Literatura 1er Curso BGU 23

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Bachillerato General Unificado

Primer curso
Lengua y Literatura

Ministerio de Educación
Bachillerato General Unificado
Primer curso
Lengua y Literatura

Ministerio de Educación
Islas afortunadas
Fernando Pessoa

¿Qué voz viene sobre el sonido de las olas


que no es la voz del mar?

¿Será la voz de alguien que nos habla,


pero que, si escuchamos, calla,
precisamente por habernos puesto a escuchar?

Y solo si, medio adormecidos,


oímos sin saber que oímos,
ella nos habla de la esperanza
hacia la que, como un niño
que duerme, durmiendo sonreímos.

Son islas afortunadas,


son tierras que no tienen lugar,
donde el Rey vive esperando.
Pero si andamos despertando,
calla la voz, y solo es el mar.

Tomado de https://bit.ly/2OcI43l (12/02/2018)

Fernando Pessoa (1888-1935). Poeta y escritor portugués, considerado uno de los más
brillantes e importantes de la literatura mundial. Introdujo en su obra ciertos aspectos
que poseían los movimientos vanguardistas de otras regiones.

Dos palabras
Alfonsina Storni

Esta noche al oído me has dicho dos palabras


comunes. Dos palabras cansadas
de ser dichas. Palabras
que de viejas son nuevas.
Dos palabras tan dulces que la luna que andaba
filtrando entre las ramas
se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras
que una hormiga pasea por mi cuello y no intento
moverme para echarla.

Tan dulces dos palabras


que digo sin quererlo ¡oh, qué bella, la vida!
Tan dulces y tan mansas
que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman.

Tan dulces y tan bellas


que nerviosos, mis dedos,
se mueven hacia el cielo imitando tijeras.
Oh, mis dedos quisieran
cortar estrellas.

Tomado de https://bit.ly/2uJgbb1 (09/07/2018)

Alfonsina Storni (1892-1938). Poetisa argentina. Su obra aborda el tema amoroso y


la reivindicación feminista. Entre sus poemas están: ¡Adiós!, Alma desnuda, La caricia
perdida, Razones y paisajes de amor, Queja.

Débora (fragmento)
Pablo Palacio

Aquí el recuerdo de que hacía algunos meses, cuando tomó su pie-


za de arriendo, el que le acompañaba le dijo que tenía unos hermo-
sos ojos y ella se encendió. Solo faltaba el día de la visita, retardado
por pereza, porque hay que salir a la calle, porque hay que ir al
cinema, porque estaban sucios los zapatos, porque no había para
rasurarse la barba.
Hasta que se realizó la idea, con buen ánimo; limpiándose muy
bien las uñas y perfumándose la boca con chiclets. No recuerdo
si se le había pedido la visita; pero, valiente, llamaba por allí, bien
atrás, después de haber atravesado muchos corredores, todas las
casas son viejas.

Se le hizo entrar y tomar asiento. Fotografías en los chineros, foto-


grafías en las paredes, fotografías en las mesas: la madre, la abuela,
la tía; el padre, el abuelo, el tío, colorados y mostachudos. Bueno, la
sobrina de esta tía soltera, ¿es sobrina?

Entró la muchacha. Un poco chola y con los pelos gruesos. La ca-


rrera de los piojos en la mitad, y con trenzas. Solo que era exube-
rante y de boca jugosa. ¡Ah, ese sombrero con que la había visto
por la calle! Pero, con todo, se charló y se charló.

—Y ¿cómo se llama su mamita?

Le salían gangosas —a ella— y campanudas las palabras, como


al que no se ha sonado las narices. Claro que la historia era triste
y propicia. Contar que no se la tiene, que también murió el padre.
Merecerse un silencio lánguido y, como la tarde estaba entrada, un
suspiro como de té.

—Déjeme que le bese la mano. Inocencia. Estas cosas no se deben


pedir.

Es gracioso ese beso de reverencia, fugaz porque él también se


había emocionado. Sobre el dorso, un poquito más arriba que en
los tiempos antiguos; pero con la misma inclinación de los tiempos
antiguos. Volteando los ojos, hasta el extremo de ver la cara que
ponía: colorada, ardiendo de que le besen la mano. Debe ser, con
todo, una alegría. Salió, sonando las espuelas. Mi Teniente, aunque
esté de amor, siempre lleva espuelas.
Deficiencias y características de la primera sesión: La distancia. La
primera sesión adopta una distancia; por falta de intimidad o por
miedo de que nos vean la verdad. No se alcanza a creerlas tan sen-
cillas que no puedan sorprender lo que parece que se lleva escrito.
Y cuando se les examina los ojos se tiene la imperiosa necesidad
de ponerles un biombo a los nuestros, hasta poderlos cubrir decen-
temente. El de la soledad es magnífico: en todas partes he leído que
se lo confiesa: “Yo estoy solo”, “tú estás sola”. Es una conjugación
artera y socarrona. Atrincherados, en espera del blanco para el
ataque. La distancia como es fría es inconveniente; pero no puede
suprimírsela en los prolegómenos.

