Anton Chejov

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ANTON CHEJOV

Escritor ruso autor de narraciones y obras de teatro.


Uno de los más sobresalientes en la literatura rusa.
• Nació el 29 de enero de 1860 en Taganrog (Ucrania) y
estudió Medicina en la Universidad Estatal de Moscú.
• Cuando aún no había terminado sus estudios ya
comenzaba a publicar relatos y descripciones
humorísticas en revistas.
• Su fama rápida como escritor hizo que ejerciera muy
poco como médico, además, su salud tampoco lo ayudó,
pues padeció de tuberculosis, incurable en esa época
La primera colección
de sus escritos
humorísticos, Relatos
de Motley, apareció en 1886.

Pasó gran parte de
sus 44 años
gravemente enfermo
desde finales de 1880

La enfermedad lo
obligó a pasar largas
temporadas en Niza
(Francia).
Muere el 15 de Julio de 1904 a causa de
complicaciones de su enfermedad
Chéjov se apartó
decididamente del
moralismo y la
intencionalidad
pedagógica propios
de los literatos de su
época en una Rusia
convulsa y
preocupada por su
destino, para apostar
por un tipo de
escritor carente de
compromiso y
pasión.
OBRAS DE CHEJOV

El jardín de los cerezos
La estepa

Narración de un desconocido
Una historia aburrida

Alma de paloma
El duelo
La dama del perrito
REALISMO RUSO
La peculiaridad del realismo ruso residió en su
carácter analítico y en su derivación a la temática
.
social.
Los problemas que generó la reforma campesina de
1861 y la abolición de la servidumbre, centraron
atención de intelectuales y proporcionaron impulso
a tendencias testimoniales y de denuncia no sólo en
literatura sino también en la pintura.
La tarea del arte consiste no sólo en reflejar la
realidad, sino también en dictarle a ésta su
Nikolai Chernishevski
en
su ensayo "Relación estética del arte y la
Realidad", publicado en 1855
.
Rusia no irrumpe en el mapa de la literatura
europea hasta el siglo XIX.
Las atormentadas obras de sus grandes
escritores (Dostoievski, Chejov, Tolstoi)
reflejan complejidad de una sociedad
sometida al despótico y represor gobierno
de los zares y marcada por la miseria de
sus campesinos, sometidos como siervos a
la nobleza.
REALISMO RUSO
Este movimiento literario aparece en la
segunda mitad del siglo XIX, consecuencia
de las circunstancias sociales de la época:
la consolidación de la burguesía como
clase dominante, la industrialización, el
crecimiento urbano y la aparición del
proletariado.
REALISMO RUSO
Características

Procura mostrar en las obras una reproducción fiel y
exacta de la realidad.
Hace un uso minucioso de la descripción.
Lo cotidiano y no lo exótico es el tema central,
exponiendo problemas políticos, humanos y sociales.
Rechaza el sentimentalismo.
Características
El lenguaje utilizado en las obras es coloquial y
crítico, ya que expresa el habla común y corriente.
Las obras muestran una relación entre las
personas y su entorno económico y social; la
historia muestra a los personajes como testimonio
de una época, una clase social, un oficio etc.
Temas relacionados con los problemas de la
existencia humana.
Características

El autor analiza, reproduce y denuncia los
males que aquejan a su sociedad.

Transmitir ideas de la forma más verídica y
objetiva posible.

En pocas palabras el realismo pretende
reflejar la verdad tal y como es.
Representantes
FIODOR DOSTOIEVSKI Y LEON TOLSTOI
Campesinos (Antón Chéjov)
«Campesinos» es un relato largo dividido en nueve capítulos. Generalmente aparece en las compilaciones de
«novelas cortas», reunidas a propósito del trabajo más extenso de Antón Chéjov. En esta oportunidad,
encontraremos una historia profundamente humana sobre las pequeñas comunidades rurales de Rusia a finales
del siglo XIX, pueblos que no ostentaban otra cosa más que pobreza, marginación e ignorancia. El argumento
gira en torno a un padre de familia llamado Nikolai, que tras sufrir incapacidad, pierde su trabajo y se ve
obligado a regresar a su comunidad natal.

Históricamente, la gente que vive en el campo ha carecido de los medios suficientes para acceder al
conocimiento y la riqueza, bienes que les permitirían integrarse a la sociedad y participar de las ventajas de la
modernidad. Sin embargo, en lugar de que estas personas reciban apoyos e incentivos, son explotados y
manipulados por sus patrones y gobernantes, quienes en el fondo resultan ser gente tan insignificante e
ignorante, como los mismos campesinos.

Ante esta lúgubre problemática, Chéjov escribe un relato luminoso, que ademas de provocar la indignación y la
reflexión, también puede verse con simpatía e incluso con humor. La historia muestra la tragedia y la maldad
del ser humano, pero también la ternura, la ingenuidad y la grandeza moral. Según palabras del escritor «La
realidad solo puede mirarse de dos maneras: con tristeza y con humor» y este relato es un magnífico ejemplo de
la contundencia de esta frase.

En «campesinos» el escritor se vale nuevamente de un lenguaje directo, ciertamente austero, pero elegante y
bien escrito, echando mano de referencias culturales e históricas. Ocasionalmente el autor presenta reflexiones
pero jamás tendrá

una omnisciencia excesiva; Chéjov nunca predispone al lector, sino que libre de todo prejuicio, se limitará a
contar la historia con todos sus detalles. Los personajes casi siempre son perfectos puesto que su problemática y
su psicología está lo suficientemente delineada, ya sean los niños, los ancianos, las mujeres o los borrachos. En
ésta oportunidad, el personaje de Olga, la esposa del protagonista, trasciende por su ingenuidad, su fe y su
entereza.

