Mi Chico Prohibido
Mi Chico Prohibido
Mi Chico Prohibido
Primera edición.
Mi chico prohibido
©Ariadna Baker.
©Febrero, 2022.
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previo por escrito del autor.
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Epílogo
RRSS
Para mis niñas de la tribu ¡Os adoro!
A mis compañeros de esta aventura; Hugo, Manu, Aitor,
Dylan, Marcos, Jenny, Carlota, Alma, Janis y Sarah, con
vosotros me siento llena de amor ¡No me faltéis nunca!
A cualquiera que lea mis novelas ¡Gracias por dejarme
entrar en vuestras vidas por un rato!
A Paul, gracias por ser mi fuente de inspiración. Nadie
muere si sigue vivo cada día en nuestros corazones.
Capítulo 1
—Bienvenida a bordo —la azafata me señaló hacia el
asiento.
—Gracias —murmuré emocionada.
Era la primera vez que me subía a un avión y estaba hecha
un flan.
Me sonrojé al comprobar que, junto a mi asiento, que era
de ventanilla, había un joven madurito que tenía una pinta
de pijo, que no podía con ella.
—Buenas tardes —murmuró sonriendo y levantándose para
dejarme paso.
—Buenas tardes —sonreí pensando que me esperaban casi
ocho horas por delante junto a ese desconocido.
El vuelo era en primera clase compartida, iba totalmente
completa. No cabía ni un alfiler, esa gente no conocía la
crisis ni había escuchado hablar de ella.
Miré por la ventanilla y observé cómo iban metiendo las
maletas en la bodega del avión. Sonreí feliz de poder vivir
esa experiencia por primera vez, algo me decía que sería
mágica.
El avión despegó y fue coger ese impulso y ponerme
blanca. Pensé que moriría en ese momento y solo me salió
un ruego directo del alma.
—Dios mío, sálvame de esta — murmuré en voz alta y me
puse a modo de súplica.
—Tranquila, no pasará nada —susurró mi acompañante, en
un detalle que me hizo comprobar que era todo elegancia y
disposición.
—¿Nada? ¿Y cuándo se pone esto derecho? —Lo miré a
punto de darme dos chocazos contra la ventanilla de los
nervios que me estaban entrando.
—En nada —sonrió.
—¿Y por qué estás tan seguro?
—He volado mucho.
—Pues yo, es la primera vez que vuelo y estoy por llamar al
piloto para que dé la vuelta y me deje en tierra.
—Tendrías mucha suerte si lo hiciera, creo que ese gesto no
tendría precedente —hizo un arqueo de ceja.
—Yo sola me meto en estos líos —volteé los ojos en plan
resignación y resoplé temiendo que eran mis últimos
minutos de vida.
Y aquello fue poco a poco poniéndose recto y se me
pasaron esos primeros nervios que habían sido de todo
menos bonitos.
—¿Mejor?
—Sí —lo miré con cara de aliviada y soltando el aire.
—Bueno, creo que nos quedan unas cuantas horas como
compañeros de viaje. Mi nombre es Alex.
—Yo me llamo Jessica, pero en el pueblo me llaman “la
Jessi”.
—Ah, bueno —sonrió sorprendido y levantó un poco las
manos como diciendo que entendido.
—Tú tienes pinta de no haber pisado un pueblo ni para
echar gasolina.
—No, mujer —sonrió mirándome a modo de reprimenda —.
Así que tu primer vuelo es a New York…
—Sí, me tocó en el sorteo de una web y me han pagado el
vuelo y un pedazo de hotel en el que me van a dar hasta de
desayunar. Vamos, como una reina, además, seguro que de
esos desayunos saco hasta para hacerme un picnic para la
comida.
—¿Me estás hablando en serio? —se rio negando y con la
mano en la frente.
—¿Y por qué te iba a mentir?
—No sé, lo normal cuando se viaja es comer en lugares
nuevos, o de comida rápida, pero hacerte bocatas del
desayuno…
—Tengo un presupuesto muy limitado que me costó la vida
reunir para poder traer algo, así que, si puedo ahorrarme
una de las dos comidas, pues oye, suerte la mía.
—¿En qué hotel te alojas?
—En uno que se llama… —Miré en el bolso y saqué el bono
—Conrad New York Downtown —deletreé como pude.
—Ni se te ocurra entonces pedir ningún servicio extra si no
quieres que te soplen el presupuesto de todo el viaje.
—En realidad vengo bien de dinero, traigo para gastar
veinte euros diarios y mi abuela me dio cincuenta euros por
si me veía envuelta en alguna emergencia.
—Lo dicho, ni se te ocurra pedir ni un extra al hotel, o te
veo sin blanca y limpiando un mes.
—¿Ni una botella de agua?
—Se te iría la mitad del presupuesto del día.
—Joder, qué es, ¿agua bendita?
—Por lo menos —sonrió negando.
—¿Y cuánto vale comer en un Burger King, un menú de
toda la vida?
—No suelo comer en esos sitios, pero por unos diez dólares
seguro que puedes —levantó la ceja.
—Madre mía, en el pueblo hay uno y me los como por
cuatro euros noventa y cinco —me reí —. Al final regreso
con kilos de menos del viaje. Verás que me veo pidiendo en
la boca de un metro como en las películas.
—Espero que no, además, mira bien porque existen unas
tarjetas que se compran, valen para varios días y con la que
te puedes mover en diferentes medios de transporte.
—Pues averiguaré, pero como me pidan más de diez euros
o dólares o lo que sea, paso, me voy andando.
—Me están dando ganas de darte doscientos euros de
regalo —frunció el entrecejo.
—Pues dale, ni te lo pienses porque si le cogí a mi abuela
los cincuenta euros, con la pensión tan cortita que tiene,
seguro que acepto tu aguinaldo, que tienes una cara de
billete, que no puedes con ella —me reí —. Es broma, yo no
acepto nada de desconocidos.
—Vaya, pues pensaba dártelos.
—Nada, tranquilo, con eso ya tienes para una buena cena a
mi salud. Si es que soy un tesoro.
—Ya veo… —asentía sin dejar de sonreír y me miraba como
si fuera un extraterrestre.
—¿Tú, también vas de vacaciones?
—No, vengo por trabajo, tengo tres reuniones esta semana.
—¿Qué pasa? ¿Que no tiene tu móvil cámara para hacer
videollamadas?
—Sí —sonrió mirándome con un arqueo de cejas —, pero
hay determinados temas que se deben tratar cara a cara
para lograr una mejor negociación.
—Yo como limpio escaleras —me reí —, lo único que tengo
que negociar es que nadie me pise lo mojado cuando pasen.
—Entiendo. ¿Cuántos años tienes?
—Veintiséis, ¿y tú?
—Treinta y nueve —carraspeó y me dio la risa —¿De qué te
ríes?
—Nada, que yo estoy temblando por no llegar a los treinta
y a ti te queda un telediario para los cuarenta —apreté los
dientes y puse los ojos en blanco.
—Con tu edad pensaba lo mismo —carraspeó.
En ese momento aparecieron las azafatas con la comida. Lo
cierto es que me quedé asombrada por lo bien que te lo
servían todo, igual que esos platos que salen en la tele muy
elaborados y adornados.
—Está todo bueno, no sabía que en los aviones se comía así
—metí el paquetito de galletas de pan en mi bolso —. Me
vale seguro para algún picnic —me encogí de hombros.
—Bueno, no está mal, no es la mejor primera clase, pero
tampoco para quejarse —carraspeó mirando al bolso y
aguantando la risa.
—Yo, con tal de viajar, como si me hubieran metido en la
bodega con las maletas —murmuré, comiendo aquella pasta
que me cayó en todo lo alto del escote y encima yo tenía
buena “pechonalidad”.
—Toma —se rio, ofreciéndome una servilleta.
—Pues nada, me daré un “magreito” —limpié la zona
poniéndome roja como un tomate y comprobando que un
macarrón había salido disparado entre mis pechos —di un
cabezazo bromeando contra la ventanilla.
—Te ayudaría, pero no me podría permitir por nada del
mundo que me pasara algo y no llegara a la reunión.
—En el hospital terminabas seguro —me reí y giré para
sacar el macarrón y que no me viera.
—No me cabe la menor duda —murmuró mientras me
giraba de nuevo y lo vi sonriendo con esa carita de estar
aguantando la carcajada.
—Ríete, no te quedes con las ganas, soy muy patosa. De
aquí a que lleguemos te tienes que cambiar de ropa dos
veces, así que espero que hayas subido aquí algún
recambio.
—No, ninguno, todo va en la bodega de abajo y no llevo
mucho equipaje —apretó los dientes aguantando la risa.
—Pues reza, chaval.
—Gracias por lo de chaval —no dejaba de apretar los
dientes y a mí, me hacía mucha gracia.
—Si es que en el fondo una es muy buena persona, pero
claro, en el pueblo toda la culpa es de “la Jessi”.
—No lo dudo.
—Ni se te ocurra o te pongo el chaleco salvavidas en la
cabeza.
—Vale, es bueno saberlo —aguantaba la risa mirándome
con cara de temerme más que a un temporal.
—¿Tú vives con tus padres?
—No —se le escapó una preciosa sonrisa, la verdad es que
el madurito era muy mono y tenía unas expresiones en el
rostro…
—Pues no sé de qué te ríes, yo vivo con mis padres, con mi
hermana y, por si fuera poco, hasta con mi abuela.
—No os aburrís en casa.
—No, no, es súper divertido, allí dos se pelean y el resto
hacemos de público y animamos a nuestros preferidos,
depende de cómo nos caigan. Luego rotamos y empiezan la
bronca otros dos y los demás ya saben lo que tienen que
hacer: aplaudir, calentar y animar para que se líe más.
—Vaya, pues sí que os distraéis —hizo un gesto con la
cabeza.
—Si quieres, un día que pases por mi pueblo, subes a mi
casa, que te hacemos una tortilla de patatas y en menos de
media hora ves el espectáculo que se monta.
—Tranquila, si paso por tu pueblo, mejor te invito a comer
en algún sitio de por allí, tampoco hace falta subir —era
para ver su cara, me iba a dar algo de reír.
—Nos vamos a la hamburguesería del cojo, que tiene unas
hamburguesas que se derrite el queso por las manos y te
chupas hasta la muñeca —murmuré y se puso la mano en la
frente, apoyándose con el codo en el reposabrazos, riendo
sin apenas hacer ruido, pero ese hombre se iba a mear
encima —¿Pido un poquito de agua?
—No, no —reía.
—Tranquilo que aquí no nos la cobran.
—No es por eso, por Dios —se secó las lágrimas que ya
resbalaban hacia sus mejillas.
—Una cosa —intentó dejar la risa a un lado —. No se te
ocurra ir por Brooklyn.
—¿Quién es Brooklyn?
—Un distrito de New York —se reía —. Evita ir por ahí, por
favor.
—Sí, hombre, ahora me vas a decir por dónde debo pasear
— reí negando.
—Hazme caso, conozco muy bien la ciudad.
—Pero a mí, no, una tontería y arreo una hostia que no
veas. De todas formas, en esas situaciones me guía “mi
Jonny”.
—¿Quién es Jonny?
—Mi novio, levanta la mano y salúdalo.
—¿Va en el avión? Si quieres le cambio mi asiento.
—No, él va flotando.
—Cómo que, ¿flotando?
—Sí, verás, se estampó con la Derbi Variant y murió.
—Ah y piensas que te acompaña en este viaje —su cara era
de incredulidad, creo que pensaba que estaba loca. Cosas
de pijos.
—Me acompaña siempre, yo no hago absolutamente nada
que sepa que le puede molestar, ya que está siempre
presente.
—Ya… —Su cara era un poema e intentaba aguantar la risa.
—¿Ves que dejé un poco de refresco y de comida? Es por si
la quiere comer él.
—Pero no puede.
—¿Qué no? ¿Sabes lo bonito que es que el pueda ver que le
sigo guardando su parte?
—¿Me estás vacilando? —se rio.
—¡Qué no! Qué mi Jonny es muy Jonny. El nombre le venía
al pelo, Jonathan, más bonito imposible. Para el pueblo “el
Jonny”.
—Sí, sí, muy americano —arqueó la ceja y me miraba
alucinado.
—Cuando bajemos del avión, el Jonny, se viene conmigo.
—Sí, mejor, yo prefiero ir solo.
—No estoy loca, te lo aviso.
—No dije eso, por favor —su cara decía lo contrario, pero
no era plan de entrar en guerra con el madurito.
Me pasé todo el vuelo contándole toda mi vida y la de parte
del pueblo, anda que no le saqué carcajadas al pijo
impoluto ese, que arte tenía el pobre en aguantarme.
Cuando aterrizamos en New York, lo seguí como un perro
faldero para coger la maleta y pasar migración, menos mal
que lo hice, porque yo no entendí lo que dijo el policía en
ningún momento.
—Alex, una cosita.
—Dime, Jessi.
—Aquí no hablaran todos tan raro como ese, ¿verdad?
—Aquí se habla inglés —se rio.
—¿Y normal quiénes hablan?
—También hay latinoamericanos, pero predomina el inglés.
—Otra cosita, ¿me puedes llevar hasta un autobús que me
deje en la puerta del hotel?
—No, te vas a venir en mi taxi y me aseguraré de que llegas
bien.
—Ah no, yo no pago un taxi a medias, o mañana me quedo
sin comer.
—Anda ven —me señaló riendo la fila que había con un
montón de ellos.
—¿Pues no parecen pollos los taxis?
—Ya, el color tan característico que tiene.
—El que eligió los colores se había tomado algunas de
copas de más ese día.
—Puede ser —abrió la puerta del asiento de atrás para que
entrara una vez que puso el equipaje en el maletero.
Abrí la ventanilla para mirar todo y hacer algunas fotos.
—Dios me da vértigo ver tantos edificios largos.
—Rascacielos…
—Ráscalo tú, a mí ya me lo rasca el Jonny.
—Esta noche sueño con él —se puso la mano en la frente
mientras negaba y reía.
—Pues es muy buena gente, un poco macarra y líder, pero
lo quería todo Dios. Ahora es para mí solita, para la gente
es pasado, para mí, presente y futuro.
—Pero tendrás que rehacer tu vida…
—Sí, nos iremos a vivir juntos, pero primero me tiene que
salir un trabajo bueno, que solo habrá el sustento de lo que
yo gane.
—¿En serio me lo estás diciendo?
—Te lo juro, lo que pasa que tengo el futuro muy negro, no
sé porque no me contratan en algún sitio de lujo con lo
buena niña que soy ¿Tú no me podrías enchufar a algún
lado?
—A un buen psicólogo —se rio, y hasta yo lo hice a
carcajadas —. Por cierto —me dio una tarjeta —, lo que
necesitéis estos días tu Jonny y tú, me puedes llamar o
escribir —no dejaba de reír.
—Yo no tengo tarjeta ni de puntos, pero anota mi teléfono
por si tú, también necesitas algo.
—Un psicólogo si sigo media hora más contigo —nos reímos
y luego anotó mi teléfono.
—Qué exagerado sois los pijos.
—Y dale con lo de pijo —volteó los ojos riendo.
Llegamos a la puerta de mi hotel y se bajó para
despedirme.
—De verdad que ha sido el vuelo más divertido que he
pasado en mi vida.
—Sí, has tenido mucha suerte en conocer a una chiquilla
como yo —sonreí.
—Anda dame dos besos y disfruta, cualquier cosa me
llamas.
—Pero de lejitos los besos que el Jonny, se me pone celoso y
luego no hay quién lo aguante.
—Vale, vale —aguantó la risa y me apretó el hombro como
muestra de cariño mientras me daba dos besos.
Un señor del hotel cogió mi equipaje y me acompañó a
hacer el registro, menos mal que hablaba el recepcionista
español, le tuve que hacer mil preguntas para rellenar el
dichoso papelillo.
La habitación era impresionante y encima con unas vistas
que eran para perder el sentido.
Me tiré en cruz bocarriba en la cama.
—Jonny, pedazo de vacaciones que nos vamos a tirar.
Estuve toda la tarde en la habitación colocando la ropa y
las cosas en el baño, además llevaba un bocata que me hice
en el avión con las sobras y una botellita de agua que me
dieron, así que cené ahí y me quedé de lo más relajada.
Le puse un mensaje a mi madre antes de dormir, ya lo
leería por la mañana ya que allí era de madrugada.
Capítulo 2
Me desperté con un hambre que me hacía presagiar que
iba a triunfar como los Chichos, en ese bufet del hotel que
venía incluido en la estancia, al menos el desayuno, algo
era algo.
Joder cuando yo vi todo aquello me recordó a las ferias
gastronómicas que salían por la tele.
Me trajeron a la mesa zumos y café, luego me levanté y me
hice unos paseíllos poniendo un poco de todo en el plato,
pero vamos que me iba a levantar más veces que todas las
cosas.
Una hora me tiré desayunando ahí, como la mujer de un
jeque, además que me tiré una charla hablando a mi Jonny,
que se me hizo de lo más ameno.
Salí del hotel y me encontré en aquel paseo donde iba
viendo un montón de gente de razas y culturas diferentes,
creo que allí estábamos todas las representaciones de todos
los países, vamos que podíamos hacer de una cuadra unos
Juegos Olímpicos y no se quedaba ningún país fuera.
Y como siempre me entró unas ganas increíbles de hacer
pis, así que busqué un lugar apartado y como en “mi
pueblo” me puse a hacerlo entre dos coches.
Fue levantarme y encontrarme un montón de mujeres con
los niños de la mano gritándome con las manos alzadas y
hablando cosas raras, vamos me recordó a las bodas
gitanas todas con las manos levantadas y el “Ali Ali G”
A mí no me iban a intimidar todas esas, que las cositas
claras y en castellano y lo arreglaba todo rápido, pero
claro, ni tiempo me dio que apareció un policía y luego
otro, cosa que a ellos tampoco los entendí lo que sé es que
no tardaron en esposarme y meterme en el coche.
—Joder que soy guiri, turista y buena persona de España,
que no soy ninguna terrorista, os estáis equivocando —dije
muy enfadada.
Llegamos a la comisaria y por fin se me acercó un poli
después de veinte minutos y hablando castellano.
—Su detención se debe a que orinó en la puerta de un
colegio.
—Ni que mi pis fuera ántrax —resoplé.
—Tienes derecho a una llamada mientras hacemos las
gestiones oportunas y seguramente se pueda ir hoy.
—¿De New York? —pregunté asustada.
—No —sonrió, pero no muy simpático —de aquí. Entonces,
¿a quién llamamos?
—A mi amigo Alex, dile que soy la “Jessy” y que tiene que
venir urgentemente, recuérdale que me dijo que cualquier
cosa que necesitara lo llamase.
—Está bien.
Una llamada, desde luego que eran tacaños, pero tenía que
ser al pijo, mi madre lo único que podía hacer es llevarse
un disgusto y me dejaría de hablar un año, así que le tocó a
mi mejor amigo de vuelo.
Dos horas después apareció el policía que hablaba español.
—Ya han pagado su multa.
—¿Mi multa?
—Sí —lo seguí para que me devolviera mi bolso.
Salí de allí como a la que le dicen que va a explotar una
bomba, que agobio en ese lugar encerrada.
—¡Alex! —grité al verlo afuera esperándome y de la
emoción le di un abrazo con un beso en la mejilla, que por
poco le desmonto la mandíbula. Eso sí, interiormente le dije
al Jonny, que no se celara que era en agradecimiento a mi
salvador.
—¿Qué hiciste mujer? —volteó los ojos riendo.
—Pues vaciar la vejiga, que no es fácil ser mujer y
aguantarla.
—Pero existen los baños.
—No podía aguantar.
—Tardé un poco más porque tuve que acabar la reunión de
hoy.
—Tranquilo, por cierto, ¿cuanto has pagado? —saqué mi
cartera.
—Seiscientos dólares —casi me mareo y guardé la cartera
corriendo. Se echó a reír.
—¿Te lo puedo pagar a veinte euros al mes?
—Tranquila —se rió —. No me tienes que pagar nada.
—Pero te vas a buscar la ruina por mi culpa, lo mismo no
llegas a final de mes —dije con ironía, pero poniéndome
seria.
—Ni voy a poder comer en toda la semana —sonrió —. Por
cierto, te voy a invitar a comer —abrió la puerta de un taxi
para que me subiera.
—Pues anda que no te voy a salir cara.
—Nada, tranquila.
Mire por la ventanilla y lo primero que se me vino a la
cabeza fue que, si el primer día por la ciudad me habían
detenido, el último capaz de hasta terminar en el Gran
Hermano de los Estados Unidos. En fin, con lo buena
chiquilla que yo era...
—¿Y este muelle? —pregunté sorprendida cuando nos
dejaron ahí.
—Vamos a hacer un crucero por la isla de Manhattan.
—¿¿¿Nos vamos de crucero???
—Un ratito —sonrió, haciéndome un gesto para que lo
siguiera.
Subimos a un barco y nos acompañaron hasta una mesa
que estaba al aire libre, aquello era un restaurante flotante
que te llevaba a ver la isla de Manhattan desde fuera, una
pasada.
—¿Vino?
—No, no, yo un refresco de naranja. No bebo alcohol,
vamos si mi estado normal es un poco de aquella manera, si
me bebo un vaso de vino soy capaz de levantar a todo los
pasajeros y ponerlos a bailar la Macarena.
—No, por Dios, un refresco —apretó los dientes,
causándome una risa.
Pidió su vino, mi refresco y le dije que quería de comer lo
mismo que él, así que fue un entrecot con patatas y
verduras, de entrante unos crujientes de verdura que no
había probado en mi vida, pero estaban riquísimos.
—Tienes veintiséis años, eres de un pueblo, te vienes a New
York por un premio, te traes al espíritu de tu novio y
terminas detenida. ¿Me vas a necesitar todos los días? —
preguntó sonriendo, sujetando su copa de vino.
—Hombre, espero que no, que la próxima te toque a ti y
seas tú, el que me necesites.
—Vaya por Dios, encima ingenua —murmuró negando y
después dio un trago.
—Ingenuo tú, que te piensas que no puedes necesitar a
alguien solo por el hecho de tener algunos billetes de más,
pero bueno, que mañana te puedes caer y romper la cabeza
y a quién tienes más a mano para cuidarte es al Jonny y a
mí.
—Sí, sobre todo, al Jonny —volteó los ojos, negando y
riendo.
—Al final verás que le coges cariño.
—Ya veo… —estiró el pescuezo no dando crédito a lo que yo
decía.
Ver sus gestos era algo que no estaba pagado con todo el
dinero del mundo, se veía que al final le iba a crear un
trauma, pero joder, que el Jonny no le iba a hacer nada y
menos sabiendo que me había sacado del calabozo.
