Dios Te Esta Sonando La Narracion Como
Dios Te Esta Sonando La Narracion Como
Dios Te Esta Sonando La Narracion Como
Costica Bradatan
El punto de partida de mi ensayo es la paradoja que el filósofo, poeta y novelista español Miguel de
Unamuno (1864-1936) plantea—en su ensayo “Vida de Don Quijote y Sancho” (1905)—al afirmar que
Don Quijote, el personaje de Cervantes, es más real y auténtico que el mismo Miguel de Cervantes. Así,
tras discutir este planteamiento y analizar las implicaciones de un ingenioso recurso literario que
Unamuno emplea en su obra de ficción “Niebla” (1914), propondré las posibles repercusiones filosóficas
que los conceptos literarios de Unamuno tienen en la interpretación de la identidad esencial del ser y de
la naturaleza de la condición humana en general. El ensayo está dividido en tres partes: 1) la primera
segunda parte trata principalmente el Capítulo XXXI de “Niebla” de Unamuno; y 3) en la parte final se
discute la visión de Unamuno con respecto a que la relación entre el ser humano y Dios posee, para ser
exactos, la misma naturaleza que la relación entre el autor literario y los personajes ficticios que él crea.
Además, intentaré situar la visión de Unamuno dentro del contexto global de la historia de la ideas así
1.
“En rigor, no puede decirse que Don Quijote fuese el hijo de Cervantes” (Unamuno 1958: III, 852). Esta
es una de las ideas principales que aparece, en varias formas distintas, en la obra Vida de Don Quijote y
Sancho de Miguel de Unamuno. Desde el punto de vista de Unamuno, un personaje como Don Quijote es
una criatura demasiado compleja, profunda y auténtica como para ser un simple producto de la
imaginación de una persona. Y mucho menos de la imaginación de Cervantes. La mayoría de las veces
Unamuno es bastante crítico con la aproximación de Cervantes a sus propios personajes. Unamuno
increpa a Cervantes por dejarse llevar en demasía por su arbitrariedad, prejuicios y envidia a la hora de
crear sus personajes, y por haber malinterpretado el significado real de los personajes de su libro:
No creo deber repetir que me siento más quijotista que cervantista y que pretendo libertar al
Quijote del mismo Cervantes, permitiéndome alguna vez hasta discrepar de la manera como
Cervantes entendió y trató a sus dos héroes, sobre todo a Sancho. (Unamuno 1914: 7)
Por así decirlo, Cervantes como persona no cumplió las altas expectativas creadas por el Cervantes autor,
ocasiones, Unamuno incluso llega al punto de usar un lenguaje tan duro como el que se revela en sus
comentarios sobre la versión de Cervantes del “caso de los leones”: “¡Ah. condenado Cide Hamete
Benengeli, o quienquiera que fuese el que escribió tal hazaña, y cuan menguadamente la entendiste!”
(Ibid. 281). En general, a lo largo de su ensayo Unamuno nos ruega repetidamente que no le
confundamos con uno de esos literatos o historiadores literarios que, por su intolerancia, consideran los
personajes principales de Cervantes como simples “criaturas ficticias.” Constantemente nos asegura su
compromiso de abordar Don Quijote desde una perspectiva completamente diferente: [N]o quiero, he de
repetirlo una vez más, que se me confunda con la perniciosa y pestilente secta de los hombres vanos e
hinchados de huera ciencia histórica, que se atreven a sostener que no hubo tales Don Quijote y Sancho
Profundamente marcado por la “injusticia” cometida contra los personajes de Cervantes a lo largo de los
siglos por generaciones de literatos e historiadores, Unamuno decide embarcarse en la difícil tarea de
revelar el significado real—último y absoluto—de la escritura de Don Quijote. Realmente se trata de una
tarea difícil—si se tiene en cuenta que, para Unamuno, hasta el mismo Cervantes malinterpretó
explicada y comentada por Miguel de Unamuno. Tras analizar minuciosamente el estilo de vida de Don
Quijote, su temperamento y carácter, sus obras, pensamientos, comportamiento habitual, sus opiniones y
Unamuno llega a la conclusión de que existen buenas razones para creer que Don Quijote fue “un loco
razonable y no ente de ficción, como creen los mundanos, sino de los hombres que han comido y bebido
y dormido y muerto” (Ibid. 77). Esto significa que, para Unamuno, Don Quijote ha adquirido tal grado de
consolidada realidad e inequívoca “especificidad” que bien podría considerarse como un hombre de carne
y hueso, el principal criterio con el que Miguel de Unamuno medía la autenticidad humana.
