Masculinidades
Masculinidades
Masculinidades
Masculinidades
3.1 Antecedentes.
En relación a la historia, anteriormente se indagaba la masculinidad, sin embargo,
se demostró que es una construcción totalmente controversial en relación con las
masculinidades, dos vertientes totalmente opuestas, por lo que surgió la siguiente
etapa evolutiva de las Nuevas masculinidades.
Nuevas masculinidades.
En 1991, el psicólogo Aaron Kipnis planteó la necesidad de encontrar una nueva
forma de masculinidad capaz de vivir en armonía con la feminidad.
Según el psicólogo Antonio Boscán Leal, la búsqueda de nuevas masculinidades
está asociada a la posibilidad de pensar en un acompañamiento o una
cooperación a los procesos de liberación de las mujeres. Estas nuevas
masculinidades han establecido una brecha entre aquellos roles estereotipados
históricamente y la posibilidad de establecer relaciones igualitarias entre varones,
mujeres y otras identidades sexuales.
Desde hace algunas décadas, varones preocupados por la imposición de
relaciones de dominación sobre las mujeres a partir del patriarcado, se han
comenzado a organizar para acompañar a las mujeres en sus luchas. Dichos
colectivos de “Varones Antipatriarcales” hacen aportes a las críticas al capitalismo
a partir de matrices de pensamiento alternativas al mandato patriarcal del varón.
4. Feminismo
4.1 Antecedentes
Algunas autoras ubican los inicios del feminismo a fines del s. XIII, cuando
Guillermine de Bohemia planteó crear una iglesia de mujeres. Otras rescatan
como parte de la lucha feminista a las predicadoras y brujas, pero es recién a
mediados del s. XIX cuando comienza una lucha organizada y colectiva. Las
mujeres participaron en los grandes acontecimientos históricos de los últimos
siglos como el Renacimiento, la Revolución Francesa y las revoluciones
socialistas, pero en forma subordinada. Es a partir del sufragismo cuando
reivindican su autonomía.
Las precursoras
La lucha de la mujer comienza a tener finalidades precisas a partir de la
Revolución Francesa, ligada a la ideología igualitaria y racionalista del Iluminismo,
y a las nuevas condiciones de trabajo surgidas a partir de la Revolución Industrial.
Olimpia de Gouges, en su “Declaración de los Derechos de la Mujer y la
Ciudadana” (1791), afirma que los “derechos naturales de la mujer están limitados
por la tiranía del hombre, situación que debe ser reformada según las leyes de la
naturaleza y la razón” (por lo que fue guillotinada por el propio gobierno de
Robespierre, al que adhería). En 1792 Mary Wollstonecraft escribe la “Vindicación
de los derechos de la mujer”, planteando demandas inusitadas para la época:
igualdad de derechos civiles, políticos, laborales y educativos, y derecho al
divorcio como libre decisión de las partes. En el s. XIX, Flora Tristán vincula las
reivindicaciones de la mujer con las luchas obreras. Publica en 1842 La Unión
Obrera, donde presenta el primer proyecto de una Internacional de trabajadores, y
expresa “la mujer es la proletaria del proletariado [...] hasta el más oprimido de los
hombres quiere oprimir a otro ser: su mujer”. Sobrina de un militar peruano, residió
un tiempo en Perú, y su figura es reivindicada especialmente por el feminismo
latinoamericano.
Las sufragistas
Si bien los principios del Iluminismo proclamaban la igualdad, la práctica demostró
que ésta no era extensible a las mujeres. La Revolución Francesa no cumplió con
sus demandas, y ellas aprendieron que debían luchar en forma autónoma para
conquistar sus reivindicaciones. La demanda principal fue el derecho al sufragio, a
partir del cual esperaban lograr las demás conquistas.
Aunque en general sus líderes fueron mujeres de la burguesía, también
participaron muchas de la clase obrera. EE.UU. e Inglaterra fueron los países
donde este movimiento tuvo mayor fuerza y repercusión. En el primero, las
sufragistas participaron en las sociedades antiesclavistas de los estados norteños.
