Ruben Dario - La Ninfa
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Ruben Dario - La Ninfa
Rubén Darío
textos.info
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Texto núm. 6140
Título: La Ninfa
Autor: Rubén Darío
Etiquetas: Cuento
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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La Ninfa
Cuento parisiense
En el castillo que últimamente acaba de adquirir Lesbia, esta actriz
caprichosa y endiablada que tanto ha dado que decir al mundo por sus
extravagancias, nos hallábamos a la mesa hasta seis amigos. Presidía
nuestra Aspasia, quien a la sazón se entretenía en chupar como niña
golosa un terrón de azúcar húmedo, blanco entre las yemas sonrosadas.
Era la hora del chartreuse. Se veía en los cristales de la mesa como una
disolución de piedras preciosas, y la luz de los candelabros se
descomponía en las copas medio vacías, donde quedaba algo de la
púrpura del borgoña, del oro hirviente del champaña, de las líquidas
esmeraldas de la menta.
—¡Bah! Para mí, los sátiros. Yo quisiera dar vida a mis bronces, y si esto
fuese posible, mi amante sería uno de esos velludos semidioses. Os
advierto que más que a los sátiros adoro a los centauros; y que me dejaría
robar por uno de esos monstruos robustos, sólo por oír las quejas del
engañado, que tocaría su flauta lleno de tristeza.
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El sabio interrumpió:
—¡Bien! Los sátiros y los faunos, los hipocentauros y las sirenas han
existido, como las salamandras y el ave Fénix.
***
Siguió el sabio:
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en su época un monstruo que trajeron al rey de Francia, tenía cabeza de
perro; (Lesbia reía) los muslos, brazos y manos tan sin vellos como los
nuestros; (Lesbia se agitaba como una chicuela a quien hiciesen
cosquillas), comía carne cocida y bebía vino con todas ganas.
Yo estaba feliz. No había desplegado mis labios —¡Oh!, exclamé para mi,
¡las ninfas! Yo desearía contemplar esas desnudeces de los bosques y de
las fuentes, aunque, como Acteón, fuese despedazado por los perros.
Pero las ninfas no existen.
Concluyó aquel concierto alegre, con una gran fuga de risas y de personas.
—¡Y qué!— me dijo Lesbia, quemándome con sus ojos de faunesa y con
voz callada como para que sólo yo la oyera. —¡Las ninfas existen, tú las
veras!
Eran un día primaveral. Yo vagaba por el parque del castillo, con el aire de
un soñador empedernido. Los gorriones chillaban sobre las lilas nuevas y
atacaban a los escarabajos que se defendían de los picotazos con sus
corazas de esmeralda, con sus petos de oro y acero. En las rosas el
carmín, el bermellón, la onda penetrante de perfumes dulces: más allá las
violetas, en grandes grupos, con su color apacible y su olor a virgen.
Después, los altos árboles, los ramajes tupidos llenos de mil abejas, las
estatuas en la penumbra, los discóbolos de bronce, los gladiadores
musculosos en sus soberbias posturas gímnicas, las glorietas perfumadas,
cubiertas de enredaderas, los pórticos, bellas imitaciones jónicas,
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cariátides todas blancas y lascivas, y vigorosos telamones del orden
atlántico, con anchas espaldas y muslos gigantescos. Vagaba por el
laberinto de tales encantos cuando oí un ruido, allá en lo oscuro de la
arboleda, en el estanque donde hay cisnes blancos como cincelados en
alabastro y otros que tienen la mitad del cuello del color del ébano, como
una pierna alba con media negra.
Llegué más cerca. ¿Soñaba? ¡Oh, Numa! Yo sentí lo que tú, cuando viste
en su gruta por primera vez a Egeria.
***
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Rubén Darío
Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío (Metapa, hoy
Ciudad Darío, Matagalpa, 18 de enero de 1867-León, 6 de febrero de
1916), fue un poeta, periodista y diplomático nicaragüense, máximo
representante del modernismo literario en lengua española. Es,
posiblemente, el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia
en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de
las letras castellanas.
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Para la formación poética de Rubén Darío fue determinante la influencia
de la poesía francesa. En primer lugar, los románticos, y muy
especialmente Víctor Hugo. Más adelante, y con carácter decisivo, llega la
influencia de los parnasianos: Théophile Gautier, Leconte de Lisle, Catulle
Mendès y José María de Heredia. Y, por último, lo que termina por definir
la estética dariana es su admiración por los simbolistas, y entre ellos, por
encima de cualquier otro autor, Paul Verlaine. Recapitulando su trayectoria
poética en el poema inicial de Cantos de vida y esperanza (1905), el
propio Darío sintetiza sus principales influencias afirmando que fue "con
Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo".
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muchos hallazgos estilísticos emblemáticos del movimiento, como, por
ejemplo, la adaptación a la métrica española del alejandrino francés.
Además, fue el primer poeta que articuló las innovaciones del Modernismo
en una poética coherente. Voluntariamente o no, sobre todo a partir de
Prosas profanas, se convirtió en la cabeza visible del nuevo movimiento
literario. Si bien en las "Palabras liminares" de Prosas profanas había
escrito que no deseaba con su poesía "marcar el rumbo de los demás", en
el "Prefacio" de Cantos de vida y esperanza se refirió al "movimiento de
libertad que me tocó iniciar en América", lo que indica a las claras que se
consideraba el iniciador del Modernismo. Su influencia en sus
contemporáneos fue inmensa: desde México, donde Manuel Gutiérrez
Nájera fundó la Revista Azul, cuyo título era ya un homenaje a Darío,
hasta España, donde fue el principal inspirador del grupo modernista del
que saldrían autores tan relevantes como Antonio Machado, Ramón del
Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez, pasando por Cuba, Chile, Perú y
Argentina (por citar solo algunos países en los que la poesía modernista
logró especial arraigo), apenas hay un solo poeta de lengua española en
los años 1890-1910 capaz de sustraerse a su influjo. La evolución de su
obra marca además las pautas del movimiento modernista: si en 1896
Prosas profanas significa el triunfo del esteticismo, Cantos de vida y
esperanza (1905) anuncia ya el intimismo de la fase final del Modernismo,
que algunos críticos han denominado postmodernismo.
Los poetas del siglo XX han mostrado hacia la obra de Darío actitudes
divergentes. Entre sus principales detractores figura Luis Cernuda, que
reprochaba al nicaragüense su afrancesamiento superficial, su trivialidad y
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su actitud "escapista". En cambio, fue admirado por poetas tan
distanciados de su estilo como Federico García Lorca y Pablo Neruda, si
bien el primero se refirió a "su mal gusto encantador, y los ripios
descarados que llenan de humanidad la muchedumbre de sus versos". El
español Pedro Salinas le dedicó el ensayo La poesía de Rubén Darío, en
1948.
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