Los Aportes de Catherine Walsh

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2.

LOS APORTES DE CATHERINE WALSH DENTRO DEL PENSAMIENTO


DECOLONIAL

Entre todos los representantes del pensamiento decolonial quien más ha reflexionado
sobre el tema es la antropóloga y educadora norteamericana radicada en Ecuador desde
hace muchos años, Catherine Walsh. Sus reflexiones reflejan los procesos políticos y
culturales vividos en los últimos años en América Latina, sobre todo en los impasses
sufridos por dos proyectos políticos emblemáticos de América Latina en el último
decenio: Ecuador y Bolivia.

Digamos que en relación al tema que nos ocupa en este seminario, diálogo e
interculturalidad, las reflexiones de Walsh nos invitan a considerar dos cosas: primero,
que al hablar de diálogo en la interculturalidad no se puede pensar en un debate intelectual
de alto nivel que tiene lugar en una sala académica, en donde se confrontan las
proposiciones siguiendo exclusivamente la regla ideal del mejor argumento (como
propone, concretamente, la ética del discurso); segundo, que el diálogo por sí mismo no
basta si no viene acompañado de determinadas prácticas sociopolíticas que reorganicen
las asimetrías existentes entre los diversos grupos.

Lo primero presupone un único modelo de razón; lo segundo alerta sobre la instauración


de un terreno de debate supuestamente neutral que resulte ventajoso para algunos y
desventajoso para otros. Walsh señala que en América Latina en general, y en la región
andina donde trabaja en especial, se ha desarrollado en la primera década del siglo XXI
una atención particular a la diversidad cultural. Este cuidado viene acompañado por el
reconocimiento jurídico de la diversidad, pero también por la inquietud de promover
relaciones positivas entre diversos grupos culturales, confrontando la discriminación, el
racismo y toda forma de exclusión proveniente de las históricas relaciones coloniales.
Estas nuevas prácticas sociales buscan formar ciudadanos que estén conscientes de las
diferencias y que sean capaces de trabajar por el buen vivir de los países, construyendo
una democracia caracterizada por la justicia, la igualdad y la pluralidad.

La interculturalidad vendría a ser el compromiso con este movimiento social de fondo


que se manifiesta de manera más clara en los países andinos. Se infiere, por tanto, que un
planteamiento decolonial de la interculturalidad no se remite al mero contacto respetuoso
entre las culturas. Desde el punto de vista político, no se estará trabajando en clave de
interculturalidad si no se construyen desde el Estado determinadas condiciones de
igualdad entre los diversos grupos poblacionales que habitan el territorio nacional. Desde
el punto de vista antropológico, la interculturalidad aparece como un proceso permanente
de relación entre personas, grupos, conocimientos, valores y tradiciones distintas. Este
proceso no es solamente comunicativo-lingüístico; implica además el aprendizaje mutuo
y el fomento de relaciones de respeto a la diferencia cultural de las personas implicadas.

Una de los aportes principales de Walsh ha sido mostrar que la interculturalidad no se


refiere exclusivamente a educación bilingüe ni a la recuperación folclórica del pasado
cultural indígena, como piensan muchos actores sociales de la región ligados a los
sistemas educativos nacionales. La función de la interculturalidad es eminentemente
crítica y prospectiva. Debe incidir en todas las instituciones y ser asumida por todas las
personas de todos los grupos sociales etnicizados (para el caso peruano confecciona la
siguiente lista: “indígenas, blancos, mestizos, cholos, negros, mulatos, asiáticos, árabes,
etc.”), creando convivencia democrática en todos los niveles de la sociedad. En este
sentido, Walsh advierte que no pueden usarse como sinónimos “inter”, “multi” y “pluri”
– culturalidad. La confusión se crea porque todos los términos se refieren a la diversidad
cultural; pero la diferencia nace de la manera en que se conceptualiza esa diversidad y las
prácticas que se derivan de esa conceptualización. Es de esperar que sobre cada
perspectiva se construyan políticas estatales bien diferentes con implicaciones diversas
para los distintos actores.

