Foxglove - Adalyn Grace
Foxglove - Adalyn Grace
Foxglove - Adalyn Grace
ISBN: 978-84-19699-42-8
Fotocomposición: Ediciones Urano, S.A.U.
Tengo una amiga a quien, en una entrevista de trabajo,
le preguntaron: «¿Qué es lo que hace que te levantes
por las mañanas?». Ella respondió: «La alarma del
despertador».
Este libro es para ella. Por ser siempre la primera en
leerme, por ser la mejor compañera de viaje, una
stalkeadora fantástica y por hacerme reír aun sin
pretenderlo.
Parte Uno
Prólogo
S e dice que las dedaleras llegan a su punto más letal justo antes de que
las semillas maduren.
Signa Farrow no pudo evitar pensar en aquella or tóxica y atrayente y
en la casa de su familia, que se llamaba igual pero en inglés, Foxglove, al
observar el cadáver del que fuera el duque de Berness, lord Julius
Wake eld.
Durante toda su vida había escuchado historias de cómo sus padres
habían muerto en aquella mansión, de cómo les habían arrebatado el
aliento con veneno. De niña, Signa había encontrado enterrados en la
buhardilla de su abuela retazos de periódicos arrugados detallando el
incidente, y recordaba pensar que aquella noche debió haber sido trágica y
preciosa. Se había imaginado cuerpos bailando bajo una nube de luces
cálidas mientras los vestidos satinados daban vueltas alrededor del salón
de baile, y Signa pensó en lo agradable que debieron haber sido aquellos
momentos antes de que llegara Muerte. Encontraba consuelo sabiendo que
su madre había muerto en un baile formal haciendo lo que más le gustaba.
Signa jamás se había permitido imaginar la tragedia de una muerte como
aquella ni se había detenido a pensar en las copas rompiéndose y en los
gritos ensordecedores como los que reverberaron en el salón de Thorn
Grove. Hasta que su prima Blythe se dio de bruces cuando alguien pasó por
delante de ella, Signa no había pensado en que había que vigilar dónde
colocar los pies y las manos para evitar que los pisotearan quienes pasaban
corriendo y dejaban detrás el cuerpo que yacía inerte a sus pies,
apresurándose para llegar a la salida.
Aquella muerte no fue como la que se había imaginado para sus padres,
tranquila y preciosa.
Aquella muerte fue despiadada.
Everett Wake eld se hundió de rodillas al lado de su padre. Se agachó
sobre el cadáver y no pareció ser consciente del creciente caos a su
alrededor ni siquiera cuando su prima Eliza Wake eld lo agarró por el
hombro. La joven tenía el rostro verde como el liquen. Echó una larga
mirada a su tío muerto, se llevó las manos al estómago y depositó la cena
sobre el suelo de mármol. Everett ni siquiera se estremeció cuando vio el
vómito sobre sus botas.
Unos momentos antes, el duque de Berness había estado sonriendo,
preparado para unirse a los Hawthorne en su estimado negocio, el Club de
Caballeros Grey. El acuerdo llevaba semanas siendo el cotilleo más
relevante del pueblo, y Elijah Hawthorne, el antiguo tutor de Signa, llevaba
más tiempo aún enorgulleciéndose de haber llegado a él. Pero estando
detrás del cadáver de quien casi fuera su compañero con una copa de agua
temblando entre sus manos, Elijah Hawthorne ya no se pavoneaba. Se
había quedado tan blanco que su piel parecía mármol y debajo de sus ojos
se arremolinaban las venas azules.
¿Quién me ha hecho esto? El espíritu de lord Wake eld se cernía
sobre su cuerpo, con sus pies traslúcidos que apenas tocaban el suelo
cuando se giró para ponerse frente a Muerte y Signa, los únicos que podían
verlo.
Signa se preguntaba lo mismo, aunque con la muchedumbre inquieta a
su alrededor, no podía responder a lord Wake eld en voz alta. Esperó a ver
si caían más cuerpos, preguntándose mientras tanto si así fue como había
ocurrido la noche en que murieron sus padres en Foxglove, si había dado la
sensación de que había demasiado brillo y resplandor para la enfermedad
que contaminaba el aire y si su madre había sentido el vestido sudado y el
cabello rizado tan pesado como lo sentía Signa en aquel momento.
Signa estaba tan perdida en su pensamiento y sentía tanto miedo que se
estremeció cuando Muerte susurró a su lado:
—Tranquila, pajarito. Esta noche no morirá nadie más.
Si se suponía que aquello tenía que tranquilizarla, tendría que volver a
intentarlo.
Everett sostenía la mano inerte de su padre mientras las lágrimas le caían
en un silencio estremecedor y el espíritu de su padre caía de rodillas frente
a él.
¿Hay algún modo de revertir esto? Lord Wake eld vigilaba a
Signa con tanta severidad —con tanta esperanza— que la joven se
desmoronó. Dios, lo que daría por poder decirle que sí.
Pero tenía que ngir que no lo oía, ya que estaba centrada en un hombre
al otro lado del cadáver que vigilaba todos y cada uno de los movimientos
de Signa. Su mera presencia la paralizaba y tenía todo el vello de punta.
Jamás había visto a aquel hombre, pero supo quién era en cuanto clavó
su mirada derretida en ella. Con aquellos ojos, el brillo de las luces
atenuado y los gritos de los asistentes a la esta apagados, desvaneciéndose
hasta que no fueron más que un murmullo distante. A pesar de que Muerte
la agarró con más fuerza, Signa vio que no podía girarse para mirarlo. El
hombre que se hacía llamar Destino la consumía, y por el asomo de sonrisa
que había en sus labios, él lo sabía.
—Es un placer, Señorita Farrow. —Su voz era tan rica como la miel,
aunque no tenía nada de dulce—. Llevo mucho tiempo buscándola.
Era más alto que Muerte en su forma humana, pero más delgado y
ataviado con músculos delicados. Mientras que Muerte era de piel clara y
tenía una mandíbula a lada y las mejillas huecas, Destino tenía unos
hoyuelos de lo más encantadores sobre una piel bronceada. Mientras que
Muerte era una oscura intriga, Destino relucía como si fuera un faro de luz
para todo el mundo.
—¿Por qué estás aquí? —dijo Muerte en un tono helado y amargo, ya que
Signa tenía los labios paralizados e inservibles.
Destino inclinó la cabeza y observó la mano de Muerte sobre el hombro
de Signa, separados solo por un trozo de tela.
—Quería conocer a la joven que le había robado el corazón a mi
hermano.
Signa volvió a prestar atención. «Hermano». Muerte no había dicho que
tuviera ninguno, y por la tensión que había en el aire, no estaba segura de
si debería creéserlo. Nunca había sentido tanta letalidad por parte de
Muerte, cuyas sombras se encharcaban bajo él. Signa ansiaba retroceder y
hallar consuelo en su protección, pero por mucho que le implorara a su
cuerpo que se moviera, era como si tuviera los pies clavados en el suelo. Se
sentía como una pulguita bajo la mirada de Destino, medio esperando que
levantara el pie y la aplastar con su bota. En vez de eso, el hombre dio dos
pasos adelante y tomó a Signa por la cara con una mano tan
sorprendentemente suave que ella se estremeció. La mano de un
noble, pensó. Destino se agachó para ponerse a la altura de Signa, y su
tacto le chamuscó la piel.
—Déjala. —Las sombras de Muerte se arremolinaron hacia adelante y se
detuvieron en la nuca de Destino cuando el hombre pasó el pulgar por el
cuello de Signa.
—Nada de eso. —Destino ni siquiera levantó la mirada ante la amenaza
de Muerte—. Puede que tú reines sobre los muertos y los moribundos, pero
no nos olvidemos de que es mi mano la que controla el destino de los vivos.
Mientras respire, esta es mía.
El frío se desvaneció de la habitación en cuanto Muerte se quedó quieto.
Signa forcejeaba contra el agarre de Destino, pero el hombre se mantenía
con fuerza. Se inclinó, y sus narices quedaron casi a la misma altura
mientras la inspeccionaba. Y aunque no se dijeron ninguna palabra, en su
mirada de ojos antiguos estaba buscando algo. Algo tan oscuro y febril que
Signa se mordió la lengua, como incapaz de moverse contra ese hombre
que había conseguido que hasta Muerte se quedara quieto.
En un susurro, Destino preguntó:
—Señorita Farrow, ¿tiene usted idea de quién soy?
Mirarlo era como mirar al sol. Cuanto más tiempo se quedaba mirándolo
Signa, más borroso se volvía el mundo, con rayos de sol estallando en su
vista. Su voz también se estaba volviendo difusa, sus palabras eran suaves y
se entremezclaban como una crema.
Signa sentía punzadas en la sien y empezaba a dolerle la cabeza.
—Solo por el nombre —consiguió decir con la voz prácticamente
entrecortada. Desde su tacto hasta su voz, todo sobre aquel hombre la
escaldaba.
Destino apretó más la mano con la que le agarraba la cara para mantener
su atención.
—Piense un poco más.
—No hay nada que pensar, señor. —Si no conseguía escaparse
rápidamente, se le iba a partir la cabeza en dos—. No le he visto jamás en mi
vida.
—¿Es eso cierto? —Destino soltó a la joven. Aunque su severidad era
evidente, había algo familiar en su enfado, algo que a Signa le recordaba al
pajarito indefenso que había sostenido en las manos hacía unos meses, o a
los animales heridos que se había encontrado en el bosque. Mientras
Destino echaba los hombros hacia atrás y se sacudía el pañuelo que llevaba
al cuello, Muerte acudió y las sombras envolvieron a Signa. La acomodó
contra su pecho y colocó la mano alrededor de su cintura.
—¿Que te ha dicho? —Las sombras de Muerte eran más frías de lo
habitual, temblaban y estaban furiosas.
Signa intentó decírselo, calmarlo, pero cada vez que abría la boca para
repetir la pregunta de Destino en voz alta, se le cerraba de golpe. Lo intentó
tres veces, hasta que entendió que no era la sorpresa ni el dolor de cabeza
punzante lo que le impedía hablar, y entonces se dio la vuelta para echar
una mirada furiosa a Destino.
Muerte no dijo nada cuando pasó por delante de ella. La oscuridad se
ltraba desde él con cada paso, arrebatando el color de las paredes doradas
y resquebrajando las columnas de mármol. Signa respiraba con más
facilidad y ya no tenía que entrecerrar los ojos, porque Muerte estaba en su
forma humana, frente a frente con Destino. Su voz era la de una parca,
como las que solo se encontraban en las pesadillas más aterradoras.
—Vuelve a ponerle un dedo encima y será lo último que hagas.
Destino portaba su divertimento como un arma confeccionada por
expertos y a nada hasta la perfección.
—Mírate, cómo has crecido. Te has convertido en un protector de lo más
temible. —Chasqueó los dedos y el mundo volvió a ponerse en marcha. Los
gritos acallados se volvieron chillidos a oídos de Signa. La presión de los
cuerpos apurados, más intensa. El aroma de la almendra amarga otaba
desde el cuerpo fallecido bajo ellos, y con cada momento se hacía más
evidente—. Tú no eres el único capaz de hacer amenazas, hermano. ¿Te
amenazo yo?
Resultaba imposible decir cuánto tiempo había pasado o si había pasado
algo de tiempo, pero Elijah enseguida consiguió que un guardia llegara
corriendo al salón de baile para que inspeccionara el cuerpo. Destino ya no
estaba frente a ellos, sino que se había entremetido en el grupito que se
había quedado. Aunque Signa no pudo oír lo que le estaba susurrando a
una mujer en el oído, no le importó lo más mínimo el horror que surgió en
el rostro de la misma. Agitada, le susurró algo al hombre que estaba a su
lado, que a su vez le contó lo que fuera que le habían dicho a su marido.
Enseguida todo el salón estuvo sumido en cotilleos y en miradas caldeadas
que echaban hacia Elijah y su hermano, Byron, que estaba a su lado, con el
bastón de palisandro temblando en la mano. Los invitados también se
mantenían a cierta distancia de Blythe, como si la familia Hawthorne fuera
una plaga que infectaría a todo aquel que se atreviera a acercarse
demasiado.
Aunque Elijah hizo frente al repentino recelo de la multitud con la
cabeza bien alta, los incesantes chismes provocaron que Blythe se
hundiera. Su mirada entrecerrada se volvió más a lada al inspeccionar la
habitación —que de repente parecía demasiado grande e iluminada—, y los
rostros que no se atrevían a sostenerle la mirada.
Al conocer esa sensación y lo mucho que podía destrozar a una persona,
Signa se dio la vuelta para enfrentarse a quienes estaban observando.
—¿No les da vergüenza? Acaba de morir un hombre, y ustedes se
comportan como si esto fuera el teatro. ¡Fuera! Dejen que el guardia haga
su trabajo.
Aunque varios invitados pusieron mala cara, no se dieron mucha prisa
en salir, sobre todo cuando Destino pasó por el medio de la multitud y se
acercó al guardia. Signa empezó a ir tras él para detener lo que fuera que
Destino tuviera entre manos, pero Muerte la agarró por el codo y la hizo
retroceder.
Aún no, advirtió Muerte con unas palabras que resonaron dentro de su
cabeza. Hasta que sepamos lo que quiere, no deberíamos
hacer nada.
Signa cerró los puños y se puso en jarras, y tuvo que hacer todo lo que
estuvo en su poder para no rendirse ante la tentación.
En un acto realizado con tanta naturalidad que deberían haber vendido
entradas para que lo vieran, Destino montó un espectáculo señalando con
un delgado dedo a uno de los hermanos Hawthorne.
—Ha sido él —anunció Destino, que sobresalía entre los gritos ahogados.
Signa no tuvo ni un momento para reaccionar ante el hecho de que, a
diferencia de Muerte, a Destino podían verlo plenamente todos los
presentes en la sala—. Elijah Hawthorne fue quien le dio la bebida a lord
Wake eld. Lo he visto con mis propios ojos.
Hubo murmullos de aprobación, rumores en voz baja de personas
autoconvenciéndose de que ellos también habían visto exactamente lo que
había dicho aquel hombre.
Al guardia se le endureció el rostro al agacharse al lado del cuerpo y
levantar un fragmento de la copa de champán hecha añicos. Cuando la
levantó para oler el residuo, arrugó la nariz.
—Cianuro —dijo con voz queda, y Signa tuvo que recordarse que tenía
que parecer sorprendida.
El guardia no compartía el asombro de la gente, y Signa se preguntó si
aquella ecuanimidad tenía que ver con lo que había estado leyendo en el
periódico durante los últimos meses.
El veneno, el cianuro en particular, se estaba volviendo
inquietantemente popular. Al ser casi indetectable, se trataba de una
manera astuta de cometer un asesinato. Algunos habían llegado a llamarlo
el arma de la mujer, ya que requería muy poco esfuerzo y nada de
brutalidad, aunque a Signa aquella etiqueta le sobraba.
Desvió la mirada hacia Everett y Eliza Wake eld. Eliza continuaba
dándole la espalda al cuerpo, agarrándose el estómago, mientras que
Everett estaba consumido por unos temblores silenciosos.
Destino dio un pasito adelante para dejar la mano sobre el hombro de
Everett. Se agachó hasta la altura del joven y le preguntó:
—¿Viste a Elijah Hawthorne entregarle la copa a tu padre, no?
Everett levantó la cabeza de golpe. Tenía la mirada hueca, como si le
hubieran chupado la luz.
—A los dos —dijo poniéndose en pie y con una voz más feroz—. Byron
también estaba a su lado. Quiero que se lleven a ambos hermanos
Hawthorne bajo custodia.
A Signa le ardió el pecho cuando vio un destello tenue y dorado en las
yemas de los dedos de Destino. Los movía con la mayor lentitud, y al
entrecerrar los ojos, Signa habría jurado que había hilos tan delgados como
una telaraña reluciendo entre ellos.
—Escúchame, muchacho —empezó Byron.
Solo se detuvo cuando Elijah agarró del brazo a su hermano y dijo:
—Estaremos encantados de contarte todo lo que sepamos. Te aseguro
que queremos averiguar la verdad tanto como tú.
Signa se sintió más agradecida que nunca por la nueva sobriedad de
Elijah. No quería ni imaginarse cómo habría respondido unos meses atrás,
cuando sufría delirios por el dolor provocado por la muerte de su esposa y
la enfermedad de su hija, Blythe. Seguramente al hombre le habría hecho
gracia la ironía de la situación, pero en aquel momento, Signa sintió alivio
al verlo con un gesto serio.
No había manera de saber a qué estaba jugando Destino, pero, sin duda,
Elijah y Byron no tendrían ningún problema con el guardia. Acompañó a
los hermanos Hawthorne por el salón de baile y solo les permitió que se
detuvieran un momento al lado de Blythe y Signa.
Elijah tomó a Blythe por la cara con ambas manos y le dio un beso en la
frente.
—No hay nada de lo que preocuparse, ¿de acuerdo? Por la mañana todo
estará arreglado.
Elijah abrazó entonces a Signa, y el cuerpo de la joven entró en calor de la
cabeza a los pies con el beso que recibió en la frente, el mismo que le había
dado el hombre a su propia hija. Quizá fuera porque tanto ella como Blythe
estaban al borde de las lágrimas —estaban dadas de la mano—, pero Elijah
parecía muy calmado, como un hombre de camino a tomar el té en vez de
uno a quien acaban de acusar públicamente de asesinato.
—No le deis más vueltas, muchachas. —Puso una mano sobre sus
hombros—. Nos vemos pronto.
Y entonces tanto Elijah como Byron se fueron acompañados y salieron de
Thorn Grove como los caballeros que eran. Signa se quedó mirando el
vestíbulo incluso después de que desaparecieran, y parpadeó para
contener las lágrimas y que Destino no tuviera la satisfacción de verla
llorar.
Elijah iba a estar bien. Le harían algunas preguntas y después la supuesta
involucración de los hermanos Hawthorne en aquella muerte quedaría de
lado antes incluso de que llegara el forense para retirar el cuerpo.
Signa le apretó la mano a Blythe para transmitirle aquello, aunque su
prima no la estaba mirando ni a ella ni a su padre marchándose. En vez de
eso, Destino era el único punto de atención de la rabia de Blythe. Antes de
que ella o Muerte pudieran detenerla, Blythe se deshizo de la mano de
Signa y atravesó cruzando el salón de baile, agarrándose las faldas con
tanta fuerza que parecía que iba a romper la tela.
—¡Tú no has visto nada de eso esta noche, ni por parte de mi padre ni por
parte de mi tío! —Incluso con tacones, Blythe era mucho más baja que
Destino, aunque eso no la detuvo a la hora de acercarse tanto como pudo
físicamente y clavarle el dedo en la barriga como si fuera un arma—. No sé
qué es lo que quieres de mi familia, pero que me aspen si te permito que lo
consigas. —Blythe pasó de largo sin que le importara quién hubiera estado
mirando y se dirigió hacia el mayordomo de Thorn Grove, Charles
Warwick. Destino bufó, pero no la volvió a mirar, sino que se giró hacia
Muerte y Signa.
—Te toca, hermano —dijo—. Haz algo bueno.
