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PROPIEDAD COMPARTIDA

La Esposa Virgen de 5 Soldados

Por Magenta Perales


© Magenta Perales 2019.
Todos los derechos reservados.
Publicado en España por Magenta Perales.
Primera Edición.
Dedicado a Rae, Giulia, Kristina y Aurea
I

El día era precioso, más hermoso que otros días. El cielo estaba despejado y
las nubes parecían de algodón, esponjosas y blancas, blanquísimas. De hecho, el
clima estaba tan bien que ella quiso quedarse más tiempo en ese jardín.
La brisa fresca hizo que cerrara los ojos y se dispusiera a disfrutar de esa
temperatura agradable y cómoda. Se ajustó la chupa de tela, parecida a un
kimono pero de color rojo intenso. Se quedó un rato más.
Sintió un poco el calor de los rayos del sol de esa tarde. No se molestó
porque fue algo delicado, como una caricia. Volvió a abrir los ojos y se encontró
con el pasto verde, brillante, y con el movimiento de las hojas de los árboles.
Parecía la escena de algo hermoso.
Tuvo ganas de llorar cuando se percató que su realidad era completamente
diferente. Trató de aferrarse del kimono y aplastarse entre sus brazos y rodillas.
Quiso que el mundo se consumiera y que también se la llevara a ella. Quiso
correr y perderse en el bosque, así como hicieron unas cuantas chicas como
ella… Pero no era posible. A pesar de ese panorama idílico, esa era su prisión.
Se quedó allí hasta que sintió una mano sobre su hombro.
—Es hora de entrar, Eris. Después podrás salir, en la noche.
Siempre le decían lo mismo y siempre pasaba lo mismo. La dejaban
encerrada y lejos de ese cielo, de esa brisa, de ese verde que tanto le gustaba
admirar.
Ella se levantó con la cabeza baja, se acomodó un mechón de cabello detrás
de la oreja y se dispuso a seguir a esa mujer vestida de gris cerrado. Se giró en
un momento, deseando que algo se la llevara lejos de allí.
—La clase ya empezó pero le dije a la profesora que te dejara entrar un
poco más tarde. Sé que las cosas cambiarán próximamente para ti y que
necesitas tiempo para comprender lo que está sucediendo.
Esa mujer de ropa gris y de expresión severa resultó ser la directora de unos
de los “Institutos de Educación para la Mujer”. Eris odiaba el título y todo eso
que representaba. Lo detestaba hasta en los huesos.
—… Eres afortunada porque serás compañera de hombres valientes y
guerreros. No todas tienen la misma oportunidad que tú y tienes que estar
agradecida, siempre. Tendrás una vida acomodada y llena de oportunidades.
Guao, qué suerte tan increíble, ¿no te parece?
Eris sólo se limitó a asentir porque la verdad estaba muy obstinada de ese
asunto. Desde el día en que entró a ese lugar, inmediatamente pensó que su vida
estaba desgraciada hasta el final.
Lo cierto es que Eris era una de las tantas chicas que eran formadas en las
academias de tipo IEM (o La Cría, como comúnmente era llamado entre la
gente), organizaciones que se formaron después de cataclismo mundial y que se
empeñó en recoger a la población femenina para que se limitara a su función
principal… Pero para entender esto, hay que ir por partes.
Desde hacía muchos años, especialistas en el ambiente estaba advirtiendo el
peligro de las consecuencias del cambio climático. Por supuesto, eso ni siquiera
causó la preocupación de ciertos gobiernos importantes. El mundo se iba
hundiendo de a poco en la arrogancia de que todo estaría bien.
Pero eso apenas era la punta del iceberg. Algunas naciones estaban
enfrentándose entre sí, preparadas para desplegar sus armas más potentes. Junto
a ello, parecía inminente un colapso económico. Aunque, de nuevo, la
humanidad dio por sentado que todo estaría bien, que los problemas se
resolverían a la rapidez de un chasquido.
El mundo estaba entregado a lo banal. Lo único importante eran esos
programas de televisión vacíos en donde la gente parecía transformada por las
operaciones para hacerse pasar por personas con problemas comunes. La
falsedad estaba a la orden del día.
Eso casi fue una especie de cortina de humo para esconder algo
verdaderamente siniestro. Una de las principales organizaciones terroristas del
mundo, comenzó a trabajar en una arma mucho más potente y letal que las
bombas nucleares. Una que fuera capaz de arrasar gran parte de la población.
Con el paso del tiempo, resultó ser una poderosa arma química que ya se
había probado en localidades en el Medio Oriente. Los resultados fueron
satisfactorios y no iba a pasar demasiado para su puesta en acción.
Mientras tanto, los servicios de inteligencia de las principales naciones,
detectaron esas macabras intenciones y se pusieron al frente para tratar de
detener los planes. Por supuesto, eso implicó una serie de medidas que pusieron
en riesgo el bienestar de la humanidad.
Se hicieron modelos a escala de bombas nucleares con efectos puntuales
pero más o menos desastrosos como cuando se lanzaron en la Segunda Guerra
Mundial. Así pues, se pensó que estaba todo bien, en orden. Las pruebas de las
bombas químicas en Medio Oriente cesaron y por fin pareció respirarse un poco
de aire optimista en medio de la situación. De nuevo, todo pareció en un perfecto
orden.
Sin embargo, lo peor siempre sucede en los momentos menos esperados. La
fulana bomba química se armó con lo suficiente para provocar un caos
descomunal. Tanto así, que el 95% de la población femenina quedó arrasada por
completo.
El objetivo principal de la bomba era otro, causar el suficiente daño para
diezmar a la población masculina, primeramente. Pero por alguna razón, los
efectos fueron devastadores para las mujeres.
Más de la mitad de la población murió en cuestión de segundos y se
presentó una alerta para capturar a los culpables para proceder con su ejecución.
Las investigaciones sucedieron por largo tiempo hasta que dieron con los
responsables. Ellos fueron atrapados y puestos a la orden de la justicia.
Entre todo el caos de la bomba, los enfrentamientos, el cambio climático y
la crisis económica fueron los ingredientes para causar un conflicto sin
precedentes. La Tierra estaba en camino hacia una destrucción segura.
Sin embargo, grandes magnates y políticos se aliaron para comenzar un
renacimiento sin precedentes. De esa manera, los grandes aportes serían
suficientes para levantar de a poco la destrucción que había quedado atrás.
Por supuesto, fue de esperarse que la dinámica social y política cambiara
por completo. Las cosas no serían ni remotamente parecidas en el pasado.
Debido al estado de vulnerabilidad de las mujeres y de la necesidad de
repoblar la Tierra, las sobrevivientes serían recluidas en centros de capacitación
y preparación para luego ser emparejadas con hombres importantes. En pocas
palabras, ellas sólo vivirían para servir y tener hijos.
En las primeras de cambio hubo una seria resistencia por parte de
asociaciones feministas, pero todas quedaron relegadas a un segundo plano o
fueron aplastadas por el poder de la burocracia. No hubo escapatoria ni opción
que valiera la pena.
De esa manera, poco a poco fueron instalándose dichos centros. El personal
reclutaba a niñas a partir de los seis años para que su proceso de aprendizaje
fuera más sencillo desde la infancia.
Así pues, cientos de niñas y jóvenes eran preparadas para convertirse en las
esposas perfectas. A ser cordiales, buenas amas de casa, ilustradas para que
tuvieran tema de conversación y claro, fértiles para que pudieran dar hijos y,
sobre todo, hijas.
Nacer mujer en un mundo como ese podía ser horrible o bueno según fuera
el caso. En ciertos casos, las secuelas de la guerra química dejaron a muchas
mujeres infértiles, por lo que se encargaron exclusivamente de ser maestras o
preparadoras.
Una de ellas era la directora de La Cría en donde se encontraba Eris. Una
mujer de voluntad de hierro y sumamente estricta. Según ella, tenía esa actitud
para asegurar que las chicas fueran muchachas educadas y de buena conducta.
En vista entonces de las secuelas, se acordó que las jóvenes no contraerían
un solo esposo sino varios, con el fin de ampliar la probabilidad de
descendencia. Al principio se pensó que sería un cambio demasiado radical, pero
luego se concluyó que se trataba de algo más bien conveniente. El futuro de la
Tierra estaba albergado en los úteros de esas chicas.
Las cosas funcionaron así durante siglos. De hecho, la madre de Eris fue
una mujer que contrajo matrimonio con siete hombres, la mayoría, chicas. Ella
fue la menor antes de que ella muriera por complicaciones en el parto. Así que
Eris nunca pudo conocer a su madre.
Su padre, en cambio, era un general de alto rango en el ejército. Un tipo
contundente, frío y capaz de hacer maniobras difíciles para mantener la paz.
Porque, claro, los conflictos seguían produciéndose cada cierto tiempo.
Por otro lado, el padre de Eris se caracterizaba por no haberle prestado
demasiada atención a sus hijos. Les daba igual si iban o venían. Pero todo
cambió cuando vio los ojos rasgados y oscuros de la menor de sus niños.
Grandes y brillantes, con una media sonrisa y con la manita buscando uno
de sus grandes dedos. El padre de Eris quedó derretido por la bebé. Quizás
sonrió la primera vez en mucho tiempo cuando tuvo ese contacto. Se sintió tan
conmovido y tocado que no supo cómo actuar.
Pasó el tiempo y se dio cuenta que ella lucía exactamente como su madre.
Era encantadora, dulce y siempre sonreía. Sí, era la luz de sus ojos.
Sin embargo, se sintió aterrado por el futuro de su hija, sabía que ella
terminaría en una Cría, muy lejos de él. Así que hizo todos los preparativos para
que pudieran irse lejos de todo.
Hubo un imprevisto que le cambió todos los planes. Fue llamado al frente
para combatir en un conflicto que ya estaba desarrollándose varios meses. A
pesar de que quería regresar para cambiar el destino de Eris, él supo que no la
volvería ver… Y así fue.
Las riquezas de sus padres fueron distribuidas a los hermanos y a ella. Eris,
al cumplir la edad mínima, dejó la casa y fue a La Cría que estaba más cerca de
su región.
La personalidad dulce de la niña fue poco a poco aplacada por las órdenes y
la disciplina de un régimen casi cruel y gris. Tanto así, que olvidó sus años de
infancia en esa enorme casa en donde vivía sus hermanos y su padre.
El resentimiento de Eris creció en su interior poco a poco, lo que le valió
serias reprimendas y castigos. Tuvo entonces que replegar la rebeldía y dejarse
controlar un poco para llevar la fiesta en paz.
Cada año que pasaba en La Cría, estaba consciente de que se le acababa el
tiempo para la libertad, tenía menos probabilidades de escapar de ese destino
odioso.
—Pasa, Eris, justo estábamos hablando de la Ley de la Lealtad. Algo que
todas ustedes tendrán que poner en práctica el día que sus esposos tomen de
ustedes. La verdad, es un momento único, precioso e ideal para cada mujer…
La voz de su profesora seguía resonando en las paredes de ese inmenso
salón. Eris se sentó en la última fila y se dispuso a mirar hacia el exterior. El
cielo brillante, despejado y hermoso comenzó a tornarse gris poco a poco. Las
nubes se tiñeron de negro y comenzaron a sonar unos fuertes relámpagos.
Parecía un panorama de lo que sería su futuro.
A pesar que quiso mirar más tiempo el exterior, giró la cabeza para ver el
resto de su clase. Chicas de todas las formas y colores repetían los artículos de la
Ley de la Lealtad, una especie de compendio de normas de comportamiento y de
deberes que toda mujer de la era pos apocalíptica tenía que adoptar.
La primera vez que escuchó esa letanía sintió un espanto enorme,
prácticamente la mujer era incapaz de expresarse libremente, de decir sus ideas u
opiniones. Estaba limitada a un deber que parecía no tendría fin y el cual tendría
que ser esclava hasta la muerte.
—“Una buena esposa no cuestiona las decisiones de sus esposos. Una
buena esposa tiene todo preparado para satisfacer a sus esposos”…
La letanía seguía y seguía…
Esa noche se acostó sobre la cama pensando que faltaban unas cuantas
semanas para su graduación. Miró el calendario que tenía sobre la mesa de noche
que tenía al lado y suspiró. El tiempo se le agotó.
En seguida se acomodó sobre la cama y recordó el momento cuando la
llamaron de la oficina de la dirección. Cerró los ojos y todo se reprodujo como
una película.
Ella estaba en una clase de Literatura cuando escuchó por los altavoces que
debía ir la oficina de la directora. Su pecho comenzó a acelerarse mientras
caminaba por el pasillo del lugar. Sabía muy bien lo que le dirían.
Cada paso la hacía sentirse cada vez más descompuesta e incluso pensó que
se desplomaría en cualquier momento. Se detuvo en cuanto llegó al lugar, respiró
por un momento y tocó la puerta con un poco de temblor en los dedos.
—Pasa, pasa, querida. —Escuchó detrás de la puerta.
—Buenos días, Señora Directora. —Respondió ella como era la costumbre
en La Cría.
—Adelante.
Ella se sentó en una silla que estaba frente al escritorio y se dispuso a mirar
hacia el frente. La mujer que tenía cerca era alguien de aspecto severo, cerrado y
duro.
—Creo que ya sabes que dentro de poco contraerás nupcias con varios que
han servido honradamente en el ejército. Para nosotros, es un honor que chicas
como ustedes estén en una postura como esta, siendo líderes y cabezas de
sociedad. —Hizo una ligera pausa porque la emoción pareció hacerla vibrar. —
Pues bien, en tu caso aún no lo tenemos muy claro, hay algunos ajustes que
tenemos que realizar y que son necesarios de analizar. Sin embargo, te traje aquí
porque sé que tienes un poco de curiosidad al respecto, sé que te gustaría saber
más sobre estas uniones sagradas e imprescindibles para nuestra sociedad, por
eso, nos extendieron una invitación para un matrimonio este fin de semana. Irás
conmigo y así verás cómo será todo. Me parece estupendo porque creo que te
ayudará a prepararte cuando sea tu turno. ¿Qué dices?
Eris se quedó callada por esa larga letanía de palabras que dijo esa mujer. A
pesar que le hubiera gustado ir sola, pensó que se trataba de una oportunidad que
no podía desperdiciar.
—Excelente, claro que me gustaría ir.
—Muy bien, querida. Estoy emocionada porque me da una enorme alegría
que sientas interés a estos propósitos que son más grandes que nosotras. Es
nuestro deber apoyar y darle ayuda a quien se embarga en una misión como esta.
Eris hizo un gesto de afirmación y luego se levantó para irse de nuevo a
clases. Al menos podría regresar y hacerse la sorda ante las repeticiones
interminables sobre cómo una mujer tenía que ser la esposa perfecta.
Pasó el día con la misma actitud taciturna porque estaba envuelta en la
nostalgia y en la profunda tristeza. No paraba de pensar o de imaginarse lo que
sería de su vida al involucrarse en un ritual demás de injusto.
Esa noche se acostó en la cama y llevó la sábana hasta el rostro, cerró los
ojos y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas y sienes. Estaba tan
preocupada porque sabía que la romperían, que su virginidad, ese condición
natural, era una especie de premio que se repartirían unos tíos desconocidos que
no tenía ni idea de cómo la iban a tratar.
Pensó en su madre, si ella tuvo en algún momento el temor que ella tenía.
Deseó más que nunca hundirse en esa cama y fundirse entre las sábanas. Dejarse
por siempre y convertir su cuerpo en una estela que se esparciera en la noche.
Pasó la semana hasta que finalmente llegó el día para que ella y la directora
asistieran a esa boda que la habían invitado. Sería uno de los testigos de algo
terrorífico.
Según las instrucciones que recibió, tenía que llevar ropa sencilla y nada
complicada. Por suerte, contaba con un vestido sencillo de color negro, era de
ese estilo que servía para todo y que no tenía nada de especial.
Tomó la pequeña maleta y se encontró con la directora quien la recibió con
una amplia sonrisa. Ambas luego se subieron a una camioneta negra, de efecto
mate y comenzó su recorrido por ese mundo desconocido y oscuro.
Tenía la cabeza apoyada en el vidrio del coche y con la mirada fija a ese
paisaje verde y abundante. Recordó de inmediato en las historias que le contaron
sobre la guerra y sobre los desastres que se desplegaron a lo largo y ancho del
territorio. ¿Cómo luciría ese lugar? ¿Cómo habrá sido la gente?
Estaba tan embebida en sus pensamientos que la directora le tocó la mano
con un poco de cuidado para no molestarla.
—Eris, es posible que para ti y muchas de las chicas que están en el
instituto no tengan idea de la importancia que tengan en el mundo. ¿Recuerdas lo
que vieron en clase sobre las guerras y la bomba química? —Eris asintió— Pues,
se trató de un virus fatal que iba a destruir a hombres y mujeres, pero fuimos
nosotras las más afectadas. Incluyéndome.
>>No sólo mataron a personas inocentes, sino también que causaron
infertilidad en parte de las sobrevivientes. Es por ello que ustedes tienen una
enorme responsabilidad que deben llevar con dignidad y honor. A nosotras sólo
nos resta educarlas de la mejor manera para que puedan servir como
corresponde. Sé que es demasiado pero míralo como un regalo del cielo, como
una gran oportunidad para darte a otros, para construir un futuro.
Eris sólo limitó a asentir, ya como estaba acostumbrada a hacerlo. La
mirada estaba fija en el suelo, en las zapatillas negras y en la tristeza que estaba
experimentando en ese momento.
Cada vez más iban acercándose hacia el lugar de la boda. Eris se sintió
fascinada por toda la naturaleza que había alrededor y también por ese aspecto
desolado de esas autopistas y avenidas que aún estaban en construcción.
A veces dormía y a veces sólo miraba hacia el exterior, como si estuviera
muy cerca de escapar. Finalmente, el recorrido terminó cuando el coche tomó un
camino de tierra y tras unos minutos, finalmente había aparcado cerca de una
hacienda.
—Las buscaré cuando me indique, señora. —Dijo el chófer y ambas se
bajaron.
Eris observó la grandeza de ese lugar, había una enorme casa, un establo y
un par de casas de huéspedes que eran divisibles en la distancia. Ella comprendió
que ese sitio era la máscara perfecta para pretender que todo era bello y perfecto.
Una mujer las recibió en seguida y las condujo hacia el interior de esa gran
casa, Eris se encontró inmediato con adornos de flores y otros objetos refinados
que le recordaron un poco El Renacimiento. Ella trató de ponerse a la par que su
directora para no perderse de los detalles. Ya que estaba allí, tenía que ponerse al
día lo más que pudiera.
—Muchas gracias por venir. Este es un día muy especial para Ana y para
todos nosotros. Es emocionante todo esto y es estupendo que podamos compartir
la alegría de un suceso como este. Ahora bien, como tenemos muchas
habitaciones optamos porque estén separadas, así cada quien se sentirá más
cómoda y tendrá su espacio para prepararse debidamente.
A la directora no le gustó mucho eso porque no tendría a Eris bajo su entero
control, pero se las arreglaría de alguna manera.
Las guiaron y las dejaron asearse antes de comer. Mientras lo hacía, Eris
sentía ganas de hablar con esa chica “Ana”, quería hacerle muchas preguntas
pero tenía la sensación de que ella estaría con sus propios problemas.
Luego de comer y hablar un poco, Eris pidió permiso para ir a los establos a
caminar un poco. La directora accedió y ella se retiró para caminar un poco.
Mientras pisaba el césped, pensó que de hacerlo más rápido podría correr, pero
esto también podría representar un problema porque tarde o temprano la
atraparían. Se dio cuenta de ello porque miró las cámaras que habían por todo el
lugar, no tenía oportunidad ni de escabullirse.
Siguió caminando en dirección a los establos con la esperanza de
encontrarse sola y poder mirar a los caballos. Recordó que de niña le gustaban
los animales y que ellos le daban un poco de calma en medio de su tormenta.
Abrió la puerta y dejó que la luz entrara un poco, se encontró entonces con
un par de hileras a los lados en donde se encontraban los caballos. Hubo uno que
le llamó la atención, uno de color negro.
Fue hacia él con cuidado y esbozó una sonrisa en cuanto este se mostró
tranquilo ante su presencia. Estiró la mano con cuidado y comenzó a acariciarlo
con delicadeza. El caballo bajó la cabeza y se quedó tranquilo junto a ella.
Ese fue quizás el momento más feliz en mucho tiempo. Cerró los ojos para
atesorarlo con todo su corazón. No quiso perderlo en ningún momento.
En ese instante escuchó el chirrido de la puerta, supo que alguien estaba allí
y giró la cabeza con los ojos abiertos como platos.
—Oh, lo siento, lo siento mucho. No quise molestarlos, de verdad. —Dijo
Eris con genuina pena.
—No te preocupes, ellos siempre se portan bien. Son buenos chicos. —
Respondió la joven que estaba aún en la puerta. No era fácil de verla porque
estaba a contraluz pero luego ella comenzó a avanzar con lentitud.
De esa manera, Eris pudo detallar el rostro de esa chica. Estaba triste,
profundamente triste. Sintió que algo la estremeció por completo.
—Él es mi favorito. Es tan dulce, ¿verdad? Es un encanto. Lo adoro.
—Eh… Sí, sí. Es hermoso. La verdad que sí.
Las dos se quedaron en silencio, como si no fuera posible hablar sobre el
tema porque no tenía sentido. Sin embargo, a pesar de las ganas que sentía Eris
de irse de allí corriendo, se armó de valor y miró a la joven.
—¿Eres Ana?
—Sí, soy yo. Hola, me imagino que eres una de quienes asistirán a la
ceremonia mañana.
—Sí, invitaron a la directora del instituto en donde estudio y decidió
llevarme conmigo. Yo pronto estaré en tu misma posición dentro de poco. —
Respondió Eris con un amargo en la garganta.
—Los que nos ha tocado es duro, ¿cierto? A veces pienso en todas las cosas
que pude haber hecho y que podría pero que no. Sólo porque el “deber” es más
importante que mi propia vida. Es casi un chiste, ¿sabes?
—Lo sé, entiendo lo que quieres decir… —Dijo Eris con la mirada fija al
exterior.
—Mañana me casarán con tres tíos que nunca he visto. Siento que he
perdido el control de todo y no puedo hacer para recuperarlo.
Eris tragó fuerte y sintió el impulso de ir hacia ella para abrazarla. Así lo
hizo y las dos comenzaron a llorar desconsoladamente.
Después de estar un rato allí, salieron con los ojos rojos e hinchados, luego
se sentaron en un espacio de césped y comenzaron a hablar de situaciones menos
dolorosas. Eris sintió la responsabilidad de animarla, de hacerla sentir bien
aunque fuera un poco.
—Gracias por acompañarme. Me siento mejor porque estoy con alguien
que sabe cómo me siento, pero tengo que irme. Tienen que seguir con los
preparativos y me toca, pues, estar ahí. —Dijo Ana con la lágrima al borde de
uno de sus ojos.
—Lo sé. Si necesitas algo, avísame. Estoy en la última habitación de la
segunda planta. —Respondió Eris.
—Gracias, de verdad.
Ana se levantó del césped y caminó hacia la entrada de la gran casa. Se
perdió entre los arreglos de flores y las sombras de aquellas personas que la
abordaron de inmediato.
Eris tuvo una sensación terrible en su interior, como si el mundo terminara
de derrumbarse en sus pies y no tenía posibilidad de reparar la situación. Al
final, tuvo que levantarse porque habían llamado a comer y porque había pasado
demasiado tiempo lejos de la directora. Lo menos que quería era un sermón
tonto.
Se sentó en la mesa y le sirvieron un platón de pasta con jamón y maíz.
Tenía tiempo que no comía algo que fuera diferente al menú de La Cría, así que
se emocionó por comer.
La directora hablaba con la anfitriona y de vez en cuando con Ana, quien
parecía tener la mirada fija en el vacío. No pudo evitar pensar que muy pronto le
tocaría a ella.
Se acostó a dormir esa noche con un nudo en la garganta, con el corazón
pesado y con los ojos llenos de lágrimas. Estaba triste, compungida y con ganas
de correr con todas sus fuerzas. Debía existir una manera de escapar de todo eso.
Pareció que se quedó dormida por unos minutos porque sintió demasiado
pronto la voz de mando de la directora para decirle que era hora de levantarse y
prepararse.
Ella fue al baño de la habitación y se miró en el espejo. Tenía grandes
bolsas debajo de los ojos y la expresión de ira. Se había doblegado tantas veces
que olvidó cómo era sentirse molesta y ahora ese sentimiento estaba quemándole
el cuerpo como nunca en la vida.
Se metió en la ducha para calmarse un poco, como el día estaba algo
caliente, aprovechó el agua fría para despertarse y también refrescarse. Se tomó
tiempo antes de salir. Se miró de nuevo y la sensación fue la misma.
Por primera vez en su vida, caminó por la habitación y se dio cuenta que
estaba sola así que se sintió como una chiquilla al darse cuenta que podía
pasearse por ahí desnuda y con la libertad de exhibir su piel sin que nadie le
dijera que estaba mal.
Eris se percató de su cuerpo y de su cabello, de sus ojos grandes y rasgados,
de su piel clara y de su cabello largo, los pómulos algo pronunciados y la nariz
recta hasta que en la punta se redondeaba un poco, los labios eran un poco
gruesos y rosados.
Por otro lado, tenía los pechos pequeños pero firmes, las extremidades
largas, el torso fino y las caderas ligeramente sobresalientes, las nalgas eran de
aspecto suave y delicado. Se dio cuenta de eso cada vez que se miraba en el
espejo.
Volvió a la cama y cerró los ojos, casi sintió que era posible escapar de ir a
esa boda pero recordó que tenía que estar allí para apoyar a Ana.
Tomó la pequeña maleta y tomó el vestido que, por suerte, no estaba
arrugado. Lo estiró sobre la cama y procedió a ponerse la ropa interior, el color
negro de ese vestido la hizo sentir que estaba a punto de ir a un funeral… Quizás
así era.
Se puso el vestido y se sentó en una pequeña mesa la cual tenía un espejo
redondo. Se miró y procedió a cepillarse el pelo que aún estaba un poco húmedo.
Procedió a hacerse una trenza no muy llamativa y luego se maquilló con
sencillez. Al final, le bastó las zapatillas negras y salió para encontrarse con la
directora.
—La sencillez es la muestra más noble de la belleza, querida Eris. Te ves
lindísima. Ahora ven conmigo para que nos sentemos juntas durante la
ceremonia.
Ella no lo quiso pero pensó que no podía pelear y menos en una situación
como esa. Así que las dos salieron y se encontraron con un sol brillante y un
cielo despejado. Eris pensó que era una especie de crueldad que el día estuviera
tan lindo.
Se sentaron en el lado de la novia y se dispusieron a esperar como el resto
de los invitados. Eris se sorprendió de la cantidad de gente que iba llegando, eran
más y más. De inmediato, pensó que quizás sería lo mismo para ella así que
tendría que acostumbrarse a la situación.
Esperaron hasta que ella observó un grupo de tres tíos colocándose cerca de
un sacerdote. Los tres tenían aspectos severos y serios… Muy serios. Ana se
vería ínfimamente minúscula ante esa gente desconocida y extraña.
En ese momento, comenzó a sonar el pequeño grupo de música clásica y
Ana se presentó en un enorme vestido de novia. Eris se sintió tan impactada que
casi tuvo ganas de vomitar.
La chica avanzó a paso lento hasta que llegó a juntarse con los tres
hombres. Uno en cada lado y el otro detrás de ella, como si la vigilara de cerca.
Todos los demás estaban observando la situación como si estuvieran
maravillados, mientras que Eris sentía que estaba presenciando un acto de
injusticia. Pudo ver a Ana y descubrir en los ojos de ella que estaba
profundamente sumida en la tristeza. Estaba segura que se sentía miserable e
incapaz de salir de esa situación. Fue amargo y doloroso.
La ceremonia transcurrió con lentitud para hacerlo más tortuoso. Al final,
luego del “acepto” de ella, la gente rompió la tensión en aplausos efusivos
mientras que Eris no sabía qué hacer.
Los novios y Ana se fueron y los invitados procedieron a ir a la recepción.
La directora se dirigió hacia Eris para hablarle:
—Bueno, estaremos aquí un rato porque tenemos que regresarnos pronto.
Eris asintió porque se sintió terriblemente vacía.
Comió un poco de pastel y también tuvo una última oportunidad para
abrazar a Ana, a quien sintió como una especie de hermana perdida. De hecho,
tenía sentido sentirse de esa manera porque las mujeres como esas chicas estaban
unidas en la desgracia y en la obligación de convertirse en objetos sonrientes y
dispuestos.
No pudieron hablar más porque el protocolo de ese día se los impidió, sólo
les quedó el recuerdo de ese encentro que jamás se repetiría.
De inmediato, Eris fue hacia la habitación para llorar desconsoladamente.
El dolor que estaba experimentando la atravesaba por completo.
El coche negro que las llevó, ya estaba esperándolas en el mismo lugar en
donde las había dejado. Eris, ahora ataviada de un jean, zapatillas negras y una
camiseta del mismo color, dejó la maleta en alguna parte del maletero, se subió y
se dispuso a dormir con la excusa de un dolor de cabeza insoportable. No tenía
ganas de hablar ni de pensar.
De esa manera, la chica del destino incierto, se quedó dormida en el cuero
del coche negro porque fue su única manera de escapar de esa realidad tan
chocante.
II