En 1848, convocada por Elizabeth Cady Stanton, se realizó en una iglesia de
Séneca Falls el primer congreso para reclamar los derechos civiles de las mujeres.
Acabada la guerra civil, se concedió el voto a los negros, pero no a las mujeres, lo
que provocó una etapa de duras luchas. En 1920, la enmienda 19 de la
Constitución reconoció el derecho al voto sin discriminación de sexo.
En Gran Bretaña las peticiones de las sufragistas provocan desde el s. XIX
algunos debates parlamentarios. El problema de la explotación de mujeres y niños
en las fábricas vinculó al movimiento con el fabianismo, planteando
reivindicaciones por mejoras en las condiciones de trabajo. En 1903 se crea la
Woman’s Social and Political Union, que, dirigida por Emmiline Pankhurst,
organizó actos de sabotaje y manifestaciones violentas, propugnando la unión de
las mujeres más allá de sus diferencias de clase. Declarada ilegal en 1913, sus
integrantes fueron perseguidas y encarceladas. La primera guerra mundial produjo
un vuelco de la situación: el gobierno británico declaró la amnistía para las
sufragistas y les encomendó la organización del reclutamiento de mujeres para
sustituir la mano de obra masculina en la producción durante la guerra; finalizada
ésta, se concedió el voto a las mujeres.
En América Latina el sufragismo no tuvo la misma relevancia que en los EE.UU. y
Europa, reduciéndose en general la participación a sectores de las elites.
Tampoco las agrupaciones de mujeres socialistas lograron un eco suficiente. En la
Argentina, desde sus comienzos, las luchas de las mujeres por sus derechos se
dividieron en una corriente burguesa y otra de tendencia clasista y sufragista. En
ésta última militó Carolina Muzzilli, joven obrera, escritora y militante socialista.
Desde 1900 surgieron diversos centros y ligas feministas. En 1918 se funda la
Unión Feminista Nacional, con el concurso de Alicia Moreau de Justo. En 1920 se
crea el Partido Feminista dirigido por Julieta Lanteri, que se presentó varias veces
a elecciones nacionales. Pero las mujeres adquirieron un rol relevante en la
escena política argentina recién con la figura de María Eva Duarte de Perón, quien
promovió en 1947 la ley de derechos políticos de la mujer.
El Feminismo como Movimiento Social o Nuevo Feminismo. Al finalizar la
Segunda Guerra Mundial, las mujeres consiguieron el derecho al voto en casi
todos los países europeos, pero paralelamente se produjo un reflujo de las luchas
feministas. En una etapa de transición se rescata como precursora a Emma
Goldmann, quien ya en 1910 había publicado Anarquismo y otros ensayos, donde
relacionaba la lucha feminista con la de la clase obrera e incluso hacía aportes
sobre la sexualidad femenina. En esta etapa, ubicándolas como “iniciantes” del
nuevo feminismo, se destacan los aportes de Simone de Beauvoir, en El Segundo
sexo (1949) y de Betty Friedan, con el también consagrado Mística de la
femineidad (1963).
El denominado “nuevo feminismo”, comienza a fines de los sesenta del último
siglo en los EE.UU. y Europa, y se inscribe dentro de los movimientos sociales
surgidos durante esa década en los países más desarrollados. Los ejes temáticos
que plantea son, la redefinición del concepto de patriarcado, el análisis de los
orígenes de la opresión de la mujer, el rol de la familia, la división sexual del
trabajo y el trabajo doméstico, la. sexualidad, la reformulación de la separación de
espacios público y privado, a partir del eslogan “lo personal es político” y el estudio
de la vida cotidiana. Manifiesta que no puede darse un cambio social en las
estructuras económicas, si no se produce a la vez una transformación de las
relaciones entre los sexos.
