La Casa de Bernarda Alba

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LA CASA DE BERNARDA ALBA

PONCIA: Quisiera que, como no come ella, que todas nos muriéramos de hambre. ¡Madona!
¡Dominanta!. Tirana de todos los que la rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y
ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa que lleva en su maldita
cara. Treinta años llevo lavando sus sábanas, treinta años comiendo sus sobras, noches en
vela cuando tose, días enteros mirando por la rendija para espiar a los vecinos y llevarle el
cuento; vida sin secretos una con la otra, y sin embargo, ¡Maldita sea! ¡Mal dolor de clavo le
pinche en los ojos!...Pero yo soy buena perra: ladro cuando me lo dice y muerdo los talones de
los que piden limosna cuando ella me azuza…pero un día me hartaré y ese día me encerraré
con ella en un cuarto y le estaré escupiendo un año entero: Bernarda por esto, por lo otro…La
hija mayor tiene dineros, las demás, mucha puntilla bordada, mucha camisa de hilo, pero pan y
uvas por toda herencia.

CRIADA: Ya quisiera yo tener lo que ellas

PONCIA: Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en la tierra de la verdad.

CRIADA: La única tierra que nos dejan a los que no tenemos nada.

PONCIA: El último responso… A mí me gusta mucho cómo canta el párroco. En el Pater noster,
subió, subió, subió la voz, que parecía un cántaro llenándose de agua. En la misa de mi madre
que en gloria esté, cantó…retumbaban las paredes y cuando decía amén…era como si un lobo
hubiese entrado en la iglesia… ¡Amén!

CRIADA: Te vas a hacer el gaznate polvo!

PONCIA: ¡Otra cosa me haría polvo yo!

CRIADA: ¡Ay, Antonio María Benavides!... ¡Que ya no verás estas paredes, ni comerás el pan de
esta casa! Yo fui la que más te quiso de las que te sirvieron… ¿Y he de vivir yo después de
haberte marchado? ¿Y he de vivir?

BERNARDA: ¡Silencio! Requiem aeternam donat eis, Domine.

PONCIA: ¡Cómo han puesto la solería!

CRIADA: Igual que si hubiera pasado un rebaño de cabras.

BERNARDA: Niña, dame un abanico.

AMELIA: Tome usted madre.

BERNARDA: ¿Es éste el abanico que se le da a una viuda? Dame uno negro y aprende a
respetar el luto de tu padre. En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el
viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó
en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras podéis empezar a bordaros el ajuar. En
el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos. Magdalena
puede bordarlos
MAGDALENA: Sé que no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino. Malditas sean las
mujeres.

BERNARDA: Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el cuento a tu padre. Hilo y
aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón. Eso tiene la gente que nace con posibles.

MARTIRIO: Nos vamos a cambiar de ropa.

BERNARDA: Sí, pero no el velo de la cabeza. ¿Y Angustias?

AMELIA: La he visto asomada a la rendija del portón.

BERNARDA: Y tú a qué fuiste también al portón?

AMELIA: A ver si había puesto las gallinas. Había un grupo de hombres parados por fuera.

BERNARDA: ¡Angustias! ¡Angustias!

ANGUSTIAS. ¿Qué manda usted ,madre?

BERNARDA: ¿Qué mirabas y a quién?

ANGUSTIAS: A nadie, a nadie a nadie.

BERNARDA: ¿Es decente que una mujer de tu clase vaya con el anzuelo detrás de un hombre?
¿El día de la misa de su padre? Contesta, ¿A quién?

ANGUSTIAS: A nadie.

BERNARDA. ¡Suave! ¡Dulzarrona! (golpe)

PONCIA: Ella lo ha hecho sin dar alcance a lo que hacía…

CRIADA: Los hombres hablaban de Paca la Roseta.

AMELIA: Anoche ataron a su marido a un pesebre y a ella se la llevaron a la grupa del caballo
hasta lo alto del olivar.

