Johnny Cogio Su Fusil

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Johnny cogió su fusil es la gran novela antibelicista por excelencia.

Publicada
por primera vez en 1939, la historia de Dalton Trumbo sobre un joven
soldado americano terriblemente dañado durante la Primera Guerra Mundial
"sobrevive sin brazos, sin piernas, sin rostro pero con la mente intacta" fue
un éxito inmediato. Esta conmovedora novela marcó un punto y aparte para
muchos americanos que crecieron con la Segunda Guerra Mundial y se
convirtió en la novela antisistema más popular de la era de Vietnam.
Actualmente vuelve a ser de gran actualidad. Dalton Trumbo (Colorado, 1905
- Hollywood, 1976) debutó como novelista en 1935 con la novela Eclipse y
durante ese mismo año empezó a trabajar como guionista en la industria
cinematográfica de Hollywood. En 1939 publicó Johnny cogió su fusil,
inspirándose en un artículo que leyó sobre un oficial británico que quedó
totalmente desfigurado durante la Primera Guerra Mundial. El libro obtuvo el
National Book Award y en la década de los sesenta Luis Buñuel le propuso
hacer una película sobre el libro. Fue el mismo Trumbo, con 65 años de
edad, quien adaptó su novela a la gran pantalla y debutó como director
cinematográfico. Asimismo, fue uno de los «Hollywood Ten», grupo formado
por guionistas y directores destacados que fueron arrestados en los años
cincuenta durante la cruzada macartista contra los comunistas. Se le incluyó
en las listas negras de la industria del cine, obligándole a trabajar bajo
seudónimo durante varios años. Murió, tras una larga enfermedad y antes de
acabar su última novela, en 1976. No es atrevido afirmar que Johnny cogió
su fusil es la novela más representativa del antibelicismo en el siglo XX.

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Dalton Trumbo

Johnny cogió su fusil


ePub r1.2
SoporAeternus 25.01.15

ebookelo.com - Página 3
Título original: Johnny got his gun
Dalton Trumbo, 1939
Traducción: Marta Susana Eguía
Retoque de portada: SoporAeternus

Editor digital: SoporAeternus


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Prólogo
La I Guerra Mundial comenzó como un festival de verano: todo eran faldas
ondulantes y charreteras doradas. Las multitudes vitoreaban desde las aceras mientras
emplumadas altezas imperiales, dignatarios, mariscales y otros tontos por el estilo
desfilaban por las capitales de Europa a la cabeza de sus resplandecientes legiones.
Fue una temporada de generosidad; una etapa de alardes, bandas musicales,
poemas, canciones, inocentes plegarias. Era un agosto palpitante y sin aliento a causa
de jóvenes caballeros oficiales que pasaban noches prenupciales con muchachas que
abandonarían para siempre. Uno de los regimientos escoceses, en su primera batalla,
cruzó la trinchera detrás de cuarenta gaiteros con faldas de tartán, con la única misión
de tocar sus instrumentos frente a las ametralladoras.
Más tarde, había nueve millones de cadáveres cuando las bandas de música y los
dignatarios emprendieron la fuga, el quejido de las gaitas nunca más volvería a ser el
mismo. Fue la última guerra romántica, y quizá, Johnny cogió su fusil, la última
novela norteamericana que se escribió sobre ella antes de que se pusiera en marcha
un acontecimiento totalmente distinto llamado II Guerra Mundial.
El libro tiene una enigmática historia política. Escrito en 1938, cuando el
pacifismo constituía un anatema para la izquierda y para gran parte de los sectores
centristas norteamericanos, fue editado en la primavera de 1939 y publicado el 3 de
septiembre: diez días después del pacto nazi-soviético, a dos días de iniciada la II
Guerra Mundial.
Más tarde, Joséph Wharton Lippincott (pensando que estimularía las ventas)
sugirió que se vendieran los derechos de publicación al Daily Worker de Nueva York.
A partir de entonces, durante meses, el libro fue un factor de unificación para las
izquierdas.
Al parecer, después de Pearl Harbor, el tema se volvió tan inadecuado para la
época como el chillido de las gaitas. Paul Blanshard, al referirse a la censura militar
en The Right to Read[1] (1955), dice: «Se prohibieron algunas pocas revistas
extranjeras pro-Eje, además de tres libros, entre ellos la novela pacifista de Dalton
Trumbo Johnny Get Your Gun[2], publicada durante el período del pacto Hitler-
Stalin».
Dado que el señor Blanshard incurrió en lo que espero haya sido un error
inconsciente, tanto en lo que se refiere al período de «publicación» del libro cuanto
en lo relativo al título con el que se «publicó», no puedo confiar demasiado en su
historia de la prohibición. Sin duda, yo no fui informado; recibí numerosas cartas de
militares de servicio que lo habían leído en las bibliotecas del Ejército de ultramar; y
en 1945, yo mismo encontré un ejemplar en Okinawa, cuando aún se estaba
combatiendo.

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Sin embargo, si lo habían censurado y yo lo hubiese sabido, creo que no habría
protestado en voz alta. Hay momentos en que puede ser necesario que ciertos
derechos privados cedan ante las exigencias de un beneficio público más amplio. Sé
que se trata de una idea peligrosa y no desearía llevarla demasiado lejos, pero la II
Guerra Mundial no fue una guerra romántica.
A medida que el conflicto se profundizaba y Johnny se dejaba de imprimir, la
imposibilidad de conseguirlo se convirtió en una reivindicación de los derechos
civiles para la extrema derecha norteamericana. Organizaciones pacifistas y grupos
de «Madres» de todo el país se inundaron de vehementes cartas solidarias,
denunciando a judíos, comunistas, partidarios del New Deal, y banqueros
internacionales que habían prohibido mi novela para intimidar a millones de
verdaderos norteamericanos que exigían inmediatamente una paz negociadora.
Mis corresponsales, muchos de los cuales usaban papel refinado y remitentes
húmedos por el agua de mar de lugares vacacionales y deportivos, poseían una red de
comunicaciones que llegaba hasta los campos de detención de internados pronazis.
Hicieron subir el precio del libro a más de seis dólares el ejemplar usado, lo cual me
desagradó por varias razones, una de ellas, fiscal. Proponían una marcha nacional
propaz inmediata, de la que yo sería el líder; prometieron y llevaron a cabo una
campaña de cartas para presionar al editor en favor de una reedición.
Nada podría haberme convencido tan rápidamente de que Johnny era
precisamente el tipo de libro que no debía reeditarse hasta que terminara la guerra.
Los editores coincidieron en el mismo sentido. Ante la insistencia de algunos amigos
convencidos de que las gestiones de mis corresponsales podían ejercer un efecto
funesto sobre los esfuerzos empeñados en la guerra, cometí la estupidez de informar
al FBI acerca de sus actividades. Pero el interés de una maravillosa y perfecta pareja
de investigadores que llegó a mi casa no se centró en las cartas, sino en mí. Tengo la
impresión de que dicho interés no se ha disipado y que lo tengo merecido.
Las dos o tres reediciones que aparecieron después de 1945 fueron bien recibidas
por las izquierdas en general y, al parecer, completamente ignoradas por el resto del
público, inclusive por aquellas apasionadas madres de tiempos de guerra. El libro
dejó de imprimirse nuevamente durante la Guerra de Corea.
Decidí entonces comprar las planchas a fin de evitar que fuesen vendidas al
gobierno para que las convirtiera en municiones. Y allí es donde termina o comienza
la historia.
Al leerlo nuevamente después de tantos años, tuve que resistirme al fuerte deseo
que me impulsaba a retocarlo aquí, modificarlo allí, aclarar, corregir, elaborar,
retocar. Al fin y al cabo, el libro tiene veinte años menos que yo y yo he cambiado
mucho, y él no. ¿O sí?
¿Es posible que haya algo que se resista al cambio, aunque no se trate más que de

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una simple mercancía que puede ser comprada, enterrada, censurada, maldecida,
elogiada o ignorada por razones que siempre suelen ser equivocadas? Probablemente
no. Johnny tuvo un significado diferente para tres guerras diferentes. Su significado
actual es aquel que le atribuyen sus lectores, y cada lector —felizmente— es distinto
de todos los demás y también susceptible de cambios.
Lo he dejado como era para ver cómo es.
Dalton Trumbo

Los Ángeles Marzo 25, 1959

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Agregado: 1970
Once años más tarde. Los números nos han deshumanizado. A la hora del
desayuno leemos que 40.000 norteamericanos han muerto en Vietnam. En lugar de
vomitar, nos servimos una tostada. Por la mañana, nos sumergimos precipitadamente
en las calles atestadas, no para gritar asesinos sino para abalanzarnos sobre el
abrevadero antes de que otro engulla nuestra ración.
Una ecuación: 40.000 jóvenes muertos=3.000 toneladas de carne y huesos,
124.000 libras de masa encefálica, 50.000 galones de sangre, 1.840.000 años de vida
que no se vivirán, 100.000 niños que jamás nacerán. (En cuanto a esto último,
podemos soportarlo: ya hay demasiados niños en el mundo que se mueren de
hambre.)
¿Gritamos por la noche cuando estos elementos interfieren en nuestros sueños?
No. No soñamos con eso, porque no lo pensamos; y no lo pensamos porque no nos
importa. Nos interesan mucho más la ley y el orden; poder transitar sin riesgos por las
calles de Estados Unidos. Mientras, convertimos las de Vietnam en cloacas
atiborradas de sangre, que volvemos a llenar todos los años cuando obligamos a
nuestros hijos a elegir entre una celda aquí o un ataúd allá. «Cada vez que miro la
bandera, mis ojos se llenan de lágrimas». También los míos.
Si para nosotros los muertos no significan nada (excepto el fin de semana
correspondiente al Día del Soldado Muerto, en que nadadores, esquiadores, surfers,
amantes de pic-nics y campings, cazadores, pescadores, futbolistas, bebedores de
cerveza se aglomeran en las rutas nacionales), ¿qué hay de nuestros 300.000 heridos?
¿Alguien sabe dónde están? ¿Cómo se sienten? ¿Cuántos brazos, piernas, orejas,
narices, bocas, caras, penes, han perdido? ¿Cuántos han quedado sordos o mudos o
ciegos o las tres cosas? ¿Cuántos han sufrido una, dos o tres amputaciones? ¿Cuántos
permanecerán inmóviles para el resto de sus días? ¿Cuántos no son más que meros
vegetales descerebrados que agotan silenciosamente su aliento y sus vidas en oscuras
y secretas habitaciones?
Escribid al Ejército, a la Fuerza Aérea, a la Marina, al Cuerpo de Infantería de
Marina, a los Hospitales del Ejército y la Marina, el Director de Ciencias Médicas de
la Biblioteca Nacional de Medicina, a la Administración del Veterano, al Despacho
del Cirujano General y os asombraréis de vuestra ignorancia. Un organismo informa
que desde enero de 1965 ingresaron 726 pacientes destinados al «servicio de
amputación». Otro se refiere a unos 3.011 mutilados desde comienzos del año fiscal
1968. Lo demás es silencio.
El Informe Anual de Cirugía General: Estadísticas Médicas del Ejército de los
Estados Unidos no se publica desde 1954. La Biblioteca del Congreso informa que la
Oficina Militar de Cirugía General para Estadísticas Médicas «no tiene cifras de

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amputaciones simples o múltiples». O bien el gobierno no les otorga importancia
alguna, o bien, como dice un investigador de una de las redes nacionales de
televisión, «el militar sabe con certeza cuántas toneladas de bombas han sido
arrojadas, pero no está seguro acerca del número de piernas y brazos que han perdido
sus hombres».
Si no existen cifras concretas, al menos comenzamos a disponer de cifras
comparativas. Vietnam nos ha dejado, proporcionalmente, ocho veces más paralíticos
que la II Guerra Mundial, tres veces más incapacitados totales, 35 por ciento más de
mutilados. El senador Cranston de California llega a la conclusión de que el 12,4 por
ciento de los veteranos de Vietnam que reciben indemnizaciones por heridas sufridas
en combate están totalmente incapacitados. Totalmente.
Pero ¿cuántos centenares o millares de muertos-vivientes surgen con exactitud de
ese porcentaje? No lo sabemos. No preguntamos. Nos alejamos de ellos; apartamos
los ojos, los oídos, la nariz, la boca, el rostro. «Por qué mirar, no es mía la culpa,
¿verdad?» La muerte nos espera también a nosotros. Tenemos un sueño por delante,
la más pura de las esperanzas, y es preciso que la busquemos y la encontremos antes
de que oscurezca.
Hasta siempre, perdedores. Dios os bendiga. Cuidaos. Nos volveremos a ver.
Dalton Trumbo

Los Ángeles, Enero 3, 1970

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LIBRO PRIMERO
LOS MUERTOS

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1
Deseaba que el teléfono dejara de sonar. Ya era demasiado estar enfermo como
para oír sonar un teléfono toda la noche. Joder qué mal se sentía. Y no era a causa de
ese agrio vino francés. No hay hombre capaz de beber tanto como para tener la
cabeza de ese tamaño. Su estómago daba vueltas y vueltas y más vueltas. Era
agradable que nadie atendiera ese teléfono. Sonaba como si estuviera en un recinto de
un millón de millas de ancho. También su cabeza tenía un millón de millas de ancho.
Al infierno con el teléfono.
Ese maldito timbre debía estar en el otro extremo de la tierra. Para llegar a él se
vería obligado a andar un par de años. Ring ring ring toda la noche. Quizá alguien
necesitaba algo urgente. Las llamadas nocturnas suelen ser importantes. Podrían
prestarles atención. ¿Cómo podían suponer que él lo atendería? Estaba cansado y su
cabeza había adquirido una dimensión exorbitante. Aunque le metieran un teléfono
entero en la oreja ni siquiera lo sentiría. Era como si hubiese ingerido dinamita.
¿Por qué nadie atendía ese maldito teléfono?
—Oye Joe. Adelante y al centro.
Allí estaba endemoniadamente enfermo y como un condenado imbécil avanzaba
hacia el teléfono por la sala de expedición nocturna. Había tanto ruido que era
imposible suponer que alguien pudiese percibir un sonido tan leve como el de un
timbre de teléfono. Sin embargo él lo había oído. A pesar del clic—clic—clic de las
empaquetadoras del Battle Creek y del rechinar de las cintas transportadoras y del
rugido de los hornos giratorios en la planta superior y del estruendo de los cubos de
acero arrastrados hasta el lugar y del estrépito de los motores que ajustaban en el
garaje para el trabajo matutino y del grito de los rodillos que necesitaban aceite ¿por
qué diablos nadie los engrasaba?
Echó a andar por el pasillo central entre los cubos de acero repletos de pan. Se
coló a través de los deshechos de cajones de madera y cartones arrugados y trozos de
pan aplastados. Los muchachos lo miraron pasar. Recordaba sus rostros flotando a su
lado a medida que se acercaba al teléfono. El Holandés y el Holandesito y Whitey y
Pablo y Rudy y todos los muchachos. Le miraron con curiosidad mientras iba
pasando delante de ellos. Tal vez porque en su fuero interno estaba asustado y eso se
percibía desde fuera. Llegó al teléfono.
—Hola.
—Hola hijo. Ven a casa ahora mismo.
—Está bien madre. Voy para allí en seguida.
Entró en la oficina con el techo inclinado y el gran frente de cristal desde donde
Jody Simmons el capataz vigilaba estrechamente a su cuadrilla.
—Jody tengo que ir a casa. Mi padre acaba de morir.

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—¿Morir? ¡Por Dios hijo! lo siento. Por supuesto muchacho vete. Rudy. Oye
Rudy. Coge un camión y lleva a Joe a su casa. Su vie… su padre acaba de morir.
Desde luego muchacho. Ve a casa. Haré que alguno de los muchachos te reemplace.
Eso es duro muchacho. Vete.
Rudy apretaba el acelerador. Afuera llovía porque era diciembre en Los Ángeles
poco antes de Navidad. Los neumáticos chirriaban contra el pavimento mojado. Era
la noche más silenciosa que recordaba si no hubiese sido por el chirrido de las ruedas
y el traqueteo del Ford que resonaba entre los edificios desiertos de una calle vacía.
Sin duda. Rudy apretaba el acelerador. Detrás de ellos en la parte trasera del camión
algo repiqueteaba a un ritmo siempre igual independiente de la velocidad. Rudy no
decía nada. Se limitaba a conducir. Al pasar por Figueroa dejaron atrás unas casas
grandes y antiguas luego unas más pequeñas y otras hacia el extremo sur. Rudy
detuvo el vehículo.
—Gracias Rudy. Te avisaré cuando todo termine. En un par de días volveré al
trabajo.
—Desde luego Joe. Está bien. Es duro. Lo siento. Buenas noches.
El Ford se adhirió con fuerza. Luego su motor rugió y se deslizó calle abajo. El
agua burbujeaba a lo largo del bordillo y la lluvia caía acompasada y uniforme. Se
detuvo un momento respiró hondo y luego emprendió el camino hacia su casa.
La casa estaba en una callejuela encima de un garaje y detrás de un edificio de
dos pisos. Para llegar allí recorrió una calzada estrecha entre dos casas muy próximas
entre sí. El espacio entre las dos casas estaba oscuro. La lluvia de ambas azoteas
confluía allí y repiqueteaba en amplios charcos con un extraño eco de humedad como
el de un cubo que se vaciara en una cisterna. Sus pies chapoteaban en el agua.
Cuando salió de la calzada entre las dos casas vio luz en el garaje. Al abrir la
puerta le envolvió una ráfaga de aire caliente que olía al jabón y al alcohol para
friegas que usaban para bañar a su padre mezclado con el talco que le ponían luego
para que no se le hiciesen llagas en la cama. Todo estaba en silencio. Subió la
escalera de puntillas oyendo aún el ligero chapoteo de sus zapatos.
Su padre muerto estaba en la sala y una sábana le cubría el rostro. Había estado
enfermo mucho tiempo y habían decidido tenerlo en la sala porque en el porche con
cristales que era el dormitorio de su padre su madre y sus hermanas había demasiada
corriente de aire.
Avanzó hacia su madre y le tocó el hombro. Ella no lloraba demasiado.
—¿Has llamado a alguien?
—Si vendrán de un momento a otro. Pero antes quería qué tú estuvieses aquí.
Su hermana menor seguía durmiendo en el porche pero su hermana mayor de solo
trece años estaba encogida en un rincón envuelta en una bata conteniendo los
suspiros. Y sollozando en silencio. La miró. Lloraba como una mujer. Hasta entonces

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no había caído en cuenta de que era prácticamente una mujer. Había crecido todo el
tiempo y él no lo había advertido hasta ahora que la veía llorando por la muerte de su
padre.
Abajo llamaron a la puerta.
—Son ellos. Vamos a la cocina. Será mejor así.
Tuvieron algunas dificultades para llevar a su hermana a la cocina pero ella fue
silenciosamente. Parecía incapaz de caminar. Su rostro estaba pálido. Sus ojos eran
grandes y más que llorar jadeaba. Su madre se sentó en una banqueta de la cocina y
cogió a su hermana en brazos. Luego él se asomó a la escalera y dijo en voz baja.
—Adelante.
Dos hombres de camisas de cuello limpio y resplandeciente abrieron el portal y
comenzaron a subir la escalera. Traían un gran cesto de mimbre. Rápidamente entró
en la sala y retiró las sábanas para mirar a su padre antes de que ellos llegaran al tope
de la escalera.
Contempló un rostro fatigado que solo tenía cincuenta y un años. Mientras lo
miraba pensó papá me siento mucho más viejo que tú. He sentido pena por ti papá.
Las cosas no marchaban bien y nunca habrían marchado bien para ti y es mejor que
estés muerto. En estos tiempos la gente tiene que ser más rápida y más dura que tú
papá. Buenas noches y que tengas hermosos sueños. No te olvidaré y hoy no estoy
tan triste por ti como estaba ayer. Yo te amaba papá. Buenas noches.
Entraron en la habitación. Él volvió a la cocina con su madre y su hermana. La
otra hermana que solo tenía siete años dormía aún.
De la sala llegaban algunos ruidos. Eran los pasos de los hombres que caminaban
de puntillas alrededor del lecho. Era el lánguido susurro de las mantas que echaban
hacia los pies. Luego el ruido de los resortes de la cama que se distendían después de
ocho meses de uso. En seguida el gemido del mimbre que acogió la carga que había
sido retirada de la cama. Por último el cesto crujió por todas partes y los pies se
deslizaron por la sala hacia la escalera. Se preguntó mientras iban escaleras abajo si el
cesto estaría bien nivelado o si la cabeza estaba más baja que los pies o si de alguna
forma podía ser incómodo. Si su padre hubiese realizado esa misma tarea hubiese
llevado el cesto con gran suavidad.
Su madre comenzó a temblar un poco cuando cerraron el portal al pie de la
escalera. Su voz era como aire seco.
—Ese no es Bill. Puede parecerlo pero no lo es.
Él le acarició el hombro. Su hermana volvió a acurrucarse en el suelo.
Eso fue todo.
¿Por qué no se terminaba entonces? ¿Cuántas veces tendría que revivirlo? Ya
había pasado todo. Terminado. ¿Por qué seguía sonando ese maldito teléfono? Estaba
chiflado porque había bebido mucho y le quedaban los resabios de la borrachera y

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ahora tenía pesadillas. Muy pronto si era necesario se despertaría y atendería el
teléfono pero por consideración alguien debería hacerlo en su lugar porque él estaba
cansado y enfermo.
Todo se volvía flotante y endeble. Las cosas estaban quietas y endiabladamente
apacibles. Un dolor de cabeza después de una borrachera es como un martilleo y un
estruendo y convierte el cráneo en un infierno. Pero no era la resaca de una
borrachera. Estaba enfermo. Era un hombre enfermo y recordaba cosas. Como si
saliese de los efectos del éter. Pero era de suponer que ese teléfono dejaría de sonar
alguna vez. No podía seguir indefinidamente. Y él no podía seguir repitiendo siempre
la misma historia de ir a atenderlo y escuchar que su padre había muerto y luego
volver a su casa en una noche de lluvia. Si seguía haciéndolo cogería un catarro.
Además su padre podía morir solo una vez.
El timbre del teléfono era parte de un sueño. Su sonido no era como el de
cualquier otro teléfono ni se parecía a cosa alguna porque significaba muerte. Al fin y
al cabo ese teléfono era algo determinado algo muy determinado como solía decir el
viejo profesor Eldridge en el último año de inglés. Y una determinada cosa se aferra a
ti aunque de nada sirve que lo haga tan intensamente. Ese timbre y su mensaje y todo
lo que eso significaba había ocurrido hacía mucho tiempo y él ya lo había dado por
concluido.
El timbre volvió a sonar. Podía oírlo muy lejos como si fuese un eco que
atravesaba innumerables persianas en su mente. Lo oía como si estuviese atado y no
pudiese atenderlo y sin embargo tuviese la obligación de hacerlo. El timbre sonaba
tan solitario como Cristo llamando desde el fondo de su mente esperando una
respuesta. Y no podían comunicarse. Cada toque parecía volverse paulatinamente
más solitario. A cada sonido del teléfono se asustaba más.
Nuevamente a la deriva. Estaba herido. Muy malherido. El campanilleo del
timbre se iba disipando gradualmente. Estaba soñando. No estaba soñando. Estaba
despierto aunque no podía ver. Estaba despierto aunque no podía oír nada salvo un
teléfono que en realidad no sonaba. Estaba muy asustado.
Recordó cómo de pequeño después de leer Los últimos días de Pompeya se
despertaba por la noche en medio de la oscuridad gritando espantado con el rostro
hundido en la almohada y pensando que la cima de una de las montañas de su
Colorado había volado y que las mantas eran lava y él estaba sepultado vivo y que se
quedaría allí muriendo eternamente. Ahora sentía ese mismo sentimiento de ahogo la
misma vergonzosa congoja en sus entrañas. En el paroxismo del terror juntó sus
fuerzas e hizo el ademán de un hombre enterrado en la arena que araña el aire con sus
manos.
Luego sintió náuseas y ahogo y se desvaneció a medias arrastrado por el dolor.
Por su cuerpo parecía circular una corriente eléctrica que lo sacudía

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espasmódicamente y lo arrojaba contra la cama exhausto y absolutamente inmóvil. Se
quedó así sintiendo cómo el sudor brotaba de su piel. Luego le sobrevino otra
sensación. Sentía su piel caliente y húmeda y la humedad le permitió sentir los
vendajes. Estaba envuelto en ellos de arriba abajo. Hasta la cabeza.
Entonces estaba realmente herido.
El corazón golpeó contra las costillas a causa del impacto. El cuerpo se le llenó de
aguijones. Su corazón latía como si estallase en el pecho pero él no podía sentir el
pulso en sus oídos.
¡Oh Dios! entonces estaba sordo. ¿De dónde sacaban toda esa basura acerca de
los refugios a prueba de bombas si a un hombre allí dentro podían sacudirlo de modo
tal que todo el complejo mecanismo de sus oídos podía estallar hasta dejarlo tan
sordo como para no poder oír los latidos de su propio corazón? Le habían golpeado
duro y ahora estaba sordo. No ligeramente sordo. No sordo a medias. Totalmente
sordo.
Por un momento mientras el dolor se iba desvaneciendo pensó todo esto me
permitirá meditar. ¿Y los otros? ¿Qué fue de ellos? Tal vez no tuvieron tanta suerte.
Había buenos muchachos en ese agujero. ¿Cómo será estar sordo y tener que hablar a
gritos? Escribes en un papel. No. Al revés. Tú lees lo que te escriben en un papel. No
es un motivo para ponerse a bailar pero podría haber sido peor.
Lo único es que cuando uno está sordo se siente solo. Olvidado de Dios.
De modo que nunca más volvería a oír. Pues bien había muchas cosas que no
quería volver a oír. Nunca había querido escuchar el punzante repiqueteo de la
ametralladora ni el agudo silbido de un obús del 75 cayendo a toda velocidad ni el
trueno pausado que seguía a su estallido ni el gemido de un avión ahí arriba ni los
aullidos de un tío que trata de explicarle a alguien que tiene una bala atravesada en el
estómago y que por el agujero se le está saliendo el desayuno y por qué nadie se
detiene y le da una mano solo que nadie puede oírle porque todos están asustados. Al
infierno.
Las cosas entraban y salían de foco. Era como mirar en uno de esos espejos de
afeitar de aumento atraerlo hacia uno y volverlo a alejar. Estaba enfermo y
probablemente loco estaba malherido y solitariamente sordo pero estaba vivo y
seguía escuchando a lo lejos el sonido agudo del timbre del teléfono.
Se hundía y reflotaba y luego comenzaba a girar en lánguidos y perezosos
círculos negros. Todo bullía en sonidos. Sin duda estaba loco. Fugazmente vio la gran
zanja donde solía ir a nadar con los muchachos en Colorado antes de partir hacia Los
Ángeles antes de entrar en la panadería. Oía el chapoteo del agua cuando Art hacía
una de sus piruetas al zambullirse es idiota tirarse de tan alto pero ¿por qué nosotros
no podíamos hacerlo? Contempló las ondulantes praderas de Grand Mesa a once mil
pies de altura y vio hectáreas de aguileñas agitándose en la fresca y apacible brisa de

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agosto y oyó el murmullo lejano de los arroyos de las montañas. Vio a su padre
arrastrando el trineo. Su madre iba dentro. Era una mañana de Navidad. Oyó la nieve
fría bajo los patines del trineo regalo de Navidad y su madre reía como una niña y su
padre sonreía con ese gesto tranquilo y surcado de arrugas.
Sus padres parecían divertirse juntos. En especial entonces. Solían flirtear delante
de él antes de que nacieran las niñas. ¿Recuerdas esto? ¿Y aquello? Lloré. Tú
hablabas así. Te peinabas así. Me levantaste y me recordaste cuán fuerte eras y me
pusiste encima del viejo Frank porque era dócil y después cabalgamos sobre el río
helado y el viejo Frank escogía su camino tan cuidadosamente como un perro.
¿Recuerdas el teléfono cuando me cortejabas? Recuerdo todo. Hasta el ganso que
se me echaba encima silbando cuando yo te abrazaba. ¿Recuerdas el teléfono cuando
éramos novios tontito? Recuerdo. ¿Recuerdas la línea del teléfono que recorría
dieciocho millas por el valle de Colé Creek y solo había cinco abonados? Lo
recuerdo. Recuerdo la forma en que me miraste con tus ojos grandes y tu frente suave
que no ha cambiado. ¿Te acuerdas cuán nueva era aquella línea telefónica? Uno se
sentía solo allí. Ni un alma en tres o cuatro millas y en realidad nadie en el mundo
solo tú. Y yo esperando que sonara el teléfono. ¿Te acuerdas que sonaba dos veces
para nosotros? Dos timbres y eras tú que llamabas de la tienda cuando estaba cerrada.
Y los cinco aparatos a lo largo de la línea haciendo click—click Bill llama a Macia
click—click. Y después tu voz qué divertido era oír tu voz por teléfono la primera
vez. Siempre fue maravilloso.
—Hola Macia.
—Hola Bill ¿cómo estás?
—Muy bien. ¿Has terminado el trabajo?
—Solo con los platos.
—Supongo que también esta noche todo el mundo nos está escuchando.
—Supongo.
—¿No saben que te quiero? Podrían conformarse con eso.
—Tal vez no.
—Macia ¿por qué no tocas algo en el piano?
—Está bien Bill. ¿Qué toco?
—Lo que quieras. A mí me gusta todo.
—Bien Bill. Espera que arregle el aparato.
Después la música del piano iba tintineando por los cables nuevos y maravillosos
del teléfono a lo largo de Cole Creek hacia el oeste del otro lado de las montañas de
Denver. Su madre antes de ser su madre antes de pensar particularmente en
convertirse en su madre solía tocar el único piano que había en Cole Creek e
interpretaba Beautiful Blue Ohio o quizá My Pretty Red Wing. Tocaba diáfanamente y
su padre la escuchaba desde Shale City y pensaba ¿no es maravilloso sentarse aquí a

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ocho millas y acercar ese tubo negro al oído y escuchar a lo lejos la música de Macia
mi hermosa Macia mi Macia?
—¿Los has oído Bill?
—Sí. Fue hermoso.
Entonces alguien tal vez a seis millas en la línea interrumpía la conversación sin
pudor alguno.
—Macia acabo de coger el auricular y te he escuchado tocar. ¿Por qué no tocas
After the Ball is Over? A Clem le gustaría escucharla si no tienes inconveniente.
Su madre volvía al piano y tocaba After the Ball is Over y Clem en alguna parte
oía música quizá por primera vez en tres o cuatro meses. Las mujeres de los granjeros
una vez terminado su trabajo también se sentaban con el auricular al oído y
escuchaban y se ponían soñadoras pensando en cosas que sus maridos ni siquiera
imaginaban. Todo el mundo en ese valle solitario de Cole Creek solicitaba a su madre
que tocara su pieza favorita y su padre en Shale City escuchaba con gusto aunque a
veces se impacientaba un poco diciéndose a sí mismo que la gente de Cole Creek
debería comprender que esto es un noviazgo no un concierto.
Sonidos sonidos sonidos por todas partes y ese timbre que se desvanecía y
regresaba mientras él se sentía tan enfermo y sordo que quería morir. Rotaba en la
oscuridad y a lo lejos el timbre del teléfono sonaba sin que nadie lo atendiera. Un
piano tintineaba remotamente y él supo que su madre tocaba para su padre muerto
antes de que su padre estuviera muerto y antes de pensar en él su hijo. El piano
sonaba al compás del timbre y el timbre al compás del piano y detrás crecía un espeso
silencio y un ansia de escuchar y la soledad.
Y ahora brilla la luna esta noche sobre la hermosa Ala Roja. Suspiran los pájaros
llora el viento nocturno…

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Su madre cantaba en la cocina. Él la oía cantar y el sonido de su voz era el sonido
de su casa. Cantaba la misma canción una y otra vez. Nunca cantaba la letra sino la
melodía con voz ausente como si pensara en otra cosa y cantar fuese solo una forma
de matar el tiempo. Siempre cantaba cuando estaba muy ocupada.
Era otoño. Los álamos se habían vuelto rojos y amarillos. En la cocina su madre
trabajaba y cantaba junto a la vieja estufa de carbón. Batía mantequilla de manzanas
en una gran cazuela. O envasaba melocotones. Los melocotones impregnaban la casa
con un aroma delicioso y penetrante. Hacía jalea. La pulpa de los frutos colgaba en
una bolsa de harina sobre la parte más fresca de la estufa. A través de la tela el zumo
manaba espeso sobre un tazón en cuyos bordes se formaba una orla rosa-crema. En el
centro el zumo era rojo y transparente.
Cocía el pan. Horneaba dos veces a la semana. En el intervalo entre hornada y
hornada conservaba un pote de fermento en la nevera para no preocuparse por la
levadura. El pan era pesado y moreno y a veces sobresalía dos o tres pulgadas sobre
el borde de la cazuela. Cuando lo sacaba del horno untaba la corteza marrón con
mantequilla y lo dejaba enfriar. Pero los bollos eran aún mejores que el pan. Los
sacaba del horno poco antes de la cena. Estaban tan calientes que humeaban. Tú les
ponías la mantequilla que se derretía dentro y luego mermelada o dulce de
albaricoque con nueces y almíbar. Era todo lo que querías comer a la hora de la cena
aunque por supuesto también era necesario comer otras cosas. En las tardes de verano
cortabas una gran rebanada de pan y le ponías mantequilla fría. Luego espolvoreabas
azúcar sobre la mantequilla. Resultaba más exquisito que un pastel. O bien cogías una
gran rebanada de cebolla dulce y la colocabas entre las dos lonchas de pan con
mantequilla y no había nada más delicioso en el mundo.
En otoño su madre trabajaba día tras día semana tras semana. Casi no salía de la
cocina. Hacía conservas de melocotones cerezas fresas moras ciruelas. Preparaba
mermeladas confituras conservas y salsas de pimientos. Y cantaba mientras trabajaba.
Cantaba la misma canción en voz ausente sin palabras como si todo el tiempo pensara
en otra cosa.
En Fifth y Main había un hombre que vendía hamburguesas. Era menudo
encorvado y de rostro carnoso. Siempre se alegraba de poder hablar con quien se
detuviese frente a su puesto. Como era el único que vendía hamburguesas en Shale
City tenía el monopolio del negocio. La gente decía que era drogadicto y que alguna
vez se volvería peligroso. Pero nunca ocurrió y hacía las mejores hamburguesas del
mundo. Tenía un mechero de gas y a cien metros de su puesto se podía oler la
maravillosa fragancia de las cebollas friéndose. Aparecía por las tardes alrededor de
las cinco o de las seis y hacía hamburguesas hasta las diez o las once. Si querías un

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bocadillo tenías que esperar.
A su madre le encantaban los bocadillos que hacía el hombre de las
hamburguesas. Los sábados por la noche su padre solía trabajar hasta tarde en la
tienda y él iba a la ciudad y le esperaba hasta que le entregaban el cheque con su
paga. Alrededor de las diez menos cuarto cuando la tienda estaba a punto de cerrar su
padre le daba treinta centavos para tres hamburguesas. Él corría a toda prisa con su
dinero hasta el puesto del vendedor de hamburguesas y ocupaba su lugar en la fila.
Pedía tres hamburguesas con mucha cebolla y mostaza. Cuando se las entregaban su
padre ya iba rumbo a casa. El hombre de las hamburguesas ponía los bocadillos en
una bolsa y colocaba la bolsa dentro de su camisa junto a su cuerpo. Entonces él
corría hasta su casa para que llegaran calientes. Corría en la fresca noche otoñal
sintiendo el calor de las hamburguesas contra su estómago. Todos los sábados por la
noche trataba de correr más de prisa que la vez anterior para que los bocadillos
llegasen aún más calientes. Llegaba a su casa los sacaba del interior dé su camisa e
inmediatamente su madre se comía uno. Para entonces su padre ya había llegado. Era
la gran fiesta de los sábados por la noche. Como las niñas eran muy pequeñas
dormían así que él sentía que su padre y su madre le pertenecían enteramente. En
cierto modo era un adulto. Envidiaba al hombre de las hamburguesas que podía
comer todos los bocadillos que quisiera.
En otoño venía la nieve. Habitualmente nevaba para el Día de Acción de Gracias
pero a veces no llegaba hasta mediados de diciembre. La primera nevada era lo más
bello de la tierra. Su padre solía despertarle muy temprano anunciando a gritos la
nevada. Generalmente era una nieve húmeda que se adhería a todo lo que tocaba.
Hasta la cerca de alambre tejido que rodeaba el fondo del gallinero soportaba un
espesor de nieve de media pulgada. Para los pollos la primera nevada era siempre un
enigma y un motivo de alarma. Andaban con cuidado y sacudían sus patas y los
gallos protestaban todo el día. Los graneros lucían hermosos y los postes del
alambrado tenían un birrete de cuatro pulgadas de alto. En los terrenos vacíos los
pájaros dejaban en la nieve minúsculas huellas cruzadas de tanto en tanto por los
rastros de un conejo. Su padre nunca dejó de despertarle temprano cuando caía nieve.
Lo primero que hacía era correr a mirar por la ventana. Luego se ponía unas ropas
abrigadas la chamarra las botas y los guantes forrados de piel de cordero cogía su
impermeable flexible salía con los demás muchachos y no volvía hasta que sus pies
estaban ateridos y su nariz helada. La nieve era maravillosa.
En primavera los campos se llenaban de prímulas. Se abrían por la mañana se
cerraban cuando calentaba el sol y luego se volvían a abrir por la tarde. Todas las
tardes los muchachos iban a coger prímulas. Volvían con grandes ramilletes de flores
tan grandes como una mano y los ponían en cuencos llenos de agua. El primero de
mayo hacían cestos y los adornaban de prímulas escondiendo dulces debajo de las

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flores. Cuando anochecía iban de casa en casa y dejaban un cesto. Llamaban a la
puerta y huían desapareciendo en la noche.
Lincoln Beechy llegó al pueblo. Era el primer aeroplano que se veía en Shale
City. Lo tenían en una tienda en medio de la pista de carreras cerca de los terrenos de
la feria. Todos los días la gente desfilaba por la tienda para mirarlo. Parecía hecho
íntegramente de alambre y tela. La gente no podía comprender que un hombre hiciera
depender su vida de la resistencia de un alambre. Un solo alambre que fallara
significaba el fin de Lincoln Beechy. En la parte delantera del avión frente a las
hélices había un pequeño asiento cerrado con una barra de madera. Allí se sentaba el
gran aviador.
En Shale City todo el mundo estaba contento con la llegada de Lincoln Beechy.
Era algo maravilloso. Shale City se estaba convirtiendo en una verdadera metrópoli.
Lincoln Beechy no se detenía en cualquier pueblecito de mala muerte. Solo se detenía
en sitios como Denver y Shale City y Salt Lake y continuaba su recorrido hasta San
Francisco. Todo el pueblo salió a la calle el día que Lincoln Beechy se remontó en el
aire. Lo hizo cinco veces. Nunca nadie había visto algo más increíble.
Antes del vuelo el señor Hargraves que era inspector de escuelas pronunció un
discurso. Explicó que la invención del aeroplano era el mayor progreso llevado a
cabo por el hombre en cien años. El aeroplano dijo el señor Hargraves reduciría la
distancia entre las naciones y los pueblos. El aeroplano sería el gran instrumento para
la comprensión recíproca de los pueblos para que la gente se comprendiera y amara
mejor. El señor Hargraves dijo que el aeroplano anunciaba una nueva era de paz
prosperidad y comprensión mutua. Todos serían amigos dijo el señor Hargraves
cuando el aeroplano uniera a todo el mundo de modo que los pueblos de la tierra se
comprendieran entre sí.
Después del discurso Lincoln Beechy hizo cinco loopings y abandonó el pueblo.
Dos meses más tarde su aeroplano cayó en la bahía de San Francisco y Lincoln
Beechy se hundió. Shale City lo sintió como si hubiese perdido a uno de sus
habitantes. El Monitor de Shale City publicó un editorial. Dijo que aun cuando el
gran Lincoln Beechy hubiese muerto el aeroplano el instrumento de paz el vínculo
entre los pueblos seguiría adelante.
Cumplía años en diciembre. Para todos sus cumpleaños su madre preparaba una
gran cena a la que venían sus amigos. Sus amigos también hacían cenas de
cumpleaños de modo que al cabo del año había por lo menos seis grandes
acontecimientos con motivo de los cuales se reunían los muchachos. Por lo general
había pollo y siempre un pastel de cumpleaños y helado. Todos traían regalos. Nunca
olvidaría aquella vez que Glenn Hogan le trajo un par de calcetines de seda marrón.
Fue antes de usar los pantalones largos. Los calcetines parecían significar un paso
hacia un futuro adulto. Eran muy bonitos. Después de la fiesta se los puso y los miró

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largo rato. Tres meses más tarde se puso los pantalones largos que hacían juego con
ellos.
Todos los muchachos simpatizaban con su padre seguramente porque su padre
simpatizaba con ellos. Después de comer su padre los llevaba siempre a algún
espectáculo. Se ponían los abrigos y salían a la nieve trotando hasta el teatro Elysium.
Era estupendo sentirse caliente por dentro después de la comida y con la cara fría por
el aire bajo cero y un espectáculo ante los ojos. Aún hoy podía oír sus pasos
chapoteando en la nieve. Podía ver a su padre a la cabeza del grupo hacia el Elysium.
Recordaba que los espectáculos eran casi siempre buenos.
En otoño se hacía la Exposición del Condado. Había domas de potros y corridas
de ciervos indios cabalgando a pelo y carreras de trote. Siempre había una tribu de
indios encabezada por la gran squaw Chipeta. Una calle de Shale City llevaba su
nombre. El pueblo de Ouray Colorado llevaba el nombre de su esposo el cacique
Ouray. Los indios que venían con Chipeta no hacían gran cosa. Se sentaban en
cuclillas y miraban fijo pero Chipeta era todo sonrisas y charla sobre los viejos
tiempos.
Durante la exposición solía venir una feria y se podían ver mujeres partidas en
dos y motociclistas desafiando la muerte subiendo y bajando por un muro circular. En
los puestos de la feria había frutas en conserva que brillaban detrás de los frascos
despliegues de bordados hileras de pasteles y pilas de pan y enormes calabazas y
patatas fantásticas. En los corrales había novillos cuadrados como galpones y cerdos
casi tan grandes como vacas y pollos de pura raza. La semana de la feria era la más
importante del año. De algún modo era más importante que Navidad. Se compraban
fustas adornadas con borlas en los extremos rozar con ellas las piernas de la
muchacha que te gustaba era una muestra de simpatía. Toda la feria tenía un olor
inolvidable. Un aroma siempre soñado. Mientras viviera lo sentiría en el fondo de su
memoria.
En verano iban a la gran zanja situada al norte del pueblo se quitaban la ropa y se
tendían en la orilla y charlaban. El agua estaba tibia por el aire del verano y de la
tierra gris-parda surgía el calor como de una caldera de vapor. Nadaban un rato y
volvían a la orilla a sentarse en círculo desnudos y tostados para charlar. Hablaban de
bicicletas de muchachas de perros y armas. Hablaban de campings de la caza del
conejo de muchachas y de pesca. Hablaban de los cuchillos de caza que todos
deseaban pero que solo Glen Hogan tenía. Hablaban de las muchachas.
Cuando llegaron a la edad de salir con muchachas siempre las llevaban al
pabellón de la feria. Comenzaban a acicalarse. Hablaban de corbatas y pañuelos
haciendo juego y usaban zapatos de ante y camisas con brillantes franjas rojas verdes
y amarillas. Glen Hogan tenía siete camisas de seda. También tenía la mayor parte de
las muchachas. Tener o no tener un automóvil se convirtió en un tema importante.

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Era muy humillante ir a pie con tu chica hasta el pabellón.
A veces no tenías dinero suficiente para ir a bailar entonces deambulabas
ociosamente alrededor de la feria y oías la música que surgía del pabellón en la
noche. Todas las canciones tenían un significado y las letras eran muy serias. Te
sentías dolorido y deseabas estar allí en el pabellón. Te preguntabas con quién estaría
bailando tu chica. Luego encendías un cigarrillo y hablabas de otra cosa. Encender un
cigarrillo era todo un acontecimiento. Solo lo hacías por la noche cuando nadie te
podía ver. Saber sostener el cigarrillo con estilo descuidado era un asunto serio. El
primero del grupo que pudo aspirar el humo fue el tío más grande de la tierra hasta
que el resto pudo ponerse a su altura.
Los viejos se sentaban a charlar sobre la guerra en la tienda de tabaco de Jim
O’Connell. La trastienda de O’Connell era muy fresca. Antes de que llegara la sequía
a Colorado era un saloon y en días húmedos aún podía percibirse el olor a cerveza en
las tablas del suelo. Los viejos se sentaban en sillas altas y observaban las mesa de
billar y escupían en grandes salivaderas de bronce. Hablaban de Inglaterra y Francia
y al final de Rusia. Rusia siempre estaba a punto de iniciar una gran ofensiva que
haría retroceder a los malditos alemanes hacia Berlín. Y ese sería el fin de la guerra.
Luego su padre decidió abandonar Shale City. Fueron a Los Ángeles. Allí por
primera vez tomó conciencia de la guerra. Despertó a la guerra con el ingreso de
Rumanía. Nunca había oído hablar de Rumanía excepto en las clases de geografía.
Pero la entrada de Rumanía en la guerra se produjo el mismo día en que los
periódicos de Los Ángeles publicaron la crónica de unos jóvenes soldados
canadienses que habían sido crucificados por los alemanes frente a sus camaradas en
tierra de nadie. Eso quería decir que los alemanes eran peor que bestias y
naturalmente te interesabas y querías que terminaran con Alemania. Todos hablaban
de los pozos de petróleo y de los campos de trigo de Rumanía que abastecerían a los
aliados y de cómo esto con seguridad significaría el fin de la guerra. Pero los
alemanes cruzaron Rumanía y tomaron Bucarest y la reina Marie se vio obligada a
abandonar su palacio. Entonces murió su padre y América entró en guerra y él
también tuvo que ir y allí estaba.
Pensaba Oh Joe Joe este no es sitio para ti. Esta no era una guerra para ti. Esto no
tiene nada que ver contigo. ¿Qué interés tienes en salvar el mundo para la
democracia? Lo único que querías Joe era vivir. Has nacido y te has criado en un
saludable condado de Colorado y tenías tanto que ver con Alemania Inglaterra o
Francia o hasta con Washington D. C. como con el hombre en la luna. No era cosa
tuya y sin embargo aquí estás. Lastimado y más de lo que supones. Muy malherido.
Tal vez hubiese sido mucho mejor que estuvieses muerto y enterrado en la colina del
otro lado del río en Shale City. Tal vez te ocurran otras cosas peores que ni siquiera
sospechas Joe. Oh ¿por qué diablos te metiste en este lío Joe? No era tu pelea Joe. No

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tenías la menor idea del porqué de esta lucha.

