Rudyard Kipling - de Como Vino El Miedo
Rudyard Kipling - de Como Vino El Miedo
Rudyard Kipling - de Como Vino El Miedo
Rudyard Kipling
textos.info
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Texto núm. 6258
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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De Cómo Vino el Miedo
Cuando secos están arroyo y laguna,
todos somos hermanos;
mezclados nos ven las riberas,
ardientes las bocas, polvo en los flancos,
sin deseos de caza,
y por temor igual paralizados.
Junto a su madre, puede tímido ver
el cervato al lobo desmedrado;
mira el gamo tranquilo los colmillos
que a su padre mataron.
Cuando secos están charco y arroyo,
todos somos hermanos.
hasta que alguna nube la respetada
"tregua del agua" rompa,
y nos mande lluvia y anhelada caza,
nuestro encanto.
Previstos están, por la ley de la selva (la más antigua del mundo) la
máxima parte de los acontecimientos con que su pueblo pudiera
enfrentarse, por lo que, hoy por hoy, es un código casi tan perfecto como
el tiempo y la costumbre pudieron llegar a constituirlo. Si el lector pasó sus
ojos por las narraciones transcritas relativas a Mowgli, recordará sin duda
que el muchacho pasó la mayor parte de su vida con la manada de lobos
de Seeonee, y que aprendió la ley con Baloo, el oso pardo. Fue el propio
Baloo quien le explicó, cuando el muchacho daba muestras de impaciencia
por tantas órdenes que recibía constantemente, que la ley era como una
enredadera gigante, ya que alcanza a todas las espaldas sin quedar
exenta ninguna de sentir su peso.
—Una vez que hayas vivido los años que yo he vivido, hermanito, te darás
cuenta de que la selva obedece, a lo menos, a una ley —dijo Baloo—.
Esto no te parecerá muy agradable —añadió.
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Mowgli no paró mientes en esta conversación, porque cuando un
muchacho pasa la vida comiendo y durmiendo, no le importan un ardite las
demás cosas, sino hasta que suena la hora de enfrentarse con ellas. Pero
hubo un año en que las palabras de Baloo resultaron certísimas y exactas;
entonces Mowgli fue testigo de que toda la Selva estaba bajo el imperio de
la ley.
—No mucho, al presente —respondió Ikki, e hizo sonar sus púas muy
tenso y violento—.
Ikki echó a correr agachando la cabeza para que Mowgli no le tirara de las
cerdas del hocico; el muchacho le contó después a Baloo lo que aquél
había dicho.
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Por culpa del calor murieron antes de nacer los verdosos, lechosos
capullos, parecidos a la cera; sólo cayeron algunos malolientes pétalos
cuando él sacudió el árbol, puesto en dos patas contra el tronco. Luego,
centímetro a centímetro, fue penetrando el incesante calor en el corazón
de la selva, e hizo que todo se revistiera de color amarillo, primero;
después, de color de tierra, y al fin, de color negro. Los matorrales y las
malezas que bordeaban los barrancos se secó poco a poco hasta
convertirse en algo parecido a alambres rotos, y en enroscadas fibras de
materia muerta; gradualmente perdieron el agua las escondidas lagunas y
sólo el barro quedó en ellas, el cual conservó la más tenue huella en los
bordes como si hubiera sido vaciado en un molde de hierro; las jugosas
enredaderas que colgaban de las árboles, cayeron y murieron al pie de
ellos; sccáronse los bambúes y produjeron un ruido agudo cuando soplaba
el viento cálido; empezó a morirse el musgo y dejaba peladas las rocas,
hasta en el corazón de la selva, de tal manera que quedaron desnudas y
ardientes como piedras azules que brillaban en los cauces.