Me iba explicando todo lo que íbamos viendo a lo largo de
ese trayecto mientras comíamos sin que nos faltase detalle,
eso sí, yo no entendía como se podía comer sin mojar pan
en esa salsa de la carne, pero bueno, me comí mi trozo de
pan y el de él ¡Anda que no estaba rica!
Salimos del barco después de un trayecto y comida de lo
más deliciosa, un taxi nos llevó hasta la Quinta Avenida, sí,
esa tan famosa llena de tiendas y de lo más llamativa.
—¡Me muero! —murmuré poniéndome las manos en la boca
y mirando esas Converses con plataforma que ahora se
llevaban tanto.
—¿Te gustan? —por su cara de espanto, arqueo de cejas y
sonrisa, era que, para él, eran lo más hortera del mundo.
—Me flipan, tengo una hucha para comprarme unas y ya
tengo casi veinte euros —me puse a tocar las palmas frente
al escaparate.
—Vamos, te las regalos.
—No, por Dios, haber si caes en la ruina por mi culpa —
solté con ironía y no me dio tiempo a terminar cuando ya
estaba dentro.
—¿Qué número tienes?
—El treinta y ocho, te lo puedo decir hasta con rima —reí.
—No hace falta. ¿Qué colores te gustan?
—El celeste, el blanco y el negro. Te dejo elegir a ti, que
estás hoy muy generoso.
Se dirigió al chico en inglés y apareció con las tres cajas.
Alex sacó la tarjeta y los pagó.
Me hizo un gesto para irnos, llevaba la bolsa en su mano.
—¿Has comprado las tres? —pregunté alucinando.
—Y si te hubiera gustado toda la gama, también te las
habría comprado.
—Joder, eso no se dice ahora, que me voy con un trauma —
resoplé negando.
—Seguro que antes de que te deje en el hotel se te antoja
otra cosa —sonrió.
—¿A qué hora me vas a dejar para saber si tengo que ser
rápida o no? —me eché a reír.
—Cuando tú lo desees.
—Y si es después de cenar, ¿quién paga la cena? —Puse
carita de pena.
—Siempre que vayas a mi lado lo pagaré yo todo —me
agarró la mano para cruzar la calle y yo, me quedé mirando
nuestras manos mientras él, tiraba de mí con firmeza.
—Espero que le hayas pedido permiso al Jonny, antes de
agarrarme.
—Claro y también le pedí su tarjeta para pagar tus
zapatillas.
—No tenía ni cuenta en el banco, ¿qué tarjeta iba a tener?
—me reí negando y viendo como Alex, soltaba una risilla.
Yo iba como una niña pequeña el Día de Reyes, hasta dando
saltitos agarrada a él, la verdad es que ya le estaba
cogiendo hasta cariño.
—Alucino con la de pantallas que hay de publicidad, allí en
mi pueblo llega un furgón, echa cola en la pared y planta el
folleto.
—Aquí estamos hablando de firmas importantes a nivel
internacional.
—Ya estamos con la jerga de los ricos —volteé los ojos.
—No es eso —me miró sonriendo y soltó mi mano para
echarme la suya por mi hombro —. Es porque no vas a
comparar New York, con ningún lugar de España.
—Ya, ya, New York, es New York, y eso es indudable.
—Efectivamente —pasó mi mano por la cintura para
indicarme que entrara a un supermercado.
—¿Qué hacemos aquí? —murmuré cuando lo vi coger una
cesta de carro.
—Te voy a preparar la cena y luego te llevo al hotel.
—¿Y dónde me vas a preparar la cena? —no entendía nada
y eso que no me estaba haciendo la loca como la mayoría
de las veces.
—En el apartamento que tengo en la ciudad.
—¿Tienes un apartamento aquí?
—Ajá —cogió una botella de vino. Bien empezaba la
compra.
—¿No estás en un hotel?
—No —sonrió —. Tengo desde hace tres años un
apartamento aquí, me es más cómodo, viajo mucho a esta
ciudad y vengo con poco equipaje.
—¿Y tú le has pedido permiso al Jonny?
—Fue él quién me recomendó que lo hiciera.
—Si es que mi Jonny, te está hasta cogiendo cariño —
levanté las manos a la altura de su cara, se la agarré y me
empiné para darle un beso en la frente que cayó en la
nariz.
—Ya verás, al final me vuelvo su portavoz —tragó saliva
moviendo el pescuezo y cogió unas latas de algo que no
tenía ni idea que era y menos que venía en inglés.
—Sería como la peli, Ghost —me puse las manos en el
pecho y moví las pestañas rápidamente.
—Algo así, algo así —seguimos andando por los pasillos.
Capítulo 3
Si la entrada a ese edificio imponía por el número de pisos
que tenía, su apartamento en la planta treinta no tenía
desperdicio.
—Dios mío de mi vida, esto te tuvo que costar por lo menos
doscientos mil dólares —dije mirando por esos cristales del
salón que iban de suelo a techo y daban a una gran
avenida.
—Eso es lo que di de entrada — vamos que le debió de
costar diez veces más, ni calcularlo me atrevía —¿Un
refresco?
—Un vino, por favor, esto se merece que me tome una copa
— me puse la mano en la frente mirando a la calle y
soltando el aire ¡Qué barbaridad!
—¿Segura?
—Tanto como que tú, el Jonny y yo, estamos aquí.
—Ya decía yo que tardaba en salir —murmuró, girándose
para entrar en la cocina que estaba separada del salón por
una especie de barra, que a su vez servía de mesa.
Sirvió dos copas de vino y cogí la que me puso sobre la
encimera, yo me senté al otro lado mientras veía como lo
preparaba todo.
—Mañana te voy a invitar yo —me sonrojé y mordí el labio.
—¿A dónde? —me miró con esa media sonrisa.
—Mañana lo verás.
—Te he dicho que mientras vayas conmigo pagaré yo.
—Vale, yo pido y tu pagas.
—Trato hecho —me dio la mano por encima de la barra de
la cocina y luego la soltó con lo que me pareció una caricia.
No, no podía ser, que mi Alex me quería mucho como
amiga, me lo había ganado en el vuelo, pero joder, me había
recorrido un escalofrío raro por el cuerpo. Fijo que era el
Jonny, mandándome una señal de que no me pasara.
—Te has quedado pensativa.
—Bueno, es que creo que, al Jonny, no le gustó que nos
diéramos la mano.
—Ni a mí, que esté aquí con nosotros y sin embargo no me
quejo —sonrió mientras cortaba la cebolla.
—Pues donde esté yo, estará mi amor.
—Pero una cosa, imagino que algún día aceptarás que ya no
está.
—Quien tiene que aceptar que está eres tú, vamos que te
veo que no lo asimilas.
—Ni que lo digas —se echó a reír.
Su cara era para verla con el tema del Jonny, parecía
celosillo de él, pero bueno, es lo que había, que donde se
ponía mi niño, no se ponía ni el mismísimo Jamie, ese que
con decir su nombre ya sabíamos todas las mujeres de
quién se trataba…
Sonreía todo el tiempo y me miraba negando, es más, solo
de mirarme a veces le salían unas carcajadillas que eran
una monería. Debía pensar que estaba loca, pero el loco era
él, por no entender que cada uno elegíamos como llevar
nuestras vidas.
Preparó una tortilla de patatas y cebollas que acompañó
con una ensalada de salmón y queso.
—Jo, esto está todo riquísimo, no imaginé que alguien como
tú, supiera cocinar.
—¿De qué forma me ves, mujer? —sonrió negando.
—Nada, en el fondo tienes que ser hasta buena persona.
—En el fondo… —me miró sonriendo, pero con cara de
querer matarme —Por cierto, pregúntale al Jonny, si quiere
un trozo de tortilla.
Me tuve que echar a reír de ver lo serio que se ponía al
decirlo, pero en el fondo estaba muerto de risa, solo que se
metía en el papel.
Alex era de apariencia seria, pero parecía que se estaba
relajando a mi lado y que sacaba ese lado suyo en el que la
ironía y el toque de humor no le faltaba.
Me bebí la copa de vino y me la llenó de nuevo. Notaba un
calor en mis mejillas, que sabía que debía tener los colores
de Heidi sobre ellas.
—Entonces, que yo me aclare —murmuró mientras me
rellenaba por tercera vez la copa —. Si un día conoces a
alguien que te gusta y te acuestas con esa persona ¿Le
tienes que pedir permiso al Jonny?
—No me acuesto, ¿estás loco? Me estaría viendo y capaz de
hacerme algo en represalia.
—Si te quisiera no te haría nada.
—Pero él, era muy celosillo.
—Bueno, yo imagino que en algún momento tienes que
separarlo de tu vida y asumir que no está.
—¿Estás loco? ¿Yo dejar al Jonny? —de lo que me había
dicho hasta me bebí la tercera copa de un tirón y le hice
que me la llenara de nuevo.
—Pero no vas a estar toda la vida viviendo con un muerto,
mujer.
—Hay vivos que están mucho más muerto que mi Jonny,
que este me da mucha vida ¿A que sí, amor? —En ese
momento se cayó un libro y hasta yo, me levanté acojonada
y me senté en las piernas de Alex.
—Ay, Dios, ¿pero no decías que era buena gente?
—Creo que esto no le está gustando al Jonny —ahí que me
quedé sentada y cogí mi copa.
—Ese libro se cayó porque estaba muy en el borde y no le
puse peso.
—¡Qué fue Jonny! —le dije en voz muy alta.
—Pues dile al Jonny, que lo coja y lo vuelva a poner en su
sitio.
—La que no me levanto soy yo, me tiemblan las piernas y
no me fio de que me tire algo en lo alto. Paso de decirle
nada, que cuando se enfadaba no había manera de
negociación con él
—A ver si se va a liar a darme collejas por tenerte encima.
—Pues te las aguantas y no le devuelvas ni una, al Jonny ni
tocarlo. Y baja esta mano un poco que al final, te clava un
chuchillo por la espalda — me tenía rodeada con sus
manos.
—Joder con el Jonny, que presión, nunca imaginé tener una
cita a tres.
—¿Esto es una cita? —Lo miré con horror.
—Que va, esto es una fiesta de pijamas —murmuró
aguantando la risa.
—Creo que el haberme bebido cuatro copas tan rápido me
está sentando mal —me levanté y noté un ligero mareo. Me
fui hacia la cristalera del salón que estaba abierta.
—¿Estás bien?
—Sí, creo que necesito hablar con Juan.
—Joder ¿Quién es Juan ahora y cuántos somos?
—Juannn —vomité por la ventana desde esa planta número
treinta.
—No, por Dios —lo escuché murmurar por detrás —. Vamos
al baño.
—No puedo andar.
—Ya te llevo yo, espero que no hayan sido muchos
transeúntes los involucrados en esa masacre que acabas de
hacer vía aérea.
—Que se jodan, son americanos, ya conocen a Juan.
—¿Qué tienes en contra de los americanos? —preguntó
cuando ya me había cogido y puesto en sus brazos.
—Nada, por decir algo, por cierto… —lo miré con una
sonrisa tipo Disney —Qué guapo eres, no me había dado
cuenta hasta ahora.
—Hombre, menos mal, después de sacarte de las
dependencias policiales, llevarte de crucero y hacerte la
cena, que mínimo que un piropo fuera para mí, y no para
nuestro amigo Jonny —murmuró, causándome una risa a
pesar de lo pálida y frágil que me sentía.
Me llevó al cuarto de baño y me ayudó a lavarme la cara,
además me hecho agua por la nuca y yo lo miraba por el
espejo y es que era tan mono…
—Creo que al final te cojo cariño —murmuré, mirándolo por
el espejo.
—Gracias, un detalle por tu parte —sonrió, mirándome a
través de el —. Lo que no sé es si le va a hacer gracia a tu
Jonny.
—Bueno, ya hablaré con él, pero hay que esperar un poco
que… —me estaba entrado un sueño, que se me
comenzaron a cerrar los ojos.
Ni terminé la frase cuando me cogió en brazos y me llevó a
un lado de su cama.
—Voy a tener que quitarte la ropa y ponerte una camiseta
mía limpia, espero que Jonny, no me dé una trompada, no
estoy ahora para ponerme a dar puñetazos a ciegas.
—Te va a matar —murmuré sin fuerzas ni para reírme…
Capítulo 4
Desperté con un dolor de cabeza que no podía ni abrir los
ojos, no recordaba nada de la noche anterior.
Casi me da algo cuando descubrí que estaba en la cama del
pijo con una camiseta que no era mía y tenía una nota
sobre la almohada.
“Jessica, he tenido que ir a una reunión. Ve a la cocina, allí
tienes todo preparado y te dejé un sobre para que te tomes
si te levantas con dolor de cabeza. Espera a que yo llegue,
traeré la comida. Mañana aceptaré tu invitación”
Joder, parecía mi novio. ¿Qué cojones hacía yo en su cama,
sin sujetador y con una camiseta que no era mía? ¡Ay, Dios!
Me miré en el espejo del baño y los pelos los tenía bien, no
parecía que hubiera tenido una noche fogosa. Me aseé y fui
hacia la cocina donde me preparé un vaso de leche y me
tomé el sobre de Spidifren, ese era bueno, a mí al menos
me hacía efecto y parecía que a Alex, también, ya que era
el que tenía.
Lo primero que hice fue mandarle un mensaje.
Jessi: ¿Hemos hecho algo raro en la cama?
No tardó en contestarme…
Alex: No, tranquila jajaja En un rato voy con comida, no te
marches.
Segunda vez que me decía que esperase, al final me tenía
cariño.
Jessi: Pues aligera que el Jonny, me está presionando para
que me vaya de aquí, creo que no le hizo gracia que
durmiera contigo.
Alex: Dile al Jonny que no me quiero enfadar, que más vale
que cierre ya la boquita, o lo haré peor.
Jessica: ¿Qué es peor? Ay, Dios, no me mientas. Dime que
ayer no me abriste el agujerito.
Me eché a reír de imaginar la cara que se le pondría, este
debía de pensar que era la tonta del bote, pobre ingenuo,
como dijo él por mí.
Alex: No, no pasó nada, pero pasará…
¡Uy lo que me había dicho! Me dolía la cabeza un montón y
encima estaba a carcajada limpia.
Jessi: ¿Cuánto te queda?
Alex: Ya estoy terminando, paso a por la comida que
encargué y en una hora como mucho estoy allí.
Jessi: Estoy de antojo, capaz eres de haberla liado anoche,
quiero un helado de Macadamia.
Alex: No lie nada, pero te lo llevaré.
Jessi: Como me lo traigas te doy hasta un beso en todos los
morros.
Alex: ¿Y qué dirá el Jonny?
Jessi: Qué no estas a su altura, pero tú, tranquilo, que no le
haré caso.
Me quedé muerta de risa todo el tiempo en la silla de la
cocina releyendo los mensajes, hasta que me fui a duchar y,
cómo no, le cogí de su armario otra camiseta. Le iba a pedir
permiso, pero no quería molestar de nuevo al pobre
hombre.
Salí hacia el salón y llegó él.
—Te veo muy buena cara y te sienta bien esa camiseta.
—No toqué nada, abrí el armario y la primera que vi.
—¿La eligió el Jonny? —sonrió, dejando todo sobre la mesa.
—Me he divorciado de él —murmuré aguantando la risa y
apoyándome en la encimera que había puesto un refresco
de naranja fresquito para mí.
—¿Te has divorciado del Jonny?
—Sí, me dijo que ayer hice un trío contigo y con Juan —ahí
me tuve que echar a reír.
—A Juan lo tuviste en todas tus entrañas, pero lo sacaste
rápido a la calle.
—Solo recuerdo hasta ahí y, por cierto, el sujetador no
hacia falta que me lo quitaras.
—Quise darle una alegría para la vista a Jonny —murmuró
preparando la mesa y riendo.
—Bueno va, ya te cogí cariño, te confieso que el Jonny, no
existe —me giré a mirar por la ventana del salón,
aguantando la risa.
—A ver —lo escuché por detrás acercarse a mí y se puso
delante con los brazos cruzados —¿Me estás diciendo que
tu Jonny, no existe?
—Ajá —me eché a reír, pero a lágrimas tendidas.
—¿No se te murió un novio en la moto?
—Ajá —no dejaba de reír viendo su cara, aguantando la risa
y queriéndome matar.
—¿En serio?
—Y tan en serio —no me dio tiempo a terminar e hizo como
que me daba dos puñetazos arriba en la cabeza, mientras
reía.
—Me voy a sentar —puso cara de incredulidad —¿No existe
Jonny?
—No, no existe Jonny.
—¿Me has vuelto loco dos días con ese tal Jonny, y es
mentira?
—¿Te lo digo en inglés? Yes, yes, yes —me rei.
—Espera —se reía con la mano en el costado —, dime una
cosa: ¿entonces no eres tan…?
—¿Choni?
—Algo así, sí.
—No, tanto, puedes llevarme a un restaurante de lujo que
sé comportarme.
—¿En Converses?
—No, hombre, impecable, pero sin necesidad de querer
llamar la atención, mi naturalidad ya lo hace por sí sola.
—¿Dijiste que tenías abuela? —se rio.
—Por supuesto, la mejor del mundo.
—¿En qué más me has mentido?
—En el presupuesto diario.
—¿Eres limpiadora?
—La jefa de una empresa de limpieza —me eché a reír.
—¿Tienes una empresa de limpieza?
—No, la empresa la tiene el dueño, yo soy la jefa, la que
distribuye el trabajo y me encargo de que no falten los
productos ni los horarios actualizados.
—¿Asegurada?
—Sí, cuarenta horas semanales, como todo español —sonreí
—, además, la empresa es grande, tengo treinta y seis niñas
a mi cargo —le hice un guiño.
—¿Y a qué vino lo del Jonny?
—Te vi tan pijo, correcto, impecable, tan de pasarela que
me dije: verás tú este lo que va a tener que soportar.
—¿En serio? —negaba riendo incrédulo.
—Y tan en serio, no me lo pasé mejor en mi vida.
—¿Y lo del pueblo es verdad?
—Casi, vivo en la ciudad que está a cinco kilómetros de ese
pueblo —me eché a reír.
—¿Jessi?
—Jessica, por favor, aún no nació nadie con los cojones para
llamarme Jessi, que una es graciosa, pero también fina —le
hice un guiño.
—Te estoy escuchando hablar e imagino que ya sale la
Jessica verdadera, pero déjame decirte que me la has
metido doblada como se dice vulgarmente. Al principio
pensaba que tenías un plomillazo de esos que no se te van
en la vida, luego pensé que te hacía feliz vivir de esa
manera manteniendo al muerto como si estuviera vivo, al
final hasta yo me metí en la historia, te juro que comencé a
cogerte cariño y te veía entrañable con ese tema.
—Te juro que me lo creí hasta yo, me quedé tan metida en
el papel que fue llegar al hotel y mientras deshacía las
maletas hablaba con el Jonny —nos echamos a reír.
La comida la pasamos a carcajadas limpias, no dejaba de
decirme que era una crack y que no me iba a olvidar en la
vida, se iba a reír de la anécdota hasta que se muriese.
—¿Y lo de orinar en la calle?
—Te juro que me meaba encima, pero que eso lo hacía de
chica, ahora no voy meando entre los coches, te lo juro.
—¿Podrías haber pagado la multa por ti misma?
—Por supuesto —me reí —, tengo mis ahorros, llevo ya
cuatro años trabajando a ocho horas al día —. Por cierto, te
lo pensaba devolver lo que pasa que ayer me tenía que
hacer la graciosa.
—No los quiero.
—Bueno, solo si mañana me dejas invitarte a comer donde
yo quiera.
—Trato hecho —se puso a fregar los platos mientras yo
preparaba el café —. Por cierto, piénsate esta noche el
venirte mañana aquí y quedarte instalada, creo que te
puedo enseñar estos días la ciudad, aquí estarás más
cómoda.
—Me lo pensaré, además me ahorro el hotel —me reí.
—¿No te había tocado el viaje?
—Qué va, esto fue que vi una oferta del vuelo con este hotel
y me la pillé.
—Pues el hotel es de los muy caros.
—Por eso, todo un chollo.
—¿Y te devuelven las noches que no uses?
—Tengo para cancelar en cualquier momento las siguientes
noches, no porque yo lo hubiera pensado así, para atrapar
al primer tonto que me instalara en su casa, pero venía esa
opción.
—¿Me has llamado tonto?
—Y al cuadrado. Por cierto, ¿a qué hora me llevas al hotel?
—No te prometo que no sea hasta mañana por la mañana
para que puedas coger ropa.
—¿Otra vez voy a dormir contigo?
—Lo mismo te convenzo para que mañana te vengas el
resto de tus vacaciones.
—Eso sonó un poco sugerente, que no sea de pueblo no
significa que me deje engañar por cualquiera —le froté la
espalda.
—Me la has dado… —negaba riendo incrédulo de todo lo
que le había soltado los dos días para resultar que nada era
real —Y ya creo que ni te tengo que convencer, que seguro
que ya tienes hasta pensado venirte aquí.
Al final en ese café decidimos que lo mejor era ir ya por mis
cosas e instalarme aquí esos días que me quedaban en la
ciudad.
Y eso hicimos, ir allí, cancelar la estancia y regresar a su
casa con todos los bártulos, además de con la cena que
compramos al pasar por un asiático.
Capítulo 5
Preparamos la mesa y nos sentamos a cenar.
—Te voy a servir vino con la condición de que hoy no llames
a Juan —carraspeó, mientras llenaba mi copa y aguantaba
la sonrisa.
—Ese no me habla en un mes.
—De verdad, que todavía me duele el lado de reírme de
saber la que me has montado sin ser cierto.
—¿A que molaba?
—Mogollón, tía —dijo, respondiendo en esa jerga callejera
para hacer la gracia.
—Calla, tonto —volteé los ojos riendo.
Alex tenía algo que atraía como un imán, además sus
gestos acompañaban mucho con esa cara seria que siempre
dejaba entrever alguna que otra media sonrisa.
—Alex ¿No tienes pareja ni estás casado?
—Sí —murmuró y apretó los dientes.
—¿Y? —pregunté un poco aturdida por esa respuesta que
no me esperaba.
—No lo sé —me miró con esa media sonrisa, pero de forma
triste.
—Qué no sabes, ¿qué?
—Llevamos tiempo mal. Sé que es lo típico que se escucha
de un hombre o mujer cuando está en una situación un
poco “embarazosa” —se refería al hecho de que yo
estuviera ahí y hubiéramos dormido juntos —, pero la
realidad es que no es por mí, llevo tiempo intentando
revivir algo que ya está muerto y que a ella no le hace
mucha ilusión.
—La amas mucho...
—Sí, pero ella no lo pone fácil.
—¿Te pidió el divorcio?
—No, pero creo que es porque vive cómodamente, no le
falta de nada, sale y entra cuando quiere, viaja con las
amigas...
