Anton Chejov
Anton Chejov
Anton Chejov
Históricamente, la gente que vive en el campo ha carecido de los medios suficientes para acceder al
conocimiento y la riqueza, bienes que les permitirían integrarse a la sociedad y participar de las ventajas de la
modernidad. Sin embargo, en lugar de que estas personas reciban apoyos e incentivos, son explotados y
manipulados por sus patrones y gobernantes, quienes en el fondo resultan ser gente tan insignificante e
ignorante, como los mismos campesinos.
Ante esta lúgubre problemática, Chéjov escribe un relato luminoso, que ademas de provocar la indignación y la
reflexión, también puede verse con simpatía e incluso con humor. La historia muestra la tragedia y la maldad
del ser humano, pero también la ternura, la ingenuidad y la grandeza moral. Según palabras del escritor «La
realidad solo puede mirarse de dos maneras: con tristeza y con humor» y este relato es un magnífico ejemplo de
la contundencia de esta frase.
En «campesinos» el escritor se vale nuevamente de un lenguaje directo, ciertamente austero, pero elegante y
bien escrito, echando mano de referencias culturales e históricas. Ocasionalmente el autor presenta reflexiones
pero jamás tendrá
una omnisciencia excesiva; Chéjov nunca predispone al lector, sino que libre de todo prejuicio, se limitará a
contar la historia con todos sus detalles. Los personajes casi siempre son perfectos puesto que su problemática y
su psicología está lo suficientemente delineada, ya sean los niños, los ancianos, las mujeres o los borrachos. En
ésta oportunidad, el personaje de Olga, la esposa del protagonista, trasciende por su ingenuidad, su fe y su
entereza.
El escritor ruso Anton Chéjov, que nació hoy hace 160 años según el calendario gregoriano,
no era amigo de polémicas. Es más, su estilo narrativo ha pasado a la historia como un alarde
de precisión quirúrgica (era médico), de tierna compasión humanista y una ausencia de fuerte
militancia política e ideológica. Pues bien, a pesar de todo esto, se vio envuelto en una agria
polémica con el populismo de su tiempo.
Esto era un puñetazo en el rostro contra el principal ideal nacional del momento. Al fin y al
cabo, se consideraba que la población rural poseía unas cualidades excepcionales, que, por sus
propias tribulaciones, tenían mucho que enseñar al resto de sus compatriotas y que,
finalmente, ellos eran el auténtico receptáculo del alma rusa pura, sencilla y sin
adulterar. Fiódor Dostoyevski llegó a decir que un campesino que sirviera en la cocina era
superior, moralmente, a cualquier caballero de la burguesía europea. Es más, añadió, son los
campesinos los que deben mostrarnos el camino y “nosotros debemos someternos ante la
verdad de la gente”.
Terrible carga, al parecer. Incluso algunos de los represaliados por la revuelta de diciembre de
1825, conocidos por eso mismo como decembristas, reservaron sus últimos alientos
para indignarse contra la madre patria. Concretamente, cuenta Figes, cuando iban a
ahorcar a cinco de los sublevados, tres de ellos rompieron la cuerda por exceso de peso y se
colaron directamente por la trampilla. Entonces, alguno, con el cuello dolorido pero vivo al
fin y al cabo, dijo aquello de: “¡Qué desastre de país! ¡No saben ni ahorcar como es debido!”
En el verano de 1874, miles de estudiantes de familias prósperas dejaron sus universidades en
la ciudad para montar unas comunas en el campo que, según decía Kontstantin Aksakov,
uno de los grandes intelectuales de la época, no eran otra cosa que “la unión de la gente que
ha renunciado a su egoísmo, su individualidad, y que expresa su común acuerdo; es un acto de
amor noble y cristiano”.
n oficio con ellos y convivir, en definitiva, con aquellos que albergaban toda la pureza del
alma rusa. Además, esperaban unir su país, esta vez sí, en torno a la literatura, el arte y una
solidaridad entre las clases sociales que, por fin, era posible gracias a la reciente emancipación
de los siervos en 1861.
Recitaban con pasión el gran poema épico de Nikolái Nekrásov (¿Quién es Feliz en Rusia?) y
trataban de convertir el libro de Nikolái Chernyshevsky (¿Qué hacer?) en la hoja de ruta de
una sociedad nueva. Muchas de las luminarias intelectuales de la época se habían enamorado
locamente de la figura del campesino. Orlando Figes nos recuerda, de nuevo, en El baile de
Natacha, que “para los populistas, el campesino era socialista por naturaleza, la
encarnación del espíritu colectivo que distinguía a Rusia de Occidente.