Plantea también la necesidad de búsqueda de una nueva identidad de las mujeres
que redefina lo personal como imprescindible para el cambio político. El feminismo
contemporáneo considera que la igualdad jurídica y política reclamada por las
mujeres del s. XIX, en general conquistadas en el s. XX, si bien constituyó un paso
adelante, no fue suficiente para modificar en forma sustantiva el rol de las mujeres.
Las limitaciones del sufragismo eran las propias del liberalismo burgués, y se
concebía la emancipación de la mujer como igualdad ante la ley. Pero las causas
de la opresión demostraron ser mucho más complejas y más profundas. Aún con
el aporte de las ideas socialistas, la denuncia de la familia como fuente de
opresión, y la concepción de igualdad proletaria, no se llega al meollo de la
cuestión. Aunque hubo aportes esenciales como los de Alexandra Kolontai,
también el socialismo estaba teñido de una ideología patriarcal. Las revoluciones
socialistas no significaron un cambio sustancial para la mayoría de las mujeres.
El nuevo feminismo asume como desafío demostrar que la Naturaleza no
encadena a los seres humanos y les fija su destino: “no se nace mujer, se llega a
serlo”. Se reivindica el derecho al placer sexual por parte de las mujeres y se
denuncia que la sexualidad femenina ha sido negada por la supremacía de los
varones, rescatándose el orgasmo clitoridiano y el derecho a la libre elección
sexual. Por primera vez se pone en entredicho que - por su capacidad de
reproducir la especie- la mujer deba asumir como mandato biológico la crianza de
los hijos y el cuidado de la familia. Se analiza el trabajo doméstico, denunciando
su carácter de adjudicado a ésta por nacimiento y de por vida, así como la función
social del mismo y su no remuneración. Todo ello implica una crítica radical a las
bases de la actual organización social. “Ya no se acepta al hombre como prototipo
del ser humano, como universal. Luchamos, sí, porque no se nos niegue ningún
derecho, pero luchamos, sobre todo, para acabar con la división de papeles en
función del sexo” (P. Uría, E. Pineda, M Oliván, 1985).
Dentro del feminismo contemporáneo existen numerosos grupos con diversas
tendencias y orientaciones por lo cual es más correcto hablar de movimientos
feministas. Según Stoltz Chinchilla, el feminismo es una ideología parcial que tiene
que estar ligada consciente o inconscientemente con otra ideología de clase. En
un primer momento, que abarca la denominada Primera Ola (desde los sesenta,
hasta comienzos los ochenta aproximadamente) podemos sintetizar estas
corrientes en tres líneas principales: una radical, otra socialista y otra liberal,
entrecruzadas por las tendencias de la igualdad y la diferencia.
El feminismo radical sostiene que la mayor contradicción social se produce en
función del sexo y propugna una confrontación. Las mujeres estarían oprimidas
por las instituciones patriarcales que tienen el control sobre ellas y,
fundamentalmente, sobre su reproducción. Shulamith Firostene en su ya clásico
La dialéctica de los sexos (1971) sostiene que las mujeres constituyen una clase
social, pero “al contrario que en las clases económicas, las clases sexuales
resultan directamente de una realidad biológica; el hombre y la mujer fueron
creados diferentes y recibieron privilegios desiguales”. Propone como alternativa la
necesidad de una nueva organización social, basada en comunidades donde se
fomente la vida en común de parejas y amigos sin formalidades legales. El
feminismo radical tiene como objetivos centrales: retomar el control sexual y
reproductivo de las mujeres y aumentar su poder económico, social y cultural;
destruir las jerarquías y la supremacía de la ciencia; crear organizaciones no
jerárquicas, solidarias y horizontales. Otro rasgo principal es la independencia total
de los partidos.políticos y los sindicatos. La mayoría de las feministas radicales se
pronuncian también por el feminismo de la diferencia, que surge a comienzos de
los setenta en los EE.UU. y Francia con el eslogan ser mujer es hermoso. Propone
una revalorización de lo femenino, planteando una oposición radical a la cultura
patriarcal y a todas las formas de poder, por considerarlo propio del varón;
rechazan la organización, la racionalidad y el discurso masculino. Este feminismo
reúne tendencias muy diversas reivindicando por ejemplo que lo irracional y
sensible es lo característico de la mujer, revalorizando la maternidad, exaltando
las tareas domésticas como algo creativo que se hace con las propias manos,
rescatando el lenguaje del cuerpo, la inmensa capacidad de placer de la mujer y
su supremacía sobre la mente, la existencia de valores y culturas distintas para
cada sexo, que se corresponden con un espacio para la mujer, y un espacio para
el varón, etc. El mundo femenino se define en términos de antipoder o no-poder.
