Calveiro - Desaparición y Gubernamentalidad
Calveiro - Desaparición y Gubernamentalidad
Calveiro - Desaparición y Gubernamentalidad
•
Disappearance and Governmentality
in México*
PilaR CalveiRo
Universidad Autónoma de la Ciudad de México (uaCm)
México
Correo: pilarcal2008@gmail.com
https://orcid.org/0000-0001-5604-3497
DOI: 10.48102/hyg.vi56.355
Abstract
The mechanism and devices that are used in enforced disappearance are
modified according to the forms of the State and government. In the last 70s
in México, this practice was articulated to a populist governmentality with
a strong centralized and authoritarian State that used differential policies
for the treatment of dissent, from legal and illegal forms of repression to the
selection of co-opt practices and even the creation of consensus. As of 2008
this practice was inscribed in a neoliberal governmentality in which the
State, penetrated by large legal and illegal corporations, became a fragmen-
tary structure with relatively autonomous local powers which may be strong-
ly penetrated by global criminal networks. The articulation State-criminal
makes violence to appear as private but it should be thought as private-pub-
lic and, in this context, the distinction between the practices of disappear-
ance and forced disappearance is diffused.
Key words: Enforced Disappearance, Neoliberal Governmentality, México.
Historia y Grafía, Universidad Iberoamericana, año 28, núm. 56, enero-junio 2021, pp. 17-52
ISSN 1405-0927 e ISSN 2448-783X
Resumen
Los mecanismos y dispositivos que se utilizan en la desaparición forzada
se modifican según las formas del Estado y el tipo de gubernamenta-
lidad. En México, durante los años setenta del siglo xx, esta práctica
se articuló a una gubernamentalidad populista, con un Estado fuerte,
centralizado y autoritario, que utilizó políticas diferenciales para el tra-
tamiento de las disidencias, desde formas legales e ilegales de represión,
hasta la cooptación e incluso la creación de consensos. A partir de 2008,
la desaparición forzada se inscribió en una gubernamentalidad neoli-
beral en la que el Estado, penetrado por grandes corporativos legales e
ilegales, pasó a ser una estructura fragmentaria, con poderes locales re-
lativamente autónomos, que pueden estar penetrados en alto grado por
las redes criminales de alcance global. La articulación estatal-criminal
hace que, en ese contexto, violencias que aparecen como privadas deban
pensarse como público privadas y que la distinción entre las prácticas de
desaparición y desaparición forzada resulten difusas.
Palabras clave: desaparición forzada, gubernamentalidad neoliberal,
México.
18 / Pilar Calveiro
i. ¿Qué entender como desaparición de personas?
1
Corte Penal Internacional, Estatuto de Roma, p. 6.
2
Roberto González Villarreal, Historia de la desaparición, p. 23.
3
Ibidem, pp. 23, 25.
20 / Pilar Calveiro
del paradero-abuso irrestricto sobre la persona-muerte/asesina-
to-ocultamiento de los restos. Esta secuencia se sigue de hecho
en todas las desapariciones, se verifique o no la participación del
Estado. El dispositivo desaparecedor –estatal, privado o mixto– se
crea para garantizar todos estos pasos aunque puede ocurrir que,
a fin de cuentas, alguno de ellos no se consume. Por ejemplo, es
posible que, por razones coyunturales, se arroje o se exhiba el
cadáver de un desaparecido en la vía pública. También sucede,
de manera invariable, que a pesar de los administradores del dis-
positivo, haya víctimas sobrevivientes, pero estas “excepciones”
no corresponden con la “norma” del dispositivo, que contempla
la apropiación de las personas para hacer sobre ellas “cualquier
cosa”, para tomar de ellas todo lo que se desee, hasta la vida, y
desecharlas luego sin dejar rastro. Ése es el núcleo del fenómeno
de la desaparición.
Por lo tanto, esta práctica implica un procesamiento específico
sobre el cuerpo de las personas y sobre el cuerpo social que, a
mi juicio, lo distingue de lo que algunos autores (Gatti, Irazusta,
Martínez y otros) han caracterizado como “desaparición social”.
En un volumen muy interesante,4 coordinado por Gabriel Gatti,
dichos autores incluyen en la categoría de “desaparición social”
a los que “no forman parte”, los que “no cuentan”, los que “no
están visibles” para el resto de la sociedad e incluso a los recluidos.
