En Abancay, Ernesto es matriculado como
interno en un colegio religioso mientras su padre continúa sus viajes en busca de trabajo. Ernesto tendrá entonces
que convivir con los alumnos del internado que son un microcosmos de la sociedad peruana y donde priman normas
crueles y violentas. Más adelante, ya fuera de los límites del colegio, el amotinamiento de un grupo
de chicheras exigiendo el reparto de la sal, y la entrada en masa de los colonos o campesinos indios a la ciudad que
venían a pedir una misa para las víctimas de la epidemia de tifus, originará en Ernesto una profunda toma de
conciencia: elegirá los valores de la liberación en vez de la seguridad económica. Con ello culmina una fase de su
proceso de aprendizaje. La novela finaliza cuando Ernesto abandona Abancay y se dirige a una hacienda de
propiedad de «El Viejo», situada en el valle del Apurímac, donde esperará el retorno de su padre.
Tema
El tema principal es el conflicto existencial en el que se debate un adolescente, de elegir el mundo andino en el que
ha nacido y pasado su infancia o el mundo criollo u occidental al cual las necesidades de la vida le empujan. Él
optará por identificarse con el mundo andino. Otros temas que se presentan en la novela son la violencia racial, social
y sexual, el sistema opresivo de la educación y el vínculo del hombre andino con la naturaleza.
Resumen por capítulos
1.- El viejo
El relato empieza cuando el narrador (Ernesto) cuenta su llegada al Cusco, acompañando a su padre Gabriel, quien
era abogado y viajaba continuamente buscando dónde ejercer su profesión. En la antigua capital de los incas visitan
a un pariente rico al que conocen como El Viejo, para solicitarle alojamiento y trabajo, pero este resulta ser un tipo
avaro, tosco y con fama de explotador, por lo que deciden abandonar la ciudad y buscar otros rumbos. Pero antes
pasean por la ciudad. Ernesto se deslumbra ante los majestuosos muros de los palacios de los incas, cuyas piedras
finamente talladas y perfectamente encajadas le parece que se mueven y hablan. Luego pasan frente a la Iglesia de
la Compañía y visitan la Catedral, donde oran frente a la imagen del Señor de los Temblores. Allí se encuentran
nuevamente con el Viejo, quien estaba acompañado de su sirviente indio o pongo, símbolo de la raza explotada.
Ernesto no puede contener el desagrado que le produce el Viejo y lo saluda secamente
2.- Los viajes
En este capítulo el narrador relata los viajes de su padre como abogado itinerante por diversos pueblos y ciudades de
la sierra y de la costa, viajes en los que le acompaña desde muy niño. Cuenta anécdotas curiosas que les toca vivir
en algunos pueblos. Llegan por ejemplo a un pueblo cuyos niños salían al campo a cazar aves para que no causaran
estragos en los trigales. En ese mismo pueblo, había una cruz grande en la cima de un cerro, que durante una
festividad religiosa era bajada por los indios en hombros. En otra ocasión llegan a Huancayo, donde casi se mueren
de hambre pues sus habitantes, que odiaban a los forasteros, impidieron que los litigantes (clientes) fueran a verles.
En otro pueblo las personas les miran con rabia, a excepción de una joven alta y de ojos azules, que parecía más
amigable. Ernesto se venga en esa ocasión cantando huaynos a todo pulmón en las esquinas. En Huancapi, cerca
de Yauyos, contempla cómo unos loros que posaban en los árboles son muertos a balazos por unos tiradores, siendo
lo extraño que dichas aves no se animaran a alzar vuelo y cayeran así mansamente, una tras otra. De allí pasan a
Cangallo y siguen hacia Huamanga, por la pampa de los morochucos, célebres jinetes andinos.
3.- La despedida
Cuenta el narrador cómo su padre le promete que sus continuos viajes acabarían en Abancay, pues allí vivía un
notario, viejo amigo suyo, quien sin duda le recomendaría muchos clientes. También le promete que le matricularía en
un colegio. Llegan pues a Abancay y se dirigen a la casa del notario, pero este resultó ser hombre enfermo y ya inútil
para el trabajo, y para colmo, con una mujer e hijos pequeños. Descorazonado, el padre prefiere alojarse en una
posada, donde coloca su placa de abogado. Pero los clientes no llegan y entonces decide reemprender sus viajes.