—¿Y te compensa aguantar eso?
—Antes sí, cada vez va pesando más esta situación.
—Pero no te atreves a dar el paso...
—No, la verdad que hasta ahora no.
—Se te ve buen hombre.
—Intento no ser mala persona, pero no es suficiente con
eso.
—Por lo que dices la tienes como una reina.
—Sí, pero tampoco es suficiente.
—Anda —me levanté —, dame un abrazo que te lo has
ganado y te veo triste.
Se levantó y nos abrazamos. La verdad que es que era un
tipo que valía muchísimo, tanto física como personalmente
y me daba cosa verlo así, pasando un momento que
entendía que no era agradable en su vida.
—Dice Jonny, que paremos ya o se lía a hostias —murmuré
causándole una carcajada y fue cuando me dio un beso en
los labios.
—Me lo dijo el Jonny —se encogió de hombros mientras me
reía y volvía a sentar.
—Al final el Jonny, se va a volver parte de tu vida —reí
apoyando mi cabeza en mi mano que estaba sobre la mesa.
—Ya está adoptado —sonreí sujetando la copa de vino sobre
su mano.
—No estés triste, la vida a veces es complicada, pero
seguro que te pone algo muy bonito por delante.
—Lo veo —me miró a modo de provocación y consiguió
sonrojarme de nuevo.
—No hablaba de mí, para que veas como soy, que ni lo
pensé, pero que yo lo valgo —bromeé.
—Vales muchísimo, más de lo que imaginas.
—Gracias por el cumplido —hice una burla, pero era
producto de mis nervios.
—No es ningún cumplido —me tiró con un migajón de pan
que aproveché para meterme en la boca.
Me ponía nerviosa cuando jugaba de esa manera con esos
gestos de lo más seductores, esos por los que cada día me
sentía más atraída.
Hicimos una sobremesa charlando sobre su trabajo,
realmente era el dueño de una empresa que sus beneficios
eran astronómicos y podía vivir bien, pero me daba cuenta
de que malvivía.
Malvivía porque estaba atado de algún modo a ese amor
que sentía por su esposa. Malvivía porque no quería darse
cuenta de la realidad, y es que su matrimonio estaba
acabado.
Me gustaba con la delicadeza y la calma que hablaba de
todo, con esa media sonrisa que me embelesaba por
completo.
Nos fuimos al sofá después de terminar, eso sí, la copita de
vino nos la llevamos y hoy me estaba sentando genial, ya
que, estaba bebiendo con calma y saboreándola. Era un
vino blanco afrutado.
Me senté con los pies arriba y cruzados. Alex puso su mano
sobre mi muslo y lo comenzó a acariciar.
Me gustaba como lo hacía, jugueteando con sus dedos
como haciendo dibujos mientras me miraba de forma
penetrante y con esa leve sonrisa.
—Pretendes ponerme nerviosa, lo veo.
—Me encantas, no sé en qué momento pasó, pero que
sepas que me encantas.
—Lo sé, se te escapó el beso.
—No —sonrió mirándome —, fue intencionado —acarició mi
mejilla.
Con su mano ahuecada en mi nuca me llevó hasta él, y nos
comenzamos a besar como Dios manda. Intercambio de
fluidos y pasión desenfrenada. Vamos, que me dio un
movimiento de lengua que me activó todos los músculos
por completo.
Terminó subiéndome a su falda frente a él, sus manos
comenzaron a acariciarme por debajo del camisón que
llevaba puesto. Se agarró a mis nalgas y me movió encima
de él. Me estaba entrando un calentón de mil demonios.
—Dos meneos más y voy para bingo —murmuré entre
jadeos.
—Me estás poniendo malísimo...
—¿Yo? ¡Pero si eres tú! —reí con ese meneo de caderas y
lenguas que nos estábamos metiendo. Se deshizo del
camisón y me dejó sin sujetador, solo con mi braguita.
Me miró los pechos y fue para ellos sin pensarlo. Los lamió
y mordisqueó hasta ponerme más mala aún.
Y fue entonces cuando me levantó sobre su cintura y me
llevó a la cama.
Bendita cama la que nos recibió con aquellos meneos que
me estaba metiendo. Sin aire, con la respiración
entrecortada y su lengua jugueteando con mi zona más
íntima después de deshacerse de la última prenda que me
quedaba, mi braga.
Cuando me corrí me penetró de rodillas y levantándome
sobre él ¿En qué instante me perdí un momento tan
ardiente como el que estaba viviendo con él? Madre mía
¡Como follaba!
Capítulo 6
Lo escuché discutir en el salón en voz baja, pero enfadado,
cuando me desperté.
Entré al baño, me aseé, me puse la camiseta que tenía por
camisón y salí a la cocina pasando por delante de él, que
me sonrió tras esa cara de enfado mientras seguía
hablando por teléfono.
Preparé dos cafés y le acerqué uno, volví a la cocina a
tomarlo mientras lo dejaba hablar a solas.
Me senté sobre la encimera de esta y miré por la ventana.
Aquella ciudad tenía algo, además de mucha vida y culturas
entremezcladas en la calle. Era apasionante esa diversidad,
me gustaba mucho.
Me di cuenta de que estaba hablando con su mujer cuando
le escuché decir que se fuera con las amigas dónde le diera
la gana, que hiciera lo que quisiera, que ya que lo iba a
hacer no tenía que preguntarle nada.
Su tono cada vez era más acalorado, se notaba que estaba
muy enfadado.
Apareció por la cocina sonriendo, pero se notaba que
estaba agobiado. Se acercó y me dio un beso, a la vez que
apretaba mi nalga.
—¿Disgustado?
—Hasta los cojones, con perdón de la palabra —se apoyó
sobre la encimera con las piernas cruzadas.
—Tranquilo.
—Me está sacando de quicio, por días se supera, no
entiendo qué quiere, pero desde luego que, si es ponerme
de mal humor, lo consigue como una campeona.
—Lo consigue porque tú, lo permites.
—Así es.
—Pues espabila, una cosa es que quieras tenerla a tu lado y
otra que te dejes pisotear.
—No se hacerlo de otra manera.
—Pues aprende, eres un tipo de éxito, con una mente
brillante y que esto no lo sepas gestionar, me parece
absurdo.
—La amo demasiado —aunque esa frase después de
haberme acostado con él, no me gustaba. Obvio que, si que
me encantaba su sinceridad, no necesitaba mentir para
conseguir sus objetivos.
—Ya, pero es que en esta vida no se puede tener todo.
—Ella no tiene intención de separarse, obviamente por lo
que te dije, la comodidad que tiene a mi lado.
—No eres más tonto porque no te entrenas —me bajé de la
encimera y puse el vaso en el lavaplatos.
—Pero este tonto está disfrutando de la chica con más
gracia de toda España y parte del universo —me agarró por
detrás pegándose.
—¿Follas con ella? —pregunté, causándole una risilla que
esbozó por encima de la encimera.
—Sí, una vez al mes, pero sí.
—Vamos que te matas a manitas —me reí.
—No te creas que tengo mucho tiempo.
—Te duchas a diario y ese momento seguro...
—¿En serio quieres saber eso? —preguntó echándose a reír
y yo por dentro estaba muerta de la risa.
—Aunque yo te digo una cosa, la verdad es que, si yo
estuviera casada contigo, que por cierto tienes un físico
espectacular...
—Gracias.
—Pues eso, que, si estuviera casada contigo y con la de
dinero que tienes, yo tampoco me separaba, me haría un
Julia Roberts, en “Pretty Woman”
—¿Qué es hacerte un Julia Roberts? He visto la peli, pero
defínemelo.
—Pues me iría a quemar tus tarjetas en las tiendas. ¿Sabes
lo que desestresa eso y más cuando no es tuya? —le saqué
la lengua.
—Estamos en el lugar perfecto, te concedo todo el día de
hoy para que te compres todo lo que quieras.
—¿A cambio de qué?
—De que te quedes hasta el último momento aquí, a mi
lado.
—Lo pensaba hacer —arqueé la ceja.
—Quería asegurarme —me giró y mordisqueó mi labio —.
Tienes media hora para estar lista, nos vamos a lo Pretty
Woman.
—Pero dime un tope.
—No hay tope, todo lo que te puedas llevar de vuelta a
España, puedes comprarlo.
—Pues necesitaré más maletas.
—Todo lo que te puedas llevar, así que si tienes que
comprar más, lo haces, además he cambiado mi vuelo y
vuelvo en el tuyo, así que como voy libre de equipaje, te
puedo ayudar.
—¿Regresas en mi mismo vuelo? —pregunté boquiabierta.
—Sí, quiero vivir contigo hasta el último momento de este
viaje.
—Cuando nos separemos te advierto que me echarás de
menos.
—Estoy seguro, pero sonreiré recordando todo lo vivido,
además lo del...
—El Jonny —terminé la frase y me eché a reír.
—Eso mismo, lo del Jonny, no lo voy a olvidar en la vida. Te
juro que me dejaste loco perdido pensando que tú lo veías
así.
—Tuve un novio que se llamaba Jonathan —me reí —va, te
lo voy a contar.
—Estoy deseando, pero mientras nos vestimos, las tiendas
nos esperan —me hizo un guiño y dio un apretón en la
nalga.
—Pues resulta que me saqué un ligue de un pueblo, este si
que era del pueblo y se llamaba Jonathan, para los amigos
el “Jonny”, pero era muy macarra. Todo el día con la Derbi
Variant haciendo el caballito y tenía atemorizado a todo el
pueblo, no porque fuera repartiendo hostias a diestro y
siniestro, no, porque una vez le tocó los huevos el que se
suponía que era el más líder del pueblo y este, el Jonny, le
dio una que lo tuvo que llevar en brazos a su casa. En el
fondo era buena gente.
—No puedo contigo, dime que es broma —reía a
carcajadas.
—En serio y así fue como se ganó el respeto del pueblo.
—Vamos que le temían.
—Le decían desde entonces el Fidel Castro del pueblo.
—¿Y lo dejaste?
—Sí, era difícil estar con él.
—¿En que sentido?
—Vivía a su manera y muy chulesco, pero te juro que era
buena gente.
—¿En qué momento decidiste que lo dejabas?
—Verás, un día me recogió para invitarme a cenar, era el
día de San Valentín. Pues ahí que me puse un vestido
precioso rojo de lana con unas medias y chaqueta negra.
Estaba monísima, pero guapa a rabiar, lo más bonito del
mundo...
—Y lo más jodido es que es verdad, hasta con ese moño y
recién levantada estás preciosa, vamos que eso que estás
matizando, no me cabe la menor duda, eso sí, ¿A que no
tienes abuela?
—Que sí, que vive con nosotros, ya te lo conté —resoplé
porque me cortaba la conversación.
—Venga, sigue.
—Pues calladito —dije mientras me ponía el vaquero de
pitillo —. Pues eso, yo monísima de la muerte y me recoge
en su moto, me monto feliz e íbamos tranquilos para el
restaurante, cuando al niño no se le ocurre hacer otra cosa
que el caballito, justo cuando me estaba sacando la melena
de debajo de la chaqueta y ahí que fui a aparcar contra la
carretera. Para ver mis medias.
—¿Y qué pasó?
—Pues que no me monté en la moto de nuevo. Paré un taxi
y me fui para casa y cuando llegué estaba ya en la puerta
esperándome, pero le dije que lo dejaba, vamos que lo dejé
en ese precioso instante.
—¿Lo pasaste mal?
—No, por el Jonny no, lo pasé mal por Israel, uno con el que
estuve enrollada un mes y despareció.
—¿De la vida?
—No —me reí —, que se quitó de en medio sin previo aviso.
Con el tiempo me enteré de que se había casado y tenía
una niña.
—Vaya.
—Pero vamos, que no tengo ningún trauma del pasado y
menos del presente —me reí.
—Eso me gusta. Por cierto, estás preciosa.
—La que vale, vale —le hice un guiño y se echó a reír.
—Presumida un rato.
—Una, que puede.
—De verdad que sí —extendió su mano para que saliera yo
antes.
Capítulo 7
—Te juro que me muero si entramos ahí —dije, parándome
ante un escaparate de Pandora.
—¿A qué estás esperando? —Estiró su mano para invitarme
a pasar.
Flipé en colores, me cogí una pulsera y comencé a meter
charms, que me volví loca. Cuando el tipo dijo que el total
sumaba la friolera cantidad de mil quinientos euros, casi
me cago encima. Pero Alex, le dio su tarjeta y ahí que metió
hasta el código pin tan tranquilo.
—Va, te juro que no entro a ninguna tienda más —dije,
mirando la bolsita que llevaba en su mano.
—¿Qué Pretty Woman es entonces?
—Soy descarada, pero no tanto —reí.
—Tienes el día de hoy para comprar todo lo que quieras. Si
yo fuese tú, no dejaba que se me pasara. El tren no pasa
todos los días —carraspeó.
—Hombre, ese crep con Nutella, sí que me dejo comprar —
dije, parándome ante un puesto donde un hombre los
estaba haciendo.
No dudó en pedírmelo, él no quería, pero terminé dándole
en su boca para que mordiera de vez en cuando, sabía que
lo hacía por cuidarse y un dulce al año no hace daño.
Me paré ante un escapara de la firma “Levi´s”, como no,
entramos y salimos con un par de ellos y una falda vaquera
corta, que era una monería.
—Eres de gustos baratos.
—¿Levi´s, barato? —me reí —No soy de firmas tipo Chanel
y esas cosas a las que creo que te refieres.
—Mi mujer a esta hora ya hubiera tenido las manos llenas
de bolsas.
—Tú mujer es tú mujer y, yo soy yo.
—Totalmente de acuerdo.
—Pero aquí, sí que voy a entrar a por algunas camisetas —
me paré ante la puerta de Tommy, una de mis marcas
preferidas.
Y, cómo no, después de un desfile de camisetas que le hice
a Alex, que me observara sentado, pues salí con media
docena ¡Me sentía ese día la Julia Roberts de verdad!
Paramos a comer en un restaurante de comida mexicana
donde pedimos nachos, tacos y burritos, que para colmo
tenían una pinta que se hacía la boca agua.
—Hoy invito yo.
—Hoy eres la Julia Roberts —carraspeó.
—Es verdad, al final un día por otro, pagas tú todo —me reí.
—¿Y no me siento bien haciéndolo?
—Sí, se nota que sí.
—Pues disfruta, mi mayor regalo es estar estos días
contigo.
—Pero si pudieras elegir, seguro que preferirías tener aquí
a tu mujer —bromeé, pero dejándolo caer bien.
—No lo sé, sinceramente, no lo sé, me estás sacando
muchas risas y eso no está pagado hoy en día.
—Lo que no está pagado es venir a New York de loca unos
días y terminar tirando de la tarjeta de un desconocido.
—Uno que te sacó del calabozo —recordó, señalándome con
el dedo.
—La próxima vez en vez de mear, hago mis necesidades,
verás la multa que buena va a ser.
—No iré a recogerte.
—Te digo yo que sí.
—¿Por qué estás tan segura?
—Porque sin que tú lo sepas, ya estás enganchado a mí.
—Eres tremenda —se echó a reír con la mano en la cintura.
—Ya lo verás, Alex, ya lo verás… —sonreí con ironía.
—¿Piensas que me estoy enamorando de ti?
—Hasta las trancas.
—Te recuerdo que pensé que tenías un problema
psicológico con lo del Jonny —no podía dejar de reír.
—Y yo, te recuerdo, que te faltó tiempo para ir a sacarme
del calabozo.
—Me considero buena persona.
—Ya te chocarás con el muro, pero cuando lo hagas y te des
cuenta de lo que te estoy diciendo, te vas a querer morir
porque ya me habrás abandonado.
—¿Abandonado?
—Sí, cuando lleguemos a España, tú te irás junto a ella.
—Pero eso no es abandonar, sabes que estoy casado y que
no te prometí la Luna.
—Ni quiero que lo hagas. Las promesas están para
cumplirlas, así que no deben ser hechas desde la
inconsciencia —me metí un nacho en la boca sonriendo.
—¿Y qué crees que pasaría si me doy cuenta de que me
enamoré de ti? —preguntó incrédulo con esa sonrisilla.
—Que seguirás muerto en vida junto a alguien que pasa de
ti.
—Pero si me enamoro de ti, no me costaría dejarla.
—Sí, te tiene atado por los huevos de alguna manera.
—¿A qué te refieres con eso?
—No sé, me da que tú, aparte de amarla tienes miedo a
perder algo que se iría con el divorcio.
—Pues se llevaría lo que le pertenece y acordamos, una
cuarta parte de todo, pero eso no me preocupa.
—Pues parece que hay un trasfondo, pero bueno, eso lo
sabrás tú.
—¿Eres vidente?
—No, soy la Julia Roberts, en todo su apogeo —me reí,
causándole otra carcajada a él.
De allí nos fuimos a seguir de compras, por mi vida que
íbamos cargados como mulas, pero aquello era un no parar.
Me compré para un año o dos de prendas de lo más chulas
y buenas.
Fuimos al apartamento donde dejamos todo, nos duchamos,
volvimos a hacerlo y nos fuimos a cenar a la calle.
Quién dice a la calle, dice al último piso de un rascacielos.
A un lugar con un encanto impresionante donde era de alta
cocina y todo de lo más impoluto.
—Por este viaje que estamos viviendo y que me estás
haciendo vivir de manera diferente —dijo, levantando su
copa para chocarla con la mía.
—Bueno, lo que yo diga, que te tengo en el bote —reí,
acercándola para brindar.
—Encantado desde luego que me tienes.
—Qué es una manera de decir lo mismo, pero de diferente
forma.
—Bueno, si tú lo quieres ver así... —sonreía de forma
provocadora.
Me encantaba, ese jodido hombre me encantaba pese a
sacarme más de una década, pero era increíble, lo más
seductor que había visto en mi vida y buena persona,
porque eso se le notaba que lo llevaba por bandera.
Capítulo 8
La noche anterior la acabamos en el apartamento,
volviéndolo a hacer como locos y es que Alex, tenía una
fogosidad increíble.
Con la misma que se levantó y de nuevo estábamos ahí,
liados sobre esas sábanas testigo de aquel morbo que había
entre nosotros.
Nos duchamos y le preparé un café mientras se vestía, se
tenía que ir para una reunión esa mañana. Cuando se fue
quedamos en que me avisaría cuando terminara.
Me senté sobre el poyete de la ventana del salón a tomar el
café. Me sentía feliz esos días en los que estaba viviendo
algo inesperado pero sorprendente, algo que me tenía
como en una bola de cristal protegida de todo y todos. Así
me hacía sentir Alex.
Daba rabia conocer a alguien e intimar de esa manera, pero
a la vez saber que, en breve, todo se acabaría y quedaría
atrás. Eso sí, estaba segura de que me iba a dejar un buen
sabor de boca.
Después de ese café me fui a la calle a pasear, tenía ganas
de hacerlo, ir a mi ritmo, asimilar lo que estaba viviendo,
aunque reconozco que me faltaba Alex, con él, me lo
pasaba bomba y teníamos un feeling especial. Había una
fuerte atracción entre nosotros y eso era indiscutible.
Le compré una pulsera de cuero y acero inoxidable que vi
en un escaparate de una firma conocida y se me encendió
la bombillita. Quería que tuviera algo mío de recuerdo y no
lo dudé.
—Doscientos dólares, señorita.
—Aquí tienes —le di mi tarjeta pensando que aquello era
una barbaridad, pero claro, conociendo a Alex, sabía que, si
era de firma, le iba a hacer más ilusión.
La verdad es que el envoltorio y la bolsita eran de lo más
elegante y fresca me gustaba esa mezcla que había en ella.
La presentación era espectacular.
Aproveché para comprarle a mi hermana una falda y una
camiseta, para mi abuela también le cogí una pañoleta de
esas que le gustaba echarse por encima de la bata, a mi
padre una sudadera y a mi madre un jersey. Luego para las
mujeres cogí una pulsera de plata para cada una en una
joyería con los colgantes más característicos de la ciudad.
Regresé al apartamento y a los cinco minutos llegó Alex,
que sonrió al ver la bolsita sobre la mesa.
—Es para ti —puse los dedos en V.
—No tenías que hacerlo.
—Es una tontería para que tengas de recuerdo.
—Gracias —dijo mientras lo abría.
—Eso sí, si la vas a usar, cuando folles con tu mujer te la
quitas —aguanté la risa.
—Eres tonta —se rio mirándola —. No me la voy a quitar
nunca —se la colocó.
—Cuando folles con ella, sí.
—Ni cuando lo haga con ella —me pegó contra él y me dio
un beso en los labios —. Gracias, Jessica, me encanta el
regalo.
Preparamos la mesa con la comida que él había traído
preparada de la calle, la verdad es que aquellas costillas a
la barbacoa con papas asadas tenían muy buena pinta.
Tras la comida y mientras tomaba el café en la ventana del
salón que tanto me gustaba, me llamó mi padre.
—Hija, ¿qué tal en la Gran Manzana?
—Bien, papá, la verdad es que en el hotel me están
cuidando mucho —murmuré sonriendo y mirando a Alex,
que arqueaba la ceja.
—Me alegro, es que los españoles donde vamos dejamos
huella.
—Eso es, pero yo no estoy dejando huella, yo estoy dejando
esencia y eso, todos no lo consiguen —le hice un guiño a
Alex, que sonreía mientras negaba y acariciaba mi
entrepierna.
—Hija, mamá y la abuela te mandan un abrazo.
—Dile que las quiero mucho y a la niña también.
—Ya hablaremos de eso.
—Papa. ¿Está pasando algo que yo no sepa?
—Hija, no te quiero amargar el viaje.
—Pues ya lo hiciste, así que ahora cuenta.
—Tu hermana se fue a vivir con el “noviete” ese que se
sacó.
—Pero si llevan dos semanas y él, está en paro.
—Pues eso, que ayer tal como cumplió los dieciocho años,
dijo que se iba a vivir a casa de su suegra. El disgusto que
hay en casa es bastante grande.
—Bueno, ya se estampará contra un muro y volverá.
—No nos gusta ese chico.
—Normal, es que no hay por donde cogerlo. No os
preocupéis ya veremos qué pasa.
—Pásalo bien, hija.
—Os amo.
—Nosotros también.
Fue colgar el teléfono y llamar a mi hermana, desde luego
que me iba a escuchar.
—Vane, ¿qué cojones has hecho? —pregunté antes de que
le diera tiempo a decir nada.
—Me he independizado.
—¿Independizado a casa de los padres de ese tío?
—Se llama Martín y no te dirijas a él, de esa manera.
—Me dirijo como me sale del coño —dije y apreté los
dientes mirando a Alex, que negaba sorprendido.
—Si me vas a llamar para darme lecciones de moralidad y
no para felicitarme por haberme independizado antes que
tú, mejor que no lo hagas.