BERNARDA: Y... qué pasó

PONCIA: Lo que tenía que pasar…Volvieron casi de día.

AMELIA: Paca la Roseta traía el pelo suelto y una corona de flores en la cabeza.

CRIADA: Contaban muchas cosas más. Ay… parecía una Santa Rosa de Lima en el suplicio.

BERNARDA: ¿Qué cosas?

CRIADA: Me da vergüenza repetirlas.

BERNARDA: Y mi hija las oyó?

PONCIA: Claro!
BERNARDA: Esa sale a sus tías blancas y untosas, que ponían ojos de carnero al piropo de
cualquier barberillo. ¡Cuánto hay que sufrir y luchar para hacer que las personas sean decentes
y no tiren al monte!

PAUSA

AMELIA: ¿Has tomado la medicina?

MARTIRIO: Para lo que me va a servir…

AMELIA: Pero… ¿la has tomado?

MARTIRIO: Ya hago las cosas sin fe. Pero como un reloj.

AMELIA: ¡Qué cosa más grande!

MARTIRIO: Es preferible no ver a un hombre nunca. Desde chica les tuve miedo, los veía uncir
bueyes y levantar costales de trigo entre voces y zapatazos, y siempre tuve miedo de crecer
por temor de encontrarme de pronto abrazada por ellos. Dios me ha hecho débil y fea, y los
ha apartado definitivamente de mí.

AMELIA: ¡Eso no digas! Enrique Humanes estuvo detrás de ti, y le gustabas.

MARTIRIO: ¡Invenciones de la gente! Una noche estuve en camisa detrás de la ventana hasta
que fue de día porque me avisó con la hija del gañán que iba a venir. …Y no vino. Fue todo
cosa de lenguas. Luego se casó con otra que tenía más que yo.

MAGDALENA: ¿qué hacéis?

MARTIRIO: Aquí.

MAGDALENA: Vengo de recorrer las cámaras. Por andar un poco, de ver los cuadros bordados
en cañamazo de nuestra abuela, el perrito de lanas y el negro luchando con el león, que tanto
nos gustaba de niñas. Aquella era una época más alegre. Una boda duraba diez días y no se
usaban las malas lenguas. Hoy hay más finura. Las novias se ponen el velo blanco, como en las
poblaciones, y se bebe vino de botella; pero nos pudrimos por el qué dirán.

MARTIRIO: ¡Sabe Dios lo que entonces pasaría!

AMELIA: Llevas desabrochados los cordones de un zapato.

MARTIRIO: Qué más da.

AMELIA: Te los vas a pisar y te vas a caer.

MAGDALENA: Una menos.

MARTIRIO: ¿Y Adela?
MAGDALENA: Se ha puesto el traje verde que se hizo para estrenar el día de su cumpleaños.
Se ha ido al corral y se ha puesto a dar voces: ¡Gallinas, gallinas, miradme!

AMELIA: ¡Si la hubiese visto madre!

MAGDALENA: Pobrecilla es la más joven de nosotras y tiene ilusión… ¿sabéis ya la cosa?

MARTIRIO: No sé a qué cosa te refieres.

MAGDALENA: Mejor que yo lo sabéis las dos. Siempre cabeza con cabeza como dos ovejitas,
pero sin desahogaros con nadie. Lo de Pepe el Romano. Ya se comenta por el pueblo. Pepe el
Romano viene a casarse con Angustias.

MARTIRIO: Yo me alegro. Es un buen hombre.

AMELIA: Yo también me alegro.

MAGDALENA: Ninguna de las dos os alegráis.

MARTIRIO: ¡Magdalena, mujer!

MAGDALENA: Si viniera por el tipo de Angustias, por Angustias como mujer, yo me alegraría,
pero viene por el dinero. Aunque Angustias es nuestra hermana, aquí estamos en familia y
reconocemos que está vieja, enfermiza y que es la que ha tenido menos mérito de todas
nosotras, porque si con veinte años parecía un palo vestido, qué será ahora que tiene
cuarenta.

