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ESCUELA DE

POSGRADO

Revista de la
Maestría
EN DERECHO PROCESAL
Vol. 7, Nº 2
Agosto-diciembre 2017
ISSN 2072-7976

http://revistas.pucp.edu.pe/derechoprocesal
Revista de la
Maestría en
DERECHO PROCESAL

“Trasfondo de una polémica sobre el título


ejecutivo” de Salvatore Satta: cincuenta años
después…
[“Background of a polemic over the executive title” of
Salvatore Satta: fifty years later…]

Resumen Abstract
Traducción al castellano de un provo- Spanish translation of a provocative
cador escrito de Salvatore Satta publi- work by Salvatore Satta published in
cado en 1967 en la Rivista trimestrale 1967 in the Rivista trimestrale di dirit-
di diritto e procedura civile, en el que to e procedura civile, in which the
el insigne autor reacciona y toma famous author reacts and takes a
posición sobre la críticas dirigidas en position on the criticisms directed
contra del libro de Ferdinando Mazza- against Ferdinando Mazzarella's book
rella sobre el título ejecutivo. on the executive title.

Palabras clave: Salvatore Satta; Fer- Key words: Salvatore Satta; Ferdinan-
dinando Mazzarella; ejecución forza- do Mazzarella; judicial enforcement;
da; título ejecutivo executive title

Revista de la Maestría en Derecho Procesal, Vol. 7(2), 2017 (ISSN 2072-7976), pp.274-290.
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“Trasfondo de una polémica sobre el título


ejecutivo” de Salvatore Satta: cincuenta años
después…

[La] simplicidad […] es [la] característica del


derecho, así como la complicación es la ca-
racterística de la ciencia jurídica cuando no
llega a comprenderlo.
Salvatore Satta

Nota introductoria
En 1968, bajo los tipos de la benemérita Cedam de Padua, Salvato-
re Satta publicaba un libro con un título insólito: Soliloqui e colloqui di un
giurista. El libro contenía una selección de sus escritos, divididos en seis
secciones (I. Soliloqui; II. Il libro delle prefazioni; III. Confessioni e bat-
taglie; IV. Saggi critici; V. Colloqui; VI. Res gestae) más un apéndice (“Lo
spirito religioso dei sardi”). Ahora, si tenemos presente que los “colo-
quios” eran todos escritos conmemorativos de los “grandes muertos”
(así el propio Satta en el Prefacio) no es difícil inferir que los “coloquios”,
más allá del rótulo, eran también ellos … soliloquios, cual signo de ese
“espectro de la soledad” (así siempre Satta en el Prefacio) al que se en-
frenta un “jurista” (que para Satta era aquel que “siempre dice no”)
cuando en lugar de “coloquiar”, por deber moral de jurista, se ve preci-
sado a polemizar con todos y sobre todo.
Pocos años después, para ser precisos en 1971, en la Argentina,
Santiago Sentís Melendo publicaba en su EJEA, la traducción de los Soli-
loquios sattianos, pero no se publicaron como un libro, llamémoslo así,
“autónomo” sino como volumen tercero de “un” Derecho Procesal Civil,
cuyos dos primeros volúmenes estaban (y están) constituidos por la
traducción de sétima edición (de 1967) del Diritto processuale civile de
Satta, esto es el famoso manual, al que Sentís, justamente, titulara Ma-
nual de Derecho Procesal Civil.

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Ahora, quien haya tenido entre sus manos el indicado “volumen


