Crisis Civilizatoria
Crisis Civilizatoria
Crisis Civilizatoria
En estos momentos se desenvuelve otra crisis que, a primera vista, hace parte del
recurrente ciclo capitalista que en forma periódica desemboca en una caída drástica en
todos los órdenes de la vida económica. Pero si se mira con algún cuidado, la crisis
actual tiene unas características diferentes a todas las anteriores ya que hace parte de un
quiebre civilizatorio de carácter integral, que incluye factores ambientales, climáticos,
energéticos, hídricos y alimenticios. La noción de crisis civilizatoria es importante
porque con ella se quiere enfatizar que estamos asistiendo al agotamiento de un modelo
de organización económica, productiva y social, con sus respectivas expresiones en el
ámbito ideológico, simbólico y cultural. Esta crisis señala las terribles consecuencias de
la producción de mercancías, que se ha hecho universal en los últimos 25 años, con el
objetivo de acumular ganancias para los capitalistas de todo el mundo y que sólo es
posible con el gasto exacerbado de materiales y energía.
La civilización industrial capitalista consolidada durante los dos últimos siglos, un breve
lapso de la historia humana, se ha sustentado en la extracción intensiva de combustibles
fósiles (carbón, gas y, de manera primordial, petróleo). Las transformaciones
tecnológicas que se han producido desde la Revolución Industrial en Inglaterra, a finales
del siglo XVIII, han sido posibles por el uso de estos combustibles, a los cuales están
asociados la maquina de vapor, el ferrocarril, el avión, el televisor, el tanque de guerra,
el automóvil, el computador, el teléfono celular y en la práctica casi cualquier artefacto
que se nos ocurra. El uso de esos combustibles ha permitido al capitalismo extenderse
por todo el mundo ya que los medios de transporte han aumentado su velocidad, tamaño
y alcance, con lo cual la producción de mercancías ha rebasado el ámbito local y se ha
desplegado por el orbe entero.
La utilización de petróleo a vasta escala ha urbanizado el mundo, como nunca había
sucedido en la historia humana, hasta el punto que hoy por primera vez habita en las
ciudades un poco más del 50 por ciento de la población mundial, una tendencia que se
incrementará en los años por venir, marcando la desruralización del planeta. En las
ciudades se reproduce a escala planetaria la diferenciación social, entre una minoría
opulenta que reproduce el American Way of Life y una mayoría que vive en la más
espantosa pobreza, sin tener acceso a los servicios públicos fundamentales, apiñados en
tugurios y sin contar con lo básico para vivir en forma digna, constituyendo las ciudades
de la miseria .[1]
Aun más, la expansión mundial del capitalismo, que tanto se aplaude, no habría sido
posible sin el petróleo, ya que la producción de China o India, que vincula a millones de
personas al mercado capitalista como productores (en las maquilas y fábricas de la
muerte) y consumidores (vía uso de automóviles o celulares, para indicar los íconos de
este sistema), se ha logrado con la reproducción de la lógica depredadora del
capitalismo y el uso a vasta escala de combustibles fósiles. En ese sentido, no resulta
extraño que China sea el segundo productor mundial de CO2 y necesite para mantener
su irracional sistema de producción capitalista, concentrado en la zona norte del país, de
ingentes cantidades de agua, madera, minerales y toda clase de materiales.
Pero el petróleo tiene un problema, es un recurso no renovable, y en estos momentos
nos encontramos en un punto de inflexión, cuando ha comenzado su agotamiento
irreversible. Esto se explica por el hecho elemental que la cantidad de combustibles
fósiles existentes es fija y en la medida en que sean extraídos a una mayor velocidad,
más rápido se acabarán. Y eso es lo que está sucediendo hoy como consecuencia de la
generalización de la lógica capitalista de producción y consumo a todo el mundo, puesto
que las clases dominantes replican el modelo estadounidensepor doquier.Esto ha
conducido al aumento del consumo diario de petróleo para garantizar que se incremente
la producción de cualquier tipo de mercancías que se consumen a vasta escala en las
cuatro esquinas del planeta, así como para permitir la construcción de infraestructura
que posibilite el transporte de esas mercancías, con nuevas ciudades, carreteras, puertos,
viaductos y aeropuertos.