—¿Independizar? ¿En serio llamas independizarte a irte a
vivir a la casa de sus padres?
—Hermana, pásalo bien en New York y folla, que te hace
falta.
—¡Vane! —grité, pero ya me había colgado.
Resoplé incrédula a la noticia y a su contestación.
—¿Estás bien?
—Bueno, después de saber que mi hermana se fue a vivir
con un novio de dos días y encima a casa de los padres de
estos y dejando a los míos preocupados, pues no estoy mal,
pero bien tampoco.
—Ven —cogió mi mano y me llevó al sofá —, creo que
necesitas un masaje.
Me sentó entre sus piernas y comenzó a hacérmelo en el
cuello.
—Joder, esto es vida. Tienes unas manos que son benditas.
—Estás muy estresada.
—Me han puesto como una moto.
—Normal, pero la vida es un ciclo y cada uno lo vive de una
manera.
—Me da que ese Martín, me la va a llevar por mal camino.
—¿Por qué piensas eso?
—Tiene veinticinco años, no estudia, no trabaja...
—Pues sí que tiene un futuro brillante.
—Y encima una amiga me dijo que con el que se veía mi
hermana, vendía hachís.
—Eso sí que es un problema.
—Si mis padres se enteran, les da algo.
—Normal —decía sin dejar de masajearme.
Aquello la verdad es que me había dado un mal rollo
impresionante. Por no decir que me había dejado con muy
mal cuerpo. Menos mal que ahí estaba Alex, intentándome
relajar y vaya si lo estaba consiguiendo.
Capítulo 9
Salimos por la noche a pasear por la ciudad y cenar.
La verdad que después del masaje, un buen meneo, una
siesta y una ducha, estaba como nueva para disfrutar de la
ciudad, eso sí, lo de mi hermana me había dejado en shock.
Alex, agarró mi mano al salir del edificio, la verdad es que
siempre me llevaba así o con la mano sobre mi hombro, o
yo me agarraba a su brazo.
—¿Mejor?
—Sí, me está viniendo bien este paseo.
—No me gusta verte triste.
—Es rabia y dolor.
—Me lo imagino, pero eso lleva a la tristeza.
—Y a la impotencia —me reí negando.
—Verás como todo se soluciona —besó mi sien.
—Espero, me duele mucho ver a mis padres y abuela sufrir.
—Imagino.
Me paré delante de un chico que estaba tocando en la
avenida la guitarra a la vez que cantaba la canción de Pablo
Alborán “Solamente tú”
—Me quedo muerta. Un chico cantando por el Pablo, en
New York.
—Hasta flamenco te puedes encontrar —murmuró.
—Qué bonito canta.
—Sí —dijo detrás de mí, que me tenía rodeada con sus
manos y su cabeza en mi hombro mientras escuchábamos
al chico.
Lo escuchamos hasta que terminó y Alex, le echó en la
gorra que tenía en el suelo un billete de cincuenta dólares.
El joven se puso la mano en el corazón y con una preciosa
sonrisa agradeció ese gesto que había tenido con él.
—Has tenido un detalle bonito, yo le iba a echar dos euros,
pero viendo que tú le metiste cincuenta dólares, me dije
que mejor me estaba quietecita.
—Tú hablas de todo en euros y estamos en américa.
—Ya, pero yo soy muy chula y hasta al dólar lo llamo euro.
—Di que sí, que alguien como tú, tiene derecho a todo.
Entramos a cenar a un restaurante especializado en comida
turca. Fue ver desde fuera esos kebabs que preparaban y a
mí, entre el olor y la pinta que tenía, me llamaba hasta por
mi nombre.
Nos pedimos un menú. Refresco, Kebab y patatas. Eso era
algo que me gustaba de Alex, que, pese a su poder
adquisitivo, lo mismo comía en un restaurante de lujo,
como en cualquier sitio de comida rápida.
—Pues sí que está bueno.
—¿No lo habías comido nunca? —pregunté asombrada.
—Sí, pero miento si digo que este no es el más espectacular
que he probado.
—Tienes razón, está riquísimo y mira que yo soy aficionada
a los kebabs, casi todos los fines de semana me como uno,
pero este está riquísimo.
—Mañana vamos a tener un día que no te esperas...
—¿Y eso?
—Quiero llevarte a conocer un sitio.
—¿Un sitio? —Arqueé la ceja.
—Eso sí, tenemos que hacer las maletas, pues no
regresamos hasta dentro de tres días.
—Espera, ¿nos vamos de New York?
—Ajá.
—No, por Dios, a mí no me dejes con la intriga y me dices
donde vamos a ir.
—No te voy a decir nada más que tendremos que coger un
vuelo.
—¿Y cómo has reservado algo sin mis datos?
—Los tengo —me hizo un guiño.
—¿Cómo que los tienes? ¿Me has registrado el bolso?
—¡No! —rio negando —, pero como es nacional, solo con tu
nombre y apellidos me bastó.
—¿Y cómo sabes mis apellidos?
—Lo vi cuando sacaste la tarjeta para intentar pagar. Hasta
te sigo en Instagram.
—¡No me jodas!
—No me importaría —murmuró acercándose por encima de
la mesa y mirando alrededor —, pero aquí es un poco
arriesgado. Demasiados ojos, aunque no lo descarto para
nada al llegar al apartamento.
—Entonces mañana nos vamos y volvemos en tres días.
—Ajá.
—Y dos días después nos vamos.
—Claro.
—Qué lástima que lo tengas tan claro —puse cara de asco.
—Me puedo quedar una semana más...
—Yo no, tengo que incorporarme al trabajo. Cosas de
pobres —sonreí.
—Puedo pagarte lo que pierdas esa semana. Cosas de ricos
—me hizo un guiño y me tuve que echar a reír.
—El problema es que me echarían y tardaría un año en
encontrar otra empresa que me metiera de encargada,
porque no serlo, son doscientos euros menos. En fin, que
regreso ese día. Cosas de pobres —volví a buscarle la
lengua.
—Te puedo pagar el año. Cosas de ricos —se limpió la boca
con la servilleta.
—Me estás tocando el coño con el dichoso dinero —cosas
de pobre.
—Te estás ganando que te contrate en mi empresa y pongas
a más de uno firme.
—¡No tienes huevos! —lo reté riendo.
—Y bien puestos. Tengo una sucursal en tu ciudad, puedes
incorporarte cuando quieras.
—A mí, háblame de condiciones.
—Las que tú quieras —sonreía poniéndome nerviosa.
—Quiero ser la jefa de las limpiadoras.
—Imposible. Ya hay una.
—Me vas a tener que pagar bien para que yo acepte no ser
la encargada.
—Te voy a pagar bien para que seas la nueva recepcionista.
—¿Y qué vas a hacer con la que tienes?
—Va para el departamento de publicidad que está
deseando.
—¿Me hablas en serio?
—Te lo prometo.
—Mira que como me estés dando coba, llamo a tu mujer y
le cuento lo nuestro.
—No hará falta —me hizo un guiño sin perder esa media
sonrisa.
—¿Y cuánto cobra una recepcionista?
—Tú cobraras mil quinientos euros, más cuatro pagas
dobles y trabajarás por las mañanas en un solo turno de
ocho horas, de lunes a viernes.
—Acabo de tener un orgasmo bancario. Yo cobro
ochocientos euros al mes y me siento millonaria ¿Es en
serio eso?
—Palabra de honor.
—No me meto ahora mismo debajo de la mesa y te la chupo
porque como dijiste, es arriesgado y hay muchos ojos,
mejor en el apartamento —aguanté la risa, pero él, no
pudo.
—Me encantas, Jessica, me encantas —se acercó y acarició
mi mejilla.
Salimos de allí y nos fuimos a un pub a tomar una copa.
Nos pusimos en la barra.
—Y si me tomo una cerveza, vuelves a mi cabeza y... —me
cantaba pegándome a él y encima moviéndome, para
cagarse, que sabía hasta moverse bien.
Me reí mucho en esa canción que parecía que se la sabía y
que yo no tenía ni puñetera idea de quién era. Me
sorprendía en muchas cosas.
Estuvimos por lo menos tres horas en ese pub bebiendo,
bailando, besándonos, tonteando y dejándonos llevar por
esa atracción tan fuerte que había entre nosotros.
Llegamos al apartamento con un calentón, que no
habíamos llegado al piso en el ascensor y ya estábamos
medio desnudos. La que habíamos liado en el ascensor fue
menuda.
Desatados, esa noche estábamos desatados y ahí que lo
dimos todo a lo bestia, porque no hubo postura que se le
resistiera, me dio hasta por las orejas...
Capítulo 10
Flipando en el aeropuerto cuando descubrí la sala de
embarque donde ponía ni más, ni menos, que...
—¡¡¡Las Vegas!!! —exclamé dando saltitos de lo más
emocionada.
—Sí, nos vamos a Las Vegas —sonrió.
—No me lo puedo creer, yo estuve entre New York, Las
Vegas o Miami.
—Pues mira, te vas a llevar un dos por uno —apretó mi
nalga y embarcamos.
Me pasé todo el vuelo flipando, de lo más feliz, no me podía
creer que iba a conocer otros de mis destinos de ensueño.
Más flipada me quedé cuando descubrí que nuestro hotel
tenía una cristalera que daba a la réplica de la Torre Eiffel,
una puta pasada. Daba la sensación de estar en París. Yo
estaba alucinando.
—Te juro que estoy flipando —dije sentándome en el borde
de la cama con la copa de champán que me había echado y
mirando hacia la torre.
—Me alegro de que te haya gustado. Estuve entre esto o el
hotel Venecia, que es una réplica de aquello.
—Pues me hubiera gustado cualquiera de los dos. Es todo
un acierto.
—Por cierto, le pagué otra suite al Jonny —se rio.
—Joder con el Jonny, al final le pillaste cariño.
—Ya te digo… —me mordisqueó el labio.
Si ya estaba impresionada con todo lo que había visto de
llegada al hotel, más la sorpresa de las imponentes vistas
de mi habitación, no me dejó menos anonadada el buffet al
que me llevó a comer.
Mira que había comido en muchos, pero como este, en
ninguno.
Lo que más me llamó la atención, aparte de los cientos de
platos diferentes que había para comer, una fuente de
chocolate gigante con algodones de azúcar alrededor y
pasteles, fue lo que me dejó loca.
Cogí una bandeja para hacer un primer paseíllo y puse dos
platos grandes sobre ella. Monté un Tetris de variedad de
comida.
—¿En serio te vas a comer todo eso? —preguntó sonriendo
y alucinando.
—Y media fuente de chocolate.
—No, no puede ser verdad, todo eso no te puedes comer, te
va a dar algo.
—Lo que me va a dar es si no pruebo casi todo, así que tú
relájate que yo sé lo que me hago.
—Está bien —dijo levantando las manos y negando.
Y vaya si me lo comí y no me tiré un eructo por no hacerle
pasar vergüenza, pero ahí que lo tenía atravesado.
Cuando me fui al postre, me preparé un platazo de dulces,
algodón y chuches bañados en ese chocolate caliente que
había en la fuente.
—Te va a dar un cólico.
—Anda ya, peores cosas hago en las Comuniones y bodas —
dije disfrutando de ese sabor que me hacía hasta gemir de
placer.
De allí nos fuimos a un casino, así, sin miedo, del tirón, a
probar la esencia de esa ciudad de Nevada llamada “Las
Vegas”, todo un acierto en el nombre.
Flipé, simplemente flipé cuando Alex, cambio a monedas
del casino la friolera cantidad de quinientos euros.
—Me acaba de dar un dolor de ovarios y eso que no pagué
yo.
—La mitad para ti —me dio las mías —, y lo que te toque es
tuyo —carraspeó.
—Me acabas de regalar para que juegue doscientos
cincuenta euros. ¿De cuántos ceros en tu cuenta estamos
hablando? —me eché a reír.
Me llamó la atención la mesa de dados, donde se jugaba
por rondas.
Alex, pidió al camarero dos Ginebras con tónica cuando nos
sentamos para jugar en esa que yo quería.
La primera apuesta fue de cincuenta euros que perdimos
del tirón, los dos apostamos lo mismo.
La segunda fue de setenta y cinco euros y más de lo mismo.
—Estoy por levantarme y llevarme lo poco que me queda —
murmuré, causándole una sonrisa.
—Me juego ciento veinticinco —dije haciendo que Alex, me
mirara sorprendido y echó sus fichas hacia adelante, al
igual que ocho jugadores más.
Saqué los números exigidos para ganar y no me lo podía
creer, novecientos dólares que me había acabado de ganar.
Me emocioné tanto que me jugué doscientos más, pero
perdí.
Fue cuando entró uno muy chulo diciendo que a quinientos
euros y ahí que miré a Alex, que afirmó con la cabeza y lo
aposté.
Éramos diez jugando y el premio eran cuatro mil quinientos
euros, una parte se la quedaba el casino.
Y gané, no me lo podía creer y gané. Salté en lo alto de
Alex, que reía emocionado.
—Hoy estoy de suerte.
—No te lo juegues todo, siempre te puedes llevar algo.
—Tres mil euros no lo toco, nos jugamos máximo, mil
quinientos.
—Es tuyo el dinero, no voy a coger nada, pero veo buena
decisión.
—Jugué una partida de quinientos y otra de mil, esa en la
que me gané nueve mil euros y me dije que me plantaba.
Tenía doce mil euros que no estaba dispuesta a perder.
Me lo transfirieron a mi cuenta y salí de allí sintiéndome la
Koplowitz, vamos ese dinero no lo había tenido en mi vida.
Cenamos viendo un espectáculo del oeste, una pasada, yo
estaba anonadada disfrutando de aquel momento que me
tenía atrapada por completo.
De la cena nos fuimos a tomar unas copas a otro sitio, que
solo el lugar era un espectáculo, y es que parecía que
estuviéramos en la selva. Una obra de arte de lo más
lograda.
—¿En serio me vas a contratar? —pregunté mientras
jugueteaba con mi dedo en la copa moviendo el líquido y
luego me lo chupé.
—Por supuesto.
—¿Entonces puedo mandar un mensaje mañana diciendo
que pido mi baja?
—Claro —sonrió.
—Desde luego que nunca imaginé que este viaje fuera a ser
tan chollo y encima me voy con una cuenta corriente de
campeonato.
—Te vendrá bien, seguro.
—Me viene genial. Vamos, que no me juego ni un duro ya.
—Mañana, invito yo de nuevo.
—¡Estás loco! Te vas a arruinar.
—Casi, casi —volteó los ojos.
—Pobre hombre rico...
—Te lo has buscado —me pegó contra él, y me dio un
pellizco fuerte en el culo.
—Con eso lo que me pones es cachonda —carraspeé y di un
trago a la copa.
—No pretendía otra cosa...
La verdad es que era de lo más fogoso, incansable, al
menos eso o que yo lo ponía como una moto a punto de
arrancar.
Menudo revolcón el que nos dimos en el hotel, hasta pensé
que mis jadeos se debieron de escuchar en toda la planta.
Capítulo 11
Desperté y me preparé un café de capsula. Alex seguía en
la cama, despierto, pero mandando unos emails.
Miré por los ventanales observando aquella imponente
torre. Todo aquello era una verdadera locura.
Y vaya si lo era, no dejaba de impresionarme a cada
momento.
Alex, se levantó y se pegó tras de mí. Me quitó el café y le
dio un sorbo.
—¿Preparada para perdernos por la ciudad?
—No lo sé —me eché a reír —. Estoy segura de que algo
más me deparará Las Vegas que me impresionará mucho.
—Ya te digo yo que sí.
—¿Tienes en mente algo?
—Vas a ver la ciudad como Dios manda.
—¿En Limusina?
—No —sonrió.
—¿Entonces?
—Ya lo verás...
—Eres el hombre de los misterios —reí negando.
—Me gusta sorprender.
—No me había dado cuenta —dije con ironía.
Nos fuimos a desayunar al hotel de Venecia, donde nos
sentamos en una terraza mirando al canal donde estaban
las góndolas con los hombres llevándola y cantando hasta
el “O Sole mío”.
Flipando, seguía flipando. Todo era una maravilla de
espectáculo para la vista y hasta para todos los sentidos.
Alex me encantaba, sabía que lo iba a echar mucho de
menos el día que nos tuviéramos que separar. Lo que aún
no me creía es que fuera a meterme en su empresa.
Lo más fuerte vino después cuando me vi subiendo a la
noria más alta del mundo “High Roller”, con nada más y
nada menos que ciento sesenta y cinco metros...
Nos metimos en una espectacular cabina que tenía
capacidad para muchas personas, pero nos tocó solos.
—Me muero —murmuré cuando comenzó a subir.
—No te morirás —acarició mi mejilla mientras sonreía.
—No entiendo que ahora que soy la Koplowitz con tanto
dinero, exponga mi vida de esta manera —resoplé riendo.
—Eres exagerada a más no poder.
—Creo que tengo la sensación de estar preñada.
—Espero que no sea mío.
—Pues las telarañas me las quitaste tú —en ese momento
sentí que iba a echar hasta la primera papilla.
—Dime que no estás a punto de llamar a Juan.
—No, esta vez lo tendrá que acompañar San Pedro —me
estaba poniendo pálida y fría.
—Pero mira a la ciudad.
—No te veo ni a ti, como para ver la ciudad —que malita me
estaba poniendo.
—Toma —me dio una bolsa de las que había en la cabina
para estos casos.
Y me tiré vomitando hasta que aquello se paró y Alex, me
tuvo que bajar de los sobacos ¡Me estaba muriendo!
Me sentó en una terraza y pidió un refresco de cola.
Poco a poco me fui viniendo arriba, pero me había puesto
de lo más mala.
—¿Mejor, Jessica?
—Sí, pero haz el favor e intenta dejar de sorprenderme —
me reí como pude.
—Ya veo que las alturas no son lo tuyo.
—Para nada, se me dan mejor los casinos.
—Eso me quedó claro —carraspeó aguantando la risa.
Cuando ya me puse bien del todo, nos fuimos a pasear y de
tiendas. Madre mía, hicimos otro Pretty Woman
improvisado. Nos compramos de todo y, por supuesto, pagó
Alex, no había manera de sacar la tarjeta junto a él.
Regresamos al hotel y pedimos que nos trajeran la comida
a la habitación y después de esta, nos echamos una siesta,
no sin antes darnos el revolcón del siglo. Teníamos las
hormonas con unas calenturas que cualquiera las frenaba.
Por la noche salimos a cenar muy arreglados. Yo llevaba un
vestido monísimo que me había comprado esa mañana y él,
como siempre iba impecable con sus vaqueros y camisa.
Tenía un estilazo que no se podía aguantar.
—Por los días que nos quedan —chocó su copa contra la
mía.
—Bueno eso de días... Mañana regresamos a New York.
—Quién sabe...
—Cómo qué, ¿quién sabe? —reí.
—Te recuerdo que pasas a formar parte de mi plantilla.
—Eso espero, que ya envié la solicitud de baja en mi
empresa como me dijiste antes.
—Hiciste bien.
—¿Y eso que tiene que ver con regresar a New York?
—El apartamento puede esperar y aún nos queda algo por
conocer.
—¿Cómo que, algo por conocer?
—Mañana nos vamos a otro destino.
—¿Te estás quedando conmigo?
—En absoluto.
—Ah no, a mí me dices donde nos vamos.
—No, no te lo diré, pero te hará mucha ilusión.
—Madre mía, me vas a volver loca. Seguro que es a Miami,
que fue otro de los sitios que te nombre.
—Eso sería lo fácil.
—Pues sí no es allí, no sé dónde puede ser.
—Ya lo verás —me hizo un guiño con esa media sonrisa y
ahí se quedó la conversación.
Flipando en colores con este hombre, así me encontraba,
flipando en colores.
Capítulo 12
Mi cara de tonta cuando vi en ese letrero de la terminal que
íbamos para Cancún, no tenía desperdicio.
—¿En serio nos vamos al Caribe?
—Y tan en serio.
—No llevo mucha ropa de baño y de vestir.
—No nos hará falta.
—¿Cómo que no nos hará falta?
—Confía en mí —me dio una palmada para que entrase a
embarcar.
Al Caribe...
¿Alex o Willy Fog? Madre mía, lo que tenía ser rico y
poderte mover a tus anchas.
Cuatro horas de vuelo nos llevó para aterrizar en ese
aeropuerto caribeño que nos esperaba con ese calor
asfixiante, pero era el Caribe y solo por eso merecía la pena
aguantarlo.
Un coche privado nos llevó hasta el hotel y casi me caigo de
culo al descubrir el que sería nuestro alojamiento los
próximos días, ni sabía cuántos iba a estar ahí.
El resort era de lo más exclusivo, se notaba que no era de
esos que vendían en un paquete vacacional, que también
eran impresionantes, pero este era de lo más distinguido.
Nos recibieron con un coctel Margarita y nos llevaron a
nuestra villa en un carrito.
Sí, una villa impresionante con piscina, barra de bar, y una
cala de playa solo para nosotros, donde había hamacas
hasta dentro del mar.
Y con esa impresionante vista al Mar Caribe de aguas
cristalinas y turquesas. Estaba impresionada cuando me
entró una llamada de mi padre.
—Papá, ¿estáis bien?
—Sí, hija. Tu hermana vino a vernos hoy.
—¿Y qué tal?
—Bueno, ella se la da de independiente y eso. Nos hemos
callado, no queremos una guerra, es nuestra hija.
—Claro.
—¿Y tú qué tal?
—Os iba a llamar, me ofrecieron un paquete a México y me
vine unos días, estaré algunos más.
—Pero eso debió costar una fortuna.
—No, papá, la realidad es que necesitaban rellenar unos
días y nos salió a los que aceptamos muy barato.
—¿Estás sola?
—No, con una amiga que me eché de allí de España —mentí
y Alex, arqueó la ceja.
—Bueno, entonces, ¿cuándo tienes previsto regresar?
Tienes que incorporarte al trabajo.
—De eso quería hablarte y es que esta amiga es la hija del
dueño de una importante empresa que tiene una sucursal
en la ciudad y me ofreció unas condiciones muy buenas
como recepcionista.
—¿En serio?
—Ya te lo contaré allí.
—Vale, mantenme al tanto de cuando vienes.
—Claro, papá.
Me giré y ya tenía a Alex, con dos copas de vino blanco
sobre la mesa del porche.
—Ven para acá —me pegó a él, por las caderas.
—¡Qué quieres de mí! —pregunté bromeando.
—Le has mentido a tu padre.
—Solo he disfrazado la verdad —me mordisqueé el labio.
—¿Sabes que me pones muy caliente con ese gesto?
—¿Con cuál? —Me lo volví a morder y fue cuando me cogió
sobre sus caderas y apretándome contra él, se sentó en un
balancín conmigo encima.