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Se elevó atravesando las aguas heladas preguntándose si llegaría o no a la
superficie. Se decían muchas tonterías acerca de la gente que se hunde tres veces y
luego se ahoga. Él se había hundido y había flotado durante días semanas meses
¿quién podría decirlo? Pero no se había ahogado. Cada vez que llegaba a la superficie
se desvanecía en la realidad y cada vez que se hundía se desvanecía en la nada.
Lentos y prolongados desmayos mientras luchaba por el aire y la vida. Peleaba
duramente y lo sabía. Un hombre no puede luchar siempre. Si se ahoga o se asfixia
tiene que ser listo y ahorrar fuerzas para la definitiva y última lucha a muerte.
Se quedaba tendido de espaldas porque no era un estúpido. Si te colocas de
espaldas puedes flotar.
Cuando era muchacho solía hacerlo. Sabía hacerlo. Sus últimas fuerzas se
agotaban en la lucha cuando todo lo que tenía que hacer era flotar. Qué tonto.
Manipulaban su cuerpo. Le llevó un rato darse cuenta porque no les oía. Entonces
recordó que estaba sordo. Era curioso estar allí tendido con gente en la habitación que
te toca te observa te cura y sin embargo permanece fuera de tu audición. Los vendajes
le envolvían la cabeza y tampoco podía verles. Solo sabía que allí fuera en la
oscuridad más allá de la onda auditiva le manipulaban y trataban de ayudarle.
Le estaban quitando parte de las vendas. Sintió el frescor el súbito secarse del
sudor en su costado izquierdo. Estaban manipulando en su brazo. Sintió el pinchazo
de un pequeño instrumento afilado que le raspaba en alguna parte y arrancaba trozos
de su piel. No dio un salto. Sencillamente se quedó quieto porque tenía que ahorrar
fuerzas. Trató de explicarse por qué le pinchaban. Después de cada pinchazo sentía
un pequeño tirón en la carne de la parte superior de su brazo y una desagradable
punzada de calor como una fricción. Los pequeños tirones proseguían con breves
sacudidas cada una era seguida de un ardor. Le dolía. Deseaba que pararan ya. Le
picaba. Quería que le rascaran.
Se congeló completamente quedó duro y rígido como un gato muerto. Había algo
extraño en esos pinchazos y tirones y ese calor como de fricción. Podía sentir las
cosas que hacían en su brazo pero no podía sentir su brazo en absoluto. Era como si
la sensación se produjera dentro de su brazo. Como si sintiera a través del extremo de
su brazo. Lo más próximo que pudo imaginar en el extremo de su brazo era su mano.
Pero el dorso de su mano el extremo de su brazo estaba arriba arriba a la altura de su
hombro.
Oh Cristo le habían cortado su brazo izquierdo.
Se lo habían cortado por el hombro. Ahora podía advertirlo con claridad.
Oh Dios mío ¿por qué le habían hecho eso?
No podían hacerlo hijos de puta no podían hacerle eso. Hacía falta tener un papel

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firmado o algo así. Lo exigía la ley. No se le puede cortar el brazo a un hombre sin
preguntarle sin pedir permiso porque el brazo de un hombre es suyo y lo necesita. Oh
Jesús tengo que trabajar con ese brazo ¿por qué me lo han cortado? ¿Por qué me han
cortado el brazo? Respondan. ¿Por qué me han cortado el brazo? ¿Por qué por qué
por qué?
Volvió a hundirse en el agua y luchó y luchó y luego salió con el ombligo dando
saltos y la garganta ardiendo. Y mientras estuvo bajo el agua luchando con un solo
brazo por regresar habló consigo mismo diciéndose que aquello no le podía haber
ocurrido a él. Sin embargo le había ocurrido.
De modo que me han cortado el brazo. ¿Cómo trabajaré ahora? No piensan en
ello. Piensan nada más en hacer lo que les parece. Solo se trata de otro tío con un
agujero en el brazo. Cortémoslo. ¿Qué os parece muchachos? Por supuesto. Cortadle
el brazo al muchacho. Para arreglarle el brazo a un tío hace falta mucho trabajo y
mucho dinero. Esta es una guerra y la guerra es el infierno así que al infierno con el
brazo. Venid muchachos. Observad. ¿Bonito verdad? El tío está en la cama y no
puede decir nada mala suerte. De todas maneras esta es una guerra hedionda así que
cortemos ese maldito brazo y terminemos de una vez.
Mi brazo. Mi brazo. Me han cortado el brazo. ¿Veis ese muñón? Era mi brazo. Oh
claro que tenía un brazo nací con él y era tan normal como vosotros y podía oír y
tenía un brazo izquierdo como todo el mundo. Pero esos holgazanes hijos de puta me
lo cortaron. ¿Qué os parece?
¿Cómo?
Tampoco puedo oír. No oigo nada. Escribidlo. Ponedlo en un papel. Puedo leer.
Pero no puedo oír. Escribidlo en un papel y entregádselo a mi brazo derecho porque
no tengo brazo izquierdo.
Mi brazo izquierdo me pregunto qué habrán hecho con él. Cuando le cortas un
brazo a un hombre tienes que hacer algo con él. No puedes dejarlo tirado por ahí. ¿Lo
envías a los hospitales para que los muchachos puedan hacerlo pedazos y observar
cómo funciona el brazo de un hombre? ¿Lo envuelves en un periódico y lo arrojas a
la basura? ¿Lo entierras? Al fin y al cabo es parte de un hombre. Una parte muy
importante del hombre y debe ser tratada con respeto. ¿Lo llevas y lo entierras y
pronuncias una pequeña oración? Deberías hacerlo. Porque se trata de carne humana
que murió joven y merece una buena despedida.
Mi anillo.
Tenía un anillo en esa mano. ¿Qué habéis hecho con él? Me lo había regalado
Kareen y quiero que me lo devuelvan. Puedo usarlo en la otra mano. Lo necesito
porque significa algo importante. Si lo habéis robado apenas me quiten las vendas me
ocuparé de vosotros ladrones hijos de puta. Si lo habéis robado sois ladrones de
sepulturas porque mi brazo está muerto y le habéis quitado el anillo. Vosotros robáis a

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los muertos. Eso es lo que hacéis. Antes de que me hunda nuevamente. ¿Dónde está
mi anillo el anillo de Kareen? Quiero el anillo. El anillo de Kareen nuestro anillo por
favor ¿dónde está? La mano que lo llevaba está muerta y el anillo no se hizo para
ceñir carne podrida. Era para llevarlo en mi mano viva porque significaba vida.
—Me lo dio mi madre. Es una verdadera adularia. Puedes usarlo.
—No me cabe.
—El meñique tonto prueba en el meñique.
—Oh.
—¿Lo ves? Te dije que iría bien.
—Gatita.
—Oh Joe tengo tanto miedo. Bésame otra vez.
—No deberíamos haber apagado las luces. Tu padre se enfadará.
—Bésame. Mike no se enfadará. Él entiende.
—Gatita gatita gatita mía.
—No te vayas Joe. No te vayas por favor.
—Cuando te reclutan tienes que ir.
—Te matarán.
—Puede ser. No creo.
—Mataron a muchos que no creían que morirían. No vayas Joe.
—Muchos vuelven.
—Te quiero Joe.
—Gatita.
—No soy una gatita soy un bohunk[3].
—Eres mitad y mitad pero pareces una gatita. Tienes los ojos y el pelo de una
gatita.
—Oh Joe.
—No llores Kareen. No llores por favor.
De pronto les cubrió una sombra y ambos alzaron los ojos.
—Basta maldita sea. Basta.
El viejo Mike Birkman. ¿Cómo logró entrar en la casa tan silenciosamente?
Estaba allí de pie por encima de ellos en la oscuridad mirándoles con furia.
Se quedaron estirados en el sofá mirándole. Parecía un enano gigante su espalda
estaba encorvada por los veintiocho años en las minas de carbón de Wyoming.
Veintiocho años en las minas con un carné rojo de la I. W. W. y maldiciendo a todo el
mundo. Les miraba con ojos penetrantes y ellos no se movían.
—No permitiré esto en mi casa. ¿Vosotros creéis que esto es el asiento trasero de
un auto? Ahora levantaros como dos personas decentes. Vamos. Ponte de pie Kareen.
Kareen se puso en pie. Medía apenas cinco pies y una pulgada. Mike juraba que
era porque no había comido lo suficiente cuando era niña pero probablemente no era

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cierto porque su madre había sido pequeña y Kareen estaba perfectamente formada y
era sana y hermosa. Tan hermosa. Mike solía exagerar cuando se excitaba. Kareen
miró sin miedo al viejo Mike.
—Él se va por la mañana.
—Lo sé. Lo sé muchacha. Entrad en el dormitorio. Los dos. Quizá no tengáis otra
oportunidad. Ve Kareen.
Kareen le miró largamente y luego se dirigió al dormitorio con la cabeza baja
como si fuese una niña muy ocupada en sus pensamientos.
—Ve muchacho. Está asustada. Ve y abrázala.
Él echó a andar y entonces sintió la mano de Mike que le aferraba un hombro.
Mike le miraba fijamente y sus ojos se vislumbraban pese a la oscuridad.
—Sabes cómo tratarla ¿verdad? No es una prostituta. ¿Sabes?
—Sí.
Él dio media vuelta y entró en el dormitorio.
Sobre un costado de la cómoda había un velador encendido. En un rincón de la
habitación más allá del velador estaba Kareen de pie. Se había quitado la blusa y
estaba en enaguas. Cuando él entró tenía el torso inclinado hacia las caderas y sus
manos intentaban desabrochar la falda. Levantó los ojos y se quedó mirándole sin
mover las manos ni nada. Le miró como si lo viese por primera vez y no supiera si él
le gustaba o no. Le miró de una forma que a él le dieron ganas de llorar.
Se acercó y la rodeó cuidadosamente con sus brazos. Ella apoyó la frente en su
pecho. Luego se volvió hacia la cama. Retiró las mantas y se metió dentro vestida.
Seguía mirándole todo el tiempo como si temiese que él pudiera decir algo mordaz o
se echara a reír o se marchara. Hizo suaves movimientos bajo las mantas y sus ropas
empezaron a caer a un lado de la cama. Cuando todas estuvieron en el suelo junto a la
cama le sonrió.
Él comenzó a quitarse la camisa sin apartar los ojos de ella. Ella miró a su
alrededor y frunció el ceño.
—Joe ponte de espaldas.
—¿Por qué?
—Quiero salir de la cama.
—¿Por qué?
—Olvidé algo. Date la vuelta.
—No.
—Por favor.
—No. Yo te lo alcanzo.
—No. Quiero buscarlo yo misma. Vuélvete.
—No. Quiero verte.
—No puedes Joe. Alcánzame la bata.

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—Eso sí.
—Está en el armario. Es roja.
Fue hacia el armario y cogió la bata. Era una cosita ligera con flores estampadas y
realmente no servía para cubrir a nadie. Se la llevó hasta la cama sosteniéndola a
cierta distancia.
—Acércala.
—Cógela.
Ella rio después se estiró rápidamente y se la arrebató metiéndola bajo las mantas.
Para cogerla tuvo que estirarse tanto que él pudo percibir la curva de su pecho. Ella se
reía suavemente mientras luchaba bajo las mantas poniéndose la bata y estirándola
hacia abajo como si le hubiera gastado una gran broma. Después retiró las mantas
saltó de la cama y corrió con los pies desnudos hacia la sala. Él vio las plantas de sus
pies moviéndose rápidamente sobre el piso. Tenían dos arcos. Uno a lo largo del
empeine y otro que cruzaba desde el dedo y se elevaba delicadamente
desvaneciéndose hacia el talón. Pensó qué bellos pies tiene qué fuertes y hermosos.
Ella volvió con un florero de geranios rojos y lo puso sobre una mesita frente a la
ventana.
Abrió la ventana y volvió despacio el rostro hacia él. Estaba apoyada sobre la
mesa y al mismo tiempo parecía colgando de ella.
—Si realmente quieres verme.
—Pero si tú no quieres yo no quiero.
Ella se dirigió al armario se puso de espaldas y se quitó la bata. Luego se dio la
vuelta mirando insistentemente sus pies. Fue hacia la cama y se deslizó entre las
mantas.
Él apagó la luz se quitó la ropa y se metió en la cama a su lado. La rodeó con el
brazo descuidadamente como si todo fuera una casualidad. Ella estaba muy quieta. Él
movió la pierna. De entre las sábanas surgió una bocanada de aire y él pudo percibir
su olor. Piel limpia limpia y olor a jabón y a sábanas. Acercó su pierna a la de ella.
Ella se giró hacia él le rodeó el cuello con los brazos y le apretó con fuerza.
—Oh Joe Joe no quiero que te vayas.
—¿Tú crees que me quiero ir?
—Tengo miedo.
—¿De mí?
—Oh no.
—Gatita mía.
—Es bello estar así ¿verdad?
—Sí.
—¿Alguna vez has estado así con alguien?
—Con nadie a quien amara.

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—Me alegro.
—Es la verdad. ¿Y tú?
—No deberías preguntarlo.
—¿Por qué?
—Porque soy una dama.
—Tú eres una gatita.
—Nunca he estado así con nadie.
—Ya lo sé.
—Pero no tenías por qué saberlo en realidad oh Joe quisiera que te escaparas que
no te fueras.
—A ver. Pon tu cabeza sobre mi brazo izquierdo. Como un almohadón.
—Bésame.
—Dulce gatita.
—Querido. Oh querido. Oh mi querido querido querido mío.
No durmieron gran cosa. De vez en cuando dormitaban se despertaban y
descubrían que estaban separados entonces volvían a acercarse y se apretaban muy
fuerte como si se hubieran perdido para siempre y acabaran de encontrarse de nuevo.
Mike se pasó la noche desplazándose inquietamente por la casa tosiendo y
murmurando.
Cuando llegó la mañana apareció junto a la cama con dos desayunos en una
bandeja.
—Aquí tenéis muchachos. Comed.
Allí estaba de pie el tosco viejo Mike bondadoso ceniciento y duro con los ojos
dolorosos y enrojecidos. Mike había estado preso demasiadas veces como para no ser
bueno. El viejo Mike que odiaba a todo el mundo. Odiaba a Wilson y odiaba a
Hughes odiaba a Roosevelt y odiaba a los socialistas porque no hacían más que
hablar y tenían horchata en lugar de sangre en las venas. Hasta odiaba un poco a Debs
aunque no mucho. Veintiocho años en las minas de carbón le habían convertido en un
hombre que sabía odiar. «Y ahora soy un maldito peón de ferrocarril ¿qué os parece
esta sucia forma de ganarse la vida?» Mike con su espalda encorvada por el trabajo
de las minas les traía el desayuno.
—Aquí tenéis muchachos. Daros prisa y comed. No tenéis mucho tiempo.
Comieron. Mike se fue refunfuñando y no volvió a entrar en la habitación.
Cuando terminaron el desayuno se quedaron un rato recostados mirando el cielo raso
y digiriendo la comida.
—Roncabas.
—No. Además no tendrías que decirlo. Has sido tú de todos modos.
—Era un bello ronquido. Me ha gustado.
—Eres terrible. Levántate tú primero.

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—No. Hazlo tú primero.
—Oh Joe bésame. No te vayas.
—Daros prisa muchachos endemoniados.
—Levántate.
—Tú.
—Cuento hasta tres uno dos tres.
Saltaron de la cama. Hacía frío. Tiritaban y se reían el uno del otro y nunca
terminaban de vestirse porque a cada momento se detenían para besarse.
—Daros prisa muchachos del diablo. Vais a perder el tren y entonces a Joe lo
fusilarán los norteamericanos no los alemanes. Sería vergonzoso.
Esa mañana partían cuatro trenes cargados de reclutas y había un terrible gentío
en la estación. Todos los alrededores de la estación los automóviles y hasta las
locomotoras estaban embanderados y la mayor parte de las mujeres y niños llevaban
pequeñas banderas que agitaban lánguida y ociosamente. Había tres bandas que
parecían tocar al mismo tiempo y muchos oficiales conduciendo a la gente de un lado
a otro y el alcalde que pronunciaba un discurso y la gente que lloraba y se extraviaba
y se reía y se emborrachaba.
Su madre y sus hermanas estaban allí y Kareen estaba allí y Mike estaba allí
murmurando malditos imbéciles y mirando con ojos furiosos a todo el mundo y
observando a Kareen con preocupación.

«Y sus vidas si es necesario para que la democracia no sea borrada de la faz de la


tierra»[4].

—No tengas miedo Kareen todo va bien.


«Como dijo ese gran patriota Patrick Henry»
Johnny coge tu fusil coge tu fusil coge tu fusil.
«Como dijo ese gran patriota George Washington»
—Adiós madre adiós Catherine adiós Elizabeth. Enviaré la mitad de mi sueldo y
con el seguro de papá será suficiente hasta que vuelva.
Y no volveremos hasta que allá todo haya terminado
«Marcha con vivacidad muchacho que ahora estás en el Ejército.»
Guarda tus preocupaciones en tu vieja mochila y suerte sonríe sonríe
«Como dijo ese gran patriota Abraham Lincoln»
—¿Dónde está mi hijo dónde está mi hijo? ¿No se da cuenta de que es menor de
edad? Hace una semana que llegó de Tucson. Le tenían preso por vagancia y he
venido hasta aquí para recuperarle. Le permitieron salir de la cárcel si se incorporaba
al ejército. No tiene más que dieciséis años pero es grande y fuerte para su edad
siempre lo ha sido. Es demasiado joven le digo casi un niño. ¿Dónde está mi
pequeño?

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Adiós mamá adiós papá adiós mula con tu viejo rebuzno
«Como dijo ese gran patriota Theodore Roosevelt»
América te amo tú eres como una novia para mí
—No te vayas Joe. Huye. Te matarán lo sé. No te volveré a ver.
Oh Kareen ¿por qué tenían que hacer la guerra justamente ahora que nos hemos
encontrado? Kareen tenemos cosas más importantes que la guerra. Nosotros Kareen.
Tú y yo en una casa. Por la noche volveré a tu lado en mi casa tu casa nuestra casa.
Tendremos niños gordos felices y también listos. Eso es más importante que la
guerra. Oh Kareen Kareen te miro solo tienes diecinueve años y ya eres vieja como
una anciana. Te miro Kareen y lloro por dentro y sangro.
Nada más que la oración de un bebé en el crepúsculo cuando las luces se van
apagando.
«Como dijo ese gran patriota Woodrow Wilson»
Brilla un manto de plata a través de la oscura nube
«Todos al tren. Todos al tren.»
Allí allí allí allí allí
—Adiós hijo. Escribe. Nos arreglaremos.
—Adiós mamá adiós Catherine adiós Elizabeth. No lloréis.
«Porque vosotros sois la gloria de Los Ángeles. Que Dios os bendiga. Que Dios
nos otorgue el triunfo.»
«Todos al tren. Todos al tren.»
Vienen los yankis vienen los yankis
«Oremos. Padre nuestro que estás en el cielo»
—No puedo rezar. Kareen no puedo rezar. Kareen no es tiempo de rezar.
«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo»
Kareen Kareen no quiero irme. Quiero quedarme aquí y estar contigo y trabajar
hacer dinero tener hijos y amarte. Pero tengo que ir.
«Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria para siempre amén»
—Adiós Mike adiós Kareen te quiero Kareen.
Oh decid si podéis ver
—Adiós mamá adiós Catherine adiós Elizabeth.
Aquello que con tanto orgullo saludábamos
—Tú entre mis brazos para siempre Kareen.
Cuyas anchas franjas y estrellas luminosas
Adiós todos adiós. Adiós hijo padre hermano amante esposo adiós. Adiós adiós
madre padre hermano hermana novia esposa adiós y adiós.
En la tierra de los libres y la patria de los valientes.
—Adiós Joe.
—Adiós Kareen.

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—Joe querido Joe Joe abrázame más fuerte. Deja tu bolsa y rodéame con ambos
brazos y abrázame fuerte. Los dos brazos. Los dos.
Tú en mis brazos Kareen adiós. En mis dos brazos. Kareen en mis brazos. Dos
brazos. Brazos brazos brazos brazos. Constantemente entro y salgo del desmayo
Kareen y tardo en darme cuenta. Estás entre mis brazos Kareen. Entre mis dos brazos.
Los dos brazos. Ambos. Ambos.
No tengo brazos Kareen.
Mis brazos han desaparecido.
Mis dos brazos han desaparecido Kareen los dos.
Desaparecidos.
Kareen Kareen Kareen.
Me han cortado los dos brazos.
Oh Jesús madre adiós Kareen me han cortado los dos brazos.
Oh Jesús madre dios Kareen Kareen Kareen mis brazos.

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4
Hacía calor. Tanto calor que le parecía estar abrasándose por dentro y por fuera.
Tanto calor que no podía respirar. Apenas jadeaba. En lontananza una hilera de
montañas brumosas recortaba el cielo y las vías férreas cruzaban el desierto en línea
recta bailando y saltando en medio del calor. Al parecer Howie y él trabajaban en el
ferrocarril. Era cómico. Oh diablos las cosas comenzaban a mezclarse nuevamente.
Ya antes había visto todo esto. Era como ir a un nuevo drugstore por primera vez y al
sentarse sentir de pronto que has estado allí antes varias veces y que ya has oído lo
que va a decir el empleado apenas se acerque para atenderte. ¿Él y Howie trabajando
en el ferrocarril bajo el calor? Sí sí. De acuerdo. Así eran las cosas.
Él y Howie trabajaban allí bajo el sol ardiente tendiendo esas vías férreas a través
del desierto de Utah. Y sentía tanto calor que creía morir. Pensó que si pudiera
detenerse a descansar un rato se sentiría más fresco. Pero lo más terrible en una
brigada de trabajo es que uno no se puede detener nunca. No podían reír ni bromear
como el resto de los muchachos. No decían una palabra. Solo trabajaban.
Si uno se pone a observar una brigada le da la impresión de que trabajan
lentamente. Pero es necesario trabajar lentamente porque no te puedes detener y
cuentas con esa única fuerza. No te detienes porque tienes miedo. No es miedo al
capataz porque nunca molesta a nadie. Es que tienes miedo del trabajo y de la
capacidad de trabajo del otro tío. De modo que él y Howie trabajaban lenta y
constantemente tratando de mantener el ritmo de los mexicanos.
Le palpitaba la cabeza y su corazón latía con violencia contra las costillas y hasta
podía sentir las pulsaciones aceleradas en las pantorrillas. Sin embargo no podía
detenerse ni por un segundo. Su respiración se volvía cada vez más entrecortada y
parecía que sus pulmones resultaban demasiado pequeños para contener el aire que
era capaz de aspirar para mantenerse con vida. Hacía ciento veinticinco grados a la
sombra y no había sombra. Sintió que se asfixiaba bajo una manta blanca y caliente y
solo podía pensar tengo que detenerme tengo que detenerme tengo que detenerme.
Hicieron un alto para almorzar.
Era su primer día de trabajo en la cuadrilla y naturalmente él y Howie pensaron
que les traerían el almuerzo con la vagoneta. Pero no fue así. Cuando el capataz
advirtió que no tenían nada para comer se acercó a un par de mexicanos y les dijo
algo. Los mexicanos les ofrecieron parte de lo que sacaron de sus cubos de almuerzo.
Comían huevos fritos con una capa de pimentón. Él y Howie se limitaron a mascullar
no gracias y se tumbaron de espaldas. Después se colocaron boca abajo porque el sol
era tan ardiente que les hubiera quemado los ojos aun con los párpados cerrados. Los
mexicanos se sentaron a masticar sus bocadillos de huevos fritos mientras les
observaban.

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De pronto se oyó el ruido de los mexicanos que se habían puesto en pie. Él y
Howie se incorporaron para ver qué pasaba. Toda la cuadrilla se había echado a andar
en un lento galope por los rieles tendidos. El capataz se quedó sentado observándoles.
Le preguntaron qué sucedía y el capataz respondió que los muchachos se iban a dar
un baño.
La idea de darse un baño era demasiado. Él y Howie se pusieron en pie de un
salto y corrieron tras los mexicanos. Por la forma en que habló el capataz pensaron
que solo se trataba de andar un breve trecho por las vías. Pero debieron recorrer dos
millas antes de llegar a un canal color fango de unos diez pies de ancho bordeado en
ambas orillas por unos sólidos matorrales de cardos. Los mexicanos comenzaron a
quitarse las ropas. Él y Howie se preguntaron cómo pensaban llegar hasta el agua sin
llenarse de espinas. Llegaron a la conclusión de que habría algún sendero a través de
la maleza. De lo contrario los mexicanos no habrían pensado en bañarse. Cuando
terminaron de desvestirse los mexicanos ya chapoteaban en la zanja riendo y
gritando.
Resultó que no había sendero alguno entre los cardos. Sintieron vergüenza por
estar tan desnudos y blancos comparados con el resto y por no poder hacer nada. Así
que comenzaron a saltar por encima de la maleza a través de los cardos hasta llegar al
agua. El agua estaba caliente y olía a cal pero daba lo mismo. Era como un chubasco
de abril. Pensó en la piscina del Y.M.C.A. en Shale City. Pensó dios estos tíos se
comportan como si esta fuese la mejor piscina del mundo. Pensó apuesto a que nunca
en su vida han estado en una piscina. Estaba hundido en el barro hasta los tobillos
cuando los mexicanos comenzaron a salir y a vestirse nuevamente. El baño había
terminado.
Las espinas se les clavaban hasta las caderas cuando él y Howie fueron en busca
de sus ropas. Observaron que los mexicanos ni siquiera se molestaban en quitarse las
espinas. Algunos de ellos ya habían iniciado el regreso hacia la vagoneta así que ellos
medio se sacudieron las espinas con las piernas y saltaron para introducirse en sus
ropas. Luego corrieron las dos millas de regreso. El almuerzo había terminado y
había que volver al trabajo.
A medida que se esfumaba la tarde él y Howie comenzaron a tambalearse y
finalmente a caerse. Ni el capataz ni los mexicanos decían nada cuando se
desplomaban. Los mexicanos se limitaban a interrumpir el trabajo y a esperar a que
se levantaran mirándoles continuamente como niños. Cuando se incorporaban
balanceándose volvían al trabajo agotador de la vía. Les dolían todos los músculos
del cuerpo pero tenían que seguir trabajando. Se les habían gastado las palmas de las
manos. Cada vez que asían los ardientes rieles sentían hasta en la boca el dolor de las
manos en carne viva. Las espinas en pies y piernas parecían hundirse más y más a
cada paso y se infectaban y no había tiempo para detenerse y quitárselas.

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Pero los dolores y las contusiones y el terrible agotamiento no era lo peor. De
algún modo aún podían sostener el cuerpo pero las cosas que tenían dentro del mismo
comenzaron a retorcerse y a crujir. Sus pulmones estaban tan secos que chirriaban
con la respiración. Su corazón se dilataba de tanto bombear. Tuvo un rapto de pánico
porque sabía que no podía aguantar más y que debía seguir. Deseó morirse si eso le
permitía abandonar el trabajo. La tierra comenzó a elevarse y a caer bajo sus pies y
las cosas asumieron un extraño color. El hombre que estaba junto a él parecía flotar
en una bruma a millas de distancia. No había nada más legítimo que el dolor.
Toda la tarde transcurrió entre tropiezos que le hacían caer de rodillas en el polvo
y esfuerzos desesperados por respirar sintiendo que el estómago se le hinchaba y
brincaba y quería salírsele por la boca. Intentó pensar en Diane. En cómo era. Trató
de encontrarla allí en el desierto para poder aferrarse a algo. Pero no pudo traer su
rostro ante sus ojos. Ni siquiera pudo imaginarla.
De pronto pensó oh Diane tú no vales esto. No puedes valerlo. Nadie en el mundo
excepto tal vez la madre de uno podría justificar tanto dolor. No obstante en medio de
su dolor trató de buscar excusas para Diane. Tal vez en realidad no había tenido
intención de engañarle. Tal vez se había citado con Glen Hogan porque no había
tenido más remedio. Si esto era verdad y él confiaba en que lo fuese entonces era
idiota estar allí en el desierto olvidándolo todo con un montón de mexicanos cuando
podría estar gozando de la frescura de Shale City disfrutando de las vacaciones de
verano y pensando a lo mejor esta noche saldré con Diane.
Pensó que sin duda las muchachas eran algo terrible. Probablemente todas las
muchachas son mentirosas e infieles y tratan de aplastarte pero ya deberías haberlo
esperado. Y aprender a perdonarlas porque era razonable suponer que si te escapabas
como él y Howie y te ibas al medio del desierto para enterrarte allí los tres meses de
vacaciones el único que sufría eras tú. Mientras la muchacha allá en Shale City
quedaba en libertad para verse con Glen Hogan cuantas veces quisiera. De pronto
mientras se arrastraba y tambaleaba y trataba de recobrar el aliento le asaltó un
horrible presentimiento. Se estaba preguntando. Se estaba diciendo Joe Bonham ¿no
habrás hecho el imbécil?
Alguien exclamó que era hora de largarse y las cosas comenzaron a desvanecerse
lentamente ante sus ojos. Cuando logró enfocarlas nuevamente se encontró de bruces
con la cabeza colgando sobre un costado de la vagoneta. Howie estaba tendido junto
a él. Recordó haber mirado hacia abajo el suelo que corría como agua ante sus ojos y
haber oído a esos mexicanos que cantaban. Se turnaban para accionar la vagoneta que
les llevaba de vuelta a la barraca. Se quedó sin moverse sintiendo náuseas y
oyéndoles cantar.
La barraca tenía el suelo de tierra. Era una especie de tinglado con techo de
hojalata. Hacía tanto calor dentro del tinglado que quiso sacar las manos en busca de

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aire para llenar sus pulmones. Las literas eran trozos de madera una encima de la otra.
Él y Howie se tumbaron en un par de ellas. Ni siquiera se molestaron en abrir la
cama. Se limitaron a dejarse caer y quedarse inmóviles. El capataz se les acercó para
preguntarles si querían que les indicase dónde podían conseguir algo para comer.
Pero no le prestaron atención. Se quedaron quietos con los ojos cerrados.
Él había llegado a una curiosa situación. Era la primera vez en su vida que se
sentía así. Todas las partes de su cuerpo le dolían por igual de modo que no lo sentía.
Solo estaba entumecido y adormilado. Pensó nuevamente en Diane. No por mucho
tiempo pero ella fue su último pensamiento antes de la oscuridad. Pensó en Diane
menuda adorable y asustada la primera vez que la besó. Oh Diane pensaba ¿cómo has
podido hacerme eso? ¿Cómo has sido capaz? Y luego alguien empezó a sacudirle.
Seguramente hacía horas que lo sacudían. Abrió los ojos. Seguía en el cobertizo.
Estaba oscuro y el aire estaba lleno de suspiros. Había olor a humo. Los mexicanos se
habían preparado su comida sobre un fogón en mitad del suelo. El techo de hojalata
tenía un agujero para que saliera el humo. Por allí pudo ver las estrellas vacilantes
como en un sueño febril. Tosió. Olor a comida y humo en el aire. ¿No era propio de
un mexicano eso de cenar algo hirviendo después de pasarse el día entero en el fondo
del infierno?
Era Howie quien lo sacudía.
—Despierta. Son las diez.
No supo si era de noche o si se le habían quemado los ojos y ya no podía
distinguir la luz de la oscuridad.
—¿De la noche o de la mañana?
—De la noche.
—¿De esta noche o de anoche?
—De anoche creo. Oye mira lo que tengo. Acaban de enviarlo de la oficina de
mensajes.
Howie puso algo ante sus ojos y lo alumbró con la linterna. Se habían acordado
de traer una linterna pero habían olvidado los guantes. Howie le mostraba un
telegrama. Los bordes del telegrama donde Howie había puesto los dedos para
sostenerlo estaban ensangrentados. Decía Querido Howie por qué eres tan impulsivo
stop soy tan desgraciada pensando lo que has hecho stop por favor perdóname y
vuelve en seguida a Shale City stop odio a Glen Hogan stop cariños Onie.
Aun en la penumbra del cobertizo pudo advertir la felicidad en el rostro de
Howie. ¿De modo que odiaba a Glen Hogan? Bien. Él sabía por qué y si Howie no lo
sabía era porque era un idiota. Onie odiaba a Glen Hogan porque Glen la había
cambiado por Diane. Pensó en esto un momento y en que Diane era mucho más bella
que Onie y cómo todo demostraba el buen juicio de Glen Hogan. Entonces advirtió
que Howie esperaba una respuesta. Cuando intentó hacerlo solo atinó a emitir un

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murmullo.
—¿Y para eso despiertas a un tío que como yo necesita tanto dormir?
—Porque lo entiendo todo.
—Ajá.
Howie empezó a susurrar muy excitado.
—Es así. Que unos jóvenes como tú y yo estemos aquí esclavizando nuestros
mejores años en una cuadrilla es como si unas muchachas tan bellas como Onie y
Diane de pronto decidieran convertirse en lavanderas.
Él no dijo nada. Siguió acostado pensando. Pero entendía perfectamente. La idea
de Diane como lavandera era tan espantosa que volvió a cerrar los ojos. Howie seguía
cuchicheando.
—Claro está que si Onie siente así yo no sé muy bien qué hacer con esa pobre
muchacha.
Él siguió con los ojos cerrados sin decir nada.
—No se trata de que no tenga motivos para volver. Más bien es casi un deber
hacerlo.
Él siguió allí fláccido. Pero escuchaba a Howie con mucha atención.
—El mensajero dice que hay un tren de pedregullo que pasa por aquí esta noche
con destino a Shale City.
Él siguió sin decir palabra. Sin embargo le escuchaba.
—Llegaríamos en una hora.
Él hizo un ligero movimiento con la pierna para demostrar que estaba despierto y
escuchaba.
—Ese tren pasa por aquí dentro de diez minutos.
Saltó de la litera y en un solo movimiento cargó sobre sus hombros la ropa de
cama. Howie le miró sorprendido.
—¿Qué haces?
Miró a Howie como indicándole que la responsabilidad era toda suya.
—Bien. Si estás decidido a echarte atrás en nuestro acuerdo pienso que no puedo
hacer nada por detenerte. Si queremos coger ese tren será mejor ir saliendo.
Bill Harper le ocupó la mayor parte de su pensamiento camino a Shale City. Se
dijo a sí mismo anoche le pegué a Bill Harper. Pensó Bill Harper era mi mejor amigo
me decía la verdad y le pegué. Se recostó y miró las estrellas. Pensó en cómo él y Bill
Harper habían tomado asiento en el drugstore y en cómo Bill Harper tartamudeaba y
balbuceaba hasta que finalmente se decidió a ir al grano. Recordó nuevamente el odio
que sintió cuando Bill Harper le contó que esa noche Diane saldría con Glen Hogan.
Presentía que era verdad porque de lo contrario Bill Harper no se lo hubiese dicho.
Sin embargo se había puesto en pie y le había llamado mentiroso y le había golpeado
y derribado y después había salido solo del drugstore.

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Camino de su casa tropezó con Diane y Glen Hogan que en ese momento se
apeaban del auto deportivo de Glen y se dirigían al teatro Elysium. Entonces supo que
Bill Harper le había dicho la verdad y que Diane le engañaba.
Encontró a Howie en la esquina. Howie había discutido con Onie a causa de Glen
Hogan y por lo tanto ambos decidieron abandonarlo todo y marcharse al desierto y
trabajar como hombres libres y olvidarse de todo. Eso no quería decir que él y Howie
se pareciesen. Howie jamás había podido retener a ninguna muchacha. Sintió algo así
como un agravio por el hecho de que Howie lo incluyese en su categoría. Pero sus
deseos de marcharse eran tan intensos que cuando Howie lo sugirió él dijo nos vamos
mañana.
Recostado en el vagón recordó todas las excursiones y los momentos agradables
que habían pasado juntos él y Bill Harper. Recordó la primera vez que cada uno de
ellos salió con una muchacha. Decidieron salir los cuatro porque estaban muy
asustados. Recordó el día que su cachorro Mayor había sido embestido por un auto y
Bill había venido por la noche con el coche de su padre y le había llevado a dar un
paseo por el campo hasta la medianoche sin decir una sola palabra durante todo el
tiempo porque Bill sabía cómo se sentía él. Recordó muchas otras cosas y pensó Bill
Harper es un buen amigo como para perderlo aunque se trate de Diane y mañana se lo
diré. Mañana iré a su casa y le diré a Bill que olvidemos todo esto. Bill seamos
amigos porque no volverá a ocurrir.
Después cuando el tren se iba aproximando a Shale City volvió a pensar en
Diane. La frescura de la noche le permitió imaginar su rostro. No había podido
hacerlo en el desierto. Se la imaginaba sonriendo. Pensó en Howie que creía haber
perdido a Onie pero no era así porque Onie había admitido su error y le había rogado
que volviese. Además pensó no quiero que Diane salga con Glen Hogan. Cualquiera
menos Glen Hogan. Solo porque tenía un bonito automóvil Glen pensaba que podía
tomarse libertades con las muchachas que ningún otro se tomaría. Cada vez que
imaginaba a Diane y a Glen Hogan juntos se asustaba. Veía que de algún modo su
deber era ir a ver a Diane y hablar con ella como lo haría un hermano y contarle
acerca de Glen Hogan. Sabía que tenía que evitar que Diane se desilusionase por sí
sola cuando descubriera qué clase de tío era Glen Hogan. Debía hacer eso aun a
expensas de su orgullo.
Se apearon del tren antes de llegar a la estación porque no querían que nadie los
viese con ese aspecto. Anduvieron unos doscientos metros hasta que Howie se
detuvo.
—Bien. Me voy.
—¿Adónde vas?
—Creo que iré a casa de Onie.
Howie lo dijo en un tono soñador y al mismo tiempo insinuante porque sabía que

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Joe no tenía más remedio que ir a su casa. Howie que nunca supo conservar una
muchacha. ¡Ja!
Howie se perdió en la oscuridad. Él se quedó completamente solo. Se encaminó
hacia su casa. Esa noche Shale City parecía el pueblo más bonito del mundo. El cielo
era azul pálido y había alrededor de un millón de estrellas fulgurantes. Los árboles
tenían un color verde oscuro y la brisa fresca jugaba con ellos. De pronto fue como si
el desierto y la brigada no hubiesen existido nunca. Estaba terriblemente cansado
pero nadie le miraba y supo que podía detenerse y descansar cuando lo deseara.
Quería hacerlo y como de alguna manera había recobrado el aliento ni siquiera sentía
el peso de la mochila. Parecía limitarse a andar sin rumbo disfrutando del fresco. Era
un poco más de las once.
Y entonces de pronto supo por qué se sentía tan bien cuando debía sentirse mal.
Era porque estaba en la calle de Diane. No había llegado hasta allí deliberadamente
aunque se había desviado unos doscientos metros de su camino y en realidad estaba
terriblemente cansado. Al parecer algo le había impulsado hacia esa calle y se sentía
contento de que fuera así. Hasta en las noches comunes siempre se sentía extraño
cuando se acercaba a casa de Diane. Cada vez que se aproximaba al sitio donde ella
vivía se le apretaba la garganta y se sentía medio inquieto y medio asustado.
Entonces súbitamente pensó no puedes pasar por la casa de Diane con las manos
ensangrentadas y sucio como estás. No puedes correr el riesgo de que ella te vea en
estas condiciones. Así que cruzó la calle y empezó a deslizarse de puntillas como si
ella durmiese y él pudiese despertarla con el ruido de sus pasos y asustarla. Todo el
tiempo algo dentro de él le decía mañana la verás mañana la verás mañana la verás.
Luego precisamente en la acera frente a la casa de ella se detuvo y se quedó sin
respirar. Diane estaba en las escaleras de la entrada y rodeaba a alguien con sus
brazos y alguien la rodeaba a ella con los suyos. Se besaban. Él no hizo nada. Solo se
quedó allí oculto por el árbol y observó. No quería mirar pero mirar era lo único que
quería Se sintió avergonzado y sin embargo no se movió ni una pulgada. Se quedó
allí. Se quedó donde estaba y miró.
Luego el tío que la besaba la soltó y Diane subió las escaleras en esa forma tan
graciosa que tenía y al llegar al portal se volvió para sonreír. Por supuesto no pudo
verle la cara pero sabía que sonreía. Eso duró un instante y después el que la había
besado se alejó calle abajo. Silbaba. Silbaba suavemente y medio bailaba mientras se
alejaba del sitio donde había besado a Diane. Cuando salió de la sombra de los
árboles la luz de las estrellas le iluminó la cara. Era Bill Harper.
No se movió. Bill Harper siguió andando y dio la vuelta a la esquina. La luz de la
sala de la casa de Diane se encendió y se apagó. Luego se encendió la luz del
dormitorio. Dos veces vio su sombra por detrás de la cortina. Luego se apagó la luz.
Él se quedó allí pensando adiós Diane adiós. Después emprendió el camino de su

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casa. Tenía todos los músculos doloridos. Las manos el estómago y la cabeza le
palpitaban y le ardían. La mochila parecía pesar cien libras. Pero no era eso lo que le
dolía. Era algo dentro de él que le decía con insistencia no sirves. No sirves para
nada.
La gente le preguntaría ¿cómo es que no se te ve más con Diane? y él no tendría
respuesta. La gente preguntaría ¿qué pasa entre ti y Bill Harper que no se os ve más
juntos? y él no tendría respuesta. Su padre le preguntaría ¿cómo es que has
conseguido un trabajo en la brigada y solo te has quedado un día? y él no tendría
respuesta.
Todo había terminado. Era algo que nunca podría explicar. Algo que nadie podría
comprender. Había perdido el único amigo a quien se lo podría haber contado. Porque
sabía que él y Bill nunca más serían lo que habían sido. A lo mejor podrían
estrecharse las manos y decir olvidémoslo y empecemos a andar juntos nuevamente
pero no sería lo mismo. Y ambos lo sabrían. Ambos sabrían que Diane estaba entre
ellos. Ambos también sabrían que probablemente a Diane no le importaría pero que
eso no cambiaría nada. Nunca serían capaces de explicárselo a sí mismos.
Pero más que eso pensaba en Diane. Pensar que nunca la vería nuevamente y que
nunca estarían juntos otra vez y que nunca volverían a reír y a bromear juntos era
como morirse. No era Glen Hogan quien había provocado esto. Él la hubiese
perdonado si hubiese sido Glen Hogan. Podría perdonarla por aquello y tratar de
reconciliarse. Lo grave era que ella había hecho algo que él nunca podría perdonarle
por mucho que la quisiese. Y quería perdonarla. Lo deseaba con todas sus fuerzas.
Pero no podría.
Cuando se acostó pensó oh ¿por qué hay que sufrir cosas como estas? Pensó ¿por
qué no le matan a uno mientras todavía le queda algo que valga la pena? Pensó ¿por
qué será que todo el mundo tiene un amigo íntimo? Hasta los tíos que están en la
cárcel seguramente tienen un amigo íntimo en alguna parte. Pero yo no lo tengo.
Pensó hasta Howie tiene una muchacha. Hasta esos mexicanos que cantaban cuando
regresaban del desierto tienen sus muchachas. Pero yo no. Pensó ¿por qué todo el
mundo puede encontrar en su interior una pizca de respeto por sí mismo? Hasta un
asesino o un ladrón o un perro o una hormiga tienen algo que los sostiene para seguir
y mantener la cabeza erguida. Pero yo no.
Esa noche en la cama fue la primera vez que lloró por una muchacha. Se
desgañitó llorando como un niño. Tenía las manos ensangrentadas las piernas llenas
de espinas y los ojos inundados en lágrimas y se sentía enfermo del corazón. Tardó
mucho en dormirse.
Todo había parecido tan real en esa época y ahora no era real en absoluto. Eso fue
hace mucho tiempo. Eso fue en Shale City. Esto ocurrió cuando era muchacho en la
escuela superior. Parecía tan distante en el tiempo. En alguna parte probablemente en

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Colorado Glen Hogan y Howie seguían haciendo sus cosas. Una vez recibió una carta
que decía que a Bill le habían matado en Belleau Wood. Bill Harper había tenido
suerte. Bill Harper había conseguido a Diane y luego había muerto.
Oh Cristo nuevamente todo se confundía. No sabía dónde estaba o qué estaba
haciendo. Pero se estaba enfriando. Ya no ardía. Tenía la cabeza liviana y confusa y
no podía reconstruir las cosas. Todo era confusión pero al menos estaba sereno.

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No podía habituarse a la forma en que las cosas se fundían unas con otras. A
veces flotaba a la deriva sobre nubes blancas asustado por su pequeñez en medio de
algo tan inmenso como el cielo. A veces se sentía sumido en almohadas blancas que
tenían una manera de deslizar los pies por adelante sobre un terreno áspero y
ondulante. Pero la mayoría de las veces flotaba en algún remanso del Río Colorado
en su lento paso por Shale City. Yacía en el agua de un río que pasaba por su casa
mucho antes de que viniera a Los Ángeles antes de conocer a Kareen mucho mucho
antes de partir en un tren cubierto de banderas mientras el alcalde pronunciaba
discursos.
Flotaba de espaldas. Cerca de la orilla había sauces y tréboles. El sol le daba en
pleno rostro pero su estómago y su espalda estaban helados por el agua que no hacía
mucho había sido hielo en las montañas. Flotaba y pensaba en Kareen.
Es agradable flotar aquí Kareen. Ponte de espaldas así. ¿Verdad que es delicioso
Kareen? Me encanta te quiero. Flota Kareen. Debes mantener la cabeza fuera del
agua para respirar. Quédate cerca de mí Kareen. ¿Verdad que es hermoso flotar sin ir
a ninguna parte y sin preocuparse siquiera por ir? Sencillamente deja que el río se
ocupe de ello. Nada que hacer y ningún lugar donde ir. Estar en la superficie del río
fresco caliente y pensativo pero sin pensar en nada.
Ponte más cerca Kareen. No te vayas. Más cerca más cerca Kareen y ten cuidado
de que el agua no te cubra el rostro. No puedo darme la vuelta para nadar Kareen solo
puedo flotar así que por favor no te alejes mucho. ¿Kareen dónde estás? no puedo
encontrarte y el agua te cubre la cara. No te hundas Kareen no permitas que el agua te
tape la cara. Vuelve Kareen te vas a ahogar te llenarás de agua como me estoy
llenando yo. Te irás al fondo Kareen cuidado por favor cuidado. Vuelve Kareen. Te
has ido. No estabas. Solo yo en el río con la nariz y boca y los ojos llenos de agua.
El agua le cubría el rostro y él no podía evitarlo. Era como si su cabeza resultara
demasiado pesada para su cuerpo y no pudiera echarla hacia atrás sin hundirse. O tal
vez su cuerpo fuese demasiado liviano para su cabeza de modo que no tenía peso
suficiente para equilibrarla y mantenerla en alto. El agua fluía sobre sus ojos nariz y
boca obligándole a escupirla. Era como si flotase de espaldas contra la corriente con
los pies delante pero en verdad iba como en un trineo con los pies y las piernas
totalmente fuera del agua y la cabeza bajo la superficie. Cada vez más rápidamente y
si no se detenía se ahogaría con toda esa agua que le cubría el rostro.
Ya comenzaba a ahogarse. Estiró los músculos de la nuca para sacar la nariz fuera
del agua pero no pudo. Trató de nadar pero ¿cómo nadar un hombre sin brazos? Se
hundió más y más y más y por fin se ahogó. Parecía como si se ahogase sin siquiera
luchar allí en la oscuridad del fondo del río mientras arriba tal vez a solo seis u ocho

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pies estaba el sol y los sauces y los tréboles y el aire. Se ahogaba sin luchar porque no
podía luchar. Al parecer no tenía con qué luchar. Era como una pesadilla en la que
alguien te persigue y tienes un susto de muerte pero no puedes hacer nada porque no
puedes correr. Tus piernas están clavadas al pavimento y no puedes mover un
músculo. Por eso se ahogaba.
Tendido bajo el agua pensó qué vergüenza ahogarse cuando tal vez solo estés a
seis u ocho pies del aire y de la luz del sol. Qué maldita vergüenza ahogarse cuando
solo con poder erguirte y extender la mano por encima de tu cabeza podrías tocar una
rama de sauce que se desliza en el agua como la cabellera de una muchacha como la
cabellera de Kareen. Pero cuando te ahogas no puedes levantarte. Cuando estás
muerto y ahogado no queda nada por hacer salvo el tiempo que transcurre y
transcurre como el agua que rodea tu cuerpo.
Las cosas empezaron a estallar de un lado a otro ante sus ojos. Granadas y
bombas y molinetes y curvas de fuego y grandes bengalas blancas a través de su
cabeza revoloteando y penetrando en la parte blanda y húmeda de su cerebro con un
silbido podía oír claramente el silbido. Era como el vapor de una locomotora. Oía
explosiones y aullidos y quejidos y palabras que nada significaban y silbidos tan
agudos y estridentes que atravesaban sus oídos como cuchillos. Todo destinado a
marear y ensordecer. Dolía tanto que pensó que todo el dolor del mundo estaba
atrapado en algún lugar entre su frente y su nuca intentando abrirse camino a
martillazos. El dolor era tan intenso que lo único que podía pensar era por favor por
favor por favor quiero morir.
De pronto las cosas se quedaron en silencio. Todo se quedó quieto en su cabeza.
Las luces ante sus ojos se extinguieron tan rápidamente como si alguien las hubiese
apagado con un interruptor. También el dolor desapareció. Lo único que sentía era el
palpitar de la sangre en su cerebro hinchándole y comprimiéndole la cabeza. Pero era
una sensación apacible. Era indolora. Era tal el alivio que salió de su ahogo. Pudo
pensar.
Pensó bien muchacho estás sordo como una tapia pero no tienes dolor. No tienes
brazos pero estás herido. Nunca te quemarás la mano ni te cortarás un dedo ni te
aplastarás una uña tú eres un cadáver con suerte. Estás vivo y sin dolor es mucho
mejor que estar vivo y dolorido. Un sordo sin brazos puede hacer muchas cosas
siempre que no sufra tanto que se vuelva loco de dolor. Puede usar ganchos o algo así
en lugar de brazos y puede aprender a leer los labios y aunque eso no sea lo mejor del
mundo no se ha ahogado en el fondo del río mientras el dolor le está desgarrando el
cerebro. Aún tiene aire y no forcejea y tiene sauces y puede pensar y no duele.
No podía entender por qué las enfermeras o quienes cuidaran de él no le ponían
horizontal. La parte inferior era ligera como una pluma mientras que la cabeza y el
pecho eran como un peso muerto Por eso pensaba que se estaba ahogando. Su cabeza

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demasiado baja. Si pudiera mover aquello que teníaa debajo de las piernas y poner su
cuerpo en forma horizontal se sentiría mejor. No tendría nunca más esa pesadilla de
ahogarse.
Empezó a patear con los pies para mover aquello que estaba debajo de sus
piernas. Solo comenzó porque no tenía piernas para patear. En algún punto debajo de
la articulación de las caderas le habían cortado las dos piernas.
Sin piernas.
No más correr andar gatear si no tienes piernas. No más trabajar. Sin piernas ¿te
enteras?
No mover más los dedos de los pies. Qué increíble qué maravilloso qué
estupendo mover los dedos de los pies.
No no.
Si solo pudiese pensar en cosas reales podría superar ese sueño de no tener
piernas. Vapores panes muchachas Kareen armas libros chicles palos Kareen pero
pensar en cosas reales no servía de nada porque aquello no era un sueño.
Era la realidad.
Por eso le parecía que tenía la cabeza más baja que las piernas. Naturalmente que
parecían livianas. También el aire es liviano. Hasta la uña del dedo gordo es pesada si
se compara con el aire.
No tenía brazos ni piernas.
Echó la cabeza hacia atrás y comenzó a gritar de terror. Pero solo empezó porque
no tenía boca para gritar. Se sorprendió tanto de no poder gritar que empezó a mover
las mandíbulas como alguien que ha descubierto algo interesante y quiere
comprobarlo. Estaba tan seguro de que la idea de no tener boca era un sueño que
podía investigar con calma. Trató de mover las mandíbulas pero no tenía mandíbulas.
Trató de pasar la lengua por el borde interno de los dientes como si estuviese
buscando una semilla de fresa. Pero no tenía lengua y no tenía dientes. Tampoco tenía
paladar. Trató de tragar pero no pudo porque no tenía garganta ni músculos para
tragar.
Empezó a asfixiarse a jadear. Era como si alguien le hubiese puesto un colchón
sobre el rostro y lo mantuviese allí. Respiraba honda y aceleradamente pero en
realidad no respiraba porque el aire no pasaba por su nariz. No tenía nariz. Podía
sentir que su pecho subía y bajaba y temblaba pero ni una gota de aire pasaba por el
sitio donde solía estar su nariz.
Le asaltó un salvaje y aterrado impulso de morir. Matarse. Trató de atenuar su
respiración para no respirar más y de ese modo asfixiarse. Pudo sentir cómo los
músculos del fondo de la garganta se cerraban estrechamente para no dejar pasar el
aire pero su pecho seguía respirando. No había aire que retener en su garganta. Sus
pulmones se encargaban de absorberlo en algún punto debajo de su garganta.

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Ahora supo que se estaba muriendo pero sentía curiosidad. No quería morir hasta
que lo hubiera averiguado todo. Si a un hombre le falta la nariz la boca el paladar y la
lengua era lógico suponer que debían faltarle otras cosas. Pero eso era absurdo
porque un hombre en ese estado estaría muerto. No se podía perder tanto de uno
mismo y seguir con vida. Sin embargo si uno se daba cuenta de que las había perdido
y podía pensar en ello entones debía estar vivo porque los muertos no piensan. Los
muertos no piensan y él estaba enfermo de curiosidad así que aún no debía estar
muerto.
Empezó a buscar con los nervios del rostro. Empezó a hacer esfuerzos por sentir
la nada que allí había. Donde habían estado su boca y su nariz ahora con seguridad no
había más que un agujero cubierto de vendas. Trataba de averiguar hasta dónde
llegaba ese agujero. Trataba de sentir los bordes de ese agujero. Se esforzaba por
seguir los bordes de ese agujero y ver hasta dónde llegaban con los nervios y poros de
su cara.
Era como mirar en la total oscuridad con ojos que se le salen a uno de las órbitas.
Era una forma de sentir su piel investigando en algo que no podía moverse según le
indicaba su mente. Los nervios y músculos de su rostro reptaban como víboras hacia
su frente.
El agujero empezaba en la base de su garganta precisamente debajo de donde
debía tener la mandíbula y ascendía en un círculo que se ensanchaba. Podía sentir
cómo su piel trepaba más y más. Llegaba casi hasta la base de sus orejas si es que las
tenía y luego volvía a estrecharse. Terminaba un poco más arriba de lo que solía ser
su nariz.
El agujero ascendía demasiado como para que tuviese ojos.
Estaba ciego.
Sentía una extraña calma. Estaba tan tranquilo como un comerciante que hace el
inventario de primavera y se dice de modo que no tengo ojos mejor será consignar
eso en el libro de pedidos. No tenía piernas ni brazos ni ojos ni orejas ni nariz ni boca
ni lengua. Qué sueño infernal. Debe de ser un sueño. Por supuesto dios santo tiene
que ser un sueño.
Debía despertarse o se volvería loco. Una persona en ese estado estaría muerta y
él no estaba muerto de modo que no estaba en ese estado. Era solo un sueño.
Pero no era un sueño.
Él podía desear que fuese un eterno sueño y eso no cambiaría las cosas. Porque
estaba vivo vivo. No era más que un trozo de carne como los pedazos de cartílago
que el viejo profesor Vogel usaba en sus clases de biología. Trozos de cartílago que
no tenían nada a excepción de la vida que se mantenía gracias a la química. Pero él le
llevaba un punto de ventaja a los cartílagos. Tenía una mente que pensaba. Y eso era
algo que el profesor Vogel jamás hubiera podido afirmar de sus cartílagos. Pensaba y

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era solo una cosa.
Oh no. No no no.
No podía vivir así porque se volvería loco. Pero no podía morir porque no podía
matarse. Si solo pudiese respirar podría morir. Eso era curioso pero era cierto. Podría
contener la respiración y matarse. Y ese era el único camino que le quedaba. Pero
respiraba. Sus pulmones se cargaban de aire y él no podía impedirlo. No podía vivir y
no podía morir.
No no no no puede ser.
No no.
Madre.
Madre ¿dónde estás?
Apresúrate madre apresúrate apresúrate apresúrate y despiértame. Tengo una
pesadilla madre ¿dónde estás? Apresúrate madre. Estoy aquí. Aquí madre en la
oscuridad. Cógeme en tus brazos. Arrorró mi niño. Ahora me acuesto a dormir. Oh
madre apresúrate porque no puedo despertar. Aquí madre. Cuando sople el viento se
mecerá la cuna. Álzame en tus brazos alto alto muy alto.
Te has ido madre y me has olvidado. Aquí estoy. No puedo despertar.
Despiértame. No puedo moverme. Cógeme en tus brazos. Tengo miedo. Oh madre
madre cántame frótame báñame péiname y límpiame las orejas y juega con los dedos
de mis pies y hazme golpear las manos y sonarme la nariz y bésame los ojos y la boca
como te he visto hacer con Elizabeth como seguramente has hecho conmigo.
Entonces me despertaré y me quedaré contigo y no me volveré a ir ni a tener miedo ni
a soñar.
Oh no.
No puedo. No puedo aguantarlo. Grita. Muévete. Sacude algo. Haz algún ruido
cualquier ruido. No puedo soportarlo. Oh no no no.
Por favor no puedo. Por favor no. Que alguien venga. Ayúdame. No puedo
quedarme así para siempre tal vez durante años antes de morir. No puedo. Nadie
puede. No es posible.
No puedo respirar pero respiro. Tengo tanto miedo y sin embargo pienso. Oh por
favor por favor no. No no. No soy yo. Ayudadme. No puedo ser yo. Yo no. No no no.
Oh por favor oh por favor. No no no por favor no. Por favor.
Yo no.

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Caminaba de un lado a otro de la panadería durante toda la noche. Unas once
millas por noche. Andaba con sus piernas sobre el piso de cemento y sus brazos se
balanceaban libremente en el aire. Casi nunca se cansaba. No estaba mal pensar en
eso. Andar toda la noche y trabajar duramente y cobrar dieciocho dólares el fin de
semana. No estaba mal.
Los viernes por la noche eran siempre los más pesados en el departamento de
expedición nocturna porque los sábados por la mañana los repartidores debían
llevarse pan y pasteles y bollos y rosquillas suficientes para abastecer a sus clientes
para el domingo. Eso hacía que los viernes por la noche se trabajase y se anduviese a
un ritmo infernal. Pero no estaba mal. Siempre mandaban a buscar unos hombres más
de la Misión Nocturna para que trabajasen con la plantilla los viernes por la noche.
Los tíos de la Misión apestaban a desinfectante y parecían muy sucios y tímidos.
Sabían que quien oliese a desinfectante se daría cuenta de que eran mendigos que
vivían de la caridad. Eso no les apetecía y con razón. Siempre eran humildes y
cuando eran lo bastante listos trabajaban duramente. Algunos no eran listos. Algunos
ni siquiera podían leer los pedidos en los cubos. Uno de ellos había venido de
Georgia la región de la trementina. No había ido nunca a la escuela. La mayor parte
de los holgazanes eran de Texas.
Una noche vino un puertorriqueño de la Misión. Su nombre era José. Los viernes
por la noche las cosas solían estar muy desordenadas en el departamento de
expedición. Había cajas carretones y estantes desparramados por los pasillos y tíos
que untaban y cintas transportadoras que tableteaban y en la planta superior los
hornos giratorios que chirriaban al deslizarse sobre las planchas calientes y sin
engrasar. Era un follón y la mayor parte de los tíos de la Misión se sentían
confundidos cuando venían a trabajar por primera vez. Pero José no. Observó el sitio
y escuchó en silencio las instrucciones y se puso a trabajar. Era alto con ojos pardos y
bastante guapo para ser mexicano o puertorriqueño o lo que fuese. Había algo en él
que te sugería que era distinto de los otros tíos que venían de la Misión o tal vez que
había tenido más suerte que ellos.
Los viernes por la noche en lugar de salir a un restaurante los tíos comían en el
vestuario porque allí había bancos y casilleros y podías sentarte en los bancos comer
tu merienda apresuradamente y volver a trabajar. José no había traído nada para
comer así que los muchachos robaron una botella de leche de la nevera de la
panadería y se la dieron junto con una rosquilla. José se mostró muy agradecido.
Mientras mordisqueaba su bollo y bebía su leche hablaba. Dijo que California era un
país maravilloso. Dijo que era aún más maravilloso que su Puerto Rico. Dijo que
ahora empezaba la primavera y que pronto podría dormir en el parque. Dijo que

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California era un gran país para la gente que no tenía dónde dormir porque no hacía
tanto frío y podías envolverte en un abrigo y dormir en el parque muy bien gracias.
Dijo que quería conseguir un trabajo estable en la panadería porque entonces podría
mantenerse limpio. No le gustaba sentirse sucio y aborrecía el desinfectante que
ponían en el agua en la Misión. Había muchos pobres en la Misión a los que no
parecía afectarles el desinfectante pero a él sí le importaba y mucho. Dijo que había
venido a California para trabajar en el cine. No no quería ser actor. Pero con
seguridad habría muchas oportunidades para un joven ambicioso como él en una
empresa tan extraordinaria como el cine. Dijo que creía poder trabajar en el
departamento de investigación de uno de los estudios. Quizás alguien podía
informarle cómo se conseguía un trabajo en un estudio ¿sí?
Los tíos se limitaron a mirarle y gruñir. Si alguno de ellos supiese cómo conseguir
trabajo en un estudio ¿no lo hubiesen hecho hace mucho tiempo en lugar de quedarse
en esa panadería de mierda? No. Nadie sabía cómo José podía conseguir trabajo en
un estudio.
José se encogió de hombros. Era muy difícil dijo. Cuando estaba en Nueva York
las cosas marchaban bien para él y después una muchacha muy rica se enamoró de él
y tuvo que irse lejos de allí.
¿Una muchacha rica se enamoró de ti José?
Sí. Había conseguido trabajo como chofer de una familia muy rica que vivía en la
Quinta Avenida y las cosas marchaban muy bien y entonces ocurrió que la hija de la
familia le cogió simpatía e hicieron un pacto. La hija quería aprender español y José
quería mejorar su inglés así que empezaron a intercambiar lecciones. Y después la
muchacha se enamoró de él y quería casarse de modo que tuvo que irse de Nueva
York y se vino a California.
Los tíos sentados alrededor en el vestuario se limitaron a mirarse entre sí y no
dijeron nada. Todos los que venían de la Misión tenían historias parecidas. Todos
habían tenido mucho dinero y de pronto algo pasó y ahora tenían que estar en la
Misión. Hacía mucho tiempo que los tíos de la panadería se habían dado cuenta de
que no merecía la pena discutir con los tíos de la Misión. Por más que uno les
interrogara y les demostrase que sus historias eran mentiras seguían aferrados a ellas.
Tenían que hacerlo. Sus historias eran la única justificación que tenían para ser lo que
eran de modo que con el tiempo los tíos de la panadería llegaron a aceptar sin decir
nada las historias que contaban los tíos de la Misión. De manera que cuando José
terminó de hablar gruñeron y volvieron al trabajo.
La semana siguiente era Pascua y eso significaba roscas calientes y eso quería
decir que necesitarían mucha ayuda extra porque la plantilla de expedición no podía
sacar veinte o treinta mil docenas de rosquillas calientes sin la colaboración de más
gente. Así que Jody Simmons le ofreció una semana de trabajo a José y José aceptó.

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Trabajaba tan bien con las roscas calientes que cuando Larruping Lavvy se marchó
José ocupó su puesto. Estaba muy agradecido y tranquilo. También se alegraba por el
tiempo cada vez más caluroso. Dormía en el parque y eso era maravilloso. Ahorraba
dinero y José necesitaba dinero para comprar ropa. Un hombre que se propone
trabajar en los estudios debe ir bien vestido decía José.
Un día José apareció con una carta. Estaba muy intrigado. Se la mostró a los
muchachos y les pidió consejo. Los norteamericanos eran gente tan extraña dijo que
uno no terminaba de entender exactamente sus costumbres. Entonces ¿qué debía
hacer un caballero en esas circunstancias?
Todos los tíos leyeron la carta de José. Estaba escrita en un papel muy caro con
letra de mujer. En la parte superior del folio había un pequeño membrete grabado con
una dirección en la Quinta Avenida de Nueva York. Era una carta de la muchacha a
quien José se había referido. En la carta decía que deseaba tener su dirección para no
tener que escribirle siempre al apartado postal. Contaba con algún dinero propio algo
más de medio millón de dólares y apenas descubriera dónde vivía José vendría a Los
Ángeles para casarse con él.
Esto dio que pensar a los tíos de la panadería. José podía ser un embustero como
todos los otros tíos de la Misión pero al parecer esta muchacha existía en realidad.
Por Dios le dijeron a José no seas idiota cásate con ella. Envíale tu dirección y dile
que venga lo antes posible con toda su pasta y cásate con ella antes de que cambie de
idea. Pero José meneó la cabeza. Dijo que no había peligro alguno en el sentido de
que ella cambiara de idea porque como él había dicho la muchacha estaba loca por él.
Y que sin duda no tendría inconvenientes en casarse con una muchacha con dinero.
Pero él también deseaba amar a la muchacha con dinero con la que se casaría alguna
vez. Y lamentablemente no la quería.
Pues me cago en tu madre dijeron los muchachos de la panadería ¿no puedes
aprender a amarla? No dijo José con tristeza no puedo. Solo quería saber lo que se
acostumbra hacer en estos casos en América y cómo escribirle a la muchacha para
explicarle. ¿Era correcto que un caballero norteamericano le dijera a una muchacha
norteamericana que no la amaba? Por supuesto. Eso no era una descortesía. ¿No sería
mejor que algún amigo tal vez alguno de los muchachos de la panadería le escribiese
a la muchacha explicándole que José se había suicidado de un balazo por amor hacia
ella y que había sido incinerado? José estaba decidido a hacer cualquier cosa para
arreglar el asunto.
A esta altura todos los tíos pensaron que José estaba loco. Pero también pensaron
que era una especie de loco listo. Cuando contaba historias increíbles acerca de su
Puerto Rico natal los muchachos le prestaban más atención porque si su historia con
la muchacha era cierta había un cincuenta por ciento de posibilidades de que sus
historias sobre Puerto Rico también fuesen verdaderas. José era un tío gracioso pero

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la panadería estaba llena de tíos graciosos y lo mejor era no preguntarles demasiado.
Había que aceptarles como eran y callar.
Una noche cerca de un mes más tarde José llegó con una expresión muy
preocupada.
¿Qué te pasa José? ¿Por qué estás tan decaído José? José suspiró y frunció el
ceño. Dijo que tenía un problema muy serio.
¿Qué problema José?
José dijo que como de costumbre había estado todo el día buscando trabajo y que
lo había conseguido.
Todos se mostraron muy interesados porque todos en la panadería querían un
trabajo mejor solo que nunca lo conseguían. ¿Dónde has conseguido ese trabajo
mejor José? En un estudio desde luego dijo José. Para eso he venido a California.
¿No os he dicho que he venido a buscar trabajo en los estudios?
Nadie dijo palabra. Se quedaron mirándole con atención. Si hubiese sido otro
cualquiera lo habrían interpretado como un invento más pero tratándose de José
sabían que era cierto. Un estudio ¿qué os parece? Para los tíos de la panadería los
estudios podían estar tanto en China como en Hollywood. Pagaban mucha pasta pero
nadie salvo un pariente un tío o un sobrino podía entrar en ellos. Sin embargo José
tan tranquilo como una ostra había entrado en un estudio y había conseguido lo que
buscaba.
¿Cómo has conseguido ese trabajo José? Lo he solicitado dijo José. ¡Oh! dijeron
los muchachos de la panadería. Luego tomaron asiento a su alrededor y le miraron
fijamente. Por fin alguien habló y dijo ¿cuál es el problema y por qué estás tan
preocupado José?
José pareció sorprenderse. Cualquiera puede darse cuenta dijo. Él había venido a
California y se había pasado mucho tiempo sin dinero y lleno de desinfectante de la
Misión Nocturna y había sido muy infeliz. Después ese caballero simpático Jody
Simmons le había aceptado en la panadería y le había dado un buen empleo. Él tenía
una deuda con Jody Simmons ¿no? Muy bien. Tenía una deuda con Jody Simmons y
ahora había encontrado un trabajo. ¿Cómo abandonar el trabajo que le había
proporcionado Jody Simmons para coger el nuevo trabajo sin ofender a su
benefactor?
Todos los muchachos empezaron a inquietarse. Cada uno sugería un discurso
distinto para decirle a Jody Simmons que dejaba el trabajo. Uno pensó que la mejor
forma de hacerlo era darle una hostia en pleno rostro. Otro indicó que debía
presentarse cortésmente y decirle a Jody Simmons que se metiera el trabajo en el
culo. Otro dijo que lo único que tenía que hacer era no aparecer a trabajar mañana.
Jody Simmons lo entendería en seguida. Y hubo muchas otras soluciones que se les
ocurrieron a los muchachos de la panadería. Tenía que haberlas. Habían pensado en

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ellas durante años. Se había desperdiciado mucho talento pensando en las formas de
decirle a Jody Simmons que uno se iba. Pero he aquí que ahora había un tío que se
iba realmente así que naturalmente todos cooperaban.
Sin embargo después de escuchar todas las soluciones que le ofrecían José
sacudió la cabeza y sus ojos parecían más tristes que nunca. Dijo que no. Que debía
pensar en una forma mejor. Ninguna de las formas que le habían propuesto para
renunciar era propia de un caballero. Jody Simmons era su benefactor y no se le
hacían esas cosas a un benefactor. Aun cuando fuese una costumbre norteamericana
él tendría que seguir las costumbres de su Puerto Rico y allí un hombre bien nacido
no hace esas cosas.
¿Pero cuándo empiezas a trabajar en ese empleo José? Por la mañana dijo José y
estoy muy cansado y ahora tendré que trabajar toda la noche y por la mañana estaré
mucho más cansado para el otro trabajo y así seguirá siendo. Es un problema terrible
y no sé qué hacer.
De modo que José trabajó toda la noche y los muchachos de la panadería
pensaron en el problema y por fin se les volvió tan intrincado como para José.
Pensaban en alguna solución y apenas comenzaban a hablar meneaban la cabeza y
decían no eso no sirve y seguían con su trabajo pensando muy intensamente. Este
muchacho José era un espécimen raro y sus ideas eran delirantes pero a esa altura
todos querían encontrar una solución así que el asunto se convirtió en un tema de
profundo interés para toda la plantilla nocturna.
La noche llegó a su fin. Todos los tíos de la plantilla fueron a su casa y durmieron
y luego volvieron a trabajar esa noche preguntándose qué pasaría con José. También
José volvió. Estaba pálido. Dijo que se sentía muy cansado. Dijo que había dormido
solo cuarenta y cinco minutos y que a menos que encontrase una solución muy pronto
no sabría qué hacer. Dijo que con seguridad existía alguna costumbre norteamericana
que diese respuesta a su emergencia. Pero la noche anterior ya le habían informado
acerca de todas las costumbres norteamericanas y él las había rechazado.
Así que trabajó toda la segunda noche y por la mañana cuando salió de la
panadería y se enfrentó con el primer resplandor del sol tenía el aspecto de un hombre
muy débil. Todo el día siguiente trabajó en el estudio y la noche siguiente cuando
volvió a trabajar casi se tambaleaba. Dijo por favor pensad en alguna forma que me
permita dejar este empleo porque la salud de un hombre tiene un límite y la mía ya no
resiste más porque no he dormido en todo el día y un hombre tiene que dormir si
quiere cumplir honestamente aunque sea con un solo empleo.
Entonces a Pinky Carson se le ocurrió algo. José dijo Pinky Carson. Yo te diré lo
que harás. A eso de las dos de la mañana cuando bajan los pasteles tú coges media
docena con sus cajas y te echas a andar hacia la ventanilla junto a la oficina de Jody
de modo que él pueda verte y dejas caer todos esos malditos pasteles. Entonces Jody

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te despide y se arregla todo. José reflexionó un rato. No soy partidario de la violencia
dijo por fin. Pero soy un hombre desesperado y si vosotros pensáis que la violencia
servirá la usaré. Pensó un momento y luego dijo puedo pagar esos pasteles que tire
¿sí? Todos dijeron que sí que si quería ser un idiota podía pagar por los pasteles que
había arrojado.
De manera que esa noche alrededor de las dos tres de la madrugada José cogió
seis pasteles y se situó justamente dentro del área visual de Jody junto a la ventana de
su despacho. Todos los tíos le rodearon haciendo como si trabajaran aunque en
realidad observaban a José. Esperaban el momento en que Jody Simmons mirara por
la ventana desde su escritorio. Cuando mirara Pinky haría una seña y entonces José
arrojaría los pasteles. Daba la impresión de que Jody se demoraba más que nunca en
mirar por la ventana. Pero por fin miró y Pinky Carson hizo la seña y José tiró los
pasteles.
Jody salió de su despacho como un abejorro. Dijo qué diablos pasa contigo hijo
de puta ¿por qué has tirado esos pasteles? Están deshechos y ahora los tendrás que
pagar. El pobre José se quedó de pie como derritiéndose de tristeza. Volvió sus
grandes ojos hacia Jody Simmons y dijo lo siento señor Simmons. He estropeado sus
pasteles. Ha sido un accidente se lo aseguro y solo a un pobre trabajador le podría
haber sucedido y lo siento mucho. Pagaré con gusto y usted acepte mis excusas ¿sí?
Por un instante Jody Simmons miró duramente a José y luego una sonrisa le cruzó
el rostro y dijo por supuesto José todos cometemos errores. Puedes pagar los pasteles.
Dijo José tú eres un trabajador consciente y no importa que alguna vez cometas un
error. Agregó desearía contar con más hombres como tú. Ahora olvídalo y vuelve a
trabajar.
José se quedó allí con una especie de temblor que le recorría de arriba abajo y
sacudiendo la cabeza como si no pudiese creer en tanta mala suerte. Después se
volvió hacia los muchachos de la plantilla. Miró a Pinky Carson como lo hubiese
hecho un perro traicionado por su amo. Por fin se dio media vuelta y echó a andar por
el primer pasillo y comenzó a trabajar nuevamente.
Pinky Carson se le acercó apenas pudo. Mira José la idea no estaba mal pero no
era suficiente. Para abandonar un buen puesto tienes que hacer algo importante. La
solución de los pasteles se ha acabado por esta noche. Pero no pierdas esperanzas
porque todas las noches se hacen pasteles y mañana puedes tirar uno de esos estantes
llenos. Puedes coger uno de los que tienen ciento ocho pasteles. Piensa en ello. Lo
colocas en el mismo lugar y después vuelcas el estante y se montará un follón
impresionante. Qué follón tío entonces sí que Jody Simmons te echará. No lo dudes.
José miró a Pinky Carson y dijo todo eso es muy deshonesto pero mi organismo
no resiste mucho más de modo que mañana lo haré cuando salga la tanda de pasteles.
Luego volvió tambaleándose a su trabajo.

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Al día siguiente la mayor parte de los muchachos no pudo dormir tan ansiosos
estaban de ver cómo José arrojaba la estantería. Todos llegaron temprano a trabajar.
Habitualmente Jody Simmons no llegaba hasta cerca de las diez. Pero todo el mundo
esperaba que viniese temprano para poder observar con más tiempo el rostro de un
hombre que iba a presenciar cómo se caían ciento ocho pasteles frente a su despacho.
Pero cuando pasaron junto a la oficina de Jody y miraron Jody no estaba allí. Sobre
su escritorio solo había una gran caja rectangular que parecía una caja de flores.
Todos miraron la caja y después subieron a cambiarse para el trabajo. En seguida
apareció José. La primera parte de la noche se les hizo más larga que nunca.
A eso de las diez de la noche apareció Jody Simmons. Todos observaban porque
sentían curiosidad por saber qué era esa caja que había sobre su escritorio. Jody entró
en su despacho y miró la caja como si fuese una bomba de tiempo. Era un hombre
rudo y cualquier cosa desacostumbrada solía despertarle sospechas. Por último debió
convencerse de que la caja no era peligrosa y comenzó a abrirla con mucho cuidado.
Dos docenas de rosas cayeron sobre su escritorio. Jody empezó a manotear entre las
rosas en busca de una tarjeta pero no había tarjeta alguna. Cuando Rudy entró en el
despacho de Jody en busca de las planillas de la noche vio las flores y dijo veo que
has recibido flores Jody. Jody contempló las flores y dijo que alguien se estaba
haciendo el gracioso. Pero que no le importaba porque las rosas eran bellas y se las
llevaría a su esposa. Envió a Rudy en busca de una lata con agua para ponerlas así se
conservarían frescas. Toda la noche cada vez que los muchachos miraban hacia la
pequeña ventana del despacho de Jody imaginaban su pequeña cabeza calva adornada
por una corona de rosas.
A las dos empezó a salir el pastel. Pinky Carson subió a la sección de horneado
para controlar el empaquetado de los pasteles. Esa noche había de manzana y vainilla
y mora y melocotón. Pinky probaba uno de cada gusto y verificaba la consistencia de
la corteza y el espesor del relleno. Esa noche la cuadrilla iba adelantada en el trabajo
de modo que pudieron coger los pasteles cuando aún estaban calientes. Pink Carson
decidió que los más adecuados para tirar eran los de mora. Así que cogió
delicadamente una hornada de los más calientes y los colocó en el montacargas.
Abajo estaba José.
José temblaba como una hoja. Todos se apostaron cerca de la ventana de Jody
Simmons mientras fingían trabajar pero en realidad no hacían más que ademanes.
Pinky empujó la hornada de pasteles con cuidado hacia la ventana de Jody Simmons.
Después se agachó y comenzó a hacer señas a José. José se acercó como un perro
apaleado. Se echó a andar hacia el tablón con los pasteles y apoyó su mano en él.
Bastaba un pequeño empujón para arrojarlo al suelo. José se quedó apoyado con un
aspecto muy triste. Todos esperaban que Jody Simmons mirara. Parecía demorarse
horas. Finalmente miró y Pinky Carson dio la señal. José empujó apenas un poco y el

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tablón se vino abajo con un ruido infernal. Ciento ocho pasteles se desparramaron por
el suelo de la sala de expedición.
Jody se quedó un minuto en su silla mirando fijamente. Como si no pudiese creer
que esto le sucediese a él. Después fue como si alguien le hubiera aplicado una
descarga eléctrica porque en lugar de empujar la silla hacia atrás antes de ponerse en
pie saltó como si se hubiese apoyado en un brasero salió corriendo y aullando de su
despacho. José se quedó mirándole. José era mucho más alto que Jody Simmons.
Miró a Jody desde arriba y sus ojos eran lo más triste del mundo. Jody comenzó a
gritarle piojoso hijo de puta anoche te di una oportunidad y ¿qué haces hoy? Arruinas
ciento ocho pasteles de mora. ¿Sabes lo que esto significa hijo de puta? Significa que
te echo que estás despedido. Fuera y que no te vuelva a ver por aquí cabrón.
José se quedó un segundo mirando a Jody Simmons como si le disculpara por
todo lo que le estaba diciendo. Luego se volvió y echó a andar en dirección al
vestuario. Todos se escurrieron tras él lo más rápido que pudieron. José hablaba casi
consigo mismo. Esta es la primera vez que hago algo tan deshonesto decía José.
Nunca pensé que fuese capaz de caer tan bajo. El señor Simmons tiene razón. Es un
excelente caballero que me dio trabajo cuando lo necesitaba. Le he retribuido con
ingratitud. Soy un miserable. No hay más que decir ¿no?
Oye José dijo Rudy tal vez tú sepas algo sobre esas flores que estaban sobre el
escritorio de Jody. José asintió con un gesto. Sí dijo pero es lo que se llama un
secreto. Compré esas flores esta tarde y se las envié al señor Simmons. Pues
reverendo idiota dijo Rudy ¿cómo se enterará de que has sido tú si no has puesto una
tarjeta con tu nombre?
José respondió que eso no estaba en discusión. Lo importante es que el señor
Simmons haya recibido las flores. Las flores son hermosas. El señor Simmons es un
caballero y sabrá apreciarlas. Que sepa o no de dónde provienen no tiene nada que
ver. Yo sé que he expresado mi gratitud con algo hermoso. Sé que he intentado
retribuirle por las cosas estupendas que ha hecho por mí. No es importante que lo
sepa. Lo único importante es que recibiera las rosas ¿sí?
José se puso el abrigo y salió de la panadería. Nadie volvió a verlo. Al día
siguiente no se presentó a cobrar. En cambio Jody Simmons recibió un giro postal de
José por diecinueve dólares y ochenta y siete centavos que sumados a su salario
servirían para pagar los pasteles…
Ahora le parecía que José estaba de pie frente a él avanzando y retrocediendo en
una especie de niebla. Él estaba hablando con José. Le decía ¿cómo estás José?
¿Cómo andan tus cosas? Háblame José y dime qué haces y qué pasó con aquella
muchacha rica. Habla más fuerte José porque últimamente no oigo bien. Fuerte José.
Y acércate más porque no me puedo mover demasiado. Más tarde sí pero ahora ya lo
ves estoy en cama. ¿Cómo es eso José? ¿Cómo es eso?

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¡José!
Espera un momento José. Perdóname. Verás. He creído que estábamos de nuevo
juntos en la panadería. He creído que estábamos todos allí. Pero no es así. Debe haber
sido un sueño. Resulta difícil saberlo. Solo un minuto José y me despertaré. Eso eso.
Así está mejor. Mucho mejor. No sé dónde estás José pero sí dónde estoy yo.
Sé dónde estoy.

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No podía seguir así. Debía evitar que las cosas se desvanecieran y luego
regresaran todas juntas. Tenía que terminar con los ahogos y los hundimientos y los
ascensos. Tenía que reprimir el miedo que le daba ganas de gritar y aullar y reír y
estrangularse hasta morir con un par de manos que se estaban pudriendo en algún
depósito del hospital.
Tenía que controlarse para poder pensar. Hacía demasiado que estaba así. Sus
muñones ya habían cicatrizado. Los vendajes habían desaparecido. Eso quería decir
que había pasado el tiempo. Mucho tiempo. Tiempo suficiente como para que saliera
de eso y pensara. Tenía que pensar en él. En Joe Bonham y en lo que haría. Tenía que
pensarlo todo nuevamente.
Era como un hombre adulto que de pronto se volvía a introducir en el cuerpo de
su madre. Yacía en silencio. Completamente indefenso. En alguna parte de su
estómago había un tubo a través del cual le alimentaban. Era exactamente como un
útero salvo que un bebé en el cuerpo de su madre puede esperar el momento en que
nacerá a la vida.
Él estaría en ese vientre para siempre. Eternamente. Debía recordarlo. No debía
esperar o confiar en otra cosa. Esta era su vida de ahora en adelante día a día hora a
hora minuto a minuto. Nunca más podría decir hola cómo estás te quiero. Nunca más
podría escuchar música u oír el murmullo del viento entre los árboles o el rumor del
agua. Nunca más respiraría el aroma de un filete friéndose en la cocina de su madre o
la humedad de la primavera en el aire o la maravillosa fragancia de la salvia
transportada por el viento a través de una gran llanura. Nunca más podría ver los
rostros de las personas que le alegraban con solo mirarlos como el de Kareen. Nunca
más podría contemplar la luz del sol o las estrellas o el césped tierno que crece en las
colinas de Colorado.
Nunca más podría andar con sus piernas sobre la tierra. Nunca más correría o
saltaría o se estiraría cuando estuviera cansado. Nunca estaría cansado.
Si el sitio en que yacía ardiese él se limitaría a quedarse allí y dejar que ardiese.
Ardería con él y no podría hacer movimiento alguno. Si sintiera que un insecto se
arrastraba por ese muñón de cuerpo que le quedaba no podría mover un dedo para
destruirlo. Si le picaba no podría hacer nada para aliviar la picazón o quizá a lo sumo
restregarse un poco contra las mantas. Y esta vida no transcurriría así solo hoy o
mañana o hasta el fin de la semana que viene. Estaba en el vientre para siempre. No
era un sueño. Era real.
Se preguntó cómo había podido salir con vida. Había tíos que se arañaban el
pulgar y se morían. El alpinista se caía de un escalón se fracturaba el cráneo y moría
el jueves. Tu mejor amigo iba al hospital para operarse del apéndice y cuatro o cinco

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días después estabas junto a su tumba. Un pequeño microbio como el de la gripe
acababa con la vida de alrededor de diez millones de personas en un solo invierno.
Entonces ¿cómo era posible que un tío perdiese los brazos y las piernas y los oídos y
los ojos y la nariz y la boca y siguiera viviendo? ¿Cómo entenderlo?
Sin embargo había muchos que habían perdido solo las piernas o los brazos y
vivían. De modo que tal vez era razonable pensar que un hombre podía vivir aun sin
piernas ni brazos. Si una de esas opciones era posible también podían serlo las dos
juntas. Los médicos eran cada vez más diestros en especial ahora que llevaban tres o
cuatro años en el ejército con mucha materia prima para experimentar. Si llegaban a
tiempo antes de que te desangraras podían salvarte casi de cualquier herida. Era
evidente que en su caso habían llegado a tiempo.
Si lo pensabas era bastante razonable. Muchos tenían los oídos arruinados por las
ondas de choque. Era muy habitual. Muchos se habían quedado ciegos. De tanto en
tanto podías leer en el periódico que alguien se había pegado un tiro en la sien y
terminaba con vida pero ciego. Por lo tanto su ceguera también tenía sentido. Había
muchos en los hospitales allá detrás de las líneas que respiraban por tubos y muchos
sin mandíbula y muchos sin nariz. Todo tenía sentido. Solo que en él se habían
combinado todos esos casos. Sencillamente se trataba de una granada que le había
volado el rostro y los médicos habían llegado a tiempo para evitar que se desangrara.
Solo un pequeño trozo de granada que por algún motivo no le afectó la yugular ni la
médula.
Las cosas habían transcurrido con bastante calma hasta que le pasó esto. Eso
quería decir que los médicos de retaguardia tuvieron más tiempo para jugar con él
que cuando se desplegaba una ofensiva y los heridos venían en tropel. Debe haber
sido así. Seguramente le habían recogido en seguida y le habían trasladado a un
hospital de la base y todos se habían arremangado frotándose las manos y diciendo
bien bien muchachos he aquí un caso interesante veamos qué podemos hacer.
Después de todo allí habían despanzurrado a unos diez mil tíos para saber cómo se
hacía. Se habían encontrado con un caso desafiante y tenían tiempo de sobra de modo
que lo encogieron y lo devolvieron al útero.
Pero ¿por qué no se había desangrado hasta morir? Es de suponer que con los
muñones de los dos brazos y las dos piernas manando sangre uno podía por lo menos
morirse. Había algunas venas poderosas en las piernas y en los brazos. Había visto
tíos que se desangraban hasta morir por la pérdida de un solo brazo. No parecía
lógico que los médicos hubieran actuado tan rápidamente como para detener cuatro
pérdidas de sangre al mismo tiempo antes de que un hombre muriera. Entonces pensó
quizá solo estaba herido y me los cortaron después para ahorrarse problemas o tal vez
porque estaban infectados. Recordó haber oído hablar de gangrenas y de soldados con
heridas llenas de gusanos. Ese era un buen síntoma. Si uno tenía una bala en el

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estómago y el agujero lleno de serpenteantes gusanos entonces estaba bien porque los
gusanos se comían el pus y mantenían limpia la herida. Pero si tenías ese mismo
agujero sin gusanos la herida seguía infectándose por un tiempo y después cogías
gangrena.
Tal vez no había tenido gusanos. Tal vez si hubiese podido despertar la atención
de un pequeño puñado de gusanos ahora tendría piernas y brazos. Solo un puñado de
pequeños gusanos blancos. A lo mejor cuando lo recogieron aún tenía brazos y
piernas con unas pocas heridas. Pero pudo haber ocurrido también que cuando
terminaron de curarle las cosas importantes como los ojos la nariz y los oídos y la
boca la gangrena ya se había apoderado de piernas y brazos. Entonces comenzaron a
despedazarle. Un dedo por aquí una muñeca por allí oh diablos cortemos a la altura
de la cadera. Probablemente ese era el método. Cuando los médicos están cortando
partes tienen recursos para detener la sangre a fin de que un hombre no muera. Quizá
si hubieran sabido cómo terminaría le hubiesen dejado morir. Pero fue sucediendo
gradualmente articulación por articulación y entonces allí estaba vivo y ahora no
podían matarle porque sería cometer un asesinato.
Oh Dios pasaban tantas cosas extrañas en esta guerra de los hombres. Todo era
posible. Oías hablar de ellas todo el tiempo. A un tío le volaron la mitad superior del
estómago entonces los médicos le quitaron la piel y con la carne de un muerto
hicieron una tapa para el estómago del herido. Podían levantar la tapa como una
ventana y observar cómo digería la comida. Había salas enteras repletas de hombres
que respiraban por tubos y comían por tubos el resto de sus vidas. Los tubos eran
importantes. Muchos muchachos orinarían por tubos mientras vivieran y otros
muchos a quienes les habían volado sus partes traseras. Ahora sus intestinos se
prolongaban en agujeros en las caderas o en el estómago. Los agujeros estaban
cubiertos de vendas porque no tenían esfínteres que los controlaran.
Y eso no era todo. Había un sitio en el sur de Francia donde tenían a los locos.
Había tíos que no podían hablar aunque estaban en perfecto estado físico. Solo se
habían asustado y se habían olvidado de hablar. Había hombres saludables que
corrían por todas partes a cuatro patas y metían la cabeza en los rincones cuando
estaban asustados y se olían entre sí y levantaban la pata como los perros y no hacían
más que gemir. Había uno un minero que volvió a Cardiff junto a su mujer y sus tres
hijos. Una bengala le había quemado el rostro y cuando su mujer le vio lanzó un
aullido cogió un hacha y le cortó la cabeza. Luego mató a los tres niños. Esa misma
noche la encontraron en una taberna bebiendo cerveza más fresca que una lechuga.
Lo único extraño es que intentaba comerse el vaso de cerveza. ¿Cómo se puede creer
o no creer después de todo esto? Cuatro o tal vez cinco millones de hombres muertos
y ninguno de ellos deseaba morir mientras que centenares de miles se volvían locos o
se quedaban ciegos o paralíticos y no podían morir aunque lo desearan.

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Pero no había muchos como él. No había muchos tíos a quienes los médicos
pudiesen señalar y decir he aquí la última palabra he aquí nuestro triunfo he aquí lo
más importante que hemos hecho entre las muchas cosas que hemos llevado a cabo.
He aquí un hombre sin piernas ni brazos ni oídos ni ojos ni nariz ni boca que sin
embargo respira come y está tan vivo como usted o como yo. La guerra había sido
una cosa estupenda para los médicos y él un tío con suerte que había aprovechado
todo lo que ellos habían aprendido. Pero había una cosa que no pudieron hacer.
Podían devolver un tío al vientre de su madre pero no podían volver a sacarle. Estaría
allí para siempre. Todo lo que le habían cercenado había desaparecido para siempre.
Eso era lo que debía recordar. En eso debía intentar creer. Cuando eso penetrara
dentro de sí entonces podía calmarse y pensar.
Era como leer en el periódico que alguien ha ganado la lotería y pensar ahí tienes
un tío que ganó un millón de golpe. No podías creer del todo que un hombre pudiese
ganar con tantos factores en contra. Sin embargo sabías que era cierto. Sin duda
nunca esperas ganar cuando compras el billete. Ahora ocurría lo contrario. Había
perdido un millón contra uno. Pero si leía en un periódico lo que le había sucedido no
terminaría de creerlo aunque supiese que era cierto. Y jamás podría pensar que le
sucedería a él. Nadie imaginaba algo así. Un millón contra uno diez millones contra
uno siempre había el uno. Y ese era él. Era el tío que perdió.
Ahora empezaba a tranquilizarse. Su pensamiento se hacía más preciso se
articulaba mejor. Podía quedarse quieto entre las sábanas y reconstruir las cosas.
Podía imaginar además de sus grandes desgracias las más pequeñas. En un punto
próximo a la base de su garganta había una costra que se adhería a algo. Al mover la
cabeza ligeramente hacia la derecha y después hacia la izquierda podía sentir el tirón
de la costra. También podía sentir un pequeño bulto en la frente como si le hubiesen
atado un cordel entre las órbitas de los ojos y el nacimiento del pelo. Ese cordel le
intrigaba porque tironeaba cuando él movía la cabeza para sentir la costra cerca de su
cuello. En el hueco que estaba en medio de su cara no podía sentir nada así que eso
constituía un pequeño problema. Se pasó un rato desplazándose hacia la izquierda y
la derecha sintiendo al mismo tiempo el tirón de la costra. Súbitamente comprendió.
Le habían puesto una máscara sobre el rostro que estaba anudada a la altura de su
frente. La máscara sin duda era una especie de tela blanda y la parte inferior se había
adherido a la mucosidad de la herida de la cara. Eso lo explicaba todo. Se trataba
sencillamente de un trozo de tela firmemente atado que llegaba hasta su garganta para
que la enfermera en sus idas y venidas no vomitara al contemplar al paciente. Una
medida muy considerada.
Ahora que comprendía el propósito y la mecánica de la máscara la costra de mera
curiosidad se convirtió en una irritación. Cuando era niño nunca permitió que una
costra terminara de curarse. Se la arrancaba siempre. Ahora intentaba rasgarla

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moviendo la cabeza y tensando la máscara. Pero no podía desalojar la máscara ni
comenzar a desgarrar la costra. La tarea se convirtió en una especie de manía. El sitio
donde la tela se adhería a la costra no le dolía. No era eso. Sino más bien una
situación fastidiosa un desafío o una demostración de fuerza. Si pudiese arrancarse la
máscara no se sentiría totalmente indefenso.
Intentó extender el cuello para poder arrancar la tela que se adhería a su piel. Pero
no podía extenderlo suficientemente. Se descubrió concentrando toda su fuerza y su
voluntad en ese minúsculo punto de irritación. Comprendió que pese a sus esfuerzos
no lograría arrancársela. Todos los músculos de su cuerpo y toda su fuerza de
voluntad ni siquiera conseguían mover algo tan insignificante como un trozo de tela
pegado a su piel. Eso era peor que estar en el útero. Los niños a veces pateaban. Otras
veces daban vueltas en la penumbra húmeda y apacible de sus silenciosos ámbitos.
Pero él no tenía piernas para patear ni brazos para agitar y no podía dar vueltas
porque no tenía un solo fragmento en el cuerpo que le sirviera de palanca para
empezar a girar. Trató de desplazar su peso de un lado a otro pero los músculos que
tenía en lo que quedaba de sus muslos no se flexionaban convenientemente y
tampoco sus hombros tan escrupulosamente mutilados respondían a sus propósitos.
Abandonó la costra y la máscara y comenzó a tramar la forma de dar la vuelta.
Solo podía producir un leve ademán de balanceo. Pero nada más. Tal vez con práctica
podría aumentar la fuerza de su espalda sus muslos y sus hombros. Quizá dentro de
uno cinco o veinte años lograría adquirir fuerza suficiente para que la órbita de su
balanceo fuese cada vez más amplia. Entonces tal vez un día de pronto se daría la
vuelta. Si lo lograba podría matarse porque si los tubos que alimentaban sus
pulmones y su estómago eran de metal se clavarían en algún órgano vital con el solo
peso de su cuerpo. O de lo contrario si eran blandos como goma su peso podría
aplastarlos y se asfixiaría.
Pero todo lo que pudo lograr mediante sus más violentos esfuerzos fue un ligero
balanceo que le bañó en transpiración y le hundió en un doloroso mareo. Tenía veinte
años y no podía reunir fuerzas suficientes para darse la vuelta en la cama. Nunca
había estado enfermo. Siempre había sido fuerte. Podía levantar una caja con sesenta
hogazas de pan de libra y media cada una. Y echarla sin más sobre sus hombros para
colocarla sobre un cubo de siete pies. Era capaz de hacerlo no una vez sino
centenares de veces cada noche hasta que sus hombros y sus bíceps adquirieron la
fortaleza de un hierro. Y ahora al igual que un niño que se mece para dormir apenas
podía flexionar los muslos y producir un leve balanceo.
De pronto sintió un gran cansancio. Tendido sin hacer el menor movimiento
pensó en esa otra herida más pequeña que había comenzado a advertir. Era un hueco
en el costado. Solo un pequeño hueco que sin duda se negaba a cicatrizar. Sus piernas
y sus brazos habían cicatrizado y eso llevaba mucho tiempo. Pero mientras

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transcurría todo ese tiempo de curación todas esas semanas o meses en los que las
cosas aparecían o se desvanecían en la nada ese hueco en su costado había
permanecido abierto. Lo había ido advirtiendo poco a poco durante mucho tiempo y
ahora lo sentía claramente. Era un parche de humedad dentro de una venda de la que
descendía un pequeño hilo aceitoso que resbalaba por su flanco izquierdo.
Recordó la vez que había visitado a Jim Tift en el hospital militar de Lille. Jim
estaba en una sala donde había muchos tíos con agujeros aquí y allí que no
terminaban de cicatrizar. Algunos yacían allí meses y meses drenando y hediendo. El
olor de la sala era como el de un cadáver con el que tropiezas durante una patrulla
como el olor de un cadáver muy rancio que se disgrega apenas lo tocas con la punta
de la bota y despide como una nube de gas con hedor a carne muerta.
Quizás había tenido la suerte de que le volaran la nariz. Hubiese sido bastante
desagradable estar acostado y oler el perfume de tu propio cuerpo mientras se va
pudriendo. Tal vez después de todo era un tío afortunado porque con ese olor
constante en la nariz no es posible tener apetito. Aunque de todos modos eso no le
preocupaba. Comía regularmente. Podía sentir cómo le deslizaban comida en el
estómago y sabía que comía perfectamente. El sabor no importaba.
Ahora las cosas se volvían cada vez más borrosas. Supo que volvía a
desvanecerse. Se escabullía. Parecía como si la oscuridad de sus ojos se convirtiera
en algo púrpura en algo como el azul crepúsculo. Descansaba. Sencillamente estaba
acostado después de haber pensado y trabajado mucho y se decía deja que se
descomponga porque de todos modos no puedes olerlo. Cuando a uno le queda tan
poco ¿por qué preocuparse de una parte más que está muriendo? Tú no tienes más
que quedarte quieto. La penumbra adquiere otra tonalidad de penumbra. Crepúsculo
sin estrellas y noche sin estrellas. Como en casa por las noches con grillos y ranas y
una vaca mugiendo en alguna parte y un perro ladrando a lo lejos y el alboroto de los
niños que juegan. Bellos sonidos maravillosos y oscuridad y paz y sueño. Solo que
sin estrellas.
La rata se arrastraba sobre su cuerpo sigilosamente. Con sus pequeñas garras
afiladas trepaba por su pierna izquierda. Era una gran rata parda como las que solían
perseguir con palos. Se arrastraba husmeando y oliendo y desgarrando el vendaje del
costado. Sentía sus bigotes que le cosquilleaban los bordes de su herida abierta.
Sentía sus largos bigotes que rastreaban en el pus del agujero. Y no podía hacer nada.
Recordaba el rostro de un oficial prusiano que encontraron un día. Acababan de
asaltar las trincheras exteriores de la posición alemana. Era una trinchera que había
sido abandonada una o dos semanas antes. Toda la compañía como un enjambre se
había lanzado sobre ella. Allí se encontraron con el oficial prusiano. Era un capitán.
Estaba tendido con una pierna extendida en el aire. La pierna estaba tan hinchada que
el pantalón parecía estar a punto de reventar. Su rostro también estaba hinchado. Sus

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bigotes todavía estaban lustrosos. Una rata gorda y satisfecha sentada en su cuello le
roía el rostro. Al saltar dentro de la trinchera captaron todo el cuadro. La entrada a un
refugio al que se dirigía el prusiano cuando fue abatido. El prusiano con la pierna en
el aire. La rata masticando.
Alguien lanzó un alarido y entonces todos comenzaron a aullar como locos. La
rata se irguió y les miró. Después echó a andar hacia la entrada del refugio. Pero lo
hizo lentamente. Toda la compañía se lanzó sobre ella aullando y rugiendo. Alguien
le arrojó un casco que golpeó a la rata en los cuartos traseros. La rata chilló y se
volvió para pegar una dentellada al casco. Después se arrastró hacia el refugio
mientras ellos la perseguían. Allí a la luz de la penumbra la cogieron y la aplastaron
hasta convertirla en una jalea roja. Después por un instante todos se quedaron
inmóviles. Como si sintieran que se habían comportado como estúpidos.
Abandonaron el refugio y prosiguieron la guerra.
Después pensó en ello. No importaba si la rata roía a un camarada o a un maldito
alemán. Era todo lo mismo. Tu verdadero enemigo era la rata y cuando la veías gorda
y bien alimentada masticando algo que podías ser tú entonces te volvías loco.
Ahora la rata se lo estaba comiendo a él. Podía sentir sus pequeños dientes
afilados que mordían al borde de la herida y luego los rápidos y leves movimientos
del cuerpo de la rata a medida que movía las fauces. Después hundiría las patas y
arrancaría un trozo más de carne y eso le dolería y luego volvería a masticar.
Se preguntó dónde estaría la enfermera. Ese era un hospital infernal donde
permitían que las ratas entrasen en las salas y masticaran a los enfermos mientras
trataban de dormir. Se revolvió y sacudió pero la rata siguió inamovible. No podía
hacer nada para asustarla. No podía golpear ni patear y no podía gritar ni silbar para
ahuyentarla. Lo único que podía hacer era intentar ese ligero movimiento oscilatorio.
Pero evidentemente eso le agradó a la rata porque se quedó donde estaba. Ahora la
rata comía con mucho cuidado seleccionando las mejores partes y luego descansaba
sobre su estómago con sus pequeñas mandíbulas que masticaban masticaban y
masticaban.
Empezó a darse cuenta de que el proceso de masticación de la rata no era una
cosa que duraría solo diez o quince minutos. Las ratas son animales astutos. Conocían
su entorno. Esta no se limitaría a irse para no volver. Volvería día tras día noche tras
noche para alimentarse con su cadáver hasta enloquecerle. Se vio corriendo por los
pasillos del hospital. Se vio abordando una enfermera y cogiéndola por la garganta
colocándole la cabeza abajo sobre el agujero de su costado en donde seguía aferrada
la rata y gritándole puta holgazana ¿por qué no te ocupas de ahuyentar a las ratas de
tus pacientes? Corría aullando a través de la noche. Corría a través de una serie de
noches corría por una eternidad de noches gritando por el amor de Dios quítenme esa
rata de encima ¿no la veis? Corría a través de toda una vida de noches y aullaba y

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trataba de quitarse la rata de encima y sentía que la rata hundía sus dientes cada vez
más profundamente.
Cuando hubo corrido sin piernas hasta el agotamiento y cuando hubo gritado sin
voz hasta desgarrarse la garganta volvió a caer en el útero volvió a la quietud volvió a
la soledad y a la oscuridad y al terrible silencio.

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Las manos de la enfermera se movían sobre su cuerpo. Podía sentir que le lavaba
el cuerpo y manipulaba su carne y vendaba la herida de su costado. Utilizaba algo
caliente y graso para disolver la sustancia de la costra que sostenía la máscara en ese
punto de irritación próximo a su garganta. Se sintió como un niño que ha despertado
llorando por una pesadilla para encontrarse a salvo y abrigado en los brazos de su
madre. Aun cuando no pudiese verla ni oírla la enfermera era una compañía. Era
alguien y era su amiga. Ya no estaba solo. Si ella estaba allí él no tenía necesidad de
preocuparse no tenía necesidad de luchar ni de pensar. En ella recaía toda la
responsabilidad y él no tenía nada que temer mientras ella estuviese cerca. En lugar
de la rata que le roía el costado sintió los dedos fríos de la enfermera y la pulcritud de
unas nuevas vendas y gasas frescas.
Ahora supo que la rata solo había sido un sueño. Se sintió tan aliviado cuando lo
descubrió que por unos minutos casi olvidó su miedo. Y después relajado con los
cuidados de la enfermera se estremeció de pronto al comprender que el sueño de la
rata podía repetirse. Recordó que todo el sueño había comenzado al pensar en la
herida de su costado. A medida que se iba quedando dormido su conciencia de la
herida hacía surgir el sueño de la rata que se alimentaba de ella. Casi con seguridad
mientras la herida estuviese allí desencadenaría la misma serie de pensamientos
acerca de la rata que volvería nuevamente en su sueño. Cada vez que se durmiera la
rata volvería y el sueño en lugar de olvido sería tan espantoso como la vigilia. Un
hombre despierto puede aguantar mucho. Pero cuando llega el sueño merece
olvidarlo todo. El sueño debería ser algo como la muerte.
Sabía que la rata era un sueño. Estaba seguro de ello. Lo único que debía hacer
era encontrar una forma de salir del sueño cuando apareciese la rata. De niño solía
tener pesadillas. Lo curioso era que no resultaban particularmente desagradables. La
peor era una en la que él era una hormiga que cruzaba una acera y la acera era tan
ancha y él tan pequeño que a veces se despertaba gritando asustado. Esa era la forma
de terminar con las pesadillas. Gritar tanto que se despertaba. Pero ahora no podía
hacerlo. En primer lugar no podía gritar y en segundo lugar estaba sordo y no podía
oír sus gritos. No servía. Tendría que encontrar otra solución. Recordó que a medida
que se hacía mayor y aparecían diferentes pesadillas podía salir de ellas pensando.
Precisamente cuando parecía que algo terrible que le perseguía iba a atraparle
pensaba Joe esto no es más que un sueño. Solo un sueño ¿comprendes Joe? Y en
seguida abría los ojos escrutaba la oscuridad que le rodeaba y el sueño desaparecía.
Podría adoptar ese sistema con la rata. La próxima vez que apareciese en lugar de
salir huyendo y gritando pidiendo ayuda pensaría que era un sueño. Y entonces
abriría…

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Pero no era posible. No podía abrir los ojos. En su sueño en mitad del sueño de la
rata podría sustraerse a él mediante el pensamiento pero ¿cómo podía demostrar que
estaba despierto si no podía abrir los ojos y mirar la oscuridad en torno suyo?
Pensó ¡Dios! Joe tiene que haber alguna forma. Pensó el hecho de desear saber
que uno está despierto no es demasiado pedir. Pensó vamos Joe es la única forma en
que puedes vencer a la rata y tienes que hacerlo de modo que lo mejor será que
busques rápidamente alguna manera de probar si estas despierto o dormido.
Quizá sería mejor comenzar por el principio. Ahora estaba despierto. De eso
estaba seguro. Acababa de sentir las manos de la enfermera y las manos de la
enfermera eran reales. Así que cuando las sentía era porque estaba despierto. Aunque
ahora que la enfermera se había ido estaba despierto porque pensaba en el sueño de la
rata. Si puedes pensar en un sueño es que estás despierto. Eso es evidente Joe. Estás
despierto. Y estás intentando liberarte de un sueño que sobrevendrá cuando te
duermas. No puedes salir del sueño gritando porque no puedes gritar No puedes salir
pensando y comprobar que estás despierto abriendo los ojos porque no tienes ojos.
Mejor empieza a pensar antes de que te duermas Joe esa es la cuestión empieza ahora
mismo.
En el momento en que sientas que te quedarás dormido intenta ponerte rígido y
decirte no vas a soñar con ratas. Entonces a lo mejor estarás preparado para ello y la
rata no vendrá. Porque una vez que aparezca te cogerá hasta que despiertes y no
puedes tener la seguridad de que estás despierto hasta que sientas las manos de la
enfermera. Hasta entonces no puedes estar seguro en absoluto. De modo que cuando
sientas que te estás durmiendo concéntrate y piensa que no vas a soñar con la…
Un momento. ¿Cómo sabrás cuando empieces a adormecerte Joe? ¿Qué te
indicará que estás a punto de dormirte? ¿Cómo se siente uno antes de quedarse
dormido? Tal vez esté cansado de trabajar y se relaje en la cama y sin darse cuenta se
quede dormido. Pero no es tu caso Joe porque tú nunca estás cansado y estás siempre
en la cama. Eso no sirve. Pues también puede ocurrir que sienta un escozor en los
ojos y bostece y se desperece y por fin se cierren sus párpados. Pero eso tampoco
sirve. Nunca sientes escozor en los ojos y no puedes bostezar ni desperezarte ni tienes
párpados. Nunca estás cansado Joe. No necesitas dormir porque duermes
prácticamente todo el tiempo ¿cómo puedes tener sueño? Si no puedes tener sueño
¿cómo puedes advertirlo? Y si no lo adviertes no puedes ponerte rígido y prevenirte
contra la rata.
Cristo qué embrollo. Si ni siquiera podía saber si estaba despierto o dormido era
un embrollo terrible. Pero no se le ocurría ningún modo de saberlo. Cuando uno se va
a dormir está cansado y se acuesta y cierra los ojos y el sonido se desvanece y
entonces uno se duerme. A lo mejor un tío normal un tío que tiene ojos para cerrar y
oídos para oír no puede saber el momento preciso en que se duerme. Tal vez nadie

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pueda. Hay un pequeño espacio entre estar despierto y estar dormido que no es ni una
ni otra cosa. Las dos cosas se funden de modo que te quedas dormido sin darte
cuenta. Después sin darte cuenta te estás despertando y de pronto estás despierto.
Esto era un infierno. Si ni siquiera un tío normal podía saberlo ¿cómo iba a
saberlo él cuando todo lo que le rodeaba era como un sueño las veinticuatro horas del
día? Solo sabía que probablemente entraba y salía del sueño cada cinco minutos.
Toda su vida se parecía tanto al sueño que no había forma de seguir su curso. Por
supuesto era razonable suponer que una gran parte del tiempo estaba despierto. Pero
el único momento en que podía estar seguro era cuando sentía las manos de la
enfermera. Y ahora que sabía que la rata era un sueño y en la medida en que era el
único sueño que podía identificar con certeza entonces eso quería decir que solo
podía estar seguro de que dormía cuando le roía la rata. Desde luego además del
sueño de la rata podía tener otros de la misma manera que podía estar despierto
muchas veces sin que le tocaran las manos de la enfermera. Pero ¿cómo diablos podía
saberlo?
Por ejemplo cuando era pequeño solía soñar despierto. Se recostaba y pensaba en
cosas que haría algún día. O pensaba en las cosas que había hecho la semana pasada.
Pero estaba despierto y lo sabía. Sin embargo tendido allí en la penumbra y el
silencio era diferente. Si pensaba en algo que había pasado hacía mucho tiempo
aquello que parecía un sueño diurno podía convertirse en un sueño verdadero de
modo que mientras pensaba en el pasado podía quedarse dormido y soñar con eso.
Tal vez no había solución. Tal vez por el resto de su vida tendría que adivinar si
estaba despierto o dormido. ¿Cómo podría asegurar me dormiré o bien acabo de
despertar? ¿Cómo lo sabría? Y uno tiene que saberlo. Es importante. Era lo más
importante que quedaba. Lo único que tenía era una mente y quería sentir que
pensaba con claridad. Pero ¿cómo lo haría si no tenía una enfermera cerca o una rata
sobre su cuerpo?
Tenía que hacerlo y eso era todo. Se dice que los tíos que pierden partes de sí
suelen desarrollar facultades adicionales. Tal vez si se concentraba en pensar sabría
que estaba despierto precisamente como lo sabía ahora. Cuando no se concentrara se
quedaría dormido. Eso significaba no soñar más con el pasado. Significaba no hacer
nada más que pensar pensar pensar. Entonces se cansaría tanto de pensar que sentiría
modorra y se quedaría dormido. Dios le había dejado la mente y eso era todo. Era lo
único que podía usar así que tenía que usarla siempre que estuviese despierto. Debía
pensar hasta que se sintiera cansado más cansado de lo que había estado nunca. Debía
pensar todo el tiempo y después dormir.
Comprendió que era necesario hacerlo. Porque si era incapaz de distinguir la
vigilia del sueño no podría considerarse siquiera una persona adulta. Ya era desdicha
suficiente estar en el útero. Ya era desgracia suficiente pensar que durante años y

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años permanecería solo en el silencio y la oscuridad. Pero esto último esa incapacidad
de distinguir los sueños de los pensamientos era el olvido. Le convertía en nada. En
menos que nada. Le despojaba de lo único que distinguía a un hombre normal de un
loco. Significaba que podía estar pensando con mucha solemnidad en algo que
parecía importante mientras que en realidad estaba dormido y soñaba los sueños
idiotas de un niño de dos años. Le despojaba de todo respeto por sus propios
pensamientos y eso era lo peor que podía pasarle a cualquiera. Estaba tan confundido
que no sabía si lo verdadero era la enfermera o la rata. Quizá ni una ni otra cosa.
Quizás ambas fueran reales. Quizá nada era verdadero ni siquiera el mismo oh Dios
¿no seria maravilloso?

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La fogata del campamento estaba instalada frente a una tienda y la tienda bajo un
enorme pino. Cuando dormías dentro de la tienda siempre te parecía que afuera
estaba lloviendo porque las hojas del pino caían y caían. Su padre estaba sentado
frente a él contemplando el fuego. Todos los veranos venían a este sitio a nueve mil
pies de altura cubierto de pinos y lagos. Pescaban en los lagos y por la noche cuando
dormía el rugido del agua de los torrentes que unían los lagos sonaba en sus oídos.
Venían a ese sitio desde que él tenía siete años. Ahora tenía quince y mañana
vendría Bill Harper. Se sentó frente al fuego miró a su padre a través de las llamas y
se preguntó cómo se lo diría. Se trataba de algo muy serio. Mañana por primera vez
en todos sus viajes juntos quería ir de pesca con alguien que no era su padre. Nunca
se le había ocurrido esa idea en anteriores excursiones. Su padre siempre había
preferido su compañía a la de otros hombres y él siempre había preferido la de su
padre a la de otros muchachos. Pero mañana vendría Bill Harper y quería ir de pesca
con él. Sabía que alguna vez ocurriría. Sin embargo también sabía que significaba el
fin de algo. Era un fin y un comienzo y no sabía cómo decírselo a su padre.
De modo que lo mencionó como de paso. Dijo mañana viene Bill Harper y he
pensado en que tal vez salga con él. Dijo Bill Harper no sabe mucho sobre pesca. Y
yo sí de modo que pienso que si no te importa me levantaré temprano por la mañana
para encontrarme con Harper e ir de pesca con él. Su padre no respondió. Luego dijo
por supuesto Joe. Vete con él. Y más tarde su padre dijo ¿sabes si Bill Harper tiene
una caña? Él le contestó que Bill no tenía una caña. Pues bien dijo su padre entonces
¿por qué no llevas mi caña y que Bill use la tuya? De todos modos yo no pensaba ir
de pesca mañana. Estoy cansado y creo que voy a descansar todo el día. Así que usa
mi caña y que Bill use la tuya.
Fue así de sencillo y sin embargo él sabía que era una gran cosa. La caña de su
padre era muy buena. Tal vez el único lujo que se había permitido su padre en toda su
vida. Todas las primaveras su padre enviaba la caña a un experto de Colorado
Springs. El hombre de Colorado Springs raspaba cuidadosamente el barniz de la caña
arreglaba los desperfectos la volvía a barnizar y la devolvía resplandeciente. Todos
los años. Era el único tesoro de su padre. Sintió un pequeño nudo en la garganta
cuando pensó que en el preciso momento en que él abandonaba a su padre por Bill
Harper su padre le ofrecía su caña.
Esa noche se acostaron sobre un lecho de hojas de pino. Habían ahuecado el lecho
de hojas de pino a fin de hacer un pequeño vacío para las caderas. Se quedó largo rato
despierto pensando en el día siguiente y en su padre que dormía a su lado. Después se
durmió. A las seis de la mañana oyó un susurro. Era Bill Harper que le llamaba desde
la entrada de la tienda. Se levantó le dio su caña a Bill y él llevó la de su padre. Se

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marcharon sin despertarle.
Anochecía cuando ocurrió la catástrofe. Iban en un bote a remo pescando con los
dos sedales tendidos. Él remaba y Bill Harper iba en popa frente a él con una caña a
cada lado del bote. Todo muy calmo y el lago tan apacible como un espejo. Ambos
estaban algo somnolientos porque el día había sido maravilloso. De pronto se oyó el
agudo chirrido de un pez que tensaba la línea. La caña saltó de la mano de Bill
Harper y desapareció en el agua. Los dos manotearon desesperadamente para asirla
pero era demasiado tarde. Era la caña de su padre. Durante más de una hora
intentaron pescarla ayudándose con la otra caña y los remos del bote con la esperanza
de encontrarla pero sabían que era inútil. La maravillosa caña de su padre había
desapareció y no la volverían a ver.
Encallaron el bote y limpiaron el pescado que habían cogido y luego fueron a la
tienda a comprar una cerveza. Bebieron su cerveza y hablaron sobre la caña en voz
baja. Después él se separó de Bill Harper.
En el camino de regreso a la tienda bajo los pinos sobre la suave alfombra de
hojas y atento al sonido de los torrentes que descendían por la montaña y mirando las
estrellas del cielo pensaba en su padre. Su padre y su madre nunca tuvieron mucho
dinero pero parecían arreglarse bien. Tenían una casita en la parte posterior de un
terreno largo y ancho en los alrededores del pueblo. Frente a la casa había un parque
y entre el parque y la acera su padre contaba con un espacio bastante amplio donde
había hecho un huerto. La gente de todo el pueblo venía a admirar el huerto de su
padre. Su padre se levantaba a las cinco o cinco y media de la mañana para regar el
huerto y por la tarde cuando volvía del trabajo estaba ansioso por regresar a él. De
algún modo para su padre el huerto era una forma de escapar a las facturas y a las
historias triunfantes y al trabajo en la tienda. Era su forma de crear algo. Era su forma
de ser un artista.
Al principio tenían lechugas y guisantes y habas y zanahorias y rabanitos.
Después su padre le pidió permiso al vecino para usar su terreno vacío como huerto.
El hombre se sintió satisfecho con el trato ya que le ahorraba el gasto de quemar la
maleza en otoño. Así que en el terreno vacío su padre cultivó maíz y calabazas y
melones y sandías y pepinos. Alrededor tenía un gran seto de girasoles. A veces el
corazón de los girasoles alcanzaba un pie de diámetro. Las semillas eran buen
alimento para las gallinas. En un pequeño cuadrado que tenía sombra la mitad del día
su padre plantó fresas perennes así que comían fresas frescas desde la primavera
hasta fines del otoño.
Detrás de la casa de Shale City tenían pollos y conejos y él criaba algunos como
mascotas. Dos o tres veces por semana comían pollo frito a la hora de la cena y no
parecía un lujo. En invierno comían gallina hervida con pudín de frutas y patatas del
propio huerto. En la época en que las gallinas ponían muchos huevos y los huevos

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eran baratos en la tienda su madre cogía algunos y los guardaba en grandes frascos de
vidrio. Después en invierno cuando los huevos eran caros y las gallinas no ponían ella
no tenía más que ir a la despensa y conseguía huevos gratis. Tenían una vaca y su
madre preparaba mantequilla y suero. Ponían la leche en grandes baldes la dejaban en
la galería y a la mañana siguiente la leche estaba cubierta de una crema amarilla tan
espesa como el cuero. En verano los domingos hacían helado con su propia crema y
sus propias frutillas y todo propio menos el hielo.
En el otro extremo del terreno vacío su padre tenía seis colmenas de modo que en
otoño recogían miel en abundancia. Su padre iba a las colmenas y extraía los paneles
y vigilaba las celdillas y si el panal era débil destruía todas las celdillas de la reina y a
veces hasta le recortaba las alas para que no hiciera enjambre y dividiera la colmena.
Apenas la temperatura caía bajo cero su padre iba a alguna granja cercana y
compraba carne fresca. Solía haber un cuarto de vaca y a veces medio cerdo colgados
en la galería del fondo totalmente congelados y siempre frescos. Cuando querías un
filete cogías una sierra y lo aserrabas. El filete además de ser mejor costaba mucho
menos que en la carnicería.
En otoño su madre se pasaba semanas preparando dulces. Al final de la
temporada la despensa estaba llena. Si bajabas a la despensa además de los grandes
frascos de huevos había frascos de todas las clases de fruta imaginables. Había
albaricoques en almíbar y mermelada de naranja y dulce de guinda y de grosella y
jalea de manzanas. Había huevos duros conservados en zumo de remolacha y
pepinillos y cerezas saladas y salsa de chile. Si bajabas en octubre encontrabas tres o
cuatro grandes pasteles de fruta negros y húmedos rellenos de toronjas y nueces.
Solían estar en el rincón más fresco de la despensa cuidadosamente envueltos en
lienzos húmedos para que se conservaran hasta Navidad.
Tenían todas esas cosas y sin embargo su padre era un fracasado. Su padre era
incapaz de hacer dinero. A veces por las noches su padre y su madre conversaban
sobre ello. Fulano se había ido a California y había ganado mucho dinero en
propiedades. Mengano se había ido y había ganado mucho dinero trabajando en una
cadena de zapaterías hasta que llegó a gerente. Todos los que iban a California hacían
dinero y tenían éxito. Pero su padre en Shale City era un fracaso.
Si uno se ponía a pensar era difícil entender por qué su padre era un fracaso tan
grande. Era un hombre bueno y un hombre honesto. Mantenía a sus hijos unidos y
comían buena comida comida excelente comida deliciosa mejor comida que la que
comía la gente en las ciudades. Ni siquiera gente rica de las ciudades comía verduras
tan frescas y pródigas. Tampoco podían conseguir una carne tan bien curada. Eso no
se podía comprar con dinero. Eran cosas que uno mismo debía hacer. Su padre había
conseguido hacer hasta la miel que ponían en los pasteles calientes que preparaba su
madre. Su padre había logrado producir todas esas cosas en dos terrenos del pueblo y

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sin embargo su padre era un fracasado.
Vio la tienda que se alzaba ante sus ojos en la ladera de la montaña como una
pequeña nube en la oscuridad. Nuevamente volvió a pensar en la caña y entonces
supo por qué su padre era un fracaso. No era porque no pudiese mantener a su familia
ni proporcionarle ropa comida y placeres. Ahora estaba claro. Su padre no tenía
suficiente dinero para comprar otra caña. Aunque la caña fuese el bien más preciado
de su padre ahora que había desaparecido no tendría suficiente dinero para comprar
otra y por eso era un fracasado.
Cuando llegó a la tienda su padre estaba acostado y dormía. Se quedó un minuto
mirándole. Luego salió y colgó los pescados. Volvió a la tienda se desvistió
rápidamente y se acostó junto a su padre. Su padre se agitó. Sabía que no convenía
esperar hasta mañana. Tenía que decírselo ahora. Cuando comenzó a hablar le
temblaba la voz. No era por temor a lo que pudiera decir su padre. Era porque sabía
que su padre nunca podría volver a tener una caña como la que había perdido.
Papá dijo perdimos tu caña. Fue un golpe repentino y antes de que lo
advirtiéramos la caña estaba en el agua. La buscamos y tratamos de pescarla con los
remos pero no la encontramos. Se perdió.
Parecieron pasar como cinco minutos antes de que su padre emitiera un sonido.
Después se volvió levemente en la cama. De pronto sintió el brazo de su padre sobre
su pecho. Sintió su presencia cálida y consoladora. Y bien dijo su padre. No creo que
algo tan menudo como una caña deba perturbar nuestra última excursión juntos
¿verdad?
No había nada más que decir así que se quedó callado. Su padre había presentido
desde el principio que esa era la última excursión juntos. A partir de entonces él iría a
acampar con los muchachos como Bill Harper y Clen Hogan y todos los demás. Y su
padre iría a pescar con hombres. Simplemente había sucedido así. Debía suceder así.
Se quedó allí junto a su padre ambos doblados como una navaja que era la mejor
forma de dormir con el brazo de su padre rodeándole y él parpadeó para evitar las
lágrimas. Él y su padre lo habían perdido todo. A sí mismos y a la caña.
Despertó pensando en su padre y preguntándose dónde estaría la enfermera.
Despertó más solitario que nunca. Echaba de menos a Shale City y su vida apacible.
Echaba de menos una mirada un aroma un sabor una palabra que le devolvieran a
Shale City y a su padre madre y hermanas. Pero estaba tan separado de ellos que
aunque estuviesen de pie junto a su cama seguirían lejanos a miles de millas de
distancia.

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Estar acostado sin nada que hacer ni dónde ir era como encontrarse en una alta
colina lejos del ruido y de la gente. Era como hacer una excursión a solas. Tenías
mucho tiempo para pensar. Pensar en cosas en las que nunca habías pensado. Por
ejemplo en ir a la guerra. Estabas tan solo en esa colina que el ruido y la gente no
intervenían en absoluto en tus reflexiones. Pensabas para ti solo sin considerar nada
que estuviese fuera de ti. Al parecer pensabas con más claridad y tus respuestas
tenían más sentido. Aunque tampoco tenía importancia que tuviesen sentido porque
de todos modos no podías hacer nada con ellas.
Pensó hete aquí Joe Bonham tendido como media res para el resto de tu vida ¿y
por qué? Alguien te cogió por el hombro y te dijo ven hijo vamos a la guerra. Y tú
fuiste. Pero ¿por qué? En cualquier otro trato hasta para comprar un auto o llevar un
recado tenías derecho a preguntar ¿y yo qué gano? De lo contrario gastabas mucho
dinero en comprar autos que no funcionaban o llevabas recados que te encargaban
unos tontos y te morías de hambre. Si alguien venía y te decía vamos hijo haz esto o
aquello era una especie de obligación para contigo mismo detenerte y decir veamos
señor ¿por qué tengo que hacer esto? ¿para quién y qué saco yo de todo esto? Pero
cuando viene un tío y te dice ven conmigo y arriesga tu vida y afronta la muerte y la
mutilación entonces no tienes derechos. Ni siquiera tienes el derecho de decir sí o no
o lo pensaré. Hay muchas leyes que protegen el dinero de la gente hasta en tiempos
de guerra pero no hay nada en los libros que diga que la vida de un hombre le
pertenece.
Desde luego muchos tíos se sintieron avergonzados. Alguien dijo vamos a pelear
por la libertad y fueron y se hicieron matar sin pensar una sola vez en la libertad. ¿Y
al fin y al cabo por qué clase de libertad luchaban? ¿Cuánta libertad? ¿Y quién había
concebido esa idea de la libertad? ¿Luchaban por la libertad de comer helados gratis
toda la vida o por la libertad de estafar a cualquiera cuando quisieran o por qué? Si le
dices a un hombre que no debe robar le quitas una parte de su libertad. Tienes que
hacerlo. Por último ¿qué quiere decir libertad? Se trata simplemente de una palabra
como casa o mesa o cualquier otra. Solo que es una palabra especial. Un tío dice casa
y puede señalar una casa para demostrarlo. Pero un tío dice vamos a luchar por la
libertad y no puede señalarla con el dedo. No puede demostrar de qué está hablando
así que ¿cómo diablos puede decirte que luches por ella?
No señor. Cualquiera que fuera al frente a las trincheras a pelear por la libertad
era un condenado imbécil y el que le llevaba era un mentiroso. La próxima vez que
alguien viniera a hablarme de libertad… ¿qué significaba la próxima vez? Para él no
habría próxima vez. Al diablo con todo eso. Si pudiese haber una próxima vez y
alguien le dijese vamos a luchar por la libertad él le respondería señor mi vida es

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importante. No soy un tonto y si cambio mi vida por la libertad tengo que saber por
anticipado de qué libertad se trata y quién ha concebido esa idea de libertad de la que
hablamos y qué parte de esta libertad nos corresponderá. Más aún señor ¿le interesa a
usted esa libertad tanto como pretende que me interese a mí? Quizá tener demasiada
libertad resulte tan nocivo como tener muy poca y yo creo que usted es un maldito
embustero que habla por hablar de modo que ya he decidido que estoy conforme con
la libertad que tengo aquí y ahora. La libertad de caminar y ver y hablar y comer y
acostarme con mi chica. Creo que prefiero esa libertad a la de pelear por cosas que no
conseguiremos para terminar sin libertad de ninguna especie. Terminar muerto y
putrefacto antes de empezar a vivir o terminar convertido en media res. Gracias señor.
Luche usted por su libertad. A mí no me interesa.
Por Dios los tíos siempre habían luchado por la libertad. De alguna forma
Norteamérica luchó por la libertad en 1776. Muchos murieron. Y por fin ¿acaso
Norteamérica tiene más libertad que Canadá o Australia que no pelearon? Tal vez sí
no lo discuto sino que solo pregunto. ¿Acaso es posible señalar a un tío y decir es un
norteamericano que luchó por su libertad y cualquiera puede darse cuenta de que se
trata de un tío distinto de un canadiense que no luchó? No por Dios no es posible y
esa es la cuestión. Así que tal vez muchos tíos con mujeres e hijos que murieron en
1776 no tenían necesidad de morir. De todas formas ahora ya habrían muerto. Por
supuesto pero eso no cambia las cosas. Un tío puede pensar que dentro de cien años
estará muerto pero no le preocupa. Pero pensar en morir mañana por la mañana y
estar muerto para siempre y no ser más que polvo y pudrirse en la tierra ¿eso es
libertad?
Esos bastardos siempre luchaban por algo y si alguno se atrevía a decir al diablo
con esta lucha todas las guerras son iguales y nadie saca nada bueno de ellas entonces
le gritaban cobarde. Si no luchaban por la libertad luchaban por la independencia o la
democracia o la autonomía o la honestidad o por el honor o la tierra natal o cualquier
otra cosa que no significaba nada. La guerra se hacía para salvaguardar la democracia
para los países pequeños. Para todo el mundo. Entonces cuando la guerra se haya
terminado el mundo habrá salvado la democracia. ¿Era así? ¿Y de qué clase de
democracia se trata? ¿Y cuánta? ¿Y de quién?
Después estaba esa independencia por la que los pobres diablos se hacían matar.
¿Independencia de otro país? ¿Independencia para trabajar enfermarte o morir?
¿Independencia de tu suegra? Por favor señor denos una factura de venta por esa
independencia antes de que nos hagamos matar denos una factura bien detallada para
que podamos saber por anticipado por qué nos matan y además denos también una
primera indemnización en calidad de garantía para asegurarnos de que después de la
guerra disfrutaremos del mismo tipo de independencia por la que hicimos el trato.
Otra cuestión la decencia. Todo el mundo decía que Norteamérica luchaba por el

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triunfo de la decencia. ¿La decencia concebida por quién? ¿Para quién? Hable.
Díganos qué es la decencia. Díganos hasta qué punto un hombre muerto decente se
siente mejor que un vivo indecente. Haga una comparación con cosas concretas como
mesas y casas. Hágala con palabras que podamos entender. Y no hable del honor. ¿El
honor de un chino o de un inglés o de un norteamericano o de un mexicano? Ustedes
que quieren luchar para resguardar nuestro honor explíquennos qué diablos es el
honor. ¿Acaso luchamos para que todo el mundo goce del honor norteamericano?
Puede ocurrir que el mundo no esté de acuerdo con eso. Quizá los isleños de los
mares del sur prefieran su propio honor.
Por el amor de Dios denos cosas por las que pelear que podamos ver y sentir y
tocar y comprender. Basta de discursos pomposos que no significan nada como tierra
natal. Madrepatria padrepatria tierranatal. Es todo lo mismo. ¿Para qué coño le sirve a
usted su tierra natal después de muerto? ¿De quién es esa tierra natal después de su
muerte? Si a usted le matan luchando por su tierra natal es que ha hecho un trato a
ciegas. Ha pagado por algo que no obtendrá jamás.
Y cuando no podían enganchar a los pobres diablos para luchar por la libertad o la
independencia o la democracia o la decencia o el honor usaban a las mujeres. Miren
esos puercos alemanes decían miren cómo violan a las hermosas muchachas
francesas y belgas. Alguien tiene que acabar con esa violación. Venga usted
jovenzuelo únase al ejército y salve a las hermosas muchachas francesas y belgas. Y
entonces el chaval se quedó perplejo y firmó y poco después estalló una granada y su
vida se esparció en roja pulpa de carne y quedó muerto. Muerto por otra palabra y por
todos los viejos y feroces murciélagos de la DAR[5] que salen gritando ¡viva! sobre
su tumba hasta quedarse roncos porque murió por la feminidad.
Ahora bien es posible que un tío arriesgue su vida si sus mujeres fuesen violadas.
Pero en ese caso sería solo una forma de cerrar un trato. Sencillamente diría que en
ese momento sentía que la seguridad de sus mujeres valía más que su propia vida.
Pero no había nada particularmente noble o heroico en ello. Era un trato claro. Su
vida a cambio de algo que él valoraba más.
Pero cuando cambias tus mujeres por todas las mujeres del mundo empiezas a
defender a las mujeres en masa. Para hacer eso hay que pelear masivamente.
Entonces nuevamente se está luchando por una palabra.
Cuando los ejércitos empiezan a movilizarse y ondean las banderas y brotan las
consignas ten cuidado muchacho que no son tuyas las castañas que están en el fuego.
Estás luchando por palabras y no estableces un trato honesto. No cambias tu vida por
algo mejor. Te portas con nobleza y después de muerto las cosas por las que has
cambiado tu vida no te servirán y es posible que tampoco le sirvan a nadie.
Tal vez no sea bueno pensar así. Hay muchos idealistas que dirían ¿hemos caído
tan bajo que valoramos la vida por encima de todo? Con seguridad hay ideales por los

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que vale la pena luchar e incluso morir. De lo contrario somos peores que los
animales y hemos caído en la barbarie. Entonces tú respondes de acuerdo seamos
bárbaros siempre que no haya guerra. Defendamos los ideales mientras no me cueste
la vida. Ellos dirán pero sin duda la vida no es tan importante como los principios.
Entonces tú dices ¿ah no? Tal vez la suya no. Pero la mía sí. ¿Qué diablos es un
principio? Especifíquelo y quédese con él.
Siempre hay gente dispuesta a sacrificar la vida ajena. Vociferan y hablan todo el
tiempo. Se les puede encontrar en iglesias y escuelas y periódicos y legislaturas y
congresos. Ese es su negocio. Hablan maravillosamente. Antes muertos que
deshonrados. Esta tierra santificada por la sangre. Estos hombres que murieron tan
gloriosamente. No habrán muerto en vano. Nuestros nobles muertos.
Hummmmm.
Pero ¿qué dicen los muertos?
¿Acaso alguien uno solo de los millones que mataron ha vuelto para decir Dios
mío me alegro de estar muerto porque la muerte siempre es mejor que la deshonra?
¿Han dicho me alegro de haber muerto por la democracia? ¿Han declarado prefiero la
muerte a la falta de libertad? ¿Alguno de ellos ha dicho alguna vez qué suerte que me
han volado las tripas por el honor de mi país? ¿Alguno de ellos ha dicho alguna vez
mirad estoy muerto pero he muerto por la decencia y eso es mejor que estar vivo?
¿Alguno de ellos ha dicho aquí estoy me he estado pudriendo dos años en una tumba
extranjera pero es maravilloso morir por la patria? ¿Alguno de ellos ha dicho ¡viva!
he muerto por la feminidad y me alegro veis cómo canto aunque mi boca está
obstruida por los gusanos?
Solo los muertos saben si vale la pena morir por todas esas cosas que suelen
decirse. Y los muertos no pueden hablar. De modo que las palabras sobre nobles
muertes sangre sagrada y honor y otras por el estilo las ponen en boca de los muertos
los ladrones de tumbas y los tramposos que no tienen derecho a hablar en nombre de
los muertos. Si un hombre dice antes muerto que deshonrado es un imbécil o un
mentiroso porque no sabe qué es la muerte. No puede juzgar. Solo sabe qué es la
vida. Nada sabe acerca de la muerte. Si es un imbécil y cree que es preferible la
muerte a la deshonra déjale que vaya y muera. Pero a todos los demás que están
demasiado ocupados para luchar tendrían que dejarlos tranquilos. Y a todos los tíos
que creen que eso de morir antes de perder el honor es una mentira que piensan que
lo importante es la vida y no la muerte tendrían que dejarlos en paz. Porque los que
dicen que la vida sin principios no vale la pena que hay que morir por los principios
están todos locos. Y los tíos que aseguran que llegará el momento en que no podrás
escapar y te verás en la obligación de luchar y morir porque en ello va tu vida
también están locos. Hablan como tontos. Dicen que dos más dos no suman nada.
Dicen que un hombre tendrá que morir para proteger su vida. Si aceptas pelear

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aceptas morir. Pero si mueres para proteger tu vida y de todos modos pierdes la vida
¿qué sentido tiene? Nadie dice me moriré de hambre para no morirme de hambre. No
dice gastaré todo mi dinero para ahorrar mi dinero. No dice quemaré mi casa para
evitar que se incendie. Por lo tanto ¿cómo puede estar dispuesto a morir por el
privilegio de vivir? Por lo menos cuando se habla de vivir o morir debería usarse
tanto sentido común como cuando se va a la panadería a comprar pan.
Y todos los tíos que murieron los cinco o siete o diez millones que murieron para
salvaguardar la democracia en el mundo para salvaguardar palabras sin sentido
¿cómo se sintieron antes de morir? ¿Qué sintieron al ver su sangre derramándose en
el barro? ¿Cómo se sintieron cuando el gas invadió sus pulmones y comenzó a
devorarlos? ¿Qué sintieron cuando yacían enloquecidos en el hospital y vieron el
rostro de la muerte que venía a buscarles? Si aquello por lo cual luchaban era tan
importante como para morir entonces también era suficientemente importante como
para que pensaran en ello en los últimos momentos de su vida. Era razonable. La vida
es excesivamente importante de forma que si la has entregado deberías pensar en los
últimos momentos de tu vida a cambio de qué la has entregado. ¿De modo que todos
esos chavales murieron pensando en la democracia y la libertad y el honor y la
seguridad de la patria y para que vivan para siempre las estrellas y las franjas?
Tienes toda la razón. No pensaron en eso.
Murieron llorando como niños. Pensaron en el porqué de su muerte no en el
motivo de su lucha. Pensaron en cosas que un hombre puede entender. Murieron
añorando el rostro de un amigo. Murieron sollozando por la voz de una madre un
padre una mujer un hijo. Murieron con el corazón destrozado deseando mirar una vez
más el lugar donde habían nacido por favor una última mirada. Murieron gimiendo y
suspirando por la vida. Sabían qué era lo importante. Sabían que la vida lo era todo y
murieron en medio de gritos y llantos. Murieron con una sola idea. La idea quiero
vivir quiero vivir.
Él lo sabía.
Él era lo más próximo a un muerto que había en el mundo.
Era un muerto con una mente que aún podía pensar. Conocía todas las respuestas
que conocían los muertos y en las que no podían pensar. Podía hablar en nombre de
los muertos porque era uno de ellos. Era el primero de todos los soldados que
murieron desde que el tiempo es tiempo que conservaba un cerebro para pensar.
Nadie podía discutir con él. Nadie podía demostrarle que se equivocaba. Porque
nadie más que él lo sabía.
Él podía decirles a todos esos hijos de puta charlatanes asesinos que pedían
sangre cuán equivocados estaban. Él podía decir señor no hay nada por lo cual valga
la pena morir yo lo sé porque estoy muerto. No hay palabra que valga más que tu
vida preferiría trabajar en una mina de carbón en lo más profundo de la tierra y no ver

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la luz del sol y comer pan y agua y trabajar veinte horas por día. Preferiría eso antes
que estar muerto. Cambiaría la democracia por la vida. Cambiaría la independencia el
honor la libertad y la decencia por la vida. Os doy todo eso si vosotros me devolvéis
la posibilidad de andar y ver y oír y respirar el aire y gustar de mi comida. Quedaos
con las palabras devolvedme la vida. No pido una vida feliz. No pido una vida
decente o una vida honorable o una vida libre. Estoy más allá de eso. Estoy muerto de
modo que simplemente clamo por la vida. Vivir. Sentir. Ser algo que se mueve sobre
la tierra y no está muerto. Yo sé qué es la muerte y todos los que hablan de morir por
palabras ni siquiera saben qué es la vida.
No hay nobleza alguna en la muerte. Ni siquiera cuando mueres por defender el
honor. Ni aun cuando seas el gran héroe de la humanidad. Ni aun cuando seas tan
grande que tu nombre nunca sea olvidado y ¿quién es tan grande? Lo más importante
es la vida muchachos. Muertos no servís nada más que para los discursos. No os
dejéis engañar más. No os deis por aludidos cuando os den palmadas en el hombro y
os digan vamos tenemos que luchar por la libertad o cualquier otra palabra.
Sencillamente decid lo siento señor no tengo tiempo para morir estoy muy
ocupado y luego daros la vuelta y corred como alucinados. Si os llaman cobardes no
prestéis atención porque vuestra tarea es vivir no morir. Si hablan de morir por
principios que son más grandes que la vida decid señor usted es un mentiroso. No hay
nada más grande que la vida. No hay nada noble en la muerte. ¿Qué tiene de noble
estar tendido en la tierra pudriéndose? ¿Qué tiene de noble no volver a ver la luz del
sol? ¿Qué tiene de noble que te vuelen las piernas y los brazos? ¿Qué tiene de noble
ser un idiota? ¿Qué tiene de noble quedarse ciego y sordo y mudo? ¿Qué tiene de
noble estar muerto? Porque cuando usted está muerto señor todo ha terminado. Es el
fin. Eres menos que un perro menos que una rata menos que una abeja o una hormiga
que un pequeño gusano blanco que se arrastra sobre un montón de mierda. Usted está
muerto señor y ha muerto por nada. Está muerto señor. Muerto.

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LIBRO SEGUNDO
LOS VIVOS

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Dos por dos son cuatro. Cuatro por cuatro son dieciséis. Dieciséis por dieciséis
son doscientos cincuenta y seis. Doscientos cincuenta y seis por doscientos cincuenta
y seis pues bien de todos modos esa cifra es demasiado grande. Entonces es suficiente
con dos por tres seis. Seis por seis treinta seis. Treinta y seis por treinta y seis mil
doscientos noventa y seis. Mil doscientos noventa y diablos eso no servía. Solo podía
llegar hasta allí. Ese era el problema con los números se volvían tan grandes que no
podías manejarlos y aun cuando pudieras no conducían a ninguna parte. Intenta otra
cosa. El verbo yacer. Yo yazgo en la cama para dormir. Las flores yacen sobre la
mesa. Hace tres horas que él yace allí. El libro yace sobre la mesa. Qué diablos ¿por
qué no decir lo pongo sobre la mesa y a otra cosa? ¿Quién hay allí? ¿Quién está allí?
¿Hay alguien allí? De quién a quién a quién de quién qué[6]. Entre nosotros. Así es
mucho mejor. No hay nadie como ella. Ella no se parece a nadie. Nadie se parece a
ella. Nadie como ella.
David Copperfield lo pasó muy mal y entró como aprendiz del señor Micawber
que pensaba que todo saldría bien. Había una tía Dorrity o algo parecido. David huyó
hacia ella. Su madre tenía grandes ojos pardos y era amable y Barkis permisivo. El
padre estaba muerto. El viejo Scrooge era avaro y Tiny Tim decía Dios nos bendiga.
Había un pudín redondo como una bala de cañón. Tiny Tim era lisiado. El último de
los Mohicanos era iroqués. ¿Era o no era y cuando aparecía Polainas de Cuero?
Media legua media legua media legua por delante. Los seiscientos cabalgaban
hacia el valle de la muerte. Nobles seiscientos. Lo de ellos no era pensar. Era matar o
morir. Nada más. Cuando el rocío cae sobre la calabaza y el heno en el pajar y se oye
del gallo el cantar. No sirve. Quizás otra cosa.
Hay ocho planetas. Son la Tierra Venus Júpiter Marte Mercurio. Uno dos tres
cuatro cinco. Tres más. No sabía. Las estrellas titilan y los planetas tienen una luz
continua. No recordaba. No tendrás otro dios más que yo. No matarás. Honrarás a tu
padre y a tu madre. No desearás el buey de tu prójimo ni su asno ni su criado ni su
criada. No robarás. No cometerás adulterio. No es suficiente. Bienaventurados los
humildes porque de ellos será el reino de los cielos. Bienaventurados los pobres
porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que tengan hambre y sed de justicia
porque ellos harán algo que él no podía recordar. El Señor es mi pastor no desearé. Él
me guiará hacia las verdes praderas. Él me guiará hasta las frescas aguas. Unge mi
cabeza con el óleo. Mi copa desborda. Sí. Aunque atraviese el valle de la muerte no
sentiré temor ante mal alguno porque tu escudo me protege. Con seguridad la bondad
y la misericordia me acompañarán todos los días de mi vida y mi morada será para
siempre la casa del Señor. Eso estaba bastante bien. Hasta ahora era lo mejor.
Diablos el problema era que no sabía nada. Absolutamente nada. ¿Por qué no le

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habían enseñado algo que pudiera recordar? ¿Por qué no tenía algo en que pensar?
Ahí estaba y lo único que podía hacer era pensar y no tenía en qué. Lo único que
podía recordar era su vida y eso no le servía. Lo único que le quedaba era su
pensamiento y tenía que encontrar la forma de usarlo. Pero no lo podía usar porque
no sabía nada. Cuando intentaba pensar era ignorante como un niño.
Si pudiera recordar un libro capítulo por capítulo podría leerlo y releerlo
mentalmente. Pero no recordaba. Ni siquiera recordaba los argumentos. Por lo tanto
mucho menos podía recordar los capítulos. Apenas recordaba un pequeño fragmento
aquí otro allí. No era que se hubiese olvidado de cómo recordar. Sencillamente nunca
había prestado atención así que no podía recordar nada que valiera la pena recordar.
Era un hombre estaba vivo viviría mucho tiempo y tenía que hacer algo tener algo en
qué pensar. Tendría que volver a empezar como un recién nacido y aprender. Tenía
que concentrarse. Tenía que empezar por el principio. Debía comenzar con una idea.
Hacía mucho tiempo que la idea se había filtrado en su mente cuánto tiempo no lo
sabía pero la idea era la siguiente que lo importante era el tiempo. Recordó que en el
décimo año escolar según la historia antigua hacía mucho tiempo los primeros
hombres antes de Cristo que empezaron a pensar habían pensado en el tiempo.
Estudiaron las estrellas y se imaginaron la semana y el mes y el año para que hubiese
alguna forma de medir el tiempo. Eso era muy ingenioso porque él tenía el mismo
dilema y sabía que el tiempo era lo más importante del mundo. Lo único verdadero.
Era todo.
Si uno puede llevar la cuenta del tiempo puede tener un dominio de sí y estar en
el mundo pero si la pierde entonces también uno se pierde. Si la última cosa que le
vincula a uno con los demás ya no existe uno se queda totalmente solo. Recordó que
cuando el conde de Montecristo fue encerrado en una mazmorra subterránea en
medio de la oscuridad llevaba un registro del tiempo. Recordó que Robinson Crusoe
se cuidó muy bien de llevar una cuenta del tiempo pese a que nunca tenía citas.
Aunque uno esté muy separado de otra gente si se tiene una idea del tiempo sigue en
el mismo mundo que ellos eres parte de ellos pero si pierdes el tiempo los otros
continúan y se adelantan y te quedas solo colgando en el aire perdido para todo y para
siempre.
Lo único que sabía era que el tiempo se detuvo un día de septiembre de 1918. En
alguna parte hubo un aullido y él se zambulló en un refugio y cosas se borraron y
perdió la noción del tiempo Desde ese instante hasta ahora había un lapso que jamás
podría recuperar. Aun cuando a partir de ahora descubriera alguna forma de controlar
el tiempo el que había transcurrido se había perdido para siempre y por ese motivo él
siempre viviría atrasado con respecto al resto del mundo. No podía recordar nada
después de la explosión hasta que despertó y descubrió que estaba sordo. Sus heridas
eran muy graves y bien podía haber estado inconsciente dos semanas dos meses seis

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meses antes de despertar ¿cómo saberlo? Y después los desvanecimientos y los largos
períodos entre uno y otro en que simplemente pensaba soñaba e imaginaba cosas.
Cuando estás totalmente inconsciente no existe nada parecido al tiempo que se va
como un chasquido de los dedos estás despierto y zas nuevamente despierto sin la
menor idea del tiempo trascurrido. Luego cuando cada tanto te desvaneces el tiempo
debe parecer aún más breve que para una persona normal porque estás medio loco y
medio despierto y el tiempo cae como un bulto sobre ti. Contaban que cuando él
nació su madre había estado tres días con los dolores de parto y sin embargo cuando
concluyó ella pensaba que solo habían pasado diez horas. Con dolor y todo el tiempo
le había parecido más breve de lo que realmente era. Si todo eso era cierto
probablemente él había perdido más tiempo del que podía sospechar. Pudo haber
perdido uno o dos años. La idea le provocó un extraño escozor. Era una especie de
miedo pero no era un miedo común. Más bien era un pánico un pánico terrorífico de
perderse aún para sí mismo. La idea le suscitó náuseas.
Hacía mucho tiempo que la idea había ido tomando forma en su cabeza. Atrapar
el tiempo y regresar al mundo pero no había podido concentrarse ella. Había flotado
sin rumbo en los sueños o bien pronto se había encontrado pensando en algo
completamente diferente. En un momento había pensado que el problema se resolvía
con las visitas de la enfermera. No sabía cuántas veces venía a su habitación en
veinticuatro horas pero con seguridad había un horario. Lo único que tenía que hacer
era contar los segundos después los minutos después las horas entre las visitas hasta
llegar a las veinticuatro horas y luego calcular los días contando sus visitas. No habría
peligro de que se saltara ninguna porque siempre se despertaba con la vibración de
sus pasos. Y si acaso se produjera alguna modificación en los intervalos entre sus
visitas podría recurrir a otros datos tales como la evacuación diaria de sus intestinos u
otras cosas que ocurrían solo dos o tres o cuatro veces por semana como sus baños el
cambio de la ropa de cama y de su máscara. Y si alguna de esas cosas cambiaba
podría verificarlo a través de las otras.
Le llevó mucho tiempo lograr que su mente se adecuara a la idea. Resultaba muy
prolongado el tiempo necesario para concebir esta fórmula porque no estaba
habituado a pensar pero por fin volvió a elaborarla desde el principio y comenzó a
ponerla en práctica. En el preciso instante en que se marchó la enfermera empezó a
contar. Contó hasta sesenta lo cual representaba un minuto según el cálculo más
aproximado que le era posible hacer. Luego registró ese minuto en alguna parte de su
mente y comenzó a contar nuevamente de uno a sesenta. En el primer intento llegó a
once minutos. Luego su mente se extravió y perdió la cifra. Estaba contando los
segundos cuando de pronto pensó tal vez estés contando con demasiada rapidez y
después pensó recuerda que un atleta al parecer tarda mucho tiempo en recorrer cien
yardas y sin embargo lo hace en solo diez segundos. Entonces disminuyó el ritmo de

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su cuenta mientras contemplaba a un imaginario atleta que recorría cien yardas y
entonces se encontró en la pista del colegio en un torneo entre Shale City y Montrose
mirando a Ted Smith que atravesó las cien yardas como un estampido y ganó con la
cabeza erguida abalanzándose sobre la cinta de llegada y todos los niños de Shale
City gritaban como locos y en ese momento perdió la cuenta.
Eso significaba que tenía que esperar nuevamente a la enfermera porque ella era
su punto de partida. Le pareció que volvía a empezar y se extraviaba centenares tal
vez millares de veces y que debía sumergirse nuevamente en la oscuridad de su
mente y esperar la vibración de sus pasos y sentir sus manos sobre su cuerpo para
poder recomenzar. Una vez llegó a ciento catorce minutos y pensó ¿cuántas horas son
ciento catorce minutos? y se detuvo a su pesar para calcularlo y descubrió que eran
una hora cincuenta y cuatro minutos y después recordó una frase que decía cincuenta
y cuatro cuarenta o luchar y casi se volvió loco tratando de recordar de dónde
provenía y qué quería decir. No logró recordarlo y cuando volvió a contar advirtió
que había perdido muchos minutos pensando y que aun cuando había batido un
récord no había avanzado nada desde que por primera vez se le había ocurrido la idea
del tiempo.
Ese día comprendió que había abordado el problema desde un ángulo erróneo
porque para resolverlo tendría que permanecer despierto durante un lapso de
veinticuatro horas contando continuamente sin cometer un solo error. En primer lugar
si para una persona normal constituía una tarea casi imposible permanecer despierta y
contando sin detenerse un segundo mucho más para un tío cuyo cuerpo tenía dos
terceras partes dormidas. En segundo lugar no podía evitar errores porque su mente
no lograba mantener separadas la cifra de los segundos de la cifra de los minutos.
Cuando contaba los segundos le asaltaba el pánico y pensaba ¿cuántos minutos tenía?
Y aunque estuviese casi seguro de que eran veintidós o treinta y siete o lo que fuese
el matiz de duda que le había impulsado a hacerse la pregunta persistía y entonces
llegaba a la conclusión de que se había equivocado y volvía a perder la cuenta.
Nunca logró contar el tiempo que transcurría entre una y otra visita pero empezó
a comprender que aun cuando pudiese tendría que controlar tres conjuntos de cifras.
Los segundos los minutos y el número de visitas de la enfermera hasta completar las
veinticuatro horas. Entonces tendría que detenerse un momento para reducir los
minutos a horas porque cuando las cifras de minutos eran muy altas no podía
recordarlas en absoluto. De modo que con las horas tendría un cuarto conjunto de
cifras. Mientras contaba segundos y minutos que era hasta donde había logrado llegar
intentaba imaginar que eran cifras concretas que podía ver en una pizarra. Imaginaba
que su habitación tenía una pizarra a la derecha y otra a la izquierda. En la pizarra de
la izquierda apuntaba los minutos para tenerlos allí cuando necesitara sumarle otro.
Pero no funcionaba. No podía recordar. Y cada vez que fracasaba sentía espasmos

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asfixiantes en el pecho y el estómago y sabía que estaba llorando.
Decidió olvidarse de contar y comprobar cosas más sencillas. No tardó mucho en
descubrir que evacuaba sus intestinos una vez por cada tres visitas de la enfermera a
veces cada cuatro. Pero eso no le decía nada. Recordó que los médicos solían decir
que era saludable que se produjera dos veces al día pero los médicos se referían a
personas que comían comidas normales comían con la boca y tragaban con la
garganta. Quizá la sustancia con que le alimentaban le daba un promedio mucho más
alto que el de la gente común. Además si estaba tendido en la cama años y años tal
vez no necesitara demasiado alimento y por lo tanto su promedio sería muy inferior al
de la gente común. Por otra parte descubrió que su baño y el cambio de las ropas de
cama se hacía aproximadamente una vez cada doce visitas. En una oportunidad
fueron trece y en otra solamente diez de modo que no podía estar totalmente seguro
pero al menos era una cifra. Se sorprendió al descubrir que si al principio había
pensado en segundos y minutos ahora pensaba en días y hasta en series de días. Así
fue como logró encaminarse.
Se le ocurrió mientras sentía con la piel de su cuello el borde de las mantas a la
altura de su garganta. Llegó a imaginárselas como una cadena de montañas que le
apretaba la garganta. Tuvo una o dos pesadillas de estrangulamiento pero siguió
pensando. Pensaba que la única parte que no estaba cubierta que tenía libre que era
como debía ser era la piel de los costados de su cuello que iba desde la línea de las
mantas hasta las orejas y la mitad de su frente encima de la máscara. Esa piel y su
cabello. Se dijo tal vez exista alguna forma de utilizar esos fragmentos de piel
expuestos al aire y sanos un tío con tan pocas cosas sanas como tú debería darle algún
uso. Por lo tanto se dedicó a pensar en qué hacía un hombre con la piel y comprendió
que la usaba para sentir. Pero eso no era suficiente. Siguió pensando en la piel y
entonces recordó que la piel transpiraba y que cuando comenzabas a transpirar sentías
calor pero cuando el sudor cubría la piel te sentías más fresco porque el aire secaba el
sudor. Así fue como pudo concebir la idea de frío y calor y así fue como llegó a
esperar el amanecer.
Era tan sencillo que de solo pensarlo se le endureció el estómago a causa de la
excitación. Lo único que tenía que hacer era sentir con la piel. Cuando la temperatura
cambiara de fría a tibia sabría que era el amanecer el comienzo del día. Entonces
podría contar las visitas de la enfermera hasta el próximo amanecer y de ese modo
deduciría el número de visitas por día y a partir de entonces siempre podría llevar la
cuenta del tiempo trascurrido.
Intentó quedarse despierto hasta que cambiara la temperatura pero se quedó
dormido una media docena de veces antes de que sucediera. En otras oportunidades
se confundía pensando hace calor o hace frío ¿qué tipo de cambio espero? tal vez
tengo fiebre o estoy demasiado excitado y sudo por la excitación y eso estropearía

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todo oh Dios por favor haz que no sude haz que no tenga fiebre permíteme saber si
tengo calor o frío. Dame una idea cuando venga el amanecer y entonces podré
atraparlo. Luego después de mucho tiempo y de varios intentos fallidos se dijo vamos
siéntate y piensa en ello seriamente. En este momento sientes pánico estás demasiado
ansioso y torpe. Cada error significa más pérdida de tiempo y eso es lo único que no
puedes perder. Piensa en lo que suele ocurrir habitualmente en un hospital por la
mañana e intenta imaginar lo que sigue. Es fácil se dijo. Por la mañana en un hospital
las enfermeras tratan de acabar cuanto antes con el trabajo pesado. Eso quería decir
que por la mañana le bañaban y tal vez también le cambiaban la ropa de cama. Ese
tendría que ser su punto de partida. Tendría que suponer algunas cosas y la primera
suposición sería que esta era cierta. Ya sabía que el baño y el cambio de la ropa de
cama se producían aproximadamente una vez cada doce visitas.
Ahora tenía que suponer nuevamente. Era razonable pensar que en un hospital
como este te cambien la ropa de cama por lo menos día por medio. Tal vez fuese una
vez por día pero no lo creía porque un cambio cada doce visitas significaba que la
enfermera le visitaba cada dos horas y había tan poco que hacer con él que no podía
imaginar visitas tan frecuentes. Por lo tanto supondría que cada dos días ella le
bañaba y le cambiaba la ropa de cama y que lo hacía por la mañana. Si esto era cierto
ella entraba en su habitación seis veces en el transcurso de un día y una noche. Es
decir cada cuatro horas. El horario más sencillo sería venir a las ocho las doce las
cuatro. Seguramente le cambiaba la ropa de cama a primera hora de la mañana o sea a
las ocho.
Entonces se dijo ¿Qué quieres comprobar primero el amanecer o el anochecer?
Optó por el amanecer porque cuando se pone el sol el calor del día suele perdurar y el
cambio es tan lento que esos dos fragmentos de piel de su cuello tal vez no lograrían
advertirlo. Pero al amanecer todo está frío e incluso el primer resplandor del sol
debería proporcionar algo de calor. Al menos por la mañana el cambio tendría que ser
más evidente que por la noche de modo que él podría percibir el amanecer.
Tuvo un momento de pánico cuando pensó ¿y si estas en la sala oeste del
hospital? ¿Y si es el sol poniente el que pega de lleno en tu cama y tú crees que se
trata del amanecer? ¿Y si estas en el ala norte o sur del hospital y nunca recibes
directamente la luz del sol? Tal vez fuese así. Luego comprendió que aun cuando
estuviese en el ala oeste y advirtiera el calor del sol poniente de todos modos las
visitas de la enfermera le permitirían advertir la diferencia porque por el momento
tenía la convicción de que el cambio de ropa se realizaba por la mañana.
Ya está bien condenado idiota se dijo estás complicando tanto las cosas que si no
te detienes un poco no terminarás nunca. Lo primero que hay que hacer es advertir el
amanecer. La próxima vez que la enfermera entre en tu habitación y te bañe y te
cambie la ropa de cama tú supondrás que son las ocho de la mañana Luego puedes

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dedicarte a pensar en lo que te apetezca sin preocuparte. Incluso puedes dormir dado
que cada vez que ella entre te despiertas. Esperas y cuentas cinco visitas más ya que
la quinta debe producirse alrededor de las cuatro de la mañana. Las cuatro de la
mañana es precisamente la hora en que empieza a insinuarse el amanecer de forma
que a partir de la quinta visita de la enfermera te quedas despierto y concentras hasta
la última porción de tu mente y de tu piel en la tarea de captar el cambio de
temperatura. A lo mejor da resultado a lo mejor no. Si resulta lo único que tienes que
hacer es esperar seis visitas más y comprobar si en ese momento se produce otro
amanecer. Si es así ya sabrás el número de visitas cada veinticuatro horas lo cual te
permitirá establecer un calendario a partir de las visitas de la enfermera. Lo
importante es captar dos amaneceres sucesivos. Una vez que hayas atrapado el
tiempo para siempre podrás comenzar a recuperar el mundo.
Ocho visitas después sintió las manos de la enfermera que le quitaban la camisa
de dormir y comenzaban a pasarle una esponja con agua tibia por el muñón. Sintió
que se aceleraba su corazón y que la sangre fluía hacia su piel produciéndole un
intenso calor a causa de la agitación porque una vez más intentaría atrapar el tiempo
solo que ahora lo haría con astucia con lucidez. Sintió que le volvían hacia un costado
y le mantenían en esa posición mientras la cama se estremecía por la tarea de la
enfermera. Luego le volvían a colocar en la posición inicial entre las sabanas tersas y
frescas. La enfermera siguió moviéndose al pie de la cama solo por un momento.
Sentía la vibración de sus pasos que recorrían la habitación de un lado a otro.
Después las vibraciones se alejaron y hubo un imperceptible temblor de la puerta al
cerrarse y supo que estaba solo.
Tranquilo se dijo tranquilo porque aún no has comprobado nada. Quizás todos tus
pronósticos sean erróneos. Es posible que todas las suposiciones sean falsas. En ese
caso tendrás que elaborar toda una nueva serie de hipótesis así que no cantes victoria.
Tranquilízate y cuenta cinco visitas más. Se adormeció y pensó en muchas cosas pero
sin olvidarse de la pizarra donde tenía apuntado el número dos o tres o el que fuese
hasta que finalmente se produjo la quinta visita de la enfermera y sintió la vibración
de sus pasos y sintió sus manos manipulando su cuerpo y la cama. De acuerdo con
sus cálculos debían ser las cuatro de la mañana y según fuese invierno o verano u
otoño o primavera dentro de un rato saldría el sol.
Cuando ella se marchó comenzó a concentrarse No se atrevía a dormir. No debía
permitirse un solo minuto de divagación. No podía permitir que la sofocante emoción
que le invadía interfiriese en su pensamiento y en sus sensaciones mientras esperaba
el amanecer. Había descubierto algo tan precioso y excitante que era casi como
volver a nacer a recuperar el mundo. Tendido allí pensaba dentro de una hora o tres
horas con seguridad antes de diez horas sentiré el cambio en la piel y entonces podré
discernir si es de día o de noche.

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El tiempo parecía suspendido en una inmovilidad total como si quisiese
mortificarle. De repente le invadieron pequeños espasmos como consecuencia del
pánico que le asaltaba cuando le parecía advertir casi con certeza que el cambio se
había producido sin que él lo percibiese y cada espasmo se traducía en náuseas.
Luego sobrevino un intervalo más sereno durante el cual con gran tranquilidad sentía
su piel y se convencía de que no estaba loco que no se había dormido ni había
divagado y que el cambio aún no se había producido. Entonces súbitamente
comprendió que se acercaba el momento. Los músculos de la espalda y sus muslos y
su estómago se pusieron rígidos porque lo presentían. Casi podía sentir el sudor que
brotaba de su cuerpo mientras intentaba contener la respiración por miedo a no
advertirlo. Los fragmentos de piel a cada lado del cuello y la mitad de la frente le
escocían como si hubiesen estado paralizados y ahora recibieran una nueva inyección
de sangre. Era como si los poros de su cuello se extendieran materialmente para
atrapar el cambio para absorberlo.
Todo era tan lento tan paulatino que parecía imposible pensar que ocurría
realmente. Ahora no había peligro de caer en divagaciones o quedarse dormido.
Hubiese sido como quedarse dormido en medio del primer beso. Como quedarse
dormido en la mitad de una carrera de cien yardas y ganarla. Lo único que podía
hacer era esperar y sentir con la piel y apresar cada segundo del cambio cada lento
movimiento del tiempo y de la temperatura que le ofrecían un regreso a la vida.
Le parecía que hacía horas que permanecía así rígido y expectante y agitado.
Había momentos en que tenía la certeza de que los nervios del cuello no registraban
que de golpe se habían entumecido y ya no podrían verificar el cambio. Y luego otros
momentos en que sentía que habían aflorado hasta llegar casi a la superficie de su piel
atravesados por un dolor agudo y penetrante a medida que se esforzaban por captar el
cambio.
Y después todo empezó a ocurrir velozmente cada vez más velozmente y aunque
sabía que estaba en una habitación de hospital protegida tan cubierto de posibles
cambios de temperatura le pareció que se manifestaba en una llamarada de fuego.
Como si su cuello se estuviera chamuscando quemando abrasando con el calor del sol
naciente que había entrado en su habitación. Y él había recuperado el tiempo había
ganado la batalla… Los músculos de su cuerpo se relajaron. En su mente en su
corazón en todas las partes que quedaban de él cantaba cantaba cantaba.
Amanecía.
En el mundo entero o por lo menos en el país en que había nacido el sol asomaba
por el este y la gente se levantaba de la cama y las colinas se volvían rosadas y
cantaban los pájaros. Amanecía en toda Europa en toda América. ¿Qué diablos
importaba no tener nariz siempre que pudiese oler el alba? Olió sin fosas nasales.
Captó el aroma del rocío en el césped y se estremeció porque era maravilloso.

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Protegió sus ojos de los primeros rayos luminosos del sol matinal y a la distancia vio
las altas montañas de Colorado en el este y el sol que las inundaba y vio los colores
que resbalaban por sus laderas y más cerca divisó pardas y ondulantes colinas que
adquirían tonalidades rosas o alhucemas como el interior de una caracola. Y más
cerca aún en el campo donde se encontraba advirtió el césped verde que trepaba
centelleante hasta sus tobillos y se echó a llorar. Agradeció a Dios el haber podido ver
el amanecer.
Volvió sus espaldas al sol y miró hacia el pequeño pueblo en que había vivido en
que había nacido. Todos los tejados se habían vuelto rosados con la luz del alba.
Hasta las casas despintadas cuadradas y feas eran hermosas. Oyó el mugido de la
vacas en los corrales esperando ser ordeñadas porque el pueblo donde había nacido
era un pueblo muy sensato y allí cada cual tenía su vaca. Oyó el estrépito de las
puertas de reja que se cerraban a medida que los soñolientos dueños de casa se
dirigían al gallinero o al granero para ocuparse de los animales. También pudo ver el
interior de las casas mientras los hombres abandonaban sus lechos bostezando
saludablemente y rascándose el pecho y buscando sus pantuflas hasta que finalmente
se levantaban e iban a la cocina donde sus mujeres les preparaban salchichas y
pasteles calientes y café.
Vio unos niños retozando en sus cunas y frotándose los ojos con sus pequeños
puños y tal vez sonriendo o llorando y quizá algo malolientes pero con un aspecto
poderosamente saludable mientras recibían la luz del sol mientras recibían la mañana
y el amanecer. Vio todas esas cosas todas esas bellas cosas hogareñas mientras
contemplaba el pueblo y para ver el sol y las montañas solo le bastaba darse la vuelta.
Oh Dios Dios gracias mi Dios pensó ya lo tengo y no me lo pueden quitar. Pensó
he podido ver nuevamente el amanecer y desde ahora lo podré ver todas las mañanas.
Pensó gracias Dios gracias gracias. Pensó aunque nunca pueda tener otra cosa
siempre podré contar con el amanecer y la luz del sol por la mañana.

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12
Fin de año. La nieve pulula en el aire húmedas nubes de nieve se ciernen sobre
Shale City. Todo quietud y luces incandescentes en el interior de las casas tibias. Ni
confites ni botellas de champagne ni gritos ni un solo ruido. El sosiego del año nuevo
para gente común que trabajaba y era amable y solo deseaba paz. Feliz año nuevo. Su
padre besa a su madre diciéndole feliz año querida hemos tenido suerte los niños son
sanos te quiero feliz año confío en que el nuevo transcurra tan bien como el que pasó.
Vísperas de año nuevo en la panadería los tíos exclaman ¡maldito sea! me alegro
de que termine el que viene no podrá ser peor feliz año nuevo diablos salgamos a la
niebla y cojamos una borrachera. Salir de la panadería en vísperas de año nuevo
mientras los cubos quedan tirados por cualquier parte y los hornos vacíos y las cintas
transportadoras detenidas y las empaquetadoras paralizadas y las cortadoras
inmóviles y nada más que la cuadrilla que abandonaba un sitio extraño y silencioso
en tanto sus voces repercutían huecas en la maquinaria muerta. Los tíos de la
panadería salían a celebrar el año nuevo.
Los propietarios de los bares servían bebidas gratis por encima del mostrador
exclamando feliz año nuevo tú muchacho has sido un buen cliente toma regalo de la
casa que lo disfrutes feliz año y al diablo con los prohibicionistas aunque algún día
esos cabrones nos darán un disgusto. Las muchachas de los bodegones y las
muchachas de los hoteles y una multitud de tíos que salían de pequeños y sucios
departamentos y música y baile y humo y alguien con un ukelele y venga otra copa y
el sentimiento de soledad que todo el mundo lleva dentro la gente que te empuja y
largo de aquí y una muchacha que se desmaya en el bar y una pelea y feliz año nuevo.
Oh dios el feliz feliz año nuevo había contado trescientos sesenta y cinco días y
ahora era año nuevo.
No parecía haber transcurrido un año. Se había esfumado como una vida. Como
cuando miras hacia atrás y piensas en una época tan remota que no puedes recordar
con claridad qué ocurría entonces y sin embargo el tiempo se ha ido tan velozmente
que todo parece haber comenzado un minuto antes. Seis visitas diarias de la
enfermera treinta días un mes y ahora trescientos sesenta y cinco días. Había pasado
rápidamente porque estaba ocupado en algo. Había llevado la cuenta del tiempo.
Como todo el mundo tenía conjuntos de cifras para recordar controlaba un pequeño
mundo que le pertenecía que estaba rezagado respecto del mundo exterior pero que
sin embargo ahora estaba más próximo. Tenía un calendario en el que no figuraban el
sol y la luna y las estaciones un calendario de treinta días por mes y doce meses por
año y cinco días más para compensar la diferencia con la próxima visita de la
enfermera que significaría el amanecer del nuevo año.
Había estado muy ocupado y había aprendido mucho. Había aprendido cómo

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comparar cada dato con todos los demás de modo que no podía perder el dominio del
tiempo que había logrado conquistar. Ya podía discernir el día de la noche sin
esforzarse por advertir el alba. Sabía exactamente en qué visita la enfermera lo
lavaría y le cambiaría la ropa. Cuando se alteraba el horario y la enfermera se saltaba
una de las visitas se sentía molesto y defraudado y trataba de imaginar qué estaría
haciendo aunque cuando por fin venía volvía a sentir la misma ansiedad.
Hasta podía diferenciar a las enfermeras. La enfermera del día era siempre la
misma pero las de la noche cambiaban. La enfermera de día tenía manos suaves y
diestras algo duras como las manos de alguien que ha trabajado mucho de modo que
supuso que era una mujer madura y la imaginó con el cabello gris. Siempre se
acercaba a la cama directamente desde la puerta con cuatro pasos firmes y de esta
forma calculó que su cama se encontraba a unos diez pies de la puerta. Debía ser una
mujer corpulenta porque sus pasos eran más pesados que los de las enfermeras
nocturnas. Casi tan pesados como los del médico que entraba muy de tanto en tanto
hurgaba un rato y después se largaba. La enfermera diurna hacía las cosas
bruscamente… paf y estaba de costado crash y una sábana se deslizaba junto a su
cuerpo flop y se encontraba de espaldas dale que te pego y ya estaba bañado. Esta
vieja enfermera diurna conocía su oficio y a él le caía bien. Muy de tanto en tanto
venía por la noche en reemplazo de la enfermera nocturna. Él siempre se estremecía y
se meneaba para comunicarle que se alegraba de verla y ella le daba pequeñas
palmadas en el estómago y pasaba su mano por el fino cabello de su cráneo para
decirle gracias ¿cómo está?
Las enfermeras nocturnas no eran regulares. A veces aparecían dos o tres en la
misma semana. Casi todas daban más pasos desde la puerta a la cama que la
enfermera diurna y esos pasos eran más livianos. Cerraban la puerta con mayor o
menor energía y deambulaban más por la habitación. Generalmente tenían las manos
muy suaves y algo húmedas de modo que se tropezaban en lugar de deslizarse
suavemente por su cuerpo. Sabía que eran jóvenes. Cuando aparecía una nueva
enfermera él adivinaba lo primero que haría. Quitaría las mantas y durante uno o dos
minutos no haría movimiento alguno y él sabía que le estaba mirando y que
seguramente empezaba a sentir náuseas. Una de ellas se volvió y huyó corriendo de la
habitación. No regresó. Así fue como se quedó sin orinal y mojó la cama pero la
perdonó. Otra lloró. Sintió sus lágrimas sobre el pecho a través de la camisa de
dormir. Él se emocionó porque de pronto sintió que ella estaba muy cerca y cuando se
fue se quedó horas dolorido. La imaginó joven y hermosa.
Todas estas cosas eran interesantes eran importantes y le mantenían muy
ocupado. Había construido un nuevo universo lo había organizado a su gusto y vivía
en él. Y era la víspera de año nuevo aunque en el exterior bien podría ser el Cuatro de
Julio. Designó los días de la semana de lunes a domingo y los meses para poder

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celebrar las fiestas. Los domingos por la tarde iba a dar un paseo por los bosques de
los alrededores de París. Una vez cuando estaba con licencia en primavera había
caminado por allí de modo que ahora todos los domingos eran primavera y él paseaba
por los bosques de uniforme sacando pecho moviendo vigorosamente las piernas y
agitando los brazos. En julio cuando picaban las truchas subió a Grand Mesa y
conversó con su padre. Tenían mucho que hablar habían aprendido tanto desde que se
habían visto por última vez. Es mucho mejor que preocuparse dijo su padre. Si te
preocupas demasiado no gozas de la vida. La muerte es mejor lo único que quisiera
saber es cómo está tu madre.
Todas las noches en verano y todas las semanas en invierno iba a dormir con
Kareen y le susurraba dios te bendiga Kareen mi amor dios te bendiga. No sé qué
haría si no estuvieses a mi lado todas las noches. Los demás se han ido y estoy solo si
no fuese por ti Kareen. Dormían con el brazo de ella alrededor de él o el de él
alrededor de ella y siempre se daban la vuelta juntos. Se abrazaban muy intensamente
y él la besaba en sueños toda la noche.
Un año. Qué tiempo tan largo era un año. Cuando él le dijo adiós en la estación
del ferrocarril hace solo un minuto Kareen tenía diecinueve años. Él estuvo cuatro
meses en el campo de adiestramiento y once meses en Francia así que eran más de
veinte. También todo ese tiempo perdido para siempre que probablemente sumaría un
año más. Y ahora otro. Y después vendrían otros y otros. Kareen debía tener
veintidós. Por lo menos. Tres años. Seguiría así mientras viviese. Dentro de diez años
Kareen tendría arrugas. Más tarde su pelo se pondría gris y sería una vieja una vieja
vieja y la joven que estaba en la estación no habría existido nunca.
Sabía que no era cierto. Kareen no envejecería nunca. Aún tenía diecinueve años.
Tendría diecinueve siempre. Su pelo seguiría siendo castaño y sus ojos claros y su
piel fresca como la lluvia. Él no permitiría que una sola arruga le marcara el rostro.
Eso era algo que ningún otro podría hacer por ella. La conservaría a salvo a salvo del
tiempo en el mundo que él había construido donde el tiempo se movía según
disposiciones y cada domingo era primavera. Pero ¿dónde estaría ella —la verdadera
Kareen— Kareen en el mundo exterior en el tiempo exterior? Mientras él dormía
todas las noches con la Kareen de diecinueve años ¿acaso la verdadera Kareen estaba
con otro era una mujer y también quizá madre de un niño? Kareen adulta y remota
que le había olvidado…
Sintió deseos de estar cerca de ella. No porque pudiera verla no porque deseara
que ella le viese. Pero le agradaría sentir que respiraba el mismo aire que ella
respiraba que vivía en el mismo país en que ella vivía. Recordó la extraña emoción
que le invadía cuando visitaba la casa del viejo Mike la casa de Kareen. El aire
parecía endulzarse a medida que se acercaba. Solía decirse aunque sabía que no era
cierto que el aire que rodeaba la casa era diferente porque estaba cerca de ella.

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Nunca le había preocupado especialmente saber dónde estaba dónde le habían
llevado pero al pensar en Kareen echó de menos su casa. Su mente gemía dios espero
estar en América deseo estar en casa. Era como si un norteamericano cualquier
norteamericano fuese un amigo comparado con un inglés o un francés. Porque él era
norteamericano América era su patria allí había nacido y todos los de fuera eran
extranjeros. Luego se decía qué te importa nunca podrás ver o hablar o andar no
puedes darte cuenta de la diferencia da lo mismo que estés en Turquía o en América.
Pero no era cierto. Te gusta pensar que estás en tu casa. Aunque no pudiese hacer otra
cosa que yacer en la oscuridad sería mejor que esa oscuridad fuese la de su casa y que
la gente que se movía en la oscuridad fuese su gente su gente norteamericana.
Pero era demasiado esperar. En primer lugar una explosión capaz de volarle los
brazos y las piernas con seguridad también debía haber arrojado al infierno cualquier
identificación. Probablemente cuando solo tienes espalda estómago y media cabeza te
pareces tanto a un francés como a un alemán o a un norteamericano. La única forma
en que podrían haber establecido a qué país pertenecía era por el lugar donde le
encontraron. Y él tenía la certidumbre de que le habían encontrado entre ingleses. Su
regimiento estaba apostado precisamente junto a un regimiento de limeños[7] y
cuando salieron de la trinchera los norteamericanos y los limeños iban juntos.
Recordó con nitidez que los norteamericanos se desplazaron hacia la izquierda entre
los ingleses porque frente a la posición norteamericana había una pequeña loma. Los
alemanes que estaban allí habían sido exterminados dos días antes de modo que no
tenía sentido que los norteamericanos perdiesen el resuello para subir. Todos se
desplazaron hacia la izquierda al saltar la trinchera de modo que se mezclaron con los
ingleses. Recordó haber mirado en derredor antes de zambullirse en el refugio e
identificar solo a dos norteamericanos. Todos los demás eran ingleses. Fue solo un
instante un pensamiento fugaz antes de la oscuridad.
De forma que con seguridad se encontraba en algún hospital inglés donde la gente
le tenía por ingles y por lo tanto el informe que enviaron a su casa se limitaba a
señalar que había desaparecido en acción. Tal vez fuese una ventaja alimentarse a
través de un tubo si pensabas en ese fétido café inglés. Carne asada y pudín y bollería
insulsa y mal café. Mejor entonces. Lo único era que ya no era más un
norteamericano. Era un inglés. Era un limeño. Probablemente un ciudadano inglés.
La sola idea le provocó un sentimiento de soledad. Nunca había tenido una aversión
particular sobre los Estados Unidos. Nunca había sido muy patriota. Se trataba de
algo que se aceptaba sin pensar. Pero ahora le parecía que si realmente estaba en un
hospital inglés había perdido algo que nunca podría recuperar. Por primera vez en su
vida pensó que sería más agradable o más consolador estar en manos de su propia
gente.
Estos ingleses eran unos tíos extraños. Eran más extranjeros que los franceses.

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Uno se podía entender con un francés pero con un limeño con la nariz
permanentemente fruncida era imposible. Cuando te pasabas dos meses junto a ellos
empezabas a entender hasta qué punto eran extranjeros. Hacían algunas cosas
curiosas. Un pequeño escocés que integraba el regimiento limeño al enterarse de que
los alemanes del otro lado de la Tierra de Nadie eran bávaros arrojó su fusil y
abandonó la guerra. El pequeño escocés aseguró que los bávaros respondían a las
órdenes del príncipe heredero Rupert y que el príncipe heredero era el último
Estuardo heredero del trono de Inglaterra y el legítimo rey y que él sería un cabrón si
luchaba contra su rey porque así se lo ordenaba un pretendiente al trono de Hanover.
Por una cosa así cualquier ejército te coge y te fusila. Pero los ingleses eran
pintorescos. Ese canijo provocó un gran embrollo. Dos o tres oficiales discutieron
con él muy amablemente en lugar de fusilarle y como no lograron convencerle con
sus argumentos apelaron al coronel. Entonces apareció el coronel y mantuvo una
larga conversación con el escocés y todo el mundo estaba muy intrigado y el escocés
cada vez se empecinaba más y le desafiaba a fusilarlo aduciendo que el tribunal
militar revelaría la verdad o sea que todo era un fraude y que el Rey Jorge tendría que
renunciar y ¿qué pensaría Lloyd George al respecto? El coronel se fue y el escocés se
quedó sentado en el fondo de la trinchera y en seguida llegó una orden del cuartel
general que había decidido trasladarle a retaguardia por seis semanas o hasta que se
fueran los bávaros para que no se viera en la obligación de disparar contra las tropas
que comandaba su rey. Así de peculiares eran los ingleses y así fue como los
norteamericanos y los limeños supieron que enfrentaban a los bávaros. También
estaba el caso de Lázaro. Apareció una mañana gris. En ese momento no pasaba
nada. De pronto en medio de la niebla surgió aquel alemán alto y corpulento que
avanzaba hacia las líneas británicas. Más tarde muchos se preguntaron qué diablos
hacía allí solo. Probablemente formaba parte de alguna patrulla y se había perdido o
quería desertar o quizás estuviese un poco loco y andaba entre las alambradas de púas
y los cráteres de los obuses nada más que por joder. Parecía vagar sin rumbo de un
lado a otro y cabeceando. Cuando tropezaba con una alambrada intentaba avanzar a
tientas a lo largo de la misma. Por fin se montó con torpeza como un borracho y
siguió avanzando y bamboleándose en dirección a los ingleses.
Era una mañana bastante aburrida y los limeños tenían frío y se sentían
incómodos y molestos por la guerra de modo que alguno de ellos le disparó un tiro.
El pobre tío se quedó clavado como un poste atisbando la niebla como sorprendido de
que alguien quisiera matarle. Entonces todo el regimiento inglés comenzó a tirar.
Mientras su cuerpo se iba combando su rostro reflejaba una expresión entre dolorida
e intrigada. Le dejaron allí con un brazo sobre la alambrada como ni fuese un
centinela señalando el camino.
Pasaron varios días sin que nadie le prestase atención hasta que tanto los

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norteamericanos como los ingleses empezaron a advertir que cuando soplaba el
viento el alemán despedía un olor bastante hediondo Pero solo ocurría cuando el
viento soplaba de ese lado así que nadie se preocupó mucho hasta que un día el
coronel que había enviado al escocés a retaguardia vino para la inspección. El coronel
era un tío extraordinario para las formalidades. El cabo Timlon que provenía de
Manchester juraba que el coronel era capaz de fusilar a nueve hombres para preservar
la moral del décimo. Como quiera que sea el coronel se desplazaba con el bigote
encerado y la nariz grande y huesuda erguida en el viento cuando de pronto husmeó
al alemán.
Es un olor muy fuerte le dijo al cabo Timlon. Es un bávaro señor dijo el cabo
Timlon siempre huelen mal. El coronel tosió y se sonó la nariz y aseguró muy
negativo para la moral de los hombres muy negativo. Esta noche escoja un pelotón y
entiérrele cabo. El cabo Timlon comenzó a explicarle que allí hasta por la noche la
situación era muy insegura pero el coronel le interrumpió. No olvide cabo dijo
guardando el pañuelo en el bolsillo no olvide rezar una plegaria. El cabo Timlon dijo
sí señor y luego miró fijamente a sus hombres para ver quién estaba riendo y de ese
modo poder elegir a los que iban a acompañarle al entierro.
Así que esa noche el cabo formó un pelotón compuesto por ocho hombres.
Cavaron una fosa metieron al bávaro dentro de un empellón y el cabo pronunció una
oración como le había dicho el coronel. Luego llenaron la fosa y regresaron. Al día
siguiente el aire estaba bastante limpio pero al otro día los alemanes se pusieron un
poco nerviosos y empezaron a tirar cañonazos alrededor del regimiento inglés.
Ninguno de los limeños resultó herido pero uno de los obuses más grandes cayó
sobre el bávaro. Dio un salto en el aire como en cámara lenta y aterrizó en la misma
alambrada apuntando con el dedo hacia el regimiento ingles. Como un señuelo. Fue
cuando el cabo Timlon empezó a llamarle Lázaro.
Las cosas estuvieron bastante agitadas ese día y toda la noche. Cada vez que los
ingleses tenían media hora libre disparaban sobre Lázaro como de paso esperando
derribarlo de la alambrada porque sabían que cuanto más cerca del suelo estuviese
menos olería y en realidad aquel bávaro empezaba a apestar. Pero siguió colgado del
alambre y a la mañana siguiente volvió el coronel. Lo primero que hizo fue husmear
el aire. Sintió el penetrante aroma de Lázaro Se volvió hacia el cabo Timlon y dijo
cabo Timlon cuando yo era un subalterno una orden era una orden y no una
sugerencia interesante. Sí señor dijo el cabo Timlon. Esta noche escoja un pelotón de
entierro completo dijo el coronel y entierre el cadáver a seis pies de profundidad. Y
para que en el futuro no tome usted las órdenes con tanta ligereza leerá todo el
servicio fúnebre de la Iglesia de Inglaterra sobre el cadáver de nuestro enemigo caído.
Pero señor dijo el cabo Timlon las cosas como usted puede ver han estado muy
pesadas por aquí y…

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Esa noche el cabo Timlon formó un pelotón de entierro completo. También
llevaron una mortaja para envolver a Lázaro. No fue una tarea muy agradable porque
a esa altura Lázaro drenaba pero le envolvieron en la sábana y le enterraron a seis
pies de profundidad y todos permanecieron alrededor de la tumba mientras el cabo
Timlon leía el servicio fúnebre quizá saltándose algunas preposiciones pero logrando
transmitir la idea general de forma bastante adecuada.
En mitad del servicio desde el otro lado se levantaron un par de bengalas y en el
momento en que el cabo arrojaba el tercer puñado de tierra sobre el rostro de Lázaro
alguien apuntó y le metió una bala que le atravesó el culo. El cabo Timlon aulló dios
se apiade de tu alma amén esos cabrones me han metido una bala en el culo eso han
hecho buscad refugio soldados. Y todos se arrastraron apresuradamente en dirección
a las líneas.
El cabo Timlon obtuvo ocho semanas de licencia hospitalaria lo cual fue una
suerte para él ya que tres semanas más tarde casi todo el regimiento inglés fue
exterminado. Dos días después de que balearan al cabo Timlon Lázaro detuvo otro
obús y volvió a la alambrada con la sábana flameando al viento y partes de su cuerpo
goteando sobre el terreno. Uno de los ingleses dijo que era previsible porque los
bávaros nunca se conservaban muy bien después de la primera semana. El regimiento
íntegro abrió fuego sobre el pobre Lázaro y logró desalojarlo de la alambrada.
Todavía era posible olerlo pero ya no se le veía así que todos trataron de olvidarle. Y
lo hubiesen logrado si no hubiese sido por el nuevo subalterno.
Era casi un niño de solo dieciocho años con pelo rubio y ondulado ojos azules
que parecía un bebé de seis pies ansioso de ganar la guerra por sí solo. Era primo del
capitán o algo por el estilo y los oficiales le mimaban puntualmente. Llegó al frente
dos días después de que bajaran a Lázaro de la alambrada. Los ingleses estaban tan
encariñados con él que trataban de mantenerle a cubierto. De algún modo el
muchacho sintió que no le tomaban en serio y que los soldados pensarían que era un
cobarde. Rogaba constantemente que le permitieran integrar la patrulla nocturna y
como no lo logró una noche se escapó por las suyas. A eso de las tres de la
madrugada le echaron de menos. Cuando le encontraron amanecía. Se había
extraviado más allá de las primeras líneas de alambradas. Lo encontraron tendido de
bruces sobre un charco de vómito. Al tropezar con la alambrada se había caído y
había metido su brazo derecho hasta el hombro en el cadáver de Lázaro.
La patrulla que le encontró le llevó al refugio de los oficiales. Balbuceaba lloraba
y olía espantosamente. Esa misma noche el capitán le envió de regreso. Dijo que se
trataba de un castigo por ensuciar el refugio de los oficiales; y cuando alguien le
preguntaba qué había pasado con el muchacho se ponía muy serio. Entonces llegó el
cabo Timlon con sus nalgas restauradas y alguien le contó la historia. El cabo
preguntó pues bien ¿y cómo anda ahora? Un canijo llamado Johnson que solía

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informar a todo el regimiento acerca de este tipo de cuestiones dijo: demonios está
loco de remate todavía no le han quitado el chaleco de fuerza. ¿Cuándo va a mejorar?
preguntó el cabo Timlon. Los médicos dicen que no va a mejorar nunca dijo Johnson.
Quedó muy jodido.
Pobre joven rubio inglés que tanto ansiaba ganar la guerra y que se volvió loco de
remate antes de entrar en acción. Pobre pequeño limeño gritando y llorando y
delirando para siempre tras los barrotes de la ventana de un hospital. Era algo
curioso. El joven limeño tenía piernas y brazos y podía hablar y ver y oír. Pero no lo
sabía de modo que no le proporcionaba placer alguno. Para él eso no significaba
nada. Y en otro hospital inglés había un tío que no estaba loco pero que deseaba
estarlo. Él y el joven inglés deberían intercambiar sus mentes. Entonces ambos serían
felices.
En alguna parte llorando y sollozando en la oscuridad —ahora era de noche casi
la noche de año nuevo— estaba el joven inglés. Y aquí él que también lloraba y
sollozaba en la oscuridad. En vísperas de año nuevo. Pobre joven inglés no llores es
año nuevo piensa solamente en este año nuevo que se inaugura para los dos.
Dondequiera que estés limeño —tal vez en este mismo hospital— dondequiera que
estés tenemos muchas cosas en común somos hermanos joven limeño feliz Año
Nuevo. Feliz feliz Año Nuevo…

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13
Nada especial ocurrió durante el segundo año de su tiempo en el mundo a
excepción de una noche en que una enfermera nocturna tropezó y se desplomó en el
piso haciendo vibrar levemente el colchón metálico de su cama. En el curso del tercer
año fue trasladado a una nueva habitación. En la nueva habitación el sol calentaba los
pies de la cama y por la hora de su baño dedujo que su cabeza apuntaba hacia el este
y su otro extremo hacia el oeste. Su nueva cama tenía un colchón más blando y sus
resortes eran menos rígidos. Conservaban por más tiempo las vibraciones y eso le
ayudó mucho. Tardó meses en localizar la puerta y la cómoda pero fueron meses
llenos de cálculos y excitación culminados con éxito. Fueron los meses más breves
que podía recordar en toda su vida. De allí que el tercer año se deslizara con la
velocidad de un sueño.
El cuarto año comenzó muy lentamente. Empleó mucho tiempo tratando de
rememorar los libros de la biblia por orden pero los únicos que pudo recordar con
seguridad fueron Mateo Marcos Lucas Juan y Samuel Primero y Segundo y Reyes
Primero y Segundo. Intentó poner en palabras la historia de David y Goliat y
Nabucodonosor y Sadrack Meshack y Abednego. Recordaba que alrededor de las
diez de la noche su padre solía bostezar ruidosamente extendiendo los brazos y
poniéndose de pie diciendo Shadrack Meshack a la cama nos vamos. Pero no podía
recordar con precisión la historia de los personajes así que no le servían demasiado
para llenar el tiempo. Y eso era un inconveniente porque cuando no podía llenar el
tiempo se entregaba a la preocupación. Comenzaba a preguntarse ¿no habré cometido
un error al calcular los días las semanas los meses? A continuación pensaba que al
menor descuido podría saltarse un año íntegro. Entonces se ponía frenético.
Retrocedía cada vez más en el tiempo para comprobar que no se había equivocado.
Retrocedía tanto que terminaba más confundido que antes. Antes de dormirse
intentaba fijar sólidamente en su memoria el día el mes y el año para no olvidarlos
mientras soñaba y cada vez que se despertaba su primera sensación era de terror ante
la posibilidad de no poder recordar con exactitud los números que tenía en la cabeza
cuando se quedó dormido.
Y entonces ocurrió algo asombroso. Un día hacia mediados de año la enfermera
renovó totalmente la ropa de su cama que había sido cambiada el día anterior. Era la
primera vez que sucedía. Cada tres días ni antes ni después le cambiaban la ropa.
Pero ahora todo se trastornaba. Le cambiaban la ropa dos días seguidos. Cayó presa
de la mayor excitación. Sintió deseos de ir de habitación en habitación y discurrir
animadamente acerca de cuán ocupado estaba y sobre los grandes acontecimientos
que muy pronto se producirían. Desbordaba de inquietud y emoción. Se preguntaba si
a partir de ahora le cambiarían la ropa todos los días o si volverían al plan habitual.

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Esta eventualidad era tan importante como si un hombre con piernas y brazos y todo
lo demás debiera afrontar súbitamente la posibilidad de vivir en una nueva casa todos
los días. Le proporcionaba algo que esperar día tras día a lo largo de los años. Algo
que quebraría el tiempo transformándolo en un elemento que un hombre podía tolerar
sin necesidad de cavilar infructuosamente sobre Mateo Marcos Lucas y Juan.
Después advirtió algo más. Además de darle un baño inesperado la enfermera lo
rociaba con algo. Sintió el rocío fresco y vaporoso en su piel. Luego le puso una
nueva camisa de dormir y plegó las mantas a la altura de su garganta. También esto
era diferente. Sentía su mano a través de las mantas mientras se deslizaba sobre el
pliegue alisando alisando alisando. Le pusieron una nueva máscara que la enfermera
dispuso con mucha delicadeza de modo que cayera sobre su garganta donde fue
cuidadosamente introducida bajo el pliegue de las mantas. Después le peinó con
esmero y se fue. A medida que se alejaba él sintió la vibración de sus pasos y luego el
ligero trepidar de la puerta que se cerraba. Se quedó solo.
Permaneció muy quieto porque el arreglo había sido tan inusitado que le infundió
un sentimiento lujurioso. Su cuerpo estaba exuberante y las sábanas eran frescas y
tiesas. Hasta su cuero cabelludo se sentía bien. Temía moverse y estropear ese
bienestar. Pero fue solo un momento y luego sintió la vibración de cuatro quizá cinco
personas que entraban en su habitación. Estaba tenso intentando captar esas
vibraciones y preguntándose qué hacían allí. Las vibraciones se volvieron más
intensas y después cesaron. Se dio cuenta de que esa gente estaba reunida alrededor
de su cama más gente de la que nunca había habido en su habitación. Era como la
primera vez que fue a la escuela y se sintió turbado y sorprendido al ver tanta gente
en torno suyo. La expectativa le provocó pequeños estremecimientos en el estómago.
Estaba rígido por la excitación. Tenía visitas.
La primera idea que le cruzó la mente fue que podían ser su madre sus hermanas
y Kareen. Había una remota posibilidad de que Kareen siempre bella y joven
estuviese de pie a su lado mirándole y en ese momento extendiera su mano su mano
suave y diminuta su hermosísima mano para tocarle la frente.
Precisamente en el instante en que casi pudo sentir el contacto de su mano su
deleite se convirtió súbitamente en vergüenza. De pronto deseó como nada en el
mundo que no fuesen su madre sus hermanas y Kareen quienes venían a visitarle. No
quería que le vieran. No quería que le viera nadie que le hubiese conocido. Ahora
comprendía cuán necio había sido al desear que viniesen como lo había deseado a
veces en su soledad. Pensar que estaban cerca resultaba reconfortante tibio y
agradable. Pero la idea de que pudieran estar junto a su cama en ese momento era
demasiado terrible. Sacudió la cabeza convulsivamente como para escapar de sus
visitas. Sabía que ese movimiento le descolocaba la máscara pero no estaba en
condiciones de pensar en máscaras. Lo único que deseaba era ocultar la cara apartar

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de ellos las órbitas vacías impedir que vieran el machacado agujero que había sido
una nariz una boca que correspondía al rostro de un ser humano con vida. Se puso tan
frenético que comenzó a sacudirse de un lado a otro como alguien que está muy
enfermo y febril y solo puede repetir de forma monótona un movimiento o una
palabra. Volvió a caer en su antiguo movimiento de vaivén echando el peso de su
cuerpo de un hombro al otro de uno a otro de uno a otro sucesivamente.
Una mano se apoyó en su frente. Se calmó porque era la mano pesada y cálida de
un hombre. Parte de la mano se apoyaba sobre su frente. Sintió la otra parte a través
de la máscara que le dividía la frente. Volvió a quedarse quieto. Luego la otra mano
empezó a replegar la sábana que llegaba hasta su garganta. Un pliegue. Un pliegue y
medio. Se quedó muy quieto muy alerta y muy intrigado. Pensaba obsesivamente en
quiénes serían.
Después entendió. Eran los médicos que venían a examinarle. Doctores de visita.
Probablemente ya era famoso y los médicos comenzaban a peregrinar para verle. Tal
vez un médico le diría a otro ¿habéis visto cómo pudimos hacerlo? ¿Habéis visto qué
buen trabajo hemos hecho? ¿Veis dónde hemos mutilado el brazo y el agujero en la
cara? ¿Veis que sigue viviendo? Escuchad el corazón. Late como el vuestro o el mío.
Qué buen trabajo hemos hecho. Fue una gran suerte y estamos muy orgullosos. Al
salir pasad por mi despacho y os daré uno de sus dientes como recuerdo. Tienen un
esmalte maravilloso. Era joven y tenía los dientes en buen estado. ¿Qué prefieren?
¿Un canino o un buen molar? Los más gruesos lucen mejor en una cadena de reloj.
Alguien estiraba de su camisa sobre el lado izquierdo del pecho. Era como si un
índice y un pulgar le pellizcaran para arrancarle un trozo. Se quedó muy quieto ahora
mortalmente quieto mientras su mente saltaba en cien direcciones distintas al mismo
tiempo. Tenía la sensación de que algo importante iba a ocurrir. El jaloneo de la
camisa se prolongó unos instantes después la tela volvió a caer sobre su pecho. Ahora
pesaba como si tuviera una carga. Sintió la súbita frialdad del metal a través de la
camisa contra su pecho sobre su corazón. Habían colgado algo de su camisa.
De pronto hizo algo peculiar algo que no había hecho en meses. Empezó a
extender la mano derecha en busca de ese objeto pesado que habían prendido sobre
su pecho y le pareció que casi la apretaba entre los dedos antes de recordar que no
tenía brazo para extender ni dedos con qué apretar.
Alguien le besaba la sien. Al recibir el beso sintió un leve cosquilleo provocado
por unos pelos. Le besaba un hombre de bigote. Primero la sien izquierda después la
derecha. Entonces comprendió qué habían hecho. Habían entrado en su habitación y
le habían condecorado con una medalla. Más aún también comprendió que estaba en
Francia y no en Inglaterra porque los generales franceses solían besar al entregar una
medalla. Sin embargo tal vez no fuese así. Los generales norteamericanos e ingleses
estrechaban la mano pero como él no tenía mano tal vez se tratara de un inglés o un

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norteamericano que había resuelto seguir la costumbre francesa porque no había otra
opción. Pero aun así era muy probable que estuviese en Francia.
Interrumpió su pensamiento repentinamente. Ya no se preguntaba dónde estaba
sino que comenzaba a acostumbrarse a la idea de que seguía en Francia y descubrió
con sorpresa que lo invadía una cierta furia. Le habían dado una medalla. Tres o
cuatro tíos grandes y famosos tíos que aún tenían brazos y piernas y podían ver y
hablar y oler y saborear habían entrado en su habitación y le habían colgado una
medalla. Podían permitirse ese lujo ¿verdad? Malditos cabrones. Dedicaban su
tiempo a eso. A desplazarse de un lado a otro prendiendo medallas y sintiéndose
importantes y virtuosos. ¿Cuántos generales murieron en la guerra? Kitchener por
ejemplo. Sí. Cierto pero fue un accidente. ¿Cuántos más? Nómbreles nombre a
cualquiera de esos listillos hijos de puta y quédense con ellos. ¿A cuántos los habían
volado íntegramente como para vivir el resto de su vida envueltos en una sábana?
Había que tener cojones para andar repartiendo medallas.
Cuando por un instante pensó que su madre sus hermanas y Kareen podían estar
junto a su cama quiso ocultarse. Pero ahora que sabía que eran generales y grandes
personajes sintió un feroz e incontenible deseo de que le vieran. De la misma forma
en que antes había empezado a extender la mano sin brazo hacia la medalla para
asirla ahora empezó a soplar la máscara de su cara sin boca ni labios para volarla.
Quería que echaran un vistazo al agujero de su cabeza. Nada más. Quería que se
hastiaran de ver un rostro que empezaba y terminaba en la frente. Siguió soplando
hasta que recordó que el aire de sus pulmones se escapaba por un tubo. Empezó a
balancearse de un lado a otro con la esperanza de quitarse la máscara.
Mientras se balanceaba y se esforzaba sintió una vibración en lo hondo de su
garganta una vibración que podía ser una voz. Era una vibración breve y profunda y
adivinó que emitía un sonido perceptible a los oídos de aquellos hombres. No era un
gran ruido ni un ruido muy inteligente pero a ellos tal vez podía parecerles tan
interesante como el gruñido de un cerdo. Y poder gruñir como un cerdo era realizar
algo muy importante porque hasta ahora había permanecido en absoluto silencio. De
modo que siguió sacudiéndose y gruñendo como un cerdo con la esperanza de que
ellos se dieran cuenta de cuánto apreciaba la maldita medalla. En medio de todo esto
hubo un bullicio indefinido de pasos y luego la vibración de las visitas que se
marchaban. Un minuto después estaba completamente solo en la oscuridad en el
silencio. Solo con su medalla.
Se calmó súbitamente. Siempre había prestado una atención minuciosa a las
vibraciones. Gracias a ellas había deducido la talla de sus enfermeras y las
dimensiones de su habitación. Pero sentir de pronto las vibraciones de cuatro o cinco
personas que cruzaban la habitación con pasos firmes le hizo pensar. Comprendió que
las vibraciones tenían mucha importancia. Hasta entonces solo las había considerado

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como vibraciones que llegaban hasta él. Ahora empezó a considerar también la
posibilidad de vibraciones que surgieran de él. Las vibraciones que recibía le
indicaban todo altura peso distancia tiempo. ¿Por qué no podría usar también las
vibraciones para hablar con el mundo exterior?
Algo empezó a resplandecer en el fondo de su pensamiento. Si de algún modo
pudiera usar las vibraciones podría comunicarse con la gente. El resplandor se
convirtió en una enceguecedora luz blanca. Le ofrecía unas perspectivas tan
inusitadas que temió ahogarse de emoción. Las vibraciones eran una parte muy
importante de la comunicación. Las claves telegráficas eran simplemente otro tipo de
comunicación.
Cuando era un muchacho unos cuatro o cinco años atrás tenía un aparato de radio.
Él y Bill Harper usaban el telégrafo para comunicarse. Punto raya punto raya punto.
En especial las noches de lluvia cuando sus padres no les permitían salir y no había
nada que hacer y daban vueltas por la casa tropezando con todo el mundo. En esas
noches él y Bill Harper se transmitían mensajes con rayas y puntos y lo pasaban muy
bien. Aún recordaba el código Morse. Lo único que tenía que hacer para comunicarse
con la gente del mundo exterior desde su cama era transmitir puntos y rayas a la
enfermera. Entonces podría hablar. Entonces habría quebrado su silencio su oscuridad
su indefensión. Entonces el muñón de un hombre sin labios podría hablar. Había
atrapado el tiempo y había intentado reconstruir la geografía y ahora haría la más
grande de todas las cosas hablaría. Enviaría mensajes y recibiría mensajes y así
habría dado otro paso adelante en su lucha por recuperar el mundo desde su terrible
solitario anhelo de sentir la proximidad de los otros y conocer sus pensamientos dado
que los suyos eran tan insignificantes tan inconclusos tan incompletos. Podría hablar.
Tentativamente levantó la cabeza de la almohada y la dejó caer nuevamente.
Luego lo hizo dos veces rápidamente. Eso sería una raya y dos puntos. La letra d.
Deletreó SOS contra su almohada. Punto-punto-punto punto punto punto-punto-
punto. SOS. Socorro. Si había alguien en el mundo que necesitara ayuda ese era él y
la estaba pidiendo. Deseó que la enfermera regresara muy pronto. Comenzó a
deletrear preguntas. ¿Qué hora es? ¿Qué día es hoy? ¿Dónde estoy? ¿Hay sol o está
nublado? ¿Alguien sabe quién soy? ¿Mi familia sabe que estoy aquí? No se lo digan.
Que no se enteren. SOS. Socorro.
La puerta se abrió y los pasos de la enfermera se aproximaron a la cama. Empezó
a deletrear enloquecidamente. Estaba a punto de reencontrarse con la gente de
recuperar el mundo de asir una gran parte de la vida misma. Tap tap tap. Esperaba el
tap tap tap de ella en respuesta. Un golpecito contra su frente o su pecho. Aunque no
comprendiera su código podría tocarle para darle a entender que comprendía su
intención. Luego iría de prisa en busca de alguien que le ayudara a entender lo que él
decía. SOS. SOS. SOS. Socorro.

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Sintió que la enfermera estaba de pie mirándole tratando de imaginarse qué hacía.
La sola posibilidad de pensar que ella no le entendiera después de tantos esfuerzos le
produjo un impacto de excitación y miedo y volvió a gruñir. Gruñía y telegrafiaba
gruñía y telegrafiaba hasta que sintió dolor en los músculos de la nuca hasta que le
dolió la cabeza hasta que sintió que su pecho estallaría por su ansiedad de gritar de
explicarle lo que estaba intentando hacer. Y ella seguía inmóvil junto a su cama
mirándole y preguntándose.
Después sintió su mano sobre la frente. La mantuvo allí por un segundo. Él volvió
a golpear con la cabeza. Estaba cada vez más furioso perdía la esperanza y sentía
ganas de vomitar. Ella comenzó a palmearle la frente con lentos amables
movimientos. Lo hacía de una forma que nunca había usado antes. Sintió la piedad en
la suavidad de su contacto. Luego su mano se deslizó por su frente hacia su pelo y él
recordó que Kareen a veces solía hacerlo. Pero apartó a Kareen de su pensamiento y
siguió cabeceando porque esto era tan importante que no podía detenerse en
sensaciones placenteras.
La presión de la mano contra su frente se volvía más intensa. Se dio cuenta de que
ella intentaba calmarle mediante el peso de su mano a fin de que no cabeceara más.
Entonces empezó a golpear con más fuerza y mayor rapidez para demostrarle que su
intención era inútil. Sintió que las vértebras de la nuca crujían y chasqueaban a causa
de la tensión que les exigía este trabajo inesperado. La mano de la enfermera pesaba
cada vez con más fuerza sobre su cabeza. Sintió un gran cansancio en el cuello. Pasó
un día terrible un día largo e inquietante. Sus señales se fueron haciendo más lentas y
la mano de la enfermera cada vez más pesada. Por fin se quedó tendido muy quieto
sobre la almohada mientras ella le enjugaba la frente.

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14
Había perdido toda huella del tiempo. Como si todos sus esfuerzos por atraparlo
todos sus cálculos y cuentas nunca hubiesen existido. Había perdido los rastros de
todo salvo los golpes que daba con su cabeza. Apenas despertaba empezaba a
cabecear y proseguía hasta que le vencía el sueño. Hasta cuando se iba durmiendo
invertía el resto de su energía y de su pensamiento en ese balanceo de modo que le
parecía soñar con ello. Cabeceaba mientras estaba despierto y soñaba que cabeceaba.
En consecuencia resurgió su antigua dificultad de discernir entre el sueño y la vigilia.
Nunca estaba seguro de no soñar cuando estaba despierto o de hacer señales mientras
dormía. Había perdido tan absolutamente el sentido del tiempo que ya no tenía la
menor idea acerca de cuánto hacía que había comenzado el cabeceo. Quizá solo
semanas quizá un mes quizá hasta un año. De los cinco sentidos originales el único
que le quedaba se encontraba atrapado en una hipnosis total a causa del cabeceo y en
cuanto a pensar ni siquiera simulaba hacerlo. Tampoco especulaba sobre las nuevas
enfermeras nocturnas en sus idas y venidas. No prestaba atención a las vibraciones
del piso. No pensaba en el pasado y no tenía en cuenta el futuro. No hacía más que
transmitir su mensaje una y otra vez a la gente del mundo exterior que no
comprendía.
La enfermera de día hizo todo cuanto pudo por apaciguarle pero lo hacía como si
intentara calmar a un paciente irritable. Hasta que él comprendió que con ella no lo
lograría. Al parecer jamás pareció ocurrírsele que allí había un pensamiento una
inteligencia que ponía en marcha el ritmo de su cabeza contra la almohada. Se
limitaba a atender a un paciente incurable intentando hacer que su dolencia fuese lo
más tolerable posible. Nunca pensó que ser mudo era una enfermedad y que él había
encontrado el remedio e intentaba decirle que estaba bien que ya no era mudo que
podía hablar. Ella le daba baños calientes. Le cambiaba la posición en la cama. Le
colocaba la almohada más alta o más baja detrás de la nuca. Cuando la levantaba
demasiado el nuevo ángulo le echaba la cabeza hacia delante. Después de transmitir
un rato en esa posición sentía un dolor que le recorría toda la médula y la espalda.
Pero seguía golpeando la cabeza.
Empezó a darle masajes y eso le gustó porque sus dedos eran vivaces y al mismo
tiempo suaves pero siguió con el cabeceo. Y un día sintió un cambio en el contacto de
sus dedos. Ya no eran vivaces y suaves. Sintió el cambio a través de las puntas de los
dedos por la ternura de su contacto y sintió la piedad y la duda y una gran capacidad
de amor que no surgía de él hacia ella ni de ella hacia él sino que más bien era una
especie de amor que abarcaba todas las cosas vivientes y trataba de hacerlas más
tolerables un poco menos desdichadas un poco más parecidas a las otras de su
especie.

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Sintió el cambio a través de la punta de sus dedos produciéndole una punzada de
disgusto. Pero pese al disgusto respondía a la misericordia de su corazón que la
impulsaba a tocarle de ese modo. Las manos de ella buscaron partes más lejanas de
su cuerpo. Insuflaron sus nervios con una especie de falsa pasión que recorrió la
superficie de su piel en breves estremecimientos. Y aun cuando pensaba oh dios mío
a esto hemos llegado esta es la razón por la cual ella cree que hago señales maldita
sea bendita sea ¿qué puedo hacer?… Aun mientras pensaba así se adecuó a su ritmo
se tensó ante su contacto su corazón latió más aceleradamente y lo olvidó todo en el
mundo excepto el movimiento y el repentino fluir de su sangre…
Había una muchacha llamada Ruby y fue la primera para él. Sucedió cuando él
estaba en octavo quizá en noveno grado escolar. Ruby vivía en Teller Addition del
otro lado de las vías. Ruby era más joven que él. Estaría en sexto o séptimo pero era
una joven corpulenta una italiana gorda y voluminosa. De algún modo todos los
muchachos del pueblo se iniciaron con Ruby porque ella nunca les intimidaba. Iba al
grano aunque de tanto en tanto había que decirle que era bonita. Pero nada de
tonterías y si alguno de los muchachos no tenía experiencia Ruby no se reía ni
contaba nada sino que seguía adelante y le enseñaba.
A los muchachos les apetecía hablar de Ruby cuando no había otro tema mejor.
Mientras charlaban solían reírse de ella y decir ah no ya no veo más a Ruby me
arreglo sin ella y todos los días descubro algo nuevo. Pero eso no era más que
parloteo porque realmente eran muy jóvenes y Ruby la primera muchacha que
conocían y con las demás con las muchachas decentes eran muy tímidos. Pronto se
avergonzaron de Ruby y cuando iban a verla se sentían un tanto sucios y asqueados.
Volvían echándole la culpa a Ruby por sentirse así. Cuando llegaron a décimo grado
ninguno hablaba ya de Ruby y por fin ella desapareció. No estaba y ellos se alegraron
un poco de no tener que encontrársela en la calle.
También estaba Laurette en casa de la Renga Telsa. La Renga Telsa tenía un
establecimiento en Shale City. Tenía cinco o seis chicas y la mejor pareja de chulos
de Boston del pueblo. Los muchachos de catorce o quince años solían rondar a
menudo el establecimiento de la Renga Telsa. Para ellos era la casa más maravillosa
más excitante y misteriosa de Shale City. Escuchaban las historias que contaban los
muchachos más grandes sobre lo que ocurría allí. Nunca sabían claramente hasta qué
punto estaban a favor o en contra pero les interesaba.
Una noche tres de ellos entraron por el callejón del fondo de la casa de la Renga
se arrastraron por el patio trasero y trataron de espiar por la puerta de la cocina. Allí
había una cocinera negra preparando sándwiches que cuando les vio lanzó un grito.
La Renga Telsa entró en la cocina balanceándose sobre su pierna de palo cogió un
cuchillo de carnicero y salió al patio. Todos huyeron como locos mientras la Renga
Telsa les gritaba que sabía quiénes eran y que inmediatamente llamaría por teléfono a

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sus padres. Pero no era cierto. La Renga no les había visto la cara y no telefoneó a
nadie.
Después cuando ya tenían diecisiete o dieciocho y prácticamente ya acababan la
escuela él y Bill Harper decidieron terminar de una vez por todas con la bendita
charla y una noche fueron a la casa de la Renga Telsa a averiguar por sí mismos.
Entraron directamente al vestíbulo y nadie les recibió con un cuchillo. Eran alrededor
de las ocho y evidentemente no había demasiada concurrencia porque la Renga se
acercó a la sala y habló con ellos y no parecía en absoluto enfadada. Estaban
demasiado inquietos de modo que no pudieron decirle a la Renga por qué venían y la
Renga tampoco les dijo nada así que por fin resultó solo una visita. La Renga hizo
bajar a un par de chicas para que se sentaran en la sala y ordenó a la cocinera negra
que hiciera una bandeja de sándwiches. Después se marchó. Cuando se quedaron
solos en la sala oyeron a las dos muchachas que bajaban la escalera y comprendieron
que ahora iban a saber si todas las cosas que habían oído decir sobre ese sitio eran
ciertas. Algunos tíos decían que las muchachas solían venir desnudas a la sala y otros
que nunca se las podía ver desnudas que siempre usaban un kimono o algo por el
estilo. Aseguraban que no había nada que odiasen más que el hecho de que un
hombre la quisiese ver sin ropa. Así que ellos se quedaron sentados con el corazón en
la boca esperando y observando.
Pero cuando las muchachas bajaron estaban totalmente vestidas. Mejor vestidas
que la mayor parte de las chicas de Shale City y también más bonitas. Vinieron y se
sentaron y hablaron como lo habría hecho cualquier otra muchacha. Una de ellas
parecía preferir a Bill Harper y la otra parecía preferirlo a él. La que gustaba de él
hablaba todo el tiempo de libros. Si había leído esto si había leído aquello y él no
había leído nada de modo que comenzaba a sentirse como un idiota. Al cabo de
media hora de comer sándwiches y hablar de libros la Renga Telsa entró
resplandeciente y sonriendo y les dijo que era hora de volver a casa. Ellos se pusieron
en pie estrecharon la mano de las muchachas y se marcharon. Esa noche hicieron un
largo paseo por el pueblo discutiendo todas las cosas que habían oído decir acerca del
establecimiento de la Renga Telsa y llegaron a la conclusión de que o bien eran
mentiras o bien ellos eran esa clase de tíos que no gustaban a las mujeres para esas
cosas. Eso era lo más grave porque quizá toda la vida serían unos fracasados con las
mujeres y tal vez había algo que no tenían. Decidieron no hablarle a nadie sobre su
visita porque se sentían humillados. Las cosas no habían resultado como habían
pensado.
Más tarde él se puso a pensar acerca de la muchacha que hablaba de libros y
después de elaborarlo minuciosamente resolvió ir a verla nuevamente. Se llamaba
Laurette y pareció alegrarse de verle. Le dijo que si quería verla que fuese siempre
antes de las nueve de la noche porque después había mucho trabajo. Y él fue varias

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veces más y siempre se sentaban en la sala y conversaban. Llegó a pensar quizás
estoy enamorado de Laurette y ¿qué ocurriría si fuese así? ¿Cómo se lo diría a sus
padres? Y por otra parte pensaba ¿por qué lo único que hacemos es hablar y qué
pensará ella de mí? Durante todo ese invierno y la primavera siguiente fue a ver a
Laurette una vez dos veces hasta tres veces por mes. Y siempre antes de llamar a la
puerta asumía una sólida compostura y se decía Joe Bonham esta vez compórtate
como un hombre. Pero Laurette era tan encantadora que no podía imaginarse como
empezar una cosa así sin parecer como un cochino. De modo que nunca lo hizo.
Cuando se graduó recibió por correo un par de gemelos de oro acompañados de
una tarjeta grabada con la inicial L. Le costó un gran esfuerzo explicar a sus padres
quién le enviaba los gemelos pero le otorgó un gran valor y resolvió que la noche
siguiente después de la graduación iría a casa de la Renga Telsa. Ahora que Laurette
le había insinuado de manera indirecta que le amaba las cosas serían diferentes. De
modo que alrededor de las nueve de la noche se encaminó hacia la casa de la Renga
Telsa tratando de encontrar una fórmula agradable y cortés de expresar lo que
buscaba. Llamó a la puerta y la Renga Telsa le hizo entrar. Cuando él le preguntó por
Laurette le dijo que Laurette no estaba. ¿Dónde se había ido? A Estes Park. La Renga
Telsa le explicó que todos los años pasaba allí sus tres meses de vacaciones. Durante
todo el invierno se compra ropa nueva y ahorra dinero y después vive tres meses en el
mejor hotel de Estes Park. Sale con tíos y baila y le fascina que los tíos se enamoren
de ella y cuando se enamoran siempre se muestra amable con ellos pero nunca
demasiado. Nunca resulta tan amable como ellos quisieran. Laurette es una joven
lista dijo la Renga Telsa. Trabaja y se divierte. Y además ahorra dinero y tiene una
pequeña fortuna. ¿Por qué no consigues un empleo en otro pueblo y vuelves en el
otoño cuando Laurette esté descansada y conversas con ella? A lo mejor tú y Laurette
seríais muy felices. Pero cuando llegó el otoño él trabajaba en una panadería a
quinientas millas de distancia y nunca más volvió a ver a Laurette.
Hubo una muchacha que se llamaba Bonnie. Un día le dio palmadas en el hombro
mientras él estaba en el drugstore de Louie cerca de la panadería tomando una coca
cola. Le palmeó en la espalda y dijo tú eres Joe Bonham ¿verdad? Joe Bonham de
Shale City. Pues bien. Yo soy Bonnie Flannigan íbamos al mismo colegio dios qué
alegría encontrar alguien del mismo pueblo. Él la miró y no pudo recordarla en
absoluto. Oh sí dijo te recuerdo. Ella asintió con la cabeza y dijo estabas más
adelantado que yo y nunca me hubieses empujado ¿por qué no vienes a verme alguna
vez? Vivo en la plaza del bungalow a trescientos metros de la panadería. Sé que
trabajas en la panadería. Suelo ver a algunos de los muchachos y ellos me han dicho
que estabas allí.
La miró y adivinó que era más joven que él y también adivinó qué clase de mujer
era. Sintió un leve dolor de estómago porque esas muchachas podían venir de New

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York o Chicago o St. Louis o Cincinnati podían venir de Denver o Salt Lake o Boise
Idaho o Seattle pero nunca de Shale City porque Shale City era su hogar.
Fue a verla. No era una niña ni era una muchacha muy inteligente pero tenía un
carácter estupendo y estaba llena de vida y de planes para el futuro. He estado casada
tres veces dijo Bonnie y todos mis maridos decían que era igual a Evelyn Nesbitt
Thaw. ¿Tú crees que me parezco a Evelyn Nesbitt Thaw?
Por la mañana cerca de las cinco o las seis solían ir a Main Street para desayunar
en los lustrosos y baratos restaurantes de resplandecientes azulejos blancos donde
podían consumir cualquier cosa por diez centavos. Por lo general el sitio estaba lleno
de marineros soñolientos que al llegar la mañana rondaban sin saber qué hacer y
Bonnie les conocía a todos. Les daba palmadas en la espalda al pasar y les llamaba
por su nombre. Hola Pete pero mira quién está por aquí el viejo Slimy ¿qué dices
Dick? ¿Y aquel no es el viejo George? Cuando llegaban a su mesa y pedían jamón
con huevos ella solía decirle Joe si fueses un tío inteligente te quedarías conmigo.
¿Quieres seguir estudiando verdad? Joe quédate conmigo. Yo me encargaré de que
estudies. Yo me dedico a la flota y conozco a todos estos tíos y sé dónde tienen sus
billeteras y soy lista y me cuido y nunca tuve gonorrea quédate conmigo Joe y
llevaremos diamantes. ¿Ves ese tío allá? Siempre dice que soy igual a Evelyn Nesbitt
Thaw ¿tú crees que me parezco a Evelyn Nesbitt Thaw queridito?
Hubo una muchacha que se llamaba Lucky. Para medio millón de soldados de la
infantería norteamericana en París ella era la Estatua de la Libertad y la Tía Jemina y
la muchacha que habían dejado atrás. En París había una Casa Norteamericana y
cuando estaban de permiso cuando estaban lejos de las trincheras y la matanza todos
iban a la Casa Norteamericana y hablaban con muchachas norteamericanas y bebían
whisky norteamericano y eran felices.
Lucky era la mejor de todas. La más bonita y una de las más inteligentes. Solía
recibirte en su habitación completamente desnuda con una gran cicatriz roja por
donde le habían sacado el apéndice. Él entraba en su habitación muy cansado hacia
las últimas horas de la noche a veces algo borracho y se tendía en su cama con las
manos debajo de la cabeza mirando a Lucky. Apenas ella le veía sonreía iba a su
cómoda y del cajón superior sacaba un pequeño tapete. Siempre hacía ganchillo en
ese tapete. Se sentaba a los pies de la cama vivaz cotillera amistosa y tejía el tapete y
hablaba.
Lucky tenía un hijo. Tendría seis o siete años y Lucky lo tenía en una escuela de
Long Island. Quería que fuese jugador de polo porque los jugadores de polo andaban
por el mundo y conocían a la mejor gente y nada era suficiente para el hijo de Lucky
tan encantador era el pequeño hijo de puta. A Lucky le quedaban entre ciento
cincuenta y doscientos dólares por semana a dos dólares por persona una vez
deducido el porcentaje que se llevaba la casa y los gastos de toallas y control médico.

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Pero desde luego gastamos mucho. Tenemos que vestirnos para el trabajo y te diré
que la ropa cuesta muy cara pero una muchacha tiene que verse bien vestida.
Lucky había estado en el terremoto de San Francisco. Tal vez en ese entonces
tendría dieciséis o diecisiete años o sea que ahora debía tener alrededor de treinta.
Cuando el terremoto sacudió San Francisco Lucky se encontraba en el cuarto piso de
un hotel en Market Street. Estaba agasajando a un caballero amigo y cuando sentí el
primer temblor me dije Lucky esto es un terremoto y tú no te quedarás atrapada con
un hijo de puta encima. Así que lo empujé y bajé rápidamente a la calle
completamente desnuda. Debieras haber visto como me miraban los tíos.
Hablar con Lucky estar con Lucky acostarse con Lucky era como encontrar la paz
en un país pagano era como respirar el aire de un país amado cuando estás enfermo y
te mueres por respirarlo. Contemplar su sonrisa oír su alegre parloteo ver sus
pequeños dedos huesudos volar con la aguja de ganchillo en medio de los ruidos
nocturnos de París la ciudad extranjera bastaba para que cualquiera se sintiese mejor
y menos solitario.
París era una ciudad extraña una ciudad extranjera una ciudad moribunda y vital.
Tenía demasiada vida y demasiada muerte y demasiados fantasmas y soldados
muertos detrás de los mostradores de los cafés. Bébase un trago. Oh París es una
ciudad mujer con flores en el pelo. Sin duda París era una ciudad maravillosa una
ciudad femenina pero también una ciudad de hombres. Diez mil soldados de la
infantería norteamericana o soldados franceses de permiso diez mil cien mil. Unos
días más muchachos unos días más antes de volver y cada vez que vuelves las
posibilidades en contra son mayores que la última vez. Recuerda que hay una ley de
probabilidades de modo que vamos queridita juega un poco con las manos cinco
francos diez francos dos dólares que bien ¿esa es una voz norteamericana? A por ella.
Qué diablos una canción en la sala y un trago de coñac barato y vamos porque allá en
el este en un sitio que llaman frente del oeste hay un viejecito que lleva un libro y
saca probabilidades todo el día y toda la noche. Nunca se equivoca. Flor de lis Flor de
lis. Dios salve al Rey. Ven queridito estás solo quieres probar algo nuevo ¿parlé vous
francé? Un galón de vino tinto como agua y pan agrio y tal vez oh dios mío encuentre
una muchacha norteamericana que hable un idioma cristiano. Jig-jig maldita sea no
es eso lo que quiero. Quiero algo bien fuerte porque hay una voz que quiero ahogar.
Es una voz que no emite sonido alguno pero no puedo lograr alejarme de ella.

En alguna parte la están fabricando. En alguna parte profunda en el


corazón de Alemania están preparando la granada. Una muchacha alemana
la lustra y la limpia y le coloca la carga en este mismo momento. Brilla a la
luz de la fábrica y tiene un número y es mi número. Tengo una cita con la
granada. Pronto nos encontraremos.

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Los camiones rugiendo por la calle recogiendo a los tíos a los rezagados diciendo
vamos amigo ha llegado la hora vamos a la estación subamos al viejo vagón. Porque
vuelves. Vuelves junto al viejecito que saca las cuentas todo el día y toda la noche y
nunca se equivoca. Vivan las estrellas y las barras que vivan para siempre ta-da da-
deum da-de-a. Pruébalo muchacho es bueno algunos dicen que tiene droga pero no
les creas una palabra. Algunos dicen que te deja estéril. Lo llaman ajenjo déjale
reposar en el vaso es estupendo. Parlé vous parlé vous sí señor no señor ¿te sientes
solo queridito dónde está esa voz americana? dios quisiera encontrarla. Dónde esta
Jack dónde está Bill donde está John se marcharon se marcharon todos. Se marcharon
al oeste. Diez mil dólares para la familia diez mil dólares Cristo. Conozco una casa en
la Rué Blondel. Blancas y negras de todas las naciones. ¿Americanas? Por supuesto
lo que usted quiera oh dios no es eso lo que quiero lo que quiero está muy lejos pero
voy a aceptarle lo que tenga. It’s a long way to Tipperary. Apaguen las luces.

Más cerca más cerca. En este mismo instante un pesado camión alemán
cubierto de lona avanza en dirección a Francia. Lleva granadas y entre las
granadas hay una que tiene mi número. Avanza hacia el oeste a través del
valle del Rhin siempre deseé verlo. A través de la Selva Negra siempre quise
verla. A través de la honda honda noche la granada viene hacia Francia a
encontrarse conmigo. Se acerca cada vez más nada puede detenerla ni
siquiera la mano de Dios porque tengo un tiempo establecido y ella tiene un
tiempo establecido y nos encontraremos cuando llegue el momento.

América confía en que cada hombre cumpla con su deber Francia confía en que
cada hombre cumpla con su deber Inglaterra confía en que cada hombre cumpla con
su deber. Cada doughboy[8] cada tommy[9] cada poilu[10] y ¿cómo diablos llaman a los
italianos? de todos modos de ellos también se espera que cumplan con su deber. Allí
vamos Lafayette y en los campos de Flandes vuelan las amapolas de hilera en hilera
cuenten las hileras para el viejecito del libro el viejecito que hace las cuentas todo el
día y toda la noche y nunca se equivoca. Oui oui parlé vous jig-jig? Desde luego jig-
jig qué diablos cinco francos diez francos ¿quién dice dos dólares dos sólidos viejos
dólares norteamericanos y una copa de whisky y de maíz? Dios mío este coñac.
Siempre creí que era extraordinario he oído hablar tanto de él. Es espantoso quiero
whisky de maíz y ¿qué piensan los prohibicionistas? Cuatro millones de nosotros se
han marchado cuatro millones de votos supongo que nosotros no contamos nos van a
arruinar. Vamos salgamos a buscar el whisky de maíz el viejo whisky
norteamericano. Querida mi amor dulce cansado solitario quiero quiero una amiga
coja una mesa una silla una cama pero no tardes hay muchos esperando París está
lleno así que de prisa.

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Oculta debajo de una suave y ondulante colina que se parece a un pecho
de mujer en la sólida carne de la tierra escondida bajo la colina en algún
desconocido depósito de municiones está mi granada. Está lista. Apresúrate
muchacho apresúrate soldado norteamericano no debes llegar tarde acaba
con lo que estés haciendo no te queda mucho tiempo.

Cante una melodía popular jig-jig una melodía popular mam’selle cante un hot
esta noche en la vieja ciudad. Cante un Juana de Arco y un flor de lis de
mademoiselle de Armentieres. Cante un Lafayette parlé vous francé. Póngase en pie
y salte muy ligero haga remolinos en el aire rompa las sillas rompa las ventanas eche
la casa abajo mierda muévase muchacho muévase muchacha póngase coñac en las
articulaciones y apague las luces y toque el tambor y abandone las trincheras en
Navidad y vea París de noche y mueva las manos por cinco dólares y oui oui parlé
vous hunky-dory whisky en el estómago y un viejecito con un libro que saca cuentas
todo el día y toda la noche y calcula más rápidamente y más y más rápidamente y
más empecinadamente y más fuerte y más rápido más rápido más rápido.

Vendrá con un zumbido y un estruendo. Vendrá silbando y riendo y


chirriando y gimiendo. Vendrá tan velozmente que no podrás hacer nada y
extenderás los brazos para abrazarla. La sentirás antes de que llegue y te
pondrás tenso para la aceptación y la tierra que es tu lecho eterno temblará
en el momento de la unión.

Silencio.
¿Qué es esto qué es esto oh Dios mío? ¿Acaso es posible que un hombre caiga tan
bajo? ¿Es posible que un hombre sea menos que esto?
Cansancio y jadeo agotamiento convulsivo. Toda la vida muerta toda la vida
convirtiéndose en nada en menos que nada apenas el germen de nada. Una especie de
enfermedad que surge de la vergüenza. Una debilidad que se parece a la agonía.
Debilidad y desfallecimiento y una plegaria. Dios permíteme descansar llévame
ocúltame déjame morir oh Dios qué cansancio ya estoy muerto desaparecido y
desapareciendo oh Dios ocúltame y dame paz.