En esta misma dirección, Éttienne Tassin afirma: “Exclusión y
reclusión son formas de desaparición”.5 Es cierto, pero sólo en un
sentido bastante general. Creo que la exclusión, la invisibilidad
social que padecen enormes grupos de población o la falta de
representación –fenómeno incluso mucho más amplio que el pri-
mero–, siendo formas de “desaparecer” política y socialmente a las
4
Gabriel Gatti, Ignacio Irazusta y María Martínez, colaboraciones en número
dedicado a “La desaparición forzada de personas: circulación transnacional y
usos sociales de una categoría de los derechos humanos”, en la revista Oñati
Socio Legal.
5
Étienne Tassin, “La desaparición en las sociedades liberales”, p. 99.
22 / Pilar Calveiro
ii. Desaparición y gubernamentalidad
6
Ibidem, p. 99. Las cursivas son mías.
1. Desaparición
La recurrencia del Estado a prácticas represivas de excepción o
incluso abiertamente ilegales como la desaparición forzada, por
fuera de cualquier derecho civil o bélico, es muy antigua. Sin
embargo, fue en el contexto de la Guerra Fría y las llamadas “gue-
rras sucias”, cuando esta modalidad de la desaparición forzada
como parte de lo represivo se convirtió en política de Estado en
gran parte de los países de América Latina, México incluido. Si
bien en todos ellos fue utilizada por el Estado para eliminar a la
disidencia política revolucionaria y tuvo rasgos semejantes que
comprendieron la creación de un circuito de rastreo-privación
de la libertad-tortura-asesinato y desaparición de los restos de las
personas, en cada país se articuló a las formas específicas de su
gubernamentalidad.7 De manera que la extensión del fenómeno
7
Tomo el concepto de gubernamentalidad de la obra de Michel Foucault,
entendida como “técnicas de gobierno que sirven de base al Estado moderno”.
24 / Pilar Calveiro
varió –en unos casos fue masiva, en otros restringida y en otros
apenas circunstancial–, así como los órganos del Estado que eje-
cutaron las desapariciones e incluso los modos operativos y las
tecnologías de desaparición de los cuerpos.
En México existieron algunos casos de desaparición forzada
por lo menos desde la década de los años cincuenta e incluso
antes, entre los que vale la pena recordar los de Porfirio Jarami-
llo –hermano de Rubén Jaramillo– y de Fortunato Calixto Nava,
ocurridas en marzo de 1955 y mencionadas por Camilo Vicente
Ovalle.8 Ambas corresponden muy claramente con los rasgos de
la desaparición forzada; sin embargo es importante detenernos
en la siguiente observación:
Aunque estas desapariciones/secuestros eran comprendidas
como una medida de represión político-ideológica por los afec-
tados, y pese a cumplir con varias de las características que hoy
definen esta práctica: detención y retención ilegal de las personas
por parte de autoridades (locales o federales) en lugares desconoci-
dos y, además, la negativa de toda información sobre la detención,
no tenian la carga conceptual de ser una práctica diseñada y ope-
rada por el Estado de forma sistemática y centralizada.9
Justo por ello, el análisis de la desaparición forzada como
tecnología represiva del Estado, es decir de manera autorizada,
centralizada y sistemática, suele iniciarse a finales de los sesenta,
con la detención de Epifanio Avilés Rojas, ocurrida el 19 de mayo
10
Ibidem, p. 330.
11
González Villarreal, Historia de la desaparición, op. cit., p. 22.
12
Alejandro Vélez Salas, Narrativas interdisciplinarias sobre desaparición de
personas en México, p. 22.
13
González Villarreal, Historia de la desaparición, op. cit., pp. 168-282.
26 / Pilar Calveiro
rreal– disminuyó a menos de diez casos por año (con excepción
de 1981 y 1999 con 31 y 14, repectivamente), pero se sostuvo
de modo consistente.14 Al respecto, Camilo Vicente Ovalle ob-
serva que, justamente, desde finales de los años setenta y hasta
mediados de los ochenta “comenzó una transición importante de
la técnica de desaparición forzada, derivada de la intersección de
la contrainsurgencia y una lógica de violencia emergente: la gue-
rra contra el narco”.15 Por lo tanto, se podría decir que, aunque
con otros objetivos y de una manera más limitada, durante más
de veinte años después de exterminados los grupos guerrilleros, el
Estado mantuvo la decisión de recurrir a esta práctica, que se fue
“naturalizando”, lo que constituye una primera especificidad del
caso mexicano.
Pasados esos veinte años, a partir de 2001 y, sobre todo de
2008, ocurrió un nuevo repunte de las desapariciones, aunque
con características diferentes, y bajo otro tipo de gubernamentali-
dad, que se analizarán en la segunda parte de este trabajo.