—No me vas a dar ni tiempo a deshacer la “maleta” —hice
las comillas con los dedos, por la poca cantidad de ropa que
llevaba.
—¿Crees que aquí en este lugar solo para los dos te hace
falta algo de la maleta? Creo que te sobra toda la ropa.
—¿Me piensas tener en pelotas todo el tiempo?
—¿Quién dijo miedo? —Metió las manos por debajo de mi
vestido y se enganchó a mis nalgas y me apretó contra él,
haciendo presión sobre su miembro que ya noté de lo más
erecto.
—No, por favor ¡Ni que fuera Eva!
—Podrías serlo, yo sería Adán.
—¿Y quién sería tu mujer? —me eché sobre su hombro a
reír.
—¿Y por qué tendría que estar ella? —hizo un carraspeo
mientras me metía los dedos en las costillas para hacerme
cosquillas.
—Eso digo yo, ¿por qué? —me reí más y a él, le salió una
carcajada.
—Te gustaría haberme conocido siendo soltero.
—No te hubiera dejado ir —me reí —. Eres un chollo.
—¿Así que me querrías por chollo?
—Pero es que yo no me iría con alguien que no fuera un
chollo. Guapo, sensual, buena persona, cariñoso, generoso
¿Acaso eso no es un chollo?
—Ah, pensé que lo decías por otra cosa —aguantaba la risa.
—¿Por el dinero? ¡También!, pero primero prevalece todo lo
anterior —me volví a echar en su hombro muerta de risa.
—Me encantas, Jessica, te juro por mi vida que me
encantas —decía sonriendo y apretándome muy fuerte
contra él.
—Si te gustara tanto no me dejarías ir.
—No me lo digas con esa carita.
—Si te gustara tanto, no me dejarías ir —solté en plan
actriz en una novela, con intensidad, obvio que bromeando.
—Te lo has buscado —me levantó y me llevó hacia la cama.
Me echó sobre ella, bocabajo, mientras yo no dejaba de
reír.
—Hoy te va a estrenar por detrás —murmuró, bajando mi
bikini.
—Ojalá, dice que es un placer más fuerte que por delante —
lo reté bromeando.
—No puedo contigo —me mordió la nalga.
—¿Tienes vaselina?
—No, pero puedo hacer que me la traigan antes de diez
minutos.
—Da igual, a palo seco —lo seguía provocando.
Se tiró encima de mí y comenzó a morder mi hombro.
—¿En serio quieres que entre por ahí y te embista?
—Ajá, como los toreros —obvio que era broma, vamos lo
que me faltaba, que me la metiera así porque así y me
sacara los ojos por la ventana.
—Lo que tú no sabes es que me encanta follar por detrás.
—Me lo estás diciendo en broma...
—No, para nada —sentía su sonrisa en mi oído y hasta el
aire que soltaba. Me encantaba.
—Yo, sí que estaba bromeando —reí sobre mi brazo en el
que estaba apoyada.
—De bromas han llegado a salir hasta bromas —lo noté
como intentaba ahuecar su pene entre mis nalgas y colocó
su punta en la entrada.
—Ni se te ocurra.
—Va humedecida.
—Ni se te ocurra —reí nerviosa y notando como iba
empujando suavemente para abrirse hueco.
—Relájate, no voy a empujar fuerte, ni hacerte daño.
—¡Alex! —reí nerviosa.
—No te muevas —se levantó y fue al baño —. He cogido
Aloe Vera.
—Ay Dios, esto no puede ir en serio —dije, notando sus
dedos, untándolo por la entrada de mi ano.
Lo peor de todo es que yo mucho quejarme, pero estaba de
lo más a gusto ahí, sin moverme. Vamos que me podía dar
hasta por la nariz que yo con Alex, al fin del mundo.
—Jonny dile que no sea brusco —murmuré cuando noté su
punta de nuevo en mi trasero.
—Dice Jonny, que tengo su bendición para hacer lo que
quiera.
—Te vas a librar porque tengo un calentón de diez mil
narices.
—Y aunque no lo tuvieras, también lo conseguiría.
—¡Tus muertos! —me salió del alma cuando noté que entró
un poco.
—Hombre, ellos no tienen culpa de nada —se rio.
—No, no, ni se te ocurra entrar más, que estoy a punto de
perder los ojos.
—Cuando los tengas en el suelo me avisas —murmuró sin
dejar de moverse lentamente hacia dentro y hacia fuera.
—No seas cabrón —no podía dejar de reír por esa sensación
de estar aterrada de lo que me iba a entrar por ahí, pero
como digo, lo peor es que yo con él, lo deseaba todo.
—Pero si estoy siendo de lo más cuidadoso.
—¡Jesús! —grité cuando aquello consiguió avanzar un poco
más.
Me agarré con tanta fuerza a las sábanas, que después de
conseguir hacérmelo por detrás, tenía las manos tan
engarrotadas que no podía abrirlas.
—¿A qué no fue para tanto?
—Una pregunta —dije sin moverme aún —¿A tú mujer
también le diste por culo? —se le escapó una carcajada.
—No te voy a contestar a eso.
—¿Por qué? —solté el aire y me levanté para ducharme y
ponerme el bikini.
—Si te digo que sí, me dirás que soy un vicioso o cualquier
cosa de esas, o que, a todas, trato igual, vete tú a saber. Y
si te digo que no, eres capaz de decirme que a ti si te lo
hago, que a la otra la trato como una reina...
—¡Para! —me puse delante de él, con una mano a cada
cadera —¿Tú que te piensas que te voy a montar un
numerito de celos o de vete tú a saber? No me conoces. Me
podré morir de amor por ti, pero sería la última persona
que te dijera que rompieras tu matrimonio.
—No he dicho eso.
—Pero lo que tú estás diciendo, si lleva a esa situación.
—Te estás poniendo muy seria.
—Es que no me gustó lo que dijiste.
—Eso iba después, te lo iba a decir, pero me cortaste, iba a
continuar diciendo que, entre esas opciones de respuesta,
también estaría en que me dirías que no te gustaba lo que
estaba diciendo —me dio un toque en la nariz y yo le metí
una colleja. Me salió del alma.
—Bueno, cambiando de tema. Imagino que después de que
me han dado por culo, ahora me darán de comer, ¿no? Son
las dos y diez de la tarde.
—A y cuarto llamarán a la puerta y vendrán con una paella
de marisco y más vino. ¿Alguna pregunta más?
—Asco de ricos —volteé los ojos y salí al porche.
—Eso que se llevan las pobres —soltó mientras cogía la
botella de vino para llenar las copas.
—¿Me has llamado pobre?
—Tú no dejas de llamarme rico.
—Pero no porque no sea yo rica, tengo que ser pobre.
Además, hay más pobres ricos, que pobres, pobres.
—Sí, el dinero no lo es todo.
—Pues dame la mitad que, a mí, me soluciona la vida.
—Mi mujer se lleva una parte, tú media, yo no me vuelvo a
juntar con ninguna mujer.
—Eres muy tonto —me encantaban esos gestos de bromas
en plan niño, con el que me decía las cosas.
—Pero te encanto.
—Joder —dije al sentarme.
—¿Qué te pasa?
—Que me han dado por culo, ¿te parece poco? —resoplé,
poniéndome bizca e intentándome acomodar.
Se echó a reír y hasta me jaló del pelo bromeando. La
verdad es que yo disfrutaba de cada momento a su lado,
ese que estaba viviendo con total intensidad.
Pasamos un increíble día entre baños en la playa, en la
piscina, más sexo y momentos de complicidad que sabía
que me iba a llevar en mi corazón.
Capítulo 13
Desde la cama escuché como en el porche de la villa
estaban poniendo el desayuno.
Salimos cinco minutos después y habían preparado una
mesa impresionante con todo lo habido y por haber.
Sobre una de las sillas habían dejado unos paquetes de mi
firma de ropa preferida y al abrirlo me llevé las manos a la
boca al comprobar unos bikinis monísimos y unos vestidos
de playa tipo ibicencos, que eran una cucada.
—¿Esto qué es?
—Para ti. Elige lo que quieras ponerte hoy, que nos vamos a
pasar el día fuera del resort. México es mucho México.
—Muero de amor ¡Te como toda esa cara! El día que te deje
tu mujer, ve a buscarme que, aunque esté casada me
separo.
—Te voy a dar en el culo —murmuró riendo.
—¿Otra vez?
—No, me refiero a esto —movió su mano.
—¿A lo Grey?
—A lo Nacho Vidal.
—No, por Dios, que ese no me gusta nada —hice la que iba
a vomitar.
Después del desayuno me puse ese bikini rosa con los filos
de la marca de esa firma grabada y el vestido corto tipo
chilaba en blanco, que era una monería con las magas muy
cortas y bordadas como el filo de la parte de abajo.
Además, hasta las sandalias me la había comprado en tono
arena, una pasada, iba de lo más mona.
Un coche nos llevó hasta el parque arqueológico de Tulum.
Me quedé anonadada cuando vi ese conjunto de ruinas de
una antigua cuidad Maya.
Estaba sentada sobre un acantilado por donde se bajaba
por unas escaleras a la playa, a una cala preciosa que
formaba ese lugar.
Impresionante es poco para definir eso que sientes al ver
tan imponente conjunto sobre el mar, con aquel turquesa
de fondo. Era una sensación alucinante. Hasta sentí un
escalofrío por el cuerpo.
Me tiró mogollón de fotos y los dos juntos también desde
mi móvil, aunque algunas también desde el suyo.
Comimos en un restaurante de fuera, miento si no
reconozco que me impresionó como lo prepararon todo y lo
rico que estuvo cada cosa que probamos. Las tortas de
pollo estaban riquísimas.
—Me encanta este lugar, está tan vivo, me siento muy
cómoda.
—México es color, está lleno de vida y de grandes personas.
—¿Has recorrido mucho mundo?
—De todos los continentes he estado en varios países.
Europa, por ejemplo, un setenta por ciento.
—Que envidia.
—Bueno, a partir de ahora plantéate el darte un viaje de
vez en cuando. Vas a tener un buen trabajo.
—Yo sola no me arriesgo, tendría que animar a mi amiga,
pero esa no reúne ni para unos vaqueros cuanto más para
un viaje. Me lo veo pagándoselo yo —me reí.
—Será un dinero muy bien invertido.
—¿Te imaginas que voy a otro viaje y te encuentro en el
avión? —me eché a reír.
—Sería buenísimo.
—Lo malo es que puede que vaya tu mujer —puse cara de
terror.
—No me suele acompañar a ninguno.
—Vamos, que entonces al cabo del año pasáis la mitad
separados.
—O más —aguantó la sonrisilla.
—¿Y no necesitas mejor una asistenta personal que una
recepcionista? —hice una burla.
—Lo tengo prohibido.
—¿Por tu mujer?
—Sí, fue una de las condiciones que puso para casarse
conmigo —se rio negando—, pero de todas formas no te
podría tener de asistenta. No puedo trabajar codo con codo
con alguien por la que siento una fuerte atracción.
—No sé cómo interpretarlo.
—No podría estar viéndote cada día porque desearía
besarte y no puedo vivir dos historias, yo no soy así. Esto lo
estoy viviendo con mucha intensidad, me apetece mucho, lo
estoy sintiendo y lo sé porque me siento con más ganas de
alargar la vuelta, pero cuando vuelva, sé que la historia
quedará atrás. No sé si me explico…
—Y sin explicarte ya sabía que la patada en el culo me la
dabas al llegar a España, pero no te estoy pidiendo nada y
créeme que jamás lo haría.
—No te voy a jurar porque si me vas a creer lo harás
haciéndolo o no, al igual que si no me crees, pero jamás le
he sido infiel, jamás tampoco nadie me atrajo como tú, que,
sin quererlo, con la tontería del Jonny y de la detención, te
metiste en mi coco rápidamente.
—¿Y si no tuvieras mujer?
—Me casaba mañana mismo contigo. Lo que no sabes es
que el chollo eres tú, tímida y a la vez descarada, sumisa y
a la vez guerrera, adorable y dulce como la vida misma y
encima eres preciosa. ¿Y dices que el chollo soy yo? ¡No te
dejaría escapar! —me besó.
De Tulum nos fuimos a un cenote a bañarnos. Era una
preciosidad en medio de la selva, esas aguas frías y
cristalinas eran toda una pasada.
La conversación con él, me había dejado un poco rayada y
no miento si digo que también triste. Sabía que, con él, no
tenía nada que hacer a la vuelta, pero escucharlo como que
dolía y encima, diciendo que si no estuviera con ella hasta
se casaría de inmediato conmigo.
—¿Qué te pasa? —me colocó el flequillo detrás de la oreja.
—Nada.
—No me puedes mentir, tus ojos te delatan.
—No, en serio, estoy bien, solo pensativa.
—¿En qué piensas?
—En nada.
—Me acabas de decir que estabas pensativa.
—En modo pensativa, pero en blanco.
—¿Te apetece ir a Cobá?
—Claro. De ruina en ruina… —dije con ironía.
—Me jode verte mal —dijo, agarrándome el brazo antes de
entrar al coche donde el conductor nos esperaba.
—Se me pasará.
—Sé qué te pasa, pero no te voy a mentir jamás.
—Vale.
Me dio un beso en los labios y me abrió la puerta para que
me montara.
Fuimos a Cobá, a ver las pirámides y el lugar donde aún
quedaban muchos restos arqueológicos.
Subimos a la punta de una de ellas, ciento veinte escalones
exactamente, pero solo con las vistas a toda la selva que se
veía desde allí, ya merecía la pena.
Fue tanta la energía que absorbí en aquella cima de la
pirámide, qué se me pasó un poco todo el mar sabor de
boca de lo hablado con Alex.
Nos hicimos un selfi ahí arriba que fue impresionante con
todo el verde de la naturaleza, sobre aquellos árboles que
formaban un manto bajo nosotros.
—¿Mejor? —preguntó cuando bajamos.
—Tranquilo.
—No te quiero ver triste, Jessi.
—Sonó macarra.
—Pero soy tu macarra —carraspeó echando su brazo por
encima de mi hombro.
—Déjalo anda, estoy bien.
—Vaya...
De allí nos fuimos para la Quinta Avenida de Playa del
Carmen a pasear.
Aquello era precioso, además cada calle que cruzaba a la
avenida desembocaba en la playa.
Todo eran tiendas, bares y restaurantes.
—¿Preparada para un Pretty Woman?
—¿Otro? —me reí pensando que iba a llevar para renovar
mi armario a base de bien y a costa de este hombre.
—Querías ropa para esta estancia.
—La verdad es que sí, pero ya me regalaste un par de
bikinis y de vestidos.
—Anda, tira para adelante y compramos lo que se te antoje,
seguro que ves algo que te llama la atención —me echó el
brazo por el hombro y besó mi sien.
—Todo me llama la atención.
—Pues pide por esa boca —me dio un pellizco en la nalga.
Nos metimos en varias tiendas y de todas salimos con
bolsas. Madre mía, la pasta que se estaba dejando Alex por
mí. A él, no me lo iba a llevar, pero aparte de su trabajo, sin
dudas.
Nos sentamos a cenar en una terraza de comida mexicana
de la avenida y nos pedimos dos cervezas “Coronitas” con
el limón incluido.
Si a mediodía la comida estaba buena, aquí estaba mejor y
es que a Alex y a mí, nos encantaba la comida tradicional
de aquí.
Después de la cena nos fuimos para el hotel a descansar, la
verdad que el día había sido largo, pero muy aprovechado.
Capítulo 14
Me desperté de forma sigilosa para no despertarlo...
—¿A dónde se cree usted que va sin mí? —Me agarró y tiró
de mí.
—No estoy de humor hoy.
—Vaya, te has levantado con pensamientos negativos.
—Me he levantado sintiéndome la Pretty Woman total. Una
puta ni más ni menos —dije deshaciéndome de su mano y
cogiendo el teléfono para que nos trajeran el desayuno.
Me salí al porche y me senté. La verdad es que me había
levantado de lo más triste y agobiada ¿Qué cojones estaba
haciendo?
Me dolía sentirme la otra de alguien que me gustaba tanto
y no era por su dinero, que sí, que con ello podíamos
permitirnos las cosas que hacíamos durante estos días,
pero es que yo sentía que me estaba enamorando de él y
que esto en nada, tenía fecha de caducidad.
Salió afuera cuando escuchó al chico traer el desayuno. Se
sentó en silencio y esperó a que este se fuera.
—No me gusta verte así y mucho menos que digas esas
cosas.
—Pues te jodes.
—¿Me vas a dar el desayuno?
—Te voy a dar lo que me dé la gana. Ni más, ni menos.
—No me hables así.
—Pues déjame en paz.
—No entiendo tus cambios de actitud.
—En tu posición, normal —hice gesto de obvio por
completo.
—¿Qué esperas de mí?
—Que me dejes desayunar, por ejemplo.
—Deja ya de actuar tan bordemente.
—¿O qué?
—Da igual —soltó el aire y comenzó a echarse el azúcar en
el café.
Me pasé todo el desayuno en silencio mirando hacia el mar
y pensando en la vuelta a España, separarme de él, coger
mi nuevo puesto de trabajo que no sabía como se daría y un
montón de cosas que me tenían de lo más inquieta. A lo que
había que añadir esa ida de olla de mi hermana a la que en
estos momentos comprendía. Yo, por amor, ahora mismo
haría lo que me dijera Alex, esa era la puta verdad.
—Hoy nos volvemos a ir de excursión —murmuró
rompiendo el silencio y levantándose —. Voy a ir
preparándome para salir.
—Ajá —contesté sin levantar la cabeza y terminándome el
cigarrillo.
—Cambia la cara, no quiero que se estropee lo bien que
íbamos.
—Ni que fuera tu mujer para tenerle que exigir nada.
—Me estás cabreando.
—¿Y?
—Aligera, no voy a esperar mucho tiempo —se metió dentro
y ahí fue cuando me eché a reír.
Me hacía gracia esa discusión, sí, todo producto de una
pataleta mía, por saber que, en unos días, a ese hombre ya
no lo tendría a mi lado.
Pero ese día me había levantado “cachonda” como diría mi
madre refiriéndose a, que tenía ganas de guerra.
Y lo peor de todo era que cuando me levantaba así, mi casa
ese día estaba calentita, ya que estaba todo el día a la
defensiva.
Entré a cambiarme y me puse un bikini con un vestido
suelto color rosa pastel ¡Qué monísima estaba!
—¿Dónde nos vamos? —pregunté saliendo tras él, hacia la
entrada del hotel.
—Tenía pensado ir a un sitio, pero dada la hora que es,
cambio los planes.
—Haberte levantado antes.
—No tengo prisa por regresar.
—¿Qué me quieres decir con eso?
—Que no tengo prisa por volver a New York.
—Sigo sin pillarlo —dije montándome en el coche que nos
esperaba.
—Nada, hoy no vas a pillar nada.
—A mí, respóndeme como un hombre.
—Cuidado con lo que dices…
—Otra vez con las advertencias —resoplé volteando los
ojos.
—No te estoy advirtiendo, te aviso que ni tú, ni nadie me va
a hablar así.
—Excepto tu mujer —murmuré viendo por el espejo
retrovisor que el conductor aguantaba la risa.
Ni me respondió, por lo visto él también se dio cuenta de
que estábamos siendo el centro de atención de ese chofer.
Después de un largo camino llegamos a un puerto donde
abordamos un barco hasta la isla paradisíaca y más virgen
de aquellos lugares, Holbox.
El trayecto en barco fue corto y tal como bajamos alquiló
un carrito para movernos por la isla, ya que era el único
medio de transporte que te permitían, eso o andar.
De lo primero que me fui dando cuenta es que aquello era
una postal idílica con las hamacas en la orilla del mar, las
letras de Holbox también en el agua a todo color, en
madera, haciendo que captase la atención de cualquiera
para obtener la fotografía de su vida.
Paró delante de un restaurante donde nos sentamos y pidió
unas cervezas. Estaba en plena arena de la playa, frente a
todo ese color que había en el mar con todas aquellas
hamacas y columpios.
Desde que salimos del hotel y tuvimos ese encontronazo no
habíamos hablado, ni en el ferry, ni nada, solo fui
observando todo y más callada que en misa.
—¿Pido unos nachos?
—Como si te pides dos mulatas para que te hagan un
masaje.
—No me retes…
—Adelante —sonreí cogiendo la botella y dando un trago.
—Se nota la edad que tienes.
—La misma que para otras cosas te dio igual.
—Me dan ganas de comerte a pesar de ponerte así.
—¿A mí, o a las mulatas?
—Mejor ni contesto —rio negando, pero agobiado.
En ese momento me quedé a cuadros cuando comenzó a
sonar en aquel chiringuito de aquella isla de México, la
canción de Vanesa Martín “Mi Amante Amigo”. Parecía que
estaba para los dos.
—Sé que vas a sufrir —le canté tarareando la canción en
plan ironía —. De todos mis amores confidente —seguí
cantando —. Mi amante amigo.... Me he enamorado como
nunca te había dicho —proseguí — y ya no puedo compartir
nada contigo.
Sonreía negando, mirando hacia dentro de la barra donde
estábamos apoyados.
Que me había levantado con el pie izquierdo.
—Ojalá el Jonny, no se hubiese ido nunca —murmuró
aguantando la risa y mirando hacia el mar.
—Si quieres lo invocamos.
—Mejor, te sentaba mejor esa relación.
—¡¡¡Jonny!!! —grité hacia el mar dejando al camarero
alucinado y más a Alex.
—¿Se está ahogando alguien señorita? —dijo el chico del
chiringuito cogiendo el teléfono.
—No, no te preocupes, ya se quedó sin respiración hace
rato —solté poniéndolo más nervioso y Alex, le dijo que no
hiciera caso, que eran cosas mías.
Nos metimos en el agua con otra cerveza y nos sentamos
en una hamaca de red juntos.
—¿Me vas a dar un beso?
—Soy puta, el beso a cien euros.
—No te pienso pagar por un beso.
—Pues no hay besos.
—No eres puta.
—Ni tú, mi novio —solté tan campante, causándole una
risa.
—¿En serio te vas a pasar todo el viaje así?
—Imagino que ya estará al acabar, debo incorporarme a mi
nuevo trabajo.
—Eso lo decido yo.
—¿Las vacaciones o mi trabajo? Mira que ya he pedido la
baja —Lo miré con cara de matarlo.
—El puesto lo tienes asegurado, hablo de las vacaciones.
En el fondo reconozco que una parte de mí, tiene miedo a
que se acaben.
—Joder, es lo más bonito que me han dicho en la vida —le
besé la mejilla.
—¿Te estás quedando conmigo?
—Sí, pero, ¿y lo contento que te he puesto?
—¡Tonta! —Me dio una colleja.
—¡Jefe! —Se la devolví.
—¿Firmamos la pipa de la paz?
