Johnny Cogio Su Fusil
Johnny Cogio Su Fusil
Johnny Cogio Su Fusil
Publicada
por primera vez en 1939, la historia de Dalton Trumbo sobre un joven
soldado americano terriblemente dañado durante la Primera Guerra Mundial
"sobrevive sin brazos, sin piernas, sin rostro pero con la mente intacta" fue
un éxito inmediato. Esta conmovedora novela marcó un punto y aparte para
muchos americanos que crecieron con la Segunda Guerra Mundial y se
convirtió en la novela antisistema más popular de la era de Vietnam.
Actualmente vuelve a ser de gran actualidad. Dalton Trumbo (Colorado, 1905
- Hollywood, 1976) debutó como novelista en 1935 con la novela Eclipse y
durante ese mismo año empezó a trabajar como guionista en la industria
cinematográfica de Hollywood. En 1939 publicó Johnny cogió su fusil,
inspirándose en un artículo que leyó sobre un oficial británico que quedó
totalmente desfigurado durante la Primera Guerra Mundial. El libro obtuvo el
National Book Award y en la década de los sesenta Luis Buñuel le propuso
hacer una película sobre el libro. Fue el mismo Trumbo, con 65 años de
edad, quien adaptó su novela a la gran pantalla y debutó como director
cinematográfico. Asimismo, fue uno de los «Hollywood Ten», grupo formado
por guionistas y directores destacados que fueron arrestados en los años
cincuenta durante la cruzada macartista contra los comunistas. Se le incluyó
en las listas negras de la industria del cine, obligándole a trabajar bajo
seudónimo durante varios años. Murió, tras una larga enfermedad y antes de
acabar su última novela, en 1976. No es atrevido afirmar que Johnny cogió
su fusil es la novela más representativa del antibelicismo en el siglo XX.
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Dalton Trumbo
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Título original: Johnny got his gun
Dalton Trumbo, 1939
Traducción: Marta Susana Eguía
Retoque de portada: SoporAeternus
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Prólogo
La I Guerra Mundial comenzó como un festival de verano: todo eran faldas
ondulantes y charreteras doradas. Las multitudes vitoreaban desde las aceras mientras
emplumadas altezas imperiales, dignatarios, mariscales y otros tontos por el estilo
desfilaban por las capitales de Europa a la cabeza de sus resplandecientes legiones.
Fue una temporada de generosidad; una etapa de alardes, bandas musicales,
poemas, canciones, inocentes plegarias. Era un agosto palpitante y sin aliento a causa
de jóvenes caballeros oficiales que pasaban noches prenupciales con muchachas que
abandonarían para siempre. Uno de los regimientos escoceses, en su primera batalla,
cruzó la trinchera detrás de cuarenta gaiteros con faldas de tartán, con la única misión
de tocar sus instrumentos frente a las ametralladoras.
Más tarde, había nueve millones de cadáveres cuando las bandas de música y los
dignatarios emprendieron la fuga, el quejido de las gaitas nunca más volvería a ser el
mismo. Fue la última guerra romántica, y quizá, Johnny cogió su fusil, la última
novela norteamericana que se escribió sobre ella antes de que se pusiera en marcha
un acontecimiento totalmente distinto llamado II Guerra Mundial.
El libro tiene una enigmática historia política. Escrito en 1938, cuando el
pacifismo constituía un anatema para la izquierda y para gran parte de los sectores
centristas norteamericanos, fue editado en la primavera de 1939 y publicado el 3 de
septiembre: diez días después del pacto nazi-soviético, a dos días de iniciada la II
Guerra Mundial.
Más tarde, Joséph Wharton Lippincott (pensando que estimularía las ventas)
sugirió que se vendieran los derechos de publicación al Daily Worker de Nueva York.
A partir de entonces, durante meses, el libro fue un factor de unificación para las
izquierdas.
Al parecer, después de Pearl Harbor, el tema se volvió tan inadecuado para la
época como el chillido de las gaitas. Paul Blanshard, al referirse a la censura militar
en The Right to Read[1] (1955), dice: «Se prohibieron algunas pocas revistas
extranjeras pro-Eje, además de tres libros, entre ellos la novela pacifista de Dalton
Trumbo Johnny Get Your Gun[2], publicada durante el período del pacto Hitler-
Stalin».
Dado que el señor Blanshard incurrió en lo que espero haya sido un error
inconsciente, tanto en lo que se refiere al período de «publicación» del libro cuanto
en lo relativo al título con el que se «publicó», no puedo confiar demasiado en su
historia de la prohibición. Sin duda, yo no fui informado; recibí numerosas cartas de
militares de servicio que lo habían leído en las bibliotecas del Ejército de ultramar; y
en 1945, yo mismo encontré un ejemplar en Okinawa, cuando aún se estaba
combatiendo.
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Sin embargo, si lo habían censurado y yo lo hubiese sabido, creo que no habría
protestado en voz alta. Hay momentos en que puede ser necesario que ciertos
derechos privados cedan ante las exigencias de un beneficio público más amplio. Sé
que se trata de una idea peligrosa y no desearía llevarla demasiado lejos, pero la II
Guerra Mundial no fue una guerra romántica.
A medida que el conflicto se profundizaba y Johnny se dejaba de imprimir, la
imposibilidad de conseguirlo se convirtió en una reivindicación de los derechos
civiles para la extrema derecha norteamericana. Organizaciones pacifistas y grupos
de «Madres» de todo el país se inundaron de vehementes cartas solidarias,
denunciando a judíos, comunistas, partidarios del New Deal, y banqueros
internacionales que habían prohibido mi novela para intimidar a millones de
verdaderos norteamericanos que exigían inmediatamente una paz negociadora.
Mis corresponsales, muchos de los cuales usaban papel refinado y remitentes
húmedos por el agua de mar de lugares vacacionales y deportivos, poseían una red de
comunicaciones que llegaba hasta los campos de detención de internados pronazis.
Hicieron subir el precio del libro a más de seis dólares el ejemplar usado, lo cual me
desagradó por varias razones, una de ellas, fiscal. Proponían una marcha nacional
propaz inmediata, de la que yo sería el líder; prometieron y llevaron a cabo una
campaña de cartas para presionar al editor en favor de una reedición.
Nada podría haberme convencido tan rápidamente de que Johnny era
precisamente el tipo de libro que no debía reeditarse hasta que terminara la guerra.
Los editores coincidieron en el mismo sentido. Ante la insistencia de algunos amigos
convencidos de que las gestiones de mis corresponsales podían ejercer un efecto
funesto sobre los esfuerzos empeñados en la guerra, cometí la estupidez de informar
al FBI acerca de sus actividades. Pero el interés de una maravillosa y perfecta pareja
de investigadores que llegó a mi casa no se centró en las cartas, sino en mí. Tengo la
impresión de que dicho interés no se ha disipado y que lo tengo merecido.
Las dos o tres reediciones que aparecieron después de 1945 fueron bien recibidas
por las izquierdas en general y, al parecer, completamente ignoradas por el resto del
público, inclusive por aquellas apasionadas madres de tiempos de guerra. El libro
dejó de imprimirse nuevamente durante la Guerra de Corea.
Decidí entonces comprar las planchas a fin de evitar que fuesen vendidas al
gobierno para que las convirtiera en municiones. Y allí es donde termina o comienza
la historia.
Al leerlo nuevamente después de tantos años, tuve que resistirme al fuerte deseo
que me impulsaba a retocarlo aquí, modificarlo allí, aclarar, corregir, elaborar,
retocar. Al fin y al cabo, el libro tiene veinte años menos que yo y yo he cambiado
mucho, y él no. ¿O sí?
¿Es posible que haya algo que se resista al cambio, aunque no se trate más que de
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una simple mercancía que puede ser comprada, enterrada, censurada, maldecida,
elogiada o ignorada por razones que siempre suelen ser equivocadas? Probablemente
no. Johnny tuvo un significado diferente para tres guerras diferentes. Su significado
actual es aquel que le atribuyen sus lectores, y cada lector —felizmente— es distinto
de todos los demás y también susceptible de cambios.
Lo he dejado como era para ver cómo es.
Dalton Trumbo
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Agregado: 1970
Once años más tarde. Los números nos han deshumanizado. A la hora del
desayuno leemos que 40.000 norteamericanos han muerto en Vietnam. En lugar de
vomitar, nos servimos una tostada. Por la mañana, nos sumergimos precipitadamente
en las calles atestadas, no para gritar asesinos sino para abalanzarnos sobre el
abrevadero antes de que otro engulla nuestra ración.
Una ecuación: 40.000 jóvenes muertos=3.000 toneladas de carne y huesos,
124.000 libras de masa encefálica, 50.000 galones de sangre, 1.840.000 años de vida
que no se vivirán, 100.000 niños que jamás nacerán. (En cuanto a esto último,
podemos soportarlo: ya hay demasiados niños en el mundo que se mueren de
hambre.)
¿Gritamos por la noche cuando estos elementos interfieren en nuestros sueños?
No. No soñamos con eso, porque no lo pensamos; y no lo pensamos porque no nos
importa. Nos interesan mucho más la ley y el orden; poder transitar sin riesgos por las
calles de Estados Unidos. Mientras, convertimos las de Vietnam en cloacas
atiborradas de sangre, que volvemos a llenar todos los años cuando obligamos a
nuestros hijos a elegir entre una celda aquí o un ataúd allá. «Cada vez que miro la
bandera, mis ojos se llenan de lágrimas». También los míos.
Si para nosotros los muertos no significan nada (excepto el fin de semana
correspondiente al Día del Soldado Muerto, en que nadadores, esquiadores, surfers,
amantes de pic-nics y campings, cazadores, pescadores, futbolistas, bebedores de
cerveza se aglomeran en las rutas nacionales), ¿qué hay de nuestros 300.000 heridos?
¿Alguien sabe dónde están? ¿Cómo se sienten? ¿Cuántos brazos, piernas, orejas,
narices, bocas, caras, penes, han perdido? ¿Cuántos han quedado sordos o mudos o
ciegos o las tres cosas? ¿Cuántos han sufrido una, dos o tres amputaciones? ¿Cuántos
permanecerán inmóviles para el resto de sus días? ¿Cuántos no son más que meros
vegetales descerebrados que agotan silenciosamente su aliento y sus vidas en oscuras
y secretas habitaciones?
Escribid al Ejército, a la Fuerza Aérea, a la Marina, al Cuerpo de Infantería de
Marina, a los Hospitales del Ejército y la Marina, el Director de Ciencias Médicas de
la Biblioteca Nacional de Medicina, a la Administración del Veterano, al Despacho
del Cirujano General y os asombraréis de vuestra ignorancia. Un organismo informa
que desde enero de 1965 ingresaron 726 pacientes destinados al «servicio de
amputación». Otro se refiere a unos 3.011 mutilados desde comienzos del año fiscal
1968. Lo demás es silencio.
El Informe Anual de Cirugía General: Estadísticas Médicas del Ejército de los
Estados Unidos no se publica desde 1954. La Biblioteca del Congreso informa que la
Oficina Militar de Cirugía General para Estadísticas Médicas «no tiene cifras de
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amputaciones simples o múltiples». O bien el gobierno no les otorga importancia
alguna, o bien, como dice un investigador de una de las redes nacionales de
televisión, «el militar sabe con certeza cuántas toneladas de bombas han sido
arrojadas, pero no está seguro acerca del número de piernas y brazos que han perdido
sus hombres».
Si no existen cifras concretas, al menos comenzamos a disponer de cifras
comparativas. Vietnam nos ha dejado, proporcionalmente, ocho veces más paralíticos
que la II Guerra Mundial, tres veces más incapacitados totales, 35 por ciento más de
mutilados. El senador Cranston de California llega a la conclusión de que el 12,4 por
ciento de los veteranos de Vietnam que reciben indemnizaciones por heridas sufridas
en combate están totalmente incapacitados. Totalmente.
Pero ¿cuántos centenares o millares de muertos-vivientes surgen con exactitud de
ese porcentaje? No lo sabemos. No preguntamos. Nos alejamos de ellos; apartamos
los ojos, los oídos, la nariz, la boca, el rostro. «Por qué mirar, no es mía la culpa,
¿verdad?» La muerte nos espera también a nosotros. Tenemos un sueño por delante,
la más pura de las esperanzas, y es preciso que la busquemos y la encontremos antes
de que oscurezca.
Hasta siempre, perdedores. Dios os bendiga. Cuidaos. Nos volveremos a ver.
Dalton Trumbo
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LIBRO PRIMERO
LOS MUERTOS
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1
Deseaba que el teléfono dejara de sonar. Ya era demasiado estar enfermo como
para oír sonar un teléfono toda la noche. Joder qué mal se sentía. Y no era a causa de
ese agrio vino francés. No hay hombre capaz de beber tanto como para tener la
cabeza de ese tamaño. Su estómago daba vueltas y vueltas y más vueltas. Era
agradable que nadie atendiera ese teléfono. Sonaba como si estuviera en un recinto de
un millón de millas de ancho. También su cabeza tenía un millón de millas de ancho.
Al infierno con el teléfono.
Ese maldito timbre debía estar en el otro extremo de la tierra. Para llegar a él se
vería obligado a andar un par de años. Ring ring ring toda la noche. Quizá alguien
necesitaba algo urgente. Las llamadas nocturnas suelen ser importantes. Podrían
prestarles atención. ¿Cómo podían suponer que él lo atendería? Estaba cansado y su
cabeza había adquirido una dimensión exorbitante. Aunque le metieran un teléfono
entero en la oreja ni siquiera lo sentiría. Era como si hubiese ingerido dinamita.
¿Por qué nadie atendía ese maldito teléfono?
—Oye Joe. Adelante y al centro.
Allí estaba endemoniadamente enfermo y como un condenado imbécil avanzaba
hacia el teléfono por la sala de expedición nocturna. Había tanto ruido que era
imposible suponer que alguien pudiese percibir un sonido tan leve como el de un
timbre de teléfono. Sin embargo él lo había oído. A pesar del clic—clic—clic de las
empaquetadoras del Battle Creek y del rechinar de las cintas transportadoras y del
rugido de los hornos giratorios en la planta superior y del estruendo de los cubos de
acero arrastrados hasta el lugar y del estrépito de los motores que ajustaban en el
garaje para el trabajo matutino y del grito de los rodillos que necesitaban aceite ¿por
qué diablos nadie los engrasaba?
Echó a andar por el pasillo central entre los cubos de acero repletos de pan. Se
coló a través de los deshechos de cajones de madera y cartones arrugados y trozos de
pan aplastados. Los muchachos lo miraron pasar. Recordaba sus rostros flotando a su
lado a medida que se acercaba al teléfono. El Holandés y el Holandesito y Whitey y
Pablo y Rudy y todos los muchachos. Le miraron con curiosidad mientras iba
pasando delante de ellos. Tal vez porque en su fuero interno estaba asustado y eso se
percibía desde fuera. Llegó al teléfono.
—Hola.
—Hola hijo. Ven a casa ahora mismo.
—Está bien madre. Voy para allí en seguida.
Entró en la oficina con el techo inclinado y el gran frente de cristal desde donde
Jody Simmons el capataz vigilaba estrechamente a su cuadrilla.
—Jody tengo que ir a casa. Mi padre acaba de morir.
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—¿Morir? ¡Por Dios hijo! lo siento. Por supuesto muchacho vete. Rudy. Oye
Rudy. Coge un camión y lleva a Joe a su casa. Su vie… su padre acaba de morir.
Desde luego muchacho. Ve a casa. Haré que alguno de los muchachos te reemplace.
Eso es duro muchacho. Vete.
Rudy apretaba el acelerador. Afuera llovía porque era diciembre en Los Ángeles
poco antes de Navidad. Los neumáticos chirriaban contra el pavimento mojado. Era
la noche más silenciosa que recordaba si no hubiese sido por el chirrido de las ruedas
y el traqueteo del Ford que resonaba entre los edificios desiertos de una calle vacía.
Sin duda. Rudy apretaba el acelerador. Detrás de ellos en la parte trasera del camión
algo repiqueteaba a un ritmo siempre igual independiente de la velocidad. Rudy no
decía nada. Se limitaba a conducir. Al pasar por Figueroa dejaron atrás unas casas
grandes y antiguas luego unas más pequeñas y otras hacia el extremo sur. Rudy
detuvo el vehículo.
—Gracias Rudy. Te avisaré cuando todo termine. En un par de días volveré al
trabajo.
—Desde luego Joe. Está bien. Es duro. Lo siento. Buenas noches.
El Ford se adhirió con fuerza. Luego su motor rugió y se deslizó calle abajo. El
agua burbujeaba a lo largo del bordillo y la lluvia caía acompasada y uniforme. Se
detuvo un momento respiró hondo y luego emprendió el camino hacia su casa.
La casa estaba en una callejuela encima de un garaje y detrás de un edificio de
dos pisos. Para llegar allí recorrió una calzada estrecha entre dos casas muy próximas
entre sí. El espacio entre las dos casas estaba oscuro. La lluvia de ambas azoteas
confluía allí y repiqueteaba en amplios charcos con un extraño eco de humedad como
el de un cubo que se vaciara en una cisterna. Sus pies chapoteaban en el agua.
Cuando salió de la calzada entre las dos casas vio luz en el garaje. Al abrir la
puerta le envolvió una ráfaga de aire caliente que olía al jabón y al alcohol para
friegas que usaban para bañar a su padre mezclado con el talco que le ponían luego
para que no se le hiciesen llagas en la cama. Todo estaba en silencio. Subió la
escalera de puntillas oyendo aún el ligero chapoteo de sus zapatos.
Su padre muerto estaba en la sala y una sábana le cubría el rostro. Había estado
enfermo mucho tiempo y habían decidido tenerlo en la sala porque en el porche con
cristales que era el dormitorio de su padre su madre y sus hermanas había demasiada
corriente de aire.
Avanzó hacia su madre y le tocó el hombro. Ella no lloraba demasiado.
—¿Has llamado a alguien?
—Si vendrán de un momento a otro. Pero antes quería qué tú estuvieses aquí.
Su hermana menor seguía durmiendo en el porche pero su hermana mayor de solo
trece años estaba encogida en un rincón envuelta en una bata conteniendo los
suspiros. Y sollozando en silencio. La miró. Lloraba como una mujer. Hasta entonces
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no había caído en cuenta de que era prácticamente una mujer. Había crecido todo el
tiempo y él no lo había advertido hasta ahora que la veía llorando por la muerte de su
padre.
Abajo llamaron a la puerta.
—Son ellos. Vamos a la cocina. Será mejor así.
Tuvieron algunas dificultades para llevar a su hermana a la cocina pero ella fue
silenciosamente. Parecía incapaz de caminar. Su rostro estaba pálido. Sus ojos eran
grandes y más que llorar jadeaba. Su madre se sentó en una banqueta de la cocina y
cogió a su hermana en brazos. Luego él se asomó a la escalera y dijo en voz baja.
—Adelante.
Dos hombres de camisas de cuello limpio y resplandeciente abrieron el portal y
comenzaron a subir la escalera. Traían un gran cesto de mimbre. Rápidamente entró
en la sala y retiró las sábanas para mirar a su padre antes de que ellos llegaran al tope
de la escalera.
Contempló un rostro fatigado que solo tenía cincuenta y un años. Mientras lo
miraba pensó papá me siento mucho más viejo que tú. He sentido pena por ti papá.
Las cosas no marchaban bien y nunca habrían marchado bien para ti y es mejor que
estés muerto. En estos tiempos la gente tiene que ser más rápida y más dura que tú
papá. Buenas noches y que tengas hermosos sueños. No te olvidaré y hoy no estoy
tan triste por ti como estaba ayer. Yo te amaba papá. Buenas noches.
Entraron en la habitación. Él volvió a la cocina con su madre y su hermana. La
otra hermana que solo tenía siete años dormía aún.
De la sala llegaban algunos ruidos. Eran los pasos de los hombres que caminaban
de puntillas alrededor del lecho. Era el lánguido susurro de las mantas que echaban
hacia los pies. Luego el ruido de los resortes de la cama que se distendían después de
ocho meses de uso. En seguida el gemido del mimbre que acogió la carga que había
sido retirada de la cama. Por último el cesto crujió por todas partes y los pies se
deslizaron por la sala hacia la escalera. Se preguntó mientras iban escaleras abajo si el
cesto estaría bien nivelado o si la cabeza estaba más baja que los pies o si de alguna
forma podía ser incómodo. Si su padre hubiese realizado esa misma tarea hubiese
llevado el cesto con gran suavidad.
Su madre comenzó a temblar un poco cuando cerraron el portal al pie de la
escalera. Su voz era como aire seco.
—Ese no es Bill. Puede parecerlo pero no lo es.
Él le acarició el hombro. Su hermana volvió a acurrucarse en el suelo.
Eso fue todo.
¿Por qué no se terminaba entonces? ¿Cuántas veces tendría que revivirlo? Ya
había pasado todo. Terminado. ¿Por qué seguía sonando ese maldito teléfono? Estaba
chiflado porque había bebido mucho y le quedaban los resabios de la borrachera y
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ahora tenía pesadillas. Muy pronto si era necesario se despertaría y atendería el
teléfono pero por consideración alguien debería hacerlo en su lugar porque él estaba
cansado y enfermo.
Todo se volvía flotante y endeble. Las cosas estaban quietas y endiabladamente
apacibles. Un dolor de cabeza después de una borrachera es como un martilleo y un
estruendo y convierte el cráneo en un infierno. Pero no era la resaca de una
borrachera. Estaba enfermo. Era un hombre enfermo y recordaba cosas. Como si
saliese de los efectos del éter. Pero era de suponer que ese teléfono dejaría de sonar
alguna vez. No podía seguir indefinidamente. Y él no podía seguir repitiendo siempre
la misma historia de ir a atenderlo y escuchar que su padre había muerto y luego
volver a su casa en una noche de lluvia. Si seguía haciéndolo cogería un catarro.
Además su padre podía morir solo una vez.
El timbre del teléfono era parte de un sueño. Su sonido no era como el de
cualquier otro teléfono ni se parecía a cosa alguna porque significaba muerte. Al fin y
al cabo ese teléfono era algo determinado algo muy determinado como solía decir el
viejo profesor Eldridge en el último año de inglés. Y una determinada cosa se aferra a
ti aunque de nada sirve que lo haga tan intensamente. Ese timbre y su mensaje y todo
lo que eso significaba había ocurrido hacía mucho tiempo y él ya lo había dado por
concluido.
El timbre volvió a sonar. Podía oírlo muy lejos como si fuese un eco que
atravesaba innumerables persianas en su mente. Lo oía como si estuviese atado y no
pudiese atenderlo y sin embargo tuviese la obligación de hacerlo. El timbre sonaba
tan solitario como Cristo llamando desde el fondo de su mente esperando una
respuesta. Y no podían comunicarse. Cada toque parecía volverse paulatinamente
más solitario. A cada sonido del teléfono se asustaba más.
Nuevamente a la deriva. Estaba herido. Muy malherido. El campanilleo del
timbre se iba disipando gradualmente. Estaba soñando. No estaba soñando. Estaba
despierto aunque no podía ver. Estaba despierto aunque no podía oír nada salvo un
teléfono que en realidad no sonaba. Estaba muy asustado.
Recordó cómo de pequeño después de leer Los últimos días de Pompeya se
despertaba por la noche en medio de la oscuridad gritando espantado con el rostro
hundido en la almohada y pensando que la cima de una de las montañas de su
Colorado había volado y que las mantas eran lava y él estaba sepultado vivo y que se
quedaría allí muriendo eternamente. Ahora sentía ese mismo sentimiento de ahogo la
misma vergonzosa congoja en sus entrañas. En el paroxismo del terror juntó sus
fuerzas e hizo el ademán de un hombre enterrado en la arena que araña el aire con sus
manos.
Luego sintió náuseas y ahogo y se desvaneció a medias arrastrado por el dolor.
Por su cuerpo parecía circular una corriente eléctrica que lo sacudía
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espasmódicamente y lo arrojaba contra la cama exhausto y absolutamente inmóvil. Se
quedó así sintiendo cómo el sudor brotaba de su piel. Luego le sobrevino otra
sensación. Sentía su piel caliente y húmeda y la humedad le permitió sentir los
vendajes. Estaba envuelto en ellos de arriba abajo. Hasta la cabeza.
Entonces estaba realmente herido.
El corazón golpeó contra las costillas a causa del impacto. El cuerpo se le llenó de
aguijones. Su corazón latía como si estallase en el pecho pero él no podía sentir el
pulso en sus oídos.
¡Oh Dios! entonces estaba sordo. ¿De dónde sacaban toda esa basura acerca de
los refugios a prueba de bombas si a un hombre allí dentro podían sacudirlo de modo
tal que todo el complejo mecanismo de sus oídos podía estallar hasta dejarlo tan
sordo como para no poder oír los latidos de su propio corazón? Le habían golpeado
duro y ahora estaba sordo. No ligeramente sordo. No sordo a medias. Totalmente
sordo.
Por un momento mientras el dolor se iba desvaneciendo pensó todo esto me
permitirá meditar. ¿Y los otros? ¿Qué fue de ellos? Tal vez no tuvieron tanta suerte.
Había buenos muchachos en ese agujero. ¿Cómo será estar sordo y tener que hablar a
gritos? Escribes en un papel. No. Al revés. Tú lees lo que te escriben en un papel. No
es un motivo para ponerse a bailar pero podría haber sido peor.
Lo único es que cuando uno está sordo se siente solo. Olvidado de Dios.
De modo que nunca más volvería a oír. Pues bien había muchas cosas que no
quería volver a oír. Nunca había querido escuchar el punzante repiqueteo de la
ametralladora ni el agudo silbido de un obús del 75 cayendo a toda velocidad ni el
trueno pausado que seguía a su estallido ni el gemido de un avión ahí arriba ni los
aullidos de un tío que trata de explicarle a alguien que tiene una bala atravesada en el
estómago y que por el agujero se le está saliendo el desayuno y por qué nadie se
detiene y le da una mano solo que nadie puede oírle porque todos están asustados. Al
infierno.
Las cosas entraban y salían de foco. Era como mirar en uno de esos espejos de
afeitar de aumento atraerlo hacia uno y volverlo a alejar. Estaba enfermo y
probablemente loco estaba malherido y solitariamente sordo pero estaba vivo y
seguía escuchando a lo lejos el sonido agudo del timbre del teléfono.
Se hundía y reflotaba y luego comenzaba a girar en lánguidos y perezosos
círculos negros. Todo bullía en sonidos. Sin duda estaba loco. Fugazmente vio la gran
zanja donde solía ir a nadar con los muchachos en Colorado antes de partir hacia Los
Ángeles antes de entrar en la panadería. Oía el chapoteo del agua cuando Art hacía
una de sus piruetas al zambullirse es idiota tirarse de tan alto pero ¿por qué nosotros
no podíamos hacerlo? Contempló las ondulantes praderas de Grand Mesa a once mil
pies de altura y vio hectáreas de aguileñas agitándose en la fresca y apacible brisa de
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agosto y oyó el murmullo lejano de los arroyos de las montañas. Vio a su padre
arrastrando el trineo. Su madre iba dentro. Era una mañana de Navidad. Oyó la nieve
fría bajo los patines del trineo regalo de Navidad y su madre reía como una niña y su
padre sonreía con ese gesto tranquilo y surcado de arrugas.
Sus padres parecían divertirse juntos. En especial entonces. Solían flirtear delante
de él antes de que nacieran las niñas. ¿Recuerdas esto? ¿Y aquello? Lloré. Tú
hablabas así. Te peinabas así. Me levantaste y me recordaste cuán fuerte eras y me
pusiste encima del viejo Frank porque era dócil y después cabalgamos sobre el río
helado y el viejo Frank escogía su camino tan cuidadosamente como un perro.
¿Recuerdas el teléfono cuando me cortejabas? Recuerdo todo. Hasta el ganso que
se me echaba encima silbando cuando yo te abrazaba. ¿Recuerdas el teléfono cuando
éramos novios tontito? Recuerdo. ¿Recuerdas la línea del teléfono que recorría
dieciocho millas por el valle de Colé Creek y solo había cinco abonados? Lo
recuerdo. Recuerdo la forma en que me miraste con tus ojos grandes y tu frente suave
que no ha cambiado. ¿Te acuerdas cuán nueva era aquella línea telefónica? Uno se
sentía solo allí. Ni un alma en tres o cuatro millas y en realidad nadie en el mundo
solo tú. Y yo esperando que sonara el teléfono. ¿Te acuerdas que sonaba dos veces
para nosotros? Dos timbres y eras tú que llamabas de la tienda cuando estaba cerrada.
Y los cinco aparatos a lo largo de la línea haciendo click—click Bill llama a Macia
click—click. Y después tu voz qué divertido era oír tu voz por teléfono la primera
vez. Siempre fue maravilloso.
—Hola Macia.
—Hola Bill ¿cómo estás?
—Muy bien. ¿Has terminado el trabajo?
—Solo con los platos.
—Supongo que también esta noche todo el mundo nos está escuchando.
—Supongo.
—¿No saben que te quiero? Podrían conformarse con eso.
—Tal vez no.
—Macia ¿por qué no tocas algo en el piano?
—Está bien Bill. ¿Qué toco?
—Lo que quieras. A mí me gusta todo.
—Bien Bill. Espera que arregle el aparato.
Después la música del piano iba tintineando por los cables nuevos y maravillosos
del teléfono a lo largo de Cole Creek hacia el oeste del otro lado de las montañas de
Denver. Su madre antes de ser su madre antes de pensar particularmente en
convertirse en su madre solía tocar el único piano que había en Cole Creek e
interpretaba Beautiful Blue Ohio o quizá My Pretty Red Wing. Tocaba diáfanamente y
su padre la escuchaba desde Shale City y pensaba ¿no es maravilloso sentarse aquí a
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ocho millas y acercar ese tubo negro al oído y escuchar a lo lejos la música de Macia
mi hermosa Macia mi Macia?
—¿Los has oído Bill?
—Sí. Fue hermoso.
Entonces alguien tal vez a seis millas en la línea interrumpía la conversación sin
pudor alguno.
—Macia acabo de coger el auricular y te he escuchado tocar. ¿Por qué no tocas
After the Ball is Over? A Clem le gustaría escucharla si no tienes inconveniente.
Su madre volvía al piano y tocaba After the Ball is Over y Clem en alguna parte
oía música quizá por primera vez en tres o cuatro meses. Las mujeres de los granjeros
una vez terminado su trabajo también se sentaban con el auricular al oído y
escuchaban y se ponían soñadoras pensando en cosas que sus maridos ni siquiera
imaginaban. Todo el mundo en ese valle solitario de Cole Creek solicitaba a su madre
que tocara su pieza favorita y su padre en Shale City escuchaba con gusto aunque a
veces se impacientaba un poco diciéndose a sí mismo que la gente de Cole Creek
debería comprender que esto es un noviazgo no un concierto.
Sonidos sonidos sonidos por todas partes y ese timbre que se desvanecía y
regresaba mientras él se sentía tan enfermo y sordo que quería morir. Rotaba en la
oscuridad y a lo lejos el timbre del teléfono sonaba sin que nadie lo atendiera. Un
piano tintineaba remotamente y él supo que su madre tocaba para su padre muerto
antes de que su padre estuviera muerto y antes de pensar en él su hijo. El piano
sonaba al compás del timbre y el timbre al compás del piano y detrás crecía un espeso
silencio y un ansia de escuchar y la soledad.
Y ahora brilla la luna esta noche sobre la hermosa Ala Roja. Suspiran los pájaros
llora el viento nocturno…
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Su madre cantaba en la cocina. Él la oía cantar y el sonido de su voz era el sonido
de su casa. Cantaba la misma canción una y otra vez. Nunca cantaba la letra sino la
melodía con voz ausente como si pensara en otra cosa y cantar fuese solo una forma
de matar el tiempo. Siempre cantaba cuando estaba muy ocupada.
Era otoño. Los álamos se habían vuelto rojos y amarillos. En la cocina su madre
trabajaba y cantaba junto a la vieja estufa de carbón. Batía mantequilla de manzanas
en una gran cazuela. O envasaba melocotones. Los melocotones impregnaban la casa
con un aroma delicioso y penetrante. Hacía jalea. La pulpa de los frutos colgaba en
una bolsa de harina sobre la parte más fresca de la estufa. A través de la tela el zumo
manaba espeso sobre un tazón en cuyos bordes se formaba una orla rosa-crema. En el
centro el zumo era rojo y transparente.