Con la misma rapidez con que había aparecido, Destino volvió a
desaparecer, dejando solo el caos a su paso.
Dos
U na hora más tarde, los pasillos de Thorn Grove daban escalofríos del
silencio en el que estaban.
Signa se mantenía cerca de las sombras, con los dedos alrededor de la
madera retorcida del pasamanos, y se tomó su tiempo para bajar las
escaleras con pasos cautos. Cuando echaron el cerrojo de hierro detrás de
los últimos chismosos y Warwick se había retirado a sus aposentos, Signa
empezó a ser consciente de cada crujido y gemido de la madera que hacía
eco por el vestíbulo.
La nariz le hacía cosquillas por el humo de todas las velas que habían
apagado apresuradamente y que dejaron la casa en una oscuridad tal que
Signa no debería haber sido capaz de verse las manos enfrente. Pero
también podría haberse encontrado en un claro de verano, ya que el
resplandor de un espíritu se colaba por el umbral del salón de baile e
iluminaba un camino bien marcado hacia las puertas dobles. Suponía que
Muerte debía seguir estando ahí preparando al duque fallecido, e intentó
echar un vistazo dentro de manera discreta cuando se le erizaron los pelos
de la nuca y oyó una voz detrás de ella.
—Ha pedido estar unos minutos a solas con su hijo.
Signa dio un traspié y estuvo a punto de salir pitando de ahí, pero se dio
cuenta de que la voz baja y resonante era la de Muerte. Miró detrás de ella
para asegurarse de que no hubiera nadie merodeando por la escalera y
luego le hizo una señal para que bajara por el pasillo. Lo último que
necesitaba la familia Hawthorne era encontrarla sola en la oscuridad
hablando consigo misma momentos después de un asesinato.
Muerte había vuelto a la forma de sus sombras y se deslizaba por las
paredes detrás de Signa, que intentaba no temblar ante su cercanía. Tenía
la mente plagada con un millón de preguntas, pero la primera que se le
escapó al cerrar bien las puertas del salón fue:
—¿Cuándo ibas a decirme que tenías un hermano?
Muerte suspiró, y fue como un suave soplido del viento que le retiró el
cabello de la cara a Signa mientras él le tomaba las manos. De no haber
llevado los guantes puestos, aquel roce habría sido su ciente para
detenerle el corazón y sacar los poderes de la parca que yacían latentes
dentro de ella. Pero como sí que los llevaba, Signa se mantuvo enteramente
humana cuando sus dedos se entrelazaron.
—Llevo sin hablar con él unos cuantos cientos de años —respondió
Muerte por n, retirándole con dulzura un mechón de cabello y
colocándoselo detrás de la oreja con sus sombras y con mucho cuidado de
no tocarle la piel—. Si no nos fuera imposible morir, ni siquiera estaría
seguro de que aún tuviera un hermano.
Signa se acordó de la manera en que se había encogido ante la presencia
de Destino y la tensión con la que la había agarrado. Incluso en ese
momento, a solas y contra las estanterías en la esquina de la habitación,
Muerte mantenía la voz baja. Signa intentó no rechinar los dientes, no
soportaba verlo tan inquieto. Se suponía que Muerte no se acobardaba, que
no debía tener miedo. ¿Quién era Destino exactamente, que podía llegar de
aquella manera y hacer que su hermano respondiera así?
—Está jugando con nosotros —dijo Signa. Le picaba la piel y estaba más
desconcertada de lo que le gustaría admitir. Solo se tranquilizó cuando
Muerte la acercó hacia él, y el corazón le palpitó con fuerza cuando le pasó
el pulgar de manera suave a lo largo de uno de los guantes.
—Pues claro. Destino controla las vidas de sus creaciones: lo que ven, lo
que dicen, cómo se mueven… Sus caminos y sus acciones, todo lo ha
presagiado su mano. Mi hermano es peligroso, y sea cual sea la razón por la
que está aquí, está claro que no tiene ninguna intención buena.
A Signa no le gustaba demasiado que se re rieran a ella como una de las
«creaciones» de Destino. Después de todo lo que había superado, que sus
decisiones se redujeran a Destino hacía que sintiera que su éxito fuera
inmerecido, como si, de algún modo, él hubiera metido mano en todas sus
decisiones más difíciles y en sus mayores triunfos.
—Desde luego, como a un hermano no te ha tratado. —Signa apretó con
suavidad el pulgar en la palma de Muerte, deseando arrancarse los guantes
para poder sentirlo más.
—Durante muchísimo tiempo, solo nos tuvimos el uno al otro —dijo
Muerte—. Llegamos a vernos como hermanos, aunque esa etiqueta no
signi ca gran cosa últimamente. Destino me odia más que cualquier otra
persona en este mundo.
Signa no tuvo la oportunidad de presionarlo para que le contara más,
porque Muerte retiró la mano para agarrarla por la barbilla e inclinarla
hacia él. Por más oscuro que estuviera el salón, Signa podía ver lo a lada
que era su mandíbula entre las sombras siempre cambiantes. La tensión de
sus hombros se relajó cuando él le tocó la piel desnuda por primera vez
aquella noche. El frío le inundó el cuerpo, y Signa inclinó la cabeza contra
él para saborear el tacto.
—Dime la verdad. —Muerte le rozó la oreja con los labios y a Signa le
fallaron las rodillas—. ¿Te ha hecho daño, pajarito?
Signa maldijo su corazón traicionero. Quería más información, ya que en
aquel momento empezó a darse cuenta de lo mucho que le quedaba por
aprender sobre aquel hombre al que había creído que entendía. Pero
cuanto más la sostenía Muerte, más sentía Signa derretirse bajo su tacto
mientras, latido a latido, su corazón se detenía.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que la había abrazado de aquella
manera? ¿Días? ¿Semanas? Para que se vieran, alguien cercano tenía que
estar muerto o muriéndose, y desde que Blythe se había recuperado del
envenenamiento por belladona, aquellas circunstancias eran escasas.
Signa se alegraba de ello, por supuesto, ya que le iría bien algo de
estabilidad y menos muertes en su vida. Aun así, se había pasado
demasiadas noches recordando la quemazón de los labios de Muerte
contra los suyos y cómo se sentía cuando sus sombras se deslizaban por su
piel. Durante demasiado tiempo solo había podido comunicarse con él a
través de sus pensamientos, pero con él físicamente presente, su control
aqueaba. Tal vez su mente quisiera respuestas, pero su cuerpo lo quería a
él.
—¿Estás intentando distraerme? —preguntó Signa mientras se deshacía
de los guantes y los lanzaba al suelo.
El intenso murmullo de la risa de Muerte le provocó calores en la parte
baja del vientre. A Signa le ardió la sangre por el deseo cuando él le
preguntó:
—¿Está funcionando?
—Demasiado bien. —Signa pasó la mano por su brazo y vio cómo las
sombras se derretían bajo sus dedos y daban paso a la piel, a un cabello
blanco roto y a un cuerpo tan alto como un sauce y ancho como un roble; a
unos ojos tan oscuros como la galaxia, que brillaban al mirarla con la
misma ansia que pulsaba en lo más profundo de ella—. Pero no lo
su ciente como para evitar que pregunte cómo era tu vida antes de
conocerte. Quiero saberlo todo, Muerte. Lo bueno y lo malo.
El silencio que se expandió entre ellos fue in nito, y como única
respuesta obtuvieron el golpe de una rama contra la ventana, un sonido
agudo y punzante en la brisa de primavera. Luego, Muerte dijo en voz baja:
—¿Qué pensarás cuando descubras que hay más cosas malas que
buenas?
Signa intentó que se le quedara grabada en la memoria la sensación de
su piel debajo de la suya y saborearla mientras pudiera.
—Pensaré que todo por lo que has pasado te ha hecho ser el hombre que
está frente a mí hoy. Y ese hombre me gusta bastante.
Muerte le rodeó la cintura con el brazo y metió los dedos en los pliegues
de su vestido.
—¿Cómo es que siempre sabes lo que hay que decir?
Derritiéndose en los contornos de su cuerpo, Signa se rio:
—Creo recordar que tú me acusaste de lo contrario unos meses atrás. ¿O
es que ya te has olvidado?
—No podría olvidarme de lo lista que eres aunque quisiera, pajarito. Y te
contaré todo lo que quieras saber sobre mí. Pero antes, creo que tenemos
que ponernos al día.
Muerte puso una mano en cada una de las caderas de Signa y sus
sombras pasaron por detrás de ella, tirando unas piezas al suelo al dejarla
sobre la mesa donde Elijah y ella habían jugado a las damas unos meses
antes. Signa tuvo un pensamiento pasajero y gracioso sobre lo mucho que
había odiado a Muerte por aquel entonces. Y ahí estaba, unos meses
después, con las piernas alrededor de él y las faldas levantadas mientras lo
besaba entero. Probó sus labios y no pensó sino en lo mucho que quería
que la consumieran. Signa se mantuvo agarrada a él, y cuando tuvieron
su ciente de la mesa, se trasladaron a la butaca, donde él se agachó sobre
ella con una rodilla entre sus piernas.
Muerte saboreó con sus labios el cuello, la clavícula y la carne tierna que
había justo por encima del corsé.
—He pensado en ti todos los días. —Su voz era como un riachuelo
ensordecedor que la arrastraba hacia las profundidades de su corriente y la
devoraba por completo—. He pensado en esto y en todas las maneras en
que compensaría mi ausencia.
No había su cientes palabras en aquel mundo para describir la manera
en que el roce de Muerte la hacía sentir. Algún día, cuando fuera mayor y su
vida humana hubiera recorrido todo el camino, llegaría un momento en el
que el frío la llamaría y no la dejaría ir. Signa no tenía ganas de que llegara
ese día, pero tampoco le tenía miedo. Había aprendido a apreciar el frío
que le atravesaba las venas, a regodearse en su poder, ya que era parte de
quien se suponía que debía ser. Y así indicó a Muerte que se acercara y le
colocó las manos en los cordones del corsé.
Pero en vez de soltarle las manos, Signa se quedó quieta al reconocer que
la butaca en la que se habían acomodado era aquella en la que Blythe y
Percy estuvieron viendo las primeras lecciones de protocolo de Signa.
Clavó los ojos en la alfombra persa gruesa con la que se había tropezado
cuando Percy la estuvo ayudando con las lecciones de baile. Signa se apartó
de Muerte y se llevó las manos al pecho pensando en la última vez que
había visto a su primo: en un jardín en llamas, siendo la comida de un
sabueso del in erno hambriento.
—¿Signa? —Perdida en el haz de sus recuerdos, Signa apenas escuchó la
llamada de la parca. No se arrepentía de su decisión. De haber tomado otra,
Blythe estaría muerta. Aun así, no podía dejar de oír la risa de Percy. No
podía dejar de ver su sonrisa en la mente y recordar lo roja que se volvía su
nariz cada vez que se aventuraban en la nieve.
—Aquí aprendí a bailar. —Hundió los dedos en los almohadones y
arrastró las uñas sobre la tela—. Percy me ayudó con las lecciones.
Aquello fue todo lo que Muerte necesitó para entender, y ajustó su
postura a n de poder acomodarla en sus brazos. Signa se sentó entre sus
muslos, arrullada contra el frío placentero de su pecho.
—No eres responsable de lo que le ocurrió a tu primo.
—Me dieron a elegir —susurró ella—, y lo hice.
Con la barbilla de Muerte descansando sobre su cabeza, Signa sintió su
suave canturreo antes de oírlo.
—¿Estás diciendo que si volvieras a estar en esa posición elegirías un
camino distinto?
No lo haría, y aquello era lo que más la aterrorizaba, más que cualquier
otra cosa. Lo que le impedía dormir por las noches no era que le diesen la
orden de intercambiar la vida de Percy por la de Blythe, sino que lo volvería
a hacer. Había empezado a querer a Percy, de verdad. Pero había sido casi
demasiado fácil dejar que muriera. Tal vez ya fuera más una parca de lo
que se había permitido creer.
—No te voy a mentir y decir que esta sea una existencia fácil. —El tacto de
Muerte era suave, tenía una mano alrededor de su cintura mientras ella
inclinaba la cabeza contra su hombro—. Puede que estuviera mal por mi
parte pedirte que tomaras aquella decisión, pero no había una respuesta
fácil. No quería que perdieras a ambos.
—No puedes protegerme de quien soy. —Al decirlo se dio cuenta de lo
que querían decir aquellas palabras. Signa ya había aceptado el oscuro
poder que había en su interior. Aun así, siempre habría ese susurro, aquel
con el que había crecido, el que le había hecho creer que todo en ella
estaba mal.
Cuando alguien carraspeó en el marco de la puerta, Signa se apartó de
Muerte y se dio la vuelta para ver quién había entrado en silencio en la
habitación, sin que ella hubiera oído abrirse la puerta. Por suerte seguía
estando cerrada: era el espíritu de lord Wake eld quien los miraba
jamente desde el umbral.
No me extraña que no tuvieras más interés en mi hijo. Puso
las manos detrás de la espalda sin preocuparse por esconder la manera en
que la estaba juzgando con su tono de voz ni la manera en que entrecerró
los ojos para examinar a Signa. Luego, se dirigió a Muerte: Por mucho
que intente evitar pensar en lo que vendrá después, parece
que sigo descubriéndome volviendo a ti.
Muerte le extendió la mano al duque.
—Eso es algo bueno. Signi ca que estás listo para unirte a mí y
abandonar este lugar.
El duque no continuó, sino que preguntó: ¿Duele pasar al otro
lado?
La sonrisa amable de Muerte era algo precioso de ver.
—Ni lo más mínimo.
A Signa se le ablandó el corazón al oírlo hablar con tanto cariño, y se
alegraba de que todos aquellos años no lo hubieran hecho ser más duro. El
duque relajó la tensión que tenía en los puños y extendió la mano hacia la
de Muerte, pero la retiró un momento antes de que se tocaran.
Mi hijo tendrá que relevarme de mis tareas, dijo lord
Wake eld con unas palabras que salieron atropelladas. No estoy
seguro de haberlo preparado.
De nuevo, Muerte extendió la mano.
—Has hecho el trabajo que se suponía que tenías que hacer. A tu hijo le
irá bien.
Las tareas son exigentes, argumentó. Tal vez deba quedarme
y vigilarlo. No descansará hasta que encuentren a quien me
asesinó.
—Lo sé —le dijo Signa. Dado que el último espíritu que había tenido
cerca la había poseído, luchó contra todo su instinto, que le decía que
saliera corriendo cuando lord Wake eld dirigió su atención hacia ella.
Aunque no conocía bien a Everett, había visto la cara que puso al sostener a
su padre—. Estoy segura de que tiene razón sobre Everett, y tengo la
intención de ayudarlo a encontrar a quien lo asesinara, señor. —Quisiera
Signa o no, Destino se había asegurado de que aquella fuera una tarea con
la que tuviera que lidiar.
Al duque le tomó un momento inclinar la cabeza, sin excusas. Su mirada
cayó sobre la mano de Muerte. Y en aquella ocasión, la tomó.
Cuídalo. Al duque se le resquebrajó la voz cuando las sombras de
Muerte se posaron a su alrededor. Pero antes de que se marcharan, Muerte
lanzó a Signa una última mirada.
No sé cuándo ni cómo, le dijo en poco más que un susurro en su
mente, pero pronto encontraré la manera de volver a ti.
Signa forzó una sonrisa, deseando poder aceptar fácilmente aquellas
palabras. La duda y la soledad se suponía que eran cosas del pasado. Aun
así, mientras las sombras consumían a Muerte y al duque por completo, se
dio cuenta de que tal vez aquello fuera solo el principio.
Mientras recuperaba el aire en los pulmones, Signa se ajustó las faldas y
se puso los guantes. En cuanto empezó a dirigirse hacia las puertas, sin
embargo, el latido que había recuperado en su corazón falló. Tropezó y se
agarró al borde de una mesa de té para poder mantenerse en pie.
Aquella no era, ni mucho menos, la primera vez que Signa tentaba a la
muerte, pero… Había algo diferente. Aquella vez, Signa se ahogó cuando
recuperó el aliento y tosió en los guantes cuando le sobrevino un ataque de
tos. Clavó las uñas en la madera, sentía como si se hubiera tragado trozos
de cristal que estuvieran intentando rebanarla por dentro.
Pasaron minutos hasta que pudo recuperar el aliento. Y cuando se retiró
las manos de la boca, jadeando y temblando, los guantes blancos de Signa
relucían de un color carmesí por la sangre.
Tres
Blythe
Blythe
señorita Farrow.
Blythe
N
padre?
o había duda de que estaban envenenado de nuevo a Blythe, porque
¿qué otra cosa podría explicar lo que había visto en el estudio de su
Nunca había corrido tan rápido como lo hizo en cuanto pudo liberarse de
la hiedra, y le llevó horas de andar de un lado para otro, preocuparse y
convencerse a sí misma de que debía estar viendo cosas hasta que reunió el
valor su ciente para volver al estudio, pero solo se encontró con que no
había plantas esperándola adentro. Los tablones de madera estaban todos
en perfecto estado, y el escritorio y sus papeles estaban libres del menor
rastro de tierra.
Entonces Blythe se dio cuenta de que estaba perdiendo la cabeza.
Se negó a quedarse por más tiempo en el estudio, y respiró
entrecortadamente mientras se apresuraba no hacia su habitación, sino
escaleras abajo para salir de Thorn Grove del todo, intentando no gritar ni
alertar a toda la casa de su achaque.
Había pasado mucho tiempo desde que había salido de Thorn Grove en
algo que no fuera un carruaje. Preocupado por si tenía una recaída en
cuanto a su salud, Elijah la había observado con cautela y se había
asegurado de que Blythe hiciera pocos esfuerzos físicos y que el personal la
mimara. Pero el cuerpo le temblaba de manera violenta como para
atrincherarse sola en su habitación, por lo que Blythe se pasó la mayor
parte de una hora paseando por el jardín dando pisotones, empapándose
del calor de la primavera hasta los huesos y debatiéndose si decirle a Signa
lo que había ocurrido.
Al nal, Blythe decidió que quería más tiempo. Más tiempo para ver si se
trataba solo de una recaída temporal. Más tiempo para sentirse, por lo
menos, un poco normal, sin que todo el mundo la tratara como una reliquia
familiar frágil y de cristal. Así, se aventuró hacia las caballerizas, donde un
mozo al que nunca había visto estaba de cuclillas en el heno con un potrillo
acurrucado a su lado. El pobre estaba temblando, no abría los ojos y
respiraba de manera pesada. Una yegua preciosa y dorada sacaba la cabeza
desde la siguiente cuadra para observar. A Blythe se le encogió el estómago
al darse cuenta de que era el caballo de su madre, Mitra.
El mozo de cuadra cantaba mientras acariciaba con los dedos el pelaje
del potro, y aunque le llevó un rato reconocer la canción, Blythe soltó una
risa de lo más suave cuando se dio cuenta de que estaba cantando una
canción totalmente inapropiada sobre una mujer preciosa que trabajaba
en una granja, con una voz cansada y marcada por un acento irlandés.
Blythe pasó los ojos de él al potro, y en voz muy baja preguntó:
—¿Se pondrá bien?
El mozo de cuadra se puso en pie de un salto.