tercero”, no sé si habrá advertido que, por un lado, en los créditos de la
publicación se deja sentado que tal “volumen constituye la traducción de
una selección de los trabajos que integran el volumen Soliloqui e colloqui
di un giurista, publicado por CEDAM-Casa Editrice Dott. Antonio Milani,
Padova, 1968” y, por el otro, que en la Presentación del volumen, Sentís
Melendo, al explicar al lector las razones que lo movieron a su publica-
ción, nos dice que los trabajos que en él se recogen fueron tomados “casi
todos” de los Soliloqui, pero, pese a respetar “su división, su ordenamien-
to y la denominación de sus partes”, agrega que “por expresa indicación
de él” (es decir, de Satta) “he suprimido totalmente alguna de las partes,
como el ‘libro de las prefaciones’ y algunos de los trabajos de las otras”.
Ergo, los Soliloquios sattianos en la versión de Sentís no coinciden con la
versión original, y no coinciden “por expresa indicación” del autor. Ex-
traño, muy extraño.
Con todo, no contando yo con la edición original (que, por lo que
me consta, no existe en ninguna Biblioteca universitaria peruana) de esta
falta de coincidencia no me di cuenta sino hasta que, en el año 2004, se
republicaron en Italia los Soliloqui (Nuoro: ILISSO Edizioni) y pude con-
frontar los respectivos índices.
La reedición del libro de Satta contiene una Prefazione de Ferdi-
nando Mazzarella (probablemente el más fiel de sus discípulos) en la que
nos señala que:
La recopilación de escritos, que aquí viene sabiamente replanteada, cuyas
piezas son todas admirables por el uso de la lengua (y no solo), es revela-
dora porque fue hecha por él mismo. Para el futuro histórico de su pen-
samiento es como una seña de lo que él consideraba importante; tanto
como para, justamente, recoger, casi como para proteger de una diáspora
inminente. A la inversa de los “actos fallidos”, reveladores de una inten-
ción escondida, este acto cumplido con el cual se entrega a la posteridad
lo que quería que no se dispersara, revela la profunda unidad entre el
científico y el hombre […]. De sí quería que quedara huella de esa vida
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“intranquila” que condujo en nombre de una constante oposición, y “Con-


fesiones y batallas” está intitulada una se las secciones del libro (p. 9).
Si esto es así, si Satta seleccionó de entre sus múltiples escritos
Página

aquellos que más expresaban su “intranquilidad” (moral e intelectual) y


que, como tales, quería que no se entregaran al olvido: ¿es verosímil que

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él mismo le indicara a Sentís la supresión de enteras secciones y de algu-


nos trabajos en la versión de los Soliloqui en castellano?
Personalmente tengo mis dudas, pero lo único cierto es que, por la
razón que fuera, muchos de esos escritos que Satta seleccionó para la
posteridad en sus Soliloqui, quedaron del todo desconocidos para el lec-
tor en nuestra lengua. De entre ellos, hay uno que sobresale y que fuera
publicado exactamente 50 años atrás en la Rivista trimestrale di diritto e
procedura civile: el Sottofondo di una polemica sul titolo esecutivo, que
Satta colocó entre sus “Confesiones y batallas” y que representa todo un
capítulo en la atormentada historia del “concepto” de título ejecutivo que
ningún interesado en el tema puede ignorar.
De allí que, desafiando al olvido, propongo al lector en nuestra
lengua la traducción del (en su momento, incómodo) Sottofondo. Quizá
tras su lectura se podrá hipotetizar la razón de fondo por la que, en 1971,
se le suprimió de la versión castellana de los Soliloqui.
Eugenia Ariano Deho
***
Trasfondo de una polémica sobre el título
ejecutivo
Publicado en Rivista trimestrale di diritto e procedura civile,
1967, pp. 310-317. Traducción libre de “Sottofondo di una
polemica sul titolo esecutivo”. En SATTA, Salvatore. Soliloqui
e colloqui di un giurista. Nuoro: ILISSO Edizioni, 2004, pp.
267-274.

1. Cuando observo la nueva carátula de la Rivista di diritto


processuale y, en el lugar de Carnelutti y de su imponente soledad,
veo una retahíla de nombres, alineados en buen orden como los
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miembros de un directorio, me viene a la mente ese mítico dra-


gón, al que, tras su muerte, le fueron arrancados los dientes, y de
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los dientes sembrados salieron muchos soldaditos que se pusie-


ron a construir los muros de una ciudad. El mito, si no yerro, es el

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de Cadmo, la región en donde el


