34 Fausto2

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Como 500 españoles y su valeroso capitán no pudieron por si mismos vencer a

los mexicas y destruir su imperio.

No. De registro 34
Fausto de Jesús Méndez Fernández

El pueblo mexica era un pueblo eminentemente guerrero. Cada año combinaba


las labores agrícolas con las expediciones de conquista. Sus ejércitos estaban
basados en guerreros bien capacitados. Los macehuales asistían desde
adolescentes en escuelas el telpochacalli en las cuales se ejercitaban en las artes
marciales. Los nobles asistían a los clamecac en que también se enfatizaba el
ascetismo, la resistencia al dolor, el valor y el liderazgo. La extensión del imperio
incluía lo que hoy son los estados de México, Veracruz, Puebla, Guerrero,
Oaxaca, la costa de Chiapas, el estado de Hidalgo y llegaba hasta Guatemala,
unas 400 a 500 pequeñas ciudades-Estado que en 1519 comprendían unos 4 a 5
millones de habitantes. Los aztecas exigían a los pueblos sometidos, tributo,
trabajo masivo, apoyo en sus expediciones guerreras y víctimas para los
sacrificios. Además había pueblos que no lograron someter como los Tlaxcaltecas
y los Tarascos, pero con los cuales tuvieron varias guerras.
El Imperio azteca era la formación política más poderosa del continente que,
según las estimaciones, estaba poblada por 15 millones de almas y controlado
desde la ciudad-estado de Tenochtitlan, que floreció en el siglo XIV. Usando
la superioridad militar de sus guerreros, los aztecas y sus aliados
establecieron un sistema de dominio a través del pago de tributos sobre
numerosos pueblos, especialmente en el centro de México, la región de
Guerrero y la costa del golfo de México, así como algunas zonas de Oaxaca.
Hernán Cortés no tardó en darse cuenta de que el odio de los pueblos
dominados podía ser usado en beneficio español. En su camino hacia
Tenochtitlán, los conquistadores lograron el apoyo de los nativos totonacas de
la ciudad de Cempoala, que de este modo se liberaban de la opresión azteca.
Y tras imponerse militarmente a otro pueblo nativo, los tlaxcaltecas, los
españoles lograron incorporar a sus tropas a miles de guerreros de esta etnia.
El plan de Cortés para vencer a un ejército que le superaba
desproporcionadamente en número, por tanto, se cimentó en incorporar a sus
huestes soldados locales. Así, junto a los 400 españoles formaban 1.300
guerreros y 1.000 porteadores indios, que se abrieron camino a la fuerza
hasta la capital. Con las alianzas del extremeño, se puede decir que la
conquista de México se convirtió, de algún modo, en una guerra de liberación
de los pueblos mexicanos frente al dominio azteca.
Además del odio común contra el terror sembrado por los aztecas, el
conquistador extremeño percibió otro síntoma de debilidad en el sistema
imperial y lo explotó hasta sus últimas consecuencias. Moctezuma II –
considerado un gran monarca debido a su reforma de la administración central
y del sistema tributario– se dejó seducir, como las serpientes, por Hernán
Cortés y fue claudicando ante sus palabras, en muchos casos con veladas
amenazas, hasta terminar cautivo en su propio palacio. La figura del
extremeño ha sido demonizada posteriormente por este doble juego político
con el cándido emperador, pero cabe recordar, así lo hacen las crónicas de
Bernal Díazdel Castillo y de López de Gómara, la difícil situación en la que se
encontraban los hispánicos. Estaban en una exagerada inferioridad numérica,
lejos de cualquier base donde refugiarse y tratando con un pueblo que seguía
practicando los sacrificios humanos.
A pesar del malestar creciente por las acciones de los conquistadores
españoles, Moctezuma dirigió a petición de Cortés un discurso conciliador
frente a su pueblo donde se reconoció como vasallo de Carlos I y pidió rendir
obediencia a los extranjeros. No en vano, cuando los invasores planeaban su
salida de la ciudad llegó la noticia de que el gobernador Diego
Velázquez, desconociendo que Carlos I había dado su beneplácito personal a
la empresa, confiscó en la isla de Cuba los bienes del extremeño y organizó
un ejército que constaba de 19 embarcaciones, 1.400 hombres, 80 caballos, y
veinte piezas de artillería con la misión de capturar a Cortés. El caudillo
español se vio obligado a salir de la ciudad, junto a 80 hombres, para
enfrentarse al grupo enviado por Velázquez.
Tras un ataque sorpresa, Cortés se impuso a sus compatriotas, que también
le superaban en número por mucho, y pudo regresar meses después con
algunos refuerzos a Tenochtitlán, donde encontró una ciudad sublevada
contra los españoles, quienes ante los rumores de conspiración habían
ordenado la muerte de algunos notables aztecas que le parecieron
sospechosos. Durante unos días, los europeos intentaron utilizar a
Moctezuma para calmar los ánimos, pero fue en vano. Díaz del Castillo relata
que Moctezuma subió a uno de los muros del palacio para hablar con su gente
y tranquilizarlos; sin embargo, la multitud enardecida comenzó a arrojar
piedras, una de las cuales hirió al líder azteca de gravedad durante su
discurso. El emperador falleció tres días después a causa de la herida e,
invocando la amistad que había entablado con Cortés, le pidió que
favoreciese a su hijo de nombre Chimalpopoca tras su muerte.
En la llamada Noche Triste, el 30 de junio de 1520, Cortés y sus hombres se
vieron obligados a huir desordenadamente de la ciudad, acosados por los
aztecas, que les provocaron centenares de bajas. No obstante, pocos días
después se libró la batalla de Otumba, donde los españoles dieron cuenta de
la superioridad militar de las técnicas europeas.
Si hay que señalar cuáles fueron las principales causas del éxito de la
empresa de Cortés, a su capacidad de aprovechar las divisiones entre los
pueblos de la región y de explotar el carácter dubitativo de Moctezuma hay
que añadir la impresión que causaron las armas y las tácticas europeas sobre
los aztecas. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y
las tomaban por el filo, y se cortaban con ignorancia. No tienen algún hierro»,
escribió Cristóbal Colón sobre los nativos que encontró en su primer viaje.
Tampoco los habitantes de la región mexicana conocían el hierro y, además,
sus armas estaban adaptadas a una forma de hacer la guerra que se mostró
contraproducente en la lucha contra los europeos. Como en sus guerras
tribales, los aztecas buscaron inmovilizar o herir, sin matar, a los españoles
con armas fabricadas con huesos o de madera tratada para posteriormente
trasladarlos a sus ciudades, donde celebraban con los capturados sacrificios
humanos en honor a los dioses o los esclavizaban.

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