Cocía el pan. Horneaba dos veces a la semana. En el intervalo entre hornada y
hornada conservaba un pote de fermento en la nevera para no preocuparse por la
levadura. El pan era pesado y moreno y a veces sobresalía dos o tres pulgadas sobre
el borde de la cazuela. Cuando lo sacaba del horno untaba la corteza marrón con
mantequilla y lo dejaba enfriar. Pero los bollos eran aún mejores que el pan. Los
sacaba del horno poco antes de la cena. Estaban tan calientes que humeaban. Tú les
ponías la mantequilla que se derretía dentro y luego mermelada o dulce de
albaricoque con nueces y almíbar. Era todo lo que querías comer a la hora de la cena
aunque por supuesto también era necesario comer otras cosas. En las tardes de verano
cortabas una gran rebanada de pan y le ponías mantequilla fría. Luego espolvoreabas
azúcar sobre la mantequilla. Resultaba más exquisito que un pastel. O bien cogías una
gran rebanada de cebolla dulce y la colocabas entre las dos lonchas de pan con
mantequilla y no había nada más delicioso en el mundo.
En otoño su madre trabajaba día tras día semana tras semana. Casi no salía de la
cocina. Hacía conservas de melocotones cerezas fresas moras ciruelas. Preparaba
mermeladas confituras conservas y salsas de pimientos. Y cantaba mientras trabajaba.
Cantaba la misma canción en voz ausente sin palabras como si todo el tiempo pensara
en otra cosa.
En Fifth y Main había un hombre que vendía hamburguesas. Era menudo
encorvado y de rostro carnoso. Siempre se alegraba de poder hablar con quien se
detuviese frente a su puesto. Como era el único que vendía hamburguesas en Shale
City tenía el monopolio del negocio. La gente decía que era drogadicto y que alguna
vez se volvería peligroso. Pero nunca ocurrió y hacía las mejores hamburguesas del
mundo. Tenía un mechero de gas y a cien metros de su puesto se podía oler la
maravillosa fragancia de las cebollas friéndose. Aparecía por las tardes alrededor de
las cinco o de las seis y hacía hamburguesas hasta las diez o las once. Si querías un
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bocadillo tenías que esperar.
A su madre le encantaban los bocadillos que hacía el hombre de las
hamburguesas. Los sábados por la noche su padre solía trabajar hasta tarde en la
tienda y él iba a la ciudad y le esperaba hasta que le entregaban el cheque con su
paga. Alrededor de las diez menos cuarto cuando la tienda estaba a punto de cerrar su
padre le daba treinta centavos para tres hamburguesas. Él corría a toda prisa con su
dinero hasta el puesto del vendedor de hamburguesas y ocupaba su lugar en la fila.
Pedía tres hamburguesas con mucha cebolla y mostaza. Cuando se las entregaban su
padre ya iba rumbo a casa. El hombre de las hamburguesas ponía los bocadillos en
una bolsa y colocaba la bolsa dentro de su camisa junto a su cuerpo. Entonces él
corría hasta su casa para que llegaran calientes. Corría en la fresca noche otoñal
sintiendo el calor de las hamburguesas contra su estómago. Todos los sábados por la
noche trataba de correr más de prisa que la vez anterior para que los bocadillos
llegasen aún más calientes. Llegaba a su casa los sacaba del interior dé su camisa e
inmediatamente su madre se comía uno. Para entonces su padre ya había llegado. Era
la gran fiesta de los sábados por la noche. Como las niñas eran muy pequeñas
dormían así que él sentía que su padre y su madre le pertenecían enteramente. En
cierto modo era un adulto. Envidiaba al hombre de las hamburguesas que podía
comer todos los bocadillos que quisiera.
En otoño venía la nieve. Habitualmente nevaba para el Día de Acción de Gracias
pero a veces no llegaba hasta mediados de diciembre. La primera nevada era lo más
bello de la tierra. Su padre solía despertarle muy temprano anunciando a gritos la
nevada. Generalmente era una nieve húmeda que se adhería a todo lo que tocaba.
Hasta la cerca de alambre tejido que rodeaba el fondo del gallinero soportaba un
espesor de nieve de media pulgada. Para los pollos la primera nevada era siempre un
enigma y un motivo de alarma. Andaban con cuidado y sacudían sus patas y los
gallos protestaban todo el día. Los graneros lucían hermosos y los postes del
alambrado tenían un birrete de cuatro pulgadas de alto. En los terrenos vacíos los
pájaros dejaban en la nieve minúsculas huellas cruzadas de tanto en tanto por los
rastros de un conejo. Su padre nunca dejó de despertarle temprano cuando caía nieve.
Lo primero que hacía era correr a mirar por la ventana. Luego se ponía unas ropas
abrigadas la chamarra las botas y los guantes forrados de piel de cordero cogía su
impermeable flexible salía con los demás muchachos y no volvía hasta que sus pies
estaban ateridos y su nariz helada. La nieve era maravillosa.
En primavera los campos se llenaban de prímulas. Se abrían por la mañana se
cerraban cuando calentaba el sol y luego se volvían a abrir por la tarde. Todas las
tardes los muchachos iban a coger prímulas. Volvían con grandes ramilletes de flores
tan grandes como una mano y los ponían en cuencos llenos de agua. El primero de
mayo hacían cestos y los adornaban de prímulas escondiendo dulces debajo de las
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flores. Cuando anochecía iban de casa en casa y dejaban un cesto. Llamaban a la
puerta y huían desapareciendo en la noche.
Lincoln Beechy llegó al pueblo. Era el primer aeroplano que se veía en Shale
City. Lo tenían en una tienda en medio de la pista de carreras cerca de los terrenos de
la feria. Todos los días la gente desfilaba por la tienda para mirarlo. Parecía hecho
íntegramente de alambre y tela. La gente no podía comprender que un hombre hiciera
depender su vida de la resistencia de un alambre. Un solo alambre que fallara
significaba el fin de Lincoln Beechy. En la parte delantera del avión frente a las
hélices había un pequeño asiento cerrado con una barra de madera. Allí se sentaba el
gran aviador.
En Shale City todo el mundo estaba contento con la llegada de Lincoln Beechy.
Era algo maravilloso. Shale City se estaba convirtiendo en una verdadera metrópoli.
Lincoln Beechy no se detenía en cualquier pueblecito de mala muerte. Solo se detenía
en sitios como Denver y Shale City y Salt Lake y continuaba su recorrido hasta San
Francisco. Todo el pueblo salió a la calle el día que Lincoln Beechy se remontó en el
aire. Lo hizo cinco veces. Nunca nadie había visto algo más increíble.
Antes del vuelo el señor Hargraves que era inspector de escuelas pronunció un
discurso. Explicó que la invención del aeroplano era el mayor progreso llevado a
cabo por el hombre en cien años. El aeroplano dijo el señor Hargraves reduciría la
distancia entre las naciones y los pueblos. El aeroplano sería el gran instrumento para
la comprensión recíproca de los pueblos para que la gente se comprendiera y amara
mejor. El señor Hargraves dijo que el aeroplano anunciaba una nueva era de paz
prosperidad y comprensión mutua. Todos serían amigos dijo el señor Hargraves
cuando el aeroplano uniera a todo el mundo de modo que los pueblos de la tierra se
comprendieran entre sí.
Después del discurso Lincoln Beechy hizo cinco loopings y abandonó el pueblo.
Dos meses más tarde su aeroplano cayó en la bahía de San Francisco y Lincoln
Beechy se hundió. Shale City lo sintió como si hubiese perdido a uno de sus
habitantes. El Monitor de Shale City publicó un editorial. Dijo que aun cuando el
gran Lincoln Beechy hubiese muerto el aeroplano el instrumento de paz el vínculo
entre los pueblos seguiría adelante.
Cumplía años en diciembre. Para todos sus cumpleaños su madre preparaba una
gran cena a la que venían sus amigos. Sus amigos también hacían cenas de
cumpleaños de modo que al cabo del año había por lo menos seis grandes
acontecimientos con motivo de los cuales se reunían los muchachos. Por lo general
había pollo y siempre un pastel de cumpleaños y helado. Todos traían regalos. Nunca
olvidaría aquella vez que Glenn Hogan le trajo un par de calcetines de seda marrón.
Fue antes de usar los pantalones largos. Los calcetines parecían significar un paso
hacia un futuro adulto. Eran muy bonitos. Después de la fiesta se los puso y los miró
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largo rato. Tres meses más tarde se puso los pantalones largos que hacían juego con
ellos.
Todos los muchachos simpatizaban con su padre seguramente porque su padre
simpatizaba con ellos. Después de comer su padre los llevaba siempre a algún
espectáculo. Se ponían los abrigos y salían a la nieve trotando hasta el teatro Elysium.
Era estupendo sentirse caliente por dentro después de la comida y con la cara fría por
el aire bajo cero y un espectáculo ante los ojos. Aún hoy podía oír sus pasos
chapoteando en la nieve. Podía ver a su padre a la cabeza del grupo hacia el Elysium.
Recordaba que los espectáculos eran casi siempre buenos.
En otoño se hacía la Exposición del Condado. Había domas de potros y corridas
de ciervos indios cabalgando a pelo y carreras de trote. Siempre había una tribu de
indios encabezada por la gran squaw Chipeta. Una calle de Shale City llevaba su
nombre. El pueblo de Ouray Colorado llevaba el nombre de su esposo el cacique
Ouray. Los indios que venían con Chipeta no hacían gran cosa. Se sentaban en
cuclillas y miraban fijo pero Chipeta era todo sonrisas y charla sobre los viejos
tiempos.
Durante la exposición solía venir una feria y se podían ver mujeres partidas en
dos y motociclistas desafiando la muerte subiendo y bajando por un muro circular. En
los puestos de la feria había frutas en conserva que brillaban detrás de los frascos
despliegues de bordados hileras de pasteles y pilas de pan y enormes calabazas y
patatas fantásticas. En los corrales había novillos cuadrados como galpones y cerdos
casi tan grandes como vacas y pollos de pura raza. La semana de la feria era la más
importante del año. De algún modo era más importante que Navidad. Se compraban
fustas adornadas con borlas en los extremos rozar con ellas las piernas de la
muchacha que te gustaba era una muestra de simpatía. Toda la feria tenía un olor
inolvidable. Un aroma siempre soñado. Mientras viviera lo sentiría en el fondo de su
memoria.
En verano iban a la gran zanja situada al norte del pueblo se quitaban la ropa y se
tendían en la orilla y charlaban. El agua estaba tibia por el aire del verano y de la
tierra gris-parda surgía el calor como de una caldera de vapor. Nadaban un rato y
volvían a la orilla a sentarse en círculo desnudos y tostados para charlar. Hablaban de
bicicletas de muchachas de perros y armas. Hablaban de campings de la caza del
conejo de muchachas y de pesca. Hablaban de los cuchillos de caza que todos
deseaban pero que solo Glen Hogan tenía. Hablaban de las muchachas.
Cuando llegaron a la edad de salir con muchachas siempre las llevaban al
pabellón de la feria. Comenzaban a acicalarse. Hablaban de corbatas y pañuelos
haciendo juego y usaban zapatos de ante y camisas con brillantes franjas rojas verdes
y amarillas. Glen Hogan tenía siete camisas de seda. También tenía la mayor parte de
las muchachas. Tener o no tener un automóvil se convirtió en un tema importante.
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Era muy humillante ir a pie con tu chica hasta el pabellón.
A veces no tenías dinero suficiente para ir a bailar entonces deambulabas
ociosamente alrededor de la feria y oías la música que surgía del pabellón en la
noche. Todas las canciones tenían un significado y las letras eran muy serias. Te
sentías dolorido y deseabas estar allí en el pabellón. Te preguntabas con quién estaría
bailando tu chica. Luego encendías un cigarrillo y hablabas de otra cosa. Encender un
cigarrillo era todo un acontecimiento. Solo lo hacías por la noche cuando nadie te
podía ver. Saber sostener el cigarrillo con estilo descuidado era un asunto serio. El
primero del grupo que pudo aspirar el humo fue el tío más grande de la tierra hasta
que el resto pudo ponerse a su altura.
Los viejos se sentaban a charlar sobre la guerra en la tienda de tabaco de Jim
O’Connell. La trastienda de O’Connell era muy fresca. Antes de que llegara la sequía
a Colorado era un saloon y en días húmedos aún podía percibirse el olor a cerveza en
las tablas del suelo. Los viejos se sentaban en sillas altas y observaban las mesa de
billar y escupían en grandes salivaderas de bronce. Hablaban de Inglaterra y Francia
y al final de Rusia. Rusia siempre estaba a punto de iniciar una gran ofensiva que
haría retroceder a los malditos alemanes hacia Berlín. Y ese sería el fin de la guerra.
Luego su padre decidió abandonar Shale City. Fueron a Los Ángeles. Allí por
primera vez tomó conciencia de la guerra. Despertó a la guerra con el ingreso de
Rumanía. Nunca había oído hablar de Rumanía excepto en las clases de geografía.
Pero la entrada de Rumanía en la guerra se produjo el mismo día en que los
periódicos de Los Ángeles publicaron la crónica de unos jóvenes soldados
canadienses que habían sido crucificados por los alemanes frente a sus camaradas en
tierra de nadie. Eso quería decir que los alemanes eran peor que bestias y
naturalmente te interesabas y querías que terminaran con Alemania. Todos hablaban
de los pozos de petróleo y de los campos de trigo de Rumanía que abastecerían a los
aliados y de cómo esto con seguridad significaría el fin de la guerra. Pero los
alemanes cruzaron Rumanía y tomaron Bucarest y la reina Marie se vio obligada a
abandonar su palacio. Entonces murió su padre y América entró en guerra y él
también tuvo que ir y allí estaba.
Pensaba Oh Joe Joe este no es sitio para ti. Esta no era una guerra para ti. Esto no
tiene nada que ver contigo. ¿Qué interés tienes en salvar el mundo para la
democracia? Lo único que querías Joe era vivir. Has nacido y te has criado en un
saludable condado de Colorado y tenías tanto que ver con Alemania Inglaterra o
Francia o hasta con Washington D. C. como con el hombre en la luna. No era cosa
tuya y sin embargo aquí estás. Lastimado y más de lo que supones. Muy malherido.
Tal vez hubiese sido mucho mejor que estuvieses muerto y enterrado en la colina del
otro lado del río en Shale City. Tal vez te ocurran otras cosas peores que ni siquiera
sospechas Joe. Oh ¿por qué diablos te metiste en este lío Joe? No era tu pelea Joe. No
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tenías la menor idea del porqué de esta lucha.
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Se elevó atravesando las aguas heladas preguntándose si llegaría o no a la
superficie. Se decían muchas tonterías acerca de la gente que se hunde tres veces y
luego se ahoga. Él se había hundido y había flotado durante días semanas meses
¿quién podría decirlo? Pero no se había ahogado. Cada vez que llegaba a la superficie
se desvanecía en la realidad y cada vez que se hundía se desvanecía en la nada.
Lentos y prolongados desmayos mientras luchaba por el aire y la vida. Peleaba
duramente y lo sabía. Un hombre no puede luchar siempre. Si se ahoga o se asfixia
tiene que ser listo y ahorrar fuerzas para la definitiva y última lucha a muerte.
Se quedaba tendido de espaldas porque no era un estúpido. Si te colocas de
espaldas puedes flotar.
Cuando era muchacho solía hacerlo. Sabía hacerlo. Sus últimas fuerzas se
agotaban en la lucha cuando todo lo que tenía que hacer era flotar. Qué tonto.
Manipulaban su cuerpo. Le llevó un rato darse cuenta porque no les oía. Entonces
recordó que estaba sordo. Era curioso estar allí tendido con gente en la habitación que
te toca te observa te cura y sin embargo permanece fuera de tu audición. Los vendajes
le envolvían la cabeza y tampoco podía verles. Solo sabía que allí fuera en la
oscuridad más allá de la onda auditiva le manipulaban y trataban de ayudarle.
Le estaban quitando parte de las vendas. Sintió el frescor el súbito secarse del
sudor en su costado izquierdo. Estaban manipulando en su brazo. Sintió el pinchazo
de un pequeño instrumento afilado que le raspaba en alguna parte y arrancaba trozos
de su piel. No dio un salto. Sencillamente se quedó quieto porque tenía que ahorrar
fuerzas. Trató de explicarse por qué le pinchaban. Después de cada pinchazo sentía
un pequeño tirón en la carne de la parte superior de su brazo y una desagradable
punzada de calor como una fricción. Los pequeños tirones proseguían con breves
sacudidas cada una era seguida de un ardor. Le dolía. Deseaba que pararan ya. Le
picaba. Quería que le rascaran.
Se congeló completamente quedó duro y rígido como un gato muerto. Había algo
extraño en esos pinchazos y tirones y ese calor como de fricción. Podía sentir las
cosas que hacían en su brazo pero no podía sentir su brazo en absoluto. Era como si
la sensación se produjera dentro de su brazo. Como si sintiera a través del extremo de
su brazo. Lo más próximo que pudo imaginar en el extremo de su brazo era su mano.
Pero el dorso de su mano el extremo de su brazo estaba arriba arriba a la altura de su
hombro.
Oh Cristo le habían cortado su brazo izquierdo.
Se lo habían cortado por el hombro. Ahora podía advertirlo con claridad.
Oh Dios mío ¿por qué le habían hecho eso?
No podían hacerlo hijos de puta no podían hacerle eso. Hacía falta tener un papel
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firmado o algo así. Lo exigía la ley. No se le puede cortar el brazo a un hombre sin
preguntarle sin pedir permiso porque el brazo de un hombre es suyo y lo necesita. Oh
Jesús tengo que trabajar con ese brazo ¿por qué me lo han cortado? ¿Por qué me han
cortado el brazo? Respondan. ¿Por qué me han cortado el brazo? ¿Por qué por qué
por qué?
Volvió a hundirse en el agua y luchó y luchó y luego salió con el ombligo dando
saltos y la garganta ardiendo. Y mientras estuvo bajo el agua luchando con un solo
brazo por regresar habló consigo mismo diciéndose que aquello no le podía haber
ocurrido a él. Sin embargo le había ocurrido.
De modo que me han cortado el brazo. ¿Cómo trabajaré ahora? No piensan en
ello. Piensan nada más en hacer lo que les parece. Solo se trata de otro tío con un
agujero en el brazo. Cortémoslo. ¿Qué os parece muchachos? Por supuesto. Cortadle
el brazo al muchacho. Para arreglarle el brazo a un tío hace falta mucho trabajo y
mucho dinero. Esta es una guerra y la guerra es el infierno así que al infierno con el
brazo. Venid muchachos. Observad. ¿Bonito verdad? El tío está en la cama y no
puede decir nada mala suerte. De todas maneras esta es una guerra hedionda así que
cortemos ese maldito brazo y terminemos de una vez.
Mi brazo. Mi brazo. Me han cortado el brazo. ¿Veis ese muñón? Era mi brazo. Oh
claro que tenía un brazo nací con él y era tan normal como vosotros y podía oír y
tenía un brazo izquierdo como todo el mundo. Pero esos holgazanes hijos de puta me
lo cortaron. ¿Qué os parece?
¿Cómo?
Tampoco puedo oír. No oigo nada. Escribidlo. Ponedlo en un papel. Puedo leer.
Pero no puedo oír. Escribidlo en un papel y entregádselo a mi brazo derecho porque
no tengo brazo izquierdo.
Mi brazo izquierdo me pregunto qué habrán hecho con él. Cuando le cortas un
brazo a un hombre tienes que hacer algo con él. No puedes dejarlo tirado por ahí. ¿Lo
envías a los hospitales para que los muchachos puedan hacerlo pedazos y observar
cómo funciona el brazo de un hombre? ¿Lo envuelves en un periódico y lo arrojas a
la basura? ¿Lo entierras? Al fin y al cabo es parte de un hombre. Una parte muy
importante del hombre y debe ser tratada con respeto. ¿Lo llevas y lo entierras y
pronuncias una pequeña oración? Deberías hacerlo. Porque se trata de carne humana
que murió joven y merece una buena despedida.
Mi anillo.
Tenía un anillo en esa mano. ¿Qué habéis hecho con él? Me lo había regalado
Kareen y quiero que me lo devuelvan. Puedo usarlo en la otra mano. Lo necesito
porque significa algo importante. Si lo habéis robado apenas me quiten las vendas me
ocuparé de vosotros ladrones hijos de puta. Si lo habéis robado sois ladrones de
sepulturas porque mi brazo está muerto y le habéis quitado el anillo. Vosotros robáis a
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los muertos. Eso es lo que hacéis. Antes de que me hunda nuevamente. ¿Dónde está
mi anillo el anillo de Kareen? Quiero el anillo. El anillo de Kareen nuestro anillo por
favor ¿dónde está? La mano que lo llevaba está muerta y el anillo no se hizo para
ceñir carne podrida. Era para llevarlo en mi mano viva porque significaba vida.
—Me lo dio mi madre. Es una verdadera adularia. Puedes usarlo.
—No me cabe.
—El meñique tonto prueba en el meñique.
—Oh.
—¿Lo ves? Te dije que iría bien.
—Gatita.
—Oh Joe tengo tanto miedo. Bésame otra vez.
—No deberíamos haber apagado las luces. Tu padre se enfadará.
—Bésame. Mike no se enfadará. Él entiende.
—Gatita gatita gatita mía.
—No te vayas Joe. No te vayas por favor.
—Cuando te reclutan tienes que ir.
—Te matarán.
—Puede ser. No creo.
—Mataron a muchos que no creían que morirían. No vayas Joe.
—Muchos vuelven.
—Te quiero Joe.
—Gatita.
—No soy una gatita soy un bohunk[3].
—Eres mitad y mitad pero pareces una gatita. Tienes los ojos y el pelo de una
gatita.
—Oh Joe.
—No llores Kareen. No llores por favor.
De pronto les cubrió una sombra y ambos alzaron los ojos.
—Basta maldita sea. Basta.
El viejo Mike Birkman. ¿Cómo logró entrar en la casa tan silenciosamente?
Estaba allí de pie por encima de ellos en la oscuridad mirándoles con furia.
Se quedaron estirados en el sofá mirándole. Parecía un enano gigante su espalda
estaba encorvada por los veintiocho años en las minas de carbón de Wyoming.
Veintiocho años en las minas con un carné rojo de la I. W. W. y maldiciendo a todo el
mundo. Les miraba con ojos penetrantes y ellos no se movían.
—No permitiré esto en mi casa. ¿Vosotros creéis que esto es el asiento trasero de
un auto? Ahora levantaros como dos personas decentes. Vamos. Ponte de pie Kareen.
Kareen se puso en pie. Medía apenas cinco pies y una pulgada. Mike juraba que
era porque no había comido lo suficiente cuando era niña pero probablemente no era
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cierto porque su madre había sido pequeña y Kareen estaba perfectamente formada y
era sana y hermosa. Tan hermosa. Mike solía exagerar cuando se excitaba. Kareen
miró sin miedo al viejo Mike.
—Él se va por la mañana.
—Lo sé. Lo sé muchacha. Entrad en el dormitorio. Los dos. Quizá no tengáis otra
oportunidad. Ve Kareen.
Kareen le miró largamente y luego se dirigió al dormitorio con la cabeza baja
como si fuese una niña muy ocupada en sus pensamientos.
—Ve muchacho. Está asustada. Ve y abrázala.
Él echó a andar y entonces sintió la mano de Mike que le aferraba un hombro.
Mike le miraba fijamente y sus ojos se vislumbraban pese a la oscuridad.
—Sabes cómo tratarla ¿verdad? No es una prostituta. ¿Sabes?
—Sí.
Él dio media vuelta y entró en el dormitorio.
Sobre un costado de la cómoda había un velador encendido. En un rincón de la
habitación más allá del velador estaba Kareen de pie. Se había quitado la blusa y
estaba en enaguas. Cuando él entró tenía el torso inclinado hacia las caderas y sus
manos intentaban desabrochar la falda. Levantó los ojos y se quedó mirándole sin
mover las manos ni nada. Le miró como si lo viese por primera vez y no supiera si él
le gustaba o no. Le miró de una forma que a él le dieron ganas de llorar.
Se acercó y la rodeó cuidadosamente con sus brazos. Ella apoyó la frente en su
pecho. Luego se volvió hacia la cama. Retiró las mantas y se metió dentro vestida.
Seguía mirándole todo el tiempo como si temiese que él pudiera decir algo mordaz o
se echara a reír o se marchara. Hizo suaves movimientos bajo las mantas y sus ropas
empezaron a caer a un lado de la cama. Cuando todas estuvieron en el suelo junto a la
cama le sonrió.
Él comenzó a quitarse la camisa sin apartar los ojos de ella. Ella miró a su
alrededor y frunció el ceño.
—Joe ponte de espaldas.
—¿Por qué?
—Quiero salir de la cama.
—¿Por qué?
—Olvidé algo. Date la vuelta.
—No.
—Por favor.
—No. Yo te lo alcanzo.
—No. Quiero buscarlo yo misma. Vuélvete.
—No. Quiero verte.
—No puedes Joe. Alcánzame la bata.
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—Eso sí.
—Está en el armario. Es roja.
Fue hacia el armario y cogió la bata. Era una cosita ligera con flores estampadas y
realmente no servía para cubrir a nadie. Se la llevó hasta la cama sosteniéndola a
cierta distancia.
—Acércala.
—Cógela.
Ella rio después se estiró rápidamente y se la arrebató metiéndola bajo las mantas.
Para cogerla tuvo que estirarse tanto que él pudo percibir la curva de su pecho. Ella se
reía suavemente mientras luchaba bajo las mantas poniéndose la bata y estirándola
hacia abajo como si le hubiera gastado una gran broma. Después retiró las mantas
saltó de la cama y corrió con los pies desnudos hacia la sala. Él vio las plantas de sus
pies moviéndose rápidamente sobre el piso. Tenían dos arcos. Uno a lo largo del
empeine y otro que cruzaba desde el dedo y se elevaba delicadamente
desvaneciéndose hacia el talón. Pensó qué bellos pies tiene qué fuertes y hermosos.
Ella volvió con un florero de geranios rojos y lo puso sobre una mesita frente a la
ventana.
Abrió la ventana y volvió despacio el rostro hacia él. Estaba apoyada sobre la
mesa y al mismo tiempo parecía colgando de ella.
—Si realmente quieres verme.
—Pero si tú no quieres yo no quiero.
Ella se dirigió al armario se puso de espaldas y se quitó la bata. Luego se dio la
vuelta mirando insistentemente sus pies. Fue hacia la cama y se deslizó entre las
mantas.
Él apagó la luz se quitó la ropa y se metió en la cama a su lado. La rodeó con el
brazo descuidadamente como si todo fuera una casualidad. Ella estaba muy quieta. Él
movió la pierna. De entre las sábanas surgió una bocanada de aire y él pudo percibir
su olor. Piel limpia limpia y olor a jabón y a sábanas. Acercó su pierna a la de ella.
Ella se giró hacia él le rodeó el cuello con los brazos y le apretó con fuerza.
—Oh Joe Joe no quiero que te vayas.
—¿Tú crees que me quiero ir?
—Tengo miedo.
—¿De mí?
—Oh no.
—Gatita mía.
—Es bello estar así ¿verdad?
—Sí.
—¿Alguna vez has estado así con alguien?
—Con nadie a quien amara.
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—Me alegro.
—Es la verdad. ¿Y tú?
—No deberías preguntarlo.
—¿Por qué?
—Porque soy una dama.
—Tú eres una gatita.
—Nunca he estado así con nadie.
—Ya lo sé.
—Pero no tenías por qué saberlo en realidad oh Joe quisiera que te escaparas que
no te fueras.
—A ver. Pon tu cabeza sobre mi brazo izquierdo. Como un almohadón.
—Bésame.
—Dulce gatita.
—Querido. Oh querido. Oh mi querido querido querido mío.
No durmieron gran cosa. De vez en cuando dormitaban se despertaban y
descubrían que estaban separados entonces volvían a acercarse y se apretaban muy
fuerte como si se hubieran perdido para siempre y acabaran de encontrarse de nuevo.
Mike se pasó la noche desplazándose inquietamente por la casa tosiendo y
murmurando.
Cuando llegó la mañana apareció junto a la cama con dos desayunos en una
bandeja.
—Aquí tenéis muchachos. Comed.
Allí estaba de pie el tosco viejo Mike bondadoso ceniciento y duro con los ojos
dolorosos y enrojecidos. Mike había estado preso demasiadas veces como para no ser
bueno. El viejo Mike que odiaba a todo el mundo. Odiaba a Wilson y odiaba a
Hughes odiaba a Roosevelt y odiaba a los socialistas porque no hacían más que
hablar y tenían horchata en lugar de sangre en las venas. Hasta odiaba un poco a Debs
aunque no mucho. Veintiocho años en las minas de carbón le habían convertido en un
hombre que sabía odiar. «Y ahora soy un maldito peón de ferrocarril ¿qué os parece
esta sucia forma de ganarse la vida?» Mike con su espalda encorvada por el trabajo
de las minas les traía el desayuno.
—Aquí tenéis muchachos. Daros prisa y comed. No tenéis mucho tiempo.
Comieron. Mike se fue refunfuñando y no volvió a entrar en la habitación.
Cuando terminaron el desayuno se quedaron un rato recostados mirando el cielo raso
y digiriendo la comida.
—Roncabas.
—No. Además no tendrías que decirlo. Has sido tú de todos modos.
—Era un bello ronquido. Me ha gustado.
—Eres terrible. Levántate tú primero.
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—No. Hazlo tú primero.
—Oh Joe bésame. No te vayas.
—Daros prisa muchachos endemoniados.
—Levántate.
—Tú.
—Cuento hasta tres uno dos tres.
Saltaron de la cama. Hacía frío. Tiritaban y se reían el uno del otro y nunca
terminaban de vestirse porque a cada momento se detenían para besarse.
—Daros prisa muchachos del diablo. Vais a perder el tren y entonces a Joe lo
fusilarán los norteamericanos no los alemanes. Sería vergonzoso.
Esa mañana partían cuatro trenes cargados de reclutas y había un terrible gentío
en la estación. Todos los alrededores de la estación los automóviles y hasta las
locomotoras estaban embanderados y la mayor parte de las mujeres y niños llevaban
pequeñas banderas que agitaban lánguida y ociosamente. Había tres bandas que
parecían tocar al mismo tiempo y muchos oficiales conduciendo a la gente de un lado
a otro y el alcalde que pronunciaba un discurso y la gente que lloraba y se extraviaba
y se reía y se emborrachaba.
Su madre y sus hermanas estaban allí y Kareen estaba allí y Mike estaba allí
murmurando malditos imbéciles y mirando con ojos furiosos a todo el mundo y
observando a Kareen con preocupación.
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Adiós mamá adiós papá adiós mula con tu viejo rebuzno
«Como dijo ese gran patriota Theodore Roosevelt»
América te amo tú eres como una novia para mí
—No te vayas Joe. Huye. Te matarán lo sé. No te volveré a ver.
Oh Kareen ¿por qué tenían que hacer la guerra justamente ahora que nos hemos
encontrado? Kareen tenemos cosas más importantes que la guerra. Nosotros Kareen.
Tú y yo en una casa. Por la noche volveré a tu lado en mi casa tu casa nuestra casa.
Tendremos niños gordos felices y también listos. Eso es más importante que la
guerra. Oh Kareen Kareen te miro solo tienes diecinueve años y ya eres vieja como
una anciana. Te miro Kareen y lloro por dentro y sangro.
Nada más que la oración de un bebé en el crepúsculo cuando las luces se van
apagando.
«Como dijo ese gran patriota Woodrow Wilson»
Brilla un manto de plata a través de la oscura nube
«Todos al tren. Todos al tren.»
Allí allí allí allí allí
—Adiós hijo. Escribe. Nos arreglaremos.
—Adiós mamá adiós Catherine adiós Elizabeth. No lloréis.
«Porque vosotros sois la gloria de Los Ángeles. Que Dios os bendiga. Que Dios
nos otorgue el triunfo.»
«Todos al tren. Todos al tren.»
Vienen los yankis vienen los yankis
«Oremos. Padre nuestro que estás en el cielo»
—No puedo rezar. Kareen no puedo rezar. Kareen no es tiempo de rezar.
«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo»
Kareen Kareen no quiero irme. Quiero quedarme aquí y estar contigo y trabajar
hacer dinero tener hijos y amarte. Pero tengo que ir.
«Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria para siempre amén»
—Adiós Mike adiós Kareen te quiero Kareen.
Oh decid si podéis ver
—Adiós mamá adiós Catherine adiós Elizabeth.
Aquello que con tanto orgullo saludábamos
—Tú entre mis brazos para siempre Kareen.
Cuyas anchas franjas y estrellas luminosas
Adiós todos adiós. Adiós hijo padre hermano amante esposo adiós. Adiós adiós
madre padre hermano hermana novia esposa adiós y adiós.
En la tierra de los libres y la patria de los valientes.
—Adiós Joe.
—Adiós Kareen.
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—Joe querido Joe Joe abrázame más fuerte. Deja tu bolsa y rodéame con ambos
brazos y abrázame fuerte. Los dos brazos. Los dos.
Tú en mis brazos Kareen adiós. En mis dos brazos. Kareen en mis brazos. Dos
brazos. Brazos brazos brazos brazos. Constantemente entro y salgo del desmayo
Kareen y tardo en darme cuenta. Estás entre mis brazos Kareen. Entre mis dos brazos.
Los dos brazos. Ambos. Ambos.
No tengo brazos Kareen.
Mis brazos han desaparecido.
Mis dos brazos han desaparecido Kareen los dos.
Desaparecidos.
Kareen Kareen Kareen.
Me han cortado los dos brazos.
Oh Jesús madre adiós Kareen me han cortado los dos brazos.
Oh Jesús madre dios Kareen Kareen Kareen mis brazos.
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4
Hacía calor. Tanto calor que le parecía estar abrasándose por dentro y por fuera.
Tanto calor que no podía respirar. Apenas jadeaba. En lontananza una hilera de
montañas brumosas recortaba el cielo y las vías férreas cruzaban el desierto en línea
recta bailando y saltando en medio del calor. Al parecer Howie y él trabajaban en el
ferrocarril. Era cómico. Oh diablos las cosas comenzaban a mezclarse nuevamente.
Ya antes había visto todo esto. Era como ir a un nuevo drugstore por primera vez y al
sentarse sentir de pronto que has estado allí antes varias veces y que ya has oído lo
que va a decir el empleado apenas se acerque para atenderte. ¿Él y Howie trabajando
en el ferrocarril bajo el calor? Sí sí. De acuerdo. Así eran las cosas.
Él y Howie trabajaban allí bajo el sol ardiente tendiendo esas vías férreas a través
del desierto de Utah. Y sentía tanto calor que creía morir. Pensó que si pudiera
detenerse a descansar un rato se sentiría más fresco. Pero lo más terrible en una
brigada de trabajo es que uno no se puede detener nunca. No podían reír ni bromear
como el resto de los muchachos. No decían una palabra. Solo trabajaban.
Si uno se pone a observar una brigada le da la impresión de que trabajan
lentamente. Pero es necesario trabajar lentamente porque no te puedes detener y
cuentas con esa única fuerza. No te detienes porque tienes miedo. No es miedo al
capataz porque nunca molesta a nadie. Es que tienes miedo del trabajo y de la
capacidad de trabajo del otro tío. De modo que él y Howie trabajaban lenta y
constantemente tratando de mantener el ritmo de los mexicanos.
Le palpitaba la cabeza y su corazón latía con violencia contra las costillas y hasta
podía sentir las pulsaciones aceleradas en las pantorrillas. Sin embargo no podía
detenerse ni por un segundo. Su respiración se volvía cada vez más entrecortada y
parecía que sus pulmones resultaban demasiado pequeños para contener el aire que
era capaz de aspirar para mantenerse con vida. Hacía ciento veinticinco grados a la
sombra y no había sombra. Sintió que se asfixiaba bajo una manta blanca y caliente y
solo podía pensar tengo que detenerme tengo que detenerme tengo que detenerme.
Hicieron un alto para almorzar.
Era su primer día de trabajo en la cuadrilla y naturalmente él y Howie pensaron
que les traerían el almuerzo con la vagoneta. Pero no fue así. Cuando el capataz
advirtió que no tenían nada para comer se acercó a un par de mexicanos y les dijo
algo. Los mexicanos les ofrecieron parte de lo que sacaron de sus cubos de almuerzo.
Comían huevos fritos con una capa de pimentón. Él y Howie se limitaron a mascullar
no gracias y se tumbaron de espaldas. Después se colocaron boca abajo porque el sol
era tan ardiente que les hubiera quemado los ojos aun con los párpados cerrados. Los
mexicanos se sentaron a masticar sus bocadillos de huevos fritos mientras les
observaban.
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De pronto se oyó el ruido de los mexicanos que se habían puesto en pie. Él y
Howie se incorporaron para ver qué pasaba. Toda la cuadrilla se había echado a andar
en un lento galope por los rieles tendidos. El capataz se quedó sentado observándoles.
Le preguntaron qué sucedía y el capataz respondió que los muchachos se iban a dar
un baño.
La idea de darse un baño era demasiado. Él y Howie se pusieron en pie de un
salto y corrieron tras los mexicanos. Por la forma en que habló el capataz pensaron
que solo se trataba de andar un breve trecho por las vías. Pero debieron recorrer dos
millas antes de llegar a un canal color fango de unos diez pies de ancho bordeado en
ambas orillas por unos sólidos matorrales de cardos. Los mexicanos comenzaron a
quitarse las ropas. Él y Howie se preguntaron cómo pensaban llegar hasta el agua sin
llenarse de espinas. Llegaron a la conclusión de que habría algún sendero a través de
la maleza. De lo contrario los mexicanos no habrían pensado en bañarse. Cuando
terminaron de desvestirse los mexicanos ya chapoteaban en la zanja riendo y
gritando.
Resultó que no había sendero alguno entre los cardos. Sintieron vergüenza por
estar tan desnudos y blancos comparados con el resto y por no poder hacer nada. Así
que comenzaron a saltar por encima de la maleza a través de los cardos hasta llegar al
agua. El agua estaba caliente y olía a cal pero daba lo mismo. Era como un chubasco
de abril. Pensó en la piscina del Y.M.C.A. en Shale City. Pensó dios estos tíos se
comportan como si esta fuese la mejor piscina del mundo. Pensó apuesto a que nunca
en su vida han estado en una piscina. Estaba hundido en el barro hasta los tobillos
cuando los mexicanos comenzaron a salir y a vestirse nuevamente. El baño había
terminado.
Las espinas se les clavaban hasta las caderas cuando él y Howie fueron en busca
de sus ropas. Observaron que los mexicanos ni siquiera se molestaban en quitarse las
espinas. Algunos de ellos ya habían iniciado el regreso hacia la vagoneta así que ellos
medio se sacudieron las espinas con las piernas y saltaron para introducirse en sus
ropas. Luego corrieron las dos millas de regreso. El almuerzo había terminado y
había que volver al trabajo.
A medida que se esfumaba la tarde él y Howie comenzaron a tambalearse y
finalmente a caerse. Ni el capataz ni los mexicanos decían nada cuando se
desplomaban. Los mexicanos se limitaban a interrumpir el trabajo y a esperar a que
se levantaran mirándoles continuamente como niños. Cuando se incorporaban
balanceándose volvían al trabajo agotador de la vía. Les dolían todos los músculos
del cuerpo pero tenían que seguir trabajando. Se les habían gastado las palmas de las
manos. Cada vez que asían los ardientes rieles sentían hasta en la boca el dolor de las
manos en carne viva. Las espinas en pies y piernas parecían hundirse más y más a
cada paso y se infectaban y no había tiempo para detenerse y quitárselas.
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Pero los dolores y las contusiones y el terrible agotamiento no era lo peor. De
algún modo aún podían sostener el cuerpo pero las cosas que tenían dentro del mismo
comenzaron a retorcerse y a crujir. Sus pulmones estaban tan secos que chirriaban
con la respiración. Su corazón se dilataba de tanto bombear. Tuvo un rapto de pánico
porque sabía que no podía aguantar más y que debía seguir. Deseó morirse si eso le
permitía abandonar el trabajo. La tierra comenzó a elevarse y a caer bajo sus pies y
las cosas asumieron un extraño color. El hombre que estaba junto a él parecía flotar
en una bruma a millas de distancia. No había nada más legítimo que el dolor.
Toda la tarde transcurrió entre tropiezos que le hacían caer de rodillas en el polvo
y esfuerzos desesperados por respirar sintiendo que el estómago se le hinchaba y
brincaba y quería salírsele por la boca. Intentó pensar en Diane. En cómo era. Trató
de encontrarla allí en el desierto para poder aferrarse a algo. Pero no pudo traer su
rostro ante sus ojos. Ni siquiera pudo imaginarla.
De pronto pensó oh Diane tú no vales esto. No puedes valerlo. Nadie en el mundo
excepto tal vez la madre de uno podría justificar tanto dolor. No obstante en medio de
su dolor trató de buscar excusas para Diane. Tal vez en realidad no había tenido
intención de engañarle. Tal vez se había citado con Glen Hogan porque no había
tenido más remedio. Si esto era verdad y él confiaba en que lo fuese entonces era
idiota estar allí en el desierto olvidándolo todo con un montón de mexicanos cuando
podría estar gozando de la frescura de Shale City disfrutando de las vacaciones de
verano y pensando a lo mejor esta noche saldré con Diane.
Pensó que sin duda las muchachas eran algo terrible. Probablemente todas las
muchachas son mentirosas e infieles y tratan de aplastarte pero ya deberías haberlo
esperado. Y aprender a perdonarlas porque era razonable suponer que si te escapabas
como él y Howie y te ibas al medio del desierto para enterrarte allí los tres meses de
vacaciones el único que sufría eras tú. Mientras la muchacha allá en Shale City
quedaba en libertad para verse con Glen Hogan cuantas veces quisiera. De pronto
mientras se arrastraba y tambaleaba y trataba de recobrar el aliento le asaltó un
horrible presentimiento. Se estaba preguntando. Se estaba diciendo Joe Bonham ¿no
habrás hecho el imbécil?
Alguien exclamó que era hora de largarse y las cosas comenzaron a desvanecerse
lentamente ante sus ojos. Cuando logró enfocarlas nuevamente se encontró de bruces
con la cabeza colgando sobre un costado de la vagoneta. Howie estaba tendido junto
a él. Recordó haber mirado hacia abajo el suelo que corría como agua ante sus ojos y
haber oído a esos mexicanos que cantaban. Se turnaban para accionar la vagoneta que
les llevaba de vuelta a la barraca. Se quedó sin moverse sintiendo náuseas y
oyéndoles cantar.
La barraca tenía el suelo de tierra. Era una especie de tinglado con techo de
hojalata. Hacía tanto calor dentro del tinglado que quiso sacar las manos en busca de
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aire para llenar sus pulmones. Las literas eran trozos de madera una encima de la otra.
Él y Howie se tumbaron en un par de ellas. Ni siquiera se molestaron en abrir la
cama. Se limitaron a dejarse caer y quedarse inmóviles. El capataz se les acercó para
preguntarles si querían que les indicase dónde podían conseguir algo para comer.
Pero no le prestaron atención. Se quedaron quietos con los ojos cerrados.
Él había llegado a una curiosa situación. Era la primera vez en su vida que se
sentía así. Todas las partes de su cuerpo le dolían por igual de modo que no lo sentía.
Solo estaba entumecido y adormilado. Pensó nuevamente en Diane. No por mucho
tiempo pero ella fue su último pensamiento antes de la oscuridad. Pensó en Diane
menuda adorable y asustada la primera vez que la besó. Oh Diane pensaba ¿cómo has
podido hacerme eso? ¿Cómo has sido capaz? Y luego alguien empezó a sacudirle.
Seguramente hacía horas que lo sacudían. Abrió los ojos. Seguía en el cobertizo.
Estaba oscuro y el aire estaba lleno de suspiros. Había olor a humo. Los mexicanos se
habían preparado su comida sobre un fogón en mitad del suelo. El techo de hojalata
tenía un agujero para que saliera el humo. Por allí pudo ver las estrellas vacilantes
como en un sueño febril. Tosió. Olor a comida y humo en el aire. ¿No era propio de
un mexicano eso de cenar algo hirviendo después de pasarse el día entero en el fondo
del infierno?
Era Howie quien lo sacudía.
—Despierta. Son las diez.
No supo si era de noche o si se le habían quemado los ojos y ya no podía
distinguir la luz de la oscuridad.
—¿De la noche o de la mañana?
—De la noche.
—¿De esta noche o de anoche?
—De anoche creo. Oye mira lo que tengo. Acaban de enviarlo de la oficina de
mensajes.
Howie puso algo ante sus ojos y lo alumbró con la linterna. Se habían acordado
de traer una linterna pero habían olvidado los guantes. Howie le mostraba un
telegrama. Los bordes del telegrama donde Howie había puesto los dedos para
sostenerlo estaban ensangrentados. Decía Querido Howie por qué eres tan impulsivo
stop soy tan desgraciada pensando lo que has hecho stop por favor perdóname y
vuelve en seguida a Shale City stop odio a Glen Hogan stop cariños Onie.
Aun en la penumbra del cobertizo pudo advertir la felicidad en el rostro de
Howie. ¿De modo que odiaba a Glen Hogan? Bien. Él sabía por qué y si Howie no lo
sabía era porque era un idiota. Onie odiaba a Glen Hogan porque Glen la había
cambiado por Diane. Pensó en esto un momento y en que Diane era mucho más bella
que Onie y cómo todo demostraba el buen juicio de Glen Hogan. Entonces advirtió
que Howie esperaba una respuesta. Cuando intentó hacerlo solo atinó a emitir un
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murmullo.
—¿Y para eso despiertas a un tío que como yo necesita tanto dormir?
—Porque lo entiendo todo.
—Ajá.
Howie empezó a susurrar muy excitado.
—Es así. Que unos jóvenes como tú y yo estemos aquí esclavizando nuestros
mejores años en una cuadrilla es como si unas muchachas tan bellas como Onie y
Diane de pronto decidieran convertirse en lavanderas.
Él no dijo nada. Siguió acostado pensando. Pero entendía perfectamente. La idea
de Diane como lavandera era tan espantosa que volvió a cerrar los ojos. Howie seguía
cuchicheando.
—Claro está que si Onie siente así yo no sé muy bien qué hacer con esa pobre
muchacha.
Él siguió con los ojos cerrados sin decir nada.
—No se trata de que no tenga motivos para volver. Más bien es casi un deber
hacerlo.
Él siguió allí fláccido. Pero escuchaba a Howie con mucha atención.
—El mensajero dice que hay un tren de pedregullo que pasa por aquí esta noche
con destino a Shale City.
Él siguió sin decir palabra. Sin embargo le escuchaba.
—Llegaríamos en una hora.
Él hizo un ligero movimiento con la pierna para demostrar que estaba despierto y
escuchaba.
—Ese tren pasa por aquí dentro de diez minutos.
Saltó de la litera y en un solo movimiento cargó sobre sus hombros la ropa de
cama. Howie le miró sorprendido.
—¿Qué haces?
Miró a Howie como indicándole que la responsabilidad era toda suya.
—Bien. Si estás decidido a echarte atrás en nuestro acuerdo pienso que no puedo
hacer nada por detenerte. Si queremos coger ese tren será mejor ir saliendo.
Bill Harper le ocupó la mayor parte de su pensamiento camino a Shale City. Se
dijo a sí mismo anoche le pegué a Bill Harper. Pensó Bill Harper era mi mejor amigo
me decía la verdad y le pegué. Se recostó y miró las estrellas. Pensó en cómo él y Bill
Harper habían tomado asiento en el drugstore y en cómo Bill Harper tartamudeaba y
balbuceaba hasta que finalmente se decidió a ir al grano. Recordó nuevamente el odio
que sintió cuando Bill Harper le contó que esa noche Diane saldría con Glen Hogan.
Presentía que era verdad porque de lo contrario Bill Harper no se lo hubiese dicho.
Sin embargo se había puesto en pie y le había llamado mentiroso y le había golpeado
y derribado y después había salido solo del drugstore.
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Camino de su casa tropezó con Diane y Glen Hogan que en ese momento se
apeaban del auto deportivo de Glen y se dirigían al teatro Elysium. Entonces supo que
Bill Harper le había dicho la verdad y que Diane le engañaba.
Encontró a Howie en la esquina. Howie había discutido con Onie a causa de Glen
Hogan y por lo tanto ambos decidieron abandonarlo todo y marcharse al desierto y
trabajar como hombres libres y olvidarse de todo. Eso no quería decir que él y Howie
se pareciesen. Howie jamás había podido retener a ninguna muchacha. Sintió algo así
como un agravio por el hecho de que Howie lo incluyese en su categoría. Pero sus
deseos de marcharse eran tan intensos que cuando Howie lo sugirió él dijo nos vamos
mañana.
Recostado en el vagón recordó todas las excursiones y los momentos agradables
que habían pasado juntos él y Bill Harper. Recordó la primera vez que cada uno de
ellos salió con una muchacha. Decidieron salir los cuatro porque estaban muy
asustados. Recordó el día que su cachorro Mayor había sido embestido por un auto y
Bill había venido por la noche con el coche de su padre y le había llevado a dar un
paseo por el campo hasta la medianoche sin decir una sola palabra durante todo el
tiempo porque Bill sabía cómo se sentía él. Recordó muchas otras cosas y pensó Bill
Harper es un buen amigo como para perderlo aunque se trate de Diane y mañana se lo
diré. Mañana iré a su casa y le diré a Bill que olvidemos todo esto. Bill seamos
amigos porque no volverá a ocurrir.
Después cuando el tren se iba aproximando a Shale City volvió a pensar en
Diane. La frescura de la noche le permitió imaginar su rostro. No había podido
hacerlo en el desierto. Se la imaginaba sonriendo. Pensó en Howie que creía haber
perdido a Onie pero no era así porque Onie había admitido su error y le había rogado
que volviese. Además pensó no quiero que Diane salga con Glen Hogan. Cualquiera
menos Glen Hogan. Solo porque tenía un bonito automóvil Glen pensaba que podía
tomarse libertades con las muchachas que ningún otro se tomaría. Cada vez que
imaginaba a Diane y a Glen Hogan juntos se asustaba. Veía que de algún modo su
deber era ir a ver a Diane y hablar con ella como lo haría un hermano y contarle
acerca de Glen Hogan. Sabía que tenía que evitar que Diane se desilusionase por sí
sola cuando descubriera qué clase de tío era Glen Hogan. Debía hacer eso aun a
expensas de su orgullo.
Se apearon del tren antes de llegar a la estación porque no querían que nadie los
viese con ese aspecto. Anduvieron unos doscientos metros hasta que Howie se
detuvo.
—Bien. Me voy.
—¿Adónde vas?
—Creo que iré a casa de Onie.
Howie lo dijo en un tono soñador y al mismo tiempo insinuante porque sabía que
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Joe no tenía más remedio que ir a su casa. Howie que nunca supo conservar una
muchacha. ¡Ja!
Howie se perdió en la oscuridad. Él se quedó completamente solo. Se encaminó
hacia su casa. Esa noche Shale City parecía el pueblo más bonito del mundo. El cielo
era azul pálido y había alrededor de un millón de estrellas fulgurantes. Los árboles
tenían un color verde oscuro y la brisa fresca jugaba con ellos. De pronto fue como si
el desierto y la brigada no hubiesen existido nunca. Estaba terriblemente cansado
pero nadie le miraba y supo que podía detenerse y descansar cuando lo deseara.
Quería hacerlo y como de alguna manera había recobrado el aliento ni siquiera sentía
el peso de la mochila. Parecía limitarse a andar sin rumbo disfrutando del fresco. Era
un poco más de las once.
Y entonces de pronto supo por qué se sentía tan bien cuando debía sentirse mal.
Era porque estaba en la calle de Diane. No había llegado hasta allí deliberadamente
aunque se había desviado unos doscientos metros de su camino y en realidad estaba
terriblemente cansado. Al parecer algo le había impulsado hacia esa calle y se sentía
contento de que fuera así. Hasta en las noches comunes siempre se sentía extraño
cuando se acercaba a casa de Diane. Cada vez que se aproximaba al sitio donde ella
vivía se le apretaba la garganta y se sentía medio inquieto y medio asustado.
Entonces súbitamente pensó no puedes pasar por la casa de Diane con las manos
ensangrentadas y sucio como estás. No puedes correr el riesgo de que ella te vea en
estas condiciones. Así que cruzó la calle y empezó a deslizarse de puntillas como si
ella durmiese y él pudiese despertarla con el ruido de sus pasos y asustarla. Todo el
tiempo algo dentro de él le decía mañana la verás mañana la verás mañana la verás.
Luego precisamente en la acera frente a la casa de ella se detuvo y se quedó sin
respirar. Diane estaba en las escaleras de la entrada y rodeaba a alguien con sus
brazos y alguien la rodeaba a ella con los suyos. Se besaban. Él no hizo nada. Solo se
quedó allí oculto por el árbol y observó. No quería mirar pero mirar era lo único que
quería Se sintió avergonzado y sin embargo no se movió ni una pulgada. Se quedó
allí. Se quedó donde estaba y miró.
Luego el tío que la besaba la soltó y Diane subió las escaleras en esa forma tan
graciosa que tenía y al llegar al portal se volvió para sonreír. Por supuesto no pudo
verle la cara pero sabía que sonreía. Eso duró un instante y después el que la había
besado se alejó calle abajo. Silbaba. Silbaba suavemente y medio bailaba mientras se
alejaba del sitio donde había besado a Diane. Cuando salió de la sombra de los
árboles la luz de las estrellas le iluminó la cara. Era Bill Harper.
No se movió. Bill Harper siguió andando y dio la vuelta a la esquina. La luz de la
sala de la casa de Diane se encendió y se apagó. Luego se encendió la luz del
dormitorio. Dos veces vio su sombra por detrás de la cortina. Luego se apagó la luz.
Él se quedó allí pensando adiós Diane adiós. Después emprendió el camino de su
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casa. Tenía todos los músculos doloridos. Las manos el estómago y la cabeza le
palpitaban y le ardían. La mochila parecía pesar cien libras. Pero no era eso lo que le
dolía. Era algo dentro de él que le decía con insistencia no sirves. No sirves para
nada.
La gente le preguntaría ¿cómo es que no se te ve más con Diane? y él no tendría
respuesta. La gente preguntaría ¿qué pasa entre ti y Bill Harper que no se os ve más
juntos? y él no tendría respuesta. Su padre le preguntaría ¿cómo es que has
conseguido un trabajo en la brigada y solo te has quedado un día? y él no tendría
respuesta.
Todo había terminado. Era algo que nunca podría explicar. Algo que nadie podría
comprender. Había perdido el único amigo a quien se lo podría haber contado. Porque
sabía que él y Bill nunca más serían lo que habían sido. A lo mejor podrían
estrecharse las manos y decir olvidémoslo y empecemos a andar juntos nuevamente
pero no sería lo mismo. Y ambos lo sabrían. Ambos sabrían que Diane estaba entre
ellos. Ambos también sabrían que probablemente a Diane no le importaría pero que
eso no cambiaría nada. Nunca serían capaces de explicárselo a sí mismos.
Pero más que eso pensaba en Diane. Pensar que nunca la vería nuevamente y que
nunca estarían juntos otra vez y que nunca volverían a reír y a bromear juntos era
como morirse. No era Glen Hogan quien había provocado esto. Él la hubiese
perdonado si hubiese sido Glen Hogan. Podría perdonarla por aquello y tratar de
reconciliarse. Lo grave era que ella había hecho algo que él nunca podría perdonarle
por mucho que la quisiese. Y quería perdonarla. Lo deseaba con todas sus fuerzas.
Pero no podría.
Cuando se acostó pensó oh ¿por qué hay que sufrir cosas como estas? Pensó ¿por
qué no le matan a uno mientras todavía le queda algo que valga la pena? Pensó ¿por
qué será que todo el mundo tiene un amigo íntimo? Hasta los tíos que están en la
cárcel seguramente tienen un amigo íntimo en alguna parte. Pero yo no lo tengo.
Pensó hasta Howie tiene una muchacha. Hasta esos mexicanos que cantaban cuando
regresaban del desierto tienen sus muchachas. Pero yo no. Pensó ¿por qué todo el
mundo puede encontrar en su interior una pizca de respeto por sí mismo? Hasta un
asesino o un ladrón o un perro o una hormiga tienen algo que los sostiene para seguir
y mantener la cabeza erguida. Pero yo no.
Esa noche en la cama fue la primera vez que lloró por una muchacha. Se
desgañitó llorando como un niño. Tenía las manos ensangrentadas las piernas llenas
de espinas y los ojos inundados en lágrimas y se sentía enfermo del corazón. Tardó
mucho en dormirse.
Todo había parecido tan real en esa época y ahora no era real en absoluto. Eso fue
hace mucho tiempo. Eso fue en Shale City. Esto ocurrió cuando era muchacho en la
escuela superior. Parecía tan distante en el tiempo. En alguna parte probablemente en
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Colorado Glen Hogan y Howie seguían haciendo sus cosas. Una vez recibió una carta
que decía que a Bill le habían matado en Belleau Wood. Bill Harper había tenido
suerte. Bill Harper había conseguido a Diane y luego había muerto.
Oh Cristo nuevamente todo se confundía. No sabía dónde estaba o qué estaba
haciendo. Pero se estaba enfriando. Ya no ardía. Tenía la cabeza liviana y confusa y
no podía reconstruir las cosas. Todo era confusión pero al menos estaba sereno.
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No podía habituarse a la forma en que las cosas se fundían unas con otras. A
veces flotaba a la deriva sobre nubes blancas asustado por su pequeñez en medio de
algo tan inmenso como el cielo. A veces se sentía sumido en almohadas blancas que
tenían una manera de deslizar los pies por adelante sobre un terreno áspero y
ondulante. Pero la mayoría de las veces flotaba en algún remanso del Río Colorado
en su lento paso por Shale City. Yacía en el agua de un río que pasaba por su casa
mucho antes de que viniera a Los Ángeles antes de conocer a Kareen mucho mucho
antes de partir en un tren cubierto de banderas mientras el alcalde pronunciaba
discursos.
Flotaba de espaldas. Cerca de la orilla había sauces y tréboles. El sol le daba en
pleno rostro pero su estómago y su espalda estaban helados por el agua que no hacía
mucho había sido hielo en las montañas. Flotaba y pensaba en Kareen.
Es agradable flotar aquí Kareen. Ponte de espaldas así. ¿Verdad que es delicioso
Kareen? Me encanta te quiero. Flota Kareen. Debes mantener la cabeza fuera del
agua para respirar. Quédate cerca de mí Kareen. ¿Verdad que es hermoso flotar sin ir
a ninguna parte y sin preocuparse siquiera por ir? Sencillamente deja que el río se
ocupe de ello. Nada que hacer y ningún lugar donde ir. Estar en la superficie del río
fresco caliente y pensativo pero sin pensar en nada.
Ponte más cerca Kareen. No te vayas. Más cerca más cerca Kareen y ten cuidado
de que el agua no te cubra el rostro. No puedo darme la vuelta para nadar Kareen solo
puedo flotar así que por favor no te alejes mucho. ¿Kareen dónde estás? no puedo
encontrarte y el agua te cubre la cara. No te hundas Kareen no permitas que el agua te
tape la cara. Vuelve Kareen te vas a ahogar te llenarás de agua como me estoy
llenando yo. Te irás al fondo Kareen cuidado por favor cuidado. Vuelve Kareen. Te
has ido. No estabas. Solo yo en el río con la nariz y boca y los ojos llenos de agua.
El agua le cubría el rostro y él no podía evitarlo. Era como si su cabeza resultara
demasiado pesada para su cuerpo y no pudiera echarla hacia atrás sin hundirse. O tal
vez su cuerpo fuese demasiado liviano para su cabeza de modo que no tenía peso
suficiente para equilibrarla y mantenerla en alto. El agua fluía sobre sus ojos nariz y
boca obligándole a escupirla. Era como si flotase de espaldas contra la corriente con
los pies delante pero en verdad iba como en un trineo con los pies y las piernas
totalmente fuera del agua y la cabeza bajo la superficie. Cada vez más rápidamente y
si no se detenía se ahogaría con toda esa agua que le cubría el rostro.
Ya comenzaba a ahogarse. Estiró los músculos de la nuca para sacar la nariz fuera
del agua pero no pudo. Trató de nadar pero ¿cómo nadar un hombre sin brazos? Se
hundió más y más y más y por fin se ahogó. Parecía como si se ahogase sin siquiera
luchar allí en la oscuridad del fondo del río mientras arriba tal vez a solo seis u ocho
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pies estaba el sol y los sauces y los tréboles y el aire. Se ahogaba sin luchar porque no
podía luchar. Al parecer no tenía con qué luchar. Era como una pesadilla en la que
alguien te persigue y tienes un susto de muerte pero no puedes hacer nada porque no
puedes correr. Tus piernas están clavadas al pavimento y no puedes mover un
músculo. Por eso se ahogaba.
Tendido bajo el agua pensó qué vergüenza ahogarse cuando tal vez solo estés a
seis u ocho pies del aire y de la luz del sol. Qué maldita vergüenza ahogarse cuando
solo con poder erguirte y extender la mano por encima de tu cabeza podrías tocar una
rama de sauce que se desliza en el agua como la cabellera de una muchacha como la
cabellera de Kareen. Pero cuando te ahogas no puedes levantarte. Cuando estás
muerto y ahogado no queda nada por hacer salvo el tiempo que transcurre y
transcurre como el agua que rodea tu cuerpo.
Las cosas empezaron a estallar de un lado a otro ante sus ojos. Granadas y
bombas y molinetes y curvas de fuego y grandes bengalas blancas a través de su
cabeza revoloteando y penetrando en la parte blanda y húmeda de su cerebro con un
silbido podía oír claramente el silbido. Era como el vapor de una locomotora. Oía
explosiones y aullidos y quejidos y palabras que nada significaban y silbidos tan
agudos y estridentes que atravesaban sus oídos como cuchillos. Todo destinado a
marear y ensordecer. Dolía tanto que pensó que todo el dolor del mundo estaba
atrapado en algún lugar entre su frente y su nuca intentando abrirse camino a
martillazos. El dolor era tan intenso que lo único que podía pensar era por favor por
favor por favor quiero morir.
De pronto las cosas se quedaron en silencio. Todo se quedó quieto en su cabeza.
Las luces ante sus ojos se extinguieron tan rápidamente como si alguien las hubiese
apagado con un interruptor. También el dolor desapareció. Lo único que sentía era el
palpitar de la sangre en su cerebro hinchándole y comprimiéndole la cabeza. Pero era
una sensación apacible. Era indolora. Era tal el alivio que salió de su ahogo. Pudo
pensar.
Pensó bien muchacho estás sordo como una tapia pero no tienes dolor. No tienes
brazos pero estás herido. Nunca te quemarás la mano ni te cortarás un dedo ni te
aplastarás una uña tú eres un cadáver con suerte. Estás vivo y sin dolor es mucho
mejor que estar vivo y dolorido. Un sordo sin brazos puede hacer muchas cosas
siempre que no sufra tanto que se vuelva loco de dolor. Puede usar ganchos o algo así
en lugar de brazos y puede aprender a leer los labios y aunque eso no sea lo mejor del
mundo no se ha ahogado en el fondo del río mientras el dolor le está desgarrando el
cerebro. Aún tiene aire y no forcejea y tiene sauces y puede pensar y no duele.
No podía entender por qué las enfermeras o quienes cuidaran de él no le ponían
horizontal. La parte inferior era ligera como una pluma mientras que la cabeza y el
pecho eran como un peso muerto Por eso pensaba que se estaba ahogando. Su cabeza
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demasiado baja. Si pudiera mover aquello que teníaa debajo de las piernas y poner su
cuerpo en forma horizontal se sentiría mejor. No tendría nunca más esa pesadilla de
ahogarse.
Empezó a patear con los pies para mover aquello que estaba debajo de sus
piernas. Solo comenzó porque no tenía piernas para patear. En algún punto debajo de
la articulación de las caderas le habían cortado las dos piernas.
Sin piernas.
No más correr andar gatear si no tienes piernas. No más trabajar. Sin piernas ¿te
enteras?
No mover más los dedos de los pies. Qué increíble qué maravilloso qué
estupendo mover los dedos de los pies.
No no.
Si solo pudiese pensar en cosas reales podría superar ese sueño de no tener
piernas. Vapores panes muchachas Kareen armas libros chicles palos Kareen pero
pensar en cosas reales no servía de nada porque aquello no era un sueño.
Era la realidad.
Por eso le parecía que tenía la cabeza más baja que las piernas. Naturalmente que
parecían livianas. También el aire es liviano. Hasta la uña del dedo gordo es pesada si
se compara con el aire.
No tenía brazos ni piernas.
Echó la cabeza hacia atrás y comenzó a gritar de terror. Pero solo empezó porque
no tenía boca para gritar. Se sorprendió tanto de no poder gritar que empezó a mover
las mandíbulas como alguien que ha descubierto algo interesante y quiere
comprobarlo. Estaba tan seguro de que la idea de no tener boca era un sueño que
podía investigar con calma. Trató de mover las mandíbulas pero no tenía mandíbulas.
Trató de pasar la lengua por el borde interno de los dientes como si estuviese
buscando una semilla de fresa. Pero no tenía lengua y no tenía dientes. Tampoco tenía
paladar. Trató de tragar pero no pudo porque no tenía garganta ni músculos para
tragar.
Empezó a asfixiarse a jadear. Era como si alguien le hubiese puesto un colchón
sobre el rostro y lo mantuviese allí. Respiraba honda y aceleradamente pero en
realidad no respiraba porque el aire no pasaba por su nariz. No tenía nariz. Podía
sentir que su pecho subía y bajaba y temblaba pero ni una gota de aire pasaba por el
sitio donde solía estar su nariz.
Le asaltó un salvaje y aterrado impulso de morir. Matarse. Trató de atenuar su
respiración para no respirar más y de ese modo asfixiarse. Pudo sentir cómo los
músculos del fondo de la garganta se cerraban estrechamente para no dejar pasar el
aire pero su pecho seguía respirando. No había aire que retener en su garganta. Sus
pulmones se encargaban de absorberlo en algún punto debajo de su garganta.
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Ahora supo que se estaba muriendo pero sentía curiosidad. No quería morir hasta
que lo hubiera averiguado todo. Si a un hombre le falta la nariz la boca el paladar y la
lengua era lógico suponer que debían faltarle otras cosas. Pero eso era absurdo
porque un hombre en ese estado estaría muerto. No se podía perder tanto de uno
mismo y seguir con vida. Sin embargo si uno se daba cuenta de que las había perdido
y podía pensar en ello entones debía estar vivo porque los muertos no piensan. Los
muertos no piensan y él estaba enfermo de curiosidad así que aún no debía estar
muerto.
Empezó a buscar con los nervios del rostro. Empezó a hacer esfuerzos por sentir
la nada que allí había. Donde habían estado su boca y su nariz ahora con seguridad no
había más que un agujero cubierto de vendas. Trataba de averiguar hasta dónde
llegaba ese agujero. Trataba de sentir los bordes de ese agujero. Se esforzaba por
seguir los bordes de ese agujero y ver hasta dónde llegaban con los nervios y poros de
su cara.
Era como mirar en la total oscuridad con ojos que se le salen a uno de las órbitas.
Era una forma de sentir su piel investigando en algo que no podía moverse según le
indicaba su mente. Los nervios y músculos de su rostro reptaban como víboras hacia
su frente.
El agujero empezaba en la base de su garganta precisamente debajo de donde
debía tener la mandíbula y ascendía en un círculo que se ensanchaba. Podía sentir
cómo su piel trepaba más y más. Llegaba casi hasta la base de sus orejas si es que las
tenía y luego volvía a estrecharse. Terminaba un poco más arriba de lo que solía ser
su nariz.
El agujero ascendía demasiado como para que tuviese ojos.
Estaba ciego.
Sentía una extraña calma. Estaba tan tranquilo como un comerciante que hace el
inventario de primavera y se dice de modo que no tengo ojos mejor será consignar
eso en el libro de pedidos. No tenía piernas ni brazos ni ojos ni orejas ni nariz ni boca
ni lengua. Qué sueño infernal. Debe de ser un sueño. Por supuesto dios santo tiene
que ser un sueño.
Debía despertarse o se volvería loco. Una persona en ese estado estaría muerta y
él no estaba muerto de modo que no estaba en ese estado. Era solo un sueño.
Pero no era un sueño.
Él podía desear que fuese un eterno sueño y eso no cambiaría las cosas. Porque
estaba vivo vivo. No era más que un trozo de carne como los pedazos de cartílago
que el viejo profesor Vogel usaba en sus clases de biología. Trozos de cartílago que
no tenían nada a excepción de la vida que se mantenía gracias a la química. Pero él le
llevaba un punto de ventaja a los cartílagos. Tenía una mente que pensaba. Y eso era
algo que el profesor Vogel jamás hubiera podido afirmar de sus cartílagos. Pensaba y
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era solo una cosa.
Oh no. No no no.
No podía vivir así porque se volvería loco. Pero no podía morir porque no podía
matarse. Si solo pudiese respirar podría morir. Eso era curioso pero era cierto. Podría
contener la respiración y matarse. Y ese era el único camino que le quedaba. Pero
respiraba. Sus pulmones se cargaban de aire y él no podía impedirlo. No podía vivir y
no podía morir.
No no no no puede ser.
No no.
Madre.
Madre ¿dónde estás?
Apresúrate madre apresúrate apresúrate apresúrate y despiértame. Tengo una
pesadilla madre ¿dónde estás? Apresúrate madre. Estoy aquí. Aquí madre en la
oscuridad. Cógeme en tus brazos. Arrorró mi niño. Ahora me acuesto a dormir. Oh
madre apresúrate porque no puedo despertar. Aquí madre. Cuando sople el viento se
mecerá la cuna. Álzame en tus brazos alto alto muy alto.
Te has ido madre y me has olvidado. Aquí estoy. No puedo despertar.
Despiértame. No puedo moverme. Cógeme en tus brazos. Tengo miedo. Oh madre
madre cántame frótame báñame péiname y límpiame las orejas y juega con los dedos
de mis pies y hazme golpear las manos y sonarme la nariz y bésame los ojos y la boca
como te he visto hacer con Elizabeth como seguramente has hecho conmigo.
Entonces me despertaré y me quedaré contigo y no me volveré a ir ni a tener miedo ni
a soñar.
Oh no.
No puedo. No puedo aguantarlo. Grita. Muévete. Sacude algo. Haz algún ruido
cualquier ruido. No puedo soportarlo. Oh no no no.
Por favor no puedo. Por favor no. Que alguien venga. Ayúdame. No puedo
quedarme así para siempre tal vez durante años antes de morir. No puedo. Nadie
puede. No es posible.
No puedo respirar pero respiro. Tengo tanto miedo y sin embargo pienso. Oh por
favor por favor no. No no. No soy yo. Ayudadme. No puedo ser yo. Yo no. No no no.
Oh por favor oh por favor. No no no por favor no. Por favor.
Yo no.
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Caminaba de un lado a otro de la panadería durante toda la noche. Unas once
millas por noche. Andaba con sus piernas sobre el piso de cemento y sus brazos se
balanceaban libremente en el aire. Casi nunca se cansaba. No estaba mal pensar en
eso. Andar toda la noche y trabajar duramente y cobrar dieciocho dólares el fin de
semana. No estaba mal.
Los viernes por la noche eran siempre los más pesados en el departamento de
expedición nocturna porque los sábados por la mañana los repartidores debían
llevarse pan y pasteles y bollos y rosquillas suficientes para abastecer a sus clientes
para el domingo. Eso hacía que los viernes por la noche se trabajase y se anduviese a
un ritmo infernal. Pero no estaba mal. Siempre mandaban a buscar unos hombres más
de la Misión Nocturna para que trabajasen con la plantilla los viernes por la noche.
Los tíos de la Misión apestaban a desinfectante y parecían muy sucios y tímidos.
Sabían que quien oliese a desinfectante se daría cuenta de que eran mendigos que
vivían de la caridad. Eso no les apetecía y con razón. Siempre eran humildes y
cuando eran lo bastante listos trabajaban duramente. Algunos no eran listos. Algunos
ni siquiera podían leer los pedidos en los cubos. Uno de ellos había venido de
Georgia la región de la trementina. No había ido nunca a la escuela. La mayor parte
de los holgazanes eran de Texas.
Una noche vino un puertorriqueño de la Misión. Su nombre era José. Los viernes
por la noche las cosas solían estar muy desordenadas en el departamento de
expedición. Había cajas carretones y estantes desparramados por los pasillos y tíos
que untaban y cintas transportadoras que tableteaban y en la planta superior los
hornos giratorios que chirriaban al deslizarse sobre las planchas calientes y sin
engrasar. Era un follón y la mayor parte de los tíos de la Misión se sentían
confundidos cuando venían a trabajar por primera vez. Pero José no. Observó el sitio
y escuchó en silencio las instrucciones y se puso a trabajar. Era alto con ojos pardos y
bastante guapo para ser mexicano o puertorriqueño o lo que fuese. Había algo en él
que te sugería que era distinto de los otros tíos que venían de la Misión o tal vez que
había tenido más suerte que ellos.
Los viernes por la noche en lugar de salir a un restaurante los tíos comían en el
vestuario porque allí había bancos y casilleros y podías sentarte en los bancos comer
tu merienda apresuradamente y volver a trabajar. José no había traído nada para
comer así que los muchachos robaron una botella de leche de la nevera de la
panadería y se la dieron junto con una rosquilla. José se mostró muy agradecido.
Mientras mordisqueaba su bollo y bebía su leche hablaba. Dijo que California era un
país maravilloso. Dijo que era aún más maravilloso que su Puerto Rico. Dijo que
ahora empezaba la primavera y que pronto podría dormir en el parque. Dijo que
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California era un gran país para la gente que no tenía dónde dormir porque no hacía
tanto frío y podías envolverte en un abrigo y dormir en el parque muy bien gracias.
Dijo que quería conseguir un trabajo estable en la panadería porque entonces podría
mantenerse limpio. No le gustaba sentirse sucio y aborrecía el desinfectante que
ponían en el agua en la Misión. Había muchos pobres en la Misión a los que no
parecía afectarles el desinfectante pero a él sí le importaba y mucho. Dijo que había
venido a California para trabajar en el cine. No no quería ser actor. Pero con
seguridad habría muchas oportunidades para un joven ambicioso como él en una
empresa tan extraordinaria como el cine. Dijo que creía poder trabajar en el
departamento de investigación de uno de los estudios. Quizás alguien podía
informarle cómo se conseguía un trabajo en un estudio ¿sí?
Los tíos se limitaron a mirarle y gruñir. Si alguno de ellos supiese cómo conseguir
trabajo en un estudio ¿no lo hubiesen hecho hace mucho tiempo en lugar de quedarse
en esa panadería de mierda? No. Nadie sabía cómo José podía conseguir trabajo en
un estudio.
José se encogió de hombros. Era muy difícil dijo. Cuando estaba en Nueva York
las cosas marchaban bien para él y después una muchacha muy rica se enamoró de él
y tuvo que irse lejos de allí.
¿Una muchacha rica se enamoró de ti José?
Sí. Había conseguido trabajo como chofer de una familia muy rica que vivía en la
Quinta Avenida y las cosas marchaban muy bien y entonces ocurrió que la hija de la
familia le cogió simpatía e hicieron un pacto. La hija quería aprender español y José
quería mejorar su inglés así que empezaron a intercambiar lecciones. Y después la
muchacha se enamoró de él y quería casarse de modo que tuvo que irse de Nueva
York y se vino a California.
Los tíos sentados alrededor en el vestuario se limitaron a mirarse entre sí y no
dijeron nada. Todos los que venían de la Misión tenían historias parecidas. Todos
habían tenido mucho dinero y de pronto algo pasó y ahora tenían que estar en la
Misión. Hacía mucho tiempo que los tíos de la panadería se habían dado cuenta de
que no merecía la pena discutir con los tíos de la Misión. Por más que uno les
interrogara y les demostrase que sus historias eran mentiras seguían aferrados a ellas.
Tenían que hacerlo. Sus historias eran la única justificación que tenían para ser lo que
eran de modo que con el tiempo los tíos de la panadería llegaron a aceptar sin decir
nada las historias que contaban los tíos de la Misión. De manera que cuando José
terminó de hablar gruñeron y volvieron al trabajo.
La semana siguiente era Pascua y eso significaba roscas calientes y eso quería
decir que necesitarían mucha ayuda extra porque la plantilla de expedición no podía
sacar veinte o treinta mil docenas de rosquillas calientes sin la colaboración de más
gente. Así que Jody Simmons le ofreció una semana de trabajo a José y José aceptó.
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Trabajaba tan bien con las roscas calientes que cuando Larruping Lavvy se marchó
José ocupó su puesto. Estaba muy agradecido y tranquilo. También se alegraba por el
tiempo cada vez más caluroso. Dormía en el parque y eso era maravilloso. Ahorraba
dinero y José necesitaba dinero para comprar ropa. Un hombre que se propone
trabajar en los estudios debe ir bien vestido decía José.
Un día José apareció con una carta. Estaba muy intrigado. Se la mostró a los
muchachos y les pidió consejo. Los norteamericanos eran gente tan extraña dijo que
uno no terminaba de entender exactamente sus costumbres. Entonces ¿qué debía
hacer un caballero en esas circunstancias?
Todos los tíos leyeron la carta de José. Estaba escrita en un papel muy caro con
letra de mujer. En la parte superior del folio había un pequeño membrete grabado con
una dirección en la Quinta Avenida de Nueva York. Era una carta de la muchacha a
quien José se había referido. En la carta decía que deseaba tener su dirección para no
tener que escribirle siempre al apartado postal. Contaba con algún dinero propio algo
más de medio millón de dólares y apenas descubriera dónde vivía José vendría a Los
Ángeles para casarse con él.
Esto dio que pensar a los tíos de la panadería. José podía ser un embustero como
todos los otros tíos de la Misión pero al parecer esta muchacha existía en realidad.
Por Dios le dijeron a José no seas idiota cásate con ella. Envíale tu dirección y dile
que venga lo antes posible con toda su pasta y cásate con ella antes de que cambie de
idea. Pero José meneó la cabeza. Dijo que no había peligro alguno en el sentido de
que ella cambiara de idea porque como él había dicho la muchacha estaba loca por él.
Y que sin duda no tendría inconvenientes en casarse con una muchacha con dinero.
Pero él también deseaba amar a la muchacha con dinero con la que se casaría alguna
vez. Y lamentablemente no la quería.
Pues me cago en tu madre dijeron los muchachos de la panadería ¿no puedes
aprender a amarla? No dijo José con tristeza no puedo. Solo quería saber lo que se
acostumbra hacer en estos casos en América y cómo escribirle a la muchacha para
explicarle. ¿Era correcto que un caballero norteamericano le dijera a una muchacha
norteamericana que no la amaba? Por supuesto. Eso no era una descortesía. ¿No sería
mejor que algún amigo tal vez alguno de los muchachos de la panadería le escribiese
a la muchacha explicándole que José se había suicidado de un balazo por amor hacia
ella y que había sido incinerado? José estaba decidido a hacer cualquier cosa para
arreglar el asunto.
A esta altura todos los tíos pensaron que José estaba loco. Pero también pensaron
que era una especie de loco listo. Cuando contaba historias increíbles acerca de su
Puerto Rico natal los muchachos le prestaban más atención porque si su historia con
la muchacha era cierta había un cincuenta por ciento de posibilidades de que sus
historias sobre Puerto Rico también fuesen verdaderas. José era un tío gracioso pero
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la panadería estaba llena de tíos graciosos y lo mejor era no preguntarles demasiado.
Había que aceptarles como eran y callar.
Una noche cerca de un mes más tarde José llegó con una expresión muy
preocupada.
¿Qué te pasa José? ¿Por qué estás tan decaído José? José suspiró y frunció el
ceño. Dijo que tenía un problema muy serio.
¿Qué problema José?
José dijo que como de costumbre había estado todo el día buscando trabajo y que
lo había conseguido.
Todos se mostraron muy interesados porque todos en la panadería querían un
trabajo mejor solo que nunca lo conseguían. ¿Dónde has conseguido ese trabajo
mejor José? En un estudio desde luego dijo José. Para eso he venido a California.
¿No os he dicho que he venido a buscar trabajo en los estudios?
Nadie dijo palabra. Se quedaron mirándole con atención. Si hubiese sido otro
cualquiera lo habrían interpretado como un invento más pero tratándose de José
sabían que era cierto. Un estudio ¿qué os parece? Para los tíos de la panadería los
estudios podían estar tanto en China como en Hollywood. Pagaban mucha pasta pero
nadie salvo un pariente un tío o un sobrino podía entrar en ellos. Sin embargo José
tan tranquilo como una ostra había entrado en un estudio y había conseguido lo que
buscaba.
¿Cómo has conseguido ese trabajo José? Lo he solicitado dijo José. ¡Oh! dijeron
los muchachos de la panadería. Luego tomaron asiento a su alrededor y le miraron
fijamente. Por fin alguien habló y dijo ¿cuál es el problema y por qué estás tan
preocupado José?
José pareció sorprenderse. Cualquiera puede darse cuenta dijo. Él había venido a
California y se había pasado mucho tiempo sin dinero y lleno de desinfectante de la
Misión Nocturna y había sido muy infeliz. Después ese caballero simpático Jody
Simmons le había aceptado en la panadería y le había dado un buen empleo. Él tenía
una deuda con Jody Simmons ¿no? Muy bien. Tenía una deuda con Jody Simmons y
ahora había encontrado un trabajo. ¿Cómo abandonar el trabajo que le había
proporcionado Jody Simmons para coger el nuevo trabajo sin ofender a su
benefactor?
Todos los muchachos empezaron a inquietarse. Cada uno sugería un discurso
distinto para decirle a Jody Simmons que dejaba el trabajo. Uno pensó que la mejor
forma de hacerlo era darle una hostia en pleno rostro. Otro indicó que debía
presentarse cortésmente y decirle a Jody Simmons que se metiera el trabajo en el
culo. Otro dijo que lo único que tenía que hacer era no aparecer a trabajar mañana.
Jody Simmons lo entendería en seguida. Y hubo muchas otras soluciones que se les
ocurrieron a los muchachos de la panadería. Tenía que haberlas. Habían pensado en
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ellas durante años. Se había desperdiciado mucho talento pensando en las formas de
decirle a Jody Simmons que uno se iba. Pero he aquí que ahora había un tío que se
iba realmente así que naturalmente todos cooperaban.
Sin embargo después de escuchar todas las soluciones que le ofrecían José
sacudió la cabeza y sus ojos parecían más tristes que nunca. Dijo que no. Que debía
pensar en una forma mejor. Ninguna de las formas que le habían propuesto para
renunciar era propia de un caballero. Jody Simmons era su benefactor y no se le
hacían esas cosas a un benefactor. Aun cuando fuese una costumbre norteamericana
él tendría que seguir las costumbres de su Puerto Rico y allí un hombre bien nacido
no hace esas cosas.
¿Pero cuándo empiezas a trabajar en ese empleo José? Por la mañana dijo José y
estoy muy cansado y ahora tendré que trabajar toda la noche y por la mañana estaré
mucho más cansado para el otro trabajo y así seguirá siendo. Es un problema terrible
y no sé qué hacer.
De modo que José trabajó toda la noche y los muchachos de la panadería
pensaron en el problema y por fin se les volvió tan intrincado como para José.
Pensaban en alguna solución y apenas comenzaban a hablar meneaban la cabeza y
decían no eso no sirve y seguían con su trabajo pensando muy intensamente. Este
muchacho José era un espécimen raro y sus ideas eran delirantes pero a esa altura
todos querían encontrar una solución así que el asunto se convirtió en un tema de
profundo interés para toda la plantilla nocturna.
La noche llegó a su fin. Todos los tíos de la plantilla fueron a su casa y durmieron
y luego volvieron a trabajar esa noche preguntándose qué pasaría con José. También
José volvió. Estaba pálido. Dijo que se sentía muy cansado. Dijo que había dormido
solo cuarenta y cinco minutos y que a menos que encontrase una solución muy pronto
no sabría qué hacer. Dijo que con seguridad existía alguna costumbre norteamericana
que diese respuesta a su emergencia. Pero la noche anterior ya le habían informado
acerca de todas las costumbres norteamericanas y él las había rechazado.
Así que trabajó toda la segunda noche y por la mañana cuando salió de la
panadería y se enfrentó con el primer resplandor del sol tenía el aspecto de un hombre
muy débil. Todo el día siguiente trabajó en el estudio y la noche siguiente cuando
volvió a trabajar casi se tambaleaba. Dijo por favor pensad en alguna forma que me
permita dejar este empleo porque la salud de un hombre tiene un límite y la mía ya no
resiste más porque no he dormido en todo el día y un hombre tiene que dormir si
quiere cumplir honestamente aunque sea con un solo empleo.
Entonces a Pinky Carson se le ocurrió algo. José dijo Pinky Carson. Yo te diré lo
que harás. A eso de las dos de la mañana cuando bajan los pasteles tú coges media
docena con sus cajas y te echas a andar hacia la ventanilla junto a la oficina de Jody
de modo que él pueda verte y dejas caer todos esos malditos pasteles. Entonces Jody
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te despide y se arregla todo. José reflexionó un rato. No soy partidario de la violencia
dijo por fin. Pero soy un hombre desesperado y si vosotros pensáis que la violencia
servirá la usaré. Pensó un momento y luego dijo puedo pagar esos pasteles que tire
¿sí? Todos dijeron que sí que si quería ser un idiota podía pagar por los pasteles que
había arrojado.
De manera que esa noche alrededor de las dos tres de la madrugada José cogió
seis pasteles y se situó justamente dentro del área visual de Jody junto a la ventana de
su despacho. Todos los tíos le rodearon haciendo como si trabajaran aunque en
realidad observaban a José. Esperaban el momento en que Jody Simmons mirara por
la ventana desde su escritorio. Cuando mirara Pinky haría una seña y entonces José
arrojaría los pasteles. Daba la impresión de que Jody se demoraba más que nunca en
mirar por la ventana. Pero por fin miró y Pinky Carson hizo la seña y José tiró los
pasteles.
Jody salió de su despacho como un abejorro. Dijo qué diablos pasa contigo hijo
de puta ¿por qué has tirado esos pasteles? Están deshechos y ahora los tendrás que
pagar. El pobre José se quedó de pie como derritiéndose de tristeza. Volvió sus
grandes ojos hacia Jody Simmons y dijo lo siento señor Simmons. He estropeado sus
pasteles. Ha sido un accidente se lo aseguro y solo a un pobre trabajador le podría
haber sucedido y lo siento mucho. Pagaré con gusto y usted acepte mis excusas ¿sí?
Por un instante Jody Simmons miró duramente a José y luego una sonrisa le cruzó
el rostro y dijo por supuesto José todos cometemos errores. Puedes pagar los pasteles.
Dijo José tú eres un trabajador consciente y no importa que alguna vez cometas un
error. Agregó desearía contar con más hombres como tú. Ahora olvídalo y vuelve a
trabajar.
José se quedó allí con una especie de temblor que le recorría de arriba abajo y
sacudiendo la cabeza como si no pudiese creer en tanta mala suerte. Después se
volvió hacia los muchachos de la plantilla. Miró a Pinky Carson como lo hubiese
hecho un perro traicionado por su amo. Por fin se dio media vuelta y echó a andar por
el primer pasillo y comenzó a trabajar nuevamente.
Pinky Carson se le acercó apenas pudo. Mira José la idea no estaba mal pero no
era suficiente. Para abandonar un buen puesto tienes que hacer algo importante. La
solución de los pasteles se ha acabado por esta noche. Pero no pierdas esperanzas
porque todas las noches se hacen pasteles y mañana puedes tirar uno de esos estantes
llenos. Puedes coger uno de los que tienen ciento ocho pasteles. Piensa en ello. Lo
colocas en el mismo lugar y después vuelcas el estante y se montará un follón
impresionante. Qué follón tío entonces sí que Jody Simmons te echará. No lo dudes.
José miró a Pinky Carson y dijo todo eso es muy deshonesto pero mi organismo
no resiste mucho más de modo que mañana lo haré cuando salga la tanda de pasteles.
Luego volvió tambaleándose a su trabajo.
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Al día siguiente la mayor parte de los muchachos no pudo dormir tan ansiosos
estaban de ver cómo José arrojaba la estantería. Todos llegaron temprano a trabajar.
Habitualmente Jody Simmons no llegaba hasta cerca de las diez. Pero todo el mundo
esperaba que viniese temprano para poder observar con más tiempo el rostro de un
hombre que iba a presenciar cómo se caían ciento ocho pasteles frente a su despacho.
Pero cuando pasaron junto a la oficina de Jody y miraron Jody no estaba allí. Sobre
su escritorio solo había una gran caja rectangular que parecía una caja de flores.
Todos miraron la caja y después subieron a cambiarse para el trabajo. En seguida
apareció José. La primera parte de la noche se les hizo más larga que nunca.
A eso de las diez de la noche apareció Jody Simmons. Todos observaban porque
sentían curiosidad por saber qué era esa caja que había sobre su escritorio. Jody entró
en su despacho y miró la caja como si fuese una bomba de tiempo. Era un hombre
rudo y cualquier cosa desacostumbrada solía despertarle sospechas. Por último debió
convencerse de que la caja no era peligrosa y comenzó a abrirla con mucho cuidado.
Dos docenas de rosas cayeron sobre su escritorio. Jody empezó a manotear entre las
rosas en busca de una tarjeta pero no había tarjeta alguna. Cuando Rudy entró en el
despacho de Jody en busca de las planillas de la noche vio las flores y dijo veo que
has recibido flores Jody. Jody contempló las flores y dijo que alguien se estaba
haciendo el gracioso. Pero que no le importaba porque las rosas eran bellas y se las
llevaría a su esposa. Envió a Rudy en busca de una lata con agua para ponerlas así se
conservarían frescas. Toda la noche cada vez que los muchachos miraban hacia la
pequeña ventana del despacho de Jody imaginaban su pequeña cabeza calva adornada
por una corona de rosas.
A las dos empezó a salir el pastel. Pinky Carson subió a la sección de horneado
para controlar el empaquetado de los pasteles. Esa noche había de manzana y vainilla
y mora y melocotón. Pinky probaba uno de cada gusto y verificaba la consistencia de
la corteza y el espesor del relleno. Esa noche la cuadrilla iba adelantada en el trabajo
de modo que pudieron coger los pasteles cuando aún estaban calientes. Pink Carson
decidió que los más adecuados para tirar eran los de mora. Así que cogió
delicadamente una hornada de los más calientes y los colocó en el montacargas.
Abajo estaba José.
José temblaba como una hoja. Todos se apostaron cerca de la ventana de Jody
Simmons mientras fingían trabajar pero en realidad no hacían más que ademanes.
Pinky empujó la hornada de pasteles con cuidado hacia la ventana de Jody Simmons.
Después se agachó y comenzó a hacer señas a José. José se acercó como un perro
apaleado. Se echó a andar hacia el tablón con los pasteles y apoyó su mano en él.
Bastaba un pequeño empujón para arrojarlo al suelo. José se quedó apoyado con un
aspecto muy triste. Todos esperaban que Jody Simmons mirara. Parecía demorarse
horas. Finalmente miró y Pinky Carson dio la señal. José empujó apenas un poco y el
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tablón se vino abajo con un ruido infernal. Ciento ocho pasteles se desparramaron por
el suelo de la sala de expedición.
Jody se quedó un minuto en su silla mirando fijamente. Como si no pudiese creer
que esto le sucediese a él. Después fue como si alguien le hubiera aplicado una
descarga eléctrica porque en lugar de empujar la silla hacia atrás antes de ponerse en
pie saltó como si se hubiese apoyado en un brasero salió corriendo y aullando de su
despacho. José se quedó mirándole. José era mucho más alto que Jody Simmons.
Miró a Jody desde arriba y sus ojos eran lo más triste del mundo. Jody comenzó a
gritarle piojoso hijo de puta anoche te di una oportunidad y ¿qué haces hoy? Arruinas
ciento ocho pasteles de mora. ¿Sabes lo que esto significa hijo de puta? Significa que
te echo que estás despedido. Fuera y que no te vuelva a ver por aquí cabrón.
José se quedó un segundo mirando a Jody Simmons como si le disculpara por
todo lo que le estaba diciendo. Luego se volvió y echó a andar en dirección al
vestuario. Todos se escurrieron tras él lo más rápido que pudieron. José hablaba casi
consigo mismo. Esta es la primera vez que hago algo tan deshonesto decía José.
Nunca pensé que fuese capaz de caer tan bajo. El señor Simmons tiene razón. Es un
excelente caballero que me dio trabajo cuando lo necesitaba. Le he retribuido con
ingratitud. Soy un miserable. No hay más que decir ¿no?
Oye José dijo Rudy tal vez tú sepas algo sobre esas flores que estaban sobre el
escritorio de Jody. José asintió con un gesto. Sí dijo pero es lo que se llama un
secreto. Compré esas flores esta tarde y se las envié al señor Simmons. Pues
reverendo idiota dijo Rudy ¿cómo se enterará de que has sido tú si no has puesto una
tarjeta con tu nombre?
José respondió que eso no estaba en discusión. Lo importante es que el señor
Simmons haya recibido las flores. Las flores son hermosas. El señor Simmons es un
caballero y sabrá apreciarlas. Que sepa o no de dónde provienen no tiene nada que
ver. Yo sé que he expresado mi gratitud con algo hermoso. Sé que he intentado
retribuirle por las cosas estupendas que ha hecho por mí. No es importante que lo
sepa. Lo único importante es que recibiera las rosas ¿sí?
José se puso el abrigo y salió de la panadería. Nadie volvió a verlo. Al día
siguiente no se presentó a cobrar. En cambio Jody Simmons recibió un giro postal de
José por diecinueve dólares y ochenta y siete centavos que sumados a su salario
servirían para pagar los pasteles…
Ahora le parecía que José estaba de pie frente a él avanzando y retrocediendo en
una especie de niebla. Él estaba hablando con José. Le decía ¿cómo estás José?
¿Cómo andan tus cosas? Háblame José y dime qué haces y qué pasó con aquella
muchacha rica. Habla más fuerte José porque últimamente no oigo bien. Fuerte José.
Y acércate más porque no me puedo mover demasiado. Más tarde sí pero ahora ya lo
ves estoy en cama. ¿Cómo es eso José? ¿Cómo es eso?
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¡José!
Espera un momento José. Perdóname. Verás. He creído que estábamos de nuevo
juntos en la panadería. He creído que estábamos todos allí. Pero no es así. Debe haber
sido un sueño. Resulta difícil saberlo. Solo un minuto José y me despertaré. Eso eso.
Así está mejor. Mucho mejor. No sé dónde estás José pero sí dónde estoy yo.
Sé dónde estoy.
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7
No podía seguir así. Debía evitar que las cosas se desvanecieran y luego
regresaran todas juntas. Tenía que terminar con los ahogos y los hundimientos y los
ascensos. Tenía que reprimir el miedo que le daba ganas de gritar y aullar y reír y
estrangularse hasta morir con un par de manos que se estaban pudriendo en algún
depósito del hospital.
Tenía que controlarse para poder pensar. Hacía demasiado que estaba así. Sus
muñones ya habían cicatrizado. Los vendajes habían desaparecido. Eso quería decir
que había pasado el tiempo. Mucho tiempo. Tiempo suficiente como para que saliera
de eso y pensara. Tenía que pensar en él. En Joe Bonham y en lo que haría. Tenía que
pensarlo todo nuevamente.
Era como un hombre adulto que de pronto se volvía a introducir en el cuerpo de
su madre. Yacía en silencio. Completamente indefenso. En alguna parte de su
estómago había un tubo a través del cual le alimentaban. Era exactamente como un
útero salvo que un bebé en el cuerpo de su madre puede esperar el momento en que
nacerá a la vida.
Él estaría en ese vientre para siempre. Eternamente. Debía recordarlo. No debía
esperar o confiar en otra cosa. Esta era su vida de ahora en adelante día a día hora a
hora minuto a minuto. Nunca más podría decir hola cómo estás te quiero. Nunca más
podría escuchar música u oír el murmullo del viento entre los árboles o el rumor del
agua. Nunca más respiraría el aroma de un filete friéndose en la cocina de su madre o
la humedad de la primavera en el aire o la maravillosa fragancia de la salvia
transportada por el viento a través de una gran llanura. Nunca más podría ver los
rostros de las personas que le alegraban con solo mirarlos como el de Kareen. Nunca
más podría contemplar la luz del sol o las estrellas o el césped tierno que crece en las
colinas de Colorado.
Nunca más podría andar con sus piernas sobre la tierra. Nunca más correría o
saltaría o se estiraría cuando estuviera cansado. Nunca estaría cansado.
Si el sitio en que yacía ardiese él se limitaría a quedarse allí y dejar que ardiese.
Ardería con él y no podría hacer movimiento alguno. Si sintiera que un insecto se
arrastraba por ese muñón de cuerpo que le quedaba no podría mover un dedo para
destruirlo. Si le picaba no podría hacer nada para aliviar la picazón o quizá a lo sumo
restregarse un poco contra las mantas. Y esta vida no transcurriría así solo hoy o
mañana o hasta el fin de la semana que viene. Estaba en el vientre para siempre. No
era un sueño. Era real.
Se preguntó cómo había podido salir con vida. Había tíos que se arañaban el
pulgar y se morían. El alpinista se caía de un escalón se fracturaba el cráneo y moría
el jueves. Tu mejor amigo iba al hospital para operarse del apéndice y cuatro o cinco
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días después estabas junto a su tumba. Un pequeño microbio como el de la gripe
acababa con la vida de alrededor de diez millones de personas en un solo invierno.
Entonces ¿cómo era posible que un tío perdiese los brazos y las piernas y los oídos y
los ojos y la nariz y la boca y siguiera viviendo? ¿Cómo entenderlo?
Sin embargo había muchos que habían perdido solo las piernas o los brazos y
vivían. De modo que tal vez era razonable pensar que un hombre podía vivir aun sin
piernas ni brazos. Si una de esas opciones era posible también podían serlo las dos
juntas. Los médicos eran cada vez más diestros en especial ahora que llevaban tres o
cuatro años en el ejército con mucha materia prima para experimentar. Si llegaban a
tiempo antes de que te desangraras podían salvarte casi de cualquier herida. Era
evidente que en su caso habían llegado a tiempo.
Si lo pensabas era bastante razonable. Muchos tenían los oídos arruinados por las
ondas de choque. Era muy habitual. Muchos se habían quedado ciegos. De tanto en
tanto podías leer en el periódico que alguien se había pegado un tiro en la sien y
terminaba con vida pero ciego. Por lo tanto su ceguera también tenía sentido. Había
muchos en los hospitales allá detrás de las líneas que respiraban por tubos y muchos
sin mandíbula y muchos sin nariz. Todo tenía sentido. Solo que en él se habían
combinado todos esos casos. Sencillamente se trataba de una granada que le había
volado el rostro y los médicos habían llegado a tiempo para evitar que se desangrara.
Solo un pequeño trozo de granada que por algún motivo no le afectó la yugular ni la
médula.
Las cosas habían transcurrido con bastante calma hasta que le pasó esto. Eso
quería decir que los médicos de retaguardia tuvieron más tiempo para jugar con él
que cuando se desplegaba una ofensiva y los heridos venían en tropel. Debe haber
sido así. Seguramente le habían recogido en seguida y le habían trasladado a un
hospital de la base y todos se habían arremangado frotándose las manos y diciendo
bien bien muchachos he aquí un caso interesante veamos qué podemos hacer.
Después de todo allí habían despanzurrado a unos diez mil tíos para saber cómo se
hacía. Se habían encontrado con un caso desafiante y tenían tiempo de sobra de modo
que lo encogieron y lo devolvieron al útero.
Pero ¿por qué no se había desangrado hasta morir? Es de suponer que con los
muñones de los dos brazos y las dos piernas manando sangre uno podía por lo menos
morirse. Había algunas venas poderosas en las piernas y en los brazos. Había visto
tíos que se desangraban hasta morir por la pérdida de un solo brazo. No parecía
lógico que los médicos hubieran actuado tan rápidamente como para detener cuatro
pérdidas de sangre al mismo tiempo antes de que un hombre muriera. Entonces pensó
quizá solo estaba herido y me los cortaron después para ahorrarse problemas o tal vez
porque estaban infectados. Recordó haber oído hablar de gangrenas y de soldados con
heridas llenas de gusanos. Ese era un buen síntoma. Si uno tenía una bala en el
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estómago y el agujero lleno de serpenteantes gusanos entonces estaba bien porque los
gusanos se comían el pus y mantenían limpia la herida. Pero si tenías ese mismo
agujero sin gusanos la herida seguía infectándose por un tiempo y después cogías
gangrena.
Tal vez no había tenido gusanos. Tal vez si hubiese podido despertar la atención
de un pequeño puñado de gusanos ahora tendría piernas y brazos. Solo un puñado de
pequeños gusanos blancos. A lo mejor cuando lo recogieron aún tenía brazos y
piernas con unas pocas heridas. Pero pudo haber ocurrido también que cuando
terminaron de curarle las cosas importantes como los ojos la nariz y los oídos y la
boca la gangrena ya se había apoderado de piernas y brazos. Entonces comenzaron a
despedazarle. Un dedo por aquí una muñeca por allí oh diablos cortemos a la altura
de la cadera. Probablemente ese era el método. Cuando los médicos están cortando
partes tienen recursos para detener la sangre a fin de que un hombre no muera. Quizá
si hubieran sabido cómo terminaría le hubiesen dejado morir. Pero fue sucediendo
gradualmente articulación por articulación y entonces allí estaba vivo y ahora no
podían matarle porque sería cometer un asesinato.
Oh Dios pasaban tantas cosas extrañas en esta guerra de los hombres. Todo era
posible. Oías hablar de ellas todo el tiempo. A un tío le volaron la mitad superior del
estómago entonces los médicos le quitaron la piel y con la carne de un muerto
hicieron una tapa para el estómago del herido. Podían levantar la tapa como una
ventana y observar cómo digería la comida. Había salas enteras repletas de hombres
que respiraban por tubos y comían por tubos el resto de sus vidas. Los tubos eran
importantes. Muchos muchachos orinarían por tubos mientras vivieran y otros
muchos a quienes les habían volado sus partes traseras. Ahora sus intestinos se
prolongaban en agujeros en las caderas o en el estómago. Los agujeros estaban
cubiertos de vendas porque no tenían esfínteres que los controlaran.
Y eso no era todo. Había un sitio en el sur de Francia donde tenían a los locos.
Había tíos que no podían hablar aunque estaban en perfecto estado físico. Solo se
habían asustado y se habían olvidado de hablar. Había hombres saludables que
corrían por todas partes a cuatro patas y metían la cabeza en los rincones cuando
estaban asustados y se olían entre sí y levantaban la pata como los perros y no hacían
más que gemir. Había uno un minero que volvió a Cardiff junto a su mujer y sus tres
hijos. Una bengala le había quemado el rostro y cuando su mujer le vio lanzó un
aullido cogió un hacha y le cortó la cabeza. Luego mató a los tres niños. Esa misma
noche la encontraron en una taberna bebiendo cerveza más fresca que una lechuga.
Lo único extraño es que intentaba comerse el vaso de cerveza. ¿Cómo se puede creer
o no creer después de todo esto? Cuatro o tal vez cinco millones de hombres muertos
y ninguno de ellos deseaba morir mientras que centenares de miles se volvían locos o
se quedaban ciegos o paralíticos y no podían morir aunque lo desearan.
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Pero no había muchos como él. No había muchos tíos a quienes los médicos
pudiesen señalar y decir he aquí la última palabra he aquí nuestro triunfo he aquí lo
más importante que hemos hecho entre las muchas cosas que hemos llevado a cabo.
He aquí un hombre sin piernas ni brazos ni oídos ni ojos ni nariz ni boca que sin
embargo respira come y está tan vivo como usted o como yo. La guerra había sido
una cosa estupenda para los médicos y él un tío con suerte que había aprovechado
todo lo que ellos habían aprendido. Pero había una cosa que no pudieron hacer.
Podían devolver un tío al vientre de su madre pero no podían volver a sacarle. Estaría
allí para siempre. Todo lo que le habían cercenado había desaparecido para siempre.
Eso era lo que debía recordar. En eso debía intentar creer. Cuando eso penetrara
dentro de sí entonces podía calmarse y pensar.
Era como leer en el periódico que alguien ha ganado la lotería y pensar ahí tienes
un tío que ganó un millón de golpe. No podías creer del todo que un hombre pudiese
ganar con tantos factores en contra. Sin embargo sabías que era cierto. Sin duda
nunca esperas ganar cuando compras el billete. Ahora ocurría lo contrario. Había
perdido un millón contra uno. Pero si leía en un periódico lo que le había sucedido no
terminaría de creerlo aunque supiese que era cierto. Y jamás podría pensar que le
sucedería a él. Nadie imaginaba algo así. Un millón contra uno diez millones contra
uno siempre había el uno. Y ese era él. Era el tío que perdió.
Ahora empezaba a tranquilizarse. Su pensamiento se hacía más preciso se
articulaba mejor. Podía quedarse quieto entre las sábanas y reconstruir las cosas.
Podía imaginar además de sus grandes desgracias las más pequeñas. En un punto
próximo a la base de su garganta había una costra que se adhería a algo. Al mover la
cabeza ligeramente hacia la derecha y después hacia la izquierda podía sentir el tirón
de la costra. También podía sentir un pequeño bulto en la frente como si le hubiesen
atado un cordel entre las órbitas de los ojos y el nacimiento del pelo. Ese cordel le
intrigaba porque tironeaba cuando él movía la cabeza para sentir la costra cerca de su
cuello. En el hueco que estaba en medio de su cara no podía sentir nada así que eso
constituía un pequeño problema. Se pasó un rato desplazándose hacia la izquierda y
la derecha sintiendo al mismo tiempo el tirón de la costra. Súbitamente comprendió.
Le habían puesto una máscara sobre el rostro que estaba anudada a la altura de su
frente. La máscara sin duda era una especie de tela blanda y la parte inferior se había
adherido a la mucosidad de la herida de la cara. Eso lo explicaba todo. Se trataba
sencillamente de un trozo de tela firmemente atado que llegaba hasta su garganta para
que la enfermera en sus idas y venidas no vomitara al contemplar al paciente. Una
medida muy considerada.
Ahora que comprendía el propósito y la mecánica de la máscara la costra de mera
curiosidad se convirtió en una irritación. Cuando era niño nunca permitió que una
costra terminara de curarse. Se la arrancaba siempre. Ahora intentaba rasgarla
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moviendo la cabeza y tensando la máscara. Pero no podía desalojar la máscara ni
comenzar a desgarrar la costra. La tarea se convirtió en una especie de manía. El sitio
donde la tela se adhería a la costra no le dolía. No era eso. Sino más bien una
situación fastidiosa un desafío o una demostración de fuerza. Si pudiese arrancarse la
máscara no se sentiría totalmente indefenso.
Intentó extender el cuello para poder arrancar la tela que se adhería a su piel. Pero
no podía extenderlo suficientemente. Se descubrió concentrando toda su fuerza y su
voluntad en ese minúsculo punto de irritación. Comprendió que pese a sus esfuerzos
no lograría arrancársela. Todos los músculos de su cuerpo y toda su fuerza de
voluntad ni siquiera conseguían mover algo tan insignificante como un trozo de tela
pegado a su piel. Eso era peor que estar en el útero. Los niños a veces pateaban. Otras
veces daban vueltas en la penumbra húmeda y apacible de sus silenciosos ámbitos.
Pero él no tenía piernas para patear ni brazos para agitar y no podía dar vueltas
porque no tenía un solo fragmento en el cuerpo que le sirviera de palanca para
empezar a girar. Trató de desplazar su peso de un lado a otro pero los músculos que
tenía en lo que quedaba de sus muslos no se flexionaban convenientemente y
tampoco sus hombros tan escrupulosamente mutilados respondían a sus propósitos.
Abandonó la costra y la máscara y comenzó a tramar la forma de dar la vuelta.
Solo podía producir un leve ademán de balanceo. Pero nada más. Tal vez con práctica
podría aumentar la fuerza de su espalda sus muslos y sus hombros. Quizá dentro de
uno cinco o veinte años lograría adquirir fuerza suficiente para que la órbita de su
balanceo fuese cada vez más amplia. Entonces tal vez un día de pronto se daría la
vuelta. Si lo lograba podría matarse porque si los tubos que alimentaban sus
pulmones y su estómago eran de metal se clavarían en algún órgano vital con el solo
peso de su cuerpo. O de lo contrario si eran blandos como goma su peso podría
aplastarlos y se asfixiaría.
Pero todo lo que pudo lograr mediante sus más violentos esfuerzos fue un ligero
balanceo que le bañó en transpiración y le hundió en un doloroso mareo. Tenía veinte
años y no podía reunir fuerzas suficientes para darse la vuelta en la cama. Nunca
había estado enfermo. Siempre había sido fuerte. Podía levantar una caja con sesenta
hogazas de pan de libra y media cada una. Y echarla sin más sobre sus hombros para
colocarla sobre un cubo de siete pies. Era capaz de hacerlo no una vez sino
centenares de veces cada noche hasta que sus hombros y sus bíceps adquirieron la
fortaleza de un hierro. Y ahora al igual que un niño que se mece para dormir apenas
podía flexionar los muslos y producir un leve balanceo.
De pronto sintió un gran cansancio. Tendido sin hacer el menor movimiento
pensó en esa otra herida más pequeña que había comenzado a advertir. Era un hueco
en el costado. Solo un pequeño hueco que sin duda se negaba a cicatrizar. Sus piernas
y sus brazos habían cicatrizado y eso llevaba mucho tiempo. Pero mientras
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transcurría todo ese tiempo de curación todas esas semanas o meses en los que las
cosas aparecían o se desvanecían en la nada ese hueco en su costado había
permanecido abierto. Lo había ido advirtiendo poco a poco durante mucho tiempo y
ahora lo sentía claramente. Era un parche de humedad dentro de una venda de la que
descendía un pequeño hilo aceitoso que resbalaba por su flanco izquierdo.
Recordó la vez que había visitado a Jim Tift en el hospital militar de Lille. Jim
estaba en una sala donde había muchos tíos con agujeros aquí y allí que no
terminaban de cicatrizar. Algunos yacían allí meses y meses drenando y hediendo. El
olor de la sala era como el de un cadáver con el que tropiezas durante una patrulla
como el olor de un cadáver muy rancio que se disgrega apenas lo tocas con la punta
de la bota y despide como una nube de gas con hedor a carne muerta.
Quizás había tenido la suerte de que le volaran la nariz. Hubiese sido bastante
desagradable estar acostado y oler el perfume de tu propio cuerpo mientras se va
pudriendo. Tal vez después de todo era un tío afortunado porque con ese olor
constante en la nariz no es posible tener apetito. Aunque de todos modos eso no le
preocupaba. Comía regularmente. Podía sentir cómo le deslizaban comida en el
estómago y sabía que comía perfectamente. El sabor no importaba.
Ahora las cosas se volvían cada vez más borrosas. Supo que volvía a
desvanecerse. Se escabullía. Parecía como si la oscuridad de sus ojos se convirtiera
en algo púrpura en algo como el azul crepúsculo. Descansaba. Sencillamente estaba
acostado después de haber pensado y trabajado mucho y se decía deja que se
descomponga porque de todos modos no puedes olerlo. Cuando a uno le queda tan
poco ¿por qué preocuparse de una parte más que está muriendo? Tú no tienes más
que quedarte quieto. La penumbra adquiere otra tonalidad de penumbra. Crepúsculo
sin estrellas y noche sin estrellas. Como en casa por las noches con grillos y ranas y
una vaca mugiendo en alguna parte y un perro ladrando a lo lejos y el alboroto de los
niños que juegan. Bellos sonidos maravillosos y oscuridad y paz y sueño. Solo que
sin estrellas.
La rata se arrastraba sobre su cuerpo sigilosamente. Con sus pequeñas garras
afiladas trepaba por su pierna izquierda. Era una gran rata parda como las que solían
perseguir con palos. Se arrastraba husmeando y oliendo y desgarrando el vendaje del
costado. Sentía sus bigotes que le cosquilleaban los bordes de su herida abierta.
Sentía sus largos bigotes que rastreaban en el pus del agujero. Y no podía hacer nada.
Recordaba el rostro de un oficial prusiano que encontraron un día. Acababan de
asaltar las trincheras exteriores de la posición alemana. Era una trinchera que había
sido abandonada una o dos semanas antes. Toda la compañía como un enjambre se
había lanzado sobre ella. Allí se encontraron con el oficial prusiano. Era un capitán.
Estaba tendido con una pierna extendida en el aire. La pierna estaba tan hinchada que
el pantalón parecía estar a punto de reventar. Su rostro también estaba hinchado. Sus
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bigotes todavía estaban lustrosos. Una rata gorda y satisfecha sentada en su cuello le
roía el rostro. Al saltar dentro de la trinchera captaron todo el cuadro. La entrada a un
refugio al que se dirigía el prusiano cuando fue abatido. El prusiano con la pierna en
el aire. La rata masticando.
Alguien lanzó un alarido y entonces todos comenzaron a aullar como locos. La
rata se irguió y les miró. Después echó a andar hacia la entrada del refugio. Pero lo
hizo lentamente. Toda la compañía se lanzó sobre ella aullando y rugiendo. Alguien
le arrojó un casco que golpeó a la rata en los cuartos traseros. La rata chilló y se
volvió para pegar una dentellada al casco. Después se arrastró hacia el refugio
mientras ellos la perseguían. Allí a la luz de la penumbra la cogieron y la aplastaron
hasta convertirla en una jalea roja. Después por un instante todos se quedaron
inmóviles. Como si sintieran que se habían comportado como estúpidos.
Abandonaron el refugio y prosiguieron la guerra.
Después pensó en ello. No importaba si la rata roía a un camarada o a un maldito
alemán. Era todo lo mismo. Tu verdadero enemigo era la rata y cuando la veías gorda
y bien alimentada masticando algo que podías ser tú entonces te volvías loco.
Ahora la rata se lo estaba comiendo a él. Podía sentir sus pequeños dientes
afilados que mordían al borde de la herida y luego los rápidos y leves movimientos
del cuerpo de la rata a medida que movía las fauces. Después hundiría las patas y
arrancaría un trozo más de carne y eso le dolería y luego volvería a masticar.
Se preguntó dónde estaría la enfermera. Ese era un hospital infernal donde
permitían que las ratas entrasen en las salas y masticaran a los enfermos mientras
trataban de dormir. Se revolvió y sacudió pero la rata siguió inamovible. No podía
hacer nada para asustarla. No podía golpear ni patear y no podía gritar ni silbar para
ahuyentarla. Lo único que podía hacer era intentar ese ligero movimiento oscilatorio.
Pero evidentemente eso le agradó a la rata porque se quedó donde estaba. Ahora la
rata comía con mucho cuidado seleccionando las mejores partes y luego descansaba
sobre su estómago con sus pequeñas mandíbulas que masticaban masticaban y
masticaban.
Empezó a darse cuenta de que el proceso de masticación de la rata no era una
cosa que duraría solo diez o quince minutos. Las ratas son animales astutos. Conocían
su entorno. Esta no se limitaría a irse para no volver. Volvería día tras día noche tras
noche para alimentarse con su cadáver hasta enloquecerle. Se vio corriendo por los
pasillos del hospital. Se vio abordando una enfermera y cogiéndola por la garganta
colocándole la cabeza abajo sobre el agujero de su costado en donde seguía aferrada
la rata y gritándole puta holgazana ¿por qué no te ocupas de ahuyentar a las ratas de
tus pacientes? Corría aullando a través de la noche. Corría a través de una serie de
noches corría por una eternidad de noches gritando por el amor de Dios quítenme esa
rata de encima ¿no la veis? Corría a través de toda una vida de noches y aullaba y
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trataba de quitarse la rata de encima y sentía que la rata hundía sus dientes cada vez
más profundamente.
Cuando hubo corrido sin piernas hasta el agotamiento y cuando hubo gritado sin
voz hasta desgarrarse la garganta volvió a caer en el útero volvió a la quietud volvió a
la soledad y a la oscuridad y al terrible silencio.
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Las manos de la enfermera se movían sobre su cuerpo. Podía sentir que le lavaba
el cuerpo y manipulaba su carne y vendaba la herida de su costado. Utilizaba algo
caliente y graso para disolver la sustancia de la costra que sostenía la máscara en ese
punto de irritación próximo a su garganta. Se sintió como un niño que ha despertado
llorando por una pesadilla para encontrarse a salvo y abrigado en los brazos de su
madre. Aun cuando no pudiese verla ni oírla la enfermera era una compañía. Era
alguien y era su amiga. Ya no estaba solo. Si ella estaba allí él no tenía necesidad de
preocuparse no tenía necesidad de luchar ni de pensar. En ella recaía toda la
responsabilidad y él no tenía nada que temer mientras ella estuviese cerca. En lugar
de la rata que le roía el costado sintió los dedos fríos de la enfermera y la pulcritud de
unas nuevas vendas y gasas frescas.
Ahora supo que la rata solo había sido un sueño. Se sintió tan aliviado cuando lo
descubrió que por unos minutos casi olvidó su miedo. Y después relajado con los
cuidados de la enfermera se estremeció de pronto al comprender que el sueño de la
rata podía repetirse. Recordó que todo el sueño había comenzado al pensar en la
herida de su costado. A medida que se iba quedando dormido su conciencia de la
herida hacía surgir el sueño de la rata que se alimentaba de ella. Casi con seguridad
mientras la herida estuviese allí desencadenaría la misma serie de pensamientos
acerca de la rata que volvería nuevamente en su sueño. Cada vez que se durmiera la
rata volvería y el sueño en lugar de olvido sería tan espantoso como la vigilia. Un
hombre despierto puede aguantar mucho. Pero cuando llega el sueño merece
olvidarlo todo. El sueño debería ser algo como la muerte.
Sabía que la rata era un sueño. Estaba seguro de ello. Lo único que debía hacer
era encontrar una forma de salir del sueño cuando apareciese la rata. De niño solía
tener pesadillas. Lo curioso era que no resultaban particularmente desagradables. La
peor era una en la que él era una hormiga que cruzaba una acera y la acera era tan
ancha y él tan pequeño que a veces se despertaba gritando asustado. Esa era la forma
de terminar con las pesadillas. Gritar tanto que se despertaba. Pero ahora no podía
hacerlo. En primer lugar no podía gritar y en segundo lugar estaba sordo y no podía
oír sus gritos. No servía. Tendría que encontrar otra solución. Recordó que a medida
que se hacía mayor y aparecían diferentes pesadillas podía salir de ellas pensando.
Precisamente cuando parecía que algo terrible que le perseguía iba a atraparle
pensaba Joe esto no es más que un sueño. Solo un sueño ¿comprendes Joe? Y en
seguida abría los ojos escrutaba la oscuridad que le rodeaba y el sueño desaparecía.
Podría adoptar ese sistema con la rata. La próxima vez que apareciese en lugar de
salir huyendo y gritando pidiendo ayuda pensaría que era un sueño. Y entonces
abriría…
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Pero no era posible. No podía abrir los ojos. En su sueño en mitad del sueño de la
rata podría sustraerse a él mediante el pensamiento pero ¿cómo podía demostrar que
estaba despierto si no podía abrir los ojos y mirar la oscuridad en torno suyo?
Pensó ¡Dios! Joe tiene que haber alguna forma. Pensó el hecho de desear saber
que uno está despierto no es demasiado pedir. Pensó vamos Joe es la única forma en
que puedes vencer a la rata y tienes que hacerlo de modo que lo mejor será que
busques rápidamente alguna manera de probar si estas despierto o dormido.
Quizá sería mejor comenzar por el principio. Ahora estaba despierto. De eso
estaba seguro. Acababa de sentir las manos de la enfermera y las manos de la
enfermera eran reales. Así que cuando las sentía era porque estaba despierto. Aunque
ahora que la enfermera se había ido estaba despierto porque pensaba en el sueño de la
rata. Si puedes pensar en un sueño es que estás despierto. Eso es evidente Joe. Estás
despierto. Y estás intentando liberarte de un sueño que sobrevendrá cuando te
duermas. No puedes salir del sueño gritando porque no puedes gritar No puedes salir
pensando y comprobar que estás despierto abriendo los ojos porque no tienes ojos.
Mejor empieza a pensar antes de que te duermas Joe esa es la cuestión empieza ahora
mismo.
En el momento en que sientas que te quedarás dormido intenta ponerte rígido y
decirte no vas a soñar con ratas. Entonces a lo mejor estarás preparado para ello y la
rata no vendrá. Porque una vez que aparezca te cogerá hasta que despiertes y no
puedes tener la seguridad de que estás despierto hasta que sientas las manos de la
enfermera. Hasta entonces no puedes estar seguro en absoluto. De modo que cuando
sientas que te estás durmiendo concéntrate y piensa que no vas a soñar con la…
Un momento. ¿Cómo sabrás cuando empieces a adormecerte Joe? ¿Qué te
indicará que estás a punto de dormirte? ¿Cómo se siente uno antes de quedarse
dormido? Tal vez esté cansado de trabajar y se relaje en la cama y sin darse cuenta se
quede dormido. Pero no es tu caso Joe porque tú nunca estás cansado y estás siempre
en la cama. Eso no sirve. Pues también puede ocurrir que sienta un escozor en los
ojos y bostece y se desperece y por fin se cierren sus párpados. Pero eso tampoco
sirve. Nunca sientes escozor en los ojos y no puedes bostezar ni desperezarte ni tienes
párpados. Nunca estás cansado Joe. No necesitas dormir porque duermes
prácticamente todo el tiempo ¿cómo puedes tener sueño? Si no puedes tener sueño
¿cómo puedes advertirlo? Y si no lo adviertes no puedes ponerte rígido y prevenirte
contra la rata.
Cristo qué embrollo. Si ni siquiera podía saber si estaba despierto o dormido era
un embrollo terrible. Pero no se le ocurría ningún modo de saberlo. Cuando uno se va
a dormir está cansado y se acuesta y cierra los ojos y el sonido se desvanece y
entonces uno se duerme. A lo mejor un tío normal un tío que tiene ojos para cerrar y
oídos para oír no puede saber el momento preciso en que se duerme. Tal vez nadie
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pueda. Hay un pequeño espacio entre estar despierto y estar dormido que no es ni una
ni otra cosa. Las dos cosas se funden de modo que te quedas dormido sin darte
cuenta. Después sin darte cuenta te estás despertando y de pronto estás despierto.
Esto era un infierno. Si ni siquiera un tío normal podía saberlo ¿cómo iba a
saberlo él cuando todo lo que le rodeaba era como un sueño las veinticuatro horas del
día? Solo sabía que probablemente entraba y salía del sueño cada cinco minutos.
Toda su vida se parecía tanto al sueño que no había forma de seguir su curso. Por
supuesto era razonable suponer que una gran parte del tiempo estaba despierto. Pero
el único momento en que podía estar seguro era cuando sentía las manos de la
enfermera. Y ahora que sabía que la rata era un sueño y en la medida en que era el
único sueño que podía identificar con certeza entonces eso quería decir que solo
podía estar seguro de que dormía cuando le roía la rata. Desde luego además del
sueño de la rata podía tener otros de la misma manera que podía estar despierto
muchas veces sin que le tocaran las manos de la enfermera. Pero ¿cómo diablos podía
saberlo?
Por ejemplo cuando era pequeño solía soñar despierto. Se recostaba y pensaba en
cosas que haría algún día. O pensaba en las cosas que había hecho la semana pasada.
Pero estaba despierto y lo sabía. Sin embargo tendido allí en la penumbra y el
silencio era diferente. Si pensaba en algo que había pasado hacía mucho tiempo
aquello que parecía un sueño diurno podía convertirse en un sueño verdadero de
modo que mientras pensaba en el pasado podía quedarse dormido y soñar con eso.
Tal vez no había solución. Tal vez por el resto de su vida tendría que adivinar si
estaba despierto o dormido. ¿Cómo podría asegurar me dormiré o bien acabo de
despertar? ¿Cómo lo sabría? Y uno tiene que saberlo. Es importante. Era lo más
importante que quedaba. Lo único que tenía era una mente y quería sentir que
pensaba con claridad. Pero ¿cómo lo haría si no tenía una enfermera cerca o una rata
sobre su cuerpo?
Tenía que hacerlo y eso era todo. Se dice que los tíos que pierden partes de sí
suelen desarrollar facultades adicionales. Tal vez si se concentraba en pensar sabría
que estaba despierto precisamente como lo sabía ahora. Cuando no se concentrara se
quedaría dormido. Eso significaba no soñar más con el pasado. Significaba no hacer
nada más que pensar pensar pensar. Entonces se cansaría tanto de pensar que sentiría
modorra y se quedaría dormido. Dios le había dejado la mente y eso era todo. Era lo
único que podía usar así que tenía que usarla siempre que estuviese despierto. Debía
pensar hasta que se sintiera cansado más cansado de lo que había estado nunca. Debía
pensar todo el tiempo y después dormir.
Comprendió que era necesario hacerlo. Porque si era incapaz de distinguir la
vigilia del sueño no podría considerarse siquiera una persona adulta. Ya era desdicha
suficiente estar en el útero. Ya era desgracia suficiente pensar que durante años y
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años permanecería solo en el silencio y la oscuridad. Pero esto último esa incapacidad
de distinguir los sueños de los pensamientos era el olvido. Le convertía en nada. En
menos que nada. Le despojaba de lo único que distinguía a un hombre normal de un
loco. Significaba que podía estar pensando con mucha solemnidad en algo que
parecía importante mientras que en realidad estaba dormido y soñaba los sueños
idiotas de un niño de dos años. Le despojaba de todo respeto por sus propios
pensamientos y eso era lo peor que podía pasarle a cualquiera. Estaba tan confundido
que no sabía si lo verdadero era la enfermera o la rata. Quizá ni una ni otra cosa.
Quizás ambas fueran reales. Quizá nada era verdadero ni siquiera el mismo oh Dios
¿no seria maravilloso?
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9
La fogata del campamento estaba instalada frente a una tienda y la tienda bajo un
enorme pino. Cuando dormías dentro de la tienda siempre te parecía que afuera
estaba lloviendo porque las hojas del pino caían y caían. Su padre estaba sentado
frente a él contemplando el fuego. Todos los veranos venían a este sitio a nueve mil
pies de altura cubierto de pinos y lagos. Pescaban en los lagos y por la noche cuando
dormía el rugido del agua de los torrentes que unían los lagos sonaba en sus oídos.
Venían a ese sitio desde que él tenía siete años. Ahora tenía quince y mañana
vendría Bill Harper. Se sentó frente al fuego miró a su padre a través de las llamas y
se preguntó cómo se lo diría. Se trataba de algo muy serio. Mañana por primera vez
en todos sus viajes juntos quería ir de pesca con alguien que no era su padre. Nunca
se le había ocurrido esa idea en anteriores excursiones. Su padre siempre había
preferido su compañía a la de otros hombres y él siempre había preferido la de su
padre a la de otros muchachos. Pero mañana vendría Bill Harper y quería ir de pesca
con él. Sabía que alguna vez ocurriría. Sin embargo también sabía que significaba el
fin de algo. Era un fin y un comienzo y no sabía cómo decírselo a su padre.
De modo que lo mencionó como de paso. Dijo mañana viene Bill Harper y he
pensado en que tal vez salga con él. Dijo Bill Harper no sabe mucho sobre pesca. Y
yo sí de modo que pienso que si no te importa me levantaré temprano por la mañana
para encontrarme con Harper e ir de pesca con él. Su padre no respondió. Luego dijo
por supuesto Joe. Vete con él. Y más tarde su padre dijo ¿sabes si Bill Harper tiene
una caña? Él le contestó que Bill no tenía una caña. Pues bien dijo su padre entonces
¿por qué no llevas mi caña y que Bill use la tuya? De todos modos yo no pensaba ir
de pesca mañana. Estoy cansado y creo que voy a descansar todo el día. Así que usa
mi caña y que Bill use la tuya.
Fue así de sencillo y sin embargo él sabía que era una gran cosa. La caña de su
padre era muy buena. Tal vez el único lujo que se había permitido su padre en toda su
vida. Todas las primaveras su padre enviaba la caña a un experto de Colorado
Springs. El hombre de Colorado Springs raspaba cuidadosamente el barniz de la caña
arreglaba los desperfectos la volvía a barnizar y la devolvía resplandeciente. Todos
los años. Era el único tesoro de su padre. Sintió un pequeño nudo en la garganta
cuando pensó que en el preciso momento en que él abandonaba a su padre por Bill
Harper su padre le ofrecía su caña.
Esa noche se acostaron sobre un lecho de hojas de pino. Habían ahuecado el lecho
de hojas de pino a fin de hacer un pequeño vacío para las caderas. Se quedó largo rato
despierto pensando en el día siguiente y en su padre que dormía a su lado. Después se
durmió. A las seis de la mañana oyó un susurro. Era Bill Harper que le llamaba desde
la entrada de la tienda. Se levantó le dio su caña a Bill y él llevó la de su padre. Se
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marcharon sin despertarle.
Anochecía cuando ocurrió la catástrofe. Iban en un bote a remo pescando con los
dos sedales tendidos. Él remaba y Bill Harper iba en popa frente a él con una caña a
cada lado del bote. Todo muy calmo y el lago tan apacible como un espejo. Ambos
estaban algo somnolientos porque el día había sido maravilloso. De pronto se oyó el
agudo chirrido de un pez que tensaba la línea. La caña saltó de la mano de Bill
Harper y desapareció en el agua. Los dos manotearon desesperadamente para asirla
pero era demasiado tarde. Era la caña de su padre. Durante más de una hora
intentaron pescarla ayudándose con la otra caña y los remos del bote con la esperanza
de encontrarla pero sabían que era inútil. La maravillosa caña de su padre había
desapareció y no la volverían a ver.
Encallaron el bote y limpiaron el pescado que habían cogido y luego fueron a la
tienda a comprar una cerveza. Bebieron su cerveza y hablaron sobre la caña en voz
baja. Después él se separó de Bill Harper.
En el camino de regreso a la tienda bajo los pinos sobre la suave alfombra de
hojas y atento al sonido de los torrentes que descendían por la montaña y mirando las
estrellas del cielo pensaba en su padre. Su padre y su madre nunca tuvieron mucho
dinero pero parecían arreglarse bien. Tenían una casita en la parte posterior de un
terreno largo y ancho en los alrededores del pueblo. Frente a la casa había un parque
y entre el parque y la acera su padre contaba con un espacio bastante amplio donde
había hecho un huerto. La gente de todo el pueblo venía a admirar el huerto de su
padre. Su padre se levantaba a las cinco o cinco y media de la mañana para regar el
huerto y por la tarde cuando volvía del trabajo estaba ansioso por regresar a él. De
algún modo para su padre el huerto era una forma de escapar a las facturas y a las
historias triunfantes y al trabajo en la tienda. Era su forma de crear algo. Era su forma
de ser un artista.
Al principio tenían lechugas y guisantes y habas y zanahorias y rabanitos.
Después su padre le pidió permiso al vecino para usar su terreno vacío como huerto.
El hombre se sintió satisfecho con el trato ya que le ahorraba el gasto de quemar la
maleza en otoño. Así que en el terreno vacío su padre cultivó maíz y calabazas y
melones y sandías y pepinos. Alrededor tenía un gran seto de girasoles. A veces el
corazón de los girasoles alcanzaba un pie de diámetro. Las semillas eran buen
alimento para las gallinas. En un pequeño cuadrado que tenía sombra la mitad del día
su padre plantó fresas perennes así que comían fresas frescas desde la primavera
hasta fines del otoño.
Detrás de la casa de Shale City tenían pollos y conejos y él criaba algunos como
mascotas. Dos o tres veces por semana comían pollo frito a la hora de la cena y no
parecía un lujo. En invierno comían gallina hervida con pudín de frutas y patatas del
propio huerto. En la época en que las gallinas ponían muchos huevos y los huevos
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eran baratos en la tienda su madre cogía algunos y los guardaba en grandes frascos de
vidrio. Después en invierno cuando los huevos eran caros y las gallinas no ponían ella
no tenía más que ir a la despensa y conseguía huevos gratis. Tenían una vaca y su
madre preparaba mantequilla y suero. Ponían la leche en grandes baldes la dejaban en
la galería y a la mañana siguiente la leche estaba cubierta de una crema amarilla tan
espesa como el cuero. En verano los domingos hacían helado con su propia crema y
sus propias frutillas y todo propio menos el hielo.
En el otro extremo del terreno vacío su padre tenía seis colmenas de modo que en
otoño recogían miel en abundancia. Su padre iba a las colmenas y extraía los paneles
y vigilaba las celdillas y si el panal era débil destruía todas las celdillas de la reina y a
veces hasta le recortaba las alas para que no hiciera enjambre y dividiera la colmena.
Apenas la temperatura caía bajo cero su padre iba a alguna granja cercana y
compraba carne fresca. Solía haber un cuarto de vaca y a veces medio cerdo colgados
en la galería del fondo totalmente congelados y siempre frescos. Cuando querías un
filete cogías una sierra y lo aserrabas. El filete además de ser mejor costaba mucho
menos que en la carnicería.
En otoño su madre se pasaba semanas preparando dulces. Al final de la
temporada la despensa estaba llena. Si bajabas a la despensa además de los grandes
frascos de huevos había frascos de todas las clases de fruta imaginables. Había
albaricoques en almíbar y mermelada de naranja y dulce de guinda y de grosella y
jalea de manzanas. Había huevos duros conservados en zumo de remolacha y
pepinillos y cerezas saladas y salsa de chile. Si bajabas en octubre encontrabas tres o
cuatro grandes pasteles de fruta negros y húmedos rellenos de toronjas y nueces.
Solían estar en el rincón más fresco de la despensa cuidadosamente envueltos en
lienzos húmedos para que se conservaran hasta Navidad.
Tenían todas esas cosas y sin embargo su padre era un fracasado. Su padre era
incapaz de hacer dinero. A veces por las noches su padre y su madre conversaban
sobre ello. Fulano se había ido a California y había ganado mucho dinero en
propiedades. Mengano se había ido y había ganado mucho dinero trabajando en una
cadena de zapaterías hasta que llegó a gerente. Todos los que iban a California hacían
dinero y tenían éxito. Pero su padre en Shale City era un fracaso.
Si uno se ponía a pensar era difícil entender por qué su padre era un fracaso tan
grande. Era un hombre bueno y un hombre honesto. Mantenía a sus hijos unidos y
comían buena comida comida excelente comida deliciosa mejor comida que la que
comía la gente en las ciudades. Ni siquiera gente rica de las ciudades comía verduras
tan frescas y pródigas. Tampoco podían conseguir una carne tan bien curada. Eso no
se podía comprar con dinero. Eran cosas que uno mismo debía hacer. Su padre había
conseguido hacer hasta la miel que ponían en los pasteles calientes que preparaba su
madre. Su padre había logrado producir todas esas cosas en dos terrenos del pueblo y
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sin embargo su padre era un fracasado.
Vio la tienda que se alzaba ante sus ojos en la ladera de la montaña como una
pequeña nube en la oscuridad. Nuevamente volvió a pensar en la caña y entonces
supo por qué su padre era un fracaso. No era porque no pudiese mantener a su familia
ni proporcionarle ropa comida y placeres. Ahora estaba claro. Su padre no tenía
suficiente dinero para comprar otra caña. Aunque la caña fuese el bien más preciado
de su padre ahora que había desaparecido no tendría suficiente dinero para comprar
otra y por eso era un fracasado.
Cuando llegó a la tienda su padre estaba acostado y dormía. Se quedó un minuto
mirándole. Luego salió y colgó los pescados. Volvió a la tienda se desvistió
rápidamente y se acostó junto a su padre. Su padre se agitó. Sabía que no convenía
esperar hasta mañana. Tenía que decírselo ahora. Cuando comenzó a hablar le
temblaba la voz. No era por temor a lo que pudiera decir su padre. Era porque sabía
que su padre nunca podría volver a tener una caña como la que había perdido.
Papá dijo perdimos tu caña. Fue un golpe repentino y antes de que lo
advirtiéramos la caña estaba en el agua. La buscamos y tratamos de pescarla con los
remos pero no la encontramos. Se perdió.
Parecieron pasar como cinco minutos antes de que su padre emitiera un sonido.
Después se volvió levemente en la cama. De pronto sintió el brazo de su padre sobre
su pecho. Sintió su presencia cálida y consoladora. Y bien dijo su padre. No creo que
algo tan menudo como una caña deba perturbar nuestra última excursión juntos
¿verdad?
No había nada más que decir así que se quedó callado. Su padre había presentido
desde el principio que esa era la última excursión juntos. A partir de entonces él iría a
acampar con los muchachos como Bill Harper y Clen Hogan y todos los demás. Y su
padre iría a pescar con hombres. Simplemente había sucedido así. Debía suceder así.
Se quedó allí junto a su padre ambos doblados como una navaja que era la mejor
forma de dormir con el brazo de su padre rodeándole y él parpadeó para evitar las
lágrimas. Él y su padre lo habían perdido todo. A sí mismos y a la caña.
Despertó pensando en su padre y preguntándose dónde estaría la enfermera.
Despertó más solitario que nunca. Echaba de menos a Shale City y su vida apacible.
Echaba de menos una mirada un aroma un sabor una palabra que le devolvieran a
Shale City y a su padre madre y hermanas. Pero estaba tan separado de ellos que
aunque estuviesen de pie junto a su cama seguirían lejanos a miles de millas de
distancia.
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Estar acostado sin nada que hacer ni dónde ir era como encontrarse en una alta
colina lejos del ruido y de la gente. Era como hacer una excursión a solas. Tenías
mucho tiempo para pensar. Pensar en cosas en las que nunca habías pensado. Por
ejemplo en ir a la guerra. Estabas tan solo en esa colina que el ruido y la gente no
intervenían en absoluto en tus reflexiones. Pensabas para ti solo sin considerar nada
que estuviese fuera de ti. Al parecer pensabas con más claridad y tus respuestas
tenían más sentido. Aunque tampoco tenía importancia que tuviesen sentido porque
de todos modos no podías hacer nada con ellas.
Pensó hete aquí Joe Bonham tendido como media res para el resto de tu vida ¿y
por qué? Alguien te cogió por el hombro y te dijo ven hijo vamos a la guerra. Y tú
fuiste. Pero ¿por qué? En cualquier otro trato hasta para comprar un auto o llevar un
recado tenías derecho a preguntar ¿y yo qué gano? De lo contrario gastabas mucho
dinero en comprar autos que no funcionaban o llevabas recados que te encargaban
unos tontos y te morías de hambre. Si alguien venía y te decía vamos hijo haz esto o
aquello era una especie de obligación para contigo mismo detenerte y decir veamos
señor ¿por qué tengo que hacer esto? ¿para quién y qué saco yo de todo esto? Pero
cuando viene un tío y te dice ven conmigo y arriesga tu vida y afronta la muerte y la
mutilación entonces no tienes derechos. Ni siquiera tienes el derecho de decir sí o no
o lo pensaré. Hay muchas leyes que protegen el dinero de la gente hasta en tiempos
de guerra pero no hay nada en los libros que diga que la vida de un hombre le
pertenece.
Desde luego muchos tíos se sintieron avergonzados. Alguien dijo vamos a pelear
por la libertad y fueron y se hicieron matar sin pensar una sola vez en la libertad. ¿Y
al fin y al cabo por qué clase de libertad luchaban? ¿Cuánta libertad? ¿Y quién había
concebido esa idea de la libertad? ¿Luchaban por la libertad de comer helados gratis
toda la vida o por la libertad de estafar a cualquiera cuando quisieran o por qué? Si le
dices a un hombre que no debe robar le quitas una parte de su libertad. Tienes que
hacerlo. Por último ¿qué quiere decir libertad? Se trata simplemente de una palabra
como casa o mesa o cualquier otra. Solo que es una palabra especial. Un tío dice casa
y puede señalar una casa para demostrarlo. Pero un tío dice vamos a luchar por la
libertad y no puede señalarla con el dedo. No puede demostrar de qué está hablando
así que ¿cómo diablos puede decirte que luches por ella?
No señor. Cualquiera que fuera al frente a las trincheras a pelear por la libertad
era un condenado imbécil y el que le llevaba era un mentiroso. La próxima vez que
alguien viniera a hablarme de libertad… ¿qué significaba la próxima vez? Para él no
habría próxima vez. Al diablo con todo eso. Si pudiese haber una próxima vez y
alguien le dijese vamos a luchar por la libertad él le respondería señor mi vida es
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importante. No soy un tonto y si cambio mi vida por la libertad tengo que saber por
anticipado de qué libertad se trata y quién ha concebido esa idea de libertad de la que
hablamos y qué parte de esta libertad nos corresponderá. Más aún señor ¿le interesa a
usted esa libertad tanto como pretende que me interese a mí? Quizá tener demasiada
libertad resulte tan nocivo como tener muy poca y yo creo que usted es un maldito
embustero que habla por hablar de modo que ya he decidido que estoy conforme con
la libertad que tengo aquí y ahora. La libertad de caminar y ver y hablar y comer y
acostarme con mi chica. Creo que prefiero esa libertad a la de pelear por cosas que no
conseguiremos para terminar sin libertad de ninguna especie. Terminar muerto y
putrefacto antes de empezar a vivir o terminar convertido en media res. Gracias señor.
Luche usted por su libertad. A mí no me interesa.
Por Dios los tíos siempre habían luchado por la libertad. De alguna forma
Norteamérica luchó por la libertad en 1776. Muchos murieron. Y por fin ¿acaso
Norteamérica tiene más libertad que Canadá o Australia que no pelearon? Tal vez sí
no lo discuto sino que solo pregunto. ¿Acaso es posible señalar a un tío y decir es un
norteamericano que luchó por su libertad y cualquiera puede darse cuenta de que se
trata de un tío distinto de un canadiense que no luchó? No por Dios no es posible y
esa es la cuestión. Así que tal vez muchos tíos con mujeres e hijos que murieron en
1776 no tenían necesidad de morir. De todas formas ahora ya habrían muerto. Por
supuesto pero eso no cambia las cosas. Un tío puede pensar que dentro de cien años
estará muerto pero no le preocupa. Pero pensar en morir mañana por la mañana y
estar muerto para siempre y no ser más que polvo y pudrirse en la tierra ¿eso es
libertad?
Esos bastardos siempre luchaban por algo y si alguno se atrevía a decir al diablo
con esta lucha todas las guerras son iguales y nadie saca nada bueno de ellas entonces
le gritaban cobarde. Si no luchaban por la libertad luchaban por la independencia o la
democracia o la autonomía o la honestidad o por el honor o la tierra natal o cualquier
otra cosa que no significaba nada. La guerra se hacía para salvaguardar la democracia
para los países pequeños. Para todo el mundo. Entonces cuando la guerra se haya
terminado el mundo habrá salvado la democracia. ¿Era así? ¿Y de qué clase de
democracia se trata? ¿Y cuánta? ¿Y de quién?
Después estaba esa independencia por la que los pobres diablos se hacían matar.
¿Independencia de otro país? ¿Independencia para trabajar enfermarte o morir?
¿Independencia de tu suegra? Por favor señor denos una factura de venta por esa
independencia antes de que nos hagamos matar denos una factura bien detallada para
que podamos saber por anticipado por qué nos matan y además denos también una
primera indemnización en calidad de garantía para asegurarnos de que después de la
guerra disfrutaremos del mismo tipo de independencia por la que hicimos el trato.
Otra cuestión la decencia. Todo el mundo decía que Norteamérica luchaba por el
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triunfo de la decencia. ¿La decencia concebida por quién? ¿Para quién? Hable.
Díganos qué es la decencia. Díganos hasta qué punto un hombre muerto decente se
siente mejor que un vivo indecente. Haga una comparación con cosas concretas como
mesas y casas. Hágala con palabras que podamos entender. Y no hable del honor. ¿El
honor de un chino o de un inglés o de un norteamericano o de un mexicano? Ustedes
que quieren luchar para resguardar nuestro honor explíquennos qué diablos es el
honor. ¿Acaso luchamos para que todo el mundo goce del honor norteamericano?
Puede ocurrir que el mundo no esté de acuerdo con eso. Quizá los isleños de los
mares del sur prefieran su propio honor.
Por el amor de Dios denos cosas por las que pelear que podamos ver y sentir y
tocar y comprender. Basta de discursos pomposos que no significan nada como tierra
natal. Madrepatria padrepatria tierranatal. Es todo lo mismo. ¿Para qué coño le sirve a
usted su tierra natal después de muerto? ¿De quién es esa tierra natal después de su
muerte? Si a usted le matan luchando por su tierra natal es que ha hecho un trato a
ciegas. Ha pagado por algo que no obtendrá jamás.
Y cuando no podían enganchar a los pobres diablos para luchar por la libertad o la
independencia o la democracia o la decencia o el honor usaban a las mujeres. Miren
esos puercos alemanes decían miren cómo violan a las hermosas muchachas
francesas y belgas. Alguien tiene que acabar con esa violación. Venga usted
jovenzuelo únase al ejército y salve a las hermosas muchachas francesas y belgas. Y
entonces el chaval se quedó perplejo y firmó y poco después estalló una granada y su
vida se esparció en roja pulpa de carne y quedó muerto. Muerto por otra palabra y por
todos los viejos y feroces murciélagos de la DAR[5] que salen gritando ¡viva! sobre
su tumba hasta quedarse roncos porque murió por la feminidad.
Ahora bien es posible que un tío arriesgue su vida si sus mujeres fuesen violadas.
Pero en ese caso sería solo una forma de cerrar un trato. Sencillamente diría que en
ese momento sentía que la seguridad de sus mujeres valía más que su propia vida.
Pero no había nada particularmente noble o heroico en ello. Era un trato claro. Su
vida a cambio de algo que él valoraba más.
Pero cuando cambias tus mujeres por todas las mujeres del mundo empiezas a
defender a las mujeres en masa. Para hacer eso hay que pelear masivamente.
Entonces nuevamente se está luchando por una palabra.
Cuando los ejércitos empiezan a movilizarse y ondean las banderas y brotan las
consignas ten cuidado muchacho que no son tuyas las castañas que están en el fuego.
Estás luchando por palabras y no estableces un trato honesto. No cambias tu vida por
algo mejor. Te portas con nobleza y después de muerto las cosas por las que has
cambiado tu vida no te servirán y es posible que tampoco le sirvan a nadie.
Tal vez no sea bueno pensar así. Hay muchos idealistas que dirían ¿hemos caído
tan bajo que valoramos la vida por encima de todo? Con seguridad hay ideales por los
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que vale la pena luchar e incluso morir. De lo contrario somos peores que los
animales y hemos caído en la barbarie. Entonces tú respondes de acuerdo seamos
bárbaros siempre que no haya guerra. Defendamos los ideales mientras no me cueste
la vida. Ellos dirán pero sin duda la vida no es tan importante como los principios.
Entonces tú dices ¿ah no? Tal vez la suya no. Pero la mía sí. ¿Qué diablos es un
principio? Especifíquelo y quédese con él.
Siempre hay gente dispuesta a sacrificar la vida ajena. Vociferan y hablan todo el
tiempo. Se les puede encontrar en iglesias y escuelas y periódicos y legislaturas y
congresos. Ese es su negocio. Hablan maravillosamente. Antes muertos que
deshonrados. Esta tierra santificada por la sangre. Estos hombres que murieron tan
gloriosamente. No habrán muerto en vano. Nuestros nobles muertos.
Hummmmm.
Pero ¿qué dicen los muertos?
¿Acaso alguien uno solo de los millones que mataron ha vuelto para decir Dios
mío me alegro de estar muerto porque la muerte siempre es mejor que la deshonra?
¿Han dicho me alegro de haber muerto por la democracia? ¿Han declarado prefiero la
muerte a la falta de libertad? ¿Alguno de ellos ha dicho alguna vez qué suerte que me
han volado las tripas por el honor de mi país? ¿Alguno de ellos ha dicho alguna vez
mirad estoy muerto pero he muerto por la decencia y eso es mejor que estar vivo?
¿Alguno de ellos ha dicho aquí estoy me he estado pudriendo dos años en una tumba
extranjera pero es maravilloso morir por la patria? ¿Alguno de ellos ha dicho ¡viva!
he muerto por la feminidad y me alegro veis cómo canto aunque mi boca está
obstruida por los gusanos?
Solo los muertos saben si vale la pena morir por todas esas cosas que suelen
decirse. Y los muertos no pueden hablar. De modo que las palabras sobre nobles
muertes sangre sagrada y honor y otras por el estilo las ponen en boca de los muertos
los ladrones de tumbas y los tramposos que no tienen derecho a hablar en nombre de
los muertos. Si un hombre dice antes muerto que deshonrado es un imbécil o un
mentiroso porque no sabe qué es la muerte. No puede juzgar. Solo sabe qué es la
vida. Nada sabe acerca de la muerte. Si es un imbécil y cree que es preferible la
muerte a la deshonra déjale que vaya y muera. Pero a todos los demás que están
demasiado ocupados para luchar tendrían que dejarlos tranquilos. Y a todos los tíos
que creen que eso de morir antes de perder el honor es una mentira que piensan que
lo importante es la vida y no la muerte tendrían que dejarlos en paz. Porque los que
dicen que la vida sin principios no vale la pena que hay que morir por los principios
están todos locos. Y los tíos que aseguran que llegará el momento en que no podrás
escapar y te verás en la obligación de luchar y morir porque en ello va tu vida
también están locos. Hablan como tontos. Dicen que dos más dos no suman nada.
Dicen que un hombre tendrá que morir para proteger su vida. Si aceptas pelear
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aceptas morir. Pero si mueres para proteger tu vida y de todos modos pierdes la vida
¿qué sentido tiene? Nadie dice me moriré de hambre para no morirme de hambre. No
dice gastaré todo mi dinero para ahorrar mi dinero. No dice quemaré mi casa para
evitar que se incendie. Por lo tanto ¿cómo puede estar dispuesto a morir por el
privilegio de vivir? Por lo menos cuando se habla de vivir o morir debería usarse
tanto sentido común como cuando se va a la panadería a comprar pan.
Y todos los tíos que murieron los cinco o siete o diez millones que murieron para
salvaguardar la democracia en el mundo para salvaguardar palabras sin sentido
¿cómo se sintieron antes de morir? ¿Qué sintieron al ver su sangre derramándose en
el barro? ¿Cómo se sintieron cuando el gas invadió sus pulmones y comenzó a
devorarlos? ¿Qué sintieron cuando yacían enloquecidos en el hospital y vieron el
rostro de la muerte que venía a buscarles? Si aquello por lo cual luchaban era tan
importante como para morir entonces también era suficientemente importante como
para que pensaran en ello en los últimos momentos de su vida. Era razonable. La vida
es excesivamente importante de forma que si la has entregado deberías pensar en los
últimos momentos de tu vida a cambio de qué la has entregado. ¿De modo que todos
esos chavales murieron pensando en la democracia y la libertad y el honor y la
seguridad de la patria y para que vivan para siempre las estrellas y las franjas?
Tienes toda la razón. No pensaron en eso.
Murieron llorando como niños. Pensaron en el porqué de su muerte no en el
motivo de su lucha. Pensaron en cosas que un hombre puede entender. Murieron
añorando el rostro de un amigo. Murieron sollozando por la voz de una madre un
padre una mujer un hijo. Murieron con el corazón destrozado deseando mirar una vez
más el lugar donde habían nacido por favor una última mirada. Murieron gimiendo y
suspirando por la vida. Sabían qué era lo importante. Sabían que la vida lo era todo y
murieron en medio de gritos y llantos. Murieron con una sola idea. La idea quiero
vivir quiero vivir.
Él lo sabía.
Él era lo más próximo a un muerto que había en el mundo.
Era un muerto con una mente que aún podía pensar. Conocía todas las respuestas
que conocían los muertos y en las que no podían pensar. Podía hablar en nombre de
los muertos porque era uno de ellos. Era el primero de todos los soldados que
murieron desde que el tiempo es tiempo que conservaba un cerebro para pensar.
Nadie podía discutir con él. Nadie podía demostrarle que se equivocaba. Porque
nadie más que él lo sabía.
Él podía decirles a todos esos hijos de puta charlatanes asesinos que pedían
sangre cuán equivocados estaban. Él podía decir señor no hay nada por lo cual valga
la pena morir yo lo sé porque estoy muerto. No hay palabra que valga más que tu
vida preferiría trabajar en una mina de carbón en lo más profundo de la tierra y no ver
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la luz del sol y comer pan y agua y trabajar veinte horas por día. Preferiría eso antes
que estar muerto. Cambiaría la democracia por la vida. Cambiaría la independencia el
honor la libertad y la decencia por la vida. Os doy todo eso si vosotros me devolvéis
la posibilidad de andar y ver y oír y respirar el aire y gustar de mi comida. Quedaos
con las palabras devolvedme la vida. No pido una vida feliz. No pido una vida
decente o una vida honorable o una vida libre. Estoy más allá de eso. Estoy muerto de
modo que simplemente clamo por la vida. Vivir. Sentir. Ser algo que se mueve sobre
la tierra y no está muerto. Yo sé qué es la muerte y todos los que hablan de morir por
palabras ni siquiera saben qué es la vida.
No hay nobleza alguna en la muerte. Ni siquiera cuando mueres por defender el
honor. Ni aun cuando seas el gran héroe de la humanidad. Ni aun cuando seas tan
grande que tu nombre nunca sea olvidado y ¿quién es tan grande? Lo más importante
es la vida muchachos. Muertos no servís nada más que para los discursos. No os
dejéis engañar más. No os deis por aludidos cuando os den palmadas en el hombro y
os digan vamos tenemos que luchar por la libertad o cualquier otra palabra.
Sencillamente decid lo siento señor no tengo tiempo para morir estoy muy
ocupado y luego daros la vuelta y corred como alucinados. Si os llaman cobardes no
prestéis atención porque vuestra tarea es vivir no morir. Si hablan de morir por
principios que son más grandes que la vida decid señor usted es un mentiroso. No hay
nada más grande que la vida. No hay nada noble en la muerte. ¿Qué tiene de noble
estar tendido en la tierra pudriéndose? ¿Qué tiene de noble no volver a ver la luz del
sol? ¿Qué tiene de noble que te vuelen las piernas y los brazos? ¿Qué tiene de noble
ser un idiota? ¿Qué tiene de noble quedarse ciego y sordo y mudo? ¿Qué tiene de
noble estar muerto? Porque cuando usted está muerto señor todo ha terminado. Es el
fin. Eres menos que un perro menos que una rata menos que una abeja o una hormiga
que un pequeño gusano blanco que se arrastra sobre un montón de mierda. Usted está
muerto señor y ha muerto por nada. Está muerto señor. Muerto.
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LIBRO SEGUNDO
LOS VIVOS
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Dos por dos son cuatro. Cuatro por cuatro son dieciséis. Dieciséis por dieciséis
son doscientos cincuenta y seis. Doscientos cincuenta y seis por doscientos cincuenta
y seis pues bien de todos modos esa cifra es demasiado grande. Entonces es suficiente
con dos por tres seis. Seis por seis treinta seis. Treinta y seis por treinta y seis mil
doscientos noventa y seis. Mil doscientos noventa y diablos eso no servía. Solo podía
llegar hasta allí. Ese era el problema con los números se volvían tan grandes que no
podías manejarlos y aun cuando pudieras no conducían a ninguna parte. Intenta otra
cosa. El verbo yacer. Yo yazgo en la cama para dormir. Las flores yacen sobre la
mesa. Hace tres horas que él yace allí. El libro yace sobre la mesa. Qué diablos ¿por
qué no decir lo pongo sobre la mesa y a otra cosa? ¿Quién hay allí? ¿Quién está allí?
¿Hay alguien allí? De quién a quién a quién de quién qué[6]. Entre nosotros. Así es
mucho mejor. No hay nadie como ella. Ella no se parece a nadie. Nadie se parece a
ella. Nadie como ella.
David Copperfield lo pasó muy mal y entró como aprendiz del señor Micawber
que pensaba que todo saldría bien. Había una tía Dorrity o algo parecido. David huyó
hacia ella. Su madre tenía grandes ojos pardos y era amable y Barkis permisivo. El
padre estaba muerto. El viejo Scrooge era avaro y Tiny Tim decía Dios nos bendiga.
Había un pudín redondo como una bala de cañón. Tiny Tim era lisiado. El último de
los Mohicanos era iroqués. ¿Era o no era y cuando aparecía Polainas de Cuero?
Media legua media legua media legua por delante. Los seiscientos cabalgaban
hacia el valle de la muerte. Nobles seiscientos. Lo de ellos no era pensar. Era matar o
morir. Nada más. Cuando el rocío cae sobre la calabaza y el heno en el pajar y se oye
del gallo el cantar. No sirve. Quizás otra cosa.
Hay ocho planetas. Son la Tierra Venus Júpiter Marte Mercurio. Uno dos tres
cuatro cinco. Tres más. No sabía. Las estrellas titilan y los planetas tienen una luz
continua. No recordaba. No tendrás otro dios más que yo. No matarás. Honrarás a tu
padre y a tu madre. No desearás el buey de tu prójimo ni su asno ni su criado ni su
criada. No robarás. No cometerás adulterio. No es suficiente. Bienaventurados los
humildes porque de ellos será el reino de los cielos. Bienaventurados los pobres
porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que tengan hambre y sed de justicia
porque ellos harán algo que él no podía recordar. El Señor es mi pastor no desearé. Él
me guiará hacia las verdes praderas. Él me guiará hasta las frescas aguas. Unge mi
cabeza con el óleo. Mi copa desborda. Sí. Aunque atraviese el valle de la muerte no
sentiré temor ante mal alguno porque tu escudo me protege. Con seguridad la bondad
y la misericordia me acompañarán todos los días de mi vida y mi morada será para
siempre la casa del Señor. Eso estaba bastante bien. Hasta ahora era lo mejor.
Diablos el problema era que no sabía nada. Absolutamente nada. ¿Por qué no le
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habían enseñado algo que pudiera recordar? ¿Por qué no tenía algo en que pensar?
Ahí estaba y lo único que podía hacer era pensar y no tenía en qué. Lo único que
podía recordar era su vida y eso no le servía. Lo único que le quedaba era su
pensamiento y tenía que encontrar la forma de usarlo. Pero no lo podía usar porque
no sabía nada. Cuando intentaba pensar era ignorante como un niño.
Si pudiera recordar un libro capítulo por capítulo podría leerlo y releerlo
mentalmente. Pero no recordaba. Ni siquiera recordaba los argumentos. Por lo tanto
mucho menos podía recordar los capítulos. Apenas recordaba un pequeño fragmento
aquí otro allí. No era que se hubiese olvidado de cómo recordar. Sencillamente nunca
había prestado atención así que no podía recordar nada que valiera la pena recordar.
Era un hombre estaba vivo viviría mucho tiempo y tenía que hacer algo tener algo en
qué pensar. Tendría que volver a empezar como un recién nacido y aprender. Tenía
que concentrarse. Tenía que empezar por el principio. Debía comenzar con una idea.
Hacía mucho tiempo que la idea se había filtrado en su mente cuánto tiempo no lo
sabía pero la idea era la siguiente que lo importante era el tiempo. Recordó que en el
décimo año escolar según la historia antigua hacía mucho tiempo los primeros
hombres antes de Cristo que empezaron a pensar habían pensado en el tiempo.
