Nagash

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Nagash, el Gran Nigromante

1: LA TIERRA DE LOS MUERTOS

"En este terrible desierto, bajo la pálida luz de la luna, los muertos caminan. Vagan por las dunas
en las frías noches sin viento. Sostienen en alto sus armas en un burlón desafío a toda la vida, y a
veces, con sus fantasmagóricas voces resecas como el susurro de hojas marchitas, susurran la
palabra que recuerdan de cuando estaban vivos, el nombre de su viejo y siniestro amo. Susurran el
nombre de Nagash."

De "El Libro de los Muertos, de Abdul-ben-Raschid, traducido del árabe por Heinrich Kemmler

Al Sur del Imperio, al Sur de los Reinos Fronterizos, al Sur incluso de las Tierras Yermas y Karak
Azul, se encuentra una tierra de la que pocos hombres hablan. Incluso aquellos que conocen su
nombre verdadero no pronuncian este nombre en voz alta, prefiriendo referirse a ella, con voz
queda, llamándola el Reino de los Muertos. Pocos hombres han estado en ella y han podido
regresar para contarlo. El enloquecido príncipe árabe Abdul-ben-Raschid recorrió esta tierra con
un único objetivo: buscar la inspiración para su blastema obra maestra, El Libro de los Muertos.
Muchos estudiosos deben sus conocimientos sobre el Reino de los Muertos a las pocas copias de
este poema que han sobrevivido.

Ben-Raschid no vivió para ver la repulsión generalizada que su obra provocó en el público. El Califa
de Ka-Sabar ordenó quemar todas las copias del libro. El Príncipe loco murió en extrañas
circunstancias, estrangulado por unas manos invisibles en el interior de una habitación con una
única puerta cerrada por dentro. Cuando sus criados finalmente pudieron derribar la puerta sólo
encontraron su frío cadáver con la cara de color púrpura. El cuerpo estaba tan frío al tacto que
quemó las manos de los que intentaron levantarlo. Los cruzados, al volver de su periplo por
Arabia, llevaron algunos ejemplares de su obra hacia el Viejo Mundo, pero muchos de ellos
hubieron de lamentar su decisión.
El libro de los Muertos habla del gran desierto situados al este de Arabia donde pueden
encontrarse las necrópolis, ciudades funerarias para los muertos que no se conforman con su
destino. Cada necrópolis contiene incontables mausoleos y pirámides en las que habitan unos
seres que es preferible no conocer. Durante el día la ardiente arena entre las tumbas está vacía, y
solo algunas grandes serpientes reptan entre las ruinas. Pero en ciertas noches oscuras, los
cadáveres de los muertos salen de sus moradas y se ocupan de sus asuntos, en una siniestra
parodia de sus vidas anteriores. Reparan las tumbas erosionadas por el tiempo patrullan las
fronteras de sus necrópolis. A veces marchan para combatir contra los habitantes muertos de
otras ciudades funerarias. A veces, los gobernantes No Muertos de las necrópolis hacen pactos y
alianzas, y sus hordas invaden Arabia, o las tierras del Norte. Durante las Cruzadas, las fuerzas del
Rey Esteban de Estalia destruyeron un gran ejército de No Muertos de la ciudad maldita de Lahmia
en la batalla de Shanidaar. Los cruzados vencieron, pero el miedo que sintieron fue tan grande que
volvieron hacia el Este y embarcaron hacia su hogar cuando tenían la victoria a su alcance.

Ben-Raschid describe a una aristocracia maldita de gobernantes No Muertos en el interior de cada


pirámide. Son poderosos Reyes sacerdotes que están sentados en sus tronos dorados, en medio
de un esplendor perdido en el que sueñan continuamente con siniestra nostalgia de su pasada
gloria, dando ocasionalmente terribles órdenes a sus amortajados cortesanos. Estos nobles
momificados son a su vez servicios por hordas de lacayos esqueléticos, que corren para obedecer
hasta los deseos más mórbidos de sus amos. Espíritus medio desvanecidos farfullan
incomprensiblemente por los corredores cubiertos de telarañas. Todos están atrapados en el
eterno baile de los muertos hasta el final de la eternidad, enfrascados en antiguos rituales de
adoración al Gran Nigromante que los condenó a esta terrible no vida.

En el corazón de este vasto desierto se encuentra la ciudad maldita de Khemri, en el centro de la


cual destacan las dos estructuras más grandes jamás edificadas por el hombre; una de ellas es la
terrible Gran Pirámide de Khemri, que sobresale de las ruinas mas de cien veces la altura de un
hombre. Pero incluso esta pirámide es insignificante, como un Enano lo es ante un elefante, ante
la Pirámide Negra de Nagash, una horripilante maravilla para todos los que la contemplan.

Ben-Raschid dice en su obra que en las calles de Khemri hay espíritus inquietos al acecho,
esperando devorar la fuerza vital de los vivos, y que el gran sarcófago de Nagash, en el interior del
cual se dice que yace el Gran Nigromante mientras recupera sus energías, se encuentra ahora
vacío. Mucha gente bien informada atribuye las palabras del Príncipe Loco a los delirios de un
hombre que perdió el juicio por su adicción a la raíz de bruja. Los pocos que conocen su secreto
saben que la explicación verdadera es mucho más terrible.

La mejor fuente de conocimientos que tienen los eruditos Imperiales sobre el tema es el infame
Liber Mortis del Nigromante Frederick van Hal, también conocido por las nuevas generaciones
como Vanhel. La única copia completa que existe de este libro está guardada bajo llave en las
bóvedas del Templo de Sigmar en Altdorf. Este libro sólo pueden estudiarlo los eruditos de
corazón más puro, y sólo bajo una dispensa especial del Gran Teogonista en persona. Este permiso
normalmente sólo es concedido cuando los grandes ejércitos de No Muertos amenazan al Imperio.

Vanhal fue un Nigromante que vivió durante la Gran Plaga, y realizó su obra maestra a partir de las
traducciones que Kadon hizo de los Nueve Libros de Nagash. No contento con su imperfecta
traducción de los desvaríos del Nigromante, Vanhal efectuó varios peregrinajes al Reino de los
Muertos. Protegido por los hechizos más poderosos conversó con los habitantes de las ciudades
funerarias e investigó los secretos más oscuros de la antigüedad Durante ha Geheimnisnacht (la
Noche de los Difuntos) consultó con los demonios aullantes, y entresacó algunos retazos de
verdad entre todas sus mentiras. Incluso los demonios del Caos recuerdan las infames acciones de
Nagash. Nuestros conocimientos parciales e incompletos de la historia del Gran Nigromante, y de
las antiguas tierras que antaño gobernó y destruyó, se deben al Liber Mortis.

El Reino de los Muertos es una tierra salvaje cubierta de arena. El Gran Rió es venenoso y tiene el
color de la sangre, y los viajeros no pueden aliviar su sed en él. Es cierto que las ciudades están
vacías de vida; se trata de meras ruinas junto a las grandes necrópolis. Es cierto que las carreteras
hace mucho que han sido enterradas por la arena, dejando entrever tan sólo la parte superior de
algunas estatuas y algunos monumentos erosionados por el viento para indicar su existencia. Los
pocos viajeros que han regresado han contado que todo está vacío y desolado, y que un terrible
honor y melancolía llenaba sus corazones mientras duró su estancia. Es cierto que en esta tierra
no vive nada, pero no siempre fue así.

2: LOS COMIENZOS

Unos dos milenios antes del nacimiento de Sigmar, surgió una gran civilización a lo largo de las
orillas del Gran Río. Sus habitantes construyeron ciudades, barcos y carreteras. Lucharon entre
ellos utilizando carruajes de guerra, arcos y lanzas. Estaban gobernados por los Reyes Sacerdotes
cuya voluntad era ley. Con el transcurso de las generaciones los reyes Sacerdotes empezaron a
obsesionarse cada vez más con la inmortalidad, y construyeron tumbas cada vez más grandes y
elaboradas, convencidos que éstas serían sus casas para toda la eternidad. Sus mujeres y sirvientes
eran enterrados vivos con ellos cuando morían. Esta práctica empezó a extenderse por toda la
sociedad hasta que todo aquel que podía permitírselo invertía una buena parte de sus riquezas
terrenales en su tumba. En los desiertos lejos de las ciudades pronto surgieron las necrópolis, y
estas fueron haciéndose más grandes, mayores incluso que las poblaciones de los vivos.