En lo que se refiere a esta primera etapa de la desaparición
forzada en México, hay que decir que entre las víctimas de los
años setenta se cuentan hombres, mujeres, mujeres embarazadas,
niños y ancianos. Un dato significativo es que 82% de los casos
ocurridos entre 1974 y 1978 –el periodo con el mayor número de
desapariciones– corresponde al estado de Guerrero donde el Ejér-
cito practicó, en la zona de asentamiento de las guerrillas de Ge-
naro Vázquez y Lucio Cabañas, además de la desaparición de
personas, el desplazamiento forzado de la población y estrategias
de cerco y aniquilamiento, que se pudieron conocer gracias a
los testimonios de sobrevivientes. En las poblaciones de la sierra
de Guerrero se desplegaron distintas prácticas como el “estado de
sitio, el toque de queda, el control sobre el tránsito de alimentos
14
Sólo en cuatro de los 33 años del periodo comprendido entre 1968 y 2001 no
se anotan desapariciones.
15
Vicente Ovalle, [Tiempo suspendido], op. cit., p. 331.
16
Claudia Rangel Lozano, “Introducción”, p. 27.
17
Claudia Rangel Lozano, “La recuperación de la memoria mediante testimonios
orales. La desaparición forzada de personas en Atoyac, Guerrero”, p. 114.
18
González Villarreal, Historia de la desaparición, op. cit., pp. 87-91.
28 / Pilar Calveiro
secuestrado y torturado por alrededor de 12 días. Al cabo de ellos,
en un procedimiento de traslado, los agentes se detuveron a ce-
nar. Allí, el encargado del lugar vio que estaban armados y, como
iban vestidos de civil, creyó que eran ladrones, así que llamó a la
Policía Judicial, que los detuvo a todos. A raíz de ello, el Guaymas
fue trasladado al penal de Oblatos, acusado de sedición, y su de-
tención se legalizó.19 Este simple acontecimiento muestra la falta
de conocimiento y participación de corporaciones importantes
del Estado en la política de desaparición forzada de aquella época,
lo cual no atenúa la responsabilidad estatal sino que muestra una
clara intencionalidad política en la compartimentalización de esta
práctica, restringiéndola sólo a ciertas agencias especializadas.
Por otra parte, la implementacion de la desaparición forzada
“dependió de las dinámicas del conflicto a nivel local […] a través
de una estrategia diferencial, no homogénea, pero general”.20 Se
trata entonces de reconocer que existieron diferentes articulacio-
nes entre lo local y las instancias centrales.
Sin embargo, aunque el dispositivo desaparecedor no com-
prendiera a todo el aparato represivo ni operara de igual manera
en todas las realidades locales, es posible afirmar que la desapa-
rición forzada fue una práctica contrainsurgente autorizada y
organizada a nivel nacional, que funcionó en centros clandestinos
ubicados en instalaciones policiales, militares y privadas, adminis-
trados por las agencias de seguridad del Estado.
También es posible afirmar que el Estado mexicano cuidó
muy bien de concentrar su potencia represiva y aterrorizante en
ciertos territorios, como la sierra de Guerrero y, a la vez, trató
de operar discretamente en las ciudades, a través de los órganos de
inteligencia y grupos especiales, como las Brigadas Blancas, que
no involucraban al conjunto del aparato represivo ni militar.
19
Daniela Rea, Nadie les pidió perdón. Historias de impunidad y resistencia, p.
215.
20
Vicente Ovalle, [Tiempo suspendido], op. cit., p. 330.
30 / Pilar Calveiro
manejo de las también distintas disidencias; es decir, un Estado
complejo con una gran diversidad de herramientas de control
poblacional. Tenemos así un dispositivo clandestino estatal de
desaparición forzada operado de modo primordial por el Ejército
y cuerpos especiales, orientado a la eliminación de raíz de la disi-
dencia principalmente armada y toda su base de sustentación, que
coexistió con otras prácticas represivas e incluso consensuales.
Por otra parte, como lo destacan tanto González Villarreal21
como Sánchez Serrano,22 una de las especificidades del fenómeno
en México fue la utilización del modelo de desaparición forza-
da en el contexto de una gubernamentalidad populista, con un
discurso “revolucionario”, pero centralizado, autoritario y repre-
sor, más allá de sus pretensiones populares. Aunque en principio
la vinculación entre populismo y desaparición forzada parezca
contradictoria, no lo es. Puesto que el populismo presupone la
representación del pueblo, como conjunto, unido por una identi-
dad nacional forjada con homogeneidad por el Estado, reconocer
la existencia de una disidencia popular poderosa, en especial de
una insurgencia armada con base campesina e indígena, disuelve
esta ficción. Por eso, es más efectivo para este tipo de guberna-
mentalidad “desaparecerla” en todos los niveles, desconocerla,
negarla antes que visibilizarla y reprimirla por las vías legales, lo
que la convertiría en existente, pública y deslegitimante.