Tras unas cuantas horas, Eris y la rígida directora llegaron a La Cría durante
la noche. Después de despedirse brevemente, cada quien fue a sus lugares
correspondientes. La directora a su habitación y Eris en esa pieza que compartía
con dos chicas más.
Ellas dormían a sabiendas que todo estaba bien, en orden, que sus vidas
seguirían el mismo guión de siempre y que no habría que preocuparse al
respecto. Pero ella, estaba sentada en la cama sintiendo que todo le cayó de
golpe. No tenía con quién hablar al respecto.
Se acomodó en posición fetal y fijó la mirada hacia la ventana que tenía
más cerca. Se quedó admirando el movimiento de las hojas de los árboles y poco
a poco se quedó dormida.
Después de ese día, los días siguientes siguieron con la normalidad usual.
Sin embargo, Eris tenía muy claro que no faltaba demasiado para que cumpliera
su turno para casarse con unos desconocidos y entregarse a ellos sin chistar.
Un día estaba hablando con unas compañeras y escuchó el llamado de la
directora y ella comprendió que el día había llegado por fin.
Llegó a la oficina con la cara encendida, hizo lo posible para esconder sus
emociones pero no pudo hacerlo, tenía una mezcla de dolor, frustración y
resignación.
—Bueno, querida. Llegó el momento para darte las noticias más
emocionantes que recibirás. Sucede que debido a tu perfil, que es
extremadamente bueno, La Comisión miró tu expediente, en fin, todo y te han
calificado como una chica de gran importancia. Te casarás con cinco de los
soldados más fuertes y valientes que tiene nuestro gran país.
La noticia le cayó como un peso enorme a Eris. ¿Cinco hombres? ¿De
verdad? Quiso pensar que había escuchado mal.
—Son cinco soldados, Eris. Del mejor rango y cada uno con las mejores
cualidades para que vayan acorde a tus virtudes, querida. A ver… Déjame
revisar algo. —La mujer sacó un calendario y revisó las fechas con el dedo
índice. Eris sintió que el roce de esa falange era como si le enterraran un hierro
candente en una herida. —Bueno, hemos acordado que será al final de tus clases
que serán dentro de poco. Querida, estoy tan feliz por ti, de verdad. Estoy segura
que tu madre estaría orgullosa de ti.
La sonrisa melosa de esa mujer le removió el asco y de inmediato se
levantó de la silla con la expresión severa.
—¿De verdad cree que estoy feliz por esto? Cinco tíos que no conozco me
usaran como si fuera un mueble, nos tratan a todas como eso, como objetos. Nos
educan así. ¿De verdad cree que esto es la felicidad para alguien? ¿Pero qué
cojones?
Estaba alterada, las venas de la garganta se le marcaron y la vista se le
nubló de inmediato. La directora se paró para increparla pero Eris perdió el
sentido de la realidad y de repente cayó al suelo como si fuera un plomo. No lo
soportó más.
Estuvo descansando por un par de días. Dos días que le recordaron que su
tiempo estaba agotándose y que no tenía más opción de pelear. El único destino
que tenía frente a sí era resignarse y dejar las cosas así.
La Cría se llenó de mujeres que aconsejaban a las que se casarían pronto,
les daban consejos y también las ayudaban a organizar las bodas, aunque eso
estaría a cargo del Estado. Ellas sólo tendrían que presentarse y ya.
Lo único que pudo lograr Eris fue averiguar algunos nombres: un tal Pedro
y un Bruno de quien se decía que era el hombre más bello del país y también el
más valiente. Ni siquiera eso fue suficiente como para emocionarla.
El terror se hizo más presente hasta que llegó el día. La trasladaron a las
afueras de la ciudad y en el camino sólo podía mirar hacia el exterior. Se
arrepintió de no haber hecho algo más radical. Pudo quitarse la vida o
aprovechar la vez que estuvo en los establos de esa vez para escapar tan lejos
como pudiera, sin importar lo que dijeran o hicieran con ella.
Le asignaron a una mujer que la acompañaría en todo momento con el fin
de prepararla. De resto, tendría que estar en una gran habitación, encerrada, sin
poder hablar con alguna alma.
El tiempo le pasó demasiado rápido. No en qué momento terminó las clases
ni cuándo la trasladaron allí. No se despidió de su vida ni de sus cosas. Así que
como uno de los últimos actos de rebeldía, optó por escaparse por la noche y
quedarse sentada en una pequeña terraza que tenía en su habitación. Era un único
lugar que tenía cierto espacio para despejarse y para alejarse de todo lo demás.
Se despertó y en cuanto abrió los ojos, se dio cuenta que el día había
llegado finalmente. Se lamentó un poco porque ni siquiera pudo darse el lujo de
despertarse tarde. Ni siquiera eso.
Se levantó de la cama y fue directamente al baño para lavarse la cara y
cepillarse los dientes. No quiso alzar la mirada porque sabía que iba a
encontrarse con la imagen de sí misma porque sabía que se iba reprochar que
fuera tan cobarde.
Apenas salió de allí, tomó un cepillo y comenzó a peinarse un poco.
Mentalmente hizo un conteo regresivo porque sabía que la mujer que siempre la
acompañaba iba a entrar con el vestido y le diría que debía apurarse para
prepararse para la boda que, como siempre, se celebraría en la mañana. Esa una
costumbre de ese nuevo mundo alternativo.
Tocaron la puerta y resultó ser la persona en cuestión. Apenas la saludó y en
seguida dejó el vestido que estaba en una especie de bolsa, por lo que Eris no
supo ni cómo era. Hasta de eso la privaron.
Se acercó hasta la cama con la intención de ver el vestido, pero de
inmediato la tomaron por el brazo para que se fuera a otra parte.
—No, querida. Hoy sólo estarás dedicada a relajarte mientras te arreglamos.
—Dijo la mujer que estaba siempre con ella.
En ese momento, Eris pensó que había pasado pocos momentos realmente
sola. De hecho, hizo memoria de los instantes en donde no tuvo a nadie que la
molestara y la verdad fue más dura de lo que pensó.
Siempre tutelada, vigilada, adoctrinada a estar en silencio, a obedecer
siempre. Cada vez que veía esa imagen de sí misma, rompía a llorar y ese día no
fue la excepción. Lo triste fue que la gente pensó que eran lágrimas de emoción
y no de pánico.
Le peinaron el cabello y lo perfumaron con una crema de jazmín. Era la
costumbre de las novias porque, según, eso ayudaría a que el hombre se sintiera
más atraído hacia ella. Luego, le hicieron un pequeño moño que fue adornado
por flores para luego prepararla con el vestido.
Antes de levantarse, Eris se miró en el espejo y se encontró con su rostro
blanco y perfectamente maquillado. El delineado negro y los labios rosas, los
pómulos resaltados por un colorete que resaltaba su color de piel. De nuevo,
tuvo ganas de llorar, pero el ajetreo del momento no se lo permitió.
Le quitaron la bata de seda que tenía puesto y la dejaron en el medio de la
habitación como si fuera un maniquí. Puso las manos delante y se preparó para
esperar a ver lo que iba a lucir ese día.
Miró descender el cierre del empaque en donde estaba el vestido lentamente
y abrió los ojos como platos en cuanto lo vio. Como fue de esperarse, era blanco
pero de un corte sencillo, tenía un escote en la espalda que estaba cubierto por
una tela de encaje que tenía un aspecto delicado. Tuvo que admitir que se veía
hermoso aunque ella estaba más ajena a lo que estaba pasando.
No tuvo tiempo para pensar más porque la acomodaron para que se pusiera
el vestido. Poco a poco, sintió el roce de la tela sobre su cuerpo y se dio cuenta
que no había marcha atrás.
Se giró para que le arreglaran unos cuantos detalles y al rato estuvo lista
para que le entregaran el ramo. Eris giro la cabeza hacia la ventana y se dio
cuenta de la gente que estaba sentándose para mirar la boda. De verdad no
entendió cómo había esa cantidad, ¿de dónde habían llegado?
—Bueno, querida. Ya estás lista. Tus novios están esperándote. Este será un
gran día.
Eris sólo alcanzó responder con sequedad y procuró sentarse unos minutos
para esperar a que la llamaran. Cada minuto que pasaba, le daba la sensación de
que el tiempo pasaba con lentitud.
Cuando por fin la llamaron, se puso de pie con la ayuda de la mujer y la
directora de la escuela quien le tomó por los hombros, mirándola con cierto
orgullo.
—Estoy tan contenta por ti, eres una de las chicas que más hemos querido
en el instituto. —La miró de abajo hacia arriba.— 18 años y virgen. Sí, sin duda
eres una joya y ellos sabrán muy bien cómo cuidarte. Lo sé muy bien.
Eris asintió lentamente porque el impacto de lo que se le venía encima la
aplastó casi por completo. La mujer se apartó y Eris comenzó a caminar hacia la
salida de esa enorme casa. Fue la primera vez en mucho tiempo en que sintió el
calor del sol sobre los hombros y su rostro. Como si fuera una ironía de la vida,
el día estaba brillante y espléndido.
Se detuvo en esas puertas que daban a un patio enorme y verde. Las cientos
de sillas estaban colocadas allí para esas personas que eran los expectores de un
espectáculo lamentable y triste.
En cuanto Eris alzó la mirada, se encontró con la formación de cinco tíos
dispuestos en un semicírculo. Casi todos muy diferentes entre sí. Había uno
rubio alto y de ojos penetrantes que la miró apenas se asomó, uno moreno, otro
pelirrojo. Al menos eso fue lo que ella pudo captar de manera rápida. Su corazón
comenzó a acelerarse cada vez más a medida que avanzaba en ese pasillo con
bordes de pétalos de rosas blancas.
Todo le pareció un chiste, un constante recordatorio de que su vida era una
fachada y que lamentablemente tenía que seguir con esa farsa.
III

