Filosofía Del Derecho en Hegel
Filosofía Del Derecho en Hegel
Filosofía Del Derecho en Hegel
Revista Latinoamericana
3 | 2002
Descentramiento y nuevas miradas
Arturo Klenner
Edición electrónica
URL: http://journals.openedition.org/polis/7735
ISSN: 0718-6568
Editor
Centro de Investigación Sociedad y Politicas Públicas (CISPO)
Edición impresa
Fecha de publicación: 2 diciembre 2002
ISSN: 0717-6554
Referencia electrónica
Arturo Klenner, « En torno a la filosofía del derecho de Hegel: cuestiones y objeciones », Polis [En
línea], 3 | 2002, Publicado el 20 noviembre 2012, consultado el 10 diciembre 2020. URL : http://
journals.openedition.org/polis/7735
© Polis
En torno a la filosofía del derecho de Hegel: cuestiones y objeciones 1
Arturo Klenner
¿Descripción o prescripción?
2 Hegel ha presentado la filosofía como el saber de lo real, que da cuenta de lo que es y no
de lo que debe ser. Esto se desprende claramente de sus lapidarias palabras en el prefacio
a la Filosofía del Derecho1, entre las que se destaca la afirmación relativa a que la filosofía,
“por ser la investigación de lo racional, consiste en la captación de lo presente y de lo real
efectivo2 , y no en la posición de un más allá que sabe Dios dónde tendría que estar,
aunque en realidad bien puede decirse donde está: en el error de un razonamiento vacío y
unilateral” (Hegel 1821: 50). Otra afirmación -ampliamente discutida, entendida y mal
entendida-, sigue casi inmediatamente a la anterior: “Lo que es racional es real efectivo, y
lo que es real efectivo es racional” (Ibid: 51). Hegel agrega que el tratado del que nos
ocupamos, a saber, la Filosofía del Derecho, “en cuanto contiene la ciencia del Estado, no
debe ser otra cosa que el intento de concebir y exponer el Estado como algo en sí mismo
racional. La enseñanza que puede radicar en el tratado no consiste en enseñar al Estado
como debe ser, sino en enseñar cómo el Estado, el universo ético, debe ser conocido. La
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En torno a la filosofía del derecho de Hegel: cuestiones y objeciones 2
tarea de la filosofía es concebir lo que es, pues, lo que es, es la razón. En lo que respecta al
individuo, cada uno es, de todos modos, hijo de su tiempo; de la misma manera, la filosofía
es su tiempo aprehendido en pensamientos. Es igualmente insensato creer que la filosofía
puede ir más allá de su tiempo presente, como que un individuo puede saltar por encima
de su tiempo” (Ibid: 52). Y como si esto no fuera suficiente, sostiene que, “de todos modos,
la filosofía llega siempre demasiado tarde. En cuanto pensamiento del mundo, aparece en
el tiempo sólo después de que la realidad ha consumado su proceso de formación y se
halla ya lista y terminada. Cuando la filosofía pinta con sus tonos grises, ya ha envejecido
una figura de la vida que sus penumbras no pueden rejuvenecer, sino sólo conocer; el
búho de Minerva sólo alza el vuelo en el ocaso” (Ibid: 54).
3 Sin embargo, Hegel ofrece en su tratado una concepción del Estado tan perfecta, que es
difícil, por no decir imposible, reconocerla como efectivamente existente, no sólo en los
Estados de su época y en los precedentes, sino también en los posteriores y actuales. Visto
así el asunto, cabe preguntarse con Vittorio Hösle, si la filosofía del derecho de Hegel no
es un proyecto normativo, entonces ¿qué es? Hösle asegura que no se trata de una
filosofía descriptiva y reconoce que, aunque ciertamente tampoco pretende ser
normativa, en ciertos pasajes lo es. Es más, refiriéndose al método hegeliano, sostiene que
es evidentemente el de un proyecto normativo y no el de una teoría filosófica de las
estructuras racionales de la realidad social. El autor ya mencionado denomina a este
hecho una paradoja: la Filosofía del Derecho es, según su método, normativa, sin embargo,
procura no sobrepasar la realidad de los hechos (Hösle 1988).
4 Independientemente de la interesante cuestión filosófica que queda abierta, me parece
importante, en la práctica, preguntarse en los tiempos que corren, si estamos dispuestos a
aceptar la concepción hegeliana del Estado, el derecho y la libertad (Klenner 2000), como
un desafío a tomar en cuenta al momento de pensar cómo queremos configurar la
sociedad, y específicamente el Estado del tercer milenio. No se trata de repetir
exactamente el modelo hegeliano -lo que sería un insensato anacronismo-, pero hay
aspectos que deben ser considerados: la relación entre Estado y sociedad burguesa; la
relación entre individuo y comunidad; la relación entre subjetividades (intersubjetividad);
el rol de la familia en la sociedad; el sistema de las necesidades; la relevancia de la guerra;
la posibilidad o imposibilidad de un derecho internacional, etc. Ciertamente en
semejantes temas, es de suma relevancia tener claro, entre otras cosas, cual Estado,
derecho y libertad queremos poner en práctica.
