Taller 2 Segundo Periodo Ciencias Sociales 8.1 y 8.2
Taller 2 Segundo Periodo Ciencias Sociales 8.1 y 8.2
Taller 2 Segundo Periodo Ciencias Sociales 8.1 y 8.2
TIBASOSA-BOYACA
La Revolución francesa
La Revolución francesa puede ser considerada como el hecho histórico más
importante de Europa durante el siglo XVIII, un evento determinante para el futuro
y desarrollo político del mundo occidental. Fue una revolución que cambió la
manera de ver el mundo y de ordenar las sociedades. 1789 fue el año en el cual
los franceses derrocaron en forma definitiva a la monarquía. Esta revolución
también acabó con el poder de la nobleza y cerró un nuevo pacto social en el
cual la libertad, la igualdad y la fraternidad serían las líneas a seguir. La
restructuración social de Francia para esta época aseguraría además que la
burguesía iniciara su camino hacia la conquista del poder político.
Causas
Las ideas de la Ilustración son seguramente el propulsor ideológico1 más
relevante a la hora de entender las causas de esta revolución. Los pensadores
ilustrados como Rousseau, Voltaire o Montesquieu sentaron las bases de un
nuevo sistema de pensamiento en el que primaban la justicia social, la
representación del pueblo y la libertad, esta última como bandera máxima. Hubo,
sin embargo, eventos sociales y políticos que avivaron la llama revolucionaria, ya
bien nutrida con pensamientos libertarios. A finales del siglo XVIII, Francia
mantenía una estructura social que se conoce como el Antiguo Régimen. Dividido
en Tres Estados (clases sociales), el pueblo francés no había visto aún las
posibilidades de que reinase la igualdad. El Primer Estado (1% de la sociedad)
estaba conformado por el clero, vale decir, miembros de la Iglesia que poseían
grandes cantidades de tierra y no pagaban impuestos. La Iglesia para este
momento “recompensaba” a la sociedad a través de obras de caridad o escuelas
de educación religiosa. El Segundo Estado (2% de la sociedad), conformado por
los nobles, tampoco pagaba impuestos. Los nobles, además, eran grandes
terratenientes. Por último, estaba el Tercer Estado (compuesto por el 97% de la
sociedad), el cual agrupaba tanto a los campesinos más pobres quienes debía
pagar más del 50% de sus ganancias en impuestos, como a los trabajadores y a
los burgueses. Los burgueses, en muchos casos, tenían tanto o más dinero que
los nobles. Eran banqueros, expertos artesanos, comerciantes, profesionales
liberales y por lo general estaban bien educados y muy inspirados por las ideas de
la Ilustración. En las mentes burguesas de los franceses del momento rondaba la
idea de que la carga de impuestos debía repartirse mejor, y que ellos como grupo
social con poder adquisitivo, también debían tener representación en el gobierno.
Por ese entonces, la población francesa era aproximadamente de 2.600.000 de
habitantes, de los cuales 120.000 pertenecían al clero y 400.000, a la nobleza. El
resto de la población, es decir la gran mayoría, pertenecía al Tercer Estado. La
estructura era inequitativa y por ello, esta situación debía eventualmente cambiar.
Claro está, en este sistema del Antiguo Régimen, el poder político, social y
económico estaba controlado por la nobleza y el clero, lo que provocó un aumento
en las tensiones sociales.
La crisis
Con una situación política tan desigual y con los alimentos caros y escasos, era
fácil que las clases menos favorecidas se dejasen guiar por la burguesía hacia
una revolución. Un ejemplo claro de ello fue la sublevación popular en París
conocida como “la marcha de las mujeres”. Un gran número de mujeres, armadas
con cuchillos y hoces, marcharon en señal de protesta hacia el Palacio de
Versalles, símbolo por excelencia del derroche y la corrupción de la realeza a la
que poco le importaba la situación que padecía el Tercer Estado. Las mujeres
marcharon en contra de los elevados precios de la harina y el trigo, que
generaban a su vez, un aumento en los precios del pan. Empezaba a hacerse
visible la inconformidad con actos violentos de desesperación. Las mujeres
marcharon valientemente, sin saber que, a la larga, no gozarían de los derechos
que otorgaría el gobierno de la Revolución a la población. Ante la situación tan
compleja, algunos ministros le aconsejaron al rey Luis XVI, que gravara a la
Iglesia y la nobleza con algunos impuestos y atenuar así la carga para los más
pobres. Como era de esperarse, ambos Estados rechazaron la propuesta e
iniciaron también una revuelta el 7 de junio de 1788 en la ciudad de Grenoble.