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15
Siguió haciendo señales con la cabeza.
Ahora por otro motivo aparte del simple deseo de hablar que le había impulsado
en un principio. Seguía haciendo señales porque no se atrevía a pensar. No tenía el
valor de formularse siquiera un interrogante tan simple como ¿cuánto tiempo pasará
antes de que la enfermera comprenda mi intención? Porque sabía que podían pasar
meses años el resto de su vida. Seguir golpeando con la cabeza el resto de su vida
cuando el más leve susurro —una palabra con las sílabas apenas insinuadas entre dos
labios— era todo cuanto necesitaba para decir qué quería.
Por momentos pensaba que estaba total y deliberadamente loco aunque desde
fuera debía dar la misma impresión de siempre. Nadie podía sospechar que debajo de
la máscara y la mucosidad imperaba el más puro cruel y desesperado desvarío. Ahora
comprendía la locura ahora sabía todo sobre ella. Comprendió el irresistible impulso
de matar sin tener motivos para hacerlo el deseo de destrozar cráneos vivientes hasta
convertirlos en pulpa la pasión de estrangular el anhelo de asesinar que era más
hermoso más gratificante e imperativo que cualquier otro anhelo conocido hasta
entonces. Pero no podía hacerlo no podía matar solo podía hacer señales con la
cabeza.
Dentro de su cráneo había un hombre normal con brazos y piernas y todo lo
demás. Era él Joe Bonham atrapado en la oscuridad de su propio cráneo
precipitándose frenéticamente de un oído al otro sobre cualquier agujero cualquier
apertura de su cráneo. Al igual que un animal salvaje intentaba abrirse camino a
zarpazos hacia el mundo exterior. Estaba atrapado en su propio cerebro confundido
en los tejidos y la masa encefálica pateando y excavando y aullando para salir. Y la
única persona en el mundo que podía ayudarle no tenía la menor idea de lo que él
estaba haciendo.
Llegó a pensar esta enfermera me tiene prisionero. Me tiene prisionero con más
severidad que cualquier carcelero que cualquier cadena que cualquier muro de piedra
que pudieran construir a mí alrededor. Empezó a pensar en todos los prisioneros
sobre los que había oído o leído acerca de todos los pobres diablos desde el comienzo
de las cosas que fueron atrapados y aprisionados y murieron sin recuperar nunca la
libertad. Pensó en los esclavos en los pobres diablos como él capturados en la guerra
que se habían pasado el resto de su vida encadenados como animales a los remos que
impulsaban el barco de algún personaje del mar Mediterráneo. Pensó en ellos allá en
las profundidades del barco sin saber nunca adónde se dirigían sin poder respirar el
aire de fuera sin sentir nada a excepción del remo en sus manos y los grillos en sus
piernas y el látigo que les azotaba la espalda cuando se cansaban. Pensó en todos
aquellos pastores y granjeros y empleados y pequeños comerciantes que habían sido

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arrancados bruscamente de su forma de vida que habían sido arrojados a los barcos y
allí se habían quedado lejos de su casa y su familia hasta que finalmente se
desmoronaban sobre los remos y morían y eran lanzados al mar para sentir por
primera vez el aire fresco y el agua limpia. Pensó en ellos y pensó que eran más
afortunados que él porque podían moverse podían verse estaban más próximos a la
vida que él y no estaban encarcelados con tanto rigor.
Pensó en los esclavos en los subterráneos de Cartago antes de que llegaran los
romanos y destruyesen la ciudad. Recordó que hacía mucho tiempo había leído sobre
los esclavos cartagineses sobre lo que hacían y qué trato recibían. Cómo los grandes
señores cartaginenses necesitaban de alguien que custodiara sus tesoros y
encontraban a un joven vigoroso le arrancaban los ojos con filosas varillas para que
no pudiera ver dónde le llevaban y no supiera dónde se hallaban sus caudales.
Después conducían al pobre joven ciego hacia los túneles bajo el nivel de la calle
hasta la puerta de la casa del tesoro. Allí le encadenaban un brazo y una pierna a la
puerta y un brazo y una pierna a la pared de modo que el que quisiese entrar debía
romper el precinto y el precinto era el cuerpo vivo y palpitante de un hombre. Pensó
en los esclavos cartaginenses en los sótanos oscuros ciegos y encadenados y pensó
que eran afortunados. Morían muy pronto porque nadie se ocupaba de ellos nadie se
preocupaba de asegurar que ese soplo de vida permaneciese en sus cuerpos el mayor
tiempo posible. Agonizaban pero morían en seguida y hasta en su agonía podían
apoyarse en dos piernas podían tirar de sus cadenas. Podían oír y cuando alguien
hablaba algún noble que descendía hasta la casa del tesoro podían oír el sonido
bendito de una voz humana.
Pensó en los esclavos que edificaron las pirámides miles decenas de miles
gastando la vida entera para erigir un monumento muerto para un rey muerto. Pensó
en los esclavos que luchaban entre ellos en el Coliseo de Roma para entretener a los
señores sentados en sus palcos que alzaban o bajaban el pulgar para sellar la vida o la
muerte de los esclavos. Pensó en los esclavos que desobedecían orejas cercenadas
manos mutiladas con hachas lenguas aullantes contraídas en gritos de súplica
mientras eran arrancadas de raíz para que no traicionaran secreto alguno. Infelices en
todo el mundo fusilados ahogados apuñalados crucificados hervidos en aceite
azotados hasta morir quemados en la hoguera todas estas cosas configuraban el
destino de los esclavos el destino de los pobres diablos el destino de hombres como
él. Pero los esclavos podían morir y él no podía y estaba mucho más mutilado que
cualquier esclavo que hubiera existido nunca. Sin embargo era uno de ellos era parte
de ellos. Él también era un esclavo. A él también le habían arrancado de su casa.
También a él le habían puesto al servicio de otro sin su consentimiento. También a él
le habían obligado a luchar contra otros esclavos iguales a él en un sitio extraño.
También a él le habían mutilado y marcado para siempre. También él era por último

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un prisionero en la celda más estrecha de todas las celdas la de su propio cuerpo atroz
que solo aguardaba el alivio de la muerte.
Ayúdanos dios pensó ayúdanos a todos los esclavos. Centenares y millares de
años hemos estado haciendo señales llamando desde las profundidades de nuestras
cárceles. Todos nosotros los infelices todos los esclavos desde el comienzo de los
tiempos haciendo señales llamando llamando…
Un hombre había entrado en la habitación. Un hombre de pasos pesados. El
hombre se acercó a la cama y levantó las mantas y empezó a tocarle el cuerpo. Era el
médico. Podía imaginar a la enfermera diciéndole al médico esa cosa allá en esa
habitación esa cosa está siempre golpeando con la cabeza. Me pone nerviosa creo que
necesita algo. Venga a ver venga y trate de apaciguarle. Así que el doctor había
venido y ahora le tocaba. Cuando terminó el toqueteo el médico le quitó el tubo de la
garganta y él sintió un pequeño espasmo de estremecimiento. Siempre le sucedía
cuando le quitaban el tubo para limpiarlo. El médico volvió a colocar el tubo en el
agujero y se quedó quieto sin hacer nada.
Mientras tanto él seguía haciendo señales con la cabeza y ahora que el doctor se
había quedado quieto lo hacía con mucha más fuerza. Era posible que el médico
comprendiera cuál era su intención. Sintió la vibración de los pasos del médico que se
dirigían hacia la cómoda y luego volvían. Sintió algo húmedo y frío contra el muñón
de su brazo izquierdo. Luego sintió un pequeño pinchazo un dolor agudo como el de
una aguja y se dio cuenta de que el médico le inyectaba algo en el brazo.
Antes de empezar a sentir sus efectos adivinó que se trataba de alguna droga.
Trataban de acallarle. Lo habían intentado desde el principio sabiendo perfectamente
lo que él estaba haciendo. Nadie con una pizca de cerebro podía imaginarlo. Y
también sabía qué le estaban haciendo. Conspiraban contra él ahí fuera en la
oscuridad. Habían intentado lo posible para obligarle a estar quieto pero él les había
derrotado. Había seguido llamando. De modo que ahora le anestesiaban. Le
obligaban a callar. No querían escucharle. Lo único que querían era olvidarle.
Sacudió frenéticamente la cabeza para tratar de decirles que no quería que le doparan.
Entonces retiraron la aguja y comprendió que ya no importaba si él quería o no.
Decidió seguir con su cabeceo a pesar de ellos para fortalecer su voluntad hasta el
punto de que aun cuando la droga le venciera aun cuando cayera completamente
dormido los efectos de su fuerza de voluntad pudieran trasladarse a su sueño y le
permitieran seguir cabeceando de la misma forma que una máquina que sigue
funcionando después de que te has marchado.
Pero la bruma se alojó en su cerebro una parálisis se apoderó de su carne y le
pareció que cada vez que alzaba la cabeza de la almohada debía levantar un enorme
peso. El peso se hizo cada vez más intenso el cabeceo más lento su carne se convirtió
en la carne de un muerto su mente pareció encogerse y marchitarse a medida que le

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vencía el sueño. Su último pensamiento fue ganaron otra vez pero no podrán ganar
siempre no podrán ganar siempre oh no no para siempre…

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16
Las cosas empezaron a cambiar lentamente a consumirse en amplios círculos
brumosos para disolverse unas en otras. Le parecía relajarse en cada músculo de su
cuerpo relajarse en su cerebro. La cama era más blanda que nunca. La almohada bajo
su nuca era como una almohada de nube. Las mantas encima de su vientre y de su
pecho eran mantas de seda de suave telaraña de tenue aire tibio. No había nada
debajo de él ni encima de él ni a su derecha ni a su izquierda. La piel se había vuelto
lacia y perezosa y hasta su sangre parecía detenida y no impulsada por su corazón
sino cálida y líquida e inmóvil en sus venas.
Y no obstante en medio de esta magnífica quietud había movimiento. Esa cosa
perfectamente laxa que era él su cuerpo y su mente se desplazaba lentamente a través
de un mundo sin aire. Solo que no era el mundo. Era meramente un espacio
fulgurante en el que se movía ora rápida ora lentamente no sabía porque no había aire
que se agitara a su paso. Era esa suerte de movimiento que debe hacer una estrella.
Una estrella carente de atmósfera o vida al completar su órbita constante a través de
la nada.
Y había colores por todas partes. No colores bruscos o violentos sino esos matices
que asume el cielo al amanecer y los rosados y los azules y alhucemas del interior de
una caracola que de pronto crecía hasta abarcar el cielo y todo cuanto este contenía.
Los colores flotaban hacia él flotaban dentro de él se disolvían en las partículas de su
cuerpo y después se marchaban para dar paso a nuevos colores cada vez más y más
maravillosos tan hermosos y grandes. Había colores fríos colores que olían a perfume
dulce colores que componían una débil y desvaneciente melodía. Podía escuchar la
música en todas partes y sin embargo no era estridente. Era una especie de música tan
tenue que apenas emitía un sonido. Era simplemente una parte del espacio un sonido
que era lo mismo que el espacio y el color un sonido que no era nada y al mismo
tiempo era más real que la carne la sangre y el acero. La música era tan suave tan
tintineante que parecía formar parte de él tanto como las pequeñas fibras de su
cuerpo. La música era como un fantasma blanco a la luz del día. Él y el espacio y los
colores y la música eran la misma cosa. Su cuerpo a la deriva se había confundido
con ellos como el humo en el cielo y ahora tanto él como ellos eran una parte del
tiempo.
Luego cesó la melodía y sobrevino el silencio. No era el simple silencio que llega
a veces cuando estás en el mundo el silencio que es solo ausencia de ruido. No era
siquiera el silencio de los sordos. Se parecía al silencio que se oye cuando te llevas
una caracola al oído el silencio del tiempo mismo que es tan grandioso que hace
ruido. Era un silencio que parecía un trueno en la distancia. Era silencio tan denso
que ya no era silencio. Cambiaba de una cosa a un pensamiento y por fin solo era

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miedo.
Se quedó suspendido en el silencio aguardando que ocurriera algo. No sabía qué
pero sabía que algo ocurriría. Era como si ya hubiese vislumbrado la bocanada de
humo de una carga de dinamita y ahora estuviese esperando el estruendo. Su caída
rompió el silencio. La presión del aire a través del cual caía le devolvió a la fuerza la
respiración a los pulmones. Caía un millón de veces más velozmente que un
meteorito más veloz más veloz que la luz que atraviesa diez mil años y diez mil
mundos y las cosas se volvían más sonoras más ligeras y más terribles. Grandes
globos redondos más voluminosos que el sol más grandes que toda la vía láctea se
aproximaban a él con tanta rapidez que parecían los naipes arrojados de una baraja.
Llegaban y le golpeaban en pleno rostro y estallaban como pompas de jabón para dar
paso al siguiente y al siguiente. Su cerebro trabajaba con tanta rapidez que tenía
tiempo de retroceder ante cada uno y cuando estallaba prepararse para el siguiente
impacto.
Empezó a girar con más velocidad que la hélice de un avión y ese girar producía
ruidos en su cabeza. Oía voces todas las voces del mundo voces que tenían brazos y
piernas voces que se extendían para atraparle y voces que pateaban a su paso. Las
cosas pasaban tan rápidamente ante sus ojos que solo podía ver la luz. Cuando vio la
luz supo que nada era real porque las cosas reales hacen sombras e interceptan la luz.
Y después todo el sonido pareció concentrarse en una voz que llenaba el mundo
entero. Prestó atención a la voz porque ella le había detenido en su caída. Se había
convertido en todo el mundo y el universo y la nada que les circundaba. Era la voz de
una mujer que lloraba y que él había oído antes.
¿Dónde está mi hijo dónde está mi hijo? Es menor de edad ¿no lo ve usted? Hace
una semana llegó de Tucson. Le tuvieron preso por vagabundo y yo he recorrido todo
el camino hasta aquí para recuperarle. Le permiten salir de la cárcel si se une al
ejército. Solo tiene dieciséis años pero es grande y fuerte para su edad. Siempre fue
así. Es demasiado joven. Es una criatura. ¿Dónde está mi niño? Acaba de llegar de
Tucson y he venido para llevarle a casa.
La voz se desvaneció pero ahora él sabía de qué se trataba. Ese niño era Cristo.
No cabía duda alguna. El muchacho era Cristo y venía de Tucson y ahora su madre le
buscaba y lloraba por él. Podía ver a Cristo que venía de Tucson temblando por las
ondas del calor del desierto con túnicas flotantes que surgían de él como en un
espejismo. Cristo venía a la estación de ferrocarril y se sentaba junto a ellos.
Le pareció que debía haber un pequeño cuarto cerca de la estación y que allí
jugaban a las cartas hasta que el tren se pusiera en marcha. No conocía a los otros y
ellos no le conocían a él pero eso no parecía importante. Fuera aullaban las
multitudes y tocaban las bandas y él con cuatro o cinco muchachos en un pequeño
compartimiento tranquilo jugaba a las cartas cuando Cristo llegó de Tucson y se les

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acercó. El tío pelirrojo levantó la mirada y preguntó ¿juegas a las cartas? y Cristo
respondió por supuesto y el tío que parecía un sueco dijo acerca una silla. La mesa
apuesta exclamó el pelirrojo y recuerda antes de la primera carta debes apostar. Cristo
dijo bueno metió la mano en el bolsillo sacó una moneda de un cuarto de dólar y la
puso sobre la mesa.
El pelirrojo empezó a repartir las cartas y todos las miraron salvo el sueco que
gruñía y exclamaba ¡Cristo! qué bien nos vendrían unas bebidas. Cristo le sonrió y
dijo ¿por qué no bebes si tienes tantas ganas? El tío que parecía sueco miró a Cristo y
después a la mesa y realmente había un vaso de whisky junto a su mano derecha.
Entonces todos miraron su mano derecha y había un vaso de whisky junto a cada uno.
Todos miraron a Cristo y el pelirrojo dijo ¿cómo diablos lo has hecho? Cristo se
limitó a sonreír y dijo puedo hacer cualquier cosa pero no me exijáis demasiado. El
que repartía las cartas le tiró una y Cristo la miró como si fuese una mala noticia.
Luego empujó el dinero hacia el que repartía. Nunca pude hacer un doce dijo con voz
compungida. No entiendo por qué un doce debe ser más difícil que un trece ¿verdad?
No debería serlo pero lo es dijo el pelirrojo. No hay ningún misterio dijo el tío que
parecía sueco es cuestión del azar un doce es como cualquier otro número más alto
pero mejor y el que diga otra cosa es un supersticioso. Diablos dijo un muchachito
que iba ganando y probaba el whisky esto es lo mejor del mundo probadlo. Tiene que
ser bueno dijo Cristo mirando su dinero sobre la mesa porque tiene dieciséis años.
De pronto el pelirrojo bajó las cartas y se puso en pie desperezándose y
bostezando. Bueno dijo llaman al tren debo marcharme. Todos debemos marcharnos.
Me matarán el veintisiete de junio y debo despedirme de mi mujer y de mi hijo. El
niño solo tiene un año y ocho meses pero es muy listo diablos quisiera verle cuando
tenga cinco. Me doy cuenta con claridad que me matarán. Acaba de amanecer y todo
es fresco y bello con el sol espléndido y el aire huele bien. Vamos a las trincheras y
como soy sargento debo saltar primero. Apenas asomo la cabeza por el borde una
bala me golpea como un martillazo. Caigo hacia atrás por encima de la trinchera y
trato de decirles a los otros que se marchen sin mí pero no puedo hablar y ellos salen
de todas maneras. Me quedo tendido allí mirando sus piernas que pasan velozmente y
trepan y desaparecen. Pataleo y me retuerzo un rato como un pollo. Luego me aprieto
contra el barro. Esa bala me dio en la garganta así que me acurruco allí en paz y veo
cómo brota la sangre. Después estoy muerto. Pero mi mujer no lo sabe de modo que
tengo que decirle adiós como si pensara en regresar.
Mierda dijo el muchachito que iba ganando hablas como si fueses el único. Nos
matarán a todos para eso estamos aquí. Cristo ya está muerto y ese sueco corpulento
va a coger una gripe y morirá en el campamento y tú que estás en el rincón te harán
volar tan alto que no vas a dejar ni para recuerdo y yo quedaré sepultado en el
derrumbe de una trinchera y luego me asfixiaré ¿no es una muerte horrible?

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De pronto se quedaron en silencio escuchando y el pelirrojo dijo ¿qué es eso? En
alguna parte en el aire muy arriba sonaba una música. Era música tenue e intensa
como un fantasma bajo la luz del sol. Era música pálida blanca tan hermosa tan tenue
y sin embargo tan intensa que todos la escuchaban. Era música como una brisa suave
lenta que encuentra su camino más allá del aire donde solo hay espacio. Era música
tan lánguida tan trémula tan dulce que todos se estremecieron mientras se ponían de
pie y escuchaban. Es la música de la muerte dijo Cristo. La tenue e intensa música de
la muerte.
Todos se quedaron en silencio un instante y después el muchachito que iba
ganando dijo ¿qué diablos hace este aquí? Este no va a morir. Y entonces todos le
miraron. En ese momento no supo qué decir se sentía como quien llega a una fiesta
sin invitación y entonces dijo carraspeando a lo mejor tienes razón pero seré igual a
un muerto. Me volarán los brazos y las piernas y me borrarán el rostro de modo que
no podré ver ni oír ni hablar ni respirar y viviré aunque esté muerto.
Entonces todos le miraron y por fin el tío que parecía un sueco dijo Jesús está más
jodido que nosotros. Hubo otro rato de silencio y todos parecían contemplar al
pelirrojo como si fuera el patrón. Diablos dijo el pelirrojo después de mirarle
fijamente tiene razón dejadle en paz. Y todos subieron al tren.
En el camino hacia el tren el muchachito que iba ganando le dijo a Cristo ¿Cristo
y tú vienes con nosotros? Y Cristo respondió solo os acompañaré un trecho pero no
muy lejos porque tengo que esperar muchos trenes recibir montones de muertos no os
imagináis cuántos. De forma que subieron al tren y Cristo dio un pequeño salto y
cayó encima de la locomotora. Cuando el tren arrancó todos pensaron que el ruido era
el silbato de la locomotora pero no era. Eran los gritos de Cristo encaramado allí
arriba. Así avanzaba el tren gritando con Cristo sobre el techo de la locomotora sus
ropas flotando detrás y gritando con toda su voz. El tren iba tan rápido que lo único
que se podía ver por la ventanilla era una línea entre el cielo y la tierra y nada más.
Muy pronto el tren se encontró en medio de un gran desierto de un amarillo
ardiente que temblaba bajo el sol. Más lejos había una nube una neblina que flotaba
entre el cielo y la tierra pero más cerca de la tierra. Y de la neblina venía Cristo de
Tucson. Cristo flotaba sobre el desierto arrastrando unas túnicas púrpuras mientras las
ondas de calor nadaban en torno suyo.
Al mirar a Cristo allí arriba sobre el desierto no pudo soportar más el tren.
Hombres muertos iban en ese tren. Hombres muertos u hombres vivos y él no era ni
una ni otra cosa así que nada tenía que hacer allí. No tenía nada que hacer en ninguna
parte no había lugar para él había sido olvidado y abandonado y estaba solo para
siempre. Entonces saltó por la ventanilla y empezó a correr hacia Cristo.
El tren de pesadilla seguía avanzando bajo la luz del sol su silbato ululando y los
muertos dentro reían. Pero él estaba solo en el desierto corriendo corriendo hasta que

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sus pulmones dejaron oír un chirrido mientras corría en dirección a Cristo que flotaba
en el calor con sus túnicas púrpuras. Corrió y corrió y corrió y por fin llegó hasta
Cristo. Se arrojó sobre la arena ardiente a los pies de Cristo y empezó a llorar.

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17
Despertó como quien despierta de una borrachera con el cerebro confundido y
brumoso nadando lenta y dolorosamente hacia la realidad. Despertó golpeando la
cabeza sobre la almohada. Ese cabeceo ya formaba parte de su despertar de tal modo
que el primer fulgor de conciencia le sorprendía ya cabeceando y más tarde cuando le
venció el agotamiento y su mente comenzó a nublarse y el sueño trepó por su cuerpo
seguía cabeceando. Yacía sin pensar en nada. Le dolía y palpitaba el cerebro y su
cabeza golpeaba contra la almohada. SOS. Socorro.
Luego cuando su mente se aguzó y comenzó a pensar en lugar de sentir solamente
detuvo el cabeceo y se quedó quieto. Algo muy importante había ocurrido. Tenía una
nueva enfermera de día.
Lo adivinó apenas se abrió la puerta y ella empezó a recorrer la habitación. Sus
pasos eran ligeros mientras que los de la enfermera habitual la vieja eficiente rápida
enfermera de día eran pesados. La nueva enfermera marcó cinco pasos para llegar
junto a su cama. Eso significaba que era más menuda que la otra y seguramente más
joven porque la vibración de sus pasos parecía alegre y vivaz. Por lo que podía
recordar era la primera vez que la vieja enfermera no aparecía a atenderle.
Se quedó muy quieto y muy tenso. Esto era como conocer un nuevo secreto como
abrirse a un nuevo mundo. Sin un momento de vacilación la nueva enfermera le quitó
las mantas. Y después como casi todas las otras que le habían precedido se quedó un
instante inmóvil junto a su cama. Supo que le estaba mirando. Imaginó que
seguramente ya le habían advertido. Sin embargo el espectáculo era posiblemente
mucho peor que cualquier descripción de modo que en el primer momento no pudo
hacer otra cosa que mirarle. Pero después en lugar de volver a cubrirle
apresuradamente con las mantas como hacían algunas o salir huyendo de la
habitación o quedarse de pie sollozando y humedeciendo su pecho con las lágrimas le
puso la mano en la frente. Nadie había hecho eso de esa forma. Quizá nadie había
podido hacerlo. Era como posar la mano cerca de un cáncer abierto algo tan terrible y
enfermante que nadie podía soportar la idea y mucho menos el acto. Sin embargo esta
nueva enfermera de pasos livianos y felices no tenía miedo.
Colocó su mano sobre la frente y él sintió que su mano era joven y pequeña y
húmeda. Puso la mano en la frente y él intentó frotársela con su piel para demostrarle
cuánto apreciaba la forma en que había procedido. Era como descansar después de un
largo trabajo. Casi como dormir era encantador y maravilloso tener esa mano sobre la
frente.
Luego empezó a pensar en las posibilidades de esta nueva enfermera. Por algún
motivo la anterior se había marchado. La anterior nunca había comprendido cuál era
su intención nunca había comprendido que con el resto de sus fuerzas intentaba

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hablarle. No prestaba la menor atención a sus señales salvo para tratar de silenciarlas.
Pero se había marchado y en su lugar tenía una enfermera nueva una joven enfermera
audaz y dulce. Nadie podría saber cuánto tiempo la tendría. Podía marcharse de la
habitación y no volver más. Pero por el momento la tenía y sabía que de alguna forma
ella había percibido lo que él sentía porque de lo contrarío no le hubiese puesto tan
rápidamente la mano en la frente. Si él pudiera cabecear con mucha fuerza clara y
firmemente quizá ella entendería aquello que nadie había considerado importante
tener en cuenta. Podría entender que él hablaba. La vieja enfermera podría volver y
entonces él no volvería oír los pasos de la nueva. Si se marchaba con ella se
desvanecería su última oportunidad. Seguiría el resto de su vida cabeceando
cabeceando cabeceando y nadie comprendería que estaba intentado producir un
milagro. La nueva enfermera era su tregua su pequeñísima oportunidad en todas las
horas y semanas y años de su vida.
Endureció los músculos de su cuello y se preparó una vez más para empezar a
golpear la cabeza contra la almohada. Pero sucedió otra cosa extraña que le detuvo.
Ella le abrió la camisa de modo que su torso quedó al descubierto. Movía la punta de
su dedo contra la piel del pecho. Por un momento él se sintió intrigado incapaz de
comprender qué intentaba hacer. Después concentrando todo su pensamiento en la
piel de su pecho comenzó a comprender que su dedo no se desplazaba al azar. Hacía
un dibujo sobre su piel. Él mismo dibujo una y otra vez. Sabía que había algún
propósito en esa repetición y se puso tenso y alerta para descubrirlo. Como un perro
ansioso que se esfuerza por ser bueno y comprender las órdenes de su amo se quedó
rígido y concentrado en el dibujo que trazaba la enfermera.
Lo primero que advirtió en el dibujo era que no tenía curvas. Solo líneas rectas y
ángulos. Empezaba con una línea recta ascendiente y después bajaba en un ángulo y
volvía a subir en otro ángulo y bajaba en línea recta y se detenía. Repitió el dibujo
una y otra vez ora lenta ora rápidamente y otra vez lentamente. A veces hacía una
pausa al terminar el dibujo y por la extraña comprensión que había surgido entre ellos
supo que sus pausas eran signos de interrogación. Que ella le miraba y le preguntaba
si comprendía y esperaba su respuesta.
Cada vez que hacía una pausa él meneaba la cabeza y luego ella repetía el dibujo
una vez más y de pronto en medio de esa paciente repetición la barrera que les
separaba se rompió súbitamente. Con un impulso instantáneo de aprehensión
entendió el movimiento de su mano. Estaba trazando la letra M sobre la piel de su
pecho. Él asintió rápidamente para comunicarle que entendía y ella le palmeó la
frente alentadoramente como diciéndole qué notable qué bien cómo se esfuerza y
cuán rápidamente aprende. Luego empezó a dibujar otras letras.
Las otras resultaron más fáciles porque él entendía cuál era su propósito. Tensaba
la piel del pecho para poder percibir con mayo nitidez la impresión del dedo. Él

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captaba tan velozmente que algunas de las letras solo tenía que trazarlas una vez. Ella
trazó la letra E y él asintió y la letra R y volvió a asentir con la cabeza y nuevamente
la R y después la letra Y y asintió y entonces hubo una larga pausa. El resto de las
letras se agolparon en su mente como un torrente. La C y la H y la R y la I y la S y la
T y la M y la A y la S y todo eso decía merry Christmas.
Feliz Navidad feliz Navidad feliz Navidad.
Ahora comprendía. La vieja enfermera se había marchado a pasar las Navidades
lejos de él y esta nueva enfermera esta joven hermosa encantadora comprensiva
enfermera le deseaba feliz Navidad. Cabeceó frenéticamente y ese movimiento
significaba feliz Navidad para usted feliz Navidad oh feliz Navidad.
Con una especie de histérica felicidad pensó cuatro años tal vez cinco no sé
cuántos años pero he estado solo todo ese tiempo. Todo mi trabajo está perdido mi
forma de registrar el tiempo olvidada pero no importa porque ya no estoy solo. Los
años y años y años que había pasado solo y ahora por primera vez alguien llegaba a él
le hablaba le decía feliz Navidad. Era como una enceguecedora luz blanca en medio
de la oscuridad. Como un gigantesco magnifico sonido en medio del silencio. Como
una gran carcajada en medio de la muerte. Era Navidad y alguien se había abierto
paso hasta él y le deseaba feliz Navidad.
Oyó el sonido de las campanillas en los trineos y el crepitar de la nieve y vio
velas en las ventanas brillando cálidas y amarillas sobre la nieve y había guirnaldas
de acebo con bayas rojas anidando en ellas como carbones encendidos y en lo alto
había un cielo claro con nítidas estrellitas azules y blancas y un sentimiento de paz y
alegría y alivio porque era Navidad. Le habían hecho volver al mundo.
Feliz Navidad feliz Navidad feliz Navidad.

En toda la casa vísperas de Navidad todas las criaturas en silencio ni


siquiera el bullicio de un ratón. Los calcetines penden con cautela junto al
hogar esperando la pronta llegada de San Nicolás…

Todas las vísperas de Navidad desde que él recordaba su madre leía un poema.
Aun cuando ya era demasiado grande como para creer en Santa Claus cuando ya era
un hombre de dieciséis o diecisiete años su madre seguía leyendo el poema. Al
principio cuando estaban todos juntos era maravilloso escucharla. Se reunían en la
sala de la casa en Shale City las vísperas de Navidad antes de dormir para escuchar a
su madre recitar el poema. Su padre trabajaba hasta muy tarde en la tienda atendiendo
los últimos pedidos navideños pero a las diez de la noche el almacén cerraba y su
padre volvía a casa. Afuera nevaba y hacía frío pero la sala estaba siempre tibia y de
la base de la panzuda estufa de carbón se desprendía un cálido resplandor polvoriento
y anaranjado.

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Elizabeth era muy pequeña y dormía en su cama pero Catherine estaba allí y su
padre y su madre y él. Catherine llevaba camisón y sus ropas se apilaban junto a la
estufa para que estuvieran tibias para la mañana siguiente cuando se vistiera. No
tenían hogar de modo que usaban una silla a modo de repisa. Sobre la silla colgaban
sus calcetines el de su padre el de su madre el de Catherine el suyo y el minúsculo
escarpín de Elizabeth. Su padre se reclinaba en el sillón Morris y Catherine se
recostaba contra sus piernas. Su madre ocupaba el otro sillón con el libro abierto. No
era fácil imaginar por qué su madre leía el poema dado que todos lo conocían de
memoria. Pero quizá era una costumbre. Él se acurrucaba en el suelo con las manos
alrededor de las piernas y contemplaba la puerta de la estufa donde las llamas
saltaban detrás de las ventanas de mica.

La luna en el seno de la nieve reciente daba un esplendor meridiano a los


terrenales entes cuando ante mis ojos errantes no eran más que un menudo
trineo y ocho minúsculos renos…

Ninguno de ellos olvidó jamás el poema. Podían recitarlo íntegro en cualquier


momento del año porque era el poema de Navidad. Al oírlo parecía que un delicioso
aire de misterio se filtrara en la sala. Cada miembro de la familia tenía un pequeño
escondite para los regalos en algún sitio de la casa donde los otros no los pudieran
ver. Era muy deshonesto andar espiando el día antes de Navidad de modo que nadie
lo hacía pero no había nada de malo en especular acerca de dónde podían estar.
El rostro de su madre mientras leía parecía asumir un cálido resplandor de
felicidad. Estaba allí en su casa rodeada por su familia y todos estaban vivos y era
Navidad y ella leía el poema que había leído siempre. Era tan cálido tan seguro tan
reconfortante estar en casa en Navidad en una bonita sala con una buena estufa sentir
de algún modo que aquí había un oasis en el desierto un sitio seguro para siempre un
sitio único nunca dañado nunca invadido. Y ahora… qué haría su madre esta noche…
su padre muerto y él lejano y nuevamente era víspera de Navidad. Se preguntó si en
algún lugar del mundo su madre estaría leyendo el poema en este momento. Casi
podía oír su voz temblar excitada cuando se acercaba a su culminación.

Ahora enérgico ahora danzarín ahora altivo y sereno —en cometa en


Cupido con apremio tempestuoso— de lo alto del soportal a lo alto de la
pared ahora salpica salpica lo salpica todo…

Los ojos pardos de Catherine miraban fijamente desde su refugio junto a los pies
de su padre miraban sobriamente aunque centelleaban con pequeños fulgores de
emoción. Los ojos de su padre se velaban como si se hubiesen replegado un poco e

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imaginaran la escena desde su adultez. Había vivacidad en el rostro de su madre y su
voz era triunfante cuando llegaba la parte en que Santa Claus se deslizaba por la
chimenea y sacudía la cabeza y se ponía a trabajar con su pequeña barriga trémula de
risa. Y después la parte en que se llevaba un dedo al costado de la nariz hacía un
movimiento con la cabeza y la chimenea subía. Después el tejado desde donde se
podía escuchar a los renos que raspaban con sus patitas ansiosos por levantar vuelo
hacia la próxima casa.

Saltó en su trineo a su equipo un silbido dio y lejos todos volaron cual


semillas de amargón. Pero le oí exclamar antes de partir Feliz Navidad a
todos y a todos buenas noches…

Mientras la voz de su madre se apagaba todos se quedaban un momento en


silencio. Nadie decía una palabra porque todavía faltaba algo. Su madre hacía a un
lado el libro de poemas y buscaba otro libro. Tenía una marca en la biblia y allí la
abría y volvía a leer. Leía la historia del pequeño cristo del niño Jesús y de cómo
había nacido en un pesebre y cómo la estrella brillaba sobre Belén y cómo los reyes
magos llegaron hasta él y todos los ángeles del cielo esa noche se acercaron a la tierra
para cantar a la paz y al niño Jesús y a la buena voluntad entre los hombres.
Podía escuchar su voz leyendo suave y reverentemente. Las palabras brotaban
como una música de sus labios. Era extraño que él nunca hubiese leído la historia
bíblica de la Navidad. Solo la había escuchado cuando la leía su madre. No podía
recordar las palabras pero aún podía rememorar las imágenes que acudían a su mente
mientras su madre leía. Conocía la historia de memoria.
Todo el mundo iba a Belén porque era la época de pagar impuestos y tenían que
presentarse ante la corte y registrarse y pagar. La afluencia había sido constante
durante todo el día y ahora de noche el pueblo estaba lleno de gente. Entre los que
venían había un hombre de nombre José carpintero en el pueblo de Nazareth.
José había tenido que terminar con diversos quehaceres domésticos antes de
marcharse y María su mujer estaba encinta y no pudo ayudarle así que llegaron tarde.
Cuando alcanzaron los alrededores de Belén ya había oscurecido. José conducía el
burro por las riendas y la pobre muchacha María de ojos remotos cabalgaba deseando
llegar pronto porque ya sentía los dolores y sabía que no faltaba mucho tiempo. Era
su primer hijo y ella no sabía qué hacer cuando se acercara el momento.
Apenas llegaron al pueblo José empezó a recorrer los hospedajes baratos. No era
muy hábil para ganar dinero y apenas tenían lo suficiente para pagar sus impuestos y
una noche de albergue. Iban de hostal en hostal mientras María se asustaba cada vez
más a medida que se intensificaban sus dolores pero todos los hostales estaban llenos
porque hasta en aquel entonces había mucha gente pobre y todos habían alquilado

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antes que José los alojamientos baratos. Por último contaron su dinero y José resolvió
intentar en un hotel. Podían obtener una habitación interior y quizá él podría realizar
algún trabajito en la casa por la mañana si el dinero no alcanzaba.
Pero el hotel también estaba repleto.
Entonces José habló muy seriamente con el gerente del hotel. Vea le dijo vengo
desde muy lejos y tengo a mi mujer conmigo que va a tener un niño. Mírela ahí sobre
el burro. Es muy joven y está asustada. Para empezar no tendría que haber venido
pero no podía dejarla sola y no pude arreglarlo para que alguien se quedase con ella
por la noche porque están todos aquí pagando sus impuestos. Tengo que encontrar un
sitio para que ella duerma. Eso es todo.
El gerente del hotel se asomó a la oscuridad y vio el rostro blanco e inquieto de
María. Es bonita pensó y también está asustada como dice su marido. Pero qué
embrollo si llega a tener ese niño la gente sin medios no debería tener hijos pero ¿qué
le vamos a hacer? Está bien le dijo a José. Creo que puedo encontrar un sitio para
usted. ¿Ve ese pasaje allí? Sígalo todo recto y llegará al granero. En el fondo hay un
pesebre. Haré que uno de los muchachos ponga un poco de heno y le resultará
cómodo. No tengo inconveniente en decirle que espero que no tenga el niño aquí esta
noche porque si grita inquietará a mis huéspedes toda gente de categoría incluso tres
senadores romanos. Pero vaya usted.
José agradeció y fue a buscar a María. ¡Ah! casi me olvidaba gritó el hotelero no
encienda fuego porque mi seguro lo prohíbe y no quiero que me lo cancelen. José
gritó que no se preocupara que sería muy cuidadoso y el hotelero volvió al calor del
fuego y se quedó un rato pensando es una vergüenza que a la gente se le ocurra parir
en cualquier parte hace frío esta noche confío en que ella no haga un escándalo.
En el pesebre José encendió una linterna y preparó un bonito lecho de heno y
María se tendió allí y tuvo su pequeño. Era un niño. Le envolvieron en una manta que
habían traído especialmente y María que era una joven sana y fuerte abrazaba a su
pequeño con fuerza. Sabía que sería un varón le dijo a José. ¿Qué nombre le
pondremos? preguntó José. Creo que desearía llamarle Jesús dijo ella. Miró
fugazmente al pequeño y luego a José. Sus ojos ya no reflejaban miedo en sus labios
había una sonrisa.
Pero José que les contemplaba a ambos no sonreía. María lo advirtió y dijo ¿qué
te ocurre José? no pareces feliz es un hermoso niño mira esas manos regordetas ¿por
qué no sonríes? Y José respondió una luz rodea la cabeza de nuestro pequeño. Un
resplandor suave como la luz de la luna. María asintió como si no le causara la menor
sorpresa y dijo pienso que debe haber una luz como esa alrededor de la cabeza de
todos los recién nacidos porque acaban de venir del cielo. Y José dijo con voz
desfalleciente como si de pronto hubiera perdido algo también tú tienes una luz
alrededor de la cabeza.

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En las colinas más allá de Belén un pastor de ovejas intentaba descansar. Las
ovejas estaban echadas y la gente que había acudido a Belén de todas partes había
provocado una agitación tan grande que con seguridad los lobos se habrían retirado
asustados en dirección a las montañas de modo que podría dormir un rato sin peligro.
Dormía cuando súbitamente se despertó por una luz que brillaba sobre su rostro.
Abrió los ojos y miró a su alrededor. Por un instante no pudo ver nada porque la luz
de la estrella le había cegado. Cuando por fin pudo recuperarse vio una estrella
suspendida a baja altura en el cielo de Belén. Una estrella tan cercana que casi se la
podía alcanzar y tocar y tan brillante que iluminaba todo el pueblo. Los muros y los
tejados de Belén se recortaban nítidos y claros y blancos y en el cerro en torno suyo
pudo ver sus ovejas como terrones de plata sobre la tierra.
Luego oyó ruidos en el camino y miró a la izquierda. Al pie del cerro donde el
camino se curvaba hacia Belén vio tres camellos con tres jinetes. Por sus ropas el
pastor dedujo que eran forasteros. Los adornos de plata de sus sillas de montar
reflejaban la luz de la estrella de Belén. Les observó un instante pensando que
parecían muy ricos como para tener que pagar impuestos y entonces oyó la música.
El aire se pobló de ángeles que cantaban a la luz de la estrella. Esta noche cantaban
en el pueblo de Belén ha nacido un niño que será el salvador del mundo. Es el
príncipe de la paz y el hijo de Dios y su nombre es Jesús. Paz en la tierra y buena
voluntad entre los hombres. Alegraos todos y cantad con los ángeles porque esta
noche ha nacido el salvador. Paz paz paz en la tierra y buena voluntad entre los
hombres.
El pastor de ovejas no estaba habituado a que los ángeles cantaran en el cielo
justamente en el sitio donde él trabajaba. Por lo tanto supo que se trataba de una
especie de milagro y se arrodilló y bajó la cabeza en oración. Durante un largo rato
no elevó los ojos aunque temía que todo ese ruido pudiera espantar a sus ovejas y se
viera obligado a pasar la noche buscándolas.
Muy lejos en Roma un hombre en un palacio se revolvió en su sueño. Casi
despertó y luego volvió a adormecerse preguntándose entre sueños por qué estaba
inquieto. En el pesebre de Belén María escuchaba a los ángeles y no parecía sentirse
tan feliz como cuando vio a su niño por primera vez. Miraba fijamente a los reyes
magos que habían acudido con sus regalos. Abrazaba con fuerza a su pequeño. Sus
ojos estaban llenos de dolor y miedo por el niño.