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En torno a la filosofía del derecho de Hegel: cuestiones y objeciones 3
dialécticamente más concreto del espíritu objetivo. Pues, si procuramos aplicar el análisis
a los distintos Estados o naciones que existen actualmente, o que han existido, nos
percataremos de que el contenido de la eticidad no es siempre el mismo para todos, que
no es siempre la máxima racionalidad, que no necesariamente es la realización de
libertad, y que muchas veces no sólo manifiesta defectos, sino que también presenta
evidentes síntomas de corrupción y decadencia.
7 “La historia particular de un pueblo histórico contiene en primer lugar el desarrollo de su
principio, desde su primitiva situación infantil hasta su florecimiento, en el que alcanza
una libre autoconciencia ética e ingresa en la historia universal. En segundo lugar está el
período de su decadencia y corrupción, pues allí se señala en él el surgimiento de un
nuevo principio como lo meramente negativo del suyo propio (...). En ese período aquel
pueblo ha perdido el interés absoluto, y si bien puede asimilar positivamente el principio
superior y formarse de acuerdo con él, se comporta como en un terreno ajeno, sin
vitalidad ni frescura. Puede incluso perder su independencia, o bien mantenerse o
sobrevivir como un Estado particular o en un círculo de Estados, debatiéndose
azarosamente en múltiples intentos internos y guerras externas” (Hegel 1821: 422-423,
§347/Obs). Hegel mismo alude a la relación entre naciones civilizadas y bárbaras (Ibid:
§351), y deja en claro, tanto que no todo pueblo es inmediatamente un Estado (Ibid: §349),
como que hay pueblos que sobresalen en un momento de la historia como representantes
“del estadio actual del desarrollo del espíritu universal” mientras que “los espíritus de los
otros pueblos carecen de derecho, y, al igual que aquellos cuya época ya pasó, no cuentan
más en la historia universal” (Ibid: 422, §347; §347/Obs.). Queda absolutamente de
manifiesto que está reconociendo diversos grados de actualización de la eticidad.
8 Cabe, pues, preguntarse si acaso la moralidad no debiera ser tenida en mayor estima, por
una sociedad en crisis y por Hegel mismo 3. Es verdad que el filósofo advierte sobre el
peligro de que la subjetividad desprecie como vanas las determinaciones vigentes -
entiéndase las determinaciones de la eticidad- y se recluya en la pura internalidad de la
autoconciencia 4. Pero lo afirma en general; no está pensando en que tal actitud de la
subjetividad se torna aun más riesgosa para un Estado, si el ámbito de la eticidad se
encuentra en crisis. Hegel reconoce, no obstante, que hay momentos en el transcurso de
la historia en que aumenta la tendencia de buscar “en la internalidad de sí y de saber y
determinar a partir de sí mismo lo que es justo y bueno”(Hegel 1821: 202, §138/Obs.). Esto
sucede cuando “lo que rige como tal - entiéndase como bueno- en la realidad y las
costumbres no puede satisfacer a una voluntad superior; cuando el mundo de la libertad
existente le ha devenido infiel, aquella voluntad ya no se encuentra a sí misma en los
deberes vigentes y debe tratar de conquistar en la internalidad ideal la armonía que ha
perdido en la realidad” (Ibid: 202-203, §138/Obs.). Es en estos momentos cuando aparecen
personalidades como Sócrates (Ibid: §138/Obs.) o Jesús (1807), que se encargan de
remecer su tiempo, poniendo en conflicto los valores de la subjetividad, que ellos aportan,
y los valores vigentes de una eticidad debilitada o decadente (Hegel 1821: §138/Obs.).
9 La moralidad aparece en tales casos, si no por encima de la eticidad, al menos en igualdad
de condiciones con ella. Hösle opina que la argumentación hegeliana que se esconde
detrás de la distinción de estas personalidades en la historia consiste en destacar que la
eticidad de un pueblo o nación se encuentra, desde un punto de vista formal,
necesariamente por sobre la moralidad individual; pero que el principio de contenido
que, por ejemplo Sócrates, representa con su moralidad, es mucho más profundo y
verdadero que la eticidad no reflexionada o mecánica (Hösle 1988).
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10 Me importa poner de manifiesto este conflicto, porque me parece una manera válida y no
reñida con el pensamiento de Hegel, de relativizar la tan alabada eticidad. En la
sobrevaloración de este momento de la actualización del espíritu radica gran parte de los
juicios que contra Hegel se hacen. Por desgracia, el mismo Hegel no despejó, en mi
opinión, los inconvenientes que al respecto surgen, por ejemplo, tratándolos
individualmente en algún punto de la eticidad, o después de ésta y antes de la Historia
Universal 5.
Estado e individuo
11 Otro elemento interesante de rescatar, tanto por la amplitud de sus alcances como por su
complejidad, es la tensión ineludible entre individuo y Estado (Cordua 1989). Tal tensión
radica en la naturaleza misma de la eticidad. Por una parte es ella el conjunto de
obligaciones y derechos, de instituciones y estructuras sociales o comunitarias, de normas
y costumbres que constituyen la forma de ser y actuar de un Estado determinado; por
otra parte, está constituida por la acción particular de los individuos. El Estado no es una
fórmula matemática, ni una ecuación que deba ser repetida sin variar. El individuo puede
y debe participar de la eticidad vigente aportando su originalidad y personalidad. En este
aporte se produce, a la vez, una transformación. Surgen nuevas necesidades y nuevas
formas de satisfacerlas; es necesario complementar el derecho con nuevas normas que
regulen las también nuevas formas de vida. La acentuación de una u otra dimensión
puede depender de la perspectiva temporal de quien observa tal o cual nación o Estado.
