Un Artista Del Hambre Franz Kafka

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OÍ'EttAMtJNbf

~RAS COMPLETAS

OBRAS COMPLETAS III

:y de pronto exclamé:
Franz I(afka
lte de una vez esas historias! Narraciones.
10 quiero oír fragmentos.

do todo, del principio al fin.


y otros escrItos
:nos no pienso escuchar, Traducciones de ¡\dan Kovacsics,
e lo digo desde ahora. Joan Parra Contrcras y Juan José del Solar
onjunto lo que me fascilla".
Edición dirigida por Jord; Llovet
me miró, bajé un poco la voz.
usted confiar en mi discreción.
ocio lo qlle le oprima el corazón.
habrá tenido un oyente tan
discreto COITIO yo."»

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Libros publicados en. vida Un artista del hambre (I924)

u na simple forma lidad, a doptada para tra nquilizar a la s


ma sas, pues los iniciados sa bían muy bien que, du ra nte el
período de ayuno, el a rtista del hambre jamás, en ninguna
Un artista del hambre circunsta ncia, ni siquiera bajo coacción, hubiera comido
na da , por mínimo que fuese ; el honor de su arte se lo prohi­
bía. Claro que no todos los guardia n es podían comprender
En los últimos a ños ha remitido mucho el interés por los ar­ eso, a veces se forma ban grupos nocturnos que ejercían su
tistas del hambre . Así como antes era muy rentable orga ni­ vigila ncia con muy poco rigor, se senta ba n adrede en un rin­
zar por cuenta propia grandes espectáculos de este tipo, hoy cón ale j a do y se dedicaba n a juga r a la s cartas, con la inten­
en día es tota lmente imposible . Eran otros tiempos. Por en­ ción manifiesta de consentir al artista del hambre u n peque ­
tonces toda la ciudad se entretenía con el artista del hambre· ño refrigerio que, según ellos, podía saca r de entre sus
el interés aumentaba con ca da día de a yuno; todos quería� provisiones secretas. Na da atormenta?ª tanto al artista d�l
ver al artista como mínimo una vez al día; al final hubo in­ , _
ha mbre como esos gua rdianes; lo poma n mela ncolico; le di­
cluso a bona dos que se pa s aban días enteros sentados frente ficultaban terriblemente el ayuno; a veces lograba su perar
a la p eque ñ a ja ula ; ta mbién se organizaban visita s noctur­ su debilida d y, mientras las fuerza s se lo permitían, ca nta ba
na s con luz de antorchas, pa ra aumenta r el efecto; cuando durante esa vigilia pa ra hacer ver a aquella gente lo injustas
hacía buen tiempo sacaban la jaula al aire libre y el artista que eran sus sospechas. Mas de poco le serví a, pues enton­
del hambre era mostrado sobre todo a los niños; mientras que ces se a dmira ba n de su habilidad para comer incluso can­
para los a dultos no solía ser más qu e un a diversión en la ta ndo. Mucho más le gusta ban los gua rdianes que se senta­
qu e participab.an porque esta ba de moda, los niños mira ban ba n muy pega dos a los barrotes y, no contentos con la
asombra dos, con la boca a bierta y cogidos de la ma no por turbia ilu minación nocturna de la sa la, lo alumbraban con
precaución, cómo ese hombre pálido, envuelto en una ma lla una s linternas de bolsillo eléctrica s que el emp resario ponía
negra por la cua l asomaban sus prominentes costillas, des­ a su disposición. La luz cega dora no lo molesta ba en abso­
deñando incluso una silla, perman ecía sentado entre la paja luto, dormir no podía , de todas forma s, pero sí adormilarse
dispersa por el suelo y, asintiendo cortésmente con la ca be­ un poco, con cualquier ilu minación y a cualquier hora, in­
za o esbozando una sonrisa forzada, respondía a las pre­ cluso con la sala repleta de gente y ru ido. Estaba muy dis­