Los Reyes Sacerdotes rivalizaron para dejar tras de si monumentos mayores que los de otros Reyes
Sacerdotes, y las pirámides fueron cada vez más grandes, vigiladas por estatuas titánicas,
fortificadas como torres gigantescas, construidas para proteger a sus habitantes toda la eternidad.
Las puertas de las partes superiores de las pirámides estaban comunicadas entre sí mediante
puentes, como si sus habitantes hubieran de visitar a sus vecinos. Estas ciudades acabaron
formando una gran red de estructuras intercomunicadas. La práctica de saturar los cuerpos con
preservadores alquímicos especiales y amortajar los cadáveres con sudarios fue extendiéndose
cada vez más. Los príncipes guerreros eran enterrados con toda su armadura, sus carruajes, y los
caballos que tiraban de ellos. Cada necrópolis ponto contuvo legiones de muertos.

Unos dos mil años antes del nacimiento de Sigmar, aproximadamente hace unos cuatro mil
quinientos años, Nagash nació en Khemri, la ciudad más grande del Gran Río. Era el hermano del
Rey Sacerdote reinante, un poderoso guerrero muy versado en la magia primitiva de su gente.
Desde muy pequeño, Nagash estuvo obsesionado con la muerte. Recorrió las necrópolis de la
ciudad y penetró en las viejas tumbas. Observó a los embalsamadores cuando preparaban a los
muertos antes del entierro. Observó como los guerreros heridos en la batalla se extinguían y
morían, y decidió que él nunca moriría.

Nagash realizó experimentos innombrables en su búsqueda de la inmortalidad, y pronto la gente


de la ciudad empezó a esquivarle. Como era un hechicero innato y brillante, sus experimentos
tuvieron éxito, y logró destilar un elixir de sangre humana que prolongaba la vida de quien lo
bebía. Pronto tuvo un grupo de seguidores leales y depravados con los que compartió su
descubrimiento. En un sangriento golpe de estado, Nagash tomó el control de Khemri y enterró
vivo a su hermano en la Gran pirámide construida por su padre.
Al haber prolongado su vida, Nagash y sus seguidores tuvieron más tiempo para estudiar la Magia
Oscura. Sus conocimientos pronto fueron superiores a los de los habitantes de otras ciudades.
Empezaron a considerarse dioses y ver a los habitantes de Khemri como simple ganado. Los años
pasaron a ser décadas y las décadas siglos, y los bebedores de sangre empezaron a evitar la luz del
día y buscar los rincones frescos y oscuros para evitar los rayos del sol. Fijaron su residencia en las
tumbas palaciegas de las necrópolis,.Nagash supervisó la construcción de su propia gran Pirámide
Negra, la mayor estructura nunca edificada por el hombre, especialmente diseñada para atraer los
vientos de la Magia Oscura hacia Khemri.

Sin embargo, para los Reyes Sacerdotes de las otras ciudades, molestos desde hacía mucho por los
eventos de Khemri, esto fue la última gota. Formaron una Gran Alianza contra Nagash y enviaron
sus ejércitos a luchar contra él. Durante la larga guerra que siguió, la Magia Oscura arrasó la tierra,
y algunos oasis quedaron tan saturados de sus energías que a partir de entonces fueron evitados
por los hombres.

Después de casi un siglo de guerra constante, los ejércitos de los Reyes Sacerdotes lograron
conquistar y saquear Khemri. Mientras huía de la ciudad ardiendo hacia las frías profundidades de
su pirámide, Nagash dio media vuelya y amenazó con su puño a los ejércitos de los Reyes
Sacerdotes. Prometió que sus ciudades se convertirían en polvo, y en menos que polvo. Los Reyes
Sacerdotes se burlaron de él. Los seguidores de Nagash fueron capturados uno a uno en el interior
de la pirámide y gritaron horrorizados mientras los sacaban a rastras para decapitarles y
quemarles. Los Reyes Sacerdotes derribaron todas las construcciones de Nagash. Todos los
monumentos de Nagash desaparecieron. Pero no encontraron ni rastro del propio Nagash.
Aunque sus discípulos afirmaron haberle visto entrar en su sarcófago, el ataúd estaba vacío.
En contra de los pactos acordados entre los Reyes Sacerdotes, los gobernantes de Lamía robaron
los libros de Nagash de su infame Biblioteca Negra. Durante años habían intentado emular su
Magia Oscura. Eran más cautelosos que Nagash, y procuraron evitar que sus aliados supieran que
estaban destilando su elixir de sangre.

3: NAGASHIZARR

Mientras tanto, Nagash vagaba por el desierto. La sed quemaba su garganta. El hambre roía sus
entrañas. Terribles visiones bailaban ante sus ojos. Debería haber muerto entre las ardientes
arenas, pero su formidable fuerza de voluntad y su vitalidad antinatural le permitieron seguir
adelante. Según la traducción que Kadon hizo de su obra. Nagash aseguraba que había muerto y
vagado sin rumbo durante cierto tiempo después de morir, hasta que encontró una forma de
volver al mundo de los vivos. Muchos eruditos afirman que esto no fue más que una alucinación
irreal causada por las privaciones y la sed, pero otros no están tan seguros. Finalmente el Gran
Nigromante dejó el desierto y llegó a las colinas de las montañas del Fin del Mundo. Alguna oscura
fuerza le había atraído hacia el Pico Tullido y hacia un nuevo paso en su carrera de incalificable
maldad.

El territorio en el que se encuentra el Pico Tullido es una tierra de la que nadie ha regresado sin
contar historias de gran horror. Es una montaña gigantesca y partida en las costas del Mar
Sulfuroso. Antiguamente, un gran trozo de piedra de disformidad cayó del cielo y golpeó el pico,
partiéndolo y hundiéndose en el corazón de la montaña. Con el paso del tiempo, el viento, la lluvia
y la erosión llevaron el polvo de la piedra de disformidad hasta el Mar Sulfuroso, envenenando el
agua y causando horrendas mutaciones a los peces y serpientes que no murieron. El mar estaba
rodeado de vegetación retorcida y atrofiada; árboles enfermos y zarzas venenosas competían por
los escasos nutrientes del suelo. De noche, las aguas brillaban con un extraño color verde y una
espuma viscosa y tóxica cubría su superficie. Las tribus que habitaban en sus costas y bebían de
aquel agua enferma mostraban las horribles signos de degeneración y mutaciones consecuencia
de la exposición de muchas generaciones a la podredumbre del Caos. Cuando Nagash vio el lugar
por primera vez, consideró que era el lugar idóneo: había hallado el lugar que buscaba. Al probar
por primera vez el agua del Mar Sulfuroso, visiones incandescentes ardieron en su cerebro y la
energía oscura corrió por sus venas. Allí tenía todo lo que necesitaba.

Durante años Nagash vivió como un ermitaño en una cueva en la ladera de Pico Tullido,
meditando sobre la naturaleza de la magia y recopilando sabiduría del oscuro pozo de su corrupta
alma. Exploró el enorme sistema de cuevas del Pico hasta encontrar el oscuro lago bajo el que se
encontraba la mayor parte de la piedra de disformidad. Mezcló la sustancia del Caos pulverizada
con algunas hierbas innombrables y hojas de loto Negro, y utilizó una mezcla para incrementar su
energía, agudizar su mente para seguir con sus reflexiones.

Los años pasaron inexorablemente, y su constante exposición a la piedra de disformidad provocó


terribles cambios en el Gran Nigromante. Su piel se arrugó y agrietó, desprendiéndose de sus
huesos. En algunas partes era translúcido, dejando las venas y los músculos expuestos. Sus ojos se
fundieron y formaron pozos de pus luminoso en las cuencas. Sus uñas crecieron hasta convertirse
en garras, sus dedos de curvaron formaron zarpas. Su corazón dejó de latir y la sangre no circuló
más. Su cuerpo seguía andando gracias a su oscura fuerza de voluntad, y su maligna hechicería.
Como había deseado desde hacía tanto, había escapado de la muerte, o eso creía.