Quienes consideren breves periodos de tiempo, tenderán a acentuar el elemento global o
comunitario; en cambio, quienes tomen en cuenta lapsos más extensos, destacarán la
individualidad.
12 Así, en medio de la eticidad y de lo que en su núcleo surge, aparece una paradoja. Charles
Taylor la expresa claramente: la característica preclara de la eticidad es que nos prescribe
generar, en nuestras actitudes y acciones, lo que ya existe. Lo que constituye el
fundamento de las obligaciones éticas -como también de los derechos- precede a la
existencia del individuo que, no sólo está llamado a encarnarlas, sino también a hacerlas
surgir de su acción (Taylor 1983). La eticidad es un estado de la evolución de la vida
comunitaria. Y, porque es un estado permanente, o al menos con voluntad de
permanencia, da lugar a obligaciones que el individuo debe cumplir; y en la medida en
que las cumple, las conserva. De tal manera, la eticidad implica una doble relación 6: entre
lo que es y lo que debe ser, entre el individuo y la comunidad 7. Esta doble relación es
expresión de la cultura, las costumbres, las instituciones, la constitución, el derecho; y, a
la vez, da lugar a ellos. Esta doble relación es el fruto de la acción de la razón y garantía de
su presencia en un Estado; es lo que diferencia a un Estado de la mera aglutinación de
individuos, o plebe.
13 No es nuevo el problema que estoy planteando, se lo conoce como el conflicto entre las
instituciones y el cambio social (Berger 1979 y Luckmann 1996). La novedad está en que
generalmente se acepta que el individuo modifica las instituciones y la idiosincrasia de su
comunidad en la medida en que cumple con las prescripciones a su modo, pues se
entiende que no hay un modo único de respetar y cumplir las normas, no sólo si están
formuladas en forma positiva (“debes honrar padre y madre”), sino también en su
formulación negativa (“debes no matar”), porque ella implica una prescripción opuesta
(“debes respetar la vida”). Carla Cordua se refiere al lugar que ocupan el conflicto, el
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desacuerdo y la competencia entre los individuos en la Filosofía del Derecho (Cordua 1989) 8.
Según ella, la unidad que Hegel concibe como fundamento de la eticidad, está probada
por la confrontación y el conflicto, pero los ha superado. La autora reconoce, sin
embargo, que el conflicto no puede ser la tónica de las instituciones que conforman un
Estado, ni entre los individuos o entre éstos y aquéllas. Carla Cordua afirma que disensión
y competencia tienen un lugar asignado y reglas establecidas para llevarlos a cabo, de
modo que su función puede ser calificada como “preordenada”.
14 En el caso de la concepción hegeliana de la eticidad, me parece discutible cómo se da el
cambio y cómo se superan los conflictos. Hegel habla, por ejemplo, de la modificación de
los códigos, que son una “totalidad cerrada y terminada”, debido a la “continua necesidad
de nuevas determinaciones legales” (Hegel 1821: 289, §216). “Una importante fuente de
complicación de la legislación la constituye el proceso por el cual, con el tiempo, lo
racional, lo en y para sí jurídico, va penetrando en instituciones originales que contenían
una injusticia y eran por lo tanto instituciones meramente históricas (...). Pero es esencial
comprender que la naturaleza de la materia finita misma conduce a un progreso al
infinito incluso en la aplicación de las determinaciones en y para sí racionales, en sí
mismas universales” (Ibid: 289, §216/Obs.). Por ello no se puede exigir de un Código
perfección o determinación absoluta, que permitan determinaciones posteriores 9. Y
aunque Hegel dice que la Constitución no debe ser considerada como algo hecho, sino más
bien como algo que está “por encima de la esfera de lo que se hace, como lo divino y
persistente” (Ibid: 357, §273/Obs.), acepta, tanto un desarrollo ulterior de la constitución
“por el perfeccionamiento de las leyes y el carácter progresivo de los asuntos de
Gobierno” (Ibid: 382, §298), como la posibilidad de la modificación de la Constitución de
un Estado, si se hace por vías constitucionales (Ibid: §273/Obs.).
15 Debemos suponer que el cambio de la Constitución por el perfeccionamiento de las leyes y
la evolución de los asuntos gubernamentales es una vía constitucional. Al hablar de la
modificación de los Códigos o cuerpos legales, pero especialmente al referirse a la
modificación de la Constitución, Hegel no está separando este aspecto de la vida del
Estado de los demás aspectos que lo conforman. Debemos recordar que el Derecho, en
cuanto idéntico con el espíritu objetivo, es la totalidad de la vida de una comunidad
(Klenner 2000). Hegel ha afirmado que la constitución de un pueblo depende del modo y
de la cultura de su autoconciencia, ha dicho que las leyes son expresión del espíritu que
penetra todas las relaciones de dicho pueblo, y que no es acorde con la razón pretender
dar a un pueblo una Constitución desde fuera (Hegel 1821: §274/Obs.).