guntas o saca ba el brazo por entre los barrotes para dejar puesto a pa sar toda la noche en vela con esos guardianes;
palpar su delga dez; luego volvía a ensimisma rse y no se pre­ esta ba dispuesto a bromear con ellos, a contarles historias
ocupa ba por na die, ni siquiera por la s ca mpa na das del reloj sobre su vida erra nte y escucha r a su vez las que ellos qui ­
-tan importantes para él-, que era el único mueble dentro sieran conta rle, todo eso para ma ntenerlos despiertos, para
de la jaula, sino que se queda ba mira ndo al vacío con los poder mostra rles una y otra vez que no tenía nada comesti­
ojos casi cerrados y de vez en cuando sorbía una s gotas de ble en su jaula y que ayunaba como ninguno de e llos ha b ría
agua de un vasito minúsculo para humedecerse los la bios. podido hacerlo. Pero el momento de ma yor felicidad le lle­
Además de los espectadores que se renovaba n, también ga ba coJ la mañana, cuando, por cuenta suya, les servían
ha bía guardianes fijos el egidos por el público, en general un copioso desayu no sobre el que ellos se aba lanza ba n con
carniceros, curiosa ment e, que d e tres en tres tenía n la mi­ el a petito propio de hombres sanos que han pasado una no­
sión de observar dí a y noche a l a rtista del h ambre pa ra que che de fatigosa vigilia . Ha bía, por cierto, gente que preten­
no ingiriera a limentos por algu na ví a secreta . Pero esto era día ver en este desayuno un intento indebido de influir so-
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bre los guardianes, pero aquello era ir demasiado lejos, y dades y los países, pero como regla se fijaba un período má­
cuando se les preguntaba a esas personas si estaban dis­ ximo de cuarenta días. Y al cuadragésimo día s·e abría la
puestas a hacerse cargo de la guardia nocturna solo por mor puerta de la jaula enguirnaldada de flores, un público entu­
del asunto, sin desayuno, escurrían el bulto, aunque seguían siasmado llenaba el anfiteatro, una banda militar empezaba
manteniendo sus sospechas. a tocar, dos médicos entraban en la jaula para proceder a las
Esto, de todos modos, formaba parte de los recelos ya in­ mediciones necesarias del artista del hambre, mediante un
separables de la práctica del ayuno. Nadie, de hecho, era ca­ ·altavoz se anunciaban los resultados a la sala, y por último
paz de pasarse todos esos días y noches vigilando sin cesar venían dos señoras jóvenes, felices de haber sido elegidas
al artista del hambre, de modo que nadie podía saber por por sorteo para ayudar al artista a salir de la jaula, bajar
experiencia propia si el ayuno era mantenido sin fallos ni in­ unos cuantos escalones y llegar hasta una mesita donde le
terrupciones; solo el artista del hambre en persona podía sa­ habían servido una comida de enfermo cuidadosamente ele­
berlo, solo él podía ser al mismo tiempo el espectador ple­ gida. Y en ese momento el artista del hambre se resistía
namente satisfecho de su propio ayuno. Sin embargo, y por siempre. Cierto es que aún ponía espontáneamente sus es­
otro motivo, nunca estaba satisfecho; quizá no fuera el ayu­ queléticos brazos en las manos que las señoras, inclinadas
no el causante de su delgadez excesiva -hasta el punto de sobre él, le tendían dispuestas a ayudarlo, pero se negaba a
que muchos se veían ,obligados, muy a su pesar, a renunciar levantarse. ¿Por qué parar justamente ahora, después de
al espectáculo porque no podían soportar su aspecto-, sino cuarenta días? Él hubiera podido resistir mucho más, un