mito nació fue llamada Beocia y
fue la patria Hesíodo y de Pínda-
ro.
Ha sido una idea en verdad
curiosa la de creer que la sede
vacante pudiera ser llenada por
un gobierno de masa, como decir
que la cantidad pudiera suplir a la
calidad. Y paciencia si los hom-
bres de cantidad se hubieran
asumido la tarea tan devota como
Carátula de la Rivista di diritto
processuale (1966)
absurda de mantener en el tiem-
po una obra que como su creador
estaba fuera del tiempo: pero
ellos sí han tomado en serio, han
creído ser, por el solo hecho de la inscriptio, hijos del dragón, dra-
gones ellos mismos, nueve dragones en lugar de uno. Es de ayer
una reseña de V.D. (transparente sigla de uno de los dragoncitos)
a un libro de Massa que inicia así: “El Massa pertenece al grupo
(por suerte no muy numeroso) de aquellos que creen que el pen-
samiento de Capograssi no solo exprese una personal e irrepetible
experiencia, sino que pueda también ofrecer un método válido
para los estudios jurídicos en general, y para aquellos procesales
en particular”. ¿Se ha entendido? V.D. y Capograssi, ese Capograssi
ante el cual Carnelutti se hacía, y se sentía, pequeño pequeño, cu-
yo método es tan poco válido (se diría mejor tan poco método)
que recreó a Carnelutti, y recreó su revista misma, como puede
fácilmente verse hojeando los volúmenes de la revista desde el fin
278

de la guerra hasta el advenimiento de V.D.


Y es de hoy otra reseña, esta vez del dragoncito E.G., que me
inspira estas notas. Pero antes quiero subrayar que los sucesores
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a título originario de Carnelutti han tenido la imprudencia de con-


servar la famosa sección de las reseñas, desde la cual el dragón ha
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dominado, a su manera, por cuarenta años justos, la escena de la


vida jurídica italiana. No han entendido que esta sí era una expe-
riencia irrepetible, porque Carnelutti entendía los libros sin leer-
los, mientras que ellos los leen sin entenderlos. Este es el reproche
justamente que yo hago a E.G.:
haber leído el libro de Mazzarella,
Contributo allo studio del titolo
esecutivo (Milano, 1965, p. 143).
2. – Para información del
lector, la reseña de E.G. al libro de
Mazzarella apareció en el último
fascículo de la Rivista di diritto
processuale de 1966 (p. 649 s.), en
donde puede leerla y juzgarla. Está
claro que yo no pretendo aquí
hacer una contrareseña: lo pensa-
Carátula del libro de Ferdinando
Mazzarella
rá M., si así lo cree, a defenderse
en la misma revista, como además
tiene jurídicamente derecho. A mí
me interesa hablar del libro úni-
camente porque E.G., tras haberlo
maltratado, me ha imprudentemente emplazado, rindiéndome
prácticamente responsable del hecho de que el libro (como decir,
mi obra) confunda, más de aquello que aclare, las ideas a los estu-
diosos del título ejecutivo.
Cómo un libro pueda confundir las ideas “a los estudiosos”
me parece difícil de entender a menos que E.G. no identifique a los
estudiosos consigo mismo, o con los intangibles profesores de
planta en general. Con todo, olvidemos el tener adelante a E.G. y
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no a Carnelutti, y tratemos de decir algo que pueda ser útil para la


ciencia.
Página

Como es conocido por todos, los estudios sobre el título eje-


cutivo tuvieron un momento de reviviscencia cerca de treinta
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años atrás, en una discusión entre Liebman y Carnelutti, y enton-


ces el problema del título parecía haberse fijado en la alternativa
entre acto y documento (prueba legal). En verdad ya en la primera
redacción de la Esecuzione forzata (Milano, 1937) me había pare-
cido que esta alternativa fuera fruto de angustia especulativa,
porque descuidaba la inserción del título en la esencial unidad de
la acción y de la tutela jurisdiccional: cosa evidente en el título-
acto (el famoso portador de la sanción, y que era poco menos que
una bizarría, sobre todo, si aplicado a los títulos extrajudiciales),
pero clara también en el título-documento, en la “prueba legal”,
que, aunque más adherente a la práctica, constituía una fuga del
problema, que estaba justamente en aquel “legal”, no en el sustan-
tivo prueba. Por tanto, me parecía que la naturaleza del título de-
bía buscarse más bien en la declaración de certeza [accertamento]
(o al equivalente a la declaración de certeza, para los títulos extra-
judiciales), visto éste a la luz de aquella unidad de la acción que
había buscado afirmar devaluando la sentencia de condena, o me-
jor la idea corriente de la acción de condena (v. “Premesse genera-
li alla dottrina dell’esecuzione forzata”, en Rivista di diritto proces-
suale, 1932, I, p. 33 ss.). Muchos años después entendí lo que en-
tonces sentía y quería decir: y precisamente cuando me enfrenté,
en el Commentario al codice di procedura civile (III, Milano, 1965,
pp. 3 ss., 69 ss.), con la ejecución forzada y por lo tanto de nuevo
con el título, del cual me apareció, de un lado, la universalidad
como fenómeno y, del otro, su inseparabilidad del crédito, o mejor
su identificación con el crédito, mejor aún, la creatividad del crédi-
to, apreciable de la propia fórmula del art. 2910 CC, si aprehendi-
da en su profundo significado (“el acreedor … puede hacer expro-
piar los bienes del deudor según las reglas establecidas por el Có-
digo de procedimiento civil”). El título ejecutivo, en pocas palabras,
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pertenecía a la dinámica del derecho, y no podía ser comprendido