16 Ahora bien, el conflicto se produce, a mi entender, precisamente en la combinación de los
elementos. Si el cambio es posible, y de hecho se da: ¿Dónde está el punto de quiebre y
cómo se garantiza, tanto que el cambio sea racional, como que persista, después del
mismo, la relación entre ser y deber ser, entre individuo y sociedad? Por otra parte, si el
conflicto, el desacuerdo, el disenso, están previstos y también se encuentra
“preordenada” la manera de solucionarlos, ¿dónde está el conflicto? ¿Cómo se dan los
conflictos en una sociedad que los tiene pre-formulados? ¿A quién corresponde
solucionarlos: al soberano, a los tribunales de justicia, a otras instancias? ¿Es una solución
que surge desde los problemas mismos o de las partes en conflicto, o que viene dada desde
la autoridad? Si la solución proviene de la autoridad, ¿qué es lo que permite o lleva a las
partes a adherir a la solución?
17 Debo dejar en claro que no me estoy refiriendo solamente a conflictos legales, donde es
ciertamente al Estado a quien corresponde decidir, a través de las instancias apropiadas;
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me estoy refiriendo a una gama más amplia de conflictos: conflictos en la forma de ver el
mundo, valorarlo y definirlo; conflictos sobre la prioridad que tiene tal o cual asunto
pendiente en la sociedad; conflictos sobre las expectativas frente a la relación con otros
Estados, etc. Tampoco me estoy refiriendo en particular al conflicto que tienen los héroes
o precursores con su época, o con los Estados en que se desenvuelven (Ibid: §348; Cordua
1989). Carla Cordua, haciéndose eco de la postura de Hegel, responde a mi pregunta
diciendo que, de darse un conflicto entre los derechos del Estado y los de un grupo o
individuo especial que forme parte de él, la solución se inclinará claramente por el
reconocimiento de los derechos del primero por sobre los del grupo o individuo. Este
criterio sería válido, según la autora (Cordua 1989), tanto para los conflictos que se
tematizan en la obra, por ejemplo: conflictos jurídicos (Hegel 1821: §§84-85), conflicto
matrimonial (Ibid: §176), conflictos comerciales o de intereses económicos (Ibid: §236),
etc.; como para los demás conflictos posibles, que no se discuten en ella.
18 Pareciera que el Estado hegeliano es capaz de tolerar cierto rango de conflicto y disenso
en su seno, pero tal tolerancia termina cuando el Estado se ve amenazado (Ibid: §218,
§218/Obs. y §270; Cordua 1989). Pienso que Carla Cordua 10 responde absolutamente en el
sentido de Hegel a mi objeción. Pero no puedo desconocer que entre este punto y el
anterior hay ciertamente una relación (Walsh 1969). El disenso con lo establecido, con lo
existente, podría surgir por el estado de decadencia o simplemente por la perfectibilidad
natural de la eticidad. En el punto anterior dije que en ciertos casos Hegel aceptaba que la
eticidad fuera subordinada a la moralidad de algunos. Pero con ello, aún no sabemos
cómo se da el cambio. En el caso de Sócrates o de Jesús, los resultados para ambos no
fueron envidiables: ¿Es la muerte el precio del disenso amenazante?
19 No olvidemos que Hegel reprocha a Platón (Hegel 1821: §185/Obs.) el no haber dado
cuenta, en su República, de la subjetividad que ya se abría paso en el mundo griego en
aquella época. Pensemos en todo lo que los Estados, desde Platón en adelante, no han sido
capaces de reconocer y donde la razón se ha mostrado de parte de grupos o individuos.
Por otra parte, ¿cuándo podemos saber que una nueva tendencia está institucionalizada?
¿Es un criterio cuantitativo el que nos permite saberlo? Hegel nos indica que existe un
tribunal de la historia, la razón; que dicho tribunal juzga los hechos una vez que están
consumados y las épocas vislumbran su fin. ¿No será demasiado tarde?
La educación
20 Pienso que Hegel desperdicia la oportunidad de tratar, si no extensamente, al menos
expresamente, el tema de la educación (Hösle:1987; Ahrweiler 1976). Hegel la menciona
en varias oportunidades, pero siempre de paso: La educación es un derecho de los hijos
frente a los padres, los cuales, a su vez, tienen el derecho de mantener a los hijos
disciplinados y educados (Hegel 1821: §174). La educación, según Hegel, surge como una
necesidad que responde, en el niño mismo, a un “sentimiento de insatisfacción por ser tal
como es, como el deseo de ser grande y el impulso por pertenecer al mundo de los
adultos, al que vislumbra como algo superior”(Ibid: 251, §175/Obs.). Hegel es consciente
de que una pedagogía mal enfocada o mal aplicada puede tener efectos
contraproducentes y hasta desastrosos. Por ejemplo, “la pedagogía del juego considera
que lo pueril tiene valor en sí, lo presenta así a los niños y les degrada lo serio y se
degrada ella misma en una forma pueril, poco estimada por los niños mismos. Al
considerar completo el estado de incompletitud en que ellos se sienten y pretender que se
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satisfagan con él, perturbe y profana su verdadera y propia necesidad que es más elevada.
La consecuencia de esto es, por una parte, la falta de interés y apatía por las relaciones
sustanciales del mundo espiritual y, por otra, el desprecio de los hombres, pues se han
presentado ante ellos como niños y por lo tanto como pueriles y despreciables” (Ibid:
251-252, §175/Obs.).