Aunque tiene la ventaja de facilitar la tristeza. La voz campanu-


da afloja las fuerzas; pero, después de todo, poco importa. Si ante
esa puerta abierta no pasara continuamente la mujer hoyosa de
viruelas. Es el cancerbero molesto, con cara celosa como de perro.
Hubo grandes silencios, predisponentes o embarazosos. Bueno es
el silencio en una visita de amor...

Tomado de Palacio, P. (2007). Obras completas. Quito: Libresa.

Pablo Palacio (1906-1947). Escritor y abogado ecuatoriano. Fue uno de los fundadores
de la vanguardia en el Ecuador e Hispanoamérica. Entre sus obras destacan Un hombre
muerto a puntapiés, Débora, Vida del ahorcado.

Crónica de la ciudad de Quito


Eduardo Galeano

En las manifestaciones de izquierda, desfila a la cabeza. Suele


asistir a los actos culturales, aunque lo aburren, porque sabe que
después hay farra. Le gusta el ron, sin hielo ni agua, pero que sea
cubano. Respeta los semáforos. Camina Quito de punta a punta,
al derecho y al revés, recorriendo amigos y enemigos. En las subi-
das, prefiere el ómnibus, y se cuela sin pagar boleto. Algunos cho-
feres le tiran la bronca: cuando se baja, le gritan tuerto de mierda.
Se llama Choco y es buscabronca y enamorado. Pelea hasta con
cuatro a la vez, y en las noches de luna llena se escapa a buscar
novias. Después cuenta, alborotado, las locas aventuras que viene
de vivir. Mishy no le entiende los detalles, aunque le capta el sen-
tido general.
Una vez, hace años, se lo llevaron muy fuera de Quito. La comi-
da no alcanzaba, y resolvieron dejarlo en el lejano pueblo donde
había nacido. Pero volvió. Al mes, volvió. Llegó a la puerta de su
casa y se quedó ahí tirado, sin fuerza para celebrarlo moviendo
el rabo, ni para anunciarlo ladrando. Había andado por muchas
montañas y avenidas y llegó en las últimas, hecho una piltrafa,
los huesos a la vista, el pellejo sucio de sangre seca. Desde enton-
ces odia los sombreros, los uniformes y las motocicletas…

Tomado de Galeano, E. (1993). El libro de los abrazos. Buenos Aires: Editorial Catálogos.

Eduardo Galeano (1940-2015). Periodista y escritor uruguayo de gran relevancia en


el panorama latinoamericano. Entre sus obras más representativas se encuentran Las
venas abiertas de América Latina y Memoria del fuego.

Una víctima de la publicidad


Émile Zola

Conocí a un chico, fallecido el año pasado, cuya vida fue un pro-


longado martirio. Desde que tuvo uso de razón, Claude se había
hecho este razonamiento: “El plan de mi existencia está trazado.
No tengo más que aceptar las ventajas de mi tiempo. Para mar-
char con el progreso y vivir totalmente feliz, me bastará con leer
los periódicos y los carteles publicitarios, mañana y tarde, y hacer
exactamente lo que esos soberanos guías me aconsejen. En ello
radica la verdadera sabiduría, la única felicidad posible”. A partir
de aquel día, Claude adoptó los anuncios de los periódicos y de
los carteles como código de vida. Estos se convirtieron en el guía
infalible que le ayudaba a decidirlo todo; no compró nada, no em-
prendió nada que no le hubiera sido recomendado por la voz de
la publicidad. Así fue como el desventurado vivió en un auténtico
infierno.

Claude adquirió un terreno formado por tierras de aluvión donde


solo pudo construir sobre pilotes. La casa, construida según un
sistema novedoso, temblaba cuando hacía viento y se desmoro-
naba con las lluvias tormentosas. En su interior, las chimeneas,
provistas de ingeniosos sistemas fumívoros, humeaban hasta as-
fixiar a la gente; los timbres eléctricos se obstinaban en guardar
silencio; los retretes, instalados según un modelo excelente, se ha-
bían convertido en horribles cloacas; los muebles, que debían obe-
decer a mecanismos particulares, se negaban a abrirse y cerrarse.
Tenía sobre todo un piano que no era sino un mal organillo, y una
caja fuerte inviolable e incombustible que los ladrones se llevaron
tranquilamente a la espalda una hermosa noche invernal.