Los cinco hombres estaban esperándola ansiosamente en el lugar que les


habían asignado. Todos ataviados con sus trajes formales y con sus
condecoraciones para demostrar que eran tíos poderosos y de respeto.
El mayor de todos era el que estaba en la postura principal. Bruno era el
soldado más valioso de todos, por ser el heredero del gobierno y también por ser
un comandante del más alto calibre.
Rubio, alto, con buena figura, de ojos azules y de expresión neutra, Bruno
erala representación gráfica de lo que todo hombre de ese futuro post
apocalíptico debía lucir.
Era el arquetipo perfecto por lo que la alianza principal sería con él,
seguidamente, estaría su hermano menor, Bernardo. De belleza similar, piel
blanca, cabello negro y espeso, ojos verdes y ligeramente más bajo que su
hermano. Él era general del ejército con un poco de sentido del humor más
alegre.
En tercer lugar estaba Felipe, un experto en aviación procedente de una
familia poderosa y adinerada. Sus rasgos recordaban la existencia de la etnicidad
indígena pero él era una versión más alta y fuerte.
Al principio, él le pareció un poco absurda la idea de compartir mujer con
cuatro tíos más, sin embargo, pensó luego que esa modalidad de vida le vendría
bien a un sádico como él. Desde que vio a esa chica, se imaginó de inmediato en
todas las cosas divertidas que pudiera hacer con ella.
Pedro estaba junto a él. Era el experto en explosivos y detonaciones, así que
estaba en un departamento especial en el ejército. Tal como su especialidad,
Pedro era una persona volátil, explosiva e impulsiva, por suerte no en su puesto
de trabajo.
Su cabello rojo estaba iluminado por el brillo del día y eso hizo que
destacara entre los demás de una manera casi especial. En cuanto vio a Eris,
sintió una especie de frío en el estómago.
Finalmente, Arturo era el más joven de todo el grupo y quien quizás tenía la
mentalidad más inmadura de todos. Su piel era oscura así como su cabello y sus
ojos. Tenía la nariz un poco ancha y su altura le daba un porte imponente, casi
competitivo con Bruno.
La verdad es que a él le resultaba sumamente fastidioso ese tipo de eventos.
Su familia le fue insistente para que se uniera con esa chica. No sabía la razón,
no obstante, eso no quería decir que él dejaría de divertirse ni de disfrutar de su
juventud.
Eris llegó a posicionarse con la ayuda de Bruno y Pedro, quienes se
prestaron para acomodar su vestido y velo. Ella quedó en medio y debido a la
rabia que sentía, no podía alzar la mirada. La dejó clavada en el suelo.
La ceremonia terminó y ella fue a la celebración de su boda con cientos de
invitados desconocidos. La sentaron en la mesa principal y comenzó a observar
alrededor. Se dio cuenta en ese momento que las mujeres como ella se habían
convertido en una moneda de cambio, en una especie de accesorio para esos
hombres de poder y dinero que podían escoger a la muñeca que querían para
poder jugar con ella.
La noche de bodas le causó pánico porque no tenía idea de lo que iba a
pasar. Era una chica virgen, el tema del sexo era todo un misterio sobre todo
porque en el instituto sólo era enseñado como una herramienta para procrear y
ya.
La mente de Eris iba a mil por hora, la cuestión en su situación iba más allá
de sentir placer o no, era cuestión de sobrevivir. Quizás podría ganarse el favor
de todos o de alguno para poder huir y tener una vida como quería. Sólo tendría
que probar que su plan era factible de hacer.
Después de un rato, la novia y los cinco novios se trasladaron a la nueva
residencia. Una que se las otorgó el gobierno por el deber de preservar la especie
y también como recompensa a los soldados.
La novia tendría su habitación al igual que los soldados, pero habría un
lugar en donde ellos o alguno pudiera tomar a su esposa para hacerla suya las
veces que quisiera.
Eris recibió las últimas instrucciones y fue hacia su aposento para
prepararse comportarse como una típica novia. Se quitó el vestido, las flores de
la cabeza y deshizo el moño a pesar de las claras instrucciones de no hacerlo. En
cambio, se hizo una trenza de lado y se levantó para lavar un poco su cuerpo.
Al salir, buscó una bata y se colocó pensando que ya no podía retrasar lo
inminente. Tenía que continuar a como diera lugar.
Se levantó y salió de un solo golpe, sin esperar demasiado. Caminó por un
pasillo largo y oscuro y luego se adentró a una habitación que estaba iluminada
por luces tenues. Inmediatamente se dio cuenta que era el lugar y procedió a
entrar.
Percibió un fuerte olor a jazmín y recordó que aquello formaba parte del
ritual del momento. Se paseó un poco en la habitación hasta que decidió sentarse
sobre la cama y esperar.
Los minutos que pasaron se sintieron como una eternidad. Entonces, Eris
alzó la mirada porque escuchó unos pasos. El corazón comenzó a latirle con
fuerza. Poco después, uno a uno comenzó a entrar a la habitación. Primero
Bruno, después Bernardo, Felipe, Pedro y Arturo de último.
Todos no tenían nada que cubriera su torso, por lo que estaban usando un
par de pantalones oscuros. De nuevo, Eris se sintió que estaba en medio de un
ritual extraño.
Ella trató de decir algo, pero por alguna razón, dejó de sentir indignación o
rabia. Sus emociones estaban cambiando drásticamente y no sabía con exactitud
el motivo de ello… O sí.
Lo cierto fue que al ver esos cinco hombres tan diferentes y tan dispuestos a
tomarla, la hizo sentir más lista que nunca a su misión. Sí, el sexo era un asunto
más o menos desconocido, pero sabía que debía dejar que su propia naturaleza
hablara por sí misma. Quizás, después de todo, podría encontrar algo de placer
en todo el asunto.
Bruno se adelantó y se acercó para estirarle la mano. Ella se quedó un poco
helada pero su cuerpo actuó inmediatamente, por lo que tomó la mano de él,
suave, delicada y la ayudó a colocarse de pie.
Eris quedó expuesta ante la mirada de esos hombres que parecían
hambrientos por ella. Observaban su piel y percibían su aroma, hubo una mano
entusiasta que se atrevió a acariciar levemente un mechón de cabello.
—A ver. —Dijo Bruno.— Ya todos hemos hablado aquí, así que tendrán
que calmarse un poco porque tengo el derecho de desposar a mi mujer primero.
Todos hicieron un resoplido de inconformidad pero tuvieron que aceptar el
acuerdo que establecieron. Así que él se giró para llevársela consigo a un lugar
que Eris no tenía idea.
Él caminó frente de ella por un rato hasta que la dejó en la habitación en
donde estaba quedándose él. Eris estaba nerviosa pero estaba entregándose cada
vez a ese momento que parecía inminente.
Después de cerrar la puerta, Bruno se acercó a ella con cuidado. La miró
fijamente con sus ojos azules y fríos y luego los cerró para llevar sus manos a su
cuello. La acarició con cuidado, como si fuera una figurilla perfecta de
porcelana.
Para Eris, todo lo que estaba sucediendo le produjo escozor por el cuerpo.
La piel se le puso de gallina y comenzó a experimentar algo de calor que le
palpitaba en sus partes. Tuvo ganas de salir corriendo porque fue la primera vez
que sintió algo así.
… Pero no, se quedó allí, tranquila, quieta, como si fuera un cordero suave
y obediente. Luego, de tocarla, de hacerla sentir calor con sus dedos, Bruno
abrió los ojos y se percató que ella estaba sonrojada.
Sonrió con cierta malicia y luego fue hacia ella para besarle en los labios.
Otra primera vez para Eris. Fue allí cuando cobró consciencia de las sensaciones
que se había privado por tanto tiempo.
El tema de los besos, las caricias, la intimidad todo formó parte de una
situación que sólo existía en su mente. Cuando no sentía la presión de ser la
muchacha perfecta, a veces pensaba en cómo sería unirse con alguien en la
lujuria y en el deseo. Se preguntaba cómo se sentiría estar desnuda con alguien.
Le daba miedo la sola idea… Pero también curiosidad.
Entonces ese hombre, de aspecto duro y frío, la estaba tocando con toda la
paciencia del mundo. Sus manos comenzaron a descender lentamente sobre sus
hombros, brazos y cintura. Se quedó allí tocándola, rozándola.
Bruno sabía que era virgen y deseó más que nunca ser el primero que
pudiera saborear las mieles de ese cuerpo, primero que los demás, primero que
esa horda de tíos hambrientos, tan hambrientos como él.
Entonces, siguió con los besos, con el roce de su rostro sobre el de ella,
haciéndola gemir y estremecerse a cada segundo. Ella iba perdiendo cada vez
más, la capacidad de controlarse a sí misma.
Bruno abrió los ojos y Eris percibió un destello en su mirada azul, entonces
sintió cómo el poco a poco la dejaba sobre la cama, como si fuera un precioso
regalo. Luego de quedar tendida, desató la delicada cinta de seda que ayudaba a
marcar la cintura delgada de su esposa y descubrió ese cuerpo delicioso y
agitado.
Fue la primera vez que alguien la miraba en cueros y tuvo un frío en el
estómago porque no sabía qué sucedería después. Sin embargo, el rostro de él
estaba encendido y algo le dijo que todo saldría más que bien.
Bruno hizo una pequeña sonrisa y se adentró a ese cuerpo que le provocaba
cada vez más. Sus pechos firmes, el color rosado de sus pezones, el triángulo
divino y las piernas delgadas. En seguida, fue el turno de él para quitarse el resto
de ropa que le impedía unirse a ella con comodidad.
Los pantalones y todo lo demás cayó en el suelo lentamente, los ojos de
Eris se pasearon por la belleza de ese cuerpo blanco, formado y muy fuerte.
Debido al impulso de su curiosidad al estar tan cerca a la anatomía de un
hombre, sus dedos se deslizaron por los pectorales y el torso de Bruno, mientras
él estaba sonriendo por el gesto casi infantil de esa chica. Le pareció tierno sobre
todo para alguien quien era tan ajeno a esas cosas.
Luego de ese juego lindo y previo, Bruno se transformó en una especie de
bestia porque no pudo más. Su boca fue directamente a los pechos de ella para
devorarlos con todas las ganas del mundo.
Mientras que sus manos se ocupaban de apretar la carne, la lengua de él se
ocupaba de lamer y sus dientes de morder. Ella, en la cama, acostada y dispuesta
para su esposo, lo único que hacía era experimentar ese calor que la iba
invadiendo cada vez más.
De hecho, hubo un momento en donde ella sintió que algo comenzó a salir
de su coño. No tuvo idea de qué pero sintió un pánico enorme. Pensó que había
algo malo en ella, por lo que hizo el intento de incorporarse para saber qué era.
Sin embargo, Bruno entendió lo que ella estaba experimentando y miró a
ver. Se trató de algo que ya sabía, su mujer estaba tan mojada que sus fluidos
estaban saliendo de ella, empapando la cama.
Por supuesto que él aprovechó la oportunidad para lamer y comer todo eso
que salía de ella. Entonces bajó lentamente e inclinó la cabeza y alzó los ojos
para encontrarse con los de Eris. Le acarició el rostro con suavidad y luego
adentró su lengua a esas deliciosas carnes que lo tentaban como nadie.
El pliegue de sus labios rosados ligeramente oscuros, la dureza del clítoris
que le indicó que ella estaba en el éxtasis y esa abertura que escondía la delicia
de su virginidad… Pero eso primero lo probaría con su lengua.
Hizo una lenta lamida en el coño de ella, una suave lo suficiente como para
provocarla más y más. De hecho, notó cómo sus delicadas manos se encargaron
de tomar un poco las sábanas, sujetándose de ellas con fuerza, tal y como si la
vida se le fuera en ello.
Luego de un rato, siendo un hombre delicado, procuró hacerlo con más
fuerza y contundencia. Hizo lo posible por arrastrarla hacia un punto en el que
no se le fuera posible escapar, salvo que le rogara que la penetrara.
Los gemidos de Eris retumbaron en la habitación. Ella, al escucharse, sintió
un poco de vergüenza y trató de taparse la boca para no hacer más ruidos.
—No, no lo hagas. Mientras estés aquí, mientras estés desnuda, mientras
nos entregamos a esto, no tienes por qué reprimirte. Esos días se acabaron. —
Dijo Bruno muy cerca al oído de ella, por lo que fue suficiente para que Eris
dejara de pensar en esa educación ortodoxa y mandara todo al diablo. Ese
momento lo iba a disfrutar en serio.
Siguió comiéndola y cuando notó que no podía más, se preparó entonces
para penetrarla. De la emoción, el corazón le latía a mil por hora, así que trató de
encontrar un poco de sosiego porque sabía que sería necesario para continuar.
Acomodó sus manos y brazos sobre la cama, mientras ella abría las piernas
de par en par. Sabía que no estaba demasiado lejos de suceder ese momento de
gloria infinito. Más que nunca, el cuerpo de Eris le dijo que sucedería algo
simplemente maravilloso.
Ella sintió cómo a poco el calor de su verga iba entrando en contacto con
sus partes. La punta de ese glande que estaba empapado por la excitación, esa
mirada que tenía él y que le demostraba que estaba listo para atravesarla por
completo.
De manera que poco a poco él se adentraba cada vez más en ese terreno
delicioso y embriagador. Por otro lado, Eris estaba aferrándose en las sábanas
porque tuvo la sensación de que se iba a desvanecer en cualquier momento.
Estaba experimentando la presión y el roce de la verga de él contra su coño.
El dolor se estaba haciendo más presente por lo que hubo momentos en donde
trataba de rogar por unos segundos de descanso. Bruno entendió rápidamente las
señales, por lo que no hubo problema, sin embargo, su instinto animal estaba
tomando el control de la situación, sobre todo por su ansiedad de penetrarla.
Iba lento, con paciencia, de vez en cuando se quedado estático, sin
movimiento, hasta que retomaba la faena. Así pues, en cuestión de minutos, sólo
le bastó hacer un movimiento certero para convertir a Eris en una mujer por
entero. Ya no eres una niña, ahora era una mujer con todas las letras… Su mujer.
Ella exclamó un grito final que estremeció toda la tranquilidad de la
habitación. Pero ese sonido excitó mucho más a ese compañero que estaba en el
deleite máximo de sentir el calor y la estrechez de esas partes. Así que no tardó
demasiado en comenzar a moverse poco a poco.
El roce de sus partes se manifestó de una manera constante y rítmica, el
cambio fue drástico a lo que había experimentado Eris en un primer momento.
Fue completamente diferente.
A pesar que aún sentía un poco de dolor, le llamó la atención esa mezcla
casi adictiva con el placer. Esa sensación aumentó mucho más cuando se dio
cuenta que la lujuria estaba corriendo por todo su cuerpo como si fuera una
corriente eléctrica.
Desde sus pies hasta la punta de su cabeza estaban dominados por ese
sentimiento de deseo descontrolado. Sus manos ya no estaban en las sábanas
sino aferradas en los brazos de ese hombre que la penetraba una y otra vez.
Finalmente, llegó al punto en donde quería estar, se movía con más rapidez,
con más ímpetu, era casi una máquina imparable, seguía y seguía, dando el
máximo de sí mismo.
Ella estaba tendida sobre la cama, con el cabello esparcido sobre la
almohada, con las mejillas encendidas y con la boca entreabierta dejando salir
una serie de gemidos y gritos que iban en consonancia con lo que él la hacía
sentir.
Tan delicioso que era, Eris se preguntó si habría algo mejor que eso.
Entonces, en ese instante, Bruno la tomó por la cintura, haciéndola cambiar de
posición con mucha rapidez. Eso, de alguna manera, también ayudó a que Eris
tomara un poco de aire entre tanta agitación.
Quedó sobre la cama apoyada por sus manos y rodillas, con el culo abierto
y con el coño esperando por algo más. La ansiedad le hizo sentir que tenía el
corazón acelerado y que la sorpresa se daría en cualquier momento. Sin
embargo, ya ella en ese punto estaba más emocionada que nunca.
Él volvió a tomarla desde la espalda, sus manos se pasearon por las bellas
nalgas, con esa textura de piel de melocotón. Luego, introdujo un par de dedos
en el coño para masturbarla. Quizás estaba yendo demasiado lejos para ser la
primera vez, pero lo cierto es que sentía que no podía parar.
Le metió la verga de golpe, sin contemplaciones ni caricias delicadas. Ya no
hubo reversa para sus sentimientos desbocados por ella, así que decidió cumplir
con la intención de tenerla una y otra vez.
Sus manos terminaron por apoyarse en su cintura mientras que sus
embestidas eran más violentas e intensas. De hecho, hubo momentos en donde
Eris se perdió por completo y estaba privada por el placer.
Él siguió y siguió porque estaba determinado en que ella se corriera con
intensidad. Entonces, para estimularla aún más, juntó de nuevo esos dedos para
acariciarle delicadamente el clítoris.
Al hacer contacto, notó que el cuerpo de Eris se retorció del placer, que sus
gemidos y ruidos se intensificaron más, por lo que quiso decir que iba por muy
buen camino. Tenía que continuar.
Siguió follándola hasta que notó que el perfil de su esposa se tornó rojo y
con las venas marcadas de la frente y la garganta. Asimismo, experimentó la
intensidad del calor de las carnes de ella, una temperatura que fue casi
abrasadora. Entonces supo que estaba cerca
Un poco más y Eris de repente sintió que todo lo que tenía alrededor
desapareció por completo. Su vista se nubló por completo para así quedar en
medio de esa oscuridad que pareció abrazarla por completo.
Lo último que recordó, fue el sonido lejano de su propia voz en forma de
grito y luego, cayó derrumbada en la cama, sin nada más.
El orgasmo de Eris se manifestó también en una deliciosa expulsión de
jugos que Bruno aprovechó para lamer y comer. Su lengua iba percibiendo el
sabor del coño de ella, de ese coño divino que lo hizo sentir como un semental.
Tras recuperarse de la sesión, se incorporó lentamente y recobró el aliento
para recordarse a sí mismo que ya era el turno de los demás para poseerla. Antes
de hacerlo, la miró un rato sobre la cama. Eris lucía como un ángel, desnuda,
blanca, con ese sonrosado hermoso que tenía en el rostro.
Él procedió a vestirse para luego refrescarse. Tanto para él como para ella y
el resto, la noche apenas estaba comenzando.
IV

