Las Relaciones Entre Chipicuaro

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Journal de la Société des américanistes 

92-1 et 2 | 2006
tome 92, n° 1 et 2

Las relaciones entre Chupícuaro y el Centro de


México durante el Preclásico reciente. Una crítica
de las interpretaciones arqueológicas
Véronique Darras

Edición electrónica
URL: https://journals.openedition.org/jsa/3105
DOI: 10.4000/jsa.3105
ISSN: 1957-7842

Editor
Société des américanistes

Edición impresa
Fecha de publicación: 1 junio 2006
Paginación: 69-110
ISSN: 0037-9174
 

Referencia electrónica
Véronique Darras, «Las relaciones entre Chupícuaro y el Centro de México durante el Preclásico
reciente. Una crítica de las interpretaciones arqueológicas», Journal de la Société des américanistes
[En línea], 92-1 et 2 | 2006, Publicado el 15 enero 2012, consultado el 03 septiembre 2022. URL: http://
journals.openedition.org/jsa/3105 ; DOI: https://doi.org/10.4000/jsa.3105

All rights reserved


LAS RELACIONES ENTRE CHUPÎCUARO Y EL CENTRO
DE MÉXICO DURANTE EL PRECLÂ.SICO RECIENTE.
UNA CRÎTICA DE LAS INTERPRETACIONES ARQUEOLOGICAS

Véronique DARRAS *

Las analogias estilisticasque han sido observadas entre las culturas de C hupicuaro y del
centro de México, y la idea de un papel influente de Chupicuaro, se han impuesto, desde
hacc mas de cincuenta aiios, como el paradigma que est ructura la mayoria de los
modelas propuestos para reconstituir los procesos culturales del Preclasico rcciente en
ambas regiones. Para explicar las semejanzas, estos modelas evocan generalmente
movimientos de poblaci6n, influencias de divcrsa indole, o/y contactas de tipo comer-
cial. Una revisi6n met6clica de las referencias sobre el tema revela que en va rios casos cl
registro arqucol6gico no siempre sostenta las perspectivas adoptadas. Después de un
breve recuento de la historia arqueo16gica de C hupicuaro, restituiremos las condiciones
en las cuales se han construido y modificado las principales interpretaciones. Esta
aproximaci6n permite matizar el discurso dominante que se articula en torno al
concepto de inftuencia , y rcsalta toda la complejidad y la amplitud de las escalas de
contactas y de interacciones. (Palabras claves: Mesoa mérica, Preclàsico, Chupicuaro,
Alti piano Central, movimientos de poblaci6n, contactas comerciales, influencias.)

Les relations entre C/111picuaro et le centre du Mexique m1 cours du Préclassique récent.


Une critique des interprétations archéologiques. Les analogies stylistiques observées
entre les cultures de C hu picuaro et du centre du Mexique, et le rôle moteur qu'aurait
joué Chupicuaro, se sont imposés, depuis plus de cinquante ans, comme le paradigme
qui structure la plupart des modèles proposés pour reconstituer les processus culturels
dans ces régions au cours du Préclassique récent. Pour expliquer de telles similitudes,
ces modèles mettent généralement en scène des mouvements de population, des influen-
ces de natures diverses, et/ou des contacts commerciaux. Une révision méthodique des
références sur cette problématique dévoile cependant que, dans plusieurs cas, le registre
archéologique n'est pas toujours à même de soutenir les perspectives proposées. Après
un bref rappel de l'histoire archéologique de C hupicuaro, on s'attachera à restituer les
conditions dans lesquelles se sont construites et ont évolué les principales interpréta-
tions. Cette approche permet de nuancer le discours dominant qui s'articule autour de
l'idée d'influence, et de mettre en lumière la complexité et l'ampleur
des échelles de contacts et d'interactions. [Mots clés : Mésoamérique, Préclassique,

•Archéologue, C NRS, UMR 8096, Maison René-Ginouvès (Archéologie et ethnologie), 21 allée


de l' Université, 92023 Nanterre cedex [veroniquc.darras@mae.u-paris lO.fr].
Journal de la Société des A111érica11istes, 2006, 92-1 et 2, pp. 69-110. © Société des Américanistes.

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JOURNAL DE LA SOCIÉTÉ DES AMÉRICANISTES Vol. 92- I el 2, 2006

C hupicuaro, Haut Plateau central, mouvements de population, contacts commerciaux,


influences.]

The relationships betll"een Cl111pic11aro and the Central Ilighlmul.'i of Mexico d11ri11g Late
Fomwtfre Period. A reappraisal of the arclweological i11terpretatio11s. Since more than
fifty years, the stylistic analogies observed between the Chupicuaro a nd Central
Highlands cultures, a nd the supposed influent role of Chupicuaro, appeared as the
paradigm which has structured most of the 111odels which reconstitute the Late Forma-
t ive c ultural processes in both regions. To ex plain thesi milarities, thesc models generally
refer to popula tion movcments, influences of varicd nature, and/or comercial rela-
tionships. A methodic reappraisal of the scientific background rcvca ls that in several
cases, the nature of the archaeological record is not able Io support rigorously the
proposed perspectives. After rcvisiting briefly the archaeological history of C hupi-
cuaro, this art icle will reconstruct the conditions under which the diverses interpreta-
tions have been elaborated and how they evolutionated. This reappraisal permits Io
moderate the dominant position which is articulated around the idea of influence, and
reveals ail the complexity and width sca les of relationships a nd interactions. [Key
words: Mcsoa111erica, Formative period, Chupicuaro, Central Highlands, population
movements, commercial contacts, influences.]

EL SOHPRESIVO DESTfNO DE CHUPiCUARO

Desde las excavacioncs arqueol6gicas de los afios 1940, la historia del


complejo cultural de la regi6n de Chupicuaro (Estado de Guanajuato, ver
Figura 1) ha experimentado un destina agitado, caracterizado por cambios de
orientaci6n en las interpretacioncs y ajustes de diversa indole. Tales evolu-
ciones se refieren bâsicamente al problema de sus origenes (Braniff 1965, 1972,
1996, 1998, 2000; Florance 1985, 1989, 1993, 2000), a su ubicaci6u temporal (Porter
1956, 1969; Florance 1989, 2000) y, en ténninos generales, al pape! atribuido a las
poblaciones que vivian en esta regi6n a finales del periodo preclasico. Desde hace
aiios es un hecho admitido que el conjunto cultural bautizado como « Chupi-
cuaro » 1 marc6 la pauta de los principales desarrollos del periodo clâsico, no
solo en el Bajio, el centro-norte y el norte de Michoacân, sino también en las
regiones noroccidentales (Porter 1956, 1969; Braniff 1996, 2000) y, a partir de este
lugar, en el suroeste de Estados Unidos (Haury 1945, 1976; Braniff 1975; Carot
2001). Para el intervalo de su secuencia arqueol6gica propiamente <licha (que
ubicamos ahora entre 600 a.C. y 250 d.C.), este complejo cultural también asume
papeles diversos, y en ocasiones contradictorios. Estos ùltimos se fueron defi-
niendo poco a poco, tras el establecimiento de analogias estilisticas entre ciertos
vestigios cerâmicos rccolectados en algunos sitios de las tierras allas centrales, y
los que proceden de C hupicuaro (Vaillant 1931, 1934; McBride 1969, 1974, 1977;
Heizer y Bennyhoff 1972; Sanders 1979; West 1965, Bennyh off 1966; Porter
1956, 1969; Florance 1985, 1989). El discurso dominante presta a Chupicuaro

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Dar ras CHUPJcUARO Y EL CENTRO DE MÉXICO

una posicio n influyente respecto a ciertos grupos de la cuenca de México y de Ios


actuales Estados de Hidalgo, Morelos, Puebla y Tlaxcala. Los mismos puntos de
vista también defienden la intrusion, en estas ùltimas regiones, de grupos
foraneos afiliaclos a la tradicion « Chupicuaro », la cual habria repercutido en Ios
procesos culturales de la cuenca de México (Vaillant 1931 ; West 1965; Ilennyhoff
1966; Hcizer y Bennyhoff 1972; Garcia Cook 1974; Ga rcia Cook y Rodriguez
1975 etc.). Sin embargo, a este eco ampliamente predominante, aunque no
siempre perfectamente clcmostrado, responden descle hace algunos ailos posi-
ciones diferentes, que clan cuenta de una rea lidad mas compleja (Florance 1993).
Mas alla de est os distintos enfoques, también se plantea la hipotesis de contactos
economicos: en ta! optica, C hupicuaro suele considerarse como un centro de
produccion ceramica que habria difundido a larga distancia algunas de sus
vasijas y figurillas.
No obstante, una rcvision metodica de las numerosas referencias a estas
cuestiones revela puntos oscuros asi como las incerticlumbres que persisten en
torno al fenomeno « Chupicuaro » y, en particular, accrea de la naturaleza y la
importancia de los nexos que este conjunto cultural habria manteniclo con sus
vecinos. Tales incertidumbres obedeccn, probablemcnte, a mùltiples razones, la
primera de las cuales radica en el caracter incompleto de nuestro conocimiento
a rqueologico de las sociedades preclâsicas que vivian en este vallc medio del
Lerma, no obstante que éstc se considere como el foco de la tradicion Chupi-
cuaro. Si bien estas lagunas afectan principalmente la comprension de los orige-
nes y las modalidades del poblamiento de la region, también impiden un dominio
mas satisfactorio del marco cronologico y una delimitacion territorial pertinente.
Por otra parte, las infere ncias establecidas a partir de otros contextos también
pueclen adolecer de Jas mismas lagunas, debido a los p roblemas cronologicos que
pueden persistir y a enfoques comparativos y metodologicos a veces discutibles.
Todos estos pa rametros constituyen o tros tantos obstaculos que impiden abor-
da r de ma nera sistematica la delicada cuestion de los nexos entre Chupicuaro y
sus vecinos.
Nos proponemos aq ui contribuir a la reflexion en torno a estas cuestiones,
restituyendo las condiciones en Jas que se ha construido y en las que ha evolucio-
nado el discurso arqueologico sobre Chupicuaro a Io largo de los ùltimos
cincuenta ailos. Esta retrospectiva se centra ra principa lmentc en dos aspectos: el
problema de los origenes, y las relaciones que las poblaciones de cultura Chupi-
cuaro establecieron con sus vecinos del ccntro de México, clurante el periodo
Preclasico recientc. Sin embargo, antes de revisar el tenor y el alca nce de los
discursos tradicionales, es indispensable rcpla ntear el marco de la historia de la
arqueologia en Chupicuaro.