Conocemos este momento como la revuelta de los privilegiados.
• En lo político: todos los hombres son iguales ante la ley; se limita el poder de
la monarquía; se crea la Asamblea Nacional Legislativa para hacer las leyes; se
otorga derecho a quienes pagan impuestos a elegir los futuros miembros de
la Asamblea Legislativa.
• En lo socioeconómico: se declaran abolidos los privilegios de la nobleza;
se acaba oficialmente con el feudalismo; se autoriza el cobro de impuestos según
la capacidad de pago; se prohíben los sindicatos; se compensa a la nobleza por
las tierras invadidas por los campesinos.
• En lo religioso: se declara la libertad de cultos; se expropian las tierras de la
Iglesia; se coloca a la Iglesia Católica francesa bajo el mando del Estado; se
autoriza la elección de obispos y sacerdotes y el pago de un salario mensual.
Con esta constitución se promovieron los ideales del liberalismo político, se separó
el poder en tres ramas: legislativa, ejecutiva y judicial (Montesquieu) y se propuso
la soberanía nacional e igualdad legal entre los ciudadanos.
Todos estos avances demostraban el hastío frente al absolutismo, el profundo
impacto de las ideas ilustradas y el genuino poder de las masas descontentas.
También consolidaban a la burguesía como el motor de cambio social más
importante de la época. Para la Europa del momento, estos cambios eran casi
impensables, pero estaban ocurriendo: una gran potencia (así estuviera quebrada
financieramente) estaba cambiando de manera definitiva su estructura
socioeconómica y política. Una vez promulgada la Constitución de 1791, la
Asamblea Nacional Constituyente terminó sus funciones y se formó una
Asamblea Nacional Legislativa. Su trabajo era expedir las leyes y normas jurídicas
que permitirían gobernar el país bajo los preceptos ilustrados. Se incluyeron
cambios tan importantes como prohibir el encarcelamiento por deudas y la
creación de un sistema de pesas y medidas para controlar al poder, evitando
cualquier indicio de absolutismo.
Dentro de esta Asamblea, se destacaron varios grupos, entre ellos los realistas,
seguidores de la monarquía, que pronto desaparecieron del escenario político en
esta etapa de los acontecimientos; los jacobinos, radicales partidarios de la
República y la soberanía popular; y los girondinos, un sector moderado defensor
de una monarquía constitucional. A pesar de los grandes avances en términos
legislativos y sociales, Francia seguía teniendo profundas divisiones. No obstante,
el verdadero problema que enfrentaba la naciente República no venía de su
interior. Más bien había muchas fuerzas externas confabulando para que esta
revolución no culminara bien, y menos para que las ideas que traía consigo se
esparcieran por Europa. Ante la inminencia del cambio, muchos nobles buscaron
refugio en otros países para proteger sus vidas. Desde allí formaron el grupo de
los exiliados o emigres que hicieron frente a los revolucionarios para defender sus
intereses.
Algunas potencias como Austria y Prusia, temerosas de que las ideas llegasen a
sus países y derrocaran sus absolutismos, y en respaldo al rey (que era de la casa
Borbón como lo eran ellos también), tenían el serio interés de intervenir con sus
ejércitos en Francia para frenar el avance de las ideas revolucionarias. Así las
cosas, los diputados jacobinos, aprovechando su gran influencia en la Asamblea
Legislativa, presionaron al rey para que declarara la guerra a Austria. E respuesta,
el duque de Brunswick, en cabeza del ejército austriaco, redactó un manifiesto
donde anunciaba que “París sería destruida y arrasada”. Esta guerra alimentó otra
revolución popular, encabezada por los jefes jacobinos, entre ellos Maximiliano de
Robespierre.