Dado el aumento de la población vinculada al mercado capitalista, y del consumo que
de allí se deriva, no hay duda que nos encontramos en el cénit no solamente de la
producción de petróleo y de carbón sino de los principales recursos minerales que
posibilitan el funcionamiento de la civilización capitalista. Para recalcar la importancia
crucial de la crisis energética valga recordar que desde hace algunos años ciertos
investigadores vienen estudiando el pico del petróleo, a partir de los descubrimientos
del ingeniero estadounidense King Hubber, y vaticinaron que ese pico se alcanzaría
entre el 2000 y el 2010, momento en el que nos encontramos, y que coincide en forma
milimétrica con el estallido de la actual crisis económica. En rigor, las dos no están
desconectadas porque la sobreproducción capitalista –el origen fundamental de la crisis
económica– ha sido posible por la incorporación de nuevos territorios a la producción
mercantil, con lo cual se incrementa el gasto de energía y de materiales.
GRAFICA No. 1
FUENTE: Fernando Bullón Miró, El mundo ante el cenit del petróleo, en
www.crisisenergetica.org/.../El_mundo_ante_el_cenit_del_petroleo.htm -
.
GRAFICA No. 2
EL PICO DEL PETROLEO
Junto con todas las crisis antes nombradas, y como síntesis de las mismas, hay que
considerar la crisis ambiental, hoy generalizada a todo el planeta. Son numerosos los
componentes de la degradación medioambiental que hoy soportamos, en la que deben
incluirse la destrucción de fuentes de agua, la desaparición de tierras y suelos aptos para
la agricultura, el arrasamiento de selvas y bosques, la reducción de recursos pesqueros,
la disminución de la biodiversidad, la extinción de especies animales y vegetales, la
generalización de distintos tipos de contaminación, la reducción de la capa de ozono y
la destrucción de ecosistemas.
Todos estos componentes de la catástrofe ambiental que ponen en riesgo la misma
continuidad de la especie humana, se han originado en la lógica depredadora del
capitalismo con su concepción arrogante de mercantilizar todo lo existente y de dominar
la naturaleza a su antojo. Pretendiendo eludir los límites naturales, la expansión mundial
del capitalismo ha transformado los paisajes del planeta, sometiendo a los recursos y a
las especies a la férula de la valorización del capital, dando por sentado, en forma
optimista, que la naturaleza es una externalidad que no tiene costo y que, al no
contabilizarse en términos económicos, se puede destruir impunemente, y además es
posible regenerarla muy rápido o sustituirla de manera artificial.
El resultado no podía ser más terrible, si se considera que nunca antes se había asistido a
una situación como la actual con su cúmulo de desastres pretendidamente “naturales”,
de lo cual tienen muy poco, como huracanes, tifones, inundaciones, maremotos,
avalanchas, tsunamis y terremotos que año a año matan a miles de personas y hunden en
mayor pobreza a los miserables del mundo. Esta es una clara manifestación del precio
que debe pagarse por haber sometido a una transformación acelerada a la naturaleza,
como parte del uso intensivo de combustibles fósiles y del uso descomunal de
materiales y de recursos naturales para obtener ganancias. Esto se ha acentuado en las
últimas décadas por el incremento en el consumo mundial de mercancías y por la
apropiación subsecuente de los bienes naturales, considerados ahora como propiedad
privada.