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JOURNAL DE LA SOCrÉTÉ DES AMÉRICANISTES Vol. 92-1 et 2, 2006

RECUENTO DEL CONOCTMIENTO ARQUEOLÔGICO EN CmwiCUARO

El desarrollo de la arqueologia del periodo formativo en la cuenca de México,


durante el segundo cuarto del siglo veintc (Vaillant 1930, 1931, 1934, 1938;
Cummings 1933; Covarrubias 1943, 1950, 1957; Pi1fa Chan 1956; Noguera 1943),
y luego en los aüos 1960, condujo a la definici6n de un marco cronol6gico y
cultural cuyos principales lineamentos siguen constituyendo, hasta la fecha, los
fundamentos de toda investigaci6n arqueol6gica en las tierras altas del centra
(Bennyhoff 1966; Heizer y Bennyhoff 1958, 1972; Fletcher 1963; McBride 1974;
Sanders, Parsons y Santley 1979; Tolstoy et al. 1977; Tolstoy y Paradis 1970; West
1965, Niederberger 1976, 1986 etc.). A parte de la preocupaci6n por ordenar los
distintos eventos en el tiempo, el descubrimiento de vestigios de estilo olmeca, a la
vez en la regi6n del Golfo y en la cuenca de México, penniti6 en aquel entonces
focalizar la atcnci6n de los investigadores en un problema crucial: el de las
influencias y/o interacciones culturales y, en particular, el de los nexos que
pudieron haber existido entre las poblaciones de la cuenca de México y de otras
regiones.
En 1945 se puso en marcha un importante programa de rescate en una regi6n
situada al occidente de la cuenca de México, mas precisamente en el valle medio
del Lerma, a proximidad de la ciudad de Acâmbaro (Estado de Guanajuato).
Este programa, de gran envergadura, estuvo a cargo de Rubin de la Borbolla
auxiliado por un grupo de j6venes arque61ogos, entre los cualcs figuraban Roman
Piîia Chan, Elma Estrada Balmori y Muriel Porter Noé. Los objetivos de estos
trabajos, motivados ante todo por la urgencia de salvaguardar un patrimonio
arqueol6gico amenazado a corto plazo por la construcci6n de una presa y la
inundaci6n del valle, se inscribieron no obstante en un clima impregnado por las
preocupaciones cientificas de la época y por los recientes hallazgos de la cuenca
de México. De esta manera, el significado de las similitudes estilisticas entre el
conjunto cultural bautizado « Chupicuaro », y los vestigios materiales que
recientemente se habian descubierto en la cuenca de México, se plante6 desde el
principio.
Entre 1945 y 1947, las excavaciones realizadas en cinco localidades a proxi-
midad del pucblo ep6nimo de Chupicuaro, permitieron poner al descubierto
varios contextos funerarios, de los cuales procede, hasta la fecha , la mayor parte
de nuestros conocimientos. Si bien dichos trabajos resultaron de un compromiso
colectivo, correspondi6 a Muriel Porter (1956, 1969) la suerte y la responsabili-
dad de poder explotar la mayor parte de estos datos arqucol6gicos, de proponer
un marco cronol6gico y, posteriormente, de establecer inferencias sociocultura-
les. A pesar de algunos errores de apreciaci6n, debidos probablemente a proble-
mas estratigraficos que no comprendi6 o que eran simplemente insolubles 2, el
estudio minucioso de Porter ( 1969), basa do en comparaciones con las colecciones

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Darras C HUPIC UARO Y EL CENTRO DE MÉXICO

Fm. 1 - El ccntro-norte de México.

de la cuenca de México, permiti6 finalmente crear dos fases principales de


ocupaci6n y ubicarlas entre 500 y 200 a.C.
Los datos arqueol6gicos recabados durante estas excavaciones, de excepcio-
nal riqueza, conforman el principal corpus de referencia sobre Chupicuaro.
Después de 1947 y tras la inundaci6n de una parte del valle, la cultura Chupicuaro
pennaneci6 asociada a Ios limites de los pocos sitios explorados, auu si los muy
numerosos hallazgos ilegales realizados en el resto del valle revelaban su dimen-
sion regional. La segunda mitad del siglo xx se caracteriz6 entonces por cierto
desinterés en la regi6n, pese a algunas intervenciones aisladas, aunque muy
productivas, en esta ârea.
No obstante su problcmatica, centrada en la frontera méxica-tarasca, cl
proyecto que Shirley Gorenstein (1985) emprendi6 en 1971 cerca de Acâmbaro
(Figura 1), tuvo en particular el mérita de arrojar las primeras dataciones de
radiocarbono. A Michael Snarkis (1985), quien se dcdic6 al estudio del material
cerâmico, debemos la creaci6n de una tercera fase, denominada Mixtlan. Esta
fase abarcaria el fiual del periodo formativo y los muy tempranos iuicios del
Clasico. En el marco de este proyecto, una campa na de reconocimiento, llevada a
cabo por Helen Perlstein Pollard (1985) a proximidad de Acambaro, permiti6
asimismo localizar otros asentamiento preclasicos. A mediados de los at1os 1970,
los trabajos de Charles Florance (1989, 1993, 2000), quien habla participado en el
proyecto de Shirley Gorenstein, constituyen el primer enfoque regional sistema-
tico sobre Chupicuaro. Sus prospecciones en el sector oriental del valle de la presa

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JOURNAL DE LA SOCibl É DES AMÉRICANISTES Vol. 92-1 et 2, 2006

Solis, cerca del pueblo de Puruagüita, Io condujeron a identificar 45 sitios


preclasicos y a proponer una reconstituci6n de los patrones de ocupaci6n del
espacio, entre 600 a.C y 1OO d.C. Por otra parte, una revisi6n met6dica del
material ceramico publicado por Porter, aunada a una meticulosa comparaci6n
con su propia muestra de superficie, aport6 precisioncs fundamentales al marco
cronol6gico. Finalmente, corresponde a Florance cl mérito de haber iuiciado una
reflexi6n pertinente y de fondo sobre los origenes del poblamieuto del valle, y de
haberse esforzado por ubicar a las poblaciones Chupicuaro deulro del espacio
mesoamericano, en particular con respecto a los desarrollos contemporaneos de
la cuenca de México. Posteriormente, en 1984, los sondeos realizados por Carlos
Castaileda y Yolanda Cano en el sitio de La Virgen no arrojaron resultados de
orden cronol6gico, debido a las importantes perturbaciones ligadas a los
saqueos. Pero este aport6 una infonnaci6n importante: la existencia, en este sitio,
de un patron arquitect6nico complejo, en forma probable de patio hundido
(Castafieda y Cano Romero 1993). Finalmente, en los afios 1980 y 1990, ciertos
reconocimientos aislados a cargo del INAH permitieron incrementar el nùmcro
de ocupaciones arqueol6gicas alrededor del vaso de la presa.
Fue preciso espcrar hasta el aùo de 1998 para que se pusiera en marcha una
nueva campaii.a de reconocimiento in situ, con el objcto de apreciar las condicio-
nes reales de campo y cvaluar objetivamente el potencial arqueol6gico del valle.
Este trabajo realizado por el CEMCA 3, permiti6 poner en evidencia la magnitud
de los procesos de destrucci6n de los con textos antiguos, debido a la presencia de
la presa, al papel devastador de los saqucos y al desarrollo de los cultivos
intensivos. Pcse a esta coyuntura poco favorable, se formul6 un programa con una
fuerte orientaci6n geoarqueol6gica; desde entonces se han llevado a cabo seis
temporadas de prospecci6n y/ode excavaci6n, en los sectorcs de Puruagüita y San
José Hidalgo (Darras et al. 1999; Faugère, Danas y Durlet 2000; Darras y
Faugère 2001, 2002, 2003, 2004, 2005a, s.d.a, b etc).
Tal es, en resumidas cucntas, la historia de los trabajos arqueol6gicos realiza-
dos en la regi6n de Acambaro, donde se describi6 por primera vez el conjunto
cultural llamado Chupicuaro. Sin embargo, queda claro que los limites del valle
jamas constituyeron una frontera geocultural pertinente. En los afios 1970 y
1980, campafias de prospecci6n de superficie, realizadas por cl Salvamento
Arqueol6gico del INAH en el marco del programa Gasoducto, o coordinadas
por Enrique Nalda, en el marco del proyecto Lerma Medio, aportaron una serie
de precisiones acerca de la extension del complejo cultural mas alla de los limites
de su lugar de descubrimiento. En el transcurso de estas exploraciones se carto-
grafiaron numerosos sitios preclasicos en las regiones de La Gavia, Salvatierra y
Salamanca-Yuriria, alrededor del lago de Cuitzeo, asi como en la regi6n de
Zinapécuaro (Sanchez Correa y Zepe<la 1981, 1982a y b; Contreras Ramircz y
Duran And a 1982; Nalda 1978, 1979, 1981 ). De la misma manera, el proyecto
Atlas Arqueol6gico de Guanajuato penniti6 el registro de va rios sitios preclasi-

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Darras CHUPiCUARO Y EL CENTRO DE MÉXICO

cos (Crespo y Castar1eda 1979). Sin embargo, las descripciones de ciertas de las
colecciones ccrâmicas obtcnidas en los sitios del Estado de Guanajuato, no
pernùten detcrminar si realmente se trataba de sitios afiliados al mismo conjunto
cultural que el del valle de Acâmbaro, o si se trataba de complejos distintos, pcro
que en sus principales lineamentos compartian la misma tradicion alfarera. En
cambio, las similitudes ent re Cuitzeo, Ucareo y la rcgion de Chupicuaro, que
otros autores (Porter 1956) habian subrayado anteriormente, se confirmaron y
contribuyeron a delimitar a grandes rasgos un espacio geografico ocupado por
poblaciones con una misma filiaciou cultural y que, muy probablemente, confor-
mabau una unidad politico-territorial durante el Preclâsico reciente (veàse el
trabajo de Crespo 1991). Ademâs de estos reconocimientos de superficie, otros
proyectos, con excavacioncs o sondeos estratigrâficos, han mejorado el conoci-
miento del complcjo Chupicuaro. Los trabajos en el sitio del Barrio y Cerro de la
Cruz (Estado de Querétaro), asi como en Santa Maria del Rcfugio (Estado de
Guanajuato), refuerzan las hipotesis de una extension ciel territorio « Chupi-
cuaro » hacia el actual Estado de Querétaro y el centra de Guanajuato (Crespo
1991 , 1992; Castar1eda, Crespo y Flores 1996; Saint Charles 1996, 1998; Saint
Charles y Argüelles Gamboa 1991). El proyecto dirigido por Dan Hea lan en la
region de Ucarco sobre la problem{1tica de la obsidiana, pennitio asimismo
evidenciar una ocupacion preclâsica (en Araro y Bartolilla, Estado de
Michoacân), cuyas caracteristicas materiales se inscriben directamente clentro de
la tradicion cultural dcfinicla en el valle de Acâmbaro (Healan y Hernândcz 1999;
Hernfodez 2001 ).
Estos distintos hallazgos corresponclerian pues a manifcstaciones arqueolo-
gicas del Preclâsico recientc. Sin embargo, la historia de Chupicuaro no parcce
limitarse a estos sitios. Otros asentamientos, un poco mas lejanos, que datan por
Io geueral del final del Preclâsico y de priucipios del Clasico, también proporcio-
naron complejos ccrâmicos apareutemente ligados a Chupicuaro. Tal es el caso
ciel sitio de Morales (Guanajuato), estucliaclo en 1965 por Beatriz Braniff (1998),
y de Loma Alta en Michoacâ n (Arnauld, Fauvet-Berthelot y Carol 1993; Carol
1992, 1993, 2001 ). Para el sitio de Morales, nos referimos a los materiales de la
fase Morales, fechada entre 300 y 100 a.C., aunque el parentesco estilistico solo se
logra establecer para la fase Mixtlan, la mas tardia de Chupicuaro 4 e identificada
en todo el valle de Acâmbaro (Snarkis 1985; Florance 1989; Darras y Faugère
s.d .c). Segùu Carot (2001, p. 64), el complejo Loma Alta, cscncialmente durante
sus dos primerasetapas (Loma Alta 1yHa, 100 a.C. - 250 d.C.), aparececomo un
heredero de la tradiciou Chupicuaro. Asimismo, la expansion hacia el norte se
dcsprenderia de ciertos hallazgos cerâmicos en los Estados de Jalisco (Cerro
Encantado) y de Zacatecas (Juchipila, Tunal Grande), que recuerdan el material
de la fase Morales (Bell 1974; Jiménez 1995).
En conclusion, si bien esta resena apunta hacia la falta de programas a rqueo-
logicos de envergadura en el valle considerado como el foco de la cultura