Minutos después, Eris abrió los ojos y se encontró sola en la habitación


principal. Supuso que Bruno la había dejado allí después de terminar. Entonces,
se levantó como pudo y caminó hacia el baño para limpiarse y prepararse para lo
siguiente. Tenía claro que sus funciones como esposa debían de continuar con el
resto que aún esperaba por ella.
Sorprendentemente, eso no le causó demasiada preocupación. De hecho, al
mirarse al espejo, se dio cuenta que el sexo no era un monstruo después de todo,
sino más bien un canal que le estaba permitiendo descubrirse a sí misma.
Aunque es dependería de otras experiencias más.
Tomó el peine que estaba en la encimera del baño y comenzó a
desenredarse el desastre que tenía debido a la agitación anterior. Durante el
momento que estuvo allí, nunca dejó de mirarse fijamente, como si estuviera
embebida en sus pensamientos.
Comenzó a recordar los rostros de los siguientes hombres: de los ojos
verdes de Bernardo, de la furia que expedía Felipe, el rojo intenso del cabello de
Pedro y la mirada altiva de Arturo. Tendría esos ojos mirándola, todo el tiempo y
eso le produjo una especie de emoción que le produjo un frío en el estómago.
Entonces, escuchó un ligero chirrido de la puerta. Fue la señal de que era
momento de prepararse para la situación que tendría en frente. Tragó fuerte y
apagó la luz del baño, luego salió y se encontró con el cuerpo desnudo de
Bernardo, poco después, el resto de los hombres lo siguieron hasta allí.
Eris no supo qué hacer exactamente, pero le hizo caso a su instinto que le
dijo que era buena idea que se acostara sobre la cama y que se preparara para el
sometimiento ante los demás.
Los segundos se sintieron eternos y para no sentirse demasiado sola en sus
pensamientos, comenzó a recordar los cientos de artículos de la Ley de la
Lealtad. Esas frases que siempre le parecieron necias pero que justo en ese
momento le dieron un poco de tranquilidad, aunque nos supo por qué.
Se mojó los labios un poco mientras sentía que su coño aún palpitaba de la
sesión anterior con Bruno, quien no estaba allí.
De repente, sintió las manos de Bernardo y de Felipe quienes se
apresuraron por extender sus brazos y piernas sobre la cama. De esa manera, su
cuerpo quedó completamente abierto.
Felipe, el sádico, el que tenía ese gusto particular por las cosas un poco más
rudas, se encargó de atarla, lo suficiente como para no se sintiera incómoda pero
que también se le hiciera difícil moverse con tanta libertad.
Eris, al sentirse atada, sintió algo de temor pero el roce de las cuerdas sobre
su piel. Ese pequeño ardor le hizo sentir más excitada. La mujer que pensó que
era estaba transformándose poco a poco.
Los hombres, al verla desnuda, comenzaron a sentir que sus miembros
estaban cada vez más duros y calientes. Esa mujer blanca, deliciosa, estaba allí
para darles todo el placer posible.
Fue entonces cuando Felipe se colocó a un lado de la cama, lo mismo hizo
Arturo. Eris estiró las manos y comenzó a masturbarlos desde la torpeza del
desconocimiento. Se sintió un poco tonta por hacerlo mal, pero luego sintió la
necesidad de hacerlo bien, de hacerlo correctamente.
Cerró los ojos y cada parte de su palma sintió el contacto y la textura de las
venas, de los glandes y de la humedad que estos expedían debido a la excitación.
En seguida, comenzó a escuchar los suaves gemidos de los dos, casi como si
fueran una hermosa sinfonía.
Bernardo estuvo de pie, mirando todo, hasta que sintió que los pechos de
ella lo llamaban a gritos, así que se acercó a ella y comenzó a comerse cada
pezón y cada pecho como si fuera lo único que haría el resto de su vida.
Mientras tanto, Pedro, el del cabello de fuego, se dio cuenta que había
quedado para él esa parte que se le presentaba como si fuera un precioso regalo.
El coño de ella, abierto, rosado y caliente por la excitación.
Su verga blanca y gruesa, con el relieve pronunciado gracias a las venas
gruesas que inyectaban de sangre su miembro. Con una mano comenzó a
masturbarse mientras que veía ese espectáculo de mujer que quería sólo para él.
Entonces se subió a la cama y le tomó los muslos con ambas manos,
acarició su piel con sus dedos y le excitó lo que vio. Ella se excitó porque su piel
se volvió de gallina, porque la vio estremecerse y la escuchó gemir
delicadamente.
Se preparó para penetrarla, así que se afincó más en esas piernas y su verga
sólo pareció encargarse de buscar el centro de ese coño delicioso lleno de calor y
humedad. La punta, al principio, sólo esa parte bastaba para sentir el
magnetismo de su carne.
Metió se verga como si estuviera llevado por una especie de fuerza mucho
más grande que él. Así que de inmediato se volvieron a escuchar los gemidos y
quejidos de ella, esos mismos que retumbaron las paredes la primera vez que
todos lo escucharon.
Las cosas permanecieron en esa misma sintonía hasta que los esposos
comenzaron a tomar más protagonismo y control de la situación. De esa manera,
Eris fue tomada como ellos quisieron.
Hubo un momento en la noche en donde uno de ellos la colocó sobre la
pared y comenzó masturbarla con fuerza. Le prohibieron moverse por lo que ella
se quedó allí, haciendo un tremendo esfuerzo por quedarse tranquila, sin hacer
demasiado alboroto.
Trató de sellar sus labios para no hacer tanto ruido, pero las manos no
dejaban de tocarla, de manosearla. A veces sentía que la agarraban con fuerza,
otras veces eran jaloneos en el cabello. Esos mismos que le producían un
inmenso placer. Quién diría que la chica, al final, realmente disfrutaría esas
maneras rudas. Se encontró tan excitada que sintió que iba deshacerse en
cualquier momento en el suelo.
La noche transcurrió en una orgía de lujuria y descontrol. Cuando todos
estuvieron a punto de rendirse, la regresaron sobre la cama y todos se colocaron
alrededor de ella con el objetivo de masturbarse ante los ojos de ella.
Todos, metidos en su propia concentración, no podían dejar de frotarse y
menos de mirar a esa mujer a la que estaban unidos legalmente. Ella era suya y
ellos podían hacer lo que quisieran.
A los segundos, los gemidos del orgasmo se manifestaron casi al unísono,
de manera que los hilos de semen caliente comenzaron a caer sobre el rostro y
pecho de ella. Eris recibió la excitación de cada uno como si fuera una especie
de celebración. Y quizás así era, fue una forma de confirmar la unión que tenían
y que debían perpetuar.
Al terminar, Eris se levantó lentamente y fue hasta el baño para tomar un
baño. La dejaron sola o al menos eso fue lo que ella creyó.
Luego de un baño de agua tibia, el cuerpo de Eris estaba gastado por el sexo
intenso y sólo deseó echarse sobre la cama y quedarse dormida. Se echó crema
de jazmín, según la señal de una mujer casada, terminó de peinarse y salió del
baño para ir a la cama.
Antes de sentir el alivio de que por fin estaba sola y que podría descansar,
alzó la mirada y se encontró con los ojos verdes de Pedro, quien parecía estar
sonrojado todavía. Ella sintió que había pasado años luz desde el encuentro que
tuvieron.
El cansancio era demasiado, por lo que ella se sintió impedida de decir
palabra alguna en ese momento. Sin embargo, él sí tomó el primer paso para
hablar con ella.
Ahora vestido y con una actitud un poco tímida, Pedro extendió un vaso de
agua a su esposa.
—Pensé que tendrías un poco de sed. No sé lo que te gusta por eso me fui
por lo seguro. —Dijo él con respeto y con un tono frío simulado.
Eris se quedó en silencio y asintió ligeramente en modo de agradecimiento,
bebió un poco de contenido y sintió el alivio de ese líquido que le quitaba las
ganas de tomar algo. Dejó el vaso en un mueble y luego los dos se encontraron
en la mirada de un par de personas que no sabían qué decir.
Fue incómodo porque acaban de cogerse y ahora no tenían nada qué decir.
Eris pensó en esas lecciones para ser la mujer perfecta y no recordó nada para
situaciones como esa.
—Bueno, sólo quise venir para saber cómo estabas. Me llamo Pedro y si
tienes algún problema, no dudes en llamarme. Haré lo posible… Por, ya sabes,
ayudarte. —Agregó el hombre antes de echarse para atrás y darle espacio para
que ella se quedara sola.
Él cerró la puerta delicadamente y Eris se quedó de pie, pensando en todo
lo que acababa de suceder. Sin más, se echó sobre la cama y cerró los ojos. Por
un lado, supuso que lo peor ya había pasado, pero sabía que tenía un objetivo
claro, tenía que huir de esa casa, de esa vida en donde estaría destinada a ser una
especie de incubadora para esos tíos.
Quiso confiar en el gesto amable de Pedro, pero era un hombre y un
completo desconocido para ella. Sabía que tarde o temprano que él haría lo
posible para beneficiarse de la situación, sin importar qué. Así como el resto de
sus esposos.
Por otro lado, se concentró en un aspecto que le llamó la atención, el hecho
de que encontrara el placer y la lujuria en una sola noche. Tuvo que admitir que
hablar de eso no era algo común en La Cría, ya que más bien enfocaban el hecho
sólo con fines reproductivos. Además, era más común que hablaran sobre
posiciones y dietas que ayudaran a la fecundidad de la mujer.
Pero, de nuevo, el sexo, la penetración, el saborear pollas en su boca, el
sentir el calor del aliento de sus amantes sobre su piel, la humedad de su coño, el
dolor que sintió cuando Bruno la atravesó por completo. Eso, fue eso que la hizo
sentir más viva que nunca y le pareció muy posible que las profesoras
encontraran ese hecho sumamente escandaloso. Pero ahora, no tenía a nadie para
que le reprochara.
Sonrió porque había alcanzado una especie de victoria muy íntima, muy
personal. Había vencido a las puritanas del instituto y aquellas que obligaban a
las mujeres a ser como tenían que ser por un mandato absurdo.
Los pensamientos, al final, se le acumularon en una especie de revoltijo
hasta que por fin pudo encontrar el sueño. Se quedó dormida en lo que fue un
aura de incertidumbre y de dudas.
V