El escritor ruso Anton Chéjov, que nació hoy hace 160 años según el calendario gregoriano,
no era amigo de polémicas. Es más, su estilo narrativo ha pasado a la historia como un alarde
de precisión quirúrgica (era médico), de tierna compasión humanista y una ausencia de fuerte
militancia política e ideológica. Pues bien, a pesar de todo esto, se vio envuelto en una agria
polémica con el populismo de su tiempo.

Concretamente, en 1897, el maestro publicó un cuento largo titulado Campesinos. Aquí se


atrevió a describir a la población rural sin idealizarla ni sentimentalizarla lo más mínimo. Es
cierto que en algunos aspectos mostraba su habitual compasión hacia ellos, pero lo que
muchos no iban a perdonarle es que no les ahorrase epítetos como “groseros, ruines, sucios,
borrachos” o que se preguntase, sinceramente, “¿Cómo iban a ayudarles los ricos, los fuertes,
siendo tan groseros, tan ruines, tan borrachos, injuriándose de una manera tan abominable?”

Esto era un puñetazo en el rostro contra el principal ideal nacional del momento. Al fin y al
cabo, se consideraba que la población rural poseía unas cualidades excepcionales, que, por sus
propias tribulaciones, tenían mucho que enseñar al resto de sus compatriotas y que,
finalmente, ellos eran el auténtico receptáculo del alma rusa pura, sencilla y sin
adulterar. Fiódor Dostoyevski llegó a decir que un campesino que sirviera en la cocina era
superior, moralmente, a cualquier caballero de la burguesía europea. Es más, añadió, son los
campesinos los que deben mostrarnos el camino y “nosotros debemos someternos ante la
verdad de la gente”.

Antón Chéjov en 1893.


Dominio público

Por suerte, se afirmaba entonces, no los habían contaminado ni el afrancesamiento


acomplejado (la inmensa mayoría de la nobleza hablaba francés y no ruso hasta
que Napoleón empezó a invadirlos) ni la obsesión por ser europeos a cualquier precio que
había cristalizado en la admiración de la nobleza británica terrateniente, en la imitación de
los salones de París en San Petersburgo y hasta en la construcción de esa bella ciudad.

Muchos nobles y escritores franceses o británicos la consideraron, desde el principio,


como una especie de Las Vegas europeo, donde se copiaban y se mezclaban eclécticamente
los estilos arquitectónicos de moda en Viena, Londres o París… dotando a los edificios y
paseos de una grosera inmensidad monumental. El historiador Orlando Figes recoge en El
baile de Natacha, un espléndido ensayo, un divertido ramillete de comedias del siglo XVIII
donde los personajes se preguntaban, casi golpeándose en el pecho, qué habían hecho ellos
para ser rusos y no franceses.

Terrible carga, al parecer. Incluso algunos de los represaliados por la revuelta de diciembre de
1825, conocidos por eso mismo como decembristas, reservaron sus últimos alientos
para indignarse contra la madre patria. Concretamente, cuenta Figes, cuando iban a
ahorcar a cinco de los sublevados, tres de ellos rompieron la cuerda por exceso de peso y se
colaron directamente por la trampilla. Entonces, alguno, con el cuello dolorido pero vivo al
fin y al cabo, dijo aquello de: “¡Qué desastre de país! ¡No saben ni ahorcar como es debido!”
En el verano de 1874, miles de estudiantes de familias prósperas dejaron sus universidades en
la ciudad para montar unas comunas en el campo que, según decía Kontstantin Aksakov,
uno de los grandes intelectuales de la época, no eran otra cosa que “la unión de la gente que
ha renunciado a su egoísmo, su individualidad, y que expresa su común acuerdo; es un acto de
amor noble y cristiano”.

Querían enseñarles a leer, aprender un oficio con ellos y

convivir con quienes albergaban la pureza del alma rusa


Los jóvenes se autodenominarían ‘populistas’, porque su vocación era servir a la población
sencilla de las aldeas, a quien miraban con un fuerte sentimiento de culpa (¿por qué eran tan
pobres siendo ellos tan ricos?) y paternalismo. Querían enseñarles a leer, aprender u

n oficio con ellos y convivir, en definitiva, con aquellos que albergaban toda la pureza del
alma rusa. Además, esperaban unir su país, esta vez sí, en torno a la literatura, el arte y una
solidaridad entre las clases sociales que, por fin, era posible gracias a la reciente emancipación
de los siervos en 1861.

Recitaban con pasión el gran poema épico de Nikolái Nekrásov (¿Quién es Feliz en Rusia?) y
trataban de convertir el libro de Nikolái Chernyshevsky (¿Qué hacer?) en la hoja de ruta de
una sociedad nueva. Muchas de las luminarias intelectuales de la época se habían enamorado
locamente de la figura del campesino. Orlando Figes nos recuerda, de nuevo, en El baile de
Natacha, que “para los populistas, el campesino era socialista por naturaleza, la
encarnación del espíritu colectivo que distinguía a Rusia de Occidente.

Los demócratas como Aleksandr Herzen veían en él a un campeón de la libertad y su estado


salvaje encarnaba el espíritu liberado de Rusia. Los eslavófilos lo consideraban un patriota
ruso, sufriente y paciente, servidor humilde de la verdad y la justicia”. Los campesinos que
recibieron a los estudiantes populistas no los veían del mismo modo. Por eso, muchos los
trataron con cautela u hostilidad, tuvieron problemas para entender las elevadas ideas
socialistas que les impartían, no aceptaron de buen grado el cuestionamiento de la autoridad
del zar y los denunciaron a la policía.

Ante la sorpresa de los populistas, algunos campesinos se formaban con ellos solo para
emigrar poco después a la ciudad en busca de una vida mejor. Las comunas, en general,
fracasaron y algunos estudiantes fueron de cabeza a vivir en la clandestinidad. Habían
proyectado sobre los campesinos una imagen idealizada que no se correspondía, en
absoluto, con la realidad.
El dolor

Aquella herida seguía abierta cuando Anton Chéjov publicó Campesinos en 1897. Así, el
escritor León Tolstói lo calificó de “pecado contra el pueblo”, los populistas proclamaron
que el relato no hacía justicia a la espiritualidad de la población de las aldeas y, por fin, los
eslavófilos pusieron el grito en el cielo ante tamaña calumnia contra Rusia.

Lo que más les dolía, seguramente, es que Chéjov, hijo y nieto de siervos, no solo había
escrito antes cientos de páginas memorables y llenas de compasión sobre los campesinos, sino
que conocía bien su realidad. Los trataba a diario como médico gratuitamente, había dejado
de escribir una temporada para contener el brote de cólera que los asediaba y, en fin, eran sus
vecinos y sirvientes en la villa de Mélijovo, donde les ayudó a construir una escuela.

Además, había investigado concienzudamente las estadísticas que reflejaban su pobreza


(colaboró en la confección del primer censo nacional de la historia de Rusia) y creía que la
ciudad, a pesar de tantos abusos, podía ofrecerles a veces un futuro mejor. Como escribió
refiriéndose a Tólstoi, “hay más amor a la humanidad en la electricidad y la máquina de vapor
que en el vegetarianismo”.

Por cierto, no deja de ser curioso que los reaccionarios fueran uno de los pocos grupos que
celebraron el relato de Chéjov en 1897. Quizás no se podían imaginar que siete años después
publicaría una obra de teatro, El jardín de los cerezos, que ridiculizaba a su venerada
nobleza rural.

Era una caricatura tan irónica que en Moscú prefirieron estrenarla como una tragedia
sentimental que suspiraba por los viejos tiempos de los príncipes y barones que lo habían
perdido todo. Y efectivamente, así había sido pero únicamente por sus gastos extravagantes,
su pésima administración y porque, en 1861, les habían obligado a compartir una porción de
sus tierras con los que hasta entonces eran sus esclavos.

Los campesinos, fue escrita en 1897 por Anton Chejov (1860-1904). En ella, el autor
describe a grandes rasgos la cotidianidad de miseria y desesperanza que se vivía en las
aldeas campesinas rusas.

A diferencia de León Tolstói, para quien resultaba sumamente importante el enaltecimiento


de lo que él denominaba virtudes, mismas que terminaban siendo pervertidas por los
avances tecnológicos y las pérfidas costumbres citadinas, Anton Chéjov comprende la
realidad de los campesinos desde una perspectiva muy diferente a la del autor de La guerra y
la paz.

Para Anton Chéjov la solución del problema campesino no se encontraba en el irrestricto


respeto de antiquísimas tradiciones, sino más bien en buscar su integración a los adelantos
técnicos, educativos y, sobre todo, productivos. La solución que presentaba Tolstoi parecíale
ridícula, irreal, fantasiosa e incapaz de aportar algo.

Existían ciertamente, en opinión de Chéjov, fortísimos lazos comunitarios en las aldeas


campesinas rusas de finales del siglo XIX, sin embargo lo importante no era el conservarlos
inamovibles como pretendía Tolstói a través de una estricta moral, sino más bien utilizarlos
como trampolín para abreviar el periodo de adaptación del mundo rural con los adelantos
que existían. Romper y no acentuar las barreras y muros existentes entre el mundo citadino
y el mundo rural era, según se desprende del sentir chejoviano, la manera más viable para
sacar ese mundo campesino del atraso y de la miseria en que se hallaba entrampado.

Los campesinos, fue escrita en 1897 por Anton Chejov (1860-1904). En ella, el autor
describe a grandes rasgos la cotidianidad de miseria y desesperanza que se vivía en las
aldeas campesinas rusas.

A diferencia de León Tolstói, para quien resultaba sumamente importante el enaltecimiento


de lo que él denominaba virtudes, mismas que terminaban siendo pervertidas por los
avances tecnológicos y las pérfidas costumbres citadinas, Anton Chéjov comprende la
realidad de los campesinos desde una perspectiva muy diferente a la del autor de La guerra y
la paz.

Para Anton Chéjov la solución del problema campesino no se encontraba en el irrestricto


respeto de antiquísimas tradiciones, sino más bien en buscar su integración a los adelantos
técnicos, educativos y, sobre todo, productivos. La solución que presentaba Tolstoi parecíale
ridícula, irreal, fantasiosa e incapaz de aportar algo.