Esta tendencia fue mayoría en Francia e Italia y tuvo bastante fuerza en España.
Sus principales ideólogas fueron Annie Leclerc y Luce Yrigaray en Francia, Carla
Lonzi en Italia y Victoria Sendón de León en España.
Al anterior se contrapone el feminismo de la igualdad, que reconoce sus fuentes
en las raíces ilustradas y el sufragismo, pero se plantea conseguir la
profundización de esa igualdad hasta abolir totalmente las diferencias artificiales
en razón del sexo. En España, E. Pineda y C. Amorós abrieron el debate
realizando un análisis clarificador acerca de las implicancias conservadoras de la
tendencia extrema de la diferencia. En el seno del feminismo radical hay corrientes
–como la radical materialista- que cuestionan severamente la diferencia. Christine
Delphy la designa como neofemineidad, ya que tiene connotaciones biologistas y
esencialistas, y en definitiva no hace sino afianzar los estereotipos sexuales,
propio de una ideología reaccionaria. Las defensoras de la igualdad niegan la
existencia de valores femeninos y señalan que la única diferencia válida es la que
tiene su origen en la opresión. “Lo que se encuentra en la sociedad jerárquica
actual no son machos o hembras, sino construcciones sociales que son los
hombres y las mujeres” (Delphy, 1980).
Cabe destacar también que, después de duras polémicas, lograron eliminarse las
aristas más ríspidas de ambas tendencias, e incluso se reconocen aportes
mutuos, produciéndose lo que Amorós llama “la diferenciación de la igualdad y la
igualación de la diferencia”. Las corrientes del feminismo que se proponen una
alternativa de poder, como las socialistas y liberales, se pronuncian por la
igualdad, aunque esta noción adquiere significados muy distintos para ambas. El
feminismo liberal, con peso en especial en EE.UU., considera al capitalismo como
el sistema que ofrece mayores posibilidades de lograr la igualdad entre los sexos.
Cree que la causa principal de la opresión está dada por la cultura tradicional, que
implica atraso y no favorece la emancipación de la mujer. El enemigo principal
sería la falta de educación y el propio temor de las mujeres al éxito.
El feminismo socialista coincide con algunos análisis y aportes del feminismo
radical, reconociendo la especificidad de la lucha femenina, pero considera que
ésta debe insertarse en la problemática del enfrentamiento global al sistema
capitalista. Expresa también que los cambios en la estructura económica no son
suficientes para eliminar la opresión de las mujeres. Relaciona la explotación de
clase con la opresión de la mujer, planteando que ésta es explotada por el
capitalismo y oprimida por el patriarcado, sistema que es anterior al capitalismo y
que fue variando históricamente. En general están a favor de la doble militancia
contra ambos. Esta corriente se destacó principalmente en Inglaterra y en España,
y en algunos países latinoamericanos tuvo bastante importancia. En América
Latina el feminismo fue adquiriendo relevancia en los últimos años. Durante la
Primera Ola la preocupación era articular las luchas de las mujeres contra el
imperialismo. Un rasgo distintivo es la coincidencia con importantes movimientos
de mujeres que se organizan en torno a objetivos y demandas diversas, algunas
más puntuales o sectoriales lucha contra la carestía y la desocupación, por el
agua, guarderías, etc. y otras más generales, como las de militantes de partidos y
movimientos revolucionarios, que relacionan sus reivindicaciones con los cambios
necesarios en la sociedad global. Los movimientos de mujeres, sumamente
heterogéneos, están constituidos básicamente por grupos de amas de casa,
villeras, pobladoras, sindicalistas, trabajadoras de salud, etc., en general
pertenecientes a los sectores populares. Aunque mayoritariamente no se
reconocen como feministas, muchas veces comparten reclamos comunes,
divorcio, anticoncepción, aborto, patria potestad, eliminación de leyes
discriminatorias, etc., constituyendo frentes con las feministas y otros sectores.