Ante la sorpresa de los populistas, algunos campesinos se formaban con ellos solo para
emigrar poco después a la ciudad en busca de una vida mejor. Las comunas, en general,
fracasaron y algunos estudiantes fueron de cabeza a vivir en la clandestinidad. Habían
proyectado sobre los campesinos una imagen idealizada que no se correspondía, en
absoluto, con la realidad.
El dolor
Aquella herida seguía abierta cuando Anton Chéjov publicó Campesinos en 1897. Así, el
escritor León Tolstói lo calificó de “pecado contra el pueblo”, los populistas proclamaron
que el relato no hacía justicia a la espiritualidad de la población de las aldeas y, por fin, los
eslavófilos pusieron el grito en el cielo ante tamaña calumnia contra Rusia.
Lo que más les dolía, seguramente, es que Chéjov, hijo y nieto de siervos, no solo había
escrito antes cientos de páginas memorables y llenas de compasión sobre los campesinos, sino
que conocía bien su realidad. Los trataba a diario como médico gratuitamente, había dejado
de escribir una temporada para contener el brote de cólera que los asediaba y, en fin, eran sus
vecinos y sirvientes en la villa de Mélijovo, donde les ayudó a construir una escuela.
Por cierto, no deja de ser curioso que los reaccionarios fueran uno de los pocos grupos que
celebraron el relato de Chéjov en 1897. Quizás no se podían imaginar que siete años después
publicaría una obra de teatro, El jardín de los cerezos, que ridiculizaba a su venerada
nobleza rural.
Era una caricatura tan irónica que en Moscú prefirieron estrenarla como una tragedia
sentimental que suspiraba por los viejos tiempos de los príncipes y barones que lo habían
perdido todo. Y efectivamente, así había sido pero únicamente por sus gastos extravagantes,
su pésima administración y porque, en 1861, les habían obligado a compartir una porción de
sus tierras con los que hasta entonces eran sus esclavos.
Los campesinos, fue escrita en 1897 por Anton Chejov (1860-1904). En ella, el autor
describe a grandes rasgos la cotidianidad de miseria y desesperanza que se vivía en las
aldeas campesinas rusas.
Los campesinos, fue escrita en 1897 por Anton Chejov (1860-1904). En ella, el autor
describe a grandes rasgos la cotidianidad de miseria y desesperanza que se vivía en las
aldeas campesinas rusas.
Biografía[editar]
Primeros años[editar]
Chéjov nació en Taganrog, el puerto principal del mar de Azov. Su abuelo, Yegor Mijáilovich Chéjov, fue un antiguo
y muy digno siervo o muzhik que ahorró céntimo a céntimo 875 rublos, la cantidad necesaria para poder comprar
su libertad y la de sus cuatro hijos en 1841. Su padre, Pável Yegórovich Chéjov, director del coro de la parroquia y
devoto cristiano ortodoxo, pero violento y demasiado entregado al alcohol, impartió a sus seis hijos, de los cuales
Antón era el tercero, una disciplina férrea, que a veces adquiría rasgos despóticos, obligándolos a asistir al coro, a
trabajar en el negocio familiar y a estudiar simultáneamente. Ese es uno de los motivos por los que Chéjov siempre
fue un amante de la libertad y de la independencia.10 La madre de Chéjov, Yevguéniya Yákovlevna, cuyo apellido
de soltera era Morózova, era una gran cuentacuentos,11 y entretenía a sus hijos con historias de sus viajes junto a
su padre, un comerciante de telas, por toda Rusia.
Carrera[editar]
Chéjov se hizo médico en 1884 y ejerció sucesivamente en los pueblos
de Voskresensk, Zvenígorod y Bákino (gobernación de Tula), pero siguió escribiendo para diferentes semanarios.
En 1885, comenzó a colaborar con la Peterbúrgskaya Gazeta con artículos más elaborados que los que había
redactado hasta entonces. En diciembre de ese mismo año, fue invitado a colaborar en uno de los periódicos más
respetados de San Petersburgo, el Nóvoye Vremia (Tiempo Nuevo). En 1886, Chéjov se había convertido ya en un
escritor de renombre. Ese mismo año publicó su primer libro de relatos, Cuentos de Melpómene; al año siguiente
estrenó su drama Ivánov y ganó el Premio Pushkin gracias a la colección de relatos cortos Al anochecer; su nueva
colección, La estepa (1888), fue igualmente bien acogida.
En 1887, a causa de los primeros síntomas de la tuberculosis que acabaría con su vida, Chéjov viajó
hasta Ucrania. A su regreso se reestrenó en Moscú su obra La gaviota; la obra había sido un fracaso un año antes
en el (imperial) Teatro Aleksandrinski de San Petersburgo, y el resonante éxito que cosechó fue debido en gran
medida a la compañía del Teatro de Arte de Moscú que, dirigida por el genial actor y director de escena Konstantín
Stanislavski, se había visto en la necesidad, para extraer toda la significación contenida en el texto creado por
Chéjov, de crear un método interpretativo radicalmente nuevo que rompía con el tono declamatorio del teatro
anterior y establecía los nuevos principios de subtexto y cuarta pared para expresar de manera adecuada las
tribulaciones interiores y los sentimientos íntimos que caracterizaban a los personajes del drama psicológico y
simbolista de Chéjov.