que se había adelgazado tanto solo por insatisfacción consi­ tiempo ilimitado; ¿por qué parar precisamente ahora, cuan­
go mismo. Y es que solamente él sabía -solo él y ningún otro do estaba en el mejor momento del ayuno o, mejor dicho, ni
iniciado- lo fácil que era ayunar. Era la cosa más fácil del siquiera había llegado a él? ¿ Por qué querían arrebatarle la
mundo. Tampoco lo ocultaba, pero no le creían, en el mejor gloria de seguir ayunando, de convertirse no solo en el artis­
de los casos lo consideraban modesto, aunque las más veces ta del hambre más grande de todos los tiempos -cosa que
lo veían como un ser ávido de publicidad o incluso un far­ probablemente ya sino de superarse a sí mismo hasta
sante al que el ayuno le resultaba fácil porque sabía hacér­ lo inconcebible, pues no sentía límite alguno para su capaci­
selo fácil, y que encima tenía la desfachatez de confesarlo a dad de ayunar? ¿Por qué esa multitud que pretendía admi­
medias. Tenía que aguantar todo eso, y hasta se había acos­ rarlo tanto tenía tan poca paciencia con él? ¿Por qué no que­
tumbrado a ello con el correr de los años,º pero por dentro lo ría aguantar si él aguantaba seguir ayunando? Además él
seguía corroyendo esa insatisfacción, y nunca -esto hay que estaba cansado, se sentía a gusto sentado entre la paja, y de
reconocérselo-, nunca había abandonado voluntariamente pronto tenía que incorporarse cuan largo era y llegarse has­
la jaula tras un período de ayuno. El empresario había fija­ ta esa comida; solo de pensar en ella le asaltaba una sensa­
do en cuarenta días el límite máximo de ayuno; pasado ese ción de náuseas que reprimía con gran dificultad por consi­
plazo nunca lo dejaba ayunar, ni siquiera en las grandes ciu­ deración a las señoras. Y alzaba la mirada hacia los ojos de
dades, y tenía ·sus razones. La experiencia enseñaba que du­ esas damas al parecer tan amables, pero en verdad tan crue­
rante unos cuarenta días se podía espolear cada vez más el les, y balanceaba la cabeza excesivamente pesada para el dé­
interés de una ciudad incrementando gradualmente la publi­ bil cuello. Pero entonces ocurría lo de siempre. El empresa­
cidad, pero que luego el público fallaba y podía comprobar­ rio se acercaba y, mudo -el fragor de la música no permitía
se una sensible disminución de la afluencia; por supuesto hablar-, alzaba los brazos sobre el artista del hambre, como
que había pequeñas diferencias a este respecto según las ciu- invitando al cielo a contemplar allí su obra, sobre la paja, a
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ese mártir digno de compasión que ciertamente era el artis­ lico y cada vez más sombrío porque nadie era capaz de to­
ta, solo que en un sentido muy distinto; luego cogía al artista márselo en serio. Además, ¿cómo consolarlo? ¿Qué podía
del hambre por la delgada cintura con una precaución exa­ aún desear? Si alguna vez aparecía una persona bondadosa
gerada, como queriendo hacer creer que tenía que vérselas que lo compadecía e intentaba explicarle que su tristeza se
con algo sumamente frágil, y lo entregaba -no sin antes Sa­ debía probablemente al hambre, podía ocurrir, sobre todo
cudirlo un poco a escondidas, de suerte que los brazos y el en una fase de ayuno avanzado, que el artista del hambre
tronco del artista oscilaban sin control de un lado para respondiera con un acceso de rabia y, para horror de todos,
otro- a las señoras, ya mortalmente pálidas a esas alturas. empezara a sacudir los barrotes de la jaula como un -animal.