Los pájaros y los monos emigraron desde el comienzo del año hacia el
norte, porque sabían lo que se vendría encima; el ciervo y el jabalí se
internaron en los devastados campos de los aldeanos y murieron ellos
también, a las veces, a la vista de los hombres que estaban demasiado
débiles para matarlos. Pero no emigró Chil, el milano, y tuvo oportunidad
de engordar, ya que abundó la carroña, y cada tarde les llevaba la noticia
a las fieras, cuya postración les impedía ir a la búsqueda de nuevos
cazaderos, de que el sol mataba poco a poco a toda la selva en una
extensión de tres días de vuelo, desde ese punto, en todas direcciones.
Nunca había sabido Mowgli en verdad lo que era el hambre, pero ahora
tuvo que contentarse con miel vieja, de tres años, que raspaba de
colmenas abandonadas hechas en la roca...; era una miel negra como la
endrina espolvoreada con azúcar seco. Cazó también gusanillos de los
que taladran la corteza de los árboles, y en no pocas ocasiones robó a las
avispas las crías que sus avisperos. Toda la caza que quedaba en la selva
no era más que piel y huesos; Bagheera mataba tres veces en una sola
noche y ni así obtenía lo que necesitaba para calmar su apetito. Pero la
peor calamidad era la falta de agua, ya que, aunque raras veces beba el
pueblo de la selva, ha de beber en gran cantidad, cuando lo hace.
Siguió adelante el calor y secó toda humedad, y al fin el cauce del río
Waingunga fue el único lugar donde corría aún un hilillo de agua entre las
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muertas riberas.
Y cuando Hathi, el elefante salvaje, cuya vida puede alcanzar cien años o
más, vio que en el centro mismo de la corriente asomaba un largo,
descarnado y azul banco de piedra completamente seco, comprendió que
lo que tenía ante su vista era la Peña de la Paz, y entonces, de cuando en
cuando, levantó la trampa y proclamó la Tregua del Agua, como la había
proclamado su padre antes que él, cincuenta años atrás. Le hicieron coro,
con ronca voz, el ciervo, el jabalí y el búfalo; Chil, el milano, voló en todas
direcciones describiendo círculos, chillando y silbando para extender la
noticia.
Mas ahora había terminado todo aquel juego que podía ser mortal:
acercábase hambriento y triste todo el pueblo de la selva al río cuyo cauce
parecía haberse estrechado; el tigre, el oso, el ciervo, el jabalí, el búfalo,
todos juntos, bebían en sucias aguas y allí permanecían, sin fuerzas para
moverse.
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habían encontrado lodazales en qué refrescarse ni verdes sembrados en
donde pudieran saciar su hambre.
Tiempo hacía que las tortugas de río habían sido exterminadas por la
habilísima cazadora Bagheera; los peces del río se habían enterrado ellos
mismos profundamente en el seco barro. Sólo la Peña de la Paz
sobrenadaba del agua poco profunda, como una larga sierpe, y las
pequeñas y fatigadas ondulaciones de la corriente silbaban al pegar contra
sus calientes costados y evaporarse.
—Algo metí en él, pero no me vale. ¿No crees, Bagheera, que las lluvias
se olvidaron de nosotros y que no volverán ya más?
—No es tiempo ahora de cargar pesos. Todavía puedo tenerme en pie sin
que me ayuden.
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Pero es verdad que ni tú ni yo nos parecemos, por lo gordos, a los bueyes
bien cebados.
Se miró Bagheera los lados, que eran como harapos cubiertos de polvo, y
murmuró:
—Sí; muy buen par de cazadores formamos ahora tú y yo. Yo soy muy
audaz para comer gusanillos.
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—En verdad que el peso de una sola ley nos gobierna ahora —dijo
Bagheera al vadear la corriente y mirando las filas de cuernos que
chocaban unos contra otros y los inquietos ojos que se miraban en el lugar
donde se empujaban los ciervos y los jabalíes—. ¡Buena suerte a todos los
de mi sangre! —añadió, y se tendió cuan larga era, con uno de sus
costados fuera del agua. Y luego dijo entre dientes:
—¡Buena suerte sería la del que pudiera cazar aquí, a no ser por eso que
se llama la ley!
—¡Que haya orden! ¡Que haya orden! —dijo con voz gutural Hathi, el
elefante—.
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mayor espacio; a los búfalos gruñendo entre ellos al andar al sesgo por los
bancos de arena; a los ciervos narrando lastimeros cuentos de sus largas
y fatigosas caminatas en busca de comida. De cuando en cuando
preguntaban, en demanda de noticias, a los carnívoros que se
encontraban al otro lado del río. Pero las noticias siempre eran malas, y el
bramador viento caliente de la selva se movía por entre las rocas y las
zumbantes ramas, y esparcía renuevos y polvo por encima del agua.
—El río ha bajado más desde ayer en la noche —afirmó Baloo—. Hathi,
¿viste nunca una sequía corno ésta?
—Ya pasará, ya pasará —respondió Hathi, y lanzó agua al aire para que le
cayera sobre el lomo y los flancos.
—Por aquí hay alguien que no resistirá mucho tiempo —observó Baloo. Y
al decir esto, miró al muchacho a quien tanto quería.
Tan sólo de pensar en esto, tembló Hathi, y Baloo dijo con aire severo:
—No quise decir nada malo, Baloo, sino tan sólo que tú eres, digámoslo
así, como un coco con cáscara, en tanto que yo como un coco sin cáscara.
Ahora bien, la cáscara parda que tú tienes...
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que hacen los cocos maduros.
—No está bien que bromees a costa de tu maestro —dijo el oso, al mismo
tiempo que Mowgli iba a parar bajo el agua.
—¡No está bien! Pues, ¿qué es lo que quieres? Esa cosa desnuda que
siempre anda corriendo de aquí para allá, bromea, como si fuera un mono,
con quienes en un tiempo fueron buenos cazadores, y nos tira de los
bigotes a los mejores de entre nosotros, por juego.
Quien así habló, era Shere Khan, el tigre cojo, que descendía hacia el
agua. Se quedó inmóvil durante un momento, para regocijarse con la
impresión que produjo su vista en los ciervos al otro lado del río. Luego,
dejando caer la cuadrada cabeza llena de arrugas, empezó a beber a
lengüetadas y rezongó:
Miró Mowgli... Mejor dicho, clavó los ojos tan insolentemente cuanto pudo;
al cabo de un instante, Shere Khan volvióse con visible malestar.
—Muy bien podría ocurrir eso —dijo Bagheera mirándolo fijamente en los
ojos—. Muy bien podría ocurrir. ¡Fu! ¡Shere Khan! ¿Qué abominable cosa
es esa que traes acá?
—¡Un hombre! —respondió fríamente Shere Khan—. Hace una hora maté
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a un hombre.
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—¿Bebiste ya todo lo que necesitabas?
—Pues ahora, vete. El río es para beber, y no para ensuciarlo. Nadie sino
el Tigre Cojo podía hacer gala de su derecho en esta estación en que... en
que todos padecemos... todos, tanto los hombres como el pueblo de la
selva. Pero ahora, limpio o sucio, ¡regresa a tu cubil, Shere Khan!
—Es una historia antigua —dijo Hathi—. Una historia más vieja que la
selva. Estén quietos, callen todos en esta y la otra orilla, y contaré la
historia.
Hubo uno o dos minutos de confusión, ya que los jabalíes y los búfalos se
empujaban los unos a los otros, y al cabo, los que dirigían las manadas,
gruñeron sucesivamente:
—Estamos esperando.
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Avanzó Hathi y se metió casi hasta las rodillas en la laguna que se
formaba junto a la Peña de la Paz.
En el principio de la selva —y nadie sabe cuándo fue esto— todos los hijos
de ella
andábamos juntos sin temor los unos de los otros. No había sequías en
aquellos tiempos; hojas, flores y frutos crecían en el mismo árbol, y
nosotros no comíamos sino hojas, flores, hierbas, frutos y cortezas."