Durante ese periodo, Nagash alcanzó sus mayores logros en el campo de la nigromancia. A lo largo
de los años perfeccionó los hechizos que más tarde utilizarían todos los Nigromantes. De noche
descendía hasta los cementerios de las tribus primitivas que vivían alrededor de Pico Tullido. Los
que le veían huían, y los chamanes que osaron enfrentarse a él murieron con una palabra. Abrió
las tumbas de piedra una a una, y uno a uno reanimo los cuerpos que encontró en su interior. Al
principio apenas tuvo éxito. Los restos andaban sólo unos pasos antes de caer convertidos en
polvo por la energía que los movía, pero el control de Nagash fue aumentado como lo hizo en
tiempo de animación, hasta que logró esclavizarles para siempre. Puesto que ya estaban muertos
y descompuestos, la piedra de disformidad afectaba poco a estos zombis y esqueletos animados,
Nagash les hizo excavar las cuevas de Pico Tullido y construir una torre de piedra. Este fue el
origen de Nagashizzar, el Pozo Maldito, la fortaleza más grande y maligna del mundo.
Puesto que deseaba tener a más lacayos No Muertos, Nagash dedicó sus legiones a capturar y
esclavizar a las tribus locales. Durante la luna nueva, estos desafortunados fueron arrastrados
mientras pataleaban y gritaban hasta el altar de Nagash, donde éste les arrancaba el corazón. A
continuación, sus cuerpos sin alma eran reanimados para servir eternamente a su siniestro señor.

Incapaces de resistir ante un ejército No Muerto, los hombres de las tribus empezaron a adorar al
Gran Nigromante como a un dios, y enviaron pasivamente a las mejores doncellas y a los jóvenes
más apuestos a la torre de Nagash como ofrendas. Esto halagó su vanidad y perdonó a las tribus,
enseñándoles muchas cosas y levantando una nación maligna que obedecía sus órdenes. Para
satisfacer su maligno humor, Nagash enseñó a los habitantes de la tribu el ritual del Festín
Macabro que al final conduciría a un terrible destino a su pueblo.

En unos pocos cientos de años, Nagash había construido un imperio del mal alrededor de las
costas del Mar Sulfuroso. Legiones de vivos con armadura negra luchaban junto a los
tambaleantes cadáveres animados de sus compañeros muertos. Las pequeñas aldeas crecieron
hasta convertirse en grandes pueblos. Las minas que había bajo la torre de Nagash fueron
ampliadas hasta formar una gran red de túneles que penetraban hacia el interior de la montaña.
Las fortificaciones alrededor de la torre crecieron como un cáncer en un cuerpo enfermo hasta
cubrir varios kilómetros a la redonda. Así nació la ciudad-fortaleza de Nagashizzar, una torre
inexpugnable, un laboratorio y una biblioteca de las oscuras artes, capital de la nación humana
más vil que nunca ha existido en el Mundo Conocido.
En el centro, como una araña en medio de una telaraña, Nagash situó su trono, levantado con
calaveras humanas. Desde él proclamaba edictos que podían destruir reinos y causar la muerte de
naciones enteras. Avanzó hasta la Llanura de los Huesos y controló a un poderoso dragón No
Muerto con su voluntad. A partir de entonces, este monstruo seria su montura.

Pero incluso recluido en su inexpugnable fortaleza e ignorado por la mayor parte del mundo,
Nagash seguía hallando enemigos. Atraídos por la piedra de disformidad de Pico Tullido como
polillas a una llama, los Skaven empezaron a infiltrarse sutilmente en la montaña. Los líderes de los
hombres rata, los misteriosos Videntes Grises, la utilizaban en sus siniestros rituales, y ahora
intentaban conseguir la piedra de disformidad que allí se encontraba. Invadieron los niveles
inferiores de las minas de Pico Tullido e intentaron tomar la fortaleza como lo habían hecho
recientemente con las ciudades de los Enanos del Norte, pero Nagashizzar era mucho más difícil
de conquistar.

Aquí tenían que enfrentarse con incontables legiones de cadáveres animados y humanos fanáticos
que temían más a su oscuro dios que a la muerte, ya que sabían que en cualquier caso, su amo les
volvería a llamar de la muerte para recompensarles o castigarles. Durante décadas se sucedieron
las violentas escaramuzas en las profundidades de la fortaleza. Los ejércitos Skaven avanzaron por
el reino de Nagash y asediaron Nagashizzar con sus terribles armas. Los ejércitos del Gran
Nigromante y su maligna magia les estaban esperando. Al final la batalla resultó en una sangrienta
guerra de desgaste sin vencedor a la vista. Nagash tenía otros planes y los Skaven le distraían, así
que cerró un infame pacto con los soberanos Skaven, el Consejo de los Trece. A cambio de su
ayuda, él les proporcionaría piedra de disformidad extraída de Pico Tullido. No era lo que el
Consejo deseaba, pero era preferible a continuar una guerra incierta, donde era posible no
conseguir nada. Los Skaven aceptaron el Trato.
Pero la constante exposición a la piedra de disformidad afectaba a Nagash. Construyó una gran
armadura con una aleación de hierro y plomo procedente de un meteorito para protegerse de sus
nocivos efectos. Sus seguidores no eran tan afortunados. El polvo de piedra de disformidad
liberado por su explotación minera lo cubría todo. Penetró en el suelo y por las raíces pasó a las
plantas enfermas, pasando asía al cuerpo de los animales enfermos que las comían. Este polvo fue
acumulándose en el cuerpo de los humanos que comían estas plantas, o los animales que
previamente las habían ingerido, mutando lentamente. Perdieron el pelo y los dientes,
adelgazaron y acabaron enfermando y muriendo. Los más afectados de todos fueron los que
celebraron el Festín Macabro y se alimentaron de la carne de los suyos. Estos absorbieron la
mayor parte de sustancia del Caos y degeneraron lentamente hasta convertirse en perversiones
nocturnas, en Necrófagos, los elegidos de Nagash, adorados, odiados y temidos a la vez por sus
semejantes.

El aire y la tierra estaban saturados con polvo de piedra de disformidad. Todo el mundo empezó a
enfermar y morir, dejando sólo un desierto recorrido por Necrófagos que las generaciones futuras
denominaron la Desolación de Nagash. Al Gran Nigromante no le importaba. Vivos o muertos, los
habitantes de esa tierra les servirían a él, de una forma o de otra. La propagación del polvo y la
llegada de los No Muertos precipitaron una migración de Orcos y Goblins, que se alejaron de ese
territorio.

4: LA VENGANZA DE NAGASH

A lo largo de todos estos siglos, Nagash no olvidó la promesa hecha a los Reyes Sacerdotes de su
antiguo país. Quería vengarse, y encontró aliados dentro de su propio país. Los Reyes Sacerdotes
que habían estudiado su maligna herencia y que prolongaron sus vidas utilizando su elixir no
habían permanecido ociosos. Ellos también habían invocado demonios y experimentado con la
Magia Oscura. Los gobernantes de Lahmia avanzaron más allá del elixir. Su sangre quedó infectada
con una extraña enfermedad. Siglos de consumo del elixir que prolonga la vida combinados con
sus propios hechizos les habían trasformado en algo mejor y peor que un ser humano. Esos seres
evitaban la luz del sol y acechaban de noche. No querían comer ni beber, excepto sangre. Sus
dientes se habían convertido en colmillos, su piel era blanca como el alabastro y sus ojos eran
rojos y brillantes. Eran mucho más fuertes que los hombres mortales. Eran los primeros Vampiros
verdaderos. Por la noche se alimentaban de sus propios súbditos. Unos pocos pudieron uniese a
ellos en su no muerte.

Los otros Reyes Sacerdotes reunieron una vez más sus ejércitos y se prepararon para la guerra. Los
carruajes, tan numerosos que no podían contarse, avanzaban al frente de un gran ejército de
arqueros e infantería equipada con lanzas. Los Reyes Sacerdotes también recurrieron a su magia.
Tuvo lugar una gran batalla, que los Reyes Sacerdotes vencieron. La población de Lahmia fue
esclavizada, las pirámides derribadas, y los Vampiros expulsados. La mayoría huyeron hacia el
Norte, y uno a uno llegaron a Nagashizzar, donde fueron acogidos por quien anteriormente había
sido su peor enemigo. Nagash observo a estos corruptos inmortales y quedo satisfecho. Ante el
tenia unos valiosos paladines para sus ejércitos. Su maldición era un tributo a su horrible
genialidad.

Nagash ya había concebido su plan de ataque. Era un plan enloquecido y mortífero. Juro que
convertirla todo el mundo en el Reino de los Muertos, en el que nada sucedería ni nada podría
hacerse si él no lo permitía. Gobernaría un cementerio tan grande como el mundo, habitado por
los muertos sin descanso El primer paso era eliminar a su antigua patria natal. Siguiendo sus
órdenes, los Vampiros avanzaron al frente de sus legiones hacia la guerra. Sobre extrañas naves
construidas con huesos, la horda No Muerta navegó por el Mar Sulfuroso, atravesando los
Estrechos de Nagash hasta el Mar Amargo, denominado así por el veneno que las aguas del Mar
Sulfuroso habían arrastrado hasta el. Las legiones No Muertas desembarcaron en el abandonado
puerto de Lahmia y marcharon hacia el enemigo.