Pero esta vez ya no le podrá acompañar Ernesto, pues ya estaba matriculado de interno en un colegio de religiosos
de la ciudad, cuyo director era el Padre Linares. Su decisión se apresura cuando un tal Joaquín, un hacendado
de Chalhuanca, llega a Abancay a solicitarle sus servicios profesionales. Ernesto se despide entonces de su padre y
se queda en el internado.
4.- La hacienda
En este capítulo el narrador cuenta la vida de los indios en la hacienda colindante a Abancay, Patibamba, a donde
solía ir los domingos tras salir del internado, pero a diferencia de los indios con quienes había vivido su niñez, estos
parecían muy huraños y vivían encerrados. Relata también las misas oficiadas por el Padre, y cómo este predicaba el
odio hacia los chilenos y el desquite de los peruanos por la guerra de 1879 (recordemos que eran los años de 1920,
en plena tensión peruano-chilena por motivo del litigio por Tacna y Arica) y elogiaba a la vez a los hacendados, a
quienes calificaba como el fundamento de la patria, pues eran, según su juicio, los pilares que sostenían la riqueza
nacional y los que mantenían el orden.
5.- Puente sobre el mundo
El título de este capítulo alude al significado del nombre quechua de Pachachaca, el río cercano a Abancay, sobre el
cual los conquistadores españoles construyeron un puente de piedra y cal que hasta hoy sobrevive. Con la
esperanza de poder encontrar a algún indio colono de la hacienda, Ernesto aprovecha los domingos para visitar
Huanupata, el barrio alegre de Abancay, poblado de chicherías, arrabal pestilente donde también se podían encontrar
mujeres fáciles. Para su sorpresa no encuentra a ninguno de los colonos, y solo ve a muchos forasteros y
parroquianos. De todos modos continua frecuentando dicho barrio, pues los fines de semana iban allí músicos y
cantantes a tocar arpa y violín y cantar huaynos, lo que le recordaba mucho a su tierra. Luego pasa a describir la vida
en el internado; en primer lugar cuenta como el Padre incentivaba el espíritu patriótico entre los alumnos,
teatralizando entre ellos peleas entre peruanos y chilenos. Luego menciona a los alumnos, refiriendo sobre sus
orígenes y características: el Lleras y el Añuco, que eran los más abusivos y rebeldes de los alumnos; el Palacitos, el
de menor edad, y a la vez el más tímido y débil de todos; el Romero, el Peluca y otros más. También se menciona a
una joven demente, la opa Marcelina, que era ayudante en la cocina y que solía ser desnudada y abusada
sexualmente por los alumnos mayores, sobre todo por Lleras y Peluca. Lleras incluso trata de obligar al Palacitos
para que tenga relaciones sexuales con Marcelina, mientras esta era sujetada en el suelo con el vestido levantado
hasta el cuello. El Palacitos se resiste, llorando y gritando. El Romero, hastiado de los abusos de Lleras, le reta a
pelear, pero el encuentro no se produce.
6.- Zumbayllu
Esta vez Ernesto relata como uno de los alumnos, el Ántero o Markask’a, rompe la monotonía de la escuela al traer
un trompo muy peculiar al cual llaman zumbayllu, lo que se convierte en la sensación de la clase. Para los mayores
solo se trata de un juguete infantil, pero los más chicos ven en ello un objeto mágico, que hace posible que todas las
discusiones queden de lado y surja la unión. Ántero le regala su zumbayllu a Ernesto y se vuelven desde entonces
muy amigos. Ya con la confianza ganada, Ántero le pide a Ernesto que le escriba una carta de amor para Salvinia,
una chica de su edad. Luego, ya en el comedor, Ernesto discute con Rondinel, un alumno flaco y desgarbado, quien
le reta a una pelea para el fin de semana. Lleras se ofrece para entrenar a Rondinel mientras que Valle alienta a
Ernesto. En la noche, los alumnos mayores van al patio interior; allí el Peluca tumba a Marcelina y yace con ella. De
lejos, Ernesto ve que Lleras y Añuco colocan sigilosamente en la espalda del Peluca unas tarántulas o apasankas;
algunos se asustan al verlas, pero el Peluca las arroja y las aplasta sin temor.