—¡Señorita Hawthorne! Ay, Dios. Perdóneme, no tenía ni idea de que
estaba en presencia de una señorita. —Tenía los ojos redondos y abiertos
de par en par, y estaba fallando estrepitosamente intentando no tropezarse
consigo mismo—. ¿Puedo ayudarla con algo?
—El potro. ¿Se pondrá bien?
El mozo suavizó el rostro.
—Lo sabremos con el tiempo, señorita. Lo único que podemos hacer
ahora es que esté cómodo y rezar por que todo salga bien.
Blythe sintió una tensión en el pecho hasta el punto en que apenas pudo
respirar, y detestó hacer caso de su primer instinto, que fue el de alejarse
del recién nacido. Últimamente le resultaba muy difícil mirar a los muertos
o a los que se estaban muriendo. El recuerdo de todo el tiempo que había
pasado en aquel umbral aún era demasiado para sobrellevar.
Se obligó a volver a prestar atención a la tarea que tenía entre manos. Su
padre estaría furioso si se enterase de que había hecho el camino hasta las
caballerizas, por no hablar de que quería montar a caballo. Por suerte para
ella, el mozo de cuadra era nuevo en el trabajo, lo había contratado Byron
hacía solo una semana.
—Me gustaría salir con Mitra. —Blythe juntó las manos detrás de la
espalda e intentó parecer segura de sí misma. El mozo miró detrás de ella, y
se le formó una arruga minúscula entre las cejas al ver que estaba sola.
—¿Necesitará un acompañante?
Era una pregunta sincera. Una pregunta honesta y que se esperaría que
hiciera cualquier mozo de cuadra que se preciara. Aun así, Blythe se sintió
resentida, porque hubo un tiempo en el que algo como montar a caballo le
había resultado tan fácil que se habría reído de aquella pregunta. Pero por
aquel entonces no estaba nada familiarizada con su nueva capacidad de
resistencia, por lo que no sabía cuándo se cansaría, y no era tan necia como
para permitir la posibilidad de quedarse atrapada y sin compañía en el
bosque. Por eso, Blythe se mordió la lengua y le dijo:
—Sería todo un detalle, señor…
—Crepsley. William Crepsley. —Tenía las manos llenas de callos por el
trabajo duro, una composición ancha y una piel bronceada por el sol que
no pertenecía a un hombre de la alta sociedad. No podía ser mucho mayor
que Blythe, y se jó en que tenía un rostro redondo, amable y sincero. Dado
el poco tiempo que llevaba ahí, sin duda querría dar una buena impresión,
lo que signi caba que sería demasiado fácil aprovecharse de él.
—¿Estará bien el potro si se queda solo?
—No estará solo —prometió William—. Vendrá alguien a examinarlo
pronto, y el señor Haysworth cuidará de él mientras tanto.
Blythe asintió con la cabeza, aunque no tenía la menor idea de quién era
el señor Haysworth. Llevaba veinte años viviendo dentro de los muros de
Thorn Grove, pero cada día se estaba volviendo más desconocido para ella.
Le llevaría mucho tiempo aprenderse los nombres y las caras del nuevo
personal.
—Muy bien. Entonces agradecería que alguien me acompañase a la nca
de los Killinger, señor Crepsley. Con mucho gusto iré primero.
Cuando William asintió con la cabeza y se dispuso a preparar los
caballos, Blythe se descubrió más agradecida de lo que él jamás sabría. No
porque fuera amable o llevara tan poco tiempo en aquel trabajo que no
sabía que, en teoría, ella no debía estar ahí, sino porque si volvía a brotar
musgo o espinas, al menos en aquella ocasión no estaría sola.
***
William fue más lento de lo necesario, pero Blythe no le dio ningún
problema. Estaba segura de que estaba comprobando su trabajo
minuciosamente, seguramente porque no habría tenido la oportunidad de
preparar a un caballo para un paseo propiamente dicho desde que había
empezado a trabajar en Thorn Grove. Pero Blythe fue paciente, y el mozo
de cuadra volvió enseguida con Mitra y otra yegua blanca y con la silla
puesta.
Mitra se acercó a ella con la cabeza baja y moviendo la cola, y soltó un
soplido agradable para saludar a Blythe, que le puso la mano sobre la
frente y acarició su preciosa crin dorada. Habían pasado años desde la
última vez que había visto al caballo, desde que su madre había estado con
vida y lo bastante bien como para salir a pasear con ella casi cada tarde.
Blythe casi podía oír el eco de la risa de su madre mientras cabalgaban, casi
podía ver su cabello al viento brillando como un rayo de sol en el cielo.
Llevaba mucho tiempo evitando los recuerdos de su madre, desesperada
por no seguir sus pasos. Pero en aquel momento, habiendo superado la
llamada de la muerte, Blythe se sentía atravesada por la nostalgia y
anhelaba cualquier resto que aún quedara de su madre en la tierra.
—Aquí tiene, señorita. —William agarró a Mitra mientras Blythe ponía
un pie en el estribo y se montaba en la silla. Se le puso un nudo en la
garganta cuando sintió la respiración de Mitra bajo ella, que parecía una
nana. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había tenido la fuerza
su ciente para subirse por sí misma sin pensarlo? Blythe se apartó del
mozo con lágrimas en los ojos.
Tal vez su subconsciente había sabido durante todo ese tiempo que
aquello era lo que necesitaba. Debió haber estado de los nervios más de lo
que se había imaginado para haber encontrado tanta paz en las
caballerizas. Aun así, no consiguió que el corazón dejara de latirle con
tanta violencia y descontento. No después de lo que había visto en el
estudio de su padre o de lo que había leído en aquellos cuadernos.
Blythe agarró las riendas con fuerza, determinada a encontrar la verdad.
Charlotte Killinger se había encontrado con Signa la noche en que
desapareció Percy. Ella fue quien alertó a Elijah de que había un incendio
en el jardín. Blythe ya había hablado con ella en una ocasión hacía meses,
pero tal vez había más información que recabar. Si alguien podía contarle
algo más sobre lo que ocurrió aquella noche en el bosque era Charlotte.
Blythe lideró la carga a través de la tierra reblandecida para adentrarse
en el bosque, que le resultó tan dolorosamente familiar que volvió a
sentirse como una niña. No veía simplemente árboles de un color verde
intenso que se doblegaban hacia ellos como una boca hambrienta, sino que
vio el fantasma de su madre sorteando ramas altas y delgadas, sin dejar en
ningún momento que le rasgaran las costuras de su vestido blanco, como
solía ocurrir con el de Blythe. Los pájaros martilleaban los troncos de los
altísimos robles, dándoles la bienvenida o cantando dulces melodías de
primavera. Blythe oyó la risa de su hermano entre ellos. Lo oyó
regañándola por permitir que se manchara tanto y llamando a su madre
para que ayudase a Blythe a desengancharse el cabello de las ramas
avariciosas.
Cuanto más lejos se aventuraban dentro del bosque, más le picaba la
nariz y le lloraban los ojos a Blythe. Se alegraba, al menos, de que el tiempo
no hubiera disminuido su familiaridad con la tierra. Había crecido sobre
aquel suelo, recogiendo bayas hermosas de los arbustos y siguiendo a
Percy el tiempo su ciente para ver al gran caballero adentrarse a
hurtadillas en los matorrales, acompañado de diferentes damas, cuando
creía que nadie estaba prestando atención. Estuvo a punto de reírse ante
aquel recuerdo; se aseguraría de mofarse de Percy por aquello cuando
consiguieran encontrarlo.
Blythe no necesitaba ningún camino para saber hacia dónde se dirigía.
Podría abrirse paso a través del bosque según la inclinación de las ramas o
los árboles que se volvían de color marrón con cada temporada menguante.
El bosque siempre había sido una parte de ella, estaba más ligada a su alma
de lo que se había dado cuenta.
La joven habría dado cualquier cosa por cerrar los ojos y permitirse girar
a la izquierda, hacia el camino olvidado que conducía al jardín de su
madre, donde la esencia de los lirios la acariciaba. Quería creer que su
madre la estaría esperando, viendo la cascada de ores de loto sobre el
estanque o sentada en su banco favorito y leyendo un libro que Blythe le
robaría para leer más tarde.
Pero todo cuanto la esperaba en el jardín eran cenizas y el fantasma de
unos recuerdos demasiado dulces. Así, Blythe giró hacia la derecha,
alejándose del jardín y dirigiéndose al hogar de Charlotte Killinger.
Les llevó menos de veinte minutos llegar hasta la nca que se situaba en
la base del bosque, protegida por una fortaleza de olmos altísimos. No era
ni por asomo tan grande como Thorn Grove, pero su encanto no tenía rival.
Mientras que Thorn Grove era lúgubre, hasta el humo gris que salía de la
chimenea de la nca de la familia Killinger parecía, de algún modo, de lo
más agradable. La piedra oscura de la nca estaba llena de enredaderas
que luchaban por consumir una puerta principal que también parecía
estar en guerra con los arbustos que crecían contra ella. Si alguien sacara la
imagen de una casa de campo de un cuento de hadas y la trajera
mágicamente a la vida, Blythe imaginaba que tendría el aspecto del hogar
de Charlotte. La tierra sobre la que se asentaba su hogar era de un verde
intenso y vibrante, y estaba rodeada por ciruelos y un solo árbol de saúco.
El musgo subía por la verja de hierro que rodeaba la propiedad, y por en
medio de los barrotes Blythe vio que Charlotte ya estaba afuera.
Sin embargo, no estaba sola.
Everett Wake eld estaba sentado al lado de Charlotte y sonreía de una
manera jovial. Charlotte se reía y le apretaba la mano mientras hablaban
en susurros bajos y alegres. No parecía que nadie más los acompañara, y
Blythe se sintió como toda una voyeuse cuando Everett le robó un beso a
Charlotte que ella le devolvió con mucho gusto.
Sonrojada del cuello para arriba, Blythe se dirigió a William y le dijo, en
voz más alta de la que tenía derecho a usar:
—Pero ¿has visto eso, señor Crepsley? ¡Parece que hemos llegado antes
de lo esperado!
Charlotte apartó a Everett de su lado y se susurraron unas palabras
apresuradas que Blythe no pudo descifrar. La joven hizo como que estaba
mirando hacia otro lado y que no se había dado cuenta de la presencia de
Everett mientras él se escabullía y salía de su vista.
Blythe siempre supo que Charlotte estaba interesada en Everett. Lo que
no había sabido era si el interés era recíproco. Qué curioso que ninguno de
ellos hubiera dicho nada sobre su relación.
Después de ajustarse el vestido y de asegurarse de que tenía el cabello
bien, Charlotte se apresuró hacia ellos.
—¡Pero bueno! —Soltó un grito ahogado—. ¡Cuánto tiempo hacía que no
te veía sobre un caballo!
Ignorando el cansancio que sentía en los huesos y todo lo que acababa de
presenciar, Blythe levantó la barbilla y dijo:
—Me temo que el mundo no está preparado para el poder que tengo
ahora que he recuperado mi fuerza.
Charlotte puso los ojos en blanco.
—En n, ya he visto su ciente.
Intentó quitarse de manera disimulada una mancha de césped sobre la
falda mientras William bajaba del caballo y tomaba las riendas de Mitra
para que Blythe pudiera desmontar. No se había dado cuenta de que se
había quedado sin aliento, ya que, aunque hubiera recuperado una gran
fuerza en los últimos meses, de vez en cuando la alcanzaba aquel cansancio
familiar que le nublaba la vista o le presionaba el pecho. Era un recuerdo
de que no debía hacer un esfuerzo excesivo.
Por muy entusiasmada que se mostrara, Charlotte debió ser capaz de
sentir la fatiga de su amiga. Entrelazó su brazo con el de Blythe en una
muestra de apoyo silenciosa.
—¿Solo habéis venido vosotros dos? —Charlotte echó un vistazo hacia el
bosque, seguramente buscando a Signa—. ¿Por qué no nos sentamos?
¿Señor Pembrooke? —Charlotte se dirigió a un señor alto y corpulento que
llevaba un traje y que justo estaba saliendo de la casa—. Por favor,
acompaña al mozo de cuadra de la señorita Hawthorne hacia las
caballerizas y asegúrate de que recibe lo que desea.
—Enseguida, señorita. —El señor Pembrooke asintió con la cabeza, y en
un momento ambos se dispusieron a cruzar el campo hacia las caballerizas.
—Disculpa mi espontaneidad —dijo Blythe cuando se quedaron solas—.
Sé que normalmente no recibirías visitas hoy, pero alejarme un rato de
Thorn Grove me ha parecido lo mejor.
Por un momento, la luz en la expresión de Charlotte se desvaneció.
—Lo que me extraña es que no salgas más a menudo con todo lo que
dicen sobre ese lugar.
Si Charlotte hubiera dicho algo así el día anterior, tal vez Blythe se
hubiera sentido ofendida. Pero después de lo que había presenciado en el
estudio, ya no podía estar segura de que los rumores sobre que Thorn
Grove estaba encantado no fueran verdad.
—Hasta ahora he aguantado —respondió Blythe. Detrás de ellas había un
arbusto lleno de arándanos, triste y moribundo a pesar del tiempo cálido.
Lo observó y pasó los dedos por sus ramitas desnudas mientras añadía—:
Aunque hay algo de lo que me gustaría hablar contigo.
Blythe nunca había visto a nadie tragándose una rana, pero pensaba que,
de haberlo hecho, tendría el mismo aspecto que Charlotte en aquel
momento.
—¿Ah, sí? —Charlotte desvió la mirada hacia la dirección en la que
Everett se había marchado. Aunque a Blythe le habría encantado
preguntarle sobre lo que acababa de presenciar entre ellos, Charlotte era
demasiado formal para sentirse cómoda sabiendo que alguien había sido
testigo de un momento de tanto cariño.
—Me gustaría que me contaras todo lo que viste la noche en que mi
hermano desapareció.
El alivio que sintió Charlotte fue tan intenso que Blythe casi pudo sentir
cómo se le relajaba a ella también el cansancio que tenía en los músculos.
—Nada bueno puede salir de esta conversación, Blythe. Ya hemos
hablado de esto.
En efecto, así era. Aun así, Blythe presionó:
—Por favor, una vez más. Te prometo que será la última vez que te lo
pregunte.
Charlotte soltó un suspiro y acompañó a Blythe a un banco que había
cerca, bajo la sombra de un arce enorme y lejos de oídos curiosos.
—Te he contado todo lo que sé. Vi a Percy brevemente en el bosque,
dirigiéndose hacia el jardín de tu madre. Apenas me había visto cuando lo
saludé, y…
—¿Qué aspecto tenía? —la interrumpió Blythe, entrecerrando los ojos
con fuerza hacia abajo para visualizar la escena en su mente—. ¿Iba con
prisa? ¿Caminaba despacio?
Charlotte posó sus ojos oscuros sobre ella con una seriedad alarmante.
—Tenía el mismo aspecto que todos los que salen corriendo de Thorn
Grove hablando de fantasmas. Si quieres que sea honesta contigo, parecía
estar medio loco. Me dijo que se dirigía al jardín, ya está. Fue una
conversación corta.
Entonces le contó a Blythe que Signa había ido tras él, y que la propia
Charlotte se dirigió a toda prisa hacia Thorn Grove para avisar a Elijah.
—Y entonces empezó a salir humo, ¿no? —preguntó Blythe—. Algo se nos
está escapando. Percy no saldría corriendo hacia el bosque sin más. No
desaparecería de aquella manera, no estando…
—¿Estando tú enferma? —Charlotte no esperó a ver cómo se le alargaba
el rostro a Blythe, antes se acercó más a ella y le puso una mano sobre el
regazo—. Si de verdad se marchó por voluntad propia, debía tener un buen
motivo para hacerlo.
Era la misma historia que Blythe había oído miles de veces. La misma que
le había contado Signa. Percy estaba paranoico con que alguien lo estaba
siguiendo después de que lo envenenaran durante el baile de Navidad.
Como Elijah había dejado claro que Percy jamás se haría cargo del Grey, no
tenía ningún motivo por el que quedarse en Thorn Grove. Huyó por su
propia seguridad. La historia, en todos los aspectos, encajaba.
Excepto por una cosa: ¿por qué Percy nunca había intentado contactar
con ellos? Ni para pedir dinero, ni para compartir sus andanzas; peor aún,
ni para preguntar por la salud de Blythe y asegurarse de que seguía con
vida. Tal vez le preocupaba que contactar con alguien lo pusiera en peligro,
pero… ¿no lo habría intentado por lo menos?
Tal vez Percy de verdad había empezado una nueva vida con un nombre
diferente, en algún lugar en el que su familia no fuese un objetivo
constante. Sin embargo, Blythe no podía ignorar las notas de Byron ni los
mapas tachados. Los recursos de la familia Hawthorne eran in nitos.
Charlotte se mostró tímida cuando volvió a hablar, en voz baja.
—Si Percy se hubiera mudado a algún otro lugar, deberían haber podido
encontrarlo —dijo.
—¿Qué quieres decir con ese «si»? —insistió Blythe, con la mente incapaz
de alejarse de esa única palabra—. Si no se fue por voluntad propia, ¿qué
crees que ocurrió?
Charlotte echó un vistazo por encima del hombro, como para asegurarse
de que nadie andaba cerca.
—No me toca a mí hacer especulaciones.
—¡Claro que sí! Quiero que las hagas. Por eso estoy aquí…
En aquella ocasión, las palabras de Blythe quedaron cortadas porque
Charlotte le había puesto una mano en la boca para ahogar cualquier
sonido.
—Le estás restando importancia a una parte importante de lo que
ocurrió después, Blythe. La parte en la que yo me encontré con tu prima. No
deberías estar haciéndome estas preguntas a mí. Yo no fui la que salió
corriendo hacia el incendio aquella noche.
Blythe se separó de Charlotte y se pasó la mano por la boca.
—¿Crees que Signa es la razón por la que desapareció Percy? —La risa
que soltó Blythe fue un sonido áspero e incisivo por el que Charlotte se
puso tiesa—. ¿Qué crees que podría haberle hecho? ¿Sacarlo corriendo del
pueblo? ¿Crees que es lo bastante fuerte como para haberlo matado?
Blythe estaba como una serpiente a punto de atacar la mano que le daba
de comer. Sabía perfectamente que no le convenía en absoluto
comportarse de aquella manera en la propia casa de Charlotte, pero no
podía dejar estar el enfado que se estaba cuajando en su interior. Estaba
acostumbrada a que la gente se apartara cuando ella mordía, era la manera
que tenía de protegerse ante cualquier cosa a la que no quisiera
enfrentarse. Por eso, cuando Charlotte se mantuvo alta y sin vacilar, fue
Blythe quien empezó a encogerse, con el pánico apoderándose de ella.
—Yo conocí a Signa cuando éramos niñas —insistió Charlotte—. Era mi
mejor amiga porque me gustaba que fuera un poco rara y que se pasara el
día en el bosque, como yo. La gente decía cosas sobre ella, pero yo no hacía
caso. Pero hay rumores. Rumores sobre por qué ha ido pasando de familia
en familia y por qué han muerto todos sus tutores.