mientras se insistiera en dar cuerpo a las sombras, esto es, se in-
sistiera, como se hacía con el acto o con el documento, en el dua-
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lismo derecho-proceso, en el yuxtaponer el abstracto y el concre-

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to, mientras, en suma, no se retomara desde sus bases la ciencia


del proceso y antes aún del derecho.
Debo confesar que en esta intuición que si bien me retorna-
ba a los juveniles, inconscientes años, me quedaba algo de oscuro,
a propósito del título ejecutivo, que por muchas razones no logra-
ba esclarecer. Y fue entonces que le propuse a Mazzarella, por mí
conocido por su rara capacidad especulativa y por la multiforme
cultura, de estudiar, obviamente con la más absoluta libertad, el
argumento, aunque presagiándole que habría ido al encuentro de
grandes desazones prácticas, como inevitable contraprestación de
las no menos grandes desazones teóricas que habría provocado a
los demás. El fruto de los estudios de M. es justamente el librito de
la reseña de E.G. Veamos en qué consista.
Y comencemos diciendo, en contra de lo que quisiera hacer
creer el reseñador, que aquel es de una absoluta simplicidad, esa
simplicidad que es la característica del derecho, así como la com-
plicación es la característica de la ciencia jurídica cuando no llega
a comprenderlo. Tan simple que el tema y la solución se anuncian
desde las primerísimas páginas, allá en donde se ponen las si-
guientes proposiciones:
a) el art. 474 CPC dice que la ejecución forzada no puede
tener lugar sino en virtud de un título ejecutivo;
b) el mismo artículo indica cuáles son los títulos ejecutivos,
actos diversísimos entre ellos, pero que tienen todos la
común virtud de legitimar a la parte para proceder a la
ejecución;
c) esta virtud no es otra cosa que la norma misma del art.
474 vista y “objetivada” en los actos indicados;
281

d) por no haber entendido esto, la doctrina ha debido con-


siderar que el título ejecutivo sea un quid existente por
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encima de esos particulares actos, una realidad objetiva-


da en lugar de un concepto o un símbolo;
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e) de allí que la sola legítima investigación no es aquella de


establecer si el título sea acto o documento, o cualquier
otra cosa, sino la razón de la virtud de los particulares ac-
tos, en relación a las normas que se la atribuyen.
Estas cinco proposiciones son talmente verdaderas y tal-
mente ilustrativas, para los buenos entendedores, en su simplici-
dad, que, en un mundo en donde fuera de precepto el ahorro del
papel, no tendrían necesidad de un ulterior discurso, y permitiría,
más bien, echar por la borda toda la literatura fundada sobre la
“objetividad” del título. Empero, Mazzarella, que escribe también
para sí mismo, quiere verificar sus intuiciones, y lo hace sobre dos
directivas: la histórico-crítica y aquella jurídico-positiva.
Naturalmente, no es posible reproducir aquí el desarrollo de
Mazzarella, porque se precisaría transcribir todo el libro. Pero
para lo que nos sirve, a los fines del conocimiento, diremos en
primer lugar que en el plano histórico M. analiza las concepciones
del título ejecutivo antes y después de Chiovenda: correcta distin-
ción y oposición porque, como veremos, con Chiovenda las ideas
cambian, aunque en cierta medida quedan siendo las mismas, esto
es viciadas por el mismo presupuesto.
La idea prechiovendiana del título hundía sus raíces en una
concepción que genéricamente puede llamarse liberal: la idea de
que ab exsecutione non est inchoandum, esto es, en definitiva que
había que respetar al deudor como sujeto, atemperada por la exi-
gencia de tutela del acreedor y del crédito. En el plano jurídico,
ella se traducía en una exigencia de certeza del derecho, que se
hacía resultar de la función probatoria que le era atribuida a de-
terminados actos contemplados por la ley. Sobre esta antigua idea,
que tenía el valor antiguo de la benevolencia y de la simplicidad,
282