Chéjov en 1900.
Antón Pávlovich escribió tres obras más para esta compañía: Tío Vania (1897), Las tres hermanas (1901) y El
jardín de los cerezos (1904), todas ellas grandes éxitos, y durante sus ensayos conoció a una actriz de la
compañía, Olga Knipper, que será su esposa a partir de 1901. En el ínterin, sin embargo, y deshecho por el
fallecimiento de su hermano Nikolái, había conseguido autorización para la experiencia más importante de su vida,
el viaje en 1890 a las kátorgas de la isla de Sajalín,1314 la más oriental del Imperio ruso, en apariencia con libertad,
aunque las autoridades procuraron limitar hábil y discretamente el campo de sus investigaciones. Se documentó
muchísimo antes de su «viaje al infierno», como el propio escritor definió, al siniestro destino reservado a miles de
condenados. Aquel interminable viaje, equivalente a menudo a una expedición polar, cuya ida duraba ochenta y
dos días, cuando aún no existía el ferrocarril transiberiano y debía hacerse en coches de caballos, vapores y
precarios carruajes, y su regreso a Moscú por el trayecto más largo, a través del océano Índico y Ceilán (que acaso
Chéjov eligió para curarse de recientes horrores los ojos y el alma) perjudicó considerablemente su salud, cuando
ya se hallaba afectada por la tisis, y en cambio le proporcionó la certidumbre que necesitaba para afirmarse
plenamente en sus convicciones; no se dejó engañar por los guías: la cárcel, en la brillante sociedad rusa de la
época, no era una necesidad lamentable y lamentada como pretendían los altos funcionarios satisfechos, sino la
consecuencia lógica de un régimen de despotismo y el fundamento de un orden despiadado. El libro que escribió
sobre su experiencia en la isla del penal es probablemente la obra que más trabajo le dio, y tardaría casi cinco
años en publicarlo, en 1895.
Fuera de esta faceta como autor teatral, Chéjov continuaba destacando como autor de relatos, creando unos
personajes atribulados por sus propios sentimientos, que constituyen una de las más acertadas descripciones del
abanico de variopintas personas de la Rusia zarista de finales del siglo XIX y principios del XX. Entre ellos cabe
destacar el relato Los campesinos, de 1897, por su realista descripción de los personajes de la dura vida rural rusa;
el inquietante La sala número seis, de 1892, y el apasionado La dama del perrito, publicado en 1899, que surgió
como contraposición a Anna Karénina, de Tolstói, ya que el propio autor afirmó que no deseaba «mostrar una
convención social, sino mostrar a unos seres humanos que aman, lloran, piensan y ríen. No podía censurarlos por
un acto de amor». También quería con sus escritos hacer una crítica social de la clase alta, y para ello usó
personajes y frases incisivas que hacían a sus lectores reflexionar sobre la sociedad en que vivían. Por ejemplo, su
relato corto Boba (o Cobarde, Размазня en ruso,15 A Nincompoop en inglés) culmina con la frase «qué fácil es
derrotar al débil en este mundo».16 Con ello demostraba que solo las personas poderosas son libres para controlar
el destino de quienes dependen de ellos para sobrevivir. Al respecto de los personajes de Chéjov, Léon
Thoorens afirma:
Sus análisis psicológicos se reducen siempre al mismo lema: la desgracia de los seres humanos es
consecuencia de su cobardía ante ellos mismos. Cada existencia está fundamentada en la intimidad, y si
algunas veces conserva su secreto es signo de grandeza y heroísmo, pero casi siempre esa intimidad es
tan lastimosa y nimia que pretender mantenerla es signo de necedad. Este esquema analítico se puede
aplicar a La gaviota, a El jardín de los cerezos y a los héroes grises y opacos de muchas de sus
narraciones.17
El anarquista Kropotkin describe el alcance de la escritura de Chéjov con:
Nadie mejor que Chéjov ha representado el fracaso de la naturaleza humana en la civilización actual, y
más especialmente el fracaso del hombre culto ante lo concreto de la vida cotidiana.18
Portada de la primera edición de Las tres hermanas con los retratos de las
actrices del estreno teatral; 1901.