MARTIRIO: La suerte viene a quien menos la aguarda.

MAGDALENA: Pepe el Romano tiene 25 años… lo natural es que viniese por ti, Amelia o por
Adela que tiene 20 años, pero no que venga a buscar lo más oscuro de esta casa.

AMELIA: Pues ya sabes, el dinero lo puede todo.

MARTIRIO: ¿Qué piensas, Adela?

ADELA: Yo no quiero estar encerrada. No quiero que se me pongan las carnes como a
vosotras. Mañana me pondré el vestido verde y me echaré a pasear por las calles. Yo quiero
salir de aquí.

BERNARDA: ¡Angustias ¡

ANGUSTIAS: Madre.

BERNARDA: Pero… ¿has tenido el valor de echarte polvos en la cara el día de la misa de tu
padre?

ANGUSTIAS: No era mi padre. El mío murió hace tiempo. ¿Es que ya no lo recuerda usted?
Madre déjeme usted salir.

BERNARDA: ¿Salir?... después de que te hayas quitado esos polvos de la cara.


TODAS: (A media voz) Socarrona, yeyo, perra, esquinera, ramera, puta.

ANGUSTIAS: ¡Guardaos la lengua en la madriguera! (Llora)

BERNARDA: No os hagáis ilusiones de que vais a poder conmigo. Hasta que salga de esta casa
con los pies por delante, mandaré en lo mío y en lo vuestro.

ANGUSTIAS:
Ya he acabado la tercera sábana, esta le corresponde a Amelia.

MAGDALENA: Angustias… ¿bordo también las iniciales de Pepe?

ANGUSTIAS: No.

MAGDALENA: ¿Y Adela?

AMELIA: Estará echada. Tendrá algo.

MARTIRIO: Esa no tiene ni más ni menos lo que tenemos todas.

MAGDALENA: Todas menos Angustias.

ANGUSTIAS: Yo me encuentro bien y al que le duela, que reviente.

AMELIA: Desde luego, hay que reconocer que lo que mejor has tenido es el talle y la
delicadeza.

ANGUSTIAS: Afortunadamente ponto voy a salir de este infierno.

AMELIA: Abre la puerta del patio. A ver si entra un poquito de aire fresco.

MARTIRIO: Esta noche pasada no me podía quedar dormida del calor.

PONCIA: Salía fuego de la tierra, también me levanté y todavía estaba Angustias en la ventana.

MAGDALENA: ¿Tan tarde? ¿A qué hora se fue Pepe?

ANGUSTIAS: Magdalena, a qué preguntas si lo viste.

AMELIA: Se iría a eso de la una y media.

ANGUSTIAS: ¿Si? Y tú qué sabes.

AMELIA: Yo lo sentí toser y oí los pasos de su jaca.

PONCIA: Yo lo sentí a eso de las cuatro.

ANGUSTIAS: No sería él.

PONCIA: Estoy segura.

PAUSA.
ANGUSTIAS: Cuando un hombre se acerca a una reja ya sabe que se le va a decir que sí.
Siempre habló él, yo no hubiera podido. Casi se me salta el corazón por la boca.

PONCIA. A mí me dijo “Buenas noches” y nos quedamos callados más de media hora. Me
corría el sudor por todo el cuerpo. Entonces Evaristo se acercó y me dijo con voz muy baja:
Ven que te tiente. (Risas) Luego se portó bien. En vez de darle por otra cosa, le dio por criar
colorines. Como solteras os conviene saber, de todos modos, que el hombre a los 15 días de la
boda, deja la cama por la mesa y luego, la mesa por la taberna, y la que no se conforma, se
pudre llorando en un rincón.

MAGDALENA: Adela, no te pierdas esto.

AMELIA: ¡Adela!

MARTIRIO: Apenas duerme.