21 Hegel presenta también la educación como obligación y derecho de la sociedad burguesa
“frente al arbitrio y la contingencia de los padres”. Así, en caso de que los padres, o
quienes se encuentren al cuidado de los niños, no cumplan su labor, la sociedad burguesa
debe “ejercer influencia sobre la educación, en la medida en que ésta se refiere a la
capacidad para devenir miembro de la sociedad”. Ahora bien, no queda claro que el
cumplimiento de dicha obligación esté‚ plenamente garantizado, ni se especifica cómo
deba ejercerse dicha influencia, porque la sociedad burguesa tiene el deber y derecho de
crear instituciones comunes destinadas a la educación “siempre que sea posible” (Ibid:
306, §239). La educación -al igual que el Derecho Privado, la administración de justicia, la
cultura y la religión- puede ejercer modificaciones o cambios en el grado y la forma del
desarrollo de la reflexión (Ibid: §203/Obs.), tanto del estamento sustancial, como de los
otros (Hocevar 1968; Klenner 2000). La educación dice relación con la perfectibilidad del
género humano (Hegel 1821: §343/Obs.). Hegel distingue en la educación un aspecto
positivo y uno negativo (Klenner 2000). El primero se refiere a una especie de
“entrenamiento” que el niño recibe durante su infancia en ciertas actitudes o virtudes
éticas: amor, confianza y obediencia, son los ejemplos que Hegel da. El segundo aspecto, el
negativo, se refiere a la distancia que, a través de la educación, el niño alcanza respecto
de la inmediatez natural en que nace. La educación le permite elevarse por sobre la
naturalidad de instintos, pasiones, deseos, etc. hacia la independencia de una
personalidad libre (Hegel 1821: §175).
22 Y a propósito de este aspecto, conviene aclarar que no se debe mal entender lo que Hegel
afirma en otro lugar, donde, refiriéndose al castigo, afirma que la justificación de éste no
es la justicia en cuanto tal, sino “la intimidación 11 de la libertad aún prisionera en la
naturaleza y la exaltación de lo universal en su conciencia y su voluntad” (Ibid: 250, §174).
Hegel se refiere a que el castigo es un elemento necesario en la formación del sujeto, y en
la conquista de universalidad y libertad, tanto para su conciencia, como para su voluntad.
Se podría agregar, aunque Hegel no lo hace, que tal es la condición para que el sujeto
devenga, primero burgués (Ibid: §187), y luego, ciudadano. Precisamente el aspecto que
Hegel denomina “negativo” es el fundamental. Si la libertad consiste en la toma de
distancia respecto de la naturaleza inmediata; en la capacidad de darse normas racionales
y actuar de acuerdo a ellas; en la capacidad de transformar la naturaleza y reconocerse
como señor y autor de la naturaleza cultivada; en el volcarse la conciencia fuera de sí,
enfrentarse a todo lo que no es ella misma, pero más fundamentalmente, en el retorno a
sí como autoconciencia que no sólo conoce el mundo y lo domina, sino que también se
sabe conocedora y dominadora (Klenner 2000); entonces, repito, si esto es así, la
educación, como el proceso por el cual se aprende a conocer y dominar el propio cuerpo
(Hegel 1821: §57), las propias facultades espirituales (Ibid: §52/Obs.) y las fuerzas de la
naturaleza en general, requiere de un tratamiento más extenso, más profundo y más
digno que el que Hegel le concede.
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29 Otra expresión hegeliana que induce a error es aquélla que afirma que “el Estado es
voluntad divina en cuanto espíritu presente que se despliega en una figura real y en la
organización de un mundo” (Hegel 1821: 336, §270/Obs.). Asusta sobremanera que
califique el Estado como algo divino, y se suele entender que con ello le da no sólo un
carácter absoluto y superior a cualquier otra realidad, sino que también carta blanca para
todo tipo de arbitrariedades. Por cierto, el Estado hegeliano es divino, pero en el sentido
de racional (Ibid: §258, §258/Obs. y §273/Obs.). “La tarea de la consideración filosófica, es
(...) concebir lo divino”(Ibid: 364, §279/Obs.). Tampoco basta que Hegel niegue al pueblo la
capacidad de saber lo que quiere, pues según él, “saber lo que se quiere, y más aun, saber
lo que quiere la voluntad en y para sí, la razón, es el fruto de un conocimiento profundo
que no es precisamente asunto del pueblo” (Ibid: 386, §301/Obs.;§316.). Esta convicción
lleva a Hegel a reconocer la capacidad de decidir sobre los asuntos generales sólo a los
diputados.
30 Es difícil imaginarse a Hegel como totalitarista, cuando se lee su crítica a Platón, por no
haber considerado la subjetividad independiente que ya irrumpía en su época en la
eticidad griega; incapacidad que, según Hegel, lo habría llevado a establecer todas
aquellas restricciones que caracterizan La República (Ibid: §185/Obs.). El principio de la
personalidad independiente es posthelénico y se debe tanto al Cristianismo como al
mundo romano. Hegel no lo excluye de su Estado, sino que lo integra en él y le reconoce
diversas formas de expresión. Los límites que el Estado le impone al derecho privado, a la
familia y la sociedad burguesa no justifican la acusación de que impida la configuración
de la subjetividad libre y su autonomía. En el respeto de Hegel por la personalidad
individual y sus derechos se fundamenta también uno de los motivos por los cuales no
comparte la visión roussoniana del Estado, en que la voluntad individual queda
absolutamente anulada por el Estado (Ilting: 1989).
