Reflexión para El Mes de La Biblia

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“Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a

ninguno digno de abrir el libro” (Apocalipsis 5:4)

Es bueno que hoy podamos leer la Palabra de Dios tanto en papel como en la
computadora o en el celular, ya sea en español como en otros idiomas, pero
¿sabías que esto no fue siempre así?

La Palabra de Dios, que puede mostrarnos cómo escapar del pecado e indicarnos
el camino de la vida eterna, siempre ha sido atacada por nuestro enemigo el
diablo. Lo ha hecho de distintas maneras, como por ejemplo negando que sea
inspirada por Dios, evitando que se imprima o distribuya, persiguiendo a los
traductores, destruyendo copias y hasta enseñando mentiras como aquella de
que sólo algunas personas especiales o importantes pueden entender la Palabra
de Dios. Y es que el diablo no quiere que leamos la Palabra de Dios, porque ¡él
pierde poder sobre nosotros cuando lo hacemos!

Un ejemplo de este tipo de ataques lo leemos en las mismas Escrituras, cuando


un rey judío echó al fuego el rollo con la profecía escrita de Jeremías (Jer 36:23).
Si recordamos a los traductores de la Biblia, el primero que la tradujo entera al
español fue Casiodoro de Reina. ¿Alguna vez te preguntaste en qué situación lo
hizo? Te cuento que durante muchos años estuvo prohibido traducir la Biblia a
los idiomas que no fueran latín, hebreo o griego. Resulta que Casiodoro de Reina
tuvo que huir primero de España y años después de Inglaterra para salvar su vida.
Lo acusaron con mentiras, y lo amenazaron de muerte por ser un seguidor de
Cristo.

Algo peor le sucedió a uno de los traductores de la Biblia al inglés, William


Tyndale, quien tuvo que escaparse de Inglaterra a Alemania para realizar su
trabajo. Luego en Inglaterra prohibieron y quemaron en público su traducción.
Después de esconderse durante años un amigo lo traicionó, lo llevaron a la cárcel
y lo ahorcaron.

Cuando el apóstol Juan vio en el cielo el rollo de la profecía de Apocalipsis, que


estaba cerrado con 7 llaves (o sellos), Juan lloraba y lloraba amargamente, porque
no podía saber lo que decía. Jesús, que era el único digno de abrirlo y leerlo, nos
permitió que podamos conocer todo lo que dice ese libro celestial.

Por todo esto es que debiéramos aprovechar y disfrutar siempre que podamos
de leer la Palabra de Dios y valorar el esfuerzo y sacrificio hecho para que la
tengamos. Porque sólo en ella encontraremos palabras de vida eterna.

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