Los feminismos del siglo XXI
A mediados de la década de 1980 con el reconocimiento de las multiplicidades y
de la heterogeneidad del movimiento se produce una crisis y grandes discusiones
en su seno. Algunas hablan de una tercera ola. La falta de paradigmas alternativos
en la sociedad global después de la caída del muro de Berlín, también afectó al
feminismo, observándose una significativa desmovilización de las mujeres, en
especial en el hemisferio norte.
Según algunas autoras/es la producción teórica más importante ha tenido lugar en
las dos últimas décadas, sin estar acompañada por un movimiento social pujante
como había sucedido durante el principio de la Segunda Ola. El feminismo
consiguió colocar la cuestión de la emancipación de las mujeres en la agenda
pública desde mediados de los setenta, para comenzar a desarticularse y perder
fuerza como movimiento social años después. Se produce una importante
institucionalización del movimiento con la proliferación de ONGs, la participación
de feministas en los gobiernos y organismos internacionales, y la creación de
ámbitos específicos en el Estado. Desde su espacio en las universidades el
feminismo aumentó la investigación y la construcción de tesis, profundizando y
complejizando sus reflexiones con mayor rigor académico. Se abrió notablemente
el abanico de escuelas y propuestas, incluidas las referentes a la discusión
estratégica sobre los procesos de emancipación.
Las razones de la diversificación teórica en cuanto al diagnóstico y la explicación
son complejas. También ha sucedido con otras teorías del conflicto que,
precisamente en los períodos de ausencia de movilización social, la reflexión se
extiende por aspectos teóricos no resueltos y antes simplificados. Es indudable
que la teoría feminista ha absorbido elementos de nuevas propuestas dentro de la
teoría social general, postestructuralistas, postmodernas, etc. precisamente en un
momento en que ésta se fragmentaba por una crisis notable de paradigmas
(Gomáriz, 1991).
Los debates que se fueron suscitando a lo largo de las décadas dan cuenta de las
preocupaciones y núcleos temáticos que se fueron desarrollando, así como los
mitos que el/los feminismos fueron produciendo. En los ochenta uno de los mitos
más cuestionados, que constituye también una crítica a cierto feminismo de la
diferencia es el de la naturaleza única y ontológicamente buena” de la mujer,
prevaleciente en las décadas de los sesenta y setenta. La producción de los
ochenta, contrariando esta visión de observar lo común, subrayó la diversidad
entre las mujeres, expresada según la clase, raza, etnia, cultura, preferencia
sexual, etc. Esto sin dudas está fuertemente influenciado por el auge del
pensamiento postmodernista y postestructuralista, pero también se basó en la
propia evolución y experiencia del movimiento.
Respecto al poder, se critica la visión unilineal que lo considera como prerrogativa
masculina. Señala el carácter relacional entre los géneros y denuncia las
estructuras de poder que se dan entre las mujeres. Los aportes del psicoanálisis
permitieron visualizar la manipulación emocional que suelen ejercer las madres.
Se rompe con la idea prevaleciente de la mujer víctima. La polémica con el
feminismo de la diferencia permitió que emergieran estos mitos, así como también
en el plano de la ciudadanía, el de una supuesta identidad política “mejor”, menos
contaminada de las mujeres. Respecto al medio ambiente, se polemiza con el
ecofeminismo, que defiende la relación mujer/naturaleza y sostiene que las
mujeres por el hecho de serlo, tendrían una buena relación con el entorno, por lo
que se desprendería una mayor responsabilidad para cuidar y salvar al planeta.