Como se puede ver, en este caso, la desaparición forzada se
articula a un tipo de gubernamentalidad muy diferente al de las
dictaduras militares del Cono Sur, de manera que recurriendo a la
misma práctica, sin embargo le dará otros usos y se acompañará
de modalidades y construcciones discursivas diferentes. El Estado
mexicano, como dispositivo multifronte, desplegó un sistema re-
presivo diferencial, que combinó políticas de terror (dirigidas a
2. Gubernamentalidad
Los fragmentos recuperados de la experiencia de los años setenta
resuenan parcialmente en las desapariciones actuales que, sin
23
Gustavo Castillo García, “En ‘trámite’ 244 investigaciones previas que dejó la
extinta Femospp”, La Jornada, México, 4 de marzo de 2018, p. 3.
32 / Pilar Calveiro
embargo, se distinguen de aquéllas tanto por la ampliación de
perpetradores y víctimas, como por los modos de operación, con-
figurando un dispositivo diferente.
Según las cifras gubernamentales, al 30 de abril de 201824
existían en México, en el fuero común, 36 265 denuncias de per-
sonas desaparecidas, y 1 170 en el fuero federal, lo que sumaba 37
435 personas sin localizar. Se verifica un claro escalamiento del
problema, primero a partir de 2006 –vinculado con la llamada
“guerra contra el crimen”– y luego a partir de 2013 –es decir, du-
rante la administración de Peña Nieto–. Sólo entre 2015 y 2018 la
cifra de desapariciones se incrementó en 40%,25 según esta misma
base de datos. Hay que decir que el registro oficial no hace dis-
criminación alguna entre personas no localizadas, desaparecidas y
objeto de desaparición forzada, lo cual no es casual sino que tiende
de manera intencional a oscurecer el fenómeno –como se hizo en
los años setenta–, lo que impide la identificación de su gravedad
y eludiendo sobre todo la clasificación de desaparición forzada
que involucra siempre un tipo de responsabilidad gubernamental.
Vale la pena señalar que 93% de las personas desaparecidas son
mexicanas, 75% varones y 22% menores de 19 años (una vez
más, tramposa, se hace el corte etario en el rango de 15 a 19 años
para disimular la cifra de menores desaparecidos); sin embargo, a
partir del desglose, se puede decir que 18% son menores de edad.
De estos, 70% desaparecieron durante el sexenio de Enrique Peña
Nieto y 59% eran niñas o adolescentes.26
Estas cifras se revisaron y modificaron a partir de 2019, con
la llegada de la nueva administración. Ese año, la Comisión Na-
24
En esa fecha se suspendió el conteo del Registro Nacional de Datos de Personas
Extraviadas o Desaparecidas.
25
Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (rnped),
México, 2018. Disponible en: <https://www.gob.mx/sesnsp/acciones-y-
programas/registro-nacional-de-datos-de-personas-extraviadas-o-desaparecidas-
rnped>. Consultado el 23 de junio de 2018.
26
Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim), “Desapariciones de
menores”, México, La Jornada, 14 de septiembre de 2017, p. 15.
27
Angélica Enciso, “Gobernación: 61637 cifra total de desaparecidos”, México,
La Jornada, 7 de enero de 2020, Disponible en: <https://www.jornada.com.mx/
ultimas/politica/2020/01/07/gobernacion-61-mil-637-cifra-total-de-
desaparecidos-3869.html>. Consultado el 24 de junio de 2020.
28
Observatorio sobre Desaparición e Impunidad, “Informe sobre desapariciones
en el estado de Nuevo León con datos de cadhac”, México, 2018. Disponible en:
<https://www.flacso.edu.mx/sites/default/files/observatorio_-_informe_nuevo_
leon.pdf>. Consultado el 26 de junio de 2020.
34 / Pilar Calveiro
4) las personas que desaparecían no eran miembros de las re-
des criminales;
5) 87% de los casos continúa desaparecido o apareció
muerto, lo que desmiente las versiones de ausencias voluntarias y
temporales;
6) los agentes estatales practicaban las desapariciones prin-
cipalmente en el espacio público, y los privados en el espacio
privado, como la casa (habría que pensar que, aunque no siempre
es así, en muchos casos unos se mueven protegidos por los otros);
7) los hombres desaparecidos correspondían a un rango de
edad un poco mayor que las mujeres –entre 26 y 33 años ellos,
frente a un rango de entre 18 y 25 años en las mujeres–. No se
trataba de personas desocupadas sino que eran individuos con
medios de subsistencia propios y con trabajos estables aunque,
muchos de ellos, con salarios precarios; y
8) las autoridades no cumplían con la debida diligencia y no
realizaban actuaciones para encontrar a los desaparecidos o iden-
tificar a los responsables de estos hechos. Asimismo, encuadraban
el delito en figuras diferentes a la de desaparición forzada, trataban
de impedir o dificultar la denuncia de los familiares y no tomaban
muestras de adn para una posible identificación posterior.29
29
Idem.
30
Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León, Un sentido de
vida. La experiencia de búsqueda de fundenl en Nuevo León 2012-2019, pp.
30-32.
31
Marcela Turati, Fuego cruzado.
32
Rea, Nadie les pidió perdón, op. cit.
36 / Pilar Calveiro
desaparición, ocurrido en este siglo y, con más fuerza, entre 2006
y 2018. Para identificar sus particularidades considero que es im-
portante detenernos en tres aspectos de ese dispositivo: quiénes
eran los perpetradores, quiénes las víctimas y cuáles fueron los
procedimientos utilizados.
Tanto el material periodístico como testimonial identificaba
entre los perpetradores a policías municipales, ministeriales y fede-
rales, así como a militares, marinos y narcotraficantes.33 Es decir,
señalaban como responsables de los hechos a prácticamente todo
el aparato represivo estatal, así como a los diferentes grupos cri-
minales. Algunos de ellos también mencionan, de forma muy
explícita, la asociación de ambos circuitos, el estatal y el privado:
militares pasadores de droga, policías que secuestran personas y
las entregan o venden a las redes criminales –igual que en Ayotzi-
napa–, otros que operaban como enlaces entre las redes delictivas
y su propia corporación, o marinos que decidían sin tapujos no
actuar frente a ciertas desapariciones, son parte de los relatos.
El caso de Jorge Parral, empleado de la aduana de Camargo
en 2010 –referido por Daniela Rea–34 es en particular claro sobre
estas “asociaciones”. Parral fue secuestrado por un grupo crimi-
nal como represalia por haber pedido refuerzos al Ejército para el
control de la aduana donde trabajaba. Días después de su “des-
aparición”, el Ejército allanó el lugar adonde lo habían llevado
y, en el contexto del operativo, los militares (supuestamente por
error) asesinaron a Parral al “confundirlo” con un delincuente,
a pesar de que estaba desarmado. Una vez acabado el operativo,
del que todos los criminales lograron darse a la fuga, no se hizo
la identificación del cadáver de Parral, aunque incluso sus do-
cumentos estaban en el lugar. Se lo enterró sin embargo como
nn, registrando una estatura que no correspondía con la suya y
sin especificar que llevaba su uniforme de trabajo, lo que hubiera
33
Ibidem, p. 173.
34
Ibidem, pp. 187-208.
38 / Pilar Calveiro
vencia o aquiescencia del Estado en la comisión de las mismas. Por
otra parte, aun en aquellos casos donde no se puede convalidar
participación alguna del Estado, las desapariciones cumplen con
las características de esta tecnología (secuestro-tortura-negativa de
paradero-eliminación de la persona y de sus restos), que responden
a los rasgos específicos de la gubernamentalidad neoliberal, como
se verá más adelante. Es decir, en esta fase la práctica se mantiene
pero los perpetradores se diversifican, acoplando actores estatales y
privados con diferentes niveles de acuerdo entre sí.
Simultáneamente podemos verificar también una diversifica-
ción de las víctimas. Se denuncia, en primer lugar, la desaparición
de personas involucradas en las redes criminales a manos del Ejér-
cito o las policías, pero también de otros grupos delictivos rivales.
También se verificó la captura de criminales por parte de policías
o militares y su entrega posterior a grupos delincuenciales ene-
migos para que ellos los torturaran, asesinaran y desaparecieran.35
Según algunos testimonios, como los que recoge el documental
de Everardo González, entre los militares se repetía la idea de los
setenta de que había quienes “no deben vivir”. De hecho, el Es-
tado trató de instalar la idea falsa de que todos o la mayoría de los
desaparecidos eran narcotraficantes, para así “justificar” de alguna
manera la inmensa cantidad de víctimas. Se reprodujo, con ciertas
variantes, el “en algo habrá andado” de los años setenta, y por ello
es fundamental rebatir estos supuestos. La escasa información y la
dificultad de establecer quiénes pertenecen o no a las redes delicti-
vas no nos permite establecer cuántos desaparecidos podrían haber
estar vinculados a éstas, pero existen pruebas claras de que gran
parte de ellos tenían trabajos estables y formas de vida ajenos a la
criminalidad. Sin embargo, lo más importante, el punto central,
es que la desaparición de personas es injustificable, independiente-
mente de si ellas son culpables o inocentes de cualquier delito. La
apelación a la víctima inocente no es más que un subterfugio; la
35
Ibidem, p. 172.