Nada tiene de raro, en esa perspectiva, que se libre una guerra mundial por parte de los
países imperialistas y sus compañías multinacionales para apoderarse de los recursos
energéticos, naturales, forestales e hídricos en aquellas zonas que todavía los tienen,
como se evidencia en el Congo, en Colombia, en Brasil, en México, en Indonesia y
otros países. El consumo a vasta escala de ciertos artefactos electrónicos, viene
acompañado del arrasamiento de ecosistemas y de guerras locales en países africanos,
por ejemplo, para satisfacer la necesidad de suministrar materias primas (metales y
minerales) a las empresas transnacionales que financian ejércitos estatales y privados
con el fin de asegurarse el abastecimiento de esas materias primas y mantener la oferta
de sofisticados instrumentos tecnológicos.[7]
De otra parte, una de las expresiones más críticas de la situación ambiental está
relacionada con la reducción de la biodiversidad y con la extinción de especies, un
fenómeno que ha alcanzado una escala nunca antes vista. En efecto, ahora se está
presentando la sexta extinción de especies, provocada no por causas naturales sino
económicas y sociales, por acción de la lógica capitalista, si recordamos que la quinta
extinción se presentó hace 65 millones de años, cuando desaparecieron los dinosaurios y
gran parte de la vida existente en la tierra, por obra de un meteorito que se estrelló
contra nuestro planeta. La extinción actual es producida de manera directa e indirecta
por el capitalismo, al generalizar la mercantilización de la vida, lo que ha conducido a
considerar a los animales y plantas como una fuente más de ganancia, sin importar su
impacto destructor, como puede verse con el tráfico mundial de especies (la segunda
actividad ilícita en el mundo por las ganancias económicas que genera) y la conversión
de los animales en factorías de leche, carne o grasa, que ha desencadenado
enfermedades como las de la vaca loca, la gripa aviar o la gripe porcina, tan de moda en
estos días.
Algunos datos elementales son indicativos de las pérdidas de especies en curso: el
Índice de Planeta Viviente, que pretende medir el estado de la biodiversidad mundial,
muestra que se ha presentado un declive promedio del 30 por ciento entre 1970 y 2005
entre 3.309 poblaciones de 1.235 especies y ese mismo Índice pero aplicado a los
trópicos constata que allí el declive ha sido más dramático, alcanzando un 51 por ciento
en ese mismo período al considerar 1.333 poblaciones de 185 especies. De la misma
manera, nuestra huella ecológica –con la que se establece la cantidad de recursos de la
tierra y el mar, medido en hectáreas, que cada uno de nosotros necesita para vivir,
incluyendo la destinada a absorber nuestros desechos- señala que la demanda humana
sobre la biosfera aumentó más del doble entre 1961 y 2005, lo que indica en términos
más concretos que en la actualidad, al ritmo de población y consumo existentes, es
necesario algo así como 1,2 planetas tierra para vivir y que en el 2030 se necesitaran dos
planetas, algo insostenible por supuesto. Como es obvio, la huella ecológica de todos los
países y todos los seres humanos no es similar, puesto que el nivel de consumo de los
países capitalistas del centro es sensiblemente mayor que la del resto del mundo, ya que
Estados Unidos es el país que tiene una mayor huella ecológica, que de lejos supera su
capacidad de carga. Así, esa huella es de un promedio de una hectárea en los países más
pobres, mientras que en los Estados Unidos ce acerca a las 10 hectáreas y en promedio
para toda la población humana es de 2.1 hectáreas[8]. Eso puede apreciarse en la gráfica
siguiente:
GRAFICA No. 4
FUENTE: Federico G. Martín, Desarrollo sostenible y huella ecológica, en
books.google.com.co/books?isbn=8497450809
Asímismo, la desaparición de las selvas y bosques para extraer maderas y otros recursos
o como parte de la expansión de la frontera agrícola para soportar el crecimiento
demográfico y la concentración de suelos productivos en pocas manos, les reduce el
espacio indispensable para subsistir a muchas especies animales y vegetales. De la
misma forma, el modelo exportador, como mecanismo de vinculación al capitalismo
mundial por parte de las clases dominantes de los países periféricos, destruye los
ecosistemas para cumplir con las exigencias de los conglomerados multinacionales de
extraer todos los recursos exigidos en zonas ecológicamente frágiles, como sucede en la
Amazonia o en la costa pacífica colombiana. Esta última se ha convertido en una tierra
de megaproyectos para explotar oro, maderas, platino o sembrar cultivos como el
caucho o la palma aceitera, o para diseñar represas que garanticen el funcionamiento
energético de tales engendros del capitalismo mundial.