En 1891, hizo su primer viaje a Europa, en compañía de su editor Alekséi Suvorin, y en seis semanas
visitaron Viena, Venecia, Bolonia, Florencia, Roma, Nápoles, Niza y París; en esta última ciudad rompió
con Suvorin a causa de la postura de su periódico Novoïé Vrémia en el asunto Dreyfus: Chéjov apoyó por
entero a Émile Zola, aunque apenas lo estima como escritor. En 1892, se compró un terreno y una casa en
Mélijovo, a setenta kilómetros al sur de Moscú, y se trasladó a ella con sus padres; trabajó como médico
para prevenir una epidemia de cólera. En 1894, hizo un segundo viaje a Yalta y en 1895 tuvo su primer
encuentro con León Tolstói y publicó como libro La isla de Sajalín. En 1896, construyó la primera de tres
escuelas en la zona de Mélijovo; es el año del estreno primero y desastroso de La gaviota en el Teatro
Imperial Aleksandrinski de San Petersburgo. En 1897, cayó gravemente enfermo y publicó Los
campesinos, cuya cruda visión de la vida rural causó furor; pasó el invierno en Niza reponiéndose y se
interesó por el caso Dreyfus. En 1898, murió su padre, conoció a Olga Knipper y se dedicó a recaudar
fondos para paliar la hambruna que había provocado la pérdida de las cosechas en Samara; consiguió,
con la ayuda de los maestros, clérigos y miembros de la Cruz Roja locales, suministrar más de 412
000 comidas a 3000 niños de la región. Es el año del éxito en el reestreno de La gaviota por la compañía
del Teatro de Arte de Moscú dirigida por Konstantín Stanislavski.
A fin de recuperarse de su tuberculosis, Chéjov vendió la casa de Mélijovo en las cercanías de Moscú y se
compró otra en la balnearia ciudad de Yalta, en Crimea, para reponerse en compañía de su familia
(incluida su madre, que estaba tan enferma como él y con la que había vivido casi toda su vida y a la que
estaba muy unido), una cocinera y el perro teckel de Olga, Schnap, recibiendo ocasionalmente la visita de
su hermana, de su nuevo joven amigo el escritor Máximo Gorki y otras francamente latosas a las que con
demasiada frecuencia tenía que hospedar. Adoptó a dos perros más, Túzik y Kashtanka, pero a este
último se lo llevó un médico amigo y fue sustituido por otro, Shárik, para aliviar el enorme disgusto de la
cocinera. A comienzos de 1899, abandonó a su editor Suvorin, con el que estaba muy descontento
también por los hechos ya referidos, y firmó un contrato leonino con el editor alemán Adolf Marx para
publicar sus Obras completas por setenta y cinco mil rublos, cifra enorme para la época, pero que aun así
se reveló mal negocio para Chéjov; asimismo recaudó fondos para construir un sanatorio de tuberculosos
y fue elegido miembro de la Sección de Letras de la Academia de la Ciencia el 17 de enero de 1900,
aunque dimitirá dos años más tarde cuando se prohibió la designación a su amigo Gorki a causa de sus
actividades subversivas; visitó a León Tolstói y viajó con Máximo Gorki por el Cáucaso. El 25 de mayo de
1901, contrajo matrimonio con la actriz Olga Leonárdovna Knipper, que había actuado en sus obras, y en
febrero de 1902 concluyó su penúltimo relato, El obispo, en cuyo enfermo protagonista, el obispo Piotr, es
fácil reconocer al propio escritor.
Los críticos (Skabichevski,19 Mijáilovski,20 la redacción de la revista Rússkaya mysl). Lo llamaban "mirón de
insectos", "profeta de la objetividad" e "indiferente".21 Lo acusaban de escribir anécdotas, minucias y
naderías, de distanciamiento, frialdad y nula emoción respecto a sus personajes, de falta de un
compromiso social claro. Chéjov se reafirmó sin embargo en su estética:
Es cierto que tengo tendencia a equilibrar los más y los menos y que esto puede parecer sospechoso. Pero no intento
equilibrar el conservadurismo con el liberalismo porque ese no me parece el problema de fondo. Trato de equilibrar la
mentira y la verdad de mis personajes [...] El autor no tiene por qué ser juez de los personajes ni de lo que estos
dicen; solo debe ser un testigo imparcial22
Fallecimiento[editar]
Obras[editar]
Cuento[editar]
1884: Cuentos de Melpómene
1886: Relatos abigarrados
1887: En el crepúsculo
1887: Discursos inocentes
1888: Cuentos
1889: Los niños
1890: Gente sombría
1893: La sala número seis
1894: Relatos y cuentos
1897: Campesinos y Mi vida
Teatro[editar]
En cuatro actos[editar]
1887: Ivánov
1889: El espíritu del bosque (primera versión de Tío Vania)
1896: La gaviota
1899: Tío Vania
1901: Las tres hermanas
1904: El jardín de los cerezos
1923: Platónov
En un acto[editar]