Una tarea filosófica de primer orden es ayudar a distinguir estos términos para que esta
corriente social de fondo encuentre fórmulas institucionales más justas y democráticas,
no solo en el ámbito de la enseñanza de la lengua o de la recuperación folclórica de la
cultura autóctona. Para Walsh, multiculturalidad es un término descriptivo, no normativo.
Indica sencillamente el hecho de que existen diversas culturas en un determinado
territorio. Esta consideración puede ser de carácter local, regional, nacional o
internacional. Pero la multiculturalidad no visualiza un contacto dinámico y constructivo
entre esas diversas culturas ni prevé relaciones de igualdad entre los grupos diversos.

Sobre la idea de multiculturalidad se diseña la política liberal del multiculturalismo, que


es lo que predomina en las políticas de los países del Norte global, especialmente en
Estados Unidos. En este país, sencillamente se deja que las minorías nacionales (negros,
indígenas, grupos inmigrantes) coexistan unas al lado de las otras, como colectivos
volcados a la supervivencia material de los suyos. Como resultado urbanístico, se forman
barrios etnicizados, a veces con escuelas que privilegian los idiomas de los países de
origen de los grupos inmigrantes. (Cabe señalar que algo similar puede palparse en
Europa a raíz de la presión migratoria que ha sufrido en las últimas décadas).
Resumiendo, las políticas multiculturales hacen que los grupos culturales sean
visualizados como minorías, en el sentido sociológico del término. Acaban
convirtiéndose, por lo tanto, en seres humanos no-normales, lo que conlleva que, al final
del camino, sus identidades acaben siendo esencializadas racialmente.

De acuerdo a nuestra autora, la interculturalidad camina en una dirección bien distinta.


Es una noción que permite el paso de lo descriptivo a lo normativo. Presupone que la
interacción de los grupos se da manera bien compleja y en diversos niveles. Esta
interacción implica diversas operaciones (negociaciones, intercambio cultural, renuncias)
y pone en relación diversas instancias (personas, conocimientos y prácticas sociales
diferentes). La interculturalidad asume además que la interrelación de las instancias se da
de manera asimétrica, en lo social, lo político y lo económico. La asimetría de poder no
permite que el “otro” (entendiendo por “otro” aquel que no forma parte de los sectores
hegemónicos) pueda ser considerado como sujeto verdadero y portador de una identidad
valiosa que se deba respetar. En último término, la relación asimétrica hace que el “otro”
se perciba como un ser incapaz de actuar, es decir, como un ser despojado de toda agencia.
Para una perspectiva intercultural como la que se acaba de describir, la tolerancia y la
mera convivencia propuestas por el liberalismo filosófico de la multiculturalidad son
radicalmente insuficientes para el buen vivir del conjunto de la sociedad nacional. Las
respuestas que demanda la interculturalidad deberán integrar la complejidad con que el
pensamiento decolonial comprende la sociedad latinoamericana actual. Bajo estos
supuestos, la perspectiva decolonial de la interculturalidad invita ante todo a no
esencializar las identidades ni a entenderlas como adscripciones étnicas inmutables. En
todo momento, se trata de promover intercambios que construyan espacios de encuentro,
donde no solo se dialoga sobre determinadas proposiciones discursivas, sino que además
se tejen relaciones concretas interpersonales, se valora la diversidad de saberes y se
construyen prácticas sociales de inclusión que contrarresten las prácticas sociales de
exclusión heredadas de los ordenamientos coloniales. Se admite implícitamente que los
Estados nación que surgieron con las independencias criollas continuaron reproduciendo
estas prácticas sociales de exclusión de origen colonial. Sin embargo, la apuesta
intercultural decolonial no es anarquista ni comunitarista; desea pensar el Estado de una
manera más constructiva. Esta manera se expresa, dentro de la experiencia andina, con el
adjetivo “Estado plurinacional”.

Bibliografía

Mella, P. (2021). La interculturalidad en el giro decolonial. Utopía y praxis


latinoamericana, 26, 93, pp. 244-246.
https://www.redalyc.org/journal/279/27966751007/27966751007.pdf

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