Curiosamente, para establecer si una persona existe legítimamente o no, como un “hombre de carne y
hueso,” Unamuno hace uso de un criterio pragmático: operari sequitur esse (“el obrar sigue al ser”), un
principio según el cual algo, o alguien, se puede considerar como que existe en la medida en la que
produce efectos visibles y duraderos en el mundo que lo rodea y/o en las mentes de sus semejantes, ya
[S]ólo existe lo que obra y existir es obrar, y si Don Quijote obra, en cuantos le conocen, obras
de vida, es Don Quijote mucho más histórico y real que tantos nombres, puros nombres, que
andan por esas crónicas que vos, señor Licenciado, tenéis por verdaderas. (Ibid. 184)
De esta manera, personas que aparentemente vivieron hace algún tiempo, incluso aquellos cuyos
realidad si no han influido, de una manera seria, en nuestras vidas, destinos y formas de pensar. Estas
personas son meras “sombras con nombres,” sin ninguna realidad o significado en absoluto puesto que
no han contribuido en nada a nuestras vidas y no significan nada para nosotros. El olvido es nuestra
forma de castigarlos. Por otro lado, existen otras figuras del pasado que todavía dan forma y nutren
nuestras vidas con firmeza, esas que—de una u otra manera—todavía ejercen una influencia en nuestras
ideas y teorías, nuestros ideales y estilos de vida. En este proceso a esas figuras se las confiere, según
Unamuno, con una verdadera existencia. Y nuestro recuerdo es nuestra forma de recompensarlos.
Finalmente, tras llevar este principio hasta sus últimas consecuencias, Unamuno tiene que reconocer
abiertamente que: “En lo eterno son más verdaderas las leyendas y ficciones que no la historia” ( Ibid.,
184).
Por consiguiente, convencido de que Don Quijote, a través de sus acciones y de sus palabras, revela una
complejidad humana que Miguel de Cervantes no habría sido capaz de entender—y mucho menos
Técnicamente, como es bien sabido, Cervantes utilizó en su novela la vieja estrategia retórica de atribuir
la redacción del libro a otra persona, concretamente a un tal Cide Hamete Benengeli, quien
supuestamente informó de primera mano sobre las hazañas de Don Quijote, dejando a Cervantes sólo
como la persona que por casualidad “descubrió” o “se encontró” con el antiguo manuscrito.
Posteriormente todo lo que Cervantes hizo fue “trabajo editorial,” por así decirlo. Y es precisamente en
esta falsa “confesión” que Cervantes hizo sobre la redacción de Don Quijote en la que Unamuno basa sus
devastadores ataques contra Cervantes. Así lo hace de una manera sumamente irónica, y—como
No cabe duda sino que en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha que compuso Miguel de
Cervantes Saavedra se mostró éste muy por encima de lo que podríamos esperar de él
juzgándole por sus otras obras; … Por lo cual es de creer que el historiador arábigo Cide Hamete
Benengeli no es un puro recurso literario, sino que encubre una profunda verdad, cual es la de
que esa historia se la dictó a Cervantes otro que llevaba dentro de sí … la historia fué real y
Así, el papel de Cervantes en el origen de la novela no sólo se ve drásticamente reducido, sino que—lo
que es más importante—la propia naturaleza y estructura de Don Quijote lo excluye: para ser exactos, no
existe un lugar para él en la producción y estructura de la obra ya que uno de sus personajes
simplemente le dictó la historia a su autor ficticio e imaginario. Como suele suceder, tiene lugar un
“intercambio de realidades” entre el autor y su personaje, con el resultado paradójico de que finalmente
el personaje imaginado llega a ser más real y más auténtico que el autor que lo imaginó:
[M]uchas veces tenemos a un escritor por persona real y verdadera e histórica por verle de carne
y hueso y a los sujetos que finge en sus ficciones no más sino por de pura fantasía, y sucede al
revés, y es que estos sujetos lo son muy de veras y de toda realidad y se sirven de aquel otro
que nos parece de carne y hueso para tomar ellos ser y figura ante los hombres. ( Ibid. 462)
Como resultado, se podría decir (y Unamuno lo hace repetidamente) que, al final, es Don Quijote quien,
para ser exactos, inventó a Cervantes. Él es el creador de Cervantes tal y como Hamlet es, para citar a
otro de los personajes de Unamuno en Niebla, “uno de los que inventaron a Shakespeare” (Unamuno
1995: 257).