caló, por obra de Chiovenda, la nueva ciencia del proceso, con su


primer postulado de la autonomía de la acción, que no podía acep-
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tar la reducción del título a una mera prueba (del derecho): emer-
gió así la idea de la voluntad de ley de que el acreedor obtenga un
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determinado bien sin más, lo obtenga le sea o no debido (esas


fórmulas, digo yo, que no pueden no presentarse desconcertantes
a quien relea sin prejuicios la obra del Maestro), por tanto, la idea
de un acto del cual aquella voluntad de ley resulte, que sea, con su
forma documental, el portador de tal voluntad (la famosa “condi-
ción necesaria y suficiente”). Es a este punto que se produce ese
singular fenómeno de la transfiguración de los singulares actos
concretos indicados por la norma (sentencia, letra de cambio, acto
notarial, etc.) en otro acto, el título ejecutivo justamente, el fenó-
meno del paso, como lo dice muy bien Mazzarella, del acto como
título al título como acto, sin que se dieran cuenta de que se trata-
ba solamente de una hipóstasis de la voluntad de ley en un quid
supuesto como realmente existente en sí.
Recomendamos vivamente al lector seguir el finísimo análi-
sis que hace Mazzarella del término “resultar” que constituye el
momento central de la fórmula de Chiovenda y, sobre todo, del
distinto significado que aquel parece adquirir en relación a los
títulos judiciales (declaraciones de certeza) y respectivamente
extrajudiciales, cuya justificación, respecto a los últimos, del acto
como título está dada con referencia a su simplicidad y claridad,
que permitía discernir, aunque no declarada judicialmente, la vo-
luntad concreta de la ley. Agudamente observa M. que en esta dis-
tinta significación está el germen de la futura polémica entre acto
y documento: solo que la simplicidad y la claridad del acto extra-
judicial (letra de cambio, acto notarial) era una superfetación res-
pecto a la voluntad de la ley que la ejecución se cumpliera sin más,
porque ésta resultaba del ser el acto uno de aquellos actos previs-
tos por la ley.
El documento no podía ser que aquél que permitía la identi-
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ficación de uno de esos actos.


La verdad es que claridad y simplicidad no podían sino ser
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lógicamente referidas al derecho y al documento del cual el dere-


cho resultaba, con grave compromiso de la autonomía de la ac-
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ción: un singular involuntario enganche con el pasado, que demos-


traba, por lo demás, la incapacidad lógica de la fórmula chioven-
diana para expresar unitariamente al título como acto.
3. – A propósito hemos guardado silencio sobre una parte
del argumentar de Mazzarella, porque deberemos retomarlo en
breve al exponer su concepción, esto es, la parte relativa a las opo-
siciones a la ejecución. Prosiguiendo en la investigación histórico-
crítica M. estudia, algo nunca hecho antes, la génesis del singularí-
simo contraste entre acto y documento, que no era, como podría
parecer, efecto de un ocioso disputar, sino que constituía una es-
pecie de peaje que se hacía pagar a la necesidad, impuesta por el
sistema, de “crear una categoría mentalmente unitaria del título
ejecutivo a despecho de la irreducible diversidad de los varios
actos que por ley constituyen títulos ejecutivos”. Chiovenda, como
se ha visto, fue el primero en experimentar esta irreductibilidad;
Carnelutti, que entra a este punto en escena, manifiesta su magní-
fico olfato, evidenciando que si de acto se debía hablar respecto de
la sentencia, de acto se debía hablar respecto del negocio de las
partes en los títulos extrajudiciales, lo que llevaría directamente a
la negación de la autonomía de la acción, pero, sobre todo, llevaría
a una fractura con el sentido común. De aquí la identificación de la
unidad del documento, que no queriendo ser evidentemente un
regreso a las ideas pre-chiovendianas, fue asumido como prueba
legal, expresión de la cual, por lo demás, yo mismo, desde el lejano
1937, evidencié su incongruencia, como arriba dicho. Incisiva-
mente Mazzarella añade que de unitario la “prueba legal” no tenía
nada, porque cada acto-título se comporta diversamente en la
ejecución, y, con todo, el concepto puede tener un valor en el
plano político, para justificar la ejecutividad atribuida por la ley a
284