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JOURNAL DE LA SOCIÉTÉ DES AMÉRICANISTES Vol. 92-1 et 2, 2006

Chupicuaro, también resalta los apories de trabajos realizados en otras regiones,


los cuales plantean el problema crucial de la extension geografica de la« cultura »
y de la « tradici6n » Chupicuaro a Io largo del Preclasico reciente y del Clasico.
En Io concerniente a los datos arqueologicos de las regiones del centro de
México relacionados con nuestra problematica, disponemos de varias referen-
cias, las cuales fueran objeto de una excelente sintesis por parte de Harold
McBride {1969). Este autor establece un inventario de las localidades que pra-
porcionaron vestigios relacionados con Chupicuara, independientemente de su
ubicacion temporal. Con posterioridad a esta fecha, otros hallazgos han venido a
enriquecer dicha lista, no solo en la cuenca de México, sino también en la zona
Tlaxcala-Puebla (Garcia Cook 1974; Garcia Cook y Rodriguez 1975; Trejo 1975;
Guevara Ruisefior 1975) 5 . Finalmente, varios trabajos mâs recientes en estas
mismas regiones continùan ampliando el inventario. En la actualidad, ùnica-
mente para las regiones del altiplano central (cuenca de México y regiones
adyacentes), nuestras investigaciones bibliograficas han localizado 29 sitios o
sectores del Preclâsico reciente, que estarian relacionados con la tradici6n Chu-
picuara 6 • La lista de estos sitios, que seguramente no es exhaustiva 7 , aparece en
el cuadro anexo y en la Figura 2.

LA EVOLUCJÔN Y LA JNCERTIDUMilRE DE LOS DJSCURSOS

Como acabamos de ver, los descubrimientos arqueologicos de 1946 en el valle


de Acambaro se interpretaron con base a supuestas relaciones interregionales las
que no pueden ser admitidas sin discutir. En efecto, desde el establecimiento de
las analogias estilisticas y la eleccion de un punto de vista articulado en torno al
concepto de « influcncia », se ha concedido poco espacio a la reflexi6n critica y
razonada 8 . Sin embargo, no se puede menos que reconocer que la gran diversi-
dad de contextos, aunada al nùmero de referencias y comparaciones obligadas
con una tradici6n cerâmica de la cual Chupicuara constituiria la pieza clave,
termin6 creando una amalgama compleja. Esta amalgama, que puede abarcar
escalas temporales y espaciales muy amplias y reunir indiscriminadamente ves-
tigios de distinta indole, ha venido generando confusiones e inferencias a veces
abusivas. El carâcter apraximado de ciertos discursos en torno a la idea de
movimientos de poblaciones, a las nociones de influencia, de semejanzas estilis-
ticas, de comercio, e incluso de interacciones ideol6gicas, nos recuerda hasta qué
punto el registra arqueo16gico se encuentra a veces incapacitado para proveer
herramientas de medida pertinentes de estos distintos conceptos. Por otra parte,
como muy tempranamente Io sefialara Florance (1989, p. 625; 2000, p. 24), han
surgido posiciones opuestas, segùn fueran concebidas éstas desde la region del
Bajio o, al contrario, desde las regiones del centra (cuenca de México, Tlaxcala,
etc.). Finalmente, cabe sefialar que Ios cambios que se propusieran en las inter-

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F·::.": Aro::i tomtorbl oprox1mnda do t:l:i pobl:w:lono1 11. Regi6n de Tula 25. San Fransisco Acatepec 0
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do euttur:t Chupleu:1ro? 12. Atitalaquia 26. T-24
13. Tulancingo 27. T-263 ""&j.
14. Teotihuacan 2 8. San Angel ~
-.l 29. Cuernavaca (5
-.l 0

FIG. 2 - Mapa con los sitios q ue presentan materiales relacionados con Chupicuaro (cuenca de México y âreas circundantes) .
JOURNAL DE LA SOClÉTÉ DES AMÉRICANISTES Vol. 92-1 el 2, 2006

pretaciones relativas al valle de Acambaro, siempre se apoyaron en un corpus


arqueologico inmutable, a saber las excavaeiones de los ailos 1940, las colecciones
ceramicas procedentes de sondeos y analizadas por Snarkis ( 1985) en los a11os
1970, o las coleceiones de superficie de Puruagüita constituidas en 1975.
Como quiera que sea, parece ser que la validez de estos discursos solo podra
ratificarse o matizarse cuando estemos en condiciones de oponer al co1pus de
referencia, datos arqueologicos actualizados y variados, procedentes de contex-
tos estratigraficos perfectamente controlados. Actualmente existe demasiada
incertidumbre en torno a los aspectos cronologicos, las modalidades de la
supuesta expansion de los materiales « Chupicuaro », o aun la legitimidad de
ciertas correspoudencias estilisticas, como para justificar y fijar de una vez todas
las posiciones actuales.

Origenes ffuctuantes

Las condicioncs del surgimiento de la cultura Chupicuaro en la region del


valle medio del Lerma, permanecen desconocidas. En ténninos generalcs, la tesis
de un desarrollo aut6ctono nunca gozo de verdadera aceptaci6n, y prevalecio
mas bien la idea de una colonizacion. Los trabajos pioneros, realizados entre 1945
y 1947 (Porter 1956, 1969), asi como las posteriores temporadas de sondeo que se
llevaron a cabo en 1973 (Gorenstein 1985), no permiticron evidenciar alguna
ocupaci6n anterior al Preclasico superior. El analisis de Jas colccciones de super-
ficie, a cargo de Charles Florance (1985), va en el mismo sentido. En su primera
publicaci6n, del ailo de 1956, Muriel Porter guardo cierta reserva: si bien seüalo
la ausencia de vestigios anteriorcs a la fasc Ticoman (es decir, anteriores a
500 a.C.) en las colecciones que ella exanùn6, al mismo tiempo puntualiz6 que no
se hallaba en condiciones de probar que estos no existian. Sin embargo, en su
segunda publicaci6n (Porter 1969, p. 7), ella evoc6 el caractcr tardio del desar-
rollo Chupicuaro ( « The Prec/assic occupation of this Lerma ri1•er area must have
taken place as early as 300 B. C. but probably 1101 111uc/1 be/ore»); agrcg6 que,
debido a la fuerte ocupacion que prevalecia en la cuenca de México durante el
Prcclasico temprano y medio, no se podia descartar que la rcgi6n de Chupicuaro
hubiese sido poblada por grupos procedentes de la cuenca misma, quienes
habrian progresado a Io largo del rio Lerma (ibid., pp. 8-11). Asimismo, esta
autora opina que esos grupos pudieron haber llevado consigo sus tradiciones
ccramicas y sus cultos. Scgùn Porter, la colonizaci6n de la region habria ocurrido
entre 400 a .C. y 300 a.C., Io cual corresponderia a la fase Ticoman lll o Cuicuilco
III para la cuenca de México (segùn Heizer y BennyhoIT 1972), es decir, en cl
momento preciso en que se observan en algunos sitios, particularmcnte en
la region de Cuauhtitlan, cambios muy claros en las tradiciones ceramicas y
analogias con Chupicuaro (McBride 1974, p. 256). En una primera clapa, las
hipotesis de Porter fueron retomadas por algunos autores, en particular por

78
Darras CHUPICUARO Y EL CENTRO DE MÉXICO

Beatriz Braniff (1965, p. 15), quien considero que la ausencia de vestigios mas
antiguos en el Estado de Guanajuato sugeria una entrada tardia desde las
regiones del centra. Posteriormente, esta misma autora (Braniff 1972, p. 40)
propuso que el poblamiento de las regiones en las cuales se manifiestan vestigios
ceramicos relacionados con la tradicion de Chupicuaro, habria ocurriclo mas
bien en el transcurso del Preclasico media y seria un derivado de la eultura
Tlatilco. Finalmente procedio a una revision completa de su posicion inicial al
observar las corresponclencias estilisticas entre El Opeüo, Capacha y Chupicuaro
(pero también Tlatilco). En esta ùltima version, los inicios de la tradicion cultural
Chupicuaro datarian, segùn ella, de 800 a.C. aproximadamente, y Chupicuaro
seria « 1111 heredero directo de aquel complejo de Occide11te » (Braniff 1996, p. 60;
1998, p. 77).
En su tesis doctoral, en los afios 1980, Charles Florance (1989, pp. 623-626;
2000, p. 24) analizo las clistintas hipotesis existentes en torno a los origenes del
poblamiento de la region de Chupicuaro, y seüalo las contradicciones que éstas
contenian. A este investigador debemos un tratanùento metoclico ciel problema, a
partir de comparaciones sistematicas entre sus colecciones de superficie, cl corpus
de Porter, los materiales recolectados en la cuenca de México y los materiales
procedentes ciel Occidente, en particular del Estado de Jalisco. Este enfoque
estuvo motivado, en parte, por cl a fan de corroborar o invaliclar los cliscursos en
boga en la euenca de México (Florance 1989, p. 683), fomentados entre otros por
Bennyhoff. Desafortunadamcnte, los distintos cambios ocurridos, entre 1985 y
2000, en su vision ciel problema se dieron a partir del mismo c01p11s arqueologico.
En un primer momento, Florance (1985, p. 45) adopto las primeras sugerencias
de Porter y estimo que Chupicuaro debia considerarse como parte de un sistema
estatal en plena expansion, cuyo corazon se habria situado en Cuicuilco y que
habria tenido una dimension militar. Sin embargo, las posiciones que este mismo
autor (Florance 1989, pp. 663, 682) aclopto en su tesis ya estaban mas matizadas:
de hecho, tomaba en cuenta otros modelas, en particular el de un posible
desarrollo autoctono ode una expansion descle el Occidente, especialmente desde
Jalisco, en el transcurso del Preclasico medio (durante Ja fase San Felipe, ibid.,
p. 673). Fue en sus publicaciones posteriores cuando Florance (1993; 2000)
propuso un punto de vista mas categorico. Su refiexion se articulo entonces a
partir de una revision del inagotable co11ms de Porter y de nuevas comparaciones.
Con base en este trabajo, estima que, durante la fase Chupicuaro temprano, se
hab ria prod ucido un poblanùento del va lie a partir del Occidente (Florance 2000,
p. 29).
Las ftuctuaciones que se observan en estos distintos discursos, traducen por
supuesto las incertidumbres de sus autores e ilustran los limites del co1p11s
arqueologico sobre el cual se fundamentan. Cabe observar en particular que la
propuesta de Porter, en 1956, y luego en 1969, a saber, una colonizacion a Io largo
del Lerma desde la cuenca de México, durante la fase Ticoman III, se contrapone

79
JOURNAL DE LA SOCIÉTÉ DES AMÉRIC ANISTES Vol. 92-1 et 2, 2006

a una corriente q ue le es, no obstantc, contemporanea y que fue iniciada por


Vaillant, y lucgo sostenida por Bennyhoff, Heizer, McBride o Sanders.
En efecto, del lado de la cuenca de México los puntos de vista fue ron
clabor{111dose dcsde perspectivas distintas. La adopcion de una postura t'mica que
otorga a Chupicuaro un papel predominante so bre cicrtos sitios, e incluso una
posible intrusion fisica en la cuenca, parcce descartar de entrada la hipotesis
inicial de Porter de alguna colonizacion del Bajio procedente de esta region, por
Io mcnos durante cl Preclasico reciente. Sin embargo, contrariamente a Io que
sefi ala F lorance (2000, p. 24), ni Bennyhoff, y ni siquicra McBride, declararon
que concebian Chupicuaro como el fruto de un proceso a utoctono. En efecto,
sus hipotesis acerca de una posible intrusion en la cucnca desde cl Bajio, no
revelan en absoluto sus opiniones acerca de las modalidades del desarrollo
cultural de C hupicuaro. E n realidad, es preciso reconocer que la posicion de los
investigadores que trabajan en la cucnca de México, no los ha conducido real-
mente a interrogarse acerca del poblamiento y el desarrollo de una region que
supuestamcnte fue el origen de ta ntos y tan drasticos cambios en su a rea de
estudio.