Ahora pues, si se observara este proceso de des-realizar la realidad desde un ángulo diferente más
razonable, parece obvio que toda esta demostración debería considerarse, por así decirlo, sin tomarlo
literalmente pero sí siendo más precisos—como un ejemplo brillante de per reductionem ad absurdum. El
narración—junto a sus principios, normas, estándares, logros, etc.—bien podría verse como el medio a
través del que la humanidad podría de alguna manera definirse o, en cualquier caso, interpretarse mejor.
Como en un espejo, dentro de una narración podemos encontrar concentradas las mismas condiciones de
posible. Es decir: existe una dialéctica sutil entre imaginar un ser (o sea, concebirlo en términos
lógica situacional que revela un argumento literario bien construido y entretejido con esmero
posiblemente tiene algo importante que decir sobre nuestros conceptos fundamentales de la realidad del
ser, lo que traiciona nuestra proyección sobre cómo es el ser. Un personaje literario bien construido no
puede actuar arbitrariamente (precisamente porque está bien construido): al contrario, deberá actuar con
coherencia, y—por eso mismo—todos sus movimientos, todas sus acciones dentro de la narración—de
manera inequívoca—indicarán los verdaderos límites del concepto de humanidad. Para ser convincentes,
los personajes literarios deben ser ejemplares; no se pueden permitir el lujo de ser “simples” humanos,
deben ser los mejores humanos. Y precisamente dadas las reglas de este tipo de determinación, se
puede decir que a veces “los personajes ficticios superan la realidad de sus creadores” (Jurkevich 1991:
33).
En cierta manera, puesto que el autor necesita seguir estrictamente las reglas de la narración al crear sus
personajes—de lo contrario no podría crear seres verosímiles—podría decirse que está subordinado o que
depende de ellos. Condicionado como está por el exclusivo mundo de sus personajes, un mundo
dominado por reglas y principios específicos, el autor no tiene otra opción más que convertirse en su fiel
“cronista.” Irónicamente, esta humilde situación en la que el autor se encuentra es una consecuencia
inmediata, incluso paradójica, de su grandeza como autor. Cuanto más fiel es al seguir la lógica interna
de los mundos (personas) que crea, mejor es como autor de ficción. De hecho, esto es exactamente lo
que Unamuno debe reconocer: “tras su concepción inicial, los personajes tienen su propia manera de
(Basdekis 1974: 54).1 Por consiguiente, se podría concluir que ciertos personajes son más reales que tal
o cual persona, posiblemente más reales y espectaculares que su propio autor: esto ocurre precisamente
porque el personaje literario actúa de forma más coherente—en términos de verosimilitud, racionalidad,
lógica situacional, etc.—que un ser humano “real” en una situación similar.2 Huelga decir que, según este
punto de vista, la narración se convierte en mucho más que (por no decir en algo diferente a) una mera
“obra literaria.” Lejos de ser un simple espejo de la “vida real,” ahora una narración realiza el papel de un
criterio para evaluar la autenticidad y trascendencia de la realidad. En cierta manera, la literatura deja de
ser un simple “reflejo” de la realidad, para pasar a legitimar, o incluso crear, la realidad.
2.