Existían ciertamente, en opinión de Chéjov, fortísimos lazos comunitarios en las aldeas


campesinas rusas de finales del siglo XIX, sin embargo lo importante no era el conservarlos
inamovibles como pretendía Tolstói a través de una estricta moral, sino más bien utilizarlos
como trampolín para abreviar el periodo de adaptación del mundo rural con los adelantos
que existían. Romper y no acentuar las barreras y muros existentes entre el mundo citadino
y el mundo rural era, según se desprende del sentir chejoviano, la manera más viable para
sacar ese mundo campesino del atraso y de la miseria en que se hallaba entrampado.
Antón Pávlovich Chéjov (en ruso: Анто́ н Па́ влович Че́ хов; romanización: Anton Pavlovič
Čehov; Taganrog, Gobernación de Yekaterinoslav, Imperio ruso; 29 de enero de 1860n. 1
- Badenweiler, Baden, Imperio alemán; 15 de julio de 1904)n. 2 fue un cuentista, dramaturgo y médico ruso.
Encuadrado en las corrientes literarias del realismo y el naturalismo, fue un maestro del relato corto, y es
considerado uno de los más importantes autores del género en la historia de la literatura.1
Como dramaturgo, Chéjov se encontraba en el naturalismo, aunque contaba con ciertos toques del simbolismo.
Sus piezas teatrales más conocidas son La gaviota (1896), Tío Vania (1897), Las tres hermanas (1901) y El jardín
de los cerezos (1904). En ellas Chéjov ideó una nueva técnica dramática que él llamó «de acción indirecta»,
fundada en la insistencia en los detalles de caracterización e interacción entre los personajes más que el
argumento o la acción directa, de forma que en sus obras muchos acontecimientos dramáticos importantes tienen
lugar fuera de la escena y lo que se deja sin decir muchas veces es más importante que lo que los personajes
dicen y expresan realmente.23 La mala acogida que tuvo su obra La gaviota en el año 1896 en el teatro
Aleksandrinski de San Petersburgo casi lo desilusionó del teatro, pero esta misma obra obtuvo su reconocimiento
dos años después, en 1898, gracias a la interpretación del Teatro del Arte de Moscú, dirigido por el director
teatral Konstantín Stanislavski, quien repitió el éxito para el autor con Tío Vania, Las tres hermanas y El jardín de
los cerezos.
Al principio, Chéjov escribía simplemente por razones económicas, pero su ambición artística fue creciendo al
introducir innovaciones que influyeron poderosamente en la evolución del relato corto.4 Su originalidad consiste en
el uso de la técnica del monólogo —adoptada más tarde por James Joyce y otros escritores del modernismo
anglosajón— y por el rechazo de la finalidad moral presente en la estructura de las obras tradicionales.5 No le
preocupaban las dificultades que esto último planteaba al lector, porque consideraba que el papel del artista es
realizar preguntas, no responderlas.6 Chéjov compaginó su carrera literaria con la medicina; en una de sus cartas,
escribió al respecto: «La medicina es mi esposa legal; la literatura, solo mi amante».78
Según el escritor estadounidense E. L. Doctorow, Chéjov posee la voz más natural de la ficción: «Sus cuentos
parecen esparcirse sobre la página sin arte, sin ninguna intención estética detrás de ellos. Y así uno ve la vida a
través de sus frases».9

Biografía[editar]
Primeros años[editar]
Chéjov nació en Taganrog, el puerto principal del mar de Azov. Su abuelo, Yegor Mijáilovich Chéjov, fue un antiguo
y muy digno siervo o muzhik que ahorró céntimo a céntimo 875 rublos, la cantidad necesaria para poder comprar
su libertad y la de sus cuatro hijos en 1841. Su padre, Pável Yegórovich Chéjov, director del coro de la parroquia y
devoto cristiano ortodoxo, pero violento y demasiado entregado al alcohol, impartió a sus seis hijos, de los cuales
Antón era el tercero, una disciplina férrea, que a veces adquiría rasgos despóticos, obligándolos a asistir al coro, a
trabajar en el negocio familiar y a estudiar simultáneamente. Ese es uno de los motivos por los que Chéjov siempre
fue un amante de la libertad y de la independencia.10 La madre de Chéjov, Yevguéniya Yákovlevna, cuyo apellido
de soltera era Morózova, era una gran cuentacuentos,11 y entretenía a sus hijos con historias de sus viajes junto a
su padre, un comerciante de telas, por toda Rusia.

Chéjov en 1897 en Mélijovo.


El padre de Chéjov empezó a padecer serias estrecheces económicas en 1875, su negocio quebró y se vio forzado
a huir a Moscú para evitar la cárcel. Hasta que no concluyó el bachillerato en 1879, Antón no pudo reunirse allí con
su familia; comenzó a estudiar Medicina en la Universidad de Moscú y, para ayudar en casa y sufragar también sus
estudios pane lucrando, Chéjov empezó a escribir relatos humorísticos cortos y caricaturas de la vida en Rusia
bajo el pseudónimo de «Antosha Chejonté», sin demasiada veneración por el pueblo ruso o las austeras ideas
tolstoianas; por eso escribió: «Algo me dice que hay más amor a la humanidad en la energía eléctrica y la máquina
de vapor que en la castidad y la negativa a comer carne». No pretendía aportar un mensaje nuevo o «encantar»
afectadamente, y con ese fresco descaro y falta de prejuicios fue desarrollando un género que llegará a dominar
como pocos, constituyéndose en uno de los referentes del mismo de toda la literatura universal, junto con Edgar
Allan Poe, Guy de Maupassant, Jorge Luis Borges y Leopoldo Alas. Los publicaba bajo mil pseudónimos y a lo
largo de toda su vida, de suerte que todavía desconocemos cuántas historias escribió Chéjov en total, aunque sí se
sabe que ganó con rapidez fama de buen cronista de la vida rusa. Carta a un vecino erudito fue el primero, y el
último La novia. Frente al humor y brevedad de los primeros, los últimos son largos, tristes y melancólicos. Ninguna
palabra sobra en ellos.12 Esta economía de elementos es conocida en la técnica del relato corto como arma de
Chéjov.

Carrera[editar]
Chéjov se hizo médico en 1884 y ejerció sucesivamente en los pueblos
de Voskresensk, Zvenígorod y Bákino (gobernación de Tula), pero siguió escribiendo para diferentes semanarios.
En 1885, comenzó a colaborar con la Peterbúrgskaya Gazeta con artículos más elaborados que los que había
redactado hasta entonces. En diciembre de ese mismo año, fue invitado a colaborar en uno de los periódicos más
respetados de San Petersburgo, el Nóvoye Vremia (Tiempo Nuevo). En 1886, Chéjov se había convertido ya en un
escritor de renombre. Ese mismo año publicó su primer libro de relatos, Cuentos de Melpómene; al año siguiente
estrenó su drama Ivánov y ganó el Premio Pushkin gracias a la colección de relatos cortos Al anochecer; su nueva
colección, La estepa (1888), fue igualmente bien acogida.
En 1887, a causa de los primeros síntomas de la tuberculosis que acabaría con su vida, Chéjov viajó
hasta Ucrania. A su regreso se reestrenó en Moscú su obra La gaviota; la obra había sido un fracaso un año antes
en el (imperial) Teatro Aleksandrinski de San Petersburgo, y el resonante éxito que cosechó fue debido en gran
medida a la compañía del Teatro de Arte de Moscú que, dirigida por el genial actor y director de escena Konstantín
Stanislavski, se había visto en la necesidad, para extraer toda la significación contenida en el texto creado por
Chéjov, de crear un método interpretativo radicalmente nuevo que rompía con el tono declamatorio del teatro
anterior y establecía los nuevos principios de subtexto y cuarta pared para expresar de manera adecuada las
tribulaciones interiores y los sentimientos íntimos que caracterizaban a los personajes del drama psicológico y
simbolista de Chéjov.

Chéjov en 1900.
Antón Pávlovich escribió tres obras más para esta compañía: Tío Vania (1897), Las tres hermanas (1901) y El
jardín de los cerezos (1904), todas ellas grandes éxitos, y durante sus ensayos conoció a una actriz de la
compañía, Olga Knipper, que será su esposa a partir de 1901. En el ínterin, sin embargo, y deshecho por el
fallecimiento de su hermano Nikolái, había conseguido autorización para la experiencia más importante de su vida,
el viaje en 1890 a las kátorgas de la isla de Sajalín,1314 la más oriental del Imperio ruso, en apariencia con libertad,
aunque las autoridades procuraron limitar hábil y discretamente el campo de sus investigaciones. Se documentó
muchísimo antes de su «viaje al infierno», como el propio escritor definió, al siniestro destino reservado a miles de
condenados. Aquel interminable viaje, equivalente a menudo a una expedición polar, cuya ida duraba ochenta y
dos días, cuando aún no existía el ferrocarril transiberiano y debía hacerse en coches de caballos, vapores y
precarios carruajes, y su regreso a Moscú por el trayecto más largo, a través del océano Índico y Ceilán (que acaso
Chéjov eligió para curarse de recientes horrores los ojos y el alma) perjudicó considerablemente su salud, cuando
ya se hallaba afectada por la tisis, y en cambio le proporcionó la certidumbre que necesitaba para afirmarse
plenamente en sus convicciones; no se dejó engañar por los guías: la cárcel, en la brillante sociedad rusa de la
época, no era una necesidad lamentable y lamentada como pretendían los altos funcionarios satisfechos, sino la
consecuencia lógica de un régimen de despotismo y el fundamento de un orden despiadado. El libro que escribió
sobre su experiencia en la isla del penal es probablemente la obra que más trabajo le dio, y tardaría casi cinco
años en publicarlo, en 1895.
Fuera de esta faceta como autor teatral, Chéjov continuaba destacando como autor de relatos, creando unos
personajes atribulados por sus propios sentimientos, que constituyen una de las más acertadas descripciones del
abanico de variopintas personas de la Rusia zarista de finales del siglo XIX y principios del XX. Entre ellos cabe
destacar el relato Los campesinos, de 1897, por su realista descripción de los personajes de la dura vida rural rusa;
el inquietante La sala número seis, de 1892, y el apasionado La dama del perrito, publicado en 1899, que surgió
como contraposición a Anna Karénina, de Tolstói, ya que el propio autor afirmó que no deseaba «mostrar una
convención social, sino mostrar a unos seres humanos que aman, lloran, piensan y ríen. No podía censurarlos por
un acto de amor». También quería con sus escritos hacer una crítica social de la clase alta, y para ello usó
personajes y frases incisivas que hacían a sus lectores reflexionar sobre la sociedad en que vivían. Por ejemplo, su
relato corto Boba (o Cobarde, Размазня en ruso,15 A Nincompoop en inglés) culmina con la frase «qué fácil es
derrotar al débil en este mundo».16 Con ello demostraba que solo las personas poderosas son libres para controlar
el destino de quienes dependen de ellos para sobrevivir. Al respecto de los personajes de Chéjov, Léon
Thoorens afirma:
Sus análisis psicológicos se reducen siempre al mismo lema: la desgracia de los seres humanos es
consecuencia de su cobardía ante ellos mismos. Cada existencia está fundamentada en la intimidad, y si
algunas veces conserva su secreto es signo de grandeza y heroísmo, pero casi siempre esa intimidad es
tan lastimosa y nimia que pretender mantenerla es signo de necedad. Este esquema analítico se puede
aplicar a La gaviota, a El jardín de los cerezos y a los héroes grises y opacos de muchas de sus
narraciones.17
El anarquista Kropotkin describe el alcance de la escritura de Chéjov con:
Nadie mejor que Chéjov ha representado el fracaso de la naturaleza humana en la civilización actual, y
más especialmente el fracaso del hombre culto ante lo concreto de la vida cotidiana.18

Chéjov (izq.) y Máximo Gorki (dcha.) en Yalta en 1900.

