Urban
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Urban
El concepto
Los objetivos
Las consecuencias
Hay que advertir, sin embargo, que buena parte de esos efectos negativos no
suelen ser consecuencia de las peatonalizaciones en sí mismas, sino que
están sobre todo encadenados a políticas de mayor rango relativas a los usos
del suelo y las edificaciones, a las políticas de rehabilitación del patrimonio
edificado o a las políticas de vivienda (alquiler y construcción).
Por ejemplo, todas esas políticas pueden evitar o abrir el camino para que la
población tradicional de un centro histórico y el comercio asociado a la misma
sean sustituidos por oficinas y comercio especializado, independientemente de
que las calles se hayan peatonalizado o sigan contando con circulación
vehicular.
Por esa razón, los efectos positivos de las zonas peatonales han estado sobre
todo en el campo de la pedagogía urbana o de la cultura de las ciudades; más
que por sus resultados en la reducción general de la circulación, su capacidad
de cambio positivo puede encontrarse en la rotundidad con la que muestran los
beneficios de la supresión del automóvil en ciertas circunstancias.
Una transformación que atienda tanto al centro como a la ciudad nueva, pues
el conjunto histórico no vive sin la ciudad nueva y viceversa; para recuperar la
ciudad histórica es imprescindible, entre otras mil cosas, recuperar la ciudad
nueva y sus vínculos físicos, funcionales y culturales con la antigua.
Para ello parece conveniente reemplazar el papel central que jugaban las
peatonalizaciones en otras fases de la historia urbana con al menos los dos
siguientes instrumentos: la creación de una red peatonal o de itinerarios
peatonales (sin descartar las calles peatonales allí donde realmente no quepan
los automóviles) y la amortiguación o templado de la velocidad del tráfico.
Frente a los resultados casi siempre llamativos de las zonas peatonales, los
itinerarios peatonales penetran suavemente en el modo de vida y en las pautas
de desplazamiento de los ciudadanos, lo que reduce su impacto inmediato ante
la opinión pública y su rentabilización política.
Por último, hay que señalar la importancia de aplicar también en los centros
históricos un conjunto de técnicas destinadas a la amortiguación de la
velocidad de los vehículos. La velocidad se muestra cada vez con mayor
nitidez como un factor disuasorio de la habitabilidad, especialmente en lugares
como los centros urbanos en los que no es posible ni deseable la segregación
de las circulaciones diversas que componen el tráfico. El dominio del espacio
público por parte de los vehículos a motor se ejerce a través del número pero
también de la velocidad.
Notas
Un buen conocimiento del hombre debería ser obligada tarea de todo urbanista
y, sin embargo, los humanos somos los grandes olvidados de muchos
desarrollos urbanos que se hacen en la actualidad. Cuando surcamos un nudo
de autovías no es infrecuente ver edificios en construcción en medio de un
páramo de polvo. Después urbanizamos el espacio, pero solo en el sentido de
construir avenidas e infraestructuras que nos permitan llegar en coche a esos
islotes de ladrillo. Finalmente tratamos de llevar a la gente, y finalmente esa
gente acaba demandando servicios, colegios y parques. La vida llega con
dificultad a esos archipiélagos de destierro, planteados justamente a la inversa
de cómo Jan Gehl nos propone.
Gehl nos avisa, además, de que esos errores de planificación urbana se cobran
un elevado precio. “Podemos moldear a las ciudades, pero al final las ciudades
acaban también moldeándonos a nosotros”. La infancia de los niños que
pueden jugar en la calle o ir andando al colegio no es igual que la que se pasa
en el asiento de atrás del coche o del autobús escolar. En Estados Unidos hay
un buen número de familias que, debido a los problemas de movilidad, no
pueden proveerse de alimentos frescos. La educación, la salud pública, la
seguridad y la riqueza social y cultural de nuestra sociedad en su conjunto
depende en gran medida del modelo urbano sobre el que se asienta.
Junto a estas grandes líneas, Jan Gehl también se ocupa de los detalles. Cómo
organizar calles y plazas: sus sombras, la altura de sus edificios, las terrazas,
los bancos, los bajos comerciales, los jardines de las casas, para satisfacer
nuestras necesidades más humanas: la charla, los encuentros, las compras
diarias, la vista de un bello rincón, la protección ante las inclemencias del
tiempo, el juego… Es ese exquisito cuidado por el detalle y ese acercamiento a
lo minúsculo lo que convierte a Gehl en una especie de artesano del urbanismo
y lo que justifica que comparta esta sección con otro mayúsculo artesano de lo
minúsculo como fue en el siglo XIX William Morris. El arquitecto danés produce
a escala de ciudad las ideas sobre el humanismo y la belleza que Morris
insuflaba en sus escritos y conferencias: “todo hombre, a su escala, puede
producir belleza – bien a través de la realización de un cuadro, de un vestido,
de un mueble; y todo hombre igualmente debería tener derecho, en su vida
cotidiana, a estar rodeado de objetos bellos”.
Siglo y medio después, más de la mitad de las vidas cotidianas que transcurren
en nuestro planeta tienen las ciudades como escenario, y arquitectos como Jan
Gehl trabajan para que esos escenarios públicos que son nuestras calles y
plazas posean la belleza de lo útil, de lo sencillo, y de lo humano.
El automóvil ha supuesto, a lo largo del siglo XX, algo más que una revolución
en la manera de desplazarse. Ha modificado las costumbres y ha cambiado
radicalmente la forma y funcionamiento de las ciudades. El ferrocarril primero, y
el automóvil después, han hecho posible el crecimiento en extensión de las
zonas urbanas.
Y los síntomas más notorios del mal funcionamiento del sistema viario siguen
siendo tres fenómenos característicos: la congestión, las dificultades para parar
y estacionar, y la siniestralidad.
Pero el resultado de construir y gestionar con bajo o nulo nivel tecnológico, con
pocos conocimientos y con poca o nula previsión de consecuencias, no es sólo
el agravamiento de los tres síntomas, es mucho más:
En muchas ciudades el coste adicional por los efectos adversos del mal
funcionamiento de su sistema viario, supone el empobrecimiento de sus
habitantes, que ya tienen hipotecada su calidad de vida, su prosperidad
socioeconómica y su primer problema de seguridad pública entre los fenómenos
violentos, por el bajo nivel tecnológico con el que se ha urbanizado y se urbaniza,
y con el que se ha gestionado y gestiona su sistema y su tráfico viario.
Con este recorrido imaginario, podemos darnos cuenta que existe una parte
fundamental que no está siendo atendida por ningún gobierno y sólo de manera
tangencial por la sociedad civil organizada; nos referimos a la peatonalización de
la ciudad o propiamente a la infraestructura peatonal. Es aquí donde tal vez recae
el fracaso en la mejora de tiempos de traslado y la causa de porque seguimos
prefiriendo el uso del automóvil al del transporte público o la bicicleta.