Nagash subestimo a sus antiguos compatriotas. Durante su ausencia, la Tierra del Gran Río había
pasado de ser un cúmulo de ciudades estado a convertirse en un poderoso imperio dirigido por el
Rey Sacerdote Alcadizaar el Conquistador. Alcadizaar fue el mejor general de su época y su
imperio estaba en la cúspide de su poder. Cuando llegaron los No Muertos, se enfrentaron a la
oposición de un estado unificado con un único ejército Además, los hechiceros del Gran Reino
habían progresado en el arte de la magia, especialmente en la construcción de armas mortíferas.
Contra ellos ninguna victoria podía ser fácil.

Los Vampiros eran hechiceros poderosos y peligrosos enemigos Por donde avanzaban, el terror y
el miedo atenazaban al enemigo, aunque no fueran invencibles. El frente de la guerra avanzo y
retrocedió. Al principio, las legiones No Muertas avanzaron rápidamente. Después fueron los
ejércitos de Alcadizaar los que ganaron terreno; sus carruajes atravesaban las filas de muertos
como las guadañas siegan el trigo. Al final venció Alcadizaar, con su gran armadura dorada
brillando por la energía mágica contenida y su cimitarra mágica, más rápida que la lengua de una
serpiente del desierto. Junto a él luchaba su mujer y auriga, Khalida, que había jurado morir junto
a su marido si era necesario. Libraron batalla tras batalla basta destruir la última de las legiones de
Nagash, obligando a los vampiros a huir a través del desierto hasta Nagashizzar, para informar a su
siniestro señor del fracaso.

La furia de Nagash fue enorme. Maldijo a sus capitanes y lanzo terribles hechizos contra ellos. Hizo
que conocieran el dolor para toda la eternidad, y sus aullidos proclamarían sus miserias a todos los
hombres. Viendo como estaban las cosas. los Vampiros supervivientes huyeron de Nagashizzar por
la noche, dispersándose en todas direcciones para confundir a sus perseguidores. De esta forma,
su maldición acabo propagándose por todas las tierras de los hombres.

(Neferata, primera entre los vampiros)

La furia de Nagash se prolongo durante toda una década, en la que siguió maquinando nuevos
planes. Odio con fuerza al hombre que le había desbaratado sus planes, e ideo un plan de
venganza tan cruel que los propios dioses temblaron y dejaron de observar el mundo. Actuó con
cautela. Sus agentes llevaron trozos de piedra de disformidad encantados con hechizos de muerte
hasta las fuentes del Gran Rió, corrompiendo los manantiales con su maldad, hasta que el agua
coaguló y fluyo lentamente, teñida de color rojo sangre. El pueblo del Gran Reino tembló ante lo
sucedido al río que constituía su vida. Uno a uno, todos los habitantes enfermaron y murieron.

Encargo a los Skaven atraer a tribus de Orcos y Goblins desde las Montanas del Fin del Mundo
hasta Nagashizzar. Estos no sabían para que propósito quería Nagash a los Orcos, pero cobraron
numerosos sacos de piedra de disformidad pura por su servicio.

Alcadizaar estaba sentado en su sala del trono mientras veía como su reino era destruido por un
enemigo al que no podía derrotar. La peste iba propagándose por el país. La gente moría con
grandes pústulas por toda la piel. Los médicos enfermaban al intentar curar a sus pacientes. Los
hombres huían de sus familias, muriendo mientras corrían. Durante algunos meses la Muerte
recorrió el país hasta que los muertos eran más numerosos que los vivos, y los cadáveres
permanecían pudriéndose por las calles. El ganado recorría los campos sin nadie que lo vigilase,
hasta que también moría. Todas las cosas vivas en el Gran Reino enfermaron. Alcadizaar vio morir
a sus amigos uno a uno, después a sus hijos, después a su mujer. Alcadizaar era una excepción,
como si algún poder maligno lo quisiera vivo. Finalmente quedó solo en su palacio, sentado en su
trono dorado, llorando, mientras a lo lejos podía oírse a un infatigable ejército avanzando.

Este ejército apareció cuando todo el mundo había muerto: un gran ejército de muertos. Los
pocos supervivientes del ejército de Alcadizaar estaban tan enfermos y demacrados que no podían
impedir su avance ni un segundo. Los No Muertos, inmunes a la enfermedad, avanzaban de
extremo a extremo del país, y no descansaron hasta haber matado a todo hombre, mujer y niño, e
incluso a bestias, pájaros y perros. Todos excepto uno. Capturaron a Alcadizaar en su sala del
trono y lo arrastraron cargado de cadenas hasta el Pozo Maldito. Lo arrojaron a los pies del trono
de Nagash, ytuvo que enfrentarse a la horrorosa forma del Gran Nigromante en persona.

Nagash explico a Alcadizaar lo que sucedería a continuación: todos los increíbles detalles de su
demencial plan. Nagash le contó que pensaba reanimar a todos los muertos del Gran Reino, y
utilizarlos como soldados en su plan para conquistar el mundo. Horrorizado, Alcadizaar fue
arrojado a una de las mazmorras de Nagash a la espera de los deseos del siniestro hechicero. Las
explicaciones de Nagash al rey no eran amenazas vacías. Estaba decidido a seguir con su plan, y
podía hacerlo.

Durante un ritual que duró días, consumió cantidades ingentes de piedra de disformidad, hasta
que su cuerpo ardía con la energía del Caos, y su sangre quedó saturada. La poca piel que le
quedaba ardió, y se convirtió en poco más que un esqueleto viviente con una negra armadura. Los
Orcos y los Goblins fueron conducidos drogados desde las mazmorras hasta el negro altar donde
uno a uno fueron sacrificados, y sus almas devoradas por el Gran Nigromante para aumentar su
poder.

Durante una noche y un día enteros, mientras Mórrsleib brillaba en el cielo, Nagash cantó las
silabas de su último y más poderoso hechizo. En las mazmorras, los pocos Orcos supervivientes
temblaban y aullaban. Por todo el continente los seres vivos tuvieron pesadillas. En las
profundidades del Mar Sulfuroso brillaron luces extrañas. Desde lo alto de su torre, Nagash lanzo
al aire puñados del brillante polvo negro. Los fríos vientos lo alejaron de Nagashizzar, cayendo
como si fuera lluvia sobre las ciudades y necrópolis del Gran Reino. Por unos instantes todo
permaneció calmado. Poco después, los muertos empezaron a moverse por todo el país. Una fría
luz verde penetro en miles de ojos podridos. Los cadáveres de los apestados fueron levantándose
uno a uno y caminaron. Los muertos se sacudieron el polvo de eones y salieron de sus tumbas. Los
guerreros No Muertos montaron en sus carruajes y avanzaron por la embrujada noche. Los
Caballeros No Muertos emergieron de sus guaridas, reuniéndose todos los seres inmundos. Los
innumerables muertos formaron en disciplinadas filas. Las amortajadas momias de los reyes
muertos hacia mucho emergieron de sus pirámides para ponerse al mando de los restos de sus
antiguos súbditos. Reanimado por la poderosa voluntad de Nagash, el ejército más grande que
jamás ha visto el mundo empezó a converger sobre Nagashizzar.

Exhausto por la gran cantidad de energía que había necesitado para lanzar el hechizo, Nagash
entró en un profundo trance sobre su trono. Mientras el ejército de No Muertos avanzaba hacia
allí, un silencio sepulcral dominó Nagashizzar. Era como si la muerte hubiera llegado realmente a
la capital del Gran Nigromante.

5-LA CAÍDA

La descarga de energía fue tan grande que no pasó desapercibido en otras partes del mundo. El
Consejo de los Trece entendió finalmente las intenciones de Nagash, y sus miembros quedaron
aterrorizados. Con los incontables guerreros muertos del Gran Reino bajo sus órdenes, Nagash
sería invencible. Ya no necesitaría nunca más la ayuda de los Skaven. Seguramente les haría pagar
caros sus anteriores ataques contra su reino. Descubriendo que, de momento, el Gran Nigromante
también descansaba, decidieron aprovechar la que podría ser su única oportunidad de detenerle.
Pese a que la misión era crucial, no encontraron a ningún Skaven en el que pudieran confiar para
dar muerte al Gran Nigromante. Muchos miembros del Consejo dudaban de la eficacia de sus
armas para matar a Nagash; otros simplemente temían que despertara cuando entraran en su sala
del trono. Todos conocían su temible poder, y nadie quería enfrentarse a él si despertaba.