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—Pues el cuento no perdió nada en tamaño al pasar de boca en boca
—bisbisó Bagheera, y Mowgli, para que no lo vieran reír, se tapó la cara
con la mano.
Una noche, sin embargo, hubo una disputa entre dos gamos (fue una riña
por cuestión de pastos, una riña como las que ustedes dirimen ahora con
los cuernos y las patas).
Cuentan que, en tanto hablaban los dos a la vez ante el primer tigre, que
estaba echado entre las flores, uno de los gamos lo empujó sin querer con
los cuernos; olvidó en ese momento el primer tigre que era el dueño y el
juez de la selva: saltó sobre el gamo y le partió el cuello de una dentellada.
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de la sangre también nos había enloquecido. Corríamos de acá para allá,
formando círculos, brincando, ululando y sacudiendo la cabeza. Entonces,
a los árboles de ramas bajas y a las enredaderas de la selva, les dio Tha
la orden de que señalaran al matador del gamo, de manera que él pudiera
reconocerlo, y añadió:
Saltó rápidamente el mono gris, que habita entre las ramas, y chilló:
—Así sea.
Todos ustedes conocen, hijos míos, al mono gris. Entonces era lo que es
ahora. Al comienzo guardó toda la compostura de un sabio.
Más, de ahí a poco, empezó a rascarse y a saltar, así que, cuando regresó
Tha, lo halló colgando cabeza abajo de una rama, haciendo burla de los
que estaban en el suelo, los cuales, a su vez, hacían burla de él. Por tanto,
no había ley en la selva... sino tan sólo charla insulsa y palabras sin
sentido.
Y respondió Tha:
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Por lo cual fuimos de un lado a otro de la selva, buscando al miedo, y de
pronto, los búfalos.
—Sí, Mysa, los búfalos. Volvían con la noticia de que en una caverna, en
la selva, estaba sentado el miedo; que no tenía pelo en el cuerpo y que
caminaba tan sólo con las patas posteriores. Nosotros, los de la selva,
seguimos entonces al rebaño hasta llegar a la caverna, ¡y allí estaba el
miedo, de pie en la entrada! Corno dijeron los búfalos, tenía la piel
desnuda de pelo y caminaba sólo con las piernas de atrás. Gritó al vernos,
y su voz nos llenó de espanto, de ese mismo espanto que nos inspira hoy
esa voz cuando la oímos, y, atropellándonos los unos a los otros y
haciéndonos daño, huimos entonces, porque teníamos miedo. Y me
contaron que, a partir de aquella noche, ya los de la selva no nos echamos
juntos como solíamos, sino que nos separarnos por tribus.., el jabalí con
el jabalí, el ciervo con el ciervo; cuernos con cuernos, cascos con cascos,
cada quien con su semejante, y así se acostaron todos en la selva, presa
de inquietud.
El único que no se hallaba con nosotros era el primer tigre; estaba todavía
escondido en los pantanos del Norte. Cuando hasta él llegó la historia de
lo que habíamos visto en la caverna, dijo:
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hundiendo la barbilla en el agua.
El primer tigre levantó el hocico al cielo, recién hecho entonces y tan viejo
ahora, y dijo:
El primer tigre fue, pues a nadar, y luego se revolcó cien y cien veces
sobre la hierba hasta que sintió que la selva daba vueltas y vueltas ante su
vista. No obstante, ni la más mínima raya de su piel cambió en lo más
mínimo. Tha, que lo observaba, se rió.
Y Tha respondió:
Respondió Tha:
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El primer tigre empezó a correr (de un lado a otro dando voces y llamando
al ciervo, al jabalí, al sambhur, al puerco espín y a todos los pueblos de la
selva; pero todos huyeron de él, que había sido juez, porque le tenían
miedo.
¡Permite que recuerden mis hijos que hubo un tiempo en que no supe lo
que era vergüenza, ni miedo!