Al final, sin embargo, la crisis ambiental influye sobre el funcionamiento económico del
capitalismo, así éste intente escamotearla, en razón de que este sistema no puede eludir
las leyes físicas de la materia y la energía y no puede producir a partir de la nada y
tampoco lograr que los desechos, cada vez más abundantes, desaparezcan como por arte
de magia. Como no es posible construir un capitalismo posmaterial (una de las falacias
de los cultores de la información), la expansión mundial del modo de producción
capitalista requiere, como un Dios devorador, de cantidades ingentes de recursos y
energía. Sin embargo, como estos recursos son finitos (salvo el sol en términos de la
temporalidad humana, pues va a existir durante otros cinco mil millones de años), el
capitalismo tiene que enfrentar la dura realidad de estar sometido a ese límite, el del
agotamiento y carácter finito de los combustibles fósiles y la reducción acelerada de los
recursos naturales, así estos sean renovables. No es posible conciliar, en última
instancia, una lógica de crecimiento ilimitado, propia del capitalismo, con la existencia
limitada de recursos energéticos y materiales, si tenemos en cuenta que la tierra es un
sistema cerrado en términos de materia.
5. Trastorno climático por el uso intensivo de combustibles fósiles
Para completar el círculo perverso, todos los elementos anteriores influyen en otra
modificación de dimensiones imprevisibles, como es el trastorno climático. Utilizamos
este nombre para enfatizar que no puede seguir considerándose como un simple cambio,
porque con ello se estaría indicando que es algo gradual y puramente natural. Aunque a
lo largo de la historia del planeta tierra se hayan presentado incontables modificaciones
climáticas, con bruscos cambios hacia épocas glaciales o calidas, todas las
modificaciones anteriores tenían un origen natural. Ahora, existe un trastorno climático
asociado de manera directa al uso de combustibles fósiles, especialmente del petróleo.
No por casualidad, en la medida en que se llegaba al pico del petróleo han aumentado
en forma proporcional las emisiones de CO2 y su concentración en la atmosfera, como
se observa en la gráfica adjunta.
GRAFICA No. 4
FUENTE: Fernando Bullón Miró, “El mundo ante el cénit del petróleo”, en
www.crisisenergetica.org/.../El_mundo_ante_el_cenit_del_petroleo.htm -
Algunos científicos han establecido que el clima es uno de los factores fundamentales
para explicar la extraordinaria biodiversidad y, por lo mismo, sus modificaciones tienen
efectos devastadores sobre variadas formas de vida. Aunque entre los climatólogos no
exista consenso sobre la magnitud que tendrá el trastorno climático, muy pocos dudan
que estamos asistiendo a una transformación brusca que es resultado de la acción
antropica, ligada a la constitución de la moderna sociedad industrial desde finales del
siglo XVIII. Esa transformación climática ya ha tenido sus primeras manifestaciones
desde hace unos cuarenta años, cuando se detectó la destrucción de la capa de ozono en
algunos lugares de la Antártida. En tiempos más recientes se ha incrementado el número
de huracanes, cada vez más destructivos, en el Mar Caribe por el aumento de la
temperatura del agua del océano, debido al efecto invernadero. Incluso, hace poco
tiempo se presentó un primer huracán que azoto a las costas de España, un fenómeno
nunca antes visto. En general durante el siglo XX la temperatura promedio del mundo
se modificó en 0.6 grados centígrados, como consecuencia del uso de combustibles
fósiles y de la producción de otros gases de efecto invernadero. Como no hay
perspectivas reales en la actualidad de una reducción del empleo de esos combustibles –
pese a su agotamiento irreversible-, puede predecirse con toda seguridad un aumento
aún mayor de la temperatura del planeta, lo cual va a originar una catástrofe climática
con efectos desastrosos, como ya se comienza a observar a nuestro alrededor.[9]
Eso se constata con los anuncios preocupantes sobre la desaparición de los páramos en
Colombia, el deshielo de grandes nevados en diversos lugares de América del Sur
(Argentina, Chile, Bolivia, entre otros) y el descongelamiento del casquete polar que
cubre al Ártico. Hasta hace poco se predecía que este último suceso podría acontecer en
50 ó 100 años, pero los últimos estudios han indicado que eso puede ser posible en los
próximos 5 ó 10 años, con devastadoras consecuencias no sólo para diferentes especies,
empezando por el oso polar, sino para grandes comunidades humanas, porque el
deshielo aumenta la cantidad de agua y el nivel del mar que de inmediato repercutirá en
las zonas costeras habitadas, del norte de América. Al respecto, ciertos estudios
anuncian que en un lapso de 50 años desaparecerán, como resultado de las
modificaciones climáticas, unas 450 mil especies animales y vegetales, algo así como el
30 por ciento de todas las especies vivas actualmente existentes.