;, U11a i11trnsi611 chupicuarefia en la c11e11ca de Jvféxico y sus alrededores?


A partir de la década de 1930, se evocaron rei teradamente vinculos entre la
region de Chupicuaro y la cuenca de México y se adopta rapidamente la hipotesis
de unos flujos migratorios. Los primeros paralelos estilisticos y Jas primeras
hipotesis emanaron de Georges Vaillant (1930, pp. 136- 137; 193 1, pp. 332, 362-
363): a l dar a conocer el resultado de sus excavaciones en Ticomau, este autor
comparo cuatro figurillas recogidas en su sitio y clasificadas como H4 de acuerdo
con su tipologia, y otras presentes en abundancia en la region de Chupicuaro
(Figuras 3 y 4). Cabe recordar sin embargo que a finales de los afios 1920 la
ceramica recolectada en esta ùltima rcgion seguia considerândose como pertene-
cientc a la cultura tarasca, mot ivo p a r el cual el establecimiento de correlaciones
continuaba siendo diftcil (Mena y Aguirre 1927). Por consiguiente, Vaillant
relaciono, de manera prudente y mùs am plia, Jas fig urillas H4 y sus derivados con
complejos culturales que se habria n desarrollado en los Estados de Morelos
(Figura 4), Querétaro o G uanaj uato. Al proceder de esta manera, so breentendia
el carâcter exogeno de estas figurillas en la cuenca de México, aunque sin brinda r
mayores precisiones. Fi nalmente, los cambios drâsticos observados, a nivel mas
global, en las tradiciones cerâmicas de las fases Cuicuilco Ill y Tico man III, Io
condujeron a sugerir la existencia de eventuales afi nidades étnicas entre Ticoman
y C uicuilco. Segùn Vaillant (1935, pp. 62-64), ciertos grupos proccdentes del
norte o del noroeste habria n colonizado una parte de la cuenca de México,
especialmente Cuicuilco, y habrian llevado consigo tradiciones cerâ micas perfec-
tamente establecidas. Dcsde 1935, a unque sin mencionar posibles migraciones,

80
Darras CHUPlcUARO Y EL CIJNTRO DIJ !\IÉXJCO

0 3cm

Fm. 3 - Figurilla de lipo H4 proccdentes de las excavaciones del sitio JR 24 - La Trouera (proyecto
Chupicuaro CEMCA).

Noguera evoc6 especificamente a Chupicuaro como probable origen de las


manifestaciones culturales de la fase Teotihuacan 1.
Como es sabido, las ideas pioneras de Vaillant fueron retomadas y desarrol-
ladas por West (1965), Bennyhoff (1966, p. 20), Heizer y Bennyhoff (1972, p. 99).
Por Io que puede dcducirse de los escritos de estos au tores, las incursiones en la
cuenca se habrian producido por lo menos en dos ocasiones, a principios del
Preclâsico reciente y a finales de este periodo. Segùn ellos, la penetraci6n de la
cuenca desde el norte y el noroeste habria ocurrido primero durante la fase
Ticomân 1 (o Cuicuilco 1) 9 , es decit~ entre 600 y 500 a.C., sin apories significati-
vos de poblaci6n durante los siglos posteriores (Bennyhoff 1966, p. 20); sin
embargo, habria ocurrido una renovaci6n de los contactos durante la fase
Ticoman IV (o Cuicuilco IV; 200-100 a.C.), la cual se habria manifestado a través
de un incremento de los clementos de estilo Chupicuaro (en particular, las
figurillas H4, los recipientes con pedestal, etc.; Heizer y Bennyhoff 1972, p. 1OO;
Müller 1990, p. 256). En la opinion de Müller, la aparici6n de los elementos
Chupicuaro remontaria a la fase Cuicuilco III, es dccir, entre 400 y 200 a.C.
Finalmente, para Heizer y Bennyhoff, el colapso de Cuicuilco y los trastornos que
marcan cl final del periodo prcclâsico (fascs Tezoyuca y Patlachique), estarian
parcialmente relacionados con una presi6n extrema procedente del norte y del
noroestc, es decir, de Chupicuaro (Bennyhoff 1966, p. 21). Mas tarde, McBride
(1974, p. 256) se adhiere también a esta idea, al plantear que el sitio de San
José Cuauhtitlan habria sido colonizado por grupos estrechamente vincula-

81
JOURNAL DE LA SOCIÉTÉ DES AMÉRICANISTES Vol. 92-1 et 2, 2006

FIG. 4 - Figurillas de tipo H4 procedentes de Gualupita, Morelos


(seglm Vaillant 1934, figura l l , p. 43)
A-C: tipo H4a, comprada en Gualupita
D: tipo H4a-c, lipo de transiciôn, comprada en Gualupila
E-G: lipo H4b, comprada en Ticoman
H: lipo H4b, lrinchera D, carte 1- Il, excavaciones en Gualupila
1: lipo H4c, lrinchera A, excavaciones en Gualupita
J: lipo H4c, lriochera C, excavaciones en Gualupila Il
K-L: lipo H4c, comprada en Gualupita
M: lipo H4d, 1n·ncl1era C, carte IV, excavaciones en Gualupila
N-0: lipo H4d, obsequio del Sr. Bourgeois
P: tipo H4d, comprada en Gualupita

82
Darrns CHUPJCUARO Y 13L CENTRO DE MÉX ICO

dos con Chupicuaro, durante la fase C uicuilco III, es decir, a partir de 400 a.C.
No obstante, en una publicacion posterior McBride (1977, p. 389) precisa que el
fluj o migratorio habria procedido de la region de Tula, donde se hab rian encon-
trado figurilla s H4d 10 . Por su parte, Sanders, Parson y Santley (1979, p. 104),
interpretaron inicialmente el matcrial ceramico de los 13 sitios Tezoyuca como la
posible expresion de uua intrusion étnica que, de acuerdo con las sugerencias de
West, podia proceder de Chupicuaro. Posteriormente, la complejidad de los
contextos en que aparecia la ceramica de la fase Tezoyuca (fechada tentativa-
mente de 300-1 OO a .C.), los llevo en considerar que el problema Tezoyuca no
podia contentarse de esta (mica explicacion. A su vez, los trabajos de Pifia Chan
y Parcyon (Pareyon 1961) en el Cerro del Tepalcate les hicieron evocar, entre
otras hipotesis, la posibilidad de una presencia chupicuarcfia en el luga r. F inal-
mente, las investigaciones realizadas en los aù.os 1970 en la region de Tlaxcala y
Puebla, permitieron identificar varias similitudes con la tradicion Chupicuaro
(Figura 5). Estos nexos, que suelcn explicarse en términos de influencia o de
interrelaciones, se habrian acentuado también durante la fase Tezoquipan (300-
100 a.C.; Garcia Cook 1974, p. 13) . Sin embargo, en dos casos se plantea la
hipotesis de una verdadera presencia en la region de grupos foraneos afiliados a la
tradiciou Chupicuaro, en particular para los sitios de Gualupita de las Dalias y
T288 (Ga rcia Cook y Rodriguez 1975, pp. 6-7).
Coma se advierte, estos puntos de vista, elaborados desde el alti piano central
se articulan en torno a la idea de una intrusion fisica de grupos de filiacion
Chupicuaro, probablemente originarios del valle medio del Lerma: tal intrusion
podria haber ocurrido a distintas escalas - desde un fiuj o migratorio de gra n
envergadura, hasta desplazamientos de menor im portancia - y de acuerdo con
distintas modalidades temporales. Aunque Bennyhoff sugiere que a la primera
colonizaci6n, entre 600 y 500 a.C., no le sucedieron apories demograficos impor-
tantes, si hemos de creer a McBride y Ga rcia Cook, a iras irrupciones habria n
ocurrido después de 400 a .C., es decir durante la fase Cuicuilco III. Ademas, si
bien Bennyhoff no Io expresa claramente, la presi6n extrema procedente del
norte y del noroeste, que ocurre dura nie la fase C uicuilco IV, es decir, a partir de
200 a.C., también podria vincula rse con o tro movimiento de poblaci6n desde esta
ùltima region. Como quiera que sea , la hipotesis de un movimiento poblacional
desdc el Bajio durante la fase T icoma n I, no es incompatible, a priori, con la de
F lorance y Braniff quienes, como Io vimos mas a rriba, terminaron at ribuyendo a
las poblacioncs preclasicas del valle med io del Lerma, un origen occidental. Estos
distintos planteamientos describiria n, por Io tanto, un avance desde el Occidente
hasta el Bajio, entre los siglos vrn y v1 a.C. y, postcriormente, hacia la cuenca de
M éxico, a partir del siglo VI a.C.

83
JOURNAL DE LA SOCLÉTÉ DES AMÉRICANISTES Vol. 92-1 et 2, 2006

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3cm
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FIG. 5 - Figurillas <le tipo 114 procedentes de lasexcavaciones de Gualupita de las Da lias (segim Garcia
Cook y Rodrigucz 1975, figuras 27, 28, 29).