Este balance crítico, unido a la crisis de los movimientos sociales y populares,
atraviesan de modo peculiar a los feminismos latinoamericanos. Según Gina
Vargas (1998), el movimiento de la década del noventa, en el marco de los
procesos de transición democrática que se vivió en las mayoría de los países, se
enfrenta a nuevos escenarios y atraviesa una serie de tensiones y nudos críticos
caracterizados por su ambivalencia. Las nuevas lógicas que intenta tener frente a
las transformaciones paradigmáticas no se terminan de adecuar a estas nuevas
dinámicas ni pueden reconocer siempre los signos que da la realidad. Dilema que
no es exclusivo del feminismo sino de casi todos los movimientos sociales. Es
importante destacar que en general éstos surgieron y se desarrollaron en el marco
de la lucha contra gobiernos autoritarios, o en los inicios de procesos
democráticos postdictatoriales, con el énfasis y las certezas de los setenta. La
incertidumbre posterior repercutió en un movimiento menos movilizado pero más
reflexivo, y a la búsqueda de lógicas dialogantes.
En América Latina, más allá de las múltiples diferencias y matices entre las
corrientes internas puede esquematizarse un feminismo más institucionalizado, en
donde las mujeres se agrupan dentro de ONGs y en los partidos políticos, y un
feminismo más autónomo y radicalizado. El primero es heredero del feminismo de
la igualdad de la década anterior y cree necesario la negociación política. El
segundo sostiene las banderas del feminismo radical aggiornado y cuestionan
severamente la institucionalización del movimiento. Por otro lado, existen también
amplios grupos y/o movimientos de feministas denominadas populares, que tienen
como prioridad la militancia, recogiendo demandas e intentando nuevos
liderazgos.
Entre los principales riesgos por los que atraviesan los feminismos hoy, podemos
destacar los siguientes:
Desdibujamiento de propuestas colectivas articuladas desde las sociedades
civiles y ausencia de canales de diálogo que ubiquen al feminismo como
sujeto de interlocución válido;
“Cooptación” de técnicas y expertas por parte de los gobiernos y
organismos internacionales;
Fragmentación de miradas, luchas internas y desarticulación de propuestas;
Posturas demasiado radicalizadas e inviables que se alejan de los
movimientos populares.
Los países donde el fenómeno adquirió mayor envergadura son Brasil, México,
Perú y Chile. Resulta peculiar la evolución alcanzada en países como Cuba y
Nicaragua, donde la lucha de las mujeres organizadas es significativa, a pesar de
que éstas no siempre se definan como feministas.
Pese a las crisis señaladas, la importancia que adquiere el feminismo del
continente se puede visualizar a partir del constante incremento en la participación
de mujeres en encuentros feministas internacionales que se realizan desde 1981
en distintos países de la Región, así como de las numerosas redes temáticas que
se articulan internacionalmente.
4.2 Definición
El feminismo es un movimiento social que exige la igualdad de derechos de las
mujeres frente a los hombres. La palabra proviene del latín femĭna, que significa
‘mujer’, y se compone con el sufijo -ismo, que denota ‘doctrina’ o ‘movimiento’.
El feminismo, actualmente, se constituye como una corriente de pensamiento que
aglutina un conjunto de movimientos e ideologías, tanto políticas como culturales y
económicas, con el objetivo fundamental de lograr la igualdad de género y la
transformación de las relaciones de poder entre hombres y mujeres.
En este sentido, algunas conquistas de los movimientos feministas han sido el
acceso a la educación, el derecho al sufragio, la protección de sus derechos
sexuales y reproductivos, entre muchos otros relativos a los valores ciudadanos y
democráticos
4.3 Características
El feminismo es a grandes rasgos un movimiento: