Trabajo Biologia

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Comprensión de texto:

1-La Literatura parte a veces de sucesos reales, los cuales son ficcionalizados por el
autor.

¿Puede este texto considerarse literario? ¿Por qué?

Investiga quién fue Marcos Avellaneda ¿Cuál fue el motivo de su muerte?

2- ¿Qué tipo de narrador presenta el texto? (Omnisciente, testigo o protagonista)


Extrae una oración que lo ejemplifique.

3-¿Quién es Fortunata Garcia? ¿Por qué está sentada en el banco de la plaza.

¿Independencia de Tucumán?

4- Explica las siguientes expresiones

"Una mujer espera en un banco empecтади."

"A la altura de su boca el libro tiembla y sus ojos atardecidos de laguna de campo
alunta”

en los mios desteñidos."

"El mediodía guillotina lo que queda de mi

"La calle se extiende como una colcha de naranjas maduras de color sungamelemo
y de gusto ácido"

"Los dos nos encontraremos en las páginas de un libro

5- Ese amor entre los personajes, ¿pudo concretarse? ¿Por qué?

6- Busca en el texto expresiones que hagan referencia al autoritario de Room y


extraer al menos tres ejemplos

7- En el cuento aparece la siguiente intervención

"-Porque no son para comer, m'hija, para dulces on, para dels que la abuela to va a
hacer un frasco grande si el niño hace todos los deberes"

¿Quién habla? ¿A quién se refiere? ¿Por qué recusación?


8- En este relato hay un hecho inexplicable ¿cual es?

9-¿A qué género literario pertenece? ¿Ptor qué?

10-¿Puede considerarse este texto caméstico? ¿Por qué?

Un amor en la plaza por Marcos Rosenzvaig

Yo, Marcos Avellaneda, que nací en Catamarca, que estudié en Tucumán y que a los
21 años ya era abogado, pienso que una cabeza muerta sin brazos ni piernas ni
cuerpo que la sostenga es casi inofensiva. Digo casi porque las mujeres que cruzan
esta plaza se han propuesto enterrarme. Seguramente para que no sufra la
penitencia a la vista de los paseantes, ni para que las inclemencias del tiempo sigan
decolorando lo que, en otro tiempo, fue un relicario de mujer adolescente y
enamorada. Yo, Marcos Avellaneda que fui decapitado a los 28 años por haberme
opuesto a vivir amordazado con un chaleco punzó, un sombrero con cinta color
punzó, un poncho punzó y con el maldito color punzó hasta en los huesos, muero y
mi cabeza es exhibida dos semanas en la plaza Independencia de la ciudad de
Tucumán. La plaza está desierta. El calor ahuyenta a los transeúntes a sus casas.
Una mujer espera en un banco empecinado. Fortunata Garcia, resguardada por la
sombra de un naranjo desde el atardecer, no hace otra cosa que espiarme desde el
vértice mismo del mediodía hasta la plaza. En el extremo opuesto, un hombre
comprometido a garantizar la seguridad de mi cabeza... Como si pudiera escapar
Ella finge leer un libro pequeño. Seguramente se trata de una Biblia. A la altura de su
boca el libro tiembla y sus párpados están desteñidos. Mis ojos, si ojos atardecidos
de la laguna de campo alunizan en los mios pudiera palpar mis ojos. El color, ¿habré
perdido el color? ¿Qué que un bufón, una cabeza que quedó de mi? ¿Quién soy? Ni
siquiera un actor, algo menos kermesse; un objeto triste repleto de recomendaciones
como las de una madre a un niño el primer día escolar no cruces la calle solo,
tampoco te olvides los útiles, si querés ir al baño pedile permiso a la señorita y no te
asustes... Comenzamos a separarnos. Ahí está ella, obstinada. Con un vientre
ocupado por un hijo mudo de por vida, porque nos separamos cuando yo tenía
dieciocho años. Pero ella persiste en amarme sola durante toda la vida, como ahora
desde un banco. A distancia, temerosa de las miradas federales, disciplinada con su
cinta punzó. Con miedo de que alguna de las mujeres emperradas en enterrarme
pueda pensar que ella, Fortunata Garcia, continúa aún enamorada. Si, de a poco voy
secando. Poco a poco. Serenamente, sin urgencias, sin demandas. Lo sé, aunque no
tenga un espejo. Fortunata deja el libro pequeño sobre su regazo y abandona los
ojos a la deriva como quien ya no busca una explicación a las cosas. Ella echó
definitivamente los ojos al mar, cuidando que nadie notara la lenta oscuridad en la
que se sumergía. Por eso continúa respondiendo mecánicamente los saludos de
aquellos que, para ahorrar distancia, cruzan la plaza en diagonal sin inquietarse por
el horror de una cabeza que cuelga de un árbol. Aún me recorre un zumbido de patas
al galope. Una sábana de polvo de patas. Un cielo surcado de sables y de gritos. Los
pingos intuían que Quebracho Herrado era el principio del fin, después seguiría
Famaillá y mi huida desbocada y la de Lavalle hacia el norte y la traición de Sandoval
y Oribe escribiéndole a Rosas: "La cabeza de Marcos brillará como un sol o como un
espejo en la plaza, para que cada tucumano se mire y piense...". Y Rosas
contestándole: "Dios es infinitamente justo". El sol se había dividido en cientos de
caballos incandescentes avanzando. Entonces vi el final de la batalla en los lomos
brillosos de los caballos patrios. Sin ojos, sujeto a las riendas, cubierto de polvo,
respirando un aire que hedor a orines, a sangre y a bosta pensé: "Moriré en los
confines de este país grande en medio del polvo. Moriré en la maravillosa época de
los naranjos”