Ella abrió los ojos apenas escuchó el canto de las aves. El sol se filtraba a
su habitación con delicadeza y sintió el calor de uno de los rayos que reposaba
sobre una de sus manos. Movió los dedos ligeramente hasta que se incorporó
sobre la cama.
Por un momento, no reconoció el lugar en donde estaba, pero luego las
cosas se le hicieron más claras. Ahora era una mujer casada. Con todas las letras.
Se paró y fue al baño para tomar una ducha. Mientras se estaba quitando la
ropa, notó las marcas de dedos, manos y mordidas que tenía alrededor del
cuerpo. Estaba marcada por esos hombres y eso le llamó poderosamente la
atención porque sintió que ella era su propiedad.
Recordó que debía armar un plan para liberarse de la situación lo más
rápido posible, por lo que tenía que aprender a jugar sus cartas con inteligencia.
No podía dejar que sus arrebatos de rabia y frustración tomara el protagonismo,
más bien tenía que comportarse como alguien con ambición y con disposición a
hacer algunas modificaciones en su plan.
Sería la mujer paciente, atenta y sensual que ellos querrían. Ya alguno
caería en sus redes y eso bastaría para poder salir de ese lugar, tan lejos como
fuera posible. No le importaba dónde.
Salió de allí como si estuviera renovada. Claro, todavía estaba latente el
hecho de que estaba nerviosa por lo que podría suceder después. Aclaró la
garganta mientras se estaba peinando, como una especie de ritual para pensar y
aclarar la mente.
Comenzó a prepararse para ese día, no tenía la más mínima idea de lo que
iba a suceder así que tendría que imaginar cuál sería su esquema.
De hecho, en algún momento pensó que tendría que ser la típica ama de
casa: lavar, cocinar, limpiar y atender a cinco tíos con necesidades diferentes,
incluyendo, por supuesto, el sexo. Sin embargo, en una de esas clases de La Cría,
se dio cuenta que las cosas no serían así.
Las esposas sólo debían consentir el sexo cuando el o los maridos quisieran.
Además, estaría dispuesta a acompañarlos o a “entretenerlos” siempre y cuando
ellos quisieran. De resto, la limpieza, preparación de la comida y demás, serían
tareas las cuales serían asignadas a un personal específico. Esta decisión se tomó
para preservar la salud y las buenas condiciones físicas de la mujer, de manera
que ningún trabajo prolongado pudiera comprometer el óptimo funcionamiento
de sus funciones corporales… Sí, parecía que estuvieran hablando de un coche o
una casa.
Más allá de la incomodidad que eso le provocara, Eris tenía que aprovechar
el tiempo posible para estudiar a sus esposos, con el fin de sacar el máximo de
ventaja. En la noche anterior, conoció un poco más a Pedro, quien a primera
vista lucía como alguien un poco más empático que los demás. Ella luego tendría
que investigar más sobre ese aspecto porque no quería que fuera una mera
ilusión de su parte.
Lo cierto es que tomó un par de jeans rasgados y una camiseta negra, unas
zapatillas deportivas que se llevó consigo en el instituto y nada más. Se dejó el
cabello suelto y luego salió para dejar su escondite por un rato.
Los pasillos estaban en silencio y en soledad. Le llamó la atención porque
era de mañana y supuso que habría movimiento por el lugar. Sin embargo,
mientras se acercaba hacia la cocina y parte del comedor principal, escuchó un
par de murmullos y sonidos de tazas y platos.
Instintivamente se detuvo en seco, como si no quisiera interrumpir esa
escena inminente. Lo cierto fue que estaba lo suficientemente cerca como entrar
y no podía echarse para atrás.
Dio unos pasos más y todo el murmullo quedó en silencio. Los hombres
que estaban allí, se levantaron de repente como para darle la bienvenida.
—Buenos días, Eris. Ya está listo el desayuno. —Dijo Bruno en todo seco.
—Hola, buenos días.
Pedro la miró con los ojos brillantes, Arturo ni se inmutó.
—¿Y el resto…?
—Bueno, Felipe tuvo que irse temprano a hacer una prueba y Bernardo
también. Ha habido movimiento en ciertos frentes. Nosotros nos iremos en un
rato, pero queremos que estés tranquila. —Respondió Bruno.
—Vale, gracias.
Pedro se quedó sentado en la mesa, más o menos cerca de ella para hacerle
compañía. Segundos después, se aventuró a preguntarle.
—¿Dormiste bien?
—Sí, sí. Gracias. Espero que ustedes también. —Dijo ella con una sonrisa
ligera hacia él.
—Bueno, creo que es mejor que nos vayamos. Hay cosas más importantes
que hacer… —Arturo se levantó de la mesa abruptamente.
De inmediato, Eris pensó que el más joven de todos quedó descartado de
plano. No era la primera vez que demostraba una actitud condescendiente con
ella.
—Nos veremos pronto, Eris. Por cierto, debes saber que debido a nuestras
funciones, puede que nos veas en días e incluso semanas. Sin embargo, lo
notificaremos como corresponde. —Bruno sentenció la respuesta con sus ojos
abiertos y más azules que nunca.
—Vale, entiendo.
Antes de irse, Pedro se detuvo en el umbral de esa cocina grande y amplia.
El corazón de Eris comenzó a latir con fuerza y luego de esperar unos segundos,
la sombra de él desapareció para dejarla sola.
Eris miró el plato que tenía en frente: unas cuantos waffles, huevos y
tocino. Un vaso de jugo de naranja fresco y una pequeña taza de café que aún
estaba humeando. A pesar del hambre, se quedó pensativa por un rato, como si
sus pensamientos estuvieran congelados por alguna razón.
Tomó los cubiertos y comenzó a comer, necesitaría la energía suficiente
para hacer investigaciones sobre esos sujetos. Tendría que buscar información de
donde se le fuera posible.
Terminó de comer y se levantó para lavar los platos que había ensuciado.
Luego, comenzó a explorar la casa con un poco más de calma. Agradeció tener
tiempo para sí misma en la soledad de ese lugar.
El lugar era impresionante y grande, techos altos y espacios abiertos. Sin
duda, se trataba de un sitio muy diferente al internado. Habitaciones de gran
tamaño, muebles estilo campestre pero modernos, y una chimenea limpia que
debía verse hermosa durante los días de invierno.
Eris se paseó por los rincones tratando de encontrar algo que le diera una
pista. Sólo sabía que todos eran soldados y, según lo que había dicho Bruno, eran
soldados. Supuso que con diferentes especialidades pero conectados de alguna
manera u otra.
Siguió caminando hasta que se sentó en el césped del patio. Ese enorme
patio que le recordó al del internado. Los árboles y las hojas moviéndose
lentamente por la suavidad de la brisa. La sensación de paz que le dio y que
embargó su cuerpo.
Cerró los ojos y pensó en Pedro. En esas señales y muestras de afecto
distante que estaban adentrándose cada vez más en ella. La mirada de esos ojos
verdes que contrastaban con fuerza con el cabello rojo intenso. La piel blanca y
la actitud de hombre valiente.
Sonrió como una niña porque no sabía muy bien cómo actuar en una
situación como esa. No quería que sus planes se frustraran pero no podía evitar
sentir esas mariposas en el interior de su estómago. Decidió que le daría un poco
más de tiempo a aquello que estaba experimentando. Además, tendría que tomar
decisiones más importantes.
Entre todos los espacios que había, sólo pudo concluir que ese lugar parecía
estar listo para recibir a un grupo como el de ella y sus esposos. Nada más
contundente o importante. Sin embargo, justo antes de rendirse por completo, se
topó con una computadora, la cual estaba descansando en una mesa cerca de la
sala. Se regañó a sí misma por no haberle prestado atención que el aparato
estuviera allí.
Miró hacia los lados, con el miedo de que alguien pudiera verla. Tenía
miedo de que la descubrieran, sobre todo porque no tenía idea de cuáles serían
los resultados de la situación.
Se sentó en la silla y no se sorprendió demasiado de que hubiera páginas
que estuvieran bloqueadas. De eso se trataba el control del sistema. De alguna
manera, tenía que hacer lo posible por encontrar algo que le fuera útil.
Estuvo un rato allí. Debido a su tenacidad fue encontrando de a poco datos
sobre sus esposos. Por ejemplo, Bruno resultó el mayor de todos y también un
soldado de un alto rango. Bernardo era su hermano menor, por lo que no le
sorprendió eso puesto que tenían cierto parecido. Al final, también se trataba de
alguien importante para la sociedad.
Siguió con Felipe. Se percató que era un piloto de aviones de combate muy
hábil y con un carácter un poco turbio. Por otro lado, Pedro era un experto en
explosivos y bombas, y con una personalidad muy similar a su oficio, aunque
para ella le resultó todo lo contrario.
Finalmente, Arturo era el menor y ampliamente conocido por ser un
mujeriego. Tenía un cargo menor puesto que la vida como militar tampoco le
resultaba demasiado satisfactoria o interesante. Además, ya ella sabía que era un
hombre difícil y debido a la urgencia de su situación, pensó que era mejor no
perder el tiempo con él.
Gracias a ello, pudo saber un poco más sobre todos, pudo conocerlos con
un poco de precisión y eso le hizo sentir mejor consigo misma. Entonces, justo
en el momento en que se preparaba para irse, sintió una mano sobre su hombro.
Ella giró la cabeza con violencia y con preocupación, sintió que un hilo frío
le recorrió la espalda por el desconocimiento, luego, se dio cuenta que se trataba
de Felipe. Uno de los tíos que le producía cierta incomodidad.
No pudo evitar hacer una mueca de incomodidad, sobre todo porque se
trataba de ese hombre que le daba un poco de mala espina. Pero tenía que
cambiar de actitud, sobre todo porque ya sentía que tenía uno en contra. Así que
era preferible que ese número no aumentara en lo más mínimo.
—H-hola, estaba buscando unas cosas. Algo de información. —Dijo Eris
con un poco de nervios en la voz.
Felipe la miró y se acercó lentamente hacia su rostro.
—No tienes por qué preocuparte. Yo no juzgo a nadie, además, esto está
aquí para que la usen, ¿no crees?
—Sí, sí. Tienes razón.
Ella trató de acomodarse un mechón de cabello con el además de ocultar el
temor que sentía. Sin embargo, él trató de hacer sentir cómoda porque tenía otros
planes para ella.
—¿Qué tal si me acompañas a tomarme algo en la cocina? Acabo de salir
de un entrenamiento muy fuerte, el cual tengo que regresar, pero me gustaría que
mi esposa compartiera un poco de tiempo conmigo, al menos por un rato.
—Vale, claro que sí.
Él le tomó la mano a ella con cierta firmeza y ella lo siguió por detrás en
silencio. Dieron unos cuantos pasos, puesto que no se trataba de un lugar
demasiado distante y finalmente llegaron al lugar en donde estarían.
Felipe tomó una silla y la arrimó hacia atrás para que ella se sentara
primero, luego él hizo lo propio.
—¿Cómo te has sentido? A mí todavía se me hace difícil pensar que estoy
casado. Aún no lo termino de procesar. —Comentó Felipe mientras se preparaba
un trago.
—Un poco, aunque a nosotras nos educan precisamente para esas cosas.
Para obedecer y acatar órdenes. —Eris respondió con un dejo de amargura.
Felipe esbozó una sonrisa un tanto maliciosa.
—Pues, déjame decirte que todos somos así, todos estamos en la misma
situación. Nadie es lo suficientemente libre para nada. En lo más mínimo…
Todos tenemos una función de la cual no podemos escapar. Aunque supongo que
a ustedes les tocó la peor parte.
Eris no respondió, pero él se acercó a ella para tomarle la mano.
—Pero, ¿por qué perdemos el tiempo hablando de esto? La verdad es que
todos los días son una batalla y seguir en este tema es como seguir flagelándose.
¿Qué tal si hacemos algo más interesante?
Ella captó las intenciones de él con rapidez. No hizo demasiado esfuerzo en
detectar lo que estaba pasando, así que se preparó para abrirse a una posibilidad
de mejorar su juego significativamente. Así que ella tomó el vaso de él para
jugar un poco entre sus dedos, hasta que se atrevió a dar un largo sorbo y luego
miró a su acompañante con toda la sensualidad que le fue posible.
Felipe la miró fijamente y la verdad fue que tuvo que admitir que esa chica
lucía más hermosa de lo que pudiera admitir. El cabello largo, esas hebras de
cabello que caían a los lados de su rostro ovalado. Los labios y los ojos grandes
y ligeramente rasgados. Fue la primera vez que tuvo oportunidad de mirarla con
detalle, sin que hubiera prisa de por medio… Ni presiones.
Estiró la mano delicadamente y le acarició el rostro con dulzura, aunque la
verdad se moría por hacerla sufrir, por hacerla rogar por piedad.
La tomó con firmeza por el cuello y luego la acercó con determinación. Eso
bastó para que Eris comprendiera de una vez que se trataba de un tío que le
gustaba tener todo bajo control, así que tuvo que aprender a ceder su poder en
pro de darle a él todo lo que fuera necesario… Y no le incomodó eso.
Siendo el hombre que era, Felipe se sintió un poco sorprendido por la
disposición de ella. Pero bien, tampoco iba a profundizar más el asunto porque la
verdad estaba ansioso por tener sexo. El arduo entrenamiento lo había dejado
con ganas de drenar el estrés y la ansiedad que vivió y que le faltaba por vivir.
Él se levantó de la silla y la tomó de la mano, era hora de que ella cumpliera
con los deseos de su esposo. Mientras caminaba tras él, tuvo de nuevo esa
sensación que tanto le gustaba, el sexo parecía ser un aspecto que la llevaba a un
nuevo nivel de sensaciones. La elevaba de alguna manera, la llevaba hacia un
nuevo nivel que aún se sentía muy nuevo para ella y eso le encantaba.
Disfrutó cada paso que daba en silencio, el contacto de las cortinas sobre la
piel gracias al movimiento de la brisa, eso, más el roce de las manos de él las
cuales ejercían una presión un poco firme sobre las suyas.
Caminaron un poco más hasta que entraron a la habitación de él, una que
quedaba al final de ese largo pasillo. Le llamó la atención que no fueran a la
habitación principal, quizás era una especie de acuerdo para darle su propio
espacio.
Llegaron y él de inmediato la colocó sobre la pared para disponerse a
besarla como si estuviera poseído por una fuerza que iba más allá de su propio
cuerpo. Abrió los ojos y encontró los de ella, con ese brillo tan particular y
especial. Pilló los pómulos encendidos y los labios más rojos por la emoción que
estaba viviendo.
Ella se apoyó de sus hombros mientras que él seguía besándola, comiéndole
la boca con desesperación. Gracias eso, las prendas comenzaron a caer sobre el
suelo… Las de ella, claro. Porque Felipe encontraba sumamente estimulante que
ella quedara casi sin mayor defensa que su propia piel a punto de ser rota por él.
Al tenerla así, para él solo, disfrutó mucho más la vista que tenía cerca de
él. Disfrutó que ella estuviera tan dispuesta y tan bella. Acercó su rostro al cuello
de ella y percibió ese olor delicioso a jazmín que lo dejaba atontado. De nuevo,
sintió una especie de ola de deseo, de lujuria.
Al quedar completamente desnuda, Felipe la tomó de la cintura y la giró
para que quedara de espaldas a él. En esa posición, observó esas nalgas
redondas, firmes y con esa textura de piel de melocotón.
Los pezones de ella estaban rozando la pared fría, endureciéndolos cada vez
más. El roce también la excitaron más, eso, sin dejar de lado que las manos de él
estaban apretando su piel, manoseándola, tocándola como le daba la gana.
Felipe se quedó un rato en silencio hasta que no pudo más. Iba
descendiendo por la espalda de esa mujer con lentitud, con suavidad, como si
estuviera preparándose para romperla en cualquier momento.
Le separó un poco las piernas y alzó un poco la mirada para encontrarse con
ese coño y ese culo que parecían estar esperándolo. La vagina estaba caliente,
ardiendo. Los labios con esos pliegues divinos estaban empapados.
La boca de Felipe se hizo agua y no esperó más a tener esas carnes en su
boca, así que fue hacia ellas con la intención de devorarla lo más que podía.
Abrió bien las nalgas y se concentró en comerla por completo, nunca se sintió
tan satisfecho y tan ansioso como en ese momento, pensó que no podría consigo
mismo.
Su lengua acarició todo el coño de abajo hacia arriba. El sabor de sus
fluidos que terminaron por abrumar todas sus papilas gustativas. Suspiró y siguió
con más y más fuerza. Apenas estaba comenzando y lo sabía.
Mientras tanto, Eris estaba afincada en la pared, haciendo que sus nalgas
salieran más para que el fuera apoyarse más en ella. Felipe la tomó desde atrás y
ella sintió que en cualquier momento iba a derretirse en él.
Sus dientes también se encargaron de saborearla, de hecho mordió unos
cuantos labios hasta que ella se sobresaltó. En ese punto, su verga estaba ya
bastante dura, casi a punto de explotar.
Entonces la giró de nuevo para tenerla de frente y procedió a darle un fuerte
beso en los labios. Se sintió el rey del mundo cuando se dio cuenta que ella
exclamó unos cuantos gemidos. Eso lo estimuló mucho más.
Se miraron por un momento y fue el momento en donde Eris procedió a
agacharse para proceder a mamarlo como quería. En principio como un impulso
para saber qué actitud tendría él en el momento que tendría su polla en la boca.
Mientras, en el camino hacia la perdición que le provocaba ese camino, Sus
manos se encargaban de quitarle la ropa poco a poco, él estaba mirándola como
si fuera un bobo, como si no pudiera entender bien lo que estaba pasando por su
propia condición de que se había perdido en sí mismo.
Ella, además, no sólo le quitaba el uniforme con sus dedos en forma de
pincel, sino que sus labios también se encargaban de acariciar esa piel tostada, de
tonalidad cobriza, haciéndolo estremecer de la emoción.
Finalmente, ella llegó al botón de su pantalón, desabrochándolo. Hizo lo
propio con el cierre del pantalón. Su mano tanteaba la zona con cuidado con el
fin de desesperarlo. Ella estaba cobrando más consciencia de la importancia de
seguir con ese juego porque quería tenerlo en sus redes con cierta rapidez,
porque no podía esperar.
Felipe estaba perdiendo la noción de sí mismo. Entonces estiró la mano
para tomarle el cabello, lo hizo con firmeza y la miró con esos ojos hechos un
fuego intenso. En ese preciso instante, ella entendió que podía continuar, que
podía seguir con ese juego intenso. Estaba dispuesta a volverlo loco.
Entonces bajó los pantalones y también la ropa interior, en ese momento se
encontró de frente con esa verga gruesa y ligeramente doblada. Aunque no era
larga, se veía bien apetitosa.
Bajó un poco la piel del prepucio y pudo ver esa cabeza rosácea y también
húmeda. Ella dejó que sus manos lo masajearan ligeramente para ponerlo más y
más duro. Fue obvio que estaba surtiendo efecto lo que hacía porque él echaba
su cabeza hacia atrás, porque hacía ligeros respingos y parecía que se estaba
transformando en una especie de bestia.
Eris, dentro de ella, sabía que él era quien tenía una marcada oscuridad que
llevaba hacia la cama. Si podía permitirle expresarse libremente, podría tenerlo
en sus manos sin mayores inconvenientes y eso era algo que deseaba de verdad.
Hubo una especie de punto de quiebre en donde por fin se atrevió a dejar lo
que estaba haciendo para elevar el momento. Estaba dudosa por el primer paso
que debía hacer pero luego se relajó un poco y dejó que la situación la dejar ser
con un poco de tranquilidad.
Sacó la lengua y acarició el glande que estaba más húmedo que nunca.
Después de una, otra y otra hasta que ella abrió la boca por completo y se metió
toda la verga en su boca. Debido a su inexperiencia, estuvo a punto de ahogarse,
sobre todo porque él le colocó la mano sobre el cabello para empujarle más la
verga.
Ella se apoyó de sus muslos fuertes y se quedó allí un rato hasta que el
propio instinto le dijo que tendría que moverse adelante y hacia atrás. Lento al
principio, porque debía encontrar el punto en el que quería llegar, pero luego se
atrevió a moverse con más rapidez con más intensidad.
El pobre hombre ya no podía sostenerse con sus propios pies porque le dio
la sensación de que el cualquier momento perdería el equilibrio. Por eso esperó
un poco después para tener de nuevo el control. Él debía demostrarle que era la
persona que realmente mandaba.
Así pues que, pocos minutos luego de esa sesión de lengua y garganta,
Felipe le tomó el cuello con fuerza y la hizo ponerse de pie para llevarla a la
cama. Eris estaba dando algunos traspiés porque tuvo que verse forzada a cobrar
un poco de consciencia de la situación.
Quedó apoyada sobre la cama con los brazos en la superficie y con los pies
apoyados en el suelo. Separó las piernas y se quedó allí por un rato, descansando
un rato para poder recuperar un poco el aire que había perdido mientras tenía la
verga de Felipe en su garganta.
Él tenía otro plan en mente, por lo que se fue dando unos cuantos pasos en
la habitación para buscar algo para condimentar el momento. Entonces abrió
unos cuantos cajones hasta que encontró lo que estaba buscando, un látigo
pequeño de varias lenguas de cuero ya desgastadas.
Se acercó de nuevo hacia ese cuerpo blanco y ligeramente rosado debido a
la excitación del momento. Decidió entonces acariciar su espalda y piernas con
ese accesorio de placer en Eris, quería que ella sintiera todo eso y que se
estremeciera tanto como fuera posible.
Al primer roce, ella se estremeció y trató de comprender la situación, en ese
instante supo que sentiría de nuevo pero con un poco más de intensidad esa
mezcla de dolor y placer. Por lo tanto que hizo un prolongado ejercicio de
respiración para calmar los nervios que sentía.
En cuanto a él, pudo notar el temblor ligero en el cuerpo de ella, así que
sonrió para sus adentros. Eso lo emocionó mucho más, como fue de esperarse.
Se detuvo para alimentar un poco más el suspenso y cuando pensó que todo
estaba según sus planes, alzó el brazo y propinó un impacto que bastó para que
Eris manifestara un grito de dolor. Pero apenas estaba comenzando.
Esperó otros minutos y luego comenzó con los azotes de manera progresiva
y agresiva. La piel de ella pasó de ser blanca a volver más rosada y roja. Felipe
se detuvo justo en el momento en donde observó un pequeño hilillo de sangre
cerca del omoplato.
Soltó el látigo y ella permaneció en ese lugar, quieta y tranquila. Entonces
él se acercó lentamente al oído de ella para decirle unas cuantas palabras.
—Te estás portando muy bien y eso me tiene bastante entusiasmado. La
verdad es que no pensé que una chica así como tú fuera capaz de ser tan… Tan
obediente. —Dijo él con esa voz grave y lenta. —Ahora tendré que premiarte
por ser buena chica, ¿vale?
Ella apenas tuvo energías para asentir ligeramente porque la verdad, sólo
estaba ansiosa por experimentar lo siguiente.
Entonces Felipe se colocó detrás de ella para tomarla desde la cintura y
acomodarse lo mejor posible. Primero rozó su miembro con su coño y sintió de
nuevo ese golpe de calor delicioso que lo hizo sentir que se volvería loco.
No lo pensó dos veces y comenzó a embestirla una y otra vez. La verga de
él la penetraba, la atravesaba con una fuerza impresionante, por lo que Eris tuvo
que sostener un poco de las sábanas entre sus manos para tener algo que la
conectara con la realidad, algo que le confirmara que lo que estaba viviendo no
se trataba de una fantasía cualquiera, sino una realidad palpable y que no podría
olvidar jamás.
Felipe se sorprendió que su coño se sintiera tan caliente, tan delicioso. La
estrechez le encantaba y le hacía sonreír como si fuera un adolescente. Era
mágico e increíble.
Siguió hasta que por fin la tomó por la cintura y la volteó sobre la cama. La
miró echa sudor y gemidos, la volvió a besar y jugó con su lengua mientras un
par de dedos se encargaron de jugar con su interior. El clítoris de Eris estaba tan
rojo, tan caliente que él deseó comérselo otra vez.
Se colocó sobre ella y con una mano la cogió por el cuello y su verga fue de
nuevo a su coño exquisito. La mujer tenía los brazos extendidos sobre la cama
como si estuviera rendida en ese lugar y de alguna manera así era.
La apretó un poco más hasta que ella se puso un poco más roja al punto en
que tosió un poco. Felipe se dio cuenta que no podía forzarla demasiado puesto
que era la primera vez con él y más en una situación tan intensa como esa.
Sin embargo, el nivel de excitación que tenía lo obligó a tomar una
importante decisión, por lo que se apresuró a salir de ella para buscar algo más
para rematar el encuentro que estaban teniendo en ese momento.
Felipe se movió rápidamente por la habitación en búsqueda de algo que lo
ayudara en sus propósitos. Estaba comenzando a desesperarse y también a
maldecir por no estar lo debidamente preparado. No quería hacerla esperar, no
quería hacerse esperar.
En ese momento por fin encontró un cinto de cuero que estaba en la esquina
de una gaveta de madera. Sintió un poderoso alivio y luego fue dando pasos
veloces hacia la cama.
Volvió a alzar el brazo con la intención de acariciarle la piel de nuevo,
como lo había hecho con el látigo de cuero. Se dio cuenta de los movimientos
sensuales de su cuerpo, de lo estremecida que estaba y de lo bella que se veía.
Tan dulce, tan provocativa.
La punta del cinto se quedó un rato entre sus piernas y apostó que su coño
estaría tan caliente y delicioso como suponía.
Luego se volvió a acomodar con el fin de hacer que el cinto funcionara
como una especie de soga para el cuello. Ella lo miraba fijamente, con la boca
entreabierta y con los gemidos en la punta de la lengua.
Se acercó al cuello y le colocó alrededor el cinto de cuero negro, no lo
apretó demasiado sino lo suficiente como para hacer la presión que quería.
Deseaba que ella supiera bastante bien que él era su dueño y que la dominaría
con todas las letras.
Eris estaba extasiada, sobre esa cama, empapada de sudor y de los líquidos
de su coño y de ese hombre que no paraba de darle embestidas y todo tipo de
estímulos para llevarla al borde de la locura.
Luego de que él se ocupara de colocarle el cinto en el cuello, siguió
inclinado sobre su cuerpo para morderla y besarla. Sacó la lengua para lamer sus
pechos y también el torso. Él tuvo la sensación de que el sabor de ella era dulce
y eso no le sorprendió en lo más mínimo porque ella tenía ese aspecto divino y
delicioso.
Se comió esas tetas pequeñas, esos pezones duros y erectos, siguió hasta
que la hizo chillar de nuevo. Sólo allí, sólo en ese punto se preparó para volver a
penetrarla porque su verga se lo estaba pidiendo con locura, entonces le tomó las
piernas con una de sus manos, mientras que con la otra procuró tomar el resto
del cinto como si fuera una rienda. Jaló un poco y ella alzó la cabeza, Felipe
tenía todo el control de la situación.
Entonces colocó su verga y no tardó demasiado en penetrarla con fuerza.
Eris cerró los ojos y se apoyó sobre la cama mientras la verga de ese hombre la
atravesaba por completo.
Retozaron por un rato más hasta que él notó que ella estaba a punto de
correrse, por lo que decidió que quería hacerla llegar con su boca. Volvió a salir
de ella y se arrodilló en el suelo sin dejar de jalar del cinto. La pobre chica estaba
perdida en sus sensaciones, era una esclava de su excitación y de la lujuria.
Felipe enterró la cabeza entre sus piernas y llevó su lengua en el interior de
su coño. Ella se movió con violencia porque el contraste de temperaturas la hizo
vibrar. Se veía tan bella, tan sexy.
Siguió comiéndosela hasta que se hizo más agresivo en sus movimientos.
De esa manera, ella no paraba de gemir ni de jadear. Él se sintió increíblemente
conmovido por el sonido de su voz, como si estuviera derritiéndose poco a poco.
De un momento a otro, ella exclamó con fuerza y el orgasmo de manifestó
en un poderoso chorro de fluidos que dio a parar en la cara de Felipe. Él se sintió
como el hombre más afortunado del mundo por haberla hecho sentir de esa
manera, así que se apresuró en comer y lamer cada parte mojada por ese cuerpo
perfecto.
Eris se quedó en la cama, con el pecho haciéndole un movimiento de vaivén
violento, tratando de recuperar la respiración y el sentido de una de las
sensaciones más intensas que tuvo en mucho, muchísimo tiempo.
Sin embargo, recordó de inmediato que su valor como esposa no terminaba
allí, por lo que tenía la responsabilidad de seguir satisfaciéndolo, de seguir
dándole placer. De manera que ella trató de incorporarse pero en seguida se topó
con una situación que le pareció más que increíble y sensual.
Felipe estaba sobre ella todavía pero estaba masturbándose. Lo hacía con
esfuerzo y, además, también tenía una expresión de placer indescriptible. Ella,
sin embargo, se acercó más a él para demostrarle que daría lo que fuera para
complacerlo.
Así que cobró esa expresión de perra, de ramera consumada y estiró la
mano para masturbarlo. Él se inclinó hacia su cuerpo y ella procedió a hacerlo
con un poco más de comodidad.
Mientras lo hacía, Felipe no paraba de gemir ni de sentir que iba a explotar
en cualquier momento. Siguió y siguió hasta que él exclamó unos cuantos
quejidos hasta que el chorro de semen cayó sobre el torso de ella.
Fue tan potente que también llegó a caer unas cuantas gotas sobre su pecho
y cuello. Ella, en vista de la sensación agradable de calor, sonrió y se relamió la
boca para seducirlo más… Como si eso fuera posible.
Felipe quedó cansado, agotado sobre el cuerpo de Eris. Al final, le tomó el
cuello con la mano y la besó con intensidad.
—Eres toda una ramera… —Dijo él con la voz entrecortada por el esfuerzo.
Los dos quedaron así, juntos por un rato. Mientras tanto, Eris se dijo para
sus adentros que por fin había conquistado una plaza difícil. Mientras más
números tuviera a su favor, mejor.
—Lo voy a lograr. De alguna manera lo voy a lograr. —Se dijo en los
pensamientos antes de quedarse dormida debido al cansancio.
VI