determinados actos, vale decir para dar la certeza del derecho


antes de la ejecución. Una vez más el intento de dar una realidad
al título (se entiende más allá de los singulares actos indicados
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por la ley, cada uno en su puntal existencia) se presentaba frus-


trado: y, a mi juicio, el máximo de la frustración debía alcanzar el
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intento de Liebman, quizá por ser el más manifiesto de todos,


cuando varaba la idea del título como acto de aplicación de la san-
ción, procedente de una voluntad sancionatoria del Estado, que no
era otra cosa, como bien observa Mazzarella, que la voluntad de la
ley de Chiovenda. La incompatibilidad del acto de aplicación de
sanción con los títulos ejecutivos extrajudiciales debió ser tan
evidente al propio autor que se vio constreñido a dar esta increí-
ble definición del título ejecutivo: “un acto que independiente-
mente de su naturaleza y función de resolución del juez, de nego-
cio jurídico, de acto administrativo constituye el supuesto de he-
cho concreto del que la ley hace depender el concreto de la san-
ción”. Justamente nota M.: ¡un acto independiente de su ser acto!
Pero, aparte de ello, Mazzarella marca un punto bastante
importante a favor de Liebman cuando dice que, a diferencia de
Chiovenda, él atribuye un valor determinante a la actividad del
juez en la concreción de la voluntad sancionatoria. El reproche
que le hace es aquel de haberse detenido in itinere, considerando
que la aplicación de la sanción fuera una experiencia que se pu-
diera concluir toda en el acto del juez, que fuera más bien un efec-
to de este acto, cuya eficacia institucional no sería sino aquella de
provocar la aplicación de la sanción. “El Liebman no vio que si se
daba, como él le había dado, a la aplicación de sanción el significa-
do de concretización de la voluntad sancionatoria del Estado, lo
que, como hemos dicho, es lo mismo de la voluntad de ley de que
la ejecución se cumpliera sin más, esta aplicación era, en efecto,
una experiencia que se podía predicar no tanto en términos de
acto cuanto en términos de todo un proceso. Se trataba, en otras
palabras, de una experiencia que iniciaba mucho tiempo antes del
acto del juez, y precisamente desde el momento en el que la parte
285

había iniciado a postular el juicio”.


Si esta simplísima verdad (la que buscábamos) deriva, como
dice Mazzarella, de un parcial error de Liebman hay que recono-
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cer que las vías del Señor son infinitas.

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4. – Por cuanto el problema del título ejecutivo está real-


mente resuelto con esas pocas palabras que ahora hemos referido,
y que constituyen el núcleo de todo el libro.
Se trata, en sustancia, de hacer aquello que un verdadero ju-
rista debe hacer, esto es comprender el título, hablamos por ahora
del judicial, en la visión integral del proceso, de la relación proce-
so de cognición-proceso de ejecución, y, por tanto, en la integral
visión de la acción. Solo entonces se revela el significado auténtico
del art. 474, el cual no crea actos o documentos de ningún género,
sino debe simplemente ser leído en su plena explicación: no se
puede proceder [… etc.] sino después de haber obtenido una con-
dena a propio favor. Eso es todo.
Se entiende que este preciosísimo descubrimiento debe ser
ampliado en un discurso más general, que comprenda a todos los
actos indicados por la ley. Pero el discurso, bajo este perfil, no
presenta ni puede presentar ninguna dificultad. En definitiva, ¿de
qué se trata? De seguir el proceso de la acción, del acreedor y del
deudor, de observar su tipificarse en determinadas formas ritua-
les (he aquí las famosas acciones “de acreedor” o “de deudor”),
que, en sustancia, comportan el sujetarse a determinadas reglas.
Es increíble como este simplísimo discurso no haya sido entendi-
do, tanto más que Mazzarella se ha cuidado de hablar también en
términos de lenguaje corriente, esto es, de voluntad del Estado,
advirtiendo que es bueno que se use este término porque, de un
lado, la parte no puede sino querer el proceso querido por el Esta-
do, y del otro es “el Estado, hoy, que queriendo el proceso, es de-
cir, indicando determinadas y obligatorias formas a la acción del
acreedor, escoge realmente a sus acreedores”, excluyendo a otros
que no observan aquellas formas.
286