7.- El motín
A la mañana siguiente, Ernesto le entrega a Ántero la carta que escribió para Salvinia; Ántero la guarda sin leerla.
Luego le cuenta a su amigo su desafío con Rondinel. Ántero se ofrece para amistarlos y lo logra, haciendo que los
dos rivales se den la mano. Luego todos se van a jugar con los zumbayllus. Al mediodía escuchan una gritería en las
calles y divisan a un tumulto conformado por las chicheras del pueblo. Algunos internos salen por curiosidad, entre
ellos Ántero y Ernesto, que llegan hasta a la plaza, la que estaba copada por mujeres indígenas que exigían que se
repartiera la sal, pues a pesar de que se había informado que dicho producto estaba escaso, se enteraron de que los
ricos de las haciendas las adquirían para sus vacas. Encabezaba el grupo de protesta una mujer robusta llamada
doña Felipa, quien conduce a la turba hacia el almacén, donde encuentran 40 sacos de sal cargados en mulas. Se
apoderan de la mercancía y lo reparten entre la gente. Felipa ordena separar tres costales para los indios de la
hacienda de Patibamba. Ernesto la acompaña durante todo el camino hacia dicha hacienda, coreando los huaynos
que cantaban las mujeres. Reparten la sal a los indios, y agotado por el viaje, Ernesto se queda dormido. Despierta
en el regazo de una señora blanca y de ojos azules, quien le pregunta extrañada quién era y qué hacía allí. Ernesto
le responde que había llegado junto con las chicheras a repartir la sal. Ella por su parte le dice que es cusqueña y
que se hallaba de visita en la hacienda de su patrona; le cuenta además cómo los soldados habían irrumpido y
arrebatado a latigazos la sal a los indios. Ernesto se despide cariñosamente de la señora y luego se dirige hacia el
barrio de Huanupata, donde ingresa a una chichería para escuchar a los músicos. Al anochecer le encuentra allí
Ántero, quien le cuenta que el Padre Linares estaba furioso por su ausencia. Ambos van a la alameda a visitar a
Salvinia y a su amiga Alcira; esta última estaba interesada en conocer a Ernesto, según Ántero. Pero al llegar solo
encuentran a Salvinia, quien se despide al poco rato pues ya era tarde. Ántero y Ernesto vuelven al colegio.
8.- Quebrada honda
Ya en el colegio, Ernesto es azotado por el Padre, quien luego le interroga sobre lo que había hecho en la ciudad.
Ernesto le responde que solo había acompañado a las mujeres para repartir la sal a los pobres. El Padre le replica
diciéndole que aunque fuese para los pobres se trataba de un robo. Finalmente castiga a Ernesto prohibiéndole sus
salidas del domingo. Al día siguiente Ernesto acompaña al Padre al pueblo de los indios de la hacienda. El Padre se
sube a un estrado y empieza a sermonear a los indios en quechua. Les dice que todo el mundo padece, unos más
que otros, pero que nada justifica el robo, que el que roba o recibe lo robado es igual condenado. Pero se alegraba
de que ellos hubieran devuelto la mercancía y que ahora la recibirían en mayor cantidad. Ante esta prédica ardiente
las mujeres rompen en llanto y todos se arrodillan. Terminada su prédica, el Padre ordena a Ernesto volver al colegio,
mientras que él se quedaría a dar la misa. Ernesto aprovecha para averiguar sobre la señora de ojos azules. El
mayordomo de la hacienda le informa que ella se iría con su patrona al día siguiente, por temor al arribo del ejército,
que venía a imponer el orden. Ernesto regresa al colegio y le recibe el hermano Miguel, quien le da el desayuno y le
cuenta que esa mañana dedicaría a los alumnos a jugar vóley en el patio. Luego irrumpe Ántero trayendo un Winku,
un trompo o Zumbayllu especial, al cual calificaba de layka o «brujo» por tener, según su creencia, propiedades
mágicas, como enviar mensajes a personas lejanas. Convencido, Ernesto hace bailar el winku mandándole un
mensaje a su padre, diciéndole que estaba soportando bien la vida en el internado. Entretenidos estaban así cuando
de pronto oyen gritos en el patio. Se acercan y ven al hermano Miguel ordenando caminar de rodillas a Lleras, de
cuya nariz manaba sangre. Se enteran de que Lleras había primero empujado al hermano insultándole soezmente,
solo porque le había marcado un foul en el juego; en respuesta el hermano le había dado un puñetazo. En medio del
tumulto llega el Padre director, al cual Miguel cuenta lo sucedido, explicándole que reaccionó violentamente al ver
mancillado en su persona el hábito de Dios. El Padre ordena a Lleras a ir a la capilla; los demás internos se quedan
en el patio y discuten entre ellos; Palacitos teme que ocurra una desgracia en el pueblo por la ofensa hecha a un
religioso. Al día siguiente se esparce la noticia de que el ejército entraría en Abancay para imponer orden. El Padre
ordena que todos los alumnos se reconcilien con el hermano Miguel, quien les pide perdón y abraza a cada uno de
ellos, pero cuando se acerca a Lleras, este le hace un gesto de repulsión y se corre a esconderse. Es la última vez
que los alumnos ven a Lleras; después se enteraron de que esa misma noche había huido del colegio. Añuco
también se alista para irse del colegio, aunque reconciliado con todos. Palacitos se alegra pues cree que con la
reconciliación ya no ocurrirán más desgracias en el pueblo.