Portada de la primera edición de Las tres hermanas con los retratos de las
actrices del estreno teatral; 1901.
En 1891, hizo su primer viaje a Europa, en compañía de su editor Alekséi Suvorin, y en seis semanas
visitaron Viena, Venecia, Bolonia, Florencia, Roma, Nápoles, Niza y París; en esta última ciudad rompió
con Suvorin a causa de la postura de su periódico Novoïé Vrémia en el asunto Dreyfus: Chéjov apoyó por
entero a Émile Zola, aunque apenas lo estima como escritor. En 1892, se compró un terreno y una casa en
Mélijovo, a setenta kilómetros al sur de Moscú, y se trasladó a ella con sus padres; trabajó como médico
para prevenir una epidemia de cólera. En 1894, hizo un segundo viaje a Yalta y en 1895 tuvo su primer
encuentro con León Tolstói y publicó como libro La isla de Sajalín. En 1896, construyó la primera de tres
escuelas en la zona de Mélijovo; es el año del estreno primero y desastroso de La gaviota en el Teatro
Imperial Aleksandrinski de San Petersburgo. En 1897, cayó gravemente enfermo y publicó Los
campesinos, cuya cruda visión de la vida rural causó furor; pasó el invierno en Niza reponiéndose y se
interesó por el caso Dreyfus. En 1898, murió su padre, conoció a Olga Knipper y se dedicó a recaudar
fondos para paliar la hambruna que había provocado la pérdida de las cosechas en Samara; consiguió,
con la ayuda de los maestros, clérigos y miembros de la Cruz Roja locales, suministrar más de 412
000 comidas a 3000 niños de la región. Es el año del éxito en el reestreno de La gaviota por la compañía
del Teatro de Arte de Moscú dirigida por Konstantín Stanislavski.
A fin de recuperarse de su tuberculosis, Chéjov vendió la casa de Mélijovo en las cercanías de Moscú y se
compró otra en la balnearia ciudad de Yalta, en Crimea, para reponerse en compañía de su familia
(incluida su madre, que estaba tan enferma como él y con la que había vivido casi toda su vida y a la que
estaba muy unido), una cocinera y el perro teckel de Olga, Schnap, recibiendo ocasionalmente la visita de
su hermana, de su nuevo joven amigo el escritor Máximo Gorki y otras francamente latosas a las que con
demasiada frecuencia tenía que hospedar. Adoptó a dos perros más, Túzik y Kashtanka, pero a este
último se lo llevó un médico amigo y fue sustituido por otro, Shárik, para aliviar el enorme disgusto de la
cocinera. A comienzos de 1899, abandonó a su editor Suvorin, con el que estaba muy descontento
también por los hechos ya referidos, y firmó un contrato leonino con el editor alemán Adolf Marx para
publicar sus Obras completas por setenta y cinco mil rublos, cifra enorme para la época, pero que aun así
se reveló mal negocio para Chéjov; asimismo recaudó fondos para construir un sanatorio de tuberculosos
y fue elegido miembro de la Sección de Letras de la Academia de la Ciencia el 17 de enero de 1900,
aunque dimitirá dos años más tarde cuando se prohibió la designación a su amigo Gorki a causa de sus
actividades subversivas; visitó a León Tolstói y viajó con Máximo Gorki por el Cáucaso. El 25 de mayo de
1901, contrajo matrimonio con la actriz Olga Leonárdovna Knipper, que había actuado en sus obras, y en
febrero de 1902 concluyó su penúltimo relato, El obispo, en cuyo enfermo protagonista, el obispo Piotr, es
fácil reconocer al propio escritor.
Los críticos (Skabichevski,19 Mijáilovski,20 la redacción de la revista Rússkaya mysl). Lo llamaban "mirón de
insectos", "profeta de la objetividad" e "indiferente".21 Lo acusaban de escribir anécdotas, minucias y
naderías, de distanciamiento, frialdad y nula emoción respecto a sus personajes, de falta de un
compromiso social claro. Chéjov se reafirmó sin embargo en su estética:
Es cierto que tengo tendencia a equilibrar los más y los menos y que esto puede parecer sospechoso. Pero no intento
equilibrar el conservadurismo con el liberalismo porque ese no me parece el problema de fondo. Trato de equilibrar la
mentira y la verdad de mis personajes [...] El autor no tiene por qué ser juez de los personajes ni de lo que estos
dicen; solo debe ser un testigo imparcial22

Fallecimiento[editar]