31 Si consideramos el tema desde el punto de vista de los derechos y libertades que Hegel
considera requisitos del Estado, ya sean éstos del Estado mismo, que el individuo debe
reconocer, o del individuo, que deben ser reconocidos por el Estado (Cordua 1989),
debemos decir que no son pocos. En el ámbito del derecho abstracto el individuo tiene
plena libertad de apropiación, uso y usufructo de lo que le pertenece (Hegel 1821:
§§44-46); libertad de enajenar lo que le pertenece (Ibid: §§65-70); libertad de celebrar
contratos a su antojo, sin que le sea determinado externamente el objeto del contrato, con
quién o cuándo celebrarlo (Ibid: §§72-79); derecho de ser tratado siempre como persona,
incluso cuando ha atentado contra la legalidad; derecho a recibir una pena justa de
acuerdo con la legislación vigente, en la que se ejerce una justicia punitiva y no vengativa
(Ibid: §§94-103).
32 En la moralidad se destacan: la libre autodeterminación de la voluntad (Ibid: §107); la
inviolabilidad de la conciencia moral (Ibid: §108); y el derecho del bienestar o derecho de
procurarse la felicidad (Ibid: §121).
33 En el campo de la eticidad nos encontramos con un sinnúmero de aspectos en que el
Estado no interviene ni pretende hacerlo, dejando plena libertad a los individuos o
grupos; o aspectos en los que interviene para garantizar las libertades o derechos de los
mismos. Los principales de ellos son:
34 (a) la libertad de escoger con quién casarse, pues, aunque el punto de partida subjetivo
del matrimonio puede ser la inclinación natural de los futuros cónyuges o la voluntad de
los padres, el punto de partida objetivo es siempre “el libre consentimiento de las
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personas” (Ibid: 239, §162). Aunque Hegel dice que “el deber ético es ingresar en el estado
matrimonial”(Ibid: 239, §162/Obs.), no afirma con ello que el Estado tenga el derecho de
obligar a nadie a casarse (Ibid: §162/Obs.). Por el contrario, todo individuo que haya
contraído matrimonio tiene el derecho al divorcio, correspondiendo al Estado la labor de
cerciorarse de que la crisis de la pareja no puede ser superada de otra forma (Ibid: §176);
35 (b) la libertad de testar 14 reside en el arbitrio del individuo para disponer “de su
patrimonio según sus gustos, opiniones y fines individuales” (Ibid: 254, §179; §179/Obs.),
destinándolo a un grupo de amigos o conocidos en lugar de la familia. Si bien es cierto que
la última decisión de un individuo depende también, para su realización, “de su
reconocimiento arbitrario por parte de los demás” (Ibid: 255, §180/Obs.); (c) la libertad de
optar por un determinado estamento, comunidad, asociación o corporación y de actuar
según las determinaciones propias de éstos (Ibid: §206, §206/Obs., §207, §207/Obs., §251,
§254 y §308/Obs.);
36 (c) la libertad de industria y comercio 15 , pues cada cual es libre de participar en el
mercado ofreciendo los productos de su trabajo y adquiriendo los elementos que le sean
necesarios para su subsistencia. El Estado tiene el derecho de intervenir sólo en función
de proteger del engañoa los agentes del mercado, pero en ningún caso limitando el
principio de la libre oferta y demanda (Ibid: §§235-236/Obs.) 16;
37 (d) el derecho de pretensión y derecho de acción, o derecho de pretensión beligerante,
que consiste en el derecho y la libertad para recurrir a los tribunales de justicia y exigir
que conozcan de un caso 17. Estos derechos se refieren a aquella obligación del Estado de
hacer justicia a los ciudadanos, que se denomina el “poder-deber” del Estado (Ibid: §219/
Obs. y §221);
38 (e) el respeto a la libertad de opinión pública, esto es, a que todos expresen y hagan valer
sus juicios u opiniones subjetivos sobre lo universal (Ibid: §308/Obs.), aunque en ellos se
revele su ignorancia sobre el ser de la universalidad (Ibid: §§316-318);
39 (f) la libertad de comunicación pública, referida, aunque no exclusivamente, a la libertad
de prensa (Ibid: §319 y §319/Obs.). A esto se suma el derecho a la información, a fin de que
la opinión pública pueda formarse una imagen verdadera del estado de los asuntos
públicos.
40 (g) el derecho a la publicidad de la ley (Ibid: §215, §215/Obs y §224).
41 (h) la libertad de pensamiento y de ciencia, que el Estado ha defendido y le corresponde
seguir defendiendo, contra cualquier autoridad que pretenda arrogarse derechos de
decidir o determinar los contenidos del pensamiento y la ciencia (Ibid: §270/Obs.).
42 (i) la libertad religiosa. Es otro aspecto que el Estado deja intacto, salvo cuando surgen
algunas religiones que quieren ejercer sobre sus fieles ciertas formas de autoridad que
son propias del Estado o cuando enseñan al ciudadano a mantenerse ajeno a los intereses
mundanos 18 , esto es a adoptar una posición negativa frente al Estado (Ibid: §270/Obs.). Es
más, un Estado más fuerte puede darse el lujo de pasar por alto “hechos singulares que lo
afectarían, e incluso soportar en su seno comunidades (lo cual depende por cierto de su
número) que, por razones religiosas, no reconozcan los deberes directos que tienen con el
Estado, dejando a sus miembros en manos de la sociedad burguesa y de sus leyes y
contentándose con un cumplimiento pasivo de los deberes directos, quizás por
intermedio de una alteración o cambio de la prestación” (Ibid: 339, §270/Obs.) 19.