»La gente siempre ha dicho que estaba maldita, aunque yo no me lo creí
hasta que murió su tío —continuó Charlotte, cada palabra en voz más baja
que la anterior—. Y luego mi propia madre. Mi padre y yo huimos, y me
pasé años creyendo que era una tontería. Signa no pudo haber sido la
razón por la que mi madre y su tío contrajeron la enfermedad que los mató.
Me alegré de volver a verla, pero desde aquella noche en el jardín no pude
evitar preguntarme… ¿Por qué fue corriendo hacia el incendio?
Blythe no tuvo que pensar en la respuesta, lo sabía dentro de su ser:
—Estaba buscando a Percy.
—Quizá. —Charlotte agarró el borde del banco con las manos—. Te
repito, no me toca a mí hacer especulaciones.
De repente, Blythe deseó no haber acudido a la casa de Charlotte. Porque
Signa le había salvado la vida. Ella estuvo ahí cuando nadie más lo hizo. Era
la persona de Blythe, que era lo único en lo que ella podía pensar cuando le
hizo señales a William para que trajera los caballos. Se montó sin decir una
sola palabra mientras Charlotte la seguía mirando con una expresión
hostil.
—¿Sabes? Everett quiere vigilarla —dijo mientras Blythe agarraba las
riendas con la mano—. ¿Por qué crees que os ha invitado a todos a la
investidura? Desde luego, no creerás que es porque a él aún le gusta.
Blythe se detuvo entonces, solo durante un momento y solo porque
nunca había oído una malicia como aquella en boca de Charlotte. Incluso
la señorita Killinger pareció reconocer enseguida aquel desliz, ya que puso
los ojos como platos a la vez que se cubrió la boca.
Y aunque Blythe sabía que no debía caer en ello —aunque no había
querido decir una palabra sobre ello—, sintió un fuego protector tan fuerte
por Signa que no pudo evitar responder:
—Dado lo que acabo de presenciar entre tú y Everett, no se me ha
ocurrido que pueda ser por eso. Cuando vuelvas a verlo, dale saludos de mi
parte, ¿de acuerdo?
Charlotte dio un paso atrás, y Blythe detestó que hubiera dado en el
blanco. Una palabra de Blythe y la reputación de Charlotte quedaría
arruinada.
Blythe no diría nada, claro, y se detestaba hasta por dejar creer a
Charlotte que podría hacerlo. Sin dejar pasar un momento más, Charlotte
se apresuró de vuelta dentro de la casa mientras que Blythe agitó las
riendas y salió encima de Mitra, con William manteniendo el ritmo a su
lado.
—Había un hombre escondido en las caballerizas —susurró él—. Estaba
agazapado detrás de una bala de heno.
Blythe le dirigió una mirada indignada.
—No, no había nadie.
En aquel momento, mientras le daba un suave golpe a Mitra y se
apresuraba para entrar en el abrazo del bosque, Blythe no pensó en su
madre mientras las ramas se enganchaban en su pelo y le arañaban el
vestido, sino que se acordó de las mujeres que había aquella temporada,
que destrozarían a quien pudieran con tal de ponerse por delante. La
competitividad de Charlotte hacía que su comportamiento no fuera mejor
que el del resto.
Pero no era ese el motivo por el que en aquel momento Blythe odiara a
Charlotte más que a nadie en el mundo, sino que era porque Charlotte
había plantado una semilla en su cabeza. Y daba igual lo mucho que Blythe
intentara deshacerse de ella, la idea era como un hierbajo entre sus
pensamientos que se estaba cavando profundamente y echando raíces.
No era posible que Signa le hubiera hecho daño a Percy. Ella lo quería,
igual que a Blythe…
… ¿No?
Diecisiete
P or mucho que Signa hubiera leído sobre las recepciones al aire libre,
la joven nunca había tenido el placer de acudir a una, menos aún a
una organizada por una reina.
El palacio Covington estaba compuesto por quinientas setenta y cinco
habitaciones, y su aspecto era tan sorprendente como aquel número desde
el momento en el que Signa atravesó sus puertas opulentas. Había
columnas de mármol blanco reinando sobre la entrada, adornadas con
capiteles de bronce dorado. Uno a uno, iban recibiendo a la gente en el
interior, y los conducían por una alfombra roja interminable y tan mullida
que Signa se preguntaba qué sensación daría bajo los pies desnudos. Por
supuesto, no iba a comprobarlo, dada la compañía con la que estaba. No
parecía haber una sola persona sin la nariz elevada con altanería ni un solo
hombre que no caminara como si un panal de abejas le hubiera picado en
el pecho y se le hubiera hinchado.
Condujeron a los invitados hacia una habitación con paredes de mar l,
donde de una araña de luces a juego y del tamaño del salón de Thorn Grove
colgaban unos cristales tan gruesos que uno solo bastaría para sacar de
pobre a alguien. Signa encontró su lugar al lado de Blythe y Byron. No se
atrevían a hablar, ya que el lugar daba la sensación de ser demasiado
suntuoso como para estropearlo con palabras.
En el extremo de la sala había un trono de color dorado y carmesí, y todas
las cabezas se inclinaron cuando salió la reina. Signa solo la había visto en
una ocasión, cuando hizo su presentación en sociedad, y estaba tan
nerviosa que los tobillos casi le cedieron durante la reverencia. En aquel
momento, no obstante, consiguió mantenerse en equilibrio mientras una
mujer preciosa con la piel de un intenso bronceado tomaba su lugar en el
trono. Era rolliza y de mediana edad, y llevaba un vestido de seda de color
rosa y el cuello de encaje, y una pequeña corona de diamantes sobre la
cabeza. La mirada de la reina solo se suavizó cuando Everett Wake eld
entró en la sala y lo llevaron frente a ella.
Lo habían ataviado con un conjunto precioso hecho de chenilla de seda
negra y con acabados de piel. El chaleco llevaba muchas decoraciones en
hilos plateados y botones de metal, y el blasón de su familia —un lobo
negro merodeando con un escudo blanco y plateado— estaba expuesto con
orgullo encima de su corazón.
Everett no fue el único al que se desviaron los ojos deambulantes de
Signa. Entre la multitud rebosante de emoción, se quedó quieta cuando vio
los ojos de Destino sobre ella. Habían pasado varios días desde que casi los
había pillado a Muerte y a ella en Wisteria, y la lástima aún se la
atragantaba en la garganta.
Aquella misma mañana habían llegado más ores por parte de él —en
aquella ocasión, acompañadas de bombones, que Blythe le había quitado
de las manos felizmente— y cada día Signa ponía su mayor empeño en
ignorar aquellas ofrendas y a las sonrisitas de las sirvientas. Por mucha
simpatía que sintiera por él, también debía tener en cuenta a Muerte y sus
miedos. Solo por aquella razón ya detestaba los regalos de Destino: no
quería sentir presión por su falsa esperanza ni que tuviera algún otro
motivo por el que pagar sus frustraciones con Muerte o la familia
Hawthorne.
Signa no sabría decir exactamente cuándo había empezado aquel
sentimiento —tal vez, hasta cierto punto, siempre hubiera estado ahí—,
pero tenía tantas expectativas sobre ella que la presión aumentaba
rápidamente: Blythe esperaba que Signa fuera una buena prima, una
prima normal, mientras que Byron quería que fuera una señorita formal y
adecuada que ayudara a restaurar el nombre de la familia. Destino
esperaba que fuera otra mujer completamente, una con poderes por los
que Signa habría dado cualquier cosa en otro momento.
En cuanto a ella misma… Bueno, Signa necesitaba resolver un asesinato,
proteger a todas las personas a las que quería y llegar a la raíz de quién era
y qué podía hacer.
Era agotador.
Everett se arrodilló frente a la reina, y Signa jó su atención en él
mientras le otorgaban el título de duque. La reina colocó un cetro sobre el
hombro derecho de Everett y luego sobre el izquierdo. Signa se unió a los
aplausos mientras el joven se ponía de pie, y la joven mostró su
comportamiento más educado y recatado ante las diversas miradas
furibundas y los rostros altaneros que se dirigían hacia su familia. Todo el
mundo había empezado a dirigirse hacia la esta, y Byron le dio un
golpecito en la pierna con el bastón, indicándole en silencio que hiciera lo
mismo.
—Es un buen chico —murmuró Byron lo bastante alto para que quien
tuviera la oreja puesta lo oyera—. Será un duque maravilloso.
Aunque Signa estaba de acuerdo con ambas cosas, no hizo ningún
comentario. Le pareció demasiado extraño mirar a Everett con la ropa
formal y ver otra cosa que no fueran las lágrimas en sus ojos al sostener la
mano del cadáver de su padre unas semanas antes.
—¿Signa? —preguntó Blythe y le cortó el hilo de pensamiento—. Parece
que estás como aturdida. Venga, vamos a la esta. —Y entrelazó el brazo
con el de su prima.
Blythe se había mostrado asustadiza desde el incidente del estudio, y
Signa la vio varias veces inspeccionando los rincones de todas las
habitaciones con una mirada agitada. También se había jado en el
resplandor proveniente de la luz de una vela bajo la puerta de Blythe la
noche anterior, cuando su prima debería haber estado durmiendo. Signa
había intentado que Blythe dejara de pensar en aquello llevándole recortes
de periódicos de crímenes recientes mientras tomaban té por las tardes,
pero el interés de Blythe por aquello era tenso y forzado.
Signa esperaba que aquella salida le hiciera bien. Aunque la gente les
lanzaba miradas llenas de desdén, los cuchicheos quedarían reducidos al
mínimo ante la presencia de la reina, lo cual era un descanso apreciado.
Examinando a la multitud, Signa atisbó a Everett cuando la sacaron hacia
el jardín, y su pecho entró en calor cuando él saludó.
Empezó a devolverle el saludo cuando se dio cuenta, avergonzada, de que
se estaba dirigiendo a Charlotte Killinger, que estaba a tan solo unos pasos
detrás de ellos. Charlotte tenía una sonrisa tan radiante como una luna
llena cuando colocó las manos sobre los hombros tanto de Signa como de
Blythe.
—Qué lindas estáis.
Signa deseó poder decir lo mismo, pero «linda» era decir poco para
Charlotte. Ataviada con un vestido malva pálido y un sombrero de plumas
a conjunto, Charlotte estaba tan linda que todos los ojos parecían seguirla.
También se comportaba de una manera tan perfectamente formal que
Signa se descubrió estirando la espalda, intimidada ante tanto decoro.
Blythe, por otra parte, se puso tensa y agarró con fuerza a Signa.
—Creo que esto parece una procesión funeraria —señaló Blythe con aire
sombrío, sin mirar a Charlotte—. A ti también te lo parece, ¿no, Signa? Hay
algo pesado en el aire.
Dado que Signa tenía mucha más experiencia con los muertos, ella no
sentía nada parecido. Pero entendió lo que sentía su prima y asintió con la
cabeza dándole la razón.
—¿Cómo lo lleva lord Wake eld? —le preguntó Signa a Charlotte—. He
oído que estás siendo de gran ayuda para él.
—Le va mejor de lo que esperaba, bien mirado. —Aunque Signa no tenía
ni idea de lo que podía haber ocurrido entre aquellas dos, Charlotte se
mostró totalmente consciente de la vacilación de Blythe cuando retiró la
mano y abrió su abanico con unos movimientos suaves y gentiles—. No
esperaba que los Wake eld me pidieran ayuda, dado todo lo que ha
ocurrido, pero me alegro de que lo hicieran. A esa familia le vendría bien
algo de apoyo.
Signa ignoró el resoplido acallado de Blythe y, en su lugar, preguntó:
—¿«Todo lo que ha ocurrido»?
Charlotte detuvo el abanico cubriéndose la boca. A pesar de que escondía
la mayor parte de su expresión, Signa aún pudo notar que Charlotte abrió
los ojos un poco, como si se hubiera dado cuenta de que había hablado
fuera de lugar. Solo entonces Blythe dirigió su atención hacia ella con los
labios apretados.
—No es nada relevante —dijo Charlotte cerrando el abanico de golpe,
intentando restarle importancia a la pregunta—. De todos modos, Eliza
estaba preocupada por su primo y me pidió que me quedara con ellos
durante los primeros días después de la muerte del duque. Everett
vomitaba cada vez que comía, no podía mantener en el estómago ni
siquiera el pan. Creo que ahora está empezando a darse cuenta de que su
padre de verdad se ha ido. No está bien, pero está aceptando la pérdida lo
mejor que puede.
Blythe debió tener la misma sospecha que Signa ante lo rápido que quiso
cambiar de tema Charlotte, ya que le lanzó una mirada a su prima. Por
desgracia, Blythe perdió rápidamente el interés cuando observó el lado
derecho de la cabeza de Signa y ahogó un grito. Agarró a su prima por la
muñeca, se inclinó hacia ella y le dijo con una voz áspera:
—¿Qué diablos tienes en el pelo?
A Signa le dio un vuelco el estómago y rezó a Dios por que no fuera algo
asqueroso y que trepara.
—¡Quítamelo! —intentó ver lo que era, pero fue incapaz de hacerlo hasta
que Blythe le sacó varios mechones escondidos detrás de su oreja.
Eran plateados como la luz de las estrellas.
—Arréglamelo —dijo Signa con unas palabras que no fueron más que un
aliento urgente—. Arráncamelos si hace falta, pero asegúrate de que nadie
lo vea.
—¿Has perdido el juicio? No voy a arrancarte el pelo.
Qué ganas tenía Signa de decirle cuatro cosas a Destino. Quiso creer que
había conseguido salirse de la última vez que había utilizado los poderes
de parca con nada más que algo de cansancio, pero parecía tener razón en
cuanto a las consecuencias.
Blythe frunció el ceño con severidad mientras escondía con cuidado los
mechones plateados justo a tiempo de que Charlotte echara un vistazo con
una ceja levantada. Signa se irguió y sonrió, a pesar de que tenía el corazón
aporreándole.
Un duque había muerto, Destino le había impedido comunicarse con
Muerte, su amiga de la infancia era una posible sospechosa de asesinato, y,
además, el cabello se le estaba volviendo plateado como si hubiera
envejecido de la noche a la mañana.
¿Qué más podía ir mal?
Signa intentó volver a la realidad; no quería centrarse demasiado en su
cabello y alertar al resto de la gente. Desvió la atención hacia Everett, que
estaba saludando a unas mujeres encantadoras ataviadas con vestidos
claros para el té y parasoles que bloqueaban el sol, que se estaba afanando
por abrasar a la joven ahí donde estaba. Everett no parecía ser un hombre
capaz de asesinar… pero Signa ya se había equivocado antes.
Eliza también estaba cerca, y Signa se dio cuenta después de echar un
segundo vistazo y ver que el hombre de cabello oscuro que hablaba con
ella no era otro que Byron. Cuando Charlotte la cazó mirando, Signa
tarareó en voz baja.
—La señorita Wake eld siempre ha querido casarse con un Hawthorne
—dijo Charlotte pensativa—. Yo creí que iba a ser Percy. Estaban muy
unidos antes de que se marchara.
Blythe hizo un sonido ininteligible.
—¿Eliza y mi tío? Lo de contar historias a tu mente se le da mucho mejor
de lo que me imaginaba.
Charlotte agitó el abanico con más fuerza y le lanzó a Blythe una mirada
feroz.
—Llevan un tiempo viéndose. Él es un buen partido, soltero y con dinero.
Me atrevería a decir que ya le habría pedido la mano de no ser por el
escándalo con tu padre. O puede que ya lo haya hecho y estén esperando a
que se limpie el nombre de tu familia.
Por mucho que Signa detestara la idea de que Eliza formara parte de la
familia, aquello ayudaría, sin duda, a entender el anillo que habían
encontrado en el estudio de Elijah.
Blythe se puso las manos alrededor de la tripa, seguramente pensando lo
mismo.
—Parece que, mientras estuve con nada en la cama, pasaron más cosas
de las que me di cuenta.
—O puede que hayas estado demasiado ocupada contigo misma como
para tener en cuenta lo que estaba haciendo el resto.
—Bueno, bueno, ya está bien —dijo Signa, alarmada. Fuera lo que fuera
que hubiese ocurrido entre Charlotte y Blythe, ya habría tiempo de
arreglarlo más tarde, en privado—. Aquí somos todas amigas…
La voz de Signa se apagó cuando vio una cabeza dorada abriéndose paso
entre la multitud. Un gran enfado se estaba cociendo en el estómago de la
joven pensando en su cabello plateado y en la discusión que tuvieron la
última vez que hablaron. Estaban ocurriendo demasiadas cosas. Había
tantos pensamientos que analizar que no estaba segura de cómo podría
manejar nada más. Por suerte, Destino giró en el último momento y no se
dirigió hacia ella, sino hacia Everett.
—De verdad que últimamente no puedo mantenerte el ritmo —resopló
Blythe entre dientes—. Primero sueñas con un duque, y ahora pierdes el
hilo del pensamiento con la presencia de un príncipe.
—¿Has estado soñando con Everett? —preguntó Charlotte con la
mandíbula tensa.
Signa no encontró la manera de responder. La presencia de Destino la
consumía por completo. Aunque estuvieran ahí para reforzar el nombre de
Elijah y dar una buena impresión a los invitados, Signa dudaba mucho que
alguien se fuera a acordar de que la familia Hawthorne y ella habían
acudido cuando había alguien mucho más interesante en quien pensar.
—No me puedo creer que venga de visita desde Verena. —Signa se giró
para ver que la voz provenía de un pequeño grupo de señoritas al que
reconoció de otros eventos sociales de aquella temporada. Diana
Blackwater estaba entre ellas, abanicándose con tanta fuerza que el tocado
blanco que llevaba se levantaba de su pequeña cabeza—. Es un sitio muy
bonito, justo al lado del mar. Mi padre me llevó de visita cuando era
pequeña. El príncipe y yo nos hicimos bastante íntimos.
Una de las más jóvenes soltó un grito ahogado.
—¿Crees que ha venido hasta aquí por ti?
Diana, pobrecita, se estaba pavoneando. Qué estúpido le parecía verla a
ella y al pueblo entero caer en la trampa de Destino.
—Cuéntanos más cosas sobre él —dijo una muchacha sgoneando
esperanzada—. ¿Es simpático?
—Es todo un caballero —dijo Diana con un desmayo practicado. Parecía
que últimamente todo el mundo era actor—. Tiene muy buenos modales y
es extremadamente atento. Si Wisteria Gardens os parece un lugar
precioso, os moriríais al ver el palacio real de su familia.
¡Ja! Muy buenos modales, claro que sí.
—Debo admitir que ha sido agradable ver que Aris… perdón, quiero
decir, el príncipe Dryden, viene de visita el año en que me presento en
sociedad —continuó Diana—. Siempre he sentido un gran aprecio por
Verena, y siempre he imaginado que algún día terminaría ahí.
No merecía la pena. No lo hacía. Y aun así, Signa movió las manos de
manera nerviosa porque estaba molesta. Diana y sus mentiras, por lo
general, no signi caban nada, pero había algo sobre ella que le fastidiaba
tanto a Signa que se dio la vuelta para mirar de frente a la muchacha.
—Debe ser el destino —dijo pensativa con una sonrisa tan amplia que se
le entrecerraron los ojos hasta quedar medio cerrados.
Diana le devolvió una sonrisa na mientras se abanicaba con un poco
más de agresividad.
—Me atrevería a decir que tiene usted razón, señorita Farrow.
—No podría estar más de acuerdo. El destino es poderoso.
Fue el supuesto príncipe quien dijo aquello mientras se acercaba con
Everett. Diana y el resto de las señoritas se quedaron en silencio mientras
él y el recién estrenado duque inclinaban las cabezas a modo de saludo. Los
ojos de Destino, sin embargo, se levantaron para ver a Signa por debajo de
unas largas pestañas, y volvió a sentir un calor extraño en el vientre.
—Príncipe Aris —dijo ella con tanta repugnancia como era aceptable en
público—, ¿aún por aquí?
—¿«Aún»? ¿Tiene la intención de marcharse? —preguntó Everett
colocando una mano sobre el hombro de Destino como si fueran buenos
amigos. Signa no pudo evitar jarse en aquel gesto con una mirada furiosa.
¿Por qué Destino podía no solo ser visto, sino ser tocado cuando Muerte no
podía hacer ninguna de esas cosas?—. Esperaba que te quedaras durante
toda la temporada.
—Lo haré —contestó Destino con la su ciente frialdad como para que a
Signa se le erizara la piel—. La señorita Farrow debe haberse confundido.
Tengo toda la intención de quedarme aquí hasta que decida aceptar mi
propuesta.
Dijo aquello con una voz tan casual que todos los que lo oyeron se
quedaron quietos, mirándose unos a otros para asegurarse de que habían
oído lo mismo. A Signa le ardieron las mejillas.
—Seguro que quiere decir hasta que «alguien» acepte su propuesta —
dijo Signa intentando sonreír y restarle importancia a su comentario.
Por suerte, Destino inclinó la cabeza y le concedió una sonrisita
divertida.
—Por supuesto, señorita Farrow. Discúlpeme por mi equívoco.
Cómo deseó Signa poder invocar sus sombras y reclamar a Destino ahí
mismo. Detestaba lo encantador que sonaba y que tuviera un hoyuelo en la
mejilla que lo hacía parecer tan amigable. Cuando vio que ya no podía
soportar seguir con aquello, Signa desvió su atención hacia Everett.
—Enhorabuena, lord Wake eld —dijo al n, esperando crear algo de
distracción de lo que fuera a lo que estuviera jugando Destino.
—Eso es, enhorabuena —dijo Charlotte, y dio una respiración sonora
cuando Everett se acercó—. Se le ve muy respetable con esa faja. Su padre
estaría orgulloso.
Everett se mostró tan tímido ajustándose el chaleco que Signa buscó los
ojos de Blythe para compartir una mirada. Su prima, sin embargo, tenía los
ojos clavados en el suelo.
—Gracias, señorita Killinger —dijo—. Lo aprecio mucho.
Charlotte desvió tímidamente la mirada mientras se retiraba un
tirabuzón caído sobre el hombro. Parecía que se pasarían el día entero así
si nadie hacía nada por sacarlos de su estupor. Y aunque Signa abrió la
boca para socorrer a su amiga, Destino se le adelantó.
—Hace un día perfecto para que continuemos aquí de pie charlando. —
Inclinó la cabeza hacia el jardín—. ¿A quién le apetece jugar al croquet?
Veinte
Blythe
Blythe
Blythe
Blythe
Blythe
I ncluso con el cielo tan oscuro como estaba, el pueblo que había a los
pies del acantilado de Foxglove, Fiore, estaba más concurrido de lo que
jamás había estado Celadon.
Había hombres caminando por la calle con rostros menos severos que a
los que Signa se había acostumbrado, sin preocupaciones por los negocios
que los esperaban a su vuelta a la ciudad, y parejas en pleno cortejo que
habían salido para dar un paseo al lado del mar y se detenían a disfrutar de
los rayos de sol que atravesaban las nubes grises, con voces joviales.
Para todo el pesimismo que hubo a la llegada de Signa, Fiore era un lugar
encantador. Ni siquiera el mar agitado era su ciente para disuadir a
aquellos que se apresuraban por la calle en dirección hacia el muelle,
deseosos de sacarle todo el partido a su viaje. Signa se había pasado unos
buenos diez minutos de pie en el muelle, mirando jamente el océano, pero
sin atreverse a aventurarse en la arena por miedo a que una ola se la
llevara. Tal vez visitaría el agua durante la calma del verano. Por el
momento, no era tan insensata como para acercarse.
Los pescadores regresaban de los muelles cabizbajos y hablando en voz
baja entre ellos. Signa solo entendió retazos de su conversación.
—Ya vuelve a estar en la playa…
—… no entiende que no va a volver.
—Pobrecito. Mi hijo lo conocía. No me imagino…
Signa desvió la atención de la conversación cuando empezó a crecer su
curiosidad. No necesitaba embarrarse la mente con nada más de lo que ya
tenía. Por eso, centró sus pensamientos en lo preciosa que sería aquella
playa cuando llegara el invierno e hiciera tanto frío que los mismos
edi cios temblarían. Sintió un zumbido agradable sobre la piel al
imaginarse las noches que se pasaría cerca de la chimenea con un libro y
una sidra especiada.
Sus padres acertaron al echar raíces en un lugar así. Veinte años después,
el pueblo era magní co. Signa nunca había estado cerca del mar, y había
un cierto encanto indescriptible en que el viento la despeinara y en que
todos los sonidos quedaran apagados por las olas y el viento en sus oídos. A
cada momento que pasaba ahí se sentía más en casa. Hasta entonces, aquel
día había conseguido pasarse una hora entera sin pensar en Thorn Grove y
sin preguntarse cómo le iría a Blythe.
Desde el muelle, Signa solo tuvo que cruzar la calle para llegar a su
destino, una pequeña imprenta en un edi cio verde oscuro, donde un
hombre se afanaba en su trabajo detrás de una ventana. El humo del
cigarro que el hombre sostenía de manera precaria en la boca llenaba el
aire, y Signa intentó no toser al entrar.
El hombre apenas levantó los ojos.
—Hoy ya no nos quedan periódicos, vuelva mañana —dijo apresurado
mientras cubría con tinta fresca los bloques de letras.
Signa no pudo evitar mirar jamente cómo trabajaba.
—No quiero ningún periódico —empezó y sacó el anuncio—. Vivo en la
casa que hay encima de la colina. Me gustaría poner un anuncio para
contratar personal.
El hombre arqueó una ceja, tomó el papel de Signa y le echó un ojo por
encima.
—¿Foxglove? —Rodeado de palabras como estaba, el hombre no parecía
interesado en decir muchas.
—Soy Signa Farrow —dijo a modo de respuesta, intentando no sentirse
molesta por la manera en que resopló entre dientes.
—Serán tres peniques y estará en el periódico de la semana que viene.
Signa se quedó quieta. Aquello era demasiado tiempo para estar sin más
almas vivientes en Foxglove.
—Y para que salga mañana, ¿cuánto?
El hombre se detuvo para echarle un vistazo y ver si en la mano izquierda
tenía un anillo. Gruñó al no encontrar ninguno.
—Media corona.
Entonces volvió a su trabajo, y Signa intentó no sentirse resentida ante su
obvia falta de interés. Media corona era una auténtica estafa, pero Signa
fue a por su monedero igualmente y dejó la moneda sobre la mesa.
El hombre no fue a por ella de inmediato, sino que le dio una calada al
cigarro, bajó una palanca de metal, la volvió a subir, cubrió las letras de
tinta y repitió el proceso.
—Lo que ocurrió ahí arriba cambió el pueblo para siempre. Perdimos a
padres y madres, abuelos, hijas e hijos. Es todo un milagro que no haya ido
nadie a pegarle fuego al lugar. No es un sitio en el que vivir, muchacha.
Dicen que, ahora, solo viven fantasmas ahí.
Signa no esperaba que le sobreviniera una ola de resentimiento ni una
actitud protectora tan feroz por un lugar al que justo estaba empezando a
llamar hogar. Aun así, la sintió en su interior, le hirvió la sangre y su
mirada se volvió feroz. Por muy bien que se hubiera estado conteniendo, le
entraron ganas de mostrarle a aquel hombre cómo eran de verdad los
espíritus. Por suerte, no perdió la cabeza y desvió la atención a otra cosa
hasta que pudo refrenarse.
Al otro lado de la calle, dos niños discutían con las manitas llenas de
caramelos mientras seguían a una mujer preciosa con un vestido de color
mar l y un sombrero de ala ancha decorado con un lazo azul. Los tres
parecían no darse cuenta alguna del muchacho que había rezagado detrás
de ellos y que enseguida llamó la atención de Signa. No podía tener más de
once años y estaba empapado hasta los huesos. Tenía el cabello pegado
sobre las mejillas redondas, demasiado hinchadas. Su piel era grisácea y
sus labios, lilas; además, le temblaban mientras seguía a la familia.
Signa dio un respingo cuando el muchacho se detuvo. Como si hubiera
sentido que lo estaba mirando jamente, se dio la vuelta para mirarla a la
cara. Su cuerpo desapareció de la vista en cuanto sus miradas se cruzaron,
y su imagen parpadeó hasta que de repente estuvo al otro lado del
escaparate de la tienda. Con una mirada vacía que en ningún momento se
apartó de la de Signa, el muchacho saludó.
Signa nunca había visto a un espíritu ahogado. Nunca había visto la piel
hinchada ni el agua saliendo de unos labios con moluscos incrustados,
peor aún por el hecho de que se trataba de un niño. La joven agarró el
bolsito con fuerza mientras el niño se alejaba y le hacía gestos para que
fuera con él.
—Gracias por su preocupación —se apresuró a decirle al dueño del
negocio—, pero no necesito que me digan lo trágico que fue. Yo también
perdí a gente aquella noche. Ahora, si me disculpa.
Signa sabía perfectamente lo extraña que debió parecerle a cualquiera
que estuviera mirando cuando abrió la puerta y fue corriendo por el
muelle siguiendo al muchacho. Mientras tanto, lo que habían dicho antes
los pescadores resonaba en su cabeza: una mujer mirando la marea y un
muchacho que no iba a volver. No se trataba de un marinero, como había
pensado en su momento, sino de un niño.
Estando tan cerca del mar, el viento salpicaba agua y sal sobre ella, y el
pelo se le pegaba al cuello. Casi se cayó de bruces al resbalar por unos
tablones bien lisos, pero pudo agarrarse a un saliente astillado. El espíritu
continuó más y más lejos, y Signa lo siguió, ignorando todas las miradas
curiosas, hasta el nal. Llegó hasta donde había una mujer sentada sola,
con los pies descalzos y colgando por encima del muelle, con la vista ja
delante de ella. No parecía que se hubiera dado cuenta de que Signa se
estaba acercando.
—Puedes verme… Pero no eres como yo, ¿no?
Signa se quedó quieta ante el sonido de la voz del niño. No sonaba
anegado. No sonaba dolido ni asustado ni nada parecido al aspecto que
tenía. Signa se obligó a volver a mirarlo, a ver más allá del horror y
agacharse hasta ponerse a su nivel mientras susurraba:
—No lo soy.
El espíritu exhaló, aliviado.
—Entonces, ¿puedes decirle algo por mí? Quiero que sepa que no tiene
que seguir viniendo aquí. No fue su culpa, y cada vez que la veo aquí… No
quiero que esté triste.
Había algo en la petición del niño que a Signa le recordó a la noche en
que Lillian se había marchado de ese mundo. A través de Signa había
podido comunicarse con Elijah y hacerle saber que lo quería y que era hora
de que todos siguieran adelante.
No había sido fácil, pero fue lo que ambos habían necesitado. Lillian solo
pudo ir al otro lado después de aquel adiós, y Elijah por n fue capaz de
volver a recomponer su vida. Si Signa pudiera concederle aquel regalo a
otra persona… ¿cómo iba a negarse?
La joven puso los hombros rectos, cruzó al borde del muelle y se sentó al
lado de la mujer.
—Sé que lo que voy a decir puede sonar extraño, pero tengo un mensaje
para usted.
Había una tristeza enorme en la mirada de la mujer. No dio señales de
haber oído a Signa hablar.
A Signa le entraron unos nervios que la avisaron de que se marchara
antes de que empeorara la situación. Pero en cuanto pensó que aquellos
nervios quizá se llevaran lo mejor de ella, sintió una fría brisa. La llegada de
Muerte vino como un beso del viento contra su mejilla que la abrazaba.
Intentó hacerse a la idea de que él estaba con ella mientras reunía la
seguridad para decirle a la mujer:
—Su hijo no quiere que venga más por aquí. Quiere que sepa que esto no
fue culpa suya y que le duele verla tan disgustada.
—Dile que fue una corriente —le dijo el espíritu mientras Signa lo
retransmitía—. Sé que no debería haber estado fuera. Lo siento.
A mitad de la última palabra, Signa se quedó inclinada porque la mujer
le había soltado una bofetada. El océano azotaba a su alrededor y el viento
aullaba su rabia. Mientras tanto, Signa estaba encorvada y con las manos
sobre la mejilla dolorida, y la mujer recogió sus botas y se puso en pie.
Se retiró la mano de la cara dolorida, agradecida por el frío de Muerte, ya
que el viento le calmaba la piel. Tenía lágrimas en los ojos por el dolor de la
bofetada, pero bastó una sola mirada a la expresión urgente del niño para
que insistiera:
—Su hijo lleva una camisa blanca y pantalones oscuros. No lleva zapatos
puestos, y tiene una cicatriz encima del pie izquierdo…
—¡De cuando George y yo intentamos subir aquellas rocas!
—… de cuando intentó subir a aquellas rocas con George —dijo Signa,
que puso la mano alrededor del saliente y se arrastró hasta ponerse en pie.
Frente a ella, la mujer estaba temblando y las botas se le escaparon de las
manos. Una de ellas golpeó el saliente y luego cayó al mar.
—Si se trata de una broma…
—Le aseguro que no lo es —prometió Signa, viendo las lágrimas negras
que caían por el rostro anegado de Henry mientras sonreía y la piel se le
estiraba alrededor de los moluscos incrustados en las mejillas.
—Dile que la echo de menos.
Palabra por palabra, Signa hizo lo que le indicó el espíritu. La joven ya no
se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor, sino que le sostuvo la mano
a la mujer y le retransmitió cada mensaje. Dejó que llorara hasta que ya no
hubo nada más que decir y la piel alrededor del rostro de Henry empezó
alisarse y los moluscos cayeron al muelle con un ruido quedo.
—Ya está listo —le dijo Signa a la mujer mientras el cielo a su alrededor
se ponía más oscuro—. Es hora de decir adiós.
Hubo una sensación de alivio en aquellas palabras. Alivio porque Henry
no se pasaría años atormentando aquella playa, viendo a su madre
envejecer y pasar al otro mundo antes que él. Él aún no había entrado en
un bucle por su muerte, como los pobres espíritus de Foxglove; no estaba
perdido en una tierra media entre la vida y la muerte donde terminaría
perdiendo todo su sentido del ser. Solo había necesitado a una persona que
lo ayudara, y entonces, tanto su madre como él pudieron por n quedar
liberados.
Signa se aferró a la mujer mientras Muerte pasaba a su alrededor. Y
aunque no podía verlo, sabía que estaba ahí cuando el niño alzó la mirada,
sonrió y extendió la mano.
Unos degundos después, Henry se había ido. Y a pesar del frío de la noche
y de la mujer que estaba sollozando en sus brazos, Signa nunca se había
sentido tan abrigada.
Treinta y dos
Blythe
H abían pasado dos días desde que Signa había ayudado a Henry a
pasar al más allá.
Había regresado a Foxglove, incapaz de centrarse en algo que no fuera la
calidez confortable que se extendía a través de ella a pesar de que la
hubiera barrido el viento y tuviera las mejillas coloradas por el tremendo
temporal.
Aun así, cuanto más feliz e instalada se encontraba en su nuevo hogar,
más culpable se sentía a medida que iban pasando los días sin que
ocurriera el indulto a Elijah. ¿Por qué iba a sentirse en paz cuando él
seguía atrapado en una celda, acurrucado sobre el frío suelo de piedra y
solo en la oscuridad? Muerte había estado vigilándolo para asegurarse de
que no ocurrieran más abusos y de que Elijah, al menos, recibiera sus
comidas, pero aquello no era su ciente. Con cada día que pasaba, Signa se
sentía más lejos que nunca de la verdad.
Tenía que hacer algo, que era el motivo por el que se encontraba de pie
en el jardín con los dedos descansando sobre una ramita de enebro.
—¿Estás segura de que no te has imaginado que tenías otros poderes? —
preguntó Amity desde donde estaba tumbada sobre una manta de
amapolas, con el cabello esparcido entre las ores—. Llevas intentándolo
muchísimo tiempo.
Teniendo en cuenta que el sol se dirigía hacia el oeste y que Signa había
estado ahí fuera desde el amanecer, aquello fue decir poco. Al agacharse
frente al enebro seco y agarrar sus ramas desnudas, quiso llenarse con los
poderes de Vida. Pero cada vez que lo intentaba, la sangre de sus venas
retumbaba en su lugar con el anhelo de sus poderes de parca. Su cuerpo
era profundamente consciente de todas las almas que esperaban dentro y
sentía un magnetismo hacia ellos más intenso que nunca desde la noche de
lo de Henry. Intentó ignorar sus llamadas, ya que eran los poderes de Vida
los que necesitaba, no los de la parca.
En cualquier momento saldría el veredicto sobre Elijah. Y en el caso de
que ocurriera lo peor, ella estaría ahí. Daba igual encontrar al asesino, ella
se encargaría de volverlo irrelevante. Si a Elijah Hawthorne lo condenaban
a la horca, Signa utilizaría los poderes de Vida para asegurarse de que no
pasara mucho tiempo muerto.
Era una esperanza secreta, construida solo a base de ascuas agonizantes.
Pero por Elijah Hawthorne, era lo mínimo que podía hacer.
—Crece —instó Signa al frágil arbusto de enebro—. Crece, estúpido.
Tuvo la mirada clavada en las ramas durante un minuto. Dos. Para el
tercero, soltó un gruñido y volvió a caer sobre la manta, deseando
acurrucarse dentro de ella como un capullito y echarse a llorar ahí mismo.
Amity se incorporó sobre los codos, observando.
—Eres tan dramática como tu madre.
—¿Ah, sí? ¿Viste alguna vez a mi madre intentando traer a los muertos de
vuelta a la vida?
Amity frunció los labios en forma de corazón y se enrolló un tirabuzón
sobre el dedo.
—No, la verdad es que no.
—Entonces no digas nada. —Signa arremetió los dedos en la manta con el
único propósito de no pasárselos por el cabello—. Tiene que haber algo que
estoy pasando por alto. Para poder utilizar mis poderes de parca, hay unas
condiciones que debo cumplir antes. Puede que también existan unas
condiciones para los poderes de Vida.
O tal vez simplemente estuviera muy asustada por el dolor que le
causaba acceder a ellos, ya que cada vez que conseguía engañarse para
creer que estaba cerca de desbloquearlos, cerraba la boca anticipándose al
dolor que vendría.