El féretro con el cuerpo de Chéjov llegando a


la Estación Nikoláievski de Moscú (1904).
Chéjov había pasado gran parte de sus cuarenta y cuatro años gravemente enfermo a causa de
la tuberculosis que contrajo de sus pacientes a finales de 1880. La enfermedad lo obligaba a pasar largas
temporadas en Niza (Francia) y posteriormente en Yalta (Crimea), ya que el clima templado de estas
zonas era preferible a los duros inviernos rusos.
En mayo de 1904, ya se encontraba gravemente enfermo, por lo que el 3 de junio se trasladó junto con su
mujer Olga al spa alemán de Badenweiler, en la Selva Negra. Desde allí escribió cartas a su
hermana María Chéjova (Masha), en las que se podía apreciar que Chéjov estaba más animado. En ellas
describía las comidas que le servían y los alrededores, y aseguraba que se estaba recuperando. En la
última carta que llegó a redactar se quejaba del modo de vestir de las mujeres alemanas.23 Falleció el 15
de julio de 1904.
Su cuerpo fue trasladado a Moscú en un vagón de tren refrigerado que se usaba para transportar ostras,
hecho que disgustó mucho a Máximo Gorki.24 Está enterrado junto a su padre en el cementerio
Novodévichi en Moscú.
Legado[editar]

Tumba de Chéjov en el Cementerio Novodévichi (Moscú).


Si bien Chéjov ya era reconocido en Rusia antes de su muerte, no se hizo internacionalmente reconocido y
aclamado hasta los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, cuando las traducciones de Constance
Garnett al inglés ayudaron a popularizar su obra. Las mismas se hicieron tremendamente famosas
en Inglaterra en la década de 1920 y se convirtieron en todo un clásico de la escena británica. En
los Estados Unidos, autores como Tennessee Williams, Raymond Carver o Arthur Miller utilizaron técnicas
de Chéjov para escribir algunas de sus obras y fueron influidos por él.
Para el escritor uruguayo Eduardo Galeano, Chéjov «escribió como diciendo nada. Y dijo todo».25

Obras[editar]
Cuento[editar]
 1884: Cuentos de Melpómene
 1886: Relatos abigarrados
 1887: En el crepúsculo
 1887: Discursos inocentes
 1888: Cuentos
 1889: Los niños
 1890: Gente sombría
 1893: La sala número seis
 1894: Relatos y cuentos
 1897: Campesinos y Mi vida
Teatro[editar]
En cuatro actos[editar]

 1887: Ivánov
 1889: El espíritu del bosque (primera versión de Tío Vania)
 1896: La gaviota
 1899: Tío Vania
 1901: Las tres hermanas
 1904: El jardín de los cerezos
 1923: Platónov
En un acto[editar]

 1884: En el camino real


 1886: Sobre el daño que hace el tabaco
 1887: El canto del cisne
 1888: El oso
 1888: Petición de mano
 1889: Un trágico a pesar suyo
 1889: La boda
 1889: Tatiana Répina
 1891: La noche antes del juicio
 1891: El aniversario
Crónica[editar]
 1895: La isla de Sajalín1314
Miscelánea[editar]
 1921: Cuaderno de notasn. 3
 2002: Sin trama y sin final
 2005: Unos buenos zapatos y un cuaderno de notas. Cómo hacer un reportajen. 4
 2008: Correspondencia (1899-1904), con Olga Knipper
 2019: Sobre literatura y vida. Cartas, opiniones y pensamientos

Obras sobre Chéjov[editar]