En palabras de un crítico, “Niebla es la extensión lógica, la traslación a la ficción de los planteamientos
teóricos del ensayo Vida de Don Quijote y Sancho” (Basdekis 1974: 52). En la redacción de esta obra de
ficción se pueden encontrar, por así decirlo, en la práctica, plasmados en situaciones y argumentos
literarios concretos, algunos de los planteamientos teóricos que Unamuno desarrolló en su ensayo Vida
Niebla es una historia demasiado compleja como para resumirla aquí, pero—para el objetivo del presente
XXXI. En este capítulo sucede que un personaje de la novela, un tal Augusto Pérez, antes de proceder a
suicidarse, decide hacer la acción más inesperada que jamás haya cruzado la mente de un personaje
literario en toda la historia de la narrativa moderna: concretamente, salirse de la novela y hacerle una
visita de despedida a su propio creador, Miguel de Unamuno. Esta acción es, según la descripción de
Carlos Blancos Aguinaga, “un capítulo extraordinario—y merecidamente famoso—donde las convenciones
prodigiosa” (Blancos Aguinaga 1964: 194), que ejercerá una influencia crucial en el futuro de la narrativa
del siglo XX. El inusitado encuentro tiene lugar en la oficina de Unamuno, en la Universidad de
Salamanca, donde sirvió como profesor de lenguas clásicas, presidente de la universidad y profeta
nacional (algo como lo que Count Tolstoi había llegado a ser en Rusia unas décadas antes):
Por entonces había leído Augusto un ensayo mío en que, aunque de pasada, hablaba del suicidio,
y tal impresión pareció hacerle, …, que no quiso dejar este mundo sin haberme conocido y
platicado un rato conmigo. Emprendió, pues, un viaje acá, a Salamanca, donde hace más de
concretamente, de una animada y sofisticada conversación entre el personaje literario y el propio autor
de la novela dentro de la que éste realiza el papel de un personaje. Ambos hablaron sobre escribir
novelas e imaginar criaturas, sobre la naturaleza de las criaturas imaginarias y del tipo particular de
existencia que podían gozar. Hablaron sobre dejar morir a estas criaturas o mantenerlas con vida. Y es
de esta manera, entre otras cosas, como Augusto Pérez se entera por boca de Miguel de Unamuno de la
terrible verdad de que su propia constitución ontológica es de tal naturaleza que ni siquiera puede ...
cometer su propio suicidio: “la verdad es, querido Augusto …, que no puedes matarte porque no estás
vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes ... no eres, pobre Augusto, más que un
Posteriormente, en un esfuerzo por consolarlo, Unamuno intenta enseñarle a su personaje algunas de las
cosas que se han discutido previamente, tales como que “un novelista, un dramaturgo, no pueden hacer
en absoluto lo que se les antoje de un personaje que creen; un ente de ficción novelesca no puede
hacer, en buena ley de arte, lo que ningún lector esperaría que hiciese” (Ibid., 263). En lo que respecta
al futuro de Augusto, no hay nada que su creador pueda hacer por él puesto que las estrictas normas de
la construcción narrativa todavía tienen un papel que desempeñar en este asunto: “Lo tengo ya escrito y
es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de
nosotros, nos mata” (Ibid., 266). Nacido milagrosamente de la imaginación, el personaje queda
inevitablemente marcado por la precariedad, ambigüedad y falta de materialidad que caracterizan a las
cosas imaginadas: “el ser ficticio … puesto que es un sueño o narración, es real. Es una vida o existencia
temporal de la misma naturaleza existencial que el ser humano, pero al ser el resultado de un fingere, el
sueño de un autor, no tiene materialidad … y cae al vacío, a la nada” (Marías 1966: 93).