Finalmente concibieron otro plan. El Consejo reunió rápidamente sus poderes y crearon una
espada muy poderosa, cubierta de runas de un poder tan grande que al final serian tan mortíferas
para quien la empuñara como para Nagash. Esto no preocupaba al Consejo de los Trece ya que
ninguno de ellos pensaba utilizar el arma. Enviaron a sus lacayos más audaces a las mazmorras de
Nagash, con el arma dentro de una caja de plomo. Siguiendo caminos secretos, los Skaven llegaron
al corazón de la fortaleza del Nigromante. Ningún centinela dio la alarma, y los hombres rata
llegaron a la celda donde estaba Alcadizaar cargado de cadenas. Sin explicación alguna, liberaron a
Alcadizaar y le mostraron la espada. A causa de la magia del arma, cuando el rey la cogió, sintió el
camino que debía seguir para llegar a la sala del trono del Nigromante. Ignorando a los hombres
rata que huían, Alcadizaar atravesó los fétidos corredores de la mortalmente silenciosa torre.
Finalmente llego a la sala del trono del Gran Nigromante. Avanzo silenciosamente por el suelo de
mármol negro hasta llegar frente a la enorme y silenciosa figura de Nagash.

(Portada descartada de Nagash Inmortal)

El fuego de los ojos del Nigromante No Muerto estaba apagado. No se movía. Las runas de su
corona no tenían ningún brillo interior. Por unos instantes Alcadizaar se preguntó si eso no sería
algún perverso truco, alguna forma nueva de tortura, pero en el fondo no le importaba. Levantó su
espada y golpeo describiendo un arco.

En el último momento, avisado por un sexto sentido, Nagash levantó su brazo para evitar el golpe
mortal. La espada Skaven atravesó su muñeca y su garra cayó al suelo. La hechicería que
empapaba el cuerpo del Nigromante No Muerto era tan maligna que la mano mantuvo una cierta
animación y huyó por el corredor como una gigantesca y horrible araña. Nagash todavía estaba
exhausto por el Gran Ritual, pero su poder era enorme. Lanzó terribles hechizos a Alcadizaar que
casi arrancaron la piel de su cuerpo. El Consejo de los Trece utilizaba todo su poder desde muy
lejos para proteger a su instrumento humano. Utilizaron desesperadamente todas sus fuerzas para
desviar los rayos de Nagash. Los labios descarnados del Nigromante emitieron un silbido de
frustración. Alcadizaar volvió a atacar, atravesando las costillas de Nagash, y le partió el espinazo.
Nagash le arañó con la garra que le quedaba. y agarró a Alcadizaar por el cuello, estrangulándole.
Donde las garras del Nigromante No Muerto profundizaron mas, el cuello del hombre acaba
manchado de sangre. Nagash le levanto con una mano hasta que los pies de Alcadizaar no tocaban
el suelo. No podía respirar, la oscuridad se cernía sobre él, y Alcadizaar intentó frenéticamente
liberarse, cortando el brazo del Nigromante a la altura del codo. Cayó al suelo y atacó
desesperadamente a Nagash. Las runas Skaven de la espada afectaron finalmente a Nagash, que
empezó a perder su vitalidad sobrenatural. Su cuerpo, que había desafiado el paso del tiempo,
empezó a convertirse en polvo. Al sentir cercana la victoria, Alcadizaar siguió atacando, partiendo
al Nigromante en miles de pedazos. Finalmente, cuando ya no se movía, Alcadizaar cogió la corona
de la cabeza de Nagash y salió tambaleándose de la fortaleza. Este era el momento que los Skaven
estaban esperando. Sus tropas atacaron rápidamente y llevaron los restos despedazados del
cuerpo de Nagash a sus forjas. Cada trozo del Gran Nigromante fue quemado en los fuegos de
piedra de disformidad que había utilizado para crear sus artefactos. El único pedazo de Nagash
que nunca pudieron encontrar fue su garra, por lo que una parte de Nagash seguía viva.

Con la muerte del Gran Nigromante, muchos de los cadáveres animados por él cayeron,
convertidos en polvo. Sin embargo, las energías liberadas por Nagash en la gran invocación eran
tan grandes que no pudieron disiparse totalmente. Muchos de los antiguos habitantes del Reino
de los Muertos siguieron atrapados en su espectral no-vida, y algunos de ellos regresaron
lentamente al lugar que mejor conocían, sus propias necrópolis, donde retomaron una siniestra no
vida que era el reflejo de sus días como seres vivos. Así nació el Reino de los Muertos. Algunos
siguieron vagando por el mundo, propagando el terror y la desolación por donde pasaban. Sin
embargo, por el momento, la amenaza del Gran Nigromante había terminado.

6-MORGHEIM

Después de la destrucción de Nagash, Alcadizaar vagó por el Pozo Maldito medio enloquecido por
el horror que había presenciado y por su exposición a la perniciosa influencia de la Espada de la
Muerte del Consejo de los Trece. Aunque la fortaleza estaba llena a rebosar de Skaven, solo los
más locos intentaron impedirle el paso cuando vieron el arma. Los pocos que intentaron impedirle
el paso murieron casi instantáneamente. Alcadizaar abandonó la ciudadela del Gran Nigromante.
Había destruido al enemigo más peligroso al que ningún hombre se hubiera enfrentado nunca,
pero el precio fue muy elevado. Las energías letales del arma lo estaban matando lentamente. Su
mano estaba quemada por donde empuñaba el arma, que finalmente lanzo a una grieta en el
exterior del Pozo Maldito. Conservo la Corona de Nagash. Enloquecido y agonizante, caminó hacia
el Norte, hacía las Montanas del Fin del Mundo, desplomándose en las aguas del Río Ciego, y
abogándose en el. Su cuerpo congelado fue arrastrado hacia las Tierras Yermas, aferrado todavía a
la corona en un feroz abrazo de muerte.

En esa época, las Tierras Yermas eran un país dividido, con guerras continuas entre tribus nómadas
humanas y clanes de brutales Orcos. El cuerpo congelado y medio devorado de Alcadizaar fue
encontrado al fundirse la nieve en primavera, junto a la orilla del Río Ciego. Lo encontró Kadon, el
Shamán de la tribu Lodringen. Kadon vio que Alcadizaar era un poderoso rey y ordenó que
construyeran un túmulo para su cadáver. Sintió una extraña atracción hacia la corona y se quedo
con ella, para su eterna condenación. La corona conservaba parte del espíritu del Gran
Nigromante. y enseñó a Kadon algunos de los secretos de Nagash. Los sueños de Kadon estaban
llenos de promesas susurradas, y su mente empezó a soñar con un imperio.

Su noble alma pronto quedo corrompida por el mal latente en la corona. Explicó a los miembros
de la tribu que tenía visiones que le ordenaban construir una ciudad junto al túmulo de Alcadizaar.
La ciudad debía llamarse Morgheim, que en el idioma de su pueblo quería decir Lugar del Muerto.
Por un breve periodo de tiempo, en las Tierras Yermas floreció una débil civilización que abarcaba
desde las costas del Golfo Negro hasta la entrada del Paso del Perro Loco, desde el Rió de la
Sangre basta el borde de las Marismas de la Locura. Incluso establecieron colonias en el área que
posteriormente seria conocida como los Reinos Fronterizos. Los Orcos fueron expulsados de las
Tierras Yermas hacia las Montanas del Fin del Mundo. La mente de Kadon estaba llena de terribles
visiones: empezó a recrear los Libros de Nagash, a escribir la oscura historia del Gran Nigromante y
a dejar constancia sobre el papel de muchos de sus secretos conocimientos. Sus visiones estaban
deformadas por la corona, y acabó adorando a Nagash como a un dios, obligando a sus seguidores
a hacer lo mismo. El culto de Nagash pronto renació, y las criaturas No Muertas vigilaban sus
templos. El propio Kadon vivía en un palacio de mármol negro construido sobre la entrada al
túmulo de Alcadizaar, y era considerado el adorador más devoto de Nagash.