Como para sopesar el interés y las preocupaciones que esta transformación climática
suscita en el capitalismo, ya hay quienes -en Estados Unidos, Rusia, Canadá y otros
países- piensan que el descongelamiento del polo norte es una buena noticia porque
propiciará negocios y nuevas oportunidades de obtener dividendos, al dejar un espacio
libre para que por allí circulen embarcaciones y se acorte la distancia entre ciertos
lugares del norte (por ejemplo, se afirma que la distancia entre Rótterdam y Yokohama
se podría reducir en un 42 por ciento), al tiempo que será más barato realizar
prospecciones petroleras y extraer los hidrocarburos que se encuentran en el subsuelo de
esa zona ártica, congelada durante miles de años.[10] Finalmente, este optimismo cínico
se sustenta en la falacia de que la economía puede crecer sin límites y superar todos los
obstáculos que encuentre a su paso, incluyendo, las modificaciones climáticas.
Una naturaleza devastada y un tejido social mundial desgarrado por el hambre y por la
exclusión anulan las condiciones para reproducir el proyecto del capital dentro de un
nuevo ciclo. Todo indica que los límites de la Tierra son los límites terminales de este
sistema que ha imperado durante varios siglos.
El camino más corto hacia el fracaso de todas las iniciativas que buscan salir de la crisis
sistémica es esta desconsideración del factor ecológico. No es una “externalidad” que se
pueda tolerar por ser inevitable. O lo situamos en el centro de cualquier solución posible
o tendremos que aceptar el eventual fracaso de la especie humana. La bomba ecológica
es más peligrosa que todas las bombas letales ya construidas y almacenadas.[12]
Esta situación plantea la pregunta sobre la posibilidad de colapso de la civilización
capitalista y con ella de la humanidad, pero esta última perspectiva sólo si no se admite
la existencia de alternativas revolucionarias, imprescindibles para evitarlo. Como diría
Walter Benjamin hoy la revolución es más actual que nunca para colocar los frenos de
emergencia que detengan la caída rauda en el abismo e impida que el capital nos hunda
en la locura mercantil que nos conduce hacia la muerte como especie y a la desaparición
de diversas formas de vida.[13]
Ahora bien, la posibilidad de un colapso para el sistema capitalista no quiere decir que
los capitalistas del mundo vayan a renunciar a seguirlo siendo y vayan a optar por otra
forma de organización social, pues está demostrado a través de la historia que el
capitalismo no va a desaparecer gracias a sus propias crisis, sino por acción de sujetos
colectivos, conscientes de la necesidad de superar esta forma de organización social y
que actúan en consecuencia, como sucedió al estallar los procesos revolucionarios que
se presentaron durante el siglo XX. Y, en ese sentido, la actual crisis no es diferente,
puesto que, como modo de producción, el capitalismo va a reactivar el crecimiento por
un breve tiempo, pero eso va a agravar tanto las condiciones de reproducción del
sistema como la vida de la mayor parte de la población mundial. Estas dos
circunstancias son las que indican que la crisis actual, en la que confluyen todos los
aspectos mencionados en este ensayo, no es otra más, pasajera y circunstancial, sino de
repercusiones de largo plazo, porque su costo humano y ambiental va a incidir en la
vida de millones de seres humanos, lo cual puede conducir o a un cambio
revolucionario o a que se acentúen las tendencias más destructivas y criminales del
capitalismo, cuyo funcionamiento se enfrenta a un límite insuperable, el fin del petróleo
y el agotamiento de los recursos.