—¿Y las veces en que los has utilizado en el pasado? —preguntó Amity,
cuyo contorno se desdibujaba en lamentos que desaparecían y volvían a
resurgir con el paso de la brisa—. ¿Hubo alguna constante?
Era un buen hilo del que tirar, y Signa podía hacerlo repasando sus
recuerdos. Las dos veces que había utilizado los poderes, había hecho calor.
Un calor sofocante y abrasador, como si hubiera caído dentro de un horno.
Signa se puso de pie enseguida. Recogió la manta y se la colocó debajo
del brazo, preguntándose hasta dónde podría acercarse a la chimenea de
Foxglove sin derretirse. Llegados a ese punto, valía la pena probar
cualquier cosa.
—¿Se te ha ocurrido otra idea? —Amity se puso en pie de un salto y se
colocó tan cerca de Signa que, si hubiera sido cualquier otra persona, la
proximidad le habría parecido desconcertante. Pero durante los últimos
días, Amity se había convertido en su compañía favorita. Y aunque Signa
intentó mantener las distancias y recordarse lo poco acertado que era
hacerse íntima de un espíritu, Foxglove estaba demasiado vacío sin el
parloteo feliz de Amity.
—Sí. Sígueme.
Signa arrancó dos ramitas del arbusto de enebro y luego entró corriendo
a Foxglove, aliviada al ver que la sirvienta ya había encendido la chimenea
y que Gundry estaba acurrucado a su lado. La joven miró por encima del
hombro y luego se sentó y se agachó tan cerca de las llamas que casi le
besaron la punta de las botas. Amity se quedó detrás, otando unos
centímetros más alto de lo habitual para tener una buena vista. Signa se
inclinó hacia delante y se estremeció mientras el calor devoraba cualquier
resto del frío que le hubiera quedado por dentro. Tomó entre las manos
una de las ramas que había arrancado, cerró los ojos y se centró con todo su
ser.
—Crece. —De tanto que había dicho aquella palabra en los últimos dos
días, ya casi se había convertido en un canto—: Crece, crece, crece, crece…
—Estoy un poco confundida… ¿Estás intentando quemarlas?
—Estoy intentando quemarme a mí, aunque de manera relativa. —Signa
tuvo que rebajar su enfado y sujetar la ramita con menos fuerza para que
no se partiera por la mitad—. ¿No tienes nada mejor que hacer que verme
sufrir? A este paso, me voy a quedar aquí toda la noche.
Signa no quiso decirlo de manera cruel, pero, de todas maneras, Amity
movió los labios hacia abajo.
—No —susurró, con la voz resquebrajándosele—. No tengo nada mejor
que hacer.
De inmediato, Signa lamentó haber abierto la boca en toda la vida. Dado
que los espíritus operaban con emociones intensi cadas, Signa debería
haber sabido que era mejor no decir nada. Amity llevaba estando sola
tantos años como Signa. Evidentemente, tenía ganas de tener compañía, y
¿qué otra cosa podía hacer?
A Amity se le encharcaron los ojos con lágrimas sangrientas, por lo que
Signa dejó las ramas de enebro a un lado y dijo con una voz tan suave y
apaciguadora como la de Muerte:
—No me refería a eso. Me alegro de contar con tu compañía, Amity, de
verdad. —Amity lo único que hizo fue resoplar y evitar su mirada—. ¿Quién
más habría esperado veinte años solo para asegurarse de que estaba a
salvo? —insistió Signa, tratando de no tener en cuenta lo mucho que estaba
intentando apaciguar a un espíritu al que se había jurado que no se
permitiría acercar—. Aprecio mucho que esperaras, de verdad. Pero ¿qué
habrías hecho si no hubiera venido nunca?
¿Y qué vas a hacer ahora que estoy aquí?, era la pregunta que
Signa no se atrevía a hacer en voz alta. Por mucho que la joven estuviera
empezando a apoyarse en la compañía del espíritu, veinte años era mucho
tiempo. Sin duda, Amity debía tener curiosidad sobre lo que ocurriría
después.
—Nunca creí que tendría la oportunidad de hablar contigo. —Amity se
sentó a su lado al borde de la chimenea—. Planeaba marcharme cuando te
viera instalada… aunque no solo me quedé por ti. Tenía la esperanza de que
los demás ya hubieran salido de sus horribles bucles.
Amity levantó la mirada hacia las escaleras, hacia el salón de baile. Y
Signa siguió su mirada.
—Tú quieres a esa mujer, ¿no es así? A Briar.
—Más de lo que puedo decir en palabras. —La sonrisa de Amity le
recordó a signa a la ramita que sostenía entre los dedos, a punto de
resquebrajarse ante la menor presión—. Pero ella aún no lo sabe. No me
puedo marchar de aquí sin ella.
Signa no tenía duda de que, si estuviera en la posición de Amity, ella
también merodearía por los pasillos durante una eternidad antes de
abandonar a Muerte por voluntad propia. Qué tortura debía ser aquello:
mientras que Briar no tenía ni idea de lo que ocurría fuera de su bucle,
Amity se pasaba los días consciente de cada momento. A Signa le partía el
corazón aquella idea, y aunque sabía que no convenía involucrarse, no
pudo evitar volver a pensar en Henry.
Abrió la boca, y la joven estuvo a unos segundos de hacerle una promesa
a Amity que no estaba segura de si podría cumplir cuando el frío de Muerte
llenó el salón de escarcha y apisonó las llamas.
Aquella presencia no era como a las que estaba acostumbrada. No se
trataba de ninguna invitación para llevársela a bailar ni para disfrutar
estando en compañía. Aquel era el frío de un cuerpo enterrado a dos
metros bajo tierra, el frío de Muerte que solo había presenciado una sola
vez anteriormente, durante la noche en la que se había intentado llevar a
Blythe.
Aunque Signa no podía verlo, sabía en lo más profundo de su ser que
había algo que iba terriblemente mal.
—¿Qué ocurre?
La pregunta le atravesó la garganta, porque ya sabía la respuesta. Antes
incluso de que Gundry se apretara contra su cadera con un lloriqueo y los
ojos de Amity se convirtieran en algo hueco y sin vida, Signa lo supo.
—A Elijah lo han declarado culpable por el asesinato de lord Julius
Wake eld —dijo Amity con una voz tan fuerte como la campana de una
iglesia, y cada palabra fue un golpe que tambaleó a Signa—. Irá a la horca
en dos semanas.
El espíritu dirigió la mirada hacia donde el frío de Muerte se ltraba en la
chimenea. El suelo bajo sus pies se estaba convirtiendo en una pista de
hielo.
Desde el día en que la expulsaron a Foxglove, Signa había sabido que
aquello ocurriría. Aun así, se aferró a las últimas noticias de Muerte como
si fuera un bote salvavidas: dos semanas. Tal vez aún no hubiera
conseguido ningún progreso para invocar los poderes de Vida, pero
seguían quedándole dos semanas.
Solo tenía que asegurarse de que valieran la pena.
Signa estuvo a punto de pasar por alto la nota que había guardada en el
collar de Gundry hasta que el perro se rascó y clavó las uñas contra el
papel. Con cuidado, Signa se lo retiró. La nota no estaba escrita con la letra
elegante de Muerte a la que estaba acostumbrada, sino con letras rápidas y
garabateadas.
Blythe
Blythe
D ios, qué necia había sido. Signa sabía que los espíritus eran
veleidosos, igual que sabía lo que ocurría cuando les recordaban que
habían muerto. Tal vez por eso Destino había sugerido hacer una esta: no
para ayudarla, sino para condenarla aún más. Debería haber anticipado lo
que implicaría traer a tantas personas a Foxglove, llenarlo de crinolina y
carnés de baile.
Había recreado la noche de las muertes de aquellos espíritus, y todo
Foxglove iba a pagar el precio.
Allá donde mirara, los espíritus estaban despertando de su letargo. Uno
de los gemelos que había estado atrapado en un bucle observando a un
grupo de señoritas estaba cruzando la sala para ofrecerle la mano a una de
ellas. Ella la aceptó y ambos empezaron a bailar un vals junto a los vivos. Al
otro se le retorció el cuello hacia un lado y empezó a moverse
nerviosamente mientras su hermano se escapaba del bucle. Signa
observaba aquello con las manos frías y sudorosas. Si aquel hombre no
hubiera estado muerto, parecía que se iba a partir el cuello.
Detrás de él, una mujer pasó a través de Briar, que se dirigió a toda prisa
hacia la mesa más cercana y envió una ráfaga de aire frío por toda la sala
que tumbó más copas de champán vacías, lo que provocó que los invitados
soltaran chillidos y se marcharan corriendo. Una mujer más mayor llegó a
gritar de sorpresa, y a Signa se le erizó la piel por el sonido.
—¿Briar? —Los ojos de Amity resplandecían de un color rojo mientras
iba corriendo hacia el espíritu, pero lo único que hizo Briar fue mirar a
través de ella.
—Amity —susurró Signa cuando el rostro del espíritu se oscureció,
teniendo que detenerse cada pocos pasos para sonreír a los invitados que
expresaban su alarma en murmullos—. Amity, contrólate.
De nada sirvió. Amity estaba dando vueltas alrededor de Briar,
intentando sacar al espíritu inquieto de su desengaño. El cuerpo de Briar
respondió con espasmos, mientras que a Amity le caían unas lágrimas tan
negras como el hollín por las mejillas.
Signa se acordó de la manera en que Lillian había perdido el control
estando en el jardín. Se acordó de cómo habían quedado los árboles con las
ranas espachurradas, cuya sangre se deslizaba hasta la tierra. En cuanto un
espíritu perdía el control, no había vuelta atrás. Y cuantos más cuerpos
vivientes hubiera en el salón de baile de Foxglove, más grande se volvía la
amenaza.
Signa tuvo que zigzaguear alrededor del segundo gemelo cuando se alejó
de su mesa para seguir una bandeja de plata con pastelitos. Pestañeó al ver
que la mano atravesaba directamente la bandeja, y luego lo volvió a
intentar con más concentración, hasta que fue capaz de sujetar la tarta por
sí mismo. Los contornos de su cuerpo se atenuaban por el esfuerzo que
estaba haciendo, y cuando intentó devorar el dulce —que lo único que hizo
fue caer a través de él y aterrizar en el suelo— los ojos del espíritu se
volvieron rojos. Detrás de él, Amity gritaba a Muerte y retrocedía mientras
él le ofrecía la mano. Solo le importaba Briar, que estaba tirándose del pelo
y arrancándoselo en un arrebato de angustia.
Había que hacer algo, y rápido. No solo por el bien de los espíritus —cuyo
dolor sentía Signa como si fuese el suyo propio y la consumía—, sino
también por el de Elijah. Tenía que ayudarlos antes de que consiguieran
que los invitados salieran corriendo de la esta, y la familia Wake eld con
ellos. Ya se estaban amontonando en las esquinas, deseando ver cosas
paranormales. Signa estaba segura de que ese era el motivo por el que
habían acudido: no para conocerla, sino para investigar la famosa mansión
Foxglove y ver si los rumores eran ciertos.
Por una vez, le dio igual. Si aquello le permitía reunir a los Hawthorne y
los Wake eld en su casa y hacer que todos reconocieran la falsa acusación
sobre Elijah, que los residentes de aquel pueblo creyeran lo que quisieran.
Aun así, en cuanto Signa empezó a dirigirse hacia Amity, una mujer le
bloqueó el paso.
—Pues parece que no fue producto de mi imaginación. —Vestida con sus
mejores galas y el cabello rizado recogido, a Signa le llevó un momento
ubicar a aquella mujer como la que había conocido en el muelle: la madre
de Henry. Parecía una persona totalmente diferente, con la piel renovada y
unos ojos que ya no estaban enfadados ni inyectados en sangre.
»Cuando recibí la invitación, esperaba que fuera usted la nueva dueña de
Foxglove —continuó la mujer—. ¿Es cierto lo que dicen sobre este lugar?
—¿Que está encantado? —preguntó Signa haciendo una mueca, sin
prestar demasiada atención mientras Amity rogaba a Briar que saliera de
su letargo. Al otro lado de la sala, volvieron a rechazar la mano de Muerte.
Aquella vez fue un espíritu cuyo cuerpo crujía como una tormenta
avecinándose.
Foxglove estaba encantado, y mientras caían platos y copas de las mesas
y el frío del aire se volvía tan intenso que a Signa le salía vaho por la boca,
más gente parecía darse cuenta.
—Eh, sí. —La mujer bajó la voz—: Usted puede verlos, ¿no? No se
preocupe, no se lo diré a nadie. Después de lo que hizo por Henry, estoy en
deuda con usted, señorita Farrow. Por eso está usted aquí en Foxglove, ¿no?
Para ayudar al resto.
Fue una pregunta inocente, hecha con el tono casual que usan los
amigos. Aun así, a Signa se le atragantó la respuesta. Tanto los susurros
fervientes de sus invitados como las risas de los espíritus la as xiaban, y su
campo de visión quedó reducido. Volvió a mirar a Amity, que empezaba a
tocarse el pelo de manera inquieta, igual que Briar, y tiraba de los
mechones que se había enrollado con fuerza en los puños.
Aquellos espíritus llevaban veinte años sin poder continuar con sus
vidas. Eso le hizo pensar en Henry y en la sonrisa que puso al tomar la
mano de Muerte. También pensó en Lillian y en cómo se había recuperado
su cuerpo envenenado antes de abandonar el mundo de los vivos.
Tal vez Muerte pre riera no tomar nunca un alma hasta que estuviera
lista, pero ¿cómo podía saber que alguien estaba listo si los espíritus no
podían salirse de un bucle? Signa no podía llevarse las almas, y tampoco
sabía si alguna vez sería capaz de dirigirlas hacia el más allá como Muerte.
Pero sí que podía asegurarse de que ninguno de aquellos espíritus tuviera
que pasar un solo día más atrapado en Foxglove.
—Por eso estoy aquí —con rmó Signa, y aquellas palabras le supieron
como el chocolate más exquisito, intensas y cálidas en sus labios. La visión
se le nubló un poco y el pecho se le encogió con una calidez expansiva—.
Claro que sí.
No había ni una sola parte dentro de Signa que pudiera esperar un
momento más.
—Me ha encantado verla, pero, si me disculpa…
Signa se fue corriendo en busca no de Muerte ni de los espíritus, sino de
un hombre con la luz del sol sobre su piel. Destino era como un faro en la
pista de baile, lanzando destellos bajo la luz que le daba calidez a su
complexión mientras iba de los brazos de una mujer preciosa a un hombre
que se reía mientras Destino empezaba a bailar un vals con él, con una
copa de champán entre dos dedos hábiles.
El cuerpo de Signa sabía lo que había que hacer antes de que su mente se
diera cuenta. Lo sabía en lo más íntimo de su corazón, con tanta ferocidad
que no podría descansar hasta que cruzara la pista para arrebatarle a
Destino del hombre con el que estaba bailando. Sus ojos dorados se
deslizaron hacia los de ella y le extendió una mano.
—Hola, señorita Farrow. ¿Le gustaría bailar?
Ella le quitó la copa de entre los dedos y la dejó en la mesa más cercana.
Luego deslizó la palma en su mano, y no se apartó cuando Destino colocó la
otra mano sobre sus lumbares, ni le importaron lo más mínimo las miradas
curiosas que había sobre ellos, alarmadas por lo cerca que la agarraba el
hombre. Signa sentía su pecho tan caliente como un fuego violento en
contacto con ella.
—Estás tan radiante como el sol con ese vestido —le dijo Destino.
Signa sonrió acordándose de lo que le había dicho Muerte hacía tantos
meses: Eres más intensa que el sol, Signa Farrow, y ya es
hora de que ardas. Alimentada por esas palabras, inclinó la cabeza
hacia Destino:
—Necesito tu ayuda.
En algún lugar al otro lado del salón de baile se oyó un grito ahogado
cuando un espíritu deambulante intentó tomar la mano de una mujer
mayor. La mujer se quedó rápidamente sin aliento ante la sorpresa, se
estremeció y luego se desmayó ahí mismo. El espíritu que se cernía sobre
su cuerpo caído gritó.
—¡Está ocurriendo otra vez! —exclamó, yendo por la pista de baile y
gritando esas palabras una y otra vez.
La noche no estaba yendo para nada como Signa había esperado. Se
centró en el calor que emitía el roce de Destino y que le chamuscaba la piel
incluso a través de la tela de su vestido.
—Parece que últimamente requieres mucho mi ayuda. Dime: ¿ya te
acuerdas de mí?
Con la pregunta vino un recuerdo espontáneo de una risa que en una
ocasión le había hecho sentir muy viva. El latido de un corazón que tenía
una forma de latir solo para ella, igual que el suyo lo tenía para él. Signa se
equivocó en un paso, y estuvo a punto de tropezarse cuando la canción que
él le había pedido que recordara volvió a inundarle el pensamiento.
—No —mintió de manera forzada, y alejó aquel pensamiento todo lo que
pudo—. No me acuerdo de nada.
Destino suspiró, y lo hizo tan cerca que su respiración le rozó la mejilla.
—Sé que te estoy pidiendo que consideres posibilidades en las que no
deseas creer, pero, hace un año, ¿esperabas encontrarte donde estás ahora?
¿Esperabas ser una parca o la amante de Muerte?
Él ya sabía la respuesta por su aspecto, pero, aun así, esperó a que Signa
lo admitiera:
—Claro que no.
Las cabezas se giraron para observar a Destino y a Signa bailar. Ella
sintió el zumbido de todas las miradas curiosas sobre su piel cuando él se
inclinó y le susurró:
—Si vinieras a vivir conmigo, quizá te ayudaría a recordar quién eres
realmente.
Por un momento, Signa se quedó sin aliento. Tal vez por el espíritu que
había pasado demasiado cerca detrás de ella, o tal vez por la sugerencia
misma.
—Sabes que no puedo.
—¿Que no puedes? —repitió él—. ¿O que no quieres? Cuando me miras,
¿de verdad no sientes nada?
Se trataba de una pregunta hecha para hacer pedazos a una persona, y
Signa sintió su peso cayendo sobre ella. La respuesta era tan clara en su
rostro que sintió el resentimiento de Destino antes de verlo arquear los
labios. Paso a paso, el baile se fue acelerando hasta que los músicos se
pusieron colorados y a los invitados les costó respirar intentando mantener
el ritmo. Si no fuera porque Destino la tenía bien agarrada, seguro que
Signa habría salido despedida y sin control.
—Si no lo has recordado, no tengo ninguna razón para ayudarte. —
Aunque mantenía la barbilla alta, Destino estaba tan tenso como un palo
bajo el roce de Signa. La joven se preguntaba cada vez más cuánto había de
actuación en sus bravuconerías. Era un escudo. Se preguntó cómo sería
debajo de todo aquello, una vez que hubieran retirado sus capas.
—Tiene que haber una parte de ti a la que le importe, por muy cruel que
quieras parecer.
Se rio de una manera regular, y tan amenazante como la lluvia en una
noche despejada.
—¿Crees que soy tan necio como para apegarme a una vida tan frágil
como la de un humano? ¿Por qué debería llorar por los destinos que
entretejo cuando Muerte me arrebatará incluso el más magní co de ellos?
Quizá fuera en aquel momento cuando Signa vio a Destino por quién era:
un hombre tan cansado de que la gente a su alrededor muriera como había
estado Signa. Un hombre que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por
la vida que quería, igual que ella.
—Entonces, que te importe porque me importa a mí. —Signa no se apartó
de Destino, sino que se acercó más. Le apretó la mano con fuerza,
intentando ignorar la manera en que su roce la quemaba como si fuera a
dejarle marca—. Que te importe porque todo lo que amo está en juego esta
noche, y porque te estoy pidiendo una ayuda que solo tú me puedes dar. Tú
controlas a los vivos. Paralízalos como hiciste en Wisteria Gardens para que
yo pueda encargarme de los espíritus. Dame una oportunidad para conocer
la verdad sobre la muerte de lord Wake eld y, por una vez, no pidas nada a
cambio. Demuéstrame que no eres el malo.
El vals ya estaba aminorando, y cuanto más se apagaba la música, más
intensa se volvía la mirada de Destino, hasta que el oro de sus ojos
prácticamente resplandeció. Se apartó de Signa en cuanto la canción hubo
acabado, como si la joven fuera una plaga.
—No juegues conmigo —escupió—. No me digas dulces palabras con la
esperanza de que aquee. Encontrarás la verdad, señorita Farrow, ya te lo
he prometido. Te daré veinte minutos para que apacigües a los espíritus.
Después, el resto es cosa tuya.
Tenía aspecto de estar enfadado tanto con ella como con él, como si
detestara que Signa le hubiera sacado aquello libremente. No había
recompensa, no se había hecho ningún trato. Era una oportunidad que no
podía echar a perder, y el tiempo empezaba en el momento en que los
cuerpos se paralizaron a su alrededor, con sus rostros quietos a mitad de
las risas y las parejas detenidas en plena vuelta.
—Gracias —dijo Signa, aunque Destino ya se había dado la vuelta para
buscar consuelo en otra copa de champán. Ella lo dejó ir, y entonces se dio
cuenta de lo quieto que estaba Muerte en la esquina, observando. Podía
imaginarse lo que estaría pensando. Aunque le partía el corazón, no había
tiempo para consolarlo.
»Más tarde —susurró, deseando nada más que poder extender el brazo y
tomarle la mano—. Ayúdame a sacarlos de aquí.
Signa cruzó el salón de baile en dirección a su madrina, y estuvo a punto
de retroceder cuando el espíritu le siseó.
—Amity.
Signa no quería dejar que se colara ni un poco de miedo en su voz,
incluso cuando Amity se acercó merodeando. Tenía la cabeza ladeada para
inspeccionar a Signa, que estaba centrada en respirar profundamente para
apaciguar sus fuertes latidos. En cuanto empezó a dirigirse hacia Briar, no
obstante, fue como si Amity estallara. Resplandeció más de lo que jamás
había visto Signa, y parecía más un monstruo que un espíritu cuando
enseñó los dientes. Signa dio un traspié y se agarró al borde de la mesa más
cercana para no caerse.
Pero no iba a darse la vuelta. Había demasiado en juego aquella noche, y
Amity se merecía algo mejor. Todos se merecían algo mejor.
—¡Amity! —Signa deseó tener las bayas para poder colocar sus sombras a
su alrededor, aunque solo fuera para adentrarse en su abrazo protector—.
¡Quiero ayudar! Llevas todo este tiempo esperándome. Me has ayudado a
instalarme en Foxglove, y eso que no creía que pudiera llegar a
considerarlo mi hogar. Por favor, déjame ayudar a Briar. Déjame ayudarte a
ti.
Aquellas palabras parecieron romper algo dentro de Amity, cuyo cuerpo
se sacudió con un sollozo. En aquel momento, Signa sintió un magnetismo
hacia los espíritus igual que el que había sentido con Henry.
Siempre había sentido un tirón hacia ellos, y quizás por n entendía el
motivo.
Cuando Amity se puso a un lado, con los ojos rebosantes de lágrimas tan
oscuras como la sangre seca, Signa cerró el espacio que quedaba entre ella
y Briar. Tenía el rostro peor de lo que había visto desde lejos: la parte
izquierda estaba tan hinchada que uno de los ojos parecía estar a punto de
saltarle. Una herida enorme en la sien derecha todavía tenía astillas de
madera en el interior. Aquello, por lo menos, explicaba la mancha en el
pasamanos.
—¿Briar? —Signa se mantuvo quieta y comedida, y cuando Muerte se
adelantó, ella extendió una mano para detenerlo, porque no quería asustar
al espíritu que la miraba pestañeando y con la frente arrugada.
Por muy espeluznante que fuera tener la atención del espíritu, era una
buena señal que por n hubiera conseguido hacerlo… aunque Signa no
estaba segura de cómo se sentía al haberse ganado también la atención de
los otros.
Varios espíritus se habían girado para observar el único cuerpo en
movimiento en un salón de baile que se había aquietado. Por el rabillo del
ojo, vio que Muerte estaba listo para atacar.
Hay demasiados, advirtió. Ve con cuidado, Signa. Un
movimiento en falso y podría empezar una avalancha.
Signa no necesitaba ninguna advertencia, ya que su interior ardía con el
recuerdo de cuando fue poseída, por lo que cada movimiento que hizo fue
con más cuidado que el anterior. No había un manual para aquello.
Durante toda su vida, Signa había contado con instrucciones. Se había
memorizado el Manual para damas sobre la belleza y el
protocolo de arriba abajo. Se había grabado a fuego cada norma de la
sociedad y de lo que era adecuado en la mente, y había sido más que
consciente de todas las expectativas que había puestas sobre ella. Pero en
aquel momento solo tenía sus propios instintos para guiarla.
—Hay un motivo por el que nadie aquí parece conocido. —Aunque
estaba cara a cara con Briar, dirigió aquellas palabras a todos los espíritus
que estuvieran escuchando—. Hace veinte años, moristeis en Foxglove.
Signa se tensó cuando Muerte lanzó sus sombras hacia ella, pero no hubo
necesidad. Los espíritus se removieron, pero no atacaron.
—Estoy aquí para ayudaros. —Signa exhalo a través de unos labios
apenas separados a la vez que extendió una mano a Briar—. Habéis estado
reviviendo la noche de vuestras muertes una y otra vez, pero ya no tenéis
que pasaros los días merodeando por estos pasillos. Hay muchas más cosas
que os están esperando, y si me lo permitís, os mostraré que este es solo el
principio de vuestra historia.
Aunque Briar se mantuvo quieta, Signa se irguió sorprendida porque
uno de los gemelos dio un paso adelante en su lugar. Sus ojos pasaron de
Signa a Muerte, y luego miró a donde estaba su gemelo. No había equívoco
a la hora de reconocer el brillo en sus ojos, y con una voz cansada y
resquebrajada por la falta de uso, simplemente pregunto:
—¿Alexander?
El joven que estaba frente a él desapareció de la vista, su cuerpo dio un
espasmo y luego reapareció al lado de su hermano. Tenía los labios secos y
pelados, y abrió la boca una y dos veces, pero la cerró de golpe al ver que no
salía ningún sonido. Sus ojos ya se estaban volviendo de un blanco lechoso
extraño, cada vez más vacíos al tiempo que su atención empezaba a
dispersarse.
Puedes hacerlo. Las palabras de Muerte se deslizaron a través de la
mente de Signa, era el valor que necesitaba para acercarse a Alexander.
—Mírame la piel. —Signa extendió el brazo hacia él—. Mírala, y luego
compárala con la tuya. ¿Recuerdas haber visto un resplandor así sobre ti?
—Lo único que podía hacer Signa era esperar, con el corazón en un puño,
mientras el espíritu bajaba la mirada. Movió la mano en todas direcciones y
arqueó los labios hacia abajo.
»Tu lugar ya no está aquí —lo instó—. Lo estás pasando mal porque te
estás aferrando al mundo de los vivos cuando ya estás muerto.
—«Muerto» —repitió Alexander, desplomándose hacia delante mientras
echaba un vistazo a su hermano—. Nosotros… ¿morimos?
Signa cruzó la mirada con Muerte y se puso los brazos alrededor.
—Sí, pero eso no signi ca que este sea el nal. Hay más cosas por venir.
¿Te gustaría verlo?
El espíritu bajó la mirada hacia la mano que le ofrecía Signa, y se tensó
cuando su gemelo se acercó y lo agarró del hombro. Le llevó un buen rato
relajarse bajo sus manos, pero rebosó de alivio cuando se dirigió a su
hermano.
—Ya basta de este lugar —dijo el primero, cuya piel de color azul estaba
empezando a desvanecerse—. Vayámonos.
El color estaba resurgiendo en su piel antes traslúcida, y Signa estuvo a
punto de llorar de alivio cuando los labios pelados de Alexander y las
heridas a su alrededor empezaron a curarse.
Una mirada a Muerte fue todo lo necesario para que procediera. Le había
dicho a Signa que su apariencia a menudo cambiaba para ofrecerles a los
espíritus el rostro de quien fuera que más necesitaban en sus últimos
momentos. Aunque ella no podía ver lo que veían los hermanos, ninguno
de los espíritus reculó cuando Muerte se acercó, sino que se relajaron al
tomarlo de la mano, y empezaron una reacción en cadena por la que otros
dos espíritus se acercaron a Muerte como si fuese un faro en un mar
tormentoso, y la confusión se fue disipando de sus ojos.
—Vuelve rápido —susurró Signa.
La calidez que se estaba extendiendo por su cuerpo fue la con rmación
necesaria para saber que había tenido razón. Aquello era exactamente lo
que tenía que hacer.
Entre los espíritus, Muerte fue con la mirada de Signa a Briar. Tensó la
mandíbula y luego asintió con la cabeza.
—Lo haré.
Muerte reunió a los espíritus que fueron hacia él y desapareció.
Quedaban unos cuantos en los alrededores, curiosos pero temerosos aún
de comprometerse. Briar se encontraba entre ellos.
Segundo a segundo, parecía que la realidad de su muerte estaba
asentándose sobre ella, aunque, a diferencia de los otros, no tenía ningún
deseo de aceptarla. Le temblaba el labio inferior, y Signa supo en el
instante antes de que un grito le atravesara la garganta a la mujer que Briar
no se iría tan fácilmente. La joven apenas tuvo tiempo de protegerse los
oídos cuando llegó el sonido, tan penetrante que todas las copas de cristal
que había cerca se hicieron añicos. El viento atravesó las ventanas y los
fragmentos de cristal salieron volando de las mesas, haciendo un estropicio
en la piel de los invitados que, poco a poco, estaban volviendo a la realidad,
apretando las mandíbulas y moviendo los dedos mientras sostenían a sus
parejas.
Los veinte minutos habían pasado en un abrir y cerrar de ojos. Se estaban
quedando sin tiempo.
Amity también se dio cuenta, y se acercó más a Briar.
—No nos quedan más opciones —advirtió Signa a Amity, que tenía los
ojos rojos en señal de advertencia mientras el frío de Muerte marcaba su
regreso—. Va a hacerle daño a alguien.
—Tiene miedo —dijo Amity con una voz que nunca había contenido
tanto veneno, y Signa supo sin dudarlo que, si intentaba hacer cualquier
cosa, Amity se convertiría en el espíritu más terrorí co con el que se
hubiera encontrado.
Amity pasó por delante de Signa e ignoró a Muerte completamente
cuando agarró a Briar de la mano. Cuando el espíritu gruñó e intentó
apartarse, ella la agarró con más fuerza.
—Vuelve conmigo. —Amity la sostuvo incluso cuando le cayeron
lágrimas negras y ensangrentadas por las mejillas y el cuello—. Vuelve
conmigo —repitió, presionando sobre sus pies para darle un beso de lo más
suave a en la sien, justo debajo de la herida—. Llevo esperando demasiado
tiempo para que me oigas decirte que te quiero. Vuelve conmigo, Briar,
para que pueda decírtelo como toca.
Briar se quedó inmóvil bajo el beso, pestañeando para deshacerse de las
últimas lágrimas y centrarse en Amity, que tenía los dedos entrelazados
con los de ella mientras la sostenía. Aunque estuvo un largo rato sin decir
nada, el viento cortante cesó, y ella dejó una mano temblorosa sobre la de
Amity.
—¿De verdad eres tú? —dijo Briar con una voz tan suave que Signa creyó
que se la había imaginado hasta que Amity se echó a reír y soltó el sollozo
más feliz que había oído en su vida. Amity puso las manos alrededor del
espíritu y le pasó los dedos por el pelo mientras la volvía a besar.
—Soy yo, y no me voy a ir a ninguna parte.
Amity inclinó la cabeza contra la de Briar y susurró unas palabras a las
que Signa les dio la espalda, porque sabía que no iban dirigidas a ella.
Deseó poder darles todo el tiempo del mundo, deseó no estar tan
preocupada por que Briar perdiera el control otra vez en cuanto los
cuerpos se descongelaran.
—Es hora de que os marchéis —susurró Signa.
Amity levantó la cabeza y ofreció una sonrisa diminuta con aquellos
labios en forma de corazón.
—Creo que tienes razón. —Signa no había anticipado lo mucho que le
dolerían aquellas palabras, aunque, en medio de tanta tristeza, sintió alivio
por su amiga. Amity por n tendría lo que quería—. Tus padres estarán
muy orgullosos cuando les diga la mujer en la que se ha convertido su hija.
La espera de estos veinte años ha merecido la pena. Estoy feliz de haberte
conocido, Signa, aunque solo haya sido un momento.
Signa no sabría decir con certeza cuándo llegaron las lágrimas, solo que
brotaron sin remedio.
—Yo también estoy contenta de haberte conocido. Diles a mis padres que
tengo ganas de conocerlos algún día, ¿vale? Será un reencuentro precioso.
—Lo será. —Mientras Muerte se iba acercando, la brisa que se colaba por
las ventanas aún abiertas desprendió pedazos de Amity—. Aunque espero
que nos hagas esperar un buen rato. Disfruta esta vida, Signa. Disfrútala
con libertad, y no dejes que nadie te impida estar con quien quieras o hacer
lo que quieras. Cuando vuelva a verte, espero que tengas unas historias
magní cas para compartir.
Las heridas de Briar se estaban curando rápidamente, y Signa supo que
no había tiempo para más palabras. Se aguantó las lágrimas mientras Briar
y Amity siguieron la llamada de Muerte tomadas de la mano, con ganas de
explorar todo lo que las esperaba.
Signa apenas tuvo un momento para limpiarse los ojos porque el salón
de baile volvió entrar en movimiento.
Seguían quedando más espíritus, algunos de ellos estarían seguramente
merodeando por habitaciones que Signa aún no había explorado. El trío al
que había conocido durante la primera noche en Foxglove había metido la
cabeza y estaban observando mientras otros entraban en pánico por el
aumento de cuerpos que habían vuelto a entrar en movimiento mientras
los hilos dorados giraban alrededor del salón de baile.
Signa los ignoró, ya que lo peor ya había pasado y, por el momento, todo
parecía estar bajo control. La música se retomó a mitad de canción, pero las
risas rápidamente se convirtieron en susurros al tiempo que la gente se iba
dando cuenta de los pequeños cortes que tenían por el cuerpo y de los
cristales rotos que varias sirvientas ya se estaban apresurando por recoger.
Signa vio a Byron y siguió su mirada a través de la pista, hacia donde Eliza
Wake eld se estaba recogiendo las faldas. Había estado lo bastante lejos de
las mesas como para evitar lesiones, pero tenía un aspecto más enfermizo
que nunca, con la piel ceniza y los ojos tan vacíos como los de un espíritu, y
se fue tambaleando hacia las puertas.
Detrás de ella, Destino tenía una expresión grave y Signa entendió que en
cuanto volviera Muerte, tendría otra persona a la que reclamar.
La mirada de Blythe se cruzó con la de Signa desde la otra punta del
salón de baile y, sin mediar palabra entre ellas, avanzaron entre la multitud
y siguieron a Eliza escaleras abajo, hacia el exterior de Foxglove y la noche.
Treinta y nueve
S igna nunca había sentido el corazón tan pesado como cuando vio el
tapiz extendido frente a ella, con la mano de Blythe todavía encima. La
mirada de su prima era desa ante, y Signa no podía obviarla, por muy
agotada que se encontrara.
—¿Cuánto tiempo llevas sabiendo lo que es? —susurró.
—No tanto como el tiempo que llevo sabiendo lo que tú eres.
Blythe retiró la mano, con una gran severidad en el rostro. No pestañeó
cuando clavó su mirada en la de Signa, esperando a ver su siguiente
movimiento como si fuera una partida de ajedrez.
Detrás de Blythe, Muerte estaba tan enfurecido que los árboles se
sacudían, y Signa tuvo que arriesgarse y lanzarle una mirada furiosa antes
de que les cayera una tormenta encima.
—Esta no es la manera —dijo furioso, con cada palabra como si fuese una
lanza—. Encontraremos otra forma de hacerlo.
Tal vez, pero con la advertencia de Destino sobre traer a un alma de
vuelta de entre los muertos, Signa no veía cómo, y tampoco tenían tiempo
para encontrar otro modo. Blythe tenía razón al referirse a aquello como su
desastre, y ella tenía la responsabilidad de proteger a aquella familia.
Vete, le dijo a Muerte, ya que no les haría ningún bien a ninguno de ellos
que estuviera presente durante aquella conversación. Signa cuadró los
hombros y dejó de estremecerse bajo la intensidad de la mirada de su
prima. Necesito hablar con ella a solas.
Signa…
Vete. Por favor.
Muerte parecía estar en guerra consigo mismo, con los truenos
retumbando mientras las sombras de la noche parpadeaban, encolerizadas.
Cuando su atención se desvió hacia Foxglove, la prisión que había en el aire
se rebajó.
No hagas ninguna tontería, fue todo cuanto dijo antes de
desaparecer en dirección a la casa, y Signa supo, sin lugar a duda, que él y
su hermano iban a tener una conversación propia.
A solas, Blythe se mantenía a una distancia prudencial que Signa sintió
como un cuchillo en el costado. No quedaba ni rastro de la muchacha con
la que se había reído en la nieve y con quien había he estado a altas horas
de la noche cotilleando mientras tomaban el té. Ya no quedaba ni rastro de
la amiga a la que había visto como a una hermana, sino que en su lugar
había una mujer a la que Signa no reconocía.
—No sé lo que te habrá dicho Aris sobre mí —empezó Signa, rezando por
encontrar las palabras adecuadas—. Tampoco sé lo que te ha contado sobre
él mismo, pero no es seguro con ar en él.
—Me da igual si es seguro o no. —Blythe abrazó el tapiz contra su tripa.
Tenía la voz sorprendentemente en calma, sin la mordacidad que había
esperado Signa—. Tú tampoco lo eres, Signa. Te he visto tomar una vida
con un solo roce. También tomaste la de mi hermano. ¡Iba a tener un bebé!
Ahora ese bebé no tiene padre, no tenemos coartada y mi padre se está
pudriendo en una celda y lo van a ahorcar en una semana. No voy a dejar
que muera por esto. —La calidez del tapiz irradió hacia Signa cuando
Blythe se lo extendió, y le tomó todo cuanto había en su ser no retroceder.