Las Tierras Yermas no eran fértiles, y la población de Morgheim nunca fue demasiado grande, pero
con el trabajo de los infatigables Zombis, pudieron construirse ciudadelas y excavarse túmulos. Se
construyeron carreteras para comunicar los rincones más alejados del país con su capital. Kadon
no era un mero acólito, sino un potente hechicero por derecho propio. Cuando su mente adquirió
los conocimientos del Nigromante, empezó a crear sus propios hechizos. Escribió su infame
Grimorio con tinta obtenida de destilar sangre, en un volumen forrado con piel humana. En
Morgheim tuvieron lugar actos malignos mucho más siniestros aún. Los Enanos que anteriormente
comerciaban con estos humanos dejaron de hacerlo y les evitaron.
Gracias a la energía de la corona, los acólitos de Kadon encontraron la garra amputada de Nagash.
Kadon recogió la garra y la cubrió de temibles hechizos, convirtiéndola en un artefacto del mal que
utilizó para intimidar a sus seguidores. Los ejércitos de Morgheim asediaron la fortaleza Enana de
Barak-Varr, pero sus muros revestidlos de metal resistieron y finalmente tuvieron que retirarse.
Los Nigromantes de Morgheim se volvieron introvertidos y decadentes, y el periodo de expansión
concluyó.

Entonces empezaron las invasiones de las salvajes hordas de Orcos de las montanas al mando del
Señor de la Guerra Dork Ojo Rojo. Ojo Rojo estaba armado con un arma mágica que le protegía de
la magia maligna, y los lacayos de los No Muertos no pudieron detener a su salvaje horda. Los
aullantes demonios de piel verde pasaron al reino de Kadon a espada y fuego, haciendo huir a los
supervivientes hacia el Norte. Kadon murió a manos del propio Ojo Rojo en un mítico duelo entre
las calles en llamas de Morgheim. A su muerte, el reino desapareció. El principal discípulo de
Kadon cogió la cabeza de su maestro muerto y huyó hacia el Norte, habiendo de esconderse a
menudo de la persecución de los Orcos.

Actualmente no queda casi ningún rastro del perdido reino de Morgheim, excepto unas cuantas
ruinas chamuscadas y túmulos embrujados, en el interior de los cuales habitan seres malignos.
Estos restos enfermizos del reino perdido forman parte de los túmulos que están dispersos por las
Tierras Yermas y los Reinos Fronterizos. Algunas criaturas sobrevivieron enterrándose vivas en los
túmulos, mientras sus espíritus malignos todavía vagan por los alrededores. Otros sobrevivieron a
la caída del reino, llevándose sus conocimientos hacia el Norte, hacia las tierras donde estaba
despertando un nuevo poder. El dios humano llamado Sigmar había unificado a las tribus salvajes
de los hombres, forjando un imperio a sangre y fuego. En el interior de su reino había muchos
rincones apartados donde los Nigromantes podían practicar sus malas artes.
7-EL REGRESO DE NAGASH

A la vez que Sigmar fundaba su Imperio, por el Norte circularon extraños rumores sobre el
renacimiento de un viejo mal. El Consejo de los Trece creía que había destruido a Nagash. Estaban
equivocados: un ser tan poderoso, tan conocedor de la No Muerte, no podía ser eliminado tan
fácilmente. Su forma corpórea había sido destruida, pero su espíritu seguía vivo. Espero más allá
de la muerte, todavía ligado al mundo por la presencia de su garra, su corona y su tumba. Nagash
había planeado hacía mucho tiempo la posibilidad de su muerte, y parte de su espíritu y su poder
saturaba su corona, permitiéndole seguir en contacto con el mundo de los vivos. Aunque tardaría
siglos Nagash volvería, y al hacerlo, lo haría de la forma más espectacularmente horrible.

Su cuerpo había sido incinerado en los hornos de Nagashizzar. De su cuerpo sólo quedaron unas
partículas de fino polvo negro, esparcidas por el mundo. Estas partículas fueron atrayéndose entre
sí una a una. A lo largo de los siglos, estos fragmentos minúsculos empezaron a condensarse sobre
la Desolación de Nagash, formando putrescentes gotas negras que poco a poco fueron
desplazándose centímetro a centímetro por todo el país hasta la Pirámide Negra de Nagash en
Khemri. El sarcófago fue llenándose poco a poco (a razón de una gota al año) de este líquido
negro, formando una oscura crisálida de la cual renació su maligno ser. Cuando el fluido solidificó,
algunas partes siguieron endureciéndose hasta formar huesos. Por encima de este oscuro
esqueleto crecieron órganos antinaturales. Trozos de venas como gusanos penetraron en los
músculos recién formados. Un siniestro caparazón de piel ósea empezó a cubrir su masa. Sólo la
mano derecha, amputada por Alcadizaar, no volvió a crecer. Una fría noche, siglos después de ser
derrotado por los Skaven, la tapa del sarcófago se abrió y Nagash surgió de él, renacido una vez
más en el mundo.

En el exterior de su tumba, Khemri seguía existiendo. Nagash permaneció de pie sobre su pirámide
mientras absorbía energía oscura. Aunque todavía era mucho más poderoso de lo que cualquier
mortal podía medir, era una pálida sombra de lo que había sido. Estaba agotado por su largo
regreso de la muerte, y porque parte de su poder aún estaba perdido, saturando su corona y su
garra. Llamó a los muertos de Khemri, pero estos le odiaban tanto en la muerte como lo habían
hecho en vida, y ya no tenía el poder de someterlos a su voluntad como lo había tenido
anteriormente. Pudo controlar una parte de los incontables muertos de Khemri, pero los demás se
rebelaron, provocando una guerra civil dentro de la más grande de las necrópolis.

Nagash acabó cansándose de esta situación y visitó las otras ciudades de los muertos. En ellas
ocurrió lo mismo. Los muertos le recordaban, y le odiaban con un odio extraño y sobrenatural que
habían sido engendrado durante siglos. Aunque individualmente ninguno de los Reyes Funerarios
podía enfrentarse a Nagash, éste no podía resistir contra la alianza formada contra él. Por segunda
vez en la historia de su larga no-vida, Nagash era expulsado de su país natal. Meditó sobre su
derrota y decidió que volvería a utilizar la energía de la piedra de disformidad para aumentar su
fuerza y vengarse de sus enemigos. Una vez más viajo hacia el Norte, siguiendo el camino que
tanto tiempo atrás le condujo a las orillas del Mar Sulfuroso. Esta vez estaba acompañado por un
ejército de leales seguidores No Muertos. Cuando por fin llegó a Nagashizzar, comprobó que los
Skaven habían ocupado el lugar. Durante años habían explotado la piedra de disformidad,
utilizándola para sus propios propósitos hasta haberla extinguido casi por completo. Nagashizzar
había pasado a ser una enorme madriguera de hombres rata, aunque relativamente poco poblada
ya que en la Desolación de Nagash no crecía nada comestible y tenían que importarlo todo desde
las demás guaridas Skaven a cambio de piedra de disformidad.

Nagash llego a las puertas de su antigua fortaleza y exigió que se rindiera. El comandante Skaven
de la guarnición le miró y maldijo, insultándole en su propio idioma. Nagash le mató con una
palabra, y abrió las puertas de Nagashizzar con otra. Ya que él mismo las había forjado y conocía
todas las órdenes secretas a las que respondían. En una noche, las fuerzas de Nagash barrieron el
Pozo Maldito y aniquilaron a los sorprendidos Skaven, expulsándoles de la ciudad.
Nagash controlaba su ciudadela, pero inmediatamente quedó preso de una furia incomprensible
para ningún mortal, ya que descubrió que los Skaven habían casi agotado la piedra de disformidad.
Las instalaciones que había utilizado para refinar, concentrar y purificar la piedra para sus propios
fines estaban completamente destruidas. Aunque no estuvieran destruidas, no quedaba suficiente
piedra de disformidad para repetir el Gran Ritual. Ignorando los ejércitos enviados por el Consejo
de los Trece para recuperar Nagashizzar, el Gran Nigromante empezó a trabajar. Primero trabajó
en las forjas, construyendo una garra metálica para reemplazar su perdida garra. Sus huestes de
No Muertos tenían instrucciones, bajo su supervisión, para construirla. La garra artificial estaba
astutamente elaborada y cubierta por inquietantes runas que hacían imposible mirarla. Era flexible
y podía utilizarse como una mano normal, pero era mucho más fuerte. Nagash podía empuñar
nuevamente un arma, y crear más artefactos con sus propias manos. Invocó a los espíritus de los
muertos y les interrogó sobre lo sucedido, reconstruyendo poco a poco los acontecimientos que
habían tenido lugar en su larga ausencia. Supo de la desaparición de Alcadizaar, de cómo había
enloquecido y muerto por la corona y la exposición a la Espada de la Muerte Skaven. Finalmente
centro su atención en el Norte, donde el heredero de Kadon, Morath, tenía la corona.