El infortunado Claude no sufría solo en sus propiedades, sino


también en su persona: la ropa se le rompía en plena calle. La
compraba en esos establecimientos que anuncian una rebaja con-
siderable por liquidación total. Un día me lo encontré completa-
mente calvo. Siempre guiado por su amor al progreso, se le había
ocurrido cambiar su cabello rubio por otro moreno. El agua que
acababa de usar había hecho que se le cayera todo el pelo ru-
bio, y él estaba encantado porque, según decía, ahora podría usar
cierta pomada que, con toda seguridad, le proporcionaría un ca-
bello negro dos veces más espeso que su antiguo pelo rubio. No
hablaré de todos los potingues que se tomó. Era robusto pero se
quedó escuálido y sin aliento. Fue entonces cuando la publicidad
empezó a asesinarlo. Se creyó enfermo y se automedicó según las
excelentes recetas de los anuncios y, para que la medicación fue-
ra más efectiva, siguió todos los tratamientos a la vez, hallándose
confuso ante la idéntica cantidad de elogios que cada producto
recibía.

La publicidad tampoco respetó su inteligencia. Llenó su bibliote-


ca con libros que los periódicos le recomendaron. La clasificación
que adoptó fue de lo más ingeniosa: ordenó los volúmenes por or-
den de mérito, quiero decir, según el mayor o menor lirismo de los
artículos pagados por los editores. Allí se amontonaron todas las
bobadas y todas las infamias contemporáneas. Jamás se vio un
montón de ignominias semejante. Y además, Claude había tenido
el detalle de pegar en el lomo de cada volumen el anuncio que se
lo había hecho comprar. Así, cuando abría un libro, sabía por ade-
lantado el entusiasmo que debía manifestar; reía o lloraba según
la fórmula. Con ese régimen, llegó a ser completamente idiota.

El último acto de este drama fue lastimoso. Tras haber leído que
había una sonámbula que curaba todos los males, Claude se apre-
suró a ir a consultarla acerca de las enfermedades que no tenía.
La sonámbula le propuso obsequiosamente la posibilidad de re-
juvenecerlo indicándole la forma para no tener más de dieciséis
años. Se trataba simplemente de darse un baño y de beber deter-
minada agua. Se tragó el agua, se metió en el baño y se rejuvene-
ció en él de tal manera que, al cabo de media hora, lo encontraron
asfixiado.

Claude fue víctima de la publicidad hasta después de muerto.


Según su testamento, había querido ser enterrado en un ataúd
de embalsamamiento instantáneo cuya patente acababa de ob-
tener un droguero. En el cementerio, el ataúd se abrió en dos, y
el miserable cadáver cayó al barro donde tuvo que ser enterrado
revuelto con las planchas rotas de la caja. Su tumba, hecha de
cartón piedra y en imitación de mármol, empapada por las lluvias
del primer invierno, no fue pronto nada más que un montón de
podredumbre sin nombre.

Tomado de https://bit.ly/2zZJAmu (09/07/2018)

Émile Zola (1840-1902). Escritor francés, considerado el mayor representante del


naturalismo. Entre sus obras destacan La taberna y Naná.

Inventario de mis únicos bienes


Jorge Carrera Andrade

La nube donde palpita el vegetal futuro,


los pliegos en blanco que esparce el palomar,
el sol que cubre mi piel con sus hormigas de oro,
la oleografía de una calabaza pintada por los negros,
las fieras de los bosques del viento inexplorados,
las ostras con su lengua pegada al paladar,
el avión que deja caer sus hongos en el cielo,
los insectos como pequeñas guitarras volantes,
la mujer vista de pronto como un paisaje iluminado por un relám-
pago,
la vida privada de la langosta verde,
la rana, el tambor y el cántaro del estómago,
el pueblecito maniatado con los cordeles flojos de la lluvia,
la patrulla perdida de los pájaros
—esos grumetes blancos que reman en el cielo—,
la polilla costurera que se fabrica un traje,
la ventana —mi propiedad mayor—,
los arbustos que se esponjan como gallinas,
el gozo prismático del aire,
el frío que entra a las habitaciones con su gabán mojado,
la ola de mar que se hincha y enrosca como el capricho de un
vidriero,
y ese maíz innumerable de los astros
que los gallos del alba picotean
hasta el último grano.