Las hostilidades que sintió por un momento con Felipe, desaparecieron por
completo después de ese encuentro. De hecho, el tío comenzó a tratarla sin tanta
frialdad y más con una cordialidad que estaba muy cercana al romanticismo.
Eris supo que la jugada que había hecho fue muy inteligente y se aplaudió
la capacidad de tener ciertas cosas a su control. Sin embargo, a pesar de los
pasos exitosos que cada vez tenía, le fue obvio que había días en donde sólo
deseaba desaparecer y desvanecerse por completo.
Sí, el sexo era divino, increíble, pero a veces también se sentía vacía y sin
tener demasiado claro hacia dónde tenía que ir. A veces olvidaba que sólo era
una chica y que tenía un enorme peso en sus hombros… Un peso injusto.
A veces se sentaba en el exterior, en una silla en ese patio inmenso, en
donde podía ver los árboles y el césped de aspecto infinito. Le daba la sensación
de que todo era posible.
Ese comportamiento era habitual, sobre todo porque sus esposos pasaban
gran parte del tiempo fuera de casa. Su mente estaba sumida en los pensamientos
y en las infinitas posibilidades para salir de allí.
A pesar que todo parecía suceder sin mayores problemas, Pedro era quien
observaba a Eris desde la distancia. Mirándola, como si fuera una hermosa
muñeca en una vitrina, como si no pudiera siquiera tocarla aunque un papel
decía lo contrario.
Él no quería ser como el resto, tampoco quería pensar que ellos tomaban su
cuerpo como si fuera un objeto. No, la sola idea le producía ira y confusión,
sobre todo lo último porque fue criado para pelear y reproducirse, para tener
descendencia y tener éxito en su carrera como militar. Nada más.
Pero él también estaba cansándose de todo eso, de ese encierro obligado y
disfrazado de falsa libertad. Aunque era muy bueno en su trabajo, tanto así que
había recibido todo tipo de reconocimientos y de premiaciones. Pedro era uno de
los hombres modelos de ese futuro distópico.
Sin embargo, su oasis se le presentó el día en que vio a esa mujer
acercándose al altar. Con la cabeza gacha y con los ojos llorosos, sabía que su
destino sería duro, quizás más duro que el de él.
Su vida se dividió entonces en el trabajo, sus deberes como soldado y en
mirarla desde la distancia, a estudiarla y en saber si estaba bien, si todo le saldría
bien.
Después de un tiempo se obsesionó con la idea de saber más de ella, y en
esos momentos recordaba que eso era un procedimiento ilegal. Las mujeres
destinadas a este tipo de matrimonios hacían una especie de borrón y cuenta
nueva en sus vidas. Lo que sucedió con ellas en el pasado, era completamente
irrelevante para la gente. Era una forma cruel de deshumanizarlas.
Pero Pedro estaba decidido a encontrar el momento ideal para saber más de
ella, de acercarse, puesto que ansiaba hacerlo con delicadeza y sumo respeto. No
había una mejor manera.
Cuando supo que le darían unos libres días, se sintió más feliz que nunca
puesto que sería la oportunidad perfecta para lo que había estado maquinando
desde hacía tiempo.
Entonces, después de resolver algunos asuntos, fue a casa, a esa nueva casa
que ahora le producía una especie de ansiedad puesto que no podía esperar el
momento en que ella estuviera allí para hablarle, para verla.
A diferencia de los demás, Pedro no era una persona que necesariamente le
gustara la compañía de otras mujeres. De hecho, ese tema para él le resultó
siempre lejano porque apenas tuvo tiempo para estudiar y para comenzar con su
carrera. De manera que las mujeres eran una especie de misterio para él.
Mientras crecía, conoció el calor de esos cuerpos curvilíneos y encontró que
el sexo era una de las cosas que más disfrutaba en el mundo. Pero, por alguna
razón, siempre se sentía vacío, como si faltara algo en su vida.
Pasó mucho tiempo pensando que aquello se debía a su carrera… Pero
resultó que no. Entonces, resignado a vivir una vida vacía, llena de nada, recibió
la noticia de que arreglaron su compromiso con otros compañeros más. Eso no le
sorprendió en lo más mínimo, así que estuvo listo a seguir con ese guión odioso
de vida.
Pero entonces sucedió lo inesperado, en un punto en donde todo le daba
igual, la vio por primera vez y sintió algo en el estómago. El rostro triste de Eris
le hizo sentir que quizás había pocas cosas en el mundo que realmente valían la
pena.
Después de pasar tiempo armándose de valor, por fin se le presentó la
oportunidad de conocerla de verdad.
Un coche del ejército lo dejó en toda la entrada de la casa. Pedro sostuvo
ese bolso color verde militar y alzó la mirada. El día estaba más espléndido y
despejado que nunca. Se veía hermoso y sublime. Tuvo una buena sensación de
todo lo que estaba pasando a su alrededor.
Sacó las llaves de su pantalón y entró. Le sobrevino el silencio de la casa y
así aprovechó el tiempo para buscarla. Caminó por los pasillos y se encontró con
ese silencio poderoso y se dio cuenta que seguía estando de suerte. Sólo serían
ellos dos.
No la encontró en ninguna parte, por lo que se aventuró a ir hacia el patio.
Mientras iba caminando, pilló la silueta de ella. Estaba mirando los árboles y se
encontraba sentada en las escaleras de madera que estaban allí.
El cabello de ella comenzó a ondear suavemente por la brisa, moviendo las
hebras de pelo con el movimiento más dulce que había visto jamás.
Pedro se sintió un poco culpable porque no la quería interrumpir, pero tenía
que enfrentarse a la situación. No podía esperar más tiempo. Ya había sido
suficiente.
—Hola… ¿Cómo estás? —Dijo Pedro con cierto dejo de nerviosismo en la
voz.
Eris se sobresaltó un poco pero luego sintió un enorme alivio al tratarse de
él. No pudo evitar mirarlo con ese rostro de alegría puesto que genuinamente se
sentía así.
—¿Me puedo sentar contigo? —Agregó él.
—Sí, sí. Claro. —Respondió ella con una sonrisa.
Le hizo un espacio y él se sentó junto a ella, procurando no quitarle espacio
porque no buscaba ser demasiado invasivo. De hecho, deseaba que ella se
sintiera tranquila con su presencia, no acosada.
Eris hizo un largo suspiro y después se dirigió a él.
—¿Estás bien? Te veo un poco cansado.
—Sí, lo estoy un poco. Acabo de salir de unos cuantos entrenamientos y
pruebas. Estoy molido. Pero, por suerte, me dieron unos días para venir y
descansar un rato. Pensé que no sería tan malo hacerte compañía, sobre todo en
un lugar tan grande como este.
—¿Sabes? Me parece estupendo. A veces me da miedo. —Eris miró hacia
sus zapatillas y se quedó en silencio.
—No tienes por qué. Yo estoy aquí y haré lo posible por cuidarte.
Esas palabras se sintieron reconfortantes y muy sinceras. Él tenía un brillo
en los ojos que ella no había visto nunca y la verdad fue que tuvo que admitir
que estaba conmovida por ello.
—¿Tienes hambre? ¿Quieres tomar algo?
—No, estoy bien así. Me gusta estar así.
Pedro alzó la mirada y ambos se miraron por un largo rato. Eris sintió una
especie de tensión en el ambiente y no supo cómo actuar. Estaba temblando,
sudando. Él no sólo le parecía dulce sino también un poco intimidante.
Lo cierto fue que se quedaron juntos en ese lugar hasta que el sol comenzó
a caer poco a poco. De repente, Pedro se levantó porque el estómago le rugía con
fuerza y se le ocurrió la idea de preparar algo de comer para los dos.
—Ven, tengo un poco de hambre y se me antoja cocinar algo. ¿Quieres?
—Sí, sí. Estaría encantada. —Dijo ella.
Él le tomó la mano con suavidad y Eris se dio cuenta de inmediato que se
sintió muy diferente al tacto de Felipe o el que hubiera tenido con los otros. Con
Pedro se sintió de una manera que no supo describir de inmediato.
Los dos entraron a la casa y sus pasos retumbaron por toda la casa. En
efecto, estaban solos y eso aseguró los planes de él para acercarse más a ella.
Fueron a la cocina y Eris se sentó en la mesa de madera oscura que estaba
allí, mientras que Pedro hundió su cuerpo en el refrigerador y luego en la alacena
para tratar de encontrar algo rápido para cocinar.
Optó por una pequeña bandeja de champiñones, cebolla morada, pan fresco
del día y un poco de queso fundido. De inmediato, comenzó a preparar los
alimentos, Eris estaba mirándolo como si se tratara de algo inaudito.
Él se veía tan concentrado, tan inmerso en sus pensamientos que parecía
imposible sacarlo de allí, no obstante, ella sintió que podría guardar ese
momento para siempre. Fue como si estuviera una realidad diferente, en un
mundo diferente.
Pedro, mientras tanto, estaba pensando en las palabras adecuadas para
comenzar con una conversación. Respiró profundo hasta que se armó de valor.
—¿Cómo te has sentido últimamente? —Dijo Pedro de la manera más
directa posible.
—Ehm, vaya, no sé cómo ponerlo en palabras. La verdad es que todo esto
me ha parecido algo surreal. La situación a veces me abruma y no sé qué hacer.
Nos enseñan un montón de cosas en el instituto pero la vida real es muy
diferente.
—¿Pero estás bien? —Insistió él.
Eris se quedó en silencio, quizás delatándose demasiado rápido. Pero no le
importó porque se sentía en confianza con él.
—A veces me siento atrapada, como si fuera incapaz de poder salir de esta
situación y la verdad es que me frustra porque siento que podría hacer más. Se
nos enseña a que tenemos que obedecer siempre, que nuestra “labor” es
importante para el mundo pero me horroriza que no tengamos la posibilidad de
expresar nuestros sentimientos. Me da miedo que no podamos siquiera abrir la
boca para quejarnos un poco. Es casi como ser una bomba de tiempo.
Ella terminó esas palabras y casi no pudo creer lo que acababa de decir.
Vomitó parte de lo que tenía en su mente y en su corazón y se sintió
impresionada con ese discurso articulado y casi perfecto.
Por otro lado, Pedro confirmó la sensación que tenía. Como ella, también
estaba igual y la entendía más de lo que pudiera imaginar. Sin embargo, mantuvo
su cabeza fija en la tabla para picar, los ojos comenzaron a molestarle un poco
por la cebolla pero siguió con si nada hubiera pasado.
—Eso nos pasa a muchos, a todos. En lo personal, esta vida también fue
impuesta y tuve que hacer lo mejor posible para que las cosas marcharan, sobre
todo por mi familia. Una familia con muchos hombres con el ego inflado.
Aunque quisiera, sé que no podría entender por completo las carencias que has
sufrido, pero quiero que sepas que no estás sola en esto. Yo estoy contigo.
Pedro sonó sincero porque lo estaba siendo. Eris tragó fuerte y luego lo
miró. En la boca del estómago le nació la necesidad de levantarse de allí e ir a
por él. De tomar su rostro y de besarlo como si la vida se le fuera en ello. Pero el
miedo de hacerlo era más fuerte, así que desistió de la idea para no parecer como
alguien que no sabía lo que estaba pasando.
—Gracias. A veces sólo quería eso, esas palabras pero nunca las escuché y
me sentí más sola que nunca. Pero gracias por esto, de verdad.
Pedro se preparó para sofreír la cebolla, los hongos y demás condimentos
que tenía allí. Estaba concentrado en el calor de la sartén y también en el rostro
de ella que no estaba muy lejos de él.
Siguió pretendiendo que no estaba prestándole atención pero el fuego de
querer acercarse a ella estaba más vivo que nunca en su pecho. No podía pensar
bien y se sintió como un tonto cuando se percató que estaba experimentando
esas sensaciones.
El olor inundó toda la cocina y las expectativas para probar la comida que
él había hecho, estaba haciendo que Eris se pusiera ansiosa.
En unos cuantos movimientos, él terminó de hacer la preparación y la
presentó ante ella como si fuera un regalo precioso. La verdad fue que estaba
bastante orgulloso de ese platillo.
Los panes se veían desbordantes de ese relleno perfecto, mucho queso,
cebolla y los jugos que empapaban la masa. Era sublime.
Pedro dispuso dos platos y sacó del refrigerador un par de botellas de
cerveza que estaban allí y que nadie había tomado. Entonces, las destapó con
arte y las colocó también la mesa.
Eris se sintió un poco extrañada pero también entusiasmada de probar algo
diferente y, claro, de pasar tiempo con él.
—Esto te va a gustar. Sé que sí.
Ella sonrió y los dos procedieron a brindar. Luego, ella acercó la botella
hasta sus labios y bebió un sorbo de ese líquido oscuro de sabor amargo pero
refrescante. Cerró los ojos y sonrió como si fuera una niña. Aunque, dentro de
todo, todavía lo era.
Ese pequeño gesto, hizo sentir a Pedro que era el hombre más afortunado
del mundo. Siempre vio a Eris en una actitud que no había visto nunca. Siempre
la había visto tímida, diminuta y pensativa. Pero ese instante tan pequeño, tan
perfecto, la vio sonreír con todas las ganas del mundo. Fue como sentir una
inyección de energía.
Se quedaron en un silencio tenso hasta que los dos comenzaron a comer con
cierta prisa, había algo eléctrico en el ambiente y Pedro estaba dudoso si seguir o
no en esa empresa de seguir con ella.
Pero su instinto le decía que lo hiciera, que continuara, que no se diera por
vencido porque ella lo valía por entero.
Terminaron de tomar y de comer, en ese momento, Pedro se dio cuenta que
ella tenía las mejillas encendidas, rojas por el alcohol. También estaba un poco
risueña por lo que él estaba solo mirándola con una sonrisa de tío hecho un
tonto.
Eris hablaba y decía chistes y por un momento se quedó callada. De un solo
golpe.
—¿Qué pasó? —Preguntó Pedro. —¿Estás bien?
—Sí, sucede que recordé algo de mi infancia. Fueron pocos años que viví
con mi padre pero recuerdo que fueron los mejores años de mi vida. Fui feliz y
esa sensación e atravesó por completo ahora. Me siento un poco tonta.
—No, no tienes por qué sentirte así. Es más, creo que es hermoso que
tengas un recuerdo tan bonito como ese… Muy pocos lo tienen.
Lo cierto fue que Eris alzó la cabeza y se encontró con la mirada de ese tío
que la tenía cautivada. Y, aunque sólo tenía una cerveza encima, no podía evitar
sentirse cada vez más motivada a acercarse a él.
Entonces, se quedó callada y fue tomando el valor de ir hacia su rostro. Él
estaba observándola con ese fuego alojado en sus ojos y fue allí cuando
descubrió que los dos estaban experimentando una sensación poderosa.
Pedro se sintió un poco nervioso pero comprendió que era necesario tomar
la iniciativa y demostrarle que ansiaba estar con ella. Se trataba de un deseo
compartido, así que dejó que la situación fluyera poco a poco.
La dulce Eris se acercó hacia él y Pedro por fin la tomó de su cuello para
acariciarlo poco a poco. Ella sintió que la piel se le volvía de gallina y que estaba
muy cerca de perderse en sí misma. Antes de que se desencadenara por fin lo
que iba a suceder, se volvieron a mirar para luego cerrar los ojos.
La pasión de Pedro se trasladó a sus labios y también a su rostro enrojecido
por la emoción. Apenas la sostuvo, tuvo el impulso de poseerla, de hacerla suya
con todas las ganas del mundo.
Así pues, la temperatura fue subiendo poco a poco. Pocos minutos después,
ella comenzó a gemir más y más. Sus manos iban aferrándose a las de él con
intensidad, como queriéndole decir que estaba dispuesta a llegar más lejos.
Luego de juntar los labios, sus lenguas se convirtieron en las otras
protagonistas del asunto. Se acariciaron, jugaron entre sí y poco a poco los
ruidos comenzaron a manifestarse con más intensidad.
De repente, Pedro se levantó e hizo que ella también lo hiciera. La tomó
entre sus brazos, con una fuerza increíble y la cargó en un solo movimiento. Eris,
mientras tanto, comenzó a experimentar una sensación nueva. Era algo más allá
de la excitación, algo más intenso que no había vivido antes.
Debido a ello, estaba ansiosa por conocer más, por saber más, entonces
decidió que se entregaría a él sin pensarlo dos veces. Abrazó sus hombros y se
aferró a estos con fuerza, luego abrió los ojos y se encontró con ese fuego que
parecía estar más vivo que nunca.
Después de quedarse allí, él comenzó a caminar para ir hacia la habitación.
A diferencia de otras veces, no irían al cuarto de él, sino de ella.
Cuando entraron, Pedro la dejó delicadamente sobre la cama para luego
proceder a quitarse la ropa con cierta rapidez. Poco a poco iba desnudando su
torso y el resto de su cuerpo para tomar el de ella.
Eris, mientras tanto, no podía apartar su mirada de él. Era tan bello, tan
escultural, su rostro, además, denotaba un deseo que deseaba probar con
desesperación. Moría por estar con él, incluso mucho antes de lo que hubiera
imaginado.
Luego de verlo desnudo, él se encargó de quitarle la ropa poco a poco. De
esa manera, pudo contemplar la belleza de ese cuerpo que se le mostraba ante sí,
como si fuera lo más bello del mundo… Y de cierta manera así lo era.
Él sintió una especie de frío en el estómago cuando la vio completamente
desnuda. La belleza de sus pezones, el torso blanco, pálido, el cabello
desparramado por la almohada, los ojos abiertos y el sonrojo que tenía en las
mejillas.
Se veía tan bella y sublime que no pudo creer que tuviera esa imagen tan
perfecta sobre esa cama. Entonces, después de acariciarle el rostro con
delicadeza. Ella le hizo una sonrisa y luego se acercó hasta su rostro para besarla
con pasión y con locura, como si su cuerpo estuviera poseído por una especie de
fuerza que no podía explicar.
Se acostó sobre ella y los besos y las caricias se volvieron más intensas
cada vez. Ella, al poco tiempo, abrió la boca para dejar escapar algunos gemidos
y ruidos producto de la excitación que estaba sintiendo en ese momento.
Las manos de Pedro se deslizaron por su cuerpo de manera delicada, hasta
que hubo un momento en donde él apretó sus carnes con un poco de fuerza. Eris
afincó su cabeza sobre la almohada, resistiendo cada sensación que estaba
experimentando. Esas que, aunque se sentían familiares, tenía muy claro que era
diferente a lo que vivió la noche de bodas.
Él siguió descendiendo hasta que llegó a su torso. Se detuvo allí luego de
morder los pezones, luego de entretenerse con el placer de su lengua jugando en
esa parte en particular.
Besó y poco más, mientras que Eris estaba al punto de derretirse en esas
sábanas, pero no lo hizo porque estaba ansiosa por seguir experimentando esas
sensaciones que la partían en múltiples pedazos.
Ella cerró los ojos y se entregó al viaje que él le brindó por medio de sus
labios y lengua. Pedro estaba determinado a saborear cada paraje sin detenerse.
Ya había esperado demasiado para tenerla sólo para sí.
Entonces le tomó las piernas con fuerza y se las abrió con cierta firmeza,
pero sin dejar de tener cuidado porque no quería incomodarla. Cuando se
encontró con ese coño abierto y empapado, tuvo la urgencia de tomarlo sólo para
sí.
Abrió la boca para dejar salir un poco de su lengua y así lamerla con todas
las ganas del mundo. Primero hizo una lamida larga y hecha con lentitud.
Cuando se dio cuenta que ella estaba haciendo el esfuerzo de sostenerse de las
sábanas con sus manos, se dio cuenta que estaba en el control de la situación.
Eso lo hizo sentir más poderoso que nunca.
Siguió haciendo pero cobrando con un poco más de intensidad en el ritmo
que estaba haciendo. De hecho, en un momento puso la lengua tan tensa como
pudo para usarla como un medio para follársela.
El contraste de sensaciones y texturas hizo que Eris no parara de gemir.
Estaba poseída por la lujuria que estaba experimentando. Era algo que incluso
pensó era más fuerte que ella.
Él siguió devorándola y pudo haberlo hecho por un largo rato más pero
pensó que no podría aguantar más hasta follarla como quería hacerlo. Entonces
se levantó y sintió la presión de la espalda y de los hombros, aquello había sido
producto del esfuerzo que había hecho con esa mujer, y estaba dispuesto a
continuar hasta que no pudiera más.
Pedro retornó hacia los brazos de Eris los cuales lo recibieron con calor y
mucho afecto. El estar tan cerca de él le hacía sentir que podía enfrentarse ante
todos los problemas posibles. Que era imbatible y que los problemas no eran
nada para ella.
Volvieron a besarse mientras que él estaba acomodándose sobre la cama
para prepararse para follarla. Las piernas de Eris fueron el marco para ese cuerpo
blanco y fuerte de él. Ella volvió a admirar el torso fuerte, los hombros anchos y
la sonrisa pícara que siempre estaba allí.
El impacto del calor y la humedad del coño de Eris hicieron que él se
estremeciera un poco. Ya lo había experimentado, pero esa vez fue muy diferente
porque se trató de algo mucho más intenso y más fuerte que la primera vez.
Introdujo su glande en el coño de ella y luego se percató que esas
sensaciones abrasaron su verga con intensidad. Tanto así que procedió a
morderse los labios con fuerza, al punto en que pensó que se había roto el labio.
Ese sólo bastó para que se preparara para atravesarla por completo.
Entonces, prácticamente de un solo movimiento, metió su verga tan
profundamente como pudo. Ella se quedó allí, como pasmada, incapaz de decir
algo salvo por unos cuantos gemidos y quejidos.
Las uñas de ella se afincaron sobre su espalda tonificada y le produjeron en
él una sensación de estimulación intensa, lo suficiente como para que él también
se excitara un poco más.
Las embestidas de Pedro se hicieron más rítmicas y fuertes, el contacto de
su pelvis contra la de ella resonaban en la habitación. Además, los jadeos de los
dos llegaron al punto en que se fusionaron entre sí, como si fuera una de las más
hermosas sinfonías que existían sobre la tierra.
Siguieron unidos hasta que las manos de Pedro se aferraron en la cintura de
ella, de manera que de un rápido movimiento, él cambió de posición. Él quedó
sentado sobre la cama y ella sobre él. Eris se sintió impresionada por la habilidad
de su esposo, pero le produjo gracia la manera en cómo lo hizo.
Sin embargo, se sintió un poco intimidada porque era la primera vez que
estaría en esa posición. No quiso sentirse torpe, ni tampoco pensar que no
desempeñaría correctamente. En realidad, deseaba que él pensara que ella era
una mujer apasionada, que sabía muy bien cómo entregarse y no una niña
inexperta.
Entonces, se acomodó lo mejor que pudo sobre la cama y luego lo miró
directamente a los ojos. Sus miradas se intercambiaron hasta que ella se repitió a
sí misma que podía hacerlo de la mejor manera posible, que tenía que entender a
su propia naturaleza y dejarla tan libre como quisiera. Los límites sólo estaban
en su cabeza.
Ella respiró profundo mientras se acomodaba sobre la verga de Pedro.
Sintió una vez la presión de ese miembro para recordarse a sí misma que tenía
que darle todo el placer del mundo.
Gimió un poco y luego comenzó a hacer una serie de movimientos lentos y
pausados. Cada tanto estaba asegurándose cómo hacer bien las cosas, pero luego
volvió a concentrarse en las sensaciones que estaba experimentando.
Cerró los ojos porque eso le ayudaba a sentirse más segura de sí misma,
incluso pensó que podría convertirse en una persona completamente diferente.
Así que tomó esa iniciativa para dar lo mejor de sí misma.
Primero se apoyó en los hombros de él con cierta contundencia y luego
comenzó a moverse con más seguridad y confianza. Supo que lo estaba haciendo
bien porque se dio cuenta que Pedro echaba la cabeza hacia atrás, jadeaba y
hacía una serie de respingos que eran cada vez más ruidosos.
Siguió afincándose en él y cada vez que lo hacía, sentía que la verga
caliente de él era increíblemente deliciosa. Le gustaba tanto que no lo podía
creer. Luego, llegó al punto en donde comenzó a salta casi con frenesí, como si
estuviera poseída por la locura.
Las manos de Pedro se aferraban a su cintura y sus labios en la boca de ella.
Tras unos minutos, él terminó por reclinarse por completo para tener una mejor
vista de ella sobre su cuerpo. Se veía tan bella, tan diosa que de a ratos se sentía
como una figurilla mínima, ínfima.
Siguieron follando hasta que Pedro tomó la decisión de cambiar de nuevo
de posición, aunque tuvo que admitir que se sentía muy cómodo allí. La tomó de
nuevo por la cintura y la dejó sobre la cama, en cuatro.
El cabello de ella cubría su cabeza, mientras que sus manos y piernas
estaban apoyadas sobre la cama. Su pecho estaba acelerado y su cuerpo
empapado de sudor. El sonido de los pájaros a lo lejos y el de la brisa en las
hojas de los árboles, le indicaron que todo lo que estaba pasando no era producto
de un sueño, sino de la más pura realidad.
Sonrió para sí misma para darse cuenta que estaba feliz por no estar
imaginando el momento, sino que todo estaba sucediendo era cierto y muy
intenso.
El rostro de Pedro se iluminó como nunca cuando observó la parte posterior
del cuerpo de Eris. Esas nalgas firmes y expuestas ante él, el aspecto de su piel
suave y apetitosa. Su culo se veía tan firme y su coño tan mojado que la boca se
le hizo agua.
En un principio pensó que lo mejor que podía hacer era embestirla desde
atrás con todas su fuerzas. Sin embargo, esa imagen lo tentó tanto que no lo pudo
evitar. Entonces se agachó un poco, sus manos abrieron las nalgas de ella y
enterró la cabeza en ese espacio de placer que lo llamaba sin parar.
Su lengua se aventuró de nuevo en el coño de ella, volvió a saborear el
dulzor de su vagina, esa misma que estaba bañando los labios plegados y
rosáceos. La punta de su lengua se detuvo un momento en el clítoris. Eso hizo
que la bella Eris no dejara de gemir ni de gritar. La sensación caliente y eléctrica
que sentía había embargado todo su cuerpo por completo.
Al darse cuenta de ello, de los espasmos y las súplicas que ella hacía, Pedro
siguió, insistió, hasta que sintió que el coño de su esposa estaba mojándose cada
vez más.
Luego de un rato, la tentación se le presentó a él de manera que sucumbió a
la necesidad de lamer su culo. Ese pequeño botó rosado oscuro parecía llamarlo
sin parar.
Entonces, relajó la lengua y se preparó para lamer desde los labios hasta el
culo. Lo hizo suave y eso bastó para que ella casi se desplomara en la cama. Lo
hizo otra vez y otra vez, Eris estaba haciendo un esfuerzo por estar presente,
aunque su espíritu se escurría debido a las sensaciones.
Dejó de lamerla cuando sintió la necesidad de levantarse para follarla de
nuevo. En su vida experimentó una necesidad tan grande como esa, era casi
como si dejara de ser él mismo, como si existiera una fuerza mayor que tenía el
control de sus extremidades.
Abrió más sus nalgas y se preparó para follarla con fuerza. Lo hizo de
manera directa y sin demasiado protocolo, quería escuchar cómo ella se volvía
cada vez más loca debido a su verga.
Eris no paró de gemir ni de jadear en ningún momento. Ciertamente, Pedro
era un amante que le hacía sentir de todo. Esa manera de besar, de tocar, de
poseerla. La forma en cómo sus dedos tocaban su carne casi al punto de querer
atravesarla por completo. Esa forma de hacerla sentir querida y deseada al
mismo tiempo. No pensó que eso fuera remotamente posible.
El sonido del choque de su pelvis contra esas nalgas divinas, sus manos
también se aventuraron en darle nalgadas, en apretarlas, en manosearlas tanto
como le fuera posible. Tuvo que reconocer que nada de lo que había imaginado
con ella, le pareció tan divino como ese momento.
Ella, mientras tanto, trataba de tomar aire y de quedarse en las sensaciones
que estaba experimentando. Como estaba tomando la costumbre, mantuvo los
ojos cerrados para seguir concentrándose en el calor de la verga de Pedro. De
hecho, hubo un momento en donde deseó que él nunca dejara de follarla. Deseó
que no dejara de poseerla como lo estaba haciendo en ese momento.
Cada vez más, estaba sintiendo la necesidad de explotar, y justo allí, cuando
pensó que todos sus sentidos se apagarían en cualquier momento, sintió el calor
del aliento de Pedro justo en uno de sus oídos.
En cuanto lo sintió, empinó su culo para que él la follara más
profundamente y luego se preparó para escuchar lo que él tenía que decir.
—Me encanta sentirte así. Me encanta. No sabes lo mucho que esperé para
sentir esto. No sabes… No tienes idea.
La voz de él se desvaneció poco a poco para luego dar lugar a otra cosa
más, a algo que no tuvo la más mínima idea de lo que iba a experimentar.
Pedro juntó un par de dedos y los llevó al clítoris de Eris. Lo hizo con el
propósito de excitarla más y también para llevarla al orgasmo, sobre todo,
porque se dio cuenta que ella cada vez más estaba gimiendo y retorciéndose, así
que se le asomó la idea de arrastrarla a la desesperación con rapidez… Su plan
funcionó plenamente.
Eris se aferró mucho más en la cama en donde estaba, pensó que no podría
más, pensó que tendría que hacer un esfuerzo y sucedió lo que tenía que suceder.
Hizo un largo alarido y luego sus sentidos parecieron que se apagaron por
completo. Su mente y su cuerpo cayeron en una especie de vórtice y ella
sucumbió por completo.
Pedro, quien ya estaba cansado, procedió a acariciar sus piernas y sus
nalgas. Luego miró cómo Eris se giró en sí misma para quedar sobre la cama y
con el rostro enrojecido debido a la excitación.
Aunque estaba cansada, no, más bien agotada, Eris hizo un gran esfuerzo
por abrir los ojos y mirarlo fijamente. Le sonrió con toda la picardía del mundo y
luego se escurrió sobre las sábanas hasta quedar de rodillas sobre el suelo.
Abrió más los ojos sobre todo porque él la observó con asombró. Entonces,
ella, con esa voz suave y sumisa le dijo:
—Toma mi boca… Tómame como quieras.
Él sonrió y le acarició el rostro. Entonces, con la verga tan dura como una
piedra y comenzó a frotársela en la cara de Eris. Primero con suavidad, pero
después con desesperación, entre los jadeos y los gemidos.
Luego, tomó uno de sus dedos e hizo que ella abriera la boca para luego
introducir su verga dentro de su boca. Lo hizo poco a poco a pesar de la
desesperación. Miró con lentitud cómo su verga gruesa, venosa y ardiente
comenzó a desaparecer por ese orificio divino.
De inmediato, sintió la lengua y el calor de su boca. Ella, mientras tanto, no
paraba de verlo, quería hacerle sentir que estaba atenta ante todo lo que estaba
pasando y que estaba dispuesta a darle lo mejor de sí misma.
Cuando lo tuvo todo dentro de su boca, casi sintió que se iba a ahogar, pero
la mejor parte estaba por comenzar. Las manos de Pedro se concentraron en su
cabello, sujetando mechones con cierta fuerza, para así tener un lugar para
sostenerse.
Entonces, su pelvis comenzó a moverse con cierta lentitud, hasta que poco a
poco fue aumentando el ritmo. Hubo un momento en donde pensó que se
correría en cualquier momento, sobre todo porque no paraba de ver cómo sus
ojos lagrimeaban por el esfuerzo y por cómo caían los hilos de baba por la
comisura de su boca.
Eris, comprendiendo que se sentía cada vez más cómoda con su postura de
sumisa, puso sus manos hacia atrás y las juntó con la intención de no usar sus
manos para darle el placer. Quería que su boca hiciera el trabajo y, por lo visto,
estaba haciéndolo muy bien.
Pedro era ya de por sí efusivo con los sonidos, pero en esa situación las
cosas se volvieron muy diferentes. Él estaba perdido en el placer, con el ese
color verde intenso, con las venas del cuello marcadas y con la boca
entreabiertas.
Desde su perspectiva, podía ver la devoción que reflejaba el rostro de Eris
en cada movimiento, en la forma en cómo colocaba el cabello detrás de las
orejas o en cómo sus dedos limpiaban las lágrimas de sus ojos.
Sin duda era una chica bella, preciosa, con esa actitud complaciente que a la
vez le resultaba muy sensual.
A sabiendas de que estaba muy cerca de llegar al orgasmo, la sujetó el
cabello con más fuerza y determinación, de manera que él estaba casi
controlando el ritmo que ella tenía cada vez.
De vez en cuando escuchaba cómo se atragantaba, cómo le costaba tener
esa verga en su boca, lo delicioso que se sentía.
Entonces, después de unos minutos, él ya no pudo aguantar más. Se dio
cuenta que no podría darle largas a eso, por lo que decidió entregarse por
completo. Cerró los ojos y plantó bien sus pies para no perder el equilibrio.
Un poco más y sintió cómo comenzaron a salir los chorros de semen de su
verga. Se dio cuenta que salieron con fuerza porque notó que a Eris le costó un
poco sobrellevar la situación, sin embargo, sintió una emoción tremenda cuando
ella se afincó de los muslos de él para recibir toda esa leche deliciosa.
El sabor dulce y la sensación caliente del semen de Pedro hicieron que ella
experimentara una sensación poderosa dentro de su ser, como si hubiera
descubierto un elemento importante de sí misma, una faceta que había estado
dentro de sí y que en ese momento por fin vio la luz.
Entonces tragó el semen de él, por entero. Incluso lamió algunas partes den
donde habían caído las gotas. Sacó su lengua para limpiar cada parte, cada trozo
de carne porque estaba dispuesta a no desperdiciar nada.
Al final, lo hizo con la punta de una manera delicada y suave, siempre
mirando los ojos de ese hombre con el cabello encendido y con el deseo a flor
de piel como ella lo estaba. Cuando terminó, se quedó en el suelo por un rato
hasta que sintió que él se inclinó para besarla.
En ese instante, el dolor, la angustia y los planes que tenía en mente se
fueron por el caño. Sólo quería estar con él.
VII