9.- Cal y canto
A la ciudad llega un regimiento de soldados para reprimir a las indias revoltosas. Los soldados ocupan las calles y
plazas. Instalan el cuartel en un edificio abandonado. Ernesto pide al Padre que lo deje regresar donde su papá, pero
el Padre se niega, dándole permiso en cambio para salir el sábado a la ciudad, con Ántero. Ernesto le pide al
Romerito que por medio del canto de su rondín envíe un mensaje a su padre. Los alumnos comentan los chismes de
la ciudad: las chicheras capturadas son azotadas en el trasero desnudo, y al responder a los militares con su
lenguaje soez, estos les meten excremento en la boca. Cuentan también que doña Felipa y otras chicheras habían
huido cruzando el puente del Pachachaca, donde dejaron a una mula degollada, con cuyas tripas cerraron el paso
atándola a los postes. La cabecilla dejó su rebozo en lo alto de una cruz de piedra, a manera de provocación. Al
acercarse los soldados, estos reciben disparos de lejos y no se atreven a seguirlas, pues las chicheras ya iban con
ventaja. Llegado el sábado, Ernesto y Ántero conversan en el patio del colegio. Ántero cuenta que el Lleras había
huido del pueblo. En cuanto al Añuco, comentan que los Padres planeaban hacerle fraile. También mencionan el
temor de la gente de que Felipa retornase con los chunchos (selváticos) a atacar las haciendas y revolver a los
colonos; ante esa situación, Ántero dice que estaría de parte de los hacendados. Ambos van a la alameda, a visitar a
Salvinia y a su amiga Alcira. Al ver a esta última, Ernesto se recuerda de una joven de la que se había enamorado en
uno de los tantos pueblos que había visitado. Pero nota que Alcira tiene las pantorrillas muy anchas y eso le
desagrada. Al poco rato Ernesto se despide, y corriendo llega al barrio de Huanupata, e ingresa a una chichería, que
estaba llena de soldados. Uno de estos afirma que Felipa estaba muerta. Luego, Ernesto se va corriendo hacía el
puente del Pachachaca, para ver los restos de la mula muerta y el rebozo de Felipa que flameaba en la cruz. Al
llegar, divisa al padre Augusto que bajaba cuesta abajo, camino a dar una misa a la hacienda Ninabamba. Detrás del
padre iba sigilosamente Marcelina, quien al pasar cerca de la cruz coge el rebozo y se lo pone. Ernesto retorna a la
ciudad y ya al atardecer regresa al colegio donde se entera de que al día siguiente partiría Añuco hacia el Cuzco.