Tomado de https://bit.ly/2LgC0cC (09/07/2018)

Jorge Carrera Andrade (1903-1978). Escritor y poeta ecuatoriano. Su obra se considera


la superación del modernismo y la iniciación de las vanguardias en el Ecuador. Entre
sus obras destacan Amigo de las nubes, Estanque inefable, La guirnalda del silencio,
Canto a Rusia, Mademoiselle Satán, Microgramas.

Episodio del enemigo


Jorge Luis Borges

Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en


mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero
camino del cerro. Se ayudaba con un bastón, con un torpe bastón
que en sus viejas manos no podía ser un arma sino un báculo.
Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta.
Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio con-
cluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un tanto
anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido, pensé. Tuve
que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara,
pero dio unos pasos inciertos, soltó el bastón, que no volví a ver,
y cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado mu-
chas veces, pero solo entonces noté que se parecía, de un modo
casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la
tarde. Me incliné sobre él para que me oyera.
—Uno cree que los años pasan para uno —le dije—, pero pasan
también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que
antes ocurrió no tiene sentido.

Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La


mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y
yo sentí que era un revólver. Me dijo entonces con voz firme:
—Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Le tengo
ahora a mi merced y no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y solo las pala-
bras podían salvarme. Atiné a decir:
—En verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya
no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es
menos vanidosa y ridícula que el perdón.
—Precisamente porque ya no soy aquel niño —me replicó— ten-
go que matarlo. No se trata de una venganza, sino de un acto de
justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su
terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
—Puedo hacer una cosa —le contesté.
—¿Cuál? —me preguntó.
—Despertarme. Y así lo hice.

Tomado de https://bit.ly/2GahKGJ (09/07/2018)

Jorge Luis Borges (1899-1986). Poeta, ensayista y escritor argentino. Entre sus obras
destacan Historia universal de la infamia, Antología de la literatura fantástica, La mo-
neda de hierro, El informe de Brodie, El libro de arena, La cifra, Los conjurados.
Tengo una sed infinita
Óscar Alfaro

Mocita, cuando me miras,


te juro que yo quisiera
beberme de un solo sorbo
tus ojitos de uva negra.

¡Ay! mi gentil gitanilla,


bella y dulce, blanda y buena;
derrámate al alma mía
como una lluvia de estrellas.

Tengo una sed infinita


de niñas verdes y frescas,
quiero un río de ternuras
para anegar mi tristeza.

Gitanilla, la más linda


de las mozas tarijeñas,
voy a tomarte un trago
en esta tarde morena.

Porque me han dicho que tú eres


aquella copa soberbia,
donde el Señor ha vertido
toda el alma de esta tierra.

Y he de llevarte a mis labios,


vaso azul de mi bohemia
para morir embriagado
por la dulzura suprema.

Tomado de https://goo.gl/5c6vi8 (06/09/2017)

Óscar Alfaro (1923-1963). Poeta y cuentista boliviano conocido por sus publicaciones
para niños. Ha publicado Cuentos, Cien poemas para niños, entre otras obras.
Patio de tarde
Julio Cortázar

A Toby le gusta ver pasar a la muchacha rubia por el patio. Le-


vanta la cabeza y remueve un poco la cola, pero después se que-
da muy quieto, siguiendo con los ojos la fina sombra que a su vez
va siguiendo a la muchacha rubia por las baldosas del patio. En
la habitación hace fresco, y Toby detesta el sol de la siesta; ni si-
quiera le gusta que la gente ande levantada a esa hora, y la única
excepción es la muchacha rubia. Para Toby la muchacha rubia
puede hacer lo que se le antoje. Remueve otra vez la cola, satisfe-
cho de haberla visto, y suspira. Es simplemente feliz, la muchacha
rubia ha pasado por el patio, él la ha visto un instante, ha seguido
con sus grandes ojos avellana la sombra en las baldosas. Tal vez
la muchacha rubia vuelva a pasar. Toby suspira de nuevo, sacude
un momento la cabeza como para espantar una mosca, mete el
pincel en el tarro, y sigue aplicando la cola a la madera terciada.

Tomado de https://bit.ly/2JLPaZu (09/07/2018)

Julio Cortázar (1914-1984). Escritor argentino de novelas, cuentos y ensayos. Maestro


del relato corto, la prosa poética y la narración breve en general. Autor de Rayuela,
Bestiario, Historia de cronopios y de famas, entre otras obras.