Estudiaron las estrellas y se imaginaron la semana y el mes y el año para que hubiese
alguna forma de medir el tiempo. Eso era muy ingenioso porque él tenía el mismo
dilema y sabía que el tiempo era lo más importante del mundo. Lo único verdadero.
Era todo.
Si uno puede llevar la cuenta del tiempo puede tener un dominio de sí y estar en
el mundo pero si la pierde entonces también uno se pierde. Si la última cosa que le
vincula a uno con los demás ya no existe uno se queda totalmente solo. Recordó que
cuando el conde de Montecristo fue encerrado en una mazmorra subterránea en
medio de la oscuridad llevaba un registro del tiempo. Recordó que Robinson Crusoe
se cuidó muy bien de llevar una cuenta del tiempo pese a que nunca tenía citas.
Aunque uno esté muy separado de otra gente si se tiene una idea del tiempo sigue en
el mismo mundo que ellos eres parte de ellos pero si pierdes el tiempo los otros
continúan y se adelantan y te quedas solo colgando en el aire perdido para todo y para
siempre.
Lo único que sabía era que el tiempo se detuvo un día de septiembre de 1918. En
alguna parte hubo un aullido y él se zambulló en un refugio y cosas se borraron y
perdió la noción del tiempo Desde ese instante hasta ahora había un lapso que jamás
podría recuperar. Aun cuando a partir de ahora descubriera alguna forma de controlar
el tiempo el que había transcurrido se había perdido para siempre y por ese motivo él
siempre viviría atrasado con respecto al resto del mundo. No podía recordar nada
después de la explosión hasta que despertó y descubrió que estaba sordo. Sus heridas
eran muy graves y bien podía haber estado inconsciente dos semanas dos meses seis
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meses antes de despertar ¿cómo saberlo? Y después los desvanecimientos y los largos
períodos entre uno y otro en que simplemente pensaba soñaba e imaginaba cosas.
Cuando estás totalmente inconsciente no existe nada parecido al tiempo que se va
como un chasquido de los dedos estás despierto y zas nuevamente despierto sin la
menor idea del tiempo trascurrido. Luego cuando cada tanto te desvaneces el tiempo
debe parecer aún más breve que para una persona normal porque estás medio loco y
medio despierto y el tiempo cae como un bulto sobre ti. Contaban que cuando él
nació su madre había estado tres días con los dolores de parto y sin embargo cuando
concluyó ella pensaba que solo habían pasado diez horas. Con dolor y todo el tiempo
le había parecido más breve de lo que realmente era. Si todo eso era cierto
probablemente él había perdido más tiempo del que podía sospechar. Pudo haber
perdido uno o dos años. La idea le provocó un extraño escozor. Era una especie de
miedo pero no era un miedo común. Más bien era un pánico un pánico terrorífico de
perderse aún para sí mismo. La idea le suscitó náuseas.
Hacía mucho tiempo que la idea había ido tomando forma en su cabeza. Atrapar
el tiempo y regresar al mundo pero no había podido concentrarse ella. Había flotado
sin rumbo en los sueños o bien pronto se había encontrado pensando en algo
completamente diferente. En un momento había pensado que el problema se resolvía
con las visitas de la enfermera. No sabía cuántas veces venía a su habitación en
veinticuatro horas pero con seguridad había un horario. Lo único que tenía que hacer
era contar los segundos después los minutos después las horas entre las visitas hasta
llegar a las veinticuatro horas y luego calcular los días contando sus visitas. No habría
peligro de que se saltara ninguna porque siempre se despertaba con la vibración de
sus pasos. Y si acaso se produjera alguna modificación en los intervalos entre sus
visitas podría recurrir a otros datos tales como la evacuación diaria de sus intestinos u
otras cosas que ocurrían solo dos o tres o cuatro veces por semana como sus baños el
cambio de la ropa de cama y de su máscara. Y si alguna de esas cosas cambiaba
podría verificarlo a través de las otras.
Le llevó mucho tiempo lograr que su mente se adecuara a la idea. Resultaba muy
prolongado el tiempo necesario para concebir esta fórmula porque no estaba
habituado a pensar pero por fin volvió a elaborarla desde el principio y comenzó a
ponerla en práctica. En el preciso instante en que se marchó la enfermera empezó a
contar. Contó hasta sesenta lo cual representaba un minuto según el cálculo más
aproximado que le era posible hacer. Luego registró ese minuto en alguna parte de su
mente y comenzó a contar nuevamente de uno a sesenta. En el primer intento llegó a
once minutos. Luego su mente se extravió y perdió la cifra. Estaba contando los
segundos cuando de pronto pensó tal vez estés contando con demasiada rapidez y
después pensó recuerda que un atleta al parecer tarda mucho tiempo en recorrer cien
yardas y sin embargo lo hace en solo diez segundos. Entonces disminuyó el ritmo de
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su cuenta mientras contemplaba a un imaginario atleta que recorría cien yardas y
entonces se encontró en la pista del colegio en un torneo entre Shale City y Montrose
mirando a Ted Smith que atravesó las cien yardas como un estampido y ganó con la
cabeza erguida abalanzándose sobre la cinta de llegada y todos los niños de Shale
City gritaban como locos y en ese momento perdió la cuenta.
Eso significaba que tenía que esperar nuevamente a la enfermera porque ella era
su punto de partida. Le pareció que volvía a empezar y se extraviaba centenares tal
vez millares de veces y que debía sumergirse nuevamente en la oscuridad de su
mente y esperar la vibración de sus pasos y sentir sus manos sobre su cuerpo para
poder recomenzar. Una vez llegó a ciento catorce minutos y pensó ¿cuántas horas son
ciento catorce minutos? y se detuvo a su pesar para calcularlo y descubrió que eran
una hora cincuenta y cuatro minutos y después recordó una frase que decía cincuenta
y cuatro cuarenta o luchar y casi se volvió loco tratando de recordar de dónde
provenía y qué quería decir. No logró recordarlo y cuando volvió a contar advirtió
que había perdido muchos minutos pensando y que aun cuando había batido un
récord no había avanzado nada desde que por primera vez se le había ocurrido la idea
del tiempo.
Ese día comprendió que había abordado el problema desde un ángulo erróneo
porque para resolverlo tendría que permanecer despierto durante un lapso de
veinticuatro horas contando continuamente sin cometer un solo error. En primer lugar
si para una persona normal constituía una tarea casi imposible permanecer despierta y
contando sin detenerse un segundo mucho más para un tío cuyo cuerpo tenía dos
terceras partes dormidas. En segundo lugar no podía evitar errores porque su mente
no lograba mantener separadas la cifra de los segundos de la cifra de los minutos.
Cuando contaba los segundos le asaltaba el pánico y pensaba ¿cuántos minutos tenía?
Y aunque estuviese casi seguro de que eran veintidós o treinta y siete o lo que fuese
el matiz de duda que le había impulsado a hacerse la pregunta persistía y entonces
llegaba a la conclusión de que se había equivocado y volvía a perder la cuenta.
Nunca logró contar el tiempo que transcurría entre una y otra visita pero empezó
a comprender que aun cuando pudiese tendría que controlar tres conjuntos de cifras.
Los segundos los minutos y el número de visitas de la enfermera hasta completar las
veinticuatro horas. Entonces tendría que detenerse un momento para reducir los
minutos a horas porque cuando las cifras de minutos eran muy altas no podía
recordarlas en absoluto. De modo que con las horas tendría un cuarto conjunto de
cifras. Mientras contaba segundos y minutos que era hasta donde había logrado llegar
intentaba imaginar que eran cifras concretas que podía ver en una pizarra. Imaginaba
que su habitación tenía una pizarra a la derecha y otra a la izquierda. En la pizarra de
la izquierda apuntaba los minutos para tenerlos allí cuando necesitara sumarle otro.
Pero no funcionaba. No podía recordar. Y cada vez que fracasaba sentía espasmos
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asfixiantes en el pecho y el estómago y sabía que estaba llorando.
Decidió olvidarse de contar y comprobar cosas más sencillas. No tardó mucho en
descubrir que evacuaba sus intestinos una vez por cada tres visitas de la enfermera a
veces cada cuatro. Pero eso no le decía nada. Recordó que los médicos solían decir
que era saludable que se produjera dos veces al día pero los médicos se referían a
personas que comían comidas normales comían con la boca y tragaban con la
garganta. Quizá la sustancia con que le alimentaban le daba un promedio mucho más
alto que el de la gente común. Además si estaba tendido en la cama años y años tal
vez no necesitara demasiado alimento y por lo tanto su promedio sería muy inferior al
de la gente común. Por otra parte descubrió que su baño y el cambio de las ropas de
cama se hacía aproximadamente una vez cada doce visitas. En una oportunidad
fueron trece y en otra solamente diez de modo que no podía estar totalmente seguro
pero al menos era una cifra. Se sorprendió al descubrir que si al principio había
pensado en segundos y minutos ahora pensaba en días y hasta en series de días. Así
fue como logró encaminarse.
Se le ocurrió mientras sentía con la piel de su cuello el borde de las mantas a la
altura de su garganta. Llegó a imaginárselas como una cadena de montañas que le
apretaba la garganta. Tuvo una o dos pesadillas de estrangulamiento pero siguió
pensando. Pensaba que la única parte que no estaba cubierta que tenía libre que era
como debía ser era la piel de los costados de su cuello que iba desde la línea de las
mantas hasta las orejas y la mitad de su frente encima de la máscara. Esa piel y su
cabello. Se dijo tal vez exista alguna forma de utilizar esos fragmentos de piel
expuestos al aire y sanos un tío con tan pocas cosas sanas como tú debería darle algún
uso. Por lo tanto se dedicó a pensar en qué hacía un hombre con la piel y comprendió
que la usaba para sentir. Pero eso no era suficiente. Siguió pensando en la piel y
entonces recordó que la piel transpiraba y que cuando comenzabas a transpirar sentías
calor pero cuando el sudor cubría la piel te sentías más fresco porque el aire secaba el
sudor. Así fue como pudo concebir la idea de frío y calor y así fue como llegó a
esperar el amanecer.
Era tan sencillo que de solo pensarlo se le endureció el estómago a causa de la
excitación. Lo único que tenía que hacer era sentir con la piel. Cuando la temperatura
cambiara de fría a tibia sabría que era el amanecer el comienzo del día. Entonces
podría contar las visitas de la enfermera hasta el próximo amanecer y de ese modo
deduciría el número de visitas por día y a partir de entonces siempre podría llevar la
cuenta del tiempo trascurrido.
Intentó quedarse despierto hasta que cambiara la temperatura pero se quedó
dormido una media docena de veces antes de que sucediera. En otras oportunidades
se confundía pensando hace calor o hace frío ¿qué tipo de cambio espero? tal vez
tengo fiebre o estoy demasiado excitado y sudo por la excitación y eso estropearía
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todo oh Dios por favor haz que no sude haz que no tenga fiebre permíteme saber si
tengo calor o frío. Dame una idea cuando venga el amanecer y entonces podré
atraparlo. Luego después de mucho tiempo y de varios intentos fallidos se dijo vamos
siéntate y piensa en ello seriamente. En este momento sientes pánico estás demasiado
ansioso y torpe. Cada error significa más pérdida de tiempo y eso es lo único que no
puedes perder. Piensa en lo que suele ocurrir habitualmente en un hospital por la
mañana e intenta imaginar lo que sigue. Es fácil se dijo. Por la mañana en un hospital
las enfermeras tratan de acabar cuanto antes con el trabajo pesado. Eso quería decir
que por la mañana le bañaban y tal vez también le cambiaban la ropa de cama. Ese
tendría que ser su punto de partida. Tendría que suponer algunas cosas y la primera
suposición sería que esta era cierta. Ya sabía que el baño y el cambio de la ropa de
cama se producían aproximadamente una vez cada doce visitas.
Ahora tenía que suponer nuevamente. Era razonable pensar que en un hospital
como este te cambien la ropa de cama por lo menos día por medio. Tal vez fuese una
vez por día pero no lo creía porque un cambio cada doce visitas significaba que la
enfermera le visitaba cada dos horas y había tan poco que hacer con él que no podía
imaginar visitas tan frecuentes. Por lo tanto supondría que cada dos días ella le
bañaba y le cambiaba la ropa de cama y que lo hacía por la mañana. Si esto era cierto
ella entraba en su habitación seis veces en el transcurso de un día y una noche. Es
decir cada cuatro horas. El horario más sencillo sería venir a las ocho las doce las
cuatro. Seguramente le cambiaba la ropa de cama a primera hora de la mañana o sea a
las ocho.
Entonces se dijo ¿Qué quieres comprobar primero el amanecer o el anochecer?
Optó por el amanecer porque cuando se pone el sol el calor del día suele perdurar y el
cambio es tan lento que esos dos fragmentos de piel de su cuello tal vez no lograrían
advertirlo. Pero al amanecer todo está frío e incluso el primer resplandor del sol
debería proporcionar algo de calor. Al menos por la mañana el cambio tendría que ser
más evidente que por la noche de modo que él podría percibir el amanecer.
Tuvo un momento de pánico cuando pensó ¿y si estas en la sala oeste del
hospital? ¿Y si es el sol poniente el que pega de lleno en tu cama y tú crees que se
trata del amanecer? ¿Y si estas en el ala norte o sur del hospital y nunca recibes
directamente la luz del sol? Tal vez fuese así. Luego comprendió que aun cuando
estuviese en el ala oeste y advirtiera el calor del sol poniente de todos modos las
visitas de la enfermera le permitirían advertir la diferencia porque por el momento
tenía la convicción de que el cambio de ropa se realizaba por la mañana.
Ya está bien condenado idiota se dijo estás complicando tanto las cosas que si no
te detienes un poco no terminarás nunca. Lo primero que hay que hacer es advertir el
amanecer. La próxima vez que la enfermera entre en tu habitación y te bañe y te
cambie la ropa de cama tú supondrás que son las ocho de la mañana Luego puedes
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dedicarte a pensar en lo que te apetezca sin preocuparte. Incluso puedes dormir dado
que cada vez que ella entre te despiertas. Esperas y cuentas cinco visitas más ya que
la quinta debe producirse alrededor de las cuatro de la mañana. Las cuatro de la
mañana es precisamente la hora en que empieza a insinuarse el amanecer de forma
que a partir de la quinta visita de la enfermera te quedas despierto y concentras hasta
la última porción de tu mente y de tu piel en la tarea de captar el cambio de
temperatura. A lo mejor da resultado a lo mejor no. Si resulta lo único que tienes que
hacer es esperar seis visitas más y comprobar si en ese momento se produce otro
amanecer. Si es así ya sabrás el número de visitas cada veinticuatro horas lo cual te
permitirá establecer un calendario a partir de las visitas de la enfermera. Lo
importante es captar dos amaneceres sucesivos. Una vez que hayas atrapado el
tiempo para siempre podrás comenzar a recuperar el mundo.
Ocho visitas después sintió las manos de la enfermera que le quitaban la camisa
de dormir y comenzaban a pasarle una esponja con agua tibia por el muñón. Sintió
que se aceleraba su corazón y que la sangre fluía hacia su piel produciéndole un
intenso calor a causa de la agitación porque una vez más intentaría atrapar el tiempo
solo que ahora lo haría con astucia con lucidez. Sintió que le volvían hacia un costado
y le mantenían en esa posición mientras la cama se estremecía por la tarea de la
enfermera. Luego le volvían a colocar en la posición inicial entre las sabanas tersas y
frescas. La enfermera siguió moviéndose al pie de la cama solo por un momento.
Sentía la vibración de sus pasos que recorrían la habitación de un lado a otro.
Después las vibraciones se alejaron y hubo un imperceptible temblor de la puerta al
cerrarse y supo que estaba solo.
Tranquilo se dijo tranquilo porque aún no has comprobado nada. Quizás todos tus
pronósticos sean erróneos. Es posible que todas las suposiciones sean falsas. En ese
caso tendrás que elaborar toda una nueva serie de hipótesis así que no cantes victoria.
Tranquilízate y cuenta cinco visitas más. Se adormeció y pensó en muchas cosas pero
sin olvidarse de la pizarra donde tenía apuntado el número dos o tres o el que fuese
hasta que finalmente se produjo la quinta visita de la enfermera y sintió la vibración
de sus pasos y sintió sus manos manipulando su cuerpo y la cama. De acuerdo con
sus cálculos debían ser las cuatro de la mañana y según fuese invierno o verano u
otoño o primavera dentro de un rato saldría el sol.
Cuando ella se marchó comenzó a concentrarse No se atrevía a dormir. No debía
permitirse un solo minuto de divagación. No podía permitir que la sofocante emoción
que le invadía interfiriese en su pensamiento y en sus sensaciones mientras esperaba
el amanecer. Había descubierto algo tan precioso y excitante que era casi como
volver a nacer a recuperar el mundo. Tendido allí pensaba dentro de una hora o tres
horas con seguridad antes de diez horas sentiré el cambio en la piel y entonces podré
discernir si es de día o de noche.
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El tiempo parecía suspendido en una inmovilidad total como si quisiese
mortificarle. De repente le invadieron pequeños espasmos como consecuencia del
pánico que le asaltaba cuando le parecía advertir casi con certeza que el cambio se
había producido sin que él lo percibiese y cada espasmo se traducía en náuseas.
Luego sobrevino un intervalo más sereno durante el cual con gran tranquilidad sentía
su piel y se convencía de que no estaba loco que no se había dormido ni había
divagado y que el cambio aún no se había producido. Entonces súbitamente
comprendió que se acercaba el momento. Los músculos de la espalda y sus muslos y
su estómago se pusieron rígidos porque lo presentían. Casi podía sentir el sudor que
brotaba de su cuerpo mientras intentaba contener la respiración por miedo a no
advertirlo. Los fragmentos de piel a cada lado del cuello y la mitad de la frente le
escocían como si hubiesen estado paralizados y ahora recibieran una nueva inyección
de sangre. Era como si los poros de su cuello se extendieran materialmente para
atrapar el cambio para absorberlo.
Todo era tan lento tan paulatino que parecía imposible pensar que ocurría
realmente. Ahora no había peligro de caer en divagaciones o quedarse dormido.
Hubiese sido como quedarse dormido en medio del primer beso. Como quedarse
dormido en la mitad de una carrera de cien yardas y ganarla. Lo único que podía
hacer era esperar y sentir con la piel y apresar cada segundo del cambio cada lento
movimiento del tiempo y de la temperatura que le ofrecían un regreso a la vida.
Le parecía que hacía horas que permanecía así rígido y expectante y agitado.
Había momentos en que tenía la certeza de que los nervios del cuello no registraban
que de golpe se habían entumecido y ya no podrían verificar el cambio. Y luego otros
momentos en que sentía que habían aflorado hasta llegar casi a la superficie de su piel
atravesados por un dolor agudo y penetrante a medida que se esforzaban por captar el
cambio.
Y después todo empezó a ocurrir velozmente cada vez más velozmente y aunque
sabía que estaba en una habitación de hospital protegida tan cubierto de posibles
cambios de temperatura le pareció que se manifestaba en una llamarada de fuego.
Como si su cuello se estuviera chamuscando quemando abrasando con el calor del sol
naciente que había entrado en su habitación. Y él había recuperado el tiempo había
ganado la batalla… Los músculos de su cuerpo se relajaron. En su mente en su
corazón en todas las partes que quedaban de él cantaba cantaba cantaba.
Amanecía.
En el mundo entero o por lo menos en el país en que había nacido el sol asomaba
por el este y la gente se levantaba de la cama y las colinas se volvían rosadas y
cantaban los pájaros. Amanecía en toda Europa en toda América. ¿Qué diablos
importaba no tener nariz siempre que pudiese oler el alba? Olió sin fosas nasales.
Captó el aroma del rocío en el césped y se estremeció porque era maravilloso.
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Protegió sus ojos de los primeros rayos luminosos del sol matinal y a la distancia vio
las altas montañas de Colorado en el este y el sol que las inundaba y vio los colores
que resbalaban por sus laderas y más cerca divisó pardas y ondulantes colinas que
adquirían tonalidades rosas o alhucemas como el interior de una caracola. Y más
cerca aún en el campo donde se encontraba advirtió el césped verde que trepaba
centelleante hasta sus tobillos y se echó a llorar. Agradeció a Dios el haber podido ver
el amanecer.
Volvió sus espaldas al sol y miró hacia el pequeño pueblo en que había vivido en
que había nacido. Todos los tejados se habían vuelto rosados con la luz del alba.
Hasta las casas despintadas cuadradas y feas eran hermosas. Oyó el mugido de la
vacas en los corrales esperando ser ordeñadas porque el pueblo donde había nacido
era un pueblo muy sensato y allí cada cual tenía su vaca. Oyó el estrépito de las
puertas de reja que se cerraban a medida que los soñolientos dueños de casa se
dirigían al gallinero o al granero para ocuparse de los animales. También pudo ver el
interior de las casas mientras los hombres abandonaban sus lechos bostezando
saludablemente y rascándose el pecho y buscando sus pantuflas hasta que finalmente
se levantaban e iban a la cocina donde sus mujeres les preparaban salchichas y
pasteles calientes y café.
Vio unos niños retozando en sus cunas y frotándose los ojos con sus pequeños
puños y tal vez sonriendo o llorando y quizá algo malolientes pero con un aspecto
poderosamente saludable mientras recibían la luz del sol mientras recibían la mañana
y el amanecer. Vio todas esas cosas todas esas bellas cosas hogareñas mientras
contemplaba el pueblo y para ver el sol y las montañas solo le bastaba darse la vuelta.
Oh Dios Dios gracias mi Dios pensó ya lo tengo y no me lo pueden quitar. Pensó
he podido ver nuevamente el amanecer y desde ahora lo podré ver todas las mañanas.
Pensó gracias Dios gracias gracias. Pensó aunque nunca pueda tener otra cosa
siempre podré contar con el amanecer y la luz del sol por la mañana.
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12
Fin de año. La nieve pulula en el aire húmedas nubes de nieve se ciernen sobre
Shale City. Todo quietud y luces incandescentes en el interior de las casas tibias. Ni
confites ni botellas de champagne ni gritos ni un solo ruido. El sosiego del año nuevo
para gente común que trabajaba y era amable y solo deseaba paz. Feliz año nuevo. Su
padre besa a su madre diciéndole feliz año querida hemos tenido suerte los niños son
sanos te quiero feliz año confío en que el nuevo transcurra tan bien como el que pasó.
Vísperas de año nuevo en la panadería los tíos exclaman ¡maldito sea! me alegro
de que termine el que viene no podrá ser peor feliz año nuevo diablos salgamos a la
niebla y cojamos una borrachera. Salir de la panadería en vísperas de año nuevo
mientras los cubos quedan tirados por cualquier parte y los hornos vacíos y las cintas
transportadoras detenidas y las empaquetadoras paralizadas y las cortadoras
inmóviles y nada más que la cuadrilla que abandonaba un sitio extraño y silencioso
en tanto sus voces repercutían huecas en la maquinaria muerta. Los tíos de la
panadería salían a celebrar el año nuevo.
Los propietarios de los bares servían bebidas gratis por encima del mostrador
exclamando feliz año nuevo tú muchacho has sido un buen cliente toma regalo de la
casa que lo disfrutes feliz año y al diablo con los prohibicionistas aunque algún día
esos cabrones nos darán un disgusto. Las muchachas de los bodegones y las
muchachas de los hoteles y una multitud de tíos que salían de pequeños y sucios
departamentos y música y baile y humo y alguien con un ukelele y venga otra copa y
el sentimiento de soledad que todo el mundo lleva dentro la gente que te empuja y
largo de aquí y una muchacha que se desmaya en el bar y una pelea y feliz año nuevo.
Oh dios el feliz feliz año nuevo había contado trescientos sesenta y cinco días y
ahora era año nuevo.
No parecía haber transcurrido un año. Se había esfumado como una vida. Como
cuando miras hacia atrás y piensas en una época tan remota que no puedes recordar
con claridad qué ocurría entonces y sin embargo el tiempo se ha ido tan velozmente
que todo parece haber comenzado un minuto antes. Seis visitas diarias de la
enfermera treinta días un mes y ahora trescientos sesenta y cinco días. Había pasado
rápidamente porque estaba ocupado en algo. Había llevado la cuenta del tiempo.
Como todo el mundo tenía conjuntos de cifras para recordar controlaba un pequeño
mundo que le pertenecía que estaba rezagado respecto del mundo exterior pero que
sin embargo ahora estaba más próximo. Tenía un calendario en el que no figuraban el
sol y la luna y las estaciones un calendario de treinta días por mes y doce meses por
año y cinco días más para compensar la diferencia con la próxima visita de la
enfermera que significaría el amanecer del nuevo año.
Había estado muy ocupado y había aprendido mucho. Había aprendido cómo
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comparar cada dato con todos los demás de modo que no podía perder el dominio del
tiempo que había logrado conquistar. Ya podía discernir el día de la noche sin
esforzarse por advertir el alba. Sabía exactamente en qué visita la enfermera lo
lavaría y le cambiaría la ropa. Cuando se alteraba el horario y la enfermera se saltaba
una de las visitas se sentía molesto y defraudado y trataba de imaginar qué estaría
haciendo aunque cuando por fin venía volvía a sentir la misma ansiedad.
Hasta podía diferenciar a las enfermeras. La enfermera del día era siempre la
misma pero las de la noche cambiaban. La enfermera de día tenía manos suaves y
diestras algo duras como las manos de alguien que ha trabajado mucho de modo que
supuso que era una mujer madura y la imaginó con el cabello gris. Siempre se
acercaba a la cama directamente desde la puerta con cuatro pasos firmes y de esta
forma calculó que su cama se encontraba a unos diez pies de la puerta. Debía ser una
mujer corpulenta porque sus pasos eran más pesados que los de las enfermeras
nocturnas. Casi tan pesados como los del médico que entraba muy de tanto en tanto
hurgaba un rato y después se largaba. La enfermera diurna hacía las cosas
bruscamente… paf y estaba de costado crash y una sábana se deslizaba junto a su
cuerpo flop y se encontraba de espaldas dale que te pego y ya estaba bañado. Esta
vieja enfermera diurna conocía su oficio y a él le caía bien. Muy de tanto en tanto
venía por la noche en reemplazo de la enfermera nocturna. Él siempre se estremecía y
se meneaba para comunicarle que se alegraba de verla y ella le daba pequeñas
palmadas en el estómago y pasaba su mano por el fino cabello de su cráneo para
decirle gracias ¿cómo está?
Las enfermeras nocturnas no eran regulares. A veces aparecían dos o tres en la
misma semana. Casi todas daban más pasos desde la puerta a la cama que la
enfermera diurna y esos pasos eran más livianos. Cerraban la puerta con mayor o
menor energía y deambulaban más por la habitación. Generalmente tenían las manos
muy suaves y algo húmedas de modo que se tropezaban en lugar de deslizarse
suavemente por su cuerpo. Sabía que eran jóvenes. Cuando aparecía una nueva
enfermera él adivinaba lo primero que haría. Quitaría las mantas y durante uno o dos
minutos no haría movimiento alguno y él sabía que le estaba mirando y que
seguramente empezaba a sentir náuseas. Una de ellas se volvió y huyó corriendo de la
habitación. No regresó. Así fue como se quedó sin orinal y mojó la cama pero la
perdonó. Otra lloró. Sintió sus lágrimas sobre el pecho a través de la camisa de
dormir. Él se emocionó porque de pronto sintió que ella estaba muy cerca y cuando se
fue se quedó horas dolorido. La imaginó joven y hermosa.
Todas estas cosas eran interesantes eran importantes y le mantenían muy
ocupado. Había construido un nuevo universo lo había organizado a su gusto y vivía
en él. Y era la víspera de año nuevo aunque en el exterior bien podría ser el Cuatro de
Julio. Designó los días de la semana de lunes a domingo y los meses para poder
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celebrar las fiestas. Los domingos por la tarde iba a dar un paseo por los bosques de
los alrededores de París. Una vez cuando estaba con licencia en primavera había
caminado por allí de modo que ahora todos los domingos eran primavera y él paseaba
por los bosques de uniforme sacando pecho moviendo vigorosamente las piernas y
agitando los brazos. En julio cuando picaban las truchas subió a Grand Mesa y
conversó con su padre. Tenían mucho que hablar habían aprendido tanto desde que se
habían visto por última vez. Es mucho mejor que preocuparse dijo su padre. Si te
preocupas demasiado no gozas de la vida. La muerte es mejor lo único que quisiera
saber es cómo está tu madre.
Todas las noches en verano y todas las semanas en invierno iba a dormir con
Kareen y le susurraba dios te bendiga Kareen mi amor dios te bendiga. No sé qué
haría si no estuvieses a mi lado todas las noches. Los demás se han ido y estoy solo si
no fuese por ti Kareen. Dormían con el brazo de ella alrededor de él o el de él
alrededor de ella y siempre se daban la vuelta juntos. Se abrazaban muy intensamente
y él la besaba en sueños toda la noche.
Un año. Qué tiempo tan largo era un año. Cuando él le dijo adiós en la estación
del ferrocarril hace solo un minuto Kareen tenía diecinueve años. Él estuvo cuatro
meses en el campo de adiestramiento y once meses en Francia así que eran más de
veinte. También todo ese tiempo perdido para siempre que probablemente sumaría un
año más. Y ahora otro. Y después vendrían otros y otros. Kareen debía tener
veintidós. Por lo menos. Tres años. Seguiría así mientras viviese. Dentro de diez años
Kareen tendría arrugas. Más tarde su pelo se pondría gris y sería una vieja una vieja
vieja y la joven que estaba en la estación no habría existido nunca.
Sabía que no era cierto. Kareen no envejecería nunca. Aún tenía diecinueve años.
Tendría diecinueve siempre. Su pelo seguiría siendo castaño y sus ojos claros y su
piel fresca como la lluvia. Él no permitiría que una sola arruga le marcara el rostro.
Eso era algo que ningún otro podría hacer por ella. La conservaría a salvo a salvo del
tiempo en el mundo que él había construido donde el tiempo se movía según
disposiciones y cada domingo era primavera. Pero ¿dónde estaría ella —la verdadera
Kareen— Kareen en el mundo exterior en el tiempo exterior? Mientras él dormía
todas las noches con la Kareen de diecinueve años ¿acaso la verdadera Kareen estaba
con otro era una mujer y también quizá madre de un niño? Kareen adulta y remota
que le había olvidado…
Sintió deseos de estar cerca de ella. No porque pudiera verla no porque deseara
que ella le viese. Pero le agradaría sentir que respiraba el mismo aire que ella
respiraba que vivía en el mismo país en que ella vivía. Recordó la extraña emoción
que le invadía cuando visitaba la casa del viejo Mike la casa de Kareen. El aire
parecía endulzarse a medida que se acercaba. Solía decirse aunque sabía que no era
cierto que el aire que rodeaba la casa era diferente porque estaba cerca de ella.
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Nunca le había preocupado especialmente saber dónde estaba dónde le habían
llevado pero al pensar en Kareen echó de menos su casa. Su mente gemía dios espero
estar en América deseo estar en casa. Era como si un norteamericano cualquier
norteamericano fuese un amigo comparado con un inglés o un francés. Porque él era
norteamericano América era su patria allí había nacido y todos los de fuera eran
extranjeros. Luego se decía qué te importa nunca podrás ver o hablar o andar no
puedes darte cuenta de la diferencia da lo mismo que estés en Turquía o en América.
Pero no era cierto. Te gusta pensar que estás en tu casa. Aunque no pudiese hacer otra
cosa que yacer en la oscuridad sería mejor que esa oscuridad fuese la de su casa y que
la gente que se movía en la oscuridad fuese su gente su gente norteamericana.
Pero era demasiado esperar. En primer lugar una explosión capaz de volarle los
brazos y las piernas con seguridad también debía haber arrojado al infierno cualquier
identificación. Probablemente cuando solo tienes espalda estómago y media cabeza te
pareces tanto a un francés como a un alemán o a un norteamericano. La única forma
en que podrían haber establecido a qué país pertenecía era por el lugar donde le
encontraron. Y él tenía la certidumbre de que le habían encontrado entre ingleses. Su
regimiento estaba apostado precisamente junto a un regimiento de limeños[7] y
cuando salieron de la trinchera los norteamericanos y los limeños iban juntos.