10.- Yawar Mayu
Los alumnos se enteran de que la banda del regimiento dará retreta en la plaza de la ciudad después de la misa del
día siguiente, domingo. El Chipro reta al Valle a pelear ese día. Ya muy de noche vienen a recoger al Añuco, y todos
lo despiden; el Añuco regala sus «daños» o canicas rojas al Palacitos. Todos se sienten conmovidos. Al día siguiente
se levantan muy temprano y deciden que no haya ya pelea entre el Chipro y Valle. Van todos a ver la retreta en la
plaza. La banda militar la conforman reclutados que tocan instrumentos musicales de metal; el Palacitos estalla de
alegría al reconocer en el grupo al joven Prudencio, de su pueblo natal. Ernesto se retira para buscar a Ántero y a
Salvinia y Alcira. Encuentra a las dos chicas pero ve que un joven, que se identifica como hijo del comandante de la
Guardia, invita a Salvinia a caminar, tomándola del brazo. Tras ellos va otro muchacho. De pronto aparece Ántero
furioso, quien increpa a los dos jóvenes. Les dice que la chica es su enamorada. Se produce una gresca. Ernesto
deja a Ántero con su lío y se dirige al barrio de Huanupata. Entra a una chichería donde se estaba un arpista, a quien
todos admiran y llaman el papacha Oblitas. Al local ingresa luego un cantor, que había llegado a la ciudad
acompañando a un kimichu (indio recaudador de limosnas para la Virgen); Ernesto recuerda haberlo visto, años
atrás, en el pueblo de Aucará, durante una fiesta religiosa. Conversan ambos. El cantor dice llamarse Jesús Waranka
Gabriel y relata su vida errante. Ernesto le invita un picante. Una moza empieza a cantar una canción en la que
ridiculiza a los guardias, apodados «guayruros» (frijoles) por el color de su uniforme (rojo y negro). El arpista le sigue
el ritmo. Un guardia civil que pasaba cerca escucha e ingresa al local, haciendo callar a todos. Se produce un tumulto
y los guardias se llevan preso al arpista. Los demás se retiran. Ernesto se despide del cantor Jesús y regresa a la
plaza. Ve al Palacitos, alegre y orgulloso, que no dejaba al Prudencio. También encuentra a Ántero, quien se había
amistado con el joven con quien peleara poco antes. Se lo presenta: se llamaba Gerardo y era natural de Piura. El
otro joven que le acompañaba era su hermano Pablo. Ernesto les estrecha las manos. Luego se despide y decide
volver al colegio, pero antes se dirige a la cárcel para visitar al papacha Oblitas. El guardia no lo deja ingresar; solo le
informa que el arpista sería liberado pronto. Ernesto retorna entonces al colegio y se topa con Peluca, a quien
encuentra muy angustiado pues ya no encontraba a Marcelina. La cocinera le cuenta a Ernesto que Marcelina se
había subido a la torre que dominaba la plaza. Ernesto va a buscarla, y efectivamente, encuentra a Marcelina echada
en lo alto de la torre, mirando sonriente y feliz a la gente de abajo. No queriendo turbar su breve rato de alegría,
Ernesto la deja y retorna al colegio.
11.- Los colonos
Los guardias que fueron en persecución de Felipa no logran capturarla. Poco después, los militares se retiran de la
ciudad y la Guardia Civil ocupa el cuartel. En el colegio, Gerardo, el hijo del comandante, se convierte en una especie
de héroe. Supera a todos en diversas disciplinas deportivas, y tiene habilidad para hacer amigos y conquistar a las
chicas. El Ántero se convierte en su amigo inseparable. Ernesto se enoja cuando ambos, Gerardo y Ántero,
empiezan a hablar de las chicas como si fueran trofeos de conquista, jactándose que cada uno tenía ya dos
enamoradas al mismo tiempo. Ernesto se molesta con ellos y les dice que ambos son unos perros iguales al Lleras y
al Peluca. Se alteran y en el calor de la discusión, Ernesto insulta y patea a Gerardo, pero no llega a más pues Ántero
lo contiene. Aparece el Padre Augusto y ante él, Ernesto trata de devolver a Ántero su zumbayllu, pero Ántero no lo
acepta pues se trataba de un regalo. El Padre les pide que resuelvan entre ellos su problema. Desde entonces,
Ernesto no volvió a hablar con Ántero y Gerardo. Entierra el zumbayllu en el patio interior del colegio, sintiendo
profundamente el cambio de Ántero, a quien compara con una bestia repugnante. Otro día, Ernesto se encuentra con