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En torno a la filosofía del derecho de Hegel: cuestiones y objeciones 12
Conclusión
43 No he tratado de dar respuestas definitivas a ninguno de los asuntos planteados. Por ello,
me doy por satisfecho si he logrado atizar el fuego de la discusión en torno a algunos
aspectos del espíritu objetivo hegeliano. Particularmente satisfecho estaré si he logrado
minar las bases de uno de los mitos más arraigados sobre Hegel, a saber, que sería un
totalitarista. Creo haber mostrado que el modelo hegeliano de Estado, en sentido amplio,
implica la existencia de una serie de derechos y garantías que nada tienen que envidiar a
muchas de las democracias modernas. Es hora de separar la opinión fundada del prejuicio
irreverente.
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NOTAS
1. Cito según Hegel, Georg (1821), Principios de la Filosofía del Derecho o Derecho Natural y Ciencia
Política, Edhasa, Barcelona, 1988. La traducción y el prólogo son de Juan Luis Vermal.
2. En ésta, como en algunas de las siguientes citas del texto hegeliano analizado, he introducido
un cambio en la traducción o en la puntuación. Para tales cambios me fundo en Hegel, Georg
(1821), Fundamentos de la Filosofía del Derecho, Libertarias/Prodhufi, Madrid, 1993. La edición de
K.H. Ilting y la traducción de Carlos Díaz. Asimismo me baso en Hegel, Georg (1821), Grundlinien
der Philosophie des Rechts (Mit Hegels eigenhändigen Randbemerkungen in seinem Handexemplar der
Rechtsphilosophie), Felix Meiner Verlag, Hamburgo, 1955.
3. En el tratamiento de este asunto, sigo los argumentos de Vittorio Hösle y Charles Taylor.
4. El peligro consiste específicamente en que la voluntad tome como principio de la acción, no a
lo que es “en sí” y “para sí” universal, sino que se rija por las determinaciones del arbitrio, con lo
que hace predominar la propia particularidad por sobre lo universal. En tal caso la voluntad corre
el riesgo de ser mala (Hegel 1988: §139 y §139/Obs.).
5. Volveré al mismo tema, pero desde otra perspectiva, más adelante en: “¿Es Hegel un
totalitarista?”
6. Charles Taylor habla constantemente de “homogeneidad” (Homogeneität) y “homogeneizar”
(homogenisieren), a las que opone “diferencia” (Differenz) y “diferenciación” (Differenzierung).
7. Probablemente Hegel nunca habría dicho “yo soy yo y mi circunstancia”, como Ortega y
Gasset; pero sí habría estado dispuesto a decir “yo soy mi circunstancia”.
8. No estoy pretendiendo afirmar que el conflicto no se dé en las estructuras de la Filosofía del
Derecho. Por cierto, si hay cambios, puede suponerse su surgimiento o existencia; además, Hegel
mismo lo menciona. Procuro dejar de manifiesto que no me parece claro cuáles son las instancias
para solucionarlo y cómo ocurre, especialmente si no se trata de conflictos legales. Por otro lado,
me pregunto cómo se presenta un conflicto que debe desarrollarse según un patrón
preestablecido.
9. Hegel agrega un ácido comentario. Según él, es una enfermedad alemana exigir tal perfección
(Hegel 1988: 289, §216/Obs.).
10. Al apoyarme en el texto de Carla Cordua, para el tratamiento de esta objeción o duda, he
destacado del texto de la autora los aspectos que se refieren directamente a la Filosofía del Derecho.
Ella trata la cuestión no sólo más detalladamente, sino también más ampliamente, dando
respuestas más profundas, más fundadas y de mayor alcance, pero recurriendo a textos que
sobrepasan el que aquí se analiza.
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En torno a la filosofía del derecho de Hegel: cuestiones y objeciones 14
11. Hegel usa el vocablo “Abschreckung”, que fácilmente puede inducir a error, pues se traduce
como “intimidación”, “disuación”, “desaliento” o “escarmiento”.
12. Hegel alude a varios temas atingentes al Derecho Administrativo (Hegel 1988: §§292-297).
13. Aunque el uso corriente del lenguaje prefiere el adjetivo y sustantivo “totalitario”, siguiendo
la distinción que hace el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, prefiero el
adjetivo y sustantivo “totalitarista”, pues por tal ha de entenderse al partidario del totalitarismo;
mientras que por “totalitario”, lo perteneciente o relativo al totalitarismo.
14. Hegel lo trata a propósito del tema de la disolución de la familia.
15. Propia de la sociedad burguesa.
16. Cuando se trata de analizar el resultado del moderno método de producción, que tiene como
resultado la acumulación de riqueza por parte de unos y la carencia de medios por parte de otros,
Hegel afirma que ahí surge una oportunidad para el ejercicio de la caridad privada. El individuo
puede, si quiere, colaborar material o espiritualmente con los desposeídos, pero no está obligado
a hacerlo. Por ello el Estado no puede confiarse en que la caridad privada acometa la solución del
problema, sino que debe enfrentarlo él mismo; pero desde ningún punto de vista puede obligar a
la iniciativa privada a ejercer el altruismo (Hegel 1821: §242, §242/Obs. y §207) para desligarse él
de los problemas. El individuo tiene, pues, libertad de iniciativa, y el derecho de ser subsidiado
por el Estado en todo lo que lo haga mejor ciudadano.