Columpio de eternidad
Gonzalo Escudero

Estoy así mejor.


Con las dos manos diáfanas
para encender la lámpara en la noche,
cuando Tú vuelvas.
Tu estupor será blanco.
Será la noche negra.
El perro de la casa,
desde sus dientes saltimbanquis,
dejará caer su lengua blanda
para lamer tus llagas.
Entonces serás la Misma.
Junco rosado, ola tibia.
Y crecerá el pinar cuando te diga:
Bienvenida seas.
Lloverá miel del cielo,
como en las Escrituras olorosas.
Y para desnudarte,
esperaré que lloren los lobos a la puerta,
como los niños ciegos,
y que el fogón apague sus tizones
y que los tilos cabeceen trémulos.
Y te desnudaré como el fresno romántico,
para luego ataviarte con la garúa de topacio.
Tu cuerpo
—vía láctea entre Dios y el Pecado—
será un breviario inédito
para las manos del silencio.
Creeré en Ti.
Serás una luz clara en el barco
de papel de mi espíritu.
El tiempo será un arco sin fin.
Y tu muerte: una cereza de oro en tus labios.
Estaré así mejor.
Con las dos manos diáfanas
para apagar la lámpara de la noche,
cuando Tú mueras. Estaré así mejor.
Con la burbuja de tu muerte en mis párpados.

Tomado de https://bit.ly/2NCUosF (05/07/2018)

Gonzalo Escudero (1903-1971). Poeta, profesor universitario, periodista y diplomático


ecuatoriano. Entre sus obras destacan Altanoche, Estatua de aire, Materia del ángel,
Autorretrato, Introducción a la muerte, Réquiem por la luz.
El recto
Juan Ramón Jiménez

Tenía la heroica manía bella de lo derecho, lo recto, lo cuadra-


do. Se pasaba el día poniendo bien, en exacta correspondencia
de líneas, cuadros, muebles, alfombras, puertas, biombos. Su vida
era un sufrimiento acerbo y una espantosa pérdida. Iba detrás
de familiares y criados, ordenando paciente e impacientemente
lo desordenado. Comprendía bien el cuento del que se sacó una
muela sana de la derecha porque tuvo que sacarse una dañada
de la izquierda.

Cuando se estaba muriendo, suplicaba a todos con voz débil que


le pusieran exacta la cama en relación con la cómoda, el arma-
rio, los cuadros, las cajas de las medicinas. Y cuando murió y lo
enterraron, el enterrador le dejó torcida la caja de la tumba para
siempre.

Tomado de https://goo.gl/ibW3up (05/07/2018)

Juan Ramón Jiménez (1881-1958). Poeta español. Recibió el Premio Nobel de Literatura
en 1956. Entre sus obras destacan Platero y yo y Diario de un poeta recién casado.

A una rosa
Luis de Góngora

Ayer naciste y morirás mañana.


Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida,
y para no ser nada estás lozana?

Si te engañó su hermosura vana,


bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.
Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.

No salgas, que te aguarda algún tirano,


dilata tu nacer para tu vida,
que anticipas tu ser para tu muerte.

Tomado de https://goo.gl/vLR1VV (30/01/2018)

Luis de Góngora y Argote (1561-1627). Poeta original e influyente del Siglo de Oro
español. Su obra escrita en prosa y en verso es una muestra del culteranismo barroco.

Los habitantes del espejo


Johnny Jara Jaramillo

Digan lo que digan, yo pienso que los espejos son fieles: los espe-
jos no narran su pasado, no delatan antiguos moradores.Cuando
me miro en uno de ellos, cada mañana, me pregunto qué se hicie-
ron los sucesivos inquilinos que he tenido: el niño rapaz, aprendiz
de cazador, montando su caballo de carrizo, peregrino de los bos-
ques; el mozalbete indócil, de vida peligrosa, adherida a la cacha
de un revólver, con legiones de amigos bajo tierra.
Y luego aquel amante ardoroso que escribía cartas de amor con
la derecha y con la izquierda sostenía el cuerpo ya sin vida de un
suicida.

Ya todos se han ido y el espejo no narra su pasado: me he que-


dado tan solo que a mi cuarto solo sube, peldaño tras peldaño, la
vieja escalera que ahora cruje sin motivo.

Johnny Jara Jaramillo (1956). Escritor y docente ecuatoriano, nacido en Cuenca. Ha


colaborado con varias revistas literarias. Entre sus obras está Un día de invierno en
Nueva York.

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