y entonces el artista del hambre lo aguantaba todo; la cabeza Pero en estos casos el empresario tenía un castigo que le gus­
le caía sobre el pecho como si se hubiera enrollado y queda­ taba aplicar. Disculpaba al artista ante el público asistente
do allí por alguna razón inexplicable; el cuerpo estaba ahue­ admitiendo que solo la irritabilidad provocada por el ayuno
cado; las piernas, a impulsos del instinto de autoconserva­ -algo no muy fácil de comprender por personas bien ali­
ción, se apretaban firmemente a la altura de las rodillas, mentadas- hacía perdonable el comportamiento del artista
pero rascaban el suelo como si no fuese el verdadero y ellas del hambre; en ese contexto pasaba luego a hablar de la afir­
lo estuviesen buscando; y todo el peso del cuerpo, aunque mación del artista, merecedora igualmente de una explica­
mínimo, recaía sobre una de las damas que, buscando ayu­ ción, de que podría ayunar mucho más tiempo del que ayu­
da, con el aliento entrecortado -no se había imaginado así naba; elogiaba la noble aspiración, la buena voluntad y la
esa función hon~rífica-, estiraba al máximo el cuello para gran abnegación que esta afirmación sin duda contenía; pero
preservar al menos su cara del contacto con el artista del luego intentaba refutarla mostrando simple y llanamente fo­
hambre, pero ll,lego, al no conseguirlo, y viendo que su com­ tografías que eran puestas en venta al mismo tiempo, pues
pañera, más afortunada, no acudía en su ayuda sino que se en ellas se veía al artista del hambre en el cuadragésimo día
contentaba con llevar ante ella, temblando, la mano del ar­ de ayuno, en su cama, casi liquidado por la consunción. Esta
tista, aquel manojito de huesos,o estallaba en llanto entre las distorsión de la verdad que, aunque bien conocida por el ar­
carcajadas de satisfacción de la sala y tenía que ser relevada tista, lograba enervarlo siempre de nuevo, era demasiado
por un criado ya dispuesto hacía tiempo. Luego venía la co­ para él. ¡Se presentaba como causa algo que era consecuen­
mida, y el empresario hacía engullir unos cuantos bocados cia de la interrupción anticipada del ayuno! Luchar contra
al artista del hambre durante un duermevela similar al des­ esa incomprensión, contra ese mundo de incomprensión era
mayo, en medio de una divertida charla destinada a desviar imposible. Una y otra vez, pegado a los barrotes, había es­
la- atención del público y evitar que este pensara en el estado cuchado ansiosamente y de buena fe al empresario, pero en
del artista; en honor del público se hacía acto seguido un cuanto aparecían las fotografías soltaba los barrotes, se de­
brindis supuestamente susurrado al empresario por el artis­ jaba caer sobre la paja, suspirando, yel público tranquiliza­
ta del hambre; la orquesta corroboraba todo con un gran to­ do podía acercarse de nuevo y observarlo.
que de honor, la gente se desperdigaba, y nadi(!,tenía ,dere- ' Cuando los testigos de esas escenas las recordaban años
cho a sentirse descontento con lo ocurrido, nadie excepto el más tarde, no se comprendían muchas veces a sí mismos.
artista del hambre, solo él, siempre. Pues mientras tanto se había producido el cambio ya men­
Así vivió muchos años, con breves períodos de descanso cionado; ocurrió casi de improviso; puede que hubiera razo­
regulares, en medio de un aparente esplendor, respetado por nes más profundas, pero ¿a quién le importaba descubrir­
el mundo, aunque presa casi siempre de un humor melancó­ las? En cualquier caso, el mimado artista del hambre se vio