84
Dar ras CIIUPÎCUARO Y EL CENTRO DE MÉXICO

Entre influencias y reciprocidad. ..


lLa cuenca de México bajo inflnencia?
Al lado de la corriente que favorece la idea de flujos migratorios, existe,
aunque de m anera menos dcfinida, la hip6 tesis de una infiuencia masiva que se
habria dado en el ambito de la a lfareria. Ya desdc 1969, McBride (1969, pp. 33-
38) recordaba que se contaba con suficientes cvidencias arqucol6gicas como para
postular la existencia de una tradici6n alfarera Chupicuaro dotada de eno rme
fuerza, que habria ejercido infiuencia en gra n parte del Centro y Centro-No rte de
México, entre 500 a.C. y principios de nuestra era. Una vez que los distintos
protagonistas de los aiios 1960 hubieron ma rcado la pauta, ta l fue, en términos
generales, la iuterpretaci6u que adopt6 la mayoria de los investigadores a quicnes
toc6 observar correspondencias entre sus m ateriales y los materiales caracteris-
ticos de Chupicuaro. En el estad o actual de la iuformaci6n, uuos 29 sitios
aparecen mencionados en la literat ura con influencias del Occidente, y en parti-
cular de Chupicuaro (Figura 2). Siu embargo, pocas publicaciones aportan las
precisiones necesarias acerca de la naturaleza y la intensidad de esta supuesta
influencia. Ademas, ciertos vinculos se establccieron, al pa recer, de mancra un
tanto apresurada, sobre la base de vagas semejanzas que merecerian certificarse.
En fin, en numerosos casos la ubicaci6n cronol6gica de estas manifestaciones no
es nada segura. En consecuencia, si abarcamos la totalidad del marco crono l6-
gico de referencia y si admitimos que el conjunto cultural llamado « Chupi-
cuaro » efcctivamente dio origen a los distintos clementos que compo nen su
tradici6n ceram ica - Io cual, a nuestro pareccr, aùn falta dcmostrarse - , uno debe
de preguntarse a través de cuales mcdios se habria ejercido su infiuencia. De esta
literatura se dcsprende que el a porte de Chupicuaro se habria ejercido di recta o
indirectamente, a través de la propagaci6n de su estilo ceramico y/o a través de la
difusi6n de productos manufacturados.
E n Io que toca estrictamentc a la idea de una propagaci6n del estilo « chupi-
cuaro », el tcnor de la informaci6n recogicla en la literatura nos autoriza a
vislumbrar va rios escenarios posibles, los cuales, una vez mas, se fundamentan
ùnicamente en la ceramica:
- La insta laci6 n de grupos chupicuareîios en la cuenca de México a prin-
cipios de la fase Ticoman 1, y quizas durante las fases Cuicuilco HI y IV,
implicaria la idea de que éstos debieron reproducir, y quizas impo ner en su nuevo
habitat sus propias tradiciones ceramicas. La fuerza de estas ùltimas habria
afcctado profunda y directamente a las demas producciones locales. Tal seria el
caso de sitios como C uicuilco, Ticoman, San José C uau ht itla n, G ualupita de las
Dalias, T 288, y El Cerro del Tepalcate (Vaillant 193 1; Bennyhoff 1966; Heizer
y Bennyhoff 1972; M cBride 1974; Garcia Cook y Rodriguez 1975; Müller 1990).

85
JOURNAL DE LA SOCIÉTÉ DES AMÉRICANISTES Vol. 92- 1 et 2, 2006

- A partir de este esquema evolutivo que supone una intervencion dirccta y


permite discernir varias polos en la cucnca de México, podemos emitir la hipo-
tesis de un fe nomeno de expansion en forma de mancha de accitc. Ciertas
poblaciones que a priori nada tcnian que ver con el complejo cultural del valle
medio del Lerma, podrian haber recibido una influencia indirccta, quiza a través
de sitios tales como Cuicuilco o Ticoman. La influencia de C uicuilco como centro
regional, podria haber alentado esta expansion est ilistica. La incorporacio n de
elementos exogenos o, en ciertos casos, la adopcion mas general de nuevos
conceptos ceramicos, habrian desembocado en la formacion de un estilo local
propio, sin q ue este proceso fuera acompaii.ado de contactas directos. Los
complejos ceramicos que parecen derivarse de la tradicion Chupicuaro bien
podrian haberse constituido en el marco de un proceso consciente de imitacion ,
apropiacion e identificacion o, al contrario, en el marco de una incorporacion
paulatina mucha mas inconsciente.
- También el consumo de productos manufacturados importados directa-
mente de Chupicuaro, y cl éxito que se les atribuyo, podria haber generado en los
luga res abastecidos imitaciones fieles y reinterpretaciones loca les con la forma-
cio n progresiva de un estilo propio.

Como se ve, estas posibles esquemas cvolutivos colocan a la cuenca de México


y sus arcas vecinas bajo el signo de una influencia , y evocan mas bien un flujo
unilateral o mayorita rio, de personas, conccptos alfareros y bienes desde Chupi-
cuaro. Sin embargo, otros modelos describen contactas de distinta indole que
suponen mayor reciprocidad.

El caso de la region de Puebla-Tlaxcala


Generalmente, los trabajos realizados en la reg1on de Puebla-Tlaxcala
durante los ai'ios 1970 interpretan la presencia de elementos de cstilo C hupicuaro
como el resultado de una influencia externa. Si bien los protagonistas piensan que
la influencia del Occidente, y en particular de Chupicuaro, habria generado
simultaneamente imitaciones fieles y/o reinterpretaciones locales de conceptos
ceramicos, también optan por la idea màs general de un intercambio (Ga rcia
Cook 1974, p. 11) o de interrelaciones con sus propias repercusiones en el
Occidcntc (Guevara Ruisei'ior 1975, p. 138). Asi, segùn estas trabajos, el surgi-
miento de nuevos elementos, tales com o ciertas figurillas y las orejeras solidas, a
partir de la fase Texoloc (800-300 a.C.), apareceria como un indicio de ta les
contactas con el Occidente (Garcia Cook ibid. ). Estos se habrian iniciado durante
el Preclasico media y habrian pcrdurado hasta el C lasico, y se expresarian a través
de un proceso dinamico de transculturacion en ciertos ambitos de la cultura
material y de la esfera ideologica.

86
Darras CHUPicUARO Y EL CENTRO DE MÙXICO

La regi6 n de Acambaro, lCentro 1•ers11s pcriferia?


En la parle este del valle de Aca mbaro, aparentemente los datos no pareccn
soslcner la prceminencia de C hupicuaro sobre las tierras altas cent ra les, como la
plantean los discursos elaborados desde la cuenca de México. Al contrario, las
perspcclivas de F lorance (1989; 1993; 2000) describen una situaci6n m<1s com-
pleja basada sobre un a reciprocidad dcsig ual, donde interactuan factorcs mùlti-
ples. Corno Io indica claramente el titulo de su ùltimo articulo, este a utor plantea
sus postulados en términos de centro 1•ers11s periferia (Florance 2000). Sus
ùltimos dos trabajos (Florancc 1993; 2000) 11 rcafirman y desarrollan una pos-
tura que ya se encontraba esbozada en su tesis, a sabcr, la hip6tesis de una
preeminencia de la cucnca de México sobre C hupicuaro en el momento de su
apogeo. En efecto, a l comparar cl grado de desarrollo de estas dos regio ncs,
Florance ( 1993, p. 25) deduce que la primera se hallaba en condicio ncs mas
favorables que C hupicuaro para ocupar una posici6n asccndente, particular-
mentc en materi a de intcrcambios con las regiones adyaccntes. En 1992, Florance
(2000, p. 29) considera que los primeros contactos significativos entre las pobla-
cioncs preclasicas del va lie medio del Lerma y las de la cuenca de México, sefialan
cl inicio de la fase Hamada Chupicuaro: esto Io cond uce a hacer reajustes en su
marco crono16gico, pues propone ubicar esta fase en el intervalo 400-150 a.C. Sin
dejar de defender la idea de relacio nes reciprocas, cl autor o pina que, clura ntc la
fase Chupicuaro, estos contactos fueron intensificandose y tuvicron importa ntes
consecucncias para el va lie med io del Lerma. Segùn Florance (1993, p. 30; 2000,
p. 29), los entierros de El Rayo, descubiertos en 1946, rcllejarian la naturaleza y la
mag nitud de este contacto, en particula r a través de la aparici6n de nuevas fo rmas
ceramicas 12. Este mismo autor habria recolectaclo, duraute sus prospecciones en
Puruag üita , en los sitios JR 9 y JR 10, algun os tiestos domésticos que scrian
diagnôsticos del Preclasico superior de la cuenca de México(« outflaring ri111 witli
m1 interior c/1m111el al or near tlie lip », véa nse las comparacio nes con Vaillant
1931), asi como dos fragmeutos de figurillas a las que relaciona con el ti po 1
Chima lhuaca n (Florance 1989, pp. 569-571 ; 2000, p. 29), (Figura 6). Sobre la
base de estas evidencias arqueolôgicas, consideradas como sustancia les, F lorance
(2000, p. 31) dcsarrolla un modclo en el cual sugiere que la regi6 n de Chupicuaro,
Cil aq uel enlonces, habria gravitado en la o rbita de la Cuenca de M éxico, y que las
élites locales habrian fo rtalecido s us posicio nes a l acccder a la ccono mia de la
cuenca de México y al identi1ica rsc con el sistema idcol6gico de sus dirigentes. De
esta ma nera, considcra que las vasijas y las figurillas de la cuenca de México se
habrian convertid o en simbolos manipulados por las élites locales con el objeto
de afia nzar su estatut o y que deter minados sitios de la cuenca habria n fungido
como intermediarios entre ambas regio ncs. En su trabajo de l 993, F lorancc va
aùn m as lejos, cuando sugiere que las estructuras politicas de la cuenca de
México, en particular las de Cuicuilco, pod ria n haber conducido a la fundaci6n
de un asentamiento en la parte o riental del valle de Acambaro; a este respecto,

87
JOURNAL DE LA SOCIÉTÉ DES AMÉRICANISTES Vol. 92-1 et 2, 2006

O
- 3cm

rIG. 6 - Figurillas del tipo 1 Chimalhuacan, recogidas en recolecciones de superficie en el sitio JR 9 por
rlorance (segùn Florance 2000, figura 2.8, p. 30).

menciona los sitios JR 9 y JR l 0, cerca de Puruagüita (ibid., p. 30). Paralela-


mente, la cuenca de México habria experimentado una cada vez mayor depen-
dencia con relaci6n a las producciones ceramicas del valle media del Lerma: la
creciente demanda de recipientes pintados, bicromos y policromos, habria esti-
mulado las producciones locales, generando asi un periodo de prosperidad. En el
registra arqueol6gico local, los efectos de esta presi6n econ6mica se manifes-
tarian a través del surginùento de nuevos elementos ceramicos, del incremento de
las vasijas monocromas (rnenos codiciadas por la gente de la cuenca de México)
y de una disminuci6n general en la calidad de las producciones.
Finalmente, sus comparaciones con las regioncs occidentales Io conducen a
interrogarse sobre el impacto de la politica de Cuicuilco hasta las tierras altas de
Jalisco. Para ello evoca la semejanza entre las estructuras circulares con cinco
gradas de la fase Arena) (los g11ac/1i111011to11es, véase Weigand 1985; 1993; 2000)

88
Darras CHUPÎCUARO Y EL CENTRO DE MÉXICO

y la arquitectura de Cuicuilco. Coma Io acabamos de ver, desde el va lie media del


Lerma las posiciones son pues diferentes: describen una preeminencia de la
cuenca de México, y en particular de Cuicuilco, sobre Chupicuaro, al mismo
tiempo que subrayan la creciente dependencia de esta primera rcgion en relacion
con la segunda. Si nos adherimos al modela de Florance (2000, p. 30), podcmos
imaginar que el impacta de Chupicuaro en la cuenca, mcdiante la propagacion de
su estilo dentro de Jas producciones locales (todo ello durante la fasc Chupîcuaro,
400-150 a .C., segùn la cronologia de este autor), se habria visto favorecido y
reforzado por la distribucion masiva de productos m anufacturados en un marco
fomentado y controlado por las estructuras dirigentes de Cuicuilco. Si bien el
enfoque de Florance reviste particular interés, sus a rgumentas no deja n de
prestarse a discusion.

t !11 tercambios eco116111icosfforecientes?