17. También es propio del ámbito de la sociedad burguesa.
18. Hegel refuta la concepción que pone la religión como fundamento inmediato del Estado y del
derecho. La religión, con su indiferencia ante los asuntos del mundo, ante la realidad y sus
exigencias, no parece ser el mejor medio para mostrar la relevancia de los fines del Estado,
porque mientras éste “es el espíritu de este mundo” (Hegel 1821: 335, §270/Obs.), la religión se
desvive por el más allá y desdeña la vida presente, sus afanes e instituciones. La religión
pertenece en verdad a una esfera superior y por ello “contiene el lugar que en todo cambio y en
la pérdida de las posesiones, intereses y fines reales preserva la conciencia de lo inmutable y de la
más alta libertad y satisfacción. Pero si bien la religión constituye el fundamento, que contiene
en sí lo ético en general y más precisamente la naturaleza del Estado como voluntad divina, es al
mismo tiempo sólo fundamento, y es aquí donde ambas esferas se separan. El Estado es voluntad
divina en cuanto espíritu presente que se despliega en una figura real y en la organización de un
mundo” (Ibid: 336, §270/Obs.).
La religión se relaciona con lo absoluto a través del sentimiento, la representación y la fe, y todo
lo que abarca en su centro existe en ella “como algo que al mismo tiempo debe desaparecer. Si
respecto del Estado se preserva en esta forma y se hace de ella lo esencialmente válido y
determinante, el Estado, en cuanto organismo que se desarrolla en existencias existentes, en
leyes e instituciones, queda abandonado a la inestabilidad, la inseguridad y la desorganización”
(Ibid: 337, §270/Obs.). Así, la religión “proscribe la propiedad privada, el matrimonio, las
relaciones y el trabajo de la sociedad burguesa, etcétera, como cosas indignas del amor y de la
libertad del sentimiento” (Ibid: 337, §270/Obs.). Sin embargo, esta actitud no se diferencia en
nada de la actitud de la subjetividad de la voluntad que funda sus decisiones en la opinión y el
capricho. Si la religión no sólo se integra a la vida del Estado, sino que se somete a ella y reconoce
la autonomía de sus leyes e instituciones, corresponde al Estado garantizar esa situación y
promover la libertad de cultos y doctrinas. Toda religión, desde el momento en que ocupa, en
cuanto institución, un espacio dentro de un territorio e involucra a los ciudadanos, alcanza un
grado de integración estatal y queda bajo la vigilancia policial del Estado. Hegel no es un
adversario de la religión, digámoslo claramente, pero no acepta las tendencias evasivas que la
religión muchas veces desarrolla o en las que simplemente degenera.
19. A diferencia de Rousseau, en ningún momento pretende Hegel servirse de la religión para
lograr sumisión respecto del Estado (Hösle 1988). Rousseau distingue tres tipos de religiones,
según se consideren en su relación con la sociedad: la del hombre, la religión del sacerdote y la
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En torno a la filosofía del derecho de Hegel: cuestiones y objeciones 15
religión cívica o del ciudadano. Esta última se basa en una profesión de fe civil, cuyos artículos
son fijados por el soberano no como dogmas religiosos, sino como formulaciones de un
sentimiento de sociabilidad, sin el cual no se puede ser buen ciudadano ni súbdito fiel. "Sin poder
forzar a nadie a creer en ellos, puede expulsar del Estado a quienquiera que no los admita o
acepte; puede expulsarlo, no como impío, sino como insociable, como incapaz de amar
sinceramente las leyes, la justicia y de inmolar en caso necesario su vida en aras del deber"
(Rousseau 1762: 206). Es más, si alguien reconoce los dogmas públicamente, pero actúa como si
nos los creyese, se le pena con la muerte. Su crimen es el más grave: mentir ante las leyes (Ilting:
1989).
RESÚMENES
El autor trabaja en este artículo una de las obras más citadas y controvertidas del Hegel de su
periodo maduro cual es los Principios de la Filosofía del Derecho o Derecho Natural y Ciencia
Política, comúnmente conocida como Filosofía del Derecho y desarrolla algunos temas que
permanecen como cuestiones abiertas al debate o como aspectos objetables, tanto en su teoría
del espíritu objetivo como en su interpretación.
L’auteur travail l’une des œuvres les plus citées et controversées de Hegel de sa période mûre, Les
Principes de la Philosophie du Droit ou Droit Naturel et Science Politique, plus généralement
connue sous le titre de Philosophie du Droit, et développe certains thèmes qui demeurent tels des
questions ouvertes pour le débat ou bien comme des aspects discutables, tant dans sa théorie de
l’esprit objectif que dans son interprétation.
The author undertakes in this article one of the most cited and controversial work of Hegel of his
mature period which is the Principles of Philosophy of Law or Natural Law and Political Science,
commonly known as Philosophy of Law, and develops some issues that remain as questions open
to debate or as objectionable aspects, both in his theory of objective spirit as in its interpretation.
ÍNDICE
Mots-clés: philosophie du droit Hegel, esprit objectif, éthicité
Palabras claves: filosofía del derecho Hegel, espíritu objetivo, eticidad
Keywords: Philosophy of Right, Hegel, objective spirit, ethics
AUTOR
ARTURO KLENNER
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