Después de limpiarse, ambos se acomodaron sobre la cama para dormir


juntos. De nuevo, Eris estaba experimentando una situación completamente
diferente puesto que en ese momento dejó de sentirse como un objeto.
Las manos de Pedro estaban entre las hebras, acariciándolas con suavidad.
El rostro de Eris estaba sobre el pecho de él, así que podía sentir los latidos de su
corazón, así como el sonido de su corazón. Era como suave arrullo, como el
sonido más hermoso del mundo.
También sintió que tuvo suerte porque la casa estaba prácticamente para los
dos, así que podía pretender que su vida era esa, junto a él.
—¿Te sientes bien? —Dijo Pedro.
—Sí… Creo que hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien conmigo
misma… Ni con otra persona. —Respondió ella con un poco de timidez.
Pedro se giró hasta que sus rostros quedaron muy juntos. Los ojos de Eris lo
tenían embrujados y él no sabía cómo salir de ese hechizo. El cabello, la piel, los
labios y esa mirada inocente que tenía.
Sin embargo, sabía que ese momento no podía ser eterno, que la mirada de
emoción de ella no podía ser eterna y que quizás la alegría del momento
desaparecería en cualquier momento.
Sabía que el destino de Eris sería mucho más oscuro, que sería una mujer
destinada a una especie de esclavitud impuesta por un sistema que no la
respetaba. Desde el primer día en que la vio, comenzó a maquinar un plan para
poder ayudarla a escapar pero aún no sabía cómo.
La idea de estar algunos días fuera del ejército sería no solo pasar tiempo
para conocerla mejor sino también para buscar la manera de que ella, al menos,
pudiera salir de allí.
Entonces, permaneció en silencio y procuró tomarla entre sus brazos para
apretarla lo más que pudiera. Fue una especie de gesto para recordarse a sí
mismo que al menos podría aferrarse a ese instante tanto como pudiera.
Los dos quedaron muy juntos hasta que poco a poco se quedaron dormidos
y olvidaron por un rato el temor de la realidad que estaba siempre latente.
Las cosas se volvieron prácticamente idílicas al día siguiente. Los dos
actuaban como si todo fuera perfecto. De hecho, apenas salió el sol, Pedro bajó
de la cama con cuidado y procuró no despertar a Eris.
Tomó su ropa y fue a su habitación para ponerse unos pantalones de pijama
y bajar a la cocina para hacer el desayuno. Mientras estaba preparándose para
hacer algo de comer, pensó que hacer esas cosas podría ser realmente agradables
para él, que compartir tiempo con una persona podría ser increíblemente
placentero.
Se dispuso a preparar la comida y minutos después, Eris abrió los ojos
apenas percibió el olor de los panqueques y del café. Pensó que estaba soñando
pero no podía creer que sus sentidos pudieran estar engañándola, así que se puso
una bata y procedió a buscar a Pedro por toda la casa.
Sin embargo, prefirió seguir el aroma de la comida y lo encontró de pie en
la cocina, con un pantalón de pijama y una enorme sonrisa en el rostro.
—Hice un esfuerzo por no despertarte pero supongo que mi meta fue inútil.
—Dijo él apenas la vio.
—No, no te preocupes. De hecho me asusté al no verte. Pero saber que
estás aquí me hace sentir mucho mejor. —Eris respondió con dulzura y no lo
pensó dos veces para ir hacia él. Le tomó el rostro con ambas manos y le dio un
beso suave, despacio.
Pedro la besó también con esa energía adolescente, con esa alegría de haber
encontrado a la persona indicada. De nuevo, en esos pequeños instantes, se dio
cuenta que lo mejor de todo era tratar de trazar un plan lo más rápido posible.
Él hizo que ella se sentara y se dispuso a acomodar las cosas para comer.
Mientras lo hacía, de vez en cuando giraba la cabeza para encontrarse con esa
mirada dulce e inocente. La sonrisa de ella se fundía con el rayo de sol que
entraba en una de las ventanas, iluminándola por completo, como lo más
hermoso del mundo.
Le puso el plato en frente y luego se preparó para servirle el café. Ella
parecía como una niña emocionada por encontrarse con esa sorpresa que tenía en
frente. Apenas él se sentó, los dos comenzaron a desayunar.
Pedro se detuvo un momento para mirarla porque tenía la sensación de no
saber lo que sucedería con los dos, sobre todo, tratándose de una mujer que era
una especie de propiedad compartida. ¿Acaso ella tendría la oportunidad de ser
libre? ¿Tendría la posibilidad de conocer la libertad? No sabía, realmente no lo
sabía.
—¿Qué es lo que más te gustaría en todo el mundo? Pero respóndeme de
verdad, con toda sinceridad. —Dijo Pedro.
Eris se quedó pensativa por un rato, hasta que cambió rápidamente de
expresión. Dejó de estar sonriente para pasar a tener una expresión de sincera
reflexión. Luego de tragar fuerte, fijó la mirada hacia el plato que tenía en frente.
—Quiero ser libre. Quiero, quiero dejar todas las ataduras que tengo para
irme y hacer con mi vida lo que quiero hacer. Pero sé que no será posible porque
ese no es mi destino. —Dijo ella.
—¿Qué te gustaría si llegas a estar libre?
—No lo sé. Supongo que lo primero será correr por el bosque, lo más
rápido que pueda sin el temor de que me vayan a atrapar. Imagino que será un
momento glorioso y poderoso para mí. El saber a plenitud que no hay nada
detrás de mí que me regrese a mi estado, nada. Sólo el aire en mis brazos, el
calor del sol en el rostro. Sólo eso. Sólo quiero eso.
Pedro comprendió que se trataba de algo sencillo pero muy arriesgado.
Aquello era un deseo que sería difícil de lograr pero estaba decidido a dárselo.
Después de comer, los dos volvieron a besarse. En cuestión de minutos,
ambos volvieron a experimentar el deseo de estar juntos, de retozar y dar rienda
suelta al deseo que estaban sintiendo en ese momento.
Como lo hizo la noche anterior, Pedro la alzó en sus brazos y volvió a
llevársela consigo a la habitación. Sin embargo, no la dejó sobre la cama, sino
que los dos fueron directamente al baño. Pedro deseó que los dos tomaran un
baño juntos.
Entonces, procedió a quitarle la bata de seda que cayó al suelo haciendo que
ese trozo de tela acariciara su piel lo más delicadamente posible. Se acercó a ella
y acarició su cabello y luego la volvió a besar.
Ella, mientras tanto, se aferró a sus hombros y continuó jugando con su
lengua y con sus labios. Luego ella se apartó de él, sólo un poco, lo suficiente
como para entrar a la ducha y preparar el agua para los dos.
Cuando sintió que la temperatura era la correcta, se metió en el lugar para
sentir que el agua acariciara su cuerpo. Los hilos del líquido recorrían su piel con
una gracia infinita, mojando sus hermosos pezones, el coño precioso y todo lo
demás.
Al final, Pedro avanzó para ir hacia ella y unírsele. Eris le sonrió y volvió a
besarlo. Mientras lo hacía, pensó por un instante el momento en el cual pensó
que lo mejor que podía hacer era disfrutar de ese presente con él.
Por un momento pensó que podría utilizar a alguno de sus esposos para
salir libre, pero no sabía si eso funcionaría, así que pensó que podría consolarse
con la idea de que al menos podría quedarse con Pedro, aferrarse a su cariño y su
cuidado. Si al menos había alguien que pudiera quererla y protegerla, al menos
las cosas serían más llevaderas.
Sin embargo, no pudo evitar sentir una especie de dolor en su pecho, una
punzada que la atravesaba. Tuvo ganas de llorar, de rendirse, pero recordó que lo
más precioso en ese momento era estar con él, así que aprovecharía cada
instante.
Lo abrazó de golpe mientras seguían besándose, luego, de un momento a
otro las cosas fueron aumentando la temperatura hasta que él la alzó con sus
fuertes brazos con el fin de apoyarla sobre la pared.
La dejó allí por un rato, con el fin de admirarla tanto como fuera posible. Le
acarició el cabello y le comió la boca como un desesperado. Después, al sentir la
dureza de su verga, buscó desesperadamente el coño de su esposa para follarla
allí.
Ella lo miró de nuevo con ese rostro sonrojado y fue en ese instante en
donde se preparó para recibirlo. Lo miró con alegría porque quería atesorar el
momento lo más posible.
Pedro comenzó con las embestidas violentas para después hacerlas con más
suavidad, con delicadeza. Ya no estaba teniendo sexo exclusivamente, sino
también estaba sintiendo una unión sumamente poderosa, una que no podía
obviar.
Siguieron retozando hasta que al terminar, ambos salieron con amplias
sonrisas. Parecían como un par de adolescentes que estaban descubriendo el
amor, y quizás de alguna manera así lo era.
VIII