De forma paralela a los modelas que pintan movimientos de poblacion o/y
influencias de distinta modalidad, se considera simultaneamentc Chupicuaro
como un centra de producci6n alfarera que habria difundido a larga distancia sus
vasijas y figurillas. Como Io acabamos de ve1~ las hip6tcsis de Florance reposan
sobre la idea de flujos desigualitarios entre la cuenca de México y el valle de
Acambaro. Por una parte, las estructuras politicas de Cuicuilco, quiza represen-
tadas fisicamente por grupos de individuos instalados en la parte este del valle de
Acâmba ro, habrian controlado la distribucion de los productos, velando por el
abastecimiento de ceramicas bicromas y tricromas, asi como de figurillas H4, en
la cuenca de México; por otra, solo las élites chupicuarciias habrian tenido acceso
a ciertos bienes de la cuenca de México.
Con todo, Ios datas disponibles para las regiones del Centra no pareccn dar
cuenta de la abundancia subyacente al moclelo de Florance. Es cierto que varias
publicaciones se refieren a procluctos que serian resultado de transacciones
comerciales. La mayo r parte de estas elementos ya ha n sido ampliamente set'\a-
Iados y discutidos, particularmente por Porter (1956; 1969), luego por McBride
( 1969). Sin embargo, es preciso hacer hincapié en su nùrnero poco elevado: de los
29 lugares citados en el cuadro anexo, solo 8 habrian arrojaclo este tipo de
indicios. Ademâs, estas interpretaciones generalmente se estableccn a partir de
apreciaciones subjctivas, sin cl apoyo de anâlisis met6dicos de aspectas tecnol6-
gicos y petrogràficos. Por otra parte, cabe observar que estas indicios nunca
aparecen aislados, sinoque siempre figuran dentro de colecciones ya emparenta-
das con la tradici6n Chupicuaro. En Cuicuilco y en Ticomàn, la mayor parte de
los recipientes de tradicion Chupicuaro serian de fabricaci6n local, mientras que
tan solo algunos podrian resultar realmente de una adquisicion comercial: un
fragmenta negro y rojo sobre bayo en Ticoman (Vaillant 1931, p. 290) (Figura 7),
algunos ticstos bicromos blanco sobre rojo en Cuicuilco. Los trabajos de Müller

89
JOURNAL DE LA SOCIÉTÉ DES AMÉRICANISTES Vol. 92-1 et 2, 2006

FIG. 7 - Tiesto proccdentc de Ticoman y considerado como el produeto de una transaccion comercial
con el àrea de Chupicuaro (redibujado de Vaillant 1931, plate LXXVI, figurai, p. 386).

( 1990), por su parte, mencionan la prcsencia de grupos cedunicos intrusivos, de


tradici6n Chupicuaro, aunque sin precisar si se trata de producciones ex6genas o
locales. En 1934, las excavacioncs de Gualupita, en el Estado de Morelos,
brindaron a Vaillant la oportunidad de reafirmar el estrccho parentesco cultural
con Chupicuaro. Sin embargo, este autor menciona un solo tiesto, pertenecicnte
a un recipiente rojo sobre bayo, que podria provenir clirectamente de Chupicuaro
(Vaillant 1934, p. 83). Por otra parte, pese a los cambios en las tradiciones
cerâmicas que habian empezado descle la làse Cuicuilco I , y a la aparici6n ciel
grupo de figurillas a las que Vaillant clenomin6 H , las figurillas del tipo H4 solo
llegaron a imponerse realmente clurante la fasc Cuicuilco IV, es decir, entre 200 y
100 a.C. 13 (Heizer y Bcnnyhoff 1972, p. 100; Müller 1990, p. 256). Segùn estos
au tores, una parte de estas figurillas poclria resultar de transacciones comerciales,
mientras que otras serian de fabricaci6n local. Por su parte, cl sitio de Tlapacoya
habria proporcionado vasijas (Figura 8) y figurillas H4 similares a las de Chupi-
cuaro, que fueron interpretaclas como imitaciones locales (Barba de Pii1a Chan
1956; 1980, p. 88). Sin embargo, ciertas vasijas, consideradas como funerarias,
habrian sido importadas directamente de Clrnpicuaro (ibid., lamina 15). A su vez,
McBride (1969, p. 36) afirma que algunas figurillas H4 halladas en Cuauhtitlân
estân elaboradas en un estilo muy puro, Io cual rcvelaria sin lugar a cludas que
fueron fabricadas en su regi6n de origen. Se trataria de un total de 9 piezas
(cuatro cabezas, una grande y dos pequcfias figurillas completas, y dos otros
fragmentos - McBride 1974, p. 328), todas procedentes de contextos no contro-
lados (halladas en los montones de desechos produciclos por los tabiqueros).
Paralelamente menciona otras figurillas de estilo H4, 8 en total, que revelarian
mas bien una influencia de Chupicuaro (ibid., p. 398). Por otra parte, este autor
menciona 4 ticstos recolectados en los niveles fechados del final de la fase

90
Darras CH UPicUARO Y EL C ENTRO DE MÉXICO

17m. 8 - Rccipientes procedentcs de las excavaciones de Tlapacoya que pr.:sentan forma s de cstilo
Chupicuaro (scglin Piiia Cha n 1956, figura 15).

Cuicuilco III, que podrian resultar de una transaccion comercial (ibid., pp. 318-
319): Figura 9. E n Tepeji del Rio, Cook de Leonard (1956-1957) sefiala ta mbién
la presencia de dos recipientes hallados en un contexto funerario, que pod rian
proccder de la region de Chupicuaro. En cambio, la ausencia de datos context ua-
lcs acerca de los clos recipientcs hallados aparentcmente en Teotihuacan y men-
cionaclos por Linné (Figura 10), no permite establecer inferencias al respccto
(citado en McBride 1969). En fechas mas recientes, se habrian descubierto en las
excavaciones de San Miguel Amantla vestigios cerâmicos susceptibles de haberse
adquirido mediante interca mbio (Castillo Mangas, Cordoba Barradas y Ga rcia
Châvez 1993). Finalmente, el sitio de Cerro El Tcpalcate merece particular
atencion. Situado al oestc de la cuenca, este lugar fue excavado por Piila C ha n y
Pareyon en 1949, y arrojo elevadas cantidades de tiestos de estilo Chupicuaro
(Pa reyon 1961). De acuerdo con Porter (1956; 1969), estos tiestos no pueden
distinguirse de los que se encucntran en Chupicuaro, Io que nosotros pudimos
confirmar después de haber tenido la oportunidad, en 2003, de examinar algunos
ejemplares. Pcsc a un estudio pctrogrâfico de las pastas (Howel 1956, p. 57 1), no
fue posible determinar su origen, aun cua ndo la hipotcsis de Porter, perfccta-
mente plausible, es la de una distribucion desdc Chupicuaro. Como quiera que
sea, este sitio es probablemente en donde las colecciones ceramicas prescntan
mayores similitudes con C hupicuaro: si éstas no resultan de intercambios comer-
ciales, puede plantcarse la posibilidad de una presencia chupicuareifa en cl sitio.
Finalmcnte, para concluir sobre este punto, cabe setlalar que ciertos autores
prudentemente precisan que su mucstra ceramica portadora de un estilo C hupi-
cuaro cvoca una indudable influencia, interrclaciones, o una presencia fisica in
situ, sin que ello implique relacion comercial a lguna. Tal es el caso, en particular,
para distintos con textos de las regiones de Tlaxcala y Puebla (Guevara Ruisefior

91
JOURNAL DE LA SOCIÉTÉ DES AMÉRICANISTES Vol. 92-1 et 2, 2006

3cm

FIG. 9 - Tiestos procedentes de San José Cuauhtitlan fechados de las fases IV y V que podrian ser
productos importados dcsdc Chupicuaro (rcdibujados de Mcllridc 1974, plate 29, p. 289).

Fro. 10 - Recipientes miniaturas de barro encontrados cerca de Teotihuacan e intcrprctados como


productos importados dcsdc cl ârea de Chupicuaro (Linné 1942, p. 175, reproducido en
McBridc 1969, p. 36).

92
Darras CHUPicUARO Y EL CENTRO DE MÉX ICO

1975; Garcia Cook y Rodriguez 1975). E n estas regio nes, parece ser que el grupo
de figurillas H se arraiga durante la fase Texoloc (800-300 a.C.) y que la presencia
del tipo H4 se afirm a durante la fase sig uiente (fase Tczoquipan, 300-100 a.C),
aunque su estilo es considerado coma puro y sem ejante a los especimenes del
va lie de Acâmbaro (Figura 5).
Las informacio nes disponibles hasta 1998 14 en el valle de Acambaro que
podrian sustentar intercambios comerciales son escasas. Ya en 1956, Muriel
Porter subrayaba esta carencia de datas relevantes. Sin embargo, si cxaminamos
los m ateria les procedentes de las excavaciones de 1946, esta autora seiiala la
presencia de algunas figurillas que podrian ser intrusivas y resultar de transac-
ciones. C uatro de ellas se asemejan al tipo H5 de Vai llant cuya presencia discreta
se m anificsta en los niveles correspondicntes al final del pcriodo Ticoman,
procediendo dos de ellas de Azcapotzalco. Par otra parte, Muriel Porter (1956,
p. 559) les atribuye también a lguna semejanza con ciertas figurillas de jadeita
halladas en Teotihuacan.
Con otra perspectiva, si seguimos las hip6 tesis de F lorancc, la preeminencia
de Cuicuilco en este mismo va lle habria pennitido a las élites locales tener acccso
a productos de prestigio. De acuerdo con las propucstas de este a utor (Florance
1993; 2000), el sector de Puruagüita en particular habria ocupado una posici6n
privilegiada debido a su ubicaci6n geografica. Esta zona habria fungido coma
interfaz entre el resta del va lle y la cuenca de México. Coma Io hemos visto,
Florance elabo ra su modela a partir de las semejanzas de dos fragmentas de
figurillas con el tipo TChimalhuacan 15 y, a partir de la forma de algunos bordes
de tiestos de allas domésticas, cuya mo rfologia se asemeja a ciertas manifes-
taciones de la cuenca de México (para las fases Tezoyuca/Chimalhuacan).
Sin emba rgo, est os indicad o res materiales merecen ser discutid os.
D e hccho, la correspondencia estilistica que el autor establece con los tiestos
y las figurillas de la cuenca de México, no descansa en un estudio de las pastas o
de los acabados, y en consecuencia el autor no esta en posibilidades de demostrar
que se trata de productos importados o, por el contrario, fabricados localmente.
Es por o tra parte necesario cuestionarsc para saber si la naturaleza misma de
estas marcadores (tiestos de a llas burdas no decoradas y d os fragmentas de
figurillas) es suficiente para sustentar su idea de que las elites consumian bienes de
prestigio y manipulaban simbo los impo rtados para asentar mas eficientemente
su poder.
E n resumen, la escasez de los elementos de comparaci6n demuestra de cuan
poca informaci6n disponemos para habla r de circulaci6n de recipientes cerami-
cos o figurillas de la regi6n de Chupicua ro al Centra de México y viceversa. Coma
se vi6, los sitios donde pudo haberse producido este tipo de contacta no son
uumerosos y las cantidades de tiestos involucrados, cou excepci6n de aquellos del
Cerro del Tepalcate, son reducidas. Por Io tan to, cabe preguntarse si estas datas
a rqueol6gicos reflcjan alguna realidad, a sa b e 1 ~ que la circulaci6n de productos

93
JOURNAL DE LA SOClÉTÉ DES AMÉRICANISTES Vol. 92-1 et 2, 2006

manufacturados fue poco significativa, o bien si, por motivos de distinta indole,
ellos no reflejan la verdadera magnitud de los contactos comerciales. En este
sentido, es preciso interrogarse acerca de la pertinencia del criterio de densidad
cmno instrumento de medici6n del grado de las interacciones econ6micas e
interesarse mas en la naturaleza de los objetos. De hecho, aùn resta ria demostrar
que todos estos objetos son efectivamente productos de importaci6n, y no
articulos de fabricaci6n local, Io que implicaria vinculos de otra indole.