8-SIGMAR

Cubriéndose con una capa negra y protegido por numerosos hechizos de gran poder, Nagash
marchó de incógnito hacia las tierras del Norte, decidido a reclamar lo que era suyo. Largo fue el
camino, y muchas las batallas que libró durante su duro viaje hacia las frías tierras del Norte.
Nagash atravesó tierras donde los robustos Enanos combatían contra Orcos y Goblins, y donde los
seguidores del Caos todavía acechaban. Al final llegó a las tierras del recién nacido Imperio .
Estableció su residencia en las ruinas de la ciudad Elfica de Athel Tamara, abandonada desde hacía
mucho tiempo. Convirtió la ciudad en su base de operaciones, desde la cual exploró todo el Norte
en busca de su corona.

Nagash envió mensajeros desde las ruinas para que localizaran al heredero de Kadon. Pero Morath
estaba muerto. El hechicero maligno había muerto a manos de Sigmar, y la corona estaba en
posesión del primer Emperador. Habiendo sentido su gran maldad, Sigmar no quiso utilizada y la
guardó bajo llave en su sala del tesoro, lejos de los ojos que pudieran estar tentados de utilizarla.

Nagash envió mensajeros al campamento de Sigmar reclamando su corona y ofreciéndole riquezas


infinitas a cambio. Una gran figura encapuchada, montada sobre un Carroñero, descendió sobre el
campamento. Todo el mundo estaba acobardado cuando la oscura figura desmontó y presentó las
demandas de su señor con voz de ultratumba. El mensajero estaba rodeado por un hedor a
maldad y descomposición, y todos los que le miraban quedaban acobardados, pidiendo a su líder
que le entregara la corona. Sin embargo, Sigmar no tenía intención de entregar la corona, y viendo
la decidida actitud de su líder, los guerreros cobraron nuevos ánimos. Su alegría acabó cuando el
mensajero volvió a hablar, diciendo que eran unos locos que no vivirían lo suficiente para lamentar
su decisión. Sigmar levantó su gran martillo Ghal Mharaz y golpeó a la criatura No Muerta. Esta se
descompuso sobre sí misma, dejando sólo una oscura capa tras él. Sigmar ordenó que sus restos
fueran quemados.

Nagash dedicó muchos meses a reunir sus fuerzas. Con sus hechizos animó legiones de muertos de
los cementerios y otras criaturas de la oscuridad acudieron a su llamada hasta formar un poderoso
ejército No Muerto. Al fin estaba listo para emprender una guerra contra Sigmar y su pueblo. El
gran ejército de muertos andantes avanzó por los bosques del Imperio, matando a todo aquel que
encontraban. Los muertos pasaban a engrosar las filas del ejército. Muchos hombres murieron, y
otros muchos que huyeron ante el avance del ejército de No Muertos hicieron correr la noticia de
la llegada de Nagash. Nagash comprendió la importancia de tener el miedo como aliado. Y los
hombres del Norte estaban asustados. Habían derrotado a los Orcos y expulsado a todos sus
enemigos anteriores, pero ahora debían enfrentarse a un enemigo que les hacía temblar y parecía
invencible. De todos ellos Sigmar era el único que no tenía miedo. Pidió ayuda a sus aliados
Enanos, y forjó muchas armas con magia poderosa contra sus enemigos No Muertos.

Los dos ejércitos se enfrentaron en las orillas del río Reik, a finales de la primavera del año 15
Imperial. Era un enfrentamiento equilibrado y que causaría grandes sufrimientos. Los humanos y
los Enanos eran tropas decididas, Los regimientos No Muertos de Esqueletos animados y
cadáveres andantes avanzaban como autómatas, cada paso perfectamente sincronizado con el
ritmo de un tambor de piel humana. Los Carroñeros oscurecían el cielo sobre sus cabezas. Los
Vampiros acechaban en la rojiza oscuridad. Los Necrófagos devoraban a muertos y a heridos
indistintamente. Los Caballeros No Muertos agarraban a los hombres con su frío abrazo. El ejercito
de Nagash cargó y rompió como una ola contra el imperturbable muro de escudos Enanos. Las
fuerzas de Sigmar contra-cargaron y empezó un combate cuerpo a cuerpo generalizado que
enfrentó a hombres contra monstruos por todo el campo de batalla. Entre todos los muertos
andaban dos seres poderosos como dioses. Sigmar dirigía carga tras carga de los hombres
Unberogens. Su temible martillo de guerra lehacia una máquina de destrucción viviente, dejando
un rastro de muerte tras él mientras atravesaba las líneas enemigas.

Nagash, montado en un gran carruaje negro, se abría paso entre los combatientes, empuñando
una negra espada rúnica aullante que sostenía con su garra metálica. Estos dos titanes se
enfrentaron en el centro de la batalla. Sigmar saltó sobre el carruaje en marcha, y luchó contra el
Nigromante No Muerto. Fue una lucha entre seres con fuerzas extraordinarias que hizo que los
dos cayeran rodando del vehículo al suelo. Los dos combatieron durante una hora mientras la
batalla rugía a su alrededor. Nagash golpeó a Sigmar en el brazo, causándole una herida
envenenada. Notando como le fallaban las fuerzas, Sigmar arremetió en un enloquecido ataque
final. El martillo era como un trueno en sus manos. Golpeó una y otra vez al Gran Nigromante, que
retrocedió hasta el río. Nagash invocó a sus esbirros más poderosos para que le ayudaran. Los
Vampiros atacaron al Emperador. Sigmar golpeó a diestra y siniestra, derribándoles y matándoles
de un golpe. Notando la debilidad de su enemigo, Nagash se puso en pie. Sigmar jadeaba delante
suyo. Ambos sabían que éste era el duelo final.

Sigmar, aunque herido, atacó de nuevo. Su martillo descendió como un meteoro. Nagash detuvo
el ataque y el martillo no le alcanzó. Durante bastante tiempo, los dos forcejearon. Cuando sus
armas chocaban saltaban chispas. El atronador sonido de metal chocando contra metal acallaba
los gritos de los moribundos. Sus tendones, duros como el acero, empujaban con vitalidad
sobrenatural. Los ojos azules y fríos estaban trabados con el interior de unas horrendas cuencas
vacías. Al final ganó Sigmar, desarmando al Gran Nigromante y golpeando con su arma la cabeza
de su enemigo.

Al morir el Nigromante, de su cráneo roto surgió una oscura nube que subió como una columna de
gas envenenado sobre el campo de batalla; el humo se dirigió hacia el Sur.
Las legiones animadas por su oscura fuerza de voluntad quedaron destruidas. Los Esqueletos
quedaron desechos en montones de huesos, los Zombis trastabillaron y cayeron,
descomponiéndose ante los ojos de los hombres hasta convertirse en montones de carne podrida.
Los Vampiros y los Necrófagos huyeron hacia lo más profundo de los bosques. Al acabar la batalla,
Sigmar se tambaleó y cayó.

El hombre dios necesitó varios meses para recuperarse de la herida causada por Nagash, aunque
nunca pudo recuperar por completo su fuerza. Por otra parte, el Gran Nigromante necesitó varios
siglos para volver a recomponer su forma mortal en su gran sarcófago de Khemri. Había aprendido
una amarga lección. En el mundo ya existían poderes comparables al suyo. Decidió ser más
cuidadoso la próxima vez. A partir de ese día, ha vivido en Nagashizzar como una pálida sombra de
su anterior poder, utilizando una gran red de agentes para hacer cumplir sus órdenes.

Nagash, el Gran Nigromante (9: Epílogo)

Última parte de la historia del Gran Nigromante. Bueno, no es realmente la última. Este epílogo
(también de Bill King, del libro de No muertos de 4ª edición) aparecía al final del libro.
Actualmente, según el nuevo libro de Khemri, esto estaría fuera de lugar, ya que Nagash no volvió
a resucitar en 1681. Por mi parte, lo considero la mejor parte de la historia. Este pequeño relato se
llama "Señor Supremo de los No muertos".
En el exterior soplaban vientos tormentosos. Colosales relámpagos iluminaban el negro cielo
nocturno. La brillante superficie del Mar Sulfuroso estaba encrespada y de entre las enfermizas
aguas emergían gigantescas cabezas reptilianas. En el interior de la gran fortaleza de Nagashizzar
seres no muertos se dedicaban lentamente a sus quehaceres, ajenos al mordaz frió del viento, al
mortal frío del ambiente, y ajenos a todo excepto al viejo propósito de la tenebrosa voluntad que
su señor les había inculcado hacía mucho, mucho tiempo. Nagash estaba sentado en su trono de
cráneos humanos, meditando. Apenas tenía consciencia del rugir de la tormenta. Esta zumbaba
entre sus pensamientos como el zumbido de un mosquito, sacándole de su ensoñación y
devolviéndole a la realidad que le rodeaba.