Ahora se presenta evidente que este discurso es universal, y


el único que pueda resolver el problema del título ejecutivo, judi-
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cial o extrajudicial que sea. Porque de esto se trata: que el acree-


dor y el deudor hacen, con el firmar y el aceptar la letra de cambio,
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con el ir ante el notario a estipular el acto, una cierta experiencia


que no harían si no fueran acreedores y respectivamente deudo-
res: en cualquier caso, esto es, ellos se insertan en un proceso (si-
guen y aceptan un cierto orden), observan ciertas reglas, y son las
reglas que llevarán a la condena, a la ejecución sin condena, y a
todas las formas en que la ejecución se concreta, sin que exista
ninguna fractura, ninguna intermediación de acto o documento,
en una palabra de título ejecutivo entendido como tal, sin que
cada acto (es decir cada experiencia) pierda su individualidad y
puntualidad. Es apenas el caso que advierta (pero tras la reseña
de E.G. me parece oportuno) que los términos acreedor-deudor no
deben ser asumidos como realidad objetivamente existente fuera
de la acción, sino en la dinámica del derecho, que no conoce más
que la acción, y el proceso de la acción. En caso contrario, cual-
quier discurso deviene absurdo, más bien imposible.
Dicho esto, ¿qué más hay que decir sobre el título ejecutivo?
Nada, absolutamente nada: existe solo la lógica conclusión de que
el título ejecutivo y los actos a los que el art. 474 se refiere son
simplemente símbolos o, si se quiere, que el art. 474, como hemos
dicho, es una fórmula elíptica para indicar la exigencia de todo el
largo proceso que hemos descrito.
No es verdad, pues, que esos actos no sean actos, y que por
tanto no tengan una plena realidad propia: más bien son la sola y
verdadera realidad que haya. Lo que no es real es la idea unitaria
de esos actos, el acto que a ellos se quiere agregar, el título-acto (o
documento), que constituye simplemente la quinta rueda del co-
che, al igual que la acción ejecutiva, así como se quiere concebirla.
Lo que, en cambio, a este punto necesitaría insertar es el
problema fundamental de las oposiciones a la ejecución. Mazzare-
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lla trata de ello ampliamente, y lo resuelve en el sentido de negar


la tesis universalmente dominante, que hace de la oposición un
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juicio externo a la ejecución (un incidente, como se decía y se di-


ce). Para él el proceso de la acción continúa después de la conde-
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na, la letra de cambio, el acto notarial, es siempre el mismo que


comporta la posibilidad para el acreedor de ser sujeto a verifica-
ción, porque su “acción como acreedor” acepta esta regla, acepta
la “acción del deudor” y en un cierto sentido, en el sentido justa-
mente de la regla, la contiene.
Es una solución global, plena de armonía, y de la cual Maz-
zarella pone a la luz el profundo contenido humano, no descui-
dando el elemento de la posible suspensión de la ejecución. La
práctica, como es conocido, ha terminado creando el proceso de
oposición como un nuevo proceso, por tanto autónomo respecto a
la ejecución; algo similar a lo que ha ocurrido con el procedimien-
to monitorio.
El problema deja pensativos. Lo que es cierto es que, mien-
tras por un lado queda firme que la oposición se comporta diver-
samente en relación a los singulares actos, y se confirma por tanto
la tesis de M., del otro se debe considerar dinámicamente también
a la oposición: es decir, no refiriéndola a un derecho abstracta-
mente dado como existente, y preexistente a la acción del acree-
dor (con todo el séquito de acciones aparentes, etc.) sino a un jui-
cio que viene planteado en el desarrollo de la acción, y que si ne-
gativo puede arrastrarlo todo, siempre en su actualidad de juicio
(v. mi Commentario cit., III, p. 75).
5. – Como es fácil imaginar, muchos son los problemas cola-
terales, siempre gravísimos, que Mazzarella afronta y resuelve:
primero entre todos el de la posición del acreedor no dotado de
título, de la distribución del producto, de la pertenencia del pro-
ducto (que él no atribuye ni al deudor ni al Estado, sino que cons-
tituye algo así como un patrimonio separado, acentuando su des-
tinación a la satisfacción de los acreedores. En el fondo, cuando se
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dice que el embargo se transfiere sobre el producto quizá no se


dice algo muy distinto). Pero no se puede aquí dar razón de todo, y
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ha llegado el momento de regresar a los dragoncitos, y preguntar-