De igual forma, con la crisis civilizatoria ya no se presenta sólo un desplome económico
al que sigue una rápida recuperación, sino que por el contrario se asiste, como ahora, a
un deterioro incontrolable de las condiciones naturales y sociales de la producción,
motivado por la acción del mismo capitalismo, aunque eso no impida que en el
cortísimo plazo algunas fracciones del capital alcancen ganancias extraordinarias, como
resultado del acaparamiento, la especulación o la inversión en actividades relacionadas
con la misma crisis, tal como la compra de empresas petroleras o de automóviles. En
pocas palabras, la crisis civilizatoria “es silenciosa persistente, caladora y su sorda
devastación se prolonga por lustros o décadas, marcados por estallidos a veces intensos,
pero no definitivos, que en la perspectiva de la cuenta larga configuran un periodo de
crisis epocal”.[14]
Y este carácter insoluble de la crisis civilizatoria plantea la urgencia de un cambio
revolucionario para sustituir al capitalismo si es que la humanidad quiere tener un
mañana. Esto exige la construcción de otra civilización distinta al capitalismo que
recobre los valores de la justicia, la igualdad, el valor de uso, la solidaridad, la
fraternidad y otro tipo de relaciones con la naturaleza y que rompa con el culto al
consumo, a la mercancía y al dinero. Eso supone reconocer la existencia de límites de
diversa clase para los seres humanos: naturales, materiales, energéticos, económicos,
tecnológicos y sociales que tornan imposible un crecimiento ilimitado, como el
postulado por el capitalismo realmente existente, y que hoy se exalta como el milagro
salvador que va a sacar al capitalismo de la crisis, y que pretende estar por encima de
cualquier tipo de condicionamiento para sostener que no hay ningún tipo de barrera, ni
natural ni social, que pueda impedir una expansión incontenible de la acumulación de
capital.
Un movimiento anticapitalista en las actuales circunstancias de crisis civilizatoria debe
plantearse una estrategia doble, que es complementaria y no antagónica: uno, impulsar
todas las medidas indispensables para mejorar las condiciones de vida de la población
pobre mediante la redistribución mundial y nacional de la riqueza que permitan romper
con la injusticia y la desigualdad de clase, sin que esto se de por la órbita mercantil que
privilegia el afán de lucro sino mediante la recuperación del valor de uso, la solidaridad
y la fraternidad, todo lo cual sólo puede hacerse con una revolución que posibilite el
control de los medios de producción por los productores asociados que, por supuesto,
requiere como condición fundamental la “expropiación de los expropiadores”; y dos,
replantear en forma radical la noción de progreso tecnológico, proponiendo un
programa político y económico que cuestione la producción mercantil y todos sus
efectos ambientales y energéticos.
Esto, desde luego, supone todo un reto ideológico y político para afrontar la crisis
porque implica que las izquierdas históricas deben romper con su inveterado culto al
progreso, a las fuerzas productivas y a los artefactos tecnológicos generados por el
capitalismo, lo cual requiere de un nuevo tipo de educación y politización, porque “es
imprescindible refundar un movimiento comunista rojo-verde, que ponga en el centro de
su actividad política las medidas ambientalistas radicales”.[15]
En esta dirección, hoy ante la crisis civilizatoria se precisa complementar dos tipos de
crítica, la de Marx a la explotación de los trabajadores y otra, más reciente del
ecologismo anticapitalista, a la destrucción de las condiciones que permiten la
reproducción de la vida. Y esta doble crítica debería recobrar la indignación, aquella
que Marx mostró cuando denunció que la búsqueda insaciable de plusvalía por parte de
los capitalistas degrada las relaciones humanas y esa misma indignación se requiere
para enfrentar las consecuencias de la crisis ambiental y la transformación climática, ya
que “frente a esta posibilidad de una gran perturbación que pondría en peligro la base
material de la reproducción social, los sectores dominantes de la burguesía han caído
aún más bajo, en una degradación moral sin precedentes, que pone en peligro el futuro
de la humanidad en su temerario intento de continuar las prácticas productivas que han
creado esta situación”.[16]
Con relación a esta decadencia moral e histórica de las clases dominantes que
representan a un régimen económico y social que puede catalogarse como un
capitalismo senil, es imprescindible reivindicar otra ética, la de los límites y la de la
autocontención, que deben llevar a plantear la urgencia del decrecimiento en algunos
lugares del mundo (en los países altamente industrializados), junto con la redistribución
económica allá y en el sur del mundo, como resultado de una modificación
revolucionaria en las relaciones de propiedad, como un proyecto político, colectivo y
urgente, que claramente reivindique la superación del capitalismo porque solamente una
ruptura con su culto al crecimiento, su consumismo exacerbado y su productivismo sin
límites, puede evitar la catástrofe. Porque, en pocas palabras, “la dinámica del
capitalismo de consumo masivo desemboca en la aberración de un planeta para usar y
tirar. Frente a esto el ecologismo es insurgente: ¡la Tierra no es desechable!”.[17] Por
ello, como dicen Adolfo Gilly y Rhina Roux “en el mundo de hoy, razonar con lucidez
y obrar con justicia conduce a la indignación, el fervor y la ira, allí donde se nutren los
espíritus de la revuelta. Pues el presente estado del mundo es intolerable; y si la historia
algo nos dice es que, a su debido tiempo, no será más tolerado”.[18]
En efecto, la historia está abierta y que se consolide otra forma de sociedad depende, en
última instancia, de la capacidad de refundar un proyecto anticapitalista de tipo
ecosocialista por todos los sujetos que creen que otro mundo es posible y necesario, y
que tal vez podría expresarse de manera sintética en la actualización de una célebre
máxima revolucionaria, de esta manera: “Ecosocialismo o barbarie tecnofascista”.