Recordó con nitidez que los norteamericanos se desplazaron hacia la izquierda entre
los ingleses porque frente a la posición norteamericana había una pequeña loma. Los
alemanes que estaban allí habían sido exterminados dos días antes de modo que no
tenía sentido que los norteamericanos perdiesen el resuello para subir. Todos se
desplazaron hacia la izquierda al saltar la trinchera de modo que se mezclaron con los
ingleses. Recordó haber mirado en derredor antes de zambullirse en el refugio e
identificar solo a dos norteamericanos. Todos los demás eran ingleses. Fue solo un
instante un pensamiento fugaz antes de la oscuridad.
De forma que con seguridad se encontraba en algún hospital inglés donde la gente
le tenía por ingles y por lo tanto el informe que enviaron a su casa se limitaba a
señalar que había desaparecido en acción. Tal vez fuese una ventaja alimentarse a
través de un tubo si pensabas en ese fétido café inglés. Carne asada y pudín y bollería
insulsa y mal café. Mejor entonces. Lo único era que ya no era más un
norteamericano. Era un inglés. Era un limeño. Probablemente un ciudadano inglés.
La sola idea le provocó un sentimiento de soledad. Nunca había tenido una aversión
particular sobre los Estados Unidos. Nunca había sido muy patriota. Se trataba de
algo que se aceptaba sin pensar. Pero ahora le parecía que si realmente estaba en un
hospital inglés había perdido algo que nunca podría recuperar. Por primera vez en su
vida pensó que sería más agradable o más consolador estar en manos de su propia
gente.
Estos ingleses eran unos tíos extraños. Eran más extranjeros que los franceses.
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Uno se podía entender con un francés pero con un limeño con la nariz
permanentemente fruncida era imposible. Cuando te pasabas dos meses junto a ellos
empezabas a entender hasta qué punto eran extranjeros. Hacían algunas cosas
curiosas. Un pequeño escocés que integraba el regimiento limeño al enterarse de que
los alemanes del otro lado de la Tierra de Nadie eran bávaros arrojó su fusil y
abandonó la guerra. El pequeño escocés aseguró que los bávaros respondían a las
órdenes del príncipe heredero Rupert y que el príncipe heredero era el último
Estuardo heredero del trono de Inglaterra y el legítimo rey y que él sería un cabrón si
luchaba contra su rey porque así se lo ordenaba un pretendiente al trono de Hanover.
Por una cosa así cualquier ejército te coge y te fusila. Pero los ingleses eran
pintorescos. Ese canijo provocó un gran embrollo. Dos o tres oficiales discutieron
con él muy amablemente en lugar de fusilarle y como no lograron convencerle con
sus argumentos apelaron al coronel. Entonces apareció el coronel y mantuvo una
larga conversación con el escocés y todo el mundo estaba muy intrigado y el escocés
cada vez se empecinaba más y le desafiaba a fusilarlo aduciendo que el tribunal
militar revelaría la verdad o sea que todo era un fraude y que el Rey Jorge tendría que
renunciar y ¿qué pensaría Lloyd George al respecto? El coronel se fue y el escocés se
quedó sentado en el fondo de la trinchera y en seguida llegó una orden del cuartel
general que había decidido trasladarle a retaguardia por seis semanas o hasta que se
fueran los bávaros para que no se viera en la obligación de disparar contra las tropas
que comandaba su rey. Así de peculiares eran los ingleses y así fue como los
norteamericanos y los limeños supieron que enfrentaban a los bávaros. También
estaba el caso de Lázaro. Apareció una mañana gris. En ese momento no pasaba
nada. De pronto en medio de la niebla surgió aquel alemán alto y corpulento que
avanzaba hacia las líneas británicas. Más tarde muchos se preguntaron qué diablos
hacía allí solo. Probablemente formaba parte de alguna patrulla y se había perdido o
quería desertar o quizás estuviese un poco loco y andaba entre las alambradas de púas
y los cráteres de los obuses nada más que por joder. Parecía vagar sin rumbo de un
lado a otro y cabeceando. Cuando tropezaba con una alambrada intentaba avanzar a
tientas a lo largo de la misma. Por fin se montó con torpeza como un borracho y
siguió avanzando y bamboleándose en dirección a los ingleses.
Era una mañana bastante aburrida y los limeños tenían frío y se sentían
incómodos y molestos por la guerra de modo que alguno de ellos le disparó un tiro.
El pobre tío se quedó clavado como un poste atisbando la niebla como sorprendido de
que alguien quisiera matarle. Entonces todo el regimiento inglés comenzó a tirar.
Mientras su cuerpo se iba combando su rostro reflejaba una expresión entre dolorida
e intrigada. Le dejaron allí con un brazo sobre la alambrada como ni fuese un
centinela señalando el camino.
Pasaron varios días sin que nadie le prestase atención hasta que tanto los
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norteamericanos como los ingleses empezaron a advertir que cuando soplaba el
viento el alemán despedía un olor bastante hediondo Pero solo ocurría cuando el
viento soplaba de ese lado así que nadie se preocupó mucho hasta que un día el
coronel que había enviado al escocés a retaguardia vino para la inspección. El coronel
era un tío extraordinario para las formalidades. El cabo Timlon que provenía de
Manchester juraba que el coronel era capaz de fusilar a nueve hombres para preservar
la moral del décimo. Como quiera que sea el coronel se desplazaba con el bigote
encerado y la nariz grande y huesuda erguida en el viento cuando de pronto husmeó
al alemán.
Es un olor muy fuerte le dijo al cabo Timlon. Es un bávaro señor dijo el cabo
Timlon siempre huelen mal. El coronel tosió y se sonó la nariz y aseguró muy
negativo para la moral de los hombres muy negativo. Esta noche escoja un pelotón y
entiérrele cabo. El cabo Timlon comenzó a explicarle que allí hasta por la noche la
situación era muy insegura pero el coronel le interrumpió. No olvide cabo dijo
guardando el pañuelo en el bolsillo no olvide rezar una plegaria. El cabo Timlon dijo
sí señor y luego miró fijamente a sus hombres para ver quién estaba riendo y de ese
modo poder elegir a los que iban a acompañarle al entierro.
Así que esa noche el cabo formó un pelotón compuesto por ocho hombres.
Cavaron una fosa metieron al bávaro dentro de un empellón y el cabo pronunció una
oración como le había dicho el coronel. Luego llenaron la fosa y regresaron. Al día
siguiente el aire estaba bastante limpio pero al otro día los alemanes se pusieron un
poco nerviosos y empezaron a tirar cañonazos alrededor del regimiento inglés.
Ninguno de los limeños resultó herido pero uno de los obuses más grandes cayó
sobre el bávaro. Dio un salto en el aire como en cámara lenta y aterrizó en la misma
alambrada apuntando con el dedo hacia el regimiento ingles. Como un señuelo. Fue
cuando el cabo Timlon empezó a llamarle Lázaro.
Las cosas estuvieron bastante agitadas ese día y toda la noche. Cada vez que los
ingleses tenían media hora libre disparaban sobre Lázaro como de paso esperando
derribarlo de la alambrada porque sabían que cuanto más cerca del suelo estuviese
menos olería y en realidad aquel bávaro empezaba a apestar. Pero siguió colgado del
alambre y a la mañana siguiente volvió el coronel. Lo primero que hizo fue husmear
el aire. Sintió el penetrante aroma de Lázaro Se volvió hacia el cabo Timlon y dijo
cabo Timlon cuando yo era un subalterno una orden era una orden y no una
sugerencia interesante. Sí señor dijo el cabo Timlon. Esta noche escoja un pelotón de
entierro completo dijo el coronel y entierre el cadáver a seis pies de profundidad. Y
para que en el futuro no tome usted las órdenes con tanta ligereza leerá todo el
servicio fúnebre de la Iglesia de Inglaterra sobre el cadáver de nuestro enemigo caído.
Pero señor dijo el cabo Timlon las cosas como usted puede ver han estado muy
pesadas por aquí y…
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Esa noche el cabo Timlon formó un pelotón de entierro completo. También
llevaron una mortaja para envolver a Lázaro. No fue una tarea muy agradable porque
a esa altura Lázaro drenaba pero le envolvieron en la sábana y le enterraron a seis
pies de profundidad y todos permanecieron alrededor de la tumba mientras el cabo
Timlon leía el servicio fúnebre quizá saltándose algunas preposiciones pero logrando
transmitir la idea general de forma bastante adecuada.
En mitad del servicio desde el otro lado se levantaron un par de bengalas y en el
momento en que el cabo arrojaba el tercer puñado de tierra sobre el rostro de Lázaro
alguien apuntó y le metió una bala que le atravesó el culo. El cabo Timlon aulló dios
se apiade de tu alma amén esos cabrones me han metido una bala en el culo eso han
hecho buscad refugio soldados. Y todos se arrastraron apresuradamente en dirección
a las líneas.
El cabo Timlon obtuvo ocho semanas de licencia hospitalaria lo cual fue una
suerte para él ya que tres semanas más tarde casi todo el regimiento inglés fue
exterminado. Dos días después de que balearan al cabo Timlon Lázaro detuvo otro
obús y volvió a la alambrada con la sábana flameando al viento y partes de su cuerpo
goteando sobre el terreno. Uno de los ingleses dijo que era previsible porque los
bávaros nunca se conservaban muy bien después de la primera semana. El regimiento
íntegro abrió fuego sobre el pobre Lázaro y logró desalojarlo de la alambrada.
Todavía era posible olerlo pero ya no se le veía así que todos trataron de olvidarle. Y
lo hubiesen logrado si no hubiese sido por el nuevo subalterno.
Era casi un niño de solo dieciocho años con pelo rubio y ondulado ojos azules
que parecía un bebé de seis pies ansioso de ganar la guerra por sí solo. Era primo del
capitán o algo por el estilo y los oficiales le mimaban puntualmente. Llegó al frente
dos días después de que bajaran a Lázaro de la alambrada. Los ingleses estaban tan
encariñados con él que trataban de mantenerle a cubierto. De algún modo el
muchacho sintió que no le tomaban en serio y que los soldados pensarían que era un
cobarde. Rogaba constantemente que le permitieran integrar la patrulla nocturna y
como no lo logró una noche se escapó por las suyas. A eso de las tres de la
madrugada le echaron de menos. Cuando le encontraron amanecía. Se había
extraviado más allá de las primeras líneas de alambradas. Lo encontraron tendido de
bruces sobre un charco de vómito. Al tropezar con la alambrada se había caído y
había metido su brazo derecho hasta el hombro en el cadáver de Lázaro.
La patrulla que le encontró le llevó al refugio de los oficiales. Balbuceaba lloraba
y olía espantosamente. Esa misma noche el capitán le envió de regreso. Dijo que se
trataba de un castigo por ensuciar el refugio de los oficiales; y cuando alguien le
preguntaba qué había pasado con el muchacho se ponía muy serio. Entonces llegó el
cabo Timlon con sus nalgas restauradas y alguien le contó la historia. El cabo
preguntó pues bien ¿y cómo anda ahora? Un canijo llamado Johnson que solía
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informar a todo el regimiento acerca de este tipo de cuestiones dijo: demonios está
loco de remate todavía no le han quitado el chaleco de fuerza. ¿Cuándo va a mejorar?
preguntó el cabo Timlon. Los médicos dicen que no va a mejorar nunca dijo Johnson.
Quedó muy jodido.
Pobre joven rubio inglés que tanto ansiaba ganar la guerra y que se volvió loco de
remate antes de entrar en acción. Pobre pequeño limeño gritando y llorando y
delirando para siempre tras los barrotes de la ventana de un hospital. Era algo
curioso. El joven limeño tenía piernas y brazos y podía hablar y ver y oír. Pero no lo
sabía de modo que no le proporcionaba placer alguno. Para él eso no significaba
nada. Y en otro hospital inglés había un tío que no estaba loco pero que deseaba
estarlo. Él y el joven inglés deberían intercambiar sus mentes. Entonces ambos serían
felices.
En alguna parte llorando y sollozando en la oscuridad —ahora era de noche casi
la noche de año nuevo— estaba el joven inglés. Y aquí él que también lloraba y
sollozaba en la oscuridad. En vísperas de año nuevo. Pobre joven inglés no llores es
año nuevo piensa solamente en este año nuevo que se inaugura para los dos.
Dondequiera que estés limeño —tal vez en este mismo hospital— dondequiera que
estés tenemos muchas cosas en común somos hermanos joven limeño feliz Año
Nuevo. Feliz feliz Año Nuevo…
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Nada especial ocurrió durante el segundo año de su tiempo en el mundo a
excepción de una noche en que una enfermera nocturna tropezó y se desplomó en el
piso haciendo vibrar levemente el colchón metálico de su cama. En el curso del tercer
año fue trasladado a una nueva habitación. En la nueva habitación el sol calentaba los
pies de la cama y por la hora de su baño dedujo que su cabeza apuntaba hacia el este
y su otro extremo hacia el oeste. Su nueva cama tenía un colchón más blando y sus
resortes eran menos rígidos. Conservaban por más tiempo las vibraciones y eso le
ayudó mucho. Tardó meses en localizar la puerta y la cómoda pero fueron meses
llenos de cálculos y excitación culminados con éxito. Fueron los meses más breves
que podía recordar en toda su vida. De allí que el tercer año se deslizara con la
velocidad de un sueño.
El cuarto año comenzó muy lentamente. Empleó mucho tiempo tratando de
rememorar los libros de la biblia por orden pero los únicos que pudo recordar con
seguridad fueron Mateo Marcos Lucas Juan y Samuel Primero y Segundo y Reyes
Primero y Segundo. Intentó poner en palabras la historia de David y Goliat y
Nabucodonosor y Sadrack Meshack y Abednego. Recordaba que alrededor de las
diez de la noche su padre solía bostezar ruidosamente extendiendo los brazos y
poniéndose de pie diciendo Shadrack Meshack a la cama nos vamos. Pero no podía
recordar con precisión la historia de los personajes así que no le servían demasiado
para llenar el tiempo. Y eso era un inconveniente porque cuando no podía llenar el
tiempo se entregaba a la preocupación. Comenzaba a preguntarse ¿no habré cometido
un error al calcular los días las semanas los meses? A continuación pensaba que al
menor descuido podría saltarse un año íntegro. Entonces se ponía frenético.
Retrocedía cada vez más en el tiempo para comprobar que no se había equivocado.
Retrocedía tanto que terminaba más confundido que antes. Antes de dormirse
intentaba fijar sólidamente en su memoria el día el mes y el año para no olvidarlos
mientras soñaba y cada vez que se despertaba su primera sensación era de terror ante
la posibilidad de no poder recordar con exactitud los números que tenía en la cabeza
cuando se quedó dormido.
Y entonces ocurrió algo asombroso. Un día hacia mediados de año la enfermera
renovó totalmente la ropa de su cama que había sido cambiada el día anterior. Era la
primera vez que sucedía. Cada tres días ni antes ni después le cambiaban la ropa.
Pero ahora todo se trastornaba. Le cambiaban la ropa dos días seguidos. Cayó presa
de la mayor excitación. Sintió deseos de ir de habitación en habitación y discurrir
animadamente acerca de cuán ocupado estaba y sobre los grandes acontecimientos
que muy pronto se producirían. Desbordaba de inquietud y emoción. Se preguntaba si
a partir de ahora le cambiarían la ropa todos los días o si volverían al plan habitual.
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Esta eventualidad era tan importante como si un hombre con piernas y brazos y todo
lo demás debiera afrontar súbitamente la posibilidad de vivir en una nueva casa todos
los días. Le proporcionaba algo que esperar día tras día a lo largo de los años. Algo
que quebraría el tiempo transformándolo en un elemento que un hombre podía tolerar
sin necesidad de cavilar infructuosamente sobre Mateo Marcos Lucas y Juan.
Después advirtió algo más. Además de darle un baño inesperado la enfermera lo
rociaba con algo. Sintió el rocío fresco y vaporoso en su piel. Luego le puso una
nueva camisa de dormir y plegó las mantas a la altura de su garganta. También esto
era diferente. Sentía su mano a través de las mantas mientras se deslizaba sobre el
pliegue alisando alisando alisando. Le pusieron una nueva máscara que la enfermera
dispuso con mucha delicadeza de modo que cayera sobre su garganta donde fue
cuidadosamente introducida bajo el pliegue de las mantas. Después le peinó con
esmero y se fue. A medida que se alejaba él sintió la vibración de sus pasos y luego el
ligero trepidar de la puerta que se cerraba. Se quedó solo.
Permaneció muy quieto porque el arreglo había sido tan inusitado que le infundió
un sentimiento lujurioso. Su cuerpo estaba exuberante y las sábanas eran frescas y
tiesas. Hasta su cuero cabelludo se sentía bien. Temía moverse y estropear ese
bienestar. Pero fue solo un momento y luego sintió la vibración de cuatro quizá cinco
personas que entraban en su habitación. Estaba tenso intentando captar esas
vibraciones y preguntándose qué hacían allí. Las vibraciones se volvieron más
intensas y después cesaron. Se dio cuenta de que esa gente estaba reunida alrededor
de su cama más gente de la que nunca había habido en su habitación. Era como la
primera vez que fue a la escuela y se sintió turbado y sorprendido al ver tanta gente
en torno suyo. La expectativa le provocó pequeños estremecimientos en el estómago.
Estaba rígido por la excitación. Tenía visitas.
La primera idea que le cruzó la mente fue que podían ser su madre sus hermanas
y Kareen. Había una remota posibilidad de que Kareen siempre bella y joven
estuviese de pie a su lado mirándole y en ese momento extendiera su mano su mano
suave y diminuta su hermosísima mano para tocarle la frente.
Precisamente en el instante en que casi pudo sentir el contacto de su mano su
deleite se convirtió súbitamente en vergüenza. De pronto deseó como nada en el
mundo que no fuesen su madre sus hermanas y Kareen quienes venían a visitarle. No
quería que le vieran. No quería que le viera nadie que le hubiese conocido. Ahora
comprendía cuán necio había sido al desear que viniesen como lo había deseado a
veces en su soledad. Pensar que estaban cerca resultaba reconfortante tibio y
agradable. Pero la idea de que pudieran estar junto a su cama en ese momento era
demasiado terrible. Sacudió la cabeza convulsivamente como para escapar de sus
visitas. Sabía que ese movimiento le descolocaba la máscara pero no estaba en
condiciones de pensar en máscaras. Lo único que deseaba era ocultar la cara apartar
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de ellos las órbitas vacías impedir que vieran el machacado agujero que había sido
una nariz una boca que correspondía al rostro de un ser humano con vida. Se puso tan
frenético que comenzó a sacudirse de un lado a otro como alguien que está muy
enfermo y febril y solo puede repetir de forma monótona un movimiento o una
palabra. Volvió a caer en su antiguo movimiento de vaivén echando el peso de su
cuerpo de un hombro al otro de uno a otro de uno a otro sucesivamente.
Una mano se apoyó en su frente. Se calmó porque era la mano pesada y cálida de
un hombre. Parte de la mano se apoyaba sobre su frente. Sintió la otra parte a través
de la máscara que le dividía la frente. Volvió a quedarse quieto. Luego la otra mano
empezó a replegar la sábana que llegaba hasta su garganta. Un pliegue. Un pliegue y
medio. Se quedó muy quieto muy alerta y muy intrigado. Pensaba obsesivamente en
quiénes serían.
Después entendió. Eran los médicos que venían a examinarle. Doctores de visita.
Probablemente ya era famoso y los médicos comenzaban a peregrinar para verle. Tal
vez un médico le diría a otro ¿habéis visto cómo pudimos hacerlo? ¿Habéis visto qué
buen trabajo hemos hecho? ¿Veis dónde hemos mutilado el brazo y el agujero en la
cara? ¿Veis que sigue viviendo? Escuchad el corazón. Late como el vuestro o el mío.
Qué buen trabajo hemos hecho. Fue una gran suerte y estamos muy orgullosos. Al
salir pasad por mi despacho y os daré uno de sus dientes como recuerdo. Tienen un
esmalte maravilloso. Era joven y tenía los dientes en buen estado. ¿Qué prefieren?
¿Un canino o un buen molar? Los más gruesos lucen mejor en una cadena de reloj.
Alguien estiraba de su camisa sobre el lado izquierdo del pecho. Era como si un
índice y un pulgar le pellizcaran para arrancarle un trozo. Se quedó muy quieto ahora
mortalmente quieto mientras su mente saltaba en cien direcciones distintas al mismo
tiempo. Tenía la sensación de que algo importante iba a ocurrir. El jaloneo de la
camisa se prolongó unos instantes después la tela volvió a caer sobre su pecho. Ahora
pesaba como si tuviera una carga. Sintió la súbita frialdad del metal a través de la
camisa contra su pecho sobre su corazón. Habían colgado algo de su camisa.
De pronto hizo algo peculiar algo que no había hecho en meses. Empezó a
extender la mano derecha en busca de ese objeto pesado que habían prendido sobre
su pecho y le pareció que casi la apretaba entre los dedos antes de recordar que no
tenía brazo para extender ni dedos con qué apretar.
Alguien le besaba la sien. Al recibir el beso sintió un leve cosquilleo provocado
por unos pelos. Le besaba un hombre de bigote. Primero la sien izquierda después la
derecha. Entonces comprendió qué habían hecho. Habían entrado en su habitación y
le habían condecorado con una medalla. Más aún también comprendió que estaba en
Francia y no en Inglaterra porque los generales franceses solían besar al entregar una
medalla. Sin embargo tal vez no fuese así. Los generales norteamericanos e ingleses
estrechaban la mano pero como él no tenía mano tal vez se tratara de un inglés o un
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norteamericano que había resuelto seguir la costumbre francesa porque no había otra
opción. Pero aun así era muy probable que estuviese en Francia.
Interrumpió su pensamiento repentinamente. Ya no se preguntaba dónde estaba
sino que comenzaba a acostumbrarse a la idea de que seguía en Francia y descubrió
con sorpresa que lo invadía una cierta furia. Le habían dado una medalla. Tres o
cuatro tíos grandes y famosos tíos que aún tenían brazos y piernas y podían ver y
hablar y oler y saborear habían entrado en su habitación y le habían colgado una
medalla. Podían permitirse ese lujo ¿verdad? Malditos cabrones. Dedicaban su
tiempo a eso. A desplazarse de un lado a otro prendiendo medallas y sintiéndose
importantes y virtuosos. ¿Cuántos generales murieron en la guerra? Kitchener por
ejemplo. Sí. Cierto pero fue un accidente. ¿Cuántos más? Nómbreles nombre a
cualquiera de esos listillos hijos de puta y quédense con ellos. ¿A cuántos los habían
volado íntegramente como para vivir el resto de su vida envueltos en una sábana?
Había que tener cojones para andar repartiendo medallas.
Cuando por un instante pensó que su madre sus hermanas y Kareen podían estar
junto a su cama quiso ocultarse. Pero ahora que sabía que eran generales y grandes
personajes sintió un feroz e incontenible deseo de que le vieran. De la misma forma
en que antes había empezado a extender la mano sin brazo hacia la medalla para
asirla ahora empezó a soplar la máscara de su cara sin boca ni labios para volarla.
Quería que echaran un vistazo al agujero de su cabeza. Nada más. Quería que se
hastiaran de ver un rostro que empezaba y terminaba en la frente. Siguió soplando
hasta que recordó que el aire de sus pulmones se escapaba por un tubo. Empezó a
balancearse de un lado a otro con la esperanza de quitarse la máscara.
Mientras se balanceaba y se esforzaba sintió una vibración en lo hondo de su
garganta una vibración que podía ser una voz. Era una vibración breve y profunda y
adivinó que emitía un sonido perceptible a los oídos de aquellos hombres. No era un
gran ruido ni un ruido muy inteligente pero a ellos tal vez podía parecerles tan
interesante como el gruñido de un cerdo. Y poder gruñir como un cerdo era realizar
algo muy importante porque hasta ahora había permanecido en absoluto silencio. De
modo que siguió sacudiéndose y gruñendo como un cerdo con la esperanza de que
ellos se dieran cuenta de cuánto apreciaba la maldita medalla. En medio de todo esto
hubo un bullicio indefinido de pasos y luego la vibración de las visitas que se
marchaban. Un minuto después estaba completamente solo en la oscuridad en el
silencio. Solo con su medalla.
Se calmó súbitamente. Siempre había prestado una atención minuciosa a las
vibraciones. Gracias a ellas había deducido la talla de sus enfermeras y las
dimensiones de su habitación. Pero sentir de pronto las vibraciones de cuatro o cinco
personas que cruzaban la habitación con pasos firmes le hizo pensar. Comprendió que
las vibraciones tenían mucha importancia. Hasta entonces solo las había considerado
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como vibraciones que llegaban hasta él. Ahora empezó a considerar también la
posibilidad de vibraciones que surgieran de él. Las vibraciones que recibía le
indicaban todo altura peso distancia tiempo. ¿Por qué no podría usar también las
vibraciones para hablar con el mundo exterior?
Algo empezó a resplandecer en el fondo de su pensamiento. Si de algún modo
pudiera usar las vibraciones podría comunicarse con la gente. El resplandor se
convirtió en una enceguecedora luz blanca. Le ofrecía unas perspectivas tan
inusitadas que temió ahogarse de emoción. Las vibraciones eran una parte muy
importante de la comunicación. Las claves telegráficas eran simplemente otro tipo de
comunicación.
Cuando era un muchacho unos cuatro o cinco años atrás tenía un aparato de radio.
Él y Bill Harper usaban el telégrafo para comunicarse. Punto raya punto raya punto.
En especial las noches de lluvia cuando sus padres no les permitían salir y no había
nada que hacer y daban vueltas por la casa tropezando con todo el mundo. En esas
noches él y Bill Harper se transmitían mensajes con rayas y puntos y lo pasaban muy
bien. Aún recordaba el código Morse. Lo único que tenía que hacer para comunicarse
con la gente del mundo exterior desde su cama era transmitir puntos y rayas a la
enfermera. Entonces podría hablar. Entonces habría quebrado su silencio su oscuridad
su indefensión. Entonces el muñón de un hombre sin labios podría hablar. Había
atrapado el tiempo y había intentado reconstruir la geografía y ahora haría la más
grande de todas las cosas hablaría. Enviaría mensajes y recibiría mensajes y así
habría dado otro paso adelante en su lucha por recuperar el mundo desde su terrible
solitario anhelo de sentir la proximidad de los otros y conocer sus pensamientos dado
que los suyos eran tan insignificantes tan inconclusos tan incompletos. Podría hablar.
Tentativamente levantó la cabeza de la almohada y la dejó caer nuevamente.
Luego lo hizo dos veces rápidamente. Eso sería una raya y dos puntos. La letra d.
Deletreó SOS contra su almohada. Punto-punto-punto punto punto punto-punto-
punto. SOS. Socorro. Si había alguien en el mundo que necesitara ayuda ese era él y
la estaba pidiendo. Deseó que la enfermera regresara muy pronto. Comenzó a
deletrear preguntas. ¿Qué hora es? ¿Qué día es hoy? ¿Dónde estoy? ¿Hay sol o está
nublado? ¿Alguien sabe quién soy? ¿Mi familia sabe que estoy aquí? No se lo digan.
Que no se enteren. SOS. Socorro.
La puerta se abrió y los pasos de la enfermera se aproximaron a la cama. Empezó
a deletrear enloquecidamente. Estaba a punto de reencontrarse con la gente de
recuperar el mundo de asir una gran parte de la vida misma. Tap tap tap. Esperaba el
tap tap tap de ella en respuesta. Un golpecito contra su frente o su pecho. Aunque no
comprendiera su código podría tocarle para darle a entender que comprendía su
intención. Luego iría de prisa en busca de alguien que le ayudara a entender lo que él
decía. SOS. SOS. SOS. Socorro.
Más cerca más cerca. En este mismo instante un pesado camión alemán
cubierto de lona avanza en dirección a Francia. Lleva granadas y entre las
granadas hay una que tiene mi número. Avanza hacia el oeste a través del
valle del Rhin siempre deseé verlo. A través de la Selva Negra siempre quise
verla. A través de la honda honda noche la granada viene hacia Francia a
encontrarse conmigo. Se acerca cada vez más nada puede detenerla ni
siquiera la mano de Dios porque tengo un tiempo establecido y ella tiene un
tiempo establecido y nos encontraremos cuando llegue el momento.
América confía en que cada hombre cumpla con su deber Francia confía en que
cada hombre cumpla con su deber Inglaterra confía en que cada hombre cumpla con
su deber. Cada doughboy[8] cada tommy[9] cada poilu[10] y ¿cómo diablos llaman a los
italianos? de todos modos de ellos también se espera que cumplan con su deber. Allí
vamos Lafayette y en los campos de Flandes vuelan las amapolas de hilera en hilera
cuenten las hileras para el viejecito del libro el viejecito que hace las cuentas todo el
día y toda la noche y nunca se equivoca. Oui oui parlé vous jig-jig? Desde luego jig-
jig qué diablos cinco francos diez francos ¿quién dice dos dólares dos sólidos viejos
dólares norteamericanos y una copa de whisky y de maíz? Dios mío este coñac.
Siempre creí que era extraordinario he oído hablar tanto de él. Es espantoso quiero
whisky de maíz y ¿qué piensan los prohibicionistas? Cuatro millones de nosotros se
han marchado cuatro millones de votos supongo que nosotros no contamos nos van a
arruinar. Vamos salgamos a buscar el whisky de maíz el viejo whisky
norteamericano. Querida mi amor dulce cansado solitario quiero quiero una amiga
coja una mesa una silla una cama pero no tardes hay muchos esperando París está
lleno así que de prisa.
Cante una melodía popular jig-jig una melodía popular mam’selle cante un hot
esta noche en la vieja ciudad. Cante un Juana de Arco y un flor de lis de
mademoiselle de Armentieres. Cante un Lafayette parlé vous francé. Póngase en pie
y salte muy ligero haga remolinos en el aire rompa las sillas rompa las ventanas eche
la casa abajo mierda muévase muchacho muévase muchacha póngase coñac en las
articulaciones y apague las luces y toque el tambor y abandone las trincheras en
Navidad y vea París de noche y mueva las manos por cinco dólares y oui oui parlé
vous hunky-dory whisky en el estómago y un viejecito con un libro que saca cuentas
todo el día y toda la noche y calcula más rápidamente y más y más rápidamente y
más empecinadamente y más fuerte y más rápido más rápido más rápido.
Silencio.
¿Qué es esto qué es esto oh Dios mío? ¿Acaso es posible que un hombre caiga tan
bajo? ¿Es posible que un hombre sea menos que esto?
Cansancio y jadeo agotamiento convulsivo. Toda la vida muerta toda la vida
convirtiéndose en nada en menos que nada apenas el germen de nada. Una especie de
enfermedad que surge de la vergüenza. Una debilidad que se parece a la agonía.
Debilidad y desfallecimiento y una plegaria. Dios permíteme descansar llévame
ocúltame déjame morir oh Dios qué cansancio ya estoy muerto desaparecido y
desapareciendo oh Dios ocúltame y dame paz.
Todas las vísperas de Navidad desde que él recordaba su madre leía un poema.
Aun cuando ya era demasiado grande como para creer en Santa Claus cuando ya era
un hombre de dieciséis o diecisiete años su madre seguía leyendo el poema. Al
principio cuando estaban todos juntos era maravilloso escucharla. Se reunían en la
sala de la casa en Shale City las vísperas de Navidad antes de dormir para escuchar a
su madre recitar el poema. Su padre trabajaba hasta muy tarde en la tienda atendiendo
los últimos pedidos navideños pero a las diez de la noche el almacén cerraba y su
padre volvía a casa. Afuera nevaba y hacía frío pero la sala estaba siempre tibia y de
la base de la panzuda estufa de carbón se desprendía un cálido resplandor polvoriento
y anaranjado.
Los ojos pardos de Catherine miraban fijamente desde su refugio junto a los pies
de su padre miraban sobriamente aunque centelleaban con pequeños fulgores de
emoción. Los ojos de su padre se velaban como si se hubiesen replegado un poco e
.-- .... .- -
WHAT
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DO
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YOU
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WANT
(¿Qué quieres?)
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