anteriormente citado—se revela en sus conversaciones: concretamente, la noción de que, de una manera
muy similar a la del personaje que tiene su destino “escrito,” el mismo autor depende, a su vez, de otra
persona: de su Autor divino, o—más exactamente—de que Dios le “sueñe.” El autor no es un ser superior
autosuficiente, independiente y libre de hacer lo que quiera, sino que otra persona lo ha “creado.” Para
ser exactos, él no es más que otro personaje en otra historia. Augusto Pérez:
¿Conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don
Miguel, ¡también usted se morirá, … y se volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará de
soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos
los que lean mi historia, todos, …! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! ... Porque usted,
mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco. (Unamuno 1995: 266-267)
Carlos Blancos Aguinaga, al comentar este capítulo, llega a decir que “el aspecto más importante de este
capítulo, el más obvio pero sin duda el menos observado, no es que Augusto intenta escapar del mundo
de la Ficción, sino que, en su intento, finalmente un nuevo personaje sale de la niebla y entra en la
novela: un personaje con el nombre de Miguel de Unamuno” (Blancos Aguinaga 1964: 197).3 En efecto,
éste es un aspecto importante del capítulo—uno de los recursos literarios más ingeniosos e innovadores
que se emplean en toda la narrativa moderna. (Recordemos que Seis personajes en busca de autor de
Luigi Pirandello se publicará y se estrenará en los escenarios alrededor de siete años después de Niebla,
en 1921, y las obras de Borges no aparecerán hasta mucho más tarde. Al igual que todas las obras de
No obstante, en este pasaje hay un aspecto más importante y trascendental que el hecho de que
Unamuno entre en la novela como una criatura de ficción. Desde un punto de vista filosófico, se podría
decir que el aspecto más significativo de este capítulo no es que, en él, Miguel de Unamuno se convierte
en un mero personaje literario, sino que la misma vida se convierte en una narración, una historia con un
Autor que la “cuenta,” una narración con un argumento y unos personajes específicos.4 La última parte
de este ensayo se dedicará a discutir algunas de las implicaciones de mayor alcance de esta particular
3.
La noción de que nosotros, los seres humanos, podamos ser simples actores de alguna obra teatral o
juego, sin autonomía real ni autosuficiencia, totalmente dependientes de algún magister ludi, de alguien
encargado de organizar, iniciar y terminar el juego, es realmente uno de los tópicos más antiguos del
mundo europeo. Por ejemplo, en Las Leyes (803 c-d) Platón señala en cierto momento que
Que la divinidad, por su naturaleza, merece toda nuestra bienaventurada seriedad y que el ser
humano ... es como un juguete ideado por el dios, siendo esto realmente lo mejor que hay en él.
De ahí que todo hombre y toda mujer deben ser consecuentes con esta condición y pasar su vida
jugando a los juegos más hermosos que pueda haber ... Vivir jugando a ciertos juegos ... así
Después, el tema ha tomado varias formas, y ha recibido varios nombres, todos ellos en torno a la misma
intuición central: que esta vida tal y como la vivimos no es tan real y tangible como parece, sino que es
sólo una existencia de segundo orden. Ya sea en forma de theatrum mundi (“El teatro como un teatro del
mundo, una representación del cosmos en la que el ser humano realiza su papel” [Yates 1969: 165]), en
forma del mundo como una obra teatral/fábula (mundus est fabula), o en forma de la vida como un
sueño (la vida es sueño), el tema ha inquietado a numerosos artistas, escritores, filósofos, intelectuales,
etc. desde la lejana antigüedad grecorromana y ha determinado la fisionomía del pensamiento occidental.
Por alguna razón, disfrutó de un renacer masivo durante el Renacimiento (“el teatro del mundo como un
emblema de la vida del ser humano era un topos muy extendido en el Renacimiento, en forma de teatros
de la memoria, de emblemas o de discursos retóricos” [Ibid., 165]), para convertirse en “un tópico
común del pensamiento barroco” (Nancy 1978: 636). Es sin duda un tópico común en el mundo de
Shakespeare (“All the world’s a stage / And all the men and women merely players” ‘El mundo entero es
un escenario / Y todos los hombres y mujeres meros actores’), pero fue probablemente el teatro español
Por otro lado, en lo que respecta a la historia de la filosofía en un sentido más estricto, el tema ha
aparecido con frecuencia. Me limitaré aquí, muy brevemente, a dos ejemplos. Primero, sería justo decir
que el Dios de George Berkeley, que “percibe” todas las cosas del mundo dándoles existencia e
inteligibilidad, es de alguna manera un Narrador o Soñador supremo del mundo. El mundo existe sólo en
la medida en que Dios es consciente de él. Es más, Berkeley señala explícitamente que el mundo es un
“discurso divino,” un sistema de signos y símbolos, a través de cuyo detallado conocimiento se puede
aprender algo sobre su autor.5 Si se lleva esta noción hasta sus últimas consecuencias, podría haber una
cierta posibilidad en la que el mundo de Berkeley podría ser visto como una aparición onírica, como una
frágil epifanía de nuestro propio pensamiento. El perspicaz William Butler Yeats comprendió que el
a dream,
Must vanish on the instant if the mind but changes its theme.