ANNGUSTIAS: La envidia la come, selo noto en los ojos. Se le está poniendo mirar de loca.

ADELA: Tengo mal cuerpo.

MARTIRIO: ¿Es que no has dormido esta noche?

ADELA: ¡Dejadme ya! Durmiendo o velando, no tenéis que meteros en lo mío. Yo hago con mi
cuerpo lo que me parece.

MARTIRIO: Sólo es interés por ti.

ADELA: ¿Interés o inquisición? ¿No estabais cosiendo? Pues seguid. Quisiera ser invisible, pasar
por las habitaciones sin que me preguntéis donde voy. Mi cuerpo será de quien yo quiera.

PONCIA: De Pepe el romano, ¿No es eso?

ADELA: ¿Qué dices?

PONCIA: Lo que digo.

ADELA: ¡Calla!

PONCIA: ¿Crees que no me he fijado?

ADELA: ¿Qué sabes tú?

PONCIA: Las viejas vemos a través de las paredes.

ADELA: ¡Calla!

PONCIA: ¡No callo!

ADELA: ¡Métete en tus cosas, oledora, pérfida, buscas como una vieja marrana asuntos de
hombres y de mujeres para babosear en ellos!

PONCIA: ¡No me desafíes!


ADELA: Nadie podrá evitar lo que sucede y lo que tiene que suceder.

PONCIA: ¿Tanto te gusta ese hombre?

ADELA: ¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente.

PAUSA

ANGUSTIAS: ¿Dónde está el retrato de Pepe que tenía yo debajo de mi almohada? ¿Quién de
vosotras lo tiene?

MARTIRIO: Ninguna

AMELIA: ¡Ni que fuera un san Bartolomé de plata!

ANGUSTIAS: ¿Dónde está el retrato?

ADELA: ¿Qué retrato?

ANGUSTIAS: Una de vosotras lo ha escondido.

MAGDALENA: ¿Tienes la poca vergüenza de decir esto?

MARTIRIO: ¿Y ese retrato no se habrá escapado a media noche al corral? A Pepe le gusta andar
por ahí a la luz de la luna.

BERNARDA: ¿Qué escándalo es este en mi casa? Estarán las vecinas con el oído pegado al
tabique.

CRIADA: ¡Aquí está!

BERNARDA: ¿Dónde lo has encontrado?

CRIADA: Entre las sábanas de la cama de Martirio.

BERNARDA: ¡Mala puñalada te den!... Mosca muerta, sembradura de vidrios (Golpe)

MARTIRIO: No me pegue usted, madre.

ANGUSTIAS: Déjela, madre.

BERNARDA: Ni lágrimas te quedan en esos ojos.

ADELA: La mala lengua no tiene fin para inventar.

BERNARDA: ¡Adela!

AMELIA: Nos apedreáis con malos pensamientos.

MARTIRIO: Otras hacen cosas más malas…

ADELA: Hasta que se pongan en cueros de una vez y se las lleve el río.
BERNARDA: ¡Perversa!

ANGUSTIAS. Yo no tengo la culpa de que Pepe el Romano se haya fijado en mí.

ADELA: Por tus dineros.

ANGUSTIAS: ¡Madre!

BERNARDA: ¡Silencio!

MARTIRIO: ¡Por tus marjales y tus arboledas!

MAGDALENA: ¡Así es!

BERNARDA: ¡Qué pedrisco de odio habéis echado sobre mi corazón!... Pero todavía no soy una
anciana y tengo cinco cadenas para vosotras… y esta casa… levantada por mi padre para que ni
las hierbas se enteren de mi desolación. ¡Fuera de aquí!

PONCIA: Bernarda… ¿A ti no te parece que Pepe estaría mejor casado con Martirio o con
Adela?

BERNARDA: No me parece. Las cosas no son nunca a gusto nuestro.

PONCIA: A mí me parece mal que Pepe esté con Angustias, y a las gentes, y hasta al aire.