Artículo enviado por el autor para su publicación en Herramienta.
[1] Mike Davis, Planeta de ciudades de la miseria, Madrid, Editorial Foca, 2007.
[2] Richard C. Duncan, “La teoría de Olduvai. El declive final es inminente”, en
www.crisisenergetica.org/ ficheros/TeoriaOlduvaiFeb2007.pdf
[3] Juan Jesús Bermúdez, “Julio de 2008, cenit del petróleo” en Rebelión, junio 22 de
2009.
[4] Pedro Prieto y Manuel Talens, “Michael Moore y el caso de la General Motors: ¿Se
avecina el fin del capitalismo?”, en Rebelión, junio 12 de 2009.
[5] Richard Duncan citado en Ramón Fernández Durán, El crepúsculo de la era trágica
del petróleo, copia a máquina, pág. 1.
[6] Joel K. Bourne, “El fin de la abundancia. La crisis alimentaria mundial”, en National
Geographic en Español, junio de 2009, págs. 44-45.
[7] Michael Klare, Planeta sediento, recursos menguantes. La nueva geopolítica de la
energía, Barcelona, Ediciones Urano, 2008, págs. 207 y ss.
[8]. Fondo Mundial por la Naturaleza, Informe de Planeta Vivo, 2006 y 2008, págs. 2-3;
Edward O. Wilson, El futuro de la vida, Barcelona, 2002, Círculo de Lectores, pág. 54.
[9]. Federico Velásquez de Castro, 25 preguntas sobre el cambio climático. Conceptos
básicos del efecto invernadero y del cambio climático, Le Monde Diplomatique,
Buenos Aires, 2008.
[10]. Ver al respecto Mckenzie Funk, “El Ártico en conflicto”, en National Geographic
en Español, mayo de 2009, págs. 30 y ss.
[11]. Susan George, El informe Lugano, Barcelona, Editorial Icaria, 2002.
[12] Leonardo Boff, “El camino más corto hacia el fracaso”, Rebelión, abril 26 de 2009.
[13]. Cf. Jared Diamond, Colapso, Editorial Debate, Madrid, 2005, y Franz J.
Broswimmer, Ecocidio. Breve historia de la extinción en masa de las especies,
Pamplona, Laetoli, 2005.
[14]. Armando Bartra, “Achicando la crisis. De la crisis múltiple a la recesión”, La
Jornada, junio 28 de 2009.
[15]. Mauricio Schoijet, Límites del crecimiento y cambio climático, México, Siglo XXI
Editores, 2008, pág. 344.
[16]. Ibíd., pág. 341.
[17]. Jorge Riechmann, Gente que no quiere viajar a Marte. Ensayos sobre ecología,
ética y autolimitación, Madrid, Ediciones La Catarata, 2004. pág. 113.
[18]. Adolfo Gilly y Riox, “Capitales, tecnologías y mundos de la vida. El despojo de
los cuatro elementos”, en Herramienta, N° 40, marzo de 2009, pág. 38.