el Peluca, quien estaba preocupado porque Marcelina ya no aparecía. Decían que ella estaba enferma, con fiebre
alta. Los alumnos comentan el rumor de que la peste de tifo estaba causando estragos en Ninabamba, la hacienda
más pobre cercana a Abancay, y que podía llegar a la ciudad. A la mañana siguiente, Ernesto se levanta con un
presentimiento y va corriendo a la habitación de Marcelina: la encuentra ya agonizante y llena de piojos. El Padre
Augusto ingresa de pronto y ordena severamente a Ernesto que se retire. El cuerpo de Marcelina es cubierto con una
manta y sacado del colegio. A Ernesto lo encierran en una habitación, temiendo que se hubiera contaminado con los
piojos y le lavan la cabeza con creso. El Padre le va a ver y le comunica que suspendería las clases por un mes y
que lo dejaría volver donde su papá, pero debía permanecer todavía un día encerrado. Todos los alumnos se retiran,
sin poder despedirse de Ernesto, a excepción del Palacitos, quien se acerca a su habitación y por debajo de la puerta
le deja una nota de despedida y dos monedas de oro «para su viaje o para su entierro». Ernesto comprende a
Palacitos, que por ser indígena, se preocupara por el ceremonial fúnebre. El portero Abraham y la cocinera también
presentan síntomas de la enfermedad. Abraham regresa para morir a su pueblo, y la cocinera fallece en el hospital. El
Padre al fin decide soltar a Ernesto, al tener ya el permiso de su papá de enviarlo donde su tío Manuel Jesús, «el
Viejo». Ernesto le desagrada al principio la idea pero al saber que en las haciendas del Viejo, situadas en la parte alta
del Apurímac, laboraban cientos de colonos indios, decide partir cuanto antes. Libre al fin y ya en la calle, Ernesto
decide ir primero a la hacienda Patibamba, la más cercana a Abancay, para ver a los colonos. Al cruzar la ciudad, la
encuentra solitaria y con todos los negocios cerrados. Se entera de que pronto la ciudad sería invadida por miles de
colonos (peones indios de las haciendas) contagiados de la peste, los cuales venían a exigir que el Padre les oficiara
una misa grande para que las almas de los muertos no penaran. Ernesto llega al puente sobre el Pachachaca y lo
encuentra cerrado y vigilado por los guardias. Sale entonces de la ciudad por los cañaverales y llega hasta las
chozas de los colonos de Patibamba, pero ninguno de ellos lo quiere recibir. A escondidas observa a una chica de
doce años extrayendo nidos de piques o pulgas de las partes íntimas de otra niña más pequeña, sin duda su
hermanita. Conmovido por tal escena, Ernesto se retira corriendo, y termina tropezándose con una tropa de guardias
encabezada por un sargento. Este, al enterarse de que Ernesto era el amigo del hijo del comandante, le toma bajo su
protección y lo envía con un mensaje para el Padre, avisándole que los guardias dejarían pasar a los colonos y que
estos estarían llegando a la ciudad a medianoche. Ernesto vuelve entonces al colegio, dando el mensaje al Padre.
Este dice que ya tiene preparada la misa y que daría tres campanadas a medianoche para reunir a los indios. Ernesto
se queda a dormir en el colegio; escucha las campanadas y nota que la misa es corta. Al día siguiente se levanta
temprano y abandona la ciudad, esta vez ya definitivamente. Se da tiempo de dejar una nota de despedida en la
puerta de la casa de Salvinia, junto con un lirio. Cruza el puente del Pachachaca y contempla las aguas del río, que
imagina que tienen un poder purificador al llevarse los cadáveres a la selva, el país de los muertos, tal como debieron
arrastrar el cuerpo de Lleras. Así concluye el relato.
Análisis
Según Antonio Cornejo Polar, esta obra marcó el inicio de la difusión de la obra arguediana a nivel continental.
Resalta que en ella, el autor desarrolla con plenitud el lenguaje lírico que ya había experimentado en sus anteriores
novelas y convierte en eje de su relato la introspección de un adolescente que tiene una carga autobiográfica. La
angustiosa reflexión que hace es sobre la doble realidad en la que se halla escindido: el mundo serrano u andino y el
mundo costeño u occidentalizado, y la manera en la que ambos se deben conectar.