Las 1111e1•as perspecfÎJ'{IS brindadas por el proyec to Cliupicuaro

Los trabajos arqueol6gicos emprendidos en 1998 en la parte oriental del valle


de Acâmbaro ofrecen la oportunidad de contribuir nuevamente a las reflexiones
en torno a la problematica de los nexos de Chupicuaro con sus vecinos y
sobretodo con la cuenca de México. De hecho, algunos datos penniten hoy dia
matizar o, al contrario, asentar varias de las hip6tesis propuestas desde hace
cincuenta aiios 16 . De acuerdo con Ios postulados de Florance (2000), se podia en
particular esperar que el registro arqueol6gico del sector de Puruagüita tradujera
la posici6n privilegiada de esta zona. No obstante esta espera, hay que constatar
que los vestigios materiales recolectados por el proyecto Chupicuaro en esta
ùltima area, pero también en el sector de San José Hidalgo, no permiten captar
con claridad las modalidades y los efectos de los posibles contactos con la cuenca
de México y sus alrededores, por Io menos durante el periodo comprendido entre
400 y 200 a.C. 17 •
En primer luga1~ los datos recabados parecen excluir la hip6tesis de un avance
inicial desde el Centro de México. Las excavaciones no revelaron elementos que
remontarian al Preclasico temprano y medio, y eso apoya la hip6tesis de un
poblamiento tardio de la zona probablemente durante el siglo VI a.C. (Darras y
Faugère 2005b). Si bien el origén geografico de la poblaci6n no esta establecido
con certeza, la puesta en evidencia en el valle mismo de una arquitectura monu-
mental de planta circular, en forma de patio hundido, asi como de practicas
funerarias que se inscriben en la tradici6n de las tumbas de tiro (Darras y Faugère
2004; 2005a), sin olvidar las semejanzas estilisticas en la alfareria, nos conduce en
establecer un parentezco indudable con las culturas del Occidente (Darras y
Faugère s.d.b).
En segundo lugar, en los estratos arqueol6gicos correspondientes a la primera
parte de la fase Chupicuaro reciente (entre 400 y 200 a.C.), no registramos
indicadores que nos permitieran evocar intercambios econ6micos con la cueuca
de México. En las colecciones ceramicas, no encontramos vasijas o figurillas que
podrian haber sido importadas o que podrian testimoniar de una influencia
estilistica. Por ejemplo, en la ceramica de factura burda (utilizada para coccr y
almacenar), no hallamos tiestos de olla que presentaran los rasgos descritos por
Florance (1989, pp. 569-571) y que estuvieran relacionados con tipos de olla de la

94
Darras CHUPlcUARO Y EL CENTRO DE MÉXICO

cuenca de México. Por otra parte, y en contra de Io que el observ6, la ceramica


mon6croma fina del sitio JR24 represeuta una proporci6n menas elevada que la
ceranùca decorada (el 5 % contra casi el 10 % de la muestra rccogida). Esta
superioridad nùmerica de la ceramica decorada es constante durante toda la fase
Chupicuaro recicnte y en todos los sitios explorados. Eu cuanto a las figurillas, las
que constituyen la gran mayoria del corpus son del tipo l-14. A menas que futuros
estuclios aporten datos nuevos, la informaci6n actual apunta la ausencia de tipos
ex6genos y se caracteriza por tradiciones estilisticas muy locales. En el ambito de
la inclustria de obsidiana, observamos una economia dirigida hacia los yacirnien-
tos locales, en particular la Sierra de los Agustinos (Estaclo de Guanajuato: Cruz
Jiménez 2005), y una ausencia notoria de navajas prismaticas, presentes no
obstante eu los con textos correspondientes de Cuicuilco y Ticomau.
En realidad, los primeros indicios que testimonian de contactas no son de tipo
comercial, pues conciernen la arquitectura. En 2004, la excavaci6n de una cons-
trucci6n cuadrangular de 22 metros de lado, que forma un patio hundido,
permiti6 hacer observaciones similares a las efectuadas por Castaùeda y Cano eu
el sitio vecino de La Virgen. La introducci6n del coucepto cuatripartita en la
arquitectura hacia el fin de la fase Chupicuaro tardio (entre 200 y 100 a.C.),
después ciel uso de plantas circulares, traduce una evoluci6n que podria traducir
nuevos contactas y una incorporaci6n mas perceptible de los c6digos mesoame-
ricanos vigeutes en las regiones situadas mas al oriente (tal como en Morelos,
Tlaxcala, Puebla etc). A partir de 200 a.C., y aunque esto sucedi6 de un modo
paulatino, las poblaciones Chupicuaro aparentcmente dejan de edificar patios
hundidos circulares en bencficio de patios hundidos cuadrangulares orientados
haeia Ios puntos cardinales (Darras y Faugère 2005b; s.d.b et c). En esta
perspectiva, es interesante hacer hincapié que los cambios perceptibles entre
200 y 100 a.C. eu el vallc de Acambaro, coinciden con un incremento, en Cui-
cuilco, pero también en las regioncs de Tlaxcala y Puebla , de los elementos
propios del estilo Chupicuaro (Heizer y Bennyhoff 1972; Müller 1990; Garcia
Cook 1974; Garcia Cook y Rodriguez 1975). Si bien los cambios en la arquitcc-
tura constituyen el primer indicio claro de contactas con el Centro de México, los
cuales se acentuaran después, hay que esperar la fase Mixtlan (0-250 d.C.) para
que se observeu verdaderos indicadores de tipo comercial: uno de ellos es la
aparici6n en el valle de Aca mbaro de la navaja prismatica de obsidiana verde
translùcido o gris/negro translùcido 18 aunque en cantidades muy reducidas.
Cou todo, los hallazgos, fruto de las investigaciones recientes en la parte
oriental del va lie de Acambaro, aùn no han pennitido precisar la naturaleza y la
amplitud de sus nexos con cl Centra de México. En el estado actual de la
informaci6n, no existen pruebas materialcs de contactas comerciales duraute la
fase Chupicuaro reciente, pero si durante la fase Mixtlan, o sea a partir del
siglo 1 d .C. En cambio, las transfonnaciones que afectan la arquitectura a partir
de 200 a.C. revelan una evoluci6n profunda de la socieclad chupicuareîia, en

95
JOURNAL DE LA SOCIÉTB D ES AMÉRICANJSTES Vol. 92-1 et 2, 2006

relacion probable con los desarrollos cultu ra les contempora neos del Centro de
México.

CoNCLUSIONES

El asunto de las relaciones de Chupicuaro con la cuenca de México y areas


vecinas durante el Preclùsico reciente sigue siendo embrollado a ca usa de nume-
rosas incognitas. La revision critica de Ios discursos vigentes conduce a adopta r
una vision prudente que matiza los modelos propuestos. Para interpretar ciertos
vestigios materiales, vimos que esos discursos se refieren, y a veces simultanea-
mente, a diferentes procesos o nociones: movimientos de poblacion, redes de
circulacion de productos manufacturados y, mas rotondamente, a« influencias »,
ejercidas en particular en el ambito de las producciones ccra micas. Mas rare-
mente entreven los contactos como dinamicas culturales interactivas. De cierta
manera, la diversidad de las propuestas acerca del fenomeno Chupicuaro revela
que las modalidades de difusion de sus tradiciones alfareras se dieron por
mùltiples vias y ritmos, en temporalidades igualmente diferentes, y pueden
resultar de la simbiosis de varios factores. La presencia de vestigios ceramicos
considerados como « puros » que podrian haber sido im portados de Chupicuaro,
en sitios ya afiliados a la « tradicion » Chupicuaro, ilustra de manera perfecta la
diversidad de las escalas de contactos e influencias.
Con todo, la hipotesis emitida en la década de 1960 la cual supone la llegada
a Cuicuilco de grupos chupicuareüos durante la fa se Ticoman 1, continùa siendo
un modelo ex plicativo fuerte. En efecto, no esta excluido el que, llevado por el
impulsa de una primera colonizacion del Bajio, otro flujo, de menas envergad ura,
habria progresado mas lejos, hasta la Cuenca de México 19 . En este caso, ambas
regiones habrian sido colonizadas por poblaciones de origen comùn y misma
identidad cultura l, pero que habria n evolucionado posteriormente para dar paso
a expresiones regionales propias. Porque, pese a numerosos rasgos comunes, las
tradiciones de cada region a l parecer presenta n diferencias que no pueden
confundirlas.
Por otra parte, queda evidente que ciertos produetos elaborados en C hupi-
cuaro circularon en la cuenca de México y las regiones circundantes. Es de
lamentar que la literatura no refieje adecuadamente las modalidades de esta
circulacion y que no estemos en condiciones de evaluar su magnitud real. L a
intrusion mils clara de elementos « Chupieuaro », tales como las figurillas H4 a
parti r de la fase Cuicuilco IV, es deci r, entre 200 y 100 a.C., podria corresponcler
a un ineremento de las interacciones de tipo economico. Por su parte, la aparicion
de navajas prismaticas verdes en el valle de Acambaro durante la fase Mixtlan
(0-250 d.C.) podria corroborar este modelo. Fina lmente, la distribucion de pro-
ductos Chupicuaro en los sit ios de la fase Ticoman podria también haber

96
Darras CHUPICUARO Y EL CENTRO DE MÉXICO

suscitado procesos de imitacion y dado lugar a un fenomeno de moda, el cual se


habria traducido en la progresiva propagacion de elementos estilisticos Chupi-
cuaro dentro de las producciones locales, alentando finalmcnte la conformacion
de un estilo propio.
A finales de cuenta, para tratar de abordar de manera rigurosa el problema de
las relaciones de Chupicuaro con el centro de México, en un plan tanto eco-
nomico como ideologico, o a través de movimientos de poblacion, es, por
supuesto, indispensable precisar el marco cronologico, y cerciorarse - en parti-
cular mediante estudios tecnologicos y anaJisis petrograficos y geoquimicos de las
pastas y pigmcntos - de que las muestras ceramicas en cuestion corresponden a
iutercambios comerciales o producciones locales. Si queda indispensable que el
registro arqueol6gico arroje nuevos elementos para mejorar nuestra vision del
problema, estamos seguros de que el corpus puede producir mas informacion.
Pero eso solo puede concebirse mediante una revision metodica que permita
asentar bases de comparacion firmes, en particular a través de la aplicacion de
parametros de descripcion ùniformes, la pucsta en consideracion sincrona de los
demas aspectos de la cultura material, y un examen dirccto y sistematico de las
difercntes colecciones. En definitiva, las diferentes eventualidades examinadas en
este articulo apoyan la idca segùn Ia cual los grupos que vivian en el Centro-Norte
de México gozaron de especial renombre por su produccion ceramica. Las
excepcionales productividad y creatividad de los alfareros chupicuarenos,
aunadas a la seleccion de colores cspecificos, habrian desembocado en la confor-
macion de un repcrtorio estilistico particularmente rico, acabado y personali-
zado. *

• Manuscrit reçu en novembre 2005, accepté pour publication en juin 2006.