(Yeats
1965: 268)
son un sueño,
pensamiento en la que el divino magister ludiWille (la Voluntad) es alguien o algo que en todo momento
está utilizándonos, “jugando” con nosotros cruel e irónicamente, sin dejarnos ninguna libertad o
autonomía real. En el segundo volumen de su Die Welt als Wille und Vorstellung (El mundo como
voluntad y representación), Schopenhauer habla abiertamente de este mundo como algo “parecido a un
sueño,” y eso sin nombrar aquí sus apasionadas ideas tomadas de la filosofía india, especialmente la
amargamente lo concibe,
Por lo tanto, la visión de Unamuno de que sólo existimos en la medida en que Dios nos sueña o cuenta
“nuestra historia,” y de que nuestra propia constitución ontológica está condicionada por la naturaleza de
los papeles que realizamos dentro de la divina narrativa (obra de teatro o juego) no es necesariamente
original. Es más, considerando algunos datos sobre su personalidad, afinidades, sensibilidades, educación
y teniendo en cuenta el rico y complejo contexto cultural e histórico en el que surgió el pensamiento de
Unamuno, Carlos Blancos Aguinaga llega incluso a la conclusión de que, de alguna manera, Unamuno
transformación de su propia imagen en algo diferente a sí mismo, era natural que Unamuno, un
español sumido en sus propias tradiciones, acudiera a las obras de Calderón para tomar
prestadas las dos metáforas centrales de Niebla (Vida-Sueño; teatro del mundo) y que se
deleitara en el Barroco del Engaño: la Vida como Ficción. (Blancos Aguinaga 1964: 203-4)
Lo que es sin duda original en su caso es precisamente su patetismo y sus acentos dramáticos. La vida
como un sueño de Dios (con toda la ambigüedad, precariedad y total falta de materialidad que implica la
palabra “sueño”) no es para Unamuno un mero motivo literario o recurso retórico para ser usado con
neutralidad en obras de ficción, sino uno de los aspectos más trágicos de la naturaleza humana. Pues
“¡Dios dejará de soñarte!” significa automáticamente: “Tú morirás.” Si Dios se despertara, cambiara el
tema de sus sueños o, por alguna otra razón, no nos soñara más, esto necesariamente nos devolvería a
la nada. Esto para Unamuno no fue una simple cuestión de práctica literaria, sino una fuente central de
angustia y desesperación a lo largo de su vida, y debería ser considerada en estrecha conexión con su
obra filosófica El Sentimiento Trágico de la Vida (1911) y otras piezas filosóficas. El hecho que no
consideró este tema en términos puramente retóricos lo prueba, por ejemplo, lo que él confesó a un
amigo en una carta privada (a Walter Starkie, con fecha de octubre de 1921): “Yo digo que nosotros
somos un sueño de Dios. Dios nos está soñando y ¡ay! del día en que se despierte. Dios está soñando. Es
mejor no pensar en ello, y seguir soñando que Dios está soñando” (Unamuno 1967: III, xxxiv).