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un buen día abandonado por la multitud ávida de diversio­ afirmación esta que, teniendo en cuenta el cambio operado
nes, que prefería acudir en masa a otros espectáculos. El en los gustos del público, que el artista olvidaba fácilmente
empresario recorrió una vez más media Europa con él para en su entusiasmo, solo provocaba una sonrisa entre la gente
ver si en un lugar u otro volvía a repuntar el antiguo interés; del oficio.
todo fue en vano; como obedeciendo a un acuerdo secreto se Pero, en el fondo, el artista del hambre no perdió de vista
había creado en todas partes una auténtica aversión contra la realidad de la situación y consideró natural que no lo pu­
el espectáculo del ayuno. Es evidente que en realidad ese fe­ sieran con su jaula en el centro de la pista, como nÚf!1ero ex­
nómeno no podía haberse producido tan de improviso, y se traordinario, sino fuera, en un lugar de muy fácil acceso por
empezaron a recordar entonces, con cierto retraso, una serie lo demás, cerca de los establos. Grandes carteles de distintos
de ¿presagios que, en el momento de la embriaguez del triun­ colores enmarcaban la jaula, anunciando lo que podía verse
fo, no habían sido suficientemente atendidos ni evitados; en ella. Cuando, en las pausas del espectáculo, el público se
pero ya era demasiado tarde para remediar aquello. Si bien agolpaba en los establos para ver a los animales, era casi
era cierto que los buenos tiempos del ayuno volverían algún inevitable que pasara junto al artista y se detuviera un mo­
día, esto no era ningún consuelo para los vivos. ¿Qué podía mento ante él; quizá se habrían quedado más tiempo si, en
hacer el artista del hambre? Él, que había sido aclamado por el estrecho pasillo, los que venían detrás y no entendían esa
miles de personas, ,no podía exhibirse en las barracas de parada en el camino hacia los ansiados establos no hubieran
ferias pequeñas, y pára ejercer otra profesión no solo era de­ impedido una contemplación más tranquila y prolongada.
masiado viejo, sino que, sobre todo, vivía entregado al ayu­ Este era también el motivo por el que el artista del hambre
no con un fanatismo excesivo. Despidió, pues, al empresa­ temblaba al pensar en esas horas de visita, que por otra par­
rio, compañero de una carrera sin igual, y se hizo contratar te deseaba como la meta de su vida, claro está. En los pri­
por un gran circo; para no herir su propia susceptibilidad meros tiempos apenas si podía esperar los entreactos; fasci­
prefirió no mirar las condiciones del contrato. nado, aguardaba a la multitud que irrumpía, hasta que muy
Con su infinidad de personas, animales y aparatos que se pronto se convenció -ni siquiera el autoengaño más pertinaz
equilibran y complementan sin cesar unos 'a otros, un gran y casi consciente pudo hacer frente a las experiencias- de
circo puede utilizar a quien sea yen cualquier momento, in­ que la intención principal de esa gente era una y otra vez, sin
cluso a un artista del hambre, siempre que sus pretensiones excepción, visitar los establos. Y esa visión a distancia se­
sean relativamente modestas, se entiende; además, en este guía siendo la más hermosa. Pues en cuanto se hallaban cer­
caso concreto, no fue solo el artista del hambre mismo el ca de él, al punto quedaba abrumado por el griterío y los in­
contratado, sino también su antiguo y célebre nombre; sí, ni sultos de las facciones que no paraban de formarse todo el
siquiera podía decirse, dada la especificidad de un arte cuyo tiempo: la de aquellos que querían verlo cómodamente
ejercicio no disminuye con la edad, que un artista envejeci­ -pronto se convirtió en la más peno'sa para él- no por com­
do, que no se hallaba ya en el apogeo de sus capacidades, prensión, sino por capricho y testarudez, y la de quienes
quisiera refugiarse en un tranquilo puesto circense; todo lo solo querían ir directamente a los establos. En cuanto pasa­
contrario, el artista del hambre aseguraba, y esto era perfec­ ba la gran turba llegaban los rezagados, pero estos, a los que
tamente creíble, que seguía ayunando igual de bien que an­ ya nada impedía detenerse allí el tiempo que quisieran, pa­
tes, sí, llegó incluso a afirmar que, si lo dejaban actuar según saban de largo a grandes zancadas, casi sin mirar de reojo,
su v:oluntad -cosa que le prometieron sin chistar-, esta vez para llegar a tiempo de ver a los animales. Y no era muy fre­