Lentamente cobró conciencia de su gigantesca sala del trono, cubierta por los huesos de los que
habían pedido compasión pero le habían desagradado. Lentamente reconoció los podridos tapices
cuyas escenas sólo él, de todos los seres inteligentes, podía recordar. Gradualmente sintió la
presencia de las tenues hebras de energía oscura que desprendían las decenas de miles de
criaturas no muertas animadas que había a su alrededor. Para la visión del Gran Nigromante,
estas hebras eran como pequeñas llamas que ardían continuamente, visibles a través de los
kilómetros de roca que rodeaban su torre. Lentamente detectó que una de esas llamas no brillaba
de forma estaba. Era brillante, y tenía varios colores, el rojo de la rabia, el ardiente amarillo del
miedo el enfermizo púrpura de la avaricia incontenible.

Si el Gran Nigromante hubiera podido sonreír, lo habría hecho. Hacía mucho tiempo que ningún
débil mortal había intentado penetrar en su reino. Se preguntó quien podía ser. Era verdad que el
Pozo Maldito estaba repleto de oro y joyas que todos los mortales ansiaban. Después de cuatro
largos milenios, Nagash no podía entender que veían en esas baratijas. Las gemas y los lingotes de
oro durarían mucho más que la carne de los que los codiciaban. Se trataba de una ambición trivial,
insensata. Nagash recordó vagamente la riqueza y lo que ésta significaba para los hombres.
Recordó el lujo de su palacio en Khemri y el deseo de satisfacer los sentidos. Incluso entonces había
sido diferente de la mayoría de los mortales. Nunca había entendido la verdadera atracción por los
tesoros del mundo.

Incluso entonces había sabido lo transitoria que era la riqueza y la fama. Entonces ya sabía que la
muerte era el mayor ladrón de todos, y que al final siempre robaría todas sus posesiones. Recordó
que entonces había jurado engañar a la muerte, y burlar al mayor de todos los ladrones, aunque al
final el precio había sido terrible.

Sus recuerdos revolotearon por su mente como un sueño alucinante. Las imágenes iluminaron
vivamente sus pensamientos como el fulgor de un relámpago y desaparecieron. Había visto y
hecho tantas cosas que no podía recordar ni una décima parte de ellas. Su cerebro se había
podrido por el exceso de piedra de disformidad y por haber regresado demasiadas veces desde
más allá de la muerte. Sabía que habían muchos huecos en sus conocimientos y en sus recuerdos.
No estaba seguro de querer recordarlos. Había sufrido muchas derrotas y había triunfado muchas
veces a lo largo de su extensa no-vida.

El Ladrón estaba muy cerca. Había penetrado en la gran sala y estaba en la puerta, a más de un
kilómetro de distancia, atemorizado por la inmensidad de lo que veía. Nagash observó como su
aura oscilaba y vio el azul de la resolución dominando al ardiente amarillo del terror. El hombre
entró en la habitación, sin saber que la muerte le rondaba. Los recuerdos volvieron a Nagash.

Recordó otro despertar. Recordó salir de un drogado estupor para enfrentarse a su antiguo
enemigo, el Rey Alcadizaar. Podía haber sido el momento de su mayor triunfo. Había logrado
reanimar un reino entero. El mayor ejército que nunca haya visto el mundo estaba a sus órdenes.
En sus garras tenía el poder total. En vez de esto despertó para enfrentarse a la terrible espada
que había penetrado su piel, y había causado un dolor atroz en su alma. El triunfo había sido
transitorio, como todas las cosas vivas. Dobló su garra metálica, recordando que antaño había
sido de carne y hueso. Algunas veces todavía podía sentir el dolor de la amputación, de igual forma
que las víctimas de una amputación dicen habitualmente que a veces sienten aún la presencia del
miembro amputado.
El ligero sonido del metal sobre la piedra resonó por toda la sala. A Nagash le divirtió la oleada de
terror total del intruso. Por unos instantes se preguntó cómo había podido la criatura sortear a los
centinelas de la torre. Lo estudió más detenidamente y vio que el humano estaba rodeado de un
complicado cascarón de energía.

Nagash estaba curiosamente satisfecho. El humano tenía un talismán lo suficientemente poderoso


como para engañar a los sentidos de la mayor parte de sus lacayos No Muertos. Estos eran
simplemente incapaces de ver al intruso. El ladrón sostenía en una mano una daga demasiado
poderosa para ser empuñada por un mortal normal. Para el Gran Nigromante no era más que un
juguete de niño. Satisfecho porque el hombre no llevaba nada que pudiera amenazar su existencia,
Nagash decidió dejarlo vivir unos cuantos minutos más. Después de todo, qué podía cambiar en el
orden general de las cosas el hacerlo.
El hombre esperó muchos minutos. Permaneció completamente inmóvil, convencido como el
conejo ante la serpiente de que la inmovilidad podría salvarle. Nagash casi podía haber tenido
piedad de él, si no fuera porque la piedad, como las demás emociones humanas, no era más que
un recuerdo ya muy distante. Después de varios minutos la impaciencia del hombre le traicionó y
volvió a moverse, haciéndolo muy lentamente, con precaución, atravesando silenciosamente la
habitación hasta llegar a pie del gigantesco trono de Nagash. Descansó un instante y miró hacia
arriba lleno de esperanza y terror.

Nagash se preguntó brevemente cómo debía verlo el hombre. Era simple curiosidad. Hacía mucho
tiempo que había superado la vanidad de la humanidad sobre su aspecto físico. Su forma servía a
sus propósitos, y sus propósitos eran causar terror y vivir eternamente. Al fin y al cabo ésta era una
de las razones por las que deseaba traer al mundo la gran No Muerte. Cuando todos los seres vivos
fueran sus esclavos no vivos, nadie podría amenazarle durante los eones de su larga existencia.
Entonces estaría totalmente a salvo del gran ladrón.

Lentamente, paso a paso, el intruso empezó a subir las escaleras. A cada paso, un cráneo humano
se deshacía bajo sus pies. Nagash podía ver que el hombre apenas podía contener su miedo,
aunque seguía ardiendo. Su avaricia era todavía mayor. El ladrón ya estaba justo frente a Nagash,
mirando a la gran figura que medía casi el doble que un hombre normal. Volvió a detenerse,
aparentemente dominado por su propia temeridad. A continuación subió al trono e intentó
arrancar la enjoyada garra de Nagash de su agostado brazo. Nagash abrió los ojos y miró a la
aterrorizada cara del mortal. El hombre gritó, cayó del trono y bajó dando tumbos por las
escaleras. El ladrón tenía la habilidad de un acróbata, y bajó rodando para caer sin hacerse daño.
Al llegar al pie de las escaleras se incorporó y desenfundó su daga.

Nagash rió suavemente. El sonido salió de su garganta como el susurro de una serpiente venenosa
en una tumba del desierto. "Sigmar me proteja", musitó el hombre. Fue el peor momento para
decirlo. La mente de Nagash quedó inundada por dolorosos recuerdos. Recuerdos de una de sus
mayores derrotas a manos del hombre-dios conocido como Sigmar. En ese enfrentamiento perdió
gran parte de su poder y otro largo y doloroso periodo de resurrección. Nagash decidió no perder
ni un instante más con el hombre. Volvió la Oscura Mirada contra él.
De los ojos del Gran Nigromante surgieron rayos de Magia Oscura pura, dirigiéndose directamente
hacia la encapuchada figura que tenía rente a él. Cuando los rayos alcanzaron al hombre, su piel
ennegreció y se agostó, desprendiéndose hasta que el blanco brillo de los huesos empezó a ser
visible. La podredumbre progresó rápidamente y las balbuceantes protestas ahogadas en su
garganta pasaron a convertirse en un horrible acceso de pus negro que cayó al suelo. Pronto sólo
quedó un esqueleto desprovisto de carne. Siguió de pie por pura voluntad durante unos instantes,
y después cayó al suelo, mezclándose con los huesos de todos los demás.

Nagash consideró por unos instantes el volver a su larga meditación, pero finalmente disidió que
ya había estado demasiado tiempo meditando. Había recuperado gran parte de su fuerza. Tenía
muchas cosas que hacer. Lentamente, como un anciano levantándose de su lecho de enfermedad,
el Gran Nigromante se levantó de su trono. Reuniendo fuerzas a cada paso, descendió por las
escaleras, y atravesó la sala de audiencias, aplastando huesos humanos con cada uno de sus
pasos.

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