—No te lo crees ni tú —me bajé para ponerme de pie sobre
el agua.
—En el fondo quiero que sepas que te entiendo.
—¿En qué me entiendes?
—En esa actitud —carraspeó y acarició mi barbilla.
—Tranquilo, podré sobrevivir sin ti.
—Seguro —arqueó la ceja.
—Si alguna vez te deja tu mujer, como ya te dije, búscame.
—Pero no creo que si estás con otro lo dejes.
—Tú prueba, no pierdes nada —me reí, di una zambullida y
cuando subí lo tenía frente a mí.
—Dame todos los besos que me debes —me apretó las
nalgas.
—Mañana, hoy estoy indignada.
—Hoy —pellizcó mi culo.
—No me da la gana —di un trago a la cerveza.
—Pero si estás deseando.
—Tienes razón, pero no se puede tener todo lo que se
desea.
—Llegamos tarde a conocernos —me apretó contra él.
—No, no llegamos tarde, el problema es que tú sigues
atado a algo que no funciona y si de verdad eso estuviera
bien, tú no estarías aquí conmigo aquí y menos, le serías
infiel. El problema es tuyo, no eres capaz de nada, te crees
con el derecho de tenerlo todo.
—Ahí va, ¿me la piensas dar todas juntas?
—Me suele durar todo el día el levantarme con el pie
izquierdo —dije, saliendo del agua para ir al chiringuito,
donde estaban haciendo unos pescados a la barbacoa que
olía hasta el agua.
—Pues vaya día me queda —se resignó mientras me seguía.
Joder es que me estaba enamorando, lo tenía más claro que
el agua que había ante mí. Soy consciente de que me
estaba comportando como una cría, pero es lo que era a su
lado. Me sentía pequeñita, pero a la vez él me hacía sentir
grande, pero mi miedo era cuando se fuera, me iba a
quedar completamente desnuda, vulnerable a ese amor que
había comenzado a sentir por él.
Estuvimos todo el día en la isla. Al hotel regresamos justo
cuando era la hora de la cena, esa que nos llevaron al
porche de la cabaña.
Yo seguía con ese malhumor y malas contestaciones que
sabía que estaban poniendo cada vez más encendido a un
Alex, que intentaba contar hasta mil antes de contestarme,
pero claro, cuando te están clavando la puntillita todo el
día, llega ese momento en el que explotas como una bomba
y eso le pasó justo cuando estábamos acabando de cenar.
—¿Vas a parar ya? —me preguntó en muy mal tono.
—Estoy cantando.
—Sí, la de “Señora” de la Rocío Jurado...
—¿Tienes algo en contra de ella?
—No te hagas la tonta —dejó el cuchillo sobre el plato y se
fue hacia dentro a acostarse.
Si lo sé canto por la Pantoja, que lo mismo le gustaba más...
Capítulo 15
Tres días más estuvimos en Rivera Maya donde las risas,
broncas, momentos sensuales y demás dieron paso a una
serie de riendas, que cuando llegamos a New York,
estábamos agotados.
—Hogar, dulce, hogar —dijo, sentándose en el sofá de su
apartamento.
—Hogar dice... —me eché a reír y me tiró con el cojín.
—Aquí ni una bronca, o cojo el primer vuelo que salga y
volvemos.
—Pero, ¿cuándo nos vamos?
—Pasado mañana.
—Joder, dos días más en la Gran Manzana ¿Podemos hacer
Shopping?
—Claro, pero ahora vamos a comer la comida que cogimos,
saldremos más a la tarde.
—Vale.
—Hoy pago yo lo que compre, serán cosas para llevar de
última hora.
—Pero ya les compraste cosas a la familia y en Cancún
también.
—No, no, para ellos no, para mí.
—Ah es verdad que no llevas del viaje nada —respondió con
ironía —. De todas maneras, mientras vaya a mi lado, voy a
pagar yo.
—¿Y si voy al lado de otro?
—Que te lo pague él, con los cojones —me hizo un guiño.
—Joder, que verdad es eso de que dime con quién te
acuestas y te diré como eres.
—Me estás pegando todo lo malo.
—Come y calla que al final conoces a la folclórica que vive
en mí.
—¿Chillas más aún?
—No lo sabes bien… —reí.
Ese día estaba de muy buen humor y no, no iba a
protagonizar ningún numerito, demasiados ya les había
dado.
Paseamos esa tarde y me compré mogollón de cosas,
incluidas dos maletas más para la vuelta porque con todo lo
que llevaba iba a necesitar de ellas.
Al día siguiente y último lo pasamos por la calle, comiendo,
cenando y disfrutando de un día que fue de lo más
romántico y bonito, comparado con la guerra que habíamos
tenido con anterioridad.
Nos montamos en ese avión en el que todo comenzó.
—Jonny se lo pasó muy bien en el viaje —murmuré mirando
hacia atrás y causándole una carcajada.
—Y yo también, aunque no lo creas —acarició mi barbilla y
me dio un beso.
—Jo, ya todo se va a la mierda —puse cara de tristeza.
Vamos, me salió un puchero de esos que ni los de mi
abuela.
—Pero lo hemos vivido y créeme que fue precioso
conocerte.
—Me da mucha pena no volverte a ver.
—Bueno, suelo pasar por las sucursales de España, quizás
un día te llevas una sorpresa…
—O me muero de un infarto en ese momento —sonreí
tristemente.
—Te prometería mil cosas, incluso las haría, pero no quiero
tenerte atada a algo que no te va a dar al cien por cien lo
que te mereces. No quiero que seas la persona de los
escarceos, no te mereces eso.
—¿Y si yo elijo quererlo?
—No, no podría. Te he cogido mucho cariño y no te quiero
hacer sufrir.
—Pero tirándome por la borda me estás haciendo daño —
me secó las lágrimas que comenzaron a caerme cuando el
avión estaba estabilizándose del despegue.
—No te estoy tirando por ningún lado, antes de todo te dije
la verdad, no te engañé en ningún momento.
—¿Lo dices por el Jonny?
—No —sonrió —, lo digo porque no he querido prometerte
cosas y he sido muy franco contigo.
—Pero ella pasa de ti… —dije entre sollozos.
—Pero es mi mujer.
—No lo entiendo, la verdad.
—No llores más, por favor. Quiero que nos despidamos con
un buen sabor de boca.
—Quedan nueve horas de vuelo, ¿me vas a tirar antes por
la ventanilla?
—No, pero no quiero que estés mal.
Me mataba mirarlo, tan guapo, tan perfecto, tan correcto,
tan sensible y se me escapaba de las manos.
Me quedé dormida después de la cena y cuando me
desperté, desayunamos y a la nada ya estábamos
aterrizando en España.
Me llevó en su coche a la estación de tren que me llevaría a
mi ciudad y ni que decir que cuando me dejó subiendo a él,
se me partió el alma.
Se me partió por la mitad con aquel abrazo que nos dimos
entre lágrimas los dos. Se me partió en dos al sentir que
aquello que me había hecho tan feliz en todos estos días,
ahora se me escapaba de las manos y no había manera de
retenerlo.
Lo que lloré durante el trayecto fue desgarrador, eran ríos
de lágrimas sobre mis mejillas con un llanto de dolor del
que me salían quejidos.
Ni que decir que cuando llegué a mi casa, mis padres
pensaban que me había pasado algo al verme la cara de
tristeza.
Les mentí diciendo que regresar me había partido el alma y
que había vivido algo tan bonito que no asimilaba ahora
que ya se hubiera acabado.
La pobre de mi madre y abuela, no dejaban de acariciarme
y darme ánimos.
Le gustaron muchos los regalos que les había llevado.
Ellos sabían que había estado con Álex, se lo conté durante
el viaje, pero como alguien que estaba en otra habitación y
también de viaje.
Lo del premio en Las Vegas los dejó muertos y les dije que
cuatro mil euros eran para ellos. Sabía que eran
hormiguitas reuniendo y que tener ese dinero les vendría
bien.
En definitiva, les conté todo lo que hice, pero obviando por
supuesto, el pedazo de historia que había vivido junto a un
hombre casado.
Capítulo 16
Habían pasado cinco días desde la vuelta del viaje. Cinco
días en los que no había dejado de llorar en ningún
momento. Lo echaba muchísimo de menos.
No había sabido nada de él. De la empresa recibí un email y
un mensaje diciendo que hoy a las ocho comenzaba mi
jornada laboral y aquí estaba, tomando en una terraza a las
siete y media un café, justo enfrente de las oficinas. A
puntual no me ganaba nadie.
Estaba guapísima, me había vestido perfecta para el
puesto. Un pantalón negro de pitillo con unos tacones de
salón en piel de punta redonda y del mismo color y una
camiseta blanca. Iba perfecta y maquillada natural, con mi
melena al aire.
Entré a menos diez y una chica que se presentó como Cata,
me acompañó hasta la recepción y en diez minutos me lo
explicó todo, menos mal que tomé nota y me enteré. No es
que me fuera a escardar ni tuviera que aprender una
ecuación de difícil resolución.
—Buenos días, oficinas Lamber.
—¿No me digas? —preguntó una voz masculina y se
escuchó una carcajada.
—¿De qué se ríe?
—Soy Paul, el director de la oficina y le estoy llamando por
el teléfono interno. No es preciso que me recuerdes que
estamos en Lamber —seguía riendo.
—Don Paul, que yo cogí el teléfono con tanta seguridad que
ni me percaté si era el mío, el interno o el público —volteé
los ojos y puse cara de asco, menos mal que no me estaba
viendo o eso creía yo...
—¿Y esa cara?
—¿Me está viendo usted? —Me puse la mano en el pecho
con gesto de terror y mirando a todas partes.
—Todas las oficinas están separadas por cristal que usted
no puede ver hacia dentro, pero nosotros hacia fuera sí.
—¿Solo yo o todo el que pase por aquí?
—¿De verdad te enchufó el jefe? —preguntó riendo.
—Yo que sé. A mí me dijeron de trabajar y aquí estoy, a tres
manos para cualquiera de los teléfonos.
—Puerta dos A. Ven que te invito a un café.
—¿Se puede fumar allí? Es que estoy muy nerviosa.
—Anda ven.
Y allá que fui a la oficina de Don Paul y cuando llamé y
abrí...
—La de Dios ¿Qué haces aquí? —le pregunté poniéndome la
mano en la boca y descubriendo que era un antiguo vecino
de mi bloque, que joder, mirándolo ahora parecía un
ricachón.
—¿Y tú, preciosa? —Se acercó a abrazarme. Te juro que al
escucharte por teléfono sabía que eras tú. No podía ser
otra.
—Qué fuerte, vas a ser mi jefe —reí —. Lo de Don Paul, ya
se acabó —reí.
—Sabes que hay confianza.
—¿Qué tal tu mujer?
—Nos separamos —sonrió.
—¿Y la niña?
—La vendimos.
—¿A quién? —pregunté incrédula.
—¿Cómo la vamos a vender? —se echó a reír —No has
cambiado. Tan visceral e inocente a la vez.
—Qué susto —me puse la mano en el pecho.
—Amanda ya tiene seis años y vive una semana con cada
uno, además estamos cerca y así el cole y todo le pilla
igual.
—Me alegro.
—Mi ex, rehízo su vida. Bueno, antes de separarnos, de ahí
el divorcio.
—Vaya… —dije, cogiendo el café que me había preparado.
Y me tiré por lo menos veinte minutos charlando con él, la
verdad es que le tenía mucho cariño, ya que vivió en mi
bloque, era cinco años mayor que yo y se fue cuando se
casó.
La mañana pasó volando y estuve de lo más entretenida
cogiendo llamadas y pasándolas a cada departamento por
mensajes desde el ordenador.
Cuando ya me iba apareció Cata, de nuevo sonriente. Era
una joven de treinta años muy simpática, pelirroja con
pequitas, pero preciosa, increíblemente guapa.
—¿Qué tal tu primer día?
—Esto está genial, se me pasó volando y aquí no te matas
como en mi anterior trabajo.
—Me alegro.
—Bueno, mañana nos vemos.
—Claro.
Me fui hacia mi casa y estaba muerta de hambre. La verdad
es que esa mañana solo había tomado cafés y no me comí ni
el sándwich que me había preparado de jamón york y
queso.
—¡Qué bien huele! —Aquel olor del guiso de papas con
chocos se podía aspirar desde el rellano.
—Pues a comer —me dijo mi abuela, haciéndome un guiño
para que me sentara.
—¿Y mis padres?
—Comieron y se fueron a hacer la compra del mes.
—Bueno, esa que le dura una semana.
—Esa misma —se sentó conmigo —¿Qué tal tu primer día
de trabajo?
—Bien, además esta Paul, el que vivía en el quinto, el hijo
de Charo.
—¿Trabaja allí?
—Es el director, vamos a cuadro me quedé.
—Hija...
—Dime abuela.
—¿Te has enamorado en ese viaje?
—Joder, ¿eres adivina?
—No, pero he visto la tristeza de ese tipo de sentimiento en
tus ojos.
—Pues sí —no sé ni como, pero lo hice, le conté toda la
historia sin dejar títere con cabeza. Hasta el más mínimo
detalle.
—Me dejas helada, pero te entiendo a la perfección.
—Y ahora mi nuevo trabajo ya sabes que es gracias a él y a
lo que hubo entre nosotros.
—Aparecerá en cualquier momento. Si solo te hubiera
querido para unos días, no te coloca en su empresa.
—No, no aparecerá como me gustaría que hiciera. Lo vi tan
claro en sus ojos.
—A veces, las damnificadas no vemos más que la
negatividad de las cosas.
—Lo pasaste mal cuando te dejó el abuelo ¿verdad?
—Sí, y con tu madre recién nacida. Sin un duro y solo con
la casa que me dejaron mis padres. Fue muy duro, pero salí
hacia delante.
—No sabe lo que se perdió.
—No por mí, pero a tu madre se la perdió por completo.
—En fin, que triste todo.
—También hay momentos muy bonitos.
—Sí, como el que viví para que luego me lo arrancaran.
—Pero lo viviste y eso te hizo hasta progresar en la vida.
Ahora vas a trabajar guapísima y con mejores condiciones.
—Abuela, eres un crack intentando animar —me reí.
Capítulo 17
Por fin viernes...
Era mi quinto día y último de esa semana en las oficinas,
esas que ya me las llevaba de calle y que encima hasta me
habían asignado otra responsabilidad que se vería reflejada
en la nómina.
Paul, estaba muy orgulloso de cómo estaba llevando todo y
es que sus clientes decían que ahora daba alegría llamar a
recepción, que yo tenía mucho carisma.
El día anterior pasé la tarde con mi hermana y la verdad es
que me reí mucho, a pesar de quererla matar, pero para
ella era su momento, ese que, aunque no nos gustase, la
estaba haciendo muy feliz.
Ese día había quedado con mi amiga Carmen, íbamos a
salir de copas por la ciudad y la verdad es que me apetecía
mucho, ya que desde que volví, menos en el trabajo, el
resto del día lo pasaba como un alma en pena.
Así que después de comer, echarme una siesta y ducharme,
estaba lista para irme con Carmen, esa amiga desde la
infancia que ahora era esteticista en un centro estético muy
bueno de la ciudad.
—Capulla, que guapa estás —me dijo al verme.
—Anda que tú, que pareces una chica de revista.
—Sí, de Interviú —se rio.
—Ya quisieran en el Interviú.
—Oye, no supiste más nada de él. No te quise preguntar
para no agobiarte.
—Ni supe, ni sabré, la verdad es que me estoy haciendo al
cuerpo de algo que tenía claro desde antes de regresar.
Nos sentamos en una terraza y pedimos unas cañas de
cerveza con un poco de pescado frito. Era un típico lugar
de freiduría que se ponía hasta la bola.
—Te juro que a veces me dan ganas de marcar su teléfono y
decirle que me deje verlo, aunque sea una hora.
—¿Y qué harías en una hora para después volver a pasar
por lo mismo?
—Yo que sé, abrazarlo muy fuerte y meterme dentro de él,
para no salir más —me reí negando de lo agobiada que
estaba.
—¿Ese hombre crees que no vivió algo así con más
mujeres?
—No lo sé, él me dijo que no.
—Y tú lo creíste.
—Jo, déjame que me sienta especial en ese sentido —reí,
golpeándome a modo de broma mi frente.
—No me gusta verte sufrir y las estás pasando putas desde
que regresaste.
—Ya te digo…
—Ojalá aparezca alguien que te haga olvidarlo.
—Lo peor de todo es que no lo quiero olvidar. Me paso las
horas mirando sus fotos mientras escucho música y me
harto de llorar.
—¿Camela?
—Ni más ni menos —nos reímos.
Después de cenar como si no hubiera un mañana ese
pescado frito y tomarnos varias cañas. Nos fuimos a un pub
que se ponía de lo más concurrido en la parte de la terraza
que daba a una plazoleta, donde tenían media de ella
cogida con barriles para que las personas apoyaran sus
copas mientras bailaban a ritmo de música latina.
—Me encanta esta canción —dije moviéndome hacia los
lados a ritmo de Luis Fonsi con el “Corazón en la Maleta”
—Pues baila, hija, suelta todo eso que llevas dentro.
—Como eche todo lo que llevo dentro me voy a tirar
llamando a Juan un mes —reí recordando el día que vomité
desde aquel apartamento en la planta treinta. En fin, pobre
al que cogiera abajo.
Estuvimos hasta las cuatro de la mañana bebiendo y
moviendo el esqueleto antes de despedirnos y quedar en
volver a vernos el viernes siguiente.
El sábado me lo pasé en mi habitación descansando de la
resaca y maldiciendo el no poder estar con Alex, ese
hombre al que no había forma de sacar de mi cabeza.
Mi abuela me hacía señas como diciendo que parase ya, eso
lo hacía cada vez que venía a mi cuarto con un cafelito o
unas tortas que ella hacía de manzana y que estaban
riquísimas.
El domingo decidí ir a ver a mi hermana por la mañana y la
encontré no muy bien, la verdad.
Quedé con ella en una cafetería para desayunar y después
de pedir el desayuno le pregunté directamente.
—No estás bien.
—Estoy embarazada... —soltó, sin rodeos.
—¿Te has quedado preñada? —me puse la mano en la boca.
—Sí —respondió, con las lágrimas cayéndole por las
mejillas.
—¿Y ahora qué?
—No quiero estar con él.
—¿Lo vas a dejar?
—No me deja irme.
—¿Cómo que no te deja irte? Ya me puedes contar.
—Me amenaza con quitarme el bebé cuando nazca.
—¿El desgraciado ese? ¡Si no tiene ni trabajo!
—Me he arrepentido de todo.
—Joder, y antes de ayer te vi de lo más feliz.
—No quería que supieras la verdad, pero me va fatal.
—Desayuna anda, que te voy a decir lo que haremos luego.
Y vamos que lo hice. La agarré de la mano y la acompañé a
esa casa donde la madre abrió con más mala cara que los
pollos caducados en un mercado.
—Venimos a por sus cosas.
—No se va a llevar nada —dijo, el que hasta ahora era su
novio.
—Coge todo — empujé a mi hermana a que entrara y yo fui
detrás —. Si tienes cojones, si los tienes, prohíbele algo —le
advertí con una cara que se quedó blanco por completo.
Mi hermana recogió todo y nos marchamos, no sin antes yo
advertirle que, si solo la llamaba o la molestaba, se las iba a
ver conmigo y lo que no era conmigo. Que no me retara ni
desafiara que no sabía con quién se la jugaba.
Y nos marchamos...
Cuando mis padres nos vieron llegar y le contamos la
papeleta, la verdad es que reaccionaron bien y, como no,
les dijeron que ahí estarían para ayudarla con el embarazo.
Obvio que íbamos a estar todos.
La verdad es que mi hermana tenía ahora que comenzar a
pensar de forma más madura, le venía una responsabilidad
muy grande y encima, no iba a estar arropada por ese
hombre que no movía un dedo por buscarse las castañas.
En fin...
Capítulo 18
Y de nuevo a otra semana laboral en la que la comenzaba
de lo más sensible.
—Buenos días, Cata —dije dándole un café que le había
cogido de la cafetería porque la vi llegar y sin tiempo para
tomarlo.
—Gracias —me dio un beso en la mejilla.
—Te noto preocupada.
—Están los dueños de la empresa en la reunión con el
director.
—Espera… ¿Qué dueños? ¿Qué reunión? No tenía
constancia de nada.
—Por lo visto se estableció ayer.
—Ayer... ¿Domingo?
—Sí, pero esto es normal.
—¿Y quiénes son los dueños?
—Pues Alex Lamber y su mujer.
—¿¿¿Están aquí???
—Sí —volteó los ojos.
—Me da —dije, abanicándome con la mano.
—¿Qué pasa?
—Nada —intenté disimular —. Saber que está aquí el dueño
de este imperio, pues como que impone.
—Y más cuando viene con ella, parece otro.
—¿Sí?
—Ella es una estúpida, engreída. Lo tiene aquí —se señaló
a la palma de la mano.
—Suele pasar —sonreí, aunque con menos ganas que todas
las cosas.
Alex estaba aquí con su mujer. ¡Para matarlo! Y yo sin saber
nada desde que regresamos. ¿Y ahora qué se suponía que
tenía que hacer si me lo cruzaba?
Recé porque no saliera por esa puerta de recepción hasta
que me di cuenta de que no había otra. ¡Los nervios me
estaban pudiendo!
Dos horas después los escuché terminar la reunión en el
pasillo y apareció Alex, con esa tía que no le pegaba ni con
cola. Más estirada que todas las cosas.
Yo me hice la tonta hasta que estuvieron a la altura de
recepción y los miré.
—Buenos días —murmuré sonriendo y seguí con el
ordenador.
—Tú que pasa, ¿Qué no te vas a levantar ante tus jefes? —
me soltó ella, de lo más borde y chulesca.
—Claro que sí —respondí más chula aun levantándome y
cruzándome de brazos —¿Quiere la señora que le haga una
reverencia?
—Cariño, ¿quién contrató a esta cría tan maleducada?
—Ni idea —respondió él, sin tener los cojones de mirarme a
la cara.
—Pues deberías de hacer algo.
—Señora, no rete a un hombre a hacer algo. Solo es un
consejito —dije con el gesto de los dedos y bajito.
—¿Me estás chuleando?
—Vamos, Carola —dijo él, en tono serio y sin mirarme.
Intentaba zanjar el tema.
—Te quedan las horas contadas.
—Las mismas que a ti, junto a ese llavero que llevas como
marido.
—¡Alex! Ponla ahora mismo en la calle.
—No tiene cojones —murmuré cogiendo mis cosas y
saliendo de allí a tomar un café. Tenía media hora libre.
—¿Vas a dejar que te falte al respeto? —le preguntó esta,
mientras yo iba pasando por su lado para salir.