Y Tha le contestó:
—Esto es lo que haré por ti, ya que tú y yo juntos vimos nacer la selva.
Cada año, por espacio de una noche, tornarán a ser las cosas como eran
antes de que muriera el gamo, y esto sólo sucederá para ti y tus hijos.
Durante esa noche que te concedo, si llegaras a tropezar con el de la piel
desnuda (cuyo nombre es el hombre), no sentirás miedo de él, sino que él
te temerá a ti, como si fueras tú, junto con los tuyos, juez de la selva, y,
también junto con los tuyos, dueño de todas las cosas. Esa noche, cuando
lo veas atemorizado, ten misericordia de él, porque también tú conoces el
miedo.
—Me place.
Pero montó en cólera cuando, poco después, fue a beber y se vio las
rayas negras sobre costillas e ijadas y recordó el nombre que le había
dado el de la piel desnuda. Vivió durante un año en los pantanos,
deseando que Tha cumpliera su promesa. Al cabo, una noche en que brilló
con clara luz sobre la selva el Chacal de la Laguna (la estrella vespertina),
sintió él que aquélla era su noche, que su noche había llegado, y se dirigió
a la caverna en busca de el de la piel desnuda. Tal como Tha lo había
prometido, así sucedieron las cosas, porque aquel cayó ante la fiera y
permaneció tendido en el suelo, y el primer tigre lo atacó, lo hirió y le
rompió el espinazo; había creído que no había sino uno de estos seres en
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toda la selva, y que, dándole muerte, había matado al miedo. Y un
momento después, en tanto que olfateaba al muerto, oyó que Tha
descendía de los bosques del Norte y se escuchó la voz del primer
elefante, que es la voz que oímos también ahora.
Replicó Tha:
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Contesté Tha:
—Aquí está, bajo mi garra, con el espinazo partido. Haz que la selva sepa
que yo maté al miedo.
Hathi prosiguió:
—Era una estaca puntiaguda, como las que ponen en el fondo de los
hoyos que sirven de trampa, y, arrojándolo, hirió en el costado al primer
tigre. Cumpliéronse así las cosas tal y como las había dicho Tha, porque el
tigre huyó corriendo a la selva rugiendo, hasta que logró arrancarse la
estaca, y todos supieron que el de la piel desnuda podía herir a distancia y
esto fue causa de que lo temieran más que antes. Resultó así también que
el primer tigre enseñó a matar al de la piel desnuda (y no ignoran ustedes
todo el daño que esto ha causado a todos nuestros pueblos desde
entonces), empleando lazos, trampas y palos que vuelan, y por medio de
la mosca de punzante aguijón que sale del humo blanco (se refería Hathi a
rifle), y de la Flor Roja, que nos obliga a correr hacia el terreno abierto y
despejado. Y sin embargo cada año, durante una noche, el de la piel
desnuda teme al tigre, como lo había prometido Tha, y nunca la fiera le dio
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motivo para perder ese miedo. Allí donde lo encuentra, lo mata, al
acordarse de la vergüenza que pasó el primer tigre. Pero, durante todo el
resto del año, el miedo se pasea por la Selva, de día y de noche.
—¡Ahi! ¡Au! —dijo el ciervo al pensar en todo lo que esto significa para
ellos.
—Y tan sólo cuando, como ocurre ahora, un gran miedo parece amenazar
todas las cosas, podemos los habitantes de la Selva poner a un lado todos
nuestros recelos de poca monta y reunirnos en un mismo sitio, como lo
estamos haciendo ahora.
—Pero yo... y ustedes.., y toda la selva sabemos que Shere Khan mata
hombres dos y tres veces durante el tiempo que dura una misma luna.
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Lamentóse tristemente el ciervo y los labios de Bagheera se movieron
esbozando una sonrisa irónica.
—Nadie la sabía sino los tigres y nosotros los elefantes... los hijos de Tha.