Biografías[editar]
 1946: La vida de Chéjov, de Irène Némirovsky
 1968: Chéjov. El médico escritor, de Enrique Salgado
 1984: Chéjov, de Henri Troyat
 1986: El otro jardín. Vida y obra de Antón Chéjov, de Heino Zernask
 1989: Antón Chéjov. Vida a través de las letras, de Natalia Ginzburg
 1997: Antón Chéjov. Una vida, de Donald Rayfield
Testimonios[editar]
 2010: Chéjov en vida. Una biografía en documentos, de Ígor Sujij
Ensayos
 Chéjov fue el primer escritor en apoyarse tanto en las corrientes subterráneas de la sugerencia para
comunicar un contenido concreto. En la misma historia de Lipa y el niño está el marido de ella, un
estafador que cumple trabajos forzados. Antes, en los tiempos en que todavía practicaba con éxito su
turbio negocio, solía escribir a casa con una letra muy bonita, que no era la suya. Casualmente comenta
un día que es su buen amigo Samorodov quien escribe esas cartas para él. No vemos nunca a ese
amigo suyo; pero cuando el marido es condenado a trabajos forzados, sus cartas llegan desde Siberia
con la misma hermosa letra. Eso es todo; pero queda perfectamente claro que el buen Samorodov,
quienquiera que fuese, ha sido su compinche en el delito y ahora está sufriendo el mismo castigo.
Una vez me comentó un editor que cada escritor lleva grabado un número, que es el número exacto de
páginas que será el máximo de todo libro que escriba. El mío, lo recuerdo, era 385. Chéjov no hubiera
podido nunca escribir una buena novela larga; era un velocista, no un corredor de fondo. Parece como si
no lograra mantener enfocado por mucho tiempo el esquema vital que su genio descubría aquí y allá: lo
retenía, en su fragmentaria vividez, lo bastante para escribir un cuento, pero la imagen se negaba a
conservarse luminosa y detallada, como hubiera sido necesario para hacer de ella una novela larga y
sostenida. Las cualidades de Chéjov como dramaturgo no son otras que sus cualidades como autor de
relatos de mediana extensión; los defectos de sus obras de teatro son los mismos que se
hubieran transparentado si hubiera intentado escribir novelas de verdad.-Se le ha comparado con el
escritor francés de segunda fila Maupassant (a quien no sabemos por qué se le llama “de Maupassant”);
y, aunque esa comparación perjudica a Chéjov en el plano artístico, sí es cierto que existe un elemento
común a ambos escritores: que no podían darse el lujo de ser prolijos. Cuando Maupassant, forzando la
pluma a correr distancias que rebasaban con mucho sus inclinaciones naturales, escribía novelas como
Bel Ami o Une Vie, lo que le salía en el mejor de los casos era una serie de rudimentarios relatos cortos
y desiguales, engarzados de manera más o menos artificial y carentes de esa corriente interna que va
impulsando el tema y que es tan natural en el estilo de novelistas natos como Flaubert o Tolstoi. Salvo
un traspiés de su juventud, Chéjov no intentó nunca escribir un libro voluminoso. Sus piezas más largas,
como Un duelo o Tres años, siguen siendo relatos cortos.
Los libros de Chéjov son libros tristes para personas con humor; es decir, sólo el lector provisto de
sentido del humor sabrá apreciar verdaderamente su tristeza. Hay escritores que parecen como algo
intermedio entre una risita y un bostezo: Dickens era uno de éstos. Existe también ese tipo de humor
terrible que el escritor introduce concientemente para dar un respiro puramente técnico después de una
buena escena trágica, pero éste es un truco que está muy lejos de la literatura auténtica. El humor de
Chéjov no pertenece a ninguno de esos tipos; es puramente chejoviano. Para él las cosas eran jocosas y
tristes al mismo tiempo, pero no se veía su tristeza si no se veía su jocosidad, porque las dos estaban
unidas.
Los críticos rusos han señalado que el estilo de Chéjov, su elección de palabras y demás, no revela
ninguna de esas especiales preocupaciones artísticas que obsesionaban, por ejemplo, a un Gógol, un
Flaubert o un Henry James. Su léxico es pobre, su combinación de palabras casi trivial; el pasaje
artístico, el verbo jugoso, el adjetivo de invernadero, el epíteto de crema de menta servido en bandeja de
plata, todo eso le era ajeno. No fue un inventor verbal como lo había sido Gógol; su estilo literario
acude a las fiestas en traje de diario. Por eso es un buen ejemplo que aducir cuando se intenta explicar
que un escritor puede ser un artista perfecto sin ser excepcionalmente brillante en su técnica verbal ni
estar excepcionalmente preocupado por la flexión de sus frases. Cuando Turguéniev se pone a examinar
un paisaje, nos damos cuenta de que le preocupa la raya del pantalón de su frase; cruza las piernas con
la vista puesta en el color de los calcetines. A Chéjov no le importa, no porque esas cuestiones no
sean importantes -para algunos escritores lo son, con una hermosa naturalidad cuando se da el
temperamento adecuado-, sino porque el temperamento de Chéjov es totalmente extraño a la inventiva
verbal. Hasta una pequeña falta gramatical o una frase desaliñada, periodística, le traían sin cuidado. Lo
mágico está en que, a pesar de tolerar fallos que un principiante de talento hubiera evitado, a pesar de
quedarse satisfecho con la medianía en lo que a las palabras se refiere, con la palabra de la calle, por así
llamarlo, Chéjov conseguía dar una impresión de belleza artística muy superior a la de muchos
escritores que creían saber lo que es la prosa rica y bella. Lo hacía manteniendo todas sus palabras a la
misma luz moderada y con el mismo tinte exacto de gris, un tinte que está a medio camino entre el color
de una empalizada vieja y el de una nube baja. La variedad de sus atmósferas, el centelleo de su ingenio
arrebatador, la economía profundamente artística de sus caracterizaciones, el detalle vívido y el
«desdibujarse» de la vida humana, todos los rasgos chejovianos típicos, ganan al estar saturados y
envueltos en una borrosidad verbal levemente iridiscente.
Vladimir Nabokov
Curso de Literatura Rusa
. Nabokov definía al héroe chejoviano como «un hombre bueno incapaz de hacer el bien», que «combina la más
profunda decencia de que es capaz el ser humano con una incapacidad casi ridícula para poner en práctica sus ideas
y principios». Actos y decisiones que salvan una vida o una fortuna pero que acarrean sentimientos de desprecio por
quien los lleva a cabo, cambios impredecibles e inexplicados que se producen en un tiempo relámpago pero que
pueden determinar toda una vida, «un deseo indefinido» que al realizarse nunca alcanza la conciencia de
satisfacción… Chéjov buscaba transmitir, reproducir la fluidez acaso sin rumbo de la vida, no sólo pintando estados
de ánimo, sino siendo capaz de crearlos en el lector. Tal vez sea éste el secreto que desde el principio ambicionaron
sus contemporáneos y luego sus seguidores, de Katharine Mansfield a Raymond Carver, y la razón de la vigencia de
su estilo, aún hoy emulado.
Este volumen reúne sesenta cuentos de Chéjov cuidadosamente seleccionados y traducidos por Víctor Gallego con
la intención de que el lector español disponga de una antología extensa y representativa de la narrativa breve del
gran escritor ruso. Prescindiendo de las novelas cortas, ofrece una panorámica amplia y en muchas ocasiones inédita
en nuestra lengua del cuento chejoviano, desde las implacables piezas humorísticas de sus primeros años hasta las
complejas composiciones de su última época, en un arco cronológico que abarca de 1883 a 1902.

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