Uno de los méritos de la obra es haber logrado coherencia entre esas dos facetas mencionadas. Siguiendo la
tendencia ya mostrada en sus anteriores obras, el personaje-narrador se ubica dentro del mundo andino, hace
énfasis en la oposición entre este mundo y el costeño, y reafirma el poder de la raza quechua y de la cultura andina.
Ejemplos de ello son los episodios de la rebelión de las chicheras y el levantamiento de los colonos. Arguedas
gustaba señalar que la irrupción de los colonos, aunque en la novela aparece impulsaba por un componente mágico,
prefiguraba los alzamientos campesinos que se produjeron poco años después en los andes del sur.
«El lado subjetivo de Los ríos profundos está centrado en el empeño del protagonista por comprender el mundo que
lo rodea y, por insertarse en él como en una totalidad viviente», continua diciendo Cornejo. Y finaliza así: «Los ríos
profundos no es la obra más importante de Arguedas; es, sí, sin duda, la más hermosa y perfecta».
Estilo y técnicas narrativas
Mario Vargas Llosa, quien junto con Carlos Eduardo Zavaleta, ha sido el primero en desarrollar la «novela moderna»
en el Perú, reconoce que Arguedas, pese a que no desarrolla técnicas modernas en sus narraciones, se muestra sin
embargo mucho más moderno que otros escritores que responden al modelo clásico, el de la «novela tradicional»,
propia del siglo XIX. Dice al respecto Vargas Llosa:
De los cuentos de Agua a Los ríos profundos, luego del progreso que había constituido Yawar Fiesta, Arguedas ha
perfeccionado tanto su estilo como sus recursos técnicos, los que, sin innovaciones espectaculares ni audacias
experimentales, alcanzan en esta novela total funcionalidad y dotan a la historia de ese poder persuasivo sin el cual
ninguna ficción vive ante el lector ni pasa la prueba del tiempo.
Vargas Llosa reconoce el impacto emocional que le dejó la lectura de Los ríos profundos, al cual califica sin ambages
como una auténtica obra maestra. «El libro seduce por la elegancia de su estilo, su delicada sensibilidad y la gama
de emociones con que recrea el mundo andino», dice.
Vargas Llosa resalta también el manejo que da Arguedas al idioma castellano hasta alcanzar en esta novela un estilo
de gran eficacia artística. Es un castellano funcional y flexible, donde se hacen visibles los distintos matices de la
pluralidad de asuntos, personas y particularidades del mundo expuesto en la obra.
Arguedas, escritor bilingüe, acierta en la «quechuización» del español: traduce al castellano lo que algunos
personajes dicen en quechua, incluyendo a veces en cursiva dichos parlamentos en su lengua original. Lo cual no lo
hace frecuentemente pero si con la periodicidad necesaria para hacer ver al lector que se trata de dos culturas con
dos lenguas distintas.
El zumbayllu
El zumbayllu o trompo es el elemento mágico por excelencia de la novela. 
«La esfera (del trompo) estaba hecha de un coco de tienda, de esos pequeñísimos cocos grises que vienen
enlatados; la púa era grande y delgada. Cuatro huecos redondos, a manera de ojos, tenía la esfera.»
Esos agujeros eran los que producían el típico zumbido al girar, lo que le daba su nombre. Existe un tipo más
poderoso de zumbayllu, hecho de un objeto deforme pero sin dejar de ser redondo (winku) y con cualidad de brujo
(layka).
Para Ernesto, el zumbayllu era el instrumento ideal para captar la interrelación existente entre los objetos. En tal
sentido, sus funciones son variadas. En primer lugar sirve para enviar mensajes a lugares lejanos. Ernesto cree que
su voz puede llegar hasta los oídos de su padre ausente mediante el canto del zumbayllu. También es el objeto
pacificador, símbolo del restablecimiento del orden, como sucede en el episodio donde Ernesto regala su zumbayllu
al Añuco. Pero también es un elemento purificador de los espacios negativos, y bajo esa creencia Ernesto sepulta su
zumbayllu en el patio de los excusados, en el mismo lugar donde los internos mayores violaban a Marcelina. El
zumbayllu purificaría la tierra en donde brotarían luego flores, que Ernesto piensa colocarlas en la tumba de
Marcelina.
Vargas Llosa considera que todo ello pertenece al mundo mágico-religioso en el que cree Ernesto, que lo defiende
contra una realidad que siente como perpetua amenaza.

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