»Sé que Aris no es ningún príncipe —continuó Blythe—. Pero sea lo que
sea, tiene poder. Ha accedido a liberar a mi padre a cambio de que te cases
con él.
La calidez se estaba ltrando en la piel de Signa y, centímetro a
centímetro, sentía como si la estuvieran incendiando. Sus respiraciones
eran tan suaves como los recuerdos de antes en su mente.
—¿No te parece raro? —Signa apenas pudo formar las palabras mientras
observaba la bruma dorada que rodeaba el tapiz, que brillaba tanto que
dolía—. Aparece de la nada y quiere casarse conmigo. Y no nos va a ayudar
a no ser que accedamos.
—Él sabe lo de las sombras que te siguen. No quiere que andes cerca de
ellas.
Entonces, Signa extendió el brazo para arrebatarle el tapiz de las manos a
Blythe. Le costó todo lo que había en ella no caer de rodillas cuando la
quemazón la atravesó.
—Claro que no —siseó Signa, comprobando que la mano no se le hubiera
chamuscado—. ¿Sabes siquiera lo que son esas sombras?
Durante un breve momento, Signa habría jurado que a Blythe se le
suavizó el rostro y que se le pusieron los ojos llorosos. Aquella ternura, sin
embargo, fue pasajera. Apareció y desapareció en cuestión de segundos.
—Hasta su nombre es peligroso —dijo Blythe—. No me atrevo a decirlo
en voz alta.
Signa no había esperado que ella supiera la verdad. No había esperado
que lo creyera. Tenía la boca aturdida, le costaba formar las palabras, más
aún pronunciarlas.
—Él te salvó la vida —consiguió decir—. Te protegió en varias ocasiones.
Él me permitió salvarte.
A Blythe se le llenó la frente de arrugas. Fuera lo que fuese que le hubiera
dicho Destino, no era aquello.
—Me da igual. —Blythe retrocedió, enfadada, dolida y con el mismo
aspecto que su madre en aquel momento—. Me tiene que dar igual, Signa.
Esta es la única opción. Es la única manera que tenemos de salvarlo, y lo
sabes.
Mientras Signa dejaba que el tapiz se ltrara en su piel, supo con todo su
ser que Blythe tenía razón. Tal vez hubiera sido capaz de utilizar los
poderes de Vida, pero ¿merecía la pena arriesgar la vida de Elijah
con ando en ellos? ¿Merecía la pena arriesgarse al caos que Destino
prometió que traería Signa?
Destino había dicho que haría lo que fuera necesario para alejar a Signa
de Muerte, y al n había cumplido aquella promesa, porque, para salvar a
Elijah, la única opción era que Signa aceptara su trato.
***
Destino estaba descansando cerca de la pista de baile, dándose un festín
con un pastelito reluciente en una mano y champán en la otra, y entonces
la ventana del balcón se hizo pedazos y Muerte descendió en una
tempestad de sombras. Destino estaba a mitad de bocado y apenas había
visto a su hermano cuando las luces de Foxglove se apagaron y Muerte puso
la mano alrededor de su cuello.
La copa de champán de Destino golpeó contra la pared y se rompió
cuando Muerte se la tiró de la mano. Se atragantó con la tarta y buscó a
tientas algo a lo que agarrarse mientras Muerte lo estampaba contra la
pared y apretaba el antebrazo contra su tráquea.
—Puede que empieces guerras, hermano, pero siempre soy yo el que las
termina.
Muerte estiró la mano para invocar su guadaña, pero parecía que no
podía o no quería levantarla contra su hermano, porque, al nal, su mano
se quedó vacía.
—Quítate de encima —escupió Destino, liberándose de las manos de
Muerte mientras Signa y Blythe entraban corriendo al salón de baile—.
Dios, estás lleno de tierra. Esto es una esta, hermano. Muestra algo de
decoro. —Y se sacudió.
Entonces, Signa se dio cuenta de que los cuerpos a su alrededor se
habían vuelto a quedar quietos, algunos de ellos con la boca abierta en
mitad de un grito. A su lado, Blythe se cubría la mano mientras Muerte
agarraba a su hermano por el cuello.
—No puedes obligar a una persona a estar contigo —gritó, y el aire a su
alrededor se volvió tan denso que Destino se puso a resollar, con el rostro
volviéndosele de color azul—. Te odiará siempre, y yo también.
—No estoy obligando a nadie —consiguió apenas sisear Destino. Los
hilos de oro destellearon a lo largo del salón de baile, más y más brillantes,
hasta que Muerte a ojó la mano lo su ciente como para que Destino diera
una fuerte respiración. Destino no necesitaba palabras para que su
amenaza fuera clara, ya que sus hilos estaban agregados a todo, y Signa ya
había visto la facilidad con que podía manipularlos—. El juramento que
nos hagamos será uno al que Signa accederá por voluntad propia.
—¿Por eso me dijiste que organizara una esta? —Signa cruzó el salón de
baile para colocarse ante los dos hombres—. ¿No para ayudarme, sino para
que descubriera que no tengo otra manera de salvar a Elijah que
dependiendo de ti?
—Yo solo he colocado las piezas para ver cómo se desarrolla la historia —
dijo Destino, cuya expresión se oscureció cuando consiguió liberarse del
agarre de Muerte—. ¿Acaso no fui claro cuando dije que estaba dispuesto a
hacer cualquier cosa? ¿Acaso no te di las respuestas que te prometí?
Desde el primer momento, Signa había sabido lo poco acertado que era
con ar en Destino, pero no había tenido otra opción. Ella era libre de
aceptar su oferta o no, pero al echar un vistazo a Blythe y ver lo pálida que
estaba y la fuerza con la que se abrazaba a sí misma, Signa sabía que no
quedaba otra opción. Al menos, ninguna que protegiera tanto a Eliza como
a la familia Hawthorne.
En una ocasión, Muerte prometió que le pegaría fuego a aquel mundo
por Signa. Pero parecía que ella no podía hacer lo mismo por él, ya que los
Hawthorne le habían arrebatado el corazón, y haría cualquier cosa que
estuviera en su haber para protegerlos. Cuando Signa muriera, tendría
todo el tiempo que quisiera para estar con Muerte. Pero, por el momento,
miró directamente a Destino a los ojos y dijo lo único que podía decir:
—Lo haré.
En cuanto las palabras salieron de sus labios tuvo la sensación de que su
mundo había terminado.
—Esta no será una unión feliz, Destino. Te lo aseguro. Cada día durante el
resto de mi vida lucharé por deshacerme de ti. Pero si prometes que
liberarás a Elijah y dejarás que los Hawthorne sigan con sus vidas en paz,
aceptaré este trato por voluntad propia.
—Signa…
Muerte buscó su mirada, pero ella se negó a dársela, porque temía
cambiar de opinión. Solo podía mirar a Blythe, que observaba la razón de
aquella promesa. La razón por la que estaba dispuesta a renunciar a todo lo
que amaba por proteger a la familia que la había acogido y que la había
querido cuando nadie más lo hizo.
—Por favor, no lo hagas. Me prometiste que no habría más tratos —
susurró Muerte.
Cómo deseaba Signa no tener que hacerlo. Cómo deseaba poder
acurrucarse en los brazos de Muerte y ngir que el sonido de su corazón
partiéndose no partía el suyo propio en dos. Cada día, durante el resto de
los años que le quedaran por vivir, aquella decisión la destrozaría.
—Quiero pasar una noche más con él —le dijo a Destino, que, por lo
menos, tuvo la de decencia de parecer indeciso cuando ella se acercó, como
si él también temiera que Signa se escapara de su alcance en cualquier
momento—. Dame una noche más. No para maquinar ni encontrar un
modo de salir de esta, sino para despedirnos. Mañana por la mañana
depositaré mi sangre sobre el tapiz y me uniré a ti. Pero antes, dame una
noche sin estar enferma, sin límite de tiempo.
Destino tensó la mandíbula.
—No voy a compartirte…
—¡No soy tuya! —Le daban igual los recuerdos. Le daba igual lo que él
hubiera sido o dejado de ser para ella en otra vida. En aquel momento,
Destino era el malo que había jurado que no sería nunca—. Tú y yo no
tenemos ninguna unión, y nunca la tendremos a no ser que aceptes mis
términos. Quiero una noche más.
Desde su expresión hasta su postura, todo en Destino estaba encrespado
y agitado. Aun así, debió tener la sensación de que Signa iba en serio con
cada palabra.
—Es más de lo que él se merece, pero te concederé tu noche. Solo una,
para despediros.
No era su ciente. Nunca lo sería. Aun así, se agachó para recoger un
fragmento de cristal roto y se lo apretó contra el pulgar, esperando a que
saliera sangre para luego ofrecérselo a él.
—Hasta el momento en el que me una a ti, debes aceptar que me
permitirás no solo ver a Muerte cuando sea, sino tocarlo sin ningún daño.
Júrame esto, y que liberarás a Elijah cuando se haga el juramento, y tendrás
una esposa.
—Signa… —Muerte extendió el brazo hacia ella, y a Signa casi se le parte
el corazón al esquivarlo.
Destino no sonrió, sino que la miró con el rostro inexpresivo al sacar una
aguja del bolsillo de su chaleco, con la que se pinchó en el pulgar y luego
apretó contra el de ella para sellar el juramento de sangre.
—Acepto tus términos.
Destino era un necio si creía que así era como iba a ganar. Signa no sabía
cuánto tiempo le llevaría, pero terminaría por escapar de él. Terminaría
por volver a encontrar a Muerte, ya fuera en aquella vida o en la siguiente.
Signa se giró hacia él, sin importarle que Destino y Blythe estuvieran
mirando. Sin importarle que estuvieran en medio de un salón de baile
oscuro, rodeados de espíritus curiosos y de las marionetas de Destino,
cuando tomó el rostro de Muerte entre las manos y le dio un beso en los
labios.
Signa detestó que su primer pensamiento no fuera sobre el beso en sí,
sino que debería memorizar cómo encajaban sus labios contra los de ella;
que debería memorizar cada hoyuelo y cada curva de su piel desnuda bajo
sus yemas, y la oleada de frialdad que se posaba sobre ella. La tensión en su
cuerpo se relajó cuando Muerte la atrajo hacia su pecho y la rodeó con los
brazos.
—Ven —susurró Signa mientras cerraba los dedos alrededor de los suyos.
Se puso de puntillas y lo volvió a besar—. Vámonos de aquí.
La música continuó en cuanto Signa salió del salón de baile de la mano
de Muerte. Las voces volvían a trinar desde dentro, la risa otaba en el aire
mientras el baile volvía a la acción. Nadie parecía recordar que las luces se
hubieran apagado ni nada sobre dos inmortales peleando a su lado.
Signa no hizo caso a los invitados que había en su casa, dejó que Destino
y Blythe se encargaran de ellos. Qué más daba, igualmente, cuando pronto
se marcharía de Foxglove con la misma rapidez con la que se había
instalado.
Había una tristeza insoportable en aquellos pensamientos, una que la
consumiría si ella lo permitiera. Por eso no le quedó otra opción que
sacárselos de la mente al bajar las escaleras acompañada de Muerte. No le
quedó otra opción que la de descartar todos los pensamientos de su mente,
teniendo en cuenta la emoción que amenazaba con abrumarla en
cualquier momento. Si aquella iba a ser su última noche viviente con
Muerte, se negaba a pasársela llorando.
Muerte susurró su nombre, la llamó, pero ella no se detuvo. Signa se fue
corriendo a la segunda planta, a la habitación que había convertido en la
suya.
—Signa —volvió a llamarla Muerte, aquella vez con urgencia—. Déjate de
tonterías y háblame.
Muerte agarró la mano de Signa con más fuerza, y tiró de ella hacia él
mientras se recostaba contra la pared del pasillo. El lugar estaba vacío, pero
Signa no podía evitar sentir que tenía ojos sobre ella, observando. Pero
¿qué más daba? Si la gente la veía hablando con las sombras, ¿qué
repercusiones podría haber? Al día siguiente, Foxglove ya no sería su hogar
y los vecinos entrometidos no serían ninguna preocupación.
—No hay tiempo —susurró ella, deseando que Muerte se diera prisa y la
siguiera, deseando que dejara de pelear. Pero Muerte la agarraba con
fuerza y se agachó para dejar su frente contra la de ella. Estaba en su forma
humana, con la mirada de ojos oscuros implacable. Signa cerró los ojos con
fuerza ante el roce de su piel fría, mientras que la suya seguía caliente por
el latido de su corazón.
—Podríamos tener todo el tiempo del mundo, pajarito —susurró—. No
tienes que hacer esto.
No había nada que Signa deseara más que aquello fuera cierto. Se
pasaría la eternidad con Muerte si las circunstancias lo permitieran. Y qué
feliz sería.
Signa inclinó la cabeza para darle un beso en aquellos labios que habían
sido creados para encajar con los suyos.
—Sabes que sí —susurró, y tomó su labio inferior entre los de ella y los
volvió a besar.
Muerte la sostenía con ambos brazos y tiraba de su cuerpo hacia el suyo
sin ninguna señal de dejarla ir.
—Pues encontraremos la manera de romper el juramento una vez que
liberen a Elijah.
Signa puso las manos alrededor de su cara, incapaz de contener las
lágrimas. Una vez que su sangre cayera sobre aquel tapiz, no habría manera
de saber cuánto tardarían en romper el trato con Destino o qué represalias
podría tomar.
—Escúchame. —Signa puso las palmas contra ambos lados de su cara—.
Te quiero. Me has hecho más feliz y más yo misma de lo que he sido jamás.
Si solo vamos a tener una noche, quiero que sea algo que siempre podamos
recordar. —Deslizó las manos por su cuerpo, entrelazando los dedos con
los suyos. Se llevó una de las manos de Muerte a los labios y le besó los
nudillos. Muerte estaba quieto y en silencio, pero no protestó y dejó que
ella se alejara y volviera a dirigirse hacia la habitación que había esperado
compartir algún día con él.
En realidad, no había sido más que una fantasía inmadura. Con algo tan
grande como la vida y la muerte entre ellos, debería haber sabido que
aquella nunca sería su realidad.
Signa no le soltó la mano ni siquiera cuando entraron en la habitación y
echó el cerrojo detrás de él. En cuanto la soltara, temía que fuera a
desaparecer por completo y que aquel fuera a ser el nal de su historia. Por
eso, Signa lo mantuvo cerca y lo miró de frente mientras caminaba de
espaldas hacia la cama.
No había alegría en sus ojos. Nada de aquel atractivo al que Signa se
había acostumbrado. En vez de aquello, su mirada estaba llena de tristeza
cuando se sentó en la cama y la llevó hacia su regazo.
—Tú eres mi mundo, Signa Farrow —dijo con una ternura en la voz que
amenazaba con romper la determinación de Signa, que tuvo que apartar la
mirada y cerrar los ojos contra los suaves besos que le daba por el cuello—.
Pase lo que pase mañana, que sepas que esta no será nuestra última noche
juntos. Juro que nada podrá detenerme a la hora de luchar por ti.
—Lo sé.
Las palabras de Muerte fueron una melodía preciosa, y Signa se aferró a
ellas como una promesa. Que Destino creyera que había ganado, ni Muerte
ni ella dejarían de luchar nunca.
Signa deslizó las piernas a ambos lados de Muerte y le rodeó el cuello con
las manos mientras él la besaba, yendo con sus labios del cuello a la boca y,
de ahí, bajando hasta el pecho. Se le cerraron los ojos, su cuerpo se estaba
as xiando bajo las capas del vestido incluso a pesar del frío perpetuo de
Muerte, y se estremeció cuando sus manos encontraron los cordones, como
leyéndole la mente. Él siempre había tenido eso, una asombrosa habilidad
para saber lo que Signa quería o en lo que estaba pensando.
Dios, cómo iba a echar de menos aquello.
Signa se bajó el vestido y ayudó a Muerte a dejarlo en el suelo. Él se tomó
su tiempo para acariciarle la gura con la mano, haciendo dibujos con el
pulgar por toda su cadera. Signa echó la cabeza hacia atrás, saboreando
cada roce. Lo ayudó a quitarse la camisa y luego los pantalones mientras las
sombras que había invocado seguían sus manos a lo largo de la piel de
Signa, marcando un camino de hielo que ardía en su interior.
Muerte la saboreó despacio, recorriendo su pecho con los labios,
recorriendo su ombligo y bajando hasta su parte más sensible mientras la
colocaba sobre su espalda.
Su nombre tenía el gusto del vino dulce cuando Signa lo susurró en la
noche. Movía las caderas contra él, pero cuando cerró los ojos para
saborear la tensión creciente en su interior, las sombras se colocaron
detrás de su cuello y le inclinaron la cabeza hacia atrás para que lo mirara.
—Mírame —dijo Muerte no en un susurro, sino como una orden que
capturó su atención—. Quiero que me mires cuando te toco.
Signa se dio cuenta de que era un privilegio poder mirarlo después de
tanto tiempo y ver cómo la sostenía, cómo la consumía. Enredó las manos
entre las sábanas, y fue el ansia de su mirada lo que le llegó en lo más
profundo, y su cuerpo se estremeció al soltar lo que se había acumulado en
ella.
Entonces, Muerte se recostó y Signa se detuvo un momento para apreciar
la vista de él ante ella, con las caderas enredadas entre las sábanas, su
mirada sin desviarse nunca de la de ella. Habría dado casi cualquier cosa
por pasar el resto de su vida con él estando así. Con la mirada ja en la
suya, Signa se subió en su regazo, quería saborear y sentir cada centímetro
de él aquella noche, mientras pudiera.
Muerte gruñó con un deseo que se extendió sobre ella. Signa quería
ganarse ese sonido. Quería sacárselo de los labios una y otra vez. Puso los
brazos alrededor de su cuello, y lo agarró mientras sus cuerpos se unían,
moviendo las caderas contra él. Muerte puso una de las manos alrededor
de su cuello para aguantarla contra él mientras la otra la colocaba sobre su
muslo y apretaba contra su piel.
—Eres mía. —No fueron palabras posesivas, sino una promesa—.
Mientras me quieras a tu lado, eres mía, Signa Farrow. Haré que este
mundo arda hasta las cenizas antes que dejar que alguien te aleje de mí.
Cuando saliera el sol, se acabaría el tiempo de estar juntos. Pero, por el
momento, sacarían el máximo provecho de su despedida. Signa exploraría
todo lo que había en él, y esperaba que cuando llegara el amanecer y los
dejara solo con sus recuerdos, se acordaran de aquella noche para siempre.
Cuarenta y uno
Blythe
Blythe
e Wisteria
Table of Contents
Parte Uno
Prólogo
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidós
Veintitrés
Veinticuatro
Parte Dos
Veinticinco
Veintiséis
Veintisiete
Veintiocho
Veintinueve
Treinta
Treinta y uno
Treinta y dos
Treinta y tres
Treinta y cuatro
Treinta y cinco
Parte Tres
Treinta y seis
Treinta y siete
Treinta y ocho
Treinta y nueve
Cuarenta
Cuarenta y uno
Cuarenta y dos
Cuarenta y tres
Epílogo
Agradecimientos
La historia continúa en Wisteria