nos si sea posible que un libro como éste, que marca indiscutible-
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mente una etapa en la evolución del pensamiento jurídico en ge-


neral y procesal en particular, se pueda escribir las cosas que se
leen en la citada reseña.
Tanto es posible que ha ocurrido, se puede contestar. Pero
entonces yo me pregunto qué se debe pensar de un catedrático
que no se da cuenta de qué significa el valor de símbolo, la natura-
leza verbalista que se atribuye al título ejecutivo, en el contexto de
un discurso que abraza nada menos que toda la historia de la ac-
ción; que llegue a decir que hablando de una acción que se hace
sentencia… se confunde (¡nada menos!) la actividad del acreedor
con el acto del juez; que reproche como una paradoja la transmi-
gración del ideal al real, que se logra a través del proceso, hasta el
momento en el que, con la obtención de la suma, el derecho del
acreedor realmente nace y se extingue, olvidando que la obliga-
ción es una situación instrumental, hecha adrede para afirmarse
extinguiéndose; que, en fin, no entienda (y no tras Mazzarella, sino
tras la historia del pensamiento de estas últimos treinta años)
como la sentencia de condena sea una “simple etapa” en la deter-
minación del concreto acreedor. Sin embargo, sin embargo… Si el
reseñador hubiera releído al mismo Mortara (Commentario del
codice civile e delle leggi di procedura civile, Milano, s.f., n. 438, p.
558 ss.), habría encontrado, aunque en el lenguaje de la época,
algo similar a propósito de la relación cognición-ejecución.
La verdad es que la constelación de los dragoncitos (que por
necesidad he debido considerar unitariamente, en cuanto inscripti
y conscripti, pero de alguno de ellos debo reconocer su ajenidad en
las lamentadas vicisitudes) no quiere entender estas cosas, no
quiere entender que el tiempo de los frascos de farmacia, esplén-
didos objetos de anticuariado, ha terminado y solo un farmacéuti-
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co privilegiado, id est un profesor ordinario, puede despachar su


contenido, es decir el vacío, a los estudiantes. Cuando, sin embar-
go, E.G. hablando de un libro suyo sobre el título ejecutivo, dice
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que puede haber expropiación forzada también a favor de sujetos


no dotados de título, afirmando que en tal caso el art. 474 sufre
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una derogación, y el estudiante Mazzarella (Contributo cit., p. 87,


nota 125) le contesta que lo que sufre la derogación es, en cambio,
el concepto de expropiación forzada asumido a priori como expre-
sión significante también en orden a la experiencia del acreedor
no dotado de título, el juego ha terminado, la mercadería no se
vende ya, y se perfila la sombra oscura del fracaso. Por esto, la
censura de E.G. al libro del joven Mazzarella se retuerce en contra
de quien la ha escrito. Por esto, cuando de la censura del libro se
pasa, aunque con prudencia, a la censura del método, se expresa el
propio escepticismo sobre su bondad, y se lleva incluso al libro
como testimonio de las “frutas del mal huerto”, por decirla con
Dante, no conviene siquiera enojarse. Basta esperar. Pese al temor
reverencial, pese las lisonjas prácticas, yo creo que los jóvenes
estén atraídos por la vía difícil y que a todo estén dispuestos me-
nos que a hacerse diáconos o subdiáconos de una iglesia caduca.
APOSTILLA
Tras la publicación de este escrito, la Rivista di diritto proce-
ssuale (1967, p. 328) ha publicado, a firma de la dirección, una nota
en la cual me señala como un mal ejemplo “por haber ofendido el
derecho fundamental que tiene todo estudioso, al igual que cual-
quier hombre, al respeto de su dignidad”. La Rivista di diritto pro-
cessuale es dueña de enlutar su bandera. Pero el equívoco es eviden-
te. Es incuestionable que todo hombre posee bergsonianamente su
dignidad, por el solo hecho de ser hombre, pero yo no creo haber
ofendido la dignidad de nadie. Pero el estudioso no tiene una digni-
dad propia, es decir para él el problema no se plantea en términos
de dignidad, sino de valor. Sobre la subsistencia de este valor el jui-
cio es libre, ni constituye nunca, salvo absurdos privilegios, ofensa.
Por tanto, yo no solo no he dado un mal ejemplo, sino que he dado
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uno óptimo y los jóvenes harían bien en seguirlo en toda ocasión.


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