—El respeto se lo faltas tú, haciéndolo quedar como un
gilipollas.
Me fui dejándolos allí de mal humor y vi luego desde la
terraza como discutían montándose en el coche.
Con buena iba a dar la tonta esa. Eso sí, ver a Alex de esa
manera tan sumisa y aguantando a esa, daba pena, mucha
pena, ni rastro del hombre que conocí.
Y ni que decir tiene que cuando regresé, Cata vino hacia mí
como una bala.
—Escuché todo...
—Pues entonces no hace falta que te lo cuente.
—¿Por qué le contestaste así?
—¿Me debía de quedar callada ante sus ataques?
—No, pero...
—Pero nada, que me eche Alex si quiere, pero si vuelve a
venir esa por aquí y me vuelve a tratar como una rata, se va
a enterar quién es la reina de las cloacas —dije,
sentándome muy enfadada.
—Aquí hay otro trasfondo...
—Sí y mejor que no lo quieras saber.
—Bueno, el director no dijo nada, parece que no se enteró.
—Tampoco me importa que se entere —me encogí de
hombros.
—Has llegado pisando fuerte —se rio y fue hacia su
despacho.
Qué ganas de chillar tenía, que fuerte ver a Alex así, a ese
hombre por el que tan mal lo estaba pasando, porque si
algo tenía claro y certero es que me había enamorado de él.
Esa tarde después de comer me fui a un centro comercial
con mi hermana, me apetecía hacer un poco de tiendeo con
ella, el problema es que comenzó a sentirse mal y tuvimos
que ir para urgencias donde nos dieron la mala noticia.
Había que hacerle un legrado porque la cosa no estaba
bien.
No sé si se me rompió el alma o me alegré por la que le iba
a caer a ella aguantando a su ex toda la vida con el tema
del niño. No lo sé, pero reconozco que me había hecho ya a
la idea de que un sobrino venía de camino.
Mis padres vinieron rápidamente, pero cuando llegaron ya
le habían hecho el legrado, así que cuatro horas después
nos la llevamos para casa, vamos, ni la noche tuvo que
pasar allí, me quedé helada y yo que pensaba que se
quedaría por lo menos dos días.
Mi abuela se la comió a besos y abrazos al verla llega. En el
fondo mi hermana estaba triste, como ella me reconoció, se
había hecho muchas ilusiones a pesar de todo.
Le mandé el informe médico por mensaje a su ex, una foto
y un texto donde le decía, que, si no quería perder los
cojones, no se acercara más a ella.
Ese día desfogué bien, no me corté ni un pelo con nadie.
Capítulo 19
La semana pasó rápida y en el trabajo no tuve noticia
alguna de los tortolitos, como yo los llamaba. La verdad es
que lloré mucho esos días, cada vez lo echaba más de
menos.
Esa noche iba a salir con Carmen, pero al final se puso
mala con fiebre y me avisó de que no, así que ese viernes
llegué al curro pensando en qué podría hacer, pero en casa
no me quedaba y mi hermana, no estaba muy por la labor
de salir.
Estaba de buen rollo ese día así que llegué con café para
Cata y Paul. Era viernes y mi cuerpo lo sabía.
Llamé a la puerta de Paul, después de dárselo a Cata.
—Adelante.
—Buenos días, te traigo un café —le hice un guiño.
—Gracias, preciosa. ¿Con ganas de finde? —Extendió su
mano para que me sentara a tomarlo con él, yo llevaba otro
para mí.
—Todos los planes a la mierda, pero algo se me ocurrirá.
—Esta noche tengo un evento de la empresa, los jefes dan
una recepción en los jardines del restaurante “Caños”
¿Quieres venir? Puedo llevar acompañante.
—¡Claro! —La bombilla que se me encendió, fue brillante.
—Estupendo, al menos contigo estaré entretenido.
—Ya sabes que sí —sonreí.
—Paso por tu casa a las nueve a recogerte. Hay que ir
vestida bastante arreglada.
—Tranquilo, que me he traído de New York unos vestidos...
—Pues listo —sonrió.
Lo que él no sabía es que me los había comprado el del
evento, ese que esa noche se le iba a poner la cara blanca y
a su mujer como una morcilla de inflada.
Menos mal que la mañana pasó rápida y cuando me di
cuenta ya estaba en casa comiendo y charlando con mi
abuela y hermana.
A las nueve en punto estaba Paul en la puerta de mi casa
con un pedazo de BMW que me sentí la Beyoncé, por unos
momentos.
—Estás preciosa —dijo abriendo la puerta del copiloto.
—Una que con cualquier trapito va bien —los cojones, el
vestido le costó a Alex, la friolera de setecientos euros,
jamás imaginé que tuviera una ocasión para ponerlo y ahí
estaba, más bonita que todas las cosas.
Llegamos al evento y allí en la misma puerta nos bajamos,
ya que había un hombre aparcando los coches.
Quiero decir algo, es más, debo decirlo. Lo más bonito que
me pudo pasar esa noche es llegar y darme cuenta de que
muchos hombres allí presentes giraron la cabeza al verme
entrar y eso que iba con Paul.
Y claro, entre todos ellos Alex, ese que estaba hablando con
dos hombres y no tenía a la lapa de su mujer al lado, pero sí
merodeando por allí y dándosela de como si la mismísima
Preysler se tratara. ¡La que le iba a caer como me pusiera
un simple mal gesto!
Alex me miró y agachó su cabeza a la copa. ¡Para verlo! Ese
hombre era un sumiso de la gilipollas de su mujer.
Cogí una copa de vino de una de las bandejas que iban
pasando y me puse a un lado con Paul y dos chicos más de
la oficina, Suso y Antonio.
Ni cinco minutos y ya tenía acercándose a nosotros a la
Preysler falsificada.
—¿Qué pintas en este evento? —preguntó, poniendo cara
de extrañada.
—Es mi acompañante y forma parte de la empresa —
contestó Paul, en tono firme y seguro. Otro que no se
achantaba.
—Tu acompañante no debería ni de formar parte del equipo
—me miró con desprecio.
—Señora —le señalé con el dedo y poniendo cara de que se
preparara para la que le iba a soltar —, déjeme decirle dos
cositas nada más... La primera, que debe de follar muy mal
para que su marido lleve esa cara de amargado y la
segunda, no me toque el coño porque le va a faltar planeta
para correr.
—Tú vas a la calle ahora mismo.
—Inténtalo —la reté.
—¿Qué pasa aquí? ¿Me estoy perdiendo algo? —preguntó
Paul, incrédulo.
—Esta niñata...
—Mira gilipollas, aquí la única niñata, mantenida y
amargada eres tú.
—Verás —dijo con chulería y se marchó hacia donde estaba
Alex.
—¿Pasa algo que no sé?
—Pregúntale a ella, que desde el otro día que me vio en las
oficinas, le dio por mí, y eso que no sabe la verdad.... —
murmuré mirando a ella que le calentaba la oreja a Alex.
—¿Qué verdad?
—¿Ves este vestido? —Me señalé a mí misma.
—Sí.
—Setecientos euros y me lo pagó su marido —le hice un
guiño y me fui para el baño.
Que a gusto me quedé soltando eso a Paul, para que
comprendiera, que ni diez como ella me achantaban.
Cuando regresé me di cuenta de que estaban con él, Alex y
su odiosa mujer. Obvio que fui a integrarme, ya que yo
estaba con Paul en el evento, así que ni corta ni perezosa
me acerqué a ellos y sonreí a Alex, en plan saludo.
—Ni mires a mi marido.
—Que me lo diga él, que levante la cabeza y tenga los
cojones de decírmelo, guapa —le solté en plan chinchona.
—No la levanta por no horrorizarse al mirarte. Fea.
—Bueno, ¿en serio vais a estar como dos niñas pequeñas?
—preguntó Paul, que ya estaba morado y a punto de
agarrarme y sacarme de allí, pero vamos, que esta que
estaba aquí no se movía hasta que no se lo dijera Alex.
—Es una desvergonzada.
—Alex, una cosita… ¿En serio vas a permitir que tu mujer
me siga tratando como una mierda?
—A mi marido le importas una mierda, chica. Eres una
niñata más de tantas que hay por el mundo.
—Alex —volví a dirigirme a él —¿En serio esta es tu vida?
—La vida de mi marido y mía es estupenda.
—Debe serlo, al menos para ti —la miré muy enfadada —.
Tienes a un sumiso a tu lado, un hombre que junto a ti da
pena verlo, de lo más infeliz. Me da pena que no tenga más
huevos que callarse y tragar.
—¿Mi marido te da pena? Pobre ilusa —se rio.
—Estúpida cornuda —le tiré la copa de vino en su cara y
me fui hacia la barra. Del evento no me iba hasta que Alex,
no abriera su boca.
Me había llevado los vientos ¡Joder! Me daba rabia ver a
Alex así, no se lo merecía, no podía ser cierto y lo peor de
todo es que me daban ganas de cogerlo por el cuello y
decirle que espabilara ¡Qué daba pena!
Me giré y lo que vi fue un espectáculo entre ella y Alex,
bueno, ella, lo que pasa que él tenía un papel fuertísimo,
ese de no levantar la cabeza mientras ella gritaba y el que
intentaba calmarla era Paul.
Yo sé que a mí se me iba la cabeza, pero entended que
todos no podemos ser iguales y las ocurrencias de unos y
de otros, son muy dispares, pero yo era como era y no pude
evitar coger unas servilletas y acercarme de nuevo.
—Toma, guapa, para que te seques, no soy rencorosa —
sonreí ampliamente.
—Mira niñata, el lunes ni se te ocurra ir a trabajar porque
estás despedida —me gritó muy enfurecida.
—Mira, pija de mierda, el lunes voy a ir a trabajar a no ser
que mi jefe —señalé a Alex —me diga lo contrario, así que
si no quieres que vaya a trabajar hazlo cantar como a
Placido Domingo.
—Soy la dueña.
—Perdón eres la mujer del dueño —le hice un guiño —,
pero cuídalo, capaz que venga otra y te lo robe.
—Espero que no vaya por ti, estoy completamente segura
de que mi marido si algo tiene es clase y no se va con
cualquier fulana, y menos una niña —me fue a dar una
hostia y le agarré la mano.
—¿Cuántas le has dado a tu marido? Yo, no soy él. A mí, ni
se te ocurra ponerme encima una mano porque la pierdes
—dije agarrándole el brazo con fuerza —. Y hazte un favor...
No chulees de lo que te puede dar la hostia sin manos más
grande en la vida.
—¡Nos vamos! —le dijo a Alex.
—No —levantó la cara —, te vas tú, yo me quedo —le dijo
con una seguridad que me puse a dar saltitos y aplaudir.
—¡Nos vamos! —gritó está.
—No, no me voy, ni siquiera iré al hotel ni regresaré a la
casa.
—¿¿¿Cómo???
—Se acabó, Carola, se acabó.
—¿Me estás haciendo esto delante de esta?
—Eso, no te preocupes por el resto, preocúpate por la que
tan inferior a ti ves. Eres lamentable, Carola.
—Ven, por favor —dijo Paul, queriéndose llevar a su mujer
para fuera y calmar las cosas. Y lo consiguió.
—Alex, yo...
—Tú también tienes mucha guasa —me dijo girándose y
marchándose. Me quedé en shock.
Cogí y sin decir nada a Paul, salí por la otra puerta y me fui
en taxi para mi casa.
Le dejé un mensaje en su móvil y lo apagué.
Eso que me había dicho Alex, fue suficiente para dejarme
hundida...
Capítulo 20
Dos días llorando en casa por lo mal que me sentó que para
lo único que se dirigiera a mí, fuera para compararme con
su mujer. Me había matado y creo que no fue la frase, fue
directamente la forma en que me miró mientras me lo dijo.
El lunes en el trabajo le llevé un café nada más entrar a
Paul.
—Buenos días, vengo a que me perdones por lo del viernes.
—Cuéntame la verdad, necesito saberla pues no entiendo
nada.
—Verás... —me desahogué y se lo conté.
—No me lo puedo creer, te juro que no me lo puedo creer —
se pasó la mano por la barbilla.
—Pues ya sabes el porqué de este puesto que me cayó del
cielo.
—Yo sabía que él tuvo que ver, hasta ahí llego, pero de la
forma que pasó me dejó a cuadros.
—¿Has sabido algo más de él?
—Estuve charlando en la fiesta y tenía muy claro que ya la
iba a dejar, que no aguantaba más.
—Se ve un sumiso a su lado.
—Se vio, sí, de todas maneras, yo jamás lo vi así, pero el
viernes fue demasiado, no levantaba la cabeza.
En ese momento recibió una llamada que vi cómo se le
cambió la cara. Solo dijo un así será antes de colgar y
mirarme fijamente.
—Alex, pidió que se te despidiera.
—¿En serio?
—Sí. Te van a transferir la indemnización, los días
trabajados y todo.
—Menudo sinvergüenza...
—Lo siento…
—Tranquilo, que se meta su empresa por el culo.
—Puedo recomendarte para otro trabajo.
—No, con lo que gané en Las Vegas, puedo permitirme
ahora coger un mes de respiro, lo necesito.
Bueno, un mes y un año, dado que yo no tenía grandes
gastos, pero bueno, ahora quería salir de todo y asimilar
ese palo tan grande que me había llevado con Alex.
Me despedí de todos y dejé a Cata llorando. Firmé lo que
me pusieron por delante y que ni leí, ya me importaba una
mierda todo.
Estaba flipando en colores, vale que yo no me había callado
una y que la lie un poco, pero, ¡me buscó la Preysler
falsificada!
En mi casa no se lo podían creer, aunque no sabían la
verdad nada más que mi abuela, a la que le conté todo lo
sucedido y ahora esto.
—Hija, no debiste ponerte así.
—Lo sé, pero el debió tener más sangre y defenderme.
—Bueno, ahora estate tranquila un tiempo y ese, ese será el
que ponga todo en su sitio y calme a tu corazón.
—Mi corazón está hecho trizas.
—Todo se recompone, créeme.
—Ojalá —le di un abrazo.
Fueron unos días en que ni salí. Paul, no me puso ni un
mísero mensaje, la verdad es que me había decepcionado
era como si se hubiera quitado un lastre de encima cuando
me echaron de la empresa.
¿Sabes lo que es encenderse una bombilla en el cerebro?
Pues eso me pasó a mí, se me ocurrió la genial idea de
hacer algo sola, un viaje, al fin y al cabo, el de New York lo
viví con él. Ahora quería uno para mí, en el que me hiciera
encontrarme con todo mi pasado y mi presente. De esos
que te hacen reflexionar de muchas cosas y es lo que
necesitaba, reflexionar.
Tenía que olvidarme de Alex, ese hombre que para mí lo
era todo, ese con la mirada más bonita y especial que jamás
había visto hasta que me encontré con él.
Y la gracia más grande es que encontré un viaje tirado de
precio, vamos, casi regalado, lo único es que el país me
echaba para atrás, había escuchado muchas cosas sobre
Marruecos, pero oye, me llamó tanto la atención, que
decidí por ir a vivirlo y sacar mis propias conclusiones.
Cuando dije en casa el viaje que me había comprado se
puso el grito en el cielo. Ya no sabía si me iban a cambiar
por tres camellos, cuatro o veinticinco. En fin...
Y dos días después estaba montándome en un avión con
destino a Fez, una de las ciudades imperiales de aquel país.
Fue aterrizar y salir por la terminal donde ya pude notar
ese contraste.
Un taxi me llevó al hotel que había reservado y que estaba
en una de las innúmeras entradas que había hacia la
Medina, la parte vieja y amurallada de la ciudad.
El vuelo había sido tan temprano que a las doce de la
mañana hora local, ya estaba paseado por ese casco
antiguo. Además, allí era una hora menos.
Me tiré un selfi precioso que subí a las redes.
“Fez, un lugar para estimular todos los sentidos”
Tenía claro algo y es que, a pesar del cambio cultural tan
grande que había, yo notaba seguridad y respeto. Eso sí,
algún que otro vendedor ambulante que se te acercaba y le
tenías que decir no durante varias veces.
Fue cuando se me acercó un guía oficial con su chilaba
blanca y totalmente educado que me ofreció por diez euros
hacerme un recorrido por la medina mientras me explicaba
un poco de las tradiciones e historia de aquella ciudad y
país.
Acepté encantada. Mohamed, me daba muy buena
sensación.
Comenzó aclarando que Fez, era una de las ciudades más
antiguas de Marruecos.
Algo que observé y no tardó en aclararme sobre los
artesanos que veíamos a nuestro paso por sus tiendas es
que ellos seguían trabajando como antaño, esa esencia que
no perdían.
Escuchar a Mohamed era digno de admiración, ya que
tenía mucho carisma y sabía hacer sentirse cómodas a las
personas.
Cuando me dijo que la medina tenía más de nueve mil
calles me dejó en shock, pero lo miré en el móvil en un
momento que entré a un baño para ver si no era una
exageración y no lo era, para flipar, una de las mayores
zonas peatonales del mundo.
Lo que más perpleja me dejaba era ver como el medio de
transporte dentro de la Medina, era a lomos de asnos o
burros.
Mercados, tiendas, olores, sabores, puestos haciendo
comida para llevar, aquello era impresionante. Además, te
ibas cruzando con jóvenes que jugaban a la pelota en
cualquier rincón de aquel lugar.
—Esta es la plaza Seffarine — murmuró a la vez que me
señalaba la silla de una terraza para tomar un té.
Se escuchaban los golpes de los orfebres, esos que
realizaban los trabajos de los calderos de metal. Era un
espectáculo verlos trabajar.
Mohamed, durante el té que me invitó y no admitió que yo
pagara, me contó muchas cosas que me transportaban a
sentir la historia como si yo fuera parte de ella.
Nos metimos luego en la zona de la curtiduría. Subimos a la
terraza de un negocio donde las vistas eran impresionantes
para ver a esos curtidores trabajar la piel. Allí nos invitaron
a un té.
De esa tienda me llevé un bolso de cuero que era una
monería, tenía claro que debía ser mío, en cuando lo vi.
Eso sí, lo que me reí regateando no tenía precio. El chico
que me vendía el bolso me decía que yo era una ruina de
mujer, que dos como yo, y tendría que cerrar el negocio.
Entramos a comer a un restaurante típico de la medina y
Mohamed, me aconsejó qué pedir y fue todo un acierto.
Cuscús de pollo y verdura, además de una ensalada típica
marroquí.
Lo invité yo, y luego de la comida me acompañó hasta mi
alojamiento y le pagué, obvio que el doble, se había
merecido eso y más por su trato, respeto y momentos que
había servido hasta de fotógrafo para inmortalizarme en
muchos de esos lugares.
Me eché en el sofá de la habitación del hotel y subí a las
redes más fotos.
Dormí un rato y al caer el sol me fui a pasear por los
alrededores del hotel, por la parte nueva, fuera de ese zoco
que se veía que estaba ya hasta las pestañas, al igual que el
resto de la ciudad y, cómo no, el país.
Si algo era curioso es que al atardecer todos se echaban a
la calle como me había dicho Mohamed, lo que no me podía
imagina es que se montara tal feria, era todo un
espectáculo para vivirlo.
No sé cómo me las apañé que terminé cenando en un
Burger King, para matarme, pero es lo que me apeteció en
ese momento y es lo que hice.
Paseé un poco más y luego regresé al hotel. Para ser el
primer día me quedaba con un sabor de boca
impresionante y reconozco que me sentí mucho mejor que
en casa llorando las penas de ver como el hombre que
amaba, no solo me había sacado de su vida
fulminantemente, también me había echado del trabajo, ese
que sabía que acepté antes de dejar el otro.
Capítulo 21
Desperté y bajé a la terraza del hotel donde estaba el buffet
para los desayunos.
Dejé la mochila en la mesa y fui a prepararme un poquito
de todo, la verdad es que esa mañana me había levantado
de lo más hambrienta.
Cuando regresé, ya me habían puesto una tetera y una
cafetera recién hecha.
Miré el móvil y casi me infarto al ver un mensaje de Alex.
Alex: Te sienta muy bien ese vestido largo blanco.
¿Ese vestido largo blanco? ¡Yo no había subido esa mañana
nada a las redes! Hasta calor me entró y no entendía como
lo sabía.
Llevaba puesto uno que me compré en México, era de
tirantes finos y largo, precioso, con una caída
impresionante y todo bordado con florecitas del mismo
color.
No sabía si responderle, meterme debajo de la mesa o
tirarme a la piscina...
Terminé contestándole, normal, si no, no sería yo.
Jessica: Y a ti te quedan genial esos huevos vacíos que
llevas colgando entre tus piernas.
A la mierda, me quedé a gusto, ahora quedaba saber
porque leches sabía lo que llevaba puesto.
Alex: ¿Y para que los quiero llenos? Por cierto, estoy con
Jonny, te manda saludos.
Me tuve que reír, era tan imbécil que después de lo que me
había hecho, estaba ahí muerta de risa leyendo su mensaje.
Jessica: Dile que nadie me folló tan bien como él.
Ala, es que sacaba lo peor de mí, pues ahí lo llevaba el
hombre con menos huevos del planeta, pero el que yo más
amaba.
Alex: Se te cayó la servilleta.
Joder ¿Cómo cojones lo sabían todo? Me levanté y me puse
a mirar por todos lados, pero como no estuviera detrás de
esas columnas que rodeaban la terraza, no sabía cómo
estaba al tanto de todo. Me puse de lo más nerviosa cuando
lo vi aparecer sonriendo detrás de una.
—Eres un gilipollas —dije enfadada, pero riendo y
señalándolo con el dedo—¿Qué haces aquí?
—A ver a mi tonta favorita —me dio una nalgada y un beso
en la mejilla.
—¿Te crees con derecho a jugar conmigo cómo te dé la
gana?
—Si lo hiciera como me diera la gana... —Se sentó y se
sirvió un té.
—En serio. ¿Qué haces aquí?
—Vi ayer en las redes que estabas por este atractivo país y
me dije: voy a hacerle compañía.
—Y, ¿cómo has sabido el hotel?
—Tan sencillo como que en una de las fotos que pusiste
ayer, nombraste al hotel.
—Ay Dios, se me olvidaba que “don rico” se puede mover a
sus anchas por el mundo.
—¿Qué tal estás?
—¿Te interesa acaso?
—Claro, de lo contrario no estaría aquí —decía con una
absoluta tranquilidad y cogiendo de mi plato un trozo de
bollo con chocolate.
—¿Después de ignorarme y echarme de tu empresa cuando
dejé mi trabajo por irme contigo?
—No te eché de la empresa, te fuiste tú, voluntariamente —
me enseñó en su móvil una copia de lo que firmé sin leer y
era pidiendo la baja.
—Paul, me dijo que estaba despedida.