36
Aunque no existen bases de datos completas, organizaciones defensoras de
migrantes, como la Red de Documentación de las Organizaciones Defensoras
de Migrantes (Redodem) y el Movimiento Migrante Centramericano, han
denunciado la desaparición de decenas de miles de migrantes.
37
Reporte Índigo, “Elementos de seguridad. Los otros desaparecidos”, México,
2019. Disponible en: <https://www.reporteindigo.com/reporte/los-otros-desa-
parecidos-elementos-seguridad-familias-victimas-agravios-negligencia-bus-
queda/>. Consultado el 27 de junio de 2020.
40 / Pilar Calveiro
hay una superposición de víctima y victimario, como ocurre con
sicarios, militares y policías que, así como “desaparecen” a otras
personas, están ellos mismos expuestos a desaparecer.
Los móviles de la desaparición en esta gubernamentalidad son
variados y bastante confusos. No son necesaria ni prioritaria-
mente políticos, lo cual no quiere decir que no tengan sentidos
políticos, que se vinculan con las características específicas de or-
ganización del poder en esta sociedad. Van desde la venganza, el
castigo y la “ejemplaridad” –utilizados tanto por narcos como por
militares, en muchas ocasiones asociados–, hasta fines más utilita-
rios como: 1) la apropiación por desposesión de bienes –recursos
y territorios–; 2) el usufructo de capacidades y aptitudes –con la
desaparición de médicos, técnicos o albañiles–; 3) el despojo de
las personas y de sus cuerpos como bienes rentables –ya sea por
cobro de rescate, esclavización laboral o sexual–. Todas éstas son
formas de desaparición directa, radical, en las que se cancela la
condición de sujeto de derecho de las víctimas para disponer de
sus cuerpos de manera ilimitada, con prácticas que suponen tor-
tura y que terminan por lo regular en la muerte y la desaparición
de sus restos en entierros clandestinos.
También aquí podemos hablar de un dispositivo desapare-
cedor que involucró sin duda al Estado pero también a grupos
privados asociados con él. Con respecto al Estado, se verifica la
participación de las agencias de seguridad, como se ha señalado,
pero también, y no menos importante, del sistema jurídico. La
investigación del Observatorio sobre Desaparición e Impunidad,
ya mencionada, así como el material periodístico y testimonial,
ponen en evidencia cómo, por distintos medios, el Ministerio
Público ha intentado impedir las denuncias, incluso negándose
a recibirlas, a la vez que ha encubierto los actos de tortura utili-
zados para “identificar” culpables y sesgar declaraciones. También
ha persistido en caratular la desaparición como secuestro para
distorsionar el registro. A todo ello, le siguen los “descuidos” y
“errores” en la conformación de los expedientes y en las inves-
38
José Antonio Guevara Bermúdez y Lucía Chávez Vargas, “La impunidad en el
caso de la desaparición forzada en México”, p. 166.
39
Comisión Nacional de Búsqueda de Personas, Informe sobre fosas clandestinas
y registro nacional de personas desaparecidas o no localizadas, México, Secretaría
de Gobernación, 2020.
42 / Pilar Calveiro
como las fosas clandestinas de Tetelcingo, Morelos, donde nada
menos que la Fiscalía General del Estado enterró al menos 117
cuerpos sin identificar, muchos de ellos con signos de tortura.
Pero tal vez la forma más sobrecogedora de desaparición de los
restos ha sido la desintegración química de los cuerpos, la llamada
“pozoleada”. Se sabe de un solo pozolero identificado y juzgado,
Santiago Meza, analfabeta, de 45 años, adicto y quien por 600
dólares al mes desintegró alrededor de 300 personas. En el pre-
dio en que operaba, La Gallera, se encontraron 17 mil litros de
seres humanos desintegrados y convertidos en una masa biológica
informe, imposible de toda identificación, mezclada con 2 500
fragmentos de huesos, mil dientes, 20 prótesis dentales y diez
tornillos quirúrgicos.40 Es plausible colegir la existencia de otros
“pozoleros”, aunque no se los haya identificado.
Como sea, tanto los enterramientos como la desintegración
química de los restos nos hablan de una tecnología artesanal de
desaparición de los cuerpos, a diferencia de la desarrollada en los
setenta, de tipo más serial, ya que involucraba centralmente al Es-
tado. Ello no implica que estas modalidades “artesanales” pudieran
combinarse con otras formas más desarrolladas de eliminación de
los cuerpos, utilizadas por miembros del aparato estatal –como
hornos crematorios– tal vez continuadoras de las prácticas de los
setenta, pero hasta el momento no existe evidencia de ello.