BERNARDA: ¿Ya estamos otra vez?... Te deslizas para llenarme de malos sueños. Y yo no quiero
entenderte, porque si llegara al alcance de todo lo que dices, te tendría que arañar.

PONCIA: No llegará la sangre al río.

BERNARDA: Afortunadamente. Mis hijas me respetan y jamás torcieron mi voluntad.

PONCIA: En cuanto las dejes sueltas se te subirán al tejado.

BERNARDA: Ya las bajaré yo tirándoles piedras.

PONCIA: Hay que ver el entusiasmo de Angustias, a su edad, con el novio…Ayer me contó mi
hijo mayor que a las cuatro y media de la madrugada, que él pasó por la calle con la yunta,
estaban hablando todavía.

BERBARDA. ¡A las cuatro y media!

ANGUSTIAS: ¡Mentira!

PONCIA: Eso me contaron.

ANGUSTIAS: Pepe lleva más de una semana marchándose a la una.

BERNARDA: No habrá nada. Nací para tener los ojos abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos ya
hasta que me muera.

PAUSA
MARTIRIO: Agradece a la casualidad que no desaté mi lengua.

ADELA: También habría hablado yo. Tú querías pero no has podido.

MARTIRIO. No te durará mucho tiempo.

ADELA: Lo tendré todo.

MARTIRIO: Romperé tus abrazos.

ADELA: Martirio, déjame.

MARTIRIO: De ninguna manera.

ADELA: Él me quiere para su casa

MARTIRIO: He visto como te abrazaba.

ADELA: yo no quería. He ido como arrastrada por una maroma.

MARTIRIO: ¡Primero muerta!

BERNARDA: Angustias, ¿a qué hora terminaste anoche de hablar?

ANGUSTIAS: A las doce y media.

BERNARDA: Y… ¿qué cuenta Pepe?

ANGUSTIAS: Yo lo encuentro distraído. Me habla siempre como pensando en otra cosa. Si le


pregunto qué le pasa me contesta: los hombres tenemos nuestras preocupaciones.

BERNARDA: No le debes preguntar, y cuando te cases, menos. Habla si él habla y mirarlo


cuando te mire, así no tendrás disgustos.

ANGUSTIAS: Yo creo, madre, que me oculta cosas.

BERNARDA: No procures descubrirlas. No le preguntes y, desde luego, que no te vea llorar


jamás.

ANGUSTIAS: Muchas veces lo miro con mucha fijeza y se me borra a través de los hierros,
como si lo tapara una nube de polvo de las que levantan los rebaños.

ADELA: Qué noche más hermosa, tiene el cielo unas estrellas como puños. Me gustaría
quedarme hasta muy tarde para disfrutar del fresco del campo.

BERNARDA: Pero… hay que acostarse. Andar vosotras también. Esta noche voy a dormir bien.

PONCIA: Cuando una no puede con el mar, lo más fácil es volver las espaldas para no verlo.

CRIADA: Es tan orgullosa que ella misma se pone una venda en los ojos. Bernarda cree que
nadie puede con ella y no sabe la fuerza que tiene un hombre entre mujeres solas. ¿Qué pasa?
PONCIA: Están ladrando los perros.

CRIADA: Debe haber pasado alguien por el portón.

PONCIA: ¿No te habías acostado?

ADELA: Voy a beber agua.

PONCIA: Te suponía dormida.

CRIADA: Los perros están como locos.

MARTIRIO: ¡Adela! ¡Adela!

ADELA: ¿Por qué me buscas?

MARTIRIO: Deja a ese hombre.

ADELA: ¿Quién eres tú para decírmelo?

MARTIRIO: No es ese el sitio de una mujer honrada. Ha llegado el momento de que yo hable.
Esto no puede seguir.

ADELA: Esto no ha hecho más que el comienzo. He tenido fuerza para adelantarme. El brío y el
mérito que tú no tienes. He visto la muerte debajo de estos techos y he salido a buscarn lo que
era mío, lo que me pertenecía.