Ahora, todos los que están por allí en las lagunas, la saben también. He
dicho.
La Ley de la Selva
(Tan sólo a fin de dar una leve idea de la enorme variedad de la ley de la
selva, he procurado traducir en verso —porque siempre recitaba esto
Baloo como una suerte de cantilena— ciertos preceptos relativos a los
lobos. Existen, naturalmente, todavía algunos centenares parecidos; pero
éstos bastarán; serán una muestra de los más simples.)
Esta es la ley que gobierna nuestra selva, tan antigua como el mismo cielo.
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la ley a todos nos tiene envueltos;
porque a la manada el lobo da fuerza,
mas la manada, cierto, a él fortalece.
Del hocico a la cola cada día aséate,
y de la bebida no haya exceso,
mas tampoco carencia; y acuérdate:
la noche, para la caza; el día, para el sueño.
Vaya el chacal tras los restos
que el tigre deje; vaya, el hambriento;
pero tú, cazador de raza, lobato,
si puedes, mata por tu cuenta y riesgo.
Con el tigre, oso y pantera ten paz,
pues dueños han sido siempre de la selva;
al buen Hathi cuida y atempera;
con el fiero jabalí, quieto, sé sagaz.
Si en la selva dos manadas topan,
e idéntico rastro empeñosas siguen,
échate, que los jefes concilien,
y así, tal vez, un acuerdo compongan.
Si atacares a un lobo,
sea, pero que esté solo;
que si toda la manada entra en liza
su número disminuirá, con la riza.
Refugio, para el lobo, es su guarida,
su hogar es; nadie tiene derecho
a entrar, por la fuerza, en él,
ni jefe, ni consejo, ni toda la partida.
Para cada lobo, su cubil es su refugio;
si no supo, como debe ser, hacerlo,
a buscar otro veráse obligado,
si tal orden recibe del consejo.
Cuando matar logres algo
antes de medianoche, en silencio hazlo;
no sea que los ciervos despierten,
y a ayunar sean obligados tus compañeros.
Justo sea para ti o tus cachorros matar,
o para bien de tu hermano, justo sea;
pero no sea esto, nunca, por gusto,
y dar caza al hombre, ¡jamás!, ¡nunca se vea!
Si al más débil su botín robas,
no del todo te hagas dueño;
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protege la manada al más humilde:
para él, cabeza y piel, la sobra.
De la manada es lo que mata la manada;
déjala en su lugar, que es su comida;
nadie a otro sitio a llevarla se atreva:
quien tal ley infringiere, muerto sea.
Coma el lobo lo que mató el lobo;
despache a su gusto; es su derecho,
sin permiso suyo, no haya cohecho:
la manada no podrá tocarlo ni comerlo.
Derecho de cachorro, derecho de lobato
de un año: cuando la manada mata,
él se harta de la misma pieza, si es que el hambre le aprieta.
Derecho de carnada es el derecho de madre:
exíjale al compañero (nadie podrá negarlo),
de su misma edad, una parte
de lo que aquél haya muerto.
Derecho de caverna es el del padre:
dueño de cazar para los suyos
y libre de la manada se halla;
sólo el consejo juez será de sus actos.
Edad y astucia, fuerza y garra acerada:
por esto jefe es el viejo lobo;
en caso no previsto, en todo el globo
sea juez y deje toda cuenta saldada.
Dulces son y muchos de la ley nuestra
estos sabios y útiles preceptos;
mas todos en uno solo se concreta:
¡obedece! La ley no es sino esto.
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Rudyard Kipling
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Jungle Book (El libro de la selva, 1894), la novela de espionaje Kim (1901),
el relato corto «The Man Who Would Be King» («El hombre que pudo ser
rey», 1888), publicado originalmente en el volumen The Phantom
Rickshaw, o los poemas «Gunga Din» (1892) e «If»— (traducido al
castellano como «Si...», 1895). Además varias de sus obras han sido
llevadas al cine.
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