Un fenómeno nuevo, en relación con el periodo previo, ha
sido la configuración de lo que podríamos llamar “territorios de
muerte”. Estos son territorios de excepción, zonas fragmentarias
que por sus recursos o por su ubicación estratégica quedaron
fuera de toda protección del derecho y expuestas a “soberanías”
locales, narcopolíticas, que desplegaron violencias desmedidas –
40
Véase Paola Ovalle y Alfonso Díaz Tovar, Reco. Arte comunitario en un lugar de
memoria, y Marcela Turati, “El Pozolero, un albañil que terminó disolviendo en
sosa cáustica 300 cadáveres”, México, Proceso, 5 de junio de 2015. Disponible
en: <https://www.proceso.com.mx/406456/el-pozolero-un-albanil-que-acabo-
disolviendo-en-sosa-caustica-300-cadaveres>. Consultado el 12 de mayo 2020.
41
Infobae, “La tragedia olvidada de Allende”, México, 2019. Disponible en:
<https://www.infobae.com/america/mexico/2019/06/27/la-tragedia-olvidada-
de-allende-un-fin-de-semana-que-dejo-desaparecidos-muertos-y-destruccion-a-
manos-de-los-zetas/>. Consultado el 15 de mayo de 2020.
42
Desinformémonos, “Estado minimiza búsqueda de desaparecidos en San
Fernando”, México, 2019. Disponible en: <https://desinformemonos.org/
estado-minimiza-busqueda-de-desaparecidos-en-san-fernando/>. Consultado el
25 de octubre de 2019.
43
Fundación para la Justicia, “Fosas clandestinas en San Fernando Tamaulipas”,
México, 2011. Disponible en: <https://www.fundacionjusticia.org/47-fosas-con-
193-restos-en-san-fernando-tamaulipas/#:~:text=Un%20a%C3%B1o%20des-
pu%C3%A9s%20de%20la,b%C3%BAsqueda%20en%20todo%20el%20mu-
nicipio>.Consultado el 20 diciembre de 2019.
44
Myriam Navarro, “Desapariciones en Nayarit”, La Jornada, 20 de abril de
2018, p. 23.
44 / Pilar Calveiro
ción y de muerte, en su sentido más amplio. En ellos se depreda la
vida natural, social, política y cultural. Se despliega una verdadera
tanatopolítica, que no duda en recurrir a la desaparición de per-
sonas. Es decir, que es necesario pensar en una territorialización
de la desaparición forzada que, si bien se ha registrado en todo el
país, se concentró en algunas regiones de algunos estados, donde
se establecieron acuerdos –de grado o por la fuerza– entre los gru-
pos criminales que allí operan y las autoridades locales, estatales o
federales –como se pudo observar paradigmáticamente en el caso
de Ayotzinapa–. Se establecieron alianzas inestables que depen-
den de los equilibrios y desequilibrios de poder tanto políticos
como criminales para el control del territorio. En esos espacios
se verifican formas extremas de apropiación por desposesión –de
las riquezas naturales, humanas y de todo tipo de recursos– por las
redes corporativas legales e ilegales. Como resultado, la biopolí-
tica y sus formas de creación –y selección– de la vida se presentan
tanto “dejando morir” como “haciendo morir”.
Los rasgos de la desaparición forzada, tal como se practicó
durante este periodo, reúnen características diferentes de las ocu-
rridas durante los años setenta y sugieren su relación con una
gubernamentalidad muy diferente también. Vemos aquí redes de
poder estatal-mafiosas que, como el narco y el tráfico de personas,
sobrepasan la escala nacional, para tener un alcance global. Son
parte de la escandalosa concentración de recursos, riqueza, poder
y conocimiento que ocurre en el neoliberalismo.45
Nos presentan un Estado penetrado por las redes criminales,
pero también un Estado fragmentario, compuesto por grupos de
poder hasta cierto punto autónomos en lo local, lo regional y
lo federal a los que responden –según el caso– fracciones de las
distintas fuerzas de seguridad. Sosteniendo una unidad ficcional,
el Estado construyó, desde el centro, un escenario bélico y una
45
Pilar Calveiro, Violencias de Estado. La guerra antiterrorista y la guerra contra el
crimen organizado como formas de control global.
46
Jairo Estrada (coord.), Capitalismo criminal.