NOTAS

1. En el presente trabajo, Jos términos « cultura Chupicuaro », « complcjo Chupicuaro » o «Chu-


picuaro »a secas se refieren exclusivamentc a los dcsarrollos culturales del periodo Prcclasico rcciente,
e n la regi6n del va lie mcdio del Lerma, y del centro-nortc en gcncral (regi6n de Ucareo, Querétaro). En
cambio, usamos el término « tradici6n » o « estilo Chupicuaro » para des ignar conjuntos ceramicos
que fueron hallados en otras partes, a veces de otros periodos, pero que se inscriben dentro de un
concepto estilistico que rccucrda, en distintos grados, los materialcs ceramicos elaborados en Jas
rcgioncs arriba mencionadas.
2. En las nuevas investigaciones que se vienen dcsarrollando desde 1998, nos vemos confron-
tados, en cada temporada, a la extrema complejidad de los contextos estratigrâficos correspon-
dientcs a la ocupaci6n Chupicuaro. No rcsulta, pues, sorprendente, que los métodos de exploraci6n
que se aplicaron hace casi 60 allos, no hayan permitido u1H1 interpretaci6n optima de la estratifica-
ci6n.
3. Ccntro de Estudios Mexicanos y Cent roamericanos en México. El proyecto Chupicuaro
cuenta con financiamicnt o del ccntro Nacional de la lnvestigaci6n Cientifica (CNRS, Paris) y del
Ministcrio de los Asuntos Exteriorcs. Es dirigido por Véronique Darras y Brigitte Faugère.

97
JOURNAL DE LA SOC IÉTÉ DES AMÉRICANISTES Vol. 92- 1 et 2, 2006

4. Los ultimos trabajos rea lizados µor el CEMCA permiten a hora ubicar los inicios de esta fa sc a
principios de la cra y su fin hacia 250 d.C. (Darras y Faugère s.d.c).
5. Actualmente, cxislen nuevos proyectos en Tlaxcala y Puebla q ue reafirman las observaciones
hechas en los arlos 1970 acerca de similitudes cstilisticas con cl cent ro-Occidente. Ver por ejemplo los
trabajos rea lizados actua lmente en cl marco del proyecto (UCLA) « lnvestigaciones del Formativo en
la regi6n de Apizaco, Tlaxcala » di rigido µor Richard Lesure.
6. N6tese que los 13 sitios « Tczoyuca »se agrupan aqui en una sola unidad.
7. Por cjcmplo, Jonathan G uevara Ruisenor (1975, p. 146) public6 un mapa de la rcgién Puebla-
Tlaxca la, el cual comprende 62 sitios arqueolégicos que estarian relacionados con las culturas del
Occidenlc, d urante las fa ses Texoloc, Tczoquipa n y Tena nyccac, es dccir, en tre 800 a.C. y 650 d.C.. Sin
embargo, este a utor no aporta precisién a lguna en cuanto a la temporalidad, la naturaleza de los
vinculos y la regién prccisa con la cua l se habrian cstablecido tales vinculos.
8. C ha rles Flora nec es uno de los muy pocos a u tores que discutieron la pertinencia de los modelos
propuestos, ponicndo en tela de juicio sus primeras hipétesis de trabajo. Dcsafortunadamcnte, sus
revisioncs conccptualcs sicmpre se apoyaron en el mismo corpus a rqucolégico.
9. Esta intrusion seria perceptible a través de una cerâmica incisa sin soporte roja sobre amarillo,
y de las figurillas de tipo E (He izer y Bennyhoff 1972, p. 99).
10. Los arqueélogos que trabajan actualmente en la regié n de Tula, Osvaldo Stcrpone y Juan
Carlos Equihua, dicen no haber logrado identificar este tipo de cvidencia.
11 . En rcalidad, el arliculo publicado en 2000 fu c rcdactado en 1992 y pre.senta idcas q ue Florancc
retom6, precisfmdolas, en su trabajo de 1993. Por consiguicnte, para scguir la evolucié n del pensa-
miento de Florancc es necesario rcspetar la cronolog[a de sus cscritos, y no las fechas de sus
publicacioncs.
12. Estos nucvos elementos cerâmicos sedan, entre otros: los soportcs mamifo rmes, las bases
anulares, las bases en fo rma de pedc.stal, los recipicntcs c ilindricos y los recipicntcs compuestos as[
como, por supucsto, la categoria de figurilla 1-14.
13. Sin embargo, Müller (1990, p. 256) scriala la presencia de figurillas de gran tamarlo del
tipo H4.
14. Fecha en q ue iniciaron los trabajos de campo del proyccto Chupicuaro (CEMCNCN RS).
15. En realidad, una de estas « figurillas » parece ser un fragmento de soporle a ntropomorfo
hueco.
16. Un articulo sobre el tema de los ncxos de Chupicuaro con sus vccinos, con un cnfoque
particular hacia las aportaciones recicntes de nuestros trabajos arqucol6gicos, esta actualmentc e n
prcnsa (Da rras y Faugère s.d.b).
17. Los trabajos arqueolégicos y numerosos fec hamienlos radiocronométricos han pcrmitido
precisar el marco cronolé gico y proponcr las divisioncs siguientes: fasc Chupicuaro tcmprano (600-
400 a.C.), fase C hupicuaro rccicnte (400- 100 a.C.), fase de transicién (100 a.C.-0), fa sc M ixtlan
(0-250 d.C.). De acuerdo con nuevos hallazgos, la fa sc Chupicuaro rcciente pudo scr subdivida en dos
subfases (400-200 a.C. y 200- 100 a.C.) (Darras y Faugère 2005b; s.d.b y c).
18. La obsidiana verde provicne del Cerro de las Navajas, Pachuca. El origen de la variedad
gris/negro aùn no ha sido determinado.
19. Si estas poblacio nes hubiesen transitado por el va lie de Toluca, seria de suponersc q ue habrian
dejado huellas de su paso. Sin embargo, Gonzalcz de la Vera observa en este va lie una baja demogrâfica
signifkativa d urante la fase Ticom;\n. En cambio, dicho trânsito pod ria haberse realizado 111;\s a l nor tc,
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Soponcs m4miformcs y en forma de ..: pics lOOd.C.) proceden1cs de esa regi6n occidentol del 0
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de :ir:ù\o • Occidcntc- Gu:inajuato-MichoacGn: no solo
Va..;ijas nrrii"onad:is pensar en un:\ fucrtc influcnci:-i cultural de ~-
Plotos tripodes. Occidentc. sino hobl:tr yo de grupos de ::l•
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Tezoquipon de superficie
(300 o.c.. ~
IOOd.C.\ ·"'
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g
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~
~
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Tccomntcs
Motivos ~ com étricos
Sorba de Piila Chon: 6 tiguriUas H4
2 tigurillns E2 (Piila Chnn 1980. p. 82)
Orejcrns s61jdas (Gamcz Etcmod 1993.p. 19)
Dur.ulle Io fasc Cuicuilco: Chupfcuaro
polkromo. H4
Un recipicntc tricromo tripode decorodo con
la técnico ol frcs<:o. muy parc:cido a un
rccipicntc ncgro policromo del cnticrro 1S de
Chupfcuoro.
Te20yuco. Hidolgo ( 13 Ccr'.unico otiliodo o Io trndici6n Chupicunro <.Prcc!Gsico Rccokccioncs Sonder< cr of.: 104 hip6tcsis iniciol S:indcrs. Parsons y Sontlcy 1979
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West: Av:mz.ada ~ tnica qu~s proccdcntc
de ChupCcuaro.
Complcjo dcriv:tdo de la trndici6n
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cstilo Chupfcuaro es poco clora. McBridc 1969 c:
Ticstos pcrfcctamcnte: simil:trcs 3 los de
ChupCcuoro. Sin embargo. no se idcntitic6
~
0
una ccr:1mic:i. fino monocrom:i.
Café policromn : Ncgr:1 policroma ><
SoPoncs en forma de.: pics de ar.uia » . tri
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(')
suocrior
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e::i..
suocrior

Atit:1faqui:l. Hido.lgo Vnriontes de tigurilla H4. Prcclisico - SC Reyn> Robles 1971 i:::
suocrior ~
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México dcsconocido McBride 1969 >
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a.
Tccomatc poljcromo efigic :;o
Comcrcio. McBridc 1969
Tecomate trloodc rojo/crema. ()
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México Cajctcs con soportes m:unfformes Ill inOuencin de Chupfcuoro. McBride 1969
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...,
Figurillas H4. Vaillant: ncxos cstilfsticos indud:iblcs;
opinn que cl complcjo cultural de Ticom:ln ~
provienc del cxtcrior. Pucbb? Morelos?
Queré1'lro?
Vaillont: recipicntc clé policromo
impor1'ldo de ChupCcunro.
Porter: mis tarde. ooina Io mlsmo.
Zac:itcnco. Esmdo de V:i...-;ij.:is que susiercn nexos con Chuprcuaro. Tico~n E.xc:iv:icioncs McBridc : influencio de Chupfcuaro para cl sr V'1illont 1930
México Ill inicio de J:i fa....-;c Ticom!in. McBridc 1969
Gu:ilupita. Morelos Fnsc Gualupita ll: Ticom~ Exc.a.v:icioncs Similitudes culrur:lles con Chup îcuo.ro. sr V:tillant 1934
Soportcs mamiformcs muy similarcs n los de m Rcl:icioncs. McBride 1969
Chuplcuaro. un ticsto rojo sobre café
procedcntc de un recipiente tripode. figurillas
H4a y H4d. dos de los cunlcs son idénticas a
las de Chuofcuaro. ~
Tufa. H idalgo Figurillns H4d. RccoJcccioncs Comcrcio McBridc 1969
de superficie
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Tulnncingo. Hidalgo Vasijas policromas. Prcclisico lnflucncia de Chup(cuaro Müller 1956 !l
supcrior McBridc 1969 J'.J
Tcpotztllin. Morelos Ocho tigurillns H4c. - Colecci6n Ploncartc y Nav:irrctc 1911 N
privnda 8
Cucrn:-a~ Morelos Unn tii;urilla H4a. Colccci6n Plancartc y Navnrrctc 1911
Privndn
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