MARTIRIO. Ese hombre vino por otra. Tú te has atravesado.

ADELA: vino por su dinero.

MARTIRIO: Yo no permitiré que se lo arrebates.

ADELA: Sabes mejor que yo que no la quiere.

MARTIRIO: Lo sé.

ADELA: Me quiere a mí, me quiere a mí, me quiere a mí.

MARTIRIO: Clávame y cuchillo si es tu gusto, pero no me lo digas más.

ADELA: No te importa que abrace a la que no quiere… A mí tampoco. Ya puede estar cien años
con Angustias, pero que me abrace a mí se te hace terrible, porque tú también lo quieres.

MARTIRIO: Sí, déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos. Sí déjame que el pecho se
rompa como una granada de amargura. ¡Lo quiero!

ADELA: Martirio, yo no tengo la culpa.

MARTIRIO: Mi sangre ya no es la tuya.

ADELA: Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que ahogarse, que se ahogue. Pepe es mío.
Él me lleva a los juncos de la orilla.
MARTIRIO: Eso no será.

ADELA: Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su


boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de
lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la
corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado.

MARTIRIO: ¡Calla! Eso no pasará mientras yo tenga una gota de sangre en el cuerpo.

ADELA: A un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas.

MARTIRIO: ¡No levantes la voz! ¿Dónde vas?

ADELA: ¡Quítate de la puerta!

MARTIRIO: ¡Pasa si puedes!

ADELA: ¡Aparta!

MARTIRIO: ¡Madre! ¡Madre!

ADELA: ¡Déjame!

BERNARDA: ¡Quietas! ¡Quietas! ¡Qué pobreza la mía, no tener un rayo entre los dedos!

MARTIRIO: ¡Estaba con él! Mira esas enaguas llenas de paja de trigo.

BERNARDA: Esa es la cama de las malnacidas

ADELA: ¡Aquí se acabaron las voces de presidio! Madre no de usted un paso más. En mí no
manda más que Pepe.

MAGDALENA: ¡Adela!

ADELA: Yo soy su mujer, él dominará esta casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera un
león.

ANGUSTIAS: ¡Dios mío!

BERNARDA: ¡La escopeta! ¡Donde está la escopeta!

ADELA: Nadie podrá conmigo.

ANGUSTIAS: De aquí no sales tú con tu cuerpo en triunfo. ¡Ladrona! ¡Deshonra de nuestra


casa!

MAGDALENA: ¡Déjala que se vaya donde no la veamos más! (suena un golpe)

BERNARDA: Atrévete a buscarlo ahora

MARTIRIO. Se acabó Pepe el Romano.

ADELA: ¡Dios mío, Pepe!


PONCIA: Pero… ¿lo habéis matado?

MARTIRIO: No, salió corriendo en su jaca

BERNARDA: Una mujer no sabe apuntar.

MAGDALENA: ¿Por qué lo has dicho entonces?

MARTIRIO: Por ella. ¡Hubiera volcado un río de sangre sobre su cabeza!

PONCIA: ¡Maldita!

MAGDALENA. ¡Endemoniada!

BERNARDA. Es mejor así. (Golpe) ¡Adela! ¡Adela!

PONCIA: ¡Abre!

BERNARDA. ¡Abre! No creas que los muros defienden de la vergüenza. ¡Abre porque echaré
abajo la puerta!¡Trae un martillo!

PONCIA: No entres, Bernarda.

BERNARDA: No… ¡Yo no! … Pepe: irás corriendo por lo oscuro de las alamedas, pero otro día
caerás. ¡Descolgadla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestidla como si fuera
doncella. ¡Nadie dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen! Avisad que al amanecer den dos clamores
de campanas, dos clamores de campanas, virgen, ha muerto virgen, ahora…silencio. Silencio.

CRIADA: Están Ladrando los perros.

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