46 / Pilar Calveiro
Ciertamente, en el neoliberalismo, el Estado ya no es la estruc-
tura vertical y hasta cierto punto homogénea de los años setenta,
sino que se revela como un aparato fragmentado y discontinuo
pero que guarda ciertos principios de unidad. En él, los distin-
tos actores del sistema político –federales, estatales, municipales,
locales– reconocen y por lo general respetan sus respectivas ju-
risdicciones, pero lo hacen al modo de los grandes corporativos,
dejando actuar unos a otros, siempre que se mantengan las reglas
de la acumulación y del libre mercado, difusas y cambiantes. Cada
fragmento fija las relaciones entre lo público y lo privado así como
entre lo legal y lo ilegal, según un criterio de conveniencia bas-
tante flexible. Por lo tanto, esta autonomía relativa no excluye la
responsabilidad del conjunto ni de los poderes centrales; es parte
de los acuerdos entre las elites, pero también de la incapacidad
del Estado para administrar una complejidad creciente. Una vez
más Ayotzinapa nos ilustra al respecto. Las prácticas de José Luis
Abarca, presidente municipal de Iguala, no eran desconocidas
para los gobiernos estatal y federal –que, siendo de partidos polí-
ticos diferentes, las consentían por igual–. Sin embargo, cuando
estas ilegalidades se pusieron en evidencia, todo el aparato, desde
la Federación, se movió para disimular, borrar los rastros y escon-
der la connivencia del Estado con el crimen organizado.
En el contexto de la gubernamentalidad neoliberal –que com-
prende al Estado pero también a los grandes corporativos legales
e ilegales– es que debemos inscribir el fenómeno de la desapari-
ción forzada en los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña
Nieto. Si en los años setenta esta práctica represiva se articuló al
populismo degradado y autoritario de un Estado que había extra-
viado su matriz revolucionaria, ya en el siglo xxi se recicló para
convertirse en uno de los dispositivos de un “capitalismo crimi-
nal”, en el que el Estado y las redes de ilegalidad se asocian en aras
de una acumulación enloquecida que ha hecho de la naturaleza,
el ser humano y la vida misma simples instrumentos del mer-
cado. Si en los setenta la desaparición forzada en México fue una
47
Presidencia de la República, “La nueva política económica en los tiempos
del coronavirus”, México, 2020, p. 28. Disponible en: <https://presidente.
gob.mx/wp-content/uploads/ 2020/05/LA-NUEVA-POLI%CC%81TICA-
ECONO%CC%81MICA-EN-LOS-TIEMPOS-DEL-CORONAVIRUS-15-MAYO-2020.
pdf>.Consultado el 28 de junio de 2020.
48
“amlo declara el ‘fin de la política neoliberal’”, El Universal, México, 2019.
Disponible en: <https://www.eluniversal.com.mx/nacion/amlo-declara-el-fin-
de-la-politica-neoliberal Consultado el 25 de junio de 2020.
48 / Pilar Calveiro
que se distancien de un modelo económico, político, social, pero
ello no es suficiente para transformar una gubernamentalidad, en
el sentido que hemos manejado en este texto. Como ya se expuso,
la gubernamentalidad comprende no sólo a las instituciones sino
también a los procedimientos, relaciones y tácticas orientados al
control de la población, de los recursos y de la conducta de las
personas mediante la grilla explicativa de la economía política,
las tecnologías de seguridad y los aparatos de construcción de dis-
cursos y saberes. Constituye un entramado de poder que incluye
al Estado y al gobierno, pero que los sobrepasa, incorporando una
enorme red de dispositivos públicos y privados que lo configuran.
Para salir de esa gubernamentalidad sería necesario transformar y
romper ese entramado.
Sería imposible establecer aquí si en México se está constru-
yendo una nueva gubernamentalidad o no, tanto por el escaso
tiempo transcurrido desde el inicio de esta administración como
por las limitaciones de este trabajo.
Baste señalar que algunas de sus políticas, como la firma del
t-mec, parecen refrendar la gubernamentalidad vigente. Otras,
como el combate a la corrupción, se orientan en sentido contrario
ya que, como se señaló, afectan variables fundamentales del neoli-
beralismo,49 como ciertas formas de acumulación por desposesión
–privatizaciones, contratación de deuda y otras formas de despo-
sesión de activos públicos y comunitarios–. Asimismo, debilita
la asociación de redes criminales con fracciones del Estado, vital
para la conservación de los circuitos público-privados y legal-ile-
gales, que florecen en el neoliberalismo y de los que se ha hablado
en este texto.
También hay que decir, de manera muy preliminar, que una
gubernamentalidad diferente, por fuerza deberá reflejarse en una
modificación de las prácticas de violencia preexistentes, tanto pú-
blicas como privadas y, muy marcadamente, en la desaparición
49
Pilar Calveiro, Resistir al neoliberalismo. Comunidades y autonomías.
50
A ese registro habría que sumarle otras 342 personas localizadas sin vida.
50 / Pilar Calveiro
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52 / Pilar Calveiro