despertaría realmente un justificado asombro en el mundo, cuente el caso afortunado de que un padre de familia llega­
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se con sus hijos, señalase al artista del hambre con el dedo, había soñado tiempo atrás, y lograba hacerlo sin esfuerzo,
explicase en detalle de qué se trataba, les hablase de años exactamente tal y como lo previera entonces, pero nadie
pasados, en los que había asistido a exhibiciones similares, contaba ya los días; nadie, ni siquiera el mismo artista del
aunque incomparablemente más grandiosas,o y los niños, hambre, sabía cuán grande era ya el trabajo realizado; y su
debido a su insuficiente preparación en la escuela y en la corazón se llenó de tristeza. Y cuando alguna vez, en aquel
vida -¿qué podían saber sobre el ayuno?-, seguían sin en­ tiempo, un ocioso se detenía ante la jaula, se burlaba del an­
tender lo que ocurría; pero en el brillo de sus ojos escruta­ tiguo número y habla ba de estafa, era esta la mentira más
dores dejaban traslucir algo de los nuevos tiempos venide­ estúpida que hubieran podido inventar la indiferencia y la
ros, más clementes. Tal vez, se decía a veces el artista del maldad innata, pues no era el artista del hambre quien en­
hambre, todo iría un poco mejor si no lo hubieran instala­ gañaba -él trabajaba honestamente-, sino que el mundo lo
do tan cerca de los establos. Elegir le resultaba así dema­ engañaba escamoteándole su recompensa.
siado fácil a la gente, por no mencionar que las emanaciones ;,'
de los establos, la inquietud nocturna de los animales, el
transporte de los trozos de carne cruda para las fieras y los Pero pasaron muchos días y también esto llegó a su fin. Un vi­
rugidos de estas al comer lo vejaban mucho y lo oprimían gilante reparó un día en la jaula y' preguntó a los criados por
permanentemente. Sin embargo, no se atrevía a comunicar­ qué tenían allí, sin usar y con paja podrida en su interior, esa
lo a la dirección;o después de todo, debía a los animales la jaula perfectamente aprovechable; nadie lo sabía, hasta que
multitud de visitantes, entre los que de vez en cuando tam­ uno de ellos se acordó del artista del hambre al ver la tablilla.
bién podía habér uno.que viniera a verlo, y quién sabe dón­ Removieron la paja con unas varas y encontraron en ella al
de lo esconderían si quisiera recordarles su existencia y, de artista. «¿Todavía ayunas?», preguntó el vigilante, «¿cuándo
paso, que en el fondo no era sino un obstáculo en el cami­ piensas dejarlo definitivamente?» «Perdonadme todos», su­
no a los establos. surró el artista del hambre; solo el vigilante, que tenía la ore­
Un pequeño obstáculo, de todas formas, un obstáculo ja pegada a los barrotes, pudo oírlo. «Claro que sí», dijo el
cada"vez más pequeño. La gente se fue acostumbrando a la vigilante y se llevó el índice a la sien para sugerir al personal
extravagancia de que un artista del hambre quisiera recla­ el estado mental del artista, «te perdonamos.» «Siempre he
mar la atención en los tiempos actuales, y ese acostumbrar­ querido que admiraseis mi capacidad de ayuno», dijo el artis­
se acabó pronunciando sobre él la sentencia definitiva. Por ta del hambre. «Y la admiramos», dijo el vigilante en tono
más que ayunara como mejor podía -y lo hacía-, ya nada condescendiente. «Pero no deberíais admirarla», dijo el artis­
era capaz de salvarlo, la gente pasaba de largo ante su jaula. ta. «Pues entonces no la admiraremos», dijo el vigilante, «¿por
¡Cómo explicar a alguien el arte del ayuno! A quien no lo qué no deberíamos admirarla?» «Porque tengo que ayunar,
siente no hay forma de hacérselo entender. Los hermosos no puedo evitarlo», dijo el artista. <<¡Vaya, vaya!», dijo el vi­
carteles se volvieron sucios e ilegibles, los arrancaron, y a gilante, «¿y por qué no puedes evitarlo?» «Porque», dijo el
nadie se le ocurrió sustituirlos; la tablilla con el número de artista d,el hambre alzando un poco la cabecita, con los labios
días de ayuno transcurridos, que en los primeros tiempos se estirados como para dar un beso y hablando al oído mismo
renovaba cuidadosamente cada día, llevaba ya muchotiem­ del vigilante, de modo que no se perdiera nada, «porque no
po siendo la misma, pues al cabo de las primeras semanas el he podido encontrar ninguna comida que me gustara. De ha­
propio personal se había hartado incluso de ese trabajo mí­ berla encontrado, créeme que no habría hecho ningún alarde
nimo; y el artista del hambre siguió, pues, ayunando como y me habría hartado como tú y todo el mundo.» Estas fueron