De nuestra concepción de lo que es un ser ficticio se deriva nuestra profunda conciencia de lo que es el
caso con respecto a lo que concierne a la naturaleza de nuestro propio ser: esto es, comprendemos el
hecho de que somos ontológicamente precarios e inciertos, faltos de densidad y de cualquier fundamento
profundo. Lo que yace bajo la visión de Unamuno es el hecho indecible de que los humanos somos, en el
mejor de los casos, simples ficciones. Es cierto, “ficciones de un orden superior,” nacidos de la mente de
un nobilísimo Autor, pero ficciones al fin y al cabo. Es decir: somos “seres” sólo de una manera irónica,
criaturas ontológicas dependientes y sin raíces. Necesitamos que alguien nos sueñe o cuente nuestra
historia para que nos otorgue existencia con el simple hecho de tenernos presente en su mente. Dentro
de este contexto, la obra de ficción llega a verse como la forma más conveniente y elegante en la que se
nos moldea. Así, al profundizar en los detalles de la obra de ficción, la manera en la que se produce,
humana”:
Si pasamos [del ámbito de la ficción] a la esfera de la realidad del ser humano, encontramos una
situación análoga: visto desde el punto de vista de Dios, al ser humano le falta materialidad y
depende de su Creador ... La realidad humana también aparece como un sueño de la divinidad,
como una ficción de un orden superior capaz de producir ficciones de segundo orden, que
Hay, no obstante, algo que nos puede “salvar,” por así decirlo, algo que puede compensar nuestra
precariedad ontológica. Aunque Unamuno no habla explícitamente sobre esta particular forma de
“salvación,” yo considero como una de las consecuencias lógicas de su noción en Niebla que Dios nos
está “soñando,” que simplemente somos “personajes” dentro de la concepción cósmica de Dios. Mi
Atrapados como estamos entre un Dios que nos crea sólo a través de los sueños y la densa nada de la
que tratamos de escapar, parece que la única manera razonable de dar sentido a nuestras vidas es
contar historias e imaginar la vida de otros (¿nuestras vidas no vividas?), producir/soñar narrativas y
darlas a conocer a nuestros vecinos, y crear a su vez seres y mundos ficticios. Es cierto: desde el punto
de vista exclusivo de Dios, estamos hechos de la misma materia de los sueños. Sin embargo,
precisamente por nuestra capacidad de soñar/contar historias, esto es, de reflejar y reproducir el mundo
de Dios, es que no estamos completamente perdidos. Como Unamuno lo explica, “narrar la vida es la
forma más intensa de vivirla.” De esta manera, la literatura deja de ser una simple “práctica cultural”
como cualquier otra, para adquirir el estatus privilegiado de una técnica soteriológica. Pues, al hacer esto,
al crear mundos ficticios, practicamos una forma de imitatio Dei, imitación de Dios. Hechos como estamos
Existe en nosotros una necesidad primordial de contar historias, imaginar y entretejer narrativas y—
según esta línea de pensamiento—deberíamos entender esta necesidad, por así decirlo, como “el sello
distintivo” con el que Dios nos ha marcado. El acto de soñar el mundo por parte de Dios, cuando se
traduce en términos humanos, toma la forma de nuestras “narrativas,” historias, dramas, etc. Lo que
anteriormente se consideraba como una debilidad innata podría transformarse en nuestra virtud más
notable. Desde esta perspectiva particular, la historia humana—acompañada en todas partes por mitos,
historias y metanarrativas—aparece como un intento constante de imitar el proceso divino a través del
cual el mundo brota a la vida. Al crear estos mundos ficticios, seguimos, por así decirlo, los pasos de
Dios. Aún más, esto debería considerarse como el consuelo metafísico más importante al que tenemos
acceso: concretamente—al ser nosotros narradores de nuestra vida—somos de alguna manera dioses en
Es cierto que nosotros somos “seres ficticios,” pero—gracias a nuestra capacidad de practicar el divino
arte de la narrativa—con el tiempo nos “salvamos” y ganamos cierta dignidad y base ontológica. Las
historias que contamos, las narrativas que entretejemos y los mundos ficticios que creamos son prueba
viva de que, al final, estamos más cerca de Dios que de la nada y de que nuestras acciones pueden ser
significativas. Mediante el solo hecho de contar una historia, estamos transcendiéndonos a nosotros
mismos en el sentido de que, al contar nuestra historia, señalamos al Autor supremo, al Narrador divino.