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18
Cuando por fin se obligó sus pensamientos a apartar de la Navidad la feliz
Navidad comenzó a cabecear nuevamente. Solo que esta vez cabeceaba con firmeza
con vigor lleno de esperanza y convicción porque se daba cuenta de que esta nueva
enfermera esta maravillosa nueva enfermera se esforzaba en pensar tanto como él y
en la misma cosa. Sabía claramente como si ella se lo hubiese dicho que estaba
resuelta a quebrar el silencio que se interponía entre él como un hombre muerto y él
como un hombre vivo. En la medida en que ya había pensado en una forma de
hablarle sabía que prestaría atención cuando él intentara responder. Las otras
demasiado ocupadas o exhaustas o bien no muy inteligentes no habían sido capaces
de comprender su intención. Habían considerado su cabeceo como un tic nervioso
como una enfermedad como el capricho de un niño o un síntoma de locura. Todo
menos como un significado real todo menos como un grito desde la oscuridad una
voz desde la muerte una súplica silenciosa de amistad y de alguien con quien hablar.
Pero la nueva enfermera le entendería y le ayudaría.
Cabeceó con mucho cuidado muy lentamente para demostrarle que había un
método en lo que hacía. Del mismo modo que ella había repetido el dibujo de la letra
M sobre su pecho una y otra vez así comunicaba él ahora su señal de angustia
mediante el cabeceo. Pero lenta… tan lentamente. Punto punto punto punto punto
punto punto punto. SOS. Socorro. La repitió una y otra vez De tanto en tanto se
detenía al completar la señal. Ese era su signo de interrogación de mismo modo que
las pausas habían sido un signo de interrogación para ella. Se detenía e intentaba
conceder una expresión expectante a todo aquello que era visible de él su pelo y la
mitad de la frente encima de la máscara. Luego al no recibir respuesta recomenzaba.
Y mientras seguía cabeceando sabía que ella estaba cerca observando y pensando.
Después de un largo rato de esperar y observar y pensar ella comenzó a hacer
cosas. Las hacía muy deliberadamente tan deliberadamente que hasta sus
movimientos parecían pensativos. Primero deslizó el orinal bajo las mantas
colocándolo junto a su cuerpo para que él pudiera reconocerlo. Él sacudió la cabeza.
Se llevo el orinal y trajo la bacinilla. Él sacudió la cabeza. Ella retiró la bacinilla.
Ahora no había vacilación en sus movimientos. Parecía tener pensado cada
movimiento antes de completar el anterior. Trabajaba con habilidad e inteligencia
para eliminar una por una todas las posibles causas de su cabeceo sin pausas
intermedias. Él comprendió que mientras estaba a su lado observando y pensando
había elaborado un plan que ahora ponía en práctica de la manera más directa posible.
Le quitó la manta dejándole solo con una sábana. Él sacudió la cabeza. Volvió a
poner la manta y colocó otra encima para abrigarle más. Él sacudió la cabeza. Había
detenido el cabeceo esperando atentamente a que ella llevara a cabo su plan. Ella le

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descubrió totalmente y le modificó la posición del tubo en su garganta. Él sacudió la
cabeza. Dio una palmada sobre la venda en su costado. Él sacudió la cabeza. Sacudió
la cabeza y se asombró de conservar la sensatez que exigía hacerlo dado que estaba
tan excitado que apenas podía pensar. Ella le levantó la camisa que le cubría y
comenzó a trotarle el cuerpo lentamente. Él sacudió la cabeza. Volvió a cubrirle y se
dirigió hacia la cabecera de la cama. Le frotó la frente apaciguadoramente. Él sacudió
la cabeza. Le alisó el pelo le rascó el cráneo y le masajeó los nudillos. Él sacudió la
cabeza. Le aflojó la cuerda que sujetaba la máscara sobre su rostro. Él sacudió la
cabeza. Levanto la máscara y le abanicó suavemente para que entrase aire y
asegurarse de que no se pegaba. Él sacudió la cabeza. Dejó caer la máscara y no hizo
nada más. Él sintió que estaba en pie junto a la cabecera de la cama mirándole
atentamente tan alerta y ansiosa como él. Había hecho todo cuanto se le había
ocurrido y ahora estaba en pie quieta como diciéndole ahora le toca a usted por favor
haga todo lo posible por explicarme y yo haré todo lo posible por comprender.
Él empezó a cabecear nuevamente.
Le pareció que su respiración se detenía. Le pareció que su corazón se detenía y
que la sangre de su cuerpo se congelaba. Le pareció que la única cosa viviente en el
mundo era su cabeza mientras la golpeaba una y otra vez contra su almohada. Sabía
que era ahora o nunca. No valía la pena engañarse. Todo debía decidirse en este
instante en este mismo instante. Nunca más volvería a tener una enfermera como esta.
Dentro de cinco minutos podría dar la vuelta y marcharse de la habitación para no
regresar nunca. Cuando se marchara se llevaría su vida con ella se llevaría la locura la
soledad y todos sus gritos silenciosos dejados de la mano de Dios y no lo sabría
nunca. Nunca escucharía esos gritos. Simplemente se marcharía y él quedaría
olvidado. Ella era la soledad y la amistad era la vida y la muerte y ahora aguardaba
inmóvil que él le dijese qué quería.
Mientras cabeceaba rezaba. Nunca había tenido muy en cuenta la oración pero
ahora sí. Se decía oh Dios por favor haz que comprenda lo que intento decirle. He
estado tanto tiempo solo Dios he estado aquí años y años ahogándome asfixiándome
muerto en vida como un hombre que ha sido enterrado en un ataúd bajo la tierra y se
despierta y grita estoy vivo estoy vivo estoy vivo déjenme salir levanten la tapa
quiten la tierra de encima por favor Cristo misericordioso ayúdame pero no hay nadie
que lo pueda oír así que está muerto. Sé que estás muy ocupado Dios sé que hay
millones de personas que rezan una plegaria por minuto por hora por algo que
necesitan sé que hay mucha gente importante que te pide cosas grandes que se
refieren a naciones y continentes enteros y tal vez a todo el mundo. Lo sé Dios y
comprendo que no respondas inmediatamente nadie es perfecto pero lo que te pido es
tan insignificante. Si te pidiese por ejemplo un millón de dólares o un yate particular
o un rascacielos comprendería que no me lo otorgaras porque no hay tantos dólares ni

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tantos yates ni tantos rascacielos. Pero solo quiero que cojas una pequeña idea que
está en mi mente y la pongas en la mente de ella que está solo a dos o tres pies de
distancia. Es todo lo que quiero Dios. La idea es tan pequeña tan liviana que hasta un
colibrí podría llevarla una mariposa nocturna una mosca el aliento de un niño. Se
puede hacer en muy poco tiempo y no puedo expresar cuánto significa para mí.
Sinceramente no te lo pediría Dios pero es una cosita tan insignificante. Tan
insignificante…
Sintió el dedo de ella contra su frente.
Asintió.
Sintió que el dedo de ella golpeaba cuatro veces su frente. Esa es la letra H pensó
pero ella no lo sabe no tiene idea golpea para comprobar si es eso lo que quiero.
Asintió.
Asintió con tanta fuerza que sintió dolor en el cuello y le pareció que la cabeza le
daba vueltas. Asintió con tanta fuerza que toda la cama se estremeció.
Oh gracias Dios pensó. Ella entiende tú le has puesto la idea en la mente cuando
te lo pedí gracias. Gracias gracias gracias.
Sintió que la mano de ella le oprimió la frente por un momento como
tranquilizándole. Después advirtió la vibración de sus pasos que se alejaban
rápidamente. Imaginó que salía de prisa de la habitación para decirlo a los demás. La
puerta se cerró con estrépito. El sonido repercutió en los resortes del colchón
metálico como un impacto eléctrico. Se había marchado.
Se quedó tendido asombrado al comprobar cuán exhausto estaba. Era como si
hubiese trabajado tres noches consecutivas en la panadería durante el verano cuando
no podía dormir de día. Se le había acabado el aliento le palpitaba la cabeza y tenía
todos los músculos del cuerpo resentidos. Sin embargo por dentro todo era una fiesta
con confetis banderas que ondeaban en lo alto bandas de música que marchaban a
paso ligero en línea recta hacia el sol. Lo había logrado había tenido éxito la tarea
estaba cumplida y aun cuando yaciera perfectamente inmóvil absolutamente agotado
le parecía ver al mundo entero a sus pies. No había forma de decirlo de pensarlo de
imaginarlo. Se sentía tan feliz.
Era como si todos los hombres del mundo los dos mil millones de seres humanos
le hubiesen cerrado la tapa de su ataúd pisoteando la tierra hasta solidificarla sobre la
tapa apilando grandes piedras sobre la tierra para mantenerle allí. Y sin embargo él
había salido. Había levantado la tapa había excavado la tierra había lanzado al aire el
granito como si fuese un bola de nieve y ahora se encontraba en la superficie de pie
en el aire saltando y a cada paso se elevaba millas por encima del suelo. Era distinto a
todos los que habían vivido. Había hecho tanto que era como un dios.
Los médicos que traían a sus amigos para que le viesen ya no podrían decir he
aquí un hombre que ha vivido sin brazos piernas oídos ojos nariz boca ¿no es

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extraordinario? Dirían he aquí un hombre que piensa. He aquí un hombre que yace en
su cama con un solo fragmento de carne que le mantiene vivo y sin embargo pensó en
una forma de hablar. Escuchadle. Como veis su mente está intacta habla como tú y
como yo es una persona tiene una identidad es parte del mundo. Y es parte del mundo
únicamente porque por sí solo tal vez con la ayuda de una plegaria y un dios imaginó
una forma de hablar. Miradle y luego permitidnos que os preguntemos si eso no es
aún más maravilloso que todas las espléndidas operaciones que realizamos sobre su
tronco mutilado.
Ahora supo que nunca en su vida había sido realmente feliz. Hubo veces en que
pensó que era feliz pero ninguna se parecía a esta. En una ocasión se pasó un año
entero deseando un juego de piezas para edificar distintas casas y maquinarias y en
Navidad se lo regalaron. Probablemente ese fue el momento más feliz de su infancia.
También hubo un momento en que Kareen le dijo que le amaba y ese fue el instante
más feliz que conoció hasta que explotó la granada y le apartó del mundo. Pero esta
felicidad esta nueva salvaje frenética felicidad era más grande que cualquier otra que
pudiera concebir. Era algo tan absoluto tan imponente tan fuera del mundo que le
provocó los efectos de un delirio. Sus piernas destrozadas y mutiladas se irguieron y
bailaron. Sus brazos pudriéndose durante esos cinco seis siete años se movían
fantásticamente libres a su costado siguiendo el ritmo de la danza. Los ojos que le
habían arrebatado miraron desde el montón de basura donde habían sido confinados y
vieron todas las bellezas del mundo. Los oídos hechos pedazos y llenos de silencio de
pronto captaron una música. La boca que le habían serruchado y ahora estaba llena de
polvo volvió a cantar. Porque lo había logrado. Había alcanzado lo imposible. Les
había hablado como Dios desde una nube desde una densa nube y ahora flotaba
encima de la nube y era nuevamente un hombre.
Y la enfermera…
Podía imaginarla corriendo por los pasillos. Podía oírla alborotando como un
fantasma ruidoso por los pasillos de la muerte. Podía sentirla corriendo de pabellón
en pabellón desde el pabellón de los lisiados al de los sordos al de los ciegos al de los
mudos reuniendo a todo el personal del hospital comunicándoles el milagro ocurrido.
Podía oír su voz mientras les contaba que en una pequeña habitación apartada del
resto del hospital se había levantado la tapa de un ataúd se había desplazado la piedra
que sellaba una tumba y un hombre muerto cabeceaba y hablaba. Los muertos no
habían hablado nunca. Nunca desde la muerte de Lázaro y Lázaro no había dicho
nada. Ahora él les diría todo. Hablaría desde los muertos. Hablaría en nombre de los
muertos. Les contaría todos los secretos de los muertos. Y mientras pensaba en lo que
les diría la enfermera corría corría corría por los pabellones y los pasillos de piso en
piso desde el sótano al desván por todo ese enorme sitio de donde habían salido
tantos muertos. Al igual que el ángel Gabriel haría sonar su trompeta diciéndoles que

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se acercaran y escucharan la voz de los muertos.
Mientras esperaba que toda esa gente llegara hasta él podía sentir su presencia
como un actor debe sentir la presencia de un millar de personas en el momento en
que está a punto de levantarse el telón. Podía sentir las vibraciones de sus pasos
decenas de pasos que se agolpaban en su habitación. Podía sentir que empujaban su
cama de un lado a otro porque en su ansiedad se apretaban contra ella. Los resortes de
su cama parecían emitir un constante zumbido a medida que sus visitantes cambiaban
de posición para poder contemplar mejor al muerto que hablaba. La temperatura de la
habitación se volvió más cálida tanto que pudo sentir el calor de sus cuerpos apiñados
en la piel de su cuello y la mitad de su frente descubierta por encima de la máscara.
Después se abrió la puerta. Sintió la vibración de unos pasos livianos los pasos de
la enfermera. Intentó oír los otros. Percibió la vibración de otro paso más pesado que
pertenecía a un hombre. Esperó a los demás esperó la vibración de los resortes. Pero
todo estaba tranquilo. Todo estaba inmóvil. No había nadie en la habitación para
presenciar el gran evento. Solo él y su enfermera y este desconocido de pesados
pasos. Nadie más que ellos tres. Sintió una extraña congoja que surgía del desengaño
tanta indiferencia hacia un acontecimiento tan importante. Y después recordó que
para él había algo más significativo que las multitudes. Se quedó rígido quieto más
parecido a un muerto que nunca. Se quedó allí esperando una respuesta.
Un dedo salió de la oscuridad un dedo tan enorme que golpeó sobre su frente con
el estrépito de un martinete. Repercutió en su cerebro como un trueno en una caverna.
El dedo empezó a repiquetear…

.-- .... .- -
WHAT
-.. ---
DO
-.-- --- ..-
YOU
.-- .- -. -
WANT
(¿Qué quieres?)

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19
Cuando entendió la pregunta cuando tuvo la seguridad de haberla interpretado
correctamente permaneció inmóvil un instante. Era como estar sentado en una
habitación silenciosa aguardando a alguien muy importante a alguien a quien se ha
esperado mucho tiempo y de pronto escuchar que llaman a la puerta. Por un instante
vacilas y te preguntas quién puede ser y qué quiere y por qué ha venido. Por un
segundo sientes temor porque aunque hayas esperado años nunca creíste realmente
que llegara. Luego te pones en pie y abres la puerta al principio solo una rendija
preparándote para el impacto del desengaño cuando descubras que no es la persona
que esperabas. Pero cuando encuentras que lo imposible ha ocurrido que el visitante
que aguardabas con tanta expectativa ha llegado sientes tanto alivio tanta sorpresa
que no sabes qué decir ni por dónde empezar.
¿Qué quería?
Era como alguien que anhela el mar y un barco y de pronto le dieran su barco y
luego le preguntaran adónde quería ir. Como nunca había esperado el barco sino que
había pasado el tiempo deseándolo no se había preguntado jamás qué haría con él
cuando lo tuviera. Nunca había confiado realmente en lograrlo había pasado tanto
tiempo y a él le había costado tanto hacerse entender. No había sido más que una idea
una esperanza y un trabajo y cuanto más difícil se volvía más importancia asumía
hasta que por fin casi le volvía loco. Pero hasta hacía una hora no había imaginado
que lo lograría. Ahora lo había conseguido. Estaba hecho y le preguntaban qué
quería. Y aunque todo cuanto le quedaba de vida parecía depender de esa respuesta
no podía articular sus pensamientos no lograba formular algo que tuviese sentido para
él y mucho menos para los demás.
Entonces lo pensó de otra forma. Tal vez no se trataba de lo que él quería sino de
aquello que podían darle. Así era. ¿Y qué podían darle? Empezó a sentirse agraviado
por la pregunta misma y la forma en que la habían transmitido y la ignorancia que
subyacía en ella. ¿Qué se creían y qué pensaban que podían darle que él quisiera?
¿Pensaban que pediría un helado? ¿Pensaban que pediría un buen libro y un fuego en
la chimenea y un gato ronroneando? ¿Pensaban que pediría ir a un cine y después a
un bar para beber una buena limonada fresca? ¿Pensaban que pediría lecciones de
baile o un par de binóculos o un curso de piano? Imagina qué sorpresa se van a llevar
tus amigos.
Tal vez pensaban que quería un traje nuevo o una camisa de seda. Tal vez
esperaban que se quejara porque la cama era un poco dura y por favor deme un vaso
de agua. Quizá pensaran que pediría un cambio de menú. El café que introducen por
el tubo últimamente necesita un poco más de azúcar resulta amargo a mis intestinos
de modo que por favor agreguen media cucharadita de azúcar y por favor revuélvanlo

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bien. La cubierta del colchón está demasiado húmeda y necesita que la ventilen. Creo
que me apetecería un dulce de chocolate. La próxima vez que echen el alimento por
ese tubo metan un poco de dulce de chocolate no demasiado azucarado ni demasiado
fuerte sino suave y ligeramente tibio me he pasado esperando todos estos años y
cabeceando todos estos meses porque me apetece tanto el dulce de chocolate.
Deberían saber qué era lo que deseaba estos hijos de puta y deberían saber que no
se lo podían dar. Quería las cosas que a ellos les parecían naturales las cosas que
nadie podría darle jamás. Quería ojos para ver. Dos ojos para ver el sol y la luna y las
montañas azules y los altos árboles y las pequeñas hormigas y las casas donde vivía
gente y las flores abriéndose por la mañana y la nieve sobre la tierra y los arroyos y
los trenes que van y vienen y la gente por la calle y un cachorro que juega con un
viejo zapato desafiándole y gruñendo y retorciendo y amenazando y moviendo el
rabo y tomándose al zapato muy en serio. Quería una nariz para oler la lluvia y la
leña en el fuego y la comida y el tenue perfume que perdura en el aire cuando pasa
una muchacha. Quería una boca para poder comer y hablar y reír y saborear y besar.
Quería brazos y piernas para poder trabajar y caminar y ser como un hombre como un
ser viviente.
¿Qué quería? ¿Qué podía desear? ¿Había algo que alguien pudiese darle?
La respuesta cayó sobre él con violencia y aullando como un torrente de agua que
fluye por una compuerta rota. Quería salir. Ante la sola idea sintió que su corazón se
aceleraba y su carne se ponía tensa. Quería salir. Quería salir para poder sentir el aire
fresco en su piel e imaginar aunque no pudiese olerlo que venía de las montañas o de
las ciudades o de los campos. Quería salir para poder sentir la gente a su alrededor.
No importaba que no pudiera verles oírles hablarles. Si salía por lo menos sabría que
estaba entre ellos y no encerrado en una habitación aparte. No era justo que
encerraran a un hombre en una habitación. No era justo que fuese un eterno
prisionero. Un hombre necesitaba estar entre otros hombres. Toda cosa viviente
necesitaba estar entre sus iguales. Él era un hombre una parte de la humanidad y
quería que le llevaran fuera para sentir a otros hombres en derredor.
Déjenme salir pensó eso es todo lo que quiero. He estado acostado aquí años y
años en una habitación en una cama en una pequeña envoltura de piel. Ahora quiero
salir. Tengo que salir. No pueden tener a un hombre preso así. Tiene que estar
haciendo algo para verificar que aún vive. Aquí soy un prisionero y no tienen derecho
a retenerme porque no he hecho nada malo. Una habitación una cama como en una
cárcel como en un asilo como en una tumba con seis pies de tierra encima. No
comprenden que un hombre no puede soportar todo esto sin volverse loco. Me asfixio
y no puedo asfixiarme más no puedo soportarlo. Si tuviera brazos podría moverme
podría empujar las paredes para ensancharlas podría retirar las mantas podría ir a un
sitio más grande. Si tuviera voz podría gritar y clamar pidiendo ayuda podría hablar

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conmigo mismo y hacerme compañía. Si tuviera piernas podría correr podría
marcharme podría salir hacia un sitio donde haya aire donde haya espacio donde no
me esté ahogando en un agujero. Pero no tengo ninguna de esas cosas no puedo hacer
ninguna de esas cosas así que ustedes deben ayudarme. Deben ayudarme de prisa
porque por dentro me estoy volviendo loco sufro como ustedes no pueden imaginar.
Dentro de mí grito y aúllo y empujo y lucho en busca de espacio de aire para escapar
del ahogo. De modo que déjenme salir donde pueda sentir el aire y sentir la gente.
Por favor déjenme salir donde tenga espacio para respirar. Déjenme salir de aquí y
llévenme de nuevo al mundo.
Estaba a punto de comenzar a cabecear en un torrente de puntos y rayas cuando se
le ocurrió que podrían surgir dificultades. Después de todo él no era un tío común que
podía ser liberado de una cárcel cualquiera para llevar una vida corriente. Era un caso
muy excepcional. Toda su vida en cualquier parte que estuviese alguien debería
ocuparse de él. Eso significaba dinero y él no tenía dinero de modo que se convertiría
en una carga para la gente. El gobierno o quien quiera que se ocupara de él
probablemente no tenía dinero para tirar mimando a un tío ni gastaría una fortuna
para atenderle de modo que pudiera sentir el aire y la presencia de la gente a su
alrededor. Eso podría tener sentido para ciertas personas pero el gobierno nunca lo
comprendería. El gobierno diría está loco ¿dónde se ha visto a un tío sin brazos
piernas ojos oídos nariz y boca que se entretenga entre gente a la que no puede ver ni
oír ni hablar? El gobierno diría todo eso es una locura y al diablo con él es mejor que
se quede donde está y además ya cuesta demasiado dinero.
Y entonces comprendió que estaba en su poder ganar dinero mucho dinero
suficiente para pagar sus propios gastos y los gastos de las personas que se ocuparan
de él. En lugar de ser una carga o una molestia para el gobierno hasta podría
representarle dinero. La gente siempre estaba dispuesta a pagar para ver cosas raras
siempre se mostraba interesada en los espectáculos terribles y con seguridad en
ninguna parte de la tierra existía un ser viviente más terrible que él. Una vez vio el
espectáculo de un hombre que se convertía en piedra. Si le dabas un golpe en el brazo
con una moneda sonaba como mármol. Eso era terrible pero no tan terrible como él.
Sin embargo el hombre que se convertía en piedra se ganaba la vida y hacía dinero
suficiente para pagar a alguien que le atendiera. Él podría hacer lo mismo. Si le
dejaban salir él podría encargarse de todo.
Y también de una manera indirecta sería útil. Sería un espectáculo educativo. La
gente aprendería mucha anatomía pero también todo aquello que había que saber
sobre la guerra. Sería una cosa concentrar el sentido de la guerra en un torso mutilado
y exhibirlo para que la gente pudiera ver la diferencia entre la guerra que aparece en
los titulares de los periódicos y en los empréstitos de libertad y la guerra que se pelea
solitariamente en el barro una guerra entre un hombre y un proyectil altamente

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explosivo. De pronto se inflamó con la idea se excitó tanto que olvidó su ansia de aire
y gente. Esta nueva idea era tan maravillosa. Se exhibiría para mostrar a todos los
pobres diablos lo que podía ocurrirles y al hacerlo sería libre y autosuficiente. Haría
un favor a todos incluso a sí mismo. Se exhibiría ante los pobres diablos y sus madres
y padres y hermanos y hermanas y mujeres y novias y abuelos y abuelas y llevaría un
anuncio donde diría esta es la guerra y condensaría toda la guerra en un fragmento tan
pequeño de carne y hueso y pelo que no le olvidarían mientras vivieran.
Empezó a cabecear para transmitir que quería salir. Su mente se anticipaba a sus
señales pero siguió cabeceando. ¿Qué quería? Él les diría qué quería malditos
imbéciles. Se lo transmitiría palabra por palabra lo recordaría desde el principio al fin
y lo comunicaría en puntos y rayas y entonces se enterarían. Mientras golpeaba
pensaba más rápidamente. Se encolerizaba y se excitaba cada vez más y cabeceaba
rápidamente tratando de mantenerse a la par de las palabras que se confundían dentro
de su mente las palabras que por fin podía usar todas las palabras que había pensado
en todos esos años que había permanecido en silencio porque ahora hablaba por
primera vez ahora había aprendido y hablaba con alguien del mundo exterior.
Déjenme salir deletreo déjenme salir. No les causaré ningún problema. No seré
una carga. Puedo ganarme la vida. Puedo trabajar como cualquiera. Quítenme la
camisa y constrúyanme una vitrina de cristal y llévenme a los sitios donde la gente se
divierte y busca cosas raras. Llévenme en mi vitrina de cristal a las playas y las ferias
en el campo y a las tómbolas de las iglesias y a los circos y a las ferias ambulantes.
Harían un gran negocio conmigo y yo podría pagarles por la molestia. Podrían dar
una buena arenga. Han oído hablar del andrógino y de la mujer barbuda y del hombre
de vidrio y del enanillo. Han visto las sirenas humanas y los salvajes de Borneo y la
muchacha carnívora del Congo que coge el pescado en el aire y lo devora. Han visto
al hombre que escribe con los pies y al que camina con las manos y a los hermanos
siameses y los nonatos conservados en alcohol colocados en pequeñas hileras.
Poro no han visto nada como esto. Este será el espectáculo más inusitado que
pueda verse por diez centavos. Causará sensación en el mundo del espectáculo y
quien patrocine mi recorrido será un nuevo Barnum a quien le harán hermosas
reseñas en los periódicos porque yo soy realmente algo sensacional. Soy algo que
pueden anunciar diciendo que al que no le guste se le devolverá su dinero. Soy el
hombre muerto que está vivo. Soy el hombre vivo que está muerto. Si eso no resulta
suficiente para que entren en mi tienda soy algo más. Soy el hombre que ha
salvaguardado la democracia. Si eso no les interesa entonces por el amor de dios no
son hombres. Que se incorporen al ejército porque el ejército les hará hombres.
Llévenme a recorrer los caminos y deténganse en cada granja y cada sembrado y
toquen una campana para que los granjeros y sus mujeres y sus niños y sus peones y
criadas acudan a verme. Digan a los granjeros aquí hay algo que con seguridad no

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han visto nunca. Algo que no podrán arar. Algo que nunca crecerá y florecerá. El
abono que tiráis en vuestros campos es bastante sucio pero he aquí algo que es menos
que el estiércol porque no quiere morir y descomponerse y alimentar siquiera la
maleza. He aquí algo tan terrible que si lo pariese una yegua una vaquilla una cerda
una oveja lo matarían en el acto pero no pueden matar esto porque es un ser humano.
Tiene un cerebro. Piensa todo el tiempo. Créanlo o no esta cosa piensa y está viva y
va contra todas las reglas de la naturaleza aunque no fue la naturaleza quien lo hizo
así. Ustedes saben qué lo hizo así. Miren sus medallas verdaderas medallas
probablemente de oro macizo. Levanten la tapa de la vitrina y sabrán qué lo convirtió
en esto. Apesta a gloria.
Llévenme a los sitios donde los hombres trabajan y hacen cosas. Llévenme allí y
digan muchachas he aquí una forma económica de ir tirando. Quizá sean malos
momentos y los sueldos sean bajos. No se preocupen muchachos porque siempre hay
una forma de arreglar cosas así. Con una guerra subirán los precios y subirán los
sueldos y todo el mundo ganará mucho dinero. No se impacienten muchachos muy
pronto tendremos una guerra. Cuando venga tendrán su oportunidad.
En una u otra forma ganas. Si no tienes que pelear te quedas en casa y ganas
dieciséis dólares por día trabajando en los astilleros. Y si te incorporan al ejército
tendrás una buena oportunidad para volver con menos necesidades. Tal vez
necesitarás un solo zapato en lugar de dos y ahorrarás dinero. Tal vez estés ciego y en
ese caso no tendrás que preocuparte por el precio de las gafas. Quizá tengas suerte
como yo. Miradme muchachos miradme de cerca no necesito nada. Un poco de caldo
o algo así tres veces por día y eso es todo. Ni zapatos ni calcetines ni guantes ni
sombrero ni corbata ni botón en el cuello ni chaleco ni abrigo ni cine ni teatro de
variedades ni fútbol ni siquiera una afeitada. Miradme muchachos no tengo ningún
gasto. Vosotros sois unos gilipollas muchachos. No sabéis nada. Yo sé lo que os digo.
Yo solía necesitar todas esas cosas que vosotros necesitáis. Era un consumidor. He
consumido mucho en mi época. He consumido más esquirlas y más pólvora que
cualquier ser humano. Así que no os dejéis ganar por la melancolía pronto tendréis
vuestra oportunidad habrá otra guerra y entonces tal vez podáis tener la misma suerte
que yo.
Llevadme a las escuelas a todas las escuelas del mundo. Dejad que los niños
vengan a mí ¿es así verdad? Al principio es posible que griten y tengan pesadillas
pero se habituarán porque tienen que hacerlo y es mejor que empiecen desde muy
jóvenes. Reunidles en torno a mi vitrina y decid ven pequeña ven pequeño venid a
echar un vistazo a vuestro papá. Miraos a vosotros mismos porque vosotros seréis así
cuando crezcáis y os convirtáis en hombres y mujeres grandes y fuertes. Tenéis la
oportunidad de morir por vuestro país. Y podréis no morir podéis regresar así. No
todo el mundo muere siendo un niño.

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Más cerca por favor. Tú no estás junto a la pizarra ¿qué te ocurre? No llores
tontuela ven aquí y mira a este hombre simpático que de muchacho fue soldado. ¿Te
acuerdas de él verdad? ¿No recuerdas pequeña llorona cómo agitabas banderas y
juntabas papel plateado e invertías tus ahorros en sellos de guerra? Claro que
recuerdas tonta. Pues bien este es el soldado por quien hacías eso.
Venid chicos mirad bien y luego volveremos a recitar nuestros versillos. Nuevos
versillos para tiempos nuevos. Hickory dickory dock mi papá está loco del shok.
Humpty Dumpty se creía muy sagaz hasta que quedó ciego por el gas. Aserrín
aserrán los niños aullarán lisiados por las bombas que caerán. Arrorró mi niño arrorró
mi sol que la bomba mata no es un caracol. Ahora me recuesto y duermo en mi hondo
refugio antibombas si me matan antes de despertar recuerda es por tu bien amén.
Llevadme a las escuelas a las universidades a las academias a los conventos.
Reunid a todas las muchachas las hermosas saludables muchachas. Señaladme y
decid chicas este es vuestro padre. He aquí el muchacho que anoche parecía tan
fuerte. He aquí vuestro pequeño el fruto de vuestro amor la esperanza de vuestro
futuro. Miradlo muchachas y no le olvidéis. ¿Veis ese tajo rojo con mocos colgando?
Esa era su cara muchachas. Vamos muchachas tocadlo no temáis. Inclinaos y besadle.
Después tendréis un extraño olor a podrido pero eso no importa porque un amante es
un amante y este es vuestro amante.
Convocad a todos los jóvenes y decidles he aquí vuestro hermano he aquí vuestro
mejor amigo es tan joven como vosotros. Se trata de un caso muy interesante jóvenes
porque sabemos que allí dentro hay una mente enterrada. Técnicamente esa cosa es
carne viviente igual a aquel tejido que conservamos con vida en el laboratorio el
verano pasado. Pero este es un corte diferente de carne porque también contiene un
cerebro. Ahora escuchadme bien jóvenes caballeros. Este cerebro piensa. Tal vez esté
pensando en una melodía. Tal vez haya pensado una gran sinfonía íntegramente o una
fórmula matemática que podría modificar el mundo o un libro que volvería más
bondadosa a la humanidad o el germen de una idea que salvaría del cáncer a cien
millones de personas. Este es un problema muy interesante jóvenes porque si este
cerebro contuviera dichos secretos ¿cómo haríamos para averiguarlo? En todo caso
aquí le tienen respirando y pensando y muerto como un sapo en cloroformo con su
estómago abierto para que pueda verse latir su corazón tan quieto tan indefenso y sin
embargo vivo. Este es vuestro futuro y vuestro dulce sueño esta es la cosa que
vuestras novias amaban y esta es la cosa que sus jefes le obligaron a ser. Pensadlo
bien jóvenes. Pensadlo mucho jóvenes y luego volveremos al estudio de los bárbaros
que saquearon Roma.
Llevadme donde haya parlamentos y asambleas y congresos y cámaras de
diputados. Quiero estar allí cuando hablen del honor y la justicia y de salvaguardar la
democracia en el mundo y de los catorce puntos y la autodeterminación de los

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pueblos. Quiero estar allí para recordarles que no tengo lengua para morderme. Pero
los estadistas tienen lenguas. Poned mi vitrina sobre la mesa de un orador y cada vez
que caiga el martillo dejadme sentir su vibración a través de mi alhajero de cristal.
Después que hablen de políticas comerciales y bloqueos y nuevas colonias y viejos
rencores. Que discutan la amenaza de la raza amarilla y la carga del hombre blanco y
el rumbo del imperio y por qué tendríamos que barrer toda esa basura de Alemania o
quien ocupe el lugar de Alemania la próxima vez. Que hablen sobre el mercado
sudamericano y por qué tal o cual país intenta desalojarnos y por qué nuestra flota
mercante no puede competir y ah qué diablos enviémosles una sólida nota de
protesta. Que hablen de municiones y aviones y acorazados y tanques y gases dado
que por supuesto los necesitamos no podemos pasarnos sin ellos de lo contrario
¿cómo podríamos garantizar la paz? Que formen bloques y alianzas y pactos de
ayuda mutua y garantías de neutralidad. Que redacten artículos y ultimátums y
protestas y acusaciones.
Pero antes de votar antes de que den una orden para que todos los hombrecitos
comiencen a matarse entre sí que el tío más importante de la asamblea dé un pequeño
golpe en mi vitrina señalándome y diga señores este es el único tema presentado ante
esta cámara y la cuestión es saber si ustedes están a favor o en contra de esto. Y si
están en contra que se pongan en pie como hombres y voten. Y si están a favor que
los cuelguen los destripen y los descuarticen y los paseen en procesión por las calles
cortados en pequeños trozos y que les arrojen en los campos donde ningún animal
doméstico pueda tocarles y que sus restos se pudran allí y que sobre ellos no vuelva a
crecer el césped.
Llévenme a sus iglesias a sus imponentes descollantes catedrales que deben ser
reconstruidas cada cincuenta años porque la guerra las destruye. Llévenme en mi
vitrina de cristal a las naves donde han recibido su confirmación tantos reyes y
sacerdotes y novias y niños para besar una astilla de madera de una verdadera cruz a
la que fue clavado el cuerpo de un hombre que tuvo la suerte de morir. Colóquenme
muy alto en sus altares e invoquen a Dios para que mire hacia abajo hacia sus hijos
asesinos sus bienamados hijos. Desparramen el incienso que no puedo oler. Viertan el
vino sacramental que no puedo probar. Acallen el sonido de las plegarias que no
puedo oír. Repitan los viejos viejos santos ademanes que no puedo hacer sin brazos ni
piernas. Coreen las aleluyas que no puedo cantar. En voz muy alta y potente canten
todas las aleluyas para mí porque yo conozco la verdad y ustedes no idiotas. Idiotas
idiotas idiotas…

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20
Sintió la vibración de los pasos pesados que abandonaban la habitación. El
hombre que había venido y le había interrogado y que él no podía imaginar cuánto
tiempo le había estado escuchando se había marchado. Nuevamente estaba solo con
la enfermera. Le habían dejado solo con sus incertidumbres.
Empezó a desconfiar. De la misma forma que siempre había sospechado errores
en su cálculo del tiempo ahora sentía que su carne se estremecía con pequeñas y
salvajes ondas de terror. Estaba tan ansioso por hablar que quizá había transmitido un
mensaje sin sentido. Tal vez no había recordado bien el código y sus palabras habían
surgido como un torbellino de letras carentes de significado. Sus pensamientos se
habían agolpado tan tumultuosamente en su cabeza que quizá no los había expresado
en orden clara y racionalmente. Tal vez otras diez mil probabilidades se habían
interpuesto entre él y el mensaje que intentaba transmitir mientras por dentro se
desangraba. O quizás el hombre solo se había marchado para consultar con sus
superiores y pronto volvería con una respuesta.
Era eso. Oh Dios por favor tiene que ser eso estaba seguro de ello. El hombre
pronto regresaría con una respuesta. Lo único que debía hacer era reposar. Estaba
muy cansado. Le parecía estar inmerso en una especie de sueño en coma como un
hombre que ha agotado todas sus emociones en una salvaje borrachera y después se
siente enfermo y nauseabundo y seguro de lo peor había cabeceado semanas y meses
tal vez años no lo sabía porque los golpes con la cabeza habían ocupado el lugar del
tiempo y en ello había invertido todas sus energías todas sus esperanzas y toda su
vida.
Se puso rígido.
Las vibraciones se aproximaban. El hombre volvía con una respuesta. Gran Dios
misericordioso gracias he aquí mi respuesta he aquí mi respuesta. He aquí mi triunfo
mi retorno de los muertos he aquí la vida vibrando contra el piso cantando en los
resortes de la cama cantando como todos los ángeles del cielo.
Un dedo comenzó a repiquetear contra su frente.

.-- .... .- -
WHAT
-.-- --- ..-
YOU
.- ... -.-
ASK
.. ...
IS

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.- --. .- .. -. ... -
AGAINST
.-. . --. ..- .-.. .- - .. --- -. ...
REGULATIONS
.-- .... ---
WHO
.- .-. .
ARE
-.-- --- ..-
YOU
(Lo que usted pide va contra el reglamento ¿Quién es usted?)

El repiqueteo sobre su frente seguía pero él ya no le prestaba atención. En su


mente todo se volvió súbitamente vacío hueco completamente inmóvil. Fue solo un
momento y luego empezó a pensar el mensaje para asegurarse que no había error que
significaba exactamente lo que decía. Y supo que era así.
Casi pudo oír el gemido de dolor que brotó de su corazón. Era un agudo terrible
dolor personal el tipo de dolor que surge cuando alguien a quien no se le ha hecho
daño alguno se vuelve contra ti y dice adiós adiós para siempre sin razón alguna para
hacerlo sin razón alguna.
Él no les había hecho nada. Él no tenía la culpa de las molestias que causaba y sin
embargo ellos cerraban la cortina volvían a introducirle en el útero no nos moleste no
vuelva a la vida los muertos deben seguir muertos y con usted ya hemos terminado.
¿Pero por qué?
Él no había hecho daño a nadie. Había tratado de molestarles lo menos posible.
Sin duda era una carga pero no lo había sido deliberadamente. No era un ladrón ni un
borracho ni un mentiroso ni un asesino. Era un hombre un tío ni peor ni mejor que
cualquier otro. Era sencillamente un tío que había tenido que ir a la guerra que estaba
muy malherido y que ahora intentaba salir de su prisión para sentir el aire fresco y
frío sobre su piel sentir el calor y el movimiento de la gente a su alrededor. Era
cuanto quería. Y a él que no había hecho daño a nadie le decían buenas noches adiós
quédese donde está no nos cause más molestias usted está más allá de la vida más allá
de la muerte inclusive más allá de la esperanza usted ha desaparecido se ha acabado
para siempre buenas noches y adiós.
En un instante terrible lo vio todo. Solo querían olvidarle. Les pesaba sobre su
conciencia de modo que le habían abandonado renegaban de él. Ellos eran las únicas
personas en el mundo que podían ayudarle. Eran su último tribunal de apelaciones.
Podía enfurecerse y bramar y rugir contra su veredicto pero no le servía de nada.
Ellos habían decidido. Nada podía cambiarles. Estaba completamente a su merced y
ellos no tenían piedad. No había esperanzas para él. Lo mejor sería enfrentarse

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directamente con la verdad.
Cada momento de su vida desde que había despertado a la oscuridad la mudez y
el terror cada momento de esa vida lo había concentrado en la esperanza de llegar a
ellos algún día algún año. Y ahora lo había logrado. Había llegado a ellos y ellos le
rechazaban. Antes hasta en sus momentos más terribles había existido una vaga
esperanza que le sostenía. Le había evitado convertirse en un loco delirante había
brillado como una luminosidad distante hacia la cual se había ido aproximando sin
detenerse nunca. Ahora había desaparecido la luminosidad y no quedaba nada. No
había motivo para que siguiera engañándose. Esta gente no le quería. Oscuridad
abandono silencio soledad horror eterno horror esta sería su vida de ahora en adelante
sin un solo rayo de esperanza para aliviar sus sufrimientos. Eran su futuro. Para eso le
había engendrado su madre. Maldita sea maldito el mundo maldita la luz del sol
maldito sea Dios maldita sea toda cosa decente sobre la tierra. Que Dios les maldiga
y les torture como le torturaban a él. Que Dios les suma en la oscuridad en el silencio
y la sordera y la indefensión y el horror y el miedo el gran miedo imponente y terrible
que le acompañaba ahora la desolación y la soledad que le acompañarían para
siempre.
No.
No no no.
No les permitiría hacerlo.
No era posible que un ser humano le hiciera esto a otro. Nadie podía ser tan cruel.
No comprendían que eso era todo cuanto tenía. No se había explicado bien. Ahora no
podía renunciar debía seguir y seguir hasta que comprendieran porque eran buena
gente eran gente bondadosa que solo necesitaba comprender.
Empezó a cabecear nuevamente.
Empezó a cabecear nuevamente y a decirles suplicarles entrecortadamente
humildemente que por favor quería salir. Quería sentir el aire el aire puro y fresco
fuera del hospital. Por favor comprendan. Quería sentir a la gente de su especie libre
y feliz. En realidad ese era el único motivo. Olvídense de la exhibición en la vitrina
era solo una forma de juntar dinero y facilitarles las cosas. Nada más. Se sentía solo.
Eso era todo. Simplemente se sentía solo. No había ningún otro motivo que alegar.
No podía hacer más que intentar decirles que dentro de su piel esa piel que cubría su
cuerpo había tanto horror tanta soledad que bien podían permitirle hacer algo tan
insignificante como gozar de esa libertad por la que podía pagar.
Mientras cabeceaba sintió la mano de la enfermera sobre su frente acariciándole
tranquilizándole. Pensó me gustaría verle la cara. Debe tener una hermosa cara
porque tiene manos muy hermosas. Después en el muñón izquierdo sintió un frío
húmedo. El hombre que había deletreado la respuesta le pasaba un algodón con
alcohol. Oh Dios pensó ya sé qué quiere decir eso no lo hagan por favor. Sintió el

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agudo fatal pinchazo de la aguja. Nuevamente le inyectaban anestesia.
Oh Dios pensó ni siquiera me permiten hablar. Ni siquiera me escucharán más. Lo
único que quieren es volverme loco para que cuando transmita mis mensajes puedan
decir está loco no le hagan caso pobre tío se ha vuelto loco. Eso es lo que tratan de
hacer Dios me están volviendo loco y he peleado tanto he sido tan fuerte que la única
forma que tienen de hacerlo es drogándome.
Sintió que se hundía se hundía allí donde ellos querían arrojarle. Sintió el escozor
de su piel y empezó a ver la visión. Vio la arena amarilla y las ondas de calor que
despedía. Arriba de las ondas de calor vio a Cristo en su túnica flotante y su corona
de espinas manando sangre. Vio a Cristo temblando por el calor del desierto
proveniente de Tucson. Y a lo lejos en la distancia oyó la voz de una mujer gimiendo
hijo mío mi pequeño hijo mío…
En pura y terrible desesperación acalló la voz y alejó la visión. Aún no. Aún no.
No había acabado. Les hablaría seguiría cabeceando. Los músculos de su cuerpo se
convertían en agua pero seguía cabeceando. No les permitiría clausurar la tapa de su
ataúd. Gritaría y arañaría y pelearía como lo haría cualquier hombre a quien le
entierran vivo. En su último momento de conciencia en su último momento de vida
seguiría peleando seguiría cabeceando. Seguiría golpeando con la cabeza todo el
tiempo cabecearía cuando estuviese dormido cabecearía dopado cabecearía cuando
sufriera cabecearía siempre. Podían no responder podían ignorarle pero por lo menos
nunca podrían olvidar mientras él viviera que allí había un hombre hablándoles
hablándoles sin detenerse.
Su cabeceo se volvió cada vez más lento y la visión se fue desplazando hacia él.
Él la rechazaba y volvía a avanzar. La voz de la mujer surgía y se desvanecía como
un eco arrastrado por el viento. Pero él seguía cabeceando.
¿Por qué cabeceaba? ¿Por qué? ¿Por qué?
¿Por qué no le querían? ¿Por qué clausuraban la tapa de su ataúd? ¿Por qué no le
dejaban hablar? ¿Por qué no permitían que le viesen? ¿Por qué no querían su
libertad? Hacía ya cinco o seis años que le habían borrado de la faz de la tierra. La
guerra debía haber terminado. Ninguna guerra puede perdurar tanto ninguna guerra
podía exterminar a tanta gente porque no había tanta gente para matar. Si la guerra
había terminado todos los muertos estarían enterrados y liberados todos los
prisioneros. ¿Por qué no le liberaban también a él? ¿Por qué a menos que le dieran
por muerto? ¿Y si era así por qué no le mataban por qué no ponían fin a su
sufrimiento? ¿Por qué estaba prisionero? No había cometido delito alguno. ¿Qué
derecho tenían a retenerle? ¿Qué razón tenían para ser tan desalmados con él?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
Y luego súbitamente comprendió. Se vio a sí mismo como una nueva clase de
Cristo como un hombre que lleva dentro de sí las semillas de un nuevo orden de

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cosas. Era el nuevo mesías de los campos de batalla que le decía a la gente mirad
cómo soy así seréis vosotros. Porque él había visto el futuro lo había experimentado y
ahora lo estaba viviendo. Había visto los aviones volando en el cielo había visto los
cielos del futuro colmados de aviones de negros aviones y ahora veía el horror abajo.
Vio un mundo de amantes separados para siempre de sueños no cumplidos de planes
nunca realizados. Vio un mundo de padres muertos y hermanos mutilados de hijos
clamando enloquecidos. Vio un mundo de madres sin brazos estrechando contra sus
pechos niños sin cabeza tratando de gritar su dolor con gargantas cancerosas por el
gas. Vio ciudades hambrientas negras frías e inmóviles dado que lo único que se
movía o hacía ruido en ese terrible mundo muerto eran los aviones que oscurecían el
cielo y a lo lejos contra el horizonte el trueno de los enormes cañones y las bocanadas
de humo que surgían de la tierra estéril y atormentada cuando estallaban los
proyectiles.
Así era lo había comprendido les había transmitido su secreto y al rechazarlo ellos
le habían confiado el suyo.
Él era el futuro era una imagen perfecta del futuro y ellos temían que alguien se
diera cuenta de cómo sería el futuro. Ya estaban planeando y calculando el futuro y
veían la guerra en algún momento de ese futuro. Para llevar a cabo esa guerra
necesitaban hombres y si los hombres veían el futuro se negarían a pelear. Ellos
encubrían el futuro convirtiéndolo en un inaccesible y mortal secreto. Sabían que si
todos los pobres diablos los hombrecitos veían el futuro empezarían a hacer
preguntas. Harían preguntas y encontrarían las respuestas y a aquellos que les
impulsaban a pelear les dirían mentirosos ladrones hijos de puta no pelearemos
porque no queremos morir queremos vivir nosotros somos el mundo somos el futuro
y no permitiremos que nos masacren digan lo que digan vuestras consignas digan lo
que digan vuestros discursos. Recordadlo nosotros nosotros nosotros somos el mundo
nosotros somos quienes lo ponemos en marcha hacemos el pan y la ropa y las armas
somos el eje de la rueda y los rayos y la rueda misma sin nosotros vosotros seríais
hambrientos y desnudos gusanos y nosotros no queremos morir. Somos inmortales
somos el germen de la vida somos la masa humilde despreciable y fea somos la gente
maravillosa del mundo y estamos hartos de todo esto estamos agotados y le
pondremos fin para siempre eternamente porque vivimos y no queremos ser
destruidos.
Si vosotros queréis hacer una guerra si hay armas con que apuntar si hay balas
con que disparar si hay hombres que deben morir no seremos nosotros. No seremos
nosotros los que cultivamos el trigo y lo convertimos en alimento los que hacemos la
ropa y el papel y las casas y los azulejos y las centrales eléctricas y extendemos los
largos y plañideros cables de alta tensión nosotros los que perforamos los pozos de
petróleo crudo en decenas de diferentes partes los que hacemos las bombillas de luz

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las máquinas de coser las palas y automóviles y aviones y tanques y armas ah no no
seremos nosotros los que moriremos. Seréis vosotros.
Seréis vosotros vosotros que nos empujáis a combatir que nos incitáis unos contra
otros vosotros que pretendéis que un zapatero mate a otro zapatero que un hombre
que trabaja mate a otro hombre que trabaja que un ser humano que solo quiere vivir
mate a otro ser humano que solo quiere vivir. Recordadlo. Recordadlo vosotros que
planeáis la guerra. Recordadlo vosotros los patriotas vosotros los feroces vosotros los
propagandistas del odio vosotros los inventores de consignas. Recordad esto como lo
único a recordar en vuestras vidas.
Somos hombres de paz somos hombres de trabajo y no queremos pelear. Pero si
vosotros destruís nuestra paz si nos quitáis nuestro trabajo si intentáis enfrentarnos
unos contra otros nosotros sabremos qué hacer. Si nos decís que debemos
salvaguardar la democracia os tomaremos la palabra. Usaremos los fusiles que
vosotros nos imponéis los usaremos para defender nuestras vidas y la amenaza que se
cierne sobre ellas que no está en el otro lado de una tierra de nadie que ha sido
establecida sin nuestro consentimiento sino que está dentro de nuestras fronteras aquí
y ahora la hemos visto y la conocemos.
Poned los fusiles en nuestras manos y los usaremos. Proponed las consignas que
nosotros las convertiremos en realidades. Entonad los himnos de batalla y nosotros
los recogeremos allí donde vosotros abandonéis. No uno ni diez ni diez mil ni un
millón ni diez millones ni cien millones sino mil millones dos mil millones de
nosotros los pueblos del mundo nos apropiaremos de las consignas de los himnos de
los fusiles y los usaremos para vivir. No os equivoquéis nosotros viviremos.
Viviremos y caminaremos y hablaremos y comeremos y cantaremos y reiremos y
sentiremos y amaremos y criaremos a nuestros hijos en tranquilidad y honestamente
en paz. Vosotros programad las guerras. Vosotros amos de los hombres programad las
guerras y señalad el camino. Nosotros apuntaremos con el fusil.

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NOTAS

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[1] El derecho a leer. (N. del T.) <<

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[2] P. Blanshard se refiere al libro como «Johnny coge tu fusil». (N. del T.) <<

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[3] Uno de los libros de Lewis Carroll se refiere al bohunk como a un ser fantástico.
<<

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[4] De una canción popular americana. (N. del T.) <<

ebookelo.com - Página 148


[5]DAR: Daughters of the American Revolution (Hijas de la Revolución Americana),
liga tradicionalista patriótica. (N. del T.) <<

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[6]Juego de palabras con el verbo To lie (infinitivo) y su pretérito lay poner, colocar,
tender, echarse, descansar, acostarse, etc. Juego de palabras con who y whom,
pronombre nominativo y acusativo respectivamente. (N. del T.) <<

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[7]Solían llamar así a los ingleses por el uso que se le daba a la lima o al limón dulce
en la Marina Británica. (N. del T.) <<

ebookelo.com - Página 151


[8] Soldado norteamericano. (N. del T.) <<

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[9] Soldado inglés. (N. del T.) <<

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[10] Soldado francés. (N. del T.) <<

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