—Lo sé todo, lo que tú no sabes es que Paul, lleva liado con
mi mujer unos meses y que yo lo estaba investigando. Lo
que tú no sabes, es que contándole lo nuestro el vio el
peligro que corría que estuvieras en la empresa y lo que tú
no sabes, es que fue ingenio de él y de ella, el ponerte de
patitas y nerviosa para que firmaras lo contrario y caíste.
—¿Me lo estás diciendo en serio?
—El día que me viste con ella en la oficina, ya tenía claro
que la iba a dejar, solo me faltaba hacer unos movimientos
para terminar de poner todo en orden y que no me
desplumara. Nunca debiste aparecer por ese evento. Ella,
no me hacía agachar la cabeza, lo hacía yo, que no quería
perder los papeles hasta tenerlo todo bien atado. Es verdad
que me tenía muy absorbido y anulado como persona, pero
de ahí a ser ese sumiso que veías en mí...
—Deberías de haberme puesto al tanto de todo, me sentí
una imbécil —le reproché.
—No podía, Jessica.
—No te fiabas de mí.
—Hice bien, te faltó tiempo para contarle a Paul lo nuestro
y que él, se lo metiera por el culo a Carola.
—Dime, ¿qué haces aquí?
—Quería verte.
—¿Para?
—No te lo voy a decir —se rio y fue a acariciarme la cara,
pero le quité la mano.
—No quiero que me toques.
—No me lo creo.
—Me estás dando el desayuno.
—Pues no sabes el día que te espera…
—Y cuando regrese otra patada en el culo. ¡No vas a jugar
conmigo más!
Me levanté y salí de la terraza directa para la calle. Tenía
doble sensación, demasiado extrañas, de esas que por un
lado te sonríe el corazón por saber que había venido para
reencontrarse conmigo y por otro, por sentirme vulnerable
y una marioneta de su vida.
—Paul está ya de patitas en la calle y mi mujer, firmó las
condiciones del divorcio ayer por la tarde, viendo que como
no lo hiciera tenía mucho más que perder que lo que ya le
estaba ofreciendo.
—Yo he perdido mi puesto de trabajo —continué caminando
muy enfadada.
—Tú me has ganado a mí y no te quiero a mi lado como una
recepcionista, te quiero a mi lado como esa persona que me
regaló los momentos más bonitos en ese viaje donde nos
conocimos —en ese momento se me paró el corazón, pero
no las piernas, pues seguían caminado a la velocidad de la
luz.
—No vengas a jugar conmigo —le recriminé y me agarró
del brazo para frenarme.
—Vengo para estar contigo, jamás pensé en jugar con nadie
y menos, si se trataba de ti.
—No te creo.
—¿Qué más tengo que hacer para demostrarte que todo
esto es verdad?
—Hazme la directora de la sucursal —solté con chulería.
—Vale, pero la adjunta, he asignado director a Matías, un
empleado de mi total confianza.
—Pues hala, ya tienes doble contrato —murmuré agobiada,
sin dejar de andar y de nuevo me frenó, pero esta vez me
pegó contra él, y me dio un beso que casi me hace
desvanecer ante todos los ojos que nos miraban pasando a
nuestro alrededor.
—Te quiero, aunque no me creas.
—No te creo.
—¿Qué más quiere que hagas?
—Hazte una foto conmigo y la subes a tu perfil. Ten huevos,
valiente.
En ese momento sacó su móvil y sin dudarlo, hizo la foto
abrazándome desde atrás y la subió con un comentario que
no tenía desperdicio.
“He estado mucho tiempo muerto hasta que te encontré”
—¿Algo más?
En ese momento lo abracé y rompí a llorar.
—Me he enamorado de ti, tonto —dije como una niña
pequeña rodeando su cintura.
—Entonces soy listo, pero luego te vas a ganar una bronca.
—¿Por qué? —pregunté con tristeza.
—¿Cómo se te ocurre venir a este país sola?
—Pues me he enamorado de la vida que hay aquí, sus calles
y, sobre todo, su medina.
—A la medina iremos por la tarde más a la fresquita, pero
sigo diciendo que no deberías de haber venido sola a este
tipo de viaje.
—Eso es por abandonarme —reí.
—No haría eso por nada del mundo y, ¿sabes qué? —me
echó el brazo por mi hombro para seguir caminando.
—Dime.
—Porque antes de venir de aquel viaje ya sabía que eras tú,
lo que necesitaba para salir de mi anterior vida.
—Eso, y que te ponía los cuernos.
—Efectivamente —nos reímos.
No me podía creer que de nuevo estuviera con él, en otro
país, fuera del nuestro, ese en el que nunca habíamos
estado juntos. Parecía que nuestro amor era de esos que se
avivaban fuera de nuestro confort. Aunque lo único que
esperaba es que esta vez sí, volviera con él de la mano.
Paseamos bastante antes de decidirnos a meternos a comer
en un restaurante que tenía una pinta buenísima, además
de una decoración de lo más bonita.
Me acariciaba la mano, la mejilla, me besaba, así se pasó
durante todo el almuerzo y yo notaba que, de nuevo, me
deshacía ante ese hombre que amaba con todo mi corazón.
Tras esa comida nos fuimos al hotel y se instaló en mi
habitación, ya que tenía la maleta en la recepción.
Nos deshicimos en besos en esa cama y lo hicimos hasta
caer rendidos sin fuerzas.
Y, como no, nos levantamos flipados por la hora, ya que
eran las ocho de la tarde. Ducha, ponernos monos y a
perdernos por la medina.
Fue increíble ir por esas calles tan llenas de vida de su
mano. Paramos en varias tiendas y compré algunos regalos
para mi familia.
Siempre pagaba él, bonito era para doblegar ese ímpetu
que tenía con la tarjeta. Era lo más generoso del mundo.
Nos hicimos mogollón de fotos, disfrutamos de todo lo que
fuimos probando de cenar por esos puestos que se ponían
en cada esquina y regresamos al hotel a las doce de la
noche, de nuevo, para perdernos en aquellas sábanas,
testigos de esa pasión desenfrenada que había entre
nosotros.
Al igual que los dos siguientes días en que no paramos
quietos ni un momento, fueron increíblemente bonitos.
Capítulo 22
Lo mejor de todo fue ese regreso a España. Me llevó hasta
mi casa en coche y lo hice subir. Sí, subió a conocer a mi
familia y ni los avisé, pero la Jessi, siempre tenía un as bajo
la manga y sabía que, con mi arte, iba a entrar con buen
pie.
—No es necesario —murmuró él, intentando no salir del
ascensor.
—Joder, que te vas a tomar un cafelito, no vas a pedirles la
mano de su hija.
—Con la mía me apaño bien —murmuró bromeando y
apretando los dientes. Le di una colleja. Se la había
buscado.
Abrí la puerta y grité.
—¡¡¡Sorpresa!!!
La cara de mi abuela que se asomó la primera fue
buenísima al verme con Alex, que aún no sabía si era él,
pero por su cara lo sospechó.
—Abuela, que mi ex jefe fue a buscarme a Marruecos para
readmitirme en la empresa y subirme el cargo —aguanté la
risa, pero ella no y Alex, tampoco.
Mi padre se asomó incrédulo al escuchar mis palabras.
—No lo dejes en la puerta.
—Papá que estaba entrando ¡Qué estrés de casa!
Le presenté a toda mi familia, pero la cara de mi abuela era
lo mejor.
Lo trataron con mucho respeto y cariño, además se rio
mucho con todos nosotros.
Lo acompañé a la puerta para despedirlo y quedamos en
que pasaría por la mañana a por mí, para hablar tranquilos
de lo del trabajo y todo. Él, se iba a quedar en la ciudad en
el hotel que solía frecuentar.
Y así vendí la papeleta, como lo que mi jefe hizo por mí,
pero claro, cuando se fue, todos me sometieron a un
interrogatorio de primer grado.
Y confesé, no era solo mi jefe, era con la persona que
quería estar en estos momentos.
—Pero es mayor que tú.
—¿Y? —contesté a mi hermana con otra pregunta.
—Nada, nada —levantó las manos.
—Solo espero que no te estés metiendo en camisas de once
varas, hija —dijo mi padre apretando mi hombro.
—Todo controlado, papi —sonreí.
No había nada controlado, pero nada, pero tampoco estaba
en mal camino...
Había dado el paso de dejar a su mujer, me había venido a
buscar y volvía ser ese Alex cariñoso, además de notarle
muchas ganas de estar conmigo.
Esa tarde Alex, tenía una reunión con sus abogados que
estaban en esta ciudad y por eso quedamos en vernos a la
mañana siguiente. Eso sí, se me hizo la tarde/noche más
larga que un día sin pan. Me costó la vida conciliar el
sueño.
Y como todo en la vida llega, esa mañana llegó a por mí, y
yo bajé como una niña pequeña dando saltitos.
Pero claro, como todo en la vida, tampoco puede ser todo
perfecto y me di cuenta de que algo iba mal cuando su cara
era de pocos amigos.
—¿Y qué te pasa a ti con esa cara? —pregunté
acercándome a él, que estaba apoyado en el coche con las
manos cruzadas.
—Tenemos que hablar...
—Eso me suena a lo típico que se dicen las parejas antes de
dejarlo.
—No somos pareja —dijo en tono enfadado y lo miré con
una cara de asco que no sé si la suya se puso peor, o ya la
traía ese día de fábrica.
—Dime.
—Lo que hiciste de pasar los datos de nuestra empresa a
otros clientes, no me lo esperaba de ti. Pero déjame
decirte...
—¡Para! ¿Qué datos? —pregunté con cara de decirle que
estaba loco.
—Están enviados desde el correo personal que tú tenías en
la empresa ¡Maldita sea! ¿Quieres reconocer las cosas?
—Lo único que voy a reconocer es que eres el mayor hijo de
puta que me he cruzado en mi vida —dije, girándome para
irme y me agarró del brazo.
—O me dices la verdad, o nunca más nos volveremos a ver.
—Eso será lo mejor, que no nos volvamos a ver —tiré para
que soltara mi mano y me fui para mi casa echa un mar de
lágrimas.
¿Sería cínico el tío? Acusarme a mí, en vez de pensar que
alguien hizo algo para joderme. Me sentía asqueada con la
sensación de que él, desconfiara de mí en ese sentido.
Y lo de, no somos pareja... ¿Pues para que me busca en otro
país y me vende una moto que no es real? En fin, no sabía
si agradecer o maldecir la hora en que conocí a Alex. Vaya
daño me estaba haciendo.
En mi casa se quedaron a cuadros al verme regresar, pero
no dije nada, me encerré en mi habitación y ahí me quedé
de forma que se me llevaban los demonios.
Cogí el teléfono y llamé a Paul, sin pensarlo.
—Eres un maldito hijo de puta.
—¿Algo más? —preguntó con total frialdad.
—Claro que sí, bonito. Ojalá tú y esa zorra os comáis una
tapia con el coche y perdáis los dientes.
—¿Algo más?
—¡Qué te den por el culo!
Colgué con una rabia increíble y es que sabía que él y
Carola, eran los responsables de aquello, no tenía la más
mínima duda.
Eso sí, duda me quedaba de la inteligencia de Alex, ese que
me explicó que lo del despido y todo eso era obra de ellos,
pero claro, esto no se le pasó por la cabeza que fuera lo
mismo. En fin, que tenía menos luces...
Me pasé toda la semana encerrada en mi casa, no dejaba
de llorar y mi familia estaba preocupada de verme así,
incluso mi padre me dijo que se temía verme destrozada en
mil pedazos con alguien mucho mayor que yo.
Capítulo 23
Dos semanas desde que Alex me acusó de aquello con tan
mala baba. Dos semanas en la que me costó un mundo salir
de la habitación, pero era viernes y Carmen, vino a por mí.
—Nena, alegra esa cara que parece que se te murió
alguien.
—Lo odio, te juro que lo odio.
—Lo amas, tonta, lo amas, ojalá lo odiaras porque se lo
merece.
—Lo odio con todo mi corazón —murmuré mientras cogía el
vaso de cerveza que nos acababan de servir.
—No lo odias.
—Sí. ¿Verdad Jonny?
—No, no, por Dios —se rio, ya que ella sabía esa historia de
cómo conocí a Alex.
—Jonny, dale una colleja.
—Que arte, me acaba de enviar mi prima una ecografía, de
ese modo me está diciendo que está embarazada.
—Mándame esa foto, ya —se me ocurrió una muy gorda de
las mías.
Y me la envió mirándome asustada porque se estaba
oliendo lo que iba a hacer.
Y lo hice, mandar un mensaje a Alex.
Jessica: Te voy a hablar claro y alto. Estoy preñada de
Marruecos, debiste haber usado preservativo como te
advertí, aquí tienes las consecuencias y como te digo, no
voy a andar con rodeos. Lo primero, no quiero nada de ti
personalmente, pero sí una manutención de mil quinientos
euros por el niño y un piso en el que vivir con él. Como se
te ocurra dudar de mi noticia, me planto en el programa de
máxima audiencia, me hago la prueba allí y enseño todas
las fotos de los viajes. Ni me hables, tú preocúpate que
desde ya que no me falten los mil quinientos y tienes un
mes máximo para ponernos el piso. Ni me contestes o te
bloqueo.
Le agregué la foto y se lo enseñé a mi amiga.
—Tía… ¿Cómo se te ocurre hacerle esto?
—Calla, que es para joderlo un ratito —me reí imaginando
su cara porque ya estaba en visto.
—A ese hombre se le tiene que haber bajado la tensión por
los suelos.
—Pues que se deje caer un ratito, por mamón.
—Dios mío, lo que debe de estar pensando.
—Que piense lo que quiera, total, ya lo hizo cuando me
culpó de pasar lo de sus clientes. ¡Qué lo jodan!
—Mil quinientos euros al mes y una casa —repitió
volteando los ojos y negando para acabar en una carcajada.
Lo que nos reímos fue poco. Es verdad que me parecía una
cabronada por el mal cuerpo que se le habría quedado a
ese hombre, pero, ¿y el que se me quedó a mí, cuando me
puso en entredicho?
Pues eso, otra cervecita para el pecho por lo bien que lo
había hecho.
Y de cervecita en cervecita, terminamos en la discoteca
bailando a ritmo de Maluma y todo lo que ponían.
Nos quedamos ahí hasta las cuatro de la mañana que nos
recogimos y me fui a dormir la mona. Eso sí, caí en redondo
ya que estaba cansadísima y, cómo no, sobrepasada de
copas. Me había bebido hasta el agua de la cubitera de
hielo.
Diez de la mañana y el puñetero móvil vibrando, así que fui
a silenciarlo y me di cuenta de que era Alex, y tenía diez
llamadas suyas.
Ni dude en descolgar.
—¿No te quedó claro mi mensaje?
—Estoy abajo de tu casa. Te espero.
Y colgó, sin más. Abajo de mi casa y yo que no podía ni
levantar un músculo de mi cuerpo.
Me miré al espejo y me reí de la mala cara que tenía, pero
imaginaba que la de él, sin haber trasnochado debía ser
mucho peor.
Me duché y bajé con unas gafas de sol que ni la “Pantoja”.
—Entra por favor —me abrió la puerta del copiloto y entré.
Vaya que si entré.
Se montó y arrancó el coche saliendo de allí y nos dirigimos
a una terraza de un bar a las afueras de la ciudad. De esos
de carretera.
—¿Qué pasa, que te da miedo a que te vean conmigo? —dije
mientras me sentaba.
—Aquí estaremos más tranquilos.
Pedimos un desayuno, bueno yo me pedí dos rodajas
gigantes de pan de campo con jamón y aceite. Estaba
muerta de hambre.
—Y bien, ¿desde cuándo sabes que estás embarazada?
—Jonny, me dijo que esos vómitos eran de una persona en
estado y nada, me hice la prueba y me lo terminó de
confirmar el ginecólogo.
—¿Está todo bien?
—Divino de la muerte, vamos soy una campeona —sonreí
con ironía.
—Es mi hijo, imagino que podré hacer algo más que pasar
lo que me has pedido y poner una casa, ¿verdad?
—Te lo puedes llevar todos los fines de semana si quieres,
así vivo la vida que soy muy joven aún y a ti, esa época ya
se te pasó —su cara era un poema.
—No creo que me estés hablando en serio.
—¿No? ¿Tú me ves cara a mí, de responsabilidad? —Era
para darme un Goya a la mejor actriz.
—Puedes coger el piso que quieras o la casa de tu ciudad,
no voy a poner reparo en que tengáis un techo y vuestro
espacio.
—¿Y los mil quinientos?
—Ya tienes lo de este mes en tu cuenta, cualquier gasto
derivado de esto o cualquier cosa que necesites no dudes
en pedírmela —me estaba comenzando a dar pena.
—Yo con eso me apaño, soy muy hormiguita —murmuré
mientras el camarero nos ponía sobre la mesa el desayuno.
—De verdad, no quiero que pases por nada sola y mucho
menos que te veas sin dinero, quiero estar para todo.
—Mira, Alex, calla ya, por favor, o me va a sentar mal el
desayuno.
—Perdona…
Y me estaba sentando, joder, que era una broma y resulta
que al final, hasta se había venido arriba.
—Alex —puse la tostada sobre la mesa.
—Dime, Jessica.
—No estoy embarazada, lo hice porque estaba de
cervecitas, le pasaron una ecografía a Carmen, y se la pedí.
Quise devolverte lo mal que te has portado conmigo por
acusarme injustamente.
—Esta te la comes —me tiró la tostada a la frente.
—Pues tú también —me la quité del pecho y se la tiré.
Cogió mi tostada y se puso una en cada mano y me la volvió
a lanzar.
—Mejor, me como dos —dije, cogiéndolas y
mordisqueándola.
—¿En serio me has engañado?
—Y te he sacado mil quinientos pavos —aguantaba la risa y
seguía mordisqueando la tostada.
—Bueno, si me hubieras pedido más, también te lo habría
dado.
—¿Para callarme?
—No, por mí, puedes ir a la tele y contarlo todo, así me
vuelves a poner de actualidad que hace mucho que no lo
estoy —se rio —. Te daría la vida —se sacó algo del bolsillo
—, pero me hubieses mandado ese mensaje o no, hoy iba a
buscarte para —abrió una cajita —pedirte que te
comprometas conmigo —sacó un pedazo de anillo que
brillaba más que sus dientes.
—¿Qué me comprometa, a qué? —le tiré un gran bocado a
la tostada porque me estaba entrando ansiedad.
—A comenzar algo muy bonito, a preparar un futuro juntos,
a comenzar una nueva vida juntos desde ya. A que
recorramos un camino juntos que nos lleve al altar.
—¿Todo eso a cambio de un anillo? —volví a dar un bocado
y él, se echó a reír.
—Todo eso a cambio de que eso que comenzamos a sentir
en New York, lo hagamos realidad.
—Pero hace dos semanas dudabas de mí.
—No —se echó a reír —, fue una mentira obligada para
conseguir algo.
—Espera —lo señalé el dedo y sentí que se me bajaba la
tensión —¿Qué tú me mentiste para conseguir algo?
—Sí — arqueó la ceja.
—Explícame eso o te comes el plato —lo cogí en plan
amenazante.
—Verás, mi ex te quiso meter en un lío y Paul, dijo que
podía hacer algo con el correo y además me pusieron una
escucha en el coche. Todo eso lo averigüé porque fui más
listo que ellos y puse antes otras cosas. Fingí lo que te dije
porque sabía que me estaban escuchando y eso los relajaría
para yo hacerles la estocada final.
—No entiendo nada.
—Y que te quiero, ¿lo entiendes?
—¿Cuál era el fin?
—Cortar por lo sano y los tengo atados por los huevos. Son
personas muy toxicas y traicioneras.
—Me está dando un mareo...
—¿Pero nos comprometemos?
Fue lo último que escuché, cuando abrí los ojos estaba en el
hospital.
—¿Por qué me dijiste que era mentira que estabas
esperando un hijo mío?
—¿Dónde estoy?
—En el hospital y estás embarazada.
No volví a escuchar más nada hasta que abrí los ojos, no
me podía creer que aquella broma, se había convertido en
toda una realidad.
Epílogo
Nueve meses habían pasado de ese día en que todo se lío
de una forma increíble en aquel desayuno...
Desde ese día me fui con él, a vivir a su ciudad, luego
compramos una casa en la mía y nos instalamos allí.
Decir que habían sido los mejores nueve meses de mi vida,
sería quedarme corta, habían sido increíblemente buenos,
inexplicables.
Mi familia estaba encantada con él, y es que veían como
era conmigo.
Conocí a un Alex, atento, cariñoso, risueño, lleno de vida,
de sueños, de proyectos, pero todos junto a mí y al bebé
que estaba en estos momentos viniendo de camino.
—Empuja cariño, que ya está aquí —me apretó la mano y la
besó.
—Cállate o te juro que te ganas una hostia —grité mientras
empujaba.
Y salió, digo si salió y que a gusto me quedé.
Me pusieron en el pecho a mi Jonathan, sí, así se iba a
llamar porque se me plantó en las narices. El Jonny nos
unió y tenía que ser parte de esta historia.
Ese día solo había que mirar la cara de Alex, de lo más
emocionado y llorón. Le caían lagrimones como puños a mi
pijo favorito.
A los seis meses de nacer mi Jonny, nos casamos.
En la playa, con un escenario impresionante. Sus
familiares, los míos y nuestros amigos.
¿La luna de miel? Pues a su apartamento de New York, al
que nos fuimos un mes.
Todo era de color de rosas a su lado, lo ponía todo muy
fácil, hacía que la vida siempre tuviera un motivo para
sonreír.
Dos años después llegó Brenda, con ella formamos la
parejita, pero claro, no hay dos sin tres y dos años después
de la niña, vino Edu, no Eduardo, no, directamente Edu.
Y claro, la vida con dinero es más fácil y él, disponía de
mucho tiempo, así que me ayudó a sacar a la familia
adelante, además, teníamos una mujer de la limpieza y
cocina.
Nunca imaginé tener una vida tan plena y familiar, pero
que disfrutaba con toda mi alma. Incluso me reí cuando me
enteré de que no iban a ser tres, que volvía a estar
embarazada. Y llegó Beckam, que se me metió a mí, en las
narices ponerle ese nombre y el pobre Alex ni rechistaba.
Y ahora estoy aquí, en un lugar del Caribe al que había
venido con mi amiga Carmen, a quitarme el estrés de esa
vida de rosa en la que por muy bonita que fuera ¡Estaba
hasta el mismísimo de niños!
¿Resultado? Estresadita perdida y Alex, me regaló una
semana con mi amiga en un resort de “todo incluido”.
Me casé con el hombre perfecto, el mejor padre y amante
del mundo, ese del que me enamoré en aquel viaje, ese
que, sin saberlo, se iba a convertir en el amor de mi vida.
Eso sí... ¡Disfrutando del relax en el Caribe!
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