Los días pasaron entre el cariño que se hacía más intenso y el deseo que se
manifestaba en cada caricia. Sin embargo, a Pedro no le faltaba demasiado
tiempo para regresar y ella luego sería objeto de la disputa de los hombres que
estaban unidos a ella.
Por un tiempo, pensó en que ella por fin huyera sola, pero luego pensó que
no podría vivir sin ella, por lo que estuvo dispuesto en sacrificar lo que fuera
posible para que ambos lo hicieran.
Un día salió de la casa con el fin de encontrar un método de escape, un
coche o lo que fuera. Debía haber algo allí que pudiera ayudar. Al no encontrar
nada, caminó por esos senderos abandonados con la idea de encontrar algo.
Durante su exploración, se dio cuenta que había hectáreas enteras de áreas
amplias y despejadas, quizás tendrían la suerte de que nos los seguirían. Entre
tanto, entró en una granja abandonada y allí se le iluminaron los ojos. Era un
Camaro de modelo viejo y abandonado allí a su suerte.
Corrió hacia el coche y se dispuso a probarlo, intentó todo tipo de trucos
con el fin de lograr encenderlo y cuando pensó que todo estaba perdido, logró
que el coche encendiera. Se sintió el hombre más suertudo del planeta.
De inmediato se dispuso a reparar. Apenas tendría un par de días y tenía
que aprovechar las horas al máximo. Encontró gasolina que también estaba en el
mismo lugar y preparó todo para que ambos tuvieran cómo irse.
Eris, para variar, estaba mirando el patio que tenía en frente. Ese enorme
lugar en donde estaba nada más ese bosque repleto de árboles. Soñaba despierta,
imaginando cómo sería salir de allí.
De un momento a otro, Pedro manchado de sucio y grasa se le presentó a
ella con la mirada iluminada.
—¿Pero qué te pasó? ¿Por qué estás así? —Dijo Eris con genuina
curiosidad.
—Una vez me dijiste que deseabas ser libre, que querías decidir sobre tu
destino. Pues bien, este es el momento.
Ella trató de adivinar sobre lo que él estaba tratando de decir, pero su
corazón le dijo que tenía que seguirlo porque era él quien tenía las respuestas.
Entonces, Pedro le tomó la mano y los dos comenzaron a correr por entre el
bosque.
Eris corrió con todas su fuerzas, sintiendo la brisa en el pelo y la energía en
sus pies. El sol calentó su rostro y sonrió ampliamente como nunca lo había
hecho. Tras un rato, llegaron al lugar en donde estaba el Camaro y Pedro se
apresuró a tomar el coche. Ella fue con él.
Desde ese momento, Eris no tuvo la intención de preguntar nada porque
sabía muy bien lo que iba a pasar. Los dos al final romperían con una estúpida
tradición y ambos decidirían qué hacer con sus vidas. Sin importar lo que pasara,
era una apuesta grande pero los dos seguirían al final.
NOTA DE LA AUTORA
Espero que hayas disfrutado del libro. MUCHAS GRACIAS por leerlo. De verdad. Para nosotros es un
placer y un orgullo que lo hayas terminado. Para terminar… con sinceridad, me gustaría pedirte que, si has
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Capítulo 1
Cuando era adolescente no me imaginé que mi vida sería así, eso por descontado.
Mi madre, que es una crack, me metió en la cabeza desde niña que tenía que ser independiente y
hacer lo que yo quisiera. “Estudia lo que quieras, aprende a valerte por ti misma y nunca mires atrás,
Belén”, me decía.
Mis abuelos, a los que no llegué a conocer hasta que eran muy viejitos, fueron siempre muy
estrictos con ella. En estos casos, lo más normal es que la chavala salga por donde menos te lo esperas, así
que siguiendo esa lógica mi madre apareció a los dieciocho con un bombo de padre desconocido y la
echaron de casa.
Del bombo, por si no te lo imaginabas, salí yo. Y así, durante la mayor parte de mi vida seguí el
consejo de mi madre para vivir igual que ella había vivido: libre, independiente… y pobre como una rata.
Aceleramos la película, nos saltamos unas cuantas escenas y aparezco en una tumbona blanca junto
a una piscina más grande que la casa en la que me crie. Llevo puestas gafas de sol de Dolce & Gabana, un
bikini exclusivo de Carolina Herrera y, a pesar de que no han sonado todavía las doce del mediodía, me
estoy tomando el medio gin-tonic que me ha preparado el servicio.
Pese al ligero regusto amargo que me deja en la boca, cada sorbo me sabe a triunfo. Un triunfo que
no he alcanzado gracias a mi trabajo (a ver cómo se hace una rica siendo psicóloga cuando el empleo mejor
pagado que he tenido ha sido en el Mercadona), pero que no por ello es menos meritorio.
Sí, he pegado un braguetazo.
Sí, soy una esposa trofeo.
Y no, no me arrepiento de ello. Ni lo más mínimo.
Mi madre no está demasiado orgullosa de mí. Supongo que habría preferido que siguiera
escaldándome las manos de lavaplatos en un restaurante, o las rodillas como fregona en una empresa de
limpieza que hacía malabarismos con mi contrato para pagarme lo menos posible y tener la capacidad de
echarme sin que pudiese decir esta boca es mía.
Si habéis escuchado lo primero que he dicho, sabréis por qué. Mi madre cree que una mujer no
debería buscar un esposo (o esposa, que es muy moderna) que la mantenga. A pesar de todo, mi infancia y
adolescencia fueron estupendas, y ella se dejó los cuernos para que yo fuese a la universidad. “¿Por qué
has tenido que optar por el camino fácil, Belén?”, me dijo desolada cuando le expliqué el arreglo.
Pues porque estaba hasta el moño, por eso. Hasta el moño de esforzarme y que no diera frutos, de
pelearme con el mundo para encontrar el pequeño espacio en el que se me permitiera ser feliz. Hasta el
moño de seguir convenciones sociales, buscar el amor, creer en el mérito del trabajo, ser una mujer diez y
actuar siempre como si la siguiente generación de chicas jóvenes fuese a tenerme a mí como ejemplo.
Porque la vida está para vivirla, y si encuentras un atajo… Bueno, pues habrá que ver a dónde
conduce, ¿no? Con todo, mi madre debería estar orgullosa de una cosa. Aunque el arreglo haya sido más
bien decimonónico, he llegado hasta aquí de la manera más racional, práctica y moderna posible.
Estoy bebiendo un trago del gin-tonic cuando veo aparecer a Vanessa Schumacher al otro lado de la
piscina. Los hielos tintinean cuando los dejo a la sombra de la tumbona. Viene con un vestido de noche
largo y con los zapatos de tacón en la mano. Al menos se ha dado una ducha y el pelo largo y rubio le gotea
sobre los hombros. Parece como si no se esperase encontrarme aquí.
Tímida, levanta la mirada y sonríe. Hace un gesto de saludo con la mano libre y yo la imito. No
hemos hablado mucho, pero me cae bien, así que le indico que se acerque. Si se acaba de despertar, seguro
que tiene hambre.
Vanessa cruza el espacio que nos separa franqueando la piscina. Deja los zapatos en el suelo antes
de sentarse en la tumbona que le señalo. Está algo inquieta, pero siempre he sido cordial con ella, así que no
tarda en obedecer y relajarse.
—¿Quieres desayunar algo? —pregunto mientras se sienta en la tumbona con un crujido.
—Vale —dice con un leve acento alemán. Tiene unos ojos grises muy bonitos que hacen que su
rostro resplandezca. Es joven; debe de rondar los veintipocos y le ha sabido sacar todo el jugo a su tipazo
germánico. La he visto posando en portadas de revistas de moda y corazón desde antes de que yo misma
apareciera. De cerca, sorprende su aparente candidez. Cualquiera diría que es una mujer casada y curtida en
este mundo de apariencias.
Le pido a una de las mujeres del servicio que le traiga el desayuno a Vanessa. Aparece con una
bandeja de platos variados mientras Vanessa y yo hablamos del tiempo, de la playa y de la fiesta en la que
estuvo anoche. Cuando le da el primer mordisco a una tostada con mantequilla light y mermelada de
naranja amarga, aparece mi marido por la misma puerta de la que ha salido ella.
¿Veis? Os había dicho que, pese a lo anticuado del planteamiento, lo habíamos llevado a cabo con
estilo y practicidad.
Javier ronda los treinta y cinco y lleva un año retirado, pero conserva la buena forma de un
futbolista. Alto y fibroso, con la piel bronceada por las horas de entrenamiento al aire libre, tiene unos
pectorales bien formados y una tableta de chocolate con sus ocho onzas y todo.
Aunque tiene el pecho y el abdomen cubiertos por una ligera mata de vello, parece suave al tacto y
no se extiende, como en otros hombres, por los hombros y la espalda. En este caso, mi maridito se ha
encargado de decorárselos con tatuajes tribales y nombres de gente que le importa. Ninguno es el mío. Y
digo que su vello debe de ser suave porque nunca se lo he tocado. A decir verdad, nuestro contacto se ha
limitado a ponernos las alianzas, a darnos algún que otro casto beso y a tomarnos de la mano frente a las
cámaras.
El resto se lo dejo a Vanessa y a las decenas de chicas que se debe de tirar aquí y allá. Nuestro
acuerdo no precisaba ningún contacto más íntimo que ese, después de todo.
Así descrito suena de lo más atractivo, ¿verdad? Un macho alfa en todo su esplendor, de los que te
ponen mirando a Cuenca antes de que se te pase por la cabeza que no te ha dado ni los buenos días. Eso es
porque todavía no os he dicho cómo habla.
Pero esperad, que se nos acerca. Trae una sonrisa de suficiencia en los labios bajo la barba de varios
días. Ni se ha puesto pantalones, el tío, pero supongo que ni Vanessa, ni el servicio, ni yo nos vamos a
escandalizar por verle en calzoncillos.
Se aproxima a Vanessa, gruñe un saludo, le roba una tostada y le pega un mordisco. Y después de
mirarnos a las dos, que hasta hace un segundo estábamos charlando tan ricamente, dice con la boca llena:
—Qué bien que seáis amigas, qué bien. El próximo día te llamo y nos hacemos un trío, ¿eh, Belén?
Le falta una sobada de paquete para ganar el premio a machote bocazas del año, pero parece que
está demasiado ocupado echando mano del desayuno de Vanessa como para regalarnos un gesto tan
español.
Vanessa sonríe con nerviosismo, como si no supiera qué decir. Yo le doy un trago al gin-tonic para
ahorrarme una lindeza. No es que el comentario me escandalice (después de todo, he tenido mi ración de
desenfreno sexual y los tríos no me disgustan precisamente), pero siempre me ha parecido curioso que haya
hombres que crean que esa es la mejor manera de proponer uno.
Como conozco a Javier, sé que está bastante seguro de que el universo gira en torno a su pene y que
tanto Vanessa como yo tenemos que usar toda nuestra voluntad para evitar arrojarnos sobre su cuerpo
semidesnudo y adorar su miembro como el motivo y fin de nuestra existencia.
A veces no puedo evitar dejarle caer que no es así, pero no quiero ridiculizarle delante de su amante.
Ya lo hace él solito.
—Qué cosas dices, Javier —responde ella, y le da un manotazo cuando trata de cogerle el vaso de
zumo—. ¡Vale ya, que es mi desayuno!
—¿Por qué no pides tú algo de comer? —pregunto mirándole por encima de las gafas de sol.
—Porque en la cocina no hay de lo que yo quiero —dice Javier.
Me guiña el ojo y se quita los calzoncillos sin ningún pudor. No tiene marca de bronceado; en el
sótano tenemos una cama de rayos UVA a la que suele darle uso semanal. Nos deleita con una muestra
rápida de su culo esculpido en piedra antes de saltar de cabeza a la piscina. Unas gotas me salpican en el
tobillo y me obligan a encoger los pies.
Suspiro y me vuelvo hacia Vanessa. Ella aún le mira con cierta lujuria, pero niega con la cabeza con
una sonrisa secreta. A veces me pregunto por qué, de entre todos los tíos a los que podría tirarse, ha elegido
al idiota de Javier.
—Debería irme ya —dice dejando a un lado la bandeja—. Gracias por el desayuno, Belén.
—No hay de qué, mujer. Ya que eres una invitada y este zopenco no se porta como un verdadero
anfitrión, algo tengo que hacer yo.
Vanessa se levanta y recoge sus zapatos.
—No seas mala. Tienes suerte de tenerle, ¿sabes?
Bufo una carcajada.
—Sí, no lo dudo.
—Lo digo en serio. Al menos le gustas. A veces me gustaría que Michel se sintiera atraído por mí.
No hay verdadera tristeza en su voz, sino quizá cierta curiosidad. Michel St. Dennis, jugador del
Deportivo Chamartín y antiguo compañero de Javier, es su marido. Al igual que Javier y yo, Vanessa y
Michel tienen un arreglo matrimonial muy moderno.
Vanessa, que es modelo profesional, cuenta con el apoyo económico y publicitario que necesita para
continuar con su carrera. Michel, que está dentro del armario, necesitaba una fachada heterosexual que le
permita seguir jugando en un equipo de Primera sin que los rumores le fastidien los contratos publicitarios
ni los directivos del club se le echen encima.
Como dicen los ingleses: una situación win-win.
—Michel es un cielo —le respondo. Alguna vez hemos quedado los cuatro a cenar en algún
restaurante para que nos saquen fotos juntos, y me cae bien—. Javier sólo me pretende porque sabe que no
me interesa. Es así de narcisista. No se puede creer que no haya caído rendida a sus encantos.
Vanessa sonríe y se encoge de hombros.
—No es tan malo como crees. Además, es sincero.
—Mira, en eso te doy la razón. Es raro encontrar hombres así. —Doy un sorbo a mi cubata—.
¿Quieres que le diga a Pedro que te lleve a casa?
—No, gracias. Prefiero pedirme un taxi.
—Vale, pues hasta la próxima.
—Adiós, guapa.
Vanessa se va y me deja sola con mis gafas, mi bikini y mi gin-tonic. Y mi maridito, que está
haciendo largos en la piscina en modo Michael Phelps mientras bufa y ruge como un dragón. No tengo muy
claro de si se está pavoneando o sólo ejercitando, pero corta el agua con sus brazadas de nadador como si
quisiera desbordarla.
A veces me pregunto si sería tan entusiasta en la cama, y me imagino debajo de él en medio de una
follada vikinga. ¿Vanessa grita tan alto por darle emoción, o porque Javier es así de bueno?
Y en todo caso, ¿qué más me da? Esto es un arreglo moderno y práctico, y yo tengo una varita
Hitachi que vale por cien machos ibéricos de medio pelo.
Una mujer con la cabeza bien amueblada no necesita mucho más que eso.

Javier
Disfruto de la atención de Belén durante unos largos. Después se levanta como si nada, recoge el
gin-tonic y la revista insulsa que debe de haber estado leyendo y se larga.
Se larga.
Me detengo en mitad de la piscina y me paso la mano por la cara para enjuagarme el agua. Apenas
puedo creer lo que veo. Estoy a cien, con el pulso como un tambor y los músculos hinchados por el
ejercicio, y ella se va. ¡Se va!
A veces me pregunto si no me he casado con una lesbiana. O con una frígida. Pues anda que sería
buena puntería. Yo, que he ganado todos los títulos que se puedan ganar en un club europeo (la Liga, la
Copa, la Súper Copa, la Champions… Ya me entiendes) y que marqué el gol que nos dio la victoria en
aquella final en Milán (bueno, en realidad fue de penalti y Jáuregui ya había marcado uno antes, pero ese
fue el que nos aseguró que ganábamos).

La Mujer Trofeo
Romance Amor Libre y Sexo con el Futbolista Millonario
— Comedia Erótica y Humor —

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