Esto convierte un mito, al igual que un pasaje teológico, no sólo en una mera historia sobre Dios, sino—
indirectamente, en virtud del hecho de que los mitos son posibles—una prueba indirecta de que Dios
existe. Una consecuencia de la analogía anterior entre el Dios que nos sueña y nuestra capacidad de
contar historias y entretejer narrativas es que la mera existencia del mito bien podría considerarse como
Me gustaría concluir este ensayo recordándole al lector una cierta “ficción” de Borges, probablemente
uno de los discípulos más reconocido de Unamuno. Este breve texto (que en la versión original lleva el
título en inglés: Everything and Nothing) trata sobre la vida y la muerte de William Shakespeare, sobre lo
que hizo y lo que no hizo durante su vida, y—lo más importante—sobre el significado final de la vida de
un autor. Justo al final de esta biografía de Shakespeare (sin duda un aspecto muy borgesiano),
La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: Yo, que tantos
hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo. La voz de Dios le contestó desde un torbellino: Yo
tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de
mi sueño estás tú, que como yo eres muchos y nadie. (Borges 1989: 182).
En realidad, la versión en inglés del discurso de Dios no transmite la misma fuerza retórica que la original
en español. En esta última, Dios no dice simplemente “Shakespeare,” sino mi Shakespeare, enfatizando
irónicamente el carácter onírico de la propia existencia de Shakespeare: “yo soñé el mundo como tú
soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estás tú, que como yo eres muchos y
nadie” (Borges 1989: 182). Cuando se trata del significado último, estamos más cerca de Dios de lo que
generalmente tendemos a creer. Ambos Dios y Shakespeare son soñadores: el sueño del primero toma la
forma del mundo, con nosotros en él, y el sueño del segundo toma la forma de varios cuentos, mitos y
narrativas que, en conjunto, hacen nuestra vida en el mundo de Dios un poco más llevadera.
Notas
1
Al comentar Don Quijote de Cervantes, Unamuno confiesa en un momento dado: “Estoy avergonzado
de haber alguna vez fingido entes de ficción, personajes novelescos, para poner en sus labios lo que no
me atrevía a poner en los míos y hacerles decir como en broma lo que yo siento muy en serio” (Unamuno
1914: 16).
2
Por supuesto, esto es porque, en última instancia, el lector es quien “construye” el personaje literario
del libro que está leyendo: “en última instancia, la esencia intrínseca de un ser ficticio debe ser moldeada
por el lector, que a su vez descubre algo de sí mismo ... el papel del autor se ha minimizado, puesto que
el lector se convierte en el verdadero autor de los personajes ficticios” (Basdekis 1974: 55). Sin embargo,
dentro de los límites de espacio de este ensayo, he tenido que dejar a un lado todos estos problemas de
convincente: “Podemos imaginar un día en el que un ser humano hallará en alguna oscura biblioteca una
extraña y antigua obra con el título de Niebla, autor desconocido: ¿cuál será entonces la diferencia entre
4
En realidad, Blancos Aguinaga alude a este hecho: “en última instancia ésta es la ejemplaridad, la
lección de Niebla. Un bello ejemplo de cómo la tradición novelística en uso en el contexto moderno puede
forzar la imaginación hasta un punto de no retorno, revelando así el significado del juego de la Ficción, la
5
Véase más información sobre este tema en mi ensayo titulado “George Berkeley’s ‘Universal Language
6
Traducción del poema de Yeats de Vanessa Rodríguez García.
References
Blancos Aguinaga, C. (1964). Unamuno’s Niebla: Existence and the game of fiction. MLN, 79(2), 188-205.
Borges, J.L. (1989). Obras completas Tomo II. Barcelona: Emecé Editores.
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Nota del autor: Cualquier correspondencia en relación a este artículo debe dirigirse a: Costica Bradatan,
The Honors College, McClellan Hall, Texas Tech University, Lubbock, TX 79409, USA. E-mail:
Costica.Bradatan@ttu.edu.