Ahora, las mujeres preocupadas por las compras del día atraviesan la plaza. El
mediodía guillotina lo que queda de mí, lo que se descompone minuto a minuto,
Manos prudentes oscurecen los ojos de las niñitas y recomiendan severamente no
mirar hacia lo alto. Mejor es cruzar la plaza buscando piedritas de colores, escucho
que dice una madre, Las moscas danzan excitadas por el festín, como si yo fuese un
sol. Hacen círculos cósmicos alrededor de mi cabeza. Nada puedo hacer para torcer
el destino de la pulseada. Lentamente me voy convirtiendo en carroña. Sueño con
las manos... Ella se ha dado cuenta de la situación, por eso abandona su asiento
para discutir con el comandante de la guarnición. El comandante extiende sus
brazos como diciendo: "¿Qué quiere que haga? Cumplo órdenes señorite". Entonces
ella vuelve sin enfados, sin palabras, sin siquiera darse cuenta de la risa del
comandante. Hace cuanto puede por dilatar el regreso a su banco de espera, a su
observatorio de amor, a la quimera del milagro. Y el milagro se produce porque las
nubes tapan al sol y el cielo se colorea en la gama de los grises y el agua cae de
golpe como una bendición. Y yo me siento feliz porque la lluvia espanta las moscas
y ella besa agradecida el libro pequeño y un collar de cuentas que tiene en la mano.
El comandante rezonga moviendo la cabeza, como diciendo: "Aquí hay agua para
rato". Y yo imagino mis ojos convertidos en barcos navegando con la luz de los ojos
de los hombres, o también con la luz de los ojos de los gatos y con la luz de los ojos
confidenciales de las lechuzas. Mis ojos navegando el Paraná y el mar abierto y las
costas que jamás conocí porque no tuve tiempo, porque en estos años se vive todo
tan rápido que la muerte es casi una urgencia. Yo, Marcos Avellaneda, que escribí
una Constitución y numerosas leyes, que escribí porque pensaba que los hombres
podían comulgar distintas ideas, que pensaba que las leyes formaban un orden y
que los hombres vivían al amparo de los jueces y de la Justicia, estoy aquí dando el
triste espectáculo de ser una cabeza rodada como una naranja. Todos saben que las
naranjas caen como cabezas, y que hacen un ruido seco en las callecitas calurosas
y angostas de veredas estrechas; tan estrechas que a veces podés darte la mano de
vereda a vereda. La cosa es que la calle se extiende como una colcha de naranjas
maduras de color sanguinolento y de custo ácido: -Porque no son para comer, m'hijo,
para dulces son, para dulces. Dejá que la abuela te va a hacer un frasco grande si el
niño hace todos los deberes. El cielo escampó de golpe con las últimas luces de la
tarde. Te veo cerrar el paraguas, guardar el libro pequeño y el collar de cuentas en el
bolso. Te veo mirar el ciclo como quien medita el pronóstico. Te veo buscar mis ojos
para contarme cosas que nunca sabré Te veo feliz en esta intimidad a orillas de la
noche, con la plaza desierta y con el comandante haciéndose el distraído. Ahora que
la lluvia cesó, decides levantarte de tu banco antes de que aparezcan los paseantes.
En estos tiempos es saludable evitar los comentarios y, si es posible, los
pensamientos. Miro la tarde por última vez. La tarde se Ileva la muerte de los
hombres al cielo, y entona canciones a los hombres libres. Hay un momento de
indecisión en tu partida. No me dejes solo, no permitas que los más rancios
federales hagan con mi cara un baño público, no permitas que ellos obtengan
puestos usando mi cabeza como tiro al blanco. Quiero que tus ojos no abandonen
mi rostro decapitado, mancillado por la ignorancia. Créeme que éste no va a ser el
último de los demagogos, créeme que todo y nada va a cambiar en el siglo venidero,
No te vayas porque ahora sí sé que te amo! Te digo lo que no pude decirte cuando
tenía dieciocho años. Dame una posibilidad de inundar tus oídos con el viento del
verano. Sé que siempre me y sé también que seré parte de la Historia y que en la
Enciclopedia habrá una vas a esperar y una foto, la única de mi corta vida, y que
fuiste vos la que se encargó de guardarla, y que muy cerca de mí estará tu nombre.
Los dos nos encontraremos en las páginas de un libro. ¿No te parece fantástico?
Adiós, mi amor, siento no habértelo dicho el día que me lo pediste. Ahora te das la
vuelta. Volvés a mirarme, es una despedida. Lamento no poder decírtelo, pero estás
hermosa. Los árboles han formado una cola de novia.

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