I~

25° Libros publicados en vida Un artista del hambre (X924) 251

sus últimas palabras, pero en sus ojos quebrantados persistía


aún la convicción firme, aunque ya no orgullosa, de que se­
guiría ayunando.
«i y ahora, limpiad todo esto!», dijo el vigilante, y ente­ Josefina la cantante
rraron al artista del hambre junto con la paja. Luego metie­ o El pueblo de los ratonesO
ron en la jaula a una joven pantera. E incluso para la sensi­
bilidad más embotada fue un alivio ver a aquella fiera
revolcarse y dar vueltas en una jaula tanto tiempo vacía. No Nuestra cantante se llama Josefina. Quien no la haya oído,
le faltaba nada. La comida que le gustaba se la traían los no conoce el poder del canto. No hay nadie a quien su can­
guardianes sin pensárselo mucho; ni siquiera parecía echar to no arrebate, lo cual se ha de estimar tanto más cuanto
de menos la libertad; aquel cuerpo noble, provisto de todo que nuestra raza, en general, no ama la música. Una paz si­
lo necesario hasta casi reventar, parecía llevar consigo la li­ lenciosa es para nosotros la música preferida; nuestra vida
bertad; esta parecía ocultarse en algún punto de su dentadu­ es difícil, y aunque hemos intentado sacudirnos de encima
ra; y la alegría de vivir surgía con tanta intensidad de sus todas las preocupaciones cotidianas, ya no podemos elevar­
fauces que a los espectadores les costaba hacerle frente. Pero nos hasta cosas tan alejadas de nuestra vida habitual como
se dominaban, se agolpaban en torno a la jaula y luego no la música. Pero no lo lamentamos mucho; ni siquiera llega­
querían moverse del' sitio. mos a tanto; consideramos como nuestra máxima virtud
cierta astucia práctica de la que, por cierto, estamos muy ne­
cesitados, y con la sonrisa propia de esa astucia solemos
consolarnos de todo, aunque alguna vez -lo cual, sin em­
bargo, no ocurre- lleguemos a aspirar a la felicidad que tal
vez emane de la música. Josefina es la única excepción; ella
ama la música y sabe también transmitirla; es la única; con
su partida desaparecerá la música -quién sabe por cuánto
tiempo- de nuestras vidas.
A menudo he reflexionado sobre lo que realmente ocurre
con esa música. Si somos de todo punto amusicales, ¿cómo
es que entendemos el canto de Josefina o, dado que ella nie­
ga nuestra comprensión, creemos al menos entenderlo? La
respuesta más sencilla sería que la belleza de ese canto es tan
grande que ni el espíritu más obtuso puede resistirse a ella;
pero esta respuesta no es satisfactoria. Si de verdad fuera
así, al oír ese canto deberíamos tener ante todo y siempre la
sensación de algo extraordinario, la sensación de que desde
esa garganta resuena algo que jamás habíamos oído antes
y que tampoco somos capaces de oír, algo que solo Josefina y
nadie más nos capacita para oír. Pero precisamente esto no
es, a mi